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Filosofía del Derecho Unidad 9

FILOSOFÍA DEL DERECHO

UNIDAD 9: “CAUSA FINAL DEL DERECHO”.-

LA CAUSA FINAL. CONCEPTO. DIVISIÓN.-

Para comprender el ente, según señala Vigo, no basta relacionarlo con la causa eficiente, o sea
por detrás de su origen, sino que además se necesita vincularlo “por delante” hacia aquello por lo cual el
ente existe y brinda la significación de su existencia, y en esta búsqueda aparece el tema de la causa
final, definida por Aristóteles diciendo: “El fin como causa es aquello por lo que algo se hace”. La
causalidad del fin reside en la atracción que despierta el mismo en el agente y es apetecible el fin en
cuanto su bondad. Así se comprueba la coincidencia entre bien y fin, atento a que éste es aquello por
cuya consecución se mueven los entes.

El principio de acción consiste en el deseo o apetito que genera el fin en el agente de manera
que éste opera con el propósito de obtenerlo. Mediante esa atracción posibilitada por la bondad del fin,
la causa final mueve a la causa eficiente a producir alguna cosa. “El fin es la causa de la causalidad de la
causa eficiente, porque él es el que hace que la causa eficiente sea (actualmente) eficiente”. En el orden
de la intención del agente inteligente que obra, el fin es siempre lo primero y por el cual se organizan los
medios destinados a alcanzarlo; pero en el orden de la ejecución es lo último y el efecto de la causa
eficiente. Siendo el fin lo primero en el orden de la intención, concluye Santo Tomás que el fin es “la
causa de las causas”, por cuanto bajo su influencia la causa eficiente opera dando a tal causa material tal
causa formal. La causa final es causa por razón del atractivo que ejerce sobre la causa eficiente
intelectiva; presentado el fin como un bien, como algo que conviene, lo mueve al agente a obrar, a
hacerse causa eficiente; es decir, que para que se dé el deseo o la apetencia de algo es necesario el
conocimiento previo de aquello que es deseado o apetecido. La causa final ocupa el primer puesto en la
serie de las causas, todas las demás dependen en su ejercicio del fin.

En definitiva, es necesario que todos los agentes obren por un fin; la causa eficiente requiere la
determinación que le brinda la causa final, sin ella sería imposible y contradictoria, pero para que haya
actividad final es necesario la inteligencia, por eso sólo los que poseen inteligencia y en cuanto obran
como inteligentes, pueden ordenarse a sí mismos de manera consciente hacia un fin, y aquellos que
carecen de entendimiento proceden por inclinación natural hacia el fin al que han sido ordenados por un
ser inteligente distinto de ellos. “Aquellos seres que poseen razón se mueven a sí mismos al fin; porque
tienen dominio de sus actos por el libre arbitrio, que es facultad de la razón. Aquellos otros empero, que
carecen de razón, tienden al fin por inclinación natural, como movidos por otro y no por sí mismos”.
Según Santo Tomás, “Hay que tener presente que algo tiende al fin de doble manera: de un modo, como
quien se mueve a sí mismo al fin como el hombre; de otro modo, como quien es movido por otro al fin,
como la flecha tiende a un determinado fin porque es movida por el arquero, que dirige su acción al fin.

Además de la clasificación indicada en cuanto orientación al fin activa y consciente y pasiva e


inconsciente, se distingue también entre el fin de la obra y el fin del agente. Este, el finis operantis, es
subjetivo y consiste en la intención del gente; y el fin operis, es el fin al cual está ordenada la obra por su
propia naturaleza. Otros medios de clasificación distinguen entre fin principal y fin secundario, mientras

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que el primero se pretende antes que ningún otro, los restantes son secundarios dado que se subordinan
al principal aunque sin transformarse en puros medios y conservando el carácter de bienes reales.
También se diferencia el fin en próximo y último.

La evidencia del principio de finalidad es tal que negarlo traería aparejado la pasividad del ente o
el absurdo de una actividad sin determinación. Todo agente tiende a algún efecto determinado pues
“Dios y la naturaleza no hacen nada en vano”. No obstante esta evidencia es a fines de la Edad Media
cuando se pone en dudas el principio de finalidad, nos referimos al determinismo de Ockham, pero será
propiamente en la filosofía moderna donde encontramos propiamente la condena más estricta y total al
finalismo por medio del mecanicismo geométrico de Descartes y del criticismo kantiano. Esta aversión a
la finalidad que caracteriza a la ciencia positiva queda sintetizada en el conocido apotegma de Francis
Bacon: “La investigación de las causas finales es estéril y, como una virgen consagrada a Dios, no
engendra nada”.

LA CAUSA FINAL DEL DERECHO: EL BIEN COMÚN POLÍTICO.-

Cuando un ente es perfectivo de uno sólo, se dice que es un bien singular o individual, y cuando
es perfectivo de varios estamos frente a un bien que es común para todos ellos. El bien común posee
una capacidad perfectiva extensiva a varios, por lo que resulta apetecible por ellos. El bien común es de
todos los que por él pueden ser perfeccionados y es participable de modo que todos los participantes lo
posean, y no por partes o cuotas sino a todo él, aunque no totalmente, sino según la capacidad de cada
uno para participar.

Conocida es la afirmación aristotélica que de sólo Dios o las bestias pueden vivir fuera de la
sociedad, es que el hombre está naturalmente inclinado a vivir en sociedad y necesita de ella para el
desarrollo de su ser y la consecución de su felicidad temporal. El hombre para subsistir y para crecer
corporal y espiritualmente, necesita de distintos bienes que sólo los puede obtener en sociedad; el
aislamiento lo coloca inevitablemente en un estado de indigencia impidiéndole su realización. Los
hombres nacen, se agrupan y viven socialmente, según la tendencia inscripta en su propio ser, y esas
distintas sociedades de la que el hombre naturalmente forma parte o que libremente ha constituido,
tienen cada uno de ellas su propio bien común (familia, sindicato, municipio, Estado, comunidad
internacional, Iglesia). Es decir que la nocion de bien común es una nocion analógica que admite
realización diversas aunque todas ellas participan y encuentran su fundamento último en el bien
común trascendente; así lo precisa Santo Tomás: “El bien sumo, que es Dios, es el bien común, porque de
Él depende el bien de todas las cosas”. Siendo Él el bien más común, se lo ha llamado comunísimo, pues
ejerce su influencia como causa final a todo el universo. En suma, la noción de bien común es analógica
en tanto se aplica a distintas realidades pero con un mismo sentido.

En cuanto a la definición de bien común, podría decirse en primer lugar que es una noción
compuesta: “bien” (que es aquello que todos apetecemos) y “común” (de todos, o perteneciente a todos
los hombres). El bien común es el bien de todo el hombre y de todos los hombres. Es decir comprendido
el hombre en su integralidad material-espiritual (cuando se atiende todas las necesidades del hombre

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individualmente considerado) como inclusión intensiva, y comprendidos extensivamente todos los


hombres, sin que ninguno quede fuera del bien común, como inclusión extensiva.

El bien común es “el conjunto de las necesidades materiales y espirituales que el Estado debe
garantizar para el desarrollo integral de la persona”. Esta definición ha sido objeto de crítica, pues en
tanto decimos que el bien común es el conjunto de bienes destinados al desarrollo integral de la persona
se lo está mediatizando, cuando en rigor de verdad el bien común no es medio sino fin. Por ello es mejor
definirlo como aquello que sirve para el desarrollo integral de las personas y que el Estado debe asegurar
mediante la satisfacción de todas las necesidades espirituales y materiales.

Puede conceptualizarse gráficamente al bien común como un conjunto de vasos de diferentes


medidas y capacidades; y así el bien común estará garantizado cuando los vasos estén colmados en la
medida de sus capacidades. “Todas las personas deben tener garantizado el libre desarrollo de sus
potencialidades”.

BIEN COMÚN POLÍTICO.-

Esta forma de bien común constituye el fin de la sociedad política, modernamente llamada
Estado, en cuyo ámbito se desenvuelve en forma principal aunque no exclusivamente el mundo jurídico.
El derecho en cuanto conducta que da o respeta lo suyo de cada uno, exige la presencia de otro a quien
se le atribuye lo suyo, y esta alteridad implica que la justicia particular no se concibe sino ajustándose a
la justicia general o del bien común. Hemos dicho también que las leyes y normas jurídicas mandan lo
justo, y es principio suficiente conocido de la doctrina tomista que las mismas son ordenación de la razón
dirigidas al bien de toda la comunidad política, esas reglas se encargan de ordenar la vida en la sociedad
política de manera de promover, conservar y acrecentar el bien de la misma.

El bien común es el fin del Estado y del derecho normativo, y ese no es otro que el “buen vivir
del hombre”, la vida humana buena de sus súbditos por medio del aseguramiento de la satisfacción de
sus necesidades. El mejor bien común es aquél que proporciona a los hombres la suficiencia perfecta de
bienes, es decir, todos los recursos necesarios para vivir una vida humana completa. El bien común es
por definición, difusivo y comunicable a los singulares; de manera que si no fuera el bien de los
singulares no sería verdaderamente ni bien ni común, el carácter común se aplica a aquellos “con cuya
participada posesión se perfecciona el hombre, desde el bien común de la comunidad doméstica hasta
Dios, pasando por los intermediarios entre los que se cuenta el bien común político, en el que el sujeto
encuentra en el Estado la satisfacción de todas sus necesidades”.

El bien común político y el bien individual.- De igual manera que la sociedad política no es el
mero aglomerado de individuos, el bien común no equivale a la suma cuantitativa o colección de los
bienes individuales. El bien común “no se opone al bien singular sino que es un bien común a varios
individuos que de él participan, y que en consecuencia lo apetecen”. El bien común es el bien de
nosotros en tanto que nosotros, no el bien del otro o el mío propio, pero aquél bien comprende el bien
de cada uno aunque excediéndole.

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El efecto, el bien común político es un todo universal, porque reúne las dos notas de unidad
formal e inclusión de todos los bienes particulares. Se trata, según señala Vigo, de un todo universal
análogo, pues contiene actualmente y no simplemente en potencia a todos los singulares. Además el bien
común como universal análogo se participa en los singulares, no en igualdad absoluta, sino en modos
diversos de igualdad proporcional. El bien común se difunde y comunica a todos y cada uno de los
miembros de la sociedad como el ser a sus modos particulares, como la salud y el bienestar del
organismo a todos sus miembros, como la virtud vivificante del alma a todas las partes del cuerpo.

El hombre no puede bastarse a sí mismo, sino que para satisfacer todas sus necesidades requiere
de la sociedad: “El hombre necesita que le ayuden los demás para conseguir su propio fin”. La misma
naturaleza lo inclina a vivir en sociedad, y de ese modo convivir no sólo le resulta necesario al hombre
sino que además agradable. La sociedad es la unión de los hombres para perfeccionarse en comunidad y
no simplemente para estar juntos, y se llama a ese bien común, en tanto que el fin afecta y beneficia a
todos, y porque para procurarlo se requiere el aporte organizado y coordinado de todos. Los cuatro
elementos caracterizadores de la sociedad política son para Gallegos Rocafull: pluralidad, unión, fin
común y organización.

La sociedad es una cosa, un ser, un unum pero no de igual modo que es, por ejemplo, un hombre
o cualquier otro ente que es uno sustancialmente, por eso el A quinate dice “la multitud civil o la familia
doméstica, tiene la sola unión del orden”. Carece la sociedad de una subsistencia propia e independiente
fuera de sus miembros, su realidad es la más pequeña de todas porque es tan sólo una unidad orden y
esta es la menor de las unidades. La realidad de la sociedad no es sustancial, sino accidental, el todo está
en partes y no existe fuera de ellas.

La concepción individualista centrada en considerar a la sociedad como suma o agrupamiento de


individuos desconfiando de la autoridad política y de los requerimientos comunitarios planteados a los
sujetos es incapaz de valorar el bien común, pues sólo hay bienes individuales que se armonizan
inexorablemente con el interés general. La concepción colectivista incurre en el error opuesto a la
individualista: la sociedad llega a constituirse en un todo sustancial que termina fagocitando a sus
miembros y a sus respectivos bienes. Para la doctrina aristotélica tomista la misión y el fin de la
comunidad política y de su autoridad es generar, conservar y promover ese bien común que es un orden
justo y en consecuencia pacífico, fundado en la naturaleza humana y en sus exigencias a las que se
procura satisfacer con una plenitud ordenada, dinámica, y participada proporcionalmente, de bienes de
distinta naturaleza.

El fin de la sociedad política es el bien común político, y como tal es del todo social y no sólo de
algunos de sus miembros. El bien común es el bien integral de la sociedad como un todo, aumentando y
diversificando lo que los individuos pueden hacer por su bien particular, completando y coordinando sus
fuerzas, por eso dice el doctor Angélico que el hombre es ayudado por la sociedad “para que no
solamente viva, sino que viva bien”. La sociedad fuera de sus miembros no es nada, y éstos además de
sus respectivos bienes individuales tienen otro que les conviene en cuanto integrante del todo social. El
bien común se funda definitivamente en la misma naturaleza social, pues negar la sociedad política y su
fin implica desconocer la naturaleza humana.

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El bien propio y el común implican mutuamente, enseña el Aquinate: “El que busca el bien
común de la sociedad, consiguientemente busca también su propio bien”; y por eso se puede concluir
que no hay bien común sin que los individuos alcancen su bien particular, ni pueden alcanzarlo si no se
busca el bien común. El bien común incluye a los bienes particulares pero no es la mera suma de éstos,
los que por ser agrupados no varían su naturaleza singular. El bien común incluye materialmente los
bienes particulares pero formalmente se diferencia en cuanto supone la ordenación de los mismos. El
bien común político ordena a los distintos bienes comunes. En definitiva son los mismos miembros de la
comunidad, a través de sus diferenciados talentos y funciones los encargados de forjar y usufructuar el
bien común, además de lograr sus respectivos bienes individuales.

Entre dos bienes auténticos no puede haber oposición, la superioridad del bien común reside en
que es un bien que afecta a mayor número de personas, y “siempre el bien de muchos ha de preferirse al
bien de uno sólo”. El bien individual puede existir sin el bien común, pero sin éste no puede lograr su
perfección terrenal, por eso el individuo ama inmediatamente su propio bien pero mediatamente ama el
bien común que es también su bien. La apropiación del bien común es personal en razón de la
comunicabilidad del bien común.

Contenido del bien común político.- Corresponde analizar el contenido del bien común político.
Mencionemos en primer lugar lo que Montejano llama arquía, o sea el orden pacífico que debe imperar
en toda la comunidad para que ella y sus miembros procuren su bien. Se trata del orden dinámico a cuyo
servicio la autoridad de manera permanente y prudentemente ejerce monopólicamente la fuerza justa,
dictando órdenes y disposiciones claras y eficaces a los fines de que la comunidad logre el clima
indispensable para la perfección humana. Conocida es la clásica definición agustiana del orden: “la
disposición que asigna a las cosas diferentes y a las iguales el lugar que les corresponde”, y esa recta
disposición es obra principal de la autoridad, la que se funda en la necesidad misma del fin de la sociedad
política: el bien común. Más allá de la forma de gobierno, la autoridad política es constitutiva de la
sociedad política, ella es una fuerza ordenadora y directiva que dirige, ayuda, promueve y fomenta los
esfuerzos de los individuos y grupos infrapolíticos para alcanzar el bien común. Pero la arquía es a la vez
un postulado previo y además una consecuencia del bien común, éste requiere de cierto orden y de la
autoridad, pero el recto orden es resultado de la suficiencia jerarquizada de bien en la sociedad. “La
multitud de hombres que carece de la unidad de la paz, mientras se pelea consigo mismo, se incapacita
para obrar bien”, aunque ese orden pacífico es también fruto o efecto del “bien vivir” de los miembros
de la comunidad.

En segundo lugar, no hay posibilidad de bien común sin concordia política. En efecto, toda vida
en común requiere un acuerdo básico sobre ciertos intereses y valores comunes. SI la sociedad es unión
para el bien común tiene que darse cierta coincidencia elemental respecto al contenido de aquél y los
medios para procurarlo; cuanto mayor identidad de aspiraciones, mayor será el vínculo unitivo de la
sociedad y las posibilidades de alcanzar la satisfacción de las aspiraciones comunes. Cuando las fuerzas
individuales se enfrentan y no se coordinan, se frustran los intentos de objetivos comunes. Así, por
ejemplo, no hay posibilidad de obtener el bien común familiar si cada miembro vive su vida y el logro
exclusivo de sus intereses personales, sin importarle ni colaborar con los demás integrantes de la
comunidad familiar, en este hipótesis no hay bien común doméstico aunque esos sujetos unidos por

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vínculos de sangre vivan bajo el mismo techo y coman en la misma mesa, y en consecuencia se ven
privados de las riquezas y perfecciones implicadas en dicho bien común. Lo afirmado para la familia vale
analógicamente para la sociedad política pues, el logro del bien común político exige un modo de ser,
querer y sentir en el que mínimamente coinciden los miembros de dicha sociedad y ese ethos
comunitario que da un perfil propio, es también postulado y resultado del bien común. Se necesita un
acuerdo fundamental en los bienes comunitariamente apetecidos, y al alcanzarlos se precisará ese
acuerdo y se enriquecerán los miembros con aquellos.

Un tercer elemento de ese bien común político es el derecho normativo positivo encargado de
asignar prudencialmente lo suyo a cada uno. Es indispensable pues, que las normas jurídicas generales y
particulares determinen la situación que en término de atribuciones y deberes tienen los individuos y
grupos entre sí y en relación a la comunidad. La prudencia jurídica arquitectónica general ordena sus
reglas directivamente hacia el bien común; y la prudencia jurídica individual prescribe ciertas normas
particulares, en el ámbito dejado por las normas generales. Las normas constituyen un ideal, un proyecto
a favor del bien común. El recto ordenamiento jurídico normativo es un bien de la sociedad política y
constituye una causa eficiente en la tarea comunitaria de alcanzar el bien común: el derecho no es para
sí mismo, sino que está ordenado para hacer posible y conveniente la vida en sociedad.

El origen y finalidad de la vida social es la conservación y perfeccionamiento integral de la


persona humana, por eso el bien común se mide por el bien que redunda en el conjunto de individuos. El
bien común es en definitiva, esa plenitud ordenada de los bienes necesarios para la vida humana
perfecta, la satisfacción de las necesidades materiales y espirituales del hombre y de ahí que el bien
común será más perfecto cuanto mayor suficiencia posea los distintos bienes humanos. Conforme a ello
nos proponemos a considerar en cuarto lugar la vida humana perfecta temporal en la que se traduce el
bien común político o sea las partes integrales que comprende el bien humano: bienes externos, bienes
del cuerpo y bienes del alma.

Cierto grado de bienes materiales o exteriores como vivienda, vestido, dinero, etc., es condición
necesaria para que el hombre desarrolle sus actividades superiores por eso la sentencia de Santo Tomás:
“primero vivir, después filosofar”. Estos bienes de orden económico no se constituyen en un fin en sí
mismo para el hombre sino que tienen carácter de bienes útiles o medios para el crecimiento
propiamente humano, o sea de sus potencialidades espirituales “Necesita el hombre en esta vida de lo
necesario para el cuerpo, ya para la vida contemplativa ya para la vida activa…”. No obstante el carácter
instrumental que poseen estos bienes materiales ellos se requieren para el crecimiento personal y para
la paz social, una carencia de ellos y una desproporción irracional aviva resentimientos y es fuente de
frustraciones.

El cuerpo humano también tiene carácter de bien instrumental, pero siendo el hombre unidad
sustancial, el cumplimiento de las funciones del alma dependerá del estado del cuerpo. No hay
posibilidad de desprecio por el valor del cuerpo en la filosofía realista tomista, e incluso son legítimos los
goces corporales, llegando a decir Santo Tomás que sin amenidad no puede ser duradera la vida del
hombre. Un cuerpo sano y fuerte resulta un buen medio para el acrecentamiento personal y por el
contrario, un cuerpo enfermo y débil constituye un obstáculo para el ejercicio de la virtud. El hombre

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necesita que se le brinde oportunidad para satisfacer las exigencias de ese primer y más preciso
instrumento de cuantos posee el hombre: su propio cuerpo. Es en el trabajo donde se manifiesta el
carácter instrumental del cuerpo, con ese esfuerzo el hombre logra lo que necesita y contribuye a la
suficiencia de bienes en la sociedad.

Finalmente si el bien común es un bien humano, el hombre se planifica temporalmente en el


desarrollo de sus posibilidades humanas: las espirituales. De tal modo, que ese bienestar material y ese
cuerpo sano y fuerte, se orienta a que el hombre sea más hombre a través de los bienes del alma como
la ciencia, las virtudes morales y el arte. Es animalizar al hombre negarle el acceso a la verdad, al bien y a
la belleza. El carácter perfectible del bien común alcanza mayor plenitud en la medida que posibilita al
hombre la suficiencia de los bienes espirituales.

Es posible dividir los diferentes bienes integrativos del bien común desde el punto de vista del
modo en que el hombre hace uso y los recibe. Así, Casaubón precisa una triple clasificación: a) bienes
comunes participables, que pueden ser disfrutados por cualquier número de personas sin que los
mismos se dividan o aminoren (la verdad objetiva, la belleza del ambiente); b) bienes colectivos, que por
ser materiales al ser disfrutados por todos sin recibirlo en propiedad puede que el disfrute de algunos
afecte al de otros (paseos públicos, hospitales, teatros públicos); y c) bienes distribuibles, que se dividen
y distribuyen conforme a la justicia distributiva entre los sujetos y los grupos supliendo cierta
insuficiencia de los mismos (subsidios, créditos, alimentos, seguridad social, etc.)

Bien común político y el derecho.- El mundo del derecho se inscribe en ese orden que deriva del
bien común político a cuyo servicio está. Es verdad que la autoridad política no tiene el monopolio de la
creación normativa jurídica, pues la comunidad a través de la costumbre y los particulares a través de los
actos jurídicos crean también normas, pero también es cierto que el derecho normativo constituye un
medio fundamental con el que cuenta la autoridad para generar esa abundancia de bienes materiales,
artísticos, morales e intelectuales en que consiste el bien de la sociedad política. El ordenamiento
normativo jurídico es el medio y un elemento primordial del bien común político.

Toda determinación de lo suyo de cada uno tiene en cuenta el punto de vista del bien de la
comunidad política, aun cuando en la justicia conmutativa esa referencia es mediata y en la justicia
general y en la distributiva es inmediata. La justicia general se encarga de regular las relaciones jurídicas
de los ciudadanos para con el bien común, dando aquellos a la sociedad política todos lo que es debido.
La justicia distributiva es la que asigna proporcionalmente a los miembros de la sociedad los beneficios y
las cargas dimanantes del bien común, es decir, que ella regula la relación totius ad partes y si bien
implica un beneficio directo para los particulares –por eso forma parte de la justicia particular- guarda
estrecha relación con el bien de la sociedad política dado que se trata de distribuir cargas y bienes
comunes.

El derecho auspiciado por el individualismo liberal se preocupa obsesivamente por el ámbito de


las conmutaciones y contratos de cambio, dejando librado a las fuerzas de las partes la medida de lo
dado y lo recibido. En los colectivismos y totalitarismos las normas jurídicas sustancializan el bien del
Estado o de un sector social y procuran coercitivamente su crecimiento a costa de los bienes

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individuales. Frente a esas opciones para el mundo jurídico, se ofrece con urgencia la clásica propuesta
de que las normas impositivas dispongan y respeten el ius suum de la comunidad y de las partes, sin
violentar los suyos naturales, recordando que el bien común político es el bien del todo en cuanto es el
bien de todos, y que la justicia conmutativa “puede funcionar adecuadamente sólo cuando está y actúa
insertada en los encuadramientos establecidos por la distributiva, esto es, por una justa distribución de
bienes y valores en función de méritos, necesidades y dignidades personales”.

La ciencia moderna, centrando su atención en las causas materiales y eficientes, despreció las
causas formales y finales. La ciencia jurídica moderna definió el derecho por su origen: es derecho
aquello que está en las normas hechas por el Estado o los hombres. El orden práctico –al que pertenece
el derecho- es ininteligible y pura forma exterior capaz de recibir cualquier cosa como contenido. No se
puede explicar, ni valorar, ni interpretar lo jurídico si no tenemos en cuanta el fin para el que ha sido
establecido. Recuperar el alcance y contenido del bien común político es la tarea impostergable y
urgente que el mundo moderno requiere de los hacedores del orden social justo.

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