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Actitudes de género sobre las responsabilidades del cuidado de los hijos y

tareas domésticas de hombres y mujeres en parejas de doble ingreso con


hijos menores en Nuevo León
Sara Carolina García Osuna*

Resumen
El presente documento realiza un análisis de las actitudes de género de hombres y mujeres
en parejas de doble ingreso con hijos, en relación con la responsabilidad del cuidado de los
hijos y la responsabilidad de las tareas domésticas mediante información obtenida de la
Encuesta sobre la Dinámica Familiar en Nuevo León, México. Su propósito es identificar
prevalencias o cambios en relación con el modelo de familia tradicional en los hombres y
mujeres en parejas de doble ingreso. Este análisis ubica las actitudes de género sobre dichas
responsabilidades en un proceso de cambio transicional, esto es, un vaivén entre un modelo
tradicional y otro igualitario, caracterizado por ambivalencias y ambigüedades, en el que
persiste el machismo en forma de nuevos machismos —neomachismos—. La discusión se
centra en la marcada división del trabajo, considerando las transformaciones sociales de las
últimas décadas, retomando para ello elementos del análisis sobre la estructura de las
relaciones de género en la práctica social, en el cual se analiza el carácter estructurador y a
la vez cambiante de las relaciones de género, con enfoque en la división sexual del trabajo.
Entre los principales resultados obtenidos se observa una alta proporción de hombres y
mujeres en parejas de doble ingreso que están de acuerdo con la idea de que la mujer está
mejor capacitada que el hombre en cuidar a los niños, así como actitudes de género en
relación con la responsabilidad de las tareas domésticas que son contradictorias, ya que
algunas tienden a ser igualitarias y otras, tradicionales. Se discute por qué prevalece esta
idea de que las mujeres están mejor capacitadas que los hombres para cuidar a los hijos, así
como las prevalencias y cambios presentados simultáneamente en relación con las tareas
domésticas.

*
Estudiante de Doctorado en Filosofía con orientación en Trabajo Social y Políticas Comparadas de Bienestar Social en
la Universidad Autónoma de Nuevo León (UANL). Correo electrónico: saracarolinagarcia@hotmail.com

1
Abstract
This paper make an analysis of the gender attitudes of men and women in double-earner
couples with children in relation to children care responsibilities and domestic work
responsibilities through data obtained from Family Dynamics’s Survery in Nuevo León,
México. It is purpose of this article to identify prevalences or changes in relation to the
traditional family model in men and women in double-earner couples. The gender attitudes
in relation to these responsabilities are in a transitional change process, that is in a go and
come process between traditional model and egalitarian model, characterized by
ambivalences and ambiguity where persist the new “machismo” or the traditional model in
a new form: post-traditional (“neomachismos”). The discussion points in the strong
division of work, considering the social transformations in the last decades, taking analysis
about the structure of gender relations in the social practice, with focus in the social
division of labor concept. The main results are that there are a high proportion of men and
women in double-earner couples that are agree with the idea that woman is better able than
men in take care of children, also there are gender attitudes regarding domestic work that
are contradictory; some tend to be egalitarian and another ones are traditionals. It is
discussed why still prevalent this idea that women are better able than men for take care of
children and also the simultaneous prevalence and changes regarding domestic work.

Palabras clave/Keywords: actitudes de género, cuidado de los hijos, tareas domésticas,


parejas de doble ingreso/ Gender role attitudes, children care, domestic work, double-earner
couples.

Antecedentes

Procesos de cambio y prevalencia de las responsabilidades familiares

A lo largo de los últimos 40 años, la familia1 con un único proveedor ha estado implicada
en una serie de procesos sociales que integran cambios en los ámbitos político, económico,

1
En términos metodológicos, se entiende a la familia como aquella conformada por la tríada madre-padre-
hijo(s) (Ribeiro, M., 1991) que vive en la misma vivienda, dado que el interés es sobre este específico tipo de

2
demográfico y cultural, siendo el más evidente la creciente participación femenina en el
mercado laboral, en especial de las mujeres unidas y con hijos en el ámbito urbano
(Rendón, T., 2010). Es a partir de 1970, de acuerdo con Brígida García y Orlandina de
Oliveira (1994), que se enfatizan estos procesos sociales, trastocando las relaciones de
género en la pareja2, particularmente las responsabilidades que comparte la pareja para
constituir la familia, reconocidas aquí en tres responsabilidades familiares: del sostén
económico; del cuidado de los hijos; y de tareas domésticas del hogar donde habitan la
pareja y sus hijos. En esta investigación se ahonda sobre las últimas dos responsabilidades,
pero se distingue el sostén económico también como una responsabilidad familiar.

La responsabilidad del sostén económico de una familia, desde una perspectiva histórico-
crítica —en la cual se posiciona el presente trabajo—, aun cuando se reconoce que ha sido
atribuida históricamente al hombre en su rol tradicional de proveedor, es asumida también
por las mujeres. Los estudios empíricos sobre el surgimiento de jefatura femenina, mujeres
trabajadoras y parejas de doble ingreso (Acosta, F. y M. Solís, 1998; Brandth, B. y E.
Kvande, 2016; Buvinic, M., 1991; Casique, I., 2004; Cerros, E., 2011; Dema, S., 2003;
Herández-Albujar, 2012; Laney, E. et al., 2013; Quek, K. et al., 2011; Pagnan, C., D. Lero
y S. MacDermid, 2011; Pixley, J., 2008; Wainerman, C., 2009; Wierda-Boer, H. et al.,
2009), así como las estadísticas a nivel nacional y en Nuevo León de censos generales de
población y encuestas de ocupación y empleo (Instituto Nacional de Geografía y Estadística
[INEGI], 1900-1990, 1998-2005, 2005-2015) que se presentan enseguida, evidencian esta
tendencia a través de identificar el incremento en su tasa de participación económica.

Los datos de la participación económica femenina y masculina en el Censo General de


Población de 1970 y datos de la Encuesta Nacional de Empleo 2015 (véanse gráficas 1 y 2)
indican que la importancia familiar de un generador único de ingresos —el varón— tuvo un
cambio de manera indirecta (INEGI, 1970, 2015). Este cambio se refiere a que en 2015, en
promedio, 24 por ciento de los hombres económicamente activos de tres grupos de edad

familia, llamado nuclear (Ribeiro, M., 2010b). No obstante, se reconoce la diversidad de familias que existen
en México (véase Echarri, C., 2010) y en Nuevo León (véase Ribeiro, M., 2010b).
2
El interés aquí se suscribe a la pareja heterosexual, dado que está inserta en el modelo de familia tradicional
—padre proveedor y mujer ama de casa— y es el modelo que ha sufrido de transformaciones sociales en las
últimas décadas (Alba, F., S. Giorguli y M. Pascua, 2014; Rendón, T., 2010; Ribeiro, M., 2010a; Solís, P. y S.
Ferraris, 2014).

3
que abarcan desde los 30 a los 59 años, fue remplazado por 31 por ciento de mujeres
económicamente activas de los mismos grupos de edad, quienes tenían una participación
casi nula —de seis a ocho por ciento— en 1970.
Gráfica 1. Porcentaje de población económicamente activa
masculina por grupos de edad, entre 1970 y 2015

90
80
70
60
50
40 1970
30 2015
20
10
0
14 a 19 20 a 29 30 a 39 40 a 49 50 a 59 60 años
años años años años años y más

Fuente: elaboración propia con datos del Censo General de Población de


1970 y de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo 2015 (Instituto
Nacional de Estadística y Geografía [INEGI]).

Gráfica 2. Porcentaje de población económicamente activa


femenina por grupos de edad, entre 1970 y 2015

45
40
35
30
25
20 1970
15 2015
10
5
0
14 a 19 20 a 29 30 a 39 40 a 49 50 a 59 60 años
años años años años años y más

Fuente: elaboración propia con datos del Censo General de Población de


1970 y de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo 2015 (INEGI).

Sin embargo, las gráficas 1 y 2 muestran que existe una brecha, de 28 por ciento en
promedio, entre los grupos de edad de hombres y mujeres en 2015, correspondiente a una
población económicamente activa de mujeres de 35 por ciento y de hombres de 64 por

4
ciento. De allí que no se pueda afirmar aún que la importancia familiar de un generador
único de ingresos —el varón— esté superada del todo.

De este modo, aun cuando la que mujer está a cargo de la responsabilidad del sostén
económico, los otros dos ejes de análisis, es decir, las responsabilidades del cuidado de los
hijos y de las tareas domésticas, son cuestiones que siguen atribuyéndosele, por la cultura
de género hegemónica3, a las mujeres (Muñiz, E., 2004). Los estudios empíricos citados, al
mismo tiempo que muestran que la mujer contribuye con su responsabilidad económica
familiar, también dejan ver que estas otras dos responsabilidades siguen siendo un asunto
de las mujeres, es decir, ellas son quienes continúan realizando ambas labores pese a
también trabajar (Acosta, F. y M. Solís, 1998; Brandth, B. y E. Kvande, 2016; Buvinic, M.,
1991; Casique, I., 2004; Cerros, E., 2011; Dema, S., 2003; Hernández-Albujar, Y., 2012;
Laney, E. et al., 2013; Quek, K. et al., 2011; Pagnan, C., D. Lero y S. MacDermid, 2011;
Pixley, J., 2008; Wainerman, C., 2009; Wierda-Boer, H. et al., 2009).

Asimismo, las estadísticas a nivel internacional, nacional y en Nuevo León sobre el uso del
tiempo en el cuidado de los hijos y el trabajo no remunerado para el propio hogar
corroboran esta situación. A nivel internacional, se señala que, en promedio, los hombres
invierten solo dos horas al día de trabajo doméstico y de cuidado no remunerado; mientras
que las mujeres invierten cinco horas (Organización de las Naciones Unidad [ONU], 2015).
Por su parte, las estadísticas de la Encuesta Nacional sobre Uso del Tiempo (ENUT)
indican que el promedio de horas a la semana que las mujeres dedican al cuidado a
integrantes del hogar de cero a cinco años es de 13 horas, comparado con 5.2 horas por
parte de los hombres (INEGI, 2014).

En relación con la responsabilidad de las tareas domésticas, la misma encuesta señala que
el promedio de horas a la semana que las mujeres le dedican al trabajo doméstico no

3
Se entiende la cultura de género hegemónica como un proceso de larga duración —histórico— que en el
contexto mexicano se refiere a una cultura que trasciende generaciones en donde se parte de una división
sexual del trabajo originada en diferencias biológicas que suponen relaciones asimétricas, jerárquicas y
dominantes en todos los ámbitos de la vida cotidiana, que comparten una lógica del poder con supremacía
masculina y que advierte los mecanismos en los cuales se codifica la representación del mundo y en ella la
construcción de lo femenino y masculino desde diversos ámbitos (Muñiz, E., 2004).

5
remunerado para el propio hogar es de 42 horas, comparado con 15 horas por parte de los
hombres, indicando que la brecha entre las horas semanales que dedican los hombres y
mujeres dentro de sus hogares a la responsabilidad de tareas domésticas es aún mayor que
la responsabilidad del cuidado de los hijos (INEGI, 2014). De este modo, ambas
responsabilidades, cuidado de los hijos y tareas domésticas, sobre todo la segunda,
continúan siendo responsabilidades que principalmente ejercen las mujeres, evidenciando la
persistente división del trabajo según el sexo a nivel nacional.

En el caso de Nuevo León, de acuerdo con la Encuesta Laboral y de Corresponsabilidad


Social (ELCOS), de las principales áreas metropolitanas del país, el Área Metropolitana de
Monterrey (ÁMM) presenta una mayor participación —casi 80 por ciento— de las mujeres
en el cuidado de niños y niñas menores de 15 años, en comparación con las otras dos áreas
metropolitanas que analiza —Guadalajara y Distrito Federal—, lo cual puede explicarse por
tratarse de una sociedad conservadora con rasgos cimentados en el modelo de familia
tradicional (Estrada, O., 2012).

Por otro lado, Manuel Ribeiro (2010b), en el análisis que realiza sobre la ideología de
género en Nuevo León, identifica actitudes de género en relación con el cuidado de los
hijos y tareas domésticas que han cambiado y tienden ser más igualitarias. Además,
proporciona datos sobre la participación en las tareas domésticas entre hombres y mujeres,
la cual ha aumentado en relación con el estudio que Ribeiro (2010b) realizó en 2002,
también en Nuevo León. Al mismo tiempo, este autor señala que en general las opiniones
sobre las actitudes de género de los entrevistados reflejan un cierto nivel de ambigüedad y
ambivalencia, rasgo característico de una cultura que está en transición.

Lo anterior, señalado tanto en estudios empíricos como en estadísticas de encuestas a nivel


Nacional y en Nuevo León, muestra que la mujer está asumiendo tres responsabilidades
simultáneas tanto a nivel nacional como en Nuevo León: sostén económico, cuidado de los
hijos y tareas domésticas. Y son las últimas dos responsabilidades a las cuales las mujeres
le dedican mayor tiempo en comparación con los hombres aunado con la jornada de trabajo
fuera de casa. Los efectos de esta tendencia, de acuerdo con Hochschild (1989, citado por

6
Wainerman, C., 2007: 183), ha sido una ‘revolución estancada’, definida como “este
aumento de mujeres con doble jornada (laboral y doméstica) no acompañada por un
aumento equivalente de la participación de los varones en la esfera doméstica”.

En ese sentido, María Ángeles Durán (1986) citada por Sandra Dema (2003: 25) denomina
esta situación de sobrecarga de las mujeres como la “jornada interminable”. Asimismo, en
la literatura en cuestión se ha señalado el concepto de “triple jornada”, que implica que la
mujer cubra simultáneamente necesidades económicas, de cuidado —hijos y otros
miembros del hogar—, y de tareas domésticas (Ordaz, G., 2010), tales como las que aquí se
distinguen y reconocen: sostén económico, cuidado de los hijos y tareas domésticas.

En cuanto a los hombres, si bien están participando en mayor medida en el cuidado y


recreación de los hijos, esta responsabilidad la asumen bajo ciertas condiciones y contextos
y no de manera generalizada (Brandth, B. y E. Kvande, 2016; Cruz, S., 2007; Quek, K. et
al., 2011; Wainerman, C., 2009), asimismo participan menos que las mujeres en tareas
domésticas del hogar (Munn, S. y S. Chaudhuri, 2016; Ribeiro, M., 2010b; Pagnan, C., D.
Lero y S. MacDermid, 2011; Wierda-Boer, H. et al., 2009), al igual que lo presentan las
estadísticas a nivel nacional señaladas líneas arriba en este sentido.

Ante este panorama, y la mayor participación del varón en las responsabilidades del
cuidado de los hijos y de las tareas domésticas —aunque incipiente de acuerdo con los
estudios y en las estadísticas a nivel nacional y en Nuevo León—, es necesario conocer la
configuración que está adquiriendo en la práctica social la corresponsabilidad familiar en
los hombres y hombres en parejas de doble ingreso con hijos, partiendo de que, desde una
perspectiva histórico-crítica, las relaciones de género, al estar circunscritas en la práctica
social, son cambiantes y tienen capacidad de agencia social4 (Connell, R., 1997). Por lo
que, considerando las transformaciones sociales de las últimas décadas (Alba, F. Giorguli y

4
Es decir, que las estructuras de las relaciones de género son formadas y transformadas en el tiempo, tienen
iniciativa y voluntad propia; el cambio no solo viene de afuera del género, el cambio también es generado
dentro de las relaciones de género y no está determinado totalmente por la cultura o el contexto (Connell, R.,
1997).

7
M., Pascua, 2014; Rendón, T., 2010; Ribeiro, M., 2010a; Solís, P. y S. Ferraris, 2014) y la
teoría de Raewyn Connell (1997) del carácter estructurador y a la vez cambiante de las
relaciones de género en la práctica social, las responsabilidades familiares subscritas a la
cultura de género hegemónica pueden estar en un proceso de cambio.

De hecho, Blanca Tamez y Manuel Ribeiro (2011: 22) señalan que las parejas se
encuentran en un proceso transicional, es decir, “entre un modelo tradicional —padre
proveedor, madre ama de casa— con el que fueron educados …] y un modelo más
innovador y en cierta forma equitativo —la madre trabaja y el padre incrementa su
participación en la crianza de los hijos—”. Los autores señalan que este proceso puede
manifestarse de formas distintas: “voluntario o impuesto por la presión del contexto …]
acordado o vivido de manera espontánea …], planeado o improvisado para responder a las
circunstancias”.

Aunque muchas veces este proceso pudiera no lograrse debido a que en la mayoría de la
veces, como señalan Blanca Tamez y Manuel Ribeiro (2011), tanto el imaginario social que
existe en torno a los géneros y a su rol en el hogar, como en el eje estructural que subyace a
las relaciones entre los géneros —esto es, la división sexual del trabajo— prevalece la
norma de la asimetría en la relación entre hombres y mujeres y una diferenciada división de
tareas y recursos que trae consigo una distribución de poderes específica.

Perspectiva de análisis

Se parte de un análisis que considera el enfoque de la división del trabajo y relaciones de


producción como el eje transversal que cruza las estructuras y relaciones de género,
tomando en cuenta que si bien tiene un peso relevante en las estructuras de género, no es la
única estructura, sino que coexiste con otras dos estructuras señaladas por Raewyn Connell
(1997).

En particular, se retoma un modelo teórico basado en un análisis contemporáneo de las


relaciones de género de Raewyn Connell (1997), que permite entender al género y sus

8
estructuras como un proceso histórico profundo y complejo, enfocado en los procesos y las
relaciones a través de las cuales hombres y mujeres conducen su vida de manera
generizada, considerando estas relaciones no solo como un producto de la historia, sino
también como productoras de historia.

Así, el presente trabajo se analiza desde una perspectiva histórico-crítica, considerando el


modelo de Raewyn Connell (1997) que distingue tres elementos de la estructura de género:
relaciones de poder, de producción y de catexis. A continuación se describen las primeras
dos, según las define Connell, y asimismo cómo vincula los cambios de estas relaciones
derivado de las transformaciones sociales de las últimas décadas que están produciendo
configuraciones distintas de masculinidades y feminidades. En relación con la tercera
estructura —relaciones de catexis—, es importante señalar que no se describe y profundiza,
ya que la encuesta que se analiza no cuenta con elementos para examinar este aspecto
relacionado con las emociones y el deseo hacia otra persona por su sexo.

1. Relaciones de poder. Connell señala que la estructura general que existe y persiste a
pesar de muchos cambios es el patriarcado, el eje principal del poder en el orden de género
europeo y americano que refiere a la subordinación de las mujeres y el dominio de los
hombres. Las resistencias a este poder patriarcal, así como los cambios, legitiman este
problema.

Así también, estas relaciones muestran la más visible evidencia de la transformación de


tendencias; un colapso histórico de la legitimidad del poder del patriarcado y un
movimiento global de la emancipación de la mujer, lo cual es avivado, por una parte, por
una contradicción entre la desigualdad de hombres y mujeres, y por otra parte, por una
lógica universalizadora de las estructuras del Estado moderno y las relaciones de mercado,
pues mientras la tensión lleva a algunos hombres al culto de la masculinidad, esta misma
tensión lleva a otros a apoyar reformas feministas.

2. Relaciones de producción. Este tipo de relaciones hace referencia a que la división del
trabajo por géneros es “familiar”, es decir, conocida, en la forma en que se asignan las
tareas —ejemplo: en aldeas inglesas se acostumbraba que la mujer lavaba las ventanas de

9
adentro y los hombres, las de afuera—. Esta misma división “familiar” se debería poner en
las consecuencias económicas de la división del trabajo por géneros, como es el caso de los
salarios desiguales. Una economía capitalista que trabaja a través de la división del trabajo
por género es, necesariamente, un proceso de acumulación generizado —se generizan todos
los procesos—; de ahí que no sea un accidente que sean los hombres y no las mujeres las
que controlen la mayoría de las empresas y la grandeza de las fortunas privadas. La
acumulación de la riqueza está ligada estrechamente con la arena reproductiva —proceso
histórico que involucra el cuerpo—, a través de las relaciones sociales de género.

Con las transformaciones de los últimos años, Raewyn Connell (1997) indica que las
relaciones de producción, al igual que las relaciones de poder, también han sido el sitio de
cambios institucionales masivos. El más notable es el crecimiento del empleo de las
mujeres después de la posguerra, en donde señala que hay una básica contradicción en
relación con la igual contribución a la producción entre hombres y mujeres y la apropiación
de los productos de trabajo social que genera una acumulación de procesos generizados, la
cual ahora está en turbulencia y crea una serie de tensiones y desigualdades en las
oportunidades de los hombres: algunos son excluidos de los beneficios del desempleo y
otros tienen ventaja.

Por medio de este modelo, Connell reconoce también que la realidad social es dinámica en
el tiempo y, en ese sentido, dado que las relaciones de género se estructuran en la práctica
social, también cambian en el tiempo, reconociendo así que la feminidad y masculinidad, al
ser históricos, deben colocarse en el mundo de la agencia social con posibilidades de que
las estructuras de las relaciones de género sean formadas y transformadas en el tiempo,
tanto por cambios externos como dentro de las relaciones de género que no se representan
propiamente como crisis, sino como disrupciones o transformaciones.

Este modelo de análisis se torna ideal en esta investigación, ya que aquí se parte de
reconocer transformaciones sociales externas que han cambiado las relaciones de género,
entre estas la más relevante: la incorporación de las mujeres al mercado de trabajo. De
acuerdo a Raewyn Connell (1997), esta tendencia ha conducido a configuraciones de
masculinidad distintas que no necesariamente ostentan superioridad, sino que apoyan las
reformas feministas.

10
Características teóricas de los ejes de análisis

Ahora bien, desde la perspectiva de análisis señalada, las responsabilidades del sostén
económico, cuidado de los hijos y las tareas domésticas, son cuestiones que pueden ser
entendidas desde diferentes perspectivas teóricas y conceptos teóricos. La responsabilidad
del sostén económico desde la postura funcionalista es vista bajo el concepto del “rol” en
vez de responsabilidad, particularmente el “rol de proveedor” que ejerce el hombre;
mientras que la responsabilidad del cuidado de los hijos y tareas domésticas son vistas
como funciones o roles ejercidos por la mujer (Parsons, 1964, citado por García, B. y O.
Oliveira, 2006).

Por su parte, la postura constructivista entiende estas responsabilidades como normas


asignadas según el género, las cuales si bien reconoce que pueden recrearse, finalmente
defiende que existe un medio poderoso que mantiene las normas como guion o script
social, de índole invisible y, por tanto, no identificado fácilmente por los individuos, que
permite que se sigan reproduciendo las normas de género (Lorber, J., 1994).

La perspectiva histórico-crítica en la que se posiciona el presente trabajo, permite entender


los ejes de análisis en el concepto que han sido planteados desde un inicio como
responsabilidades compartidas, ello bajo el entendido que solo vistas de esta manera es
como será posible avanzar hacia relaciones de género más igualitarias, en donde las
responsabilidades que le corresponden a la pareja en la familia no sean fijas y asignadas
según la cultura de genero hegemónica, sino más bien que esta cultura se pueda mover
según las diferencias de grupos de parejas —clase, etnia, escolaridad, entre otros—;
cambios producidos por el entorno, como procesos de cambio cultural y económico, y por
la propia agencia social que los individuos tomen frente a estos cambios (Connell, R.,
1997).

Así, se entiende cada responsabilidad como un tanto distinta al “deber” suscrito a las
normas de género. Si bien la responsabilidad se entiende aquí como un deber, no se trata de

11
uno determinado en su totalidad por una cultura de género hegemónica, sino como una
‘responsabilidad compartida’ con la pareja, es decir, una corresponsabilidad que le
concierne a ambos de la misma manera.

Enseguida, se revisan brevemente resultados de estudios de masculinidad que observan en


la práctica procesos de cambio que señalan concretamente que las responsabilidades
familiares no son fijas a través de presenciar distintas configuraciones de masculinidad que
las evidencian, mostrando responsabilidades compartidas con la pareja a la vez de sustentar
el concepto de ‘responsabilidad compartida’ que aquí se construye a partir tanto del modelo
teórico de Raewyn Connell (1997), como a partir de estos estudios de masculinidad.

También, por otro lado, se presentan otros estudios que señalan persistencias con algunos
cambios en las parejas, que apuntalan la premisa de que las responsabilidades familiares
están en un proceso de cambio transicional caracterizado por ambivalencias y
ambigüedades, en el que persiste el machismo en forma de nuevos machismos
—neomachismos—.

Estudios sobre masculinidad

A través de grupos focales, Rafael Montesinos (2007: 201) observa tipologías modernas de
masculinidad que emergen “en el proceso de cambio cultural”. Una de estas tipologías es el
caso del ‘varón domesticado’ (Montesinos, R., 2007: 195-196), que se caracteriza por
aceptar una relación de igualdad, ya que ha formado relación con una mujer que gana más
dinero que él; es un tipo de “sometimiento consciente” debido a que “el varón reconoce los
méritos de su pareja” y participa “en la reproducción del espacio privado”.

También, Rafael Montesinos (2007: 197-198) observa el ‘varón moderno’ que “contempla
a hombres muy representativos de la modernidad”, es decir, aquellos que “tienen la idea de
la igualdad entre los géneros. Valoran a su pareja por el solo hecho de serlo, y están
felizmente dispuestos a participar en todas las actividades que una familia requiere para su
reproducción social”. Según este autor (2007: 198), se asemeja considerablemente “a la

12
idea de la masculinidad madura” que trae consigo “relaciones más libres de los prejuicios
sociales, y se expresan libremente los sentimientos”.

Por otro lado, el ‘varón campante’ hace referencia a una “cómoda posición que tienen los
varones por el avance de la modernidad, se ven beneficiados por la presencia de mujeres
con poder, quedando en una situación de despreocupación respecto del papel económico”,
así como de despreocupación en “mantener un trabajo, ni hacer los méritos requeridos para
mejorar sus condiciones laborales y están dispuestos a colaborar en las tareas domésticas”,
en caso de que estén desempleados (Montesinos, R., 2007: 198).

El ‘varón post-antiguo’ es el “hombre que tiene todas las condiciones para desempeñar el
papel de proveedor” y la expectativa de que su relación se base en las diferencias entre
hombres y mujeres, “sin la actitud de incidir en conductas de machismo”; es dependiente
del papel de la mujer tradicional en el hogar y “buscan la comodidad y la certidumbre que
les ofrece las mujeres”, así como “la protección (afectiva)” y muestra “un discurso muy
consciente de la igualdad entre los géneros” (Montesinos, R., 2007: 193).

Por su parte, otro estudio sobre masculinidades (Collin, L., 2007: 226-227), a partir de
retomar “los rasgos más señalados en la literatura sobre el tema y algunos aspectos
observados en el proceso de investigación”, clasifica en tres categorías la masculinidad con
base en el rasgo del rol de proveedor: la hegemónica, la suave y la transicional. En la
clasificación de la ‘masculinidad transicional’ observa que se comparte la responsabilidad
del sostén económico así como la autoridad. En relación con la responsabilidad de las
tareas domésticas, Collin (2007: 225) señala que las realizan únicamente en aquellas tareas
que “le son placenteras, o solo en forma ocasional”. Mientras que en relación con la
‘masculinidad suave’ observa que en el trabajo doméstico se da con la pareja “la repartición
equitativa de las tareas domésticas como parte de la relación”.

En varios estudios se ha señalado la subsistencia de valores machistas relativamente


mitigados donde se acepta aparentemente la equidad de género, pero persiste el rol de la
mujer dedicada al hogar y al cuidado de los hijos, concepto que Luis Leñero Otero (1994)

13
llama ‘neomachismos’. Tal es el caso del estudio de las parejas de doble ingreso que
estudian tanto Sandra Dema (2003) como Catalina Wainerman (2007) en el que aun en
parejas donde la función de proveedor la asumen ambos, la mujer continúa siendo la
responsable del cuidado de los hijos y de actividades domésticas, sumándosele a las tareas
domésticas, las extradomésticas, obligándolas con ello a vivir la doble jornada.

Así también, Brígida García y Orlandina de Oliveira (2007) identifican en México y


Monterrey que aun cuando existen relaciones más igualitarias entre los géneros, siguen
siendo las mujeres las principales responsables del cuidado de los hijos y del hogar. Manuel
Ribeiro (2010b) constata la permanencia de valores machistas cada vez más atemperados,
destacando en el Diagnóstico de la Familia en Nuevo León que pocos hombres responden
afirmativamente a preguntas que aluden a estereotipos masculinos y femeninos, y a su vez
aparece un cambio de actitudes que manifiestan cierta tendencia hacia la equidad, aunque
todavía predominan actitudes conservadoras que mantienen una imagen estereotipada de
los sexos.

María Lucero Jiménez y Olivia Tena (2007) señalan que si bien en el discurso a algunos
hombres entrevistados en su estudio les parece injusto e hipotéticamente dicen que
aceptarían cambiar de papeles si las mujeres así lo desean, la realidad es que la mayoría
delega en ellas la mayor carga por razones de género. Por su parte, Bonino (2002, citado
por Collin, L., 2007) identifica “nuevos varones” —varón sensible, nuevo padre, varón
familiar— que conservan sus prerrogativas, las cuales quedan encubiertas por sus cambios
bajo barnices de igualdad. María de los Ángeles Haces (2006) en su estudio en el Valle de
Chalco, Estado de México, observa que no obstante la generación de jóvenes presenta
discursos y argumentaciones menos tradicionales5, se delega el cuidado de los hijos casi
exclusivamente a la madre.

5
Este estudio entiende por tradicional la connotación de Rosario Esteinou (1996) citada por Haces (2006:131-
132): “una división rígida de derechos y deberes, de espacio y de ámbitos de acción de acuerdo al género. De
tal manera que la mujer se ocuparía de las actividades relativas al ámbito doméstico (….) El hombre por su
parte, desarrollaría aquellas tipificadas como competencia ‘masculina’, sería el proveedor de recursos
monetarios y en él recaería la responsabilidad sobre la posición social del grupo familiar”.

14
Descripción de la fuente de datos y población de estudio

Fuente de datos

El presente estudio utiliza datos de la Encuesta sobre la Dinámica de las Familias en


Nuevo León (ENDIFAM NL), coordinada por el doctor Manuel Ribeiro Ferreira con apoyo
de la Facultad de Trabajo Social y Desarrollo Humano (FTSyDH) de la Universidad
Autónoma de Nuevo León (UANL) y el Sistema para el Desarrollo Integral de la Familia
de Nuevo León (DIF-NL), con el propósito de contar con un diagnóstico de la familia en el
estado. Su objetivo general es “promover, reorientar e impulsar políticas públicas en la
materia”, y en particular busca obtener una descripción de la familia en Nuevo León con el
fin de comprender la dinámica en su interior y en sus relaciones sociales, así como servir de
insumo para otras investigaciones particulares en el tema (Ribeiro, M., 2010b: 8).

En esta investigación dicha encuesta es de especial interés debido a que, entre otras
encuestas revisadas (véase tabla 1) a nivel nacional, es la que más elementos aporta a cada
una de los dos ejes de análisis que aquí nos ocupan, así como para la unidad de análisis: los
hombres y mujeres en parejas de doble ingreso con hijos menores. A nivel local no existe
una encuesta que integre información sobre los dos ejes de análisis y la unidad de análisis
en su conjunto; después de la ENDIFAM NL solamente la Encuesta Nacional del Uso del
Tiempo (ENUT) permite obtener mayor información sobre los dos ejes de análisis, pero no
aborda a las parejas de doble ingreso. Las encuestas de ocupación y/o empleo son
relevantes para obtener información de la actividad económica de hombres y mujeres a
nivel nacional y en Nuevo León; sin embargo, no distingue a parejas o entidades familiares
donde ambos trabajen.

15
Tabla 1. Fuentes de datos revisadas
Encuestas6 ENOE ENE ELCOS ENUT ENADID ENDIREH ENDIFAM
NL
Cuidado de los + * * +
hijos
Tareas * +
domésticas
Unidad de * +
análisis
* Consulta Nacional; + Consulta Nuevo León. Fuente: elaboración propia

En relación con el procedimiento de muestreo de la ENDIFAM NL, esta elaboró su diseño


de muestreo con base en el II Conteo de Población y Vivienda 2005 (INEGI, 2006, citada
por Ribeiro, M., 2010b), tomando en cuenta, para una etapa inicial, la agrupación de las
viviendas en dos estratos: Área Metropolitana de Monterrey (ÁMM) y Fuera del Área
Metropolitana de Monterrey (NOÁMM). Para dicha etapa, la muestra consideró el tamaño
del estrato, siendo proporcional a este. Así, 84.35 por ciento de la muestra fue asignado al
ÁMM y el remanente a los demás municipios del estado. Para el caso del ÁMM se eligió
una muestra irrestricta aleatoria de viviendas particulares habitadas y para los municipios
NOÁMM se eligieron muestras simples aleatorias de viviendas particulares. En cada una de
las dos etapas el diseño de muestreo empleado fue estratificado, ya que las muestras fueron
independientes (Ribeiro, M., 2010b).

En relación con el tamaño de la muestra (n), se calculó de 2 mil 774; pero finalmente se
aplicaron 2 mil 681 cédulas de entrevistas, lo cual fue consistente con el margen calculado
de no respuesta, del orden de 3.5 por ciento. Las cédulas se aplicaron entre noviembre de
2009 y junio de 2010. Los entrevistados fueron hombres y mujeres jefes(as) de hogar,
considerados con esta distinción a aquellos habitantes del hogar que se autodefinieran así,
correspondiente con el criterio empleado por el INEGI (2001a, citado por Ribeiro, M.,

6
El nombre completo y el año consultado de las encuestas son: Encuesta Nacional del Uso del Tiempo
(ENUT) (Instituto Nacional de Estadística Geografía e Informática [INEGI], 2014); Encuesta Nacional sobre
la Dinámica de la Relaciones en los Hogares (ENDIREH) (INEGI, 2011); Encuesta Laboral y de
Corresponsabilidad Social (ELCOS) (INEGI, 2012); Encuesta de la Dinámica de la Familia en Nuevo León
(ENDIFAM NL) (Ribeiro, M., 2010b); Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo (ENOE) (INEGI, 2005-
2015); Encuesta Nacional de Empleo (ENE) (INEGI, 1998-2004); Encuesta Nacional de la Dinámica
Demográfica (ENADID) (INEGI, 2014).

16
2010b). Se eligió de esta manera porque se consideran como informantes calificados del
hogar. Este criterio difiere del empleado en la Encuesta Nacional de la Dinámica Familiar
de 2005 (2005, citado por Ribeiro, M., 2010b), ya que en esta se considera que los
entrevistados puede ser cualquier persona mayor de 18 años; sin embargo, la ENDIFAM
NL señala que no cualquier adulto del hogar puede ser un informante calificado por el tipo
de preguntas que se realizan.

El instrumento constó de una cédula de entrevista estructurada, conformada por 240


preguntas sobre diferentes temas relacionados con la dinámica de la familia. Los
principales aspectos que abordó la entrevista son: datos de identificación; datos
sociodemográficos de las personas que viven en el hogar; datos sociodemográficos de los
padres de los entrevistados; datos sociodemográficos de los hijos(as) que no viven en el
hogar; nupcialidad y número de hijos; trabajo; realización de tareas domésticas; relaciones
intrafamiliares; ideología de género —opiniones sobre roles y capacidades de hombres y
mujeres—, vivienda; participación de los hijos(as) en el hogar; autoridad y toma de
decisiones; interacción entre la pareja y conflicto y violencia (Ribeiro, M., 2010b).

En este estudio, de acuerdo con el interés de investigación, se retoman de la cédula de


entrevista las siguientes dimensiones y variables:

—Actitudes de género con respecto a la responsabilidad del cuidado de los hijos:


actitudes de género frente a la capacidad de hombres y mujeres para el cuidado de
los hijos; frente al miembro de la pareja al que le corresponde la responsabilidad de
la educación y el cuidado de los hijos y frente a los hijos(as) pequeños y el trabajo
de la mujer
—Actitudes de género con respecto a la responsabilidad de las tareas domésticas:
actitudes de género frente a la responsabilidad de las labores del hogar; frente a la
injusticia de que sean las mujeres las encargadas del hogar; frente a la capacidad de
hombres y mujeres de realizar quehaceres del hogar; frente a los hombres que
realizan quehaceres domésticos y frente a aceptar a los hombres que realizan
quehaceres domésticos.

17
Población de estudio

Particularmente se busca analizar a los hombres y mujeres de parejas donde ambos


trabajan, es decir, a las parejas de doble ingreso debido a que es donde se podrían esperar,
en mayor medida, modificaciones en cada una de las dos responsabilidades derivado de que
tanto el hombre como la mujer experimentan el cambio de ser proveedoras —en el caso de
las mujeres— y de presenciar otro proveedor en la familia —en el caso de los hombres—;
así, la pareja puede entrar en un proceso de transformación y ruptura del imaginario del
único proveedor —el hombre—, habiendo reacomodos derivado de la posición de dos
proveedores, los cuales pueden también entrar en conflicto con las condiciones arraigadas
en el imaginario social de un único proveedor (Dema, S., 2003).

Es importante señalar que no se puede considerar que la situación de las parejas de doble
ingreso sea la misma. Existen diversos factores como el estrato socioeconómico, la
educación, la edad y la escolaridad de los miembros de la pareja que pueden hacer que
mujeres y hombres experimenten estos procesos de distinta manera; se puede continuar con
modelos tradicionales aun en parejas de doble ingreso (Dema, S., 2003). En ese sentido, el
modelo de familia tradicional puede darse en función del estrato socioeconómico y los
factores mencionados.

Además, es relevante el estudio de las parejas de doble ingreso ya que, como señala
Rosario Esteinou (2004), es probable que se incrementen, con consecuencias importantes
en la formación de nuevas configuraciones de pareja. De ahí que se enfoque el interés sobre
esta población, pues como afirman Marina Ariza y Orlandina de Oliveira (2002), en sí
mismas son un elemento de cambio que demandan, aunque no necesariamente se dé, un
reacomodo entre las facetas doméstica y extradoméstica, una redistribución de
responsabilidades internas suscrita por la negociación y el conflicto.

Asimismo, interesa para efectos del estudio que los hombres y las mujeres en pareja tengan
hijos. Se considera pertinente analizar a los hombres y mujeres en parejas cuya familia se
encuentra en el ciclo vital familiar de procreación, esto es, hijos de cero a seis años, ya que
es la fase donde se concentra la mayor parte de atención y cuidados de los hijos (García, M.

18
y O. Oliveira, 2007; Quek, K. et al., 2011). Puesto que los datos disponibles en la
ENDIFAM NL consideran que los hombres y mujeres de parejas tengan hijos menores de
12 años, se abordan aquí hombres y mujeres en parejas de doble ingreso con hijos menores
de 12 años.

Los casos de hombres y mujeres en parejas de doble ingreso con hijos menores de 12 años
son 803, lo cual representa 30 por ciento del total de la muestra de entrevistados en la
encuesta. Para llegar a conocer la unidad de análisis en específico, fue preciso construir la
variable “hombres y mujeres en parejas de doble ingreso con hijos” a partir de otras
variables dentro de la base de datos la ENDIFAM NL. Estas son: la variable 84: “¿trabaja
su pareja o realiza alguna actividad que le propone ingresos?”, aproximando a los hombres
y las mujeres en parejas de doble ingreso que corresponde a 2 mil 39 casos que
respondieron afirmativamente a la pregunta; y la variable 27: número de hijos menores de
12 años, las cuales en conjunto indican los casos de los hombres y las mujeres en parejas de
doble ingreso con hijos menores de 12 años, esto es, 803 casos.

Discusión de los datos por ejes de análisis

Responsabilidad del cuidado de los hijos

En los datos presentados en la tabla 2 se puede observar un alto porcentaje de hombres y


mujeres en parejas de doble ingreso que se muestra de acuerdo en que la mujer está mejor
capacitada que el hombre en cuidar y atender a los niños —68.8 por ciento—, indicado
actitudes de género tradicionales en la población bajo estudio. Este resultado se considera
como una persistencia del modelo de familia tradicional presente en las parejas de doble
ingreso, lo que principalmente se debe, desde el análisis de Raewyn Connell (1997), a que
aún está vigente en las relaciones de género la estructura general del poder, esto es, el
patriarcado, ya que persiste esta idea de que la mujer es quien tiene más aptitud para el
cuidado de los hijos. Esto se explica también por el contexto conservador de Nuevo León,
en donde las relaciones de producción inmersas en las relaciones de género en general han
colocado a la mujer en esta posición, es decir, en el ámbito doméstico y a los hombres en el
ámbito productivo.
19
Asimismo, se observa que 51.9 por ciento está de acuerdo con que la mujer no debería de
trabajar si tiene hijos pequeños (véase tabla 2), esto es, poco más de la mitad; pero la otra
casi mitad —48.1 por ciento— no está de acuerdo, evidenciando que dentro de estas
relaciones de poder, donde el patriarcado todavía predomina, en parte existe una ligera
evidencia de la transformación de tendencias hacia el movimiento global de la
emancipación de la mujer que señala Raewyn Connell (1997), pero que no termina de
hacerse presente del todo —ni siquiera llega a 50 por ciento—, por prevalecer otra
estructura de género aunada a las relaciones de poder. Según la propia Connell (1997), esta
es la estructura de las relaciones de producción, la cual hace que en 51.9 por ciento de los
hombres y mujeres en parejas de doble ingreso prevalezca actitudes de género tradicionales
que colocan a la mujer en el ámbito doméstico más que en el ámbito del mercado laboral
debido a esta estructura de género presente. Connell también hace referencia a que la
división del trabajo por géneros es “familiar” en la forma en que se asignan las tareas, es
decir, que es conocido que ellas estén en el ámbito doméstico y ellos en el ámbito
productivo, haciéndose presente el eje estructural de la división sexual del trabajo en los
hombres y parejas de doble ingreso.

Por otro lado, 21.2 por ciento está de acuerdo con que la educación y el cuidado de los hijos
es más una obligación de la madre que del padre (véase tabla 2), siendo este un porcentaje
bajo que señala actitudes de género que tienden a volverse igualitarias en los hombres y
parejas de doble ingreso, pero que contrastan con los resultados anteriores, indicando
posiblemente un proceso de cambio transicional —vaivén de lo tradicional a lo igualitario y
viceversa— que no ha transformado los puntos de partida en las estructuras de género; sin
embargo, sería necesario que esto se revisará en mayor profundidad en estudios
cualitativos, ya que no se puede confirmar únicamente con estos resultados.

También estos resultados se pudieran explicar, de acuerdo con el estudio sobre


masculinidad de Laura Collin (2007), por hombres en parejas de doble ingreso que se
encuentran en un modelo de ‘masculinidad transicional’, en el que se comparte la
responsabilidad del sostén económico con la pareja y que puede ser asumida por el hombre
para la educación de los hijos, de ahí que un porcentaje considerablemente alto —78.8 por
ciento— no está de acuerdo con que es obligación más de la madre que del padre la

20
educación y cuidado de los hijos: esta obligación puede incluir parte de la responsabilidad
económica que posiblemente se comparte en la pareja por ambos tener trabajos
remunerados. Sin embargo, esto queda a nivel de hipótesis ya que no existen datos
evidentes que confirmen que se comparte el sostén económico: aunque los dos cuenten con
ingresos económicos, ello no implica que aporten, aunque se esperaría que así fuera. Al
cabo, solo contamos con el dato de contraste entre actitudes de género que tienden a ser
igualitarias y otras de actitudes de género tradicionales, lo que podría implicar un proceso
de cambio transicional por confirmar más ampliamente en estudios cualitativos.

Tabla 2. Porcentajes de acuerdo con los enunciados que reflejan actitudes de género con
respecto al cuidado de los hijos en parejas de doble ingreso con hijos menores de 12 años

Enunciado Porcentaje
V133. La mujer está mejor capacitada que el hombre para cuidar y atender a
los hijos. 68.8
V134. La educación y el cuidado de los hijos es más una obligación de la
madre que del padre. 21.2
V135. Cuando una mujer tiene hijos pequeños, no debería trabajar fuera de
casa. 51.9
Fuente: elaboración propia con datos de la ENDIFAM NL (Ribeiro, M., 2010b).

Responsabilidad de tareas domésticas

En relación con las opiniones que reflejan actitudes de género con respecto a las tareas
domésticas (véase tabla 3), se destacan algunas actitudes que tienden a ser igualitarias en
este aspecto en los hombres y parejas de doble ingreso. La variable 130 tiende a ser
igualitaria, al igual que las variables 143 y 138, reflejando que las labores del hogar no solo
son de mujeres; que los hombres que hacen trabajo doméstico no son “mandilones” y que
es una injusticia que sean las mujeres las únicas que realicen los quehaceres de la casa,
respectivamente.

Empero, se observa una muy baja proporción en los hombres y mujeres en parejas de doble
ingreso que están de acuerdo con que tanto los hombres como las mujeres tienen la misma
capacidad para emprender quehaceres domésticos —8.9 por ciento—, lo mismo en la
variable 145: son muy pocos hombres y mujeres en parejas de doble ingreso —5.6 por

21
ciento— quienes opinan que los hombres que hacen quehaceres domésticos son tan
hombres como los demás (véase tabla 3).

Tabla 3. Porcentajes de acuerdo con los enunciados que reflejan actitudes de género con
respecto a las tareas domésticas de hombres y mujeres en parejas de doble ingreso con hijos
menores de 12 años

Enunciado Porcentaje
V130. Las labores del hogar pertenecen a la mujer. 20.8
V138. Es injusto que sean las mujeres las únicas que realicen los quehaceres
de la casa. 30.8
V142. Tanto hombres como las mujeres tienen la misma capacidad para
realizar los quehaceres de la casa. 8.9
V143. Los hombres que hacen quehaceres domésticos son unos
“mandilones”. 2.0
V145. Los hombres que realizan quehaceres de la casa son tan hombres
como los demás. 5.6
Fuente: elaboración propia con datos de la ENDIFAM NL (Ribeiro, M., 2010b).

De este modo, existe una contradicción entre actitudes de género en relación con la
responsabilidad de las tareas domésticas que tienden a ser igualitarias y actitudes de género
tradicionales, en donde no obstante se reconozca por una minoría —20.8 por ciento— que
las labores del hogar pertenecen a la mujer solamente, acorde a la variable 130
—denotando actitudes de género que tienden ser más igualitarias—; por otro lado, una
proporción aún menor —8.9 por ciento— considera que tanto hombres como mujeres
tienen la misma capacidad para realizar quehaceres de la casa, de acuerdo a la variable 142
—denotando actitudes de género que tienden a ser tradicionales—; por lo que la mayor
proporción —20.8 por ciento— de respuestas que están de acuerdo con la afirmación de la
variable 130 que dice que estas labores pertenecen a la mujer, contrasta con la variable 142.

Asimismo, existe una contradicción entre las respuestas de las variables 143 y 145, en
donde, por un lado, una minoría —dos por ciento— está de acuerdo en que los hombres que
realizan quehaceres domésticos son unos “mandilones”, es decir, que muy pocos hombres y
mujeres en parejas de doble ingreso estereotipan al hombre como “mandilón” si ejecuta
quehaceres domésticos, avanzando hacia actitudes de genero igualitarias; mientras que en
la variable 145 muy pocos hombres y mujeres en parejas de doble ingreso —5.6 por

22
ciento— opina que los hombres que realizan quehaceres de la casa son tan hombres como
los demás, denotando que existen actitudes tradicionales.

Estos resultados se pueden explicar por la segunda estructura de género que señala Raewyn
Connell (1997): las relaciones de producción, ya que aquí es evidente que la división del
trabajo por géneros es “familiar”, esto es, que es conocida en la forma en que se asignan las
tareas a través de una marcada división por géneros en una economía capitalista como la de
Nuevo León, que funciona a través de esta división sexual del trabajo, dándose un proceso
de acumulación donde a todos los procesos se les da una marca genérica, es decir, se les
asigna un lugar a hombres y mujeres de acuerdo al género, siendo más “aptas” o “capaces”
las mujeres para las tareas domésticas que para otro ocupar lugar en la vida productiva.

Discusión sobre los resultados de contraste entre actitudes que tienden a ser
igualitarias y actitudes tradicionales

En los datos que se analizan en relación con actitudes de género con respecto al cuidado de
los hijos y al trabajo doméstico, se observa, en ambos ejes de análisis, sobre todo en la
responsabilidad de las tareas domésticas, que las opiniones de los hombres y parejas de
doble ingreso muestran contradicciones ya que se presentan, por un lado, actitudes de
género tradicionales, y por otro lado, otras que tienden a ser igualitarias, lo que se puede
explicar, al igual que se explican los resultados de la muestra total de entrevistados de la
encuesta utilizada —similares a los resultados de la población de hombres y parejas de
doble ingreso del presente estudio—, como un cierto nivel de “ambigüedad y
ambivalencia” (Ribeiro, M., 2010b: 152). Este autor lo considera “normal” por tratarse de
un síntoma de una cultura en transición, la cual no es precisamente congruente o lógica;
más bien, como señala Ribeiro (2010b: 52), “se va construyendo paso a paso”.

Tal situación, apunta el mismo Ribeiro (2010b), corresponde a una “visión suavizada y
ambivalente de las diferencias de género que corresponde muy bien con lo observado por
Luis Leñero en 1992 para los varones mexicanos”. Luis Leñero indica lo siguiente:

apunta a ese sentido propio de un machismo atemperado que podríamos llamar


“neomachismo”, todavía un tanto ambivalente pero en proceso de cambio, en el que se

23
acaba por reconocer el principio de la igualdad entre ambos sexos, aunque no tanto el
de una reciprocidad de perspectivas de masculinidades y femeninas en la concepción
dual de la vida humana y social (Leñero, L., 1992, citado por Ribeiro, M., 2010b: 52).

Esta explicación es acorde a los resultados de los estudios revisados (Collin, L., 2007;
Montesinos, R., 2007) que presentan a distintos tipos de varones, indicando que emergen
de un proceso de cambio cultural donde coexisten patrones de conducta correspondiente al
pasado y a la tradición. Tal es el caso del ‘varón post-antiguo’: aquellos hombres que
muestran un discurso consciente de la igualdad entre los géneros, pero que son
dependientes del papel de la mujer tradicional en el hogar y buscan la comodidad y
protección afectiva que ella le ofrece.

Asimismo, esta explicación se alinea con otros estudios presentados (Bonino, 2002, citado
por Collin, L., 2007; Dema, S., 2003; García, B. y O. Oliveira, 2007; Haces, M., 2006;
Jiménez, M. y O. Tena, 2007; Leñero, L., 1994; Ribeiro, M., 2010b; Wainerman, C., 2007),
en los que distintos autores observan cambios en el discurso de los hombres hacia la
igualdad, pero que no se trasladan completamente a la práctica cotidiana en la que se dé una
responsabilidad compartida con la pareja.

Conclusiones

En general, se observó que hombres y mujeres en parejas de doble ingreso presentan un alto
porcentaje de aceptación o acuerdo con que la mujer está mejor capacitada que el hombre
en cuidar a los niños, así como actitudes de género en relación con la responsabilidad de las
tareas domésticas que son contradictorias, ya que algunas tienden a ser igualitarias y otras,
tradicionales, sosteniéndose la expectativa inicial de que hombres y mujeres de parejas de
doble ingreso presentarían ambivalencias y ambigüedades en relación con las actitudes de
género sobre la responsabilidad del cuidado de los hijos y la responsabilidad de las tareas
domésticas.

Este resultado, tanto en la responsabilidad del cuidado de los hijos como en la


responsabilidad de las tareas domésticas, puede coincidir con lo señalado por Marina Ariza

24
y Orlandina de Oliveira (2002) y Sandra Dema (2003) con respecto a que las parejas de
doble ingreso son, en sí mismas, un elemento de cambio y de reacomodos que pueden
entrar en conflicto —observado en esta investigación como contradicción— con las
condiciones arraigadas en el imaginario social de un único proveedor.

Así, los datos mostrados sugieren que Nuevo León es un foco de atención para las políticas
públicas que buscan promover responsabilidades familiares compartidas entre hombres y
mujeres, dado que permanecen todavía actitudes tradicionales que coexisten con actitudes
que tienden a ser igualitarias, posicionando la actitud de género sobre las responsabilidades
familiares en ambigüedades y ambivalencias.

Ello pudiera ubicar dichas actitudes en relación con las responsabilidades familiares de
hombres y mujeres de este tipo de parejas en un proceso transicional, esto es, en un vaivén
entre los modelos de familia tradicional e igualitario en el que se pueden estar presentando
conflictos en la pareja, aunque no necesariamente. Para verificarlo, sería necesario
continuar investigando los procesos que están viviendo los hombres y las mujeres en
parejas de doble ingreso a través de estudios cualitativos, a fin de enfocar y orientar
políticas públicas que promuevan responsabilidades familiares compartidas en estos
hogares.

25
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