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Iba a la escuela por el más largo camino ¡Oh!, los juegos con novias de traje a las
tras dejar, soñoliento, la sábana de lino, rodillas
y la cama bien tibia, cuyo recuerdo halaga los besos inocentes que se dan a hurtadillas
sólo al pensarlo ahora; aquel San Luis a la bebé amorosa de diez a doce años,
Gonzaga y los sedeños roces de sus rizos castaños
de pupilas azules y risa cabellera y las rimas primeras y las cartas primeras
que velaba los sueños desde la cabecera. que motivan insomnios y producen ojeras!
Aunque yendo despacio al fin de la callejuela ¡Adolescencia mía: te llevas tantas cosas
acaba, y estábamos al frente de la escuela que dudo si ha de darme la juventud más
con el “ Mantilla” bien oculto bajo el brazo; rosas
y haciendo, en el umbral, mucho más lento el y siento como nunca la tristeza sin nombre
paso. de dejar de ser niño y empezar a ser
Y entonces era el ver la calle más bonita, hombre!...
más de oro el sol y más fresca la mañanita.
¡Hoy no es la adolescencia mirada y risa
Y después, en el aula, con qué mirada franca,
inquieta sino el cansado gesto de precoz amargura
se observaban las huellas rojas de la palmeta y está el alma que fuera una paloma blanca
sonriendo no sin cierto medroso escalofrío, triste de tantos sueños y de tanta lectura!
de la calva del dómine y su sueño sombrío...
Pero, ¿quién atendía a las explicaciones?...
¡Hay tanto que observar en los negros
rincones!
Un cuento
de Medardo Ángel Silva