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La complejidad de los poemas de Legna Rodríguez yace escondida en su aparente

simplicidad. Aun cuando se valen de un lenguaje prístino, todos los matices que estos
textos nos ofrecen están directamente relacionados con las múltiples aristas de una vida
cultural con más recovecos y escondrijos de lo que nos dictan las apariencias. La
inmediatez de lo material es también la crudeza del erotismo, en todas y cada una de sus
manifestaciones, incluso la escatología, de la cual la voz de estos poemas parece
particularmente adepta. Tampoco debiera llamarnos a engaño la brevedad de los
mismos: si cada poema cubre la mitad de una página, lo cierto es que la suma de ellos
podría leerse como una especie de novela, donde los personajes entran y salen sin
pedirle permiso a una narradora inexistente. Por lo mismo, no podamos darnos el lujo
de leer estos poemas de Legna como si se tratase de una declaración de principios o el
reflejo de una visión de mundo. Al contrario: parece más aconsejable leer estos poemas
a partir de lo que no dicen, de los silencios que se escuchan en sus intersticios.
Así, sus poemas representan un estado de permanente fluidez, donde lo que nos
parece una posible identidad queda rápidamente desautorizada por el siguiente verso o
el siguiente poema: “Más mujer que madre/no es lo que quiero ser/sino más mujer que
padre/y más mujer que hijo”. El sujeto revolucionario de su Cuba natal, enterrado hace
latas décadas, da paso aquí a una diversidad de puntos de hablada, desde los que la voz
de estos poemas se articula de manera móvil e inestable. La carencia de certezas y
seguridades que esto conlleva nos revela una incomodidad. Pero no es una
incomodidad, no es un problema con la autora y/o con el hablante de esta Hilandería,
sino que es un malestar con nosotros mismos, lectores asustadizos que no sabemos
desde donde leerla. La representación aquí es una cadena de significantes asociados que
pareciera no tener fin: “Una mujer que llora es un hombre desnudo y feo/una mujer que
fuma es un niño caprichoso/una mujer que mea es una mala estructura/una mujer que
muere es otra mujer/una mujer de afuera puede bailar al ritmo/de los blancos y los
negros”. Y a propósito: Rodríguez no ofrece respuestas (no tiene por qué ofrecerlas),
pero sí es capaz de plantear todas aquellas preguntas que, más que necesarias, son
urgentes: quiénes somos, quiénes queremos ser, en qué nos hemos transformado.
En este sentido, la rapidez de su palabra no debiera obligarnos a leerla rápido,
sino, en realidad, a leerla con mucha mayor atención. Es por eso que no puedo dejar
pasar por alto la mención de los negros que se hace en algunos pasajes de este libro. Las
políticas raciales de la isla, que buscaban la plena integración, por lo menos desde el
discurso oficial, nunca llegaron a concretarse (como tantas otras cosas que siguieron el
mismo camino). Que en estas páginas la poeta se valga de una plena libertad para
revisitar estereotipos y redefinirlos desde la ironía, es un logro que no podemos
desestimar. Si los libros se escriben para que podamos cagar tranquilos, como nos
plantea la autora, no es extraño que el discurso racial sea también resignificado en estas
páginas. Creo los hilos de los cuales tira Legna Rodríguez son variados y difíciles de
reconocer. Cual titiriter@ moviendo a su muñeco en el escenario, estos poemas nos
dejan una escuchar una voz capaz de contradecirse gozosamente a sí misma. Leámosla
gozosamente nosotros también.

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