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Resumen.
Índice.
Introducción
Marco teórico y de contexto.
1. Origen y formación del Estado venezolano.
2. Estado, democracia liberal y renta petrolera. El Pacto de Punto Fijo.
3 El Estado neoliberal.
4. Una revolución política. El proceso bolivariano, y el Estado Comunal.
Conclusiones.
Referencias bibliográficas.
Introducción.
Este documento tiene como objetivo principal analizar las transformaciones del
Estado venezolano a raíz del triunfo presidencial de Hugo Chávez en el año 1998
y de la aprobación de una nueva Constitución política, como parte de lo que se
conoce como revolución bolivariana.
Son categorías, que como lo señala Zegada (2011), trascienden una visión de la
política y del poder limitada a la práctica institucional. Así se privilegia el concepto
de “campo político” y no así el de sistema, para ampliar la visión de lo político
hacia la sociedad civil, hacia las formas de existencia de la política y el poder fuera
de las fronteras institucionales”. De otro lado, se identifica la categoría de conflicto
-campo de conflictividad- “como central para la reconstrucción del proceso ya que
permite no solo la constitución y visibilización de los actores estratégicos, sus
luchas, sino también las contradicciones y fracturas sociales y la dinámica de la
democracia” (Zegada, 2011).
Una visión desde el “campo político” permite una mirada más compleja del poder
no solo remitido al ámbito institucional sino a los hogares moleculares del mismo
(Foucault) y de la hegemonía como forma de dirección de la sociedad.
Boron, Meiksins Wood, Roiman, De Sousa Santos y Nun, han señalado que el
discurso burgués dominante impone una fetichización de la política, consistente en
una reducción de la democracia, a la pura realización de eventos electorales
sistemáticos. Lo que permite a Boron plantear que la persistencia de los
mecanismos de exclusión social, la intensificación de las desigualdades
económicas y la débil legitimidad política que encuentra en la sociedad civil, hacen
de las supuestas democracias simples “regímenes post-dictatoriales”, o en estricto
rigor plutocracias. (Boron, 2009:243). Por su parte, Meiksins observa que el
supuesto histórico de la ciudadanía en la democracia liberal es la devaluación de
la esfera política, la nueva relación entre lo “económico” y lo “político” que reduce
la importancia de la ciudadanía y transfiere algunos de sus poderes al dominio
puramente económico de la propiedad privada y el mercado, donde la mera
ventaja económica ocupa el lugar del privilegio jurídico y el monopolio político. La
devaluación de la ciudadanía implícita en las relaciones sociales capitalistas es un
atributo esencial de la democracia moderna. Por esa razón, la tendencia de la
doctrina liberal a representar los desarrollos históricos que produjeron la
ciudadanía formal como un simple reforzamiento de la libertad individual -la
liberación del individuo de una estado arbitrario, así como de las restricciones de
la tradición y de las jerarquías prescriptivas, de las represiones de la comunidad o
las demandas de la virtud cívica- es imperdonablemente unilateral. Así, pues, en
una época de movilización masiva, el concepto de democracia ha sido sometido a
nuevas presiones ideológicas de las clases dominantes, que no sólo demandaban
la enajenación del poder “democrático”, sino también una clara disociación de la
“democracia” y el “demos” –o por lo menos un viraje decisivo del poder popular
como criterio principal de los valores democráticos. El efecto fue que el enfoque de
la “democracia” dio un giro del ejercicio activo del poder popular al goce pasivo de
las salvaguardas y derechos constitucionales y de los procedimientos, y del poder
colectivo de las clases subordinadas a la intimidad y el aislamiento del ciudadano
individual. El concepto de “democracia” se fue identificando cada vez más con el
de liberalismo, palabra cuyo significado es notoriamente impreciso y variable, pues
se trata de un cuerpo de principios comúnmente relacionados que tienen que ver
con un gobierno “limitado”, libertades civiles, tolerancia, la protección de una
esfera de privacía contra la intromisión del Estado, junto con un énfasis en la
individualidad, la diversidad y el pluralismo (Meiksins, 2000: 246-264).
Mabel Thwaytes (1999) plantea que una aproximación concreta al tema del Estado
obliga un recorte histórico para referirse al Estado moderno que surge con el
capitalismo. Así, dice, en una obra clásica de 1938, Herman Héller dirá que el
Estado es una “unidad de dominación, independiente en lo exterior e interior, que
actuara de modo continuo con medios de poder propios y claramente delimitada
en lo personal y territorial (1942:142)
Las rivalidades entre los caudillos del ejército y los políticos civiles durante la
independencia y en los periodos posteriores, debilitaron la organización de los
partidos. La construcción de los partidos no prosperó, y los civiles siguieron siendo
un socio débil de las coaliciones dominantes. Con muy pocas excepciones,
cuando había elecciones indirectas Venezuela elegía generales más que civiles.
Fueron los caudillos los organizadores del Estado oligárquico en la segunda mitad
del siglo XIX, los partidos no fueron importantes formadores del Estado, como en
Colombia. Guzmán Blanco tomó el poder en 1871, comenzó una importante etapa
de centralización del poder que detuvo las rebeliones fortaleciendo a los caudillos,
quienes a su vez evitaron hacer la guerra al Estado central.
Venezuela retuvo, por largos años, el modelo de una segunda, o incluso tercera,
generación de caudillos militares que no se identificaban con el ejército nacional.
En una situación en la que bandidos y pequeños ejércitos operaban sin oposición
en la mayor parte del territorio nacional, el ejército central y el Estado se
desarrollaron lentamente en Venezuela.
Así daba principio un proceso encaminado a hacer reinar la paz entre federales y
centralistas. Los primeros correspondían a las provincias interiores; los segundos,
a la de Caracas. El acuerdo firmado por los liberales –llamados amarillos- y los
conservadores –llamados los azules- significaba, después de una sangrienta
guerra, la superación de la vieja rivalidad entre la costa y el interior.
Esta paz fue de breve duración. Los grupos oligárquicos más retrógrados, dirigidos
por José Tadeo Monagas, deshicieron el acuerdo al deponer a Falcon, substituido
en su cargo por Monagas. Tampoco este duro mucho en la presidencia; en 1870
le derroco el general Antonio Guzmán Blanco.
A Guzmán Blanco no le fue dado obtener el amplio consenso de todos los grupos
oligárquicos y, en consecuencia, tuvo que buscar un apoyo suplementario en las
fuerzas armadas, que pese a su endeblez técnica constituían un elemento
fundamental para la estabilidad del gobierno y la creación del Estado oligárquico.
En tal sentido, la transición del caudillismo al Estado oligárquico en Venezuela se
lleva a efecto de un modo incompleto.
Puede afirmarse que no fue hasta el gobierno de Cipriano Castro que los caudillos
perdieron una importante influencia como maquinarias de guerra independientes.
Lo que debilitó el poder de los caudillos fue la guerra (o sea la revolución
restauradora de Castro) que creó el Partido Liberal Restaurador y cambio el patrón
de guerra que había caracterizado al periodo previo. Esta revolución en contra de
Guzmán Blanco tuvo éxito porque su gobierno no contaba con un ejército
eficiente. La victoria de los insurgentes fue rápida y abrumadora. El desarrollo más
importante de esta revolución yacía en la superioridad militar de los invasores, ya
que luego de tomar el poder, Castro no debió negociar necesariamente un pacto
con otros caudillos. Fue durante el gobierno, y después de ganar la última batalla,
que el ejército nacional adquirió un perfil definido que comenzó la modernización
de las fuerzas armadas dando sustento al Estado oligárquico venezolano.
Después de la firma entre las elites, del Pacto de Punto fijo en 1958, el Estado
venezolano se organiza como una democracia liberal compartida entre Acción
Democrática y el Copei, con la subordinación de las Fuerzas Armadas al poder
civil.
En esta etapa no hubo mayor espacio para el populismo, salvo el caso del MIR
(Ianni, 1973) que se desprendió de Acción Democrática transformándose en una
fuerza guerrillera que desafió el Estado durante los gobiernos de Rómulo
Betancourt y Leoni. La explicación de la ausencia populista reside básicamente en
la bonanza petrolera y en la falta del modelo nacional-desarrollista y su alianza
entre la burguesía industrial, la clase obrera y las masas urbanas desprendidas de
la crisis agraria.
La abundancia petrolera propicio la prosperidad de las clases medias y el auge de
los grupos mercantiles y empresariales, beneficiarios de la riqueza de los
hidrocarburos.
Pero, dicha situación cambio fuertemente durante los años 80, cuando a raíz de la
crisis de la deuda se abrió paso el proyecto de una reestructuración del Estado y
sus gastos.
3. El Estado neoliberal.
Bajo el Estado neoliberal se abrió paso un nuevo bloque de poder, que excluye a
la mayoría de los trabajadores y a una fracción social numerosa de medianos y
pequeños capitalistas.
El nuevo bloque de poder neoliberal será conformado por los grandes capitalistas
nativos transnacionalizada; encabezados por los sectores importadores y
financieros del gran capital; cuenta con la adhesión de los capitalistas externos
con inversiones en la industria petrolera. Este bloque de poder tiene el apoyo y la
simpatía de la vieja oligarquía de propietarios de la tierra.
La entronización del Estado neoliberal conlleva también una enorme crisis social,
pues al finalizar los años 80 en Venezuela se agudiza la crisis económica y social
al ser convertido el país en otro banco de pruebas del Fondo Monetario y sus
recetas favorables al mercado.
Venezuela está atrapada por una crisis muy extensa, con una implacable ruina de
la situación de amplios grupos de la sociedad durante casi veinte años. El ingreso
per cápita en 1997 fue 8% menor que en 1970. El ingreso de los trabajadores se
afecta en la mitad en esos mismos años. Se ha establecido que desde 1984 hasta
1991, la pobreza total en Venezuela casi se había duplicado, al saltar desde el
36% al 69% de la sociedad (Lander, 2005).
No obstante los cambios políticos que se dieron desde el punto de vista jurídico e
institucional para crear mecanismos de incorporación y participación como la
elección de alcaldes y gobernadores y la promoción de liderazgos regionales y
locales, que renuevan el sistema político, su impacto no es efectivo dada la grave
segregación social presente.
El triunfo presidencial de Hugo Chávez en diciembre de 1998, inicia una nueva era
en la historia política venezolana. Cada paso que se da, estructura una revolución
simbólica, la cual se despliega en la esfera política de la sociedad. Esa ruptura
política incorpora varias dimensiones. El primer momento se focaliza en la
convocatoria de una Asamblea Constituyente para adoptar un nuevo texto
constitucional que le dé una nueva organización al sistema político, lo que se
complementa por una Ley Habilitante que permite el desarrollo puntual de temas
considerados estratégicos, dando prioridad al cambio político/institucional. Otro
momento está signado por las tensiones que se derivan de la oposición
conservadora a las medidas tomadas por el gobierno, por parte de los viejos
partidos políticos y grupos empresariales que orquestan huelgas y un golpe para
destituir a Chávez. Una vez se supera la crisis, y con nuevas herramientas a la
mano, el Presidente despliega una contraofensiva para avanzar en importantes
nacionalizaciones y canalizar su gestión en los temas sociales mediante la
creación del programa de las Misiones sociales y ampliar la participación
democrática. La derrota de un referendo revocatorio presidencial y la reelección
ocurrida en 2006 le dan nuevo impulso al proyecto bolivariano, -que plantea la
creación del Partido Socialista Unido de Venezuela/PSUV- el cual sufre un traspié
con el referendo constitucional del 2007. Desde el año 2010, luego de las
elecciones legislativas, la revolución prioriza la conformación del Estado comunal,
a partir de una Ley Habilitante que facilitó la expedición de un amplio paquete de
leyes sobre la organización comunal del Estado, la participación popular y la
economía popular.
Del conjunto de las 49 leyes aprobadas sobresalen las que tienen como aspecto
principal el objetivo de la democratización de la propiedad y la producción.
Fueron tres las que produjeron reacciones negativas más fuertes por parte de los
sectores empresariales, y en general de la oposición política: a) la Ley de Pesca y
Acuicultura, b) la Ley de Tierras y Desarrollo Agrario, y c) la Ley Orgánica de
Hidrocarburos.
Es así como se crean las Misiones sociales. Las mismas son un conjunto de
acciones en las áreas de la salud, la educación, la seguridad alimentaria, la cultura
y el empleo, que dependen directamente del despacho presidencial y tienen como
objetivo acelerar la solución de los más graves problemas sociales, obviando de
esa manera la ineficiencia que se deriva del burocratismo de un Estado
paquidérmico y obsoleto.
Después del fracaso del paro petrolero y antes de que la economía mostrara
síntomas evidentes de recuperación, los conspiradores buscaron recomponerse y
continuaron en sus intentos de derrocar al presidente. Lo intentaron mediante un
referendo revocatorio que no prosperó. El presidente Chávez fue confirmado en su
mandato con el apoyo del 59,1% de los votantes, con una abstención del 30,1%.
Asociado a esto están las relaciones entre el gobierno central y los gobiernos
regionales y municipales. Ser consecuente con la ampliación y profundización de
la democracia, con el incremento de la participación en todos los ámbitos de la
vida colectiva y con el control o contraloría social sobre la gestión pública,
requeriría mayores niveles de descentralización de la gestión pública. Sin
embargo, dadas las tensas relaciones existentes entre el gobierno central y los
gobernadores y alcaldes de la oposición, ha habido choques permanentes que se
han convertido en severos y reiterados obstáculos para la gestión coordinada de
políticas públicas. El caso más destacado en este sentido ha sido la experiencia
en las políticas de salud.
Igualmente problemático, señala Lander (2010) es el tema de la corrupción,
fenómeno que en general se asume como extendido, pero cuyas dimensiones son
difíciles de estimar. Las razones por las cuales existe hoy corrupción en la
administración pública son muchas. Tiene que ver con la “naturalización” o
institucionalización de la corrupción pública en los últimos lustros, con la
improvisación con la cual se impulsan los diversos programas, la debilidad en la
construcción de la capacidad institucional del Estado -que dificulta el seguimiento
de la ejecución presupuestaria-, así como con la desconfianza del gobierno en
relación con las denuncias de corrupción, entendidas en la mayor parte de la
ocasiones como propaganda opositora. Es notoria la ausencia de un poder
contralor suficientemente autónomo y la limitada legitimidad y debilidad del poder
judicial. Probablemente también incide el cálculo político a corto plazo que lleva a
intentar conservar apoyos, o por lo menos evitar rupturas públicas con
funcionarios cuyas prácticas ilícitas han sido descubiertas. A pesar de que el tema
de la corrupción llegó a ser en el discurso electoral de Chávez prácticamente el eje
de deslinde básico entre la vieja Venezuela de la Cuarta República y la nueva
Venezuela que había que construir, el combate a ésta ha pasado a un segundo
plano en las prioridades gubernamentales y no han sido desarrolladas normas,
acciones, ni políticas destinadas a erradicarla. Más aun, la corrupción se ha
profundizado hasta alcanzar niveles de destre político para el proyecto bolivariano,
reflejado en el apretado triunfo electoral de Nicolás Maduro en las recientes
elecciones presidenciales.
Conclusión.
Dicho Estado colapso con la crisis de la deuda de los años ochenta, la caída de
los precios del petróleo y la implantación de las medidas neoliberales señaladas
por el FMI.
Con todo, las formas institucionales que se han derivado de las reformas del
Estado durante los gobiernos de Hugo Chávez y Maduro, colocan la balanza en el
lado de la democracia participativa y no del autoritarismo militarista como lo afirma
Margarita López Maya, en diversos textos de análisis sobre los cambios en el
Estado, especialmente por lo que tiene que ver con las Comunas.
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