Академический Документы
Профессиональный Документы
Культура Документы
MARIANO IRIART
No querría meter miedo. Al contrario; quiero pensar dónde estamos y encontrar una
salida, respecto a nada más necesaria. Quisiera aportar un elemento más para esta
confusión, para pensar desde esta confusión. Veamos si somos capaces de indicar algún
lineamiento en torno al problema del “objeto”.
Luego, intentaré referirles algo acerca del modo de dirigirse a esta problemática, y
poder pensar esta “salida”. Para finalizar, no extraigo conclusiones, recojo un modo de
relacionarse con la historia de los campos de concentración, que no consiste en el relato
del horror, sino en su función meditante.
Por un lado, según vimos, podemos afirmar que el “sujeto”, el agente activo del
racismo, está diseminado. Eso no significa que todo es lo mismo, sino que ha penetrado
y circula ligeramente en el espesor de las relaciones sociales. Por eso el desafío es
asaltarlas, desprenderlas del escondite tranquilo y sombrío en el que se asientan y
reproducen, de los rincones en los que enraízan y crecen. Serían como los raíces de los
baobabs del planeta del Principito para el Principito: objeto de un cuidado permanente,
puesto que “uno nunca sabe”, y “podrían destruir todo” es decir, las condiciones de
existencia en este planeta, y hasta el planeta mismo.
Por otro lado, también el “objeto”, el agente pasivo, el damnificado, se encuentra
indeterminado, y depende de regiones y relaciones: son los inmigrantes, los
criminalizados, los pobres, los viejos, los gordos, los débiles, los fumadores, los feos,
los demasiado rutinarios, los pie plano, los desocupados, los de países limítrofes, los
homosexuales, judíos, mujeres y negros, los peatones, en definitiva: casi todos y,
potencialmente, cualquiera. Suena extraño incluso hablar de “objeto” y tratar de
identificarlo, siendo que se desliza constantemente hacia una zona contigua e infinita.
Ése “teatro” del hombre pequeño, produce un sentimiento del que ha hablado Primo
Levi, y que en el Abecedario de Gilles Deleuze y Claire Parnet, destacan la complejidad
y la belleza de su enunciación: “la vergüenza de ser hombre”. En realidad, es Deleuze
quien cuenta haber estado leyendo últimamente a un autor, Primo Levi, al que le hace
decir: “Sí, cuando fui liberado de Auschwitz, lo que dominaba era la vergüenza de ser
un hombre”. Para después comentar: “Se trata de una frase a la vez [que profunda] muy
espléndida, creo, muy bella, y además, no es algo abstracto, la vergüenza de ser hombre
es algo muy concreto”. Para mayor precisión, vale subrayar que esta mención al escritor
Primo Levi aparece en el diccionario en la letra “R”, que C. Parnet decidió que fuera
“resistencia”. Deleuze lo trae a colación para referirse a la resistencia en la filosofía, en
el arte y en las ciencias.
Es un sentimiento profundo, explica, a condición de que no se le haga decir lo que
se le puede hacer decir: que somos todos iguales, somos todos culpables, somos todos
asesinos, estamos igualmente complicados. En eso Levi es claro: las diferencias son
irreductibles. Víctima y victimario nunca se confunden. Elías Lindzin era un prisionero
y, probablemente, el único dichoso del campo (Si esto es un hombre, 101-105). No
quiere decir que todos somos condenables. Tampoco es vergüenza ajena, sentimiento
frívolo que condena en otros lo que es posible en todos. Es una vergüenza propia.
La vergüenza de ser hombre se convierte en algo hermoso, un “sentimiento de
liberación”, cuando alcanza cierta integración de un conjunto de impresiones y
afecciones. En primer lugar: ¿cómo ha podido pasar eso?, ¿cómo unos hombres, otros
hombres y no yo, han llegado a provocar tamaño sufrimiento? Pero inmediatamente
irrumpe la constatación de haber sobrevivido: ¿Cómo he sobrevivido a Auschwitz?
¿Cómo es posible haber transigido en ello? Yo, quien no soy un verdugo, pero que tuve
que haber transigido no poco, puesto que soy un sobreviviente. Y luego, el sentimiento
de vergüenza por haber sobrevivido en lugar de algún otro. De un hombre más
generoso, más sensible, más sabio, más útil, más digno de vivir que tú.
La vergüenza sufrida al recobrar la conciencia de haber sido envilecidos. La
vergüenza de haber fallado en el plano de la solidaridad humana. La vergüenza más
grande, la de quien ante la culpa ajena o la propia se vuelve de espaldas para no verla y
no sentirse afectado. “Pero a nosotros – afirma Levi –
Pero es una suposición que roe y carcome: quizá hayamos suplantado a nuestro
prójimo y estemos viviendo su vida:
Bibliografía:
Abraham, Tomás, La empresa de vivir, Sudamericana, Buenos Aires, 2000
Fricciones, Sudamericana, Buenois Aires, 2004
Balibar, Étienne. “¿Hay un neo-racismo?”, en Immanuel Wallerstein – Étienne Balibar,
Raza, nación, clase, IEPALA, Madrid, 1991
Deleuze, Gilles Nietzsche y la filosofía, Anagrama, Barcelona, 1998
Abecedario, con Claire Parnet
Levi Primo Si esto es un hombre, Editor, Argentina, 1988
Los hundidos y los salvados, Personalía de Muchnik, España, 2000
Negri, Antonio – Hardt, Michael, Imperio, Paidós, Buenos Aires, 2003
Sereny, Gitta, El trauma alemán. Testimonios cruciales de la ascendencia y la caída del
nazismo, Península, Barcelona, 2005