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EL PROBLEMA DEL CUMPLIMIENTO DEL PROYECTO MODERNO
Habermas aborda las cuestiones conformadas al interior del pensamiento
moderno con el propósito de llevar a cabo una revisión del destino de esa tradición, en
la que el tema de la razón es núcleo central, ya que remite al problema de la
modernidad desde el punto de vista de su realización.
En ese sentido retoma el legado de los frankfurtianos. Recordemos que esos
pensadores representan la tensión fundamental entre una idea normativa de sociedad
emancipada y el contradictorio decurso del progreso real de las sociedades modernas,
tensión que acabó siendo un alegato contra la barbarie. No sólo por el ascenso de los
nazis en Alemania; tanto la ciencia moderna como el Estado y la cultura de masas
eran signos para los frankfurtianos de una marcha de la sociedad en dirección inversa
a una reconciliación (en el sentido hegeliano).
De modo que el problema de la realización de la modernidad quedaría situado,
para Habermas, dentro de los siguientes interrogantes: ¿Cómo es posible que de la
propia autocomprensión moderna con su promesa de vida buena y verdadera (ya sea
en Kant o en Marx), deviniese esta condición actual en la que los seres humanos nos
enfrentamos a la posibilidad, latente y real, de nuestra propia autodestrucción?
¿Cómo apropiarse de esta tensión desde la filosofía? ¿Cómo evitar la crítica
totalizadora a la razón que pervive en importantes exponentes de la filosofía
contemporánea?
Cfr. WELLMER, Albrecht, "Razón, utopía y la dialéctica de la ilustración" en VVAA, Habermas y la
Modernidad, ed. cit., pp. 78 y ss.
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Si el precio que ha de pagar la racionalidad moderna es el de una objetivación
que acaba arrasando con la propia idea de conciencia y de crítica, entonces la razón
no es más que eficacia instrumental o voluntad de poder: a este camino llevan, en
efecto, importantes desarrollos de la filosofía de este siglo, acabando en un horizonte
de comprensión en el que se abandona el proyecto ilustrado en su conjunto para
retirarse a la fragmentación posmoderna.
Sin embargo, para Habermas no es menester abjurar de lo que él considera el
núcleo conformador del proyecto moderno: una idea de razón que pueda seguir
sustentando la posibilidad de entender lo humano entre límites no derrotistas.
Esto es, la razón no puede ser simplemente identificada con poder (conclusión
a la que llegaría la “dialéctica del iluminismo”); es aún posible repensar el contenido
de verdad que la tradición filosófica moderna necesita salvaguardar, aunque más no
sea para justificar las convicciones que den forma social y contenido significativo a las
ideas de justicia, verdad, libertad.
Por lo tanto, el carácter del discurso habermasiano está más cerca del horizonte
ilustrado que de los filósofos de Frankfurt; pero lo que Habermas debe afrontar es el
nivel de problematización al que ese horizonte fue sometido. Habermas, en cierto
modo, vive en su propia biografía intelectual este obstáculo que recién queda asumido
de esa suerte por el "cambio de paradigma" a partir del cual se abandona la
perspectiva de la filosofía de la conciencia tradicional para ubicarse de lleno en la
filosofía del lenguaje.
Así, en su trayectoria intelectual pueden señalarse, a grandes rasgos, dos
períodos importantes: el primero, cuya culminación es la obra Conocimiento e Interés
de 1968, representa el fracaso en desarrollar la continuidad de la herencia
frankfurtiana en el propio paradigma de la tradición dialéctica; el segundo, en
cambio, marca un decisivo viraje en la estrategia conceptual y ha resultado en la
producción coherente de un nuevo corpus.
Como se verá más adelante, los ejes que articulan la base para lo que
conformará la contestación habermasiana son: la concepción de una "razón
comunicativa" que supere y suprima las aporías de una razón centrada en el sujeto, a
partir del paradigma del entendimiento lingüístico; y sobre esta base, las nociones de
racionalidad que provean a una interpretación de la modernidad como proyecto aún
en curso de posible cumplimiento.
Criterio tomado de distintos estudios críticos. Cfr. WELLMER, Albrecht. "Razón, utopía, y la dialéctica
de la ilustración"; GIDDENS, Anthony. "¿Razón sin revolución? La Theorie des kommunikativen Han
delns de Habermas"; BERNSTEIN, Richard J., "Introducción", en GIDDENS, Anthony, HABERMAS,
Jürgen y otros, Habermas y la Modernidad, Madrid, Cátedra, 1988. Cfr. asimismo JIMENEZ
REDONDO, Manuel, "La trayectoria intelectual de Jürgen Habermas" Prólogo en HABERMAS, J., Sobre
Nietzsche y otros ensayos, Madrid, Tecnos, 1982.
HABERMAS, Jürgen. La Lógica de las Ciencias Sociales. Madrid, Tecnos, 1988 (en adelante LCS);
Teoría de la Acción Comunicativa. 2 tomos. Versión castellana de Manuel Jiménez Redondo. Madrid,
Taurus, 1987 (en adelante TAC I y TAC II); El Discurso Filosófico de la Modernidad. (Doce lecciones).
Versión castellana de Manuel Jiménez Redondo. Madrid, Taurus, 1989 (en adelante DFM); Teoría de la
Acción Comunicativa: Complementos y Estudios Previos. Trad. de Manuel Jiménez Redondo. Madrid,
Cátedra, 1989 (en adelante TAC: Complementos y Estudios Previos); Pensamiento Postmetafísico.
Versión castellana de Manuel Jiménez Redondo. Madrid, Taurus, 1990 (en adelante PPM).
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COMUNICACIÓN Y RACIONALIDAD
Para Habermas es posible evitar la deriva en que culminó la Teoría Crítica por
obra de su propia estrategia conceptual, relacionada tanto en Horkheimer y Adorno
como en Weber, tanto en Hegel como en Marx con el paradigma de la filosofía de la
conciencia. Como veremos, para reformular la crítica de la racionalización, de forma
tal que resulte fecunda para el análisis de la racionalidad moderna, Habermas tiene
que 1) salir de la filosofía del sujeto y pasar (vía el entendimiento lingüístico) del
concepto monológico de acción (de un sujeto actuante sobre el mundo), a las
interacciones mediadas por el lenguaje y al concepto de acción comunicativa; y por
otra parte, 2) apropiarse críticamente de la tradición sociológica de la teoría de
sistemas (Parsons/Luhmann) para incorporar los conceptos que hacen a la
integración “sistémica”.
a) Acción Comunicativa
Habermas cuestiona a la teoría sociológica el no haber podido superar el
horizonte hobbesiano para la explicación del orden social; dentro de ese horizonte, las
normas con pretensiones de validez intersubjetivamente obligatorias son explicadas a
partir del interés y el cálculo individual, y esto únicamente bajo los presupuestos de la
elección racional de medios eficaces para lograr determinados fines. Este es el
concepto monológico de acción, que debiera reemplazarse por un cambio de
paradigma que evite la estrechez de la relación sujeto/objeto. De ahí que Habermas
sustituya la consideración de la acción con referencia a la conciencia, por el
entendimiento lingüístico como punto de partida, centrándose en las
consideraciones pragmáticas (relativas al uso, a la acción) de la teoría de los actos
de habla.
Esta teoría analiza los actos que ejecuta un hablante cuando emite una frase.
En efecto, es posible "hacer cosas diciendo algo". Por ejemplo, las oraciones
explícitamente realizativas como "te ordeno que p" contienen un acto (orden) y una
proposición ("que p"). Para Habermas es importante distinguir este tipo de acción con
rasgos reflexivos implícitos, de las "acciones teleológicas", actividades que implican la
elección de los medios apropiados para la consecución de un fin.
En ese sentido, los fines ilocucionarios (relativos a las actitudes que el lenguaje
mismo indica o expresa):
no son propósitos a poner en obra dentro del mundo,
no pueden realizarse sin la cooperación no forzada del destinatario,
y además sólo pueden explicarse recurriendo al concepto de entendimiento entre
sujetos, inmanente al lenguaje.
En consecuencia, actividades teleológicas y actos de habla tienen diferencias en
las condiciones de comprensión tanto como en la descripción de los fines; no
obstante, ambos tipos de acciones incorporan un saber proposicional, pero el tipo de
utilización de ese saber decide sobre el sentido de la racionalidad por la que se mide
el éxito o fracaso de la acción.
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Por eso "la racionalidad tiene menos que ver con la posesión del saber que con
el modo como lo emplean sujetos capaces de lenguaje y acción"; así Habermas
distingue orientaciones diferentes de la racionalidad de la acción: por una parte la
racionalidad inherente al entenderse apunta implícitamente a la posibilidad de
obtener un acuerdo intersubjetivo y depende de las condiciones de aceptabilidad que
un acto de habla debe cumplir para su propio éxito, que es medido por la fuerza
motivadora de consenso. Por la otra, la racionalidad con arreglo a fines presente en
la acción teleológica, no necesita del empleo comunicativo del saber proposicional ya
que por consistir en una intervención en el mundo causalmente eficaz, prescinde de
la aceptación o comprensión de otros individuos para su éxito.
Al pasar al plano de la acción social, ambos tipos de actos se entretejen en
acciones mediadas por el lenguaje; el tipo de interacción dependerá de la relación que
se establezca entre alter y ego en la coordinación de sus planes: o bien los actos de
habla se subordinan a la dinámica extralingüística de los influjos que ejerce uno
sobre otro, o adoptan el papel principal de la coordinación de la acción por la vía de la
creación de vínculos racionalmente motivados: en este último caso Habermas habla
de acción comunicativa, que se distingue de la acción estratégica por el tipo de uso
que se da al lenguaje.
En la acción comunicativa la coordinación de la acción depende de la fuerza
generadora de consenso del entendimiento lingüístico; por ello Habermas habla de
que aquí el lenguaje es usado como "fuente de integración social". En cambio en la
acción estratégica el lenguaje es meramente un medio en el que se transmiten
informaciones; las energías específicamente lingüísticas quedan sin utilizar.
Son dos mecanismos distintos: uno representa un entendimiento motivador de
convicciones, el otro el influjo que acaba induciendo a un determinado
comportamiento. Desde el punto de vista del participante en la interacción, ambos
modos se excluyen, ya que los actos de habla no pueden ejecutarse con la doble inten
ción de alcanzar un acuerdo y simultáneamente causar algo sobre el destinatario.
En la acción comunicativa, el éxito está en la fuerza racionalmente motivante
que tienen las operaciones del entendimiento, en una racionalidad que se manifiesta
en las condiciones a que está sujeto un acuerdo alcanzado comunicativamente. El
lenguaje sólo puede cumplir esta función si los participantes se “desenganchan” de la
orientación individual al éxito y se someten a las restricciones estructurales que se
imponen cuando un hablante trata de entenderse con otro acerca de algo. En cambio
esta constelación de lenguaje y acción cambia en la acción estratégica: la capacidad
del lenguaje de crear vínculos es paralizada, el lenguaje "se encoge" y convierte en un
medio en que se transmiten informaciones.
b) Mundo de la Vida
Ahora bien, se puede objetar que el orden social no parece descansar sobre la
base de procesos de formación de consenso; tanto la motivación racional como la
susceptibilidad de crítica son instancias que difícilmente expliquen la integración
HABERMAS, J. PPM., ed. cit., p. 71.
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social, sobre todo si se tiene en cuenta los altos costos en cuanto a riesgos de
disentimiento que semejante tipo de formación debe absorber.
(Justamente con este criterio se eliminan los procesos de entendimiento de la
consideración del orden social, en favor de tesis funcionalistas o instrumentalistas de
reproducción material del sistema; así es como la herencia weberiana se incorpora a
la tradición sociológica, que aprehende toda racionalización como racionalización con
arreglo a fines, eliminando de su horizonte un concepto de razón anclado a valores.)
En este marco Habermas echa mano de un concepto proveniente de la
fenomenología para explicar y complementar el concepto de acción comunicativa: es
sobre la base de un mundo de la vida común, que pueden discurrir los procesos de
entendimiento, sin poner en peligro el orden social en su totalidad. Se trata de ese
ámbito del saber implícito, del sentido y la práctica diaria que tenemos del mundo. Y
en efecto, a la luz de un "horizonte formador de contexto" puede ser tematizado
cualquier saber, ya que garantiza la cobertura del masivo consenso de fondo que se
encarga de absorber riesgos de disentimiento.
De manera que las operaciones explícitas de entendimiento se mueven en un
horizonte de convicciones comunes, de un saber implícito que sólo es dominado
intuitivamente y que exige el trabajo reflexivo frente a experiencias críticas, ya que:
"Al saber de fondo le falta la interna conexión con la posibilidad de poder volverse
problemático, porque sólo en el instante en que es dicho queda en contacto con
pretensiones de validez susceptibles de crítica, transformándose con ello en un saber
falible. Las certezas absolutas permanecen inconmovibles hasta que un shock las
derrumba; pues, en el sentido estricto de falibilidad, no representan saber alguno".
En Hobbes el mecanismo de generación de la sociedad era la acción estratégica,
por lo que a su vez la sociedad era entendida como un orden instrumental. En cambio
desde el punto de vista de una teoría de la comunicación, las interacciones estraté
gicas sólo pueden aparecer en el horizonte de mundos de la vida ya constituidos por
otra vía, y ello como alternativa ante el fracaso de las acciones comunicativas.
c) Orden social y sistema
Con el abandono de la filosofía de la conciencia, Habermas se desprende de la
estrategia que postulaba un sujeto autosuficiente enfrentado a un mundoobjeto, para
HABERMAS, J. PPM, ed. cit., p. 95 (el subrayado es mío).
Ibídem, p. 98.
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partir de la consideración de un mundo vital simbólicamente estructurado en el
que se constituye la reflexividad humana.
La teoría social ha distinguido dos orientaciones: el estudio de las acciones de
los individuos, y la constitución de sistemas sociales. Cada una de estas
orientaciones, llevadas al extremo, dan lugar a puntos de vista excluyentes: para la
teoría de sistemas (Parsons/Luhmann) la integración sistémica depende de
mecanismos autorregulados, donde existe una primacía de la estructura sobre la
acción, mientras que para el culturalismo, la primacía en la integración social la tiene
el rol creativo de los actores sociales, pretendiendo que los conceptos de sistema y
estructura son ficciones reificadas (cosificadas).
Habermas intenta hacer justicia a ambos puntos de vista, por cuanto cada uno
es la respuesta a algo contenido en el objeto social. En el primer caso, la reproducción
material del mundo de la vida no puede ser representada como resultado de una
colaboración colectiva, ya que sus mecanismos se han desplazado cada vez más hacia
una autonomización de los subsistemas económicos y administrativos que hacen
posibles nuevos niveles de complejidad del sistema y refuerzan la capacidad de la
sociedad para gobernarse a sí misma. En el segundo caso, la autoconservación de los
sistemas sociales está sujeta a limitaciones internas resultantes de la propia lógica de
la reproducción simbólica del mundo de la vida.
La necesidad de estudiar la reproducción material se justifica porque permite
explicar, por ejemplo, las distorsiones sistemáticas en la comunicación que discurren
por mecanismos no lingüísticos (por ejemplo, el mercado de capitales), invisibles al
punto de vista culturalista que idealiza la transparencia de los procesos de
reproducción simbólica y la autonomía de los actores.
El resultado de esta estrategia es una visión que integra la problemática de la
racionalización de Weber en un diagnóstico de la modernidad despojado del tinte
pesimista de aquél; Habermas entiende que ha habido un proceso "selectivo" de
modernización según el cual el tipo de racionalización mediosfin, inherente a la
perspectiva de los sistemas autonomizados, reobra destructivamente o "coloniza"
patológicamente el mundo de la vida, poniendo en peligro la integración social. No es
la competencia en sí entre mecanismos de integración social e integración sistémica,
ni tampoco la interferencia o mediatización a que ello da lugar lo que es per se
patológico; esto se da recién cuando los mecanismos sistémicos expulsan a los
simbólicos de los ámbitos en los que éstos no pueden ser sustituidos: cuando la
racionalización estratégica invade no los subsistemas "deslingüistizados" (como la
economía capitalista), sino las estructuras de la práctica comunicativa misma. De esta
selectividad de la racionalización proceden, por tanto, los fenómenos nocivos de
cosificación, empobrecimiento cultural, alienación. Un ejemplo importante de este
fenómeno en las sociedades contemporáneas es, como lo había notado Weber, la
tendencia a la "juridificación" (Verrechtlichung) o adensamiento de la red jurídico
burocrática para el tratamiento administrativo de problemas que pertenecen
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primariamente al mundo vital del individuo y que, por esa vía, acaban resolviéndose
en forma contraproducente para los mismos.
"La estructura dilemática de este tipo de juridización consiste en que las garantías que
el Estado social comporta habrían de servir a la integración social y, sin embargo,
fomentan la desintegración de aquellos contextos del mundo de la vida que a
consecuencia de la forma jurídica que la intervención del Estado adopta, quedan
desligados del entendimiento como mecanismo de coordinación de la acción y
acomodados a medios como el dinero y el poder".
De esta forma Habermas expresa la necesidad de deslindar la facticidad de las
distorsiones impuestas por la modernización, del horizonte de posibilidades abierto
por la comprensión moderna del mundo. Es sobre todo una respuesta al tipo de
crítica a las sociedades modernas que ha poblado la filosofía contemporánea con el
gesto desmesurado de un adiós a la razón.
Preocupación en la línea de los análisis foucaultianos acerca del disciplinamiento que impone el
Estado.
HABERMAS, J., TAC II, pp. 513 y s.
Ibídem, p. 469.
Cfr. las críticas que Habermas formula a Nietzsche, Heidegger, Foucault y Derrida en DFM, ed. cit.
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LENGUAJE, COMUNICACIÓN Y ENTENDIMIENTO
Esta paradójica rehabilitación de la reflexión en el propio abandono de la
filosofía de la conciencia, se cumple en Habermas como un tránsito al paradigma del
lenguaje, particularmente en términos de comunicación y entendimiento lin
güístico.
Para ello Habermas considera no ya cómo pueden relacionarse entre sí sujetos
autosuficientes, sino cómo se constituyen y se forman en y a través de sus
interacciones sociales, mediadas lingüísticamente. El lenguaje pasa a ser entonces
"el tejido de cuyos hilos penden los sujetos y en los que empiezan formándose como
sujetos". El supuesto es que toda experiencia, al estar ya impregnada de sentido por
depender de marcos categoriales que la hacen posible, se articula y constituye
intersubjetivamente; toda evidencia remite al espacio social y no la subjetividad
solitaria. Más aún, el concepto mismo de subjetividad es para Habermas derivado del
de intersubjetividad.
Una vez abandonada así la perspectiva del sujeto autosuficiente, Habermas
busca lo que de racional se encuentra ya contenido en la práctica de la comunicación:
tratará de anclar el concepto de razón en una teoría de las competencias
comunicativas. Ello significa que la teoría no se refiere a la capacidad de generar
oraciones correctas gramaticalmente, sino que implica reglas y estructuras
universales que todos los sujetos dominan al hablar una lengua.
La capacidad de lenguaje de un hablante, donde se satisface únicamente la
pretensión de inteligibilidad, es objeto de análisis en la lingüística; en cambio, su
capacidad de comunicación es objeto de un análisis pragmático. Esta capacidad de
comunicación remite a la competencia de un hablante para hacerse entender por otro
(a la habilidad de insertar una oración bien formada en relación con la realidad), de
forma tal que el oyente pueda aceptar la emisión: entendiendo aquello a lo que se
refiere, prestándole credibilidad a la veracidad del hablante y concordando con él
sobre el marco común de referencia.
Desde la pragmática, la cuestión de la validez de una oración ya no se plantea
en la relación lenguaje/mundo, sino asociada al proceso de comunicación, lo que
enriquece el análisis al incluir como condiciones del habla el reconocimiento
intersubjetivo de pretensiones de validez que sólo pueden desempeñarse con
razones, esto es, discursivamente.
"Entender una expresión significa saber cómo se puede servir uno de ella para
entenderse con alguien sobre algo... De las propias condiciones de comprensión de
expresiones lingüísticas se sigue que los actos de habla al ejecutarse se enderezan al
entendimiento, es decir, a un acuerdo racionalmente motivado acerca de lo dicho".
HABERMAS, J. LCS, ed. cit., p. 203.
Cfr. HABERMAS, J. "¿Qué significa pragmática universal? (1976)" en: TAC: Complementos y Estudios
Previos, ed. cit., p. 326.
HABERMAS, J., PPM, ed. cit., p. 130.
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con el mundo que nos rodea (sobre el que pueden hacerse enunciados
verdaderos o falsos),
con los demás hombres (la realidad normativa, "nuestro" mundo social de
valores y normas compartidos, de roles y reglas a los que un acto de habla puede
"ajustarse" o no y que pueden ser a su vez "correctas" legítimas, justificadas o no),
y con nuestros propios sentimientos e intenciones (la realidad interna, el
"propio" mundo de experiencias intencionales del hablante que pueden expresarse con
veracidad o sin ella).
De ahí que al hablar planteamos pretensiones acerca de la validez de lo que
decimos. Estas pretensiones pueden cuestionarse: entre las distintas formas de
resolver el litigio entre distintas pretensiones de validez, la forma que consiste en dar
razones (y no por la fuerza o apelando a acciones estratégicas) es para Habermas la
clave de una experiencia específicamente humana por la cual es posible llegar a un
entendimiento en una comunicación libre de coacciones. Y es a esta experiencia
adonde se dirige el análisis para hallar el concepto de racionalidad.
El núcleo de la noción de razón comunicativa proviene, por tanto, de la
posibilidad de obtención de un acuerdo (Verständigung): la posibilidad de hacer uso
de razones con que llegar a un reconocimiento intersubjetivo de pretensiones de
validez susceptibles de crítica. Porque la toma de postura de afirmación o negación
frente a tales pretensiones significa que el oyente asiente o no asiente con razones.
Esta posibilidad se da en cada una de las tres dimensiones: pretensiones relativas a la
verdad de lo que decimos en relación con el mundo objetivo; o pretensiones relativas a
la rectitud, adecuación o legitimidad de nuestros actos de habla en relación con los
valores y normas compartidos por nuestro mundo social; o pretensiones de veracidad,
sinceridad o autenticidad en relación con las expresiones manifiestas de nuestros
sentimientos o intenciones.
En otras palabras, aparte de la pretensión de inteligibilidad, que es inmanente
al lenguaje, las pretensiones arriba mencionadas ponen siempre la emisión en
relación con órdenes extralingüísticos: el hablante pretende también que lo que dice
(además de comprensible) es verdadero, que la expresión de sus intenciones es
veraz y que su emisión es correcta o adecuada en relación con un contexto norma
tivo reconocido.
Las emisiones que llevan asociadas pretensiones como las expuestas satisfacen
el requisito esencial, según Habermas, para la racionalidad: son susceptibles de
fundamentación y de crítica. Por ello incluye también los juicios de valor que, por
depender de estándares culturales, no son ni universalmente válidos ni
absolutamente privados, pero en los que es posible distinguir entre un uso racional y
uno irracional de esos estándares con que los miembros de una comunidad de cultura
y lenguaje interpretan sus necesidades.
Lógica de la argumentación
En los actos de habla un elemento importante es la fuerza ilocucionaria, que
consiste en su capacidad de establecer una relación interpersonal entre hablantes, de
mover al oyente a confiar en la oferta o el compromiso que contrae el hablante: éste
puede desarrollar esa fuerza induciendo al reconocimiento de pretensiones de validez.
Y así en los actos de habla "constatativos" (afirmar, referir, negar) se subraya
temáticamente una pretensión de verdad: el hablante asume la obligación de aducir
razones. Los actos de habla "regulativos" (mandatos, excusas, amonestaciones)
subrayan temáticamente la pretensión de rectitud o adecuación normativa,
mientras se asume la obligación de aducir justificaciones, de recurrir al contexto
normativo. En los actos de habla "representativos" (revelar, admitir) se subraya
temáticamente la pretensión de veracidad: el hablante asume el compromiso de dar
pruebas de su sinceridad (con actos consistentes).
Pero si el hablante no logra motivar el reconocimiento de determinadas
pretensiones de validez y se suscitan o persisten dudas que niegan aceptabilidad a lo
que dice, la comunicación o bien se interrumpe, o bien se prosigue en otro nivel
distinto: todas las obligaciones inmanentes a los actos de habla pueden
desempeñarse o directamente en la interacción, o bien indirectamente en:
en el discurso teórico (que fundamenta una pretensión de verdad);
en el discurso práctico (que examina no la pretensión de rectitud
directamente ligada al acto de habla sino la pretensión de validez de la norma
subyacente a la que se ha apelado);
como la veracidad no puede simplemente argumentarse o probarse con
razones, debe desempeñarse en una secuencia de acciones.
En el libro Teoría de la Acción Comunicativa Habermas desarrolla más
extensamente el análisis de estas formas de justificación o fundamentación que
representan una cierta ruptura con el contexto normal de la interacción: es el caso de
las argumentaciones, formas de comunicación en la que todos se someten a la "coac
ción sin coacciones" del mejor argumento.
La existencia del discurso y la argumentación pone de manifiesto que la
práctica comunicativa tiene un horizonte de racionalidad inmanente, puesto que todo
acuerdo descansará siempre en última instancia en razones; razones que o están
implícitas en el desempeño de pretensiones de validez, o bien se resuelven
discursivamente.
"Mientras que la susceptibilidad de crítica y de fundamentación de las manifestaciones
se limita a remitir a la posibilidad de la argumentación, los procesos de aprendizaje por
los que adquirimos conocimientos teóricos y visión moral, ampliamos y renovamos
nuestro lenguaje evaluativo y superamos autoengaños y dificultades de comprensión,
precisan de la argumentación".
Todas las pretensiones de validez son objeto de desempeño (Einlösung) dentro
del contexto de la interacción; pasando luego al discurso, la pretensión de verdad y la
de rectitud dan lugar a los tipos ejemplares de discurso: el teórico y el práctico. Pero
también les corresponde un cierto grado de resolución discursiva a las otras
pretensiones:
Inteligibilidad o comprensión: su discusión da lugar al discurso
explicativo. Es el modelo tanto de la investigación lingüística como de la práctica
interpretativa que se da en la traducción.
Veracidad: es tematizada en la crítica terapéutica (por ejemplo el
psicoanálisis) y en la crítica ideológica, pero en ambos casos sólo cumple la función de
un "desenmascaramiento" frente a la posibilidad de autoengaño. En cambio en cuanto
la pretensión de veracidad es desempeñada frente a otros, no es discursivamente
resoluble: no puede fundamentarse sino sólo mostrarse; y su falsedad sólo puede
delatarse.
Por último, los juicios de valor también poseen un medio reflexivo para
desarrollar la pretensión problematizada, aunque el tipo de reconocimiento que se
forma en torno a valores culturales no implica aceptabilidad universal como los
problemas de verdad o justicia. De ahí que las argumentaciones que sirven a la
justificación de estándares de valor no cumplan, tal como en el caso anterior, las
condiciones del discurso (ejemplo, la crítica estética).
CONSENSO Y COMUNIDAD IDEAL DE HABLA
Esta capacidad de la instancia reflexiva de trascender e institucionalizarse se
basa en una "virtualización" de las presiones que sobre nosotros ejercen la
experiencia y la decisión, virtualización que nos permite un examen discursivo de
pretensiones de validez hipotéticas y con ello la producción de un saber fundado. Es
decir, mientras que en la interacción las pretensiones de validez que se vinculan
inevitablemente a cada acto de habla (aunque sea implícitamente) son aceptadas de
forma más o menos ingenua, en el discurso su validez es considerada hipotética y se
tematiza explícitamente. El pasaje del reconocimiento fáctico a la fundación racional
de pretensiones de validez requiere de esa "virtualización": entendida como
disponibilidad a suspender el juicio sobre estados de cosas que pueden ser o no el
caso, etc.
Se trata, por tanto, de someterse a la fuerza del mejor argumento a fin de llegar
a un acuerdo sobre la validez o no validez de pretensiones problemáticas; este
acuerdo supone según Habermas la idea de "consenso racional", es decir, un
consenso que resulta de que cada uno se someta únicamente al peso de la evidencia y
a la fuerza de la argumentación "como si" fuesen válidos para todos los participantes
potenciales (universales).
Esta formulación remite a una idealización del habla argumentativa y, en
efecto, Habermas indica que, considerándola como proceso, es una forma de
comunicación "infrecuente y rara" que ha de aproximarse suficientemente a
condiciones ideales.
Tal como ocurre en el caso paradigmático de la pretensión de verdad, la
argumentación no aspira a la producción de cualquier consenso sobre estados de
cosas, sino de un tipo muy específico de consenso que, aún admitiendo su
"contrafacticidad" , Habermas denomina "racional" porque supone un consenso
alcanzado en una "comunidad ideal de comunicación".
Porque si bien todo consenso fáctico encierra distorsiones, limitaciones o
coerciones, cada vez que argumentamos en favor de una pretensión de verdad
actuamos como si un consenso puramente racional fuese posible, idea que opera en
cada una de nuestras argumentaciones.
“Simetría entre hablantes”, “ausencia de coerciones”, “ausencia de relaciones
de poder”: obviamente estas expresiones remiten a una manifiesta idealidad y
contrafacticidad; pero para Habermas estos presupuestos de condiciones ideales de
comunicación son "anticipados" en cada acto de comunicación y actúan/operan como
condiciones de posibilidad de la legitimación discursiva de pretensiones de validez (de
lo contrario, la renuncia a la aspiración a un consenso racional implicaría una
confusión de las pretensiones de validez con afirmaciones de poder).
De ahí la definición habermasiana de la verdad en términos consensuales:
"...Para distinguir los enunciados verdaderos de los falsos, me refiero al juicio de otros
y, por cierto, al juicio de todos aquellos con los que pudiera iniciar una discusión
(incluyendo contrafácticamente a todos los oponentes que pudiera encontrar si mi vida
Contrario a los hechos.
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fuera coextensiva con la historia del mundo humano). La condición para la verdad de
los enunciados es el potencial asentimiento de todos los demás".
Por otra parte, observamos que en Habermas el discurso teórico y el discurso
práctico representan los tipos ejemplares de la argumentación, por cuanto las
pretensiones de verdad y de justicia y moralidad (presentes en todo acto de habla)
acreditan un horizonte dentro del cual se anticipa, también, esta comunidad ideal de
comunicación y sus supuestos de vida buena y verdadera.
Entendimiento lingüístico
Con el concepto de un entendimiento orientado por pretensiones de validez la
pragmática formal conecta con la teoría de la acción. Habermas usa los resultados del
análisis de los actos de habla para elaborar una noción general de acción comuni
cativa que dé bases a la investigación social.
Como ya vimos, al problema de la coordinación de la acción entre varios
actores, Habermas responde separando entre dos mecanismos distintos: según que
las acciones sean coordinadas a través del entendimiento, o por el ejercicio de
influencias mutuas. Acción comunicativa se excluye, así, de acción estratégica,
pues lo que se ha producido por influencias externas (gratificaciones o amenazas,
sugestión, etc.) "no puede contar intersubjetivamente como acuerdo”; hay acción
comunicativa únicamente cuando se satisfacen condiciones de cooperación y
entendimiento.
Acción comunicativa y acción estratégica, como dos variantes de la interacción
mediada por el lenguaje, son incompatibles en un sentido fuerte: porque la "conexión"
comunicativa coloca a los cursos de acción bajo restricciones estructurales que llevan
a los actores a salir de la lógica egocéntrica para exponerse a los criterios públicos de
la racionalidad ligada al entendimiento.
"El telos del entendimiento, inmanente a las estructuras lingüísticas, exige de
quienes actúan comunicativamente un cambio de perspectiva": pasar de la actitud
objetivante del que se orienta a su propio éxito, a la actitud realizativa de quien quiere
entenderse con una segunda persona sobre algo.
Es decir, hay condiciones universales del entendimiento posible, y el
entendimiento es el telos inmanente o función del habla. Sin embargo, no todo acto de
habla se orienta al entendimiento: hay formas "estratégicas" de comunicación (mentir,
engañar, manipular): para Habermas son formas derivadas, parásitas del habla, en
las que se suspende alguna pretensión de validez (normalmente, la pretensión de
veracidad). En la acción orientada al entendimiento el lenguaje encuentra el uso al
que está destinado. En esta línea ha dicho Thomas McCarthy:
"En la medida en que la interacción normal implica la consideración del otro como
sujeto, implica también la suposición de que sabe lo que hace y por qué lo hace, de que
sostiene y persigue intencionalmente las creencias y fines que sostiene y persigue, y de
que, si fuera menester, sería capaz de respaldarlas con razones. Aunque esta
"suposición de responsabilidad" es a menudo (quizá incluso habitualmente)
Esta noción de un entendimiento inherente al lenguaje determina el concepto
de razón comunicativa en el sentido amplio de racionalidad que remite al logos de la
filosofía griega como capacidad de aunar sin coacciones, tanto como a la idea de "foro
de la razón".
A esta altura estamos en condiciones de sacar algunas conclusiones que se
desprenden de esta teoría de la comunicación. Habermas ha introducido ya los
elementos con que resolver dos importantes cuestiones: 1) por una parte, con el
concepto de razón comunicativa segrega la racionalidad con arreglo a fines a ámbitos
menos sustanciales que como se presentaba para los frankfurtianos. 2) Por otra parte,
al hacer posible la categoría de entendimiento en el lenguaje fuera de una filosofía de
la conciencia, puede desprenderse también del tono de la crítica totalizante a la razón
que da pie a la disolución posmoderna de la crítica.
MODERNIDAD Y RACIONALIZACIÓN
De modo que Habermas se atiene a lo que podríamos denominar "el grado cero"
de un concepto de razón: la capacidad inherente al lenguaje a forzar al reconocimiento
de pretensiones que se entablan al hablar, la presencia de ese acuerdo como telos o
como condición de todo acto de comunicación. Sin embargo, el proyecto no es para
nada humilde en cuanto a ambiciones: a partir de ese grado cero Habermas pretende
enjuiciar también la historia de una "racionalización" universal, acelerada con el
advenimiento de la modernidad europea.
Aquí es una legión de conflictos teóricos la que se presenta; sin embargo,
Habermas se atiene al desafío antes que desechar la posibilidad de que lo que él ha
hallado en la comunicación, como anticipación contrafáctica de un ideal de libertad y
felicidad, pueda realizarse en la historia. Cuenta con el presupuesto de que no son los
ideales de la Ilustración europea los responsables de la sinrazón del presente, sino
que hubo de ocurrir algo más que desvió la modernidad por una senda
patológicamente selectiva de racionalización.
Precisamente el concepto de la racionalidad comunicativa otorga a Habermas la
posibilidad de postular una especie de ambigüedad esencial del proceso histórico de la
racionalización moderna; esta ambigüedad le permite combinar el análisis weberiano
de la racionalización económica y burocrática con la perspectiva ilustrada de una
creciente emancipación humana, que pueda aún sostener una fe en el progreso.
Habermas trata este problema desde diversos ángulos, pero una de las
tendencias importantes de su trabajo es asimilar la lógica de etapas estructurales en
el desarrollo cognitivo del niño (descripta por la psicología genética de Piaget), a un
proceso evolutivo de la especie en términos de racionalización de las tradiciones
McCARTHY, Th., op. cit., p. 337.
HABERMAS, J., TAC I, ed. cit., p. 27.
15
culturales y los sistemas de acción en las sociedades históricas. Aquí es importante el
concepto de aprendizaje, transpuesto del plano ontogenético al filogenético.
Resumidamente, la idea de Habermas es que si la evolución social puede ser
entendida como un "proceso de aprendizaje" en el sentido de la psicología evolutiva
cognitivista, sus estadios pueden describirse estructuralmente y ordenarse de acuerdo
con una lógica evolutiva. El problema más serio al que se enfrenta este expediente es
la plausibilidad del transplante de modelos ontogenéticos a la evolución social. Se
basaría en la idea de que es la capacidad de aprender de los individuos la base del
aprendizaje social.
Luego, en la obra Teoría de la Acción Comunicativa, Habermas conjuga la
sociología de la religión de Weber, en la que se describe un proceso evolutivo de
racionalización de las imágenes religiosas del mundo, con el punto de vista teórico del
desarrollo de conceptos formales de mundo extrapolado de la psicología evolutiva de
Piaget. Aquí se combina la idea de un proceso "descentralizador" (en el desarrollo
cognitivo del niño), con la idea de “diferenciación” en Weber:
a) en psicología, la evolución va en dirección a una diferenciación de los
mundos externo, social y subjetivo; este esquema, aplicado al plano sociocultural,
podría explicar la comprensión "descentrada" del mundo, condición importante para
el tratamiento por separado de las cuestiones de verdad, justicia y gusto.
b) precisamente Weber consideró que en la modernidad europea se asiste a
la diferenciación del saber (en religión, arte y ciencia); por ello Habermas busca en él
un modelo de racionalización que cumpliera las condiciones de una descentración y
diferenciación de las “imágenes del mundo” en tradiciones culturales y en sistemas de
acción.
Así por ejemplo, en la controversia sobre la comparabilidad de los estándares
de racionalidad de distintas culturas e imágenes del mundo, discusión llevada a cabo
en el seno de la Antropología Cultural, Habermas analiza las diferencias entre el
pensamiento mítico y el moderno, tomando distancia desde el principio con respecto
al relativismo que predica la inconmensurabilidad de los distintos juegos de lenguaje
y formas de vida. La racionalidad de las distintas imágenes del mundo se mediría, por
lo tanto, por las categorías disponibles a los individuos para la interpretación de su
mundo.
"...las imágenes míticas del mundo impiden la desconexión categorial entre naturaleza
y cultura, y ello no solamente en el sentido de una mezcla conceptual de mundo social
y mundo objetivo, sino también en el sentido de una reificación de la imagen lingüística
del mundo. Lo cual tiene como consecuencia que el concepto de mundo quede investido
dogmáticamente de determinados contenidos que escapan así a una toma de postura
racional y, con ello, a la crítica".
Cfr. la crítica en este sentido en GIDDENS, Anthony, "¿Razón sin Revolución? La Theorie des
kommunikativen Handelns de Habermas", en VVAA, Habermas y la Modernidad, ed. cit., p. 186; y en
McCARTHY, Th., op. cit., p. 304 y ss.
Cfr. HABERMAS, J., TAC I, ed. cit., pp. 69 y ss., donde Habermas analiza las tesis de C. LéviStrauss,
P. Winch, M. Godelier, A. MacIntyre, E.E. EvansPritchard, R. Horton y E. Gellner.
Ibídem, p. 78.
16
En tal sentido, la desmitologización de una imagen del mundo significa separar
los ámbitos de naturaleza y cultura que en principio se hallan fundidos, proyectados
sobre un mismo plano.
Por eso el desarrollo de los campos de discurso, que Habermas sigue por el
análisis weberiano de la racionalización de las imágenes religiosas del mundo, expresa
esa sucesión (de procesos de aprendizaje social) en términos de una expansión de la
racionalidad, por cuanto implica la posibilidad de fundamentar racionalmente
aspectos de la existencia por separado, saliendo del holismo y "concretismo" del
pensamiento primitivo.
No obstante el señalado "cuño comtiano" de estas separaciones , Habermas
halla en la aplicación de este recurso la posibilidad de dar cabida a la perspectiva
teleológica de la historia de la especie postulada en sus escritos anteriores:
"Estos empujones devaluadores parecen guardar relación con las transiciones a nuevos
niveles de aprendizaje: con ellos se transforman las condiciones de aprendizaje en las
tres dimensiones: del pensamiento objetivante, de las ideas prácticomorales, y de la
capacidad de expresión prácticoestética. La teoría de Piaget.. puede sernos útil ..para
la conceptuación de un desarrollo que se extiende a las imágenes del mundo en su
integridad, esto es, que abarca simultáneamente las distintas dimensiones de la
comprensión del mundo".
Pasando a Weber, éste explica que el racionalismo ético y jurídico, al igual que
la ciencia moderna y el arte autónomo, se deben a una diferenciación de "esferas de
valor" que por su parte es resultado de un proceso de "desencantamiento", legible en
el plano de las imágenes del mundo. Estas "hornadas de racionalización" com
prenden, por una parte, las condiciones bajo las cuales las cuestiones cognoscitivas,
normativas y expresivas se desenganchan sistemáticamente unas de otras y empiezan
a desplegar su lógica interna, y por otra parte la materialización institucional de esas
estructuras de conciencia modernas (esto es, el paso de lo cultural a lo social). La
descomposición de conceptos sustanciales básicos del orden cosmológicoreligioso al
desfundarse en los aspectos ónticos, morales y expresivos implicó para Weber la
pérdida de credibilidad en las formas teológicas y metafísicas de fundamentación, el
surgimiento de formas "profanas" de conocimiento y la "subjetivización" de la fe.
Desencantamiento y comprensión moderna del mundo llevan por tanto la
impronta de un proceso de racionalización medido, según Weber, en términos de
superación del pensamiento mágico.
Pero además, para Weber el derecho se desconectaría de la esfera de valor
prácticomoral y aparece desde el principio como materialización de la racionalidad
con arreglo a fines (instrumental); por ello la racionalización de la ley se vincula
únicamente a la institucionalización de los sistemas administrativos y económicos.
Esto tendería a reemplazar legitimidad por legalidad, y a que la validez de lo jurídico
descansara únicamente en el principio de positivación. Por ello el derecho acabaría
Cfr. GIDDENS, Anthony, op. cit., p. 162.
HABERMAS, J. TAC I, ed. cit., p. 101 y s.
Cfr. Ibídem, "La teoría de la racionalización de Max Weber", p. 197350.
17
CONCLUSIONES
Para los filósofos de la Escuela de Frankfurt, aceptar limitaciones al concepto
de razón implicaba reconocer la inexorabilidad con que se presentaba un proceso de
reificación (cosificación) del sentido de la vida.
Para Habermas no hay tal inexorabilidad de una inversión de signos de la
filosofía iluminista del progreso; por el contrario, si hay un "efecto frankfurtiano" en
Habermas, éste debe buscarse en la dirección del preguntar, pero no en la clase de
respuesta. Para el autor no es necesario identificar en todos sus puntos la expansión
de la racionalidad como resultado del desencanto del mundo, con la racionalización
de la sociedad efectivamente habida. El avasallamiento a que es sometida la
naturaleza y la sociedad objetivadas, y el modo en que se autoafirma la
racionalización con sentido técnicoinstrumental, son momentos derivados que se han
autonomizado frente a las estructuras del mundo de la vida, es decir, de la
intersubjetividad de las relaciones de entendimiento y de reconocimiento recíproco.
La ironía de este proceso radica en que el potencial de razón comunicativa
hubo de desencadenarse antes en las formas de mundos de la vida modernos, para
que a posteriori las “desbocadas exigencias” de los subsistemas económico y
administrativo pudieran obrar destructivamente sobre la vulnerable práctica
comunicativa cotidiana. El potencial de razón comunicativa queda, al par que
desplegado, distorsionado en el curso mismo de la racionalización.
"Imperativos funcionales" debe ser tomado en el sentido que le otorga el enfoque funcionalista de los
sistemas sociales, en los que procesos intrasistémicos están en función de su contribución a la
conservación o consecución de las estructuras sociales.
18
WELLMER, A. op. cit., p. 96.
Ibídem, p. 89 y 96.
19
Finalmente, Habermas de esta manera argumenta la pretensión universalista
de una filosofía que puede diagnosticar que el proyecto de la Ilustración no se ha
cumplido: la queja contra la modernidad no debe dirigirse al desencantamiento del
mundo como tal; no son las formas postradicionales de pensamiento las responsables
per se de la pérdida de libertad y significado en el mundo actual.
"En una palabra: el proyecto de la modernidad todavía no se ha realizado...El proyecto
intenta volver a vincular diferenciadamente a la cultura moderna con la práctica
cotidiana que todavía depende de sus herencias vitales, pero que se empobrece si se la
limita al tradicionalismo. Este nuevo vínculo puede establecerse sólo si la
modernización societal se desarrolla en una dirección diferente".
HABERMAS, J., "Modernidad: un proyecto incompleto", ed. cit., p. 142.
HABERMAS, J., PPM, p. 181.
20
BIBLIOGRAFIA
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históricosociales latinoamericanas”, Cuadernos de Ética, Nº15/16 (1993), pp. 922.
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