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68 Martín Lutero

Escritos políticos
M a rtín L u tero ( 1 4 8 3 -1 5 4 6 ) estu d ió A rtes en la
U n iv ersid ad d e E rfurt, y en 1505, ab an d o n ad o s
sus proyectos d e c u rsa r D erecho, e n tró en el
co n v en to de los ag u stin o s erem itas de esa c iu ­
d ad alem ana. Allí fu e o rd e n ad o sacerdote y
co m e n z ó sus e stu d io s de Teología, q u e c u lm in a ­
ría en la U n iv ersid ad de W itten b erg , d o n d e
e n señ ó Biblia h asta el final de su vida.
En ab ierto e n fre n ta m ie n to co n el p ap ad o ro m a ­
n o p o r sus escrito s teo ló gico s, fue declarado
h ereje y e x c o m u lg a d o de la Iglesia católica.
D esterrad o del Im p e rio alem án , e n c o n tró p ro ­
tecció n en el p rín c ip e electo r de Sajonia.
D ed icad o a su cáted ra u n iv ersitaria y a la p re d i­
cació n , escribió n u m e ro so s tratados teológicos,
co m en tario s a la B iblia, serm o n es y u n a serie de
« escrito s p o lític o s» , p u b licad o s hasta 1526 y
q u e so n los o fre cid o s en la presente edició n.
Escritos políticos
Colección
C lásicos del Pensamiento
fundada por Antonio Truyol y Serra
Director:
Eloy García
Martín Lutero

Escritos políticos

E studio p r e lim in a r y trad u c c ió n


JO A Q U IN ABELLA N

T E RC E RA EDICIÓN

fLACSO - Biblioteca
Titulos originales:
An den christlichen Adel der deutschen Nation von des
christlichen Standes Besserung (1520)
Von weltlicher Obrigkeit, wie weit man ihr Gehorsam
schuldig sei (1523)
Ermahnung zum Frieden auf die zwölf Artikel der Bauernschaft
in Schwaben (1525)
Wider die räuberischen und mördischen Rotten der Bauern (1525)
Ein Sendberief von dem harten Büchlein wider die Bauern (1525)
Ob Kriegsleuter auch in seligem Stand sein können (1526)

Diseño de cubierta:
JV, Diseño gráfico, S.L.

1 a edición, 1986
2.a edición, 1990
3.a edición, 2008

Reservados todos los derechos. El contenido de esta


obra está protegido por la Ley, que establece penas
de prisión y/o multas, además de las correspondien­
tes indemnizaciones por daños y perjuicios, para
quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o co­
municaren públicamente, en todo o en parte, una
obra literaria, artística o científica, o su transforma­
ción, interpretación o ejecución artística fijada en
cualquier tipo de soporte o comunicada a través de
cualquier medio, sin la preceptiva autorización.

© Estudio preliminar y notas, J o a q í N A b e l l á n , 1986


© EDITORIAL TECNOS (GRUPO ANAYA, S.A.), 2008
Juan Ignacio Luca de Tena, 15 - 28027 Madrid
ISBN: 978-84-309-4798-0
Depósito legal: M. 45.347-2008
P rinted in Spain. Im preso en España por Fernández Ciudad, S. L.
ESTUDIO PRELIMINAR, por Joaqu ín A b cllán Pag. IX

1. S o c ie d a d , p o lít ic a y r e lig ió n a c o m ie n z o s d e l si g l o xvi en

................................................................................................
A le m a n ia IX
2 . N o t a s s o b r e l a b i o g r a f í a d e L u l e r o ........................................... XVIII
3. S o b r e l a c o n c e p c ió n l u t e r a n a d e l a a u t o r i d a d p o lític a . . XXV
4. E n to r n o a la m o d e rn id a d de L u te ro ....................................... X X X IV

B ib lio g ra fía .................................................................................................. X X IX

ESCRITOS POLITICOS

I. A LA NOBLEZA CRISTIAN A DE LA N ACIO N ALEMANA


ACERCA DE LA REFORMA DE LA CONDICION CRISTIA­
NA (1320) ...................................................................................... 3
II. SOBRE LA A U T O R ID A D SECULAR. H A ST A DONDE SE
LE DEBE OBEDIENCIA ( 1 3 2 3 ) ................................................. 21
III. EXHORTACION A LA PAZ EN CONTESTACION A LOS
DOCE ARTICULOS DEL CAM PESIN AD O DE SUAB1A
(1525) 67
IV. CONTRA LAS B A N D A S LADRONAS Y ASESINAS DE LOS
CAMPESINOS (1 5 2 5 ) ................................................................... 95
V. CARTA SOBRE EL DURO LIBRITO CO N TRA LOS C A M ­
PESINOS (15 2 5 ) ............................................................................... 103
VI. SI LOS HOMBRES DE ARM AS TAMBIEN PUEDEN ESTAR
EN G R A C IA ( 1 5 2 6 ) ........................................................................ 127

INDICE DE CITAS BIBLICAS 171


ESTUDIO PRELIMINAR
por Jo aq uín A bellán

1. SOCIEDAD, POLITICA Y RELIGION


A COMIENZOS DEL SIGLO XVI EN ALEMANIA

A) A comienzos del siglo XVI A lem an ia era el país más


extenso de Europa y, con unos veinte m illones de h ab itan ­
tes, era también el más poblado. Su u n id ad política, sin em ­
bargo, no existía en realidad. El Sacro Im perio Rom ano de
la Nación alemana vivía en una tensión continua entre la vo­
luntad centralizadora del em perador y las tendencias cen trí­
fugas de los territorios. Desde m ediados del siglo XIII, con
la caída de los Staufen, el em perador de O ccidente se había
reducido prácticam ente a ser un rey de A lem an ia. Pero d en ­
tro de A lem ania tampoco había logrado construir un estado
políticamente unido. El Registro im perial de 1495 daba cuen­
ta de más de trescientos cincuenta territorios, entre princi­
pados, condados, ciudades im periales libres, abadías, obis­
pados, territorios de los caballeros y otros.
En esta situación el poder efectivo del em perador se apo­
yaba más en la capacidad de su propia d in astía (desde 1437
la casa de Habsburgo) que en derechos expresos. Las relacio­
nes entre el em perador y los príncipes territoriales habían si­
do determ inadas a m ediados del siglo X IV por esa pieza cen­
tral de la constitución im perial que fue la B ula de Oro de
1356. Resultado de las negociaciones entre el emperador y
los grandes príncipes, que desde 1257 hab ían reclamado el
derecho exclusivo de elegir al emperador, la B ula de Oro sig­
n ificab a adem ás la exclusión de la intervención del papado
en los asuntos im periales: el poder im perial podría ser ejer­
cido independientem ente de la coronación papal.
El desgarram iento de la situación política entre el em pe­
rador y los territorios en los últim os años de la Edad M edia
fue haciéndose más profundo. Mientras los territorios se fu e­
ron transform ando en estados territoriales, el im perio, en
cam bio, como conjunto, no lograba una vida política común.
D esde comienzos del siglo X V se escucharon voces que re­
clam aban la reforma del im perio y proponían alternativas a
la situación actual. Un program a com pleto de reformas lo
presentó Nicolás de Cusa (De Concordantia Catholica, 1433)-
Su reform a propugnaba una influencia efectiva de los Esta­
m entos im periales sobre el gobierno, así como reuniones
an uales de la D ieta im perial y la creación de un tribunal de
justicia imperial perm anente. A partir de 1486 el movimiento
de reforma del im perio se hizo más intenso y se dio un paso
m u y im portante en 1495 cuando la D ieta im p erial, reunida
en W orm s, aprobó la tregua perpetua qúe ponía los presu­
puestos para un desarrollo político conjunto alem án. En la
D ieta im perial de 1500, celebrada en A ugsburgo, se apro­
b aría la formación de un Gobierno im perial (Regim ent) por
encim a del em perador y de los Estamentos. Este Gobierno
im p erial no duró más de dos años y fue tan ineficaz com o
el gobierno m onárquico, por no contar tampoco con los m e­
dios económicos y personales adecuados para su función.
En las capitulaciones electorales de Carlos se volvió a p lan ­
tear la cuestión y la D ieta im perial de 1521, en W orms, acor­
dó la formación de un Gobierno im perial hasta que el em ­
perador Carlos volviera a Alem ania. A pesar de algunas m e­
d id as de este G obierno im perial (1522-1530) tuvo tan poco
éxito como el prim ero al seguir sin un poder efectivo para
im ponerse a los estados territoriales. Al cruzarse la cuestión
religiosa de la reforma luterana en la política im perial, los
estados territoriales adquirieron m ayor autonom ía frente a
las instituciones im periales centrales. La D ieta im perial de
1526, celebrada en Spira, acordó que los estados debían con­
ducirse en m ateria religiosa como cada cual estim ara mejor,
según su responsabilidad ante Dios y ante la m ajestad im ­
perial y el imperio. La dinám ica política que se im puso con
la adopción de la reforma luterana im pediría definitivam ente
la realización de la idea im perial de Carlos V.
Los estados territoriales, al asum ir como una actividad pro­
p ia el fomento y vigilancia de la nueva confesión religiosa,
estaban evolucionando hacia una nueva form a de poder po­
lítico. No sólo por la organización m oderna de su actividad
sino por la am pliación de la esfera de actividades estaban ca­
m inando hacia una forma de Estado que hacía la com peten­
cia al im perio. La evolución hacia la forma de Estado abso­
luto moderno se realizaba en los territorios m ientras el im ­
perio como tal no lograba esa consolidación como Estado mo­
derno.
El m ovim iento de reforma del im perio entre 1495 y 1526
no logró efectivam ente grandes avances. A pesar de sus m a­
gros resultados, sin em bargo, frenó el desm oronam iento del
im perio que parecía in m inente en el siglo X V . No se logró
que A lem ania tuviera un sistem a político unificado y efecti­
vo y ésta m antendría una constitución m uy peculiar hasta
comienzos del siglo X I X 1 .

B) El reparto de la población en A lem ania a comienzos


del siglo XVI era bastante desigual. La densidad mayor se da­
ba en el valle del Rin y en el sur; menor densidad tenían
T uringia y Sajonia y la densidad más débil se registraba en
el noroeste y al este del Elba. A lem ania contaba entonces
con unas tres m il poblaciones, de las que unas 2.800 no lle­

1 Sobre la organización constitucional del Im perio alem án, vid. Fritz


Hartung, Deutsche Verfassungsgeschichte. Vom 15. Jah rh u n d ert bis zur Ge­
genw art. Stuttgart, 9 . a ed ., 1969-
gaban a m il habitantes; alrededor de 100 tenían entre m il
y dos m il habitantes. De las cincuenta restantes, más de 30
tenían entre dos m il y diez m il habitantes y sólo 15 eran gran­
des ciudades.
Las ciudades desarrollaron el máximo de sus energías crea­
doras entre 1480 y 1530. La dinám ica vida de las ciudades
alem anas, organizada en torno al comercio y las institucio­
nes de crédito, aprovechó la situación caótica de Francia en
el siglo XV, que produjo el desvío del comercio del Ródano
a los pasos orientales de los Alpes. Las ciudades alem anas
aprovecharon asimismo la conflictiva situación política de Ita­
lia, que le haría perder su supremacía en el comercio de lar­
ga distancia. Por otra parte, el increm ento de la dem anda
de m etales preciosos para la financiación de gastos m ilitares
favorecía a A lem ania que, hasta m ediados del siglo XVI, se­
ría el principal productor europeo de p lata, sustituido en ­
tonces por las colonias españolas en A m érica.
La historia alem ana de antes y durante la Reforma fue una
época de las c iu d ad e s2. La civilización de la época se desa­
rrolló en las ciudades. Incluso los príncipes de los estados te­
rritoriales contaron con los burgueses de las ciudades para
el desarrollo de su adm inistración estatal. D urante la segun­
d a m itad del siglo XVI decrecería la energía de las ciudades
y la burguesía ciudadana influiría poco en la historia alem a­
na de los siglos XVII y XVIII.

C) Una situación m uy distinta a la de las ciudades pre­


sentaba el grupo social de los caballeros (Reichsritter). Este
estam ento había conocido su época de esplendor entre los
años 1100 y 1250, habiendo vinculado su destino al del em ­

2 La significación de las ciudades para la R eform a ha sido un tem a im ­


p o rtan te en la investigación de la historia de la R eform a. A r tur G eoffrey
Dickens (The G erm an N ation a n d Martin Luther, London, 2 . a ed., 197 6 )
sostiene que la Reform a fu e un acontecim iento urbano. Esta tesis ha sido
discutida especialm ente para los años posteriores a la prim era fase de la Re­
form a en los que fue m uy activo el papel de los príncipes territoriales. S o­
bre esta discusión, vid. R ainer W o h lfeil, E inführung in die deutsche R e­
fo rm atio n , M ünchen, 1 9 8 2 , pp. 11 8 -12 3 .
perador romano. Su pérdida de influencia en los siglos fin a­
les de la edad m edia fue p aralela a la introducción de n ue­
vas artes de guerra, de las armas de fuego y de los ejércitos
profesionales. Por otra parte, su carencia de representación
en la D ieta im perial les privaba de in fluen cia política en el
im perio.
La llam ada de Lutero en 1520 a los nobles alem anes des­
pertaría en muchos caballeros el deseo de m ejorar su situ a­
ción con la secularización de los bienes eclesiásticos. Un ca­
ballero, Hurten, había clam ado asimismo contra los eclesiás­
ticos de la iglesia rom ana encontrando u n a acogida favora­
ble entre los caballeros de Franconia. En el verano de 1522
m aduraron los planes de acción política que se proponía co­
mo m eta final la secularización de los dom inios eclesiásti­
cos. Franz von Sickingen (1481-1523), legendario condot-
tiero, participaría tam bién en la acción contra el arzobispa­
do de Tréveris. En la prim avera y verano de 1523, sin em ­
bargo, serían vencidos por los nobles y la Liga suaba que arra­
só 23 castillos en el oeste de Franconia. A p artir de la derro­
ta de 1523, los caballeros no volverían a tener n in gu n a sig­
nificación política. Algunos se unirían a los cam pesinos en
su rebelión (1524-1526), como Gotz von Berlichingen. Otros
se convertirían en bandoleros y salteadores de caminos.
Lutero se distanciaría de las pretensiones y acciones de los
caballeros 3.

D) A pesar de la próspera actividad económica de las ciu­


dades, el siglo XVI fue un siglo predom inantem ente agríco­
la. Más de las 3/4 partes de la población alem an a vivía en
el campo y tam bién en los núcleos urbanos se practicaba la
agricultura.

3 Ulrich von Hutten (14 8 8 -1 5 2 3 ), humanista notable, fue especialmente


crítico de la iglesia rom ana. Era uno de los nobles que habían aceptado es­
pontáneam ente a Lutero. La relación de los nobles con la R eform a fu e m uy
diferente a lo largo de la difusión de la misma: vid . V ólk er Press, «A d el,
Reich und Reformation», en W . J . M ommsen (e d .), Stad tb ü rg ertu m u n d
A d e l in d er Reform ation, S tu ttg art, 19 7 9 , pp. 3 3 0 -3 8 3 .
La organización de la actividad agrícola y de la sociedad
agraria, sin em bargo, presentaba caracteres m uy diferencia­
dos de una región a otra de A lem ania. Las diferencias entre
la vieja A lem ania y la A lem ania de los colonos al este del
Elba se harían incluso m ás profundas en este período. En
la vieja A lem ania la m ayor parte de la tierra era propiedad
de príncipes, nobles y eclesiásticos, si bien había cam pesi­
nos libres e independientes en Friesland, en la parte occi­
d en tal de H olstein, B aja Sajonia, Tirol y Selva Negra. Estos
cam pesinos libres e independientes, no obstante, no de­
term inarían el curso general de la historia agraria alem ana;
su situación, por otra parte, no era uniform e en todas las
regiones.
Limitándonos a la región del Alto Rin, entre Basilea y Hei-
d elb erg, donde com enzaría la rebelión de 1524, es preciso
señalar que la tenencia de la tierra por parte de los cam pesi­
nos era en su mayor parte hereditaria y con rentas fijas. Quiere
esto decir que los campesinos eran virtuales propietarios. Po­
d ían dividir la tierra o venderla, con el consentim iento del
señor. En esta realid ad , m uy distinta a la de otras regiones
alem an as, se han apoyado quienes consideran que la insatis­
facción de los cam pesinos del sudoeste alem án no era tanto
económ ica como social y po lítica4. A nte las nuevas m ed i­
das del derecho nuevo que los señores estaban introducien­
do, los cam pesinos reclam aban el derecho antiguo. En esta
reclam ación se pueden condensar las exigencias de una liga
cam pesina, la del B undschuh, que protagonizó diversos le ­
vantam ientos locales desde finales del siglo X V . Otros levan­
tam ientos como los del A rm er Konrad, llevado a cabo en
1514 contra el d uque de W ürttem berg, se pueden inscribir

4 A sí, G ü n th er Franz señala que la rebelión cam pesina se produce en


las zonas en que chocan la autonom ía rural y el principio de soberanía te ­
rritorial. Para la investigación marxista, sin em bargo, la guerra de los cam ­
pesinos constituye uno de los acontecimientos de la revolución protobur-
guesa, al que se asocia la Reform a. Sobre el concepto de «revolución proto-
burguesa» y la discusión sobre su viabilidad, vid. Rainer W o h lfe il, op. cit.
en nota 2 , pp. 17 4 -19 9 -
igualm ente en los antecedentes de la guerra de los cam pesi­
nos de 1524. En esta guerra, sin em bargo, se asocian dos tra­
diciones reivindicad vas: la reivindicación del derecho an ti­
guo y la reivindicación del derecho divino.
La reivindicación del derecho antiguo h ab ía sido una de­
fensa de las com unidades cam pesinas contra los intentos de
los señores de am pliar las atribuciones políticas del Estado
m oderno en detrim ento de la autonom ía adm inistrativa de
los campesinos. Las quejas de los campesinos apuntaban, so­
bre todo, contra la extensión de la jurisdicción de los trib u ­
nales, contra la introducción de nuevos tributos, contra la
lim itación del derecho de caza y el usufructo de pastos y bos­
ques, contra la introducción del derecho rom ano, en resu­
m en. A esta lucha por el derecho an tiguo , iniciada en los
cantones suizos alpinos muchos años atrás, vino a sumarse
la reivindicación por el derecho divino. Bajo este am biguo
lem a, de procedencia h u sita, se encerraba no sólo la in ten­
ción de volver al an tiguo derecho sino tam bién la de crear
unas relaciones sociales orientadas por la justicia divina. De
esta aspiración derivaban tanto las exigencias de abolición
de la servidum bre y del m antenim iento de la libertad del
derecho de caza y sim ilares como las exigencias de una re­
forma eclesiástica e im p erial, que en las reivindicaciones
del derecho antiguo anteriores no habían jugado ningún
papel.
Ambas tradiciones reivindicativas de los campesinos se aso­
cian definitivam ente en la guerra de los campesinos de 1524.
La justicia divina se convierte en el lem a que g u ía los levan­
tam ientos: «La justicia divin a se convirtió en el puente a tra­
vés del cual los cam pesinos, que hasta entonces se habían
adherido sólo al derecho antiguo, pudieron acceder a la
revolución»5.
La guerra de los cam pesinos comenzó con levantam ientos
locales a comienzos del verano de 1524 en Suiza, Selva N e­
gra y obispado de B am berg. El levantam iento de los cam pe­

5 G . Franz, D er deutsche Bauernkrieg, 1 1 . a ed ., 1 9 7 7 , p. 9 0 .


sinos de Stüh lin gen, en julio de 1524, consolidó la rebelión.
A los campesinos se unieron algunas ciudades im periales, co­
mo R othenburg, y caballeros como Gotz von B erlichingen
y Florian Geyer. En marzo de 1525 los campesinos se u n ie ­
ron en una liga cristiana con su centro en M em mingen, donde
se redactarían los doce artículos, núcleo reivindicativo de los
campesinos. A comienzos de m ayo de 1525 la guerra se h a ­
bía extendido hacia el centro de A lem an ia. La batalla d eci­
siva sería en T uringia (Frankenhausen), a m ediados de m a­
yo, donde los campesinos fueron totalm ente derrotados igu al
que les sucedió a los campesinos tiroleses en 1526.
Lutero se vio im plicado en la guerra de los campesinos al
ser solicitada su opinión sobre el program a de los doce a rtí­
culos, de 15? 5. Su rechazo tajan te de la violencia frente a
la autoridad no evitó que muchos luteranos participaran en
la rebelión, q u e, junto a reivindicaciones de tipo económ i­
co, aspiraba a u n a renovación de la iglesia.

E) La iglesia católica presentaba a comienzos del siglo


XVI, vista desde fuera, una im agen esplendorosa. El cism a
del papado (1378-1415) se había superado en el concilio de
Constanza (1414-1418). Las tesis conciliaristas que afirm a­
ban la superioridad del concilio general sobre el papa no fu e­
ron finalm ente aceptadas por el papado. Pero un cambio im ­
portante se h ab ía fraguado en el papado a lo largo del siglo
XV. El papado se había ido convirtiendo progresivamente en
una institución que acentuaba su carácter nacional-italiano,
más preocupado por los estados pontificios y sus propias fa ­
m ilias que por los asuntos eclesiásticos universales. La asim i­
lación del hum anism o renacentista por los papas del siglo
XVI significaba u n a reconciliación del papado con Italia a la
vez que dejaba en un segundo plano la reforma de la ig le ­
sia, que para otras naciones ten ía carácter prioritario.
Un asunto interno de la iglesia católica tenía especial re­
percusión en A lem ania: el de las finanzas. Los papas tenían
grandes necesidades de dinero para el m antenim iento del es­
tado de la iglesia. El aum ento de las indulgencias a finales
del siglo XV y comienzos del XVI ten ía ante todo una m o ti­
vación financiera. La venta de cargos eclesiásticos así como
el hecho de que m uchos obispos se vieran a sí mismos como
señores seculares hizo, entre otras causas, que la historia ecle­
siástica del final de la edad m edia fuera un bochorno de in ­
m oralidad y arbitrariedad. Por lo que respecta a A lem ania
es preciso no olvidar que desde com ienzos del siglo X V se
habían m anifestado quejas y protestas (gravamina) contra las
exacciones papales. Desde su prim era expresión en el conci­
lio de Constanza en 1417, las D ietas im periales de todo el
siglo se hicieron eco de esas protestas y agravios, en las que
se combinaba la exigencia de reform a eclesiástica con la pro­
pia necesidad de reforma del im perio. En los años anteriores
a la reforma luterana, el papa se po día presentar a los a le ­
manes como el enem igo que les privaba de su riqueza y li­
bertad.
Jun to a la situación del papado ha de señalarse otro factor
que contribuyó a preparar la reform a lu teran a: una nueva
espiritualidad. Desde el siglo XIV se había difundido un m o­
vim iento de espiritualidad, la devotio m oderna, que iba a
contribuir a la reforma de la esp iritu alid ad de los conventos
y tam bién de los laicos a través de los Hermanos de la vida
común. Esta nueva espiritualidad ib a a consolidar el espacio
interior de una individualidad m ás in dep en d ien te y frater­
nal, para la que no son im portantes ni los votos ni las pro­
mesas ni las sanciones canónicas.
Otras formas de religiosidad p o p u lar y la sentida necesi­
dad de reformar la iglesia no fueron suficientes para que la
iglesia realizara su propia reforma. El 5.° concilio de Letrán,
celebrado entre 1512 y 1517, en vísperas de la reforma lu te ­
rana, por tanto, no im pidió que se continuara la com pra y
acumulación de cargos eclesiásticos. El margrave Albrecht von
Brandenburg, después arzobispo de M aguncia, consiguió la
autorización papal para acum ulación de cargos eclesiásticos
m ediante el pago de 10.000 ducados. Para la obtención de
esa cantidad, que le había sido ad elan tad a por los b an q u e­
ros Fugger, recibió la autorización del papa León X para em i­
tir indulgencias en sus territorios. El dom inico Tetzel sería
su comisario. La decidida oposición de Lutero al comercio
de las indulgencias le llevaría a la redacción de las 95 tesis
de 1517 6-

2. NOTAS SOBRE LA BIOGRAFIA DE LUTERO

M artín Lutero nació el 10 de noviembre de 1483 en la ciu ­


dad m inera de Eisleben, en el Harz (hoy República D em o­
crática A lem ana). Su padre, Hans Luder, era un pequeño
em presario m inero que, a los pocos meses del nacim iento
de su hijo M artín, se trasladó con la fam ilia a la vecina ciu ­
d ad de M ansfeld, igualm ente m inera. La fam ilia Lutero v i­
vió al principio una situación económica estrecha, que m e­
joró sensiblem ente con el paso de los años hasta el punto
de que el padre de Lutero dejó al morir la cantidad de 1.250
gu ld en (diez veces superior a lo que gan ab a un profesor u n i­
versitario al año).
La infancia y adolescencia de Lutero transcurrieron en
M ansfeld, M agdeburg (1497-1498) y Eisenach (1498-1501),
donde su fam ilia tenía conocidos. En la escuela catedralicia
de M agdeburg siguió las enseñanzas de los Flermanos de la
vida com ún. En Eisenach vivió en u n am biente culto y p ia ­
doso con las fam ilias Schalbe y Cotta, cultivando unas am is­
tades que m antendría a lo largo de toda su vida.
Entre 1501 y 1505 estudió en la U niversidad de Erfurt,
u n a de las mayores y prósperas ciudades de toda A lem ania.
Con veinte m il habitantes y una activa vida comercial cono­
cía asim ism o u n a fuerte vida religiosa. Erfurt, donde Lutero
viviría diez años, contaba con una U niversidad, fundada en
1392, que sobresalía entre las alem anas como una de las más
m odernas de la época. Lutero obtuvo a llí el título de Magis-
ter A rtium . Los estudios de esta Facultad de Artes eran pro-
pedéuticos para las Facultades de M edicina, Derecho o Teo­
lo gía y estaban dom inados por el occam ism o, que había si­

6 Sobre el am biente religioso anterior a la R eform a, vid. Joseph Lortz,


H istoria de La Iglesia, trad. cast., M adrid, 1 9 8 2 , vol. II, pp. 4 9 -6 3 .
do difundido en A lem an ia por los escritos d el profesor de
T übingen Gabriel Biel (hacia 1415-1495). A unque se culti­
vaban tam bién otras tendencias, como el hum anism o, pro­
bablem ente Lutero no entró en contacto con ellas. En ese
occamismo dom inante se desarrollarían tam bién sus poste­
riores estudios de Teología.
Tras los estudios en la Facultad de Artes, Lutero iba a co­
m enzar la carrera de Derecho, por deseo de su padre. Pero
estos planes no se realizaron por la repentina decisión del
joven Lutero de hacerse m onje. El 2 de ju lio de 1505, en
Stotternheim , cerca de Erfurt, le sorprendió u n a tormenta
tan violenta que creyó que iba a morir. Pidió socorro a Santa
A na, patrona de los m ineros, y prom etió hacerse monje. El
17 de julio cum plía su prom esa, contra la voluntad de su
padre y después de haber consultado si esa prom esa le vin­
culaba, ingresando en el Schwarzes K loster de los agustinos
erem itas. En la ciudad de Erfurt había treinta y seis conven­
tos, adem ás de noventa iglesias, y Lutero eligió el convento
de los agustinos erem itas no por la rigidez de su regla, como
se ha solido decir, sino porque reinaba a llí la m ism a orienta­
ción filosófico-teológica que había conocido y estudiado en
la Facultad de Artes de la U niversidad.
En 1507 (27 de febrero) fue ordenado sacerdote y comen­
zó sus estudios de Teología. En octubre de 1508 fue trasla­
dado al convento de la orden en W ittenb erg para continuar
sus estudios y dar clases al mismo tiem po de filosofía moral
en la Facultad de Artes de aquella U niversidad, fundada por
el príncipe Friedrich III en 1502. En marzo de 1509 recibió
el grado de Baccalaureus biblicus en la Facultad de Teología
de W ittenb erg y comenzó a explicar las Sentencias de Pedro
Lombardo, que habían constituido la dogmática fundamental
a lo largo de la edad m edia. En el otoño regresó a Erfurt pa­
ra volver definitivam ente a W ittenberg en 1511. Esta ciu­
d ad , capital de la Sajonia electoral después de la división de
Sajon ia, en 1495, en Sajonia electoral y ducado de Sajonia
(L eipzig), sería la residencia perm anente de Lutero para el
resto de su vida. Sólo en contadas ocasiones salió de W itten ­
berg. En una de esas ocasiones, en noviem bre de 1510, h a­
bía realizado un viaje a Rom a con otros frailes de su orden;
años después vería este viaje como desvelador de la m un d a­
nidad de la curia romana.
En la Universidad de W ittenb erg consiguió el grado de
Doctor en Teología en octubre de 1512, com enzando inm e­
d iatam en te su actividad como profesor de B iblia (Lectura in
Biblia), docencia que desem peñaría a lo largo de treinta años.
En el estudio y exégesis de los textos bíblicos descubrió Lu­
tero su nueva teología, que sería el fundam ento para su re­
form a. Explicó los Salmos (1513-15), la Carta a los Romanos
(1516-17) y la Carta a los Gálatas (1517-18). De la m ano de
estos textos bíblicos encontró la que sería su tesis teológica
central: la justificación por la fe. Lutero había vivido angus­
tiado desde su entrada en el convento por tentaciones y cues­
tiones de fe. No veía cómo llegar a un Dios benevolente.
Por su formación occamista había aprendido que el hombre,
am ando a Dios con un am or desinteresado, puede crear en
él u n a disposición que le perm ite la llegada de la gracia. Pe­
ro Lutero cuanto más se m ortificaba para m erecerla más in ­
digno se encontraba. Incapaz de sentir la benevolencia de
Dios se creía condenado. La angustia por la predestinación
no le dejab a en paz. Después de m uchas dudas y sufrim ien­
to encontró la salida a sus angustias en la interpretación del
pasaje de la Carta a los R om anos 1,17: «Entonces comencé
a en tender la justicia de Dios como la justicia en la que el
justo vive por don de Dios y precisam ente por la fe, y co­
m encé a entender que esto significa que la ju sticia de Dios
se m anifiesta en el evangelio, es decir, la justicia pasiva, m e­
dian te la cual el misericordioso Dios nos hace justos por la
fe, como está escrito: el justo vive de la f e » 7. Esta tesis de
la justificación por la fe se convirtió en la piedra angular de
la teología luterana y en el punto de partida de todas sus
reflexiones, incluidas las relativas al orden político.
Las prim eras m anifestaciones radicales de esta nueva teo­
lo gía las expresó en la controversia sobre la teología escolás­

7 Luterò, Werke, W eim arer A usgabe, vol. 54, 185.


tica de 4 de septiembre de 1517 y en las tesis sobre las in d u l­
gencias (31 de octubre de 1517) que le condujeron al con­
flicto con Roma.
A unque el conflicto de Lutero con Roma se m antuvo d u ­
rante toda su vida, se desarrolló fu n dam en talm en te en los
años 1517-1520, es decir, entre las tesis sobre las in d u lg e n ­
cias y la excomunión como hereje. D urante estos tres años
desarrolla Lutero su teología: en 1518 expone sus tesis ante
el capítulo de su orden en H eidelb erg, ante el cardenal C a­
yetano en el otoño de ese m ism o año y en la controversia
con el dominico Johann Eck (1486-1543) en Leipzig, en 1519.
Eck logró marcar a Lutero como hereje y en la prim avera de
1520 com enzaría el proceso de excom unión de éste. El 15
de junio de 1520 la bula Exsurge D om ine declaraba 41 tesis
de Lutero como heréticas y contrarias a la doctrina católica.
Tras la publicación de la bula, Lutero ten ía sesenta días para
retractarse; de lo contrario, sería excom ulgado. Lutero no sólo
no se retractó sino que quem ó la b u la y las decretales p a p a­
les, junto con las obras escolásticas, el 10 de diciem bre de
1520 a las puertas de la ciudad de W itten b erg. La excom u­
nión definitiva le fue decretada por la bula D ecet R om anum
Pontificem, de 3 de enero de 1521. Pero Lutero h ab ía seg u i­
do trabajando intensam ente en el desarrollo de su teología
y en 1520 publicó los tres grandes escritos reform adores: A
la nobleza cristiana de la nación alem ana acerca de la refor­
ma de la condición cristiana, La cautividad babilónica de la
iglesia y La libertad del cristiano.
A la excomunión por parte de la iglesia rom ana siguió la
declaración de destierro por parte del em perador. R eunid a
la D ieta im perial (Reichstag) en la ciudad de W orm s desde
comienzos de 1521, Lutero fue citado a declarar. No se re­
tractó de sus tesis y el Edicto de 25 de mayo de 1521 (con
fecha de 8 de mayo) hizo caer sobre Lutero el destierro
(Reichsacht), ordenando asim ism o la destrucción de sus es­
critos.
Los años siguientes a 1521 fueron decisivos para la vida
de Lutero y para la fijación de su doctrina. Al salir de la ciu ­
dad de W orm s, después de su interrogatorio en la D ieta im ­
p erial, fue secuestrado y llevado al castillo W artburg, cerca
de Eisenach, en Sajonia, donde disfrutó de la protección del
príncipe elector Friedrich III, que no ejecutó el decreto de
destierro acordado en la Dieta. Diez meses vivió Lutero en
el W artburg, meses de trabajo fructífero durante los cuales
tradujo al alem án el Nuevo Testamento. Durante esa ausencia
de W ittenberg, sin embargo, sus seguidores en la ciudad m a­
nifestaron otras orientaciones reformadoras con las que no
estaría de acuerdo Lutero. Entre 1521 y 1525 Lutero polem i­
zó no con Rom a sino con personas que se habían adherido
a las ideas reform adoras. A finales de diciem bre de 1521 lle ­
garon a la ciudad de W ittenberg reformadores exaltados, los
profetas de Zwickau (otra ciudad de Sajonia), que creían en
la acción in m ed iata del espíritu de Dios y rechazaban el or­
den establecido. A la cabeza de este m ovim iento en W it­
tenberg estaba Andreas Bodenstein, conocido como Andreas
K arlstadt (1480-1541), quien lograría que el concejo de la
ciudad aprobara, en enero de 1522, una reforma del culto,
de las iglesias y monasterios, con la elim inación de im áge­
nes de santos y del bautismo de los niños. Lutero que se h a ­
bía «escapado» unos días a W ittenberg en el mes de diciem ­
bre tuvo conocim iento de los planes subversivos de los que
él calificaba de Schw'ármer (exaltados) y escribió en contra
de ellos Eine treue Vermahnung zu alien Christen, sich zu
h ü ten vor A u fru h r u n d Empórung (una fiel exhortación a
todos los cristianos para que se guarden de la rebelión y le ­
vantam iento). Cuando volvió a W ittenberg en marzo de 1522
puso orden en la ciudad y Karlstadt tuvo que abandonarla.
En relación con los exaltados fue asimismo relevante la po­
lém ica de Lutero con Thomas M üntzer (1490-1525). La re­
lación entre ambos reformadores evolucionó, desde 1519, de
u n a valoración recíproca al distanciam iento y la polém ica,
llegando incluso al odio m utuo. En la ciudad de A llstedt
(tam b ién en Sajonia), Müntzer formó un centro reformador
opuesto a W itten b erg. Lutero presionó ante las autoridades
para que persiguieran a Müntzer. Este tuvo que abandonar
Sajonia y se im plicó en los levantam ientos campesinos, p ri­
mero en el A lto Rin, después en M ühlhausen (T uringia).
D urante la guerra de los campesinos, especialm ente en el
año 1525, tomó Lutero posición enseñando que la libertad
del cristiano no se puede confundir con la liberación social
y política- La doctrina sobre la autoridad política que había
desarrollado en Sobre la autoridad secular... (1523) la ap li­
có al conflicto concreto de la rebelión cam pesina.
Al mismo tiem po que fijaba su doctrina sobre el poder
político y defendía la obediencia a la autoridad del cristia­
no, Lutero polem izó con Erasmo de Rotterdam (1466 ó
1469-1536) a propósito del libro de éste D e libero arbitrio
(1524). Erasmo defendía el libre arbitrio, no negando al hom ­
bre una cierta participación en la obra de la salvación. Lute­
ro contestó a este escrito con D e servo arbitrio (1525), don­
de afirm a que la libertad del cristiano consiste en reconocer
la im potencia de su voluntad y que la fe es siem pre un don
gratuito de Dios.
El año de 1525 sería tam bién significativo para Lutero por
otros importantes acontecimientos. El 13 de junio se casó con
K atharina von Bora, u n a m onja exclaustrada, por lo que re­
cibió críticas incluso de sus seguidores, no tanto por romper
el voto de castidad — no había sido el prim ero— sino por
el momento en que lo hizo. La guerra de los campesinos to­
davía seguía, la venganza de los señores se estaba realizando
de forma cruel. A esos am igos no les parecía adecuado que
Lutero buscara su felicidad individual en m edio de esa si­
tuación apocalíptica. Tam bién en ese m ism o año murió Frie­
drich III, el Sabio, su protector.
Con la guerra de los campesinos acaba un prim er período
de cim entación y rápido crecimiento de la Reforma. A par­
tir de entonces la expansión de la Reform a conoció otro rit­
mo y se realizó bajo otras condiciones. Siguió conociendo con­
troversias internas y —característica fu n d am en tal— depen­
dió del poder secular dando lugar a la formación de iglesias
evangélicas territoriales.
En las controversias internas de los reformadores participó
Lutero desde su cátedra universitaria y desde el pulpito en
W ittenberg, así como con sus cartas y escritos. Continuó vi­
viendo en W ittenb erg con su m ujer, con la que tendría seis
hijos, en el antiguo convento de los agustinos que, vacío por
la exclaustración de sus m onjes, había recibido Lutero como
regalo de boda del príncipe Friedrich III, el Sabio. En una
ocasión se desplazó a M arburg para participar en una con­
troversia sobre la eucaristía, entre el 1 y el 4 de octubre de
1529, a invitación del landgrave P hilipp von Hessen. Las te­
sis contrapuestas de Lutero y Zwingli al respecto no lleg a­
rían a armonizarse.
En la formación de las iglesias territoriales tam bién tuvo
Lutero una activa participación. La im portancia de la autori­
dad secular para la reforma había ido en aum ento desde su
llam ad a a los nobles alem anes en 1520 para que intervinie­
ran en la reforma de la iglesia cristiana. La intervención más
decisiva tendría lu gar con la práctica de las visitas de inspec­
ción. En 1525 Lutero h ab ía solicitado a su príncipe elector
u n a inspección de las com unidades evangélicas. El acuerdo
de la Dieta im perial de 1526, en Spira, sobre la autonom ía
de los príncipes y nobles para llevar los asuntos religiosos de
sus respectivos territorios como cada cual estim ara mejor fa­
cilitó la intervención de aquellos en los asuntos eclesiásticos.
Entre 1527 y 1530 el príncipe elector de Sajonia, Johann der
Beständige (Juan el Constante), puso en práctica las visitas
de inspección de las iglesias y escuelas. De esta m anera se
dab a al m ovim iento reformador la form a de una iglesia te­
rritorial, de extraordinarias consecuencias para la posteridad.
Que la reforma en A lem ania adoptó la forma de iglesias evan­
gélicas territoriales se manifestó asimismo en el hecho de que
la Confessio A ugustana, redactada por M elanchton para la
D ieta im perial de 1530, en A ugsburgo, fue firm ada no por
los teólogos sino por los Estamentos del im perio. Los teólo­
gos actuaron como consejeros de los príncipes. Se puede d is­
cutir si el elector de Sajonia y Lutero tenían la m ism a idea
de la iglesia. Pero Lutero, en cualquier caso, colaboró acti­
vam ente con la autoridad secular en la formación de las ig le ­
sias evangélicas dependientes del poder político. En 1527 pro­
logó Lutero una instrucción de los Visitadores, redactada por
Melanchton (U nterricht der Visitatoren an die Pfarrherren
in K urfürstentum zu Sachsen). Lutero se había dirigido a las
autoridades políticas porque creía que nadie excepto ellas po­
dían realizar la reforma. La instrucción que el príncipe elec­
tor de Sajonia cursó en el m ism o año a los V isitadores d eja­
ba ver que los Visitadores eran entendidos por él como sus
funcionarios (Instruction u n d B efelch d o ra u f die Visitatores
abgefertiget sein, de 16 de ju n io de 1527). A u n q u e Lutero
seguía pensando en u n a iglesia de obispos, la realidad de
la iglesia territorial se haría más sólida con el estab lecim ien­
to en 1539 del prim er Consistorio. El K onsistorium , autori­
dad eclesiástica nom brada por el príncipe, asum ía las fu n ­
ciones de vigilancia de las com unidades evangélicas y de juez
en los asuntos eclesiásticos. La dependen cia de las iglesias
evangélicas del Estado llegaría en A lem ania hasta 1918.
En los últimos años de la vida de Lutero se agud izó su po­
lém ica con el papado romano. Lutero creía que el día del
Juicio Final estaba cerca y desde esta perspectiva escatológi-
ca combatió tam bién a los judíos, entendiendo q ue el culto
de las sinagogas era una ofensa a Dios que atraería su cólera.
El 28 de febrero de 1546 m urió Lutero en la m ism a ciu­
dad en que había nacido 62 años antes. H abía em prendido
viaje para m ediar en un contencioso hereditario de los con­
des de Mansfeld y de camino se agravaron sus dolencias, m u ­
riendo en Eisleben. Su cadáver fue trasladado a W ittenb erg
y enterrado en la iglesia del palacio.

3. SOBRE LA CONCEPCION LUTERANA


DE LA AUTORIDAD POLITICA

A) Lutero es, ante todo, un teólogo cristiano y no un


pensador político m oderno. Las coordenadas de su reflexión
sobre la autoridad son bíblicas y teológicas. En los textos b í­
blicos se encuentra la clave para entender su pensam iento
político y en ellos fundam enta Lutero su doctrina de los dos
reinos, pieza central de su pensam iento y de su posición an ­
te lo político.
Esta doctrina es básica para entender los escritos que se
han seleccionado en la presente edición. Sólo desde ella se
logra la perspectiva adecuada para com prender sus afirm a­
ciones a lo largo de la guerra de los campesinos y para com ­
prender, en últim o térm ino, toda la realidad hu m ana en el
m undo. En numerosos pasajes de sus escritos form ula Lute­
ro esta doctrina con términos sim ilares, si bien puede ap re­
ciarse en escritos posteriores a los seleccionados en esta e d i­
ción u n a creciente valoración positiva del m undo hum ano.
En el escrito Sobre la autoridad secular... (1523) dice Lu­
tero: «Tenem os que dividir a los hijos de A dán y a todos los
hom bres en dos partes: unos pertenecen al reino de Dios,
los otros al reino del m undo. Los que pertenecen al reino
de Dios son los que creen rectam ente en Cristo y están bajo
él, puesto que Cristo es el rey y señor en el reino de Dios,
como dice el Salm o 2 y la Escritura entera, y para eso ha ve­
nido él, para instaurar el reino de Dios y establecerlo en el
m undo [ ...] al reino del m undo, o bajo la ley, pertenecen
todos los que no son cristianos [ . , . ] » 8. Reino de Dios y rei­
no del m un do son, por tanto, dos com unidades de personas
con u n a cabeza que se van a diferenciar tam bién por tener
cada uno u n a m anera distinta de gobernarse. El tono agus-
tin ian o de esta formulación de los dos reinos es claro. Lutero
había leído a S. Agustín en los años 1510-1511, aunque trans­
form ará el contenido de esta construcción agustin ian a.
En cada uno de los reinos existe un tipo de gobierno d ife­
rente: «D ios ha establecido dos clases de gobierno entre los
hom bres: u no, espiritual, por la palabra y sin la espada, por
el que los hombres se hacen justos y piadosos a fin de obte­
ner con esa justicia la vida eterna; esta justicia la adm inistra
él m ed ian te la palabra que ha encomendado a los predica­
dores. El otro es el gobierno secular por la espada, que ob li­
ga a ser buenos y justos ante el m undo a aquéllos que no
quieren hacerse justos y piadosos para la vida eterna. Esta
ju sticia la adm inistra Dios m ediante la espada. Y aunque
no q uiere retribuir esta justicia con la vida eterna, sí quiere
q ue exista para m antener la paz entre los hombres y la re­

8 Sobre la a u to rid ad secular, p. 28.


compensa con bienes temporales» 9. El gobierno espiritual
consiste en gobernar m ediante la palab ra y los sacramentos.
Es el modo como Dios gobierna a sus creyentes. El gobierno
secular, por el contrario, consiste en el empleo de la espada.
Dios u tiliza este modo de gobierno, con la espada y con la
ley, para los no cristianos.
Ambos regím enes son distintos y no se les puede confun­
dir. No se puede utilizar la form a de gobierno secular en
el reino de Dios ni el gobierno espiritual para los asuntos
del m undo. Pero ambos son necesarios en el m undo: «Sin
el gobierno espiritual de Cristo nadie puede llegar a ser ju s­
to ante Dios por m edio del gobierno secular [ ...] . Donde
im pera solam ente el gobierno o la ley, aun cuando se trate
de los mismos m andam ientos de Dios, sólo habrá hipocre­
sía. Pues sin el Espíritu Santo en el corazón nadie llega a ser
verdaderam ente bueno por buenas que sean sus obras» 10.
Siendo ambos tipos de gobierno necesarios en el m undo,
Lutero insiste en su separación, pues de la utilización de una
forma de gobierno en el reino no adecuado se deriva corrup­
ción y desastre, como él observa en la historia de su tiem po:
«Quien confunda estos dos reinos, como hacen nuestras ban­
das de falsos espíritus, colocaría la ira en el reino de Dios
y la m isericordia en el reino del m undo, lo cual sería situar
al demonio en el cielo y a Dios en el infierno. Esto era lo
que querían hacer esos campesinos» 11.
Con esta división de los hombres en dos reinos y con la
forma de gobierno que Lutero considera propia de cada uno
de ellos, podem os comprender la función que Lutero asigna
a la autoridad política. El no tiene una reflexión sistem ática
sobre el Estado ni sobre el poder político. A Lutero le preo­
cupa fundam entalm ente la autoridad que ejerce el gober­
nante y se ocupa de ella desde un punto de vista cristiano.
Su pregunta es si la autoridad es com patible con la condi­
ción del cristiano, si su existencia y función encuentran fu n ­

^ Sz los hom bres de arm as..., p. 134-5.


10 Sobre la a u to rid a d secular..., p. 31.
11 Carta sobre e l duro librito contra los campesinos, p. 1 1 1 .
dam ento en los textos bíblicos. En estos mismos textos bus­
ca Lutero asim ism o una respuesta al problem a de los lím ites
del poder.
La autoridad está fundada, instituida por Dios; forma par­
te, por tanto, del orden divino. Eso es lo que decía S. Pablo
en la Carta a los Romanos, a la q u e Lutero se rem ite conti­
nuam ente. Desde esa consideración, la obediencia de los súb­
ditos cristianos es una consecuencia igualm ente afirm ada por
S. Pedro. Pero en los Hechos de los Apóstoles 5,30 se dice:
«hay que obedecer a Dios antes q ue a los hombres». El hom ­
bre cristiano se encuentra en u n a tensión que Lutero resuel­
ve afirm ando: a) que la autoridad es una institución de ori­
gen divino, b) que el cristiano en cuanto tal no necesita de
la autoridad, y c) que la aceptación de la autoridad por el
cristiano, así como el servicio a la m ism a, e incluso su ejerci­
cio, derivan de un motivo estrictam ente cristiano: el amor
al prójim o.
Desde esta ley cristiana del am or al prójimo soluciona Lu­
tero las relaciones del cristiano con la autoridad política. Se­
gún él, el cristiano sirve a la autoridad e incluso la desem pe­
ña porque es útil y necesario para el prójimo. En eso consis­
te realm ente el amor cristiano, en colocar al otro en prim er
plano. Desde la perspectiva del am or cristiano uno no hace
algo porque lo necesite, o tenga u n interés propio, sino por­
que es útil y bueno para el otro. Para el otro es ú til y bueno
que se evite el m al o que se castigue; es bueno y ú til, por
tanto, que la autoridad sea servida tam bién por el cristiano.
Desde el amor al prójimo q ued a clara la función de la auto­
ridad secular: existe porque es necesitada por los otros hom ­
bres. Desde el amor al prójim o el cristiano sirve y obedece
a la autoridad porque es necesaria para los otros.
Sobre esta base del amor vincula Lutero la existencia del
cristiano al m undo. Como tal cristiano no necesita de la auto­
ridad, de la espada, que en el reino de Dios no puede em ­
plear. Pero por amor cristiano se somete a algo que es bueno
y necesario para los no cristianos y que ha sido querido por
Dios.
La doctrina de los dos reinos, concepto con el que se co­
noce desde 1922 la concepción de Lutero sobre el reino de
Dios y el reino del m undo (que no se reduce al estado o a
la autoridad), incide directam ente en dos cuestiones de gran
relevancia en el pensam iento de Lutero: en la cuestión de
la resistencia u oposición a la auto ridad y en la idea m ed ie ­
val de la cristiandad.
a) Empezando por esta ú ltim a, se p u ed e señalar que Lu­
tero rompe la idea m edieval de la cristiandad . La christiani-
tas, en su formulación m adura b ajo m ed ieval, com prendía
a todos los hombres creyentes en u n a ig lesia universal, d e n ­
tro de la cual existían dos órdenes y dos poderes, el eclesiás­
tico y el laico 12. No había dos reinos y, como resalta L ute­
ro, cada orden no poseía una m anera unívoca y diferenciada
de gobernar. Con frecuencia se actuaba con la espada en asun­
tos que sólo tenían que ver con el alm a y la palabra; la espa­
da se aplicaba a cuestiones que deb ían ser gobernadas con
otros medios. Donde tenía que haber sólo palabra y p red i­
cación había tam bién, según Lutero, coacción y castigo te m ­
poral.
Frente a esa confusión de los dos m odos de gobierno, Lu­
tero quiere separar abiertam ente los dos reinos, dotados ca­
da uno de un gobierno propio y d iferen te, aplicable sólo a
su reino y no u tilizab le para el otro. El problem a que se le
presentaba, por tanto, a Lutero era cómo establecer un puente
entre el cristiano, perteneciente al reino de Dios, y el reino
del mundo que se rige con una form a de gobierno que el
cristiano no necesita para sí m ism o. La ley cristiana del am or
al prójimo le brindaba la solución.

12 Esta idea de cristiandad había sido fo rm u lad a con toda claridad en


el siglo XII por O tto von Freising (De duabus ctvitatibus), Hugo de San Víc­
tor (De Sacramentis) y Bernardo de Claraval (D e consideratione). Bernardo
precisa que las dos espadas están en m anos del p o n tífic e, el cual lib re m en ­
te encarga a los príncipes que usen la espada tem poral en beneficio del propio
papa. La distinción, por tanto, entre dos órdenes — eclesiástico y laico—
es una distinción interior a la iglesia. La bula U nam Sanctam , de Bonifacio
VIII (1302), culminaría este planteamiento. Sobre este concepto, vid. Etienne
Gilson, La filosofía en la e d a d media, M adrid, 19 6 5 , 2 . a ed ., cap. V ., y
W alter U llm ann, Principios de gobierno en la e d a d m edia, M adrid, 1 9 7 1 ,
parte I.
La superación del m undo único de la cristiandad no es la
única consecuencia de la doctrina de los dos reinos. Otra con­
secuencia es la elim inación del orden jerárquico en la iglesia
católica. Según Lutero, ésta sólo debe gobernar con la p ala­
bra y la palabra no se puede im poner, de la m ism a manera
q u e tampoco se puede perseguir una creencia. De aquí que
Lutero entienda que los cargos eclesiásticos son exclusivamen­
te funciones de servicio a los cristianos y no autoridad, care­
ciendo, por consiguiente, de los instrum entos de ésta. A la
base de esta afirm ación luterana está su tesis de la universa­
lid a d del sacerdocio, que expuso en el m anifiesto a la noble­
za cristiana de 1520 13.
T am bién se deriva otra consecuencia igualm ente relevan­
te. La autoridad gobernante en el m undo no tiene poder para
tratar los asuntos del alm a y de la fe. Su función se dirige
y se agota en la actuación externa del hom bre. Esta cuestión
de los lím ites a la autoridad secular preocupó especialm en­
te a Lutero, y a ella dedica una parte de su escrito de 1523
Sobre la autoridad secular 14.
b) La doctrina de los dos reinos conduce a Lutero a ne­
gar toda posibilidad de resistencia activa a la autoridad, con
las m atizaciones que más adelante señalam os. La autoridad
no tien e poder sobre la fe ni sobre la salvación del alm a. Si
traspasa sus lím ites, el cristiano no debe oponerle resistencia
sino sufrir la injusticia que se comete en su cuerpo y en sus
bienes. En los escritos entre 1523 y 1526, que se recogen en
la presente edición, Lutero m antiene siem pre su concepción
bíblica de la autoridad y no encuentra justificación para la
resistencia.
Las m anifestaciones de Lutero acerca de la resistencia a la
auto ridad no acabaron, sin embargo, con esos escritos. Al
h ilo de los acontecimientos políticos Lutero fue consultado
varias veces sobre esta cuestión, centrada básicam ente en las
relaciones entre los príncipes y el em perador. Con ocasión

13 V id. A la nobleza c r i s t i a n a ., en esta edición, p. 3-


14 V id . Sobre la au to rid ad secular, parte segunda.
de la D ieta im perial de 1529, celebrada en Spira, el prínci­
pe elector de Sajonia solicitó de Lutero un dictam en sobre
la legitim idad de una alianza de los príncipes evangélicos con­
tra el em perador. Lutero redactó dos inform es, en noviem ­
bre y en diciem bre de 1529, en los que m antiene sus tesis
co n ocid as: no se puede derram ar sangre por el evangelio; el
e v a n g e lio m anda sufrir por su causa; la condición del cristia­
n o v a inseparablem ente u n id a a la cruz 15.
Las relaciones entre los príncipes evangélicos y el em pera­
dor se hicieron más tensas en la D ieta im perial de 1530, en
Augsburgo. Los evangélicos elevaron una protesta formal para
declarar nulo el acuerdo de la D ieta. Las capitulaciones elec­
torales del em perador, por su parte, le prohibían actuar en
ese caso contra los Estamentos sin un procedim iento formal
determ inado. Si el em perador no cum plía sus capitulacio­
nes y actuaba contra los Estamentos que habían elevado una
apelación form al, ¿podían declararle la guerra? Esta era la
consulta que el príncipe elector de Sajonia dirigió a Lutero
nuevam ente; quería saber si en ese caso concreto había que
soportar al em perador o estaba justificada la guerra contra
él. La respuesta de Lutero d istin gu ía el punto de vista profa­
no del punto de vista cristiano. Desde este últim o no cabía
la resistencia activa 16. La situación entre el em perador y los
príncipes evangélicos se agravaba y ninguna de las dos par­
tes cedía. El partido evangélico solicitó un inform e sobre la
posibilidad de una alianza y una guerra contra el em pera­
dor. Lutero dio su dictam en, en su nombre y en el nombre
de los teólogos que habían participado en las conversaciones
de Torgau (octubre de 1530) junto con los consejeros del prín­
cipe elector de Sajonia, que se puede resum ir en los siguien­
tes puntos: 1) si los juristas entienden que existe un derecho
de resistencia según el derecho im p erial, debe ser aceptado

15 Viel. L uther an K urfürst Joh an n , 18. Nov. 1529, en W erke, W A , Brie­


fe V, 180 y L uther an K u rfü rst Jo h a n n , 24. Dez. 15 2 9 , en W erke, W A ,
Br. V, 208.
16 V id. L u th er an K u rfü rst Jo h a n n , 6. M ärz 1530, en W erke, W A , Br.
V. 249.
asim ism o desde un punto de vista cristiano; 2) si los teólo­
gos habían dicho antes otra cosa era debido a que descono­
cían que el derecho del im perio perm itía la resistencia en
determinados supuestos. Pero la opinión de los teólogos, dice,
siem pre ha sido la de enseñar la obediencia al derecho
secular 17.
La relación entre el em perador y los príncipes es de nuevo
abordada por Lutero en una controversia de 1539 18- El ob­
jeto principal de esta Z.irkulardisputation es la figu ra del p a­
p a y de los papistas que son presentados como los auténticos
transgresores del derecho im perial, razón por la que consi­
dera que deben ser com batidos. El papa, piensa Lutero, no
es n in gu n a autoridad a la que se deba obediencia sino, más
b ien , un monstruo, un ser dañino para la com unidad. Al
tratar la relación entre los príncipes y el em perador, Lutero
reconoce un derecho de resistencia a aquéllos en el caso de
u na guerra com enzada por el emperador. Esta posición la
m antiene asimismo en algunas Charlas de sobremesa de 1539
y anteriores Iy.
Recapitulando las afirm aciones de Lutero sobre la resisten­
cia a la autoridad puede establecerse lo siguien te:
1) El súbdito in dividualm en te considerado no puede
ejercer n inguna resistencia activa contra la autoridad.
2) Resistencia activa contra la autoridad sólo la pueden
ejercer aquellas personas que poseen funciones de autoridad
ellas m ism as.
3) U na resistencia activa puede fundarse en un derecho
de resistencia, como en el caso de la legítim a defensa reco­
nocida por el derecho político positivo. Puede fundarse asi­
m ism o en la obediencia a Dios: esta posibilidad de resisten­

17 Vid. Beilagen von Schriftstücken zu Torgau 2 6-2 8 . O ktober 1530, en


W erke, W A , Br. V, 66 1 y ss.
18 V id. Die Z,irkulardisputation über das Recht des W iderstandes gegen
d en K aiser (Math. 19 ,2 1), 9-M ai 1539, cn W erke, W A , vol. 39 II, 34 y ss.
19 V id. las charlas de sobrem esa de 3 de abril de 15 3 8 , 7 de febrero y
3 de m arzo de 1539, en W erke, W A , Tischreden III, 6 3 1 , Nr. 3 8 10 : IV,
2 3 5 , Nr. 4 3 4 2 y IV, 2 7 1 , N r. 4 3 8 0 , respectivam ente.
cia se da en el caso del invasor, q u e es el representante del
no-orden. La resistencia sirve a q u í a la reconstrucción del or­
den d iv in o 20.
B) La doctrina de los dos reinos es el tem a de la teología
luterana que ha sido investigado con m ayor am p litu d en los
últimos años. La expresión «doctrina de los dos reinos» (Zwei-
Reiche-Lehre) no fue utilizada por el propio Lutero, pero,
desde que se acuñó en torno a 1922, se ha im puesto su uso
y se ha generalizado en la investigación luterana. Como fór­
m ula para designar una realidad com pleja encierra el p e li­
gro de la simplificación, que debería ser evitada al tener pre­
sente que Lutero no lim ita el reino del m undo al estado o
a la autoridad política sino que bajo el reino del m undo en ­
tiende todo el m undo secular, incluyendo la n atu raleza, la
fam ilia, las ciencias y las artes. En este sentido, las relaciones
entre autoridad y gobierno espiritual son una parte nada más,
aunque m uy im portante, de la doctrina de los dos reinos.
En la interpretación de la doctrina de los dos reinos marcó
un hito im portante el libro d e jo h a n n e s Heckel, Lex Chañ-
tatis (1953), al entender a Lutero en las coordenadas agusti-
nianas de las dos ciudades. Esta tesis ha sido am p liam ente
debatida por investigaciones posteriores, como las de W aí-
ter von Loewenich, Franz Lau y H einrich Bornkam m , entre
otros. Para la revisión de la tesis central de Heckel habría
que tomar en consideración otras obras posteriores a 1526,
como la interpretación del Salm o 127 (1532) y la Zirkular-
disputation über Mat. 19,21 (1539), en las que el m undo
humano adquiere una valoración más positiva para el
cristiano21. De acuerdo con estos textos, el cristiano necesi­
taría el m undo no sólo por am or al prójimo sino tam bién

20 Para un análisis porm enorizado de la cuestión de la resistencia en las


obras de Lutero, así como para una valoración de las investigaciones de K .
Mueller (19 15 ) y F. K ern (19 16 ), vid. K arl-F erd inand Stolzenau, D ie Frage
des W iderstandes gegen die O brigkeit bei L u th er zugleich in ih re r B ed eu ­
tung f ü r die Gegenwart, tesis doctoral, U niv. M ünster, 1 9 6 2 .
21 Z.irkulardisputation..., citada en nota 17.

FLACSÖ - Biblioteca
por sí m ism o, como anim al social. En los años setenta se ha
increm entado de nuevo la discusión sobre la doctrina de los
dos reinos, prom ovida fundam entalm ente por Ulrich Duch-
row, si bien se ha estudiado en prim er lugar la historia de
su in flu e n c ia 22.
A pesar de que esta doctrina ha sido calificada acertada­
m ente como un laberinto, no se pued e pasar por alto que
es un serio intento de fundam entar teológicam ente la exis­
tencia del cristiano en el m undo. Esta doctrina coloca al cris­
tiano activam ente en el m undo, pero no significa, al mismo
tiem po, una liberación del m undo en sí mismo.

4. EN TORNO A LA MODERNIDAD DE LUTERO

La contribución de Lutero a la m odernidad ha sido valo­


rada m uy distintam ente a lo largo de la historia. Desde las
interpretaciones de los pietistas entre los siglos X VII y XVIII
la im agen de Lutero ha sufrido u n a transformación sign ifi­
cativa en la investigación. Los pietistas, aun no ofreciendo
una interpretación única (Spener, Zinzendorf, Gottfried Ar-
nold), rom pieron la im agen de Lutero que había ofrecido
la ortodoxia anterior al entender que la reforma aún estaba
sin acabar. Los ilustrados del siglo XVIII consideraron a Lu­
tero como un precursor de la libertad, como un luchador con­
tra la tradición y el orden jerárquico y como un defensor de
la autonom ía del individuo. D estacaban en sus in terpreta­
ciones los aspectos de la lucha de Lutero contra Roma y veían
en la negativa de Lutero a someterse al papado un com bate
en favor de la razón y de la libertad de conciencia. Esta im a­
gen liberalizadora y progresista de Lutero sería m antenida
por los pensadores liberales en el siglo X IX y tam bién por
Marx.
Esta interpretación que vincula a Lutero con la m oderni­

22 Sobre el estado actual de la investigación y del debate sobre la doc­


trina de los dos reinos, vid. Bernhard Lohse, M arttn Luther. Eine E in füh­
rung in sein Leben u n d Werk, M ünchen, 2 . a e d ., 1 9 8 2 .
dad es cuestionada a comienzos del siglo X X por Ernst
Troeltsch. Lutero, según Troeltsch, no es un hombre mo­
derno sino m edieval. Entre Lutero y el m undo moderno hay
más bien una escisión. Con la interpretación de Troeltsch
se introduce una m atización im portante en la significación
histórica de Lutero. En unos momentos en que, precisamente,
se vivía en A lem ania una veneración profunda por Lutero,
Troeltsch fija su atención en las tradiciones democráticas de
las iglesias anglosajonas. En este contexto, Lutero aparecía
como un hijo de la edad m edia, como un teólogo que había
prolongado la época confesional de los viejos dogmas. Asi­
mismo indica Troeltsch que la ética política de Lutero, así
como su comportamiento concreto, había reforzado el po­
der de la autoridad estatal. La doble m oral luterana, con su
distinción entre cristiano y hombre del m undo, ha sido, se­
gún Troeltsch, especialm ente funesta para el desarrollo po­
lítico alem án. La ruptura entre Lutero y el m undo moderno
no le im pide a Troeltsch afirm ar que la concepción luterana
de la fe cristiana trajo una liberación que se llevaría a sus
últimas consecuencias en el desarrollo del protestantism o23.
Lutero es un hombre m edieval, ajeno a otros m ovim ien­
tos del siglo XVI que apuntaban hacia la m odernidad, para
los que incluso significó un freno al volver a situar en el cen­
tro de la vida hum ana la cuestión de la gracia y de la salva­
ción. Entre los mismos reformadores hubo otros hombres más
modernos que Lutero, como Zwingli, menos dogmático y ex­
ponente de una moral burguesa, o Calvino, más racional y
hum anista24.

23 La tesis de E. Troeltsch en Ernst Troeltsch, D ie Bedeutung, des Pro­


testantismus f ü r die Entstehung d er m oderner W elt ( 1 9 1 1 ) , trad. cast. co­
m o E l protestantism o y e l m undo m oderno, M éjico, 3 . a ed ., 1 9 6 7 , y Die
Soziallehren der christlichen K irchen u n d G ruppen, T übingen 1 9 1 2 .
Para una historia de la im agen de Lutero en la investigación, vid. Bern­
hard Lohse, E in fü h r u n g ., citada en nota 2 1 , cap. VI.
24 Vid. Thomas N ipperdey, «Lutero y el m undo m oderno», en Funda­
ción Fr. Eben (ed.), M artin Lutero, 14 8 3 -19 8 3 , M adrid, 19 8 4 , pp. 69 - 8 5 .
Nipperdey no se pregunta por Lutero y su influencia en la génesis del mundo
m oderno sino que invierte la pregunta y al preguntarse por las raíces de
nuestra modernidad se encuentra con Lutero.
Si Lutero no es u n hombre m oderno, su reforma contenía
ciertam ente un potencial de m odernización vinculado al
acontecim iento histórico de la ruptura de la unidad de la fe
cristiana. Este fraccionam iento de la fe religiosa está a la ba­
se de la m odernidad europea, y la reform a luterana, al m u l­
tiplicar la pluralidad de Europa, favoreció la génesis del m un­
do m oderno, si bien no se puede decir que se trate de una
autoría exclusiva, ya que cada época es resultado de m ú lti­
ples causas que se generaron en la época anterior. A l an ali­
zar la contribución de la reforma al m undo moderno es asi­
m ism o im portante no perder de vista la diversidad de orien­
taciones religiosas que se fueron acuñando entre los refor­
m ados, para poder indagar su vinculación con las raíces del
m undo moderno.
Si nos preguntam os por las raíces de la m odernidad pode­
mos encontrar en la reforma luterana concretam ente alg u ­
nos impulsos profundos:
a) La reforma luterana comportó una desclericalización
de la vida hum ana. La iglesia dejó de ser una jerarquía de
administradores de sacramentos de la salvación, abandonando
con ello su pretensión de ordenar las cosas del m undo. Este
rechazo del clericalism o y de la teocracia es una de las raíces
de la m oderna em ancipación del hom bre racional en su re­
lación con el m undo. La pérdida de una posición privilegia­
da por parte de sacerdotes y frailes hizo posible que el m un ­
do del trabajo, de la fam ilia y del Estado se convirtieran en
esferas propias de la vida del cristiano.
b) La negación de un orden eclesiástico llevaba im p líci­
ta la negación de una esfera sacral in dependiente de la acti­
vidad propia del cristiano. Esta negación de una esfera sa­
cral independiente pudo conducir al cristiano a una entrega
total al m undo, a la fam ilia, al Estado, a modo de religión
sustitutiva. Estas actividades hum anas ganaron en in d ep en­
dencia y autonom ía, avanzando la secularización del m undo.
c) La ruptura de la unidad religiosa, causada por la re­
form a luterana, condujo finalm ente a que las distintas con­
fesiones religiosas fueran neutralizadas entre sí, establecién­
dose la base del absolutismo político, forma que adquirió
el Estado moderno en sus comienzos. La desaparición del or­
den eclesiástico independiente hizo al Estado m ás soberano
al asumir mayores competencias en m ateria de religión y cu l­
tura.
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ESCRITOS POLITICOS
A LA NOBLEZA C R ISTIAN A DE LA N AC IO N
ALEM ANA A C E R C A DE LA REFORMA
DE LA CON DICION C RISTIAN A ( 1 5 2 0 )

Este m anifiesto A n den chnsthchen A d e l d er deutschen N ation von des


christlichen Standes Besserung es el prim ero de los tres grandes escritos re­
form adores de 1520. Lutero se dirige a las autoridades seculares, porque
ya no acepta la tesis m edieval de la superioridad del ord en eclesiástico so­
bre el laico, ya que «todos los cristianos pertenecen, en verd ad , al m ism o
orden y no hay entre ellos ninguna diferencia excepto la del cargo» (W A
6 , 407).
Este escrito debe situarse en la perspectiva de los agravios (gravam ina)
y de la necesidad de reform as, que desde hacía años preocupaba a los ale­
manes. Lutero ofrece unas propuestas de reform a m uy detalladas, después
de haber atacado las tres m urallas qu e los «romanistas» se habían construi­
do: 1 ) la superioridad del poder eclesiástico, 2 ) el m on op o lio de la in ter­
pretación de la Escritura, y 3) la suprem acía del papa sobre el concilio.
A n den christlichen A d e l... se p u b licó hacia el 12 de agosto de 15 2 0 y
en una semana se agotó la prim era edición de 4 .0 0 0 ejem plares. Pocos es­
critos de Lutero tuvieron tam a influ encia en la op inión pública alem ana.
A l m anifiesto le seguirían los otros dos grandes escritos de 15 2 0 : D e cap-
tivitate Babylonica ecclesia p ra elu d iu m (La cautividad babilónica de la igle­
sia), en W erk e, W A 6 , 9 9 7 -5 7 3 y Von d e r Breiheit eines Christenm enschen
(La libertad del cristiano), en IV erke, W A 7, 2 0-38.
En D e captivitate Baby Iónica... aborda Lutero la reform a de la teología,
especialm ente la doctrina de los sacramentos. Reduce los sacram entos de
siete a tres y en la doctrina de la eucaristía com bate los tres «cautiverios»:
1 ) el robo a los laicos de una de las especies (vino-sangre), 2 ) la doctrina
de la transubstanciación, y 3) la idea de que la misa es una buena obra y
un sacrificio.
En Von d e r Freiheit eines Christenm enschen ofrece Lutero una síntesis
de la vida cristiana, del cristiano como ser libre, basada en su tesis fu n d a ­
m ental de la du alid ad del cristiano: «el cristiano consta de dos naturalezas,
la espiritual y la corporal. A tendiendo al alm a, es denom inado hom bre es­
p iritu al, nuevo, interior; se le llama hom bre corporal, viejo y exterior en
relación con la carne y la sangre» (W A 7, 20).
El texto de A n den christlichen A d e l d e r deutschen N ation von des chris­
tlichen Standes Besserung está en la edición de W eim a r (W A ), vol. 6 ,
4 0 4 -4 6 9 . La traducción sigue este texto, pp. 4 0 4 -4 1 5 (es decir, la prim era
parte, antes de las propuestas concretas de reform a).

JESUS

A l venerable y digno señor N ikolaus von A m s d o r f', li­


cenciado en Sagrada Escritura, canónigo de W ittenberg, a m i­
go m ío especialm ente benevolente.
Dr. M artinas Luther.
¡La gracia y la paz de Dios, ante todo, venerable, digno
y estim ado señor y am igo!
Y a ha pasado el tiem po del silencio y ha llegado el tie m ­
po de h ab lar, como dice el Eclesiastés2. De acuerdo con
nuestro propósito he reunido algunas propuestas referentes
a la m ejora del orden cristiano para presentarlas a la nobleza
cristiana de la nación alem ana, por si Dios quiere ayudar a
su iglesia m edian te el orden seglar, pues el orden eclesiásti­
co, al que con m ayor razón corresponde, se ha convertido
totalm ente en in digno para sem ejante tarea. Envío todo es­

1 Nicolás von A m s d o rff (14 8 3 -1 5 6 5 ), profesor de la Facultad de T e o lo ­


gía de la U niversidad de W itten berg. Acom pañó a Lutero en la disputa de
Leipzig contra Eck ( 1 5 1 9 ) y a la D ieta de W o rm s (15 2 1).
2 V id. Eclesiastés .
to a su Excelencia para que lo juzgue y, si es preciso, lo co­
rrija. Me hago cargo de que no dejarán de reprenderme por
atreverme yo a tanto, un hombre despreciable y apartado del
m undo, por atreverm e a dirigirm e a tan magnos y elevados
estamentos en asuntos tan graves e im portantes, como si no
hubiera en el m undo nadie más que el doctor Lutero para
preocuparse por la condición cristiana y para dar consejos a
gentes tan extraordinariam ente inteligentes. No pido discul­
pas, que me reprenda quien quiera. Q uizá sea todavía d eu ­
dor a mi Dios y al m undo de una necedad; me he propuesto
ahora, si lo logro, saldarla honradam ente, pasando incluso
por bufón. Si no tengo éxito me q ued a aún una ventaja: na­
die tendrá que com prarm e una capucha ni regalarm e un
peine 3. Todavía está por ver quién le pone los cascabeles a
quién. Debo cum plir con el refrán: «En todo lo que el m un­
do hace debe estar presente un m onje, aunque hubiera que
p in tarlo »4. Muchas veces ha hablado un tonto con sabidu­
ría y muchas otras personas listas han hecho el tonto grose­
ram ente, como dice Pablo: «El que q uiera ser listo, vuélvase
n ecio »5. Adem ás, como no sólo soy necio sino tam bién un
doctor en Sagrada Escritura con juram ento, estoy contento
de la oportunidad que se me presenta de responder a mi ju ­
ramento de una m anera necia. Os ruego que me disculpéis
ante los m edianam ente inteligentes, pues sé que no m erez­
co la gracia y la benevolencia de los m uy inteligentes, que
con tanto em peño he buscado con frecuencia: de ahora en
adelante no las quiero tener ni quiero tampoco tomarlas en
consideración. Dios nos ayude a no buscar nuestra honra si­
no sólo la suya. A m én.
W ittenberg, en el convento de los Agustinos, la víspera
de San Ju an B autista del año 1520.

* Com o fraile, Lutero llevaba capucha y tonsura.


4 Alusión al dicho m onacus sem per praesens o q u id q u id agit m undus
monachus vult esse secundus: se encuentra en M uziano (1 4 7 1 -1 5 2 6 ) como
título de una poesía y tam bién en un sermón de G eiler von Karserberg
( 1 4 4 5 -1 5 10 ).
^ Vid. 1 Corintios 3 ,1 8 .
A la Serenísima y M uy poderosa M ajestad Im perial y a la
N obleza cristiana de la nación alemana.
D. M artinas Luther.
¡A nte todo, la gracia y la fuerza de Dios! ¡Serenísim a M a­
jestad! ¡Muy graciosos y queridos señores!
No ha ocurrido por m era curiosidad ni por desatino que
yo, un pobre hom bre particular, m e haya atrevido a hablar
a vuestras altas D ignidades: la m iseria y las cargas que opri­
m en a todos los órdenes de la cristiandad, especialm ente a
los territorios alem anes, han movido a otros, no sólo a m í,
a gritar en muchas ocasiones y a pedir ayu d a; ahora tam bién
m e han obligado a m í a gritar y a clam ar que Dios quiera
dar a alguien el espíritu para que socorra a esta m iserable
nación. Algo han intentado varios C oncilios6, pero esos in ­
tentos han sido obstaculizados por la astucia de algunos hom ­
bres y la situación ha em peorado; la m ald ad y la perfidia
de esos hombres pienso exam inarlas ahora —Dios me
ayu d e— para que, una vez conocidas, no puedan ser en lo
sucesivo tan dañinas y perturbadoras. Dios nos ha dado co­
m o Cabeza una sangre noble y joven, despertando con ello
m uchos corazones a una buena y grande esperanza; nos co­
rresponderá a nosotros contribuir con lo nuestro y usar con
provecho el tiem po y la gracia.
Lo primero que tenem os que hacer en este asunto es, an ­
tes que nada, proveernos de gran seriedad y no em prender
n ad a con la confianza puesta en una gran fuerza o en la ra­
zón, aunque el poder de todo el m undo fuera nuestro, pues
Dios no puede ni quiere tolerar que se com ience una buena
obra con la confianza puesta en la propia fuerza y razón. Dios
la echaría al suelo y nada se podría hacer, como dice el S al­
mo 33,16: «No vence el rey por su gran ejército, no escapa
el soldado por su m ucha fuerza». Y es por este motivo, me
tem o yo, por lo que sucedió hace años q ue fieles príncipes

6 Concilios reform adores fueron el de Constanza ( 1 4 1 4 - 1 8 ) , el de Basi­


lea (1 4 3 1 -4 9 ) y el 5 .° Lateranense ( 1 5 1 2 -1 7 ) .
como el emperador Federico I y el otro Federico 7, así como
otros muchos emperadores alem anes, fueran pisoteados y
oprimidos de m anera tan lam entable por los pap as, aunque
el m undo los tem ía; quizá confiaron más en su poder que
en Dios y por ello tuvieron que caer. Y en nuestra época,
¿qué otra cosa ha elevado tan alto al ebrio de sangre, Ju lio
II8, sino, presiento yo, el que Francia, los alem an es y Ve-
necia se han apoyado en sí m ism os? Los b en jam in itas derro­
taron a cuarenta y dos m il israelitas porque éstos habían con­
fiado en su propia fu erz a9.
Para que no nos suceda lo m ism o con este noble Carlos
debemos estar conscientes de que en este asunto no trata­
mos con hombres sino con los príncipes del in fierno , que
a gusto llenarían el m undo de guerras y sangre sin dejarse
superar. A quí hay que em prender la tarea con h u m ild e con­
fianza en Dios, renunciando a la fuerza física, y hay que bus­
car la ayuda de Dios m ediante profundas oraciones, no te­
niendo ante los ojos nada más que la m iseria y el dolor de
la desventurada cristiandad y sin tom ar en consideración lo
que la gente m ala haya m erecido; si no lo hacem os así, el
juego se iniciará con gran apariencia, pero, cuando se avan­
ce, los espíritus malos causarán tal confusión q ue el m undo
entero nadaría en sangre y sin haberse logrado, no obstante,
nada. Procedamos, por tanto, con el temor de Dios y con
sabiduría. Cuanto mayor es el poder m ayor es la desgracia
si no se actúa en el temor de Dios y con h u m ild ad . Si los
papas y los romanos han podido confundir hasta ahora a los
reyes entre sí con la ayuda del diablo, lo p u ed en seguir h a­
ciendo si procedemos con nuestra fuerza y nuestra capaci­
dad y sin la ayuda de Dios.

7 Federico I Barbarroja ( 1 1 5 2 - 1 1 9 0 ) acordó en 1 1 7 6 , después de la ba­


talla de Legnano, una paz poco ventajosa con el papa A le ja n d ro III. Fede­
rico II ( 1 2 1 2 -1 2 5 0 ) no salió triun fante de su lucha con el papado.
8 Ju lio II (15 0 3 -1 5 13 ), más guerrero que eclesiástico, h abla form ado la
Liga de Cam brai en 1508 contra Venecia y la Liga Santa en 15 1 2 contra
Francia.
9 V id. Jueces 2 0 ,2 1. El texto bíblico dice 2 0 .0 0 0 .
Los rom anistas 10 se han rodeado, con gran h ab ilid ad , de
tres m urallas con las que, hasta ahora, se han defendido de
q u e nadie los p u ed a reformar, por lo que la cristiandad en ­
tera ha caído terriblem ente. En prim er lugar: cuando se les
h a presionado con el poder secular han establecido y procla­
m ado que el poder secular no tiene ningún derecho sobre
ellos sino que, antes al contrario, es el poder espiritual quien
está por encim a del secular. En segundo lugar: si se les q u ie ­
re censurar con la Sagrada Escritura responden que nadie,
excepto el p ap a, tiene capacidad para interpretar la Escritu­
ra. En tercer lu gar: cuando se les am enaza con un concilio,
pretextan que nadie puede convocar un concilio, excepto el
p apa. Así que nos han robado subrepticiam ente los tres lá ti­
gos para poder quedarse ellos sin castigo y se han situado
en la segura fortificación de estas tres m urallas para practicar
todas las villanías y m aldades que ahora estamos viendo. Y
cuando tuvieron que celebrar un co n c ilio 11 debilitaron su
eficacia previam ente, pues los príncipes se comprometieron
bajo juram ento a dejarlos como estaban, dando adem ás to­
do el poder al papa sobre la regulación del concilio; por esta
razón da igual que haya muchos concilios o que no haya n in ­
gun o , prescindiendo de que siempre nos engañan con fic­
ciones y filigranas. Tanto temen por su pellejo a un concilio
libre y verdadero q ue han intim idado a reyes y príncipes p a­
ra que crean que sería contra Dios el no obedecerles a ellos
en todas sus astutas y maliciosas fantasm agorías. Que Dios
nos ayude ahora y nos conceda una de las trompetas con que
se derribaron las m urallas de Jericó 12 para que derribemos
de un soplo tam bién estas murallas de paja y de papel y nos
ayude a desatar los látigos cristianos para castigar el pecado

10 A sí llam a L utero.a los partidarios y defensores de la soberanía papal.


La idea de las 3 m urallas está en la Eneida de V irgilio, VI, 549- Tam bién
el Vadiscus o d e r die römische D reifaltigkeit de Ulrich von H utten
( 1 4 8 8 -1 5 2 3 ).
11 El 5 ° C oncilio Lateranense (15 12 -17 ) no realizó sus proyectos de re­
form a.
12 V iá . Jo su é 6,2 0 .
y a revelar la astucia y el engaño del dem onio para que nos
perfeccionemos m ediante el castigo y recuperem os su cle­
mencia.
Ataquemos, en prim er lugar, la prim era m uralla.
Se han inventado que el papa, los obispos, los sacerdotes
y los habitantes de los conventos se denom inan el orden ecle­
siástico (geistlicb) y que los príncipes, los señores, los artesa­
nos y los campesinos form an el orden seglar (weltlich), lo
cual es una sutil y brillante fantasía; pero nadie debe apo­
carse por ello por la siguiente razón: todos los cristianos per­
tenecen en verdad al m ism o orden y no hay entre ellos n in ­
guna diferencia excepto la del cargo, como dice Pablo (1 Co­
rintios 12,12y s.): todos juntos somos un cuerpo, pero cada
miembro tiene su propia función con la que sirve a los otros;
esto resulta del hecho de que tenemos un solo bautism o, un
solo Evangelio, una sola fe y somos cristianos iguales, pues
el bautism o, el Evangelio y la fe son los únicos que convier­
ten a los hombres en eclesiásticos y cristianos. El hecho de
que el papa o el obispo u n ja, haga la tonsura, ordene, con­
sagre, vista de m anera diferente al laico, puede convertir a
uno en un hipócrita y en un pasmarote, pero no puede h a­
cer nunca un cristiano ni un hombre eclesiástico. Por ello,
todos nosotros somos ordenados sacerdotes por el bautism o,
como dice San Pedro en 1 Pedro 2,9: «Vosotros, en cambio,
sois linaje elegido, sacerdocio real, nación consagrada» y el
Apocalipsis: «Hiciste de ellos linaje real y sacerdotes para
nuestro Dios» 13. Si no existiera en nosotros una consagra­
ción más alta que la que da el papa o el obispo nunca jamás
se haría un sacerdote por la consagración por el papa y por
el obispo y no se podría celebrar la m isa ni predicar ni con­
fesar.
Por esta razón, la consagración por el obispo no es nada
más que la elección por él de uno de entre la m u ltitu d , en
lugar y en nombre de la asam blea —todos ellos tienen el
mismo poder— al que le ordena ejercer ese mismo poder
para los dem ás; de igu al m anera que si diez herm anos, hijos
del rey, herederos por igu al, eligieran a uno para que gober­
nara la herencia por ellos: todos ellos serían reyes y con ig u al
poder, y, sin em bargo, se encom ienda a uno su adm in istra­
ción. Lo digo todavía con m ayor claridad: si un grupo de
cristianos seglares piadosos fueran hechos prisioneros y los
llevaran a un desierto y no tuvieran entre ellos ningún sacer­
dote ordenado por un obispo y, de com ún acuerdo, e lig ie ­
ran a uno, casado o no, y le encom endaran el m inisterio de
bautizar, celebrar m isa, confesar y predicar, sería un verda­
dero sacerdote como si lo hubieran consagrado todos los obis­
pos y papas. De aq u í que, en caso de necesidad, cualquiera
puede bautizar y confesar, lo que no sería posible si no fu é ­
ramos todos nosotros sacerdotes. Esta gracia y este poder tan
grandes del bautism o y de la condición cristiana nos los han
destruido totalm ente y nos han hecho que los desconozca­
mos con el derecho canónico. Era así como hace tiem po los
cristianos elegían a sus obispos y sacerdotes de entre la m u l­
titud, y éstos eran posteriormente confirmados por otros obis­
pos sin toda la ostentación que reina ahora. Así fueron obis­
pos San A gustín, Ambrosio, C ipriano I4.
Ahora que el poder secular está bautizado igual que no­
sotros y tiene la m ism a fe y el m ism o Evangelio debemos
dejarles ser sacerdotes y obispos y debemos considerar su oficio
como un m inisterio que pertenece y sirve a la com unidad
cristiana. Pues quien ha salido del bautism o puede gloriarse
de estar consagrado sacerdote, obispo y papa, aunque no co­
rresponda a cualquiera desem peñar tal cargo. Ya que todos
nosotros somos igualm ente sacerdotes, nadie debe darse im ­
portancia y atreverse a desempeñar ese cargo sin nuestro con­
sentimiento y nuestra elección, pues todos tenemos igual po­
der; lo que es com ún nadie puede tom arlo por sí mismo sin
la voluntad y m andato de la com unidad. Y si ocurriera que
alguien fuera elegido para este cargo y fuera destituido por

14 Agustín, obispo de Hipona, padre de la iglesia latina (354-430); A m ­


brosio, obispo de Milán, padre de la iglesia latina (340-397); Cipriano, obispo
de Cartago (hacia 2 10 -2 5 8 ).
sus abusos estaría entonces ig u al que antes. Por ello, en la
cristiandad un orden sacerdotal no d eb ería ser otra cosa que
un cargo: mientras está en el cargo, va d e lan te; si es desti­
tuido es un campesino o un ciudadano com o los dem ás. Es
igualm ente verdad que si un sacerdote es destituido ya no
es sacerdote. Pero ellos se han inventado los characteres
indelebiles 15 y dicen la tontería de q ue u n sacerdote d esti­
tuido es, sin em bargo, diferente a un sim p le laico. Sí, ellos
sueñan que un sacerdote nunca puede d ejar de ser sacerdo­
te, que no puede convertirse en seglar; todo esto son leyes
y habladurías inventadas por los hom bres.
Se sigue de aq u í que seglares, sacerdotes, príncipes, obis­
pos y, como dicen ellos, «eclesiásticos» y «seglares» no tienen
en el fondo, verdaderam ente, n in gu n a otra diferencia que
la del cargo o función y no se diferencian por su condición,
pues todos pertenecen al m ism o orden, como verdaderos sa­
cerdotes, obispos y papas, pero no pertenecen a un a única
y la misma función, del m ism o m odo q u e tampoco entre
los sacerdotes y los monjes tienen todos u n a única y la m is­
ma función. Y esto está en San Pablo (R om anos 12,4 y r.
y 1 Corintios 12,12 y s.) y en Pedro (1 Pedro 2,9), como he
dicho antes: que todos nosotros somos u n solo cuerpo de la
cabeza, Jesucristo, y cada uno es m iem bro del otro. Cristo
no tiene dos cuerpos, uno seglar y otro eclesiástico; es una
sola cabeza y tiene un solo cuerpo.
A unque ahora se les llam a eclesiásticos o sacerdotes, obis­
pos o papas, tampoco están separados de los dem ás cristia­
nos y no tienen m ayor dign idad que la de tener que ad m i­
nistrar la palabra de Dios y los sacram entos; ésta es su fu n ­
ción y su cargo; la autoridad secular tien e en su m ano la es­
pada y el látigo para castigar a los m alos y para proteger a
los buenos. Un zapatero, un herrero, u n cam pesino, todos
tienen la función y el cargo de su oficio y, no obstante, to­
dos están por igu al consagrados sacerdotes y obispos y todos

15 Carácter indeleble, im borrable. Según la doctrina católica los sacra­


mentos del bautismo, confirm ación y orden im prim en carácter, un sello im ­
borrable.
deben servir y ser útiles con su cargo o función a los dem ás,
de m anera que todas esas diferentes funciones están d irig i­
das a una com unidad para favorecer el cuerpo y el alm a, de.
la m ism a m anera que cada uno de los miembros del cuerpo
sirve a los otros.
Mira ahora con qué espíritu cristiano se ha dicho y esta­
blecido que la autoridad secular no está por encim a de los
eclesiásticos y que tampoco puede castigarlos. Esto quiere de­
cir tanto como que la mano no puede hacer nada si el ojo
sufre una gran calam idad. ¿No es an tinatu ral, por no decir
anticristiano, que un miembro no ayude al otro, que no lo
defienda de su m ina? Sí, cuanto más noble es el m iem bro
más deben ayudarle los otros. Por ello digo yo que, puesto
que el poder secular está ordenado por Dios para castigar a
los malos y proteger a los buenos, hay que dejarle desem pe­
ñar su cargo librem ente, sin im pedim entos, en todo el cuer­
po de la cristiandad sin tomar en consideración a las perso­
nas, sean éstas el papa, los obispos o sacerdotes, los m onjes
o monjas o lo que sea. Si para obstaculizar a la autoridad
secular fuera suficiente el hecho de q ue es un oficio inferior,
entre los m inisterios cristianos, al de predicador, confesor o
al orden eclesiástico, habría que im ped ir tam bién que los
sastres, zapateros, canteros, carpinteros, cocineros, bodegue­
ros, cam pesinos y todos los oficios laicos diesen al pap a, a
los obispos y a los sacerdotes zapatos, vestidos, casa, com i­
da, bebida o rentas. Si se deja a estos seglares desarrollar sus
trabajos sin im pedim entos, ¿qué van a hacer entonces los es­
critores romanos con sus leyes, que u tilizan para escaparse
de la acción del poder secular cristiano y con las que pueden
obrar abiertam ente el m al, dando cum plim iento a lo que
dijo San Pedro: «Entre vosotros habrá falsos maestros que in ­
troducirán bajo cuerda sectas perniciosas»? 16
Por ello, el poder secular cristiano debe desempeñar su m i­
nisterio librem en te, sin im pedim entos, sin tomar en consi­
deración si afecta al papa, a un obispo o a un sacerdote; quien
sea culpable, que lo sufra; lo que ha dicho el derecho canó­
nico en contra es u n a m era presunción rom ana. Pues S. Pa­
blo dice a todos los cristianos: «Sométase todo individuo (creo
que el papa tam b ién ) a las autoridades constituidas, pues
no en vano lleva la espada; con ella sirve a Dios, castigando
a los malos y prem iando a los justos». Tam bién S. Pedro:
«Acatad toda institución hum ana por am or del Señor, que
así lo quiere» 17. Tam bién ha anunciado que vendrían hom ­
bres que despreciarían la autoridad secular, en 2 Pedro 2,10 ,
como, en efecto, ha ocurrido con el derecho canónico.
Yo creo, por esto, que esta prim era m uralla de papel está
derribada desde que el poder secular se ha convertido en un
miembro del cuerpo cristiano y, aunque tiene una función
m aterial, pertenece sin duda al orden eclesiástico; por esta
razón, su función debe ejercitarse lib rem en te, sin im ped i­
mentos, en todos los m iem bros de todo el cuerpo; debe cas­
tigar o actuar donde la culpa lo m erezca o la necesidad lo
exija, sin tomar en consideración a los papas, obispos o sa­
cerdotes, por m ucho que am enacen o excom ulguen. A quí
radica la causa de que los sacerdotes culpables, en cuanto
son entregados al derecho secular, sean privados previam en­
te de su dignidad sacerdotal, lo que ciertam ente no sería justo
si la espada secular no tuviera un poder anterior sobre ellos
por ordenam iento divino. Es tam bién excesivo que en el d e­
recho canónico se ensalce tanto la lib ertad , el cuerpo y los
bienes de los eclesiásticos como si los laicos no fuesen espiri­
tualm ente tan buenos cristianos como ellos o como si no per­
teneciesen a la iglesia. ¿Por qué es tan libre tu cuerpo, tu
vida, tus bienes y tu honor y no los m íos, si somos realm en­
te cristianos igu ales y tenemos el m ism o bautism o, la misma
fe, el mismo espíritu y todas las cosas? Si un sacerdote es ase­
sinado se pone al país en entredicho; ¿por qué no ocurre lo
mismo cuando es asesinado un cam pesino? ¿De dónde pro­
viene diferencia tan grande entre cristianos iguales? ¡Sólo de
leyes e invenciones hum anas!
Tampoco debe ser n in gú n espíritu bueno el que ha in ­
ventado tales excepciones y ha dejado los pecados sin casti­
go. Pues si estamos obligados a luchar contra el espíritu del
m al, sus obras y sus palabras y a expulsarlo tan bien como
podam os, tal como nos ordena Cristo y sus apóstoles, ¿de
dónde se deduce que tengam os que callar y no hacer nada
cuando el papa o los suyos pronuncian palabras o realizan
obras diabólicas? Si por causa del hombre abandonam os el
m andam ien to y la verdad divinos, que habíam os jurado en
el bautism o apoyar con cuerpo y alm a, seríamos verdaderos
responsables de todas las alm as que por esta causa fueran
abandonadas o seducidas. Esta frase que está en el derecho
canónico debe de haberla dicho el mismo príncipe de los d e­
m onios: «aun que el papa fuera tan perniciosam ente m alig ­
no que condujera a las alm as en tropel al dem onio, no se
le podría, sin em bargo, deponer» 18. Sobre esta m ald ita y
diabólica base construyen los de Roma y son de la opinión
de que antes hay que dejar que se vaya todo el m undo al
diablo que oponerse a sus villanías. Si fuera suficiente para
no poder ser castigado el hecho de que uno esté por encim a
del otro, ningún cristiano debería castigar a otro, ya que Cris­
to m an da que cada uno se tenga por el más h u m ild e y p e­
queño de todos.
D onde hay pecado no hay n in gu n a excusa contra el casti­
go, como escribe tam bién S. Gregorio 19: que todos noso­
tros somos iguales, pero la culpa hace a uno súbdito del otro.
Veamos ahora cómo se comportan ellos con la cristiandad; le
tom an su libertad sin n in gú n fundam ento en la Escritura,
con su propia m alicia, m ientras que Dios y los apóstoles la
han som etido a la espada secular, por lo que hay que tem er
q ue es un juego del anticristo o de su inm ediato precursor.
La otra m uralla es todavía más débil y absurda, ya que
quieren ser ellos los únicos m aestros de la Escritura aunque
no aprendan nada de ella a lo largo de su vida; sólo a sí mis-

18 Según D ecretum G ratiani, I, D istinctio 40, can. 6 .


19 G regorio I, papa (5 9 0 -6 0 4). V id . Regula Pastoralis, II, 6 , en MIG-
NE.PL 77, col. 34.
mos se atribuyen la autoridad y hacen el payaso ante noso­
tros con palabras vergonzantes diciendo que el papa, sea bue­
no o im pío, no puede equivocarse en la fe, pero no p ued en
aducir ni una letra al respecto. A q u í tiene su origen el que
tantas leyes heréticas y anticristianas, incluso an tinatu rales,
estén en el derecho canónico, de lo que no es necesario h a ­
blar ahora. Como confían en que el Espíritu Santo no los
abandona, por m uy incultos y m alvados que puedan ser, aña­
dirán astutam ente lo que q uieran . Si así fuera, ¿para qué
sería necesaria o útil la Sagrada Escritura? Q uem ém osla y d e­
mos satisfacción a los ignorantes señores de Rom a, h a b ita ­
dos por el Espíritu Santo, que sólo puede habitar en efecto
los corazones piadosos. Si no lo h u b iese leído m e h ab ría re­
sultado increíble que el dem onio u tilizare tales torpezas en
Roma y ganara adeptos.
Pero, como no vamos a luchar contra ellos con palabras,
traigamos la Escritura. S. Pablo dice, en 1 Corintios 14, 30:
«si a alguien se le revela algo m ejor, aunque esté sentado y es­
cuche al otro en la palabra de D ios, el prim ero que está h a ­
blando debe callar y ceder». ¿Para q ué serviría este m andato
si hubiera que creer solam ente a aq u el que h ab la a llí o está
sentado arriba? Tam bién Cristo dice, en Juan 6,45, q ue to­
dos los cristianos serán enseñados por Dios. Pero puede su ­
ceder que el papa y los suyos sean m alos y no sean verdade­
ros cristianos y que no estén enseñados por Dios ni tengan
un entendim iento recto y que lo ten g a, por el contrario, un
hombre sencillo: ¿por qué no h ab ría que seguir a éste? ¿No
se ha equivocado el papa m uchas veces? ¿Q uién ib a a ayu ­
dar a la cristiandad cuando el p ap a se equivoque, si no se
pudiera creer en alguien diferente q u e tenga la Escritura a
su favor?
Por esta razón es un fábula in ven tad a y no pueden apor­
tar ni una letra para demostrar que sólo el papa p uede in ter­
pretar la Escritura o confirmar la interpretación. ¡Ellos se han
tomado por sí mismos esta facultad! 20. Y cuando dan a en ­
tender que esta facultad le había sido d ad a a S. Pedro, pues
a él le fueron entregadas las llaves, está bastante claro que
las llaves fueron dadas no sólo a S. Pedro, sino a toda la co­
m u n id ad . Y adem ás, las llaves están ordenadas, no para la
doctrina o el gobierno, sino sólo para perdonar o retener los
pecados, y es una invención todo lo dem ás que deducen de
las llaves. Lo que Cristo dice a Pedro: «pero yo he pedido
por ti para que no pierdas la fe» 21 no puede extenderse al
p apa, pues la m ayor parte de los papas han estado sin fe,
como ellos mism os deben reconocer. Cristo, adem ás, no ha
rezado sólo por Pedro, sino tam bién por todos los apóstoles
y cristianos, como dice Juan 17,9-20: «Padre, yo te ruego por
éstos que m e has dado y no sólo por éstos sino por todos los
que van a creer en m í por su m ensaje». ¿No he hablado con
suficiente claridad?
¡R eflexiona tú mismo! Ellos deben reconocer que hay en ­
tre nosotros cristianos piadosos que poseen la verdadera fe,
el esp íritu , el entendim iento, la palabra y el pensam iento
de Cristo. ¿Por qué, pues, habría que desechar su palabra
y su en tendim iento y seguir al papa que no tiene ni fe ni
espíritu? ¡Esto significaría la negación de toda la fe y de la
iglesia cristiana! Además, no es el papa sólo quien ha de te­
ner razón, si es verdadero este artículo: «creo en una santa
iglesia cristiana»; o ¿tenemos que rezar tam bién «creo en el
papa de R om a», reduciendo así la iglesia cristiana en tera­
m ente a u n hom bre, lo que no sería sino un error diabólico
e infernal?
A dem ás, todos somos sacerdotes, como se ha dicho antes,
todos tenem os una fe, un Evangelio, un solo sacram ento:
¿cómo no íbam os a tener tam bién el poder para apreciar y
juzgar lo que es justo o injusto en la fe? ¿Dónde se qued a
la palab ra de Pablo, 1 Corintios 2,15: «el hombre de esp íri­
tu puede enjuiciarlo todo m ientras a él nadie puede e n ju i­
ciarlo» y 2 Corintios 4,13: «tenemos todos el mismo espíritu
de fe»? ¿Cóm o no íbamos a sentir tan bien como un papa
incrédulo lo que es o no conforme con la fe? Por todos estos
y otros muchos pasajes tenemos que convertirnos en libres
y valientes y no tenem os que dejar enfriar el espíritu de la
libertad (como lo llam a P ab lo )22 con palabras im aginarias
de los papas, sino que debemos ju zgar librem ente todo lo
que ellos hacen u om iten según nuestra fiel comprensión de
la Escritura y obligarles a seguir el m ejor entendim iento y
no el suyo propio. Hace años A braham tuvo que escuchar
a su Sara, que h ab ía sido sometida a él con una dureza que
nadie ha superado en la tierra23 y tam bién el asno de Ba-
laam fue más listo que el mismo p ro fe ta24. Si Dios habló
entonces a través de u n asno contra u n profeta, ¿por qué no
iba a poder hablar a través de un hom bre piadoso contra el
papa? Más todavía, S. Pablo reprim e a S. Pedro por estar
equivocado en Gálatas 2,11 y s. Por esto corresponde a todo
cristiano, por haber aceptado la fe, com prenderla y defen­
derla y condenar todos los errores.
La tercera muralla cae por sí m ism a cuando caen las dos
primeras. Si el pap a actúa contra la Escritura, nosotros esta­
mos obligados a defenderla y a castigar al papa y a corregirlo
según la palabra de Cristo, M ateo 18,14: «Si tu hermano te
ofende, ve y házselo ver, a solas entre los dos; si no te hace
caso llam a a otro o a otros dos. Si no te hace caso, díselo
a la com unidad y si no hace caso ni siquiera a la com unidad,
considéralo como un pagano». A q u í se le ordena a todos los
miembros que se preocupen de los dem ás; cuánto más tene­
mos que hacerlo nosotros cuando q uien actúa mal es un
miembro que gobierna la C om unidad, que, con sus obras,
causa a los dem ás m ucho daño y escándalo. Si debo denun­
ciarlo ante la com unidad tengo que reuniría ya.
No tienen tampoco ningún fundam ento en la Escritura
para atribuir únicam ente al papa la facultad de convocar o
aprobar un concilio sino sólo en sus propias leyes que valen
en cuanto no perjudiquen a la cristiandad y a las leyes de

22 Vid. 2 Corintios 3 , 1 7 .
23 Vid. Génesis 2 1 , 1 2 .
24 Vid. N úm eros 2 2 ,2 8 .
Dios. Si el papa es culpable, pierden su vigencia tales leyes
porque es perjudicial para la cristiandad no juzgarlo m ediante
u n concilio.
A sí leemos en los H echos de los A póstoles 15,6 que no
fue S. Pedro quien convocó el concilio de los apóstoles sino
que fueron todos los apóstoles y los ancianos; ahora bien,
si esto le hubiese correspondido únicam ente a S. Pedro no
habría sido un concilio cristiano sino un conciliábulo heréti­
co. Tampoco el famoso Concilium N icaenum fue convoca­
do ni ratificado por el obispo de Roma, sino por el em pera­
dor Constantino; y después de él otros m uchos emperadores
han hecho lo mismo y han resultado ser los concilios más
cristianos de to do s25. Si sólo el papa tuviese el poder de
convocarlos, todos habrían sido heréticos. Incluso cuando m i­
ro los concilios que ha hecho el papa no encuentro que se
haya realizado nada especial en ellos.
Así pues, si la necesidad lo exige y el papa es dañino para
la cristiandad, el prim ero que pueda, como m iem bro fiel de
todo el cuerpo, debe hacer algo para que se celebre un con­
cilio auténtico, libre, y nadie mejor que la espada secular
puede hacerlo, especialm ente ahora que es tam bién cocris-
tiana, cosacerdote, coeclesiástica, copoderosa en todas las cosas
y teniendo el deber de desempeñar con libertad su cargo y
función, que han recibido de Dios, por encim a de cualq u ie­
ra, si es necesario y ú til que los desem peñen. ¿No sería un
com portam iento an tinatural que, en un fuego en una ciu ­
d ad , todos tuvieran que permanecer inactivos y dejar que
el fuego quem ara todo lo que pueda arder sólo porque no
tuvieran el poder del burgomaestre o porque el fuego afec­
tara, quizá, a la casa del burgom aestre? ¿No está cada uno
obligado a m ovilizar a los otros y a convocarlos? Con m ucha
m ayor razón se está obligado en la ciudad espiritual de Cris­
to, cuando se levanta el fuego del escándalo, sea en el go­
bierno papal o donde quiera que sea. Lo mismo ocurre cuan­
do los enemigos asaltan una ciudad: el honor y el agradeci­

25 El Concilio de Nicea (325), el primer concilio ecuménico, fue convo­


cado para examinar la disputa sobre el arrianismo.
miento lo gana el primero que reúne a los dem ás. ¿ Por qué,
pues, no iba a merecer el honor quien denuncie a los ene­
migos infernales y despierte a los cristianos y los convoque?
No tiene ningún fundam ento que ellos d igan que no es
lícito luchar contra su poder. N adie en la cristiandad tiene
poder para hacer daño, para prohibir que se com bata el d a­
ño. No hay otro poder en la iglesia que no sea para su per­
feccionamiento. Por esta razón si el papa quisiera u tilizar el
poder para im pedir que se celebre un concilio lib re, se im ­
pediría con ello una m ejora de la iglesia y, por consiguiente,
no debemos tomarlo en consideración ni a él ni a su poder
y, si ex-com ulga y truena, h ab ría que despreciarlo como a
un loco y, confiando en Dios, ex-com ulgarlo y expulsarlo,
a su vez, como se pueda, pues tal poder tem erario no es n a­
da, ni tampoco lo tiene y pronto se destruye con un pasaje
de la Escritura donde Pablo dice a los corintios: «Dios me
ha dado el poder para m ejorar la cristiandad, no para
d estru irla»26. ¿Q uién quiere saltarse este versículo? Es del
diablo y del anticristo el poder que com bate lo que sirve p a­
ra el m ejoram iento de la cristiandad, por lo que no hay que
obedecer a ese poder en absoluto sino oponérsele con el cuer­
po, los bienes y con todo lo que podamos.
Y si sucediera un m ilagro a favor del papa y contra el po­
der secular o si alguien provocara una p laga, como preten­
den que ha sucedido m uchas veces, hay que considerar que
han sucedido sólo por el d iab lo , por haberse roto nuestra fe
en Dios, como el mismo Cristo ha proclam ado en M ateo
24,34: «saldrán cristianos falsos y profetas falsos con m i nom ­
bre, con tal ostentación de señales y portentos que extravia­
rán a los mismos elegidos» y S. Pablo dice a los tesalonicen-
ses que el anticristo será poderoso en falsos m ilagros por obra
de satanás 27.
Retengamos, por tanto, que el poder cristiano no puede
estar contra Cristo, como dice S. Pablo: «no tenem os poder

26 Vid. 2 Corintios 10,8.


alguno contra Cristo, sólo en favor de C risto»28. Si el po­
der realiza algo contra Cristo es el poder del anticristo y
del dem onio, aunque lluevan y granicen m ilagros y plagas.
M ilagros y plagas no prueban nada, especialm ente en estos
últim os tiem pos, m uy calamitosos, para los que toda la Es­
critura ha anunciado falsos m ilagros. Por esto tenem os que
agarrarnos a las palabras de Dios con fe firm e, y entonces
el diablo dejará sus prodigios.
Espero que con todo lo anterior se destruya el m iedo falso
y engañoso con el que los romanos nos han creado, durante
largo tiem po, una conciencia apocada y pusilán im e y que
se vea q ue ellos están sometidos a la espada, igu al que todos
nosotros, que no pueden interpretar la Escritura basándose
en su m era fuerza y sin conocimientos y que no tienen n in ­
gún poder para prohibir un concilio ni para hipotecarlo ni
para coaccionarlo o quitarle su libertad; y si lo hacen queda
claro que pertenecen verdaderamente a la com unidad del an­
ticristo y del demonio y no tienen nada de Cristo, salvo el
nom bre.
WP

II

SOBRE LA AU T O R ID AD SECULAR: H ASTA


DONDE SE LE DEBE OBEDIENCIA ( 1523)

En la segunda quincena de octubre de 1522 predicó Lutero varios sermo­


nes en Weimar, dedicando dos de ellos al tema de la autoridad secular. Por
su correspondencia sabemos que quería poner por escrito estas reflexiones.
El 7 de noviembre de 1522 el duque Georg de Sajonia (ducado) prohibió
la venta de la traducción del Nuevo Testamento que Lutero había realizado.
También en Baviera había sido prohibida. Este fue el motivo final que le
llevó a redactar este escrito, preocupado por los excesos del poder secular.
Von weltlicher Obrtgkeit, wie weit man ih r G ehortam schuldig sel se pu­
blicó entre el 12 y el 21 de marzo de 1523.
El escrito está dedicado al duque Joh an n de Sajorna (Sajonia electoral),
hermano del príncipe elector Friedrich III, llam ado el Sabio, a quien suce­
dería en 1525, y lleva fecha de A ño Nuevo de 152 3 que, según la costum­
bre de la época, corresponde a la Navidad (de 1522).
En Von w eltlicher O brig k eit... desarrolla Lutero la denominada doctri­
na de los dos reinos.
La traducción sigue el texto de la edición de W e im a r: W A 11, 245-280.
A su alteza y m uy noble príncipe y señor, Juan, d u que
de Sajonia, conde en Turingia y m arqués de Meissen, m i b e­
nevolente señor. ¡Gracia y p a z en Cristo!
La necesidad y los ruegos de m uchas personas, y en p ri­
m er lugar el deseo de Vuestra A lteza, me obligan, ilustrísi-
mo y benevolente señor, a escribir sobre la autoridad secular
y su espada, sobre cómo debe usarse cristianam ente y hasta
dónde se le debe obediencia. Mis palabras las m ueve la p a ­
labra de Cristo, M ateo 5,39 y s.: «No debes resistir al m al
sino cede ante tu adversario, y a q uien te quite la túnica d a­
le tam bién la capa», y Rom anos 12,19: «M ía es la venganza,
dice el Señor, yo daré lo m erecido». En tiem pos pasados el
príncipe Volusiano 1 reprochó estos versículos a S. A gustín
y com batió la doctrina cristiana porque dejaba a los malos
hacer el m al y porque no era com patible con la espada secular.
Tam bién los sofistas 2 de las universidades han chocado
con estos textos, pues según ellos, no se podrían conciliar
ambos entre sí. Para no convertir en paganos a los príncipes
han enseñado que Cristo no ordenó estos m andam ientos si­
no que sólo los aconsejó para los perfectos. Según esto, C ris­
to tendría que m entir y estar equivocado para que los p rín ­
cipes m antuvieran su honor. Los ciegos y m iserables sofistas
no podían dignificar a los príncipes sin rebajar a Cristo. Su
venenoso error se ha extendido a todo el m undo, de modo
q ue todos consideran esta doctrina de Cristo como consejos
para los perfectos y no como m andam ientos obligatorios y
com unes para todos los cristianos; han llegado tan lejos que
han perm itido para el perfecto estado episcopal, incluso p a ­
ra el más perfecto de todos, el del papa, la im perfecta con­
dición de la espada y de la autoridad secular y no sólo eso
sino que a nadie en la tierra se las han atribuido tanto como
a ellos. El d iab lo se ha posesionado tanto de los sofistas y

1 Volusiano, procónsul. Vid. S. Agustín, Eptstulae 136 y 138, en M1G-


NE PL 33, 5 14 y s. y 525 y s.
2 Designa así a los teólogos escolásticos.
de las universidades que ellos mismos no saben lo que h a­
blan y enseñan ni cómo lo hacen.
Espero, en cam bio, poder instruir a los príncipes y a la
autoridad secular para que perm anezcan cristianos y Cristo
permanezca como el Señor, sin convertir, no obstante, los
mandamientos de Cristo en consejos, en beneficio de ellos.
Haré esto como un servicio de súbdito a V uestra A lteza y
para utilidad de todo el que lo necesite, para alabanza y gloria
de Cristo, nuestro Señor. Encomiendo a V uestra A lteza y a
toda su fam ilia a la gracia de Dios, p id ién d o le que la quiera
conceder m isericordiosamente. A m én.
W ittenberg, día de año nuevo de 1523 3.
Servidor de V uestra A lteza
M artinus Luther.

3 Se trata de la Navidad de 1522.


Hace poco tiem po escribí un librito a la nobleza alem ana
e in d iq u é cuáles eran su ministerio y su función cristianos4.
Cóm o se han orientado por él lo tenemos a la vista. Por esto
debo d irigir m i celo en otra dirección y escribir ahora lo que
deb en dejar de hacer y lo que no deben hacer y espero que
se g uíen ahora como lo hicieron por aquel lib rito, perm ane­
ciendo príncipes, eso sí, pero sin llegar nunca a ser cristia­
nos. Pues Dios todopoderoso ha vuelto locos a nuestros prín­
cipes de tal m anera que no piensan otra cosa sino que pue­
den hacer y prohibir a sus súbditos lo que quieran (y los súb­
ditos tam bién se equivocan al creer que están obligados a
obedecer todo eso), hasta el punto que han comenzado ahora
a ordenar a las gentes que se desprendan de ciertos libros
y que crean y m antengan lo que ellos dicen 5; con estas ac­
ciones tienen la audacia de sentarse en la silla de Dios y do­
m in ar las conciencias y la fe y darle lecciones al Espíritu San­
to según su loco cerebro. Y , no obstante, pretenden que na­
d ie les d ig a nada y que se les siga llam ando señores benevo­
len tes.
Escriben y hacen escribir que el em perador lo ha pedido

4 Vid. A n den chñstlichen A d e l...t traducido en este volum en, p. 3-


5 V id. introducción a este texto.
y que quieren ser obedientes príncipes cristianos, como si real­
mente lo tom aran en serio y no se les notara su m alicia. Si
el em perador les tomara un castillo o una ciudad o les im ­
pusiera cualquier cosa in ju sta, íbam os a ver con qué facili­
dad descubrían que debían oponerse al em perador y no obe­
decerle. Pero cuando se trata de m altratar a los pobres hom ­
bres y de expiar su m aldad con la palabra de Dios dicen que
es por obediencia al m andato del em perador. A estas gentes
se les llam aba antes canallas; ahora hay que llam arles obe­
dientes príncipes cristianos. Sin em bargo, no perm iten que
nadie sea interrogado o se defien da, por mucho que se insis­
ta; para ellos resultaría insoportable que el em perador u otra
persona se comportara con ellos de la m ism a form a. Estos
son los príncipes que gobiernan el im perio en los países ale­
manes; es por esta razón por lo que en todos los territorios
van tan bien las cosas, como veremos.
Como la cólera de estos locos basta para exterm inar la fe
cristiana, para negar la palab ra de Dios y ultrajar la m ajes­
tad divina, no puedo ni quiero soportar por más tiem po a
mis inclem entes y coléricos señores y tengo que oponerme
a ellos, al menos con la palab ra. Y si no he tenido m iedo
de su ídolo, el papa, que am enaza con quitarm e el alm a y
el cielo, debo mostrar que tam poco tengo m iedo a sus esca­
mas y a sus p o m p as6, que am enazan con robarme el cuer­
po y la tierra. Dios haga que m onten en cólera hasta que
desaparezcan los hábitos grises 7 y nos ayude a no morir por
sus am enazas. Am én.
En prim er lugar, hemos de fundam entar sólidam ente el
derecho y la espada seculares de m odo que nadie pueda d u ­
dar de que están en el m undo por la voluntad y orden de
Dios. Los versículos que los fundam entan son éstos: Rom a­
nos 13,1 y s.: «Sométase todo in dividuo a la autoridad, al
poder, pues no existe autoridad sin que Dios lo disponga;

6 Escamas del Leviatán, monstruo que identifica con Satan y del que el
papa sería, según Lutero, su encarnación.
7 Locución para designar algo que no acabará. Con los «hábitos grises»
se refiere a los monjes.
el poder, que existe por doquier, está establecido por Dios.
Q uien resiste a la autoridad resiste al orden divino. Quien
se opone al orden divino, se ganará su condena»; tam bién
1 Pedro 2,13 y s.: «Acatad toda institución h u m an a, lo m is­
mo al rey como soberano que a los gobernadores, como de­
legados suyos para castigar a los malhechores y prem iar a los
que hacen el bien».
Este derecho de la espada ha existido adem ás desde el co­
m ienzo del m undo. Cuando C aín m ató a su herm ano Abel
tuvo tanto miedo de que, a su vez, lo m ataran a él que Dios
im puso u n a prohibición especial al respecto y suspendió la
espada por causa de aq u él, y nadie debía m atarlo. No ha­
bría tenido este m iedo si no hubiese visto y oído de Adán
q ue h ab ía que m atar a los asesinos. Dios estableció de nue­
vo el derecho de la espada después del diluvio y lo confirmó
con palabras bien explícitas cuando dice en G énesis 9,6: «Si
uno derram a la sangre de un hom bre, otro derram ará la su­
ya». Esto no puede entenderse como una plaga o un castigo
de Dios para los asesinos —pues muchos asesinos, por arre­
pentim iento o misericordia siguen con vida y no m ueren por
la espada— , sino que se dice del derecho de la espada que
u n asesino sea reo de m uerte y que haya que m atarlo con
derecho por la espada. Si se im pidiera el derecho o llegara
tarde la espada, de modo que el asesino m uriera de m uerte
n atu ral, no por ello es falsa la Escritura cuando dice «si uno
derram a la sangre de un hom bre; otro derram ará la suya».
Porque es culpa o m érito de los hombres que este derecho,
ordenado por Dios, no se ejecute, de igu al m anera que tam ­
bién se infringen otros m andam ientos de Dios.
Esto m ism o lo confirm a tam bién la ley de Moisés, Exodo
21,14: «Q uien m ate a algu ien con prem editación, q uítam e­
lo de m i altar para darle m uerte». Y tam bién: «V ida por vi­
da, ojo por ojo, diente por diente, pie por p ie, m ano por
m ano, herida por herida, golpe por golpe». Cristo lo confir­
m a tam bién cuando le dice a Pedro en el huerto: «El que
tom a la espada, a espada m orirá», lo que hay que entender
en el m ism o sentido de Génesis 9,6 «si uno derram a la san­
gre de un hombre, etc.» y Cristo se refiere, sin d u d a, a lo
mismo con estas palabras y cita el m ism o pasaje, queriendo
confirmarlo. Tam bién enseña e sto ju a n Bautista; cuando los
soldados le preguntaron qué d eb ían hacer, dijo: «No hagáis
violencia ni in justicia a nadie y contentaros con vuestro sala­
rio». Si la espada no fuese un orden divino debería haberles
dicho que dejasen de ser soldados, ya que él quería perfec­
cionar al pueblo e instruirlo de u n a form a verdaderam ente
cristiana; es cierto, por tanto, está bastante claro que es vo­
luntad de Dios que se emplee la espada y el derecho secula­
res para el castigo de los malos y para la protección de los
buenos.
En segundo lugar: a lo anterior se opone con fuerza lo que
dice Cristo en M ateo 5,38 y s .: «O ísteis que se dijo a los an ­
tepasados “ ojo por ojo y diente por d ie n te ” , pero yo os d i­
go, no hay que resistir al m al sino q ue si algu ien te hiere
en la m ejilla derecha, ponle tam b ién la otra; al que q uiera
ponerte pleito para quitarte la túnica, déjale tam bién la ca­
pa; y a quien te fuerza a caminar una m illa, acompáñalo dos».
También Pablo, Romanos 12,19: «A m ados m íos, no os ven ­
guéis vosotros mismos, sino dejad lu g ar a la cólera de Dios,
pues está escrito ‘ ‘m ía es la venganza, yo daré lo m erecido’ ’ ,
dice el Señor». Adem ás, Mateo 5,44: «A m ad a vuestros en e­
migos, haced bien a los que os odian». Y 1 Pedro 3,9: «No
devuelva nadie mal por mal, ni maldición con maldición, etc.».
Estos pasajes y otros semejantes hablan patentem ente de que
los cristianos en el Nuevo Testam ento no deben tener n in ­
guna espada secular.
Por esta razón dicen también los sofistas que Cristo ha abo­
lido la ley de Moisés y convierten estos m andam ientos en
«consejos» para los perfectos y dividen la doctrina y la cond i­
ción cristianas en dos partes: u na, para los perfectos, a la que
atribuyen los consejos; otra, para los im perfectos, a la que
le aplican los m andam ientos. Hacen esta división por su pro­
pio arbitrio y arrogancia sin n ingún fundam ento en la Escri­
tura y no ven que Cristo recalca en el m ism o lu gar su doctri­
na de que no quiere abolir ni lo m ás m ínim o y condena al
infierno a quienes no aman a sus enem igos. Tenemos que
hablar de este asunto, por tanto, de otra m anera, para que
la palab ra de Cristo sea común para todos, sean «perfectos»
o «no perfectos». La perfección y la im perfección no está en
las obras; tampoco la determ ina n inguna condición externa
especial entre los cristianos; están en el corazón, en la fe y
en el am or, de modo que quien más cree y más am a es per­
fecto, sea exteriorm ente un hombre o una m ujer, un p rínci­
pe o un cam pesino, un monje o un seglar. El amor y la fe
no crean sectas ni diferencias externas.
En tercer lu gar: tenemos que dividir ahora a los hijos de
A dán y a todos los hombres en dos partes: unos pertenecen
al reino de Dios, los otros al reino del m undo. Los que per­
tenecen al reino de Dios son los que creen rectam ente en
Cristo y están bajo él, puesto que Cristo es el rey y señor
en el reino de Dios, como dice el Salm o 2 y la Escritura
entera y para eso ha venido él, para instaurar el reino de
Dios y establecerlo en el m undo. Por eso dice a Pilaros:
«Mi reino no es de este m undo; q uien procede de la ver­
dad oye m i voz», y siempre se refiere en el Evangelio al
reino de Dios diciendo: «Arrepentios, el reino de Dios ha
llegado», y «buscad en primer lugar el reino de Dios y
su justicia», y llam a al Evangelio un Evangelio del reino
de Dios porque enseña, gobierna y com prende el reino de
Dios.
Escucha, pues, esta gente no necesita ninguna espada ni
derecho secular. Si todo el m undo fuese cristiano, es d e­
cir, si todos fueran verdaderos creyentes no serían necesarios
ni útiles los príncipes, ni los reyes, ni los señores, ni la espa­
d a ni el derecho. ¿Para qué les servirían cuando albergan el
Espíritu Santo en su corazón que les adoctrina y que hace
que no com etan injusticia contra n ad ie, que am en a todos,
que sufran injusticia por parte de todos gustosa y alegrem en­
te, incluso la m uerte? Donde se padece la injusticia y se h a­
ce el bien no son necesarios ni la d isp u ta ni la contienda ni
los tribunales ni los jueces, ni el castigo ni el derecho ni la
espada. Por eso es im posible que entre los cristianos tengan
algo que hacer la espada y el derecho seculares, ya que los
cristianos hacen m ucho más por sí mismos que todo lo que
pudieran exigir todas las leyes y todas las doctrinas. Como
dice S. Pablo, 1 Tim oteo 1,9: «N inguna ley se ha dado al
justo, sino al injusto».
¿Por qué esto es así? Porque el justo hace por sí solo todo
lo que exigen todas las leyes y más. Y los injustos no hacen
nada justo, por lo que necesitan que el derecho les enseñe,
les coaccione y les obligue a hacer el bien. El buen árbol no
necesita doctrina ni leyes para dar buenos frutos, pues su pro­
pia naturaleza hace que los produzca sin doctrina ni leyes,
según su especie. Yo ten dría por loco a quien escribiera un
libro para un m anzano, lleno de leyes y preceptos sobre có­
mo debería producir m anzanas y no espinas, pues por su pro­
pia naturaleza lo hace m ejor que lo que aquél pudiera des­
cribir y ordenar con todos sus libros. De la m ism a m anera,
todos los cristianos tienen una naturaleza por el espíritu y
por la fe para obrar bien y justam ente, más de lo que se les
podría enseñar con todas las leyes, y no necesitan para sí mis­
mos ninguna ley ni n in gú n derecho.
Si tú me dices entonces: ¿Por qué ha dado Dios tantas le­
yes a los hombres y por qué Cristo enseña tam bién en el Evan­
gelio que hay que hacer m uchas cosas? Sobre esta cuestión
he escrito abundantem ente en las Apostillas y en otros
sitios8. Lo resumo m uy brevem ente: Pablo dice que la ley
ha sido dada a causa de los injustos, es decir, para obligar
externamente a aquellos que no son cristianos a evitar las m a­
las acciones, como veremos más adelante. Como ningún
hombre es por naturaleza cristiano o piadoso sino que todos
son pecadores y m alos, Dios les prohíbe a todos ellos, por
medio de la ley, que pongan en práctica su m aldad con obras
externas, según sus m alas intenciones. Además S. Pablo atri­
buye a la ley otro m inisterio: Romanos 7,7 y Gálatas 3,24:
la ley enseña a reconocer los pecados con lo que h u m illa al
hombre disponiéndolo a la gracia y a la fe de Cristo. Lo m is­
mo hace Cristo en M ateo 5,39, cuando enseña que no se de­
be resistir al m al, con lo que aclara la ley y enseña cómo tie­

8 Durante su estancia en el W artburg escribió Lutero las Apostillas a epís­


tolas y evangelios para el servicio de los predicadores, en W A 10/1, 1.
ne que comportarse el verdadero cristiano, como veremos más
adelante.
En cuarto lugar: al reino del m undo, o bajo la ley, perte­
necen todos los que no son cristianos. Y a que son pocos los
que creen y una parte aún más pequeña es la que se com ­
porta cristianam ente, no resistiendo al m al ni haciendo ellos
mismos el m al, Dios ha establecido para aquellos otro go­
bierno distinto fuera del orden cristiano y del reino de Dios
y los ha sometido a la espada para que, aunque quisieran,
no puedan llevar a cabo sus m aldades y, si las cometen, para
q ue no puedan hacerlo sin m iedo, apaciblem ente y con éxi­
to: igual que se am arra con cadenas y sogas a un anim al sal­
vaje y m aligno para que no pueda m order ni dar zarpazos
según su naturaleza, como le gustaría. Todo esto, sin em ­
bargo, no lo necesita el anim al manso y sum iso, que es ino­
fensivo aun sin cadenas ni sogas.
Si esto no se hiciera así, como todo el m undo es m alo y
apenas hay un verdadero cristiano entre m iles de personas,
se devorarían unos a otros de modo que nadie podría con­
servar su m ujer y sus hijos, alim entarse y servir a Dios, con
lo que el m undo se convertiría en un desierto. Por esta ra­
zón estableció Dios estos dos gobiernos: el espiritual, que
hace cristianos y buenos por el Espíritu Santo, bajo Cristo,
y el secular, que ob liga a los no cristianos y a los malos a
m antener la paz y estar tranquilos externam ente, sin que se
les deba por ello ningún agradecim iento. Así entiende S. Pa­
blo la espada secular cuando declara en Rom anos 13,3, que
no hay que tem er por las buenas obras sino por las m alas.
Y Pedro dice que ha sido instituida para castigar a los malos.
Si alguien quisiera gobernar el m undo según el Evangelio
y quisiera abolir todo el derecho secular y la espada alegan ­
do que todos están bautizados y que son cristianos, para los
que el Evangelio no quiere ningún derecho ni espada, que
tampoco necesitan, adivina, querido am igo, qué haría este
hom bre. Q uitaría las cadenas y sogas que sujetan a los salva­
jes y m alignos an im ales de modo que m orderían y despeda­
zarían a cualquiera, alegando que eran mansos y domados
anim alitos. Pero yo bien que los sentiría en mis heridas. Así
abusarían los malos de la libertad evangélica, bajo el nom ­
bre de cristianos, y cometerían sus fechorías diciendo que son
cristianos y que, por lo tanto, no están som etidos a n inguna
ley ni a la espada, como ya están vociferando y proclam ando
desatinadam ente algunos.
A esa persona habría que decirle: es verdad, ciertam ente,
que los cristianos, por sí m ism os, no están som etidos a n in ­
gún derecho ni espada, ni los necesitan; pero procura pri­
mero q ue el mundo esté lleno de auténticos cristianos antes
de gobernarlos cristianamente y según el Evangelio. Pero eso
no lo conseguirás jam ás, pues el m undo y la gente es y per­
manecerá no cristiano, aunque todos hayan sido bautizados
y se llam en cristianos. Los cristianos, como se dice, están m uy
dispersos. Por eso es im posible que haya un gobierno cris­
tiano común para todo el m undo, ni siquiera para un país
o un gran número. Hay muchos más malos que buenos. Go­
bernar un país entero o el m undo con el Evangelio es como
si un pastor reuniera en un mismo establo lobos, leones, águ i­
las y corderos y los dejara ir y venir librem ente entre ellos
y les dijera: «Paced y sed buenos y pacíficos unos con otros,
el establo está abierto, tenéis bastante pasto y no tenéis que
tener m iedo de los perros ni del cayado». Las ovejas, cierta­
m ente, m antendrían la paz y se dejarían alim en tar y gober­
nar pacíficam ente, pero no vivirían m ucho tiem po ni n in ­
gún anim al sobreviviría a los dem ás.
Es preciso, por tanto, d istin gu ir con cuidado am bos regí­
menes y dejar que existan am bos: uno, que hace piadosos,
y el otro, que crea la paz exterior e im pide las m alas obras.
En el m undo no es suficiente el uno sin el otro. Pues sin el
gobierno espiritual de Cristo nadie puede lleg ar a ser justo
ante Dios por medio del gobierno secular. El gobierno de
Cristo no se extiende sobre todos los hombres sino sobre los
cristianos, que forman, en todos los tiem pos, un núm ero re­
ducido y viven entre los no cristianos. Si sólo rige el gobier­
no secular o la ley habrá pura hipocresía, au n q u e estuvieran
los mismos mandamientos de Dios. Pues sin el Espíritu San­
to en el corazón nadie llega a ser verdaderam ente bueno,
por buenas que sean sus obras. Pero si sólo rein a el gobierno
espiritual sobre un país y su gente, se suelta el freno a la m al­
dad y se d e ja lugar para todas las fechorías, porque los hom ­
bres com unes no pueden aceptar ni entender ese gobierno.
Ahora puedes ver a quién se dirigen las palabras de Cris­
to, que hem os citado antes, M ateo 5,39, de que los cristia­
nos no p u ed en pleitear ni tener la espada secular entre ellos.
Esto lo dice, propiam ente, sólo a sus queridos cristianos. Es­
tos las aceptan sencillam ente y actúan en consecuencia y no
las convierten en «consejos», como los sofistas, pues el Espí­
ritu ha conformado su corazón para no hacer m al a nadie
y para sufrir de buen grado el m al que los otros les causan.
Si todos los hombres fueran cristianos les interesarían estas
palabras y actuarían en consecuencia. Pero como no son cris­
tianos no les im portan ni actúan de acuerdo con ellas; perte­
necen al otro gobierno en el que se constriñe externam ente
a los no cristianos y se les obliga a la paz y al bien.
Por esta razón, Cristo tampoco llevó la espada ni la in sti­
tuyó en su reino, pues él es un rey que gobierna sobre los
cristianos y gobierna sin recurrir a la ley, sólo con Santo Es­
p íritu . Y si bien confirmó la espada, él no la u tilizó , pues
no sirve para su reino que sólo tiene piadosos. A D avid, en
tiem pos pasados, no se le perm itió construir el tem plo por­
que h ab ía derram ado m ucha sangre y había utilizado la es­
pada. No es que hubiera obrado m al sino que no podía ser
im agen de Cristo, que habría de tener un reino de paz. El
tem plo tuvo que construirlo Salom ón, que en alem án sign i­
fica Friedrich o Friedsam 9, el cual tuvo un reino pacífico
con el que se podía significar el verdadero y pacífico reino
de Cristo, el auténtico Friedrich y Salom ón. A dem ás dice el
texto «en toda la construcción del tem plo no se oyó nunca
n in gú n hierro». Todo esto porque Cristo habría de tener un
pueblo libre, sin coacción ni compulsión, sin ley y sin espada.
Esto lo m anifiestan los profetas en el Salmo 110,3: «Tu
pueblo serán los libres»; en Isaías 11,9: «No m atarán ni ha-

9 Enedrich significa rico en paz. El nombre hebreo Salom ón deriva de


la palabra hebrea Schalom, que significa paz.
rán daño en m i santo m onte»; en Isaías 2,4: «Y convertirán
sus espadas en rejas de arado y sus lanzas en podaderas; n a­
die alzará la espada contra nadie, no se adiestrarán para la
guerra, etc.». Q uien quisiera aplicar estos pasajes y otros se­
mejantes allí donde se mencione el nom bre de Cristo, ma-
linterpretaría por completo la Escritura, pues estos pasajes
sólo se refieren a los verdaderos cristianos: entre ellos actúan
así, sin duda.
En quinto lu gar: dices ahora: si los cristianos no necesitan
la espada ni el derecho secular, ¿por qué dice Pablo a todos
los cristianos, Rom anos 13,1: «Som étasen todos al poder y
a la autoridad» y S. Pedro: «Som eteos a toda institución h u ­
mana», etc., como se ha dicho antes? Mi respuesta: por aho­
ra he dicho que los cristianos entre sí, en sí mismos y por
sí mismos, no necesitan ni el derecho ni la espada, pues no
les son necesarios ni útiles. Pero como un verdadero cristia­
no no vive en la tierra para sí m ism o ni para su propio servi­
cio sino que vive y sirve a su prójim o, hace, por su espíritu,
algo que él no necesita, pero que es necesario y ú til a su pró­
jimo. Y como la espada es de u n a necesaria u tilid ad a todo
el mundo para m antener la paz, castigar los pecados y resis­
tir a los m alos, el cristiano se som ete gustosam ente al go­
bierno de la espada, paga los im puestos, respeta la autori­
dad, sirve, ayuda y hace todo aquello —todo lo que puede—
que favorece a la autoridad, a fin de que ésta se m antenga
y se m antenga con honor y tem or; él, sin em bargo, por sí
mismo ni tiene necesidad de nada de esto ni le hace falta,
pero toma en consideración lo que es bueno y útil para los
demás, como enseña Pablo en Efesios 5,21.
Esto lo hace el cristiano como tam bién hace otras obras
de amor que no necesita. No visita a los enfermos para cu­
rarse él m ism o; no alim enta a nadie porque él mismo tenga
necesidad de alim entarse; tampoco sirve a la autoridad por­
que él la necesite sino porque los dem ás la necesitan, para
estar protegidos y para que los m alos no se vuelvan peores.
El no pierde n ad a y este servicio no le causa ningún p erju i­
cio y, adem ás, reporta gran u tilid ad al m undo. Y si no lo
hiciera así no actuaría como cristiano, al ir contra el am or,

FLACSO - Biblioteca
y daría a los dem ás un m al ejem plo, pues tampoco querrían
soportar ninguna autoridad no siendo ellos precisamente cris­
tianos. De esa m anera se le haría un u ltraje al Evangelio co­
mo si éste predicara la rebelión y creara hombres egoístas que
no quieren ayudar ni servir a n ad ie, cuando, en realid ad ,
el Evangelio hace del cristiano un servidor de todos. Cristo
pagó el im puesto, Mateo 17,27, para no escandalizarlos, aun­
que no necesitaba hacerlo.
Ves tam bién en las palabras de Cristo citadas antes, M a­
teo 5,39, que él enseña que los cristianos no deben tener
entre ellos n in gú n derecho ni espada secular; sin em bargo,
no prohíbe servir a aquellos que tienen la espada secular y
el derecho y ser súbditos de ellos sino que, más bien, como
no los necesitas ni debes tenerlos, debes servir a aquellos que
no han llegado tan alto como tú y todavía los necesitan. Si
tú no tienes necesidad de que se castigue a tu enem igo, sí
la tiene tu prójim o déb il, al que debes ayudar a que tenga
paz y a que su enem igo sea reprim ido; y esto no puede lo­
grarse a no ser que la autoridad y el poder se m antengan en
su honor y respeto. Cristo no dice «no debes servir al poder
ni estarle som etido», sino: «No debes resistir al m al», como
si quisiera decir: «Com pórtate de tal modo que toleres todo,
de suerte que no necesites que el poder te ayude o te sea
ú til o te h aga falta, sino que seas tú , por el contrario, quien
le seas ú til o necesario. Yo quiero tenerte más elevado y más
noble de m odo que no necesites de él; que sea el poder el
que te necesite».
En sexto lu gar: si me preguntas si un cristiano puede d is­
poner de la espada secular y castigar a los m alos, pues las
palabras de Cristo dicen tan enérgica y claram ente «no resis­
tas al m al» que los sofistas han tenido que convertirlas en
un «consejo», m i respuesta es la siguiente: has escuchado hasta
ahora dos textos. Uno, según el cual no puede existir la es­
pada entre los cristianos y, por tanto, no se puede u tilizar
entre ellos porque no tienen necesidad de ella. La pregunta,
por consiguiente, debe plantearse al otro grupo de los no
cristianos y ver si a llí puede ser u tiliz ad a cristianam ente. Se­
gún el otro texto, estás obligado a servir a la espada y a apo­
yarla con todo lo que puedas, con tu cuerpo, tus bienes, tu
honor y tu alm a, pues es ésta una obra que tú no necesitas,
pero que es ú til y necesaria para todo el m undo y para tu
prójimo. Por esta razón, sí tú vieras q ue hacen falta verdu­
gos, alguaciles, jueces, señores o príncipes y te consideraras
capacitado, deberías ofrecerte y solicitar el cargo para que
el poder, que es necesario, no sea despreciado ni se d eb ilite
ni perezca; el m undo no quiere ni p u ede prescindir de él.
La razón de este com portam iento es ésta: en ese caso irías
a un servicio y a una obra ajenos, que no aprovechan a tus
bienes o a tu honor sino que aprovechan sólo al prójim o y
a los demás; y lo harías no con la id ea de venganza o de d e ­
volver mal por m al sino por el bien de tu prójim o y para
el m antenim iento de la protección y de la paz de los dem ás;
en cuanto a ti m ism o, sigues atenién dote al Evangelio y a
la palabra de Cristo de ofrecer gustosam ente la otra m ejilla,
de dar la capa adem ás de la túnica, cuando se trate de ti y
de tus cosas. Así pues, ambos principios se conciban m uy
bien; cumples al m ism o tiem po con el reino de Dios y con
el reino del m undo, interior y exteriorm ente, sufriendo el
mal y la injusticia y, al mismo tiem po, castigando el m al y
la injusticia, resistiendo al m al y, al m ism o tiem po, no resis­
tiéndole. Al hacer lo uno miras a ti y a tus cosas, al hacer
lo otro miras al prójim o y a lo suyo. C uando se trata de ti
y de lo tuyo te comportas según el Evangelio y sufres la in ­
justicia que se te haga como un verdadero cristiano; cuando
se trata del otro y de sus intereses te com portas de acuerdo
con el amor y no toleras n inguna in ju sticia hacia tu p ró ji­
mo; esto no lo prohíbe el Evangelio, m ás bien lo ordena en
el otro lugar.
De esta manera han llevado la espada todos los santos des­
de el comienzo del m undo, A dán y todos sus descendien­
tes. Así la llevó Abraham cuando salvó a Lot, hijo de su her­
m ano, venciendo a cuatro reyes, G énesis 14,14 y s., y era
un hombre totalmente evangélico. Tam bién Sam uel, el santo
profeta, mató al rey A gag, 1 Sam uel 1.5,33, y Elias a los pro­
fetas de Baal, 1 Reyes 18,40. A sí la llevaron Moisés, Josué,
los hijos de Israel, Sansón, D avid y todos los reyes y prín ci­
pes d el A ntiguo Testam ento, como D aniel y sus com pañe­
ros A nanías, Azarías y Misael en B abilonia, y tam bién José
en E gipto, etc.
Si algu ien argum entase que el A ntiguo Testam ento está
ab o lid o y que no tiene ya validez, por lo que no se podrían
proponer esos ejem plos a los cristianos, yo respondo que eso
no es así. Pablo dice en Corintios 10,3: «Com ieron el mismo
alim en to espiritual y bebieron la m ism a bebid a de la roca,
q u e es Cristo, como nosotros»; es decir, tuvieron el mismo
esp íritu y la m ism a fe en Cristo que tenemos nosotros y fue­
ron tan cristianos como nosotros. Por lo tanto, en lo que ac­
tuaron bien, en eso m ism o actúan bien todos los cristianos
desde el comienzo al fin del m undo. El tiem po y los cam­
bios externos no marcan diferencias entre los cristianos. Tam ­
poco es verdad que el A ntiguo Testamento h aya sido aboli­
do de m odo que no deba observarse o que com eta injusticia
q u ie n lo observe en toda su extensión, como han dicho equi­
vocadam ente S. Jerónim o 10 y muchos otros; ha sido aboli­
do sólo en cuanto que es libre cum plirlo o no y ya no es ne­
cesario observarlo so pena de perder el alm a, como era en­
tonces.
Pablo dice, en 1 Corintios 7,19 y en Gálatas 6,15, que
ni el prepucio ni la circuncisión significan nad a sino la nue­
va criatu ra en Cristo; es decir, no es pecado tener prepucio,
como creían los judíos, y tampoco es pecado circuncidarse,
com o creían los paganos; ambas cosas son libres y buenas;
pero q u ien las haga no piense que con ello se hace piadoso
o salvo. Esto mismo vale para todos los dem ás pasajes del
A n tig u o Testam ento: no se equivoca quien no los sigue, p e­
ro tam poco quien los cum ple, pues todo es libre y bueno,
el cum plirlos y el no cum plirlos. Eso sí, si fuera necesario
y ú til al prójim o o fuera necesario para la salvación habría
q u e cum plirlos todos, pues todos están obligados a hacer lo

10 S. Jerón im o, Eptstula 1 1 2 , 1 6 , en M1GNE PL 2 2 , 2 9 6 . Se trata de la


controversia entre S. Agustín y S. Jerónim o acerca de la rivalidad entre S.
Ped ro y S. Pablo en A ntioquía, particularmente sobre la observancia de la
ley.
que es necesario y útil para el prójim o, sea del A ntiguo o
del Nuevo Testam ento, sea un a cosa ju d ía o pagan a, como
enseña Pablo en 1 Corintios 12,13■ El amor penetra y tras­
ciende todo y sólo busca lo que es ú til y necesario a los de­
más y no pregunta si es del A ntiguo o del Nuevo. Por tanto,
en los ejem plos de la espada es libre el seguirlos o no, a no
ser que veas que tu prójim o la necesita; entonces te obliga
el amor a hacer necesariam ente lo q ue, en otro caso, es libre
y no obligatorio hacerlo o no hacerlo. Eso sí, no pienses que
con ello eres piadoso y estás salvo, como creían equivocada­
mente los judíos que se salvarían por sus obras; deja eso a
la fe, que hace de ti, sin obras, una nueva criatura.
Para dem ostrar esta afirm ación con el Nuevo Testam ento
tenemos el firm e testimonio de Ju an Bautista, en Lucas 3,14,
quien, sin d u d a, debía testim oniar, enseñar y mostrar a Cris­
to. Es decir, su doctrina ten ía que ser neotestam entaria y
evangélica para conducir a Cristo a un pueblo totalm ente jus­
to; él m ism o confirma el oficio de soldado y dice que deben
conformarse con su salario. Si no hubiera sido cristiano lle ­
var la espada les habría reprendido por llevar am bos, la es­
pada y el salario, o no les habría enseñado correctam ente la
condición cristiana. Tam bién cuando S. Pedro predicó Cris­
to a Cornelio, Hechos de los Apóstoles 10,34 y s., no le m an­
dó dejar su cargo, lo que sí hab ría hecho si hubiese sido un
obstáculo para su condición cristiana. Adem ás, antes de ser
bautizado, vino el Espíritu Santo sobre él y tam bién Lucas
lo alabó como un hombre bueno antes de la predicación de
S. Pedro y no le reprochó en absoluto que fuera capitán de
los soldados del em perador pagano. Lo que el Espíritu San­
to dejó subsistir en Cornelio y no castigó es justo que tam ­
poco nosotros lo castiguem os sino que lo dejem os subsistir.
Un ejem plo sim ilar lo ofrece tam bién el eunuco etíope,
Hechos de los Apóstoles 8,27 y s., a quien convirtió y b auti­
zó Felipe el evangelista y le perm itió seguir en su cargo y
regresar a su tierra: sin la espada no habría podido ser, con
toda seguridad, un gobernador tan poderoso de la reina de
Etiopía. Lo m ism o ocurrió con Sergio Pablo, procónsul en
C hipre, H echos de los A póstoles 13, 7 y s., a q uien convirtió
S. Pablo y le perm itió seguir, no obstante, como procónsul
entre y sobre los paganos. Esto m ism o hicieron m uchos san­
tos m ártires que, obedientes a los emperadores romanos p a­
ganos, fueron a la guerra bajo sus órdenes y, sin d u d a algu ­
na, tam bién degollaron a gen te por causa de la paz, para
m antenerla, como se ha escrito de S. Mauricio, Acacio, Ge-
reón y de otros muchos bajo el emperador Ju lian o 11.
Por encim a de estos testim onios está el texto claro y enér­
gico de S. Pablo, Rom anos 13,1 y s., donde dice: «El poder
está in stituido por Dios» y «el poder no lleva en vano la es­
p ada, es servidor de Dios, para ayudarte a lo bueno, venga­
dor de quien hace el m al». Mí querido am igo, no seas tan
malicioso como para decir que un cristiano no puede desem ­
peñar algo que es realm ente obra, orden y creación de Dios.
De lo contrario, tendrías que decir tam bién que u n cristiano
no debería comer ni beber ni casarse, que tam bién son obra
y orden divinos. Si algo es obra y criatura de Dios es bueno,
tan bueno que cada uno puede usar de ello cristiana y gozo­
sam ente, como dice Pablo en 1 Tim oteo 4,4: «Todo lo que
Dios ha creado es bueno y nada tienen que desechar los cre­
yentes y los que conocen la verdad». Bajo «todo» lo que Dios
ha creado no debes entender solam ente la com ida, la bebi­
da, la ropa y el calzado sino tam bién el poder y la sum isión,
la protección y el castigo.
En resum en, como S. Pablo dice aquí que la autoridad
es servidora de Dios, no hay que dejar que la u tilicen exclu­
sivam ente los paganos sino todos los hombres. ¿Q ué otra cosa
quiere decir que es «servidora de Dios», sino que la autori­
dad es de tal naturaleza que puede servirse con ella a Dios?
No sería en absoluto cristiano decir que existen servicios a
Dios que un cristiano no debiera o tuviera que hacer, siendo
así que para el servicio a Dios nadie es tan apto como el cris­
tiano y, en verdad, sería m uy bueno y necesario que todos
los príncipes fuesen buenos y auténticos cristianos. La espa­
da y el poder, como servicio especial a Dios, corresponden

11 Los tres sirvieron en las legiones romanas bajo el emperador Maximia-


no ( 2 8 4 -3 0 5 ) y no bajo Juliano el Apóstata (361-363).
al cristiano con preferencia a todos los dem ás hom bres en
la tierra. Debes, por tanto, estim ar la espada y el poder igual
que el estado m atrim onial, el trabajo en el cam po o cu al­
quier otro oficio que Dios haya instituido. Así como un hom ­
bre puede servir a Dios en el estado m atrim o n ial, en el tra­
bajo en el campo o en la artesanía y debería servir al otro
si éste lo necesitara, tam bién p u ed e servir a Dios con el po ­
der y debe hacerlo cuando la necesidad del prójim o así lo
exija. Ellos son servidores y artesanos de Dios que castigan
el mal y protegen el bien. Por supuesto, se debe poder re­
nunciar tam bién librem ente en caso de no ser necesario, co­
mo libre es el m atrim onio o el trabajo en el cam po cuando
no es necesario.
Si dices: ¿por qué Cristo y los apóstoles no llevaron la es­
pada?, yo respondo: dim e por qué tampoco tomó m ujer o
no se hizo zapatero o sastre. ¿No ib a a ser buena u n a profe­
sión o un oficio por el hecho de q u e Cristo no los haya d e ­
sempeñado él mism o? ¿Dónde iban a parar todos los oficios
y profesiones, excepto el de predicador que fue el único que
ejerció? Cristo ha ejercido su oficio y su profesión, pero no
por ello ha condenado ninguna otra profesión. No le in cu m ­
bió llevar la espada porque sólo d e b ía desem peñar la fu n ­
ción con la que se gobierna su reino y que sirve propiam ente
a su reino. Su reino no requiere ser casado, sastre, zapatero,
campesino, príncipe, verdugo o algu acil ni tampoco la espa­
da ni el derecho secular; únicam ente la palabra y el espíritu
de Dios son propios de su reino. Estos son los m edios con
los que se gobierna a los suyos in teriorm ente. Este m in iste­
rio, que ejerció entonces y continúa ejerciéndolo, ofrece siem ­
pre el espíritu y la palabra de Dios. En este m inisterio d e ­
bieron seguirle los apóstoles y todos los gobernantes eclesiás­
ticos. Tanto tienen que hacer con esta espada esp iritu al, la
palabra de Dios, para desem peñar correctam ente su oficio,
que deben dejar a un lado la espada secular y dejarla para
otros que no tienen que predicar; si b ien , como se ha dicho,
no es contrario a su condición el u tiliz arla . C ada uno debe
cuidar de su profesión y de su obra.
Si Cristo no llevó la espada ni adoctrinó al respecto, es real­
m ente suficiente que no la ha prohibido ni la ha abolido
sino que la ha confirm ado; es suficiente, asim ism o, que no
h aya abolido el estado m atrim onial sino que lo ha confir­
m ado, aunque él no tomó m ujer ni tam poco enseñó al res­
pecto. El debía señalarse solamente por la condición y por
las obras que sólo sirven propiam ente para su reino, a fin
de que no se extrajera de su vida un m otivo —y un ejem plo
a seguir— para enseñar y creer que el reino de Dios ún ica­
m en te puede existir sin el matrimonio y sin la espada y sin
sim ilares cosas externas (pues los ejem plos de Cristo exigen
ser seguidos con carácter obligatorio), porque realm ente el
reino de Dios existe por la sola palabra y el espíritu de Dios
y éste fue el m inisterio propio de Cristo, y así debía ser, co­
m o rey suprem o en este reino. Pero como no todos los cris­
tianos tienen el mismo m inisterio (aunque podrían tenerlo)
es razonable q u e tengan otra función exterior, siempre que
Dios pueda ser servido tam bién con ella.
De todo esto se deduce cuál es el sentido verdadero de
las palabras de Cristo en Mateo 5,39: «No resistas al m al,
etc.». El sentido es el sigüiente: el cristiano debe estar en
condiciones de sufrir todo mal y toda in justicia, de no ven­
garse, de no defenderse ante un tribunal no teniendo nece­
sidad para sí m ism o, en modo alguno, del poder y del d ere­
cho seculares. Pero para los otros puede y debe buscar ven­
gan za, derecho, protección y ayuda, y debe hacer, en este
sentido, todo lo que pueda. El poder, por sí mismo o a in s­
tancia de otros, debe tam bién ayudarle y protegerle, sin que
el cristiano lo dem ande, lo busque o lo estim ule. Si el poder
no hace esto, el cristiano debe dejarse m altratar y ultrajar
y no oponerse al m al, según las palabras de Cristo.
Y estáte convencido de que esta enseñanza de Cristo no
es un consejo para los perfectos, como dicen nuestros sofis­
tas, blasfem ando y m intiendo, sino un m andam iento u n i­
versal y estricto para todos los cristianos: has de saber que
son paganos los que, bajo el nombre de cristianos, se ven­
gan o litigan y disputan ante los tribunales por sus bienes
o su honor; esto no cam biará, te lo digo yo. Y no m ires a
la masa y al uso com ún, pues hay pocos cristianos sobre la
tierra, no lo dudes; la palab ra de Dios es, adem ás, algo to­
talm ente diferente del uso com ún.
Ves así que Cristo no abóle la ley cuando dice: «Habéis
oído que se dijo a los antepasados: “ ojo por ojo” , pero yo
os digo: no debéis resistir al m al», etc.; él aclara el sentido
de la ley, indicando cómo hay que entend erla, como si q u i­
siera decir: vosotros, judíos, pensáis que es bueno y justo ante
Dios recuperar lo vuestro por m edio del derecho y os apo­
yáis en lo dicho por Moisés «ojo por ojo», etc. Pero yo os d i­
go que Moisés prom ulgó esta ley por causa de los malos, que
no pertenecen al reino de Dios, para que no tom en vengan­
za por sí mismos o hagan algo peor, para que la ley externa
les constriña a abandonar el m al y el poder los reúna m e­
diante un derecho externo y un gobierno. Pero vosotros de­
béis comportaros de tal modo que no tengáis necesidad de
ese derecho ni lo busquéis. A unque la autoridad secular de­
be tener una ley con la que juzgar a los no creyentes, y que
vosotros mismos podéis u tilizar para ju zgar a otros, no de­
béis buscarla ni u tiliz arla para vosotros mism os y para vues­
tras cosas, ya que vosotros tenéis el reino de los cielos. Por
eso debéis dejar el reino de la tierra a q uien os lo tome.
Ves así que Cristo no quiere significar con sus palabras que
él abóla las leyes de Moisés o que prohíba el poder tem po­
ral; él excluye a los suyos de que lo utilicen para sí mismos,
ellos deben dejarlo a los no creyentes, a los q ue, sin duda,
tam bién pueden servir con su propia ley, ya q ue no son cris­
tianos y a nadie se puede obligar a abrazar el cristianismo.
Que las palabras de Cristo se aplican a los suyos queda claro
del hecho de que dice in m ediatam en te que deben amar a
sus enemigos y ser perfectos como su padre celestial. Pero
quien am a a sus enem igos y es perfecto, d eja de lado la ley
y no la u tiliza para exigir ojo por ojo. Pero no se lo prohíbe
a los no cristianos q ue no am an a sus enem igos y quieren
servirse de ella; m ás bien , él ayuda a que los m alos adopten
estas leyes a fin de q ue no hagan algo peor.
De esta m anera, pienso yo, se concilia la palab ra de Cris­
to con los textos q ue in stituyen la espada y su sentido es és­
te: ningún cristiano debe llevar la espada ni recurrir a ella
para sí mismo y para sus asuntos, pero, cuando se trata de
los otros, puede y debe llevarla o recurrir a ella para que la
m aldad sea reprim ida y la piedad protegida. Igual que dice
el Señor en el m ism o lugar: el cristiano no debe jurar sino
que su palabra debe ser: sí, sí,-no, no; es decir, un cristiano
no debe jurar por sí m ism o y por su propia voluntad o gana.
Pero si la necesidad, la u tilid ad , la salvación o el honor de
Dios lo exigen, debe jurar. En servicio de los otros usa el ju ­
ram ento prohibido y, del mismo modo, u tiliza la espada pro­
h ib id a en servicio de los otros. Cristo y Pablo juran con fre­
cuencia para hacer ú tiles y fidedignas sus enseñanzas y su
testim onio, como se hace y se puede hacer en las alianzas
y en los contratos, e tc ., de lo que h ab la el Salmo 63,12: «Se­
rán alabados los que juren por su nom bre».
Ahora seguirías preguntando si tam bién los esbirros, los
verdugos, los juristas, los abogados y dem ás personas de esta
profesión pueden ser cristianos y estar en gracia. Mi respues­
ta: si el poder y la espada son un servicio a Dios, como se
ha demostrado antes, tiene que ser tam bién un servicio a Dios
todo lo que el poder necesite para llevar la espada. Es preci­
so que alguien p ren d a, acuse, estrangule y m ate a los malos
y proteja, excuse, defienda y salve a los buenos. Por eso, si
ellos lo hacen con la id ea de no buscar su propio interés sino
de ayudar a u tiliz ar el poder y el derecho para dom inio de
los malos, no corren ningún peligro y pueden utilizarlos igual
que otro ejerce su oficio, obteniendo de él su subsistencia.
Como se ha dicho, el que am a al prójim o no busca su pro­
pio interés ni tam poco m ira si la obra es grande o pequeña
sino si es ú til y necesaria a su prójim o o a la com unidad.
Preguntas: ¿Cóm o? ¿No podría servirm e yo de la espada
para m í mismo y para m is asuntos con la intención de casti­
gar el m al y no la de buscar m i propio interés? Mi respuesta:
tal m ilagro no es im posible, pero es extrem adam ente raro
y está lleno de peligros. Donde ab un d a el Espíritu, puede
ciertam ente suceder. A sí leemos en Jueces 15,11, que San­
són dijo: «Yo les he hecho como ellos me hicieron a m í»,
lo que contradice a Proverbios 24,29: «No digas: como me
hizo, así le haré» y 20,22: «No digas: yo le devolveré el m al».
Sansón había sido requerido por Dios para perseguir a los
filisteos y salvar a los hijos de Israel. Y aunque tomó sus pro­
pios asuntos como motivo, no luchó contra ellos realm ente
para su venganza personal o buscando su propio interés, si­
no como un servicio a los dem ás y como castigo de los filis­
teos. N adie seguirá este ejem plo, a no ser que sea un verda­
dero cristiano y esté henchido del Espíritu. C uando la razón
quiere actuar tam bién de esta m anera pretenderá, sin d ud a,
no estar buscando su propio interés; pero, en el fondo, será
falso, pues eso no es posible sin la gracia. Por tanto, sé
tú, prim ero, como Sansón y luego podrás actuar tam bién
como él.

SEGUNDA PARTE

HASTA DONDE SE EXTIENDE


LA AUTORIDAD SECULAR

Llegamos ahora al punto principal de este serm ón. Des­


pués de haber aprendido que la autoridad secular es necesa­
ria en la tierra y cómo debe utilizarse cristianam ente y para
la salvación, hemos de aprender ahora hasta dónde alcanza
su brazo, de suerte que no vaya a abarcar dem asiado alcan­
zando al reino de Dios y su gobierno. Esto es m uy necesario
saberlo, pues se produce un daño intolerable y horrendo si
se concede a la autoridad secular dem asiado espacio, así co­
mo tampoco deja de haber daño si se la lim ita dem asiado.
En este caso, castiga dem asiado poco y en aq u él otro, d em a­
siado; si bien es más tolerable que peque por este lado y cas­
tigue dem asiado poco, porque siem pre es m ejor dejar vivir
a un canalla que m atar a un hom bre de bien, ya que el m un­
do tiene canallas, y debe tenerlos, m ientras que tiene pocos
hombres de bien.
Hay que señalar, en prim er lugar, que los dos grupos de
los hijos de A dán, uno de los cuales está en el reino de Dios,
bajo Cristo, y el otro en el reino del m undo, bajo la espada
(como se ha dicho antes), tienen dos clases de leyes. En efec­
to, cada reino debe tener sus propias leyes y derechos y, sin
la ley, no puede existir ningún reino ni gobierno, como mues­
tra suficientem ente la experiencia cotidiana. El gobierno se­
cular tiene leyes que no afectan más que al cuerpo, a los bie­
nes y a todas las cosas exteriores que hay en la tierra. Sobre
las alm as no puede ni quiera Dios dejar gobernar a nadie
que no sea él mismo. Por ello si el poder secular pretende
dar un a ley al alm a, invade el gobierno de Dios y no hace
m as q u e seducir y corromper las almas. Esto tenem os que
exponerlo con tal claridad que se pueda captar perfectamente,
para que nuestros señores, los príncipes y los obispos, vean
si q uieren obligar a las gentes a creer de un m odo u otro con
sus leyes y m andatos.
Si u n a ley hum ana im pone al alm a creer de una m anera
u otra, según lo m ande el propio hombre, es seguro que no
está en ella la palabra de Dios. Si la palabra de Dios no está
en e lla no hay certeza de que la quiera Dios. Pues lo que
él no m an d a, no se puede estar seguro de q ue le plazca; más
bien , hay seguridad de que le desagrada. Pues él quiere que
nuestra fe se funde sim ple y exclusivam ente en su obra divi­
na, como dice en M ateo 16,18: «Sobre esta roca edificaré mi
ig lesia», y en Juan 10,4,5: «Mis ovejas oyen m i voz y m e co­
nocen, m as la voz del extraño no la oyen sino que huyen
de él». De estos textos se deduce que el poder secular, con
su desatinado mandato, em puja a las almas a la m uerte eterna
al ob ligarlas a creer una cosa com o si fuera verdadera y del
agrado de Dios, cuando, en realidad, es incierto que le agrade
o, incluso, es cierto que le desagrada, pues falta a llí clara­
m ente la palabra de Dios. Q uien cree como justo lo que es
injusto o incierto, reniega de la verdad que es Dios mismo
y cree en m entiras y engaños al tener por justo lo que es in ­
justo.
Es, pues, una absoluta insensatez que ellos ordenen creer
en la ig lesia, en Jos padres, en los concilios, si no está allí
la p alab ra de Dios. Son apóstoles del diablo los que orde­
nan estas cosas y no la iglesia, pues la iglesia no ordena na­
da, a no ser que sepa con certeza que es la palab ra de Dios,
como dice S. Pedro: «Si alguien habla, que lo haga como
la palabra de Dios». Pero ellos no podrían demostrar en m u­
cho tiempo que los cánones de los concilios son palabra de
Dios. Pero m ayor locura es decir que los reyes, los príncipes
y la gente deben creer de una m anera determ inada. Amigo
mío, nosotros no hemos sido bautizados en el nombre de
reyes, príncipes o de los hombres, sino en el nombre de Cristo
y Dios mismo; tampoco nos llam am os reyes, príncipes o m a­
sa, sino que nos llam am os cristianos. Al alm a no debe ni
puede m andarla nadie, a no ser que sepa mostrarle el cam i­
no del cielo. N ingún hombre puede hacer esto, sólo Dios.
Por esto, en los asuntos que afectan a la salvación de las a l­
mas no debe enseñarse ni aceptarse nada que no sea la pala­
bra de Dios.
Además, aunque sean unos locos groseros, no pueden de­
jar de reconocer que no tienen n in gú n poder sobre las a l­
mas. Pues n ingún hombre puede m atar un alm a ni darle la
vida, conducirla al cielo o al infierno. Si no quieren creer­
nos, es el m ism o Cristo quien lo afirm a con suficiente fuer­
za cuando dice en Mateo 10,28: «No tengáis miedo de los
que m atan el cuerpo pero no pueden m atar el alm a; tem ed,
en cambio, al que, después de m atar el cuerpo, tiene poder
para condenar el alm a al infierno». Yo creo que aquí se sus­
trae el alm a del alcance de la m ano hum ana y se coloca bajo
el único poder de Dios. Dime qué agudeza debe tener una
autoridad que im ponga m andatos donde no tenga absolu­
tamente ningún poder. ¿Q uién no tendría por loco a quien
ordenase a la lu n a que brillase cuando quisiera él? ¡Qué bo­
nito sería que los de Leipzig quisieran imponer leyes a los
de W ittenberg o nosotros, los de W ittenberg, a los de
Leipzig! 12 A esos gobernantes se les regalaría en agradeci­
miento eléboro, para que lim p iaran su cerebro y curaran su
catarro. Sin em bargo, nuestros em peradores y nuestros sa­
bios príncipes se comportan en la actualidad de esa m anera
y se dejan conducir por el papa, por los obispos y por los
sofistas —un ciego conduciendo a otro— ordenando a sus

12 Leipzig era la capital del ducado de Sajonia. Wittenberg lo era de la


Sajonia electoral (Kiirsachsen).
súbditos que crean como a ellos buenam ente les parece, sin
la palabra de Dios, y queriendo llam arse, a pesar de ello,
príncipes cristianos; ¡que Dios nos proteja!
Además de esto puede pensarse que todos los poderes só­
lo pueden y deben actuar a llí donde pueden m irar, conocer,
juzgar, opinar, cam biar y corregir. ¿Q ué sería para m í un
juez que quisiera juzgar a ciegas asuntos que ni ve ni oye?
Y dim e: ¿cómo puede un hombre ver, conocer, juzgar y cam­
biar los corazones? Esto está reservado sólo a Dios, como d i­
ce el Salmo 7 , 10: «Dios sondea los corazones y los riñones»
y «El señor es juez sobre los hom bres». Y los Hechos de los
Apóstoles, 1,24: «Dios conoce los corazones». Y Jeremías,
17,9 y s.: «M alo e im penetrable es el corazón del hom bre,
¿quién puede escudriñarlo? Yo, el Señor, que sondea los co­
razones y los riñones». Un tribunal debe y tiene que estar
m uy seguro cuando juzga y debe verlo todo a plena luz. Pe­
ro los pensam ientos y los sentim ientos del alm a no se reve­
lan a nadie excepto a Dios, por lo que resulta in ú til e im po­
sible obligar o constreñir a alguien por la fuerza a que crea
de un modo u otro. Para esto hace falta otro método, la fuerza
no puede nada. Me asombran esos grandes locos cuando d e ­
claran unánim em ente De occultis non iudicat Ecclesia, la igle­
sia no juzga las cosas secretas. Si la iglesia, con su gobierno
espiritual, sólo gobierna los asuntos m anifiestos, ¿cómo se
perm ite el insensato poder secular ju zgar y regular una cosa
secreta, espiritual y oculta como es la fe?
Adem ás, cada uno corre su propio riesgo en su m anera
de creer y debe vigilar por sí m ism o que su fe sea verdadera.
A sí como nadie puede ir al infierno o al cielo por m í, tam ­
poco nadie puede creer o no creer por m í; y de la m ism a
m anera que no puede abrirme o cerrarme el cielo o el in fier­
no, tampoco p u ede llevarme a creer o a no creer. Creer o
no creer, por tanto, depende de la conciencia de cada cual,
con lo que no se causa ningún daño al poder secular; tam ­
bién éste ha de estar contento, ha de ocuparse de sus asun­
tos y perm itir que se crea de ésta o de aq u ella m anera, como
cada uno quiera y pueda, sin obligar a nadie. El acto de fe
es libre y nadie puede ser obligado a creer. Se trata, en reali­
dad, de una obra divina que viene del Espíritu y que, por
consiguiente, n ingún poder la podría hacer o im poner. De
aquí procede el dicho com ún, que tam b ién está en A gustín:
nadie puede ni debe ser obligado a c re e r13.
Estas pobres y ciegas gentes no ven, adem ás, la in anid ad
e im posibilidad de su intento. Por gran de que sea su fuerza
y por muchas que sean sus am enazas, sólo podrían obligar
a las gentes a que les siguieran con la boca y con la m ano;
no pueden forzar el corazón, aunque lo desgarraran; el pro­
verbio dice la verdad: los pensam ientos están exentos de
aduana. ¿Por qué, entonces, quieren obligar a la gente a creer
con el corazón cuando ven que es im p o sib le? A l hacerlo así
fuerzan las conciencias débiles a m en tir, a renegar y a decir
algo distinto de lo que tienen en el corazón y ellos mismos
se cargan de esta m anera con horribles pecados ajenos, pues
todas las mentiras y las falsas confesiones com etidas por con­
ciencias tan débiles recaen sobre quien las violenta. Sería m u ­
cho más fácil que, aunque sus súbditos estuviesen en el error,
los dejasen errar antes que forzarles a m en tir y a decir algo
distinto a lo que llevan en su corazón; no es justo com batir
el mal con algo peor.
¿Quieres saber por qué Dios dispone que los príncipes tem ­
porales procedan de modo tan horroroso? Te lo voy a decir.
Dios les ha pervertido el sentido y quiere term inar con ellos
igual que con los señores eclesiásticos. Mis inclem entes se­
ñores, el papa y los obispos, debían ser obispos y predicar
la palabra de Dios. Han abandonado esta tarea y se han con­
vertido en príncipes temporales, gobernando con leyes que
sólo conciernen al cuerpo y a los bienes. Lo han invertido
finam ente: deberían gobernar las alm as interiorm ente con
la palabra de Dios y, sin em bargo, gobiernan externam ente
palacios y ciudades, países y gentes y torturan las alm as con
tormentos indescriptibles. Los señores seculares deberían go­
bernar externam ente el país y las gentes, pero no lo hacen.
No hacen otra cosa que vejar y despojar, im poner peaje tras

13 Agustín, Contra litt. Petil. II, 8 3 , 1 8 4 : «ad fid em quidem nullus est
cogendus, sed...».
p eaje, u n im puesto detrás de otro y soltar u n oso aq u í y un
lobo allá ; no se encuentra en ellos, adem ás, ni derecho, fi­
d e lid ad o verdad y actúan de una m anera que sería excesiva
p ara ladrones y canallas y su gobierno secular se encuentra
tan caído como el gobierno de los tiranos eclesiásticos. Por
esto Dios pervierte su espíritu tam bién, para que procedan
contra el sentido y quieran gobernar espiritualm ente sobre
las alm as, al igual que los otros quieren gobernar tem poral­
m en te, y así, confiados en sí mismos, carguen con los peca­
dos ajenos, con el odio de Dios y de todos los hombres hasta
que perezcan con los obispos, los curas y los monjes —canallas
con canallas— ; después echan la culpa al Evangelio y, en vez
de confesarse, blasfeman contra Dios diciendo que es nues­
tra predicación la causa de todo esto. Es su pervertida m al­
dad la q ue ha merecido esto y lo sigue m ereciendo sin cesar;
así se comportaban tam bién los romanos cuando fueron des­
truidos. M ira, ahí tienes el designio de Dios sobre estos gran­
des bobos. Pero no han de creerlo, a fin de que este desig­
nio divino no sea obstaculizado por su arrepentim iento.
Si tú dices: Pablo ha dicho en Romanos 13,1: sométase
todo hom bre al poder y a la autoridad; y Pedro dice: debe­
mos ser súbditos de toda institución hum ana, yo respondo:
m e vienes a propósito; pues los pasajes están a m i favor. S.
Pablo h ab la de autoridad y de poder. Tú has oído ahora que
n ad ie, excepto Dios, tiene poder sobre las alm as. Por lo tan­
to, S. Pablo no ha podido hablar de obediencia algu n a sino
donde pu eda haber poder. De ahí se sigue que él no habla
de la fe, se sigue que el poder secular no debe gobernar la
fe; él habla de los bienes externos, de ordenarlos y gober­
narlos en la tierra. Esto lo muestran con claridad sus p ala­
bras, pues a am bos, al poder y a la obediencia les señala su
lím ite al decir: «Dad a cada cual lo suyo, tributo al que se
le deb a tributo, im puesto al que se le deba im puesto, honor
al q ue se le deba honor, respeto a quien se le deba respeto».
M ira, pues, la obediencia y el poder tem porales sólo afectan
al im puesto, a los tributos, al honor y al respeto, que son
cosas externas. Tam bién al decir: «No hay que tem er al po­
der por las buenas obras sino por las m alas», lim ita el poder
a que dom ine las m alas obras, no la fe o la palab ra de Dios.
Esto lo quiere igualm ente S. Pedro cuando dice: «Institu­
ción hum ana». Ahora bien, n in gu n a institución hum ana
puede extenderse hasta el cielo y sobre el alm a, solam ente
puede extenderse a la tierra, a las relaciones externas de los
hombres entre sí, donde los hom bres pueden observar, co­
nocer, juzgar, apreciar y salvar. Todo esto lo ha distinguido
el mismo Cristo sutilm ente y lo ha resum ido brevem ente
cuando dice en M ateo 22,21 : «D ad al césar lo que es del cé-
sar y a Dios lo que es de Dios». Si el poder im perial se exten­
diera al reino de Dios y no fuera un poder particular, no los
habría diferenciado. Como ya se ha dicho, el alm a no está
bajo el poder del em perador; éste no puede adoctrinarla, ni
gobernarla, ni m atarla ni vivificarla ni atarla ni desatarla, ni
juzgarla ni condenarla, ni deten erla ni liberarla (todo esto
tendría que poderlo si el em perador tuviera poder para m an­
dar sobre ella e im ponerle leyes); sólo tiene que ver con el
cuerpo, los bienes y el honor, pues estas cosas están bajo su
poder.
David expresó todo esto, hace tiem po, en un breve y be­
llo pasaje al decir en el Salm o 115,16: «He dado el cielo al
señor del cielo, pero la tierra la he. dado a los hijos de los
hombres». Esto es: en lo que está en la tierra y pertenece al
reino terrenal y tem poral ha recibido el hombre poder de
Dios; pero lo que pertenece al cielo y al reino eterno está
exclusivamente bajo el señor celestial. Tampoco lo olvidó
Moisés cuando dice en Génesis 1,26: «Dijo Dios: hagamos
al hombre para que gobierne sobre los aním ales en la tierra,
sobre los peces en el m ar, sobre los pájaros en el aire». El
gobierno externo de estas cosas se ha atribuido a los hom ­
bres. En resum en, la idea es ésta, como dice S. Pedro en H e­
chos de los A póstoles 5,29: «H ay q ue obedecer a Dios antes
que a los hom bres». Con estas palabras pone él tam bién un
lím ite claro al poder secular. Si hubiera que obedecer todo
lo que el poder secular quisiera, en vano habría dicho que
hay que obedecer a Dios antes q ue a los hombres.
Si tu príncipe o señor tem poral te m anda estar del lado
del papa o creer de ésta o aq u élla m anera o te m anda desha­
certe de ciertos libros, tendrías que decirle: «No le corres­
ponde a Lucifer sentarse junto a Dios; Señor m ío, estoy obli­
gado a obedeceros con m i cuerpo y con m is bienes; orde­
nadm e en la m edida de vuestro poder en la tierra y os segui­
ré. Pero si me ordenáis creer y deshacerme de libros, no os
obedeceré. Pues entonces sois un tirano y vais dem asiado al­
to, m andáis donde no tenéis derecho ni poder, etc.». Si, a
causa de esto, te despoja de tus bienes y castiga tu desobe­
dien cia eres bienaventurado y debes dar gracias a Dios por
ser digno de sufrir por causa de la palabra d ivina; deja a ese
loco m ontar en cólera, que ya encontrará su ju ez. Yo te digo
q u e si no te opones a él y le perm ites que te q u ite la fe o
los libros, has renegado verdaderam ente de Dios.
Te doy un ejem plo de lo que estoy diciendo: En Meissen,
en Baviera y en la M ark, y en otros lugares, han prom ulgado
un edicto en virtud del cual debe entregarse a las autorida­
des el Nuevo Testam ento. En este caso, los súbditos deben
hacer lo siguiente: no deben entregar ni una sola hoja, ni
u n a sola letra, bajo pena de perder su salvación. Quien lo
h aga, entrega a Cristo a Llerodes, pues ellos actúan como
asesinos de Cristo, igu al que Herodes. Deben tolerar que en­
tren en sus casas y les quiten por la fuerza los bienes o los
libros. No hay que resistir al m al sino sufrirlo; pero no hay
q u e aprobarlo ni servirlo ni secundarlo ni dar un paso o mo­
ver un dedo para obedecerlo. Estos tiranos actúan como co­
rresponde a príncipes seculares, son príncipes «m undanos»
y el m undo es enem igo de Dios; por esto han de hacer lo
q ue es contra Dios, pero conforme al m undo para no perder
su honor, perm aneciendo como príncipes seculares. No te
extrañes, por tanto, de que rabien y cometan locuras contra
el Evangelio; han de hacer honor a su título y a su nombre.
D ebes saber tam bién que, desde el com ienzo del m undo,
un príncipe sensato es un pájaro raro y más raro todavía es
un príncipe piadoso. En general son los locos m ás grandes
o los peores canallas de la tierra; por esta razón hay que estar
preparados para lo peor con ellos y no se puede esperar nada
bueno de ellos, especialm ente en las cosas divinas que afec­
tan a la salvación del alm a. Son los carceleros y verdugos de
Dios y la cólera divina los u tiliz a para castigar a los m alos
y conservar la paz externa. Hay un gran Señor, nuestro Dios,
que debe tener tales ilustrísim os, nobles y ricos verdugos y
esbirros y que quiere que todos les den riqueza, honor y res­
peto en gran abundancia. A grada a la divina voluntad que
llamemos a sus verdugos benevolentes señores y que nos arro­
dillemos y seamos sus súbditos con toda h u m ild ad , siem pre
que no extiendan su oficio dem asiado y quieran convertirse
de verdugos en pastores. Si se da el caso de que un príncipe
sea sensato, piadoso o cristiano es éste uno de los mayores
milagros y la señal más preciada de la gracia divina hacia un
país. Por lo general, las cosas suceden según el pasaje de Isaías
3,4: «Les daré muchachos como príncipes y chiquillos serán
sus gobernantes» y de Oseas 13,11: «A irado te daré un rey
y encolerizado te lo quitaré». El m undo es dem asiado m alo
y no merece tener muchos príncipes sensatos y piadosos. Las
ranas necesitan sus cigüeñas.
Y si tú me dices: sí, el poder secular no ob liga a creer,
sólo im pide externam ente q ue se seduzca a las gentes con
doctrinas falsas, ¿cómo se puede luchar, entonces, contra los
herejes? Mi respuesta: esto deben hacerlo los obispos, a ellos
se les ha encomendado ese m inisterio y no a los príncipes.
Pues la herejía no puede reprim irse con la fuerza; hay que
hacerlo de un modo totalm ente diferen te, se trata de una
lucha y una actuación con m edios diferentes a la espada. Es
la palabra de Dios la que debe luchar aq u í; si ella no tiene
éxito, sin éxito quedará, con toda seguridad, con el poder
secular, aunque bañe el m undo en sangre. La herejía es un
asunto espiritual, que no puede golpearse con el hierro ni
quemarse con el fuego ni ahogarlo en el agua. Sólo está la
palabra de Dios que lo hará, como dice Pablo en 2 Corintios
10,4: «Nuestras armas no son carnales, son poderosas en Dios
para derribar torreones y consejos que se levanten contra el
conocimiento de Dios y hacem os prisionero a todo espíritu
al servicio de Cristo».
Además, no hay nada más fuerte que la fe o la herejía
cuando se lucha contra ellas con la fuerza bruta, sin la p ala­
bra de Dios. Téngase por cierto que la fuerza no tiene una
causa justa y actúa contra el derecho y procede sin la palabra
de Dios y no sabe im ponerse más que por la fuerza bruta,
como hacen los anim ales irracionales. Tampoco en los asun­
tos tem porales se puede proceder con la fuerza, a no ser que
la in ju sticia hubiera sido elim inada previam ente con el de­
recho. ¡C uánto m ás im posible es, en estos asuntos espiritua­
les, actuar con la fuerza, sin el derecho y sin la palabra de
Dios! M ira, por tanto, cuán sutiles e in teligen tes son estos
señores. Q uieren desterrar la herejía, pero con unos medios
q u e, por el contrario, la fortalecen, volviéndose ellos m is­
mos sospechosos y dando la razón a los otros. Am igo m ío,
si quieres desterrar la herejía debes encontrar el m edio de
extirparla de los corazones ante todo y de apartarla en pro­
fu n d id ad de la voluntad. Con la fuerza no acabarás con ella
sino que la fortalecerás. ¿De qué te sirve fortalecer la herejía
en el corazón debilitándola solamente en la lengua y forzando
a la m entira? La palab ra de Dios, en cam bio, ilum ina los
corazones y con ella caen del corazón, por sí mismos, todas
las herejías y todos los errores.
Sobre esta destrucción de la herejía hizo un anuncio el pro­
feta Isaías en el capítulo 11 diciendo: «H erirá la tierra con
la vara de su boca y m atará al impío con el espíritu de sus
labios». A h í ves q ue ha sido establecido que el im pío será
m uerto o convertido con la boca. En resum en: estos prínci­
pes y tiranos no saben que luchar contra la herejía es luchar
contra el dem onio, que posee los corazones con el engaño,
como dice Pablo en Efesios 6,12: «No tenemos que luchar
con la carne y la sangre, sino con el espíritu del m al, con
los príncipes que gobiernan estas tinieblas, etc.». Por esto,
m ientras no se rechace al diablo y se le expulse de los cora­
zones es igu al que m ate yo sus recipientes con la espada o
con el fuego, como si luchara contra el relám pago con una
paja. Esto lo ha testimoniado abundantem ente Job 41, cuan­
do dice que el diablo tiene al hierro por paja y no tiene n in ­
gú n poder en la tierra. La experiencia nos lo m uestra tam ­
bién . A unque se quem e por la fuerza a todos los judíos y
herejes, ni uno solo se convencería ni se convertiría por ese
procedim iento.
Sin em bargo, este m undo ha de tener tales príncipes para
que nadie se ocupe de su función. Los obispos han de decli­
nar la palabra de Dios y no han de gobernar con ella las al­
mas sino que han de ordenar a los príncipes seculares que
las gobiernen con la espada. Por su parte, los príncipes tem ­
porales han de perm itir que se cometan —y han de come­
terlos ellos mismos— , la usura, el robo, el adulterio, el ase­
sinato y otras malas obras, dejando que los obispos los casti­
guen con la excom unión; así todo estará patas arriba: gober­
nar las almas con el hierro y el cuerpo con bulas de excomu­
nión, de modo que los príncipes seculares gobiernen espiri­
tualmente y los príncipes eclesiásticos gobiernen secularmen­
te. ¿Qué otra cosa tiene que hacer el diablo en la tierra sino
engañar a su pueblo y ju g ar al carnaval? Estos son nuestros
príncipes cristianos que defienden la fe y se comen al turco.
Son, por supuesto, finos compañeros en los que hay que con­
fiar: algo lograrán con su fin a inteligencia, es decir, partirse
el cuello y llevar al país y a la gente a la m iseria y a la
desgracia.
Yo querría, por esta razón, aconsejar a estos ciegos prínci­
pes, con toda fid elid ad , que se pusieran en guard ia frente
a un versículo m uy corto que está en el Salm o 107: effundit
contem ptum super principes 14. Os juro por Dios que si pa­
sáis por alto que este pequeño versículo es com ún entre vo­
sotros, estáis perdidos, aun cuando cada uno de vosotros fuera
tan fuerte como el turco, y de nada os servirá vuestra rabia
y vuestro furor. U na gran parte de ese desprecio ya ha co­
m enzado. Pues hay pocos príncipes a los que no se tenga
por locos o canallas. Esto proviene de que se comportan co­
mo tales y el hombre com ún se está dando cuenta y la plaga
de los príncipes, que Dios llam a contem ptum , se extiende
con fuerza entre el pueblo y el hombre com ún. Y me temo
que no pueda frenarse si los príncipes no se comportan co­
mo príncipes y com ienzan de nuevo a gobernar con la razón
y con honestidad.

14 Derrama el desprecio sobre los príncipes.


No se tolerará a la larga vuestra tiran ía y vuestra arrogan­
cia, ni se puede ni se quiere tolerar. Mis queridos príncipes
y señores, sabed ateneros a esto: Dios no quiere soportarlo
por más tiem po. Y a no existe un m undo como el de antes,
en el que cazabais y batíais a la gente como a un venado.
Abandonad, pues, vuestra violencia y vuestra m alicia, p en­
sad en actuar con justicia y dejad que la palabra de Dios tenga
el camino q ue quiere tener, que debe y que ha de tener,
y que vosotros no im pediréis. Si hay herejía, que se venza,
como es debido, con la palabra de Dios. Si utilizáis m ucho
la espada, cuidad que no venga otro, y no en el nom bre de
Dios, que os m ande envainarla.
Pero tú podrías decir: si entre los cristianos no debe existir
ninguna espada secular, ¿cómo van a ser gobernados en el
orden externo? Debe haber, por tanto, también entre los cris­
tianos una autoridad. Mi respuesta: entre los cristianos no
tiene que haber, ni puede haber, n in gu n a autoridad, cada
uno está som etido a los otros, como dice Pablo en Rom anos
12,10: «Cada uno debe considerar al otro como su superior».
Y 1 Pedro 3,3: «Sed súbditos unos de otros». Esto tam bién
lo quiere Cristo, Lucas 14,10: «Cuando fueres invitado a una
boda, siéntate en el últim o sitio». Entre los cristianos no hay
superior, pues sólo lo es Cristo mismo. ¿Y qué autoridad pue­
de haber si todos son iguales y tienen el mismo derecho, po­
der, bienes y honor? Además, nadie anhela ser superior al
otro sino que cada uno quiere ser inferior al otro. Donde
existen tales hom bres no se podría establecer, en absoluto,
ninguna autoridad, aunque se quisiera, porque su natu rale­
za e índole no tolera tener superiores, ya que nadie quiere
ni puede ser superior. Donde no existen gentes de esta ín ­
dole, no hay tampoco verdaderos cristianos.
¿Qué son, entonces, los sacerdotes y los obispos? Mi res­
puesta: su gobierno no es una autoridad o un poder sino un
servicio y un m inisterio, pues no son superiores ni mejores
que los demás cristianos. Por lo tanto, no deben im poner
leyes o m andatos a los otros sin el consentim iento de éstos;
su gobierno consiste en predicar la palab ra de Dios para d i­
rigir a los cristianos y vencer la herejía. Como se ha dicho
antes, a los cristianos sólo se les puede gobernar con la pala­
bra de Dios. Los cristianos deben ser gobernados en la fe,
no con obras externas, como dice Pablo en Rom anos 10,17:
«La fe viene de lo que se oye, pero lo que se oye viene de
la p alab ra de Dios». Los que no creen no son cristianos y no
pertenecen al reino de Cristo sino al reino del m undo, don­
de se les obliga y se les gobierna con la espada y el gobierno
externo. Los cristianos realizan el bien por sí mismos, sin coac­
ción, y les basta con la sola palab ra de Dios. Y de esto ya
he escrito mucho y frecuentem ente en otros lugares.

TERCERA PARTE

Después de saber hasta dónde se extiende el poder secu­


lar es ya el momento de preguntarnos, por aquellos que quie­
ren ser príncipes y señores cristianos y piensan llegar a la otra
vida, q u e, en verdad, son m uy pocos, cómo debe un prínci­
pe ejercer el poder. Cristo m ism o describe la m anera de ser
de los príncipes seculares en Lucas 22,25, donde dice: «Los
príncipes temporales dom inan y los que son superiores ac­
túan con violencia». Ellos piensan q ue, nacidos o elegidos
como señores, tienen el derecho a ser servidos y a gobernar
por la fuerza. Pero quien quiera ser un príncipe cristiano debe
abandonar la idea de dom inar y de actuar con violencia. Mal­
dita y condenada está toda vida que se viva y se busque en
interés y provecho de sí m ism o; m alditas todas las obras que
no estén inspiradas en el am or. Y están inspiradas en el amor
cuando están dirigidas de todo corazón al provecho, a la gloria
y a la salud de los otros, y no al placer, provecho, gloria,
com odidad y salud de uno m ism o.
Por esto, yo no quiero hablar nada de la actividad tem po­
ral y de las leyes de la auto ridad; es un asunto vasto, del que
existen muchos libros de derecho. Si el propio príncipe no
es más inteligente que sus juristas y no entiend e m ás de lo
que figu ra en los códigos, gobernará seguram ente como se
dice en Proverbios 28,16: «Un príncipe falto de inteligencia
oprim irá mucho con injusticia». Pues por buenas y e q u itati­
vas que sean las leyes siem pre tienen una restricción, la de
que no p ueden ir contra la necesidad. Por ello u n príncipe
debe tener en su mano el derecho con tanta firm eza como
la espada y debe estimar con su propia razón cuándo y dón­
de ha de aplicar el derecho estrictam ente o ha de atenuarlo,
es decir, que siempre ha de dom inar al derecho y la razón
ha de perm anecer como la suprem a ley y la m aestra de todo
derecho; lo mismo que un padre de fam ilia q u e, si bien fija
un tiem po y una m edida determ inada de trabajo y de comi­
da a sus sirvientes e hijos, ha de m antener, no obstante, en
su poder esta regulación para poder cam biarla o abandonar­
la si se d iera el caso de que sus sirvientes estuvieran enfer­
mos, presos, o llegaran con retraso, o fueran engañados o
im pedido s por otra causa, no debiendo comportarse con los
enferm os con el mismo rigor que con los sanos. D igo esto
para que no se piense que es suficiente y loable obedecer
al derecho escrito o a los consejos de los juristas. Es necesario
algo m ás.
¿Q ué d eb e, pues, hacer un príncipe si no es tan in teli­
gente q ue ha de dejarse gobernar por los juristas y por los
libros de derecho? Respuesta: es por esto por lo que he d i­
cho q ue la condición de príncipe es una condición de riesgo.
Si el príncipe mismo no es tan in teligen te que p u ed a gober­
nar am bos, a su derecho y a sus consejeros, an d an las cosas
según la sentencia de Salom ón: «¡A y del país q ue tiene a
un niño por príncipe!». Esto lo reconoció el m ism o Salomón,
por lo que desconfió del derecho, que tam bién Moisés le ha­
bía prescrito de parte de Dios, y desconfió de todos sus prín­
cipes y consejeros y se volvió a Dios m ism o p id iénd o le un
corazón sabio para gobernar al pueblo. Un príncipe debe ac­
tuar sigu ien do este ejem plo, debe actuar con tem or y no ha
de confiarse a libros m uertos ni a cabezas vivas, ha de ate­
nerse únicam ente a Dios, pegársele a sus oídos y pedirle un
en ten d im ien to justo por encim a de libros y m aestros para
gobernar sabiam ente a sus súbditos. Por esta razón yo no sé
dar n in gu n a ley a los príncipes. Sólo quiero instruir su cora­
zón, cuál ha de ser su disposición y su actitud en todas sus
leyes, consejos, juicios y actuaciones; si se comporta así, Dios
le concederá con toda seguridad el poder organizar sabia y
divinamente todas sus leyes, consejos y actuaciones.
En prim er lu gar, debe estimar a sus súbditos y poner en
ello todo su corazón. Hará esto si orienta todos sus sentidos
a serles útil y servicial y si no piensa «el país y la gente son
míos y voy a hacer lo que me plazca», sino, por el contrario,
«pertenezco al país y a su gente y debo hacer lo que sea ú til
y bueno para ellos. No he de buscar cómo elevarme y dom i­
nar sino cómo protegerlos y defenderlos con una buena paz».
Debe reflejar la im agen de Cristo en sus ojos y decir: «M ira,
el príncipe suprem o, Cristo, ha venido y m e ha servido y no
ha buscado cómo tener poder, bienes y honores sirviéndose
de m í, sino que ha m irado m i m iseria y todo lo ha hecho
para que yo tenga, gracias a él, poder, bienes y honores. Yo
quiero hacer esto m ism o: no quiero buscar en mis súbditos
mi interés sino el de ellos y quiero servirles tam bién con m i
oficio, protegerlos, escucharlos, defenderlos y gobernarlos p a­
ra que sólo ellos tengan bienes y provecho y no yo». Es pre­
ciso, por tanto, q ue el príncipe se despoje en su corazón de
su poder y autoridad y haga suyas las necesidades de sus súb­
ditos y actúe como si fueran sus propias necesidades. Así lo
ha hecho Cristo con nosotros y éstas son, en efecto, las obras
del amor cristiano.
Si tú entonces m e dices: ¿Q uién iba a querer ser príncipe
así? En esta situación la condición de príncipe sería la más
miserable en la tierra, pues conllevaría mucho esfuerzo, tra­
bajo y molestias. ¿D ónde iban a q ued ar las diversiones p rin ­
cipescas del baile, la caza, las carreras, los juegos y otros p la ­
ceres m undanos sim ilares? Te respondo: no estamos ense­
ñando cómo deba vivir un príncipe tem poral sino cómo un
príncipe tem poral debe ser cristiano para poder llegar tam ­
bién al cielo. ¿Q uién no sabe que los príncipes son un ave
rara en el cielo? Yo tampoco hablo porque espere que los
príncipes tem porales acepten mis enseñanzas, sino por si h u ­
biere alguno que quisiera ser cristiano y quisiera saber cómo
debería comportarse. Yo estoy totalm ente seguro de que la
palabra de Dios no se guiará ni se doblará por los príncipes,
sino que éstos han de guiarse por aq u élla. Para m í es sufi-
cíente con indicar que no es im posible que un príncipe sea
cristiano, por m uy raro que sea y por difícil que resulte. Si
se com portan de m anera que sus bailes, cacerías y carreras
no perjudiq uen a sus súbditos, sino que, por el contrario,
desem peñan su oficio hacia ellos en el amor, Dios no iba
a ser tan duro como para ver con desagrado sus bailes, cace­
rías y carreras. Pero aprenderían por sí mismos que si se cui­
dan y se ocupan de sus súbditos de acuerdo con su oficio,
tendrían que abandonar muchos bailes, cacerías, carreras y
juegos.
En segundo lugar, el príncipe ha de prestar atención a los
grandes señores y a sus consejeros, y estar con ellos en la ac­
titud de no despreciar a nadie, pero tampoco de confiarlo
todo a uno solo; pues Dios no tolera ni puede tolerar lo uno
ni lo otro. U na vez habló Dios a través de un asno, por lo
que no hay que despreciar a n in gú n hombre por pequeño
que sea. Asim ism o dejó caer del cielo al más grande de los
ángeles, por lo que no hay que confiarse a ningún hombre
por m uy in teligen te, santo y grande que sea; es preciso es­
cuchar a todos y esperar a ver a través de quien quiere Dios
hablar y actuar. Este es, sin d u d a, el mayor daño de las cor­
tes principescas, que un príncipe confíe sus sentim ientos a
los grandes señores y aduladores y deje el control, habida
cuenta de que cuando un príncipe comete errores o una lo­
cura no afecta a un hombre solo sino que son el país y su
gente los que han de soportar las consecuencias de esa locu­
ra. Un príncipe ha de confiar en sus poderosos y dejarles ha­
cer, pero conservando él las riendas en las manos y no estan­
do confiado o dormido sino vigiland o y recorriendo el país,
como hizo Josafat, examinando por doquier cómo se gobierna
y se ejerce la justicia. Entonces aprenderá a no confiarse to­
talm ente a ningún hombre. No debes pensar que otro se va
a ocupar de ti y de tu país con tanto celo como tú , a no ser
que esté henchido del Espíritu y sea un buen cristiano. El
hombre natural no lo hace. Y si no sabes si es cristiano o
por cuánto tiem po lo será, tampoco puedes confiar con cer­
teza en él.
C uídate, sobre todo, de los que dicen: pero, benevolente
Señor, ¿no confía Vuestra Gracia en m í n ad a más que esto?
¿Q uién querrá servir a Vuestra G racia, etc.? Esos, con toda
seguridad, no son puros y quieren d o m in ar el país, convir­
tiéndote en un papanatas. Si fueran cristianos verdaderos y
piadosos, les gustaría que no les confiaras n ad a y te alab a­
rían y amarían porque tú les vigiles tan cuidadosam ente. Pues
si obran según Dios, querrán, y podrán, tolerar que tu ac­
ción esté a la luz ante ti y ante todos, como dice Cristo en
Juan 3,21: «El que hace el bien, sale a la luz para que se
vean sus obras, pues están hechas como Dios quiere». A q u él,
sin embargo, quiere cegarte y obrar en la oscuridad, como
dice tam bién Cristo en el mismo pasaje: «Q uien obra m al,
detesta la luz para que sus obras no sean castigadas». C u íd a­
te, por tanto, de él. Y si m urm ura por esta causa, d ile: q u e ­
rido amigo, no te hago ninguna in ju sticia, Dios no quiere
que me confíe a n ingún hom bre, enfád ate con él porque así
lo ha querido o porque no te ha hecho m ás que hom bre.
Aunque fueras un ángel, ya que Lucifer no fue de confiar,
tampoco me confiaría a ti en absoluto; sólo en Dios se debe
confiar.
No piense ningún príncipe que le irá m ejor que a D avid,
que es el ejemplo de todos los príncipes. El tenía un sabio
consejero, de nom bre A hitofel, de q u ien dice el texto que
tenía tanto valor lo que Ahitofel aconsejaba como si se h u ­
biera consultado al mismo Dios. No obstante, cayó y llegó
tan bajo que quiso traicionar a D avid, su propio señor, y m a­
tarlo y hacerlo desaparecer; y David tuvo que aprender en ­
tonces cómo no hay que confiar en n in g ú n hom bre. ¿Por
qué crees tú que Dios ha ordenado que sucedan y se escri­
ban estos ejemplos horribles sino para avisar a los príncipes
y señores de la desgracia en que p u ed en caer, es decir, para
avisarles de que no deben confiar en n ad ie? Es realm ente
deplorable que en las cortes señoriales gobiernen los a d u la ­
dores o que el príncipe se confíe a otros, esté preso de ellos
y les deje a todos hacer lo que q uieran .
Dices tú entonces: si no hay que confiar en nadie, ¿cómo
se va a gobernar el país y su gente? Mi respuesta: dar órde­
nes y correr un riesgo, puedes hacerlo; pero no debes confiar
ni confiarte a nadie, excepto a Dios. A algu ien has de enco­
m en d ar los cargos y debes correr este riesgo, pero no debes
confiarle más de lo que a una persona que p u ed e fallar; tú
ten drías que seguir vigilando y no dorm irte. Como un co­
chero confía en sus caballos y en el carro que conduce y no
p erm ite, sin embargo, ser conducido por ellos sino que m an­
tien e en sus manos las riendas y el látigo y no se duerme,
tom ando en cuenta los viejos refranes que la experiencia, sin
d u d a, le habrá enseñado: el ojo del amo engorda al caballo,
y las pisadas del señor abonan la tierra; esto quiere decir que
si el señor no vigila por sí mismo y se fía de consejeros y sir­
vientes, las cosas no marchan nunca bien. Dios quiere que
así sea y perm ite que sucedan estas cosas para que los seño­
res se vean obligados por la necesidad a ocuparse por sí mis­
mos de su oficio, igual que cada uno tiene que cuidar su pro­
fesión y toda criatura ha de cuidar su obra; de lo contrario,
los señores se convertirían en cerdos cebados y en personas
in ú tile s, que no serían de provecho para n adie, excepto para
sí m ism os.
En tercer lugar, que ponga cuidado en actuar rectamente
con los malhechores. En este punto ha de ser inteligente y
sagaz para castigar sin perjudicar a los dem ás. No conozco
n in gú n ejem plo m ejor que el de D avid. T enía un capitán,
llam ad o Jo ab , que cometió dos malas acciones, matando a
traición a dos buenos capitanes, con lo que mereció la muerte
por dos veces. Sin em bargo, no lo m ató duran te su vida sino
q u e se lo encomendó a su hijo Salomón y lo hizo, sin duda,
p o rque él no podía hacerlo sin causar un daño y un escánda­
lo m ayores. Así tam bién debe castigar un príncipe a los m a­
los, pero sin que al levantar la cuchara aplaste el plato y sin
llevar al país y a su gente a la m iseria por culpa de una sola
cabeza, llenando el país de viudas y huérfanos. No debe,
por ello , seguir a los consejeros y a los m atasietes que le inci­
ten y le instiguen a comenzar una guerra diciéndole: Qué,
¿vam os a perm itir estas palabras y estas injusticias? Es muy
m al cristiano quien por un castillo pone en peligro al país.
H ay q ue atenerse al refrán: «Q uien no sabe ver a través de
los dedos, no es capaz de gobernar». Por esto, su regla ha
de ser la siguiente: si no puede castigar la in ju sticia sin co­
meter u n a injusticia m ayor, que renuncie a su derecho, por
muy justo que sea. El no tiene que preocuparse de su propio
daño sino de la injusticia que los dem ás sufrirían por causa
de su castigo. ¿Han m erecido tantas m ujeres y niños q u e­
darse viudas y huérfanos porque tú te vengues de un a jeta
inútil o de una m ala m ano que te ha hecho daño?
Si tú dices entonces: ¿No debe, por tanto, luchar el prín­
cipe ni deben seguirlo sus súbditos? Mi respuesta: Es ésta
una pregunta m uy compleja. Pero, brevemente, diré que para
actuar cristianam ente en esta cuestión ningún príncipe debe
guerrear contra su señor superior, como el rey o el em pera­
dor, o contra su señor feud al, sino que ha de d ejar que lo
tome quien quiera. A la autoridad no se la p ued e resistir
con la fuerza sino sólo con la confesión de la verdad; si hace
caso de eso, está bien; si no, tú estás disculpado y sufres in ­
justicia por amor de Dios. Si tu adversario es tu igu al o es
inferior a ti, o es una autoridad extranjera, debes ofrecerle,
en prim er lu gar, justicia y paz, como enseña Moisés a los h i­
jos de Israel. Si la rechaza, piensa en lo m ejor para ti y d e­
fiéndete con la fuerza contra la fuerza, como bien escribe
Moisés en D euteronom io 20,10 y s. Y en ese caso no mires
tu interés ni cómo te m antienes como señor, m ira a tus súb­
ditos a los que debes protección y ayúdales de m odo que tu
obra se desenvuelva en el am or. Como tu país entero está
en peligro, tienes que atreverte, si Dios quiere ayudarte, a
que no todo se eche a perder; y si tú no puedes im ped ir que
se produzcan nuevas viudas y huérfanos, debes im ped ir, eso
sí, que se destruya todo y q ue las viudas y los huérfanos lo
sean en vano.
En este caso, los súbditos están obligados a seguirle y a
arriesgar sus cuerpos y sus bienes. Pues en este caso uno d e­
be, por am or a los demás, arriesgar sus bienes y a sí mismo.
En sem ejante guerra es cristiano y obra del amor el ahorcar
sin temor a los enemigos, saquearlos y quem arlos y hacer to­
do lo que pu eda perjudicarles hasta que se les haya vencido
según el curso de la guerra (con la excepción de cuidarse de
pecar, de deshonrar a las mujeres y a las doncellas); si se vence
debe mostrar la gracia y la paz a los que se rinden y se hu m i­
llan , es decir, en estos casos hay que cum plir el dicho: Dios
ayu d a al más fuerte. A sí lo hizo A braham , cuando venció
a los cuatro reyes, Génesis 14; m ató a muchos y no mostró
clem encia hasta que los venció. Pues, en este caso, ha de con­
siderarse que Dios lo ha querido para que barriera el país
y lo lim p iara de canallas.
Si u n príncipe estuviera equivocado, ¿está su pueblo obli­
gado a obedecerlo? Mi respuesta: no. Pues n ad ie está auto­
rizado a actuar contra el derecho; hay que obedecer a Dios
(q u e quiere la justicia) antes que a los hom bres. ¿Y si los
súbditos no saben si el príncipe tiene razón o no? Mi res­
puesta: en cuanto no lo sepan ni lo puedan saber con su es­
fuerzo que lo obedezcan sin peligro para sus alm as; pues en
este caso hay que aplicar la ley de Moisés, Exodo 21,13, donde
dice que un asesino que m ate a alguien sin saberlo o invo­
lu n tariam en te debe h u ir a una ciudad libre y ser absuelto
por el tribunal. C u alquiera que sea la parte vencida, tenga
razón o no, debe aceptarlo como un castigo de Dios. Quien
gane en tal incertidum bre debe considerar esta b atalla como
si algu ien cayera de un tejado y m atare a otro, rem itiendo
el asunto a Dios. Para Dios es indiferente si te q u ita la vida
y los bienes m ediante un señor justo o injusto. Tú eres su
criatura y puede hacer contigo lo que quiera, si tu concien­
cia no es culpable. El m ism o Dios disculpa al rey A bim elec,
en Génesis 20,6, por haber tom ado a la m ujer de A braham ,
no porque hubiera obrado bien sino porque no h ab ía sabi­
do que era la m ujer de A braham .
En cuarto lugar, que realm ente debería ser el prim ero, y
del q ue ya hemos hablado antes, el príncipe debe compor­
tarse cristianam ente tam bién respecto a su Dios, esto es, de­
be someterse a él con total confianza y pedirle sabiduría pa­
ra gobernar bien, como hizo Salomón. Pero sobre la fe y la
confianza en Dios he escrito tanto en otros lugares que no
es preciso que me extienda más ahora. D ejém oslo así y d iga­
mos, en resum en, que un príncipe debe atender a cuatro
puntos. Primero, a Dios con una confianza perfecta y una
oración que le brote del corazón. Segundo, a sus súbditos
con amor y servicio cristianos. Tercero, a sus consejeros y a
sus m agnates con una razón lib re y con un entendim iento
independiente. Cuarto, a los m alhechores con u n a seriedad
y severidad m esuradas. Así será su condición, externa e in ­
ternamente, justa y agradará a D ios y a los hom bres. Pero
ha de tener presente que le acarreará envidias y su frim ien ­
tos; en sem ejante empresa m uy pronto le pesará la cruz so­
bre el cuello.
Por últim o, a modo de apéndice, tengo que contestar tam ­
bién a los que disputan sobre la «restitución», es decir, sobre
la devolución de un bien injusto. Es ésta una cuestión co­
mún de la espada secular y sobre ella se ha escrito m ucho,
habiéndose buscado un rigor exagerado. Q uiero resum irla
brevemente y m e tragaré toda la ley y toda la severidad que
se ha dado al asunto de una sola vez: en esta cuestión no
se puede encontrar ninguna ley m ás cierta que la ley del
amor. En prim er lugar: si se te presenta un asunto en el que
uno debe devolver algo a otro, siendo ambos cristianos, la
cosa se resuelve pronto, pues n in gu n o de ellos retendrá lo
del otro y tampoco ninguno de los dos pedirá su devolución.
Si sólo uno de ellos es cristiano, y precisam ente a q u ien se
debe la devolución, el asunto se resuelve tam bién fácilm en ­
te, pues no reclam ará la cosa, au n q u e nunca le fuera resti­
tuida. Si es el cristiano el que debe restituir, lo hará. Pero,
sean cristianos o no, tú debes pensar la restitución como si­
gue. Si el deudor es pobre y no p u ed e restituir y el otro no
es pobre, debes dejar actuar a la ley del amor y liberar al
deudor; según la ley del amor el otro está tam bién obligado
a perdonarle y a darle incluso m ás, si es necesario. Pero si
el deudor no es pobre, déjale q u e le restituya cuando p u e­
da, sea todo, la m itad, la tercera o la cuarta parte, siem pre
que le dejes suficiente casa, alim en to y vestido para sí, su
mujer y sus hijos. Esto se lo deberías si pudieras: m ucho m e­
nos debes quitárselo porque no lo necesitas y él no puede
prescindir de ello.
Si ambos no son cristianos o uno de ellos no quisiera guiarse
por la ley del amor, puedes dejarles que busquen otro juez
y decirle que obran contra Dios y el derecho n atu ral, aun
cuando obtengan un rigor severo en la ley hum ana. Pues la
naturaleza enseña, como tam bién el am or, que yo debo h a­
cer lo que q uiera que me hagan a m í. Por esto no puedo
saquear a n ad ie, por bueno que fuera m i derecho, si no q uie­
ro en modo alguno ser tam bién saqueado; si quiero que el
otro renuncie a su derecho en este caso, debo yo renunciar
al m ío tam bién .
A sí hay que proceder con todos los bienes injustos, sean
privados o públicos: el amor y el derecho natural deben ocu­
par el prim er lu gar. Si juzgas según el am or, resolverás fácil­
m ente todos los asuntos, sin necesidad de los libros de dere­
cho. Si pierdes de vista el amor y el derecho natural no lo­
grarás nunca el beneplácito de Dios, por mucho que te h u ­
bieras devorado todos los libros de derecho y todos los juris­
tas, pues cuanto más pienses en ellos m ás confuso te volve­
rán. Un juicio verdaderam ente bueno no debe ni puede sa­
carse de los libros, sino del pensam iento libre, como si no
existiera n in gú n libro. Un juicio libre lo da el amor y el de­
recho n atu ral, de los que está llena la razón. De los libros
proceden juicios indecisos y no libres. Te daré un ejem plo
de esto:
Se cuenta del duque Carlos de Borgoña n la siguiente his­
toria. Un noble se había apoderado de su enem igo. Vino en­
tonces la m u jer del prisionero para lib erar a su m arido, pero
el noble le prom etió darle a su m arido a condición de que
se acostara con él. La m ujer era virtuosa, pero le habría gus­
tado salvar a su m arido; fue a su m arido y le preguntó si de­
bía cum plir esa condición para liberarlo. El marido, que que­
ría ser liberado y conservar su vida, se lo perm itió. Después
de que el noble se había acostado con la m ujer ordenó, al
d ía sigu ien te, que decapitaran al m arido, entregándoselo
m uerto a la m ujer. Esta lo denunció al d uque Carlos. Este
llam ó al noble y le m andó tomar por esposa a la m ujer. Ter­
m inadas las bodas, el duque ordenó decapitar al noble y puso
a la m ujer en los bienes de éste y le devolvió su honor y cas­
tigó este delito de m anera verdaderam ente principesca.

15 Carlos el Temerario, 14 6 7 -14 7 7 .


Mira, este juicio no se lo habría podido dar ni el papa ni
ningún jurista ni ningún hom bre; surgió de la razón libre,
por encima de todos los libros de derecho, de modo que to­
dos deben aprobarlo, pues se encuentra escrito en el cora­
zón que es un juicio justo. Lo mismo escribe tam bién S.
Agustín in ser. D o. in M onte 16. El derecho escrito debe
mantenerse bajo la razón, de donde procede como de su
fuente; no hay que atar la fuente a sus arroyos y aprisionar
la razón en la letra.

K> Agustín, De serm one dom ini in m onte secundum M atthaeum 1, cap.
16,50, en MIGNE PL 34, 1254.
EXH ORTACION A LA PAZ
EN CON TESTACION
A LOS DOCE ARTICULOS
DEL CAM PESIN ADO DE SU A B IA ( 1 5 2 5 )

Con motivo de la guerra de los campesinos alemanes ( 1 5 2 4 - 2 6 ) Lutero


redactó varios escritos:
1) Ermahnung zum Frieden a u f die z w ö lf A rtik e l d e r Bauernschaft in
Schwaben (Exhortación a la paz, en contestación a los doce artículos
del campesinado de Suabia), que se traduce en la presente edición.
2) Vertrag zwtschen dem löblichem B u n d zu Schw aben u n d den zwei
H aufen d er Bauern vom Bodensee u n d A llg äu , 1 525 (Acuerdo e n ­
tre la honorable liga de Suabia y los dos grupos de campesinos del
Lago de Constanza y del Allgäu): Lutero redactó el prólogo y el ep í­
logo, en Werke, W A 18, 3 3 6 -34 3.
3) W id er die räuberischen u n d m ördischen R otten d e r Bauern (Contra
las bandas ladronas y asesinas de los campesinos), que se traduce en
la presente edición.
4) Schreckliche Geschichte u n d G ericht G ottes ü b e r Thomas M üntzer
(Una historia terrible y el juicio de Dios sobre Thomas Müntzer),
en Werke, W A 18, 3 6 7 -37 4.
5) Verantwortung D. M artin L u th er a u f das B üchlein w id er die rä u b e­
rischen u n d mördischen Bauern, getan am P ßngstage im Ja h re 1525
(Responsabilidad de D. Martin Luther por el librito contra los cam-
pesinos ladrones y asesinos, [sermón] pronunciado en el día de Pen­
tecostés de 1525).
6) Ein S e n d b n e f von dem hartem Bücblein wider die B auem (Carra
sobre e! duro librito contra los campesinos), que se traduce en esta
edición.
7) Se puede incluir en el grupo: Art den Raí zu Erfurt. G utachten über
die 2 8 A rtik e l d er G em eine, 1 525 (Al Concejo de Erfurt. Informe
sobre los 28 artículos de la comunidad), en Werke, W A 18, 534-540.
El prim ero de ellos, Ermahnung zum F neden..., es la contestación de
Lutero a los doce artículos que los campesinos de Suabia habían redactado
a finales de febrero y comienzos de marzo de 1525. En una segunda hoja,
los campesinos solicitaban la opinión de varios teólogos, entre ellos Lutero,
Melanchton, Zwingli. Lutero redactó su contestación los días 19 y 20 de
abril de 1 525 en casa del canciller de los condes de Mansfeld. Después de
una exhortación a los señores, a los campesinos y a ambos conjuntamente,
analiza Lutero los artículos reivindicatoríos de los campesinos.
La traducción sigue el texto de la edición de Weimar: W A 18, 291 -334.

Los cam pesinos que se han lanzado actualm ente a la re­


belión en el país de Suabia 1 han redactado doce artículos
contra la autoridad sobre sus intolerables cargas, intentando
fundam entarlos en algunos pasajes de la Escritura, y los han
d ifu n d id o impresos. Lo que más me ha gustado de estos ar­
tículos es que, en el artículo 12, hacen el ofrecim iento de
someterse de buen grado y voluntariam ente a una instruc­
ción m ejor, si hiciera falta o hubiera necesidad; quieren de­
jarse instruir siem pre que sea con las palabras claras, m ani­
fiestas e indiscutibles de la Escritura, pues es justo y eq u ita­
tivo que no se enseña ni se instruye la conciencia de nadie
de m ejor m anera que con la Escritura divina.
Si ésta es su intención seria y sincera, no me corresponde
a m í ju zg arla de otra m anera, porque ellos mismos se abren
públicam en te en sus artículos y no temen a la luz. Hay, por
tanto, buenas esperanzas de que las cosas vayan bien. En
cuanto a m í, como me cuentan entre los que tratan actual­
m ente la Sagrada Escritura y me mencionan en concreto, con­
vocándome en su segunda h o ja 2, me dan ánimos y confian­

1 Suabia está en la parte suroteidentai de Alemania. La rebelión em pe­


zó en el sur de la Selva Negra en julio de 1524 y pasó en diciembre a la
parte norte de Suabia. De allí se extendió hacia el norte.
2 Vid introducción a este escrito.
za para m anifestar públicam ente m is enseñanzas de una m a­
nera amistosa y cristiana, de acuerdo con el deber del amor
fraterno, para q u e, si ocurriese algu n a desgracia o calam i­
dad, mi silencio no me hiciese partícipe y responsable de ellas
ante Dios y el m undo. Si, por el contrario, han hecho este
ofrecimiento para aparentar — pues sin dud a habrá algunos
entre ellos de esa especie, ya que no es posible que todos
entre esa m uchedum bre sean buenos cristianos y abriguen
buenas intenciones, sino que una gran parte se aprovecha­
rán deliberadam ente de la buena fe de los dem ás— en ese
caso no hay duda de que no tendrán m ucho éxito y todo re­
dundará en desgracia suya y en su condenación eterna.
Como el asunto es grave y arriesgado y afecta al reino de
Dios y al reino del m undo, ya que si la rebelión progresa
y prospera perecerían ambos reinos — el gobierno secular y
la palabra de Dios— y se seguiría la destrucción eterna de
toda A lem ania, es necesario que hablem os y deliberem os so­
bre esta cuestión librem ente, sin tener en cuenta a nadie.
Es necesario tam bién que estemos dispuestos a escuchar y a
dejarnos decir algo, para que nuestro corazón no se en d u ­
rezca y nuestros oídos no se cierren, como ha sucedido hasta
ahora, y para que la cólera de Dios no gane toda su fuerza.
Tantos signos espantosos, que se han visto en el cielo y en
la tierra, anuncian una gran desgracia y m uestran im portan­
tes cambios en A lem ania, aunque nosotros desgraciadamente
pensemos poco en ello. Dios, en cam bio, no cejará y ab lan ­
dará de una vez nuestras duras cabezas.

A LOS PRINCIPES Y SEÑORES

A nadie en la tierra más que a vosotros, príncipes y seño­


res, debemos esta desgracia y esta rebelión, y particularmente
a vosotros, obispos ciegos, curas y frailes locos, que, todavía
hoy, no cesáis de vociferar y arrem eter contra el santo Evan­
gelio, aunque sabéis que es justo y que no podéis oponeros
a él. Además, en vuestro gobierno secular no hacéis más que
explotar y cobrar impuestos para satisfacer vuestro lujo y vues­
tra soberbia y el pobre hom bre com ún ya no pued e sopor­
tarlo por m ás tiem po. La espada pende sobre vuestra gar­
ganta y, sin em bargo, creéis q ue estáis sentados sólidam ente
en vuestro trono y que no se os puede derribar. Esta seguri­
dad y obstinada tem eridad os rom perán el cuello, ya lo ve­
réis. Muchas veces os he advertido que tengáis en cuenta lo
que dice el Salmo 107,4: «E ffundit contem ptum su p erp rin ­
cipes», él derram a el desprecio sobre los príncipes. H acia ahí
corréis y estáis buscando que se os descargue un golpe sobre
la cabeza; de nada sirven las advertencias y las am ones­
taciones.
¡B ien !, como sois la causa de esta cólera divina, sobre vo­
sotros se lanzará sin duda, a no ser que con el tiem po os en­
m endéis. Las señales del cielo y los prodigios en la tierra os
conciernen a vosotros, queridos señores; nada bueno sign ifi­
can para vosotros, nada bueno os sucederá. Una gran parte
de esta cólera ya se ha realizado, al enviarnos Dios tantos
profetas y doctores falsos para q u e, an ticipadam en te, por el
error y la blasfem ia merezcamos suficientem ente el infierno
y la condenación eterna. La otra parte de la cólera está ahí,
en los cam pesinos am otinados, de donde se seguirá la des­
trucción y devastación de A lem an ia, si Dios no lo im p id e,
movido por nuestro arrepentim iento.
Habéis de saber, queridos señores, que Dios hará que no
se pueda ni se quiera ni se tenga que aguantar por m ás tiem ­
po vuestro furor. Tenéis que ser de otra m anera e inclinaros
ante Dios. Si no lo hacéis de u n a m anera am istosa y volun­
taria, tendréis que hacerlo de m anera violenta y destructora.
Si no lo hacen estos cam pesinos, otros lo harán. Y aunque
los batáis a todos, no quedarán vencidos. Dios suscitará a
otros, pues él quiere golpearos y os golpeará. No son los cam ­
pesinos, queridos señores, los q ue se levantan contra voso­
tros; es el m ism o Dios el que se alza para castigar vuestro
furor. Entre vosotros hay algunos que han dicho que expon­
drían su país y su gente por extirpar la doctrina luterana.
¿No os dais cuenta de que habéis sido profetas de vosotros
mismos y q ue ya están en peligro vuestras tierras y vuestras
gentes? No ju gu éis con Dios, queridos señores. Los judíos
también dijeron «nosotros no tenemos ningún rey» 3 y ha re­
sultado tan en serio que habrán de estar sin rey eternam ente.
Para pecar, incluso, más y para ir a la perdición sin m ise­
ricordia alguna, algunos han culpado al Evangelio diciendo
que lo que está ocurriendo es fruto de mis enseñanzas. ¡B u e­
no, bueno!, seguid blasfem ando, queridos señores, no q u e ­
réis saber lo que yo he enseñado y lo que es el Evangelio.
Ya está llam ando a la puerta quien m uy pronto os lo va a
enseñar, si no os enm endáis. Vosotros y todo el m undo te­
néis que testim oniar que he enseñado totalm ente en paz,
que he luchado violentam ente contra la rebelión, que he ex­
hortado con el m áxim o celo a que los súbditos se m an ten ­
gan en obediencia y en la honra a la auto ridad, aun cuando
ésta sea tiránica o furiosa. Así que esta rebelión no puede
venir de m í. No sólo eso, han llegad o profetas asesinos, tan
hostiles hacia m í como hacia vosotros, que desde hace tres
años están mezclados con este pueblo y he sido únicam ente
yo quien se les ha enfrentado4. Si Dios piensa castigaros y
perm ite que el diablo, a través de sus falsos profetas, excite
al insensato pueblo contra vosotros y si quiere q uizá que yo
no me oponga ni pueda oponerme a ellos, ¿qué puedo h a ­
cer yo o mi Evangelio? Hasta ahora y ahora mismo no sólo
hemos sufrido vuestra persecución, vuestros asesinatos y vues­
tra furia sino que, adem ás, hemos rezado por vosotros, para
ayudar a proteger y mantener vuestra autoridad entre el hom ­
bre común.
Si tuviera ganas de vengarme de vosotros, me estaría rien ­
do socarronamente viendo a los cam pesinos o incluso u n ié n ­
dome a ellos, contribuyendo a em peorar este asunto. Pero
Dios me libre de eso, como me ha librado hasta ahora. Por
tanto, mis queridos señores, seáis am igos o enem igos míos,
os pido sum isam ente que no despreciéis m i fid elid ad , a u n ­
que soy un pobre hombre. No despreciéis tampoco esta re­

3 Vid. Ju an 1 9 , 1 5 .
4 Desde 1 5 2 1 -1 5 2 2 se habían producido discusiones internas en el m o-
vim iento reform ador: Lutero se enfrentó a K arlstad t, M üntzer y otros re ­
formadores, vid. estudio prelim inar, 2.
b elió n , os lo ruego. No es que crea o tem a que los cam pesi­
nos son dem asiado poderosos para vosotros; no quiero que
les tengáis m iedo; tem ed a Dios, m irad su cólera. Si Dios
q u iere castigaros, como habéis merecido, y como yo me te­
m o, os castigará, aunque los campesinos fueran cien veces
m enos numerosos. El puede sacar campesinos de las piedras
y viceversa. Puede hacer que un solo cam pesino haga pere­
cer a cien de vosotros, de form a que de poco valdrían vues­
tras arm aduras y vuestra fuerza.
Si todavía os puedo dar un consejo, señores míos, ceded
u n poco, por Dios, ante su cólera. Una carreta de heno debe
ceder el paso a un borracho. Con mayor motivo habéis de
ab ando nar vuestra bravuconería y vuestra in dóm ita tiranía,
negociando razonablem ente con los campesinos como con
borrachos o extraviados. No os lancéis a la guerra contra ellos,
pues no sabéis cómo será el fin al; intentad prim ero actuar
b u en am en te, porque no sabéis qué es lo que Dios quiere,
p ara que no salte la chispa y arda toda A lem ania en un in ­
cendio que nadie podría apagar después. Nuestros pecados
están ante Dios y, por eso, hemos de tem er su cólera con
el susurro, incluso, de una hoja; con m ucho m ayor motivo
cuando se agita una m uchedum bre como ésta. Por las bue­
nas no perderéis nada y si llegáis a perder algo, lo volveréis
a recuperar después con la paz decuplicado. Como quizá per­
dáis el cuerpo y los bienes en la lucha, ¿para qué vais a arries­
garos si podéis obtener m ayor provecho por otras vías bue­
nas?
Ellos han redactado doce artículos. De ésos, algunos son
tan justos y equitativos que os quitarían vuestro honor ante
Dios y ante el m undo, dando razón al Salm o al suscitar
el desprecio hacia los príncipes. Pero casi todos han sido
escritos para su provecho y beneficio y no se expresan de
u n a m anera perfecta. Contra vosotros yo habría redacta­
do realm ente otros artículos, que afectaran a A lem ania
en general y al gobierno, como hice en el libro a la no­
bleza alem an a, que contenía ciertamente cosas más im por­
tantes. Como no lo tuvistéis en cuenta, tenéis que escuchar
y agu an tar ahora estos artículos interesados. Bien lo te-
neis m erecido como personas a las que no se les puede decir
nada.
El prim er artículo, en el que m anifiestan su deseo de es­
cuchar el Evangelio y el derecho de elegir al párroco, no po­
déis rechazarlo bajo ningún pretexto, aunque se desliza en
él el interés propio al pretender m antener al párroco con los
diezmos que no les pertenecen. Pero el contenido es que se
perm ita predicar el Evangelio. N ada puede ni debe hacer la
autoridad en su contra. La autoridad no ha de oponerse a
que cada cual enseñe y crea lo que quiera, sea el Evangelio
o sean m entiras. Es bastante con que se oponga a que se en­
señe la rebelión y la discordia.
Tam bién son justos y equitativos los otros artículos que
denuncian cargas corporales, como la servidum bre, im pues­
tos y sim ilares. La autoridad no ha sido in stituid a para apro­
vecharse de los súbditos en beneficio propio, sino para el pro­
vecho y el bien de aquéllos. Y a no son soportables por más
tiempo tantas tasas y exacciones. ¿De qué le sirve a un cam­
pesino que el campo le reporte tantos florines en grano y
paja si la autoridad le q u ita la m ayor parte, como si se trata­
ra de paja, para fom entar su lujo y derrochar los bienes en
vestidos, comilonas, borracheras, edificios y cosas parecidas?
Ya es hora de reducir el lujo y de frenar los gastos para que
los pobres hombres puedan tam bién conservar algo. Más ex­
plicaciones las habréis leído ya en sus hojas, en donde expo­
nen suficientem ente sus quejas.

AL CAMPESINADO

Hasta ahora, queridos am igos, sólo habéis dicho una cosa


que yo reconozco que es lam entablem ente verdadera y cier­
ta: que los príncipes y señores han prohibido predicar el Evan­
gelio y que han im puesto tantas cargas sobre las gentes que
bien se han hecho merecedores de que Dios los arroje de su
trono como grandes pecadores contra él y contra los hom ­
bres. No tienen ninguna disculpa. También vosotros tenéis
que procurar solucionar vuestros asuntos con buena conciencia
y con el derecho. Si procedéis con buena intención, tendréis
la consoladora ventaja de que Dios os asistirá y os ayudará.
Si, entretanto, sois derrotados o, incluso, morís, al final sal­
dréis ganando y vuestra alm a pervivirá para siempre con to­
dos los santos. Pero si no tenéis buena conciencia ni tam po­
co el derecho, seréis derrotados. Y au n q u e ganárais tem po­
ralm ente y m atárais a todos los príncipes, al final habríais
perdido el cuerpo y el alm a para siem pre. Por esto no hay
q ue tomar este asunto a broma. Está en juego vuestro cuer­
po y vuestra alm a para toda la eternidad. Hay que pensarlo
m ucho y m editar m uy seriam ente este asunto, no sólo en
cuanto a vuestra potencia y en cuanto a la injusticia que su­
frís, sino tam bién en cuanto si tenéis buena razón y buena
conciencia.
Por todo lo cual, queridos señores y herm anos, mi ruego
am igab le y fraternal es que penséis con todo celo lo que es­
táis haciendo y que no hagáis caso a todos esos espíritus y
predicadores, ya que el nefasto satán ha suscitado una ban­
da salvaje de espíritus salvajes y asesinos bajo el nombre del
Evangelio y ha llenado el m undo de ellos. Escuchadlos si que­
réis, dejad que os hablen, como vosotros mismos habéis ofre­
cido hacer. Pero yo no quiero callarm e m i fiel advertencia,
a la que estoy obligado, aunque algunos, envenenados por
esos espíritus asesinos, quizá m e odien y m e llam en hipócri­
ta; no me preocupa. Me basta sí puedo salvar de la cólera
d iv in a a los justos y de buen corazón de entre vosotros. Mi
tem or hacia los dem ás es tan pequeño como grande su des­
precio hacia m í. Tampoco me van a hacer daño. Yo conozco
a alg u ie n , mucho m ás grande y fuerte que ellos, que me en­
seña, Salmo 3,7: «No me asusto, aunque m iles de pueblos
se levanten contra sí». Mi terquedad resistirá a la suya, estoy
convencido.
En prim er lugar, queridos hermanos: lleváis el nombre de
D ios, os llam áis liga o asociación cristiana y decís que que­
réis actuar según el derecho divino. ¡B ien !, tam bién sabéis
q ue no se debe tom ar en vano el nom bre, la palabra y el
título de Dios, como reza el segundo m andam iento: «No to­
m arás el nombre de Dios tu señor en vano», y continúa d i­
ciendo: «Porque Dios no tendrá por inocentes a los que to­
man su nombre en vano». He aq u í un texto claro y preciso
que os afecta tanto a vosotros como a todos los hombres y
que contiene la amenaza de la cólera divina contra vosotros
y contra todos nosotros, prescindiendo de la cantidad que
seáis, de vuestro derecho y de vuestro terror. Sabéis tam bién
que Dios es suficientem ente poderoso y fuerte para castiga­
ros, conforme a su am enaza, si tom áis en vano su nombre.
Tenéis que esperar todas las desgracias y ninguna felicidad
si tomáis su nombre en vano. Y a sabéis cómo conduciros y
estáis am igablem ente avisados. Para él, que anegó el m un­
do con el diluvio y abrasó Sodom a en el fuego, es una cosa
fácil an iquilar a los campesinos o frenarlos. El es un Dios
todopoderoso y terrible.
En segundo lugar: es fácil de demostrar que sois de los
que toman el nombre de Dios en vano y lo ultrajan. Por ello
os ocurrirán finalm ente todas las desgracias, de eso no cabe
duda, a menos que Dios no fuera veraz. Dios ha dicho por
boca de Cristo: «Quien tom a la espada, a espada perecerá».
Esto significa que nadie, por su propia m aldad, puede ac­
tuar con violencia; como dice San Pablo: «Todos han de so­
meterse a la autoridad con tem or y respeto». ¿Cómo podéis
conciliaros con estas palabras y con el derecho divino si decís
que actuáis según el derecho divino y, no obstante, em pu­
ñáis la espada enfrentándoos a la autoridad in stituid a por
Dios? ¿Creéis que no os alcanzará el juicio de S. Pablo en
Romanos 13,2: «El que se rebela contra el orden divino aca­
rreará su condena»? Tomar el nom bre de Dios en vano es
esto, es poner delante el derecho divino y, a la vez, actuar
contra él bajo su nombre. ¡O h !, estad atentos, queridos se­
ñores, esto no prosperará.
En tercer lu gar: decís que la autoridad es dem asiado m ala
e intolerable, porque no nos perm ite predicar el Evangelio,
nos oprime con demasiadas cargas sobre nuestros bienes tem ­
porales y nos echa a perder en cuerpo y alm a. Yo respondo
que el que la autoridad sea m ala e in ju sta no excusa el m o­
tín o la rebelión. Castigar la m aldad no corresponde a cual­
quiera sino a la autoridad secular, que lleva la espada. Co­
mo dice Pablo en Rom anos 13,4 y 1 Pedro 2,13 y s., la auto­
ridad está in stitu id a para castigar a los m alos. Existe asim is­
mo el derecho natural y de todo el m undo de que nadie de­
be ni puede ser su propio juez ni vengador de su propia cau­
sa. Es verdad el refrán «quien replica no tiene razón» y tam ­
bién «quien replica ocasiona riñas». El derecho divino con­
cuerda con él y el Tdeuteronomio 32,33 dice: la venganza es
m ía, yo retribuiré, dice el señor. No negaréis ahora que vues­
tra rebelión se está desarrollando de m anera tal que os h a­
béis constituido en jueces y en vengadores de vosotros m is­
mos, no queriendo sufrir ninguna in justicia. Esto va contra
el derecho cristiano y el Evangelio y tam bién contra el dere­
cho natural y contra toda equidad.
Si vais a continuar con vuestro propósito y tenéis en con­
tra el derecho divino y el derecho cristiano del Nuevo y del
Antiguo Testamento y también el derecho natural, tenéis que
aportar entonces otro nuevo m andam iento de Dios, confir­
m ado por signos y prodigios, que os dé poder para hacer eso
y para significároslo. De lo contrario, Dios no perm itirá que
conculquéis su palab ra y su m andam iento con vuestra pro­
p ia m alicia. Si decís que obráis según el derecho divino y
en realidad actuáis contra él, Dios os hará sucum bir ign om i­
niosam ente como a los que toman su nombre en vano, con­
denándoos para la eternidad, como se ha dicho antes. A q uí
os está ocurriendo según la palabra de Cristo en M ateo 7,3:
véis la paja en el ojo de la autoridad y no véis la viga en el
vuestro propio; o según la palabra de S. Pablo en Rom anos
3,8: obremos el m al para que sobrevenga el bien; su conde­
nación es ju sta y equitativa. Es verdad que la autoridad obra
injustam ente al poner trabas al Evangelio y al im poner car­
gas sobre vuestros bienes temporales. Pero mayor injusticia
com etéis vosotros, pues no sólo os oponéis a la palabra de
Dios sino que adem ás la pisoteáis, atentáis contra su poder
y su derecho y os ponéis por encima de Dios. Además le q u i­
táis a la autoridad su poder y su derecho, que es todo lo que
tiene. Porque, ¿qué le queda si ha perdido su poder?
Os constituyo en jueces y someto a vuestro juicio lo siguien­
te: ¿Q uién es peor ladrón, el que roba a otros buena parte
de sus bienes, pero le deja algo, o el que le arrebata todo
lo que tiene, incluso su cuerpo? La autoridad os q uita injus­
tam ente vuestros bienes, es decir, u n a parte de ellos; voso­
tros, por el contrario, le arrebatáis a ella su poder, en el que
radican todos sus bienes, su cuerpo y su vida. Sois, por tan­
to, mucho más ladrones que ellos e intentáis algo peor que
lo que ellos han hecho. Pero, decís, nosotros le dejamos cuer­
po y bienes suficientes. Créalo quien q uiera, yo no. Quien
se atreve a injusticia tan grande de arrebatarle maliciosamente
su poder, lo más grande y elevado que posee, no cejará has­
ta arrebatarle todo lo dem ás de m enor valor que se deriva
del poder. Si el lobo devora a una oveja entera, se come tam ­
bién, por supuesto, una oreja. Y aun cuando fuéseis tan pia­
dosos que respetáseis su vida y bienes suficientes, bastante
habríais robado y com eteríais una in justicia al arrebatarle lo
m ejor, es decir, el poder, constituyéndoos vosotros mismos
en señores soberanos de él. Dios os ju zgará en todo caso co­
mo a los más grandes ladrones.
¿No podéis pensar o daros cuenta, queridos amigos, de
que, si vuestro propósito fuera justo, cada uno se haría juez
de los demás y no podría subsistir poder ni autoridad, orden
ni derecho en el m undo y sólo habría m uerte y derram am ien­
to de sangre? Tan pronto como uno viese que alguien le h a­
cía una injusticia se tom aría la justicia por sí mismo y lo cas­
tigaría. Lo que resulta injusto e intolerable en una persona
particular tam bién es intolerable en una banda o en un gru­
po. Si se tolera a una banda o a un grupo, ya no habrá razón
ni derecho para prohibírselo a las personas particulares, pues
en ambos casos está el m ism o motivo, es decir, la injusticia.
¿Qué haríais vosotros si en vuestra lig a cundiese el desafuero
de que cada uno se erigiera sobre los dem ás y se vengara a
sí mismo de sus ofensores? ¿Lo toleraríais? ¿No diríais que
tendrían que ju zgar y ejecutar la venganza los establecidos
por vosotros? ¿Cóm o queréis subsistir ante Dios y ante el
mundo si sois jueces de vosotros mismos y os vengáis de vues­
tros ofensores, incluso de vuestra auto ridad, instituida por
Dios?
Todo esto se ha dicho del derecho com ún divino y n atu ­
ral, que han de observar incluso los paganos, los turcos y los
judíos, pues de otra forma no podría subsistir la paz y el or­
den en el m undo. Si vosotros lo observáis, no hacéis nada
m ás ni nada m ejor que los paganos y los turcos. No consti­
tuirse en juez y vengador de uno m ism o, d ejar estas funcio­
nes para la autoridad, no lo convierte a uno en cristiano; hay
q ue hacerlo, a fin de cuentas, de m ejor o de peor grado.
C uando actuáis contra este derecho, veis con claridad que
sois peores que los paganos y los turcos; con m ucha mayor
razón teniendo que ser cristianos. ¿Q ué creéis que dirá Cris­
to de que llevéis su nom bre, llam ándoos una liga cristiana,
y q u e, al mismo tiem po, estéis tan lejos de él, actuando y
viviendo incluso contra su derecho tan horriblem ente que
ni siquiera m erecéis llam aros paganos o turcos? Sois mucho
peores que ellos, ya que actuáis contra el derecho natural y
divino, observados com únm ente por todos los paganos.
A h í véis, queridos am igos, qué clase de predicadores te­
néis y lo que significan para ellos vuestras alm as. Me temo
q ue han llegado entre vosotros profetas asesinos, a quienes
les gustaría ser, gracias a vosotros, señores del m undo, a lo
q ue han aspirado desde hace tiem po, sin preocuparse de que
os están llevando a la perdición, del cuerpo, de los bienes,
del honor y del alm a, para ahora y para la eternidad. Si que­
réis observar el derecho divino, como decís, ¡b ie n !, hacedlo.
Está escrito, «dice Dios: la venganza es m ía, yo retribuiré».
T am bién: sed súbditos no sólo de los buenos señores sino
tam bién de los m alos. Si lo hacéis, m uy bien; si no, os cau­
sáis una desgracia que, al fin al, se volverá contra vosotros,
pues no dude n ad ie de que Dios es justo y no lo tolerará.
C uidad tam bién, en vuestra libertad, de no escapar de la llu ­
via para caer en el agu a y no penséis liberaros corporalmente
m ientras perdéis el cuerpo, los bienes y el alm a para la eter­
nid ad . La cólera de Dios está ahí, tem ed la, os lo aconsejo.
El demonio ha enviado entre vosotros falsos profetas, gu ar­
daos de ellos.
Hablemos ahora del derecho cristiano y evangélico que no
o b liga a los paganos, como el anterior. Si decís y os gusta
oír que se os llam e cristianos y queréis ser tenidos por tales,
estaréis también dispuestos a tolerar que se os exponga rec­
tamente vuestro derecho. Escuchad, pues, queridos cristia­
nos vuestro derecho cristiano. A sí habla Cristo, vuestro su­
premo señor, cuyo nombre lleváis, en M ateo 3,39: «no resis­
táis al m al; al que os obliga a ir con él una m illa de cam ino,
acompañadle durante dos m illas; al que te q u ita la capa, dale
tam bién la túnica; al que te abofetee en una m ejilla, pre­
séntale la otra». ¿Escuchas, liga cristiana? ¿Cóm o se arm oni­
za vuestro propósito con este derecho? No queréis sufrir que
se os haga ningún m al ni n inguna injusticia, queréis ser li­
bres y no tolerar nada más que el bien y la ju sticia. Cristo,
sin embargo, dice que no hay que resistir al m al ni a la in ­
justicia, que siempre hay que ceder, agu antar, dejar hacer.
Si no estáis dispuestos a tener este derecho, despojaos del
nombre cristiano y alardead de otro nombre en consonancia
con vuestro comportamiento. Si no, el m ism o Cristo os arre­
batará su nombre, lo que será para vosotros dem asiado duro.
También S. Pablo, en Rom anos 12,19, dice: «no os to­
méis vosotros mismos la justicia, dejad lugar a la cólera de
Dios». Asimismo alaba a los corintios, en 2 Corintios 11,20,
porque sufren gustosos que se les haga daño o se les robe.
En 1 Corintios 6,1 y s. les reprende por an dar pleiteando
por sus bienes y por no sufrir la injusticia. N uestro jefe Je su ­
cristo dice en Mateo 3,44 que debemos desear el bien a los
que nos ofenden, rezar por los que nos persiguen, am ar a
nuestros enemigos y devolver bien por m al: éstas son nues­
tras leyes cristianas, queridos am igos. Ved ahora qué lejos
os han llevado los falsos profetas y os siguen llam ando cris­
tianos quienes os han hecho peores que los paganos. Incluso
un niño puede captar que, según esas palabras, el derecho
cristiano consiste en no resistir a la in justicia, en no desen­
vainar la espada, en no defenderse, en no vengarse, en ofre­
cer el cuerpo y los bienes para que los robe el que quiera.
Nosotros tenemos bastante con nuestro señor que no nos
abandonará, como nos ha prom etido. Sufrim iento, sufri­
miento, cruz, cruz, es el derecho de los cristianos. Ahora bien,
si lucháis por los bienes tem porales y no queréis dar la tú n i­
ca junto con la capa sino que queréis que se os devuelva la
capa, ¿cóm o vais a estar dispuestos a m orir, dejando el cuer­
po, o a am ar o hacer el bien a vuestros enem igos? ¡A h , in ­
sensatos cristianos! Queridos am igos, no hay tantos cristia­
nos como para reunirse de golpe en una m uchedum bre así.
Los cristianos son aves raras. Quisiera Dios que la m ayor parte
de nosotros fuéramos buenos paganos, y observáramos el de­
recho n atu ral, sin hablar del derecho cristiano.
Os contaré algunos ejemplos del derecho cristiano para que
veáis adonde os han conducido esos locos profetas. Fijaos en
Pedro cuando estaba en el huerto: quiso defender a su señor
Cristo con la espada y cortó una oreja a Maleo. ¿No tenía
Pedro aq u í toda la razón? ¿No era una injusticia intolerable
que se quisiera arrebatar a Cristo no sólo sus bienes sino tam ­
bién su vida? Le quitaron, efectivam ente, no sólo su vida
y sus bienes sino que, adem ás, reprim ieron absolutam ente
el Evangelio q u e los salvaría, privándose así del reino de los
cielos. Esta injusticia no la habéis sufrido todavía vosotros,
queridos am igos. Fijaos, sin em bargo, lo que hace Cristo y
lo que enseña con ello. A pesar de la enorm idad de la in jus­
ticia frena a San Pedro, le ordena envainar su espada y no
le perm ite vengar esta injusticia ni oponerse a ella. Pronun­
cia, adem ás, sobre él una sentencia de m uerte como si se tra­
tara de un asesino, diciéndole: «el que em puña la espada,
a espada m orirá». De aquí tenemos que entender que no es
suficiente q u e alguien nos haga una injusticia y que ten ga­
mos b uena razón y buen derecho; es preciso contar con el
derecho y el poder de la espada ordenada por Dios para cas­
tigarla. El cristiano tendrá que sufrir incluso que se le prohí­
ba el Evangelio, si es que es posible prohibir a algu ien el
Evangelio, como veremos.
Otro ejem p lo : ¿qué hace el propio Cristo cuando le m a­
tan en la cruz, renunciando con su m uerte al m inisterio de
la predicación para el que Dios mismo le había enviado en
bien de las alm as? Esto es lo que hace, como dice S. Pedro:
se encom ienda al que juzga con justicia y sufre esta intolera­
ble in ju sticia. Además rogó por sus perseguidores, dicien­
do: padre, perdónales porque no saben lo que hacen. Si fué­
seis cristianos de verdad, tendríais que obrar de la m ism a for­
ma y seguir su ejem plo. Si no obráis así, abandonad in m e­
diatam ente el nombre de cristianos y la pretensión de que
seguís el derecho cristiano. No sois cristianos, con toda cer­
teza; estáis obrando contra Cristo y su derecho, contra sus
enseñanzas y su ejem plo. Si obráis como cristianos, pronto
veréis un m ilagro de Dios que os ayudará, como hizo con
Cristo, al que, después del cum plim iento de su pasión, ven­
gó de tal form a que su Evangelio y su reino se extendieron
con fuerza, a pesar de todos sus enem igos. Tam bién os ayu ­
dará a que su Evangelio se extienda entre vosotros si antes
sufrís, si ponéis vuestra causa en sus manos y si dejáis que
prevalezca su venganza. Pero si intervenís vosotros mismos
y no queréis sufrir sino que queréis conquistar y ganar con
los puños, obstaculizáis su venganza y no conservaréis ni el
Evangelio ni los puños.
Yo debo contarm e a m í mismo como un ejem plo actual
de estos tiem pos. El papa y el em perador se han puesto con­
tra m í y se han enfurecido conm igo. ¿Cómo he conseguido
que mi Evangelio se haya extendido más cuanto más se han
enfurecido el papa y el em perador? N unca he echado m ano
de la espada ni he reclamado venganza; no he comenzado
ninguna rebelión ni amotinamiento; por el contrario, he con­
tribuido a defender, en cuanto he podido, el poder y el ho­
nor de la autoridad secular, incluso de aq u ella que me p er­
seguía a m í y a m i Evangelio. En este asunto he rem itido
todo a Dios y m e he confiado siem pre totalm ente a sus m a­
nos. Esta es la razón por la que m e ha conservado la vida
a despecho del papa y de todos los tiranos, lo que muchos
tienen por un m ilagro y yo m ism o he de reconocerlo así; y
no sólo eso, sino que además ha perm itido que m i Evange­
lio crezca cada vez más. Vosotros, sin em bargo, os precipi­
táis, queréis ayudar al Evangelio y no véis que con vuestro
comportamiento estáis poniéndole obstáculos y reprim ién­
dole de la form a más profunda.
Os digo estas cosas, mis queridos am igos, para advertiros
lealmente de que abandonéis en este asunto el nombre de
cristianos y el pretexto del derecho cristiano. Por mucho d e­
recho que tengáis, no corresponde al cristiano reclam ar d e­
rechos ni luchar, sino sufrir la in justicia y soportar el m al;
no otra cosa se desprende de 1 Corintios 6,3 y s. Vosotros
mismos reconocéis en el preám bulo que todos los que creen
en Cristo tienen que ser am ables, pacíficos, pacientes y vivir
unidos. Pero en realidad os m ostráis im pacientes, in tran q u i­
los, dem ostráis lucha y m alicia, en contra de vuestras pro­
pias palabras, a no ser que queráis llam ar pacientes a los que
sólo están dispuestos a soportar el derecho y la bondad y no
la injusticia o el m al. ¡Bonita paciencia sería ésta, que in clu ­
so un canalla puede tener, sin hablar de un creyente en Cris­
to! Por esto os repito que yo os concedo que vuestra causa
sea todo lo buena y justa que p u ed a ser y que, como queréis
defenderla por vosotros mismos sin estar dispuestos a sufrir
la violencia o la injusticia, podáis hacer y no hacer lo que
Dios no os prohíbe. Pero dejad estar el nombre de cristia­
nos, digo el nombre de cristianos, y no lo utilicéis como ta­
padera de vuestro propósito im pacien te, no pacífico ni cris­
tiano. No quiero dejaros ni concederos este nom bre; quiero
arrancároslo con mis escritos y con m i palabra, según m i ca­
pacidad, hasta que me quede u n a gota de sangre en m is ve­
nas. No podréis triunfar o triunfaréis con la perdición de vues­
tro cuerpo y vuestra alm a.
No quiero con ello justificar ni defender a la autoridad
por la intolerable injusticia que estáis sufriendo. Reconozco
que es in justa y comete una in ju sticia horrible. Lo que yo
quiero es lo siguiente: que si las dos partes no queréis llegar
a un entendim iento y os enfrentáis m utuam ente — Dios no
lo quiera— , ninguna de las partes se llam e cristiana; será co­
mo un pueblo que lucha contra otro, según el curso del m un ­
do, y, como se dice, Dios castiga a un bribón con otro. En­
tre esta clase de gente y con este nom bre os cuento a voso­
tros para que sepa la autoridad q u e, si se llega a la lucha
—la gracia de Dios la evite— , no está luchando contra cris­
tianos sino contra paganos; y que sepáis vosotros que no lu ­
cháis contra la autoridad como cristianos sino como p ag a­
nos. Los cristianos no combaten para sí mismos con la espa­
da y arcabuces, com baten con la cruz y el sufrim iento, de
la misma m anera que vuestro jefe Cristo no porta la espada
sino que pende de la cruz. Q ue no se apoye vuestra victoria
en la superioridad, en la dom inación o en la violencia; que
se apoye en la sum isión y en la d e b ilid ad , como dice S. P a­
blo en 2 Corintios 10,4: «las armas de nuestros caballeros no
son carnales, son poderosas en Dios» y tam bién : «la fuerza
se completa con la debilidad».
Vuestro título y vuestro nom bre ha de ser éste: sois gentes
que luchan porque no quieren sufrir la injusticia y el m al,
de conformidad con la naturaleza. Este es el nombre que te ­
néis que llevar, dejando en paz el nom bre de Cristo, pues
ésa es vuestra obra y así actuáis. Si no queréis llevar ese nom ­
bre y queréis conservar el de cristianos, ¡b u en o !, tendré en ­
tonces que entender que el asunto m e concierne a m í y te n ­
dré que contaros como enem igos q ue com baten m i Evange­
lio o quieren obstaculizarlo más de lo q ue han hecho hasta
ahora el papa y el emperador, porque vosotros atacáis el Evan­
gelio en nombre del Evangelio. No os ocultaré lo que voy
a hacer. Encomendaré este asunto a D ios, arriesgaré el pes­
cuezo, con la gracia de Dios, y me confiaré en él totalm ente
como he hecho hasta ahora contra el p ap a y el em perador.
Rogaré por vosotros para que Dios os ilu m in e y me opondré
a vuestro propósito para que él no p erm ita que tenga éxito.
Veo con claridad que el dem onio, que hasta ahora no ha po­
dido elim inarm e por m edio del p ap a, in ten ta exterm inar­
me y devorarme por m edio de los sanguinarios profetas ase­
sinos y espíritus sectarios que están entre vosotros. Bueno,
que me coma. Se le hará el estóm ago dem asiado pequeño,
eso lo sé yo. Y si ganáis, no disfrutaréis realm ente m ucho.
Os pido hum ilde y am igablem ente que reflexionéis y os por­
téis de forma tal que no sean necesarias m i resistencia ni mis
oraciones a Dios contra vosotros.
Aunque soy un pobre pecador, sé y tengo la certeza de
que, en este caso, m i causa es la ju sta al luchar por el nom ­
bre cristiano y al rogar para que no sea u ltrajado. T am bién
estoy seguro de que Dios aceptará m is súplicas y las escucha­
rá. El mismo nos ha enseñado a rezar así en el padrenuestro
cuando decimos: «santificado sea tu nom bre» y en el segu n ­
do m andam iento nos ha prohibido deshonrar su nom bre.
Por ello os pido que no despreciéis mi oración y la de todos
los q ue rezan conmigo. Será demasiado poderosa para voso­
tros y alentará a Dios contra vosotros, como dice Santiago:
«la oración del justo puede mucho, si es constante», como
rezó E lia s5. Tenemos tam bién la promesa de Dios de que
nos escuchará, en Juan 14,14: «os daré lo que pidáis en mi
nom bre». Y en 1 Juan 5,14: «si pedimos algo según su vo­
lu n tad , nos escuchará». Vosotros no podéis tener este con­
suelo y esta confianza para rezar porque vuestra conciencia
y la Escritura os convencen de que vuestro propósito es pa­
gano y no cristiano y de que obráis contra el Evangelio y en
deshonra del nombre cristiano bajo el nom bre del Evange­
lio. Sé tam bién que ninguno de vosotros jam ás ha rezado
o invocado a Dios en este asunto. Pero tampoco lo podéis
hacer. No osáis levantar vuestros ojos hacia él. Confiáis sólo
en vuestros puños, que habéis juntado por una voluntad im ­
p acien te y no dispuesta al sufrim iento; eso no os dará buen
resultado.
Si fuéseis cristianos, dejaríais de esgrim ir los puños y la
espada y dejaríais de am enazar; os atendríais al padrenues­
tro y llevaríais adelante vuestra causa con oraciones, dicien­
do: «hágase tu voluntad» y «líbranos del m al. A m én». Esto
es lo que véis en el Salterió, donde los santos verdaderos ex­
ponen sus necesidades y sus quejas ante Dios, buscando su
ayu d a; no se defienden a sí mismos ni oponen resistencia
al m al. U na oración así os habría ayudado en todas vuestras
necesidades más que si todo el m undo fuera vuestro. Ten­
dríais adem ás buena conciencia y la consoladora seguridad
de ser escuchados, como expresan sus promesas: 1 Timoteo
4,10: «es el apoyo de todos los hombres, principalm ente de
los q ue creen»; Salmo 50,15: «invócame en tu necesidad y
te prestaré socorro» y Salmo 91,15: «le libraré porque me ha
invocado en la necesidad». Mirad, ésta es la verdadera forma
cristiana de liberarse de la desgracia y del m al, esto es, sufrir
e invocar a Dios. Pero como no hacéis n in gu n a de estas dos
cosas, ni lo invocáis ni sufrís, sino que queréis apoyaros en
vuestra propia fuerza, os convertís en vuestro propio Dios
y salvador. De esta suerte, Dios no puede ser, ni ha de ser,
vuestro Dios y salvador. Como paganos y blasfemos quizá
obtengáis algo, si Dios lo perm ite —rogamos para que no
ta , pero únicamente para vuestra perdición temporal y eter­
na. Como cristianos o evangélicos, sin em bargo, no ganaréis
nada; apostaría m il veces m i vida.
Con ello hemos respondido fácilm ente a todos vuestros ar­
tículos. A un cuando todos fueran de derecho natural y de
equidad, habéis olvidado, sin em bargo, el derecho cristia­
no, por no haberlos im puesto y realizado con paciencia y ora­
ciones a Dios, como corresponde a los cristianos, y por haber
intentado im ponerlos, con vuestra im paciencia y m alicia, a
la autoridad, coaccionándola con violencia, lo cual es con­
trario al derecho del país y a la equidad natural. Q uien ha
redactado vuestros artículos no es hombre piadoso ni hones­
to. Ha citado al m argen muchos capítulos de la Escritura,
como si los artículos se fundam entaran en ellos, pero guarda
la masa en la boca, sin citar los textos, para dar a su m aldad
y a vuestros propósitos un pretexto para seduciros, azuzaros
y lanzaros al peligro. Estos capítulos citados, si se los lee, no
dicen m ucho de vuestros propósitos, sino todo lo contrario,
es decir, que hay que vivir y obrar cristianam ente. Será pro­
bablem ente un profeta sectario que pretende apoyar su te­
m eridad en el Evangelio, a través de vosotros. Q ue Dios se
lo im pida y os preserve de él.
Decís, en prim er lugar, en el preám bulo, que no queréis
la rebelión y os disculpáis diciendo que anheláis vivir y ense­
ñar según el Evangelio, etc. Sin embargo, vuestra boca y vues­
tras obras os condenan, pues confesáis que formáis bandas
y os subleváis. Y a habéis oído antes que el Evangelio enseña
que los cristianos tienen que sufrir y soportar la injusticia y
rogar a Dios en cualquier necesidad. Vosotros, en cambio,
no queréis sufrir sino que, como paganos, forzáis a la auto­
ridad a seguir vuestra voluntad y vuestra im paciencia. Men­
cionáis tam bién como ejem plo a los hijos de Israel, que Dios
escuchó su llam ada y los liberó. ¿Por qué no seguís ese ejem-
pío que decís? Invocad tam bién a Dios y no cejéis hasta que
os envíe otro Moisés que pruebe, con signos y prodigios, que
ha sido nombrado por él. Los hijos de Israel no se subleva­
ron contra el faraón ni solucionaron sus asuntos ellos mis­
mos, como sí pretendéis vosotros. Este ejem plo se vuelve con­
tra vosotros y os condena a vosotros que decís que lo seguís
y obráis en realidad lo contrario.
Tampoco es verdad lo que decís de que enseñáis y vivís
según el Evangelio. No hay ningún artículo que enseñe algo
del Evangelio; todo se dirige a liberar vuestros cuerpos y vues­
tros bienes; en resum en, todos los artículos plantean cues­
tiones seculares, tem porales, de que queréis el poder y los
bienes y no estáis dispuestos a sufrir la injusticia. El Evange­
lio , por el contrario, no se preocupa en absoluto de las cosas
seculares y sitúa la vida exterior sólo en sufrim iento, injusti­
cia, cruz, paciencia y en el menosprecio de los bienes tem ­
porales y de la vida. ¿Cóm o se conciba, entonces, el Evange­
lio con vosotros, sí lo único que buscáis en él es un pretexto
para vuestros propósitos no evangélicos ni cristianos, ultra­
jan d o con ello el santo Evangelio de Cristo y convirtiéndolo
en una tapadera? En este asunto tenéis que adoptar una pos­
tura distinta: o abandonar por completo esta causa, dispo­
niéndose a sufrir la in justicia, si queréis ser y llam aros cris­
tianos, o, si queréis realizar esos propósitos, adoptar otro
nom bre y no llamarse ni considerarse cristianos; no existe tér­
m ino m edio y no se puede solucionar esta cuestión de otra
m anera.
Es verdad que tenéis derecho a reclam ar el Evangelio si
lo hacéis de otra m anera, en serio. Yo puedo redactar este
artículo incluso con m ayor radicalidad que vosotros y decir
así: es intolerable que se cierren las puertas del cielo a al­
g uien y que se le envíe por la fuerza al infierno. N adie debe
sufrir esto, antes ha de arriesgar cien veces su vida. Quien
m e prohíbe el Evangelio es quien me cierra el cielo y me en­
vía al infierno, pues no hay otro medio para la salvación de
las alm as que el Evangelio. Esto no puedo tolerarlo so pena
de perder el alm a. M irad, ¿no está dem ostrado el derecho
con suficiente fuerza? De ahí no se sigue que tenga que le-
yantarme con los puños contra la autoridad que m e haga es­
ta injusticia. Si tú me dices: ¿cóm o he de sufrir y al mismo
tiempo no sufrir? La respuesta es fácil: es im posible que al­
guien ponga obstáculos al Evangelio; no existe n ingún po­
der en el cielo o en la tierra que sea capaz de hacerlo, pues
es una doctrina pública que circula librem ente aq u í abajo,
sin estar vinculada a ningún lu g ar, como la estrella q ue, con
•su movimiento en el aire, mostró el nacim iento de Cristo
a los magos de oriente.
Es verdad, ciertam ente, que en algunas ciudades, lugares
y territorios donde está presente el Evangelio o algún pred i­
cador, los señores lo prohíben. Pero tú puedes entonces aban­
donar esa ciudad o ese lugar y correr tras el Evangelio a otro
lugar. No es preciso que, por causa del Evangelio, tomes o
mantengas una ciudad o lugar. D eja la ciudad para su señor
y tú sigue al Evangelio. Así tú sufres la injusticia que se te
hace y el destierro y, al mismo tiem po, no sufres que se te
quite el Evangelio o que se te lo prohíba. Mira cómo así se
concilian las dos cosas: sufrir y no sufrir. Si no, si quieres
conservar la ciudad y el Evangelio, le robas al señor de la ciu­
dad lo suyo, bajo el pretexto de q ue lo haces por el Evange­
lio. Q uerido, el Evangelio no te enseña a robar ni a quitar
nada, aun cuando el señor abuse de sus bienes contra Dios,
con injusticia y en perjuicio tuyo. El Evangelio no necesita
ningún espacio terrenal ni n in gu n a ciudad para establecer­
se. En el corazón es donde quiere y debe fijar su m orada.
Esto lo ha enseñado Cristo en M ateo 10,23: «si os expul­
san de una ciudad, huid a otra». El no dice: si os expulsan
de una ciudad, quedaos en e lla y adueñaros de la ciudad pa­
ra gloria del Evangelio y am otinaros contra los señores de la
ciudad, como ahora se quiere hacer y enseñar, sino que d i­
ce: h u id , huid siempre a otra ciudad hasta que venga el hijo
del hombre, etc. Yo os digo q u e no habréis llegado a todas
las ciudades antes de que venga el hijo del hom bre. Tam ­
bién dice él en Mateo 23,24 que los im píos expulsarán a sus
evangelistas de una ciudad a otra. Tam bién Pablo habla así
en 1 Corintios 4,11: «no tenem os un lugar fijo». Cuando a
un cristiano le sucede que tiene que andar de un lugar para
otro, por causa del Evangelio, y tien e que dejar todo, el lu­
gar donde está y todo lo que tiene, o se halla en constante
incertidum bre esperando en cualquier momento que eso su­
ceda, le está sucediendo lo que corresponde a un cristiano
Porque, precisam ente por no querer sufrir que se le quite
el Evangelio o se le prohíba, sufre q ue se le prive o se le pro­
híba una ciu dad, un lugar, sus bienes y cuanto es y tiene.
¿Cómo se concilia vuestro propósito con esto, cuando tomáis
y retenéis ciudades y lugares que no son vuestros y cuando
no queréis sufrir que se os prive de ellos o se os prohíban
sino que vosotros se los quitáis y vedáis a sus señores natura­
les? ¿Q ué clase de cristianos son ésos que, por causa del Evan­
gelio, se convierten en ladrones y bribones y dicen, después,
que son evangélicos?

SOBRE EL ARTICULO PRIMERO

Toda com unidad ha de poseer el poder para elegir y des­


titu ir al párroco. Este artículo es justo, si se aplica de manera
cristiana, prescindiendo de que los capítulos que se indican
en el m argen no vienen al caso. A hora bien, si los bienes
de la parroquia provienen de la autoridad y no de la comu­
n id ad , ésta no podrá dárselos al que e lija, pues esto sería un
robo y una sustracción. Si la com unidad quiere tener un pá­
rroco, que se lo pida, prim ero, con hum ildad a la autori­
dad. Si la autoridad no accede, que e lija la com unidad su
propio párroco y lo m antenga con sus propios recursos, de­
jando a la autoridad con los suyos o con los que obtenga de
ésta con justicia. Si la autoridad no tolera a este párroco ele­
gido y m antenido por la com unidad, que se le deje huir a
otra ciudad y que huya con él el q u e quiera, como enseña
Cristo. Esto es elegir y tener un párroco de manera cristiana
y evangélica. Q uien actúe de otra m anera no se comporta
cristianam ente sino como un ladrón y malhechor.
SOBRE EL ARTICULO SEGUNDO

Los diezmos tienen que ser distribuidos entre los párrocos


y los pobres. El sobrante que se reserve para las necesidades
del país, etc. Este artículo es un puro robo y bandidism o
abierto. Quieren apoderarse de unos diezm os que no son su­
yos sino de la autoridad y hacer con ellos lo que quieran.
Esto no es así, queridos am igos, esto significa destituir por
completo a la autoridad y en el preám bulo os poníais la con­
dición de no quitar a nadie lo suyo. Si queréis hacer el bien
y dar los bienes, hacedlo con vuestros bienes, como dice el
Sabio6. Dios afirm a por boca de Isaías: «Aborrezco el sacri­
ficio que procede de un robo» 7. Y vosotros estáis hablando
en este artículo como si fuéseis ya señores del país y os hu ­
bierais apropiado de todos los bienes de la autoridad para
vosotros y como si no quisiérais ser súbditos de nadie ni dar
nada a nadie. En eso se ve lo que tenéis en m ente. Queridos
señores, desistid, desistid, no lograréis vuestro propósito. De
nada os servirán los capítulos de la Escritura que vuestro m en­
tiroso predicador y falso profeta ha garabateado en el
m argen8; se vuelven contra vosotros.

SOBRE EL ARTICULO TERCERO

No debe existir la servidum bre, puesto q ue Cristo nos ha


liberado. ¿Qué es esto? Esto significa convertir la libertad
cristiana en algo totalm ente carnal. ¿No tuvieron siervos
Abraham y los dem ás patriarcas y profetas? Leed lo que dice
S. Pablo sobre los criados, que en aquel tiem po eran todos
siervos. Por esto, este artículo se opone directam ente al Evan­
gelio y es un robo: uno le arrebata a su señor un cuerpo,
que se había convertido en suyo. Un siervo puede muy bien

6 V id. Proverbios 3,9-


1 V id. Isaías 6 1,8 .
8 Lutero pensaba que el autor de los doce artículos era Christoph Schap-
peler, predicador de M em m ingen.
ser cristiano y gozar de la libertad cristiana, igual que un pri­
sionero o un enferm o son cristianos sin ser libres. Este artí­
culo intenta ig u alar a todos los seres hum anos y hacer del
reino espiritual de Cristo un reino secular, externo, lo cual
es im posible. El reino del m undo no puede subsistir si no
existe desigualdad en las personas, en el sentido de que unos
son libres, otros prisioneros, unos señores y otros súbditos,
etc. Como dice S. Pablo, en Gálatas 3,28, en Cristo son una
m ism a cosa señor y criado. Sobre este asunto ha escrito bas­
tante y bien m i señor y am igo U rban R e g iu s9; en él pue­
des leer más sobre este asunto.

SOBRE LOS OTROS OCHO ARTICULOS

Los otros artículos sobre la libertad de caza, de aves, pes­


ca, m adera, bosques, servicios, tributos, im puestos, peajes,
óbitos, etc., los rem ito a los juristas. A un evangelista como
yo no le corresponde juzgar ni dictam inar sobre estos temas.
Yo tengo que instruir y enseñar a las conciencias lo que ata­
ñe a los asuntos divinos y cristianos. Sobre las otras cuestio­
nes hay bastantes libros en el derecho del im perio. Más arri­
ba he dicho que estos asuntos no interesan al cristiano ni tam ­
poco le im portan. Q ue deje robar, arrebatar, despellejar, re­
prim ir, rascar, devorar y bramar a q u ien quiera, pues él es
un m ártir en la tierra. Por esto, los cam pesinos tendrán que
dejar en paz el nom bre cristiano y obrar con el nombre de
las gentes que quieren el derecho hum ano y n atural, no con
el nombre de gentes que anhelan el derecho cristiano. Este
les ordena ser pacíficos en estos asuntos, sufrir y quejarse só­
lo ante Dios.
He aq uí, queridos señores y am igos, m i enseñanza, que
m e habéis solicitado en la segunda hoja. Os ruego que pen ­
séis sobre vuestro ofrecimiento de dejaros guiar gustosamente
por la Escritura. C uando recibáis esta respuesta, no gritéis

9 Urban Regius era predicador en Augsburgo. Predicó sobre la servidum ­


bre antes de la guerra de los campesinos y pu blicó sus sermones en 1 525.
en seguida: Lutero adula a los príncipes y h ab la en contra
del Evangelio. Leedla antes y ved mi fundam entación en la
Escritura, pues os im porta a todos vosotros. Yo ya estoy ex­
cusado ante Dios y el m undo. Conozco m uy bien a los falsos
profetas que hay entre vosotros. No los obedezcáis, verda­
deramente os están seduciendo. No tienen en cuenta vues­
tras conciencias; quieren hacer de vosotros unos gálatas p a­
ra, a través de vosotros, lograr bienes y honores y luego, ju n ­
tamente con vosotros, condenarse en el infierno para toda
la eternidad.

EXHORTACION CONJUNTA
A LA AUTORIDAD Y AL CAMPESINADO

Queridos señores, como no hay nada de cristiano en am ­


bas partes y tampoco se está disputando entre vosotros una
cuestión cristiana, sino que ambos, señores y cam pesinos, te­
néis que ver con la justicia y la injusticia pagana o secular
y con los bienes temporales y como, adem ás, estáis luchan­
do ambos contra Dios y estáis bajo su cólera, como ya habéis
escuchado, dejad, por el amor de Dios, que se os hable y
se os aconseje y abordad este asunto como hay que abordar­
lo, es decir, con justicia y no con violencia o lu ch a, para que
no causéis en A lem ania un derram am iento de sangre sin fin.
Puesto que ninguna de las dos partes tiene razón y, adem ás,
queréis vengaros y defenderos vosotros m ism os, ambos p e­
receréis y Dios castigará a un canalla con otro.
Vosotros, señores, tenéis en contra vuestra la Escritura y
la historia de cómo son castigados los tiranos. Ya los poetas
paganos 10 escribían que los tiranos rara vez m ueren de
muerte natural y que lo más común es que sean estrangula­
dos o mueran violentam ente. Como es cierto que gobernáis
tiránica y cruelm ente, que prohibís el evangelio, que opri­
mís y vejáis a los pobres, no tenéis n ingún consuelo ni espe­
ranza, sino el de perecer de la m ism a m anera que vuestros
igu ales. M irad cómo han sucum bido por la espada todos los
reinos, como los asirios, los persas, los judíos, los romanos,
e tc ., q ue fueron, finalm ente, destruidos de la m ism a m ane­
ra que h ab ían destruido ellos a lo sdem ás. Con ello Dios de­
m uestra que es el juez de la tierra y que no d e ja ninguna
in ju sticia sin castigo. Por esto, no tenéis nada m ás cierto que
su ju icio , para ahora o para después, si no os enm endáis.
Vosotros, campesinos, tam bién tenéis en contra de voso­
tros la Escritura y la experiencia de que ninguna revuelta ha
tenido jam ás un buen fin al; Dios ha m antenido siem pre el
rigor de estas palabras: «el que desenvaina la espada, por la
espada perecerá». Estáis con certeza bajo la cólera de Dios
porque com etéis injusticia al convertiros en jueces y venga­
dores de vosotros mismos y porque, adem ás, lleváis in d ig­
nam ente el nombre de cristianos. Aun cuando ganarais y des­
truyerais a todos los señores, acabaríais al final desgarrándoos
entre vosotros como bestias furiosas. Como no es el espíritu
sino la carne y la sangre q uien os gobierna, pronto os envia­
rá Dios un espíritu m alo entre vosotros, como ya hizo con
Sichem y A bim elec. Mirad que todas las revueltas han ten i­
do un fin al, como la de Kore, en N úm eros 16; tam bién las
de A bsalón, Scheba, Schim ei y otras. En resum en: Dios es
enem igo de am bos, de los tiranos y de los rebeldes: por eso
lan za a unos contra los otros para que ambas partes perez­
can ignom iniosam ente y se cum plan su cólera y su juicio so­
bre los im píos.
A m í m e resulta esto m uy penoso y me produce una gran
com pasión y con gusto ofrecería m i vida y m i m uerte para
evitar estos dos años insuperables para ambas partes: la pri­
m era consecuencia que se deriva es ésta: que, como ninguna
de las partes lucha con buena conciencia, pues am bas partes
com baten por el m antenim iento de la in ju sticia, quienes
m ueran en el combate se perderán en cuerpo y alm a para
la etern idad, al morir en pecado, sin arrepentim iento ni gra­
cia, en la cólera de Dios; ah í ya no hay nin gu n a ayuda ni
consejo para ellos. Los señores luchan para afianzar y conser­
var su tiran ía, la persecución del Evangelio y las cargas injus-
tas sobre los pobres o para ayudar a los que actúan de esa
manera. Esta es una trem enda in justicia y está contra Dios:
quien peque con esa injusticia se perderá para toda la eter­
nidad. Los cam pesinos, por su parte, luchan para defender
su revuelta y su abuso del nombre cristiano, cosas ambas m uy
contrarias a Dios; quien m uera en esa situación se perderá
también para la eternidad; tampoco aq u í hay rem edio.
El otro daño es que A lem ania será devastada y cuando co­
mienza un derram am iento de sangre difícilm ente se le pone
fin, a no ser con la destrucción de todo. La lucha com ienza
pronto, pero no está en nuestro poder ponerle fin según nues­
tra voluntad. ¿Q ué os han hecho tantos niños inocentes, viu­
das y ancianos para que los arrastréis vosotros locos a este ries­
go de llenar el país de sangre, de robos, de viudas y huérfa­
nos? Ah, este es el m al que el dem onio tiene en m ente: la
ira de Dios se ha encendido tanto que nos am enaza con sol­
tarlo y que satisfaga su venganza con nuestra sangre y con
nuestras alm as. A ndad con cuidado, queridos señores, y sed
sensatos. Esto os im porta a am bas partes. ¿De qué os sirve
condenaros deliberadam ente para toda la eternidad y dejar,
además, a vuestra posteridad un país devastado, destruido
y ensangrentado, cuando podríais solucionar este asunto, a
tiempo y de un modo m ejor, con penitencia a Dios y con
un acuerdo amistoso o sufriendo voluntariam ente a los hom ­
bres? Con arrogancia y lucha no conseguiréis nada.
Por todo esto, m i leal consejo sería que se elija del seno
de la nobleza a algunos condes y señores y de las ciudades
a algunos consejeros para que discutan y pacifiquen am ig a­
blem ente el asunto. Que vosotros, señores, depongáis vues­
tras rígidas exigencias, que al fin al tendríais que abandonar,
quisierais o no quisierais; que aliviéis un poco vuestra tira­
nía y opresión, para que los pobres puedan ganar aire y es­
pacio para vivir. Que los cam pesinos, en cam bio, se dejen
guiar y abandonen algunos artículos que van dem asiado le ­
jos. De esta m anera, aunque el asunto no se resuelva de una
manera cristiana, al menos se solucionará según el derecho
y los acuerdos hum anos.
Si no seguís este consejo —Dios lo quiera— , tengo que
dejar que os lancéis a la guerra. Pero yo soy inocente de vues­
tras alm as, de vuestra sangre y vuestros bienes; vosotros mis­
mos seréis los responsables. Os he dicho que n in gu n a de las
partes tien e razón y que lucháis por la injusticia. Vosotros,
señores, no lucháis contra cristianos, porque los cristianos no
os hacen n ad a, pues lo sufren todo; lucháis contra ladrones
públicos y profanadores del nom bre cristiano; los que pe­
rezcan entre ellos ya están condenados para la eternidad. Vo­
sotros, campesinos, no lucháis tampoco contra cristianos, lu­
cháis contra tiranos y perseguidores de Dios y de los hom­
bres y contra asesinos de los santos de Cristo. Los que entre
ellos m ueran, están tam bién condenados para la eternidad.
A hí tenéis, am bas partes, el juicio cierto de Dios sobre voso­
tros, que yo sé que es verdadero. Si no queréis seguir m i con­
sejo, haced lo que queráis para conservar vuestro cuerpo y
vuestra alm a.
Yo, en cam bio, rogaré a m i Dios que os ponga de acuer­
do u os u n a a ambas partes o im p id a en su gracia que las
cosas discurran según vuestro propósito, aunque los horri­
bles signos y prodigios que se han producido en estos tiem ­
pos me pesan en el ánim o y me tem o que la cólera de Dios
se haya desencadenado con dem asiada fuerza, como dice él
en Jerem ías: «aunque Noé, Jo b y D aniel intercedan ante mí,
no tendrá benevolencia con este pueblo» n . Q uiera Dios
que os atem oricéis ante su cólera y os enm endéis para que
esta p lag a se aplace y dem ore. Bueno, os he aconsejado a
todos cristiana y fraternalm ente, con suficiente lealtad , co­
mo m e testim onia m i conciencia. Dios haga que sirva para
algo. A m én.

C onvertetur dolor eius in caput eius


e t in verticem ipsius iniquitas eius descendat 12.

11 V id. Je rem ía s 15 ,14 .


12 V id. Salm o 7 ,1 7 : «recaerá sobre su cabeza su m aldad y caerá sobre
su cabeza su crueldad».
CONTRA LAS B A N D A S LA D R O N A S
Y ASESIN AS DE LOS CAM PESIN OS
( 1525)

A comienzos de m ayo de 1525, pocas semanas después de escribir la Ex


hortación a la p a z ..., escribe Lutero el breve y duro fo lleto «Contra las b an ­
das ladronas y asesinas de los campesinos».
La rebelión de los campesinos había ido en aum ento , extendiéndose a
Turingia. En esta región Thomas Müntzer y Heinrich Pfeiffer se habían puesto
a la cabeza del levantam iento, coordinando a los cam pesinos de la región
con los de Hesse, Franconia y Suabia. El 27 de abril de 15 2 5 , en M ü h lh a u ­
sen, M üntzer hizo un llam am iento público a la acción. Los campesinos lle ­
garían a sumar un ejército de 8 .0 0 0 personas. El 15 de m ayo se produciría
el gran desastre: los campesinos, bajo la jefatu ra de M üntzer, fueron a b a ti­
dos en Frankenhausen por las fuerzas del protestante Philipp de Hesse y
del católico duque G eorg de Sajonia (ducado). M üntzer fue capturado, des­
pués de poder huir, torturado y, fin alm ente, ejecutado, ju n to con P feiffer.
La guerra fue un fracaso total para el cam pesinado.
La traducción de W id e r die räuberischen u n d m ördischen R otten d e r
Bauern sigue el texto de la edición de W e im a r: W A 18, 3 5 7 -3 6 1.

En el librito anterior 1 no me atreví a juzgar a los cam pe-


1 V id. Erm ahnung zum F r i e d e n . , traducido en este volum en: Exhor­
tación a la p a z pág. 67.
sinos porque habían ofrecido someterse al derecho y a la m e­
jo r doctrina. No hay que juzgar, como ordena Cristo en Ma­
teo 7 , 1. Peto antes de que volviera la cabeza se han lanzado
y están atacando con los puños y, olvidando su ofrecimien­
to, roban, hacen estragos y actúan como perros rabiosos. Aho­
ra se está viendo m uy bien lo que abrigaban en su falso espí­
ritu y que era puro engaño lo que en los doce artículos ha­
bían puesto bajo el nombre del Evangelio. En una palabra,
están haciendo realm ente una obra diabólica y, en particu­
lar, está ese archidiablo que reina en M ühlhausen 2, que no
hace otra cosa sino robos, asesinatos y derram am iento de san­
gre; es un asesino desde el principio, como dice Cristo de
él en Juan 8,44. Como ahora estos campesinos y estas m ise­
rables gentes se están dejando seducir y están actuando de
m anera distinta a como habían dicho, yo tam bién escribiré
sobre ellos en forma distinta y, antes que nada, les pondré
sus pecados ante sus ojos, como ordenó Dios a Isaías y Eze-
q u iel, por si algunos quisieran reconocerlos. Después instruiré
a la autoridad secular sobre cómo ha de comportarse en este
asunto.
Tres horribles pecados contra Dios y los hombres cargan
sobre sí estos campesinos, con los que han m erecido de d i­
versas m aneras la m uerte del cuerpo y del alm a. Primero:
juraron fid elid ad y hom enaje a su autoridad y ser súbditos
ob edientes, como ordena Dios al decir: «dad al césar lo que
es del césar» y, en Rom anos 13,1: «que todos se sometan a
la auto ridad», etc. Pero han roto de forma insolente y alevo­
sa esta obediencia levantándose contra sus señores, con lo que
han incurrido en la perdición del cuerpo y del alm a, como
m alhechores desleales, perjuros, mentirosos y desobedien­
tes. Por esta razón, tam bién S. Pablo, en Rom anos 13,2, lan­
za sobre ellos este juicio: «los que se resisten a la autoridad
atraerán un juicio sobre sí». Estas palabras alcanzarán tam ­
b ién , tarde o tem prano, a los campesinos, pues Dios quiere
q u e se observen la fidelidad y el deber.

2 El «archidiablo» de M ühlhausen es Thomas M üntzer.


Segundo: provocan la rebelión, roban y saquean con m a­
licia conventos y castillos que no son suyos; con estas accio­
nes se hacen doblem ente reos de m uerte del cuerpo y del
alm a, como los salteadores de los caminos públicos y los ase­
sinos. Adem ás, un rebelde, de quien se pueda demostrar que
lo es, es un proscrito de Dios y del em perador, de modo que
el prim ero que pueda estrangularlo actúa bien y rectam en­
te. C u alq u iera es juez y verdugo de un rebelde público, lo
mismo que, cuando se declara un incendio, el mejor es el
que prim ero puede extinguirlo. La rebelión no es sólo un
asesinato, es como un gran fuego que abrasa y devasta al país;
la rebelión trae consigo un país lleno de m uertes, de derra­
m am iento de sangre, hace viudas y huérfanos y destruye to­
do como la más terrible de las calam idades. Por eso, quien
pueda ha de ab atir, degollar o apuñalar al rebelde, en p ú ­
blico o en privado, y ha de pensar que no puede existir nada
más venenoso, nocivo y diabólico que un rebelde; ha de m a­
tarlo ig u al que hay que m atar a un perro rabioso; si tú no
lo abates, te abatirá a ti y a todo el país contigo.
Tercero: encubren todos estos horrendos y crueles peca­
dos con el Evangelio, se llam an hermanos cristianos, toman
juram ento y hom enaje y ob ligan a la gente a seguirles en
esta abom inación; se convierten así en los mayores blasfe­
mos y profanadores del nom bre de Dios; honran y sirven al
diablo bajo la apariencia del Evangelio, por lo que se hacen
merecedores diez veces de la m uerte del cuerpo y del alm a,
pues no he oído nunca de pecado más odioso. Creo, in clu­
so, que el diablo presiente el d ía final y por eso emprende
algo tan in audito , como si d ijera: esto es lo últim o , por eso
tiene que ser lo peor; así rem ueve la sopa del fondo y socava
el fondo tam bién; Dios q uiera im pedirlo. A hí ves qué prín­
cipe tan poderoso es el dem onio, cómo tiene al m undo en
sus m anos y puede confundirlo todo, pues puede cautivar,
seducir, cegar, endurecer y sublevar con tanta rapidez a tan­
tos m iles de campesinos y puede hacer con ellos lo que su
rabiosísim o furor se proponga.
No les sirve de nada a los campesinos aducir que, en Gé­
nesis 1 y 2, todas las cosas fueron creadas libres y comunes
ni q ue todos nosotros estemos bautizados. En el Nuevo Tes­
tam ento no es Moisés q u ien cuenta, aq u í está nuestro maes­
tro Cristo, quien nos som ete con nuestro cuerpo y nuestros
bienes al em perador y al derecho secular al decir: «dad al
cesar lo que es del cesar». Tam bién S. Pablo, en Romanos
13,1, dice a todos los bautizados: «que todos se som etan al
poder», y Pedro: «someteos a toda ordenación hum ana». Y
estam os obligados a vivir de esta doctrina de Cristo, como
ordena el padre celestial al decir: «éste es m i h ijo amado,
escuchadle». El bautism o libera las alm as, no los cuerpos y
los bienes. Tampoco el Evangelio establece la com unidad de
bienes, salvo en los casos en que se quiera hacer voluntaria­
m en te, por sí mismos, como hicieron los apóstoles y los dis­
cípulos, Hechos de los A póstoles 4,3 y s. Estos, sin em bar­
go, no exigieron que se hicieran comunes los bienes ajenos de
Herodes y Pilatos, como reclaman nuestros insensatos campe­
sinos, sino los suyos propios. Nuestros campesinos, en cambio,
quieren hacer comunes los bienes ajenos y m antener para ellos
los suyos propios. ¡Vaya cristianos! Creo que ya no hay ningún
diablo en el infierno, pues todos se han trasladado a los cam­
pesinos. Esto es una locura que sobrepasa toda m edida.
Puesto que ahora pesan sobre los campesinos Dios y los
hom bres, puesto que se hacen de tantas m aneras reos de
m uerte en cuerpo y alm a y puesto que no aceptan ni espe­
ran n in gú n derecho y siguen haciendo estragos, he de ins­
truir ahora a la autoridad secular sobre cómo ha de actuar
en este asunto con recta conciencia. En prim er lu gar, no me
opondré a que la autoridad que pueda y quiera golpee y cas­
tigu e a estos campesinos sin ofrecerles previam ente justicia
ni equ id ad , aunque sea una autoridad que no tolere el Evan­
gelio ; la autoridad tiene buen derecho a actuar así. Desde
que los campesinos ya no luchan por el Evangelio, sino que
se han convertido abiertam ente en desleales, perjuros, deso­
bedientes, rebeldes, asesinos, ladrones, y blasfem os, incluso
la au to ridad pagana tiene derecho y poder para castigarlos;
más aú n , está obligada a castigar a esos canallas, para esto
porta la espada y es servidora de Dios contra el que hace el
m al, Rom anos 13,4.
Si la autoridad es cristiana y tolera el Evangelio, con lo
que los campesinos no tienen n in g ú n pretexto para atacarla,
ha de actuar con temor. Antes q ue nada ha de encom endar
el asunto a Dios y reconocer que nos hemos m erecido esto.
Ha de pensar, además, que q u iz á sea Dios q uien excite de
esta suerte al diablo como castigo colectivo a A lem ania. D es­
pués, que p id a hum ildem ente ayu d a contra el d iablo ; noso­
tros lucham os aquí no sólo contra la carne y la sangre, sino
contra los m alos espíritus del aire, a los que debem os atacar
con la oración. Si el corazón está ahora tan d irigid o a Dios
que d eja actuar a la divina voluntad —quiera Dios o no te­
nernos por príncipes o señores— se ha de ofrecer a estos lo ­
cos campesinos el derecho y el acuerdo hasta el exceso (a u n ­
que realm ente no se lo m erecen). D espués, si esto no sirve
de nada, que echen mano de la espada.
Un príncipe o señor ha de pensar que él es u n m inistro
de Dios y un servidor de su cólera, Rom anos 13,4, al que
se ha encomendado la espada sobre esos canallas. Si no los
castiga o no les opone resistencia o no desem peña su oficio
peca ante Dios tanto como el q ue asesina sin que se le haya
confiado la espada. Si pudiendo no castiga con la m uerte
o con el derram am iento de sangre es culpab le de todas las
m uertes y de todos los m ales que com etan esos canallas, lo
mismo que quien, descuidando delib erad am ente el m an d a­
to divino, perm ite que estos canallas hagan m ald ad es cuan ­
do él puede evitarlas y está obligado a ello. Por eso, no hay
que dormirse ahora. Y a no valen la paciencia ni la m iseri­
cordia. Es tiem po de la espada y de la cólera y no de la g ra­
cia.
A sí pues, la autoridad ha de proceder ahora sin tem or y
golpear con buena conciencia, m ientras corra la sangre por
sus venas. Cuenta con la ventaja de que los cam pesinos ac­
túan con conciencia errónea y con que tienen u n a causa in ­
justa y cuenta con que el cam pesino que p ierda la vid a en
esa lucha se perderá con cuerpo y alm a y será eternam ente
del diablo. La autoridad, en cam bio, tiene buena concien­
cia y una causa justa y p uede, por tanto, decirle a D ios con
todo su corazón seguro: M ira, Dios m ío, tú m e has hecho
príncipe o señor, no puedo dudar de ello, y m e has enco­
m endado la espada sobre los m alhechores, Rom anos 13,4.
Es tu p alab ra y no puede m entir. A sí que he de desempe-
ñaar este oficio so pena de perder tu gracia; tam bién es co­
nocido que estos campesinos merecen por muchos motivos
la m uerte an te ti y ante el m undo y que tú me has enco­
m endado su castigo. Pero si quieres que ellos m e m aten, si
quieres retirarm e la autoridad y dejarm e perecer, ¡b ien !, há­
gase tu volu ntad, yo moriré y pereceré cum pliendo tu m an­
dato y tu p alab ra y me encontrarán obediente a tu m andato
y a m i oficio. Por eso castigaré y golpearé m ientras corra san­
gre por m is venas. Tú serás quien lo d irija y lo haga.
Puede suceder, por tanto, que q uien m uera del lado de
la auto ridad sea un verdadero m ártir ante Dios, si ha lucha­
do con esta conciencia, como se ha dicho, pues cam ina en
la palabra de Dios y en su obediencia. Por el contrario, quien
m uera del lado de los campesinos arderá eternam ente en el
in fierno, pues esgrim e la espada contra la palabra de Dios
y su ob ediencia y es un secuaz del diablo. Si sucediera que
vencieran los campesinos (Dios no lo quiera) —aunque para
Dios todo es posible y no sabemos si él quizá quiere, por
m edio del d iab lo , destruir toda institución y toda autoridad
y convertir al m undo en un desierto, como preludio del ú l­
tim o d ía, que no estará lejos— , los que m ueran en el ejerci­
cio del oficio de la espada morirán y perecerán en la certeza
y en la buena conciencia; dejarán al diablo el reino del m undo
tom ando a cam bio el reino eterno. Estos tiempos son tan ex­
traños que un príncipe puede ganar el cielo derram ando san­
gre m ejor q ue otros rezando.
Existe, fin alm en te, otra razón para mover a la autoridad.
Los cam pesinos no se conforman con pertenecer al diablo;
ob ligan y coaccionan a muchas buenas gentes, que no lo h a­
cen gustosam ente, a que les sigan en su diabólica liga, h a­
ciéndoles partícipes, por tanto, de su in iq u id ad y condena­
ción. Q uien con ellos se alia, con ellos va tam bién al diablo
y es culpable de todas las fechorías q ue cometan y que, sin
d u d a, com eterán, pues son tan débiles de fe que no se les
opondrán a aquéllos. Un buen cristiano tendría que sufrir
cien muertes antes que comprometerse en el asunto de los
campesinos ni siquiera el espesor de un cabello. ¡O h !, cuán­
tos mártires podrían florecer ahora m ediante los sanguina­
rios campesinos y los profetas asesinos. La autoridad, no obs­
tante, debería compadecerse de los prisioneros de los cam ­
pesinos. Si no tuvieran otra razón para dejar caer su espada
sin temor sobre los cam pesinos, arriesgando incluso su cuer­
po y sus bienes, ésta sería una razón suficientem ente grande
para hacerlo: salvar y ayudar a esas alm as obligadas por los
campesinos a ingresar en esa liga diabólica, que, contra su
voluntad, han de pecar tan cruelm ente con los campesinos
y se han de condenar. Estas almas están justam ente en el pur­
gatorio, incluso en el infierno y en las garras del diablo.
Por esto, queridos señores, liberad, salvad, ayudad, tened
misericordia de estas pobres gentes. El que pueda, que ap u­
ñale, raje, estrangule; y si mueres en esa acción, bienaven­
turado tú , pues jam ás alcanzarás una m uerte más dichosa.
Mueres en la obediencia a la palabra y al m andato de Dios,
Romanos 13,5 y s., y en servicio al am or para salvar a tu pró­
jimo del infierno y de las garras del diablo. Por eso yo te
suplico que, si puedes, huyas de los campesinos como del
mismo diablo. Para los que no h uyan, yo ruego a Dios que
quiera ilum inarlos y convertirlos. Pero los que no se convier­
tan, que Dios haga q ue no tengan fortuna ni éxito. Que to­
dos los fieles cristianos digan aq u í: am én. Quien crea que
esto es dem asiado duro, piense que la rebelión es intolera­
ble y que en todo m om ento hay que esperar la destrucción
del m undo.
C AR TA SOBRE EL D U RO LIBRITO CONTRA
LOS CAM PESIN OS
(1525)

D espués de la batalla de Frankenhausen y del aplastam iento de los cam ­


pesinos, Lutero aparecía com o el gran responsable de la derrota por haber
anim ado a los señores a em plear toda su fuerza contra los campesinos. El
reproche de «adulador de príncipes» se hizo general. L utero guardó silen­
cio, interrum pido al final de mayo con un breve escrito U na historia te m ­
blé y e l ju icio de Dios sobre Thomas M ü n tzer (Schreckliche Geschichte u n d
G ericht Gottes über Thomas M üntzer) y con el serm ón del día de Pente­
costés, 4 de junio de 15 2 5 : R esponsabilidad de D. M artin L uther p o r e l
librito contra los campesinos ladrones y asesinos (V erantw ortun g D. M artin
L uther a u f das Büchlein w id er die räuberischen u n d m ördischen Bauern,
g etan am Pfingstage im Ja h re 1525).
Las críticas a Lutero aum entaron cuando se conoció que se había casado
el 13 de junio de 15 2 5 , con K ath arin a von Bora, no ta n to por abandonar
el voto de castidad, sino po r casarse en un m om en to tan crítico en el que
la guerra de los campesinos aún continuaba en algunos lugares.
A comienzos de julio escribió esta Carta sobre e l du ro lib rito contra los
cam pesinos para explicar y justificar su posición ante la revu elta de los cam ­
pesinos.
La traducción de Ein S e n d b n e f von dem harten B üchlein w ider die Bauern
sigue el texto de la edición de W eim ar: W A 18 , 3 8 4 -4 0 1 .

IrLÄCSO - Biblioteca
A l honorable y juicioso Caspar Müller, Canciller en
M ansfeld, m i buen amigo, gracia y p a z en Cristo.
H onorable y juicioso señor: he tenido que contestar a vues­
tra carta en forma im presa porque son m uchas las quejas y
las preguntas sobre m i librito contra los cam pesinos rebel­
des, en el sentido de que el librito no es cristiano y es dema­
siado duro, aunque me había propuesto cerrar m is oídos y
dejar que los corazones ciegos y desagradecidos, que sólo van
buscando en m í un motivo para escandalizarse, se sumieran
en el escándalo hasta que se pudrieran en él, ya que de mi
otro lib rito no han aprendido tanto como para querer inclu­
so q ue ese juicio tosco, m alo y terrenal, se acepte como co­
rrecto. Pensé en las palabras de Cristo en Juan 3,12: «si no
creéis cuando os hablo de cosas terrenales, ¿cómo creeríais
si os h ab lara de cosas celestiales?», y en que, cuando los dis­
cípulos le dijeron: ¿sabes que los fariseos se escandalizan de
estas p alab ras?, les dijo: «dejad que se escandalicen, son cie­
gos y guías de ciegos», M ateo 15,14.
G ritan y dicen ahí, ah í se ve el espíritu de Lutero, que
enseña que se derrame sangre sin misericordia algu na; el dia­
blo debe de hablar a través de él. Bueno, si no estuviera acos­
tum b rado a ser juzgado y condenado, esta crítica m e ¿Itera­
ría. Pero no encuentro en m í mayor vanidad que m antener
m is actuaciones y mis enseñanzas, prim ero, y dejar que las
crucifiquen . Nada tiene valor para nadie si no puede juzgar
a Lutero. Lutero es el blanco y la m eta de la crítica, con quien
cada uno ha de intentar hacerse caballero y ganarse un teso­
ro. Todo el m undo tiene en este asunto un espíritu más ele­
vado que el mío. Yo debo de ser enteramente carnal y si Dios
quiere q ue ellos tengan realm ente un espíritu m ás elevado,
m e gustaría entonces ser carnal y decir tam bién lo que S.
Pablo dice a sus corintios: «sois ricos, estáis saciados, gober­
náis sin necesidad de nosotros» Pero me temo que no tie­
nen realm ente un espíritu elevado. Pues no veo que hagan
nada especial, excepto cosas que los llevan finalm ente al p e ­
cado y al oprobio.
Ellos no ven cómo tropiezan en este enjuiciam iento y có­
mo descubren los pensam ientos de su corazón en esta críti­
ca como dice Simeón respecto de Cristo en Lucas 2,34. D i­
cen que se dan buena cuenta del espíritu que tengo yo. Yo
también observo cómo han captado y aprendido el Evange­
lio. Sí, no saben un ápice de él, aun cuando hablan m ucho
de él. ¿Cómo iban a saber lo que es la justicia celestial en
Cristo, según el Evangelio, si todavía no saben lo que es ju s­
to terrenalm ente, en la autoridad secular según la ley? Estas
gentes no m erecen oír la palabra ni ver la obra con las que
se perfeccionarán; deberían estar escandalizados, como les
ocurrió a los judíos con Cristo, porque su corazón está tan
lleno de m alicia que no desean sino escandalizarse, a fin de
que se cum pla en ellos lo dicho en el Salmo 17: «con los per­
versos eres perverso», y en el TOeuteronomto 32,21: «yo les
daré celos con u n pueblo ilusorio y los irritaré con un p u e­
blo fatuo».
Estos eran los motivos por los que quería guardar silencio
y quería dejar que se escandalizaran, para que chocaran m e­
recidamente con el escándalo y perecieran cegados, estos d e ­
sagradecidos q u e no han aprendido nada hasta ahora de la
grande y clara luz del Evangelio, difu n d id a por doquier con
tanta ab un dancia, y que tanto han despreciado el temor de
Dios que no m iran ya nada evangélicam ente; sólo juzgan y
desprecian a los demás y se creen que tienen un gran espíri­
tu y un elevado entendim iento, y de la doctrina de la h u ­
mildad sólo captan soberbia, lo m ism o que la araña sólo chu­
pa el veneno de la rosa. Pero au n q u e vos no necesitáis ense­
ñanza para vos m ism o, sino para tapar la boca a estas gentes
inútiles, quiero haceros este servicio, por lo demás inútil, pues
creo que os proponéis una em presa in ú til e im posible. Pues,
¿quién podrá tapar la boca a un necio si tiene el corazón lle ­
no de necedad y la boca h ab la de la abundancia del cora­
zón?
En prim er lugar, hay que advertir a los que critican mi
librito que callen la boca y sean sensatos, pues seguram ente
tam bién ellos son rebeldes en su corazón, para no cometer
una im prudencia y ser tam bién algún día ejecutados, como
dice Salom ón: «hijo m ío, tem e a Dios y al rey y no te mez­
cles con los rebeldes, porque su desgracia llegará de repente
y ¿q u ién conoce su furor?», Proverbios 24, 21, 22. A hí ve­
mos que son condenados am bos, los rebeldes y los que se
m ezclan con ellos, y que Dios no quiere que estas cosas se
tom en a brom a, sino que hay que tem er al rey y a la autori­
dad. Se m ezclan con los rebeldes quienes se interesan por
ellos, quienes tam bién se quejan y los justifican y quienes
tienen m isericordia con aquéllos con los que Dios no la tie­
ne, pues quiere que se les castigue y an iq u ile. Q uien se in­
teresa por los rebeldes da a entender suficientem ente que,
si h u b iera lugar y ocasión, tam bién causaría desgracias, co­
mo h ab ía decidido en su corazón; por esto, la autoridad ha
de tom ar severas m edidas para que callen la boca y se den
cuenta de que es en serio.
Si piensan que esta respuesta m ía es dem asiado dura y me
acusan de hablar con violencia y de tapar la boca, yo digo
que esto es lo justo, pues un rebelde no m erece que se le
responda con la razón, pues no la acepta. Con el puño hay
q ue contestar a estos bocazas, que les salte la sangre de las
narices. Los campesinos tampoco quisieron escuchar ni se de­
jaron decir nada, por eso hubo que abrirles las orejas con
bolas de arcabuz y las cabezas saltaron por los aires; para tal
alum no tal palm eta. Q uien no quiere escuchar la palabra de
Dios por las buenas, escuchará al verdugo con la hoja.
Si dicen que en esto no soy clem ente ni misericordioso,
respondo que, misericordioso o no, estamos hablando ahora
de la palab ra de Dios, que quiere que el rey sea honrado
y los rebeldes aniquilados, y Dios es, al menos, tan m iseri­
cordioso como nosotros.
No quiero escuchar ni saber nada de m isericordia, sólo
quiero prestar atención a lo q ue quiere la palabra de Dios;
por esto, m i librito ha de ser y quedar como justo, aunque
todo el m undo se escandalice con él. ¿Qué me im porta que
no te agrade a ti, si agrada a Dios? Si él quiere que haya
ira y no m isericordia, ¿por q ué vienes tú con la misericor­
dia? ¿No pecó Saúl con la m isericordia hacia los am alecitas
por no haber ejecutado la cólera de D ios, como se le había
ordenado? ¿No pecó Ajab por ser misericordioso con el rey
de Siria, dejándole vivir en contra de la palabra de Dios?
Si quieres tener m isericordia, no te m ezcles con los rebel­
des, ten temor a la autoridad y haz el bien . «Si haces el m al,
terne —dice Pablo— , porque no en vano lleva la espada.»
Esta respuesta sería suficiente para todos los que se escan­
dalizan de m i librito y hacen críticas in útiles. ¿No es justo
callarse la boca cuando se escucha q ue Dios así lo dice y así
lo quiere? o ¿está Dios obligado a rendir cuentas a estos ti­
pos ociosos por querer que las cosas sean así? Yo creo que
sería suficiente con que Dios gu iñ ara un ojo para callar a to­
das las criaturas; con mayor razón, si h ab la. A hí está su pa­
labra: «hijo m ío, teme a Dios y al rey; si no, llegará de re­
pente tu desgracia». Además, en Rom anos 13,2 dice: «Quien
se opone al orden de Dios, se atraerá su juicio». ¿Por qué
tampoco aq u í es misericordioso S. Pablo? Si hemos de pre­
dicarla palabra de Dios, hemos de predicar tanto la palabra
que anuncia la ira como la que an un cia la misericordia. Hay
que predicar tanto del infierno como del cielo y ayudar a
avanzar la palabra, el juicio y la obra de Dios sobre los justos
y sobre los m alos, para que los m alos sean castigados y los
piadosos protegidos.
Y para que el buen Dios salga airoso ante tales jueces y
se encuentre su juicio recto y puro, defendam os su palabra
contra estos bocazas malvados y mostremos la causa de la vo­
luntad divina, a fin de abrirle los ojos al mismo d ia b lo 2.
Me reprochan que Cristo enseña: «sed misericordiosos como
vuestro padre es misericordioso». T am bién : «quiero m iseri­
cordia y no sacrificio». Más: «el hijo del hombre no ha veni­
do para perder las alm as, sino para salvarlas» y otros pasajes
similares. Creen que con esto han acertado: Lutero tendría
que haber enseñado a tener m isericordia con los campesinos
y, sin em bargo, enseña que hay que m atarlos sin dilación,

2 Literalmente «poner dos velas al diablo» (dem T eufet zwo K erzen a u f


stecken).
¿q u é te parece?; vamos a ver si Lutero puede saltar por enci­
m a de estos textos; creo que está atrapado. Bueno, estoy agra­
decido a mis queridos maestros. Si estos elevados espíritus
no m e lo hubieran enseñado, ¿cómo lo habría aprendido o
cómo lo habría sabido? ¿Cómo iba a saber yo que Dios exi­
ge m isericordia, yo que he enseñado y he escrito sobre la m i­
sericordia más que nadie en m il años?
A q u í está el diablo en persona, que gusta de hacer el mal
cuando puede y por eso instiga y ataca, incluso a los corazo­
nes buenos y piadosos, con estas cosas para que no vean que
él es feo y que quiere hacerse hermoso con la apariencia de
la m isericordia. Pero de nada le servirá. A m igo m ío, voso­
tros que alabáis tan excelsamente la m isericordia porque los
campesinos están derrotados, ¿por qué no la alababais cuando
los cam pesinos vapuleaban, golpeaban, robaban, incendia­
ban y saqueaban en una forma que era terrible de ver y oír?
¿Por q ué no eran tam bién misericordiosos con los señores y
con los príncipes, a los que querían exterm inar por comple­
to? No había entonces nadie que hablara de misericordia.
Todo era justo, la m isericordia se silenciaba y lo que valía
y se ensalzaba era el derecho, el derecho, el derecho. ¡Ahora
q u e están derrotados y que caen sobre sus cabezas las pie­
dras que arrojaron contra el cielo no hay que hablar ya de
derecho sino sólo de m isericordia!
Y encim a son tan torpes que creen que no se nota la be­
llaq u ería. Pues no, se te ve m uy bien, negro y feo diablo,
tú no ensalzas la m isericordia por convicción y por amor a
la m isericordia; si no, la habrías ensalzado tam bién respecto
de los campesinos; tú tienes miedo por tu pellejo y quieres
escapar al azote y al castigo de Dios bajo la apariencia y el
nom bre de la m isericordia. No, querido cam arada, has de
ag u an tarte y morir sin ninguna m isericordia. S. Pablo dice:
«si haces el m al, tem e, pues el poder no lleva la espada en
vano, sino para la ira del que hace el m al» 3 y tú quieres ha­
cer el m al y no sufrir la ira, sino cubrirte con la alabanza de
la misericordia. Bueno, ven m añana otra vez q u e, además,
te vamos a hacer una tarta. ¿Q uién no puede hacer una cosa
así? Yo tam bién podría ir a la casa de algu ien , deshonrar
a su m ujer e hijas, forzar sus arcas, arrebatarle el dinero y
los bienes y ponerle la espada en el pecho diciéndole: si no
quieres tolerar esto, te ap uñ alaré, pues eres un im pío. Pero
si viniera la servidumbre y m e degollara o el ju ez me m an­
dara decapitar y yo gritara entonces: eh, Cristo enseña que
tenéis que ser misericordiosos y no m atarm e, ¿qué habría que
decirle entonces?
Esto mismo es lo que hacen mis campesinos y quienes los
defienden. Cuando han practicado con los señores toda cla­
se de arrogancias, cual ladrones, asesinos y villanos, hay que
entonar ahora el him no de la m isericordia y decir: sed mise­
ricordiosos, como enseña Cristo, y dejad que hagam os estra­
gos, como nos enseña el dem onio; hacednos el bien y dejad
que nosotros hagamos todo el m al posible; considerar bue­
no y justo lo que hemos hecho e injusto lo que hacéis voso­
tros. Am igo mío, ¿a quién le gustaría esto? Si a esto se lla­
ma m isericordia, instituyam os este fino sistem a, que no ha­
ya espada, autoridad, trib u n al, castigo, verdugo ni cárcel,
que todos los canallas hagan lo que quieran y si se les casti­
ga, cantemos: oh, sed misericordiosos como enseña Cristo.
¡Ah, éste sería un orden perfecto! A hí ves lo que tienen en
su espíritu los que juzgan que m i librito niega toda m iseri­
cordia. Son ciertamente rebeldes como los campesinos, y ver­
daderos perros sanguinarios o están seducidos por estas gen­
tes, pues les gustaría que todos los vicios quedaran impunes
y, bajo el nombre de la m isericordia, son los mayores inmi-
sericordes y crueles destructores de todo el m undo, en lo que
de ellos dependa.
No, dicen ellos, nosotros no damos la razón a los cam pe­
sinos, tampoco nos oponemos a su castigo, pero nos parece
injusto lo que enseñas de que no hay que tener misericordia
alguna con los campesinos, pues tú dices que hay que m a­
tarlos sin ninguna m isericordia. Yo les respondo: si de ver­
dad crees esto, yo soy de oro. Todo es una tapadera de tu
arrogancia sanguinaria, pues internam ente te agrada el mo­
do de los campesinos. ¿D ónde he enseñado yo que no haya
que ejercer la m isericordia? ¿No está escrito tam bién en ese
librito que yo pido a la autoridad que sea clem ente con los
q ue se entreguen? ¿Por qué no abres los ojos y lees también
ese pasaje? De hacerlo así, no habrías tenido necesidad de
condenar m i librito y de escandalizarte. Pero eres tan pon­
zoñoso que sólo captas el pasaje donde escribo que hay que
degollar sin dilación y sin m isericordia a los que no se entre­
guen ni quieran escuchar y pasas por alto el otro pasaje en
el que escribo que hay que tener clemencia con aquellos que
se entreguen; ahí se ve m uy bien que eres u n a araña que
sólo chupa el veneno de la rosa y no es verdad que no das
la razón a los campesinos ni que amas la m isericordia, pues
te gustaría que la m aldad quedara libre e im p une y que la
espada secular fuera an ulad a, pero tú no lo conseguirás.
Esto se dice a los no cristianos e inmisericordes perros san­
guinarios que alaban los pasajes de la m isericordia con el fin
de que el vicio y la inm isericordia reinen en el m undo, se­
gún su perversa voluntad. A los demás que son seducidos
por esas gentes o son tan débiles que no pueden comparar
m i librito con las palabras de Cristo, se les dice esto: hay dos
clases de reinos, uno es el reino de Dios, el otro es el reino
del m undo; lo he escrito tantas veces que m e sorprende que
no se sepa todavía o no se tom e nota de ello; quien sepa dis­
tin gu ir ambos reinos no se escandalizará de m i librito y en­
tenderá bien los pasajes de la m isericordia. El reino de Dios
es un reino de gracia y de m isericordia, no un reino de la
ira y del castigo, donde sólo hay perdón, respeto, am or, ser­
vicio, beneficiencia, paz y alegría, etc. El reino del m undo,
en cam bio, es un reino de la ira y de la severidad, pues en
él hay castigo, resistencia, juicio y condena, para reprim ir
a los malos y proteger a los buenos, y por eso tiene tam bién
la espada y la lleva; el príncipe o el señor es llam ado en la
Escritura, Isaías 14,5, cólera de Dios o castigo de Dios.
A sí pues, los textos que hablan de la m isericordia perte­
necen al reino de Dios y entre los cristianos, no al reino del
m undo; un cristiano no sólo ha de ser m isericordioso, sino
que ha de sufrir adem ás toda clase de robos, incendios, ase­
sinatos, demonio e infierno y, por supuesto, no ha de herir
a nadie, no ha de matar ni tomar venganza. El reino del m un ­
do, en cam bio, que no es sino servidor de la cólera divina
para los malos y un verdadero precursor del infierno y de
la m uerte eterna, no ha de ser misericordioso sino riguroso,
severo e iracundo en su oficio y en su obra. Su instrum ento
no es el rosario o una florecita del amor sino la desnuda es­
pada. La espada es un signo de la cólera, de la severidad y
del castigo y sólo está d irigid a a los malos, para castigarlos
y mantenerlos sujetos y en paz, y para protección y salvación
de los buenos; por esto, cuando Dios instituye la espada en
la ley de Moisés, Exodo 21,14, dice: «has de q u itar al asesi­
no de m i altar» y no tendrás m isericordia con él. Y la epísto­
la a los hebreos reconoce que q u ien está contra la ley morirá
sin ninguna misericordia, con lo que se está diciendo que
la autoridad secular, en su propio oficio, no puede ni debe
ser misericorde, si bien puede suspender su oficio por un ac­
to de gracia.
Q uien confunda estos dos reinos, como hacen nuestras
bandas de falsos espíritus, colocaría la ira en el reino de Dios
y la m isericordia en el reino del m undo, lo cual sería situar
al dem onio en el cielo y a Dios en el infierno. Esto era lo
que querían hacer esos cam pesinos. Q uerían arrem eter con
la espada al luchar por el Evangelio, como herm anos cristia­
nos, y m atar a otros cuando tenían que ser misericordiosos
y pacientes. Ahora que el reino del m undo cae sobre ellos
quieren que haya m isericordia, es decir, no quieren tolerar
el reino seculgr ni quieren q ue nadie disfrute tampoco del
reino de Dios. ¿Podría pensarse algo más equivocado? No,
amigos míos, si se ha merecido la cólera en el reino del m un­
do, aténgase a las consecuencias y sufra el castigo o pida cle­
m encia hum ildem ente. Los q ue están en el reino de Dios
han de compadecerse de los dem ás y pedir por ellos. Pero
sin im pedirle al reino del m undo su derecho y su obra sino
reivindicándolos.
A unque esta severidad e ira del reino del m undo parece
algo inm isericorde, si se la m ira bien, es una parte, y no la
más pequeña, de la m isericordia divina; que cada uno se lo
piense y m e diga su juicio sobre esto: si yo tengo m ujer e
hijos, casa y criados y si tuviera tam b ién bienes y cayera so­
bre m í u n ladrón o un asesino y m e m atara en m i propia
casa, deshonrara a m i m ujer y a m is hijos, se llevara lo que
tengo y, encim a, hubiera de perm anecer im pune de modo
que volvería a hacer lo mismo cuando quisiera, dim e: ¿quién
sería aq u í más digno y necesitado d e m isericordia? ¿Y o o el
ladrón y asesino? Sin duda, yo sería el más necesitado. Pero
¿cómo se podría m anifestar esta m isericordia en m í y en mis
pobres y m iserables m ujer e hijos sino defendiéndonos de
ese can alla y protegiéndom e y salvaguardándom e con el de­
recho o, en caso de no poder evitar que aquél continuara,
dándole su m erecido, es decir, castigándolo hasta que tuvie­
ra que desistir? ¡Qué bonita m isericordia tendría yo si se fuese
m isericorde con el ladrón y asesino y a m í se me dejase asesi­
nado, u ltrajado y robado por él!
Los defensores de los cam pesinos no ven esta m isericordia
que gobierna y actúa en la espada secular; cierran los ojos
y abren la boca sobre la ira y la severidad y dicen que cede­
mos, por d eb ilid ad , ante los sanguinarios príncipes y seño­
res al enseñarles que castiguen a los m alos; pero aquellos de­
fensores ceden, por una debilidad diez veces mayor, ante los
canallas asesinos y los malvados campesinos; son, incluso, ase­
sinos sedientos de sangre con un corazón rebelde por cuanto
no se com padecen en absoluto de aquellos a los que los cam ­
pesinos subyugan, saquean, u ltrajan y obligan a toda clase
de fechorías; si el propósito de los cam pesinos hubiera pros­
perado, n in gú n hombre honesto h a b ría podido perm anecer
seguro, pues cualquiera que h u b iera tenido un céntim o más
habría tenido que darlo, como ya h an comenzado a hacer,
y no se q uedarían en eso. H abría q u e haber dado a la m ujer
y a los hijos a toda clase de u ltrajes, se habrían degollado
entre ellos y no existiría paz ni seguridad alguna. ¿Se ha oído
alguna vez algo peor educado que el pueblo y los locos cam ­
pesinos cuando están satisfechos y consiguen el poder?; co­
mo dice Salom ón en Proverbios 30, 31, 22, a esa gente no
la puede soportar la tierra.
¡Y con esta gente habría que tener m isericordia y dejar
que hicieran los estragos que quisieran con el cuerpo, vida,
mujer e hijos, honor y bienes de cualquiera y sin ningún cas­
tigo! ¡Y habría que dejar que los inocentes murieran ante
n u e s tr o s ojos sin m isericordia alguna, sin ayuda o consuelo!
Oigo decir continuam ente que a los campesinos de
Bam berg4 se les ofreció más de lo que habían solicitado, si
se quedaban tranquilos, y no quisieron. El margrave Casi-
mirus 5 les prom etió a los suyos lo que otros habían conse­
guido con lucha y rebelión y quiso ofrecerlo por un acto de
gracia, pero tampoco sirvió. Es bien conocido que los cam­
pesinos de Franconia no pretendían otra cosa, sino robar, in ­
cendiar, destruir y an iq uilar por m era arrogancia. Yo mis­
mo he experim en tado6 que, cuanto m ás se enseñaba y se
advertía a los campesinos de T uringia, m ás tozudos, orgu­
llosos y locos se volvían, y se pusieron tan arrogantes y alti­
vos como si quisieran ser degollados sin gracia ni misericor­
dia alguna y desafiaron la cólera de Dios con el mayor des­
dén y así les va ahora, como dice el Salm o 109,17: «no q u i­
sieron la gracia, por eso se.aleja bastante de ellos».
Por esto, la Escritura tiene finos y lim pios ojos y mira rec­
tamente la espada secular, que, por su gran misericordia, ha
de ser inclem ente y, por su bondad, ha de ejecutar la ira y
la severidad; como dicen Pablo y Pedro es servidora de Dios
para venganza, ira y castigo de los m alos y para protección,
alabanza y honor de los piadosos. A los buenos los mira y
es misericorde con ellos y para que no les ocurra ningún mal
los defiende, m uerde, hiere, corta, pega, m ata, como le ha
ordenado Dios, servidora del cual se reconoce en ello. Que
ahora los malos sean castigados sin compasión no ocurre por­
que se busque solam ente el castigo de los malos y porque

4 El obispo de Bam berg firm ó un acuerdo con los campesinos, según el


cual autorizaba la convocatoria de una dieta provincial para atender las rei­
vindicaciones de los campesinos; éstos no respetaron el acuerdo.
5 El margrave Casim irus von Brandenburg-Ansbach había tenido una
asamblea en A nsbach, haciendo concesiones a los campesinos.
6 Lutero, a com ienzos de mayo de 152S, hizo un viaje a Turingia, pre­
dicando a los cam pesinos en Stolberg y N ordhausen.
guste el derram am iento de sangre, sino para proteger a los
buenos, m antener la paz y la seguridad q ue, sin d ud a, son
preciosas obras de gran m isericordia, de am or y de bondad,
pues no hay cosa peor en la tierra que la discordia, la inse­
gu rid ad , la opresión, la violencia, la in ju sticia, etc., ¿quién,
efectivam ente, podría o querría seguir viviendo si las cosas
tuvieran que ser así? Por esta razón la ira y la severidad de
la espada son tan necesarias en el pueblo como la comida
y la bebida, incluso como la vida m ism a.
Bueno, dicen ellos, nosotros no hablam os de los cam pesi­
nos contum aces que no quieren entregarse sino de aquellos
que han sido derrotados o se han rendido. Con estos sí que
habría que practicar la m isericordia y no tratarlos con tanta
violencia. Yo-respondo que, entonces, tampoco eres fiel, pues
criticas mi libríto como si yo hablase de esos campesinos ven­
cidos y que se han rendido cuando, en realid ad , hablo clara­
m ente de aquellos a los que se han d irigido de una manera
am istosa y no han aceptado. Todas m is palabras se dirigen
contra los campesinos contumaces, obstinados y obcecados
que no quieren ver ni oír lo que se puede tocar; tú dices que
yo enseño que m ueran sin compasión los m iserables cam pe­
sinos hechos prisioneros. Si quieres leer los libros e interpre­
tarlos a tu m anera, ¿qué libro subsistirá ante ti? Lo que en­
tonces escribí lo vuelvo a escribir ahora; que nadie tenga m i­
sericordia de los cam pesinos contum aces, obstinados y obce­
cados, que no se dejan decir nada; el que pueda, y como
p u ed a, que les p egu e, los hiera, los d egü elle, los m uela a
palos, como a perros rabiosos, y todo esto para que se tenga
m isericordia de los que son arruinados, expulsados y perd i­
dos por estos cam pesinos, con el fin de conservar la paz y
la seguridad. Es m ucho m ejor cortar un m iem bro sin m iseri­
cordia alguna que arruinar todo el cuerpo por el fuego o al­
gu n a plaga sem ejante; ¿Te gusta esto? ¿Soy todavía un pre­
dicador que enseña la gracia y la m isericordia? Si para ti no
lo soy, no me im porta, pues eres un perro sanguinario y un
asesino rebelde que estás destruyendo el país con estos locos
cam pesinos, a los que defiendes hipócritam ente en su rebe­
lión.
Dicen además que los campesinos todavía no han m atado
a nadie mientras que a ellos sí se les está m atando. Am igo
m ío, ¿que hay que decir a esto? Qué respuesta tan bonita
es ésta de que no m ataron a nadie, esto es, h ab ía que hacer
lo que ellos quisieran y am enazaban con la m uerte a q u ie ­
nes no quisieran irse con ellos y em puñaron la espada que
no les correspondía, y asaltaron los bienes, las casas y las pro­
piedades. Según esto, tampoco sería un ladrón o asesino
quien con amenazas de m uerte me arrebatara lo que q uisie­
ra. Si hubieran hecho lo que les p edían am igab lem en te, no
se les habría dado m uerte, pero, como no quisieron, fue justo
hacer con ellos lo que ellos habrían hecho y aquello con lo
que am enazaban a los que no querían. Son, adem ás, ab ier­
tam ente desleales, perjuros, desobedientes, ladrones rebel­
des, asesinos y blasfemos contra Dios y no hay ninguno en ­
tre ellos que no haya m erecido la m uerte diez veces sin n in ­
guna misericordia. Sólo se quiere m irar, con m alicia, el d a­
ño que produce el castigo y no se quiere ver la culpa, la res­
ponsabilidad, los daños indecibles y la ruin a q ue se habrían
seguido inevitablem ente. Si te duele el castigo, abandona
la m aldad, como responde tam bién Pablo en Rom anos 13,3
y s.: «si no quieres tener temor a la espada, haz el bien. Pero
si haces el m al, tém ela», etc.
En tercer lugar, dicen que los señores abusan de su espa­
da y m atan con dem asiada crueldad, etc. Yo respondo; ¿qué
tiene que ver esto con m i librito? ¿Por qué m e cargas a m í
con culpas ajenas? Si abusan del poder, eso no lo han apren­
dido de m í y encontrarán su m erecido, pues el juez supre­
mo que castiga a los arrogantes cam pesinos por m edio de
ellos no los ha olvidado y tampoco se le escaparán. Mi lib ri­
to no dice lo que m erecen los señores, sino lo que merecen
los campesinos y cómo se les ha de castigar; con esto no he
adulado a nadie. Si hay tiem po y ocasión para hacerlo ataca­
ré tam bién a los príncipes y señores, pues por lo que respec­
ta a m i oficio de enseñar tanto vale un príncipe como un
campesino; verdaderam ente he merecido de ellos que no me
tengan demasiado aprecio, aunque tampoco m e importa. Yo
tengo un señor que es más grande que todos ellos, como d i­
ce S. Ju an .
Si se hubiera seguido m i consejo al principio, cuando co­
m en zaba la rebelión, y se hubiera decapitado a un cam pesi­
no o a cien de m anera que los demás hubieran sentido el
choque y no se les hubiera dejado crecer tanto, se habrían
preservado a muchos m iles de campesinos que ahora han te­
nido que morir y que se podrían haber quedado en casa; es­
to habría sido una m isericordia necesaria con poca ira, m ien­
tras que ahora se ha tenido que em plear esta gran severidad
para dom inar a tantos.
Pero así se ha cum plido la voluntad de Dios a fin de ense­
ñarnos en ambas partes. En prim er lugar, para que los cam­
pesinos aprendieran que habían sido dem asiado felices y no
q uerían soportar buenos días en paz para que en lo sucesivo
ap rendan a dar gracias a Dios cuando tienen que entregar
u n a vaca para poder disfrutar en paz de la otra, pues siem ­
pre es m ejor poseer la m itad de los bienes en paz y seguri­
dad que poseer todos los bienes en peligro continuo entre
ladrones y asesinos, no teniéndolos en realid ad . Los cam pe­
sinos no sabían qué cosa tan preciada es la paz y la seguri­
d ad , cuando uno puede disfrutar su com ida y su bebida ale­
grem ente y con seguridad, y no le daban las gracias a Dios
por ello; Dios tuvo que enseñárselo ahora de esta m anera
para que perdieran el prurito. Para los señores fue tam bién
de u tilid ad saber lo que se esconde en el pueblo y qué con­
fianza podían depositar en él, para que, en lo sucesivo, apren­
dan a gobernar rectam ente y cuidar el país y sus caminos.
Y a no existía gobierno ni orden. Todo estaba abierto y era
superfluo, pues tampoco había en el pueblo respeto ni te­
m or. C ada cual hacía lo que quería. N adie q uería dar nada
y, sin em bargo, querían vivir disipadam ente, em borrachar­
se, vestirse y estar ociosos, como si todos fueran señores. El
burro pide palos y el pueblo quiere que se le gobierne con
fu erza; esto lo sabía m uy bien Dios y por eso puso en manos
de la autoridad no la cola de zorro, sino una e sp a d a 7.
Otro argum ento, no el menos im portante, con el que exa­

7 La cola de zorro se utilizaba para lim piar el polvo.


geran es éste. Dicen que entre los campesinos hubo mucha
buena gente que llegó a la rebelión inocentem ente y que
se vio obligada a hacerlo, y que se comete una injusticia con
ellos, ante Dios, si se les ju zga de esa m anera. Respondo:
se habla de estas cosas como si jam ás se hubiera oído la pala­
bra de Dios, por lo que he de responderles como si todavía
fueran niños o paganos, ya que con tantos libros y predica­
ciones no se ha conseguido nada absolutam ente entre esta
gente. D igo, en prim er lugar, que no se comete injusticia
con aquellos que fueron obligados a la rebelión por los cam­
pesinos. N ingún cristiano ha perm anecido entre ellos y tam ­
poco fueron inocentes a ella, como pretextan. Puede pare­
cer, efectivam ente, que se les hace una injusticia. Pero no
es así. D im e, si no, querido am igo, ¿qué clase de disculpa
es ésta: que algu ien te m ate a tu padre y a tu m adre, ultraje
a tu m ujer e hijos, incendie tu casa y te arrebate tu dinero
y tus bienes y, luego, diga que tuvo que hacerlo, que fue
obligado a hacerlo?
¿Quién ha oído alguna vez que se pueda obligar a alguien
a hacer el bien o el m al? ¿Q uién puede constreñir la volun­
tad hum ana? Oh, nadie. Tampoco suena que se diga: tengo
que hacer un m al y se me o b liga a ello. Negar a Cristo y
a la palabra de Dios es un gran pecado e injusticia. Y m u­
chos son constreñidos a ello, pero ¿crees tú que con eso es­
tán disculpados? Asimismo hacer una rebelión, desobede­
cer a la autoridad, ser infiel y pérfido, robar e incendiar, son
una gran injusticia y algunos campesinos han sido obligados
a hacer esas cosas, pero ¿de qué les sirve eso? ¿Por qué se
dejan coaccionar? Bueno, dicen ellos, es que m e amenazan
con quitarm e la vida y mis bienes. ¡A h !, querido amigo, para
conservar la vida y los bienes, ¿quieres transgredir el m an­
dam iento de Dios, degollarm e a m í, deshonrar a mi mujer
y a mis hijos? ¿Qué nos va a Dios y a m í eso? ¿Querrías que
yo te hiciese lo mismo? Si los campesinos te hubieran coac­
cionado, atándote las manos y los pies y llevándote a la fuer­
za con ellos, y tú te hubieras defendido de palabra, reconvi­
niéndolos por lo que te estaban haciendo, es decir, si hubie­
ras m anifestado tus sentim ientos y hubieras mostrado que
no lo hacías a gusto ni lo estabas consintiendo, habrías m an­
tenido tu honor y, aunque te hubieran coaccionado con el
cuerpo, tu voluntad habría quedado libre. Como ahora ca­
llas y no los recrim inas, incluso sigues con la m asa y no m a­
nifiestas tu desaprobación, ya de n ad a te sirve; ya ha pasado
dem asiado tiem po para querer ahora m anifestar tu desapro­
bación, pues antes deberías tem er y atender el m andato de
Dios que el de los hombres, aun cuando, por esa causa, te
expusieras al peligro y a la m uerte. Dios no te habría aban­
donado, te hab ría asistido fielm en te, te habría ayudado y
salvado. Por lo tanto, así como se condenan los que renie­
gan de Dios, aunque sean coaccionados, tampoco se salvan
los cam pesinos que se hayan dejado constreñir.
Si valiera esta excusa, no se podría castigar n ingún pecado
ni ningún vicio, pues ¿hay, acaso, algún pecado al que no
im pulse, incluso fuerce, el dem onio, la carne o el m undo?
¿No crees q ue, a veces, un apetito pecaminoso incita al ad u l­
terio con tal ardor y vehem encia que se podría decir que es
un im pulso y u n a coacción m ayores que los que m ueven a
los cam pesinos a la rebelión? Pues, ¿q u ién es dueño del co­
razón? ¿Q uién puede resistir al dem onio o a la carne? Ni
siquiera nos es posible resistirnos al pecado más pequeño,
pues, como dice la Escritura, estamos prisioneros del diablo
como nuestro príncipe y Dios y hacemos lo que él quiere y
nos dicta, como demuestran a veces algunos horribles acon­
tecim ientos. ¿H abría de quedar por esto im pune y habría
de ser justo? En absoluto. Lo que hay que hacer es invocar
a Dios y resistir al pecado y a la in ju sticia; si m ueres o sufres
por esta causa, dichoso eres tú y tu alm a, honrado hasta lo
sumo ante Dios y el m undo. Si, en cam bio, cedes y lo si­
gues, vas a m orir igualm ente pero con oprobio ante Dios y
ante el m undo, por haberte dejado coaccionar a hacer el m al.
Te sería m ejor m orir con honor y bienaventuranza, para ala­
banza de D ios, que tener que morir igualm ente pero con
vergüenza, para castigo y torm ento tuyo.
Si dices: señor Dios, ¿quién sabía estas cosas?, yo digo tam ­
bién: señor Dios, ¿qué le voy a hacer? La ignorancia no ex­
cusa. ¿No ha de saber el cristiano lo que tiene que saber?
¿Por qué no lo aprende? ¿Por qué no se m antiene a buenos
predicadores? Se quiere ser ignorantes intencionadam ente.
El Evangelio ha llegado a tierras alem an as y muchos lo p er­
siguen, pocos lo desean y muchos m enos lo aceptan, y los
que lo aceptan se m uestran así de dejados y perezosos, d e­
jan que desaparezcan escuelas, q u e q u ed en vacantes parro­
quias y pulpitos, nadie piensa en conservarlo y en enseñarlo
a la gente y nos hacen aparecer como si fuera un sufrim iento
para nosotros aprender algo o como si no nos gustara saber
nada. ¿Qué hay, pues, de extraño en q ue Dios nos visite y
nos deje ver su instrumento para castigar el desprecio al Evan­
gelio, del que todos somos culpab les, au n q u e algunos sea­
mos inocentes de la rebelión —si b ien hem os m erecido co­
sas peores— , a fin de amonestarnos y enviarnos a la escuela
para que, de una vez, lo aprendam os y lo sepamos?
¿Qué hay que hacer en el curso de las guerras en que, junto
al culpable, es tam bién arrebatado el inocente, incluso nos
parece que son los inocentes los m ás afectados, pues se pro­
ducen viudas y huérfanos? Estas son plagas que Dios nos en ­
vía y, por otra parte, están bien m erecidas; en realidad uno
ha de sufrir a causa de los otros, si querem os vivir juntos.
Como dice el refrán, uno es culp ab le del incendio de su ve­
cino. Quien q uiera estar en la com un idad ha de padecer y
soportar las cargas, los peligros y los perjuicios de la com un i­
dad, aun cuando no haya sido él q u ien los ha causado sino
su vecino, de la m ism a m anera q ue disfruta de la lib ertad
y del cobijo de la com unidad, aun cuando no los haya lo gra­
do él ni los haya realizado. Con Jo b debe aprender a cantar
y a consolarse: «si hemos recibido bienes de Dios, ¿por q ué
no habríam os de soportar tam bién los m ales?». Tantos días
buenos bien m erecen una hora m ala y tantos años buenos
tam bién merecen un día o un año m alos. D urante m ucho
tiem po hemos tenido paz y días buenos hasta que nos h ici­
mos insolentes y voluptuosos y no sabíam os ya qué eran la
paz y los días buenos y tampoco dábam os las gracias a Dios
por esas cosas; ahora tenemos que aprenderlo.
Sí, abstengám onos de estas quejas y m urm uraciones y d e ­
mos gracias a Dios porque no nos ha sobrevenido por su bon­
d ad y m isericordia una desgracia m ayor, que el diablo in­
ten tab a producir a través de los campesinos, como hizo Jere­
m ías q u e, cuando los judíos fueron desterrados, hechos pri­
sioneros y m uertos, se consoló diciendo: es por la gracia y
por la bondad de Dios por lo que no hem os sido exterm ina­
dos por completo. Y nosotros, los alem anes, que, siendo m u­
cho peores que los judíos no hemos sido desterrados ni de­
gollados como ellos, querem os ser los prim eros de todos en
m urm urar, en im pacientarnos, en justificarnos y en no per­
m itir que u n a parte de nosotros m uera para que Dios no se
irrite m ás, no nos deje sucum bir, no retire su m ano y no nos
entregue al dem onio. Nos comportamos como suelen hacer
los alem anes insensatos que no saben de Dios y hablan de
estas cosas como si no existiera un Dios q ue bace estas cosas
y q ue quiere que se hagan; y no piensan en sufrir nada en
absoluto, sino en ser señores que se sientan sobre almohadas
y a quienes les gusta actuar según su capricho.
T endrías que haberte dado buena cuenta de que si hu­
biera prosperado este asunto diabólico de los campesinos y
no lo hubiera frenado Dios con la espada por las oraciones
de los cristianos piadosos, habría ocurrido en todos los terri­
torios alem anes lo que ahora les está pasando a los que son
acuchillados y m uertos; incluso habría ocurrido algo mucho
peor, pues nadie habría quedado seguro ante los dem ás, ca­
d a uno habría degollado al otro, habría incendiado su casa
y su gran ja y habría deshonrado a su m ujer e hijos; Dios no
h ab ía iniciado este asunto, no había n in gú n orden y entre
ellos mismos ya nadie se fiaba ni confiaba en los dem ás, des­
titu ían a un jefe tras otro y las cosas no tenían que ir como
q u erían las gentes honestas, sino como querían los más ca­
nallas de todos, pues el dem onio tenía la intención de des­
tru ir totalm ente A lem an ia, ya que, de lo contrario, no po­
d ía obstaculizar al Evangelio. ¿Quién sabe lo que sucederá
todavía si seguim os m urm urando y somos desagradecidos?
Dios bien puede perm itir que los campesinos enloquezcan
otra vez o que ocurra algo peor que lo actual. Me parece que
h a sido u n a buena y fuerte advertencia y am enaza; si no la
tenem os en cuenta y no tememos a Dios, veremos qué nos
sucede, pues esto no ha sido n inguna broma y lo serio viene
después.
Por últim o , se me podría decir: tú mismo enseñas la rebe­
lión porque dices que q uien pueda ha de golpear sin d ila­
ción y m atar a los rebeldes. Dices que en ese caso cada uno
es juez supremo y verdugo. A esto respondo: m i librito no
ha sido escrito contra los m alhechores ordinarios, sino con­
tra los rebeldes. Al rebelde has de situarlo lejos, lejos del
asesino o del ladrón o de cualq u ier otro m alhechor. Un ase­
sino u otro m alhechor deja subsistir la cabeza y la autori­
dad, sólo ataca a sus m iem bros o a sus bienes; incluso teme
a la autoridad. Como la cabeza subsiste, nadie h a de atacar
a sem ejante asesino porque aq u élla puede castigarlo; es pre­
ciso esperar al juicio y a la orden de la cabeza, a quien Dios
encomendó la espada y el oficio de castigar. El rebelde, por
el contrario, ataca a la cabeza m ism a, le ataca su espada y
su oficio; su delito no puede compararse con el del asesino,
pues aq u í no se puede esperar a que la cabeza dé su orden
y su sentencia, ya que no puede al estar deten id a y vencida.
Q uien pueda ha de correr, sin ser llam ado y sin haber reci­
bido órdenes, y, como m iem bro fiel, ayudar a salvar la ca­
beza pinchando, golpeando, degollando y poniendo a dis­
posición de ella su vida y sus bienes.
Ilustraré esto con un ejem plo basto: si yo fuese criado de
un señor y viese que su enem igo arremete contra él con la
espada desnuda y yo, aun pudiéndolo defender, me queda­
ra quieto y perm itiese que lo degollasen tan ignom iniosa­
m ente, dim e qué dirían de m í, Dios y el m undo. ¿No d i­
rían, con justicia, que soy un miserable bellaco y traidor y
que, con toda certeza, estaba confabulado con el enemigo?
En cam bio, si yo acudo y salto entre el enem igo y mi señor
y cubro con m i cuerpo a m i señor y mato al enem igo, ¿no
será ésta una acción honrosa y excelente, que sería alabada
ante Dios y ante el m un do?, y, si yo mismo m uero, ¿podría
morir de m anera más cristiana?, pues m oriría en un servicio
justo a Dios, en cuanto a la obra en sí se refiere; si, además,
tuviera fe, sería un verdadero y santo m ártir de Dios.
Si intentara disculparme diciendo que yo estaba quieto has­
ta que m i señor m e llam ara, ¿qué haría esta excusa sino ha­
cerm e doblem ente culpable y digno de que cualquiera me
m ald ijera como a algu ien que, encim a, hace bromas con es­
ta m ala acción? ¿No alabó esto el mismo Cristo en el Evan­
gelio y no consideró justo que los criados luchen por sus se­
ñores al decirle a Pilatos: si m i reino fuera de este mundo,
m is servidores lucharían por m í para no ser entregado a los
ju dío s? 8. A hí ves que es justo para Dios y para el mundo
q u e los criados luchen por su señor; ¿qué sería, si no, del
gobierno secular? M ira, el rebelde es un hom bre así, es un
hom bre que arrem ete contra la cabeza y contra el señor con
la espada desnuda; en este caso no hay que esperar a que
el señor llam e; por el contrario, el prim ero que pueda ha
de acudir y, sin ser llam ado, m atar a ese bribón y no ha de
preocuparle si está com etiendo un asesinato; está oponién­
dose a un archiasesino que quiere asesinar a todo el país. Es
m ás, si el criado no ap uñ ala y m ata, si d eja que apuñalen
a su señor es tam bién él mismo un archiasesino. El ha de
pensar que, como su señor yace en tierra y está sufriendo,
él es señor, juez y verdugo en este caso, pues la rebelión no
es n in gu n a broma, no existiendo en la tierra ningún crimen
ig u a l; los otros crím enes son actos in dividuales, la rebelión
es el diluvio de todos los crímenes.
A m í me llam an clérigo y desempeño el m inisterio de la
p alab ra, pero si fuera criado de un señor, incluso de un tur­
co, y lo viera en peligro, olvidaría mi oficio eclesiástico y apu­
ñ alaría y golpearía sin dudar m ientras tuviese sangre en mis
venas; si me apuñalaran a m í, con esta acción iría derecho
al c ie lo 9. La rebelión no merece ningún juicio ni gracia; se
d a entre paganos, judíos, turcos, cristianos o dondequiera
q ue sea; pero ya está interrogada, juzgada y sentenciada y
entregada a la m uerte en manos de cualquiera; por esto, aquí

8 V id . J u a n 18, 36.
9 Literalm ente: iría de la boca a) cielo. Alusión a que el alm a, en el m o­
m en to de la muerte, abandona el cuerpo por la boca.
ya no hay otra cosa que hacer sino degollar cuanto antes al
rebelde y darle su merecido. Un asesino no hace ni merece
un m al sem ejante, pues el asesino comete un crim en p u n i­
ble pero dejando subsistir la pena; el rebelde quiere come­
ter un crim en libre e im pune, atacando a la pena m ism a.
Además, en estos tiempos le hace m ala fam a al Evangelio
entre sus enemigos, que culpan al Evangelio de la rebelión
y abren su infam e boca para blasfem ar, aunque esto no los
excusa, pues saben m uy bien que las cosas son de otra m a­
nera. Cristo los alcanzará tam bién en su m om ento.
D ime ahora si yo tenía razón o no al escribir en m i librito
que se apuñalara a las rebeldes sin m isericordia algu n a. Pero
yo no enseñé que no se tuviera m isericordia con los prisione­
ros y con los que se rindieran, como se me culpa, pues mi
librito m uestra efectivam ente otras cosas. A sim ism o, tam ­
poco quise apoyar con mis palabras a los furiosos tiranos ni
alabar su saña y oigo que algunos de mis señoruelos tratan
con excesiva crueldad a las pobres gentes, m ostrándose arro­
gantes y altivos como si hubieran obtenido la victoria y estu­
viesen seguros. Estos tiranos, sin em bargo, no buscan casti­
gar ni corregir la rebelión, sino que dan rienda suelta a su
rabiosa arrogancia y descargan su cólera, que q uizá hayan
aguantado mucho tiem po, creyendo haber logrado ahora el
derecho y la ocasión para ello. Se oponen ahora particular­
mente al Evangelio con atrevim iento, quieren establecer nue­
vos cabildos y conventos, quieren conservarle al papa su tia­
ra y m ezclan nuestra causa con los rebeldes. Pronto cosecha­
rán lo que ahora siem bran, pues el que está sentado en lo
alto los está viendo y llegará antes de que vuelvan la cabeza.
Yo sé que fallarán en su propósito, como han fallad o hasta
ahora.
He escrito tam bién en ese m ism o librito que estos tiem ­
pos son tan extraños que se p u ede ganar el cielo asesinando
y derram ando sangre. ¡Q ue Dios nos ayude! ¡Cóm o ha po­
dido Lutero olvidarse de sí m ism o, él, que, hasta ahora, ha­
bía enseñado que la salvación y la gracia se obtenía por la
sola fe y no por las obras! ¡Y aq u í atribuye la salvación no
ya a las obras, sino a la terrible obra de derram ar sangre! ¡Eso
sí que es el Rin en llam as! I0. Dios m ío, con qué m inucio­
sidad se me exam ina, cómo se me acecha, y todo en vano.
Yo espero que se m e perm ita el uso de las palabras y el m o­
do de hablar que em plea el hombre común y tam bién la Es­
critura. ¿No dice Cristo en Mateo 3,3 y s .: «bienaventurados
los pobres porque de ellos es el reino de los cielos» y «b iena­
venturados sois cuando padecéis persecución porque vuestro
prem io es grande en el cielo»? ¿Y en M ateo 23, 33 y s., no
prem ia las obras de misericordia, e tc ., y en otros muchos p a­
sajes sim ilares? Y , sin embargo, sigue siendo verdad que,
an te Dios, no cuentan las obras sino sólo la fe. Sobre cómo
es esto así he escrito muchas veces y particularm ente en el
Serm ón sobre las riquezas injustas 11; quien no quiera con­
tentarse con esto, que siga su camino y se escandalice toda
su vida. Con relación a que he valorado tanto la obra de de­
rram ar sangre, m i librito muestra en el mismo sitio, con
ab un dancia, que hablaba de la autoridad secular cristiana
y que desem peña su oficio cristianam ente, en especial cuan­
do va a luchar con las bandas rebeldes. Si estas autoridades
no actuaron bien al derramar sangre, desem peñando su ofi­
cio, tampoco habrían actuado bien Sam uel, David y San­
són, pues castigaron a los malhechores y derramaron sangre.
Si no es bueno ni justo que se derrame sangre, ¡b ien !, que
se deje a un lado la espada y seamos hermanos libres para
hacer lo que nos guste. Yo os pido a vosotros y a todo el
m undo encarecidam ente que leáis m i librito rectam ente y
no paséis sobre él tan superficialm ente; entonces se verá que
yo, como corresponde a un predicador cristiano, sólo he adoc­
trinado a la autoridad cristiana y piadosa; digo por segunda
y tercera vez que escribí sólo para la autoridad que quería
proceder cristianam ente o, al menos, honestam ente; escribí
para instruir sus conciencias en este asunto, es decir, que h a­
bían de golpear sin dilación a las bandas rebeldes, sin m irar
si daban a culpables o inocentes y que no habían de hacerse

10 Locución proverbial: algo increíble y extraordinario.


11 El sermón lo pronunció Lutero en 1522, texto en W A 10, 273 y ss.
cargos de conciencia si golpeaban a inocentes, pues esto h a­
bían de reconocerlo como un servicio debido a Dios; tam ­
bién les escribí q u e, si ganaban, habían de mostrar gracia
no sólo con los inocentes, como hicieron, sino tam bién con
los culpables.
Yo no me propuse, en cam bio, instruir a los tiranos ra­
biosos, enfurecidos y locos que, aun después de la batalla,
no se sacian de sangre y que no se ocupan de Cristo en toda
su vida, pues a estos perros sanguinarios lo m ism o les da d e­
gollar a inocentes q u e a culpables, agrade a Dios o al d ia­
blo; tienen la espada para satisfacer solam ente sus deseos y
su m alicia; a éstos les dejo que su m aestro, el diablo, los guíe
como quiera. He oído que en M ühlhausen uno de esos tipos
arrogantes llam ó a la pobre m ujer de Thomas M üntzer, viu ­
da y em barazada, y, poniéndose de rodillas delante de ella,
le dijo: querida señora, déjam e que te 12... ¡O h, qué acción
tan caballerosa y tan noble, perpetrada en un pobre m ujer-
cita, abandonada y em barazada' ¡Ese sí que es un héroe in ­
trépido que vale por tres caballeros! ¿Q ué podría escribirles
yo a esos sinvergüenzas y cerdos? A gentes así los llam a la
Escritura bestias, es decir, anim ales salvajes como lo son los
lobos, los jabalíes, los osos y los leones; tampoco yo quiero
considerarlos seres hum anos. Pero, a pesar de ello, hay que
sufrirlos si Dios quiere castigarnos m ediante ellos. Ambas co­
sas me han preocupado: si los campesinos se convertían en
señores, el diablo sería el abad, pero si gobernaban esos tira­
nos sería abadesa la m adre del diablo. Por esto, yo hubiera
querido ambas cosas, haber calm ado a los campesinos y h a­
ber instruido a la autoridad honesta. Los campesinos no q u i­
sieron y ya tienen su recompensa. Esos otros tampoco q u ie ­
ren escuchar, ¡pues b ien !, tam bién tendrán su recompensa,
aunque sería una p en a que los asesinaran los campesinos;
sería un castigo dem asiado leve; su recom pensa para toda la
eternidad será el fuego del infierno, el tem blar y crujir de
dientes en el infierno, si no se arrepienten.

12 Lutero escribió N. en vez de la palabra probablem ente obscena.


Esto es, m i señor y am igo, lo que q uería responder a vues­
tro escrito. Espero haber hecho más q ue suficiente, pero si
algu ien encuentra m i respuesta in suficien te, que sea él sa­
bio e in teligen te, piadoso y santo en el nom bre de Dios, y
m e deje a m í seguir siendo loco y pecador, aunque eso sí,
q uisiera que m e dejaran en paz, pues no m e convencerán.
Lo que escribo y enseño perm anecerá como justo aunque el
m undo reviente; si algu ien aparenta extrañeza, tam bién la
aparentaré yo y veremos quién tiene la razón al final. Adiós
y d ígale a Conrado que procure acertar y q ue se acueste en
la cam a v erd ad era13. Q ue tam bién el tipógrafo evite su
error en el futuro y no os llam e C a n tzellerxli. Am én.

13 Sobre Conrado: la edición de W eim ar (vo!. 1 8 , 4 0 1 ) entiende que bajo


Conrado no hay una alusión a una persona histórica, sino, quizá, a una
figura popular, como K u n r a d en la canción Schreiber ¡m K o rb : Kunrad que­
ría dorm ir con una doncella y se dejaba subir en una cesta hasta la ventana,
pero con la mala suerte de llegar hasta el tejado y caer luego al suelo; según
eso, las palabras de Lutero deberían significar que C onrado debería acertar
la cama, es decir, ser más prudente. Pero, quizá, K onrad se refiere al n o m ­
bre A rm e r K o n ra d bajo el que un grupo de campesinos se levantó contra
el d u q u e de W ü rtte m b erg en 15 14. En este sentido, Lutero estaría lanzan­
do un aviso indirecto a los campesinos para que fu eran más prudentes y
no querer nada inaudito.
14 Ironía respecto a la queja de Caspar Müller por una falta de im pren­
ta: habían escrito su título como C antzeller en vez de Canzler.
SI LOS HOMBRES DE A R M A S
TAMBIEN PUEDEN ESTAR EN G R A C IA
(1 5 26 )

Este escrito apareció publicado a finales de diciembre de 152 6, habiendo


estado en la imprenta desde mediados de octubre. El m otivo de su redac­
ción está en una conversación que Lucero m antuvo con Assa von Kram, ofi­
cial del príncipe elector de Sajonia, el año anterior. La ocasión en que a m ­
bos hablaron sobre la contraposición del orden eclesiástico y el laico fue la
entrada en la ciudad de W itten berg del príncipe elector después del final
de la guerra de los campesinos. Lutero prom etió a Assa von Kram escribir
sobre las cuestiones de que habían hablado, concretamente si el oficio de
la guerra es compatible con la condición cristiana. Pasaron varios meses sin
que Lutero redactara el escrito y el propio Assa von K ram se lo recordó a
Lutero en el bautizo del hijo de un amigo común, a finales de enero de 1526.
El escrito trata directamente la cuestión de la resistencia a la autoridad.
Esta cuestión había adquirido una importancia práctica mayor al haberse
planteado, a mediados de 152 6, la formación de un a liga entre Hesse y Sa­
jonia electoral contra el emperador Carlos.
La traducción de Ob K riegsleute auch in seligem S ta n d sein können si­
gue el texto de la edición de W eim ar: W A 19, 6 2 3 - 6 6 2 .

A l severo y honesto Assa von K ram 1, caballero, etc.,


m i benevolente señor y amigo.
M artinus Luther
' Vid. introducción a este escrito.
¡G racia y paz en Cristo, severo, honesto y querido señor
y am igo! Con ocasión de la reciente entrada del príncipe elec­
tor en W itten b erg hablasteis con nosotros sobre la condición
de los hom bres de armas; en el curso de la conversación se
plantearon algu nas cuestiones que afectan a la conciencia,
acerca de las cuales vos y algunos otros deseabais de m í una
enseñanza por escrito y pública, habida cuenta de q ue hay
m uchos q ue se quejan de ese oficio y de su naturaleza, que
algunos tien en dudas y otros son tan temerarios que no se
preocupan ya de Dios y desprecian el alm a y la conciencia.
Yo m ism o he oído decir a estas personas que si pensaran en
estas cuestiones no podrían ir ya a la guerra nunca m ás. Co­
mo si hacer la guerra fuese algo tan excelente que no h u b ie­
ra que pensar en Dios y en el alm a cuando se está en ella,
cuando es precisamente en el peligro y en el peligro de muerte
cuando hay q ue pensar más en Dios y preocuparse de las
alm as.
Para aconsejar a las conciencias débiles, tím idas y d u b ita­
tivas, en lo que de nosotros dependa, y para que los m alva­
dos reciban u n a enseñanza m ejor he atendido vuestra p e ti­
ción y he aceptado hacer este librito. Quien lucha con una
conciencia bien inform ada, podrá luchar bien, pues donde
hay buena conciencia hay tam bién gran valor y un corazón
valiente; si el corazón es valiente y el coraje es fieme, los p u ­
ños serán m ás potentes y el caballo y el jinete estarán ambos
más alerta y todas las cosas resultarán m ejor, encauzándose
para la victoria, que tam bién la da Dios. Por el contrario,
si la conciencia es temerosa e insegura, el corazón tampoco
será verdaderam ente valiente. Es im posible que la m ala con­
ciencia no h aga a uno cobarde y am edrentado; como dice
Moisés a sus judíos: «si eres desobediente, Dios te dará un
corazón p u silán im e, de modo que cuando salgas por u n ca­
m ino contra tus enemigos te dispersarás por siete rutas y no
tendrás su e rte »2. Si ocurre que ambos, caballo y jin ete, son
perezosos y torpes y no prospera ningún golpe, al fin al su­
cum birán. Pero si hay conciencias incultas y sin escrúpulos
en la tropa, q ue se califican a sí m ism as de tem erarias e in ­
trépidas, vencen o pierden según la casualidad. A este reba­
ño inculto le van las cosas como a los que tienen buena o
m ala conciencia por estar en la tropa. No habrá victoria gra­
cias a ellos, pues son la cáscara y no el verdadero grano de
la tropa.
Por esto os envío mi enseñanza hasta donde Dios m e la
ha concedido, para que vos y los que quieran guerrear bien
sepáis armaros e instruiros para no perder el favor de Dios
y la vida eterna. ¡La gracia de Dios sea con vosotros! A m én.
En prim er lugar, hay que distinguir entre el oficio y la per­
sona, y entre la obra y el agente. Un oficio o una obra p u e­
den m uy bien ser buenos y justos en sí mismos y ser malos
o injustos si la persona o el agente no son buenos o justos,
o no los realiza correctamente. El oficio de juez es un oficio
excelente y divino, sea el del juez que dicta sentencias o el
del juez que las ejecuta, a q u ien se llam a verdugo. Pero si
este oficio es desem peñado por algu ien a quien no le haya
sido atribuido o por alguien que, teniendo el encargo, lo ejer­
ce para obtener dinero o favores, ya no es justo ni bueno.
El estado m atrim onial también es excelente y divino; sin em ­
bargo, hay m uchos pillos y canallas en él. Lo mismo suce­
de con la condición, obra u oficio de la guerra; en sí mismo
es un oficio justo y divino, pero hay que ver que tam bién
lo sea la persona que pertenece a ese oficio y que lo desem ­
peña.
En segundo lugar, hago la salvedad aq u í de que no estoy
hablando esta vez de la justicia que hace a una persona p ia ­
dosa ante Dios. Esto lo hace sólo la fe en Jesucristo, sin nues­
tras obras ni m éritos, por pura donación de la gracia de Dios,
como he escrito y enseñado tantas veces en otras partes; h a­
blo aq u í, por el contrario, de la justicia externa, la que se
encuentra y acom paña a los oficios y a las obras; de lo que
trato aq u í es esto (para decirlo claram ente): si la fe cristiana,
que nos hace justos ante Dios, perm ite adem ás que yo sea
hombre de arm as, haga la guerra, estrangule y hiera, saquee
e incendie, como sé le hace al enem igo en el curso de una
guerra según el derecho de la guerra; si esta obra es pecado
o injusta, de la que habría que responder ante Dios, o si un
cristiano no ha de hacer ninguna de estas cosas, debiendo
solam ente hacer el bien, am ar, no estrangular ni dañar a n a­
die. A esto lo califico yo de un oficio y obra que, aun siendo
divino y justo, puede convertirse, sin em bargo, en m alo e
injusto si la persona es injusta y m ala.
En tercer lu gar: no pienso escribir ahora largam ente sobre
si el oficio y la obra de la guerra son en sí mismos justos y
divinos, puesto que lo he hecho en el librito sobre la auto ri­
dad secu lar3. Casi m e atrevería a decir con todo derecho
que, desde el tiem po de los apóstoles, nadie ha explicado
la espada con tanta claridad y la ha alabado tan excelsam en­
te como yo, cosa que incluso mis enem igos han de recono­
cer; y por esta causa he sido prem iado con el honroso agra­
decim iento de que se califique m i doctrina de sediciosa y se
la condene por atentar contra la autoridad! ¡A labado sea
Dios! Y a que la espada está in stituid a por Dios para castigar
a los m alos, proteger a los buenos y m antener la paz (Rom a­
nos 13,1 y s., 1 Pedro 2,13 y s.) está asimismo probado con
fuerza suficiente que tam bién están instituidos por Dios el
hacer la guerra y el estrangular y todo lo que lleva consigo
el curso de una guerra y el derecho de la guerra. ¿Q ué otra
cosa es la guerra, sino el castigo de la injusticia y del m al?
¿Por qué se hace una guerra, sino para conseguir la paz y
la obediencia?
A unque ciertam ente no parece que estrangular y saquear
sean una obra del am or, por lo que el ignorante piensa que
no son una obra cristiana ni propias del cristiano, son en ver­
d ad, sin em bargo, una obra del am or. Ocurre lo m ism o que
cuando un buen m édico, si la enferm edad es grave y m alig ­
na, ha de cortar u n a m ano, un pie o u n a oreja o ha de sacar
un ojo o dejar que se pierdan para salvar el cuerpo; si se m i­
ra el m iem bro que se corta, parece que es un hombre horri­
ble y despiadado, pero, si se m ira el cuerpo que quiere sal­

3 Vid. escrito Sobre la a u to rid ad secular... en este volumen, p. 21


var con esa intervención, se ve q u e, en realid ad , es un h o m ­
bre excelente y leal que realiza u n a obra m uy cristiana (en
lo que respecta a la obra en sí m ism a); de la m ism a m anera,
cuando considero que el oficio de la guerra castiga a los m a­
los, estrangula a los injustos y causa desgracias, parece que
no es ninguna obra cristiana, sino q u e se opone al am or cris­
tiano; pero si considero, sin em bargo, que protege a los ju s­
tos, preserva a las m ujeres y niños, los hogares y las fincas,
los bienes, el honor y la paz, entonces se encuentra que es
una obra excelente y divina y m e doy cuenta de que corta
una pierna o una m ano para q ue no perezca el cuerpo e n te ­
ro. Si la espada no opusiese resistencia y m antuviera la paz,
desaparecería todo lo que existe en el m undo a causa de la
discordia. Por esta razón, una guerra no es sino una p e q u e ­
ña y breve discordia que evita u n a discordia inconm ensura­
ble y eterna, una pequeña desgracia que evita una gran des­
gracia.
Es verdad todo lo mucho que ahora se escribe y h ab la de
que la guerra es una gran plaga. Pero, junto a eso, hay q ue
considerar que es una plaga m ucho m ayor la que se evita
con las guerras. Sí, si la gente fuera b uena y les gustase con­
servar la.p az, hacer una guerra sería la m ayor plaga sobre
la tierra. Pero ¿y si cuentas con que el m undo es m alo , con
que la gente no quiere conservar la paz sino que quiere ro­
bar, saquear, m atar, ultrajar m ujeres e hijos, apoderarse de
los bienes y de la honra? Esta discordia universa], ante la que
ningún hom bre podría subsistir, debe ser contenida por la
pequeña discordia que se llam a gu erra o espada. Por esto,
tam bién Dios honra la espada tanto q u e la llam a su propio
orden y no quiere que se diga o se piense que han sido los
hombres quienes la han descubierto e in stituido. La m ano
que lleva la espada y estrangula no es ya la m ano del h o m ­
bre, sino la de Dios, y no es el hom bre sino Dios quien ahor­
ca, tortura en la rueda, decapita, estran gula y guerrea. Todo
eso son sus obras y sus juicios.
En resum en: en el oficio de la guerra no hay que conside­
rar que estrangula, incendia, go lp ea, captura, etc. Esto lo
piensan los ojos ingenuos y lim itad o s de los niños q ue sólo
ven que el médico corta una mano o sierra u n a pierna, sin
ver ni percibir que esto hay que hacerlo para salvar el cuerpo
entero. Hay que m irar, por tanto, el oficio de la guerra o
de la espada con ojos varoniles y considerar por qué estran­
g u la y actúa con crueldad; se verá entonces que es un oficio
en sí mismo divino y tan necesario y provechoso para el m un­
do como el comer o el beber o cualquier otra función.
El hecho de que algunos abusen de este oficio, estrangu­
lan d o e hiriendo sin necesidad, por pura arbitrariedad, no
es culp a del oficio sino de la persona. ¿D ónde hay un oficio
u obra o algo igualm ente bueno de lo que no abusen las per­
sonas m alvadas y sin escrúpulos? Estas son como los médicos
insensatos que quieren cortar una mano sana sin necesidad,
por puro capricho; pertenecen a la discordia universal a la
q u e hay que oponerse con una guerra justa y con la espada,
encauzándola hacia la paz; sucede y ha sucedido por doquier
q u e los que com ienzan una guerra sin necesidad son venci­
dos. No pueden escapar finalm ente al juicio de Dios, es de­
cir, a su espada. Al final los encuentra y los alcanza, como
les h a ocurrido ahora a los campesinos en su rebelión.
Para confirmar todo esto tenemos al predicador y al maes­
tro m ás grande después de Cristo, Juan Bautista, el cual, Lu­
cas 3,14, cuando los soldados vinieron a él y le preguntaron
qué debían hacer, no condenó su oficio ni les ordenó aban­
donarlo, más bien lo confirmó diciendo: «contentaos con
vuestra soldada y no hagáis injusticia ni violencia a nadie».
Con estas palabras ensalzó el oficio de la guerra, atacando
y prohibiendo al mismo tiem po su abuso. El abuso no tiene
nad a q ue ver con el oficio. También Cristo, cuando estaba
an te Pilatos, reconoció que hacer la guerra no era injusto,
al decir: «si yo fuera rey de este mundo, mis servidores com­
b atirían para que yo no fuera entregado a los judíos». En
este m ism o sentido hay que traer a colación todas las an ti­
guas historias del Antiguo Testamento, las de A braham , Moi­
sés, Jo su é, los Jueces, Sam uel, David y todos los reyes del
p u eb lo de Israel. Si hacer la guerra o el oficio de soldado
fuera en sí mismo injusto o desagradara a Dios tendríamos
q ue condenar a A braham , Moisés, Josué, D avid y a todos
los dem ás santos padres, reyes y príncipes, que han servido
a Dios con ese oficio y son m uy celebrados en la Escritura
por esa m ism a obra; todo esto es, sin dud a, conocido por
todos, incluso por los que han leído poco la Sagrada Escritu­
ra. No es preciso,.por tanto, aportar más pruebas.
Q uizá alguien diga en este punto que el caso de los santos
padres era algo totalm ente distinto porque Dios los había
separado de los paganos por su elección y por su palabra y
les h ab ía ordenado luchar, por lo que su ejem plo no es sufi­
ciente para un cristiano del Nuevo Testam ento ya que aqué­
llos tenían una orden de Dios y luchaban por obediencia a
Dios, m ientras que nosotros no tenemos n in gu n a orden, si­
no, m ás bien, la de sufrir y dejar que las cosas sigan su cur­
so. A esta cuestión han respondido con bastante claridad S.
Pedro y S. Pablo; ambos ordenan en el Nuevo Testamento
obedecer al orden hum ano y a los m andatos de la autoridad
secular. Hemos escuchado antes que Ju an B autista, como
maestro cristiano, adoctrinó a los soldados cristianamente per­
m itiéndo les, no obstante, seguir como soldados con la sola
condición de no abusar de su oficio, no haciendo injusticia
o violencia a nadie, y de contentarse con su soldada. Por es­
ta razón, la espada está tam bién confirm ada por la palabra
y el m andato de Dios en el Nuevo Testam ento y quienes la
u tilizan rectam ente y luchan por obediencia sirven con ello
a Dios, obedeciendo su palabra.
Reflexiona tú m ism o: si aceptáram os la tesis de que ha­
cer la guerra es en sí m ism o injusto, tendríam os que adm itir
tam b ién que todas las dem ás obras son injustas. Si la espada
fuera in justa cuando com bate, lo sería tam bién cuando cas­
tiga a los malhechores o cuando conserva la paz. En una pa­
labra, todas sus obras tendrían que ser injustas. Pues ¿qué
es u n a guerra justa, sino castigar a los m alhechores y m ante­
ner la paz? Cuando se castiga a un ladrón, a un asesino o
a un adúltero se está castigando a un m alhechor individual.
Pero cuando se hace la guerra justam ente se castiga de una
vez a un gran número de m alhechores que hacen un daño
tan gran de como grande sea el núm ero de ellos. Si una obra
de la espada es buena y recta, lo son tam bién todas las de-
m ás. Es realm ente una espada, no una cola de zorro y se lla­
m a la cólera de Dios, Rom anos 13,4.
A la cuestión que alegan de que los cristianos no tienen
n in gú n m andam iento para luchar y de que los ejem plos no
bastan, pues tienen la enseñanza de Cristo de no resistir al
m al sino de sufrirlo todo, he respondido suficientem ente en
el librito sobre la autoridad secular. Es cierto que los cristia­
nos no com baten ni tienen autoridad secular entre ellos. Su
gobierno es un gobierno espiritual y, según el espíritu, no
están sometidos a nadie sino a Cristo. No obstante, con el
cuerpo y con los bienes están sometidos a la autoridad secu­
lar y le deben obediencia. Si la autoridad secular los requie­
re para la lucha, tienen que com batir por obediencia, no co­
mo cristianos, sino como m iem bros y súbditos obedientes en
cuanto al cuerpo y a los bienes temporales. C uando luchan
no lo hacen por sí mismos ni por su propia causa sino en
servicio y obediencia a la autoridad bajo la q ue están, como
escribe S. Pablo a Tito: «deben obedecer a la au to rid a d »4.
Sobre este punto puedes leer más en el librito sobre la auto­
ridad secular.
Este es el resumen total de toda esta cuestión: el oficio
de la espada es, en sí m ism o, justo y es un orden divino y
ú til, que Dios no quiere que se desprecie sino que se tem a,
se honre y se obedezca; si no, no ha de quedar sin castigo,
como dice S. Pablo en Rom anos 13,2. Dios ha establecido
dos clases de gobierno entre los hombres: uno, espiritual,
por la palabra y sin la espada, por el que los hom bres se h a­
cen justos y piadosos a fin de obtener con esa ju sticia la vida
eterna; esta justicia la adm inistra él m ediante la palabra que
ha encom endado a los predicadores. El otro es el gobierno
secular por la espada, que o b liga a ser buenos y justos ante
el m undo a aquellos que no quieren hacerse justos y piado­
sos para la vida eterna. Esta ju sticia la adm inistra E)ios m e­
d ian te la espada. Y aunque no quiere retribuir esta justicia
con la vida eterna, sí quiere que exista para m antener la paz
entre los hombres y la recom pensa con bienes tem porales.
Por esta razón concede a la auto ridad tantos bienes, honores
y poder, que los posee con todo derecho ante los dem ás, p a­
ra que le sirvan para adm inistrar esta justicia secular. Es Dios
m ism o, por tanto, el creador, señor, m aestro, prom otor y
remunerador de ambas justicias, de la espiritual y de la m u n ­
dana y en todo esto no hay n in gú n orden ni poder hum ano,
sino que se trata de un hecho enteram ente divino.
Puesto que no existe n in gu n a duda de que el oficio y la
condición son, en sí mismos, u n a cosa justa y d iv in a, trate­
mos ahora de las personas y del uso de esta condición. Lo
más im portante es saber quién y cómo ha de desem peñar
este oficio. Y aq u í resulta que cuando se quieren establecer
reglas y normas ciertas se presentan tantos casos y excepcio­
nes que es realm ente difícil, o incluso im posible, apresarlas
todas con exactitud; esto sucede con todas las leyes (Reca­
ten); por m uy exactas y precisas que se establezcan, se pre­
sentan casos que merecen una excepción. Y si no se p erm i­
tiera la excepción y se siguieran estrictam ente las leyes, se
com etería la mayor de las in justicias, como dice el pagano
Terencio: «el derecho más estricto es la m ayor in ju stic ia »5.
Y Salom ón enseña tam bién en su Eclesiastés que no se ha
de ser dem asiado recto, sino q u e , a veces, no hay que querer
ser sabio.
He aq u í un ejem plo: en la rebelión de los cam pesinos,
recientem ente acaecida, hubo personas que participaron de
mal grado, particularm ente las gentes acom odadas, pues la
rebelión afectó tanto a los ricos como a los señores. Según
la eq u id ad hay que suponer q u e la rebelión no gustó a n in ­
gún rico; sin em bargo, algunos participaron sin su voluntad
y agradecim iento. Otros se entregaron a esta violencia con
la idea de que podrían oponerse a la m uchedum bre furiosa
y de q u e, quizá, podrían evitar con sus buenos consejos que
realizaran sus malos propósitos a fin de que no causaran tanto

5 Terencio, H eautonttm orum enos IV, 5,48. Vid. ta m bién Cicerón, D e


O ffie tis 1 10
, .
daño, para bien de la autoridad y para su propio provecho.
Otros participaron con la autorización de sus señores, que
previamente les habían solicitado. Y puede haber habido m u­
chos otros casos sem ejantes. N adie puede im aginarlos todos
ni abarcarlos en el derecho.
El derecho, sin embargo, está ah í y dice: todos los rebel­
des m erecen la m uerte. Entre la m uchedum bre rebelde, en
flagrante delito , hubo esas tres clases de personas: ¿qué se
ha de hacer con ellas? Si no se adm ite ninguna excepción
y ha de aplicarse el derecho estricto y riguroso según se des­
prende externam ente del hecho, tienen que morir igu al que
quienes, adem ás de cometer el hecho, tenían un corazón y
u n a voluntad culpables mientras que aquellas personas, sin
em bargo, tenían un corazón inocente y buena voluntad h a­
cia la autoridad. De ese modo se han comportado algunos
de nuestros señoruelos, particularm ente con los ricos, p en ­
sando que podían extorsionarles con poder decirles sim p le­
m ente: tú estuviste entre la m uchedum bre, tienes que desa­
parecer; de esa m anera han cometido grandes injusticias con
nuestra gen te, derram ando sangre inocente, han hecho v iu ­
das y huérfanos, apoderándose de sus bienes, y todavía se
reclam an de la nobleza. ¡Sí, claro, de la nobleza! Tam bién
hay excremento de la nobleza y ellos pueden decir que sale
del vientre del ág u ila pero, en realidad, huele mal y no sirve
para n a d a 6. Así que tam bién éstos, cómo no, pueden ser
de la nobleza. ¡Nosotros los alem anes somos alem anes y se­
guirem os alem anes, es decir, cerdos y bestias irracionales!
Yo digo que en estos casos, de los que son un ejem plo
las tres clases de personas mencionadas antes, el derecho tie ­
ne que ceder, debiendo regir en su lu gar la equidad. El d e­
recho declara secam ente: la rebelión merece la m uerte como
cn m en laesae M ajestatis 1, como un pecado contra la au to ­
ridad. La e q u id ad , sin embargo, se expresa así: sí, querido
derecho, es como tú dices, pero puede suceder que dos h a­

6 J ueg° de palabras entre A d le r (águila) y A d e l (nobleza).


Crimen de lesa majestad.
gan la misma obra con corazón e intención diferentes. Por
ejem plo, Ju das besó a Cristo en el huerto, lo cual es externa­
m ente una obra buena, pero su corazón era malo y traicionó
a su señor con u n a buena obra, que Cristo y sus discípulos
practicaban entre ellos con buen corazón. Por el contrario,
Pedro se sentó al fuego con los servidores de Anas y se calen­
taba con los im píos, lo que no estaba b ien , etc. Si se quisie­
ra aplicar aquí el derecho estricto, Judas sería un hombre justo
y Pedro sería un pillo . Pero el corazón de Ju d as era malo y
el de Pedro bueno; por esto, la equidad debe prevalecer so­
bre el derecho.
Por tanto, a aquellos que estaban entre los rebeldes con
una buena intención no sólo los absuelve la equidad, sino
que los considera merecedores de una doble gracia. Son pre­
cisam ente como el fiel Jusay el arkita, que se dio al rebelde
Absalón y le fue m uy obediente, por orden de David, con
la intención de ayudar a David y de oponerse a Absalón, co­
mo está finam ente escrito en el libro segundo de Sam uel
15,32 y s. y 16,16 y s. Mirado desde fuera, Jusay era tam ­
bién un rebelde con Absalón contra D avid, pero él merece
una gran alabanza y honor externo ante Dios y ante todo
el m undo. Si David hubiera hecho juzgar a Jusay como re­
belde, eso habría sido tan loable como lo que hacen ahora
nuestros príncipes y señoruelos con estas gentes inocentes e,
incluso, dignas de m érito.
Esta virtud o sabiduría, que puede y debe guiar y atem ­
perar el derecho estricto según los casos que se presenten y
que puede juzgar buena o m ala una m ism a obra según la
diferencia de intención y de corazón, se llam a en griego eiriU
xe ia , en latín aequitas y yo la llam o equidad (Billigkeit).
Por cuanto el derecho debe establecerse en forma simple, con
breves y concisas palabras, no puede captar en absoluto to­
dos los casos y todas las dificultades. Por ello, los jueces y
los señores han de ser inteligentes y piadosos y han de m edir
la equidad por la razón, aplicando o aplazando el derecho.
Un patrón, por ejem plo, establece una norma para sus cria­
dos, con lo que tienen que hacer tal o cual día. Ahí está el
derecho: quien no lo cum ple debe sufrir un castigo. Ahora
bien, puede que uno esté enfermo o está im pedido por otra
causa, sin su culpa: cesa entonces el derecho y realm ente se­
ría un patrón rabioso q uien quisiera castigar a su criado por
semejante negligencia. Todas las reglas que se establecen para
un hecho han de som eterse a la eq u id ad , como m aestra, a
causa de los casos diversos, innumerables e inciertos que pu e­
den darse y que n ad ie puede describir o abarcar con carácter
previo.
De acuerdo con lo anterior decimos lo siguiente acerca del
derecho de la guerra y del uso de la guerra por parte de las
personas: prim ero, q u e la guerra puede darse entre tres cla­
ses de personas, a saber: un igual lucha contra su igu al, esto
es, ninguno de los dos ha prestado juram ento al otro ni es
su súbdito aunque uno no sea tan grande, im portante o po­
deroso como el otro; otro supuesto: un superior combate con­
tra su subordinado; otro supuesto: un subordinado com ba­
te contra su superior.
Nos vamos a ocupar, en primer lugar, del tercer caso. El
derecho dice que nadie debe luchar ni com batir contra su
superior, pues a la autoridad se le debe obediencia, honor
y temor, Romanos 13,1 ■A quien corta leña encim a de sí m is­
mo le caen las astillas en los ojos y, como dice Salom ón, «a
q u ien arroja piedras a lo alto le caen en la cab eza»8. Esto
es, brevem ente, el derecho en sí mismo tal como Dios lo ha
in stituido y ha sido aceptado por los hom bres. No es com ­
p atib le obedecer y oponerse, ser súbdito y no querer sopor­
tar al señor.
Acabamos de decir q ue la equidad debe ser la m aestra del
derecho y cuando las circunstancias lo exijan debe guiarlo,
ordenarlo y perm itir que se actúe contra él: hay que pregun­
tarse ahora si puede ser equitativo, es decir, si puede perm i­
tirse la desobediencia a la autoridad, si se la puede com ba­
tir, destituir o someter en contra de ese derecho. Hay en no­
sotros, los seres hum anos, un vicio que se llam a Fraus, es
decir, astucia o artim añ a; si ésta escucha que la equidad está
por encim a del derecho, como se ha dicho, se m ostrará
totalm ente hostil al derecho y cavilará e in ten tará día y
noche cómo llegar al m ercado y venderse bajo el nombre
y apariencia de la equ id ad a fin de a n iq u ila r al derecho y
ser ella la am ante desposada que todo lo ha hecho bien. De
ah í viene el refrán inventa lege inventa est fraus legis: tan
pronto como aparece una ley, aparece tam bién la virgen Fraus
(fraude).
Los paganos, porque no sabían nada de Dios ni conocían
q u e el gobierno secular es un orden establecido por Dios (lo
tenían por una realidad y ventura h u m an as), procedían sin
tener esto en cuenta y consideraban no sólo equitativo sino
lo able deponer, m atar y expulsar a u n a autoridad in ú til y
m ala. Esta es la razón por la que los griegos prom etían re­
com pensas y regalos en sus leyes públicas a los Tyrannicidis,
es decir, a quienes ap uñ alaban o m atab an a un tirano. Los
romanos siguieron esta práctica durante su im perio y asesi­
naron a la m ayor parte de sus em peradores, de modo que
a lo largo de este im perio, digno de alab an za, casi ningún
em perador m urió a manos de los enem igos. Pero a pocos de
ellos les dejaron morir en su cam a y de m uerte n atural. Los
pueblos de Israel y de Ju d á tam bién asesinaron y m ataron
a algunos de sus reyes.
Pero a nosotros no nos bastan esos ejem plos. Nosotros no
nos preguntam os por lo que han hecho los paganos o los ju ­
díos, sino por lo que es justo y equitativo hacer ante Dios,
en el espíritu y tam bién en el orden divino y exterior del ré­
gim en secular. Si todavía hoy o m añana se levantara un p u e­
blo y destituyera a su señor o lo estrangulara, sería una reali­
d ad que habría sucedido y los señores ten d rían que atenerse
a e lla, si Dios así lo dispusiera. Pero no se deduce de aq u í
q ue sea justo y equitativo. A m í no se m e ha presentado n in ­
gún caso en el que tal acción fuera e q u itativ a y, en este m o­
m ento, no puedo im agin ar ninguno. Los cam pesinos alega­
ban en su rebelión que los señores no q u erían perm itir la
predicación del Evangelio y que vejaban a los pobres, por
lo que había que derrocarlos. Yo he respondido a esta ale­
gación que, aunque los señores com etieran injusticias, no se-
na justo ni equitativo cometer tam bién otra in justicia, esto
es, desobedecer y destruir el orden de Dios, no nuestro, de
que hay que sufrir el m al. Si un príncipe o un señor no quiere
perm itir el Evangelio hay que irse a otro principado donde
se p rediqu e, como dice Cristo: «si os persiguen en una ciu­
dad, hu id a o tra »9.
Es equ itativo, sin duda, destituir y arrestar a un príncipe,
rey o señor que se vuelva loco, pues en adelante ya no se
le podría considerar como un hom bre porque se le ha ido
la razón. Claro que, dices tú, a un tirano furioso hay que
considerarlo tam bién como un loco, o incluso peor que un
loco, pues causa un daño mucho m ayor, etc. En este punto
se hace difícil la respuesta, pues esta objeción tiene una fuerte
apariencia de razón y quiere forzar la equidad. Mi opinión
sobre esta cuestión es, sin em bargo, que no es lo m ism o un
loco y un tirano. El loco no puede hacer ni tolerar nada ra­
cional y tam poco hay esperanza de que lo pueda hacer, ya
que le ha desaparecido la luz de la razón. El tirano, en cam ­
bio, obra m uy racionalm ente: sabe si comete in justicia, tie­
ne conciencia y conocim iento y existe tam bién la esperanza
de que se corrija, de que se deje decir algo, de que aprenda
y haga caso, lo que no es el caso del loco, que es como un
tronco o u n a p iedra. Además, si se perm ite asesinar o expul­
sar a los tiranos, hay una m ala consecuencia o un m al ejem ­
plo detrás, el de que pronto arraigará y se convertirá en una
arbitrariedad general y se tratará como tiranos a los que no
lo son, e incluso se les asesinará según le venga al pueblo.
Esto nos lo enseñan m uy bien los libros de historia rom ana;
m ataban a m uchos de sus emperadores sim plem ente porque
no les gustaban o porque no hacían su voluntad, no les de­
jaban a ellos ser señores y no se consideraban sus siervos y
papanatas, como le ocurrió a G alba, Pertinax, Gordiano,
A lejandro y a muchos otros 10. No hay que hacerle mucho
caso al pueb lo , pues por lo dem ás le gusta alborotar, y es

9 Vid. M ateo 10 ,2 3-
10 Emperadores romanos que fueron víctimas de revueltas: Galba
(68-69), Perrinax ( 19 3 ) , Gordiano (2 38-244), Alejandro Severo (222-235).
más equitativo negarle diez varas que concederle la anchura
de una m ano o, incluso, de un dedo; es mejor que los tira­
nos le hagan cien injusticias a que el pueblo le haga una sola
a los tiranos. Si hay que sufrir in ju sticia, es de preferir su­
frirla de la autoridad a que la autoridad la sufra de sus súb­
ditos. El pueblo no tiene ni conoce la m edida y en cada in ­
dividuo se esconden más de cinco tiranos. Es mejor sufrir in ­
justicia de un solo tirano, es decir, de la autoridad, que su­
frirla de innum erables tiranos, es decir, del pueblo.
Se dice que los suizos, en tiempos anteriores, tam bién m a­
taban a sus señores y se liberaron a sí mismos, etc. Los dane­
ses han expulsado recientem ente a su r e y 11; ambos alegan
como causa la insoportable tiran ía que los súbditos han te­
nido que sufrir, etc. Antes he dicho que no trato aq u í de
lo que los paganos hacen o han hecho o de algo sim ilar a
estos ejem plos e historias, sino que trato de lo que se debe
y se puede hacer con buena conciencia para estar seguro y
cierto de que sem ejante acción no es injusta ante Dios. Yo
sé con buen fundam ento, y no he leído pocas historias, que
los súbditos han dado m uerte o expulsado a su autoridad
con frecuencia, como los judíos, los griegos y los romanos.
Y Dios lo ha perm itido y lo ha dejado crecer y que vaya en
aum ento. Pero al fin al, sin em bargo, todo ha sido barrido.
Los judíos fueron reprim idos y elim inados por los asirios, los
griegos por el rey Filipo y los romanos por los godos y los
lombardos. Los suizos lo han pagado, hasta el momento, ver­
daderam ente caro, con m ucha sangre, y lo siguen pagando;
se puede suponer fácilm ente cómo term inarán. Los daneses
todavía no han salido de su situación. No veo ningún ré­
gim en más estable que aquél donde se m antiene la auto­
ridad con honor, como los persas, tártaros y otros pueblos
sem ejantes que no sólo resistieron ante los romanos y ante
todo poder, sino que los destruyeron a ellos y a otros m u ­
chos países.

11 Cristian II gobernaba desde 15 1 3 sobre los países escandinavos y tu-


vo que abandonar Dinamarca en 15 23; fue hecho prisionero por su sucesor
Federico I y m urió en cautividad en 1559.
La razón y la causa que yo alego es ésta, que Dios dice:
«la venganza es m ía, yo me vengaré», y tam bién: «no
juzguéis» 12. A dem ás, en el A ntiguo Testam ento está pro­
hibido con frecuencia y con dureza m aldecir a la autoridad
o hablar m al de ella: Exodo 22,28: «no debes m aldecir al
príncipe de tu pueblo». Y Pablo en 1 Tim oteo 2,2 enseña
a los cristianos a rogar por la auto ridad, etc. Salomón tam ­
bién enseña por doquier en los Proverbios y en el Eclesiastés
que hay que obedecer y estar som etido al rey 13. N adie p u e­
de negar que si los súbditos se levantan contra la autoridad
se están vengando ellos mismos, se están convirtiendo en ju e­
ces, lo que está no sólo contra el orden y el m andato de Dios,
que quiere para sí el juicio y la venganza, sino tam bién con­
tra todo orden natural y contra la eq u id ad , como dice el re­
frán: «nadie debe ser juez de sí m ism o» y «quien devuelve
el golpe, hace una injusticia».
A quí q uizá dirías: ¿cómo se va a tener que soportar todo
a los tiranos? Les concedes dem asiado y con esta enseñanza
se hará más grande su m aldad y más fuerte. ¿H ay que so­
portar, entonces, que la m ujer y los hijos de cualquiera, su
cuerpo y sus bienes estén en peligro de ser ultrajados? ¿Q uién
em prenderá algo honrado si hay que vivir así? Yo contesto:
no te estoy enseñando ciertam ente que hagas lo que se te
antoje y te agrade. Actúa según tus sentidos y m ata a todos
tus señores: m ira a ver qué te resulta. Yo sólo enseño a q u ie ­
nes quieran actuar rectamente. A éstos les digo que a la auto­
ridad no se le puede oponer resistencia con m alicia y rebe­
lión, como hicieron los romanos, los griegos, los suizos y los
daneses; les digo que tengan esta otra sabiduría. Primero:
si ven que la autoridad por sí m ism a estim a tan poco la sal­
vación de las alm as que se enfurece y comete injusticia, ¿qué
te im porta a ti que arruine tus bienes, tu cuerpo, tu m ujer
e hijos? No p u ed e hacer daño a tu alm a y se hace más daño
a sí m ism a que a ti, porque está condenando su propia alm a

12 Vid. Rom anos 1 2 ,1 9 y Mateo 7 ,1.


13 Vid. Proverbios 2 4 ,2 1 ; Eclesiastés 10 ,2 0 .
a la que seguirá la ruina del cuerpo y de sus bienes. ¿No crees
que ya hay bastante venganza?
Segundo: ¿qué harías tú si tu au to ridad m ism a estuviera
en guerra en la que se perdieran no sólo tus bienes, m u jer
e hijos, sino tú m ism o, en la que fueras hecho prisionero,
quem ado, estrangulado, por causa de tu señor? ¿M atarías a
tu señor por ello? Cuántas de sus gentes ha perdido en sus
guerras el em perador M axim iliano a lo largo de su vida y no
se le ha hecho nada a é l I4. Y si les hubiese dado m uerte él
tiránicam ente no se hubiese oído cosa m ás terrible. El es,
sin embargo, la causa por la que perecieron, pues por su causa
fueron muertos. ¿Qué es un tirano y un sanguinario sino una
guerra peligrosa que afecta a hom bres probos, honrados e
inocentes? Sí, un tirano malo es más soportable que una g u e­
rra m ala; esto has de concederlo si preguntas a tu propia ra­
zón y a tu experiencia. No m e cuesta creer que te gustaría
tener paz y días buenos; pero ¿qué pasaría si Dios te lo im ­
pidiera con guerras o con tiranos? Elige y calcula tú m ism o
si prefieres tener guerra o tiranos. Tú has m erecido am bas
cosas y eres culpable ante Dios. Somos unos tipos que q u e ­
remos ser unos pillos: permanecemos en pecado, pero q u e ­
riendo evitar el castigo de los pecados; incluso nos opone­
mos al castigo y defendemos nuestros pecados. Nos sucede­
rá lo que al perro que muerde al erizo.
Tercero: si la autoridad es m ala, ah í está Dios que tiene
el fuego, el agua, el hierro, la p ied ra e innum erables m an e­
ras de matar. ¡En qué poco tiem po pued e m atar a un tira­
no! Y lo haría, pero nuestros pecados no lo perm iten. En
el libro de Jo b dice: «deja que reine un canalla a causa de
los pecados del pueblo» 15. Que un canalla está gobernan­
do lo podemos notar muy bien. Pero lo que nadie verá es
q ue gobierna no por su m aldad sino por causa de los peca­
dos del pueblo. El pueblo no ve sus propios pecados y cree

14 Maximiliano I fue emperador del Sacro Imperio Romano Germánico


de 1493 a 1519.
15 Vid. Jo b 34 ,3 0 .
q u e el tirano gobierna por su propia m ald ad . Así de ciego,
equivocado y loco es el m undo; por eso ocurre lo que les ha
sucedido a los cam pesinos en su rebelión; querían castigar
los pecados de la auto ridad, como si ellos fueran com pleta­
m ente puros e inocentes. Por eso, Dios tuvo que enseñarles
la viga en sus ojos para que olvidaran la paja en el ojo ajeno.
C uarto: los tiranos están en peligro de que, por designio
de Dios, los súbditos se le rebelen, como se ha dicho, y los
m aten o expulsen. Nosotros enseñamos a los que quieren
obrar rectam ente, que son muy pocos. Aparte está el gran
m ontón de paganos, de impíos y de no cristianos que, si Dios
lo dispone, se oponen sin razón a la autoridad y causan des­
gracias, como hicieron con frecuencia los judíos, los griegos
y los romanos. Por eso no puedes quejarte de que los tiranos
y la autoridad ganan en seguridad para hacer el m al gracias
a nuestras enseñanzas. No, no están en verdad seguros. No­
sotros, eso sí, enseñamos que han de estar seguros, hagan
el bien o el m al; pero nosotros no podemos darles esa segu­
ridad ni proporcionársela, pues no podemos obligar a la masa
a seguir nuestra doctrina si Dios no concede su gracia. Ense­
ñemos lo que enseñemos, el mundo hará lo que quiera. Dios
ha de ayudar y debemos enseñar a los que quieran actuar
bien y rectam ente, por si ellos pudieran contener a la masa.
Los señores están tan seguros con nuestra doctrina como sin
ella. Lam entablem ente ocurre que tu queja es superflua por­
q ue la m ayor parte de la gente no nos obedece y sólo en las
m anos de Dios está el m antenim iento de la autoridad, de
la m ism a m anera que sólo él ha sido quien la ha instituido.
T am bién esto lo hemos experim entado en la rebelión de los
cam pesinos. No te dejes confundir porque la autoridad sea
m ala; su castigo y su desgracia están más cerca de lo que pue­
das desear: como el tirano Dionisio, que confesaba que su
vida se asem ejaba a la de aquél sobre cuya cabeza pendía
u n a espada desnuda, suspendida de un hilo de seda, y bajo
el cual ardía una gran brasa de fuego 16.

16 Dionisio de Siracusa vivió en el siglo IV a C. Vid. Platón, Carta Vil;


Cicerón, Tusculanae V ,2 1 .
Q uinto: Dios tiene todavía otro medio para castigar a la
autoridad a fin de que no tengas que vengarte tu mismo.
Puede despertar a una autoridad extranjera como los godos
contra los romanos, los asirios contra Israel, etc. En todas par­
tes hay venganza, castigo y peligro suficientes para los tira­
nos y para la autoridad y Dios no les deja ser malos con ale­
gría y en paz. El está detrás de ellos, incluso los cerca y los
tiene entre las espuelas y por la brida. Con esta doctrina con­
cuerda tam bién el derecho natural que Cristo enseña en Ma­
teo 7,12: «haced lo que queráis que os hagan a vosotros».
N ingún padre de fam ilia querría, naturalm ente, que los su­
yos lo expulsaran de su casa, lo m ataran o lo arruinaran por
sus m alas acciones; no lo querría particularm ente si lo hicie­
ran por su propia m aldad y violencia para vengarse, convir­
tiéndose ellos mismos en jueces, sin una previa acusación ante
otra autoridad más alta. Así de injusto ha de ser para un súb­
dito cualquiera actuar contra su tirano.
Sobre este punto tengo que citar un ejem plo o dos, a los
que hay que prestar buena atención y a los que hay que se­
guir con provecho. Se lee q ue una viuda estaba de pie ro­
gando por su tirano, con sumo recogim iento, para que Dios
le diera larga vida, etc. El tirano la oye y se qued a asombra­
do porque sabía que le había causado a ella mucho sufri­
m iento y esta oración le resultaba extraña, pues la oración
más común para los tiranos no solía ser así. El le preguntó
por qué rezaba por él en esos términos. Ella le respondió:
yo tenía diez vacas cuando vivía tu abuelo, el cual me quitó
dos. Entonces yo recé contra él, para que se m uriera y tu p a­
dre se convirtiera en señor. Cuando esto ocurrió, tu padre
me quitó tres vacas. Otra vez recé para que tú fueras señor
y él se m uriera. Ahora tú m e has quitado cuatro vacas; por
eso rezo por ti, pues tem o que quien venga después de ti
me quite la ú ltim a vaca y todo lo que tengo. Los eruditos
tienen tam bién la parábola de un m endigo, lleno de llagas,
en las que había m uchas moscas picándole y chupándole.
Pasó entonces un hombre misericordioso que quiso ayudar­
le y le espantó las moscas, pero el m endigo le gritó dicién-
dole: ay, ¿qué haces? Estas moscas casi estaban satisfechas
y saciadas, ya no me daban m iedo; ahora vendrán, en su lu ­
gar, moscas ham brientas que me azotarán m ucho más.
¿E ntiendes estas fábulas? C am biar la autoridad y m ejo­
rarla son dos cosas tan distantes entre sí como el cielo y la
tierra. C am biar puede suceder fácilm ente, m ejorar es difícil
y arriesgado. ¿Por qué? No está en nuestra voluntad o en
nuestro poder, sino solam ente en la voluntad y en las manos
de Dios. El pueblo insensato no se pregunta m ucho cómo
se puede m ejorar, sino sólo cómo se cam bia. Si resulta peor,
querrá tener otra cosa distinta. Así consigue moscardones por
moscas y, finalm ente, avispones por moscardones. Las ranas,
en otros tiem pos, tampoco quisieron tolerar a un leño como
señor y lograron, en su lu gar, una cigüeña que les daba p i­
cotazos en la cabeza y se las com ía 17. Es una cosa desespe­
rante y m ald ita por causa de un pueblo insensato, al que
nadie puede gobernar tan bien como los tiranos; éstos son
como el palo atado al pescuezo del perro. Si pu d ieran ser
gobernados de otra m anera m ejor, Dios les habría im puesto
otro orden distinto al de la espada y los tiranos. La espada
m uestra m uy bien qué clase de hijos tiene bajo sí, esto es,
auténticos pillos desesperados, si pudieran actuar.
Por ello m i consejo es que quien quiera proceder con buena
conciencia y actuar rectam ente esté contento con la autori­
dad secular y no la ataque, como hacen los eclesiásticos y los
falsos m aestros, pensando que la autoridad secular no p ue­
de causar daño al alm a. Ha de seguir el ejem plo del piadoso
D avid, que sufrió del rey Saúl m ayor violencia q ue la que
tú puedas sufrir y, sin em bargo, no quiso poner su mano
sobre su rey, como podría haberlo hecho en frecuentes oca­
siones, sino que lo encom endó a Dios y lo dejó hacer hasta
que Dios quisiera, sufriendo él hasta el final. Si se levantara
u na guerra o una lucha contra tu señor, deja que guerree
o luche el que quiera, pues, como se ha dicho, si Dios no
contiene a la masa no podem os contenerla nosotros; pero tú
que quieres actuar bien y m antener firm e tu conciencia deja
la arm adura y las armas y no luches contra tu señor o contra
tu tirano. Prefiere sufrir todo lo que te pueda suceder. La
masa que lo hace, encontrará, sin dud a, su juez.
Pero dices tú: ¿qué hacer si un rey o un señor se compro­
m ete con juram ento a gobernar a sus súbditos de acuerdo
con artículos previamente dispuestos y no los cum ple, estando
entonces obligado a abandonar el gobierno, etc., como se
dice del rey de Francia que tiene que gobernar según los Par­
lam entos de su reino y del rey de D inam arca que tiene que
jurar determ inados artículos, etc.? A esta pregunta respon­
do: es bueno y equitativo que la autoridad gobierne según
leyes y las aplique y que no gobierne según su propio arbi­
trio. A ñado incluso más, que un rey no sólo ha de prom eter
cum plir el derecho territorial o las capitulaciones, sino que
Dios m ism o le m anda, adem ás, ser piadoso y que prom eta
cum plirlas. Pero si ese rey no cum ple ni el derecho de Dios
ni su derecho territorial, ¿deberías atacarle, juzgarle y ven­
gar su incum plim iento? ¿Q uién te lo ha ordenado? Tendría
que intervenir otra autoridad entre vosotros dos que os escu­
chara y condenara al culpable. De lo contrario no te escapa­
rás al juicio de Dios que dice: «la venganza es m ía» y «no
juzguéis», M ateo-7,1.
Y a que esto atañe al caso del rey de D inam arca, al que
han depuesto los de Lübeck y los de las ciudades m aríti­
mas 18, juntam ente con los daneses, quiero decir tam bién
m i respuesta por si aquellos que q uizá tengan una concien­
cia falsa quieren reflexionar m ejor y reconocerla. Puede que
sea efectivam ente así: que el rey es injusto ante Dios y ante
el m undo y que el derecho esté totalm ente de parte de los
daneses y de los de Lübeck. Este es un asunto. Hay adem ás
otro asunto: que los daneses y los de Lübeck han interveni­
do como jueces y como señores del rey y han castigado y ven­
gado esa injusticia, con lo que se han atrevido a encargarse
del juicio y de la venganza. A q u í se plantea una cuestión
que afecta a la conciencia: si el asunto llega ante Dios, él

18 Se trata de las ciudades de la Liga Hanseática.


no va a preguntar si el rey es injusto o justo, pues eso ha
sido conocido, sino q u e preguntará: señores de Dinamarca
y de Lübeck, ¿q u ién os ha encargado esta venganza y esta
condena? ¿Os la he ordenado yo o el em perador u otro se­
ñor? Presentad cartas con su sello y dem ostradlo; si lo ha­
cen, está bien ; si no, así los juzgará Dios: vosotros, rebeldes
ladrones de Dios, q u e os habéis m etido en m i oficio y os ha­
béis arrogado la venganza divina, sois culpables de lesae ma-
jestatis divinae, es d ecir, habéis pecado contra la divina m a­
jestad y habéis incurrido en delito. Son dos cosas distintas
ser injusto y castigar la injusticia, ju s et executio juris, justi-
tia et adm inistratio justitiae 19. Ser justo o injusto pertene­
ce a cualq uiera, pero im partir justicia e injusticia pertenece
a q uien es señor sobre la justicia y la injusticia, que es sólo
D ios, el cual lo encom endó a la autoridad en su lugar. Por
ello nadie debe arrogárselo, a no ser que esté seguro de te­
ner un m andato de Dios o de su sierva, la autoridad.
Si las cosas fueran así, si cualquiera que tuviere razón cas­
tigara por sí m ism o a los injustos, ¿qué pasaría en el m un­
do? Sucedería que el criado golpearía al señor, la sirvienta
a la señora, los hijos a los padres, los alum nos al maestro.
¡Bonito orden ib a a ser ése! ¿Para qué se necesitarían enton­
ces jueces y autoridad secular, instituidos por Dios? Deja que
los daneses y los de Lübeck piensen ellos mismos si es justo
que sus siervos, sus ciudadanos y sus súbditos se levanten con­
tra la autoridad siem pre que les ocurra una injusticia. ¿Por
q ué no hact n al otro lo que quieren que les hagan a ellos
y por qué no p erdonan al otro lo que quieren que les perdo­
nen a ellos, como enseña Cristo y la ley natural? Los de Lü­
beck y los de las otras ciudades podrían alegar que no son
súbditos del rey y que han procedido respecto a él como un
enem igo con su enem igo y un igual con un igu al. Pero los
pobres daneses, como súbditos, han actuado contra la auto­
ridad sin un m andato de Dios y los de Lübeck, que les han
aconsejado y ayu dado , se han cargado con los mismos peca­

19 El derecho y la ejecución del derecho, la justicia y el ejercicio de la


justicia.
dos de los otros, al unirse, mezclarse e im plicarse en la deso­
bediencia rebelde a am bas m ajestades, la divina y la real.
Callaré que desprecian tam bién el m andato del emperador.
Hablo aq u í de este asunto a m odo de ejem plo, porque
tratamos y enseñam os que el subordinado no ha de levan­
tarse contra su superior. Es notable esta historia del rey d e­
puesto y sirve m uy bien para advertir a todos los demás de
que se cuiden del ejem plo y para tocar la conciencia de los
que lo han hecho, para que se enm ienden y abandonen el
vicio antes de que llegu e Dios y se vengue de sus ladrones
y enem igos. No espero que todos hagan caso de esto (pues,
como se ha dicho, la gran masa no hace caso de la palabra
de Dios: es una m asa perdida, preparada sólo para la cólera
y el castigo de D ios), m e conformo con que algunos lo to­
m en a pecho y no se m ezclen con las acciones de los daneses
y lubequenses y, si se hubieran m ezclado, que se salgan del
asunto y no se hagan partícipes de pecados ajenos. Con nues­
tros propios pecados tenemos todos m ás que suficiente.
En este punto tendré que soportar y escuchar a mis jueces
gritando: ah, eso se llam a, en nuestra opinión, adular abier­
tam ente a los príncipes y a los señores; te sometes y pides
gracia: ¿no será que tienes m iedo?, etc. D ejo, sin embargo,
que estos abejorros zum ben y pasen por delante de m í. El
que pueda que lo h aga m ejor, yo no m e he propuesto ahora
predicar a los príncipes y a los señores. Yo sé bien que m i
adulación habría de conseguir desgracia y que ellos no esta­
rían m uy contentos con mis halagos, porque pongo su esta­
m ento en el peligro que habéis oído. En otros lugares lo he
dicho bastantes veces y lam entablem ente es totalm ente ver­
dad que la m ayor parte de los príncipes y señores son tiranos
im píos y enem igos de Dios, persiguen el Evangelio y son,
adem ás, mis inclem entes señores; tampoco me im porta. Yo
enseño au e cada cual sepa comportarse en este asunto y en
esta obra respecto al superior y que haga lo que Dios le mande
y deje a los señores estar y ver por sí m ism os. Dios no olvida­
rá a los tiranos y a los señores. Es superior a ellos, como lo
ha demostrado desde el comienzo del m undo.
No quiero tam poco que este escrito se entienda como re­
ferido sólo a los cam pesinos, como si fueran ellos los únicos
subordinados y como si no lo fuera asim ism o la nobleza. Lo
que yo digo de los súbditos ha de atañer a cam pesinos, ciu­
dadanos, nobles, condes y príncipes. Todos tien en un supe­
rior y están subordinados a otro. E igu al que se decapita a
un cam pesino rebelde se ha de decapitar a u n noble, conde
o príncipe rebelde, tanto a uno como a otro y así no se co­
m ete injusticia con nadie. El em perador M axim iliano, creo
yo, podría haber cantado u n a cancioncilla sobre los prínci­
pes y nobles desobedientes y rebeldes a quienes gustaba amo­
tinarse y conspirar. ¿Y cuántas veces se han quejad o los no­
bles o han m aldecido, han deseado o in ten tad o oponerse a
los príncipes y rebelarse? ¿No tiene la nobleza de Franconia
la fam a de no obedecer m ucho al em perador ni a sus obis­
pos? A estos señoruelos no se les puede llam ar rebeldes o
am otinados, aunque realm ente lo son y el cam pesino sí de­
be soportarlo, sí tiene que sufrirlo. Pero yo no me engaño
si digo que Dios ha castigado a los señores y a los nobles re­
beldes, con los cam pesinos rebeldes, un p illo con otro, por­
que M axim iliano tuvo que tolerarlos, sin poder castigarlos,
au n q u e los tuvo que contener durante toda su vida. Yo casi
apostaría que si no se hubiese producido la rebelión de los
cam pesinos se habría levantado una rebelión entre la noble­
za contra los príncipes y q uizá incluso contra el emperador;
tan crítica era la situación en A lem ania. ¡Pero han sido los
cam pesinos los que han caído y entonces tienen que ser ellos
solos los negros; la nobleza y los príncipes están lim pios de
eso, se lim pian la boca, son buenos y no han hecho nada
m alo! Pero con esto no engañan a Dios y él les ha am onesta­
do que aprendan del ejem plo a ser obedientes a su autori­
dad. Esta es mi adulación a los príncipes y a los señores.
D ices tú: ¿habría que soportarle a un señor que sea tan
m alvado como para arruinar al país y a su gente? U tilizando
el len g u aje de la nobleza: ¡dem onio, baile de S. Vito, pes­
te, S. Antonio, S. Q uirino! 20, yo soy un noble, ¿quién va

20 Nombres de santos invocados en fórmulas maléficas para las enfer­


medades que se suponía iban a curar.
a querer que un tirano arruine vergonzosam ente m i m ujer
e hijos, m i cuerpo y mis bienes, etc.? Respondo: escucha,
yo no te enseño nada; continúa así; eres suficientem ente in ­
teligen te, no tienes necesidad de m í; no m e cuesta ningún
gran esfuerzo m irar cómo cantas esa cancioncilla. A los que
quieran conservar su conciencia les decimos: Dios nos ha arro­
jado al mundo bajo el dom inio del d iab lo , de modo que
aq u í no tenemos ningún paraíso, pues en todo momento h e­
mos de esperar todo tipo de desgracias, en el cuerpo, en la
m ujer y en los hijos, en los bienes y en el honor. Y si en
una hora no te sobrevienen diez desgracias y puedes vivir esa
hora, has de decir: ¡oh, qué gran bondad m e m anifiesta m i
Dios que no me acuden todas las desgracias en esta hora!
¿Cómo es esto? Yo no debería tener bajo el dom inio del d ia ­
blo una hora tan bendita, etc. Así enseñam os a los nuestros.
Pero tú puedes hacer otra cosa; constrúyete u n paraíso don­
de el diablo no entre para que no puedas esperar esa furia
de ningún tirano; ya veremos. ¡A y !, nos va dem asiado bien,
el orgullo nos pica; no conocemos la bondad de Dios, tam ­
poco creemos que Dios nos protege así ni q ue el diablo sea
tan m alo. Queremos ser unos pillos y tener, no obstante, los
bienes de Dios.
Q uede de esta prim era parte que no p u ed e ser justo lu ­
char o pelear contra el superior. Sin em bargo, ha sucedido
con frecuencia y existe el peligro cada d ía de que suceda,
ig u al que existen los vicios y las injusticias — si Dios los in ­
flige y no los evita— , pero al fin al no term in an bien y no
quedan sin castigo, aunque tengan suerte d uran te un cierto
tiem po.
Ocupémonos ahora de la segunda cuestión: si un igu al
puede luchar y com batir contra otro ig u a l. Esta cuestión ha
de entenderse así: no es equitativo com enzar u n a guerra se­
gún la idea de cualq u ier señor insensato. A ntes que nada
quiero que quede dicho lo siguiente: es in justo quien co­
m ienza una guerra y es equitativo que q u ie n saca el puñal
prim ero sea batido o finalm ente castigado; h a sucedido por
lo general, y está publicado en los libros de historia, que han
perdido la guerra quienes la em pezaron y q u e rara vez han
sido derrotados los que tuvieron q ue defenderse. La autori­
dad secular no h a sido instituida por Dios para romper la
paz y em pezar guerras, sino para conservar la paz y para d e­
fenderse de los guerreros; como dice Pablo, en Romanos 13,4,
el oficio de la espada consiste en proteger y castigar, en pro­
teger a los piadosos con la paz y en castigar a los malos con
la guerra. D ios, que no tolera la injusticia, dispone tam bién
que se haga la guerra a los guerreros, como dice el prover­
bio: no ha existido nadie tan m alo que no haya encontrado
otro peor. T am bién Dios deja que se cante de sí m ism o en
el Salmo 68,31: «.dissipat gentes, quae bella volunt», el Se­
ñor dispersa a los pueblos a los que le gusta la guerra.
C uídate, él no m iente. Y deja que te diga que separes bien
claram ente el querer y el deber hacer la guerra y luchar, las
ganas de hacer la guerra y la necesidad de hacerla; no ata­
ques, au n q u e fueras el emperador turco. Espera hasta que
llegu e la necesidad y el deber, sin ganas ni voluntad; bas­
tante tendrás q ue hacer y bastantes ocasiones tendrás de g u e­
rrear para poder decir, para que tu corazón pueda decir: có­
mo m e gustaría tener paz si mis vecinos quisieran; así po­
drás defenderte con buena conciencia. Ahí está la palabra
de Dios: «él dispersa a los que tienen ganas de guerrear».
Mira a los rectos guerreros en una ofensa: no desenvainan
la espada en segu id a, no provocan ni tienen ganas de com ­
batir. Pero cuando se les obliga, cuídate de ellos, no andan
con juegos, su p u ñ al está firm e en la vaina, pero, si tienen
que desenvainarlo, no vuelve sin sangre a la vaina. Por el
contrario, esos locos insensatos, que hacen la guerra prim ero
con el pensam iento y se comen el m undo de palabra y son
los primeros en sacar el puñal, son tam bién los primeros en
huir y en envainar el puñal.
Los romanos, ese poderoso im perio, casi vencieron más ve­
ces porque tuvieron que hacer la guerra, es decir, porque to­
dos querían m edirse con ellos y convertirse en caballeros con
ellos y los rom anos los combatieron defendiéndose a sí m is­
mos. A n íb al, el príncipe de Africa, les hizo tanto daño que
casi los había destruido. Pero ¿qué he de decir? El había em ­
pezado y tuvo q ue term inar. El valor (de Dios) lo m an te­
nían los rom anos, aun cuando perdían. Y donde se m an tie­
ne el valor, sigue a continuación la acción sin d u d a algun a.
Es Dios q uien lo hace y quiere tener paz y es enem igo de
los que em piezan la guerra y rom pen la paz.
Tengo que citar tam bién el ejem plo del d uque Friedrich
de S a jo n ia21, príncipe elector, pues sería una pena que las
palabras de este inteligente príncipe m urieran con su cuer­
po. El tuvo q ue sufrir algo de la perfidia de sus vecinos y
de otros lugares, teniendo así motivo para la guerra, que un
príncipe insensato y belicoso habría com enzado diez veces;
sin em bargo, dejó su espada en la vaina, siem pre dijo b ue­
nas palabras, sim ulaba tener m ucho m iedo, casi siempre huía
y dejaba q ue los otros piafaran y porfiaran, pero él perm a­
necía sentado ante ellos. C uando le preguntaban por qué
se dejaba porfiar tanto, respondía: no quiero em pezar, y si
tengo que hacer la guerra verás que su term inación d epen­
derá de m í. De esta m anera no le m ordieron, aunque fu e­
ron muchos los perros que le enseñaron los dientes. El veía
que eran insensatos y pudo perdonarles. Si el rey de Francia
no hubiese em pezado a luchar contra el em perador Carlos
no habría sido derrotado tan vergonzosam ente y hecho
p risionero22; y aun hoy, cuando los venecianos y los valo­
nes se levantan contra el em perador (aun que es mi enem igo
no amo la injusticia) y em piezan una guerra, quiera Dios
que tengan que term inarla los primeros y que se m antenga
como verdadero el versículo «Dios dispersa a los que les gus­
ta la guerra».
Todo esto lo confirma Dios con excelentes ejem plos en la
Escritura. Es por esta razón por la que él hizo que su pueblo
ofreciera prim ero la paz a los reinos de los amorreos y de los
cananeos y no quiso que su pueblo em pezara la guerra, para

21 Friedrich III, el Sabio, fue el prorector de Lutero conrra el empera­


dor y lo hizo secuestrar al día siguiente de la salida de Lutero de W orms,
después del interrogatorio a que fue sometido en la Dieta de 1 5 2 1 , para
ponerlo a salvo en el castillo de W a rtb u rg , cerca de Eisenach.
22 En la batalla de Pavía, febrero de 1525, Francisco I de Francia fue he­
cho prisionero del emperador Carlos V.
confirmar su doctrina. Y cuando estos reinos la comenzaron
y obligaron al pueblo de Dios a defenderse, aquéllos fueron
destruidos. ¡O h !, la defensa es u n a honesta causa para lu ­
char y por eso n in gú n derecho castiga la le g ítim a defensa.
Quien m ata a alguien en legítim a defensa no es culpable ante
nadie. Por el contrario, cuando los hijos de Israel quisieron
batir a los cananeos sin necesidad fueron derrotados, N ú m e ­
ros 14,43. C uando José y Azarías quisieron luchar para g a­
nar honores fueron derrotados, 1 M acabeos 3,33 y s. A m a­
sias, rey de Ju d á , quiso luchar contra el rey de Israel por sim ­
ples ganas: sobre cómo le fue, lee el capítulo 14 d e l libro
cuarto de los Reyes. Otro ejem plo m ás: el rey A jab comenzó
una guerra contra los sirios en Ram ot y perdió, m uriendo
allí, 1 Reyes 22,2 y s. Los de Efraín quisieron devorar a Jefte
y perdieron cuarenta y dos m il hom bres. Y así encontrarás
que han perdido casi todos los que em pezaron una guerra.
El santo rey Josías hubo de m orir porque había comenzado
a luchar contra el rey de Egipto, perm aneciendo verdadero
el versículo «el Señor dispersa a quienes les gusta la guerra».
Mis com patriotas del Harz 23 tienen un refrán: «yo he oído
que quien p ega, a su vez le pegarán». ¿Por qué así? Porque
Dios gobierna el m undo con fuerza y no d eja sin castigo a
la injusticia. Q uien la com ete y no la repara dando satisfac­
ción a su prójim o, tendrá su castigo de Dios tan cierto como
que vive. Creo que M üntzer y sus cam pesinos tendrán que
reconocerlo 24.
Quede, por tanto, como prim era cosa de esta primera parte
que no es justo hacer la guerra au n q u e sea entre iguales, a
no ser que se ten ga un título y u n a conciencia que perm ita
decir: mi vecino m e ob liga y me urge a la guerra, yo preferi­
ría no hacerla para q ue la guerra no se califiq u e sim plem en­
te de guerra, sino de d eb id a protección y de legítim a d efen­
sa. Es preciso d istin g u ir la guerra que uno com ienza por su
deseo y voluntad, antes de ser atacado, y la guerra a la que

23 El Harz es una región donde había pasado Lutero su infancia (en la


ciudad de Mansfeld).
24 Vid. introducción al, escrito Contra las bandas en este volumen, p. 95.
uno es em pujado por necesidad y coacción, después de h a ­
ber sido atacado por el otro. La p rim era se puede calificar
como belicosidad; la segunda, como u n a guerra de necesi­
dad. La prim era es del diablo, a la q u e Dios no dé suerte;
la otra es un accidente hum ano, al q u e Dios ayude. Por ello,
escuchad, queridos señores: cuidaos de la guerra, a no ser
que tengáis que defenderos y protegeros y que el oficio que
se os ha encomendado os obligue a la guerra. En ese caso,
id y pegad, sed hombres y dem ostrad vuestra preparación.
Entonces no servirá luchar con el pensam iento. La propia rea­
lidad traerá consigo seriedad suficiente como para que a los
perdonavidas, violentos, insolentes y orgullosos, se les pon­
gan los dientes tan romos que no podrán comer ni la m an te­
quilla fresca.
La causa es ésta: los príncipes y los señores tienen la o b li­
gación de proteger a los suyos y de procurarles la paz. Este
es su oficio, para esto tienen la espada, Rom anos 13,4. Ha
de ser su conciencia a la que se confíen para saber que tal
obra es justa ante Dios y ordenada por él. Yo no estoy ense­
ñando ahora lo que deben hacer los cristianos. Pues a noso­
tros, los cristianos, no nos im porta vuestro gobierno. Noso­
tros os servimos y os decimos qué habéis de hacer ante Dios.
Un cristiano es una persona para sí m ism o, cree para sí m is­
mo y para nadie más. Pero un príncipe o un señor no es una
persona para sí m ism a sino para los dem ás, a los que sirve,
es decir, a los que protege y d efien d e; sería bueno asim ism o
que fuera adem ás cristiano y creyera en Dios, pues entonces
sería realm ente feliz. Pero no pertenece a la condición de
príncipe ser cristiano, por lo que hab rá pocos príncipes cris­
tianos; como se suele decir: un príncipe es un ave rara en
el cielo. A unque no sean cristianos, han de actuar recta y
buenam ente según el orden externo de Dios; esto lo quiere
Dios de ellos.
Si un señor o un príncipe no atien d e su oficio y su m an ­
dato creyendo que es príncipe por sus bonitos cabellos ru ­
bios y no por causa de sus súbditos, si cree que Dios le ha
hecho príncipe para que goce de su poder y de sus bienes
y honores y para que tenga su placer y vanidad en éstos y
a éstos se confíe, pertenece a los paganos; es, sí, un insensa­
to. U n príncipe así em pezaría una guerra por una nuez va­
cía y sólo se preocuparía de que se reparara su arbitrariedad.
De un príncipe así nos defiende Dios con que los otros tie­
nen tam b ién puños-y con que más allá de la m ontaña hay
tam b ién gentes; de esta m anera una espada m antien e a la
otra en la vaina. Un príncipe sensato no se preocupa de sí
m ism o, se contenta con que sus súbditos sean obedientes.
Si sus enem igos o vecinos piafan o porfían, usando palabras
m ucho peores, él piensa: siempre hay más necios que sabios,
en u n saco caben m uchas palabras, y con el silencio se con­
testan m uchas cosas. No le preocupa mucho hasta que ve
que se ataca a sus súbditos o hasta que ve que se ha desen­
vainado el puñal realm ente; entonces, defiende cuanto puede
y deb e. Si no, si es un cobarde que quiere coger todas las
palabras y busca pretextos, seguramente cogerá el viento con
la capa. Pero deja que al final te confiese él m ism o qué tran­
q u ilid a d o u tilid ad consigue y lo sabrás.
Esto es lo prim ero de esta parte. Lo segundo es preciso ya
q ue lo hagam os notar. A unque estés igualm ente seguro y
cierto de que no com ienzas tú la guerra, sino que te obligan
a e lla , has de tener tem or de Dios y tenerlo presente y no
decir: está claro que m e ob ligan, tengo una buena causa pa­
ra hacer la guerra. No vale que te quieras apoyar en eso y
te m etas en la guerra tem erariam ente. Es verdad que tienes
una causa buena y justa para hacer la guerra y para defen­
derte, pero no por esto tienes el sello y las cartas de Dios
de que ganarás. No, incluso esta arrogancia ha de hacer que
p ierdas, aun teniendo una causa equitativa, porque Dios no
tolera orgullos ni altiveces, sino a quien se h u m illa ante él
y le tem e. Le agrada m ucho que no se tenga m iedo de los
hom bres ni del diablo , que se sea audaz y altivo, valiente
y duro frente a ellos si em piezan sin tener razón. Pero no
se deriva de aq u í que se vaya a ganar, como si fuéram os no­
sotros quienes lo hiciéram os o tuviéramos capacidad para ha­
cerlo. Dios quiere ser tem ido y escuchar esta canción de co­
razón: am ado señor, Dios m ío, ves que tengo que hacer la
guerra y me gustaría no hacerla. Pero no me apoyo en la causa
justa sino en tu gracia y tu m isericordia. Sé que si me apoya­
ra en la causa justa y m e jactara de ello, me dejarías caer jus­
tam ente por confiar en m i derecho y no en tu gracia y bon­
dad solam ente.
Escucha lo que, sin em bargo, dicen en este caso los paga­
nos, como los griegos y los romanos, que no han sabido na­
da de Dios ni del temor divino. Creían que eran ellos los
que guerreaban y vencían. Pero, a través de la variada expe­
riencia de que, con frecuencia, un pueblo grande y armado
era vencido por un pueblo más pequeño y sin arm ar, apren­
dieron y reconocieron librem ente que no hay nada más peli­
groso en las guerras que el estar seguros y arrogantes y tuvie­
ron que concluir que no se h a despreciar nunca al enemigo,
por m uy pequeño que sea. Asimismo aprendieron que no
hay que renunciar a n inguna ventaja, por pequeña que sea;
tam bién que no hay que abandonar la vigilancia o la aten­
ción por pequeños que sean: como si todo hubiera que m e­
dirlo realm ente con la balanza del oro. Los insensatos, arro­
gantes y negligentes no son adecuados para la guerra, sino
para hacer daño. La expresión non putassem , yo no me lo
hubiera pensado, la consideran la frase más in d ign a que un
soldado podría pronunciar25. Pues muestra a un hombre se­
guro, arrogante y negligente que, en un m om ento, puede
hacer con una palabra y con un paso más daño que el que
pueden reparar diez, y luego dirá: verdaderam ente no me
lo hubiera pensado. El príncipe A níbal derrotó severamente
a los romanos m ientras estaban seguros y orgullosos respecto
a él. Los casos son innum erables, tam bién hoy los tenemos
a la vista.
Los paganos han vivido y enseñado esto, pero no supieron
indicar ninguna causa ni razón, fuera de la de culpar a la
fortuna, a la que debían tem er. La razón y la causa es, como
he dicho, que Dios quiere demostrar en todos estos casos y
a través de ellos que él quiere ser tem ido tam bién en estos
asuntos, que no quiere tolerar ninguna arrogancia, despre­
ció ni tem eridad ni seguridad, hasta que aprendam os a to­
mar de sus m anos, por su sola gracia y m isericordia, lo que
queramos y debam os tener. Por ello resulta una cosa curio­
sa: el soldado que tiene una causa justa ha de ser, al mismo
tiem po, valiente y pusilánim e. ¿Cómo luchará si es pusilá­
nim e? Y si lucha valerosam ente existe tam bién un gran p e­
ligro. Ha de actuar así: ante Dios ha de ser pusilán im e, te­
meroso y hum ilde y encom endarle que resuelva el asunto no
según nuestro derecho, sino según su bondad y su gracia,
a fin de ganarse antes a Dios con un corazón h u m ild e y te­
meroso. Con los hombres ha de ser valiente, libre y altivo,
como si no tuvieran razón, batiéndolos con un ánim o va­
liente y confiado. ¿Por qué no íbam os a hacer nosotros con
nuestro Dios lo que hacían los romanos, los soldados más
grandes de la historia, con su ídolo, la fortuna, a la que te­
m ían? Y si no la tem ían, corrían peligro en su com bate o,
incluso, eran derrotados.
Concluyam os esta cuestión: la guerra contra un igu al de­
be ser algo por necesidad y debe realizarse en el temor de
Dios. Existe necesidad cuando el enem igo o el vecino ataca
y em pieza y no quiere que se in ten te llegar al derecho, a la
negociación, a un acuerdo, cuando se aguantan toda clase
de m alas palabras y de astucias y se disculpan y el enem igo,
sin em bargo, sigue insistiendo m achaconam ente. Yo me li­
mito a predicar a quienes desean obrar rectamente ante Dios.
Los que no ofrecen justicia ni quieren recibirla no m e in te­
resan. El tem or de Dios consiste en no confiar en la causa
justa, sino en ser cuidadosos, diligen tes y prudentes, incluso
en los asuntos más pequeños, aunque fuera una p ip a. Pero
esto no ata a Dios como para que no quiera que luchemos
contra aquellos que no nos han dado ningún m otivo, como
él m andó luchar a los hijos de Israel contra los cananeos. En
este caso hay un motivo suficiente para hacer la guerra, esto
es, el m andato de Dios. Sin em bargo, esa guerra tampoco
habría que realizarla sin temor y preocupación como enseña
Dios en Josué 7,1 y s., cuando los hijos de Israel partieron
contra los de Hai y fueron derrotados. Existe asim ism o nece­
sidad cuando los súbditos luchan por orden de la auto­
ridad. Dios m anda obedecer a la autoridad y este m an d a­
m iento es una necesidad; pero q ue se haga tam b ién con te ­
mor y hum ildad. De esto hablarem os más extensam ente más
adelante.
La tercera cuestión es si el superior puede hacer la guerra,
con derecho, contra su subordinado. Antes hem os oído que
los súbditos han de ser obedientes y han de sufrir incluso
la injusticia de sus tiranos, de m odo que si las cosas van rec­
tam ente la autoridad no tien e, con relación a sus súbditos,
nada más que ejecutar el derecho, la justicia y el juicio. Si
los súbditos se levantan y se rebelan, como han hecho hace
poco los campesinos, es justo y equitativo q ue les hagan la
guerra. Lo mismo ha de hacer un príncipe contra sus nobles
y el em perador contra sus príncipes, si éstos son rebeldes y
em piezan una guerra. Pero, incluso en ese caso, ha de h a­
cerse la guerra con temor de Dios y sin confiar arrogante­
m ente en el derecho, para que Dios no disponga que la auto­
ridad sea castigada por sus súbditos, incluso con una in ju sti­
cia, como ha ocurrido con frecuencia, según hem os oído an ­
tes. Ser justo y actuar justam ente no siempre se siguen y nu n ­
ca van paralelos, a no ser que Dios lo conceda. Por ello, aun­
que es justo que los súbditos sean pacientes y lo sufran todo
y no se rebelen, no está en las m anos del hom bre que ellos
lo hagan así. Dios ha dispuesto que el subordinado sea un
individuo solo y le ha q uitad o la espada y lo ha em prisiona-
do. Si se am otina uniéndose con otros y se lib era tom ando
la espada, será culpable de juicio y de m uerte ante Dios.
Al contrario, el superior está establecido para ser una per­
sona común y no una persona in dividual para sí m ism a: ha
de tener la obediencia de sus súbditos y llevar la espada. Pe­
ro si un príncipe se dirige al em perador como a su superior
ya no es más príncipe sino u n a persona in d iv id u al, d eb ien­
do obediencia al emperador como todos los dem ás, cada cual
por sí. Si se dirige a sus súbditos como a súbditos es tantas
personas cuantas cabezas tiene bajo sí y dependen de él. Y
cuando el emperador se dirige a Dios, ya no es em perador
sino una persona individual, como todas las demás ante Dios;
pero si se dirige a sus súbditos es, entonces, tantas veces em-
perador como personas tiene bajo sí. Esto hay que decirlo
tam b ién de todas las dem ás autoridades: cuando se dirigen
a su superior no tienen ninguna autoridad, están desprovis­
tas totalm ente de e lla; cuando se dirigen hacia abajo están
provistas de toda la autoridad, de modo que al final toda
auto ridad llega a Dios, el único a quien le pertenece. El es
em perador, príncipe, conde, noble, juez y todo y distribuye
la autoridad como quiere respecto a los súbditos y la anula
en relación con él. N inguna persona particular ha de opo­
nerse a la com unidad ni hacerla depender de sí m ism a, pues
si golpea hacia arriba le caerán las astillas en los ojos. A quí
puedes ver que los q ue se oponen a la autoridad se oponen
al orden de Dios, como enseña S. Pablo en Rom anos 13,2.
Y tam bién dice en el m ism o sentido, en 1 Corintios 13,24,
q ue Dios suprim irá toda autoridad cuando gobierne él m is­
m o y todo vuelva hacia él.
Esto por lo que respecta a los tres puntos. Ahora vienen
las cuestiones. H ab ida cuenta de que un rey o un príncipe
no puede hacer la guerra solo (ha de tener gente y ejército
q u e le ayuden, así como ha de tener, a poco que ejecute la
justicia, consejeros, jueces, juristas, carceleros, verdugos y to­
do lo que pertenece al ejercicio de la justicia), la pregunta
es si es justo que uno reciba una soldada, D ienstgeldo M ann -
geld, como se le suele llam ar, y se comprometa por ello a
servir al príncipe cuando el momento lo exija, como es uso
corriente ahora. Para contestar distingam os entre varios ti­
pos de soldados.
En prim er lu gar, hay súbditos que están obligados de to­
dos modos a ayudar con su cuerpo y sus bienes a su señor
y a obedecer su llam ada, particularmente los nobles y los que
tienen feudos de la autoridad. Los bienes que poseen los con­
des, los señores y los nobles fueron distribuidos y enfeuda­
dos en tiem pos pasados por los romanos y por los em pera­
dores romanos para que sus poseedores estén preparados y
en arm as perm anentem ente, el uno con tantos caballos y
hom bres, el otro con tanto como le perm itan sus bienes; es­
tos bienes son su soldada por la que están comprometidos.
Por eso se llam an tam bién feudos y pesan todavía sobre ellos
estas cargas. El em perador perm ite que estos bienes se here­
den. Todo esto es equitativo y bueno en el im perio
ro m an o 26. Pero el turco, como se suele decir, no deja que
se hereden y no tolera ningún principado hereditario, con­
dado o territorio de caballero o feudo; los establece y los con­
cede cómo, cuándo y a quién quiere. Por esta razón tiene
dinero y bienes sobre toda m edida y es, en resum en, señor
en su territorio o, más bien, un tirano.
Por esta razón, los nobles no p ueden pensar que tienen
sus tierras gratu itam en te, como si las hubieran hallado o las
hubieran ganado en el juego. La carga sobre las tierras y las
obligaciones feudales muestran m uy bien de dónde y por qué
las tienen, a saber, prestadas por el em perador o por el prín ­
cipe no para llevar u n a vida licenciosa y ostentosa, sino para
estar preparados para la lucha, a fin de proteger al país y m an­
tener la paz. Si alegan que han de m antener caballos y servir
a príncipes y señores m ientras que otros disfrutan de la tran­
q u ilid ad y de la paz, yo les digo: ¡ea, querido am igo, que
os lo agradezcan!, vos tenéis vuestra paga y vuestro feudo
y estáis instituidos para este oficio y lo cobráis m uy bien. ¿No
tienen los dem ás bastante trabajo por sus pequeños bienes?
¿O sois los únicos que tienen un trabajo, cuando vuestro ofi­
cio rara vez lleg a a ejercerse m ientras que los demás han de
ejercerlo cotidianam ente? Si no lo quieres o te parece dem a­
siado pesado o desproporcionado, renuncia a tu feudo; se
encontrará fácilm ente a alguien que lo acepte gustosamente
y haga por él lo que éste le exige.
Por esto, los sabios han com prendido y dividido todas las
obras de los hombres en dos partes: agricultura y militia, es
decir, agricultura y m ilicia, que es una división natural. La
agricultura tiene que alim entar, la m ilicia, defender; los que
están en el oficio de defender han de tom ar sus rentas y a li­
mentos de los que tienen el oficio de alim en tar para que los
puedan defender. Por su parte, los que están en el oficio de

26 El Sacro Imperio Romano Germánico fue fu ndado por Otón I. Este


fue coronado em perador en Roma el 2-2-962.
sum inistrar alim entos han de tener su protección de aq u e­
llos que están en el oficio de la defensa para que los puedan
alim entar. El em perador o el príncipe del país debe m irar
a ambos y vigilar que los que están en la función de defensa
estén listos y equipados y que los que trabajan honestam en­
te en el oficio de sum inistrar alim entos m ejoren la alim en ­
tación y, en cam bio, no debe tolerar a gentes inútiles que
ni sirven para defender ni para alim entar, sino sólo para con­
sum ir, holgazanear y estar ociosas; debe expulsarlas del país
u obligarlas a trabajar, como hacen las abejas que m atan a
los zánganos que no trabajan y se comen la m iel de las otras
abejas. De aq u í que Salom ón llam e a los reyes en su Ecle-
siastés constructores que construyen el país, pues éste ha de
ser su oficio 27. ¡Pero Dios nos guarde a nosotros, los alem a­
nes, de convertirnos rápidam ente en inteligentes y de actuar
de ese modo para que sigam os durante un buen tiem po co­
mo buenos consum idores y dejem os ser alim entadores o de­
fensores a quien tenga ganas de serlo o no pueda evitarlo!
San Ju a n Bautista confirm a, en Lucas 3,14, que los m en­
cionados en prim er lu gar reciben con justicia su paga y su
feudo y obran bien al ayudar a su señor a guerrear, sirvién­
dole de ese modo, como deben. Cuando los soldados le pre­
guntaron qué debían hacer, les contestó: «contentaos con
vuestra soldada». Si su soldada fuera injusta o su oficio fuese
contrario a Dios, no hab ría podido dejarlo así, perm itirlo y
confirm arlo, sino que los hubiera castigado y apartado de
ese oficio, como m aestro divino y cristiano que era. Con es­
to se responde tam bién a aquellos que, por una conciencia
d ébil (aun que ahora es raro entre esta gen te), alegan que
es peligroso aceptar este oficio por causa de los bienes tem ­
porales, oficio que no es sino derram am iento de sangre, ase­
sinatos e in fligir al prójim o toda clase de sufrim ientos, co­
mo ocurre en el transcurso de una guerra. Estos han de ins­
truir su conciencia: no desem peñan este oficio por curiosi­
dad, placer o aversión, sino que es un oficio de Dios y se
lo deben a su príncipe y a Dios. Por esto, porque es un oficio
justo y ordenado por Dios, les corresponde su soldada y sa­
lario, como dice Cristo en M ateo 10,10: «el trabajador m e­
rece su salario».
Es una verdad cierta que cuando uno sirve en la guerra
con el corazón y con la intención de no buscar ni pensar en
nada más que en la adquisición de bienes y los bienes tem ­
porales son su único m otivo, de m odo que no le gusta ver
que haya paz y lam enta que no haya guerra, se desvía, por
supuesto, del cam ino y pertenece al d iab lo , aun cuando lu ­
che por obediencia y por un m andato de su señor: de una
obra buena hace una m ala para sí, con el añadido de que
no estim a mucho servir por obediencia y por el deber sino
que busca su solo interés. No tiene, por tanto, una buena
conciencia con la que poder decir: b ien , por m í me q u ed a­
ría en casa, pero como me requiere m i señor y me necesita
acudo en el nombre de Dios y sé que con ello sirvo a Dios
y quiero ganar o recibir la soldada que se m e dará a cam bio.
Un hombre de armas ha de tener en sí y consigo la concien­
cia y el consuelo de deber y tener que hacerlo, para estar se­
guro de servir a Dios y de poder decir: aq u í no soy yo quien
golpea, hiere o m ata, sino Dios y m i príncip e, de quien mi
m ano y mi cuerpo son ahora servidores. Esto es lo que sign i­
fican asimismo las consignas y los gritos de guerra: ¡A q u í el
em perador! ¡A quí Francia! ¡A quí Luneburgo! ¡A q u í Bruns­
wick! Así gritaron tam bién los judíos contra los m adianitas,
en Jueces 7,20: «aq u í la espada de Dios y Gedeón».
Un avaro sem ejante corrompe todas las otras buenas obras.
Q uien predique por causa de los bienes tem porales está tam ­
bién perdido, y Cristo dice, no obstante, que el predicador
ha de vivir del Evangelio. Hacer algo por los bienes tem po­
rales no es m alo; las rentas, la soldada y el salario son tam ­
bién bienes tem porales. Si no, nadie trab ajaría ni haría na­
da para alim entarse, pues todo esto se realiza por los bienes
tem porales. Ahora bien, estar ávido de bienes tem porales y
hacer de ellos un ídolo es injusto en todas las condiciones,
oficios y obras. Renuncia a la avaricia y a toda m ala in ten ­
ción, y la guerra no será entonces un pecado, y recibe a cam-
bio tu soldada y lo que se te dé. Por esto he dicho antes que
la obra en sí m ism a es justa y divina. Pero si la persona es
injusta o no la u tiliz a rectam ente, se convierte en una obra
injusta.
Una segunda cuestión: ¿qué pasa si m i señor hace una gue­
rra in justam ente? Respuesta: si sabes con certeza que no tie­
ne razón, has de tem er y obedecer más a Dios que a los hom ­
bres (Hechos de los Apóstoles 5,29) y no debes hacer la g u e ­
rra ni servirle; no podrías tener buena conciencia ante Dios.
Pero si dices: m i señor me obliga, m e quita mi feudo y no
me da m i dinero, salario o soldada; adem ás, sería desprecia­
do y avergonzado ante el m undo como un cobarde, incluso
como un traidor que abandona a su señor en la necesidad,
etc. Respuesta: has de correr el riesgo y, por amor a Dios,
has de d ejar que las cosas vayan como van. El puede resti­
tuirte ciento por uno, como prom ete el Evangelio: «quien
por mi causa abandona casa, fincas, m ujeres, bienes, recibi­
rá ciento por uno», etc. Tales peligros son de esperar en to­
das las dem ás obras cuando la autoridad nos obliga a com e­
ter injusticia. Pero, como Dios quiere que, por él, dejem os
incluso al padre y a la m adre, hay que abandonar, sin d ud a,
al señor por él, etc.
Si, en cam bio, no sabes o no puedes saber si tu señor es
injusto, no has de d eb ilitar tu obediencia cierta por un d e ­
recho incierto, has de proveer lo m ejor para tu señor, según
la ley del amor. Pues «el amor todo lo cree» y «no piensa m al»,
1 Corintios, 13,73 . Así estarás seguro de proceder bien ante
Dios. Si te u ltrajan por esta causa o te toman por traidor,
es mejor que sea Dios quien te alabe como fiel y honrado
que te alabe el m undo. ¿De qué te serviría que el m undo
te considere como Salom ón y Moisés si Dios te considera tan
m alo como Saúl o A jab?
La tercera cuestión es si un soldado puede comprometerse
a servir a m ás de un señor y a recibir de cada uno de ellos
una soldada o D ienstgeld. Respuesta: he dicho antes que la
avaricia es in ju sta, se dé en un oficio bueno o en uno m alo.
La agricultura es, sin du d a, uno de los mejores oficios y, sin
embargo, un agricultor avaricioso es injusto y condenado por
Dios. En esta cuestión: recibir la soldada es justo y recto y
servir por ella es tam bién recto. Pero la codicia no es justa,
aun cuando la soldada de un año apenas fuera de un florín.
Asim ism o, recibir la soldada y gan arla es justo en sí m ism o,
sea de uno, dos o tres señores o de cuantos sean, siempre
que no se prive al señor hereditario o al príncipe territorial
de lo que se le debe y siempre que se sirva a los otros señores
con el consentim iento y el perm iso de aquél. Así como un
buen artesano puede vender su arte a quien quiera comprarlo,
pudiendo así servirle en cuanto no sea contrario a su autori­
dad o a su com unidad, un hom bre de armas, que tiene de
Dios la h ab ilid ad para la guerra, puede tam bién servir con
ella, como su arte y artesanía, a q uien lo necesite, obtenien­
do un salario por su trabajo. Esta es tam bién una profesión
que procede de la ley del am or: si alguien me necesita, yo
estoy a su disposición y recibo por ello lo debido o lo que
se me dé. Así habla S. Pablo en 1 Corintios 9 ,7 ; «nadie va
a la guerra a expensas propias», aprobando así este derecho.
Si un príncipe necesita un súbdito de otro para el com bate,
puede éste servirle con el consentim iento y conocimiento de
su príncipe y recibir su paga por ello.
¿Q ué hacer si un príncipe o señor hace la guerra a otro
y yo estoy com prom etido con los dos, pero preferiría servir
a quien no tiene razón porque m e ha concedido más gracias
o bienes que el que tiene razón, pero del que saco menor
provecho? Esta es m i respuesta breve y directa: el derecho
(es decir, la voluntad de Dios) debe prevalecer sobre los b ie­
nes, sobre el cuerpo, honores y am igos, favores y provecho;
en este caso no se ha de tener en consideración a ninguna
persona, sino sólo a Dios. Y hay que sufrir, por Dios, que
te tengan por desagradecido o despreciado. Hay una ju stifi­
cación excelente, es decir, Dios y el derecho, que no perm i­
ten servir a quien más se quiere abandonando al que se apre­
cia m enos. A unque esto no es del agrado del viejo A dán,
ha de ser así, no obstante, si se quiere ser recto. Contra Dios
no se puede luchar. Q uien lucha contra el derecho, lucha
contra Dios que concede, ordena y ejecuta todo el derecho.
La cuarta cuestión: ¿qué habría que decir de quien hace
la guerra no sólo por los bienes, sino tam bién por el honor
tem poral, para ser considerado un hombre valiente y de pres­
tigio, etc. ? Respuesta: la ambición de honor y de dinero son,
am bas, codicia, tan injusta una como la otra, y quien luche
por este vicio se está ganando el infierno. Nosotros tenemos
que dejar y dar el honor sólo a Dios y contentarnos con la
paga y la com ida. Por esta razón es pagan a y no cristiana es­
ta m anera de arengar a la tropa antes de la batalla: queridos
camaradas, queridos soldados, sed valientes y tened confian­
za, conquistarem os, si Dios quiere, los honores y nos hare­
mos ricos. H abría que arengarlos, por el contrario, de la si­
guiente m anera: queridos cam aradas, estamos aq u í reu n i­
dos en el servicio, en el deber y en la obediencia a nuestro
príncipe, al que estamos obligados a asistirle con nuestro cuer­
po y nuestros bienes por la voluntad y el m andato de Dios,
aunque ante él somos tan pobres pecadores como nuestros
enemigos. Y como sabemos que nuestro príncipe tiene ra­
zón en este conflicto, o al menos no sabemos lo contrario,
estamos seguros y ciertos de servir a Dios mismo con este ser­
vicio y obediencia: que cada uno sea valiente e intrépido,
que no piense sino en que su puño es el puño de Dios, su
pica la pica de Dios y que grite con el corazón y la boca:
¡aq u í Dios y el em perador! Si Dios nos concede la victoria,
suyos serán el honor y la gloria y no nuestros, pues él los h a ­
ce a través de nosotros, pobres pecadores. Aceptemos el bo­
tín y la soldada como un regalo y donación de la bondad
y de la gracia de Dios a nosotros, hombres indignos, y d é ­
mosle gracias de todo corazón. Y ahora que Dios nos asista
y adelante con alegría.
Si se busca el honor de Dios y se le deja para él, como
es justo y razonable y como debe ser, no hay duda de que
se obtendrá más honor que el que uno podría pretender, pues
Dios ha prom etido en 1 Reyes 2: «honraré al que me honre,
quien no me honre será, a su vez, deshonrado»28, y, como no
puede faltar a su prom esa, honrará a los que le honran. Uno
de los mayores pecados es buscar el propio honor, que no
es otra cosa sino u n crimen laessae m ajestatis divinae, u n ro­
bo a la divina m ajestad. ¡D eja, por tanto, que otros se v an a­
glorien y busquen el honor! Tú sé obediente y pacífico, tu
honor llegará con toda certeza. Se han perdido m uchas b a­
tallas que se habrían ganado si no hubiese habido van aglo ­
ria. Los soldados ambiciosos no creen que Dios está presente
en la guerra y que concede la victoria. Por eso tam poco tie ­
nen temor de D ios, no son alegres sino descarados e in sensa­
tos y, al fin al, son vencidos.
Pero, para m í, los mejores de todos los camaradas son aq u e­
llos que antes de la batalla se an im an y se dejan an im ar por
el loable recuerdo de su am ante y se dicen: ¡ea, piensa ahora
en tu querida am ante! Si no h u b iera escuchado de dos ho m ­
bres expertos en la guerra y dignos de confianza que esto
realm ente sucede, no habría creído nunca que el corazón h u ­
m ano pudiera ser tan olvidadizo y frívolo en una situación
tan seria, donde el peligro de m uerte está a la vista, precisa­
m ente cuando esto no lo hace n ad ie cuando lucha solo ante
la m uerte. Pero aq u í, en la tropa, uno estim ula al otro a no
tener en cuenta lo que le afecta a él porque le afecta a m u ­
chos. Sin embargo, es horrible para un corazón cristiano p en­
sar y escuchar q u e, en el m om ento en que está a la vista el
peligro de m uerte y el juicio de D ios, se reconforta y se con­
suela ante todo con el amor carn al. Los que m ueran así e n ­
viarán sus alm as directam ente al infierno , sin n in gu n a d e ­
m ora. Ellos dicen que, claro, si pensaran en el infierno no
irían nunca a la guerra. Esto es aú n m ás terrible, que uno
borre deliberadam ente de su espíritu a Dios y a su juicio y
no quiera saber ni pensar ni oír n ad a de ello. De aq u í que
u n a gran parte de los com batientes pertenezcan al d iab lo y
que algunos estén tan llenos de d iab lo que no saben m os­
trar su alegría de una m anera m ejor que hablando despre­
ciativam ente de Dios y de su ju icio , como si con ello fuesen
los auténticos héroes que se p erm iten ju rar vergonzosam en­
te, m aldecir y blasfem ar de Dios en el cielo. Es u n a tropa
perdida, paja; en los otros oficios hum anos hay ig u alm en te
m ucha paja y poco grano.
De aq u í se sigue que no pueden estar a bien con Dios los
lansquenetes que vagan por todos los países buscando g u e ­
rra, cuando podrían estar trabajando y ejerciendo un oficio
hasta que los requirieran y, sin embargo, están perdiendo
el tiem po por pereza o por un espíritu tosco e inculto; no
pueden mostrar ante Dtos ningún motivo ni una buena con­
ciencia para su vagar: sólo tienen unas ganas locas o una avi­
dez de guerra o de llevar una vida libre y burda, según el
estilo de esos cam aradas. A lgunos, incluso, acabarán siendo
canallas y ladrones. Si se dedicaran a trabajar o a algún ofi­
cio, ganándose su pan, como ha m andado Dios a todos los
hom bres, hasta que el príncipe del territorio los llam ara p a­
ra sí m ism o o les pidiera o perm itiera que entraran al servi­
cio de otro, podrían ir entonces con buena conciencia, sa­
biendo que sirven para com placer a su señor; de lo contra­
rio, no pueden tener buena conciencia. Una causa podero­
sa, y no sólo un consuelo y una alegría, para am ar y honrar
a la autoridad ha de ser para todo el mundo el hecho de que
Dios om nipotente nos concede la enorme gracia de in stituir­
nos la autoridad como una señal y signo externos de su vo­
lu n tad : así estamos seguros de obrar rectamente y de agra­
dar a su divina voluntad cada vez que cum plim os los deseos
y la voluntad de la autoridad. Dios ha atado y vinculado su
voluntad a la autoridad al decir: «dad al cesar lo que es del
cesar», y, en Rom anos 13,1: «sean todos súbditos de la auto­
ridad».
Por últim o , los soldados suelen tener asimismo muchas su­
persticiones en el com bate: uno se encomienda a S. Jorge,
otro a S. C ristóbal, uno a este santo, el otro a aq u él. Unos
cargan hierro y piedras de arcabuz, otros bendicen al caballo
y al jin ete, otros llevan consigo el Evangelio de S. Ju an o cual­
q uier otra cosa en la que confían. Todos estos están en una
situación peligrosa. No creen en Dios, más bien están pe­
cando con su incredulidad y superstición. Si m urieran , esta­
rían perdidos. Lo que han de hacer es esto: si la batalla es
in m inente y se ha dirigido la exhortación que antes he m en­
cionado, han de encom endarse a la gracia de Dios, compor­
tándose en este asunto como un cristiano. La exhortación sólo
contiene cómo debe realizarse con buena conciencia la ac­
ción bélica exterior. Pero como ninguna buena obra hace sal­
vos, cada uno ha de decir en su corazón o con la boca, tras
la arenga:
Padre celestial, aq u í estoy según tu divina voluntad en es­
ta obra externa, en el servicio de mi señor, como es mi obli­
gación, primero contigo y, por ti, con el superior; le doy gra­
cias a tu gracia y m isericordia por haberm e puesto en esta
obra, pues sé que no es pecado sino que es una obra justa
y obediente que agrada a tu voluntad. Pero como sé y he
aprendido por tu palabra plen a de gracia q ue ninguna de
nuestras buenas obras nos puede ayudar y que nadie ha de
salvarse como guerrero sino como cristiano, no quiero con­
fiar en m i obediencia y en m i obra en absoluto, sino que
quiero ponerla librem ente al servicio de tu voluntad. Creo
de corazón que sólo me redim e y me salva la sangre inocen­
te que tu am ado hijo, m i señor Jesucristo, derram ó por m í,
obediente a tu graciosa voluntad. En ésta m e apoyo, vivo
y m uero, en ella he hecho y hago todo. ¡A m ado señor, pa­
dre m ío, conserva y fortalece esta fe por tu espíritu! Amén.
Si después quieres rezar el credo y el padrenuestro, hazlo y
que eso te baste. Encom ienda tu cuerpo y tu alm a en sus
m anos y desenvaina la espada y golpea en nom bre de Dios.
Si hubiera muchos hombres de armas así en un ejército,
¿q u ién crees tú, am igo m ío, que les podría hacer algo? Se
com erían el m undo sin un golpe de espada. Bueno, si hu ­
biera nueve o diez soldados de éstos en u n a tropa, o sólo
tres o cuatro que pudieran decir esa oración con un corazón
justo, yo los prefiriría a todos los arcabuces, picas, caballos
y arm aduras y dejaría venir al turco con toda su potencia.
La fe cristiana no es n in gu n a broma ni algo insignificante
sino que, como dice Cristo en el Evangelio, «lo puede to­
do». Pero, am igo m ío, ¿dónde están los que creen así y pue­
den hacer esto? A unque la tropa no lo haga, hemos de ense­
ñarlo y saberlo por aquellos (por pocos que sean) que lo ha­
rán. Pues la «palabra de Dios no sale en vano», dice Isaías
53,11, conduce a algunos hacia Dios. Los otros que despre­
cian esta doctrina salvífica tendrán su juez al que habrán de
responder. Nosotros estamos disculpados y hem os cum plido
con nuestro deber.
A q u í quiero acabar. Q uisiera haber dicho tam bién algo
sobre la guerra con los turcos, pues han llegado m uy cerca
de nosotros y algunos m e han reprochado que yo había d e­
saconsejado luchar contra ellos. Sé desde hace tiem po que
todavía m e faltab a hacerm e turco: de nada m e sirve haber
escrito con claridad al respecto y haber escrito en m i librito
sobre la autoridad secular que un igual puede perfectam en­
te luchar contra sus igu ales. Pero como el turco está de n u e­
vo en casa y nuestros alem anes no se preocupan ya del
asu n to 29, queda todavía tiem po para escribir sobre ello. Es­
tas enseñanzas, m i querido señor Assa, tendría que haberlas
acabado hace tiem po. Se han retrasado tanto que, entretan­
to, hem os sido compadres por la gracia de Dios. Vos q u e­
rréis perdonarm e este retraso: yo mismo no sé cómo se ha
retrasado tanto. Espero, al m enos, que no haya sido un re­
traso infructuoso sino que h aya contribuido a tratar mejor
esta cuestióa. Adiós.

29 En la batalla de Mohacs Hungría pierde su independencia ante los


turcos. Hasta 1 5 2 9 no sitiarían Viena.
Lutero se refirió a la guerra contra los turcos al final de su escrito de 1 524
Zwei kaiserliche uneinige u n d w iderw ärtige Gebote den L u th er b e tre ffe n d
( W A 15, 2 4 1 - 2 7 8 ) y en los escritos siguientes: Vom K riege w id er die Tür­
ken ( 1 5 2 9 ) , en W A 30, II, 107 y ss., y Eine H eerpredigt w id e r die Türken
( 1530 ), en W A 30, II, 180 y ss.
INDICE DE CITAS BIBLICAS

G énesis Samuel II
1: 9 7 . 15, 32 y s.: 137
1, 2 6 : 49. 16, 16 y s.: 137
2: 97. Reyes I
9, 6: 26. 2: 166.
14: 62. 14: 154.
14, 14 y s . : 35. 18, 4 0 : 35.
20, 6: 62. 2 2 , 2 y s.: 154.
2 1 , 12: 17. M acabeos I
Exodo 5, 55 y s .: 154.
21, 13: 62. Is a í a s
21, 14: 26, 111 2, 4: 33.
22, 28: 142 3, 4 : 51.
28, 25: 128 11: 52.
N úmeros 11, 9: 32.
14 , 4 5 : 154 14, 5: 110.
16: 92. 55, 11: 169.
22, 28: 17. 61, 8: 89.
D euteronomio O seas
20, 10 y s.: 61. 13, 11: 51.
32, 21: 105. J eremías
32, 35: 76. 15. , 14: 94.
J osué 17, 9 y s.: 4 6 .
6, 20: 8 Salmos:
7, 1 y s.: 158. 2: 28.
J ueces 3, 7: 74.
7, 20: 163. 7, 10: 46.
15, 11: 42. 7, 17: 9 4 .
20, 21: 7. 17: 105.
Samuel I 50, 15: 84.
2, 30: 162. 63, 12: 42.
15, 33: 35. 68, 31: 152.
91, 15: 84. 6, 45: 15.
109, 17: 113. 8, 44: 96.
1 1 0 , 3: 32. 10, 4-5: 44.
115, 16: 49- 17, 9-20: 16.
P ro v e rb io s 18, 36: 122.
3, 9: 89- 19, 15: 71.
20, 22: 42. H echos
24, 21: 106, 142. 1, 24: 46.
24, 29: 42. 4, 3 y s.: 98.
26, 27: 138. 5, 29: 49, 164.
28, 16: 55. 8, 27 y s.: 37.
30, 31: 112. 10, 34 y s.: 37.
J ob 13, 7 y s.: 37.
34, 30: 143. 15, 6: 18.
41: 52. Ro m an o s:
E c le s ia s té s 3, 8: 76.
3 , 7: 4. 7, 7: 29.
5, 8: 162. 10, 17: 55.
10, 20: 142. 12, 4-5: 11.
M ateo 12, 10: 54.
5, 3 y s.: 124. 12, 18: 22.
5, 38: 27. 12, 19: 27, 79, 142.
5, 39: 22, 29, 32, 34, 40, 79. 13, 1: 13, 25, 33, 38, 48, 96,
5, 4 4 : 27, 79. 98, 130, 138, 168.
7, 1: 96', 142, 147. 13, 2: 75; 96, 107, 134, 160.
7 , 3: 7 6 . 13, 3: 30, 115.
7, 12: 145. 13, 4: 76, 98, 99, 100, 134,
10, 10: 163. 155.
10, 23: 140. 13, 5: 101.
10, 28: 45. 1 C o r in t io s
15, 14: 104. 2, 15: 16.
16, 18: 4 4 . 3, 18: 5.
17, 27: 34. 4, 8: 104.
18, 15: 17. 4, 11: 87.
22, 21: 49- 6, 1 y s.: 79.
23, 24: 87. 6, 5 y s. 82.
24, 34: 19. 7, 19: 36.
25, 35 y s.: 124. 9, 7: 165.
Lucas 10, 3: 36.
2, 34: 105. 12, 12 9 , 11
3, 14: 37, 132, 162. 12, 13 37.
14, 10: 54. 13, 75 16 4.
22, 25: 55. 14, 30
15.
22, 32: 16. 15, 24 160.
J uan 2 C orintios
3, 12: 104. 3, 17: 17.
3, 21: 59- 4, 13: 16.
5, 14: 84. 10, 4: 51, 83
10, 8 : 1 9 . 4, 4: 38.
1 1 , 20: 79- 4 , 10: 84.
13, 8: 20. 1 T ito
G álatas 3, 1: 134.
2, 11 y s.: 17. S antiago

3, 24: 29. 5, 16: 84.


3, 28: 90. 1 P edro
6, 15: 36. 2, 9: 9, i l .
E fesios 2, 13: 13, 26, 76, 130.
5, 21: 33. 3, 9: 27.
6, 12: 52. 5, 5: 54.
2 T esalonicenses 1 J uan

2, 9 y 5.: 19. 14, 14: 84.


1 T imoteo A pocalipsis

1, 9: 29. 5, 10: 9.
2, 2: 142.
Jo a q u ín A b e llá n , doctor en Ciencias Políticas
y licenciado en Filosofía y Letras, Políticas y
Derecho, es catedrático de Ciencia Política en la
U niversidad C om plutense de M adrid. En esta
m ism a colección Clásicos del Pensam iento, es
adem ás autor de las ediciones de Im m anuel
Kant, La paz perpetua ( 1 9 8 5 ) ; W ilh e lm von
H um boldt, Los límites de la acción del Estado (1 9 8 8 );
Eduard Bernstein, Socialismo democrático (1 9 9 0 ), y
John Locke, Dos ensayos sobre el gobierno civil (1 9 9 1 ).
Tras un estudio prelim inar sobre e '
ción de Escritos políticos reúne varios
cados entre 1520 y 1526, en los q 261 7,L976e'200&ito-c*«)-:,
aborda algunas cuestiones relativas 28485
diencia política desde la dim ensiói
• A l a nobleza cristiana de la nación alemana - c » „
dición cristiana, donde Lutero derriba las «murallas» tras las
que se había fortalecido el poder papal.
• Sobre la autoridad secular: hasta dónde se le debe obediencia, escrito en
el q u e ex p o n e la d o ctrin a de los dos reinos.
• Exhortación a la paz en contestación a los doce artículos del campesinado
de Suabia, Contra las bandas ladronas y asesinas de los campesinos y Carta
sobre el duro librito contra los campesinos, en los que L utero justifica
la n eg ació n d e la resistencia desde su doctrin a central de q ue
la lib eració n del cristian o n o significa u n a liberación p o líti­
ca y tem p o ral.
• Si los hombres de armas también pueden estar en gracia, d o n d e trata del
oficio del so ld ad o y analiza cu án d o u n a guerra es justa.

«D ios ha establecido dos clases de gobierno entre los


hom bres: uno, espiritual, por la palabra y por la espa­
da, por el que los hom bres se hacen justos y piadosos
[...]. El otro es el gobierno secular por la espada, que
obliga a ser buenos y justos ante el m undo a aquellos
que no q uieren hacerse justos y piadosos para la vida
etern a.»

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