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Escritos políticos
M a rtín L u tero ( 1 4 8 3 -1 5 4 6 ) estu d ió A rtes en la
U n iv ersid ad d e E rfurt, y en 1505, ab an d o n ad o s
sus proyectos d e c u rsa r D erecho, e n tró en el
co n v en to de los ag u stin o s erem itas de esa c iu
d ad alem ana. Allí fu e o rd e n ad o sacerdote y
co m e n z ó sus e stu d io s de Teología, q u e c u lm in a
ría en la U n iv ersid ad de W itten b erg , d o n d e
e n señ ó Biblia h asta el final de su vida.
En ab ierto e n fre n ta m ie n to co n el p ap ad o ro m a
n o p o r sus escrito s teo ló gico s, fue declarado
h ereje y e x c o m u lg a d o de la Iglesia católica.
D esterrad o del Im p e rio alem án , e n c o n tró p ro
tecció n en el p rín c ip e electo r de Sajonia.
D ed icad o a su cáted ra u n iv ersitaria y a la p re d i
cació n , escribió n u m e ro so s tratados teológicos,
co m en tario s a la B iblia, serm o n es y u n a serie de
« escrito s p o lític o s» , p u b licad o s hasta 1526 y
q u e so n los o fre cid o s en la presente edició n.
Escritos políticos
Colección
C lásicos del Pensamiento
fundada por Antonio Truyol y Serra
Director:
Eloy García
Martín Lutero
Escritos políticos
T E RC E RA EDICIÓN
fLACSO - Biblioteca
Titulos originales:
An den christlichen Adel der deutschen Nation von des
christlichen Standes Besserung (1520)
Von weltlicher Obrigkeit, wie weit man ihr Gehorsam
schuldig sei (1523)
Ermahnung zum Frieden auf die zwölf Artikel der Bauernschaft
in Schwaben (1525)
Wider die räuberischen und mördischen Rotten der Bauern (1525)
Ein Sendberief von dem harten Büchlein wider die Bauern (1525)
Ob Kriegsleuter auch in seligem Stand sein können (1526)
Diseño de cubierta:
JV, Diseño gráfico, S.L.
1 a edición, 1986
2.a edición, 1990
3.a edición, 2008
................................................................................................
A le m a n ia IX
2 . N o t a s s o b r e l a b i o g r a f í a d e L u l e r o ........................................... XVIII
3. S o b r e l a c o n c e p c ió n l u t e r a n a d e l a a u t o r i d a d p o lític a . . XXV
4. E n to r n o a la m o d e rn id a d de L u te ro ....................................... X X X IV
ESCRITOS POLITICOS
FLACSÖ - Biblioteca
por sí m ism o, como anim al social. En los años setenta se ha
increm entado de nuevo la discusión sobre la doctrina de los
dos reinos, prom ovida fundam entalm ente por Ulrich Duch-
row, si bien se ha estudiado en prim er lugar la historia de
su in flu e n c ia 22.
A pesar de que esta doctrina ha sido calificada acertada
m ente como un laberinto, no se pued e pasar por alto que
es un serio intento de fundam entar teológicam ente la exis
tencia del cristiano en el m undo. Esta doctrina coloca al cris
tiano activam ente en el m undo, pero no significa, al mismo
tiem po, una liberación del m undo en sí mismo.
Werke. Kritische G esam tausgabe, W eim ar, 18 8 3 y ss. (I, «Schriften»; II,
«Tischreden»; III, «Die Deutsche Bibel»; IV, «Briefwechsel»),
Ausgeivählte W erke, ed. de H. H. Borcherdt y G . Merz, M ünchen, 19 14
y ss.; 3 . a ed ., 1 9 4 8 -1 9 6 5 , 6 vols. y 7 vols. com plem entarios.
Luthers Werke in A usw ahl, ed. de O tto C iernen, Bonn, 19 1 2 -1 9 3 3 , 8 vols.
(W alter de G ru yter, Berlin, 1959).
Calwer Lutherausgabe, ed. de W olfgang M etzger, München H am burg,
1964-1968, 12 vols.
Obras, ed. de Teófanes Egido, Síguem e, Salam anca, 1977, vol. 1 .
Obras de M artin Lutero, trad. cast. de Carlos W itth au s y otros, El Escudo
por convenio especial con Ed. Paidós, Buenos A ires, 19 6 7 -19 7 7 , 7 vols.
BIBLIOGRAFIAS
REVISTAS
JESUS
22 Vid. 2 Corintios 3 , 1 7 .
23 Vid. Génesis 2 1 , 1 2 .
24 Vid. N úm eros 2 2 ,2 8 .
Dios. Si el papa es culpable, pierden su vigencia tales leyes
porque es perjudicial para la cristiandad no juzgarlo m ediante
u n concilio.
A sí leemos en los H echos de los A póstoles 15,6 que no
fue S. Pedro quien convocó el concilio de los apóstoles sino
que fueron todos los apóstoles y los ancianos; ahora bien,
si esto le hubiese correspondido únicam ente a S. Pedro no
habría sido un concilio cristiano sino un conciliábulo heréti
co. Tampoco el famoso Concilium N icaenum fue convoca
do ni ratificado por el obispo de Roma, sino por el em pera
dor Constantino; y después de él otros m uchos emperadores
han hecho lo mismo y han resultado ser los concilios más
cristianos de to do s25. Si sólo el papa tuviese el poder de
convocarlos, todos habrían sido heréticos. Incluso cuando m i
ro los concilios que ha hecho el papa no encuentro que se
haya realizado nada especial en ellos.
Así pues, si la necesidad lo exige y el papa es dañino para
la cristiandad, el prim ero que pueda, como m iem bro fiel de
todo el cuerpo, debe hacer algo para que se celebre un con
cilio auténtico, libre, y nadie mejor que la espada secular
puede hacerlo, especialm ente ahora que es tam bién cocris-
tiana, cosacerdote, coeclesiástica, copoderosa en todas las cosas
y teniendo el deber de desempeñar con libertad su cargo y
función, que han recibido de Dios, por encim a de cualq u ie
ra, si es necesario y ú til que los desem peñen. ¿No sería un
com portam iento an tinatural que, en un fuego en una ciu
d ad , todos tuvieran que permanecer inactivos y dejar que
el fuego quem ara todo lo que pueda arder sólo porque no
tuvieran el poder del burgomaestre o porque el fuego afec
tara, quizá, a la casa del burgom aestre? ¿No está cada uno
obligado a m ovilizar a los otros y a convocarlos? Con m ucha
m ayor razón se está obligado en la ciudad espiritual de Cris
to, cuando se levanta el fuego del escándalo, sea en el go
bierno papal o donde quiera que sea. Lo mismo ocurre cuan
do los enemigos asaltan una ciudad: el honor y el agradeci
II
6 Escamas del Leviatán, monstruo que identifica con Satan y del que el
papa sería, según Lutero, su encarnación.
7 Locución para designar algo que no acabará. Con los «hábitos grises»
se refiere a los monjes.
el poder, que existe por doquier, está establecido por Dios.
Q uien resiste a la autoridad resiste al orden divino. Quien
se opone al orden divino, se ganará su condena»; tam bién
1 Pedro 2,13 y s.: «Acatad toda institución h u m an a, lo m is
mo al rey como soberano que a los gobernadores, como de
legados suyos para castigar a los malhechores y prem iar a los
que hacen el bien».
Este derecho de la espada ha existido adem ás desde el co
m ienzo del m undo. Cuando C aín m ató a su herm ano Abel
tuvo tanto miedo de que, a su vez, lo m ataran a él que Dios
im puso u n a prohibición especial al respecto y suspendió la
espada por causa de aq u él, y nadie debía m atarlo. No ha
bría tenido este m iedo si no hubiese visto y oído de Adán
q ue h ab ía que m atar a los asesinos. Dios estableció de nue
vo el derecho de la espada después del diluvio y lo confirmó
con palabras bien explícitas cuando dice en G énesis 9,6: «Si
uno derram a la sangre de un hom bre, otro derram ará la su
ya». Esto no puede entenderse como una plaga o un castigo
de Dios para los asesinos —pues muchos asesinos, por arre
pentim iento o misericordia siguen con vida y no m ueren por
la espada— , sino que se dice del derecho de la espada que
u n asesino sea reo de m uerte y que haya que m atarlo con
derecho por la espada. Si se im pidiera el derecho o llegara
tarde la espada, de modo que el asesino m uriera de m uerte
n atu ral, no por ello es falsa la Escritura cuando dice «si uno
derram a la sangre de un hom bre; otro derram ará la suya».
Porque es culpa o m érito de los hombres que este derecho,
ordenado por Dios, no se ejecute, de igu al m anera que tam
bién se infringen otros m andam ientos de Dios.
Esto m ism o lo confirm a tam bién la ley de Moisés, Exodo
21,14: «Q uien m ate a algu ien con prem editación, q uítam e
lo de m i altar para darle m uerte». Y tam bién: «V ida por vi
da, ojo por ojo, diente por diente, pie por p ie, m ano por
m ano, herida por herida, golpe por golpe». Cristo lo confir
m a tam bién cuando le dice a Pedro en el huerto: «El que
tom a la espada, a espada m orirá», lo que hay que entender
en el m ism o sentido de Génesis 9,6 «si uno derram a la san
gre de un hombre, etc.» y Cristo se refiere, sin d u d a, a lo
mismo con estas palabras y cita el m ism o pasaje, queriendo
confirmarlo. Tam bién enseña e sto ju a n Bautista; cuando los
soldados le preguntaron qué d eb ían hacer, dijo: «No hagáis
violencia ni in justicia a nadie y contentaros con vuestro sala
rio». Si la espada no fuese un orden divino debería haberles
dicho que dejasen de ser soldados, ya que él quería perfec
cionar al pueblo e instruirlo de u n a form a verdaderam ente
cristiana; es cierto, por tanto, está bastante claro que es vo
luntad de Dios que se emplee la espada y el derecho secula
res para el castigo de los malos y para la protección de los
buenos.
En segundo lugar: a lo anterior se opone con fuerza lo que
dice Cristo en M ateo 5,38 y s .: «O ísteis que se dijo a los an
tepasados “ ojo por ojo y diente por d ie n te ” , pero yo os d i
go, no hay que resistir al m al sino q ue si algu ien te hiere
en la m ejilla derecha, ponle tam b ién la otra; al que q uiera
ponerte pleito para quitarte la túnica, déjale tam bién la ca
pa; y a quien te fuerza a caminar una m illa, acompáñalo dos».
También Pablo, Romanos 12,19: «A m ados m íos, no os ven
guéis vosotros mismos, sino dejad lu g ar a la cólera de Dios,
pues está escrito ‘ ‘m ía es la venganza, yo daré lo m erecido’ ’ ,
dice el Señor». Adem ás, Mateo 5,44: «A m ad a vuestros en e
migos, haced bien a los que os odian». Y 1 Pedro 3,9: «No
devuelva nadie mal por mal, ni maldición con maldición, etc.».
Estos pasajes y otros semejantes hablan patentem ente de que
los cristianos en el Nuevo Testam ento no deben tener n in
guna espada secular.
Por esta razón dicen también los sofistas que Cristo ha abo
lido la ley de Moisés y convierten estos m andam ientos en
«consejos» para los perfectos y dividen la doctrina y la cond i
ción cristianas en dos partes: u na, para los perfectos, a la que
atribuyen los consejos; otra, para los im perfectos, a la que
le aplican los m andam ientos. Hacen esta división por su pro
pio arbitrio y arrogancia sin n ingún fundam ento en la Escri
tura y no ven que Cristo recalca en el m ism o lu gar su doctri
na de que no quiere abolir ni lo m ás m ínim o y condena al
infierno a quienes no aman a sus enem igos. Tenemos que
hablar de este asunto, por tanto, de otra m anera, para que
la palab ra de Cristo sea común para todos, sean «perfectos»
o «no perfectos». La perfección y la im perfección no está en
las obras; tampoco la determ ina n inguna condición externa
especial entre los cristianos; están en el corazón, en la fe y
en el am or, de modo que quien más cree y más am a es per
fecto, sea exteriorm ente un hombre o una m ujer, un p rínci
pe o un cam pesino, un monje o un seglar. El amor y la fe
no crean sectas ni diferencias externas.
En tercer lu gar: tenemos que dividir ahora a los hijos de
A dán y a todos los hombres en dos partes: unos pertenecen
al reino de Dios, los otros al reino del m undo. Los que per
tenecen al reino de Dios son los que creen rectam ente en
Cristo y están bajo él, puesto que Cristo es el rey y señor
en el reino de Dios, como dice el Salm o 2 y la Escritura
entera y para eso ha venido él, para instaurar el reino de
Dios y establecerlo en el m undo. Por eso dice a Pilaros:
«Mi reino no es de este m undo; q uien procede de la ver
dad oye m i voz», y siempre se refiere en el Evangelio al
reino de Dios diciendo: «Arrepentios, el reino de Dios ha
llegado», y «buscad en primer lugar el reino de Dios y
su justicia», y llam a al Evangelio un Evangelio del reino
de Dios porque enseña, gobierna y com prende el reino de
Dios.
Escucha, pues, esta gente no necesita ninguna espada ni
derecho secular. Si todo el m undo fuese cristiano, es d e
cir, si todos fueran verdaderos creyentes no serían necesarios
ni útiles los príncipes, ni los reyes, ni los señores, ni la espa
d a ni el derecho. ¿Para qué les servirían cuando albergan el
Espíritu Santo en su corazón que les adoctrina y que hace
que no com etan injusticia contra n ad ie, que am en a todos,
que sufran injusticia por parte de todos gustosa y alegrem en
te, incluso la m uerte? Donde se padece la injusticia y se h a
ce el bien no son necesarios ni la d isp u ta ni la contienda ni
los tribunales ni los jueces, ni el castigo ni el derecho ni la
espada. Por eso es im posible que entre los cristianos tengan
algo que hacer la espada y el derecho seculares, ya que los
cristianos hacen m ucho más por sí mismos que todo lo que
pudieran exigir todas las leyes y todas las doctrinas. Como
dice S. Pablo, 1 Tim oteo 1,9: «N inguna ley se ha dado al
justo, sino al injusto».
¿Por qué esto es así? Porque el justo hace por sí solo todo
lo que exigen todas las leyes y más. Y los injustos no hacen
nada justo, por lo que necesitan que el derecho les enseñe,
les coaccione y les obligue a hacer el bien. El buen árbol no
necesita doctrina ni leyes para dar buenos frutos, pues su pro
pia naturaleza hace que los produzca sin doctrina ni leyes,
según su especie. Yo ten dría por loco a quien escribiera un
libro para un m anzano, lleno de leyes y preceptos sobre có
mo debería producir m anzanas y no espinas, pues por su pro
pia naturaleza lo hace m ejor que lo que aquél pudiera des
cribir y ordenar con todos sus libros. De la m ism a m anera,
todos los cristianos tienen una naturaleza por el espíritu y
por la fe para obrar bien y justam ente, más de lo que se les
podría enseñar con todas las leyes, y no necesitan para sí mis
mos ninguna ley ni n in gú n derecho.
Si tú me dices entonces: ¿Por qué ha dado Dios tantas le
yes a los hombres y por qué Cristo enseña tam bién en el Evan
gelio que hay que hacer m uchas cosas? Sobre esta cuestión
he escrito abundantem ente en las Apostillas y en otros
sitios8. Lo resumo m uy brevem ente: Pablo dice que la ley
ha sido dada a causa de los injustos, es decir, para obligar
externamente a aquellos que no son cristianos a evitar las m a
las acciones, como veremos más adelante. Como ningún
hombre es por naturaleza cristiano o piadoso sino que todos
son pecadores y m alos, Dios les prohíbe a todos ellos, por
medio de la ley, que pongan en práctica su m aldad con obras
externas, según sus m alas intenciones. Además S. Pablo atri
buye a la ley otro m inisterio: Romanos 7,7 y Gálatas 3,24:
la ley enseña a reconocer los pecados con lo que h u m illa al
hombre disponiéndolo a la gracia y a la fe de Cristo. Lo m is
mo hace Cristo en M ateo 5,39, cuando enseña que no se de
be resistir al m al, con lo que aclara la ley y enseña cómo tie
FLACSO - Biblioteca
y daría a los dem ás un m al ejem plo, pues tampoco querrían
soportar ninguna autoridad no siendo ellos precisamente cris
tianos. De esa m anera se le haría un u ltraje al Evangelio co
mo si éste predicara la rebelión y creara hombres egoístas que
no quieren ayudar ni servir a n ad ie, cuando, en realid ad ,
el Evangelio hace del cristiano un servidor de todos. Cristo
pagó el im puesto, Mateo 17,27, para no escandalizarlos, aun
que no necesitaba hacerlo.
Ves tam bién en las palabras de Cristo citadas antes, M a
teo 5,39, que él enseña que los cristianos no deben tener
entre ellos n in gú n derecho ni espada secular; sin em bargo,
no prohíbe servir a aquellos que tienen la espada secular y
el derecho y ser súbditos de ellos sino que, más bien, como
no los necesitas ni debes tenerlos, debes servir a aquellos que
no han llegado tan alto como tú y todavía los necesitan. Si
tú no tienes necesidad de que se castigue a tu enem igo, sí
la tiene tu prójim o déb il, al que debes ayudar a que tenga
paz y a que su enem igo sea reprim ido; y esto no puede lo
grarse a no ser que la autoridad y el poder se m antengan en
su honor y respeto. Cristo no dice «no debes servir al poder
ni estarle som etido», sino: «No debes resistir al m al», como
si quisiera decir: «Com pórtate de tal modo que toleres todo,
de suerte que no necesites que el poder te ayude o te sea
ú til o te h aga falta, sino que seas tú , por el contrario, quien
le seas ú til o necesario. Yo quiero tenerte más elevado y más
noble de m odo que no necesites de él; que sea el poder el
que te necesite».
En sexto lu gar: si me preguntas si un cristiano puede d is
poner de la espada secular y castigar a los m alos, pues las
palabras de Cristo dicen tan enérgica y claram ente «no resis
tas al m al» que los sofistas han tenido que convertirlas en
un «consejo», m i respuesta es la siguiente: has escuchado hasta
ahora dos textos. Uno, según el cual no puede existir la es
pada entre los cristianos y, por tanto, no se puede u tilizar
entre ellos porque no tienen necesidad de ella. La pregunta,
por consiguiente, debe plantearse al otro grupo de los no
cristianos y ver si a llí puede ser u tiliz ad a cristianam ente. Se
gún el otro texto, estás obligado a servir a la espada y a apo
yarla con todo lo que puedas, con tu cuerpo, tus bienes, tu
honor y tu alm a, pues es ésta una obra que tú no necesitas,
pero que es ú til y necesaria para todo el m undo y para tu
prójimo. Por esta razón, sí tú vieras q ue hacen falta verdu
gos, alguaciles, jueces, señores o príncipes y te consideraras
capacitado, deberías ofrecerte y solicitar el cargo para que
el poder, que es necesario, no sea despreciado ni se d eb ilite
ni perezca; el m undo no quiere ni p u ede prescindir de él.
La razón de este com portam iento es ésta: en ese caso irías
a un servicio y a una obra ajenos, que no aprovechan a tus
bienes o a tu honor sino que aprovechan sólo al prójim o y
a los demás; y lo harías no con la id ea de venganza o de d e
volver mal por m al sino por el bien de tu prójim o y para
el m antenim iento de la protección y de la paz de los dem ás;
en cuanto a ti m ism o, sigues atenién dote al Evangelio y a
la palabra de Cristo de ofrecer gustosam ente la otra m ejilla,
de dar la capa adem ás de la túnica, cuando se trate de ti y
de tus cosas. Así pues, ambos principios se conciban m uy
bien; cumples al m ism o tiem po con el reino de Dios y con
el reino del m undo, interior y exteriorm ente, sufriendo el
mal y la injusticia y, al mismo tiem po, castigando el m al y
la injusticia, resistiendo al m al y, al m ism o tiem po, no resis
tiéndole. Al hacer lo uno miras a ti y a tus cosas, al hacer
lo otro miras al prójim o y a lo suyo. C uando se trata de ti
y de lo tuyo te comportas según el Evangelio y sufres la in
justicia que se te haga como un verdadero cristiano; cuando
se trata del otro y de sus intereses te com portas de acuerdo
con el amor y no toleras n inguna in ju sticia hacia tu p ró ji
mo; esto no lo prohíbe el Evangelio, m ás bien lo ordena en
el otro lugar.
De esta manera han llevado la espada todos los santos des
de el comienzo del m undo, A dán y todos sus descendien
tes. Así la llevó Abraham cuando salvó a Lot, hijo de su her
m ano, venciendo a cuatro reyes, G énesis 14,14 y s., y era
un hombre totalmente evangélico. Tam bién Sam uel, el santo
profeta, mató al rey A gag, 1 Sam uel 1.5,33, y Elias a los pro
fetas de Baal, 1 Reyes 18,40. A sí la llevaron Moisés, Josué,
los hijos de Israel, Sansón, D avid y todos los reyes y prín ci
pes d el A ntiguo Testam ento, como D aniel y sus com pañe
ros A nanías, Azarías y Misael en B abilonia, y tam bién José
en E gipto, etc.
Si algu ien argum entase que el A ntiguo Testam ento está
ab o lid o y que no tiene ya validez, por lo que no se podrían
proponer esos ejem plos a los cristianos, yo respondo que eso
no es así. Pablo dice en Corintios 10,3: «Com ieron el mismo
alim en to espiritual y bebieron la m ism a bebid a de la roca,
q u e es Cristo, como nosotros»; es decir, tuvieron el mismo
esp íritu y la m ism a fe en Cristo que tenemos nosotros y fue
ron tan cristianos como nosotros. Por lo tanto, en lo que ac
tuaron bien, en eso m ism o actúan bien todos los cristianos
desde el comienzo al fin del m undo. El tiem po y los cam
bios externos no marcan diferencias entre los cristianos. Tam
poco es verdad que el A ntiguo Testamento h aya sido aboli
do de m odo que no deba observarse o que com eta injusticia
q u ie n lo observe en toda su extensión, como han dicho equi
vocadam ente S. Jerónim o 10 y muchos otros; ha sido aboli
do sólo en cuanto que es libre cum plirlo o no y ya no es ne
cesario observarlo so pena de perder el alm a, como era en
tonces.
Pablo dice, en 1 Corintios 7,19 y en Gálatas 6,15, que
ni el prepucio ni la circuncisión significan nad a sino la nue
va criatu ra en Cristo; es decir, no es pecado tener prepucio,
como creían los judíos, y tampoco es pecado circuncidarse,
com o creían los paganos; ambas cosas son libres y buenas;
pero q u ien las haga no piense que con ello se hace piadoso
o salvo. Esto mismo vale para todos los dem ás pasajes del
A n tig u o Testam ento: no se equivoca quien no los sigue, p e
ro tam poco quien los cum ple, pues todo es libre y bueno,
el cum plirlos y el no cum plirlos. Eso sí, si fuera necesario
y ú til al prójim o o fuera necesario para la salvación habría
q u e cum plirlos todos, pues todos están obligados a hacer lo
SEGUNDA PARTE
13 Agustín, Contra litt. Petil. II, 8 3 , 1 8 4 : «ad fid em quidem nullus est
cogendus, sed...».
p eaje, u n im puesto detrás de otro y soltar u n oso aq u í y un
lobo allá ; no se encuentra en ellos, adem ás, ni derecho, fi
d e lid ad o verdad y actúan de una m anera que sería excesiva
p ara ladrones y canallas y su gobierno secular se encuentra
tan caído como el gobierno de los tiranos eclesiásticos. Por
esto Dios pervierte su espíritu tam bién, para que procedan
contra el sentido y quieran gobernar espiritualm ente sobre
las alm as, al igual que los otros quieren gobernar tem poral
m en te, y así, confiados en sí mismos, carguen con los peca
dos ajenos, con el odio de Dios y de todos los hombres hasta
que perezcan con los obispos, los curas y los monjes —canallas
con canallas— ; después echan la culpa al Evangelio y, en vez
de confesarse, blasfeman contra Dios diciendo que es nues
tra predicación la causa de todo esto. Es su pervertida m al
dad la q ue ha merecido esto y lo sigue m ereciendo sin cesar;
así se comportaban tam bién los romanos cuando fueron des
truidos. M ira, ahí tienes el designio de Dios sobre estos gran
des bobos. Pero no han de creerlo, a fin de que este desig
nio divino no sea obstaculizado por su arrepentim iento.
Si tú dices: Pablo ha dicho en Romanos 13,1: sométase
todo hom bre al poder y a la autoridad; y Pedro dice: debe
mos ser súbditos de toda institución hum ana, yo respondo:
m e vienes a propósito; pues los pasajes están a m i favor. S.
Pablo h ab la de autoridad y de poder. Tú has oído ahora que
n ad ie, excepto Dios, tiene poder sobre las alm as. Por lo tan
to, S. Pablo no ha podido hablar de obediencia algu n a sino
donde pu eda haber poder. De ahí se sigue que él no habla
de la fe, se sigue que el poder secular no debe gobernar la
fe; él habla de los bienes externos, de ordenarlos y gober
narlos en la tierra. Esto lo muestran con claridad sus p ala
bras, pues a am bos, al poder y a la obediencia les señala su
lím ite al decir: «Dad a cada cual lo suyo, tributo al que se
le deb a tributo, im puesto al que se le deba im puesto, honor
al q ue se le deba honor, respeto a quien se le deba respeto».
M ira, pues, la obediencia y el poder tem porales sólo afectan
al im puesto, a los tributos, al honor y al respeto, que son
cosas externas. Tam bién al decir: «No hay que tem er al po
der por las buenas obras sino por las m alas», lim ita el poder
a que dom ine las m alas obras, no la fe o la palab ra de Dios.
Esto lo quiere igualm ente S. Pedro cuando dice: «Institu
ción hum ana». Ahora bien, n in gu n a institución hum ana
puede extenderse hasta el cielo y sobre el alm a, solam ente
puede extenderse a la tierra, a las relaciones externas de los
hombres entre sí, donde los hom bres pueden observar, co
nocer, juzgar, apreciar y salvar. Todo esto lo ha distinguido
el mismo Cristo sutilm ente y lo ha resum ido brevem ente
cuando dice en M ateo 22,21 : «D ad al césar lo que es del cé-
sar y a Dios lo que es de Dios». Si el poder im perial se exten
diera al reino de Dios y no fuera un poder particular, no los
habría diferenciado. Como ya se ha dicho, el alm a no está
bajo el poder del em perador; éste no puede adoctrinarla, ni
gobernarla, ni m atarla ni vivificarla ni atarla ni desatarla, ni
juzgarla ni condenarla, ni deten erla ni liberarla (todo esto
tendría que poderlo si el em perador tuviera poder para m an
dar sobre ella e im ponerle leyes); sólo tiene que ver con el
cuerpo, los bienes y el honor, pues estas cosas están bajo su
poder.
David expresó todo esto, hace tiem po, en un breve y be
llo pasaje al decir en el Salm o 115,16: «He dado el cielo al
señor del cielo, pero la tierra la he. dado a los hijos de los
hombres». Esto es: en lo que está en la tierra y pertenece al
reino terrenal y tem poral ha recibido el hombre poder de
Dios; pero lo que pertenece al cielo y al reino eterno está
exclusivamente bajo el señor celestial. Tampoco lo olvidó
Moisés cuando dice en Génesis 1,26: «Dijo Dios: hagamos
al hombre para que gobierne sobre los aním ales en la tierra,
sobre los peces en el m ar, sobre los pájaros en el aire». El
gobierno externo de estas cosas se ha atribuido a los hom
bres. En resum en, la idea es ésta, como dice S. Pedro en H e
chos de los A póstoles 5,29: «H ay q ue obedecer a Dios antes
que a los hom bres». Con estas palabras pone él tam bién un
lím ite claro al poder secular. Si hubiera que obedecer todo
lo que el poder secular quisiera, en vano habría dicho que
hay que obedecer a Dios antes q ue a los hombres.
Si tu príncipe o señor tem poral te m anda estar del lado
del papa o creer de ésta o aq u élla m anera o te m anda desha
certe de ciertos libros, tendrías que decirle: «No le corres
ponde a Lucifer sentarse junto a Dios; Señor m ío, estoy obli
gado a obedeceros con m i cuerpo y con m is bienes; orde
nadm e en la m edida de vuestro poder en la tierra y os segui
ré. Pero si me ordenáis creer y deshacerme de libros, no os
obedeceré. Pues entonces sois un tirano y vais dem asiado al
to, m andáis donde no tenéis derecho ni poder, etc.». Si, a
causa de esto, te despoja de tus bienes y castiga tu desobe
dien cia eres bienaventurado y debes dar gracias a Dios por
ser digno de sufrir por causa de la palabra d ivina; deja a ese
loco m ontar en cólera, que ya encontrará su ju ez. Yo te digo
q u e si no te opones a él y le perm ites que te q u ite la fe o
los libros, has renegado verdaderam ente de Dios.
Te doy un ejem plo de lo que estoy diciendo: En Meissen,
en Baviera y en la M ark, y en otros lugares, han prom ulgado
un edicto en virtud del cual debe entregarse a las autorida
des el Nuevo Testam ento. En este caso, los súbditos deben
hacer lo siguiente: no deben entregar ni una sola hoja, ni
u n a sola letra, bajo pena de perder su salvación. Quien lo
h aga, entrega a Cristo a Llerodes, pues ellos actúan como
asesinos de Cristo, igu al que Herodes. Deben tolerar que en
tren en sus casas y les quiten por la fuerza los bienes o los
libros. No hay que resistir al m al sino sufrirlo; pero no hay
q u e aprobarlo ni servirlo ni secundarlo ni dar un paso o mo
ver un dedo para obedecerlo. Estos tiranos actúan como co
rresponde a príncipes seculares, son príncipes «m undanos»
y el m undo es enem igo de Dios; por esto han de hacer lo
q ue es contra Dios, pero conforme al m undo para no perder
su honor, perm aneciendo como príncipes seculares. No te
extrañes, por tanto, de que rabien y cometan locuras contra
el Evangelio; han de hacer honor a su título y a su nombre.
D ebes saber tam bién que, desde el com ienzo del m undo,
un príncipe sensato es un pájaro raro y más raro todavía es
un príncipe piadoso. En general son los locos m ás grandes
o los peores canallas de la tierra; por esta razón hay que estar
preparados para lo peor con ellos y no se puede esperar nada
bueno de ellos, especialm ente en las cosas divinas que afec
tan a la salvación del alm a. Son los carceleros y verdugos de
Dios y la cólera divina los u tiliz a para castigar a los m alos
y conservar la paz externa. Hay un gran Señor, nuestro Dios,
que debe tener tales ilustrísim os, nobles y ricos verdugos y
esbirros y que quiere que todos les den riqueza, honor y res
peto en gran abundancia. A grada a la divina voluntad que
llamemos a sus verdugos benevolentes señores y que nos arro
dillemos y seamos sus súbditos con toda h u m ild ad , siem pre
que no extiendan su oficio dem asiado y quieran convertirse
de verdugos en pastores. Si se da el caso de que un príncipe
sea sensato, piadoso o cristiano es éste uno de los mayores
milagros y la señal más preciada de la gracia divina hacia un
país. Por lo general, las cosas suceden según el pasaje de Isaías
3,4: «Les daré muchachos como príncipes y chiquillos serán
sus gobernantes» y de Oseas 13,11: «A irado te daré un rey
y encolerizado te lo quitaré». El m undo es dem asiado m alo
y no merece tener muchos príncipes sensatos y piadosos. Las
ranas necesitan sus cigüeñas.
Y si tú me dices: sí, el poder secular no ob liga a creer,
sólo im pide externam ente q ue se seduzca a las gentes con
doctrinas falsas, ¿cómo se puede luchar, entonces, contra los
herejes? Mi respuesta: esto deben hacerlo los obispos, a ellos
se les ha encomendado ese m inisterio y no a los príncipes.
Pues la herejía no puede reprim irse con la fuerza; hay que
hacerlo de un modo totalm ente diferen te, se trata de una
lucha y una actuación con m edios diferentes a la espada. Es
la palabra de Dios la que debe luchar aq u í; si ella no tiene
éxito, sin éxito quedará, con toda seguridad, con el poder
secular, aunque bañe el m undo en sangre. La herejía es un
asunto espiritual, que no puede golpearse con el hierro ni
quemarse con el fuego ni ahogarlo en el agua. Sólo está la
palabra de Dios que lo hará, como dice Pablo en 2 Corintios
10,4: «Nuestras armas no son carnales, son poderosas en Dios
para derribar torreones y consejos que se levanten contra el
conocimiento de Dios y hacem os prisionero a todo espíritu
al servicio de Cristo».
Además, no hay nada más fuerte que la fe o la herejía
cuando se lucha contra ellas con la fuerza bruta, sin la p ala
bra de Dios. Téngase por cierto que la fuerza no tiene una
causa justa y actúa contra el derecho y procede sin la palabra
de Dios y no sabe im ponerse más que por la fuerza bruta,
como hacen los anim ales irracionales. Tampoco en los asun
tos tem porales se puede proceder con la fuerza, a no ser que
la in ju sticia hubiera sido elim inada previam ente con el de
recho. ¡C uánto m ás im posible es, en estos asuntos espiritua
les, actuar con la fuerza, sin el derecho y sin la palabra de
Dios! M ira, por tanto, cuán sutiles e in teligen tes son estos
señores. Q uieren desterrar la herejía, pero con unos medios
q u e, por el contrario, la fortalecen, volviéndose ellos m is
mos sospechosos y dando la razón a los otros. Am igo m ío,
si quieres desterrar la herejía debes encontrar el m edio de
extirparla de los corazones ante todo y de apartarla en pro
fu n d id ad de la voluntad. Con la fuerza no acabarás con ella
sino que la fortalecerás. ¿De qué te sirve fortalecer la herejía
en el corazón debilitándola solamente en la lengua y forzando
a la m entira? La palab ra de Dios, en cam bio, ilum ina los
corazones y con ella caen del corazón, por sí mismos, todas
las herejías y todos los errores.
Sobre esta destrucción de la herejía hizo un anuncio el pro
feta Isaías en el capítulo 11 diciendo: «H erirá la tierra con
la vara de su boca y m atará al impío con el espíritu de sus
labios». A h í ves q ue ha sido establecido que el im pío será
m uerto o convertido con la boca. En resum en: estos prínci
pes y tiranos no saben que luchar contra la herejía es luchar
contra el dem onio, que posee los corazones con el engaño,
como dice Pablo en Efesios 6,12: «No tenemos que luchar
con la carne y la sangre, sino con el espíritu del m al, con
los príncipes que gobiernan estas tinieblas, etc.». Por esto,
m ientras no se rechace al diablo y se le expulse de los cora
zones es igu al que m ate yo sus recipientes con la espada o
con el fuego, como si luchara contra el relám pago con una
paja. Esto lo ha testimoniado abundantem ente Job 41, cuan
do dice que el diablo tiene al hierro por paja y no tiene n in
gú n poder en la tierra. La experiencia nos lo m uestra tam
bién . A unque se quem e por la fuerza a todos los judíos y
herejes, ni uno solo se convencería ni se convertiría por ese
procedim iento.
Sin em bargo, este m undo ha de tener tales príncipes para
que nadie se ocupe de su función. Los obispos han de decli
nar la palabra de Dios y no han de gobernar con ella las al
mas sino que han de ordenar a los príncipes seculares que
las gobiernen con la espada. Por su parte, los príncipes tem
porales han de perm itir que se cometan —y han de come
terlos ellos mismos— , la usura, el robo, el adulterio, el ase
sinato y otras malas obras, dejando que los obispos los casti
guen con la excom unión; así todo estará patas arriba: gober
nar las almas con el hierro y el cuerpo con bulas de excomu
nión, de modo que los príncipes seculares gobiernen espiri
tualmente y los príncipes eclesiásticos gobiernen secularmen
te. ¿Qué otra cosa tiene que hacer el diablo en la tierra sino
engañar a su pueblo y ju g ar al carnaval? Estos son nuestros
príncipes cristianos que defienden la fe y se comen al turco.
Son, por supuesto, finos compañeros en los que hay que con
fiar: algo lograrán con su fin a inteligencia, es decir, partirse
el cuello y llevar al país y a la gente a la m iseria y a la
desgracia.
Yo querría, por esta razón, aconsejar a estos ciegos prínci
pes, con toda fid elid ad , que se pusieran en guard ia frente
a un versículo m uy corto que está en el Salm o 107: effundit
contem ptum super principes 14. Os juro por Dios que si pa
sáis por alto que este pequeño versículo es com ún entre vo
sotros, estáis perdidos, aun cuando cada uno de vosotros fuera
tan fuerte como el turco, y de nada os servirá vuestra rabia
y vuestro furor. U na gran parte de ese desprecio ya ha co
m enzado. Pues hay pocos príncipes a los que no se tenga
por locos o canallas. Esto proviene de que se comportan co
mo tales y el hombre com ún se está dando cuenta y la plaga
de los príncipes, que Dios llam a contem ptum , se extiende
con fuerza entre el pueblo y el hombre com ún. Y me temo
que no pueda frenarse si los príncipes no se comportan co
mo príncipes y com ienzan de nuevo a gobernar con la razón
y con honestidad.
TERCERA PARTE
K> Agustín, De serm one dom ini in m onte secundum M atthaeum 1, cap.
16,50, en MIGNE PL 34, 1254.
EXH ORTACION A LA PAZ
EN CON TESTACION
A LOS DOCE ARTICULOS
DEL CAM PESIN ADO DE SU A B IA ( 1 5 2 5 )
3 Vid. Ju an 1 9 , 1 5 .
4 Desde 1 5 2 1 -1 5 2 2 se habían producido discusiones internas en el m o-
vim iento reform ador: Lutero se enfrentó a K arlstad t, M üntzer y otros re
formadores, vid. estudio prelim inar, 2.
b elió n , os lo ruego. No es que crea o tem a que los cam pesi
nos son dem asiado poderosos para vosotros; no quiero que
les tengáis m iedo; tem ed a Dios, m irad su cólera. Si Dios
q u iere castigaros, como habéis merecido, y como yo me te
m o, os castigará, aunque los campesinos fueran cien veces
m enos numerosos. El puede sacar campesinos de las piedras
y viceversa. Puede hacer que un solo cam pesino haga pere
cer a cien de vosotros, de form a que de poco valdrían vues
tras arm aduras y vuestra fuerza.
Si todavía os puedo dar un consejo, señores míos, ceded
u n poco, por Dios, ante su cólera. Una carreta de heno debe
ceder el paso a un borracho. Con mayor motivo habéis de
ab ando nar vuestra bravuconería y vuestra in dóm ita tiranía,
negociando razonablem ente con los campesinos como con
borrachos o extraviados. No os lancéis a la guerra contra ellos,
pues no sabéis cómo será el fin al; intentad prim ero actuar
b u en am en te, porque no sabéis qué es lo que Dios quiere,
p ara que no salte la chispa y arda toda A lem ania en un in
cendio que nadie podría apagar después. Nuestros pecados
están ante Dios y, por eso, hemos de tem er su cólera con
el susurro, incluso, de una hoja; con m ucho m ayor motivo
cuando se agita una m uchedum bre como ésta. Por las bue
nas no perderéis nada y si llegáis a perder algo, lo volveréis
a recuperar después con la paz decuplicado. Como quizá per
dáis el cuerpo y los bienes en la lucha, ¿para qué vais a arries
garos si podéis obtener m ayor provecho por otras vías bue
nas?
Ellos han redactado doce artículos. De ésos, algunos son
tan justos y equitativos que os quitarían vuestro honor ante
Dios y ante el m undo, dando razón al Salm o al suscitar
el desprecio hacia los príncipes. Pero casi todos han sido
escritos para su provecho y beneficio y no se expresan de
u n a m anera perfecta. Contra vosotros yo habría redacta
do realm ente otros artículos, que afectaran a A lem ania
en general y al gobierno, como hice en el libro a la no
bleza alem an a, que contenía ciertamente cosas más im por
tantes. Como no lo tuvistéis en cuenta, tenéis que escuchar
y agu an tar ahora estos artículos interesados. Bien lo te-
neis m erecido como personas a las que no se les puede decir
nada.
El prim er artículo, en el que m anifiestan su deseo de es
cuchar el Evangelio y el derecho de elegir al párroco, no po
déis rechazarlo bajo ningún pretexto, aunque se desliza en
él el interés propio al pretender m antener al párroco con los
diezmos que no les pertenecen. Pero el contenido es que se
perm ita predicar el Evangelio. N ada puede ni debe hacer la
autoridad en su contra. La autoridad no ha de oponerse a
que cada cual enseñe y crea lo que quiera, sea el Evangelio
o sean m entiras. Es bastante con que se oponga a que se en
señe la rebelión y la discordia.
Tam bién son justos y equitativos los otros artículos que
denuncian cargas corporales, como la servidum bre, im pues
tos y sim ilares. La autoridad no ha sido in stituid a para apro
vecharse de los súbditos en beneficio propio, sino para el pro
vecho y el bien de aquéllos. Y a no son soportables por más
tiempo tantas tasas y exacciones. ¿De qué le sirve a un cam
pesino que el campo le reporte tantos florines en grano y
paja si la autoridad le q u ita la m ayor parte, como si se trata
ra de paja, para fom entar su lujo y derrochar los bienes en
vestidos, comilonas, borracheras, edificios y cosas parecidas?
Ya es hora de reducir el lujo y de frenar los gastos para que
los pobres hombres puedan tam bién conservar algo. Más ex
plicaciones las habréis leído ya en sus hojas, en donde expo
nen suficientem ente sus quejas.
AL CAMPESINADO
EXHORTACION CONJUNTA
A LA AUTORIDAD Y AL CAMPESINADO
IrLÄCSO - Biblioteca
A l honorable y juicioso Caspar Müller, Canciller en
M ansfeld, m i buen amigo, gracia y p a z en Cristo.
H onorable y juicioso señor: he tenido que contestar a vues
tra carta en forma im presa porque son m uchas las quejas y
las preguntas sobre m i librito contra los cam pesinos rebel
des, en el sentido de que el librito no es cristiano y es dema
siado duro, aunque me había propuesto cerrar m is oídos y
dejar que los corazones ciegos y desagradecidos, que sólo van
buscando en m í un motivo para escandalizarse, se sumieran
en el escándalo hasta que se pudrieran en él, ya que de mi
otro lib rito no han aprendido tanto como para querer inclu
so q ue ese juicio tosco, m alo y terrenal, se acepte como co
rrecto. Pensé en las palabras de Cristo en Juan 3,12: «si no
creéis cuando os hablo de cosas terrenales, ¿cómo creeríais
si os h ab lara de cosas celestiales?», y en que, cuando los dis
cípulos le dijeron: ¿sabes que los fariseos se escandalizan de
estas p alab ras?, les dijo: «dejad que se escandalicen, son cie
gos y guías de ciegos», M ateo 15,14.
G ritan y dicen ahí, ah í se ve el espíritu de Lutero, que
enseña que se derrame sangre sin misericordia algu na; el dia
blo debe de hablar a través de él. Bueno, si no estuviera acos
tum b rado a ser juzgado y condenado, esta crítica m e ¿Itera
ría. Pero no encuentro en m í mayor vanidad que m antener
m is actuaciones y mis enseñanzas, prim ero, y dejar que las
crucifiquen . Nada tiene valor para nadie si no puede juzgar
a Lutero. Lutero es el blanco y la m eta de la crítica, con quien
cada uno ha de intentar hacerse caballero y ganarse un teso
ro. Todo el m undo tiene en este asunto un espíritu más ele
vado que el mío. Yo debo de ser enteramente carnal y si Dios
quiere q ue ellos tengan realm ente un espíritu m ás elevado,
m e gustaría entonces ser carnal y decir tam bién lo que S.
Pablo dice a sus corintios: «sois ricos, estáis saciados, gober
náis sin necesidad de nosotros» Pero me temo que no tie
nen realm ente un espíritu elevado. Pues no veo que hagan
nada especial, excepto cosas que los llevan finalm ente al p e
cado y al oprobio.
Ellos no ven cómo tropiezan en este enjuiciam iento y có
mo descubren los pensam ientos de su corazón en esta críti
ca como dice Simeón respecto de Cristo en Lucas 2,34. D i
cen que se dan buena cuenta del espíritu que tengo yo. Yo
también observo cómo han captado y aprendido el Evange
lio. Sí, no saben un ápice de él, aun cuando hablan m ucho
de él. ¿Cómo iban a saber lo que es la justicia celestial en
Cristo, según el Evangelio, si todavía no saben lo que es ju s
to terrenalm ente, en la autoridad secular según la ley? Estas
gentes no m erecen oír la palabra ni ver la obra con las que
se perfeccionarán; deberían estar escandalizados, como les
ocurrió a los judíos con Cristo, porque su corazón está tan
lleno de m alicia que no desean sino escandalizarse, a fin de
que se cum pla en ellos lo dicho en el Salmo 17: «con los per
versos eres perverso», y en el TOeuteronomto 32,21: «yo les
daré celos con u n pueblo ilusorio y los irritaré con un p u e
blo fatuo».
Estos eran los motivos por los que quería guardar silencio
y quería dejar que se escandalizaran, para que chocaran m e
recidamente con el escándalo y perecieran cegados, estos d e
sagradecidos q u e no han aprendido nada hasta ahora de la
grande y clara luz del Evangelio, difu n d id a por doquier con
tanta ab un dancia, y que tanto han despreciado el temor de
Dios que no m iran ya nada evangélicam ente; sólo juzgan y
desprecian a los demás y se creen que tienen un gran espíri
tu y un elevado entendim iento, y de la doctrina de la h u
mildad sólo captan soberbia, lo m ism o que la araña sólo chu
pa el veneno de la rosa. Pero au n q u e vos no necesitáis ense
ñanza para vos m ism o, sino para tapar la boca a estas gentes
inútiles, quiero haceros este servicio, por lo demás inútil, pues
creo que os proponéis una em presa in ú til e im posible. Pues,
¿quién podrá tapar la boca a un necio si tiene el corazón lle
no de necedad y la boca h ab la de la abundancia del cora
zón?
En prim er lugar, hay que advertir a los que critican mi
librito que callen la boca y sean sensatos, pues seguram ente
tam bién ellos son rebeldes en su corazón, para no cometer
una im prudencia y ser tam bién algún día ejecutados, como
dice Salom ón: «hijo m ío, tem e a Dios y al rey y no te mez
cles con los rebeldes, porque su desgracia llegará de repente
y ¿q u ién conoce su furor?», Proverbios 24, 21, 22. A hí ve
mos que son condenados am bos, los rebeldes y los que se
m ezclan con ellos, y que Dios no quiere que estas cosas se
tom en a brom a, sino que hay que tem er al rey y a la autori
dad. Se m ezclan con los rebeldes quienes se interesan por
ellos, quienes tam bién se quejan y los justifican y quienes
tienen m isericordia con aquéllos con los que Dios no la tie
ne, pues quiere que se les castigue y an iq u ile. Q uien se in
teresa por los rebeldes da a entender suficientem ente que,
si h u b iera lugar y ocasión, tam bién causaría desgracias, co
mo h ab ía decidido en su corazón; por esto, la autoridad ha
de tom ar severas m edidas para que callen la boca y se den
cuenta de que es en serio.
Si piensan que esta respuesta m ía es dem asiado dura y me
acusan de hablar con violencia y de tapar la boca, yo digo
que esto es lo justo, pues un rebelde no m erece que se le
responda con la razón, pues no la acepta. Con el puño hay
q ue contestar a estos bocazas, que les salte la sangre de las
narices. Los campesinos tampoco quisieron escuchar ni se de
jaron decir nada, por eso hubo que abrirles las orejas con
bolas de arcabuz y las cabezas saltaron por los aires; para tal
alum no tal palm eta. Q uien no quiere escuchar la palabra de
Dios por las buenas, escuchará al verdugo con la hoja.
Si dicen que en esto no soy clem ente ni misericordioso,
respondo que, misericordioso o no, estamos hablando ahora
de la palab ra de Dios, que quiere que el rey sea honrado
y los rebeldes aniquilados, y Dios es, al menos, tan m iseri
cordioso como nosotros.
No quiero escuchar ni saber nada de m isericordia, sólo
quiero prestar atención a lo q ue quiere la palabra de Dios;
por esto, m i librito ha de ser y quedar como justo, aunque
todo el m undo se escandalice con él. ¿Qué me im porta que
no te agrade a ti, si agrada a Dios? Si él quiere que haya
ira y no m isericordia, ¿por q ué vienes tú con la misericor
dia? ¿No pecó Saúl con la m isericordia hacia los am alecitas
por no haber ejecutado la cólera de D ios, como se le había
ordenado? ¿No pecó Ajab por ser misericordioso con el rey
de Siria, dejándole vivir en contra de la palabra de Dios?
Si quieres tener m isericordia, no te m ezcles con los rebel
des, ten temor a la autoridad y haz el bien . «Si haces el m al,
terne —dice Pablo— , porque no en vano lleva la espada.»
Esta respuesta sería suficiente para todos los que se escan
dalizan de m i librito y hacen críticas in útiles. ¿No es justo
callarse la boca cuando se escucha q ue Dios así lo dice y así
lo quiere? o ¿está Dios obligado a rendir cuentas a estos ti
pos ociosos por querer que las cosas sean así? Yo creo que
sería suficiente con que Dios gu iñ ara un ojo para callar a to
das las criaturas; con mayor razón, si h ab la. A hí está su pa
labra: «hijo m ío, teme a Dios y al rey; si no, llegará de re
pente tu desgracia». Además, en Rom anos 13,2 dice: «Quien
se opone al orden de Dios, se atraerá su juicio». ¿Por qué
tampoco aq u í es misericordioso S. Pablo? Si hemos de pre
dicarla palabra de Dios, hemos de predicar tanto la palabra
que anuncia la ira como la que an un cia la misericordia. Hay
que predicar tanto del infierno como del cielo y ayudar a
avanzar la palabra, el juicio y la obra de Dios sobre los justos
y sobre los m alos, para que los m alos sean castigados y los
piadosos protegidos.
Y para que el buen Dios salga airoso ante tales jueces y
se encuentre su juicio recto y puro, defendam os su palabra
contra estos bocazas malvados y mostremos la causa de la vo
luntad divina, a fin de abrirle los ojos al mismo d ia b lo 2.
Me reprochan que Cristo enseña: «sed misericordiosos como
vuestro padre es misericordioso». T am bién : «quiero m iseri
cordia y no sacrificio». Más: «el hijo del hombre no ha veni
do para perder las alm as, sino para salvarlas» y otros pasajes
similares. Creen que con esto han acertado: Lutero tendría
que haber enseñado a tener m isericordia con los campesinos
y, sin em bargo, enseña que hay que m atarlos sin dilación,
8 V id . J u a n 18, 36.
9 Literalm ente: iría de la boca a) cielo. Alusión a que el alm a, en el m o
m en to de la muerte, abandona el cuerpo por la boca.
ya no hay otra cosa que hacer sino degollar cuanto antes al
rebelde y darle su merecido. Un asesino no hace ni merece
un m al sem ejante, pues el asesino comete un crim en p u n i
ble pero dejando subsistir la pena; el rebelde quiere come
ter un crim en libre e im pune, atacando a la pena m ism a.
Además, en estos tiempos le hace m ala fam a al Evangelio
entre sus enemigos, que culpan al Evangelio de la rebelión
y abren su infam e boca para blasfem ar, aunque esto no los
excusa, pues saben m uy bien que las cosas son de otra m a
nera. Cristo los alcanzará tam bién en su m om ento.
D ime ahora si yo tenía razón o no al escribir en m i librito
que se apuñalara a las rebeldes sin m isericordia algu n a. Pero
yo no enseñé que no se tuviera m isericordia con los prisione
ros y con los que se rindieran, como se me culpa, pues mi
librito m uestra efectivam ente otras cosas. A sim ism o, tam
poco quise apoyar con mis palabras a los furiosos tiranos ni
alabar su saña y oigo que algunos de mis señoruelos tratan
con excesiva crueldad a las pobres gentes, m ostrándose arro
gantes y altivos como si hubieran obtenido la victoria y estu
viesen seguros. Estos tiranos, sin em bargo, no buscan casti
gar ni corregir la rebelión, sino que dan rienda suelta a su
rabiosa arrogancia y descargan su cólera, que q uizá hayan
aguantado mucho tiem po, creyendo haber logrado ahora el
derecho y la ocasión para ello. Se oponen ahora particular
mente al Evangelio con atrevim iento, quieren establecer nue
vos cabildos y conventos, quieren conservarle al papa su tia
ra y m ezclan nuestra causa con los rebeldes. Pronto cosecha
rán lo que ahora siem bran, pues el que está sentado en lo
alto los está viendo y llegará antes de que vuelvan la cabeza.
Yo sé que fallarán en su propósito, como han fallad o hasta
ahora.
He escrito tam bién en ese m ism o librito que estos tiem
pos son tan extraños que se p u ede ganar el cielo asesinando
y derram ando sangre. ¡Q ue Dios nos ayude! ¡Cóm o ha po
dido Lutero olvidarse de sí m ism o, él, que, hasta ahora, ha
bía enseñado que la salvación y la gracia se obtenía por la
sola fe y no por las obras! ¡Y aq u í atribuye la salvación no
ya a las obras, sino a la terrible obra de derram ar sangre! ¡Eso
sí que es el Rin en llam as! I0. Dios m ío, con qué m inucio
sidad se me exam ina, cómo se me acecha, y todo en vano.
Yo espero que se m e perm ita el uso de las palabras y el m o
do de hablar que em plea el hombre común y tam bién la Es
critura. ¿No dice Cristo en Mateo 3,3 y s .: «bienaventurados
los pobres porque de ellos es el reino de los cielos» y «b iena
venturados sois cuando padecéis persecución porque vuestro
prem io es grande en el cielo»? ¿Y en M ateo 23, 33 y s., no
prem ia las obras de misericordia, e tc ., y en otros muchos p a
sajes sim ilares? Y , sin embargo, sigue siendo verdad que,
an te Dios, no cuentan las obras sino sólo la fe. Sobre cómo
es esto así he escrito muchas veces y particularm ente en el
Serm ón sobre las riquezas injustas 11; quien no quiera con
tentarse con esto, que siga su camino y se escandalice toda
su vida. Con relación a que he valorado tanto la obra de de
rram ar sangre, m i librito muestra en el mismo sitio, con
ab un dancia, que hablaba de la autoridad secular cristiana
y que desem peña su oficio cristianam ente, en especial cuan
do va a luchar con las bandas rebeldes. Si estas autoridades
no actuaron bien al derramar sangre, desem peñando su ofi
cio, tampoco habrían actuado bien Sam uel, David y San
són, pues castigaron a los malhechores y derramaron sangre.
Si no es bueno ni justo que se derrame sangre, ¡b ien !, que
se deje a un lado la espada y seamos hermanos libres para
hacer lo que nos guste. Yo os pido a vosotros y a todo el
m undo encarecidam ente que leáis m i librito rectam ente y
no paséis sobre él tan superficialm ente; entonces se verá que
yo, como corresponde a un predicador cristiano, sólo he adoc
trinado a la autoridad cristiana y piadosa; digo por segunda
y tercera vez que escribí sólo para la autoridad que quería
proceder cristianam ente o, al menos, honestam ente; escribí
para instruir sus conciencias en este asunto, es decir, que h a
bían de golpear sin dilación a las bandas rebeldes, sin m irar
si daban a culpables o inocentes y que no habían de hacerse
9 Vid. M ateo 10 ,2 3-
10 Emperadores romanos que fueron víctimas de revueltas: Galba
(68-69), Perrinax ( 19 3 ) , Gordiano (2 38-244), Alejandro Severo (222-235).
más equitativo negarle diez varas que concederle la anchura
de una m ano o, incluso, de un dedo; es mejor que los tira
nos le hagan cien injusticias a que el pueblo le haga una sola
a los tiranos. Si hay que sufrir in ju sticia, es de preferir su
frirla de la autoridad a que la autoridad la sufra de sus súb
ditos. El pueblo no tiene ni conoce la m edida y en cada in
dividuo se esconden más de cinco tiranos. Es mejor sufrir in
justicia de un solo tirano, es decir, de la autoridad, que su
frirla de innum erables tiranos, es decir, del pueblo.
Se dice que los suizos, en tiempos anteriores, tam bién m a
taban a sus señores y se liberaron a sí mismos, etc. Los dane
ses han expulsado recientem ente a su r e y 11; ambos alegan
como causa la insoportable tiran ía que los súbditos han te
nido que sufrir, etc. Antes he dicho que no trato aq u í de
lo que los paganos hacen o han hecho o de algo sim ilar a
estos ejem plos e historias, sino que trato de lo que se debe
y se puede hacer con buena conciencia para estar seguro y
cierto de que sem ejante acción no es injusta ante Dios. Yo
sé con buen fundam ento, y no he leído pocas historias, que
los súbditos han dado m uerte o expulsado a su autoridad
con frecuencia, como los judíos, los griegos y los romanos.
Y Dios lo ha perm itido y lo ha dejado crecer y que vaya en
aum ento. Pero al fin al, sin em bargo, todo ha sido barrido.
Los judíos fueron reprim idos y elim inados por los asirios, los
griegos por el rey Filipo y los romanos por los godos y los
lombardos. Los suizos lo han pagado, hasta el momento, ver
daderam ente caro, con m ucha sangre, y lo siguen pagando;
se puede suponer fácilm ente cómo term inarán. Los daneses
todavía no han salido de su situación. No veo ningún ré
gim en más estable que aquél donde se m antiene la auto
ridad con honor, como los persas, tártaros y otros pueblos
sem ejantes que no sólo resistieron ante los romanos y ante
todo poder, sino que los destruyeron a ellos y a otros m u
chos países.
G énesis Samuel II
1: 9 7 . 15, 32 y s.: 137
1, 2 6 : 49. 16, 16 y s.: 137
2: 97. Reyes I
9, 6: 26. 2: 166.
14: 62. 14: 154.
14, 14 y s . : 35. 18, 4 0 : 35.
20, 6: 62. 2 2 , 2 y s.: 154.
2 1 , 12: 17. M acabeos I
Exodo 5, 55 y s .: 154.
21, 13: 62. Is a í a s
21, 14: 26, 111 2, 4: 33.
22, 28: 142 3, 4 : 51.
28, 25: 128 11: 52.
N úmeros 11, 9: 32.
14 , 4 5 : 154 14, 5: 110.
16: 92. 55, 11: 169.
22, 28: 17. 61, 8: 89.
D euteronomio O seas
20, 10 y s.: 61. 13, 11: 51.
32, 21: 105. J eremías
32, 35: 76. 15. , 14: 94.
J osué 17, 9 y s.: 4 6 .
6, 20: 8 Salmos:
7, 1 y s.: 158. 2: 28.
J ueces 3, 7: 74.
7, 20: 163. 7, 10: 46.
15, 11: 42. 7, 17: 9 4 .
20, 21: 7. 17: 105.
Samuel I 50, 15: 84.
2, 30: 162. 63, 12: 42.
15, 33: 35. 68, 31: 152.
91, 15: 84. 6, 45: 15.
109, 17: 113. 8, 44: 96.
1 1 0 , 3: 32. 10, 4-5: 44.
115, 16: 49- 17, 9-20: 16.
P ro v e rb io s 18, 36: 122.
3, 9: 89- 19, 15: 71.
20, 22: 42. H echos
24, 21: 106, 142. 1, 24: 46.
24, 29: 42. 4, 3 y s.: 98.
26, 27: 138. 5, 29: 49, 164.
28, 16: 55. 8, 27 y s.: 37.
30, 31: 112. 10, 34 y s.: 37.
J ob 13, 7 y s.: 37.
34, 30: 143. 15, 6: 18.
41: 52. Ro m an o s:
E c le s ia s té s 3, 8: 76.
3 , 7: 4. 7, 7: 29.
5, 8: 162. 10, 17: 55.
10, 20: 142. 12, 4-5: 11.
M ateo 12, 10: 54.
5, 3 y s.: 124. 12, 18: 22.
5, 38: 27. 12, 19: 27, 79, 142.
5, 39: 22, 29, 32, 34, 40, 79. 13, 1: 13, 25, 33, 38, 48, 96,
5, 4 4 : 27, 79. 98, 130, 138, 168.
7, 1: 96', 142, 147. 13, 2: 75; 96, 107, 134, 160.
7 , 3: 7 6 . 13, 3: 30, 115.
7, 12: 145. 13, 4: 76, 98, 99, 100, 134,
10, 10: 163. 155.
10, 23: 140. 13, 5: 101.
10, 28: 45. 1 C o r in t io s
15, 14: 104. 2, 15: 16.
16, 18: 4 4 . 3, 18: 5.
17, 27: 34. 4, 8: 104.
18, 15: 17. 4, 11: 87.
22, 21: 49- 6, 1 y s.: 79.
23, 24: 87. 6, 5 y s. 82.
24, 34: 19. 7, 19: 36.
25, 35 y s.: 124. 9, 7: 165.
Lucas 10, 3: 36.
2, 34: 105. 12, 12 9 , 11
3, 14: 37, 132, 162. 12, 13 37.
14, 10: 54. 13, 75 16 4.
22, 25: 55. 14, 30
15.
22, 32: 16. 15, 24 160.
J uan 2 C orintios
3, 12: 104. 3, 17: 17.
3, 21: 59- 4, 13: 16.
5, 14: 84. 10, 4: 51, 83
10, 8 : 1 9 . 4, 4: 38.
1 1 , 20: 79- 4 , 10: 84.
13, 8: 20. 1 T ito
G álatas 3, 1: 134.
2, 11 y s.: 17. S antiago
1, 9: 29. 5, 10: 9.
2, 2: 142.
Jo a q u ín A b e llá n , doctor en Ciencias Políticas
y licenciado en Filosofía y Letras, Políticas y
Derecho, es catedrático de Ciencia Política en la
U niversidad C om plutense de M adrid. En esta
m ism a colección Clásicos del Pensam iento, es
adem ás autor de las ediciones de Im m anuel
Kant, La paz perpetua ( 1 9 8 5 ) ; W ilh e lm von
H um boldt, Los límites de la acción del Estado (1 9 8 8 );
Eduard Bernstein, Socialismo democrático (1 9 9 0 ), y
John Locke, Dos ensayos sobre el gobierno civil (1 9 9 1 ).
Tras un estudio prelim inar sobre e '
ción de Escritos políticos reúne varios
cados entre 1520 y 1526, en los q 261 7,L976e'200&ito-c*«)-:,
aborda algunas cuestiones relativas 28485
diencia política desde la dim ensiói
• A l a nobleza cristiana de la nación alemana - c » „
dición cristiana, donde Lutero derriba las «murallas» tras las
que se había fortalecido el poder papal.
• Sobre la autoridad secular: hasta dónde se le debe obediencia, escrito en
el q u e ex p o n e la d o ctrin a de los dos reinos.
• Exhortación a la paz en contestación a los doce artículos del campesinado
de Suabia, Contra las bandas ladronas y asesinas de los campesinos y Carta
sobre el duro librito contra los campesinos, en los que L utero justifica
la n eg ació n d e la resistencia desde su doctrin a central de q ue
la lib eració n del cristian o n o significa u n a liberación p o líti
ca y tem p o ral.
• Si los hombres de armas también pueden estar en gracia, d o n d e trata del
oficio del so ld ad o y analiza cu án d o u n a guerra es justa.