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XVI Jornadas Interdisciplinarias y VII Jornadas de Psicología: “Derechos Humanos”

Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad Católica de Córdoba


Ponencia:

Vivencia y resignificación de la experiencia del parto ante situaciones de violencia obstétrica:


análisis fenomenológico-narrativo del relato de una mujer puérpera.

Lic. María del C. González Grané


Facultad de Psicología (U.N.C.)
“Somos la única especie de mamíferos que tiene la habilidad de hacer 1
temer a sus hembras sobre su capacidad de parir” (Ina May Gaskin)
Introducción:
Luego de los meses de gestación, la vivencia del parto suele interpretarse como un
acontecimiento trascendental en la vida de la mujer que da a luz.
Partiendo de esta premisa, la presente ponencia es un una invitación a preguntarnos qué sucede
en aquellos casos en los que las mujeres vivencian experiencias relacionadas con ciertas
prácticas de rutina y conductas acríticas en la atención asistencial durante el parto. Teniendo
en cuenta que tales rutinas y prácticas se relacionan con lo que se ha conceptualizado como
“Violencia Obstétrica”. Un tipo de violencia en la que el cuerpo aparece como entidad-objeto,
pudiendo ser violentado de diferentes maneras. Se advierten cuerpos dolientes que sufren y
padecen, con subjetividades corridas de escena. Más allá de la definición que se pueda hacer en
relación a este constructo, la dimensión de la resignificación emocional de la experiencia vivida
por cada mujer cobra un papel relevante.
Embarazo, parto y puerperio no son meros procesos psicofisiológicos. Constituyen en primer
término una forma de significar acontecimientos, de ver la vida y experimentarla. Nuevas
maneras de vincularse con uno mismo y los demás. Conllevan la posibilidad de salir al mundo
con otro bagaje existencial y vivencial.
Considerando estos matices y premisas, en ésta ponencia se presenta una propuesta para el
estudio y análisis de un relato autobiográfico de una mujer puérpera aplicando el método
fenomenológico-narrativo. Modelo que fuera originalmente desarrollado por Duero y Limón
Arce (2007) y posteriormente completando con nuevos aportes e investigaciones.
El material para el análisis fue obtenido por medio de una entrevista abierta en profundidad. En
las líneas que siguen el análisis discurre teniendo en cuenta ciertos ejes que se detallarán
oportunamente.
En base a todo ello, se procura analizar las vivencias gestacionales de la entrevistada, así como
la significación de la experiencia de parto y puerperio. De manera accesoria se deslizan
interrogantes que, tal vez, permitan esbozar un posible entramado relacional entre las
experiencias vividas durante el parto y los aspectos propios de la violencia obstétrica pensada
ésta como una vulneración de los derechos en salud durante el parto y el nacimiento.
Se estima que el uso del método de análisis fenomenológico-narrativo ha de resultar una gran
herramienta para el análisis de vivencias y experiencias características del área de Salud Mental
Perinatal desde una perspectiva narrativa.

Punto de partida…
Como punto de partida resulta pertinente esbozar y clarificar algunos constructos conceptuales
que mixturan las diferentes aristas que componen al presente trabajo.

Violencia Obstétrica:
De acuerdo a la Ley 26.485 de Protección Integral a las Mujeres, la "Violencia obstétrica es
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aquella que ejerce el personal de salud sobre el cuerpo y los procesos reproductivos de las
mujeres, expresada en un trato deshumanizado, un abuso de medicalización y patologización de
los procesos naturales, de conformidad con la ley 25.929 (Ley de parto humanizado).”1
Hablar de violencia obstétrica también es hacer referencia al maltrato que sufre la mujer
embarazada y/o parturienta al ser juzgada, atemorizada, humillada, agredida física y
emocionalmente. En muchas ocasiones también se considera aquella violencia que se ejerce no
solo hacia la mujer sino también hacia su acompañante y/o hacia el bebé durante su propio
proceso de nacimiento. Estos últimos puntos plantean la necesidad de una revisión en las
conceptualizaciones.
La Organización Mundial de la Salud detalló una serie de acciones que definen
operacionalmente lo que es la violencia obstétrica. Estas acciones son:
*Gritar, ridiculizar o ignorar a las pacientes e incluso evadir algunas opiniones de la mujer que
está a punto de dar a luz.
*Efectuar la maniobra Kristeller y/o la maniobra Hamilton.
*Practicar de manera rutinaria la episiotomía.
*Realizar tactos frecuentes y a repetición.
*Obligar al parto en posición horizontal o inmovilizada.
*Alterar el proceso natural del parto de bajo riesgo mediante el uso de técnicas que aceleren el
nacimiento sin el consentimiento de la madre (por ejemplo: uso de oxitocina sintética).
*Realizar el parto vía cesárea existiendo condiciones para el parto vaginal.
*La inadecuada atención a emergencias obstétricas.
*El impedimento al ingreso de un acompañante, cuando las condiciones de parto son adecuadas.
Por otro lado es vital comprender que la violencia obstétrica se presenta sin importar religión,
edad, nivel socio-económico y educativo; esto quiere decir que durante la atención obstétrica
todas las mujeres son potencialmente vulnerables.

1
Ley 25.929: Ley de parto humanizado promulgada en el año 2004 y reglamentada en el año 2015
Cuerpo, dolor y sufrimiento:
Hemos referido que embarazo, parto y puerperio han de ser vivencias alto significativas en la
vida de quien las experimenta, donde la corporeidad adquiere un papel preponderante.
En ello es vital que podamos reconocer que la significación emocional que una persona le
asigne a sus vivencias corporales favorece un matiz de interpretaciones sobre tales vivencias.
Estas connotaciones, por lo tanto, conducen a que un individuo asocie una experiencia
determinada con una evocación que puede ser placentera y agradable, o dolorosa y
experimentada como sufrimiento.
Por caso, toda acción de violencia obstétrica implica repercusiones en el plano físico y
emocional. Las vivencias corporales se matizan, de esta manera, de elementos que dan cuenta
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del impacto de las acciones experimentadas como violentas.


Al respecto resulta interesante la conceptualización que David Le Breton (2017) realiza sobre el
dolor y el sufrimiento. Dirá que el dolor puede ser entendido como una agresión más o menos
aguda que se experimenta o se soporta en el cuerpo, mientras que el sufrimiento es la traducción
vivencial de la experiencia de dolor. Por ello, el dolor debe ser “traducido” desde una cuestión
de significación, valoración y del sentido que la persona le asigne al mismo, ya que en la
percepción del dolor el individuo ha de realizar una interpretación desde su particular
afectividad. Y como el dolor también es una emoción (es decir una resonancia afectiva)
afectará a la calidad y al tipo de relación del individuo con el mundo.
Dolor no debiera ser considerado como sinónimo de sufrimiento. Cuando el dolor es elegido o
aceptado, cuando el sujeto lo significa positivamente y le otorga un sentido no hablamos de
sufrimiento. Sufrimiento remite más bien a una emoción connotada simbólicamente y por lo
general de manera negativa. Mientras que el dolor es propio del organismo, o sea de un proceso
neurofisiológico, el sufrimiento es la resonancia íntima de ese dolor en el plano de la existencia
toda (Le Breton, 2017).

Análisis fenomenológico-narrativo del relato de una mujer puérpera:


Tomando en cuenta las conceptualizaciones antes mencionadas y los objetivos de la presente
ponencia, a continuación se presentan unos breves aportes para el estudio y análisis de relatos
autobiográficos, siguiendo los lineamientos de la investigación cualitativa y aplicando el
método fenomenológico-narrativo.
Partimos del punto de que “nuestras narraciones serían un instrumento primario de la cognición
que nos permiten dar sentido a la experiencia y volverla predecible, e instruir a otros sobre
cómo ciertos acontecimientos se asocian con determinadas acciones o resultan consecuencia de
éstas, nos permiten transmitir normas y valores, nos enseñan cuáles son conductas esperables y
cuáles no” (González Grané & Duero, en prensa).
En conjunción con ello y considerando el sentido de identidad, autores como Bruner (2002),
Gallagher (2000) o Mc Adams (1995) expresan que nuestra vivencia identitaria dependería
mayormente de nuestras capacidades para pensarnos y sentirnos como los protagonistas de la
historia de nuestra propia vida. De ahí que para Bruner (1991) las narrativas serían una clase de
construcción lingüística y discursiva por medio de la cual el narrador concatena eventos,
construye significados y busca sentido a sus experiencias. Este autor también plantea que la
narrativa es la matriz para la organización de los significados sobre el mundo, los otros y
nosotros mismos (Bruner, 1978).
Por lo tanto, los modos en que una persona configura y amalgama una historia parecerían
iluminar distintos aspectos relativos a su concepción de mundo y su disposicionamiento
existencial. Mediante el análisis narrativo del relato se busca entender cómo las personas
piensan los sucesos y entienden el mundo, para lo cual es esencial estudiar cómo hablan de los
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eventos de su vida y qué sentido les dan (Riley y Hawe, 2005).


Partiendo de los lineamientos del estudio fenomenológico-narrativo, en esta ocasión se ofrece
un acercamiento al modelo de análisis, apelando a un recorte del mismo y en relación con el
tema central de la presente ponencia.
De manera sintética es necesario aclarar que para analizar un relato desde la metodología
fenomenológica-narrativa hay ciertos elementos que forman parte del procedimiento sistemático
propio de dicha metodología. Por un lado, deben considerarse los aspectos temáticos y
estructurales. Se analizan los tópicos principales y los acontecimientos relevantes como parte de
la composición del relato. Se atiende también a la identificación del marco, nudo, desenlace y
consecuencia de la historia; así como a la caracterización de los personajes en términos de
rasgos, subjetividad y agencia. Por otro lado, prestamos atención a la identificación de las
funciones narrativas (Duero & Córdoba, 2016).
Como advertimos, la metodología es amplia y requiere un gran trabajo de sistematización. No
obstante para la presente ocasión tomaremos únicamente los siguientes ejes de análisis: nodos
temáticos principales, posición agencial de la protagonista del relato, vivencias del cuerpo
asociadas al uso de metáforas (junto a la diferenciación entre dolor y sufrimiento) y tipo de
relato.
De manera transversal se pretende entramar estos ejes de análisis con la descripción de
acontecimientos, expresiones que dan cuenta de sentimientos, sensaciones, pensamientos, y la
resignificación emocional de las vivencias de la entrevistada.

a) Características formales del relato2


El relato corresponde a una mujer a la que llamaremos Liliana. Su embarazo transcurrió sin
ninguna complicación clínica. En el parto Liliana estuvo acompañada por su pareja. El
nacimiento de su hija se realizó en un centro médico privado. La niña nació en un estado
óptimo. No obstante debido a complicaciones en la salud materna inmediatas al parto, la
lactancia y el vínculo madre-hija se vieron dificultados. En la semana posterior de dar a luz

2
Toda palabra y oración que esté en cursiva corresponde a la expresión textual de la entrevistada.
Liliana debió ser hospitalizada por una complicación postparto (la cual, se presume, fue
consecuencia de las intervenciones médicas durante el parto).
A nivel de registro de experiencias concretas, las intervenciones médicas en el trabajo de parto y
parto de Liliana fueron: colocación temprana de vía endovenosa, administración de oxitocina
sintética, realización de tactos a repetición y por un número variado de profesionales, restricción
de ingesta de alimentos y bebidas, separación de su acompañante, realización de la maniobra de
Kristeller, falta de información sobre las prácticas realizadas durante el trabajo de parto y trato
peyorativo por parte de ciertos miembros del equipo asistencial.

b) Nodos del relato:


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Desde el punto de vista del análisis narrativo en torno a la dimensión temático-estructural


debemos identificar los nodos principales de la historia. Es decir, los tópicos junto con los
acontecimientos vitales más importantes respecto a los cuales se desarrolla el relato.
En el relato de Liliana podemos reconocer cuatro nodos centrales: Gestación y vínculo idílico
mamá-bebé: “experiencia maravillosa” / Parto idealizado y parto real: “parálisis” /Parto
connotado como evento traumático: “descontrol y sufrimiento” /Resignificación de la vivencia
de parto: “el milagro”.

c) Caracterización del personaje principal en términos de agentividad o agencia:


El personaje principal debe ser entendido como el protagonista del relato, quien se ve
involucrado en los acontecimientos más importantes de la historia. Sin su participación la trama
carecería de sentido. Hablar del personaje principal es hacer mención a todas las definiciones
que el protagonista hace de sí mismo (rasgos, cualidades, actitudes, acciones, motivos y razones
que las justifican, etc.). Por su parte, la agencia se vincula con el posicionamiento más o menos
activo que adopta el protagonista en tanto agente intencional capaz de actuar en base a metas y
propósitos; nos permitirá reconocer cómo se ubica el protagonista y en qué lugar coloca a los
demás personajes dentro de la historia. De allí que podemos hablar de una agencia activa, pasiva
o dual (fases activas y pasivas que se intercalan).
En cuanto a Liliana como personaje principal de su narración, ella se nos presenta en el
embarazo como un agente con capacidad de tomar decisiones y emprender acciones en
consonancia con motivos y razones particulares. Expresa ser una persona que “siempre se guía
por lo emocional”, de allí que al embarazo lo haya sentido como una experiencia “hermosa”,
“maravillosa” y de mucha vinculación con su hija. Por otro lado y debido al cansancio propio
del embarazo a término, va reconociendo la necesidad de realizar cambios en su estilo de vida.
Liliana habla de ésta adecuación en términos de “bajar el ritmo”, “quedarse en el molde” y
“hacer lo que pueda” sin exigencias, porque según sus propias palabras ella sentía que “tenía su
mundo patas para arriba y todo era nuevo”, notándose en tal sentido un necesario proceso de
adaptación al cambio. Incluso podemos vincular ciertos rasgos identitarios con este tipo de
agentividad activa a la que hacemos mención, ya que Liliana se describe como una persona que
“está siempre activa”, que es “alegre”, “dinámica”, “chispita”, y que trata de “disfrutar” lo que
sucede en su vida.
Ya en el momento del trabajo de parto y parto la agentividad adquiere un giro en la narración.
Advertimos acá el paso desde un rol más bien activo (por ejemplo cuando puede tomar ciertas
decisiones como la de no aceptar que le coloquen anestesia para el parto) a una clara
agentividad con matiz pasiva (ejemplificada en la imposibilidad de movilizarse a voluntad y de
ingerir líquidos o alimentos; también refiere haberse sentido “invadida”, “ahogada”, “mareada”
y “paralizada”). La sensación de imposibilidad se acentúa cuando Liliana se autodefine como
una persona “muy sensible al dolor”, por lo que resignifica negativamente las intervenciones
médicas.
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Y en lo que respecta al puerperio inmediato durante la internación, Liliana comienza a


manifestar los indicios de lo que a posteriori sería un estado de pasividad y desestructuración
emocional generalizada. Luego del parto Liliana se siente “confundida”, “mareada”, “triste”,
relata que “trataba” de entender la situación por la que había pasado pero no le resultaba
sencillo porque no lograba comprender lo que había sucedido. Esta situación de pasividad es
llevada al sumun cuando una semana luego del parto se manifiestan complicaciones en su estado
de salud que la conducen a una nueva internación. Tomemos una frase del relato que ejemplifica
radicalmente este punto de pasividad y malestar, cuando Liliana dice: “Creo que ahí sentí que
todo se me fue por la borda, que perdí el control y la tranquilidad que siempre tenía (…) me sentía muy
triste, me sentía mal, la beba lloraba y yo dependía de una bolsa que tenía en mi cuerpo porque no podía
ir al baño sola… no podía ni alzar a mi hija (…) no podía hacer nada, no podía encargarme totalmente
de mi hija, todo mal”.
En el puerperio inmediato y durante la recuperación posterior a la lesión Liliana parecería tener
ciertos rasgos de una agentividad activa, no obstante esto es solo un destello de la capacidad de
decidir, hacer o intentar ejecutar algunas acciones. Puesto que todas las tentativas de
modificación del estado de malestar se ven eclipsadas por la situación de padecimiento que
coloca a la protagonista en una franca posición de pasividad.

d) Vivencias emocionales y vivencias corporales en el embarazo, parto y puerperio


asociadas con el uso de metáforas
Para la fenomenología, nuestra experiencia subjetiva se asienta en la vivencia del propio cuerpo;
además, nuestras expresiones y comunicaciones idiomáticas revelarían, en las metáforas y
alegorías que empleamos, elementos de esta estructura profunda (Binswanger, 1956; Kirmayer,
1992; Ratcliffe, 2008). Fue Maurice Merleau Ponty (1975) quien desarrolló en profundidad la
tesis de que el mundo es percibido desde nuestra corporalidad y que el cuerpo es la condición
misma de la existencia y de nuestra interpretación del mundo. Para ello empleamos ciertos
recursos lingüísticos que dan cuenta de nuestra forma de comprender el mundo y a nosotros
mismos. El uso de “expresiones metafóricas” que ilustran vivencias y experiencias es un claro
ejemplo de ello.
De acuerdo con Merleay Ponty (1976), cuando empleamos metáforas para referir experiencias
emocionales o incluso creencias existenciales más o menos abstractas en verdad lo que hacemos
es instanciar ciertos registros anímicos y conceptuales en vivencias corporales, sensoperceptivas
y motoras de tipo sinestésicas, más primarias.
Liliana, desde sus vivencias emocionales, narra un estado de embarazo sumamente “placentero,
vivido con alegría y expectativas”. Habla de una experiencia “disfrutable” en profunda
“conexión” con ella misma, con su hija y con su pareja. Destaca haberse sentido muy
“contenida, querida y cuidada”. El embarazo fue para ella una “experiencia maravillosa”.
Emocionalmente, expresa haber sentido que “el mundo estaba en una sintonía y ella en otra” en
referencia al grado de compenetración con el proceso de embarazo.
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Desde las vivencias corporales Liliana nos habla de un cuerpo percibido como “diferente”,
“cambiante” y que, con el transcurrir de las semanas de embarazo, la hacía sentir “más lenta,
cansada o pesada”. La visión del cuerpo cambiante por el proceso de la gestación genera en
Liliana una sensación de orgullo y valoración positiva que ella describe así: “Sentía que mi cuerpo
estaba cambiando por el milagro de mi hija. Me gustaba mirarme el espejo con panza (…) y tomarme
fotos porque estaba feliz”.
En el parto podemos advertir un gran cambio en las vivencias emocionales que van desde una
connotación placentera y positiva (expresadas en la alegría de sentir que el inicio de las
contracciones aseveraba la inminencia del nacimiento de su hija) hacia el relato de una
experiencia de trabajo de parto en la que sintió “angustia” y “miedo”. El parto fue descripto
como un momento “duro”, “decepcionante”, “doloroso”; en el cual se sentía “mareada”,
“aturdida”, “confundida” y “triste”. Todo ello es sintetizado en la siguiente expresión: “Luego de
ese parto así como fue de golpe sentí que me chupó el miedo y como que no sabía para dónde correr”.
En este punto el cuerpo empieza a manifestar “dolor”. Es un “dolor punzante”, un cuerpo que
“no podía hacer fuerza, que por momentos parecía no tener energías”, coartado en sus
movimientos y que incluso debe soportar la “fuerza física” que realiza uno de los médicos sobre
el vientre de Liliana. La protagonista explica sus sensaciones con estas palabras: “En un momento
un doctor me bajaba la panza con sus brazos. Ese médico me decía: si no haces bien la fuerza le haces
mal a tu hija, calladita, no grites y empujá o te empujo yo (…) me hacía una fuerza con sus dos brazos
(…) Luego de que nació Luna yo sentía un fuego en mi cuerpo como si algo me quemara la panza por
dentro, una sensación de mil agujas clavándose en mi útero y en mi vagina”.
Por último en lo que respecta al puerperio, Liliana refiere un estado de vivencias emocionales
relacionadas con la alegría de ver a su hija y tenerla junto a ella. Esta experiencia de disfrute le
permite, de momento, “olvidar el dolor y la angustia”. Relata que el reencuentro con su hija fue
un momento “mágico”, “luminoso”, “intenso”, como “estar en el limbo” (según sus propias
palabras). Esta situación cambia cuando retornan a su vida en el hogar y comienzan a
manifestarse los síntomas de lo que, posteriormente, se diagnostica como una afección
postparto. En ese momento todo se vuelve “nuevo”, es un “desafío”; al tiempo que la
protagonista manifiesta un estado de confusión que le impedía “entender lo que pasaba” y el
porqué de sus síntomas dolorosos. El dolor comienza a manifestarse con intensidad (llegando al
punto de inhabilitarla para el cuidado de su hija o movilizarse autónomamente) razón por la cual
debe ser hospitalizada. Allí aparece una sensación de “tristeza”, “malestar”, “frustración”, de
“inutilidad”; todo ello acompañado de llanto frecuente y angustia. Liliana refiere sentirse “en un
pozo” del cual no podía salir, una sensación de “estar en la oscuridad” y no poder ver la salida.
La sensación de pasividad es tal que de alguna manera condiciona a Liliana desde una visión de
futuro. Dice: “No sé si por lo que pasó luego, después me atrevería a otro embarazo, fue una
experiencia muy dura”.
Desde las vivencias en el puerperio, el cuerpo adviene como “extraño” por la sensación de dolor
que iba in crescendo. Liliana se encuentra frente a un cuerpo “hinchado”, “dolorido”, que 8
experimenta una “sensación de fuego” que no se acaba, más al contrario, era cada vez más
intensa. El cuerpo es “irreconocible” y esto genera mucha angustia y la percepción de “una
cabeza que explota” porque ella “no puede comprender lo que le pasa”. Ante el diagnóstico
médico y el tratamiento del malestar Liliana comienza un proceso de comprensión de su estado,
racionalizando sus sensaciones corporales. “Mi vejiga se había muerto (…) mi vejiga seguía
muerta (…) parece que me presionaron tanto la panza que ahí lastimaron mi vejiga”, concluye
la protagonista. Luego de dos meses de tratamiento para revertir el malestar paulatinamente
aparece nuevamente la sensación de cuerpo “sano” y un estado de recobrado bienestar que es
sentido por Liliana como “un milagro”, que le permite retomar a una “vida normal” sin dolor.
En este punto, siguiendo ésta línea de análisis y luego de haber presentado aquellos elementos
que dan cuenta de las vivencias corpóreas podemos hacer una mínima aproximación a aquellas
categorizaciones que dan cuenta de posibles elementos relacionados con las diferenciaciones
entre dolor y sufrimiento (asociadas a las vivencias de trabajo de parto y parto).
Para Liliana el “conocimiento” o la “información” sobre el proceso del trabajo de parto y el
parto resulta esencial desde una perspectiva de rol activo en tales instancias. Por otra parte, ella
le adjudica un “sentido” al dolor y lo dice así: “creo que sabes que te tiene que doler porque es parte
del proceso. Si no hay contracciones no hay trabajo de parto (…) el dolor en este punto es buena señal”.
El dolor significado en estos términos también es connotado como elemento partícipe del parto
y sobre lo cual la protagonista puede tomar decisiones. Al respecto Liliana expresa: “no quería
enojarme con el dolor… yo no hablaba de dolor… preferí concentrarme en mi hija en lugar de
concentrarme en el dolor”.
Hasta este punto pareciera que Liliana vivencia el momento del trabajo de parto desde una
franca agencia activa, tomando decisiones y actuando en consecuencia. Pero hay un giro en la
historia o punto de quiebre en el cual el dolor pasa a ser connotado y significado desde otro
sentido, cambiando por tanto la dimensión agencial de la protagonista del relato.
Este punto de inflexión aparece en la narración cuando el personal asistencial inicia toda una
serie de acciones e intervenciones sobre la corporeidad de Liliana. De todas ellas, los tactos
reiterados empiezan a generar un dolor sentido como “insoportable” e “inaguantable”. Incluso
Liliana refiere que los tactos eran más dolorosos que las contracciones en sí mismas. Quizás,
desde este punto, podemos empezar a esbozar lo que se ha conceptualizado oportunamente
como sufrimiento. Un cuerpo que, lejos de poder manifestarse en sus potencialidades de manera
autónoma, empieza a ser blanco de acciones que son simbolizadas como “insoportables”,
“dolorosas” y “molestas”. Liliana comenta: “cuando me hacían un tacto yo sentía como un dolor
punzante y el cuerpo me temblaba todo. Horrible. Fue la peor parte (…) los tactos tan seguidos, tan
dolorosos y venían, controlaban y no me decían nada de nada”.
La maniobra de Kristeller es vivenciada como una invasión que coarta toda posibilidad de
acción autónoma, además de que es significada desde una vivencia emocional altamente
negativa. Acá ya no hay un cuerpo que “hace” o que “sabe”, sino un “otro” que “empuja”
llevando las sensaciones hacia lo extremadamente “doloroso” y lo “intolerable”. El dolor acá 9
“paraliza” e “impide”. De ahí en más el dolor ha de volverse una constante, cambiando el
rumbo de la percepción emocional de Liliana sobre todo el proceso de parto.
El dolor es permanente, atraviesa todas las esferas vitales, trasciende al tiempo, “inhabilita” y
“confunde”. Es un dolor sentido como “fuego”, como “agujas”, que persiste y avasalla el
cuerpo. Cuando este dolor es “atendido” en el puerperio tardío (poniendo en marcha acciones
que lo atenúan) volvemos a ver un nuevo giro en el relato. Aparece entonces “el milagro”, como
punto de cierre de la experiencia dolorosa desde el momento en el que comienza a vivenciar un
recobrado estado de bienestar. El dolor y el sufrimiento van perdiendo ímpetu. La protagonista
realiza una nueva resignificación al hablar de “mala praxis” y de “negligencia”. No obstante,
toda la experiencia del nacimiento de su hija deja como consecuencia la asociación entre parto y
sufrimiento, poniendo entre signos de interrogación una nueva experiencia de embarazo pensada
a futuro.
Por último y como parte del análisis fenomenológico-narrativo resulta imperante poder
enmarcar cada narrativa dentro de un estilo o tipo de relato, lo cual nos permitirá comprenderlo
desde una visión panóptica.
Así, de acuerdo a Duero y Córdoba (en prensa) podemos pensar que las tramas de los relatos se
organizan en las formas descritas por Gergen (1994), a saber: “progresivas”, “regresivas”, “de
estabilidad” o “estancas”.
Desde una lectura general y luego de haber realizado un completo análisis fenomenológico-
narrativo de la entrevista a Liliana, podemos inferir que su narración se acerca más a un tipo de
relato regresivo, ya que la protagonista pareciera enfrentar un verdadero drama en el parto y
como consecuencia luego de este momento se aventura una desmejora que la coloca en una
situación de malestar y que incluso condiciona negativamente su perspectiva a futuro.

Reflexiones finales:
Como cierre podríamos preguntarnos cuál sería la utilidad de realizar un análisis como el
fenomenológico-narrativo en relatos de vivencias de partos y puerperios. Tal vez podemos
inferir que el análisis de algunas experiencias de partos y la forma en la que éstas son
connotadas por cada mujer podría arrojar información o sugerir elementos que se supone
estarían vinculados con varios aspectos relevantes, entre ellos lo que se ha definido como
violencia obstétrica. Dichos aspectos, al ser analizados desde la metodología propuesta echarían
luz sobre el sentido que se le da a las experiencias, la connotación de las consecuencias de las
mismas y la valoración emocional concomitante.
Queda abierta la reflexión sobre estos temas, así como la posibilidad de pensar sobre los
posibles impactos físicos y emocionales que acciones de violencia obstétrica pudieren generar
en toda la biografía e historia de vida de una persona. Puesto que la corporeidad resulta esencial
en la definición de la identidad y en la estructuración de todos los elementos que conforman la
biografía de una persona. Pues como dice Le Breton “El recinto del cuerpo es el vector de
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individuación, establece los contornos de la persona. Si el hombre solo existe a través de sus
formas corporales, cualquier modificación de su forma involucra una nueva definición de su
humanidad” (pp. 21, 2017).
Como comentario final es dable pensar que los elementos analizados en la presente ponencia
también nos permiten comprender a la violencia obstétrica como una forma de subyugación de
derechos connaturales al ser humano por su condición de tal.

“Un parto no necesita asistencia, no requiere apoyo y tampoco acompañamiento. Un parto


necesita protección (…) Las necesidades de la mujer en parto son todas de sentido común:
seguridad, silencio y calidez”
-Michel Odent-

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