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Punto de partida…
Como punto de partida resulta pertinente esbozar y clarificar algunos constructos conceptuales
que mixturan las diferentes aristas que componen al presente trabajo.
Violencia Obstétrica:
De acuerdo a la Ley 26.485 de Protección Integral a las Mujeres, la "Violencia obstétrica es
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aquella que ejerce el personal de salud sobre el cuerpo y los procesos reproductivos de las
mujeres, expresada en un trato deshumanizado, un abuso de medicalización y patologización de
los procesos naturales, de conformidad con la ley 25.929 (Ley de parto humanizado).”1
Hablar de violencia obstétrica también es hacer referencia al maltrato que sufre la mujer
embarazada y/o parturienta al ser juzgada, atemorizada, humillada, agredida física y
emocionalmente. En muchas ocasiones también se considera aquella violencia que se ejerce no
solo hacia la mujer sino también hacia su acompañante y/o hacia el bebé durante su propio
proceso de nacimiento. Estos últimos puntos plantean la necesidad de una revisión en las
conceptualizaciones.
La Organización Mundial de la Salud detalló una serie de acciones que definen
operacionalmente lo que es la violencia obstétrica. Estas acciones son:
*Gritar, ridiculizar o ignorar a las pacientes e incluso evadir algunas opiniones de la mujer que
está a punto de dar a luz.
*Efectuar la maniobra Kristeller y/o la maniobra Hamilton.
*Practicar de manera rutinaria la episiotomía.
*Realizar tactos frecuentes y a repetición.
*Obligar al parto en posición horizontal o inmovilizada.
*Alterar el proceso natural del parto de bajo riesgo mediante el uso de técnicas que aceleren el
nacimiento sin el consentimiento de la madre (por ejemplo: uso de oxitocina sintética).
*Realizar el parto vía cesárea existiendo condiciones para el parto vaginal.
*La inadecuada atención a emergencias obstétricas.
*El impedimento al ingreso de un acompañante, cuando las condiciones de parto son adecuadas.
Por otro lado es vital comprender que la violencia obstétrica se presenta sin importar religión,
edad, nivel socio-económico y educativo; esto quiere decir que durante la atención obstétrica
todas las mujeres son potencialmente vulnerables.
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Ley 25.929: Ley de parto humanizado promulgada en el año 2004 y reglamentada en el año 2015
Cuerpo, dolor y sufrimiento:
Hemos referido que embarazo, parto y puerperio han de ser vivencias alto significativas en la
vida de quien las experimenta, donde la corporeidad adquiere un papel preponderante.
En ello es vital que podamos reconocer que la significación emocional que una persona le
asigne a sus vivencias corporales favorece un matiz de interpretaciones sobre tales vivencias.
Estas connotaciones, por lo tanto, conducen a que un individuo asocie una experiencia
determinada con una evocación que puede ser placentera y agradable, o dolorosa y
experimentada como sufrimiento.
Por caso, toda acción de violencia obstétrica implica repercusiones en el plano físico y
emocional. Las vivencias corporales se matizan, de esta manera, de elementos que dan cuenta
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Toda palabra y oración que esté en cursiva corresponde a la expresión textual de la entrevistada.
Liliana debió ser hospitalizada por una complicación postparto (la cual, se presume, fue
consecuencia de las intervenciones médicas durante el parto).
A nivel de registro de experiencias concretas, las intervenciones médicas en el trabajo de parto y
parto de Liliana fueron: colocación temprana de vía endovenosa, administración de oxitocina
sintética, realización de tactos a repetición y por un número variado de profesionales, restricción
de ingesta de alimentos y bebidas, separación de su acompañante, realización de la maniobra de
Kristeller, falta de información sobre las prácticas realizadas durante el trabajo de parto y trato
peyorativo por parte de ciertos miembros del equipo asistencial.
Desde las vivencias corporales Liliana nos habla de un cuerpo percibido como “diferente”,
“cambiante” y que, con el transcurrir de las semanas de embarazo, la hacía sentir “más lenta,
cansada o pesada”. La visión del cuerpo cambiante por el proceso de la gestación genera en
Liliana una sensación de orgullo y valoración positiva que ella describe así: “Sentía que mi cuerpo
estaba cambiando por el milagro de mi hija. Me gustaba mirarme el espejo con panza (…) y tomarme
fotos porque estaba feliz”.
En el parto podemos advertir un gran cambio en las vivencias emocionales que van desde una
connotación placentera y positiva (expresadas en la alegría de sentir que el inicio de las
contracciones aseveraba la inminencia del nacimiento de su hija) hacia el relato de una
experiencia de trabajo de parto en la que sintió “angustia” y “miedo”. El parto fue descripto
como un momento “duro”, “decepcionante”, “doloroso”; en el cual se sentía “mareada”,
“aturdida”, “confundida” y “triste”. Todo ello es sintetizado en la siguiente expresión: “Luego de
ese parto así como fue de golpe sentí que me chupó el miedo y como que no sabía para dónde correr”.
En este punto el cuerpo empieza a manifestar “dolor”. Es un “dolor punzante”, un cuerpo que
“no podía hacer fuerza, que por momentos parecía no tener energías”, coartado en sus
movimientos y que incluso debe soportar la “fuerza física” que realiza uno de los médicos sobre
el vientre de Liliana. La protagonista explica sus sensaciones con estas palabras: “En un momento
un doctor me bajaba la panza con sus brazos. Ese médico me decía: si no haces bien la fuerza le haces
mal a tu hija, calladita, no grites y empujá o te empujo yo (…) me hacía una fuerza con sus dos brazos
(…) Luego de que nació Luna yo sentía un fuego en mi cuerpo como si algo me quemara la panza por
dentro, una sensación de mil agujas clavándose en mi útero y en mi vagina”.
Por último en lo que respecta al puerperio, Liliana refiere un estado de vivencias emocionales
relacionadas con la alegría de ver a su hija y tenerla junto a ella. Esta experiencia de disfrute le
permite, de momento, “olvidar el dolor y la angustia”. Relata que el reencuentro con su hija fue
un momento “mágico”, “luminoso”, “intenso”, como “estar en el limbo” (según sus propias
palabras). Esta situación cambia cuando retornan a su vida en el hogar y comienzan a
manifestarse los síntomas de lo que, posteriormente, se diagnostica como una afección
postparto. En ese momento todo se vuelve “nuevo”, es un “desafío”; al tiempo que la
protagonista manifiesta un estado de confusión que le impedía “entender lo que pasaba” y el
porqué de sus síntomas dolorosos. El dolor comienza a manifestarse con intensidad (llegando al
punto de inhabilitarla para el cuidado de su hija o movilizarse autónomamente) razón por la cual
debe ser hospitalizada. Allí aparece una sensación de “tristeza”, “malestar”, “frustración”, de
“inutilidad”; todo ello acompañado de llanto frecuente y angustia. Liliana refiere sentirse “en un
pozo” del cual no podía salir, una sensación de “estar en la oscuridad” y no poder ver la salida.
La sensación de pasividad es tal que de alguna manera condiciona a Liliana desde una visión de
futuro. Dice: “No sé si por lo que pasó luego, después me atrevería a otro embarazo, fue una
experiencia muy dura”.
Desde las vivencias en el puerperio, el cuerpo adviene como “extraño” por la sensación de dolor
que iba in crescendo. Liliana se encuentra frente a un cuerpo “hinchado”, “dolorido”, que 8
experimenta una “sensación de fuego” que no se acaba, más al contrario, era cada vez más
intensa. El cuerpo es “irreconocible” y esto genera mucha angustia y la percepción de “una
cabeza que explota” porque ella “no puede comprender lo que le pasa”. Ante el diagnóstico
médico y el tratamiento del malestar Liliana comienza un proceso de comprensión de su estado,
racionalizando sus sensaciones corporales. “Mi vejiga se había muerto (…) mi vejiga seguía
muerta (…) parece que me presionaron tanto la panza que ahí lastimaron mi vejiga”, concluye
la protagonista. Luego de dos meses de tratamiento para revertir el malestar paulatinamente
aparece nuevamente la sensación de cuerpo “sano” y un estado de recobrado bienestar que es
sentido por Liliana como “un milagro”, que le permite retomar a una “vida normal” sin dolor.
En este punto, siguiendo ésta línea de análisis y luego de haber presentado aquellos elementos
que dan cuenta de las vivencias corpóreas podemos hacer una mínima aproximación a aquellas
categorizaciones que dan cuenta de posibles elementos relacionados con las diferenciaciones
entre dolor y sufrimiento (asociadas a las vivencias de trabajo de parto y parto).
Para Liliana el “conocimiento” o la “información” sobre el proceso del trabajo de parto y el
parto resulta esencial desde una perspectiva de rol activo en tales instancias. Por otra parte, ella
le adjudica un “sentido” al dolor y lo dice así: “creo que sabes que te tiene que doler porque es parte
del proceso. Si no hay contracciones no hay trabajo de parto (…) el dolor en este punto es buena señal”.
El dolor significado en estos términos también es connotado como elemento partícipe del parto
y sobre lo cual la protagonista puede tomar decisiones. Al respecto Liliana expresa: “no quería
enojarme con el dolor… yo no hablaba de dolor… preferí concentrarme en mi hija en lugar de
concentrarme en el dolor”.
Hasta este punto pareciera que Liliana vivencia el momento del trabajo de parto desde una
franca agencia activa, tomando decisiones y actuando en consecuencia. Pero hay un giro en la
historia o punto de quiebre en el cual el dolor pasa a ser connotado y significado desde otro
sentido, cambiando por tanto la dimensión agencial de la protagonista del relato.
Este punto de inflexión aparece en la narración cuando el personal asistencial inicia toda una
serie de acciones e intervenciones sobre la corporeidad de Liliana. De todas ellas, los tactos
reiterados empiezan a generar un dolor sentido como “insoportable” e “inaguantable”. Incluso
Liliana refiere que los tactos eran más dolorosos que las contracciones en sí mismas. Quizás,
desde este punto, podemos empezar a esbozar lo que se ha conceptualizado oportunamente
como sufrimiento. Un cuerpo que, lejos de poder manifestarse en sus potencialidades de manera
autónoma, empieza a ser blanco de acciones que son simbolizadas como “insoportables”,
“dolorosas” y “molestas”. Liliana comenta: “cuando me hacían un tacto yo sentía como un dolor
punzante y el cuerpo me temblaba todo. Horrible. Fue la peor parte (…) los tactos tan seguidos, tan
dolorosos y venían, controlaban y no me decían nada de nada”.
La maniobra de Kristeller es vivenciada como una invasión que coarta toda posibilidad de
acción autónoma, además de que es significada desde una vivencia emocional altamente
negativa. Acá ya no hay un cuerpo que “hace” o que “sabe”, sino un “otro” que “empuja”
llevando las sensaciones hacia lo extremadamente “doloroso” y lo “intolerable”. El dolor acá 9
“paraliza” e “impide”. De ahí en más el dolor ha de volverse una constante, cambiando el
rumbo de la percepción emocional de Liliana sobre todo el proceso de parto.
El dolor es permanente, atraviesa todas las esferas vitales, trasciende al tiempo, “inhabilita” y
“confunde”. Es un dolor sentido como “fuego”, como “agujas”, que persiste y avasalla el
cuerpo. Cuando este dolor es “atendido” en el puerperio tardío (poniendo en marcha acciones
que lo atenúan) volvemos a ver un nuevo giro en el relato. Aparece entonces “el milagro”, como
punto de cierre de la experiencia dolorosa desde el momento en el que comienza a vivenciar un
recobrado estado de bienestar. El dolor y el sufrimiento van perdiendo ímpetu. La protagonista
realiza una nueva resignificación al hablar de “mala praxis” y de “negligencia”. No obstante,
toda la experiencia del nacimiento de su hija deja como consecuencia la asociación entre parto y
sufrimiento, poniendo entre signos de interrogación una nueva experiencia de embarazo pensada
a futuro.
Por último y como parte del análisis fenomenológico-narrativo resulta imperante poder
enmarcar cada narrativa dentro de un estilo o tipo de relato, lo cual nos permitirá comprenderlo
desde una visión panóptica.
Así, de acuerdo a Duero y Córdoba (en prensa) podemos pensar que las tramas de los relatos se
organizan en las formas descritas por Gergen (1994), a saber: “progresivas”, “regresivas”, “de
estabilidad” o “estancas”.
Desde una lectura general y luego de haber realizado un completo análisis fenomenológico-
narrativo de la entrevista a Liliana, podemos inferir que su narración se acerca más a un tipo de
relato regresivo, ya que la protagonista pareciera enfrentar un verdadero drama en el parto y
como consecuencia luego de este momento se aventura una desmejora que la coloca en una
situación de malestar y que incluso condiciona negativamente su perspectiva a futuro.
Reflexiones finales:
Como cierre podríamos preguntarnos cuál sería la utilidad de realizar un análisis como el
fenomenológico-narrativo en relatos de vivencias de partos y puerperios. Tal vez podemos
inferir que el análisis de algunas experiencias de partos y la forma en la que éstas son
connotadas por cada mujer podría arrojar información o sugerir elementos que se supone
estarían vinculados con varios aspectos relevantes, entre ellos lo que se ha definido como
violencia obstétrica. Dichos aspectos, al ser analizados desde la metodología propuesta echarían
luz sobre el sentido que se le da a las experiencias, la connotación de las consecuencias de las
mismas y la valoración emocional concomitante.
Queda abierta la reflexión sobre estos temas, así como la posibilidad de pensar sobre los
posibles impactos físicos y emocionales que acciones de violencia obstétrica pudieren generar
en toda la biografía e historia de vida de una persona. Puesto que la corporeidad resulta esencial
en la definición de la identidad y en la estructuración de todos los elementos que conforman la
biografía de una persona. Pues como dice Le Breton “El recinto del cuerpo es el vector de
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individuación, establece los contornos de la persona. Si el hombre solo existe a través de sus
formas corporales, cualquier modificación de su forma involucra una nueva definición de su
humanidad” (pp. 21, 2017).
Como comentario final es dable pensar que los elementos analizados en la presente ponencia
también nos permiten comprender a la violencia obstétrica como una forma de subyugación de
derechos connaturales al ser humano por su condición de tal.
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