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CAPÍTULO I. SENSACIONES
1. El ámbito sensorial del alimento ........................................................ 41
2. Sentido del gusto................................................................................. 47
3. El sentido del olfato ............................................................................ 62
4. Articulación perceptiva de gusto y olfato ........................................... 69
5. Una totalidad perceptiva: la cata de vinos ......................................... 75
6. Imaginación, memoria y lenguaje en la percepción ........................... 79
7. «Principios gustativos» ....................................................................... 82
8. Para gustos, colores ............................................................................ 90
9. Ritmos sensoriales: música y gastronomía ......................................... 95
10. A ti te gusta, pero a mí no ................................................................. 99
1 Se exceptúa la leche materna, para los primeros meses de vida. F. Grande Covián,
Nutrición y Salud, 18-19.
2 P. Farb / G. Armelagos, Anthropologie des coutumes alimentaires, 92.
14 Juan Cruz Cruz
SUJETO
Variable fisiológica
Estímulo Variable psicológica Respuesta
Variable sociocultural
tan sólo llegan a un 5%, la media de la despensa alimentaria de una nación europea bas-
tante desarrollada tiende a responder -siguiendo criterios nutritivos, psicológicos y cultura-
les- al siguiente esquema: 26%: carnes y charcutería; 19%: productos lácteos y huevos;
18%: pescados; 12%: pan y cereales; 9%: legumbres; 6%: azúcar, chocolate, confituras;
6%: frutas; 4%: otras materias grasas.
11 La obra titulada Perí diaité (Sobre el régimen) era una de las más célebres del corpus
hipocrático y fue la base de todos los tratados médico-dietéticos de la Antigüedad y de la
Edad Media. Cfr. la traducción y comentarios de R. Joly: Hippocrate, Du régime.
12 Recogidos así en la edición de Littrré (Oeuvres complètes d'Hippocrate): XVI.- Sobre el
alimento (De alimento, perì trophês); XVII.- Sobre la dieta (De victu, perì diaitês); XVIII.-
Sobre la dieta saludable (De salubri victu, perì diaitês hygieinês); XXXVI.- Sobre la dieta en
las enfermedades agudas (De diaeta in acutis, perì diaitês exéôn).
13 P. Laín Entralgo, La medicina hipocrática, 320.
14 L. Thorndyke / P. Kibre, A Catalogue of Incipits of Mediaeval Scientific Whritings in Latin,
cfr. las palabras Cibariis y Cibis del Indice.
18 Juan Cruz Cruz
"No podía hacer nada; me extinguía sin remedio, con los ojos abier-
tos, completamente fijos en el techo. Por último, metí mi dedo índice en
la boca, y comencé a chuparlo. Algo comenzó a moverse en mi cerebro,
una idea que se abría camino allá dentro, una invención completamente
de loco; ¡eh! ¿y si mordiera? Y, sin reflexionar, cerré los ojos y apreté los
dientes".
"Di un salto. Por fin estaba despierto. De mi dedo goteaba un poco
de sangre y la chupé. No me molestaba. Además, la herida no tenía im-
portancia; pero de repente había vuelto sobre mí; movía la cabeza; fuí a
la ventana a buscar un trapo que ponerme en la herida. Mientras me
ocupaba de esto, mis ojos se llenaron de agua y lloré en silencio. El es-
quelético dedo mordido tenía un aspecto muy lamentable. ¡A qué situa-
ción había llegado, Dios del Cielo!" (p. 229).
26 Por ejemplo, Francisco Grande Covián, médico especialista en nutrición, publicó más de
300 trabajos de investigación.
27 Condesa de Pardo Bazán, La cocina española antigua, 4.
28 "Simplifiquemos –dice August Escoffier en Le Guide Culinaire– lo más posible nuestra
manera de preparar los platos y servicios, pero a la vez procuremos elevar al máximo la
suculencia y la calidad alimenticia de las comidas, tratando de hacerlas a la vez más ligeras
y más fácilmente digeribles para el estómago. El arte culinario, sin perder su carácter de
28 Juan Cruz Cruz
arte, debe convertirse en ciencia siguiendo la tendencia de la época, y sus recetas, a me-
nudo aún demasiado empíricas, tienen que someterse a un método y una precisión que
excluya toda eventualidad desagradable". Escoffier superó –con otros maestros de su épo-
ca– la costumbre de sazonar excesivamente las viandas, exigiendo también que fueran
eliminados del plato el lastre de lo accesorio, todas las guarniciones no comestibles ni dige-
ribles, todo adorno superfluo.
29 F. Skinner enseña en su libro Walden Two, 1948 (donde describe una sociedad utópica
gobernada por estímulos externos) que la conducta del hombre es un subproducto del me-
dio en el que vive. Ideó un caja –"Skinner box"– para experimentar con animales y demos-
trar sus teorías sobre el conductismo.
30Cfr. E. Dörchel, Speise und Trank in Vorderindien; E. Kappler, Nahrungs- und
Genussmittel in Vorderasien; E. Schmitthenner, Speise und Trank in den verschiedenen
Gebieten Westeuropas; M. Sorre, Les Fondements de la Géographie Humaine.
31 Cfr. F. Le Gros Clark, "Human food habits as determining the basic patterns of economic
ad social life", 134-141; E. N. Todhunter, "Food habits, food faddism, and nutrition", 286-
375; M.
Introducción: Psicología de la conducta alimentaria 29
L. Arnott, Gastronomy. The Anthropolgy of Food and Food Habits; R. L. Freedman, "Nutri-
tional anthropology. An overview", 1-23; J. D. Haas / G. G. Harrison, "Nutritional anthropo-
logy and biological adaptation", 69-101; L. E.. Grivetti, "Cultural Nutrition: Anthropological
and Geographical themes", 47-58; N. W. Jerome / R. F. Kandel / G. H. Pelto, Nutritional
Anthropology. Contemporary Approaches to Diet and Culture.
32 Cfr. M. T. Cussler, Cultural sanctions of the food pattern in the rural southeast; M. L. De
Give, Social interrelations and food habits in the rural southeast.
33 Génesis, 2,15. Aunque la gran tradición exegética cristiana, desde San Agustín a Santo
Tomás, considera la infracción de Adán como un pecado de soberbia, no faltaron intérpre-
tes que la vieron literalmente como un pecado de gula. En las Collationes de Juan Casiano
(s. IV) –cuya autoridad sobre la vida monástica medieval es indiscutible– se puede leer:
"Adán cometió un acto de gula al comer el fruto del árbol prohibido" (V, 6). Y San Gregorio
Magno (s. VI) enseña en su Moralium libri (XXX, 18, 60) que cuando se cede a la gula "se
comete el mismo pecado de Adán" (Patrologia Latina, 76, c. 557). Era obligado poner en
relación la conducta glotona del primer hombre (Adán) con la conducta sobria del segundo
hombre (Cristo) en el desierto, donde ayunó cuarenta días y cuarenta noches. Decía Máxi-
mo de Turín: "Lo que Adán perdió comiendo, Cristo lo ganó ayunando" (Sermones, L/a, 3,
203). De ahí que para Juan Casiano el primer vicio que debe combatirse es el de la gula
(Coll., V, 2).
30 Juan Cruz Cruz
Podemos, pues, decir que los hábitos alimentarios son las deter-
minaciones permanentes que el hombre se da a sí mismo para nu-
trirse, justo por no tener un instinto básico y cerrado que lo inscruste
en un nicho ecológico determinado. El hábito es la forma cultural
adoptada por lo que naturalmente es inespecializado, a saber, por el
hombre. Por naturaleza el hombre puede comer de todo (es un
omnívoro) y, en cada caso, ha de elegir el tipo de alimentación que le
conviene o satisface. Los hábitos alimentarios dan firmeza a la natu-
raleza abierta del hombre y se adhieren tenazmente a la vida co-
munitaria. Estos hábitos forman la cultura alimentaria, tanto en su
aspecto culinario como gastronómico y convivial (la comensalidad).
En la estructuración de los hábitos alimentarios entran las antedi-
chas variables –fisiológica, psicológica y cultural– con las que el hom-
bre responde simbólicamente al alimento. Hay un símbolo de por
medio en el hecho de que la carne de perro pudieron comerla con
fruición algunas tribus de indios americanos, mientras que al hombre
europeo le horroriza tomarla.
Introducción: Psicología de la conducta alimentaria 35
39 Cuyo estudio se refiere a temas tales como la alimentación en las sociedades rurales y
urbanas en distintos grados de desarrollo.
40 Iniciada por los antiguos geógrafos mediterráneos de Grecia y Roma (Herodoto,
Strabón, Plinio, Diodoro Sículo, Columela), estudia la distribución de alimentos vegetales o
animales, las comidas y las dietas alimentarias tradicionales de distintas naciones o regio-
nes, la relación entre mentalidades y hábitos alimentarios, el papel del ambiente como cau-
sa de carestía, la distribución mundial de algunas enfermedades alimentarias, etc. Cfr. E.
Isaac, "Influence of religion on the spread of citrus"; D. Staniwlawski, Landscapes of Bac-
chus. The Vine in Portugal; L. E. Grivetti / R. M. Pangborn, "Origin of selected Old Testa-
36 Juan Cruz Cruz
45 Mary Douglas subraya acertadamente que deben distinguirse en el alimento dos aspec-
tos: el estético y el dietético ("Foot as an Art Form", 84). El estético –tomado de la etimolog-
ía griega aísthesis, sensibilidad– no connota lo bello, sino las facultades sensibles del hom-
bre en relación con la cultura o las costumbres alimentarias: se corresponde con los dos
aspectos que hemos llamado psicológico y sociocultural del alimento. El dietético, coincidi-
ría con el aspecto biofisiológico. Mary Douglas explica que las reglas de seleccionar, prepa-
rar o presentar las comidas tienen que ser adscritas también al aspecto dietético, no al esté-
tico.
Una panorámica sobre los estudios antropológicos, de variado signo, referentes a la
alimentación, puede verse en G. H. Pelto, "Tendencias de la investigación en antropología
nutricional". Distigue Pelto, sin ánimo de realizar una exhaustiva enumeración de disciplinas
ni de proponer una hilo sistemático definitivo de clasificación, tres áreas de estudios: 1º En
el estudio de las costumbres alimentarias convergen investigaciones de Etnología, Folklore,
Introducción: Psicología de la conducta alimentaria 39
b) Excitación y sensación
bién en las preferencias por alguna de las cuatro cualidades gustativas elementales (amar-
go, ácido, salado, dulce). En un estudio de Moskowitz y otros se destaca que los trabajado-
res indios muestran, con respecto a los estímulos de salado y dulce, unas preferencias muy
similares a las de los occidentales; no así en lo tocante a los sabores ácidos y amargos,
más apetecidos por ellos. H. W. Moskowitz / V. Kumaraiah / K. N. Sharma / H. L. Jacobs /
S. D. Sharma, "Crosscultural differences in simple taste preferences", 1217-1218.
I. Sensaciones 47
antes que la vista y el oído. Los primeros son sentidos de cercanía; los
dos últimos, de lejanía. Unos y otros son necesarios e importantes.
Pero aquellos son primitivos; estos vienen después.
Parece como si ontogenéticamente el hombre necesitara, para
identificar las cosas, olfatearlas y lamerlas antes que verlas y oírlas.
Antes que músico o pintor, el hombre es gastrónomo.
Los sentidos del gusto y del olfato son más primitivos en la escala
evolutiva y están vinculados al instinto de conservación y a la función
vital de ingestión de alimentos. El hombre se orienta originariamente
en el mundo que le rodea a través de esos sentidos primarios. Gra-
cias a las sensaciones táctiles y olfativas el lactante aprehende el
pezón materno o el chupete. Y a través del sentido del gusto acepta o
rechaza la comida.
En adelante nos vamos a ceñir sólo al análisis de los sentidos del
gusto y del olfato6. En primer lugar, por razones de conveniencia te-
mática con este estudio. Pero también por razones más profundas,
ontogéneticas, ya que en los estadios inferiores del desarrollo tales
sentidos desempeñan un papel decisivo: a diferencia del ojo y del
oído, hacen que las cosas se identifiquen con nuestro cuerpo y expre-
sen una especie de cualidad carnal; con el gusto y el olfato las cosas
empiezan a dejar de ser espectáculo para convertirse en alimento,
materia de nuestra carne.
6 Una exposición fisiológica del tema puede verse en Y. Zotterman (dir.), Olfaction and
Taste.
48 Juan Cruz Cruz
Paladar
|•◊+|•+◊|•+◊|
|•◊•+| •+◊|•◊
Lengua
A| A| A| A|
A| A| A| A|
A| A|
B• •B
B• •B
B• C C •B
C C
C+ C C +C
C+ +C
C+ C◊ C◊ C◊ +C
C◊ C◊
50 Juan Cruz Cruz
b) El sabor umami
¿Cuál es la finalidad del sentido del gusto? ¿Para qué fin está dis-
puesto naturalmente en el hombre? Tiene una doble finalidad bio-
lógica: estimulante una, y selectiva otra. El sabor: "1º Nos estimula
con placeres a fin de que reparemos las continuas pérdidas resultan-
tes de la acción vital. 2º Nos sirve de auxilio, con objeto de elegir en-
tre las diversas sustancias que la Naturaleza ofrece, la más adecuada
para la alimentación"13. Por ejemplo, las papilas caliciformes sólo re-
accionan con el amargo. "La aptitud de la lengua para detectar el
amargo ha tenido un enorme valor en la salvaguarda de la especie en
dos quintas partes del «sabor» de los alimentos. Ello es lógico, pues-
to que se ha calculado que el olfato es unas 10.000 veces más sensi-
ble que el gusto, basándose en concentraciones de estímulos"27.
Aunque desde un punto de vista estrictamente biológico el olfato
es más importante para el animal que para el hombre, lo cierto es
que desde un punto de vista antropológico el perfume se eleva a ca-
tegoría estética con proyección incluso industrial28. La cocina y la gas-
tronomía siempre se han considerado implicadas en esta búsqueda
del aroma. No sólo del olor propio del alimento, sino del aroma que
puede envolver el medio en que se come. La llamada «cocina fu-
turista» empleaba todos los medios técnicos a su alcance para lograr
una sinfonía de olores.
También en el caso del olfato pueden distinguirse el excitante, el
órgano y el objeto29.
a) El excitante son las partículas olorosas transportadas por el aire
inspirado o espirado en contacto con la mucosa nasal. La sustancia
olorosa ha de ser en cierto grado volátil y soluble. Sólo si un cuerpo
evapora moléculas al aire puede ser detectado olfativamente. No es
preciso que sean muy volátiles: basta que –como en el caso del al-
mizcle– lleguen unas pocas moléculas a los receptores. Sin una co-
rriente aérea no hay sensación olfativa. (Sin embargo, no todos los
cuerpos volátiles producen olor: por ejemplo, el agua es inodora). Las
moléculas olorosas deben disolverse en el moco húmedo que cubre
los receptores. El olor, que es el estímulo de la función olfatoria, no
actúa a distancia (como la luz y el sonido) y debe percibirse por con-
tacto con la mucosa olfatoria, no por ondulación. La olfación es una
sensibilidad molecular. Cada estructura molecular encierra un olor
hay degustación completa. Pero gusto y olfato son dos sentidos dis-
tintos, pues lo son sus objetos (sabores y olores). Cuestión distinta es
que en un mismo acto perceptivo queden unificados como lo pueden
estar en nuestro mundo el espacio y el tiempo. Sin embargo, Brillat-
Savarin estimó (acertadamente en cuanto al acto perceptivo, pero
equivocadamente en cuanto a la especificidad de las sensaciones y
de los sentidos) que olfato y gusto son un sólo sentido, "cuyo la-
boratorio es la boca, que tiene su chimenea formada en la nariz, o
expresándome con mayor exactitud, sirviendo la primera para la de-
gustación de los cuerpos táctiles y la segunda para la de los gaseosos
[...]. Cualquier cuerpo sápido es, necesariamente, odorífero, lo cual
hace que tenga sitio lo mismo en el imperio del olfato que en el del
gusto. Nada se come sin que percibamos más o menos reflectiva-
mente su olor; y tratándose de alimentos desconocidos, la nariz fun-
ciona siempre como centinela avanzado, gritando: ¿Quién vive? In-
terceptando el olfato, paralizamos el gusto". Y cita dicho autor el ca-
so del hombre acatarrado, cuya membrana nasal, al estar irritada, da
lugar a que se le borre el gusto, y a que no encuentre sabor a lo que
traga. También recuerda el hecho de que si comemos con la nariz
tapada, la sensación del gusto se percibe entonces vaga e imperfecta,
de modo que en esta situación podemos tragar las medicinas más
repugnantes, sin advertir su mal gusto39 (las madres saben perfecta-
mente está técnica para administrar al niño una medicina amarga).
La confluencia de componentes gustativos y olfativos en la per-
cepción de muchos alimentos es algo subrayado por los psicólogos:
"Un gran número de discriminaciones sensoriales que normalmente
atribuimos al gusto –dice Marvin Schwartz– están basadas realmente
en el olfato. Por ejemplo, no podríamos distinguir las cebollas de las
manzanas si se nos mantuviera la nariz cerrada. Inversamente, las
respuestas condicionadas a ciertas sustancias olorosas, tales como
alcanfor, éter y cloroformo, se mantienen, al menos en los perros,
aun después de realizar una sección del nervio olfativo. Tal resultado
indica que la discriminación de tales sustancias viene determinada, al
menos parcialmente, tanto por componentes táctiles como olfati-
vos"40.
1. Su origen.
2. Su variedad.
3. Su fragancia o «bouquet», en la que se dan cita diferentes olo-
res (hasta doscientos).
La fragancia es de difícil determinación cualitativa, aunque puede
obtenerse su fórmula mediante cromatografía gaseosa.
En realidad, a cada estructura molecular le corresponde un olor
determinado, cuya sistematización completa es un mero deside-
ratum: fresa, regaliz, menta, mora, manzanilla, trufas, vainilla, man-
zana, frambuesa, humus, etc., se dan cita en ese conglomerado.
La mejor captación de aromas se realiza por vía retronasal (me-
diante el conducto que une el fondo de la garganta con la nariz).
7. «Principios gustativos»
beben más café que té, después de que el té fuera objeto de un boi-
cot por las colonias de la futura Unión, gesto de desafío frente al po-
der británico"56. He aquí el origen cultural de un gusto.
También el influjo social determina otras subcategorías gustativas.
Así, las primeras impresiones de la infancia condicionan en gran me-
dida las preferencias gustativas de la edad adulta. "La infancia del
hombre es excepcionalmente sensible a los aromas: a la edad de seis
semanas, un lactante es capaz de distinguir el olor del seno materno
del olor de una nodriza. Las asociaciones hechas en el curso de la in-
fancia entre los gustos y los olores y las emociones vividas se perpe-
tuan hasta la edad adulta. Este hecho forma parte del punto de par-
tida de la obra de M. Proust, A la recherche du temps perdu; él cuen-
ta cómo el solo gusto de una magdalena mojada en el té hizo brotar
en él toda una serie de recuerdos"57.
Los aromas pueden tener también un efecto acumulativo; cuanto
más familiar se le haga a un niño, gracias a las experiencias repetidas,
tanto más evocará el placer. De hecho, desde su nacimiento el hom-
bre se familiariza con ciertos olores característicos de su cultura. "Las
diferentes cocinas del mundo no se distinguen tanto por los alimen-
tos básicos que emplean –arroz, maíz, patatas, pan, pastas, etc.–
cuanto por su «principio de condimentación» –una experiencia sen-
sorial producida por la mezcla de ciertos ingredientes de olor muy
particular, que son regularmente añadidos a los alimentos básicos
durante su preparación–. Un olor caracterísico de la cocina mejicana,
por ejemplo, es el del pimiento fuerte (chile) y del tomate; la cocina
china se caracteriza por el olor de la soja y de la raíz de jengibre,
aunque el mismo arroz o el mismo pollo tendrían un gusto mejicano
o chino según el modo de preparación y los olores empleados"58.
principio, el vino blanco seco precede a todos los otros caldos. El tin-
to, al blanco dulce y a los licorosos. Si se sirven varios blancos secos,
el más ligero habrá de adelantarse al más generoso, el más joven al
de mayor edad, el de menos clase al de más clase. Y la misma norma
debe aplicarse a los diversos vinos tintos: la juventud va por de-
lante"61. Y aunque de manera general vale el principio de que a los
pescados y mariscos convienen vinos blancos, mientras que a las car-
nes deben acompañar vinos tintos, existen bastantes y conspicuas
excepciones: un bacalao a la vizcaina pide un tinto ligero.
Unos ejemplos más.– Lo cual significa que cuando una persona si-
nestésica oye una nota musical la puede percibir asociada a un sabor
o a un color. El sabor dulce del higo puede ser percibido de color rojo
brillante. Una letra en negro, en función de su estructura gráfica,
puede ser percibida en rojo; o un solomillo a la parrilla ser percibido
como un sonido de fagot.
Se ha llegado a decir que las palabras tienen color, que la música
tiene sabor o que el tiempo tiene un espacio. No debemos olvidar
que en el usual aprendizaje del alfabeto, se asocian grafías y sonidos.
Los más recientes estudios muestran que las personas sinestésicas
perciben la letra “a” de color rojo, la letra “b” de color azul, la letra
“c” de color amarillo, la letra “d” de color marrón. A su vez, si a una
persona que no es sinestésica se le pide que indique el color que le
pondría a cada letra, responde con asociaciones similares.
Este fenómeno es reconocido en el lenguaje coloquial, por ejem-
plo, cuando decimos “para gustos, colores”. Un dicho que indica la
enorme apertura sensorial humana, en la que la complejidad neuro-
nal del cerebro permite mil matices de información al captar una
misma realidad, a través de la memoria voluntaria y, sobre todo, de
la recordación automática e inconsciente.
Tengo un amigo cocinero –por cierto, buen amigo y buen cocinero– que experi-
menta mucho en la cocina. Y cuando consigue elaborar un buen plato, desea que
los comensales lo degusten y aprecien. Sin embargo, no siempre consigue este
objetivo.
Y aunque pone lógicamente su esperanza en que su producto agrade también
a sus invitados, la verdad es que sufre desencantos. Un día me preguntó a qué se
podían achacar estas discrepancias gustativas, pues eran los mismos los elemen-
tos básicos, también los condimentos y los tiempos de cocción o de fritura. Yo le
advertí que un mismo plato no produce idénticas sensaciones gustativas en per-
sonas distintas.
Le pedí que sirviera dos cafés, uno para él y otro para mí, y que trajera tam-
bién una sacarina líquida. Yo le añadí dos gotas, para mí suficientes para edulco-
rar; él echó cuatro, pues era lo que necesitaba. Enseguida cayó en la cuenta de
que nuestra lengua reacciona muy personalmente a cada alimento. Y que para
cada sabor hay un nivel gustativo que depende no sólo de las células de nuestra
lengua, sino de los distintos humores (grasa, ácido…) que la recubren. De ahí que
unas personas encuentren la fructosa más dulce que la sacarosa, y la glucosa me-
nos dulce. En otras personas ocurre a la inversa. Si entre varias personas hay dife-
rencias en la sensibilidad a los edulcorantes, ocurre algo parecido cuando se trata
de otras sustancias sápidas.
La boca es una fábrica de novedades químicas que se añaden a los alimentos
que masticamos. Supongamos que empiezo a comer una carne en salsa. Cuando
las moléculas aromáticas que están disueltas en la salsa entran en la boca llegan
antes a las papilas gustativas y proporcionan una primera sensación de sabor.
Pero no queda ahí la cosa. Pues “al masticar los alimentos se van liberando nue-
vas moléculas en nuestra saliva, las enzimas empiezan a reaccionar con las proteí-
nas, etc., y se originan nuevas moléculas como consecuencia de las reacciones
químicas que tienen lugar en la boca. Por lo tanto, la sensación sápida puede
cambiar cada vez que masticamos un bocado” [Peter Barham, La cocina y la cien-
cia, Acribia, Zaragoza, 2002, p. 30].
Disfrutar de una buena comida requiere, por lo tanto, no sólo la buena disposi-
ción mental que nos acerca a la mesa, ni sólo el excelente preparado que el coci-
nero ha dispuesto con mil amores para nosotros, ni el buen ambiente del restau-
rante. Todo ello es, desde luego, necesario. Pero también lo es la aptitud adecua-
da de nuestras células linguales, a veces inactivas, a veces reactivas a la presencia
de un alimento.
¡Sí: es comprensible que, a pesar de ser los dos tan parecidos, a ti te guste y a
mí no!
CAPÍTULO II
APETENCIAS
4. Hambre y apetito
6. La apetencia de lo light
48 Es obvio que en la actualidad muchos alimentos light pueden facilitar el cuadro calórico
de diabéticos, hipertensos o colestéricos, reduciendo el consumo de azúcar, de sal y de
grasas.
II. Apetencias 125
Resumiendo:
3 P. Lersch, 196-197.
4 R. Jolivet, Psicología, 302.
III. Placeres 137
7 P. Lersch, 199.
III. Placeres 141
sino del placer que produce. El placer del exquisito manjar nos resul-
ta ya molesto, empalagoso y enfadoso. El «aspecto motriz» de la sa-
ciedad es el gesto de replegarse uno en sí mismo, movimiento con-
trario a la aceptación, propia del goce. El «temple sentimental» de la
saciedad es la antipatía del placer, el rechazo del placer, justo porque
empalaga y causa hastío.
9 P. Lersch, 272-275.
III. Placeres 143
10 P. Lersch, 275-279.
144 Juan Cruz Cruz
Por un lado, decía este pensador que el uso de los alimentos está
al servicio de nuestra vida, pues los tomamos para evitar la enferme-
dad o la muerte, que pueden sobrevenir si se extinguieran los fluidos
biológicos naturales. Además el uso de los alimentos es necesario
para el crecimiento (augmentum).
Por otro lado, también el ayuntamiento del hombre y la mujer
está al servicio de nuestra vida, pues se ordena a la generación (ge-
neratio), mediante la cual, lo que no puede conservarse siempre
según el individuo, se conserva según la especie. En esta vida el uso
de los alimentos se ordena a un fin, ya que el alimento se toma para
que mediante la digestión se transforme en carne, sangre, huesos,
etc. Y, si el hombre no comiese, tampoco haría uso de lo sexual o
venéreo, que requiere la secreción seminal.
Explicaba muy juiciosamente que el placer que hay en dichas ac-
ciones –tanto en la sexual como en la alimentaria– no es fin de las
acciones mismas, sino más bien lo contrario: pues la naturaleza dis-
puso los deleites en esos actos necesarios a fin de que los vivientes
no se abstuvieran de ejercerlos a causa de los trabajos –de embara-
zo, de educación, etc.– que provocaban; cosa que sucedería si no
apareciese con fuerza el deleite. Por tanto, habría un cierto desorden
biológico y antropológico si tales acciones sexuales se ejecutaran solo
por deleite. A no ser que algunos pensaran, como los materialistas,
que la felicidad del hombre está en los deleites corporales, que son la
comida y el goce sexual. De ahí concluye Aristóteles que en esta vida
es desordenado que alguien use por sólo placer los alimentos y el
goce sexual, y no por la necesidad de sustentarse o procrear la prole.
Por último, los placeres más importantes, según Aristóteles, son
los que están ligados a la conservación de la especie humana o del
individuo; y esto puede considerarse de dos maneras: principal o se-
cundariamente. Es objeto principal el uso de una cosa necesaria, por
ejemplo varón y mujer, en orden a la conservación de la especie; o
alimento y bebida, para la conservación del individuo. Dicho uso lleva
consigo un placer inseparable, esencial al acto. Es cosa secundaria
toda añadidura a este uso esencial, que le hace ser más agradable;
por ejemplo, la belleza del varón o de la mujer, los perfumes y ador-
nos; o el buen sabor y olor de los manjares. Porque las auténticas
delicias o deleites radican principalmente en la sustancia misma del
alimento como nutriente; sólo en forma secundaria están en el sabor
exquisito y en la preparación de los manjares.
III. Placeres 151
a) Obesidad
10 T. B. van Itallie: "Health implications of overweight and obesity in the United States",
983-988.
11 L. Sjoström, "The contribution of fat cells to the determination of body weight", 493-521.
IV Gordos y flacos 173
c) Y hay también una obesidad que resulta de una pauta social, de-
bida a la hiperfagia y al sedentarismo del entorno familiar. En tal caso
se trata de un trastorno funcional, de un desequilibrio energético
debido a hiperfagia (excesivo comer) o polifagia (comer de todo), cre-
ada por unos hábitos alimentarios que conllevan dietas inadecuadas
o exageradas. En tales casos, las calorías ingeridas son superiores al
gasto energético del organismo.
Se comprueba históricamente que en otras épocas tanto los hom-
bres como las mujeres han considerado atractivo el ideal físico de la
b) Bulimia
16 B. Hannon / T. Lohman, "The Energy Costs of Overweight in the United States", 1978.
IV Gordos y flacos 177
17 J. Sorapán, I, 28-29.
178 Juan Cruz Cruz
18 J. Sorapán, I, 36-37. En este texto se pueden apreciar varias cosas: 1ª Que reconoce
trastornos de la ingesta, de posible raíz psíquica, pero identificados como fisiológicos (la
boca del estómago). 2ª Que están bien determinados, de modo general, los trastornos de
tipo cuantitativo (hambre canina y bulimus) y los de tipo cualitativo (pica). 3ª Que la actual
bulimia era conocida como "hambre canina" ("comiendo y vomitando como perro"); recono-
ce incluso que se asocia (es universal) a otros trastornos de la ingesta. 4ª Que lo conocido
como "bulimus" ("en esta gran hambre no vomitan los enfermos") puede referirse a algún
caso de anorexia; pero no está claro este punto. 5ª Que el trastorno cualitativo de la pica
está muy bien identificado, pues incluso lo refiere al caso de las embarazadas. 6ª Que bus-
caba posibles remedios, aunque beber "una gran vez de vino generoso puro" es una indica-
ción que puede indignar a algún psiquiatra actual.
19 M. J. Gandour: "Bulimia: clinical description, assessment, etiology, and treatment", 3-38.
Cfr. R. Zapata, "Bulimia", en S. Cervera y otros, Los trastornos del peso, 37.
IV Gordos y flacos 179
Círculo de la autoinanición
c) Anorexia nerviosa
SÍNDROME DE LA ANOREXIA
Perturbaciones biológicas:
Descripción -Autoinanición o delgadez extrema voluntaria.
general -Malnutrición.
Perturbaciones psicológicas:
-Cognitivas: alteración de la imagen corporal.: ideas
obsesivas
-Conativas: conducta compulsiva: miedo a engor-
dar.
-Disposiciones biológicas.
Causas múl- -Características individuales.
tiples -Relaciones interpersonales.
-Estructura del imaginario social.
Parece ser que fue Richard Morton el primer médico que hizo una
historia clínica (1689) de la anorexia, en unos términos muy exactos
(El cuadro descrito fue llamado por Morton ):
"La hija de Mr. Duke, en St. Mary Axe, en el año 1684, y de die-
ciocho años de edad, cayó en el mes de julio en una supresión de sus
cursos menstruales tras una multitud de cuidados y pasiones de su
mente, sin que llegara a revelarse ningún síntoma de enfermedad
verde. A partir de este momento su apetito empezó a disminuir y su
digestión a ser mala; su carne empezó también a ser fláccida y floja y
su semblante pálido, con otros síntomas usuales en una consunción
universal del hábito del cuerpo; por el extremado y memorable tiem-
po frío que aconteció al siguiente invierno, esta consunción pareció
no poco mejorada. Se habituó a estudiar de noche y a reflexionar
intensamente sobre los libros, a exponerse día y noche a las injurias
del aire, el cual era en aquel tiempo extremadamente frío, no sin ma-
nifiesto perjuicio para su sistema nervioso.
La primavera siguiente, por prescripción de algún “empírico” tomó
un vomitivo y después de esto yo no sé qué variedad de otras me-
dicinas, aunque sin ningún provecho. Así que, a partir de aquel mo-
mento, abominó de toda suerte de medicamentos, desatendió com-
pletamente el cuidado de sí misma durante dos años enteros hasta
que por fin, yendo a parar al último grado de marasmo o consunción,
y por consiguiente sujeta a frecuentes ataques de desmayo, recurrió
a mí, en busca de consejo.
Yo no recuerdo haber visto en todo el ejercicio de mi profesión a
nadie tan contrario a la vida y en tal grado máximo de consunción
(como un esqueleto cubierto sólo con la piel). Con todo, no tenía fie-
bre, sino, al contrario, frialdad por todo el cuerpo; no tenía tos ni difi-
cultad para respirar ni aparentaba ninguna otra enfermedad de los
pulmones o de cualquier otra entraña. No tenía pérdidas ni ningún
otro signo de colicuación o de gasto preternatural de los jugos nutri-
cios. Unicamente estaba disminuido su apetito y su digestión era mo-
IV Gordos y flacos 183
Ortoréxica Vigoréxico
7. Perspectivas
1. En las sociedades ricas (Europa, América del Norte) son más fre-
cuentes los trastornos alimentarios por exceso (debido a los produc-
tos hipocalóricos y al sedentarismo) o por defecto (debido al ideal
estético de esbeltez).
cual remitía el vino una vez que él mismo lo cataba. Era, por lo tanto,
buen catador, afinado «veedor» de bebidas alcohólicas. En París los
«gourmets» llegaron a constituir una cofradía. Tras la Revolución
francesa, muchos burgueses se jactaban de ser tan entendidos en
vinos como un gourmet. Pero como un burgués entendido en vinos
era inapelablemente también un «gourmand», insensiblemente la
palabra «gourmet» pasó a significar lo mismo que «gourmand».
El gourmand y el gourmet poseen un nivel de conocimiento que un
griego o un latino estimarían como «experiencia». El hombre experi-
mentado, a fuerza de pruebas, e imitando lo que hicieron los antepa-
sados, sabe que una cosa es de una manera o de otra, aunque no sa-
be «por qué» lo es: desconoce las razones científicas de ello. Le ocu-
rre lo que al curandero: éste sabe que una hierba cura, pero no sabe
qué fórmula química le da virtud medicinal. Esto no quiere decir que
la experiencia del gourmand sea despreciable. De ninguna manera.
Su saber por experiencia constituye un tesoro etnológico de primera
categoría. La simple preparación de una ensalada tradicional sería
imposible sin el paladar de un gourmand, el cual utiliza también «re-
glas del arte culinario», aunque no sepa explicar científicamente su
sentido; y a esa experiencia deben someterse otras reglas alimenta-
rias. "Para preparar la ensalada ideal –dice con humor Schraemli– se
requieren seis personas: un estoico para limpiar la ensalada y esco-
gerla; un filósofo para sazonarla; un avaro para echar el vinagre; un
derrochador para verter el aceite; un loco para mezclarlo todo y un
buen gourmand para vigilar todas estas operaciones"8.
que pueda fundarse una ración alimenticia justa, para cada pueblo,
para cada tipo de colectividad y para cada individuo. Las variaciones
colectivas, según los climas, las costumbres, las profesiones y otras
innumerables circunstancias, escapan a todo cálculo; y esta dificultad
del ajuste se complica hasta el infinito cuando llegamos a las varia-
ciones individuales"18. Por ejemplo, una ración ideal de grasa, proteí-
nas e hidratos de carbono, ajustada en un laboratorio, puede ser
desastrosa aplicada en una cárcel. "Basta considerar, sin entrar en
otros comentarios, que la estancia en la cárcel determina un estado
afectivo y psíquico radicalmente distinto del de los hombres en liber-
tad"19.
Una gastronomía bien fundada ha de tener en cuenta los tres fac-
tores de un alimento: psicológico-instintivo, científico-técnico, cultu-
ral-social, los cuales han de ser abarcados en integridad por un
gastrónomo o un dietista. "No podemos, pues, tampoco fundar la
alimentación de los pueblos sobre bases rigurosamente científicas.
Tal vez ni ahora ni nunca. Siempre habrá que tener en cuenta, al lado
de los conocimientos exactos, la voz sorda, pero segura, del instinto,
que aunque degenerado, es, en cada ser humano la expresión de su
personalidad, genuina y adaptable a las circunstancias, a la que no
puede amoldarse ninguna pauta fija. Hemos de tener también en
cuenta los elementos sensoriales, el deleite de la alimentación, por-
que es innata la tendencia humana a hacer amable previamente
cuanto tiene que hacer por necesidad"20.
24 La «nueva cocina» francesa es divulgada por Gault y Millau en una serie de guías culi-
narias aparecidas en la década de los 60. Proponen un decálogo con las siguientes pautas:
1ª Rechazar las complicaciones inútiles y acentuar la belleza de la simplicidad. 2ª Reducir
los tiempos de cocción. 3ª Cocinar lo que ofrece el mercado cada día para conseguir el
producto mejor y más genuino. 4ª Reducir el menú de los restaurantes. 5ª Abandonar el fai-
sandage a ultranza. 6ª Rechazar las salsas demasiado grasas y pesadas. 7ª Retornar a la
cocina regional. 8ª Incorporar tanto las técnicas de vanguardia como las cocinas extranjeras
y exóticas.
9ª Investigar una cocina dietética, pobre en grasas. 10ª Inventar, introducir nuevos métodos
de cocción y nuevos platos. Véase al respecto la Introducción de P. Bocuse a La cuisine du
marché.
204 Juan Cruz Cruz
complicación simplificación
internacionalización regionalización
27 M.de Cervantes, en El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, II Parte, cap. XLVII.
28 Lope de Vega, El hijo de los leones, Acto Segundo.
208 Juan Cruz Cruz
Antonio de Pereda (1611-1678): Escena de cocina. Capta con realismo objetos y na-
turalezas muertas, haciendo un retrato fiel de cubiertos y vajillas utilizadas en los
comedores señoriales del siglo XVII en España.
hasta finales del siglo XVII: casi todas las recetas de carne llevaban
azúcar"35.
dio-pelo: trota pero no galopa. Trota más aprisa que su madre cam-
pesina de la que ha heredado su consistencia y resistencia y galopa
más tiempo que su padre pura-sangre, del que ha heredado la ele-
gancia y la velocidad. Por otra parte, la cocina burguesa no excluye la
invención –al contrario de la cocina estrictamente tradicional que se
transmite con la rigidez de un código genético"40.
a) Elementos sensoriales
9. Creatividad gastronómica
general, así como por las actividades cooperativas que preparan co-
midas precocinadas. Esta contratendencia grande y profunda, ceñida
a la industrialización alimentaria, provoca cuatro fenómenos globa-
les, ya tratados en otro capítulo:
•1. Desaparición de la autoproducción: el pequeño productor no
puede ya competir.
•2. Concentración de industrias agroalimentarias
•3. Especialización y diversificación industrial: cada sector se hace
más competitivo cuando se especializa.
•4. Rapidez de producción.
c) La computación en la cocina
tad como yo, que lo sé por la práctica de tantos años, así en tiempo
de la próspera salud de vuestra real persona, como en tiempo de
vuestras enfermedades; y por esto sentiría más este dolor que la
misma muerte, por el mucho amor que tengo a vuestro servicio”.
Asimismo, la cortesía: la demostración de atención, urbanidad y
obsequio que alguien hace a otra persona que viene a su encuentro o
convive en su espacio vital. Y el respeto: la consideración y deferen-
cia o miramiento que hacemos a una persona que nos visita, sea pu-
diente o no: simplemente persona.
1. El vegetarismo cultural
Juan Sánchez Cotán (1560-1627): Bodegón con cardo. Eleva el vegetal a ca-
tegoría estética indiscutible.
2 R. Deutsch ofrece una exposición divertida de los distintos movimientos que preconizan
la alimentación natural, en The New Nuts Among the Berries.
3 L. Ossipow, "Végétarisme et végétariens", en La vie au quotidien, en la Encyclopaedia
Universalis France, 399.
4 F. Grande Covián niega razonablemente que la dieta lacto-ovo-vegetal pueda consi-
derarse «naturalmente vegetariana» en sentido estricto. La presencia de huevos y leche
animal resuelve las carencias proteínicas, vitamínicas y minerales que el puro vegetarismo
induce. Cfr. Nutrición y Salud, 35.
5 L. Ossipow, op. cit., 400. Cfr. del mismo autor Végétarismes. Vers un autre art de vivre?,
1989.
6 L. Ossipow, op. cit., 402.
242 Juan Cruz Cruz
ligera, también una digestión ligera, preparada por una buena masti-
cación. Se trata de poseer un cuerpo propio sin toxinas ni grasas
acumuladas18.
La dieta puramente vegetariana corre el riesgo de prescindir de al-
gunos aminoácidos esenciales que sólo se encuentran en las pro-
teínas de origen animal. En realidad, las proteínas son sustancias
químicas que existen en los elementos inorgánicos, tales como el
nitrógeno del suelo y el carbono del aire. Pero el hombre (y el animal)
no las puede elaborar directamente y ha de obtenerlas de los vegeta-
les. Las proteínas de origen animal carecen de algún aminoácido in-
dispensable para el organismo humano. Hay otras proteínas que los
animales elaboran al digerir las proteínas vegetales: con estas proteí-
nas de origen animal (contenidas en la carne, en la leche, los huevos),
se consigue un contenido proteínico completo. Un régimen equili-
brado necesita de estas proteínas19. Su presencia o ausencia provoca
una alteración de la talla, del peso y hasta de la psicología de los
hombres20. Asimismo, la dieta puramente vegetariana –la que en
buena lógica elimina incluso los huevos y la leche– carece de la vita-
subdivide cada grupo; así, por ejemplo, nombra a los frugívoros puros y a los no puros, etc.,
según la particular idea de naturaleza o de alimento que cada uno tiene.
18 L. Ossipow, op. cit., 401.
19 "Para satisfacer adecuadamente las necesidades nutritivas del hombre la dieta debe
contener alimentos de distintas características, representativos de cada uno de los seis
grupos principales de alimentos habituales. Por ello, toda dieta que prescinda de un grupo
importante de alimentos, como son los alimentos de origen animal, debe ser considerada
con justificada reserva". F. Grande Covián, op. cit., 26.
20 El biólogo Mac Carrison observó dos pueblos de la India: los madrassi, que habitan en
el Sur y tienen régimen vegetariano, los cuales son bajos, débiles y de carácter deprimido; y
los sikhs, que viven en el Norte y comen carne y leche, los cuales son altos, fuertes y auda-
ces. Mac Carrison realizó un experimento de siete semanas con ratas para mostrar los
efectos que los distintos regímenes, sikhs y madrassi, tienen sobre ellas. Las ratas del
primer régimen pesaban 225 gramos; las del segundo, 155 gramos. Lo mismo ocurre entre
dos tribus de Kenia: los massai (carnívoros) y los kikuyu (vegetarianos): por término medio,
los primeros sobrepasan en 8 centímetros a los segundos y pesan 12 kilos más que ellos.
(Cfr. Georges y Germaine Blond, Historia pintoresca de la alimentación, 371). Sin embargo,
en lo referente a la relación entre alimentación y conducta psicológica F. Grande Covián
alerta sobre el peligro de la simplificación: "Algunos aminoácidos contenidos en las proteí-
nas de los alimentos son precursores de ciertas sustancias (neurotransmisores) que inter-
vienen en la transmisión de los impulsos nerviosos en el sistema nervioso central; pero los
conocimientos que poseemos no son suficientes para explicar satisfactoriamente las rela-
ciones que puedan existir entre la alimentación y la conducta humana" (op. cit., 33).
VI. Lo puro y lo impuro 249
23 M. de Cervantes, El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, I, 11, «De lo que su-
cedió a Don Quijote con unos cabreros».
VI. Lo puro y lo impuro 251
27 El maniqueísmo (siglo III d.C.) admite dos principios eternos, el Bien y el Mal, en una
permanente lucha que se refleja también en el hombre. Para liberarse del mal el hombre
debe incluir, entre otras prácticas, el vegetarismo. San Agustín luchó contra esta secta, que
incluía tales orientaciones alimentarias, en su opúsculo De moribus Ecclesiae Catholicae.
28 Sectas de herejes del siglo XII que se atribuían una extrema sencillez y pureza de cos-
tumbres. Rechazaban dogmas y sacramentos cristianos. Se abstenían de comer carne,
huevos y queso.
29 L. Ossipow, op. cit., 402.
30 L. Ossipow, op. cit., 403.
VI. Lo puro y lo impuro 253
32 Código de Manú.
33 Los budistas de Birmania y Tailandia suelen comer pescado, pero se abstienen de cas-
car un huevo para comérselo, aunque los tenderos se las arreglan para disponer de una
provisión de huevos rotos de manera «accidental». Los budistas tai consumen cerdo, carne
de búfalo, pollo, caracoles y cangrejos.
VI. Lo puro y lo impuro 255
34 Debido a que en la India hay una cantidad enorme de alimentos prohibidos y a que otros
alimentos declarados lícitos quedan afectados de impureza, puede decirse, con J. Kristeva,
que "a pesar de las severísimas normas que regulan todo alimento, el brahmán es más
puro antes de comer que después", Pouvoirs de l'horreur. Essai sur l'Abjection, 90.
256 Juan Cruz Cruz
a) Animales terrestres
35 Levítico, 11, v. 44. Los cinco primeros libros de la Biblia (Génesis, Éxodo, Levítico,
Números y Deuteronomio) son conocidos como el Pentateuco (penta = cinco). Los judíos
los llaman la Torah. El conjunto de interpretaciones orales que los rabinos hicieron a esos
libros fue llamado el Talmud, codificado a fines del siglo VI d.C.
VI. Lo puro y lo impuro 257
dos: tales son las aves de presa, las carroñeras y las que habitan en
ruinas, en cementerios y en posible contacto con cadáveres (entre las
cuales deben contarse las rapaces nocturnas, como el buho). Y si se
alimentan de seres acuáticos impuros, también se estimarán inmun-
dos: como las garzas, cisnes, etc. El criterio «antipagano» puede ser-
vir aquí también: algunas de esas aves, incluídas las rapaces noctur-
nas, eran en Egipto representantes de la divinidad.
Por eso, entre los volátiles mayores impuros se enumeran los si-
guientes: "el águila, el quebrantahuesos y el halieto; el milano y el
buitre según sus especies; toda clase de cuervos; el avestruz, la le-
chuza, el loro, la gaviota y el gavilán de toda clase; el buho, el mergo,
el ibis; el cisne, el pelícano, el calamón; la garza, la cigüeña, en todas
sus especies; la abubilla y el murciélago" 53. Del pelícano había una
leyenda, creída por los pueblos antiguos, según la cual alimentaba
con su propia sangre a sus crías, cosa que era abominable para un
judío. La cigüeña se alimenta de peces, reptiles e incluso de animali-
tos muertos.
Y entre los volátiles menores (insectos alados), declara impuros los
que vuelan, pero en el suelo «andan sobre cuatro patas»54, excepción
hecha de los que «tienen más largas las patas de atrás para saltar».
Los que sólo andan sobre cuatro patas se parecerían bastante al mo-
do de arrastrarse de los reptiles, por lo que son considerados impu-
ros. No así la langosta, que con su salto se eleva del suelo, además de
volar. "Todo volátil que anda sobre cuatro patas lo tendréis por abo-
minación; pero entre los insectos alados que marchan sobre cuatro
patas comeréis aquellos que tienen más largas las de atrás para saltar
sobre la tierra. He aquí de entre éstos los que comeréis: toda especie
de langosta: de salam, de jargol, de jagal, según las especies. Todo
otro volátil de cuatro patas lo tendréis por inmundo. Quien tirare uno
de sus cadáveres se contaminará y será inmundo hasta la tarde; y si
tocare algo de esto muerto, lavará sus vestiduras y será inmundo
hasta la puesta del sol"55.
Nos hemos detenido en el judaísmo por ser una religión muy anti-
gua y exponente mediterránea de ciertos preceptos que, en cierto
modo, son comunes con los del monoteísmo islámico. El Islam cuen-
ta ya con más de 475 millones de fieles; y es, después del catolicismo
(700 millones), la segunda religión mundial. Tras ella están los hin-
duístas (450 millones), los protestantes (250 millones), los budistas
(175 millones), los cristianos ortodoxos orientales (150 millones), los
sintoístas (95 millones) y los judíos (25 millones).
8. La dieta cristiana
grasas animales (no está prohibido el caldo de carne). Los días obliga-
torios de abstinencia de carne son los viernes del año que no coinci-
dan con fiestas de precepto64.
La ley del ayuno obliga a realizar una sola comida durante el día,
permitiéndose que a la mañana y a la noche se tome una parva cola-
ción. Los días de ayuno son dos en todo el año: el miércoles de Ceni-
za y el viernes Santo. El ayuno y la abstinencia conjuntos recaen tam-
bién sólo en esos dos días: el miércoles de Ceniza y en el viernes de la
Pasión de Cristo.
Es importante observar, al respecto, la ecuanimidad penitencial
tanto en la cantidad como en la cualidad de los alimentos. Carecería
de sentido penitencial (y sería una irrisión) realizar en un día de abs-
tinencia comidas de caros y refinados productos del río o del mar
(cangrejos, mariscos, pescados finos de elevado precio, etc.): nunca
puede faltar el espíritu de oración, de sacrificio y de privación volun-
taria. Salvo casos excepcionales, una comida, por ejemplo, que exce-
diera en precio a la compuesta de carnes estaría desprovista de sen-
tido penitencial.
Tanto el ayuno como la abstinencia, en cuanto privan de un placer
natural incluso honesto, tienen como objeto elevar el espíritu a las
verdades más altas y satisfacer por los pecados. En la personalidad
integral cristiana se ha de conservar y perfeccionar el cuerpo (es un
vicio inhumano exagerar los ayunos hasta el extremo de que incapa-
citen para cumplir con el deber), pero también se ha de desarrollar la
vida del espíritu (que puede quedar dependiente del placer sensual,
si no se vale de la mortificación y del ayuno).
Para un católico es todo alimento ambi-valente: depende del sen-
tido que se le dé; porque puede llegar a ser ingrediente de su propia
santificación: es un símbolo.
64 Hasta fechas no muy lejanas la abstinencia de carnes se extendía además a todos los
días de Cuaresma. En los tres días que preceden al Miércoles de Ceniza, que es el primero
de Cuaresma, se celebraba el Carnaval, tiempo preparatorio al momento en que la carne
era suprimida (tiempo ad carnes levandas, de ahí carne levamen y posiblementen «carna-
val»). En muchas regiones de España el Carnaval se conocía con el término Carnestolen-
das, cuyo origen latino es carnes tollendas (quitadas o suprimidas). De la misma raíz es el
catalán Carnistoltes.
CAPÍTULO VII
GULA Y SOBRIEDAD
1. Autodominio alimentario
6 "El glotón que come al uso", en su obra El día de fiesta por la tarde.
272 Juan Cruz Cruz
2. Psicología de la gula
a) El placer de lo accidental
8 J. Sorapán, I, 16.
9 J. Sorapán, I, 17.
276 Juan Cruz Cruz
pliega con gran flexibilidad a gozar del placer de la comida allí donde
lo encuentra.
2ª Cuando el instante queda desgajado del continuo temporal, deja
de estar comprometido por el recuerdo de las penas acumuladas
(desconexión con el pasado) y el por el presentimiento de los males
posibles (desconexión con el futuro).
3ª Como esta doble desconexión no es humanamente posible –
pues, a pesar de todo, el tiempo siempre es continuo–, el gozador
suele recurrir, para mantener el sentimiento de placer, a una fuerza
represora tanto de los recuerdos como de los deseos que pretenden
aflorar.
4ª A su vez, semejante fuerza represora no logra suprimir el olvido
de los males pasados y el temor de los futuros, por lo que un tinte de
amargura y pesimismo se apodera de la conciencia del gozador11.
De cualquier forma, como no se debe esperar nada de algo exis-
tente más acá o más allá del instante, los placeres que están en movi-
miento (huidizos) o nos conmueven demasiado han de considerarse
imperfectos y rechazables, pues tienen todavía mezcla de dolor. El
placer puro, el placer del instante, es un placer en reposo, cuya esen-
cia consiste en eliminar todo dolor mediante una satisfacción plena.
Hay que rechazar los placeres que nos dan penas, por pequeñas que
sean. Dado que el dolor físico nos conmueve y desplaza, hay que lo-
grar sólo los placeres plenos del cuerpo: "El principio y la raíz de todo
bien es el placer del vientre", decía Epicuro. Lo cual debe ser enten-
dido en su contexto. Pues pensaba que debíamos huir de los placeres
que, siendo huidizos, no son ni naturales ni necesarios, como los
honores; que debíamos economizar los placeres que, aun siendo na-
turales, no son necesarios –no debe gastarse el presente en lo inne-
cesario–, como las comidas refinadas ("vale más una olla de re-
quesón", decía); y que debíamos alegrarnos con los placeres natura-
les y necesarios que están a nuestro alcance. No es posible vivir justa-
mente sin vivir agradablemente, con un gozo callado, quieto y sólido,
que es el fin del epicureísmo.
El hedonismo y el epicureísmo han puesto al descubierto un hecho
patente: que el placer sensible de la comida y de la bebida es un bien
humano. Pero no ven con claridad que para ser un bien humano ple-
d) Impaciencia y voracidad
14 «Comer como Heliogábalo» es una frase que a menudo se repite para indicar un exceso
en la ingestión de alimentos. Heliogábalo, proclamado emperador romano en el 218 d.C. –
sólo duró cuatro– era oriundo del Asia Menor y se llamaba primitivamente Varius Avitus
Bassianus, nombre que cambió al convertirse en sacerdote del sol (h{lio"), a la usanza de
costumbres orientales. Entró en Roma vestido de mujer, con los ojos pintados, lleno de
brazaletes y rodeado de eunucos, cortesanas y bufones. Su reinado creó un clima de extra-
280 Juan Cruz Cruz
3. Moderación y estética
4. Embriaguez deshumanizadora
Basta echar una mirada a nuestro entorno social para darnos cuen-
ta de la dramática situación en que muchas familias viven el proble-
ma de un hijo o un pariente adicto a una droga o a la bebida alcohóli-
ca17. Pero esta situación tiene sus causas muy determinadas: unas,
psicológicas (fracasos profesionales, esperanzas frustradas, huida de
las responsabilidades, deseo de conseguir nuevas experiencias);
otras, económicas –especialmente en lo que respecta a las drogas–,
como la perspectiva de dinero fácil conseguido por organizaciones
internacionales; y otra filosófico-cultural, promovida por ideologías
que estimulan la ruptura con las normas tradicionales, con la socie-
dad industrial, con las formas de vida vigentes, en fin, con un estilo
existencial considerado obsoleto18. El vino y la droga aparecen enton-
ces como «símbolos» de anticonformismo y de evasión.
Desde este último punto de vista no es desacertado hablar de una
moderna «anticultura de la embriaguez», entendida ésta como un
proyecto de vida y como un estado en que el hombre «abandona» la
dureza del mundo que le rodea y se «refugia» en un mundo de com-
pensación, creado tanto por la bebida alcohólica como por la droga.
Ya que no es posible referirnos a todos los problemas que abre dicha
situación, nos ceñiremos a unos puntos de interés para la An-
tropología de la conducta alimetaria.
19 Los hombres de la prehistoria europea parece que conocían ya el vino hace 12.000
años. La Vitis vinifera, que es la planta salvaje de la vid, abundaba en todo el planeta. Pero
las inscripciones históricas más antiguas que testimonian el uso cultural del vino se remon-
tan a Sumer, región de la antigua Mesopotamia, en el valle del Eufrates. También de los
egipcios se conservan testimonios muy antiguos, como los encontrados en la tumba de un
faraón muerto unos 6.500 años a.C. Con el vino se realizaban las libaciones sagradas al
dios Osiris, el que vence a la muerte renaciendo de sus cenizas. De esta tradición mistérica
pasó con seguridad a Grecia, uniéndose a los cultos de Diónisos, y después al culto de
Baco en Roma.
284 Juan Cruz Cruz
22 Herrera, 92-93.
23 J. Sorapán, I, 306.
286 Juan Cruz Cruz
Jan Steen (1626-1679), Twelfth Night. Pinta a una familia que en la noche de
Reyes ha relajado sus costumbres, hasta el punto de que la señora de la casa
pierde los modos por el efecto de alcohol y permite que, como un acto gracio-
so, también el niño beba.
26 O. F. Bollnow, Les tonalités affectives (trad. francesa de Das Wesen der Stimmungen,
Frankfurt, 1943), 180-194.
27 París, 1936.
28 Diónisos –o Baco– es el dios del entusiasmo, contrapuesto al dios de la razón, Apolo.
Figura como el símbolo del entusiasmo inmoderado, de los deseos eróticos, de las orgías.
En la mitología helénica, Diónisos es hijo de Zeus –el posterior Júpiter latino– y de Semele,
hija de la Armonía. Semele quiso mirar a Zeus en todo su esplendor, pero fue fulminada por
un rayo. Entonces Zeus sacó del vientre de Semele a Diónisos fetal, y lo crió uniéndolo a su
muslo. Diónisos es el símbolo de la vida que surge de las entrañas del suelo, de Semele, la
tierra madre, fecundada por los rayos del sol. Cuando crece se casa con Ariadna, diosa de
la vegetación, de los árboles, del bosque enigmático. Con aquél nacimiento y esta boda
VII. Gula y sobriedad 289
Diónisos se convirtió en el dios de todos los frutos, especialmente de la vid y del vino, de la
renovación primaveral de estaciones. De ahí su júbilo, su juventud permanente, su amor
incontenido, su exuberancia. Fue por eso también el símbolo de la supresión de las prohibi-
ciones y de los tabúes.
29 Giessen, 1929.
30 Se menciona en varios de libros de Filón, como De vita contemplativa (89-90) y De
ebrietate (145-146).
31 Dos términos lo componen: “embriaguez” y sobriedad (moderación).
290 Juan Cruz Cruz
Para que el gozo tenga la medida del hombre no debe ser sólo de
índole corporal (como en la embriaguez provocada por productos
narcotizantes o alcohólicos) ni psíquica (caso de la excitada im-
pulsividad de la embriaguez dionisíaca), sino espiritual. El hombre
está determinado por el espíritu y, como tal, trasciende el espacio y
el tiempo que lo limitan.
Desde este supuesto se entiende que toda la tradición mística cris-
tiana haya introducido el tema de la «embriaguez espiritual» a
32 Defendida en: Die Geburt der Tragödie, Werke, II, cap. 1, 25-26. Cfr. también Die diony-
sische Weltanschauung, Werke, III, 40-48; Wille zur Macht, § 794.
33 Apolo es el dios que brilla por su sabiduría, conquistada con esfuerzo. Es un dios solar,
de la luz, armado de arco y flechas que se comparan al sol y sus rayos. Con su luz realiza
un ideal de sabiduría que pone equilibrio y armonía en los deseos más profundos y oscu-
ros. Es el dios que, atravesando los cielos con un carro deslumbrante, inspira a los adivi-
nos, a los poetas y a los artistas. Ama la concordia y le horroriza la guerra. Dicta las leyes
naturales que fundan los Estados. Vence a la violencia y pone comedimiento en el entu-
siasmo: armoniza la razón y la pasión. Es el símbolo de la espiritualización y elevación
humana.
34 En el siglo XVIII escribió M. Sallengres su Éloge de l'ivresse, en el que explica, a lo largo
de 250 páginas, proposiciones similares a las que casi un siglo más tarde mantuviera
Nietzsche: "Le vin chasse le chagrin et excite la joie" (27), "Il est bon pour la santé de s'eni-
vrer quelquefois" (40), "Le vin donne de l'esprit" (52), "Réponse à l'objection: que la joie que
le vin inspire est chimérique" (177), "Réponse à l'objection: que l'on perd la raison en s'eni-
vrant" (187), etc.
VII. Gula y sobriedad 291
36 Cant., 1,4.
VII. Gula y sobriedad 293
MESA Y CONVIVENCIA
Vincent Van Gogh (1853-1890), Comedores de patatas. Pinta tres niveles jerarqui-
zados: la materialidad de las humeantes patatas, las miradas y gestos de donación,
y la luz que, como un símbolo de la razón humana, alumbra mesa y rostros, hacien-
do de la comida un hecho espiritual. Es el valor de la comida familiar.
Hay que darle importancia a los rituales que nos ahorran tener que
inventar algo todas las noches. Cuando nos sentamos a la mesa, los
actores están allí, y toda la creatividad se dirige a la conversación.
Cuando alguien falta, se nota, y es bueno que se note.
Cada vez que pedimos al niño que no ponga la cuchara sucia sobre
el mantel, cada vez que oímos con atención lo que la madre o algún
niño nos cuenta, siempre que escuchamos las historias de aquel día,
estamos construyendo algo de suma importancia: la cultura familiar”.
19 Hasta el último tercio del siglo XVII no se indica, como norma de urbanidad, que cada
comensal se sirva la sopa en su propio plato y la tome con su propia cuchara.
310 Juan Cruz Cruz
se les servía directamente sobre ese mantel, mientras que a las per-
sonas principales se les ponía otro pequeño ricamente bordado.
Con esta escasa instrumentación, los comensales debian seguir
una serie de normas, dirigidas a proscribir costumbres de mesa incivi-
les, especialmente la suciedad de las manos. El poema de Tannhäuser
(siglo XIII) recapitula algunas de tales prohibiciones.
Si medimos con criterios actuales las prohibiciones de la sociedad
medieval, habremos de concluir –con N. Elias– que el control social
es todavía relativamente moderado y los modales son desenvueltos:
"No se debe hacer ruido al comer, no hay que sorber ruidosamente,
no se debe escupir sobre la mesa; no deben sonarse las narices en el
mantel que sirve para limpiar los dedos grasientos, tampoco hay que
sonarse en los dedos que van a meterse en el plato común. Pero se
considera como algo natural el comer en la misma fuente, en el mis-
mo plato que los demás. Sólo que no se debe uno precipitar como un
cerdo sobre las viandas ni mojar en la salsa común el trozo de pan en
el cual se ha mordido"20.
Cuando los animales cocinados se presentaban casi enteros en la
mesa, los comensales no podían cortar la vianda personalmente. Era
preciso un , un trinchador que fuese troceando al animal. En el siglo
IX a.C. Homero nos describe a Ulises y Eumeo cortando, de una ma-
nera rudimentaria, la carne asada y repartiéndola entre los invitados;
pero en Grecia el arte de trinchar alcanza su cima en el tiempo de
Pericles (s. V a.C). La pericia en el trinchar fue después heredada por
los romanos, en cuyos festines había scissores que con teatralidad
cortaban la carne sentados frente al anfitrión, siguiendo un arte de
gran pulcritud.
El trinchador medieval debía poseer conocimientos anatómicos,
no sólo para cortar la ración adecuada (tantos trozos como invitados
hubiere), sino para reducir la comida a bocados que el comensal pu-
diese pinchar con el gañivete o coger con los dedos, que era lo más
frecuente. De ahí que abundasen tratados de trinchar. Por ejemplo,
el famoso de Enrique de Villena, Arte cisoria (1423)21. Este arte no era
de los llamados , sino de los conceptuados (tales como "cortar de
ca como tenedor individual y, con ello, sin darse cuenta, el final del
oficio del Arte cisoria24.
Ahora bien, no puede decirse que a finales de la Edad Media se
desconociera el uso del tenedor25. Se mencionan incluso tenedores
en los inventarios que se hacían de los grandes señores. Así, en el
Inventario de Carlos V de Francia (1380) se habla de un tenedor que
se colocaba en el estuche de utensilios que el monarca disponía para
comer. Se mencionan asímismo cuatro tenedores de plata con man-
go de cristal (Inventario del duque de Berry, 1416), etc. Pero el tene-
dor es usado para fines muy extraordinarios, como pinchar frutas
(moras, uvas, peras), o sacar la sopa del vino, o sujetar pequeños tro-
zos de asado al queso, entre otros. De cualquier modo, ni en las pin-
turas ni en los códices medievales –tan minuciosos en detalles de la
vida cotidiana– es dibujado el tenedor como instrumento normal del
comer. Y aunque fuese, en los últimos tiempos de la Edad Media, un
untensilio de mesa, no era empleado para llevar la vianda a la boca,
sino para trinchar. No era parte del cubierto, sino un elemento
mecánico, auxiliar de una tercera persona.
Todavía en pleno siglo XVI Erasmo de Rotterdam († 1536) ―en el
capítulo IV de su De civilitate morum puerilium, Sobre la urbanidad en
la infancia– (1530), dispone explícitamente que en la mesa las vian-
das se tomen con tres dedos (el pulgar y los dedos adyacentes).
Veamos cómo Erasmo ordena, el comportamiento de los jóvenes en
la mesa, incorporando otras normas positivas.
5. El brindis y la amistad
¿Con quién se brinda? Puede ser solamente con otro, a través del
lenguaje del amor y de la amistad íntima. Puede ser con varios, me-
diante el gesto y el lenguaje de la amistad social. Se puede brindar
con muchos: mediante el gesto y el lenguaje de la camaradería.
¿Con qué se brinda? Especialmente con vino, bebida que dispone
a la alegría y despierta la imaginación. El vino encierra una profunda
VIII. Mesa y convivencia 315
copa los unos a los otros27. Esto es lo que ya hacían en la mesa los
griegos, de pie y con la copa en la mano. Relata asimismo cómo Uli-
ses y Ayax son invitados a un festín que Aquiles les ofrece; al final de
la comida se levanta Ulises, le presenta la copa y dice: ¡Salud, Aqui-
les! Y el mismo Ulises, a punto de dejar la patria de los feacios, asis-
tiendo al banquete de despedida, se levanta al final, toma una copa,
la pone en manos de Arete, esposa de Alcinoo, y le dice: ¡Yo te salu-
do, que seas feliz!28.
En la Grecia clásica se hacía pasar, en el preliminar de los convites,
la copa de mano en mano para beber los unos a la salud de los otros,
en medio de una alegría desbordante. Designaban incluso un sympo-
siarca (rey del festín) para que fijara el instante y el modo de llevar
los sucesivos brindis. Si alguno salía de un convite en el que nadie se
había acordado de brindar por su salud se sentía afrentado y no pod-
ía considerarse amigo de aquella casa. Al final de la comida llegaban
los brindis solemnes, hechos a grandes tragos, que todos debían rea-
lizar. Estos brindis eran acompañados con melodías y cantos. Se fina-
lizaba brindando en honor de los dioses lares y de los héroes familia-
res.
También en Roma se practicaba el brindis. Hacia el final de la Re-
pública y comienzos del Imperio se realizaba con gran suntuosidad y
lujo, al final de la comida, una vez que los platos habían sido retira-
dos. Se distinguían dos tipos de brindis: uno, a la salud de los asisten-
tes y otro, la libatio, ofrecida a los dioses arrojando algunas gotas de
vino sobre la mesa o sobre la tierra29. En los convites particulares pre-
sentaban la copa y decían simplemente: propino. Cuenta Ovidio que
si había mujeres, el varón enamorado escribía a veces sobre la mesa
con vino el nombre de la agraciada antes de pasarle la copa 30. Era de
rigor brindar también por el Emperador ausente, non solum in convi-
viis publicis sed privatis quoque.
Los usos actuales del brindis son, en sus maneras, más severos y
graves –¿quizás menos cordiales?– que los antiguos34. Es probable
que, en un mundo tan tecnificado como el nuestro, no se vea ya el
sentido profundo del hombre en el acto de comer. La pérdida del
brindis sería un signo inequívoco de pobreza espiritual.
34 No han faltado detractores del brindis. Peignot, en su citada obra, refiere el caso del
cura inglés Jean Geré, quien publicó un alegato contra los que titulado: La divina poción
para conservar la salud espiritual por la cura de la enfermedad inveterada de , con argu-
mentos claros y sólidos contra esta costumbre criminal, todo para satisfacción pública, a
requerimiento de un digno miembro del Parlamento, en el año de gracia de 1648. Recuerda
también Peignot que el gran novelista Walter Scott introduce un irónico relato en el cuarto
capítulo de su novela Peveril de Pic, en el que los personajes discuten si el brindis debe o
no debe ser permitido. M. Peignot, Recherches..., loc. cit., 118.
320 Juan Cruz Cruz
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