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BERCEO Y LA POESÍA DEL SIGLO XIII:

Si bien tanto la tradición lírica como la épica florecieron en España antes de


1200, la primera escuela consciente de poesía, es decir, el primer grupo de
poetas con un programa literario común, no aparece hasta el siglo XIII. Estos
poetas inauguraron una nueva forma métrica conocida como cuaderna vía.

Esta nueva forma métrica proviene de Francia. Cabe incluso pensar que la
poesía del mester de clerecía surgió en la recién fundad Universidad de
Palencia, donde había maestros franceses encargados de enseñar a los que
serían la primera generación de universitarios españoles.

El primer poeta de la nueva escuela cuyo nombre conocemos fue Gonzalo de


Berceo, pero el anónimo Libro de Alexandre es probablemente anterior, y
parece haber sido el modelo de Berceo.

Como ya observó Menéndez Pelayo, se trata de una poesía de las recién


nacidas universidades y de los monasterios. Fue Dutton el primero en
desarrollar de manera detallada la idea de Pelayo acerca del trasfondo
universitario del Mester de Clerecía y su asociación con Palencia.

BERCEO: EL LENGUAJE DE LA REALIDAD TOTAL

Berceo, versificador, se atiende a un arte novísimo: el de la cuaderna vía. Por


muy varios que surjan sus asuntos, irán todos ajustándose a versos de catorce
sílabas, en grupos de cuatro versos, y cada grupo presentará cuatro veces la
misma sílaba.

Las estrofas de Berceo van asentando una visión del mundo precisamente
sobre cimientos de firmeza, de seguridad, y este ritmo contribuye a transmitir lo
que están manifestando las palabras. De esta manera, el orden tan obvio de la
cuaderna vía refleja paso a paso el orden continuo de la Creación bajo la
mirada de Cristo y la Gloriosa.

El mundo de Berceo nos causa lo que Rafael Lapesa llamó “sensación de


inmediatez”. Por muy lejos que se extienda el más allá, ese más allá está
siempre más acá, tangible, para que compartamos la maravilla.

Los objetos, quizá no descritos pero sí mencionados, forman parte de una


amplitud donde todo es naturaliza viva y en trabazón y movimiento. La obra de
Berceo se atiene al requisito de la gran poesía: todo se relaciona con todo. El
poeta nos conduce por tantos senderos sin salir del mismo lugar: la Creación.

Llamar “prosaica” la lengua de Berceo adolece de impropiedad anacrónica, a


no ser que “prosaísmo” pierda sus connotaciones negativas, y “prosa” abarque
la unidad esencial de expresión correspondiente a la unidad esencial de
concepción.

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El clérigo creyente cumple con su deber piadoso. El juglar consuma su obra
con irreprochable congruencia. En estos albores de la poesía castellana, el
idioma se mantiene al nivel más básico: común a la comunidad del público, y
fiel a la esencia poética. Aquí prevalece la mención directa, porque la realidad
así sentida es maravillosa. Escribir en “Román paladino” no significa escribir
vulgarmente. Ese lenguaje laico o lego, es el lenguaje vivo, es decir, el
prosaico-poético, el lenguaje del poema. Berceo abraza con él un mundo
invisible de su trasmundo.

MÓVILES DE BERCEO

Menéndez Pelayo expresa una opinión generalmente aceptada: Berceo


quería servir de intermediario entre la ciencia de los clérigos y la ignorancia del
vulgo.

Saca sus materias de los tratados en latín de la biblioteca del monasterio de


San Millán de Cogolla, y compone con ellas sus obras. Su público es, en
esencia, el de los juglares, y para publicar sus obras, tendría que recurrir a los
“habituales propagadores de toda literatura”, y estos juglares devotos recitarían
sus obras en las romerías de los santuarios.

Los santos cuyas vidas escribe Berceo están todos estrechamente vinculados
con el monasterio de San Millán de Cogolla (Rioja), donde el poeta se crió y,
verosímilmente, ejerció como “notario” del abad Juan Sánchez. ¿Por qué
Berceo se restringió a estos santos, sin escribir de otros de fama universal?
Podemos suponer que lo hacía porque quería dar más publicidad a estos
santos, y que los demás no le interesaban.

Las tres obras dedicadas a Nuestra Señora son de interés e importancia


universal.

A finales del S. XII, por la competencia del gran número de nuevos centros de
peregrinaciones, San Millán pasó por una etapa de declive. Los monjes
supieron como reparar las pérdidas por medio de una serie de documentos
falsos, forjados entre 1210 y 1250. El más significativo fue la falsificación del
Privilegio de los Votos de San Millán, que se pretendía otorgado por Fernán
González, para imponer a todos los pueblos de Castilla y a muchos de Navarra
la obligación de ofrecer un tributo anual al monasterio de la Cogolla.

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EL MESTER DE CLERECÍA

En el S. XII aparece una nueva escuela o corriente narrativa, cuya nota más
destacada es el origen culto de sus autores. Estos pertenecían a la clase de los
clérigos, nombre que se daba a aquellos que habían recibido educación en las
aulas medievales fueran o no religiosas.

En este contexto, saber y clerecía se convierten en sinónimos. Estos clérigos


cultos hasta el S. XIII escribieron en latín, pero después comenzaron a traducir
al romance para difundir entre las personas el saber.

La profesión del mester de clerecía coexistió con la de los juglares durante


dos siglos. Ambos mesteres se dirigieron, en general, al mismo público.

Los rasgos más destacados del Mester de Clerecía fueron:

A. Temáticas extraídas de obras eruditas, religiosas o profanas.


B. Autores formados en las aulas y lecturas de la época.
C. Lenguaje enriquecido en la descripción y el relato a nivel popular, con
evidentes recreaciones del hablar oral.
D. Métrica medida que se enfrenta a la irregularidad y el ametrismo de los
juglares.

El mester de clerecía se extiende desde el S. XIII hasta fines del S. XIV.


Durante el primero, mantiene firmemente una métrica única; en el segundo,
surgen las grandes figuras, como Canciller Ayala y Juan Ruiz, enriqueciendo la
métrica con la aparición de formas líricas breves.

GONZALO DE BERCEO

Es el primer poeta español y el más genuino representante del mester de


clerecía. Vivió entre fines del S. XII y mediados del XIII. Toda su obra es
religiosa. Berceo se inspiró para sus relatos en un vasto repertorio mariano,
que narraba los milagros producidos por el poder salvador de la gente. Con
esto intenta vulgarizar en romance las historias marianas en latín.

En esta intención de ser comprendido por un público popular, es donde reside


mucho de su encanto, que tanto atrajo a escritores modernistas. En numerosas
ocasiones Berceo amplifica, comenta, llena de matices locales y castellanos,
infunde plasticidad, un halo vital y cotidiano por medio de detalles típicos de su
región y de las vidas humildes de sus oyentes.

Poeta un tanto ingenuo y personal, presente casi siempre en su obra de


manera física y directa.

“Los Milagros de Nuestra Señora” es su obra más conocida y la de mayor


extensión. La esencia artística de los Milagros consiste en la emoción lírica en

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ellos depositados. Lo más bello está en los detalles y el contraste. En todo esto
está el lirismo de Berceo, su emoción, anécdota, fábula y prédica.

EL LIBRO DE BUEN AMOR

Tal vez la personalidad más compleja y rica del siglo sea la de Juan Ruiz,
autor del Libro de Buen Amor, obra que junto con el Poema del Mio Cid y La
Celestina forma la gran trilogía de toda la literatura medieval española.

La obra consiste en una serie de composiciones de variadas métricas y


temas, encabezadas por un prólogo en prosa y escritas en primera persona.

Dentro de las composiciones podemos distinguir en la obra tres partes más o


menos diferenciadas:

I. INTRODUCCIÓN donde se explican los fines del Libro y se pide ayuda a


Dios para realizarlos.
II. AVENTURAS AMOROSOS del protagonista intercaladas con otros
diversos textos de géneros y temas variados.
III. COMPOSICIONES FINALES.

Encontramos en la obra poemas religiosos a la Virgen y a Cristo, narraciones


fabulísticas y ejemplos moralizantes, relatos de origen latino, oriental y francés,
juegos de palabras, chistes y cuentos desvergonzados.

Todo está engastado en la primera persona que “dice” el texto desde su


comienzo, lo cual da al Libro un acento autobiográfico antes desconocido por la
literatura del medioevo; el marco de un “yo” que narra, que protagoniza las
aventuras, que canta y se ríe de sí mismo y de los demás, y que mezcla sin
problemas lo narrativo con lo lírico.

Aunque en distintos pasajes el autor intenta defender y explicitar las


intenciones moralizadoras y religiosas de su obra, la mayoría de los críticos
creen que toda ella está escrita con sentido satírico e irónico. Leo Spitzer
defiende la intención del autor señalando que su didactismo es auténtico.

Lo evidente es que el Libro trae a las letras castellanas una personalidad


bullente, brillante, ingeniosa y ricamente satírica; un hombre sensualmente
lanzado sobre todas las cosas placenteras de la vida: el esplendor de la
naturaleza, la variada y cambiante realidad humana, el sabor de las comidas y
bebidas, el lujo, los goces de la carne y del amor. Y junto a esta alegría de vivir
y amarlo todo, los frenos siempre contantes de los religioso y un temor
desmedido a la muerte y a la vejez. El lector contemporáneo percibe la
presencia viva de una personalidad enamorada de los sabores más sensuales
de la existencia. La voz siempre cambiante y rica en matices de un poeta
genial, un escritor que conocía a fondo gran parte de la mejor tradición culta de
su época, conviviendo cotidianamente con lo popular.

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