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El gusto de ser Nación


Dr. Diego Fares s.j.

Como aporte dentro de este panel quiero resaltar la frase del Cardenal Bergoglio

que está como frase-motivadora en el programa de nuestras Jornadas:

“El pecado mayor de todos los cultores de la ceguera es el vacío de identidad


que producen, esa terrible insatisfacción que nos proyectan y no permite que
nos sintamos a gusto en nuestra propia patria”1.

Sentirnos “a gusto en nuestra propia Patria…”. A este sentido del gusto por lo nuestro

quiero arrimar algunas reflexiones y alguna poesía y compartirlas con ustedes.

Revisando los documentos de nuestros Obispos, a partir del Documento

fundante que fue “Iglesia y Comunidad Nacional” (1981), vemos cómo siempre aparece

en el centro la Nación. Y aparece con distintos matices y urgencias: en el 2001 fue

“Queremos ser Nación”; en el 2002: “La Nación que queremos” –debemos pasar,

decían, “del deseo de ser Nación a construir la Nación que queremos”; en el 2003, la

declaración de la Comisión Permanente hablaba de “Recrear la voluntad de ser

Nación”; y este año el título fue más urgente: “Necesitamos ser Nación”.

Entre los diagnósticos que buscan la verdad y los deseos que motivan al bien común

quiero rescatar la belleza: el gusto de ser nación. El documento del 2002 hace otra

mención que dice así:

“Hace falta una fuerte pasión por desarrollar en cada ciudadano las más valiosas
actitudes sociales. Sólo así se podrá transformar la cultura nacional y entretejer
un bien común cargado de bondad, verdad y justicia que nos devuelva el gusto
de ser argentinos”2.

Contra todo pensar que lo estético es banal o sólo decorativo y fugaz me animo

a decir que una Nación se sostiene por el gusto. Un gusto especial, eso sí: el gusto de

ser argentinos. Las cosas más hondas se saborean, se sienten y se gustan con todo el
1
S.E.R. Mons. J.M. Cardenal Bergoglio s.j. Te Deum, 25 de Mayo de 2004.
2
Asamblea Plenaria Extraordinaria de la Conferencia Episcopal Argentina, Pilar, 28 de septiembre de
2002, nº 5 y 8.
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ser. Y la Nación es una de esas realidades complejas que requieren que las gustemos.

En el medio debemos recorrer el camino arduo de la lucidez para recordar y proyectar

bien, el camino arduo que implica el cumplimiento de la ley para construir el bien

común. Pero al comienzo, y también al final como coronación, está el gusto de ser

argentinos. Si no la gustamos, resulta imposible comprender y amar una realidad tan

compleja como es una Nación. Sin gustar la Patria nuestra memoria se queda con los

períodos traumáticos y nuestra capacidad de proyección recorta sus alas. Sin el gusto

de ser argentinos, nuestro corazón se angustia, se achica, y no confía en que hay lugar

para todos.

El gusto de ser se encarna en los gustos concretos, pero es más que la suma de

todos ellos. Nos gusta nuestra música, amamos nuestros paisajes y nuestra ciudad,

nos gusta nuestra lengua con sus modismos y tonadas regionales, nos gusta nuestro

humor, tan particular, nos gusta nuestra gente –esta mezcla de razas-, nos gustan

nuestras comidas… Y este gusto común es buen punto de partida para definir y unificar

nuestra identidad y para sentir que pertenecemos a la tierra de nuestros padres y de

nuestros hijos.

No es tan claro ni fácil, y aquí está el desafío, gustar en común los valores y las ideas.

Pareciera que lo que nos hace vibrar como si tuviéramos un solo corazón se fragmenta

en mil disonancias cuando se trata de ver la verdad o de cumplir lo que hace al bien

común. Por eso digo que ayuda, antes de ver y antes de legislar, gustar. Gustar nuestra

historia, porque es nuestra, porque es historia de familia, porque los que la vivieron

dieron su sangre por ella. Gustar la Patria como la gustaron nuestros héroes. Sentir

hondamente, por ejemplo, que San Martín, en su testamento haya dejado dicho que

“desearía que mi Corazón fuese depositado en el de Buenos Ayres”. Gustar que haya

suscripto, antes y después de sus diferencias, el sueño de Bolivar: "Es una idea
3

grandiosa pretender formar de todo el Nuevo Mundo una sola nación con un solo

vínculo que una sus partes entre sí y con el todo" (Carta de Jamaica, 1815).

Gustar nuestra Patria como la gustaron nuestros santos: caminándola de punta a

punta, como San Francisco Solano con su violín; reduciendo a pueblo a los indios

dispersos y fundando ciudades, como San Roque González de Santa Cruz.

Gustar la Patria como la gustan nuestros poetas, haciéndonos sentir la belleza de

nuestros héroes y de nuestros santos, como hace Leopoldo Marechal:

Josef, si como pueblo no trazamos la Cruz,

Porque la Patria es joven y su edad no madura,

La debemos trazar como individuos,

Fieles a una celosa geometría.

¡La vertical del santo, la horizontal del héroe!

Es que:

Somos un pueblo de recién venidos.

Y has de saber que un pueblo se realiza tan solo

Cuando traza la Cruz en su esfera durable.

La Cruz tiene dos líneas: ¿cómo las traza un pueblo?

Con la marcha fogosa de sus héroes abajo

(tal es la horizontal)

Y la levitación de sus santos arriba,

(tal es la vertical de una cruz bien lograda).

La tarea de trazar -con gusto- la Cruz, no tiene excusas.

Por eso dice que “si como pueblo no la trazamos “por que la Patria es joven y su edad

no madura, la debemos trazar como individuos”.


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Es linda la poesía, pero ¿será eficaz para hacer frente a la miseria, a la corrupción y a

la violencia?

Dice Adela Cortina, en ese librito tan inspirador “Hasta un pueblo de demonios…” (tiene

leyes)3 que lo que sostiene una democracia (o lo que la destruye) no son tanto las leyes

escritas como “los hábitos del corazón del pueblo". Esos hábitos que se encarnan en

los personajes paradigmáticos que un pueblo sigue y que deben estar reflexivamente

incorporados. Y si rescato al poeta es porque en nuestro tiempo en que nos sentimos

huérfanos de héroes y de santos, sólo nos quedan en común, como emblemas de lo

que nos unifica, los que cultivan el amor por lo gratuito. Ni siquiera multitudinariamente

nos da para héroes o para santos, aunque ese sentimiento se vaya abriendo paso en

oleadas intermitentes de solidaridad y de deseo de justicia. Tanto el héroe como el

santo y el poeta tienen en común el gusto por lo absoluto, lo absoluto que se deja

encarnar en lo concreto. Y lo esperanzador de esta trinidad es que se contagian el uno

al otro. Basta que permanezca vivo uno de ellos, para que vengan los otros dos. Por

eso es que invocamos al Poeta -quizás el único que sobrevive en esta época asediada

por falta de heroísmo y santidad- con la esperanza de que el gusto por la belleza de la

Patria nos enfervorice para el heroísmo y la santidad.

Escuchemos un momento más a Marechal, que su palabra nos devuelve el gusto de

ser argentinos:

Te resulta difícil ¿no es verdad? - le dice a Josef, hablando del esfuerzo por trazar la

cruz en sus líneas de heroísmo y santidad-

Pero aquí no se trata de vestir armaduras

Llenas de pedrería

Ni de abrirse las nalgas con lujosos rebenques.

3
Adela Cortina, Hasta un pueblo de demonios. Etica pública y sociedad. Madrid, 1998.
5

Tu heroísmo ha de ser un caballo de granja,

Tu santidad, una violeta gris.

Otros recogerán, a su tiempo, laureles

Y el brillo escandaloso de la notoriedad:

Yo te di los oficios del pilar y del carozo,

Fuertes y mudos en su anonimato”4

El heroísmo y la santidad vendrán cuando se guste el nombre que nombra lo que

somos, cuando sintamos el gusto de ser argentinos:

En la Didáctica de la Patria, el poeta le dice a Josef:

El nombre de tu Patria viene de argentum. ¡Mira

Que al recibir un nombre se recibe un destino!

En su metal simbólico la plata

Es el noble reflejo del oro principal.

Hazte de plata y espejea el oro

Que se da en las alturas,

Y verdaderamente serás un argentino.

Y ese gusto se sostiene siendo pilar y carozo:

Es un trabajo de albañilería.

¿Viste los enterrados pilares de un cimiento?

Anónimos y oscuros en su profundidad,

¿no sostienen, empero,

Toda la gracia de la arquitectura?

Hazte pilar y sostendrás un día

La construcción aérea de la Patria.

4
L. Marechal, Heptamerón, en: Obras Completas I, ed. Perfil, Buenos Aires, 1988, págs. 267-313.
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Y es una vocación de agricultura.

¿No viste la semilla en su carozo

Y el carozo en su tierra y esa tierra en su invierno?

Riñón de lo posible, la semilla es el árbol

No proferido aún y ya entero en su número.

Josef, hazte carozo de la Patria en ti mismo,

Y otros verán arriba la manzana

que prometiste abajo.

Leopoldo Marechal, en Heptamerón, se da cuenta de que, para descubrir la alegría de

la patria, tiene primero que matar la elegía, esa que él mismo inventó (ese discurso

triste en el que nos sumergen los medios, esa ceguera que no nos permite sentirnos a

gusto en nuestra propia tierra): “Yo soy el desertor de la elegía , el último lloroso y el

primer evadido… En verdad, no hace mucho (…) yo, con mis propias manos, di muerte

a la elegía”.

Y nos propone, en la persona de su amada, “desertar de la Tristeza”:

Desertarás primero la Tristeza, con su país de soles indecisos…

La tristeza es el juego más tramposo del diablo:

tiene las presunciones de una Musa frutal,

y sólo es un pañuelo con que se suena el alma su nariz en resfrío.

(…) Una vez expulsada la Tristeza, cuídate de los Tristes:

ellos no ven la luz, como no sea por el solo agujero de sus flautas.

Entonces sí sus ojos pueden descubrir una Patria que es toda futuro:

“La Patria es un dolor que aún no tiene bautismo”

“La Patria es un dolor que aún no sabe su nombre”

“La Patria es un temor que ha despertado”.


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La Patria no ha de ser para nosotros

nada más que una hija y un miedo inevitable

y un dolor que se lleva en el costado

Sin palabra ni grito.

Por eso nunca más

hablaré de la Patria.

Y si el poeta se calla, también nosotros aceptamos callar. No para que se terminen aquí

las jornadas, que tenemos mucho para dialogar, aprender y proponer... Aceptamos la

invitación a cerrar los oídos a toda palabra de queja y de lamento agrio y escéptico,

aceptamos la invitación a acallar todo discurso que no apunte a gustar en esperanza

nuestro ser Argentinos.

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