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Como aporte dentro de este panel quiero resaltar la frase del Cardenal Bergoglio
Sentirnos “a gusto en nuestra propia Patria…”. A este sentido del gusto por lo nuestro
fundante que fue “Iglesia y Comunidad Nacional” (1981), vemos cómo siempre aparece
“Queremos ser Nación”; en el 2002: “La Nación que queremos” –debemos pasar,
decían, “del deseo de ser Nación a construir la Nación que queremos”; en el 2003, la
Nación”; y este año el título fue más urgente: “Necesitamos ser Nación”.
Entre los diagnósticos que buscan la verdad y los deseos que motivan al bien común
quiero rescatar la belleza: el gusto de ser nación. El documento del 2002 hace otra
“Hace falta una fuerte pasión por desarrollar en cada ciudadano las más valiosas
actitudes sociales. Sólo así se podrá transformar la cultura nacional y entretejer
un bien común cargado de bondad, verdad y justicia que nos devuelva el gusto
de ser argentinos”2.
Contra todo pensar que lo estético es banal o sólo decorativo y fugaz me animo
a decir que una Nación se sostiene por el gusto. Un gusto especial, eso sí: el gusto de
ser argentinos. Las cosas más hondas se saborean, se sienten y se gustan con todo el
1
S.E.R. Mons. J.M. Cardenal Bergoglio s.j. Te Deum, 25 de Mayo de 2004.
2
Asamblea Plenaria Extraordinaria de la Conferencia Episcopal Argentina, Pilar, 28 de septiembre de
2002, nº 5 y 8.
2
ser. Y la Nación es una de esas realidades complejas que requieren que las gustemos.
bien, el camino arduo que implica el cumplimiento de la ley para construir el bien
común. Pero al comienzo, y también al final como coronación, está el gusto de ser
compleja como es una Nación. Sin gustar la Patria nuestra memoria se queda con los
períodos traumáticos y nuestra capacidad de proyección recorta sus alas. Sin el gusto
de ser argentinos, nuestro corazón se angustia, se achica, y no confía en que hay lugar
para todos.
El gusto de ser se encarna en los gustos concretos, pero es más que la suma de
todos ellos. Nos gusta nuestra música, amamos nuestros paisajes y nuestra ciudad,
nos gusta nuestra lengua con sus modismos y tonadas regionales, nos gusta nuestro
humor, tan particular, nos gusta nuestra gente –esta mezcla de razas-, nos gustan
nuestras comidas… Y este gusto común es buen punto de partida para definir y unificar
nuestros hijos.
No es tan claro ni fácil, y aquí está el desafío, gustar en común los valores y las ideas.
Pareciera que lo que nos hace vibrar como si tuviéramos un solo corazón se fragmenta
en mil disonancias cuando se trata de ver la verdad o de cumplir lo que hace al bien
común. Por eso digo que ayuda, antes de ver y antes de legislar, gustar. Gustar nuestra
historia, porque es nuestra, porque es historia de familia, porque los que la vivieron
dieron su sangre por ella. Gustar la Patria como la gustaron nuestros héroes. Sentir
hondamente, por ejemplo, que San Martín, en su testamento haya dejado dicho que
“desearía que mi Corazón fuese depositado en el de Buenos Ayres”. Gustar que haya
suscripto, antes y después de sus diferencias, el sueño de Bolivar: "Es una idea
3
grandiosa pretender formar de todo el Nuevo Mundo una sola nación con un solo
vínculo que una sus partes entre sí y con el todo" (Carta de Jamaica, 1815).
punta, como San Francisco Solano con su violín; reduciendo a pueblo a los indios
Es que:
(tal es la horizontal)
Por eso dice que “si como pueblo no la trazamos “por que la Patria es joven y su edad
Es linda la poesía, pero ¿será eficaz para hacer frente a la miseria, a la corrupción y a
la violencia?
Dice Adela Cortina, en ese librito tan inspirador “Hasta un pueblo de demonios…” (tiene
leyes)3 que lo que sostiene una democracia (o lo que la destruye) no son tanto las leyes
escritas como “los hábitos del corazón del pueblo". Esos hábitos que se encarnan en
los personajes paradigmáticos que un pueblo sigue y que deben estar reflexivamente
que nos unifica, los que cultivan el amor por lo gratuito. Ni siquiera multitudinariamente
nos da para héroes o para santos, aunque ese sentimiento se vaya abriendo paso en
santo y el poeta tienen en común el gusto por lo absoluto, lo absoluto que se deja
al otro. Basta que permanezca vivo uno de ellos, para que vengan los otros dos. Por
eso es que invocamos al Poeta -quizás el único que sobrevive en esta época asediada
por falta de heroísmo y santidad- con la esperanza de que el gusto por la belleza de la
ser argentinos:
Te resulta difícil ¿no es verdad? - le dice a Josef, hablando del esfuerzo por trazar la
Llenas de pedrería
3
Adela Cortina, Hasta un pueblo de demonios. Etica pública y sociedad. Madrid, 1998.
5
Es un trabajo de albañilería.
4
L. Marechal, Heptamerón, en: Obras Completas I, ed. Perfil, Buenos Aires, 1988, págs. 267-313.
6
la patria, tiene primero que matar la elegía, esa que él mismo inventó (ese discurso
triste en el que nos sumergen los medios, esa ceguera que no nos permite sentirnos a
gusto en nuestra propia tierra): “Yo soy el desertor de la elegía , el último lloroso y el
primer evadido… En verdad, no hace mucho (…) yo, con mis propias manos, di muerte
a la elegía”.
ellos no ven la luz, como no sea por el solo agujero de sus flautas.
Entonces sí sus ojos pueden descubrir una Patria que es toda futuro:
hablaré de la Patria.
Y si el poeta se calla, también nosotros aceptamos callar. No para que se terminen aquí
las jornadas, que tenemos mucho para dialogar, aprender y proponer... Aceptamos la
invitación a cerrar los oídos a toda palabra de queja y de lamento agrio y escéptico,