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CÁTEDRA OBSERVACIÓN Y TRABAJO DE CAMPO II – 1986
BARBIER R., LA RECHERCHE – ACTIONS DANS L´INSTITUTION EDUCATIVE
GAUTHIER VILLARDS, BORDAS PARIS, 1977.
2DA. PARTE. APROXIMACIÓN TEÓRICA ESPECIFICADA
CAP. 1 EL CONCEPTO DE “IMPLICACIÓN” EN LA INVESTIGACIÓN DE CIENCIAS HUMANAS.
Versión Resumida: Anahí Mastache
Como practicante de nuevos métodos de animación de grupos en la enseñanza con adultos, me encontré
con el problema fundamental de la implicación de la enseñanza y en la investigación en ciencias humanas. Las
relaciones entre el investigador y el objeto de su investigación fueron muy discutidas a fines del siglo XIX sobre
todo en Alemania después del trabajo de Dilthey: las ciencias humanas son diferentes de las ciencias naturales, en
caso de ser afirmativo, ¿cuál es esa diferencia?
¿Hay que distinguir entre “explicar” y “comprender”? ¿Qué abarca la noción de “comprensión”? ¿Qué
disciplinas pertenecen a las ciencias del espíritu? A principios del siglo XX Weber profundiza esta reflexión desde
el ángulo de sus temas favoritos: el tipo ideal, la casualidad adecuada, la relación entre los valores, la posibilidad
objetiva, etc.
El problema de la objetividad científica interesó en Francia después de 1968, donde se intentó sacrificar
las relaciones entre ciencia y juicio de valor. Se admitió que la ciencia reposa sobre un juicio de valor inicial: lo
universal es más aceptable que lo particular, más aún, la preferencia por lo universal se disimula en la selección
de lo que es interesante para el científico en función de su problemática. Además, lo arbitrario y el juicio de valor
están ya presentes en la elección del objeto de investigación. Estos juicios de valor del científico son puestos bajo
el signo de lo universal, pero es la sociedad científica la que los reconoce. El entorno del investigador, su
formación, los modelos intelectuales, juegan un papel decisivo. Los objetos de estudio “científicos” son aquellos
que cautivan a la ciudad sabia de la época. Es decir que las problemáticas que se descartan u oponen, implican el
riesgo de que e investigador sea considerado por sus colegas como un caprichoso o fanático. Las ciencias
humanas están aún muy tocadas por la acción subterránea de la subjetividad. Esta acción subyacente no es
reconocida por la tradición científica cuyos modelos permanecen en última instancia iguales a los de las ciencias
naturales: el conjunto del sistema observado es pasivo en relación con el observador incluso si los fenómenos se
dan en el campo de la experiencia. Se supone que el observador no interviene en el campo de observación cuyas
características están dadas por las variables dependientes e independientes. En esta relación de exterioridad el
sujeto observa dentro de una “neutralidad acciológica” (Weber), que desconfía de la “ilusión de la transparencia y
del saber inmediato”, “de la sociología espontánea y de la tentación del profetismo” y “del etnocentrismo de
clase” del investigador.
Fundado sobre el razonamiento analítico y la lógica formal, este conocimiento, jamás hace intervenir la
dialéctica entre el observador y el objeto. En las ciencias humanas clínica, esto conduce a ineptitudes con graves
consecuencias. Así, en psiquiatría la enfermedad es atribuida a una evolución en la cual es víctima el
esquizofrénico excluido de su medio familiar. Él está enfermo, aunque jamás se pudo probar una etiología
orgánica. Clasificado como “enfermo” es un objeto manipulable a ser reparado.
Clasificado como enfermo, etiquetado por la institución totalitaria que representa el hospital psiquiátrico,
él es ya “otro”, un objeto manipulable a reparar, ubicado dentro de una relación terapéutica subordinante e
infantilizante como lo ha mostrado Erving Goffman.
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Esta concepción positivista de la ciencia conduce al psiquiatra Krapelin a desconocer la naturaleza de la
relación real que mantiene con su joven paciente esquizofrénico exhibido como un esclavo delante de un grupo
de estudiantes: Ronald Laing explica que se puede interpretar en forma diferente la “incoherencia” del joven
ubicado en esta situación si se enfoca el sistema enfermo‐médico‐asistencia‐institución como una totalidad en
interacción.
Es por haber desarrollado y puesto en práctica dentro de su acción pedagógica tal postura dialéctica, que
en Julio de 1974 el sociólogo René Lourau, profesor titular de la Universidad de Poitiers, es elevado ante el
Consejo de Disciplina de la Universidad luego de ser suspendido por el ministro.
El Consejo resolvió excluirlo de Poitiers y Lourau encontrará lugar en la Universidad de Vincennes que
acoge a los intelectuales más marginados de la Universidad. Más que la de otros, la contra‐sociología de René
Lourau es un una crítica radical a las instituciones existentes, comenzando por las ciencias sociales.
Si es real que toda sociología que avance en el conocimiento no puede ser más que una sociología crítica,
muchos sociólogos universitarios hacen como si la institución de su enseñanza no fuera parte del campo de
acción del orden establecido.
La implicación crítica de René Lourau para cuestionar a la institución de examen en la formación en
ciencias humanas no puede objetivamente ser soportada por los ideólogos de la clase dominante dirigente, cuyos
representantes más encarnizados se encuentran dentro de la jerarquía universitaria de Poitiers.
Distinguiré tres niveles de aproximación al concepto de implicación
• El nivel psicoafectivo;
• El nivel histórico‐existencial;
• El nivel estructura‐profesional;
e intentaré mostrar las articulaciones con la intervención en y sobre una institución, principalmente la institución
de las residencias de formación.
La institución sobre la cual se asienta la intervención será examinada bajo dos dimensiones: la sistémica y
la libidinal.
1.1 LOS NIVELES DE IMPLICACIÓN.
1.1.1 LA IMPLICACIÓN PSICOAFECTIVA.
En un nivel individual, el investigador se ve rápidamente confrontado con su implicación psicoafectiva
porque en la investigación social el objeto de investigación siempre pone en cuestión los fundamentos profundos
de la personalidad. Toda profesión fundada en el desarrollo de una relación humana privilegiada se ve afectada
por este tipo de implicación (ejemplo: medicina‐sociología).
Se ha remarcado dentro de los grupos Balint por ejemplo, hasta qué punto los médicos debieran tener en
cuenta estos aspectos dentro del ejercicio de su profesión.
Michel Sapir relata este caso: un médico clínico generalista de sexo femenino impone a una joven que
sufre de obesidad, un régimen tan estricto que provoca rápida pérdida de peso. El resultado espectacular del
tratamiento perturba súbitamente ala médica que disminuye el rigor aunque la enferma está satisfecha y desea
continuar en la misma línea. En el curso del grupo Balint, la médica reconoce que ella se ha identificado con la
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enferma y se ha asustado, pues durante su adolescencia había sufrido de obesidad y de fantasías persecutorias,
según las cuales la destrucción de la enfermedad podía acarrear la de su atractivo sexual.
Las asistentes sociales que administran encuestas en medios socialmente desfavorecidos sufren este tipo
de implicación; no saben cómo ayudar a las familias y sienten que las familias no desean verlas, sufren culpa y
soportan mal la agresividad.
La investigación‐acción en socio‐pedagogía corre el riesgo de ser bloqueada o desviada por la implicación
psicoafectiva del investigador si éste no sabe circunscribir su economía libidinal y si no controla su contra‐
transferencia.
Muchas pulsiones sádicas pueden disfrazarse bajo la apariencia de una autoridad científica o pedagógica.
Existen demasiados ejemplos de la dimensión sado‐anal del “deseo de enseñar” y de sus consecuencias
destructivas sobre la personalidad del niño (Chronique de l’ecole”, F. Oury et T. Pain, Maspero Paris, 1972)
Lo mismo vale para el investigador en ciencias humanas comprometido en la acción.
Es difícil reconocer la influencia del inconsciente individual en los dispositivos analizadores instalados en
la investigación institucional, por ejemplo: me enfrenté con este problema en una residencia del O.F.A.J. donde
funcionaba como investigador animador. El dispositivo que había instalado para hacer emerger los fenómenos
efectivos más destructivos hacia el equipo de animación, era una escena de consejo, ¿destinada simplemente a
revelar lo no dicho en la residencia (la represión de la efectividad y su irracionalidad a propósito de la racionalidad
de una práctica apremiante)? ¿no había igualmente un deseo inconsciente de manifestar un poder carismático
sobre un líder del grupo por medio de una técnica extraordinaria y reforzar así una autoridad institucional que
sufría el ataque de una fracción del grupo y de ese modo disminuir mi propia angustia?
El investigador de ciencias humanas debe entrar, a menudo, en la problemática de la autoridad durante
su práctica científica. ¿con qué derecho va a trabajar de ese modo y no de otro? En ese caso el componente
psicoafectivo de la autoridad juega un rol considerable. G. Mendel ha analizado este componente: el niño
depende de los adultos para la supervivencia y se resiente por la agresividad ante la acción por momentos
necesariamente frustrante de los adultos; su correlato es el miedo al abandono. El fenómeno de autoridad es sólo
la acentuación, la explotación y estabilización (sobre todo por la extorsión del amor) de este miedo (es decir, la
culpabilidad): el miedo anacrónico (inactual y proveniente de los primeros meses de vida) de ser abandonado,
conducirá al niño y luego al adulto a someterse en un reflejo casi automático, condicionado, ante un “grande”.
Es principalmente en las ciencias humanas clínicas (dentro de la investigación acción) donde se descubren e
identifican los mecanismos interferenciales relevantes de una elucidación psicoanalítica.
La socio‐pedagogía que intenta efectuar una investigación a partir de una puesta en práctica de una
experiencia pedagógica nueva, es clínica. El deseo de saber con qué se inviste una actividad de investigación es a
la vez genital (llenar un vació, tapar los agujeros del no‐saber) y oral (porque el saber es nutriente, la leche buena
dada generosamente). Es deseo de paternidad inconsciente puede ejercerse de maravillas: hacer re‐nacer un
individuo o un grupo por práctica psicoterapéutica; hacer discípulos, imitadores, imágenes de uno mismo, crear y
difundir las ideas, los conceptos inventados a partir de una práctica y crear un movimiento de pensamiento y de
prácticas que se posee como padres.
Reconocer la dimensión psicoafectiva en la implicación y cercarla por la mirada psicoanalítica no significa
volverse un paralítico dentro de la investigación acción. Quizás incluso, usarla permita ir más lejos en la
comunicación. Es la bifurcación teórica entre los terapeutas freudianos tradicionales y las terapéuticas modernas
(Reich, Rogers, psicólogos humanistas, etc.) descriptas por Max Pages en un artículo reciente: “Contrariamente a
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lo prescripto por la técnica freudiana (escribe él), el placer que experimenta el terapeuta o el monitor en sus
intercambios con los participantes, es necesario”.
1.1.2 LA IMPLICACIÓN HISTÓRICO‐EXISTENCIAL
El segundo nivel de implicación, el histórico‐existencial está imbricado en el psicoafectivo.
Es porque el investigador‐animador está comprometido en el aquí y ahora de su investigación, dentro del
presente y del proyecto de los grupos que anima, que no puede escapar a la implicación histórico‐existencial. Para
Pages, la animación‐investigación de los grupos de encuentro lo conduce a un estado de trance liberador de
inhibiciones y deseos reprimidos y generados de una comunicación entre los inconscientes. Se trata de un juego
recíproco y existencial donde cada partenaire (animador y residente) acepta cuestionar su existencia en sus
fundamentos, su orientación y sus elecciones fundamentales: afectivas y racionales.
“Más y más, cada seminario es para mí, un acontecimiento ligado a mi propia vida, a mi historia, donde mi
existencia está en juego, donde yo trabajo de frente y tan profundamente como es posible, mis problemas del
momento. Pero me dirán (y me lo han dicho a menudo) Ud. No está para resolver sus problemas personales sino
para ayudar a los participantes a resolver los suyos. Yo rechazo esta oposición.
Al contrario, es en la misma medida en que yo ataco seriamente mis problemas, dentro del curso de un
seminario, que yo devengo más disponible para los participantes. Cuando yo puedo ponerme en juego con ellos
de un modo real y no superficial (“no para ayudarlos”), puedo ayudarlos en la medida en que pueden ayudarme,
porque yo también tengo necesidad de ayuda. El contacto entre ellos y yo es un verdadero intercambio de
servicios… (mis) límites existen de todas formas. De ordinario están camuflados por la máscara de la eficacia
profesional, de un código moral de servicio, de una deontología (¡qué horrible cosa y cuán anticientífica!). En ese
momento ellos se vuelven inaccesibles a un monitor inconsciente de sí y de los participantes que no da permiso
para tomar conciencia. Un monitor comprometido en un trabajo personal de cambio, visiblemente falible,
situado, es accesible, localizable. Uno puede servirse de él si es útil, puede dejarlo pasar si es inútil, puede
atacarlo o huir si es nocivo, puede tratar de cambiarlo”. (Textual de Pages).
Es dentro de este mismo espíritu que Michel Lobrot anima los grupos de “expresión total”, en la
universidad de Vincennes, y según el cual yo me oriento más y más dentro de los grupos de evolución existencial
que he animado recientemente.
1.1.2.1. EL ETHOS Y EL HÁBITO DE CLASE DEL INVESTIGADOR.
La implicación histórico‐existencial hace también referencia a otra cosa. En tanto que sujeto social remito
a las constelaciones de hábitos adquiridos, a los esquemas de pensamiento y de percepción que constituyen un
molde más o menos maleable para mi práctica científica y que están ligados a mi socialización dentro de mi clase
social de origen. Se trata de límites impuestos por el modo de conocimiento “praxeológico” que Bourdieu opone
a los modos de conocimiento fenomenológico y objetivistas. El conocimiento praxeológico “tiene por objeto no
sólo el sistema de relaciones objetivas que construyen el modo de conocimiento objetivista, sino también las
relaciones dialécticas entre estas estructuras objetivas y las disposiciones estructuradas dentro de las cuales ellas
se actualizan y tienden a reproducirse. E decir, el doble proceso de la interiorización de la exterioridad y de
exteriorización de la interioridad.
Este conocimiento supone una ruptura con el modo de conocimiento objetivista. Supone un
cuestionamiento sobre las condiciones de su posibilidad y sobre los límites del punto de vista objetivo y objetívate
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que se apodera de las prácticas externas como hechos consumado en lugar de situarse en el movimiento mismo
de su realización y construir el principio que las genera.
En estas condiciones el hábito es el producto de la inculcación y de la apropiación necesaria para que esos
productos de la historia colectiva que son las estructuras objetivas (Lenguaje, Economía, etc.) se reproduzcan bajo
la forma de disposiciones durables, en todos los individuos, constantemente sometidos a los mismos
condicionamientos y por consiguiente ubicados en las mismas condiciones materiales de existencia.
Reconocer su implicación histórica existencial es considerar el conocimiento y el hábito de su clase social
de origen. Los investigadores originarios de distintas clases sociales abordan los hechos culturales de distintas
manera. Esta diferencia de perspectivas quizás dé lugar a aclaraciones sorprendentes y reveladoras del objeto
estudiado.
Como lo mostró en su obra clásica Righard Haggart, “entre una actitud algo tecnocrática o de una
grandilocuencia laboriosa y una actitud de autodidacta sediento de cultura, el intelectual nacido en las clases
populares –de donde yo partí‐ debe encontrar su camino.” Este desarraigo es demasiado vívido en el nivel
existencial científico sobre una institución educativa.
Es sobre esta dimensión que es investigador apoyará sus intuiciones e hipótesis de base.
El intelectual marginal conoce el dilema angustiante de una psicología social indefinida entre “ellos” y
“nosotros” como se dicen en las clases populares. Sólo después de haber tomado conciencia de este conflicto
interior, el educador, investigador y militante podrán encontrar la fuente de sus cambios de humor y de sus
reacciones a menudo buscar a la vista de tal o cual miembros del cuerpo docente envuelto en su dignidad
magistral, de tal autoridad con galones, de aquel notable “estereotipado” en su suficiencia social, o durante sus
estudios, cara a cara con estudiantes más seguros de sí mismos y mucho más prontos sin dudad a mostrar una
sociedad de consumo todavía mítica para las clases populares.
Yo he resentido muy profundamente en mí mismo lo que escribe Jacques Destray sobre su historia de
estudiante de sociología: “confrontado con este otro mundo, he visto hasta qué punto me ha marcado mi
infancia…”
Plantear el difícil problema de la objetividad es hacer un retorno sobre uno mismo y sobre la propia
socialización efectiva; es iluminar el arraigo social del sociólogo.
El etnocentrismo de clase comienza con conducir el investigador a interpretaciones orientadas por los
modelos inconscientes de su ethos de clase. Pero este mismo etnocentrismo puede sostener un deseo rabioso de
conocer, de desocultar lo no dicho institucional, económico y político que subordina una clase social a otra. Mi
hipótesis es que muchos investigadores orientados hacia el análisis institucional son hijos de las clases obreras y
campesinas.
…
1.1.3. LA IMPLICACIÓN ESTRUCTURO‐PROFESIONAL
Este nivel es el de la mediación por excelencia. De todas las mediaciones posibles (familia, religión,
política, etc.) la actividad profesional y sus principios de realidad permiten medir la importancia de las dos
dimensiones anteriores).
Ser miembro de una Compañía Republicana de seguridad en una sociedad capitalista como obrero
metalúrgico militante significa comprender bien las diferencias existentes entre implicación psicoafectiva e
histórico‐existencial.
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Los marxistas han valorado el factor trabajo en la estructura psicológica del individuo. El trabajo permite
medir las capacidades innatas del individuo y suministra la radiografía más profunda de la estructura de su
personalidad, sus fuerzas y sus fallas.
Toda aproximación psicoanalítica permanece incompleta en lo que concierne a la implicación, ya que
considera el ser humano fuera de la esfera del trabajo.
No se comprenderá jamás la psicología del héroe Accaton (film de Pasolini) si se queda en el círculo
vicioso de la pobreza en la que se encuentra un joven de los suburbios de Roma, sin hacer intervenir la noción
marxista del sentido del trabajo social y sin entender que el héroe se rebela contra una actividad laboral alienada
y alienante, aún más reificada por el estudio de las relaciones de producción en la sociedad capitalista italiana, y
termina por elegir como último recurso el proxenetismo aún en detrimento de su amor por una mujer. Estos son
hechos que sólo un análisis marxista, partiendo del trabajo y su significación social, permite esclarecer.
La implicación estructuro‐profesional consiste en buscar los elementos que tienen sentido en relación con
el trabajo social del investigador, y con su arraigo socio‐económico en la sociedad contemporánea.
Cada profesional presenta un no‐dicho institucional que es su posición en el campo de las relaciones de
producción y del sistema de valores que le dan coherencia interna. La actitud individual y profesional depende del
rol social de su profesión sobre un mercado del trabajo estructurado por las relaciones de clase.
Cambiando de rol se cambia de actitud. Hacer una investigación‐acción en ciencias sociales es correr el
riesgo (que no conoce la sociología “sabia”) de verse cuestionado en el rol y en la función que uno tiene en tanto
que investigador y “especialista” en la sociedad, y de aceptar una interpelación sobre el sistema de valores y
actitudes del que depende el equilibrio de la personalidad.
A cada instante se choca contra el muro de la contradicción entre el proyecto histórico y existencial y la
realidad estructural acción profesional con sus presiones y límites económicos, políticos y científicos.
He remarcado bien el impacto de esta implicación estructuro‐profesional con mis compañeros
animadores de una sesión de formación de consejeros dentro del cuadro de O.F.A.J. Se les había solicitado trabajo
ad‐honorem y resolvieron negarse pero revieron esta decisión porque el O.F.A.J. como institución les ofrece
medios excepcionales de experimentación pedagógica.
Así en la investigación‐acción y la animación, nuestra sola libertad no puede ser más que una libertad de
actuar en contradicción, porque estamos puestos en el cruce del compromiso y de la acción por la cual uno se
compromete.
Se comprende que los distintos niveles de implicación se interpretan y actúan uno sobre el otro. Así el
psicoafectivo e histórico existencial atraviesan el estructuro‐profesional .
La socialización dentro de las clases populares deja un resultado de hábitos de clase dentro de los que la
noción de inseguridad social toma lugar central. Las relaciones entre el dinero, el saber, el poder, están
profundamente marcadas y constituyen puntos de referencia dentro del campo de posibles profesionales.
Se produce una oscilación entre una obsesión por la seguridad típicamente pequeño burguesa (los hijos
de obreros se vuelven funcionarios) una inclinación fundamental por la inseguridad social. “Si la seguridad que
procura la íntima certidumbre de contar con una “red de protección “está en el origen de todas audacias y
compromisos intelectuales que su inseguridad ansiosa de seguridad prohíbe a los pequeños burgueses” (B.
Bordieu) el investigador‐animador proveniente de clases populares, justamente por no provenir de las clases
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medias, es capaz de pasar de la seguridad a la inseguridad con una soltura y rapidez incomprensibles para los que
tienen otro ethos de clase.
Es suficiente para eso que un movimiento social se diseñe dentro de lo que reactiva la “conciencia
posible” (L. Goldman) de su clase social de origen (por ejemplo en mayo de 1968) Las con el dinero (dentro de la
situación profesional “lucrativa”) son ejemplos de esto.
En las clases populares, la “vida al día” muestra una prodigalidad “irracional”, “no se es rico pero se vive”,
“no se ama la tacañería” cuando llega la paga se “hace la farra” sin atender ni planificar el mañana. Si “la vida no
es un lecho de rosas” habrá que “vivirla con todo”. “Desde este punto de vista, los miembros de las clases
populares son los epicúreos de la vida cotidiana” (R. Hoggart).
Quien ha conocido esta atmósfera tendrá una relación de tipo particular con el dinero y su situación
material.
El investigador animador en este caso no será jamás el pequeño burgués ensoberbecido que define P.
Bourdieu como “un proletario que se hace pequeño para devenir burgués” y su implicación estructuro‐
profesional será duramente expuesta a la crítica corrosiva de sus hábitos de clase.
1.2. IMPLICACIÓN, INSTITUCIÓN Y CAMPO DE INTERVENCIÓN
1.2.1. DEFINICIÓN DEL CONCEPTO DE IMPLICACIÓN EN CIENCIAS HUMANAS CLÍNICAS
Implicar viene del latín, implicare: envolver dentro, comprometerse en y, en sentido figurado, incluir,
contener implícitamente. Implicación es un término de derecho: acción de implicar a una persona en una
demanda. En lógica es el estado de aquello que implica contradicción. Hoy alude a una idea noción o proposición
que cuenta a otra, ya sea bajo la forma de una consecuencia necesaria, ya sea por ligazón experimental. Yo
retomaré los elementos de comprometerse en y de consecuencia NECESARIA.
La implicación en Ciencias Humanas puede definirse como un compromiso personal y colectivo del
investigador y por su praxis científica, en función de su historia familiar y libidinal, de sus posiciones pasadas y
actuales en las relaciones de producción y de clases, y de su proyecto socio‐político en acto, de tal suerte que la
inversión necesariamente resultante es parte integrante y dinámica de toda actividad del conocimiento.
Ante un campo de intervención con el que él forma sistema, el investigador en la investigación‐ acción
deberá tener en cuenta su implicación. Que el campo de intervención sea un establecimiento (escuela, prisión,
fábrica), un grupo más o menos informal, (una comunidad hippie), o bastante vasto (un barrio, una villa), un
grupo institucionalizado (los psicoanalistas), el sociólogo institucional por ejemplo, que intenta buscar en el
campo de la intervención la acción latente o manifiesta de las instituciones, deberá sin duda reconocer que él está
implicado como todos los actores sociales a los que se acerca dentro de su práctica profesional.
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