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Al estar mal visto que las mujeres trabajasen fuera de sus casas, era difícil que se
formasen como artistas.
Los pintores generalmente iniciaban su educación profesional hacia los
doce años, mudándose al hogar de un pintor durante tres o cuatro años.
Allí, como aprendices, realizaban los trabajos prácticos del taller y, a cambio,
recibían formación como pintores y algo educación básica.
No estaba bien visto que una chica joven se mudase a la casa de una familia, y
por lo tanto no podían acceder a ese tipo de formación. Las habilidades técnicas
que había que adquirir para pintar, eran otro obstáculo.
Desde el Renacimiento, uno de los fundamentos de la pintura era dibujar
el cuerpo humano. Los aspirantes a pintores dibujaban reproducciones en yeso
de esculturas antiguas.
Copiaban estampas de cuadros y dibujaban a modelos que posaba
semidesnudos o desnudos, algo que no les estaba permitido a las mujeres.
Aquí vemos un dibujo del siglo XVIII, en el que varios artistas estudian y
dibujan un hombre desnudo.
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Lo importante es recordar que las mujeres no tienen menos talento
artístico que los hombres, simplemente han tenido menos oportunidades para
desarrollarlo.
Antes de ver algunas obras de tres de las principales pintoras que trabajaron
en Europa, quiero hacer una aclaración.
Si separamos a las pintoras del resto de sus colegas, implícitamente estamos
afirmando que, de no hacerlo, no incluiríamos sus obras en una panorámica
general del arte europeo.
Aunque la selección de los artistas más importantes de una época tiene mucho
de subjetivo, es innegable que hasta recientemente, la gran mayoría de los
artistas europeos han sido hombres.
Si esto es así, por qué estudiar algunas pintoras. Hay dos razones, una es que, en
las últimas décadas, los historiadores, y sobre todo las historiadoras del arte,
han trabajado por recuperar el papel histórico de algunas destacadas mujeres,
que habían caído en el olvido.
Esta labor de recuperación puede servir para corregir la discriminación que
sigue presente en nuestra sociedad, aunque en grado mucho menor que en el
pasado.
La segunda razón es que, al estudiar pintoras del pasado, acercamos la historia
del arte a las mujeres actuales.
Es natural, que todos busquemos en el pasado experiencias que nos resulten
próximas. Por ejemplo, es fácil encontrar a personas que, cuando viajan a otro
país y visitan un museo, buscan artistas de sus propios países, de los que se
muestran orgullosos.
Es lógico también, que la vida y el arte de mujeres que tuvieron que vencer
fuertes prejuicios para poder seguir sus vocaciones, interese a las mujeres de
nuestro tiempo.
Sofonisba Anguissola, a quien vemos en este precioso
autorretrato de hacia 1556, es una de las mujeres artistas más importantes del
Renacimiento.
Nació en Cremona, en el norte de Italia, en una familia noble que apoyó su
vocación, y que le ayudó a formarse como pintora.
Con algo más de veinte años se mudó a España a trabajar al servicio de Isabel de
Valois, que era mujer del rey Felipe II.
Era costumbre en esa época que las mujeres de la nobleza trabajasen al servicio
de los reyes. Sofonisba permaneció más de diez años en España, donde fue muy
alabada, como persona y como artista.
Aunque no era su principal tarea, Sofonisba pintó retratos de la familia real
española. Más adelante también vivió y trabajó como pintora en Génova
y en Sicilia.
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Van Dyck, que tenía cerca de sesenta años menos que ella, la visitó
en Palermo en 1624 o 25, y dibujó un retrato suyo, al que añadió una
descripción en la que dice que Sofonisba, con noventa y seis años, le dio
consejos sobre cómo pintar. Esta visita demuestra la fama que había adquirido
la pintora.
El autorretrato que hemos visto, es uno de los varios que pintó a lo largo de toda
su carrera. Muchas de las pintoras que conocemos se hicieron autorretratos,
seguramente porque sentían la necesidad de afirmarse dentro de un mundo
machista.
También las pudo animar un precedente citado por Plinio el Viejo en su Historia
Natural, el libro que se usó durante el Renacimiento para conocer las
actividades de los pintores antiguos.
Plinio describe las actividades de varias pintoras, y explica que la mayor parte
de ellas habían aprendido a pintar de sus padres
A la que más espacio dedica es a una que se llama Laia, una pintora romana, de
quien dijo que pintó varios autorretratos.
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Este cuadro es de Clara Peeters, una pintora de Amberes de principios del siglo
XVII.
Sabemos de ella que pintó en La Haya y en Ámsterdam, y muy poco más. Todos
los cuadros que se conocen de esta artista son naturalezas muertas. Para las
mujeres era más sencillo especializarse en este tipo de pintura que en otros
géneros, puesto que no necesitaban conocimientos de anatomía.
En este cuadro vemos una mesa sobre la que hay unas flores, frutos secos,
almendras, vino, galletas, y otros objetos, todo pintado con gran precisión.
Fijaros en la habilidad de la artista para describir las formas y las texturas de los
objetos. Reflejados en una copa y en una jarra de metal hay varios autorretratos
minúsculos. En este detalle veis el reflejo de Clara Peeters en el centro de la
copa, y aquí de nuevo en la jarra de metal, junto al reflejo de la ventana, en la
parte de debajo de este detalle.
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También más arriba, en la parte cóncava de la jarra, esta vez en una imagen
invertida.
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Conocemos bien los detalles de este caso, gracias a la documentación del juicio
contra Tassi, que acabó encarcelado, aunque sólo fuese durante ocho meses.
Este cuadro lo pintó Artemisia poco después de la violación.
Es natural ver en esta terrorífica imagen las huellas del trauma que vivió la
joven pintora. La escena muestra la historia bíblica según la cual Judit, una
viuda judía, sedujo y emborrachó a Holofernes, el general babilonio que
amenazaba al pueblo de Israel.