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El sujeto ante la ley: culpabilidad y sanción

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Primera clase
Ley y subjetividad : culpa y prohibición.
Por Marta Gerez Ambertín

1. Introducción
Un trabajo ininterrumpido de treinta años en el campo de la clínica psicoanalítica- tanto en
la práctica privada como hospitalaria-, y a la vez el adentrarme por años en el análisis del
discurso en torno al sujeto de la pena a partir del análisis de expedientes judiciales, me
conduce hacia ese lugar que anuda y confronta la subjetividad con la ley: el campo de la
culpa, campo éxtimo para utilizar un término de Jacques Lacan por cuanto da cuenta de
las posibles marcas que la ley deja en la subjetividad y, a la vez, delata lo imprescindible
que es para el sujeto humano la vigencia de la ley, sin la cual la intimidad de la casa
subjetiva no podría esbozarse ni soportarse.
Los temas que desarrollo más adelante han surgido de intensos debates con
psicoanalistas, sociólogos, abogados, juristas. Desde esa alteridad imprescindible para la
transmisión y la producción escrita me fue planteada la necesidad de recuperar, para la
mentada culpa, su lado menos obsceno -menos obsceno del que había destacado en mis
libros “Las voces del superyó” (1994) y en “Imperativos del superyó” (1999)-.
Efectivamente, dado que el lado “tratable” de la culpa deja como trazo en el sujeto la
posiblidad de la legitimación del lazo social, entendí que tenía una falta para con la “amable
culpa” -o al menos, menos “hereje” que la más hereje- que podía ser desarrollada y que eso
me conduciría hacia la insondable aunque productiva posibilidad de todo sujeto de crear un
debate en su “foro interno” que aquí llamaré el asentimiento subjetivo de la culpa: pasaje
del sujeto culpable al sujeto responsable. Esto posiblita una productiva área de trabajo
conjunto de juristas y psicoanalistas ya que, en tanto alguien pudo y/o puede deliberar con
el Otro de la ley, puede deliberar consigo mismo y esto le permite declarar su falta (su
culpa hecha discurso y testimonio al Otro) y recibir una sentencia jurídicamente
fundamentada.
Desarrollo a continuación mis hipótesis acerca del lado menos hereje de la culpa, la
relación de la culpa con la ley, con el amor y el inconsciente, a la vez que las estrategias y
los instrumentos de trabajo que pueden compartir juristas, penalistas y psicoanalistas me
conducen a los planteos que propongo. No hay en todo ellos planteos más que un debate
incesante, ¿cómo se anuda el sujeto a la ley?, ¿cómo convive con ella?, convivencia
imprescindible aún para burlarla, ya que el exilio de la ley lo deja, no sólo fuera de ella sino
también sin casa interior donde refugiarse, es decir, lamentablemente desubjetivizado.
Desde esta óptica espero que puedan leerse mis planteos.

2- Ley, culpa y subjetividad

La culpa, la mácula, la falta, el pecado, la cobardía moral y sus sentimientos


concomitantes: el remordimiento, la desdicha y la desventura configuran ese costado
pesumbroso que el sujeto quisiera arrancar de sí, pues su peso le indica que el anhelado
paraíso de ser para siempre feliz no es sino una simpática utopía.
No se trata justamente de cantar loas a ese opaco sentimiento que acosa al sujeto y
(re)muerde su conciencia, se trata de darle el lugar que le corresponde en la subjetividad
porque, paradojalmente y más allá de los malestares que provoca, es preciso reconocer
que desde el psicoanálisis no es posible pensar en la estructura de la subjetividad sin esa
categoría omnipresente que es la culpabilidad, a tal punto que pretender extirpar la culpa
del sujeto resulta absolutamente imposible: ello implicaría disolver al sujeto.
Es así porque la culpa es la resultante observable en la subjetividad de que "con la Ley y el
crimen comenzaba el hombre" (LACAN, J. 1950, p. 122.) en tanto da testimonio de uno de
los problemas más cruciales de la humanidad: "la lógica de lo prohibido", que se resume en
la pregunta ¿qué es la prohibición? La ley establece los parámetros de lo prohibido, sin
embargo, la humanidad toda y la subjetividad que se aloja en ella, ha mantenido y
mantiene una tentación siempre renovada a franquear los bordes que demarcan lo
prohibido. Extrañamente el psicoanálisis, del cual se ha dicho que trata de los desenfrenos
y las pulsiones, se ha ocupado en demasía de la presencia de la instancia moral en el
hombre quien, según Freud ha dicho, desde su inconsciente es mucho mas moral y ético de
lo que él mismo sabe.
La inscripción de la ley delimita el contorno de lo prohibido y hace posible la
conformación de la sociedad y las formas de la subjetividad. Por un lado hace posible el
sostenimiento del lazo social en tanto regula ese lazo, pero como nada es gratuito, el don
que otorga la ley deja como lastre una deuda y una tentación. Una deuda simbólica que
es preciso pagar respetando la ley y de la cual el sujeto es responsable, pero también una
tentación a trasponer los límites de lo prohibido, conformada como oscura culpa, oscuro
goce.
El costo que se paga por la atracción a condescender hacia lo interdicto demarcado por la
ley es el de una humanidad culpable –aquello que Freud ha establecido como culpa
universal–, implicada en esa atracción siempre renovada a la que convoca lo prohibido.
Crímenes capitales, incesto y parricidio, y sus sucedáneos marcan un límite, dicen «¡alto
ahí!, ese límite no debe ser franqueado». Sin embargo, aunque esto pacifica a los
humanos, no deja de provocarles la inquietante fascinación por abismarse más allá de ese
límite.

El discurso jurídico no queda fuera de la pregunta por lo prohibido, en todo caso es a él a


quien compete, desde los trazados de la legislación, brindar las respuestas necesarias. Allí
el discurso jurídico y el psicoanalítico se intersectan, pese a las barreras semánticas que
ponen algunos obstáculos a un diálogo más fructífero entre ellos. Los trabajos
contemporáneos de un jurista como Pierre Legendre, muy interesado en el discurso
psicoanalítico por haber sido uno de los interlocutores de Jacques Lacan desde el campo
del Derecho, abre un espacio donde es posible que el discurso jurídico y el psicoanalítico
puedan tener algún encuentro. La cuestión de la culpa y lo prohibido concentran la atención
en ambos lados, pero es preciso que logren crear un espacio de operación conjunta.

3. El sujeto como “reo” en la culpabilidad y el amor

La culpa, entendida como la falta de la que el sujeto es de una u otra manera responsable,
ubica al sujeto bajo la mirada y el juicio del Otro. La culpabilidad supone declararse:
atestiguar una falta, un pecado y recibir el juicio condenatorio o absolutorio del Otro. En
suma, ubicarse en el lugar del acusado, del reo (reus), que llamativamente deriva de "reor"
que es contar: reo es el que cuenta y da cuenta de su acto a través de la palabra, y el que
contabiliza sus faltas. ¿Acaso no somos todos los seres hablantes reos, según esta
acepción?
En este punto quiero hacer un viraje en mi desarrollo porque, si como afirma Legendre, en
la culpabilidad "como en el amor, el sujeto se declara" (LEGENDRE, P. 1994, p 50), es
porque el jurista francés no desconoce desde el psicoanálisis el estrecho lazo entre el amor
y la culpabilidad. ¡Oh sorpresa! percatarnos de eso que está a la vista de todos, poder
trazar un vínculo entre la declaración del reo, el que cuenta y contabiliza desde el texto de
su discurso acerca de su falta y la declaración del enamorado que no deja de ser una
alocución, un llamado, una petición al amado, y no sólo una petición de amor, sino también
una petición de juicio, un llamado al Otro de la ley.

Desde aquí cabe reinstalar la correlación que establece Lacan entre la culpabilidad y el
amor, lo que redime de alguna manera ante nuestros ojos a la hasta ahora ingrata culpa.
Porque, paradójicamente, no estamos dispuestos a desprendernos tan fácilmente del lado
amoroso de la culpa como de su costado angustiante, pese a los padecimientos que
ocasiona; y como no es posible separar la amalgama que funde culpabilidad y amor sin
destruir al uno y al otro, ahí el sujeto está dispuesto a tolerarse culpable y deudor a pesar
de los esfuerzos que hace por discurrir en la vida con una "buena conciencia" o "con una
conciencia limpia" o transparente, como se pretende inútilmente ser y que sea.
Lacan afirma que el "amor es necesidad de ser amado por aquel que podría tomarlo a uno
como culpable" (LACAN, J., 1960-61, la traducción es mía), y es que el amado (erómenos)
ha de ejercer permanentemente una censura activa y ante él nos declaramos para «caerle
bien»... sin embargo, el traspié es inevitable, no logramos borrar nuestras faltas, no
logramos alcanzar la perfección total que nos asegure para siempre la mirada amorosa del
otro. Resurgirá siempre una mácula, una falla, un pero..., una hilacha. Y no puede ser de
otra manera porque el amor no es sino el naufragio del narcisismo, pero también la
nostalgiosa esperanza de recobrarlo gracias al sostén amoroso del partenaire que en ese
caso se convierte en juez y censor del amor. Ante ese juez nos declaramos, ante ese juez
pedimos permiso para amar y peticionamos ser amados a pesar de nuestras culpas,
defectos y pecados. Y dado que verdaderamente amar no es pecado, se da la aporía de
que tampoco es posible amar sino pecando. En suma, en la vida amorosa se discurre
irremediablemente pecando del defecto de no ser "el todo perfecto" y complementario para
el partenaire.
Todo esto no es ilógico, responde a la "lógica de los deslices de la vida amorosa", y es que
el amor transita por el enigma de ofrecer al otro lo que "no se tiene" y de pedirle
precisamente lo que tampoco tiene. El amor ofrece entonces la falta del amante ( erastés),
porque dar lo que se tiene es fácil, dar lo que no se tiene invita a la creación, al arte de
amar a pesar de las fallas o haciendo de las fallas mismas el motor del amor. En el mito, el
Amor es hijo de Penía –la pobreza– y Poros –el recurso–. Empobrecido por madre e
ingenioso por padre, el amor es una sagaz aporía recurrente que no ofrece sino faltas
(culpas) y en el punto de máximo recurso y creación ofrece palabras, declaraciones; versea
y conjetura para hacerse amar ofreciendo faltas y culpas. Al amado, al partenaire se lo
erige como juez y a él se dirige la declaración que pregunta, escruta e indaga: A pesar de
mi fallas ¿puedes amarme? Aún a pesar de mis hilachas ¿puedo serte imprescindible?... y
la pregunta queda flotando del otro lado, del lado del censor del amor... allí el juego de las
intrigas del amor.

Pero es que en la cuestión del amor como en la de la culpa se pone en juego el sistema
de prohibiciones. El amor valsea en torno a lo prohibido, el amante es también un reo del
amor, el que cuenta y da cuenta de su acto de amor a través de las palabras.

4. La ley en la culpa, el amor e el inconsciente

Habiendo llegado hasta aquí es preciso trazar la relación entre culpa, amor e
inconsciente. Es interesante esta serie porque cada una de estas categorías están
relacionadas en principio con una legislación que determina lo que está prohibido y lo que
está permitido. La culpa es la marca de la ley que deja su rastro en el sujeto como falta por
la tentación que la causa, el amor es la eterna nostalgia hacia lo que la ley sanciona como
prohibido. De esa manera permite la transacción posible en la elección del objeto amoroso
que, en cierto modo, responde a esa ley. El inconsciente, en tanto, revela la división del
sujeto que se dirime permanentemente entre el deseo por lo prohibido y el acatamiento de
la ley que excluye lo prohibido, transita siempre por un juego de transacción interminable
que se manifiesta tanto en la vida diurna como en los sueños, olvidos, descuidos,
inhibiciones, síntomas, torpezas en el decir y el hacer; en suma, deslices entre los
desfiladeros de lo prohibido y lo permitido. Acaso por esto Freud define al inconsciente
como un sistema sometido a leyes, y brinda sobre el mismo la siguiente figura: "Una
analogía grosera, pero bastante adecuada, de esta relación que suponemos entre la
actividad consciente y la inconsciente la brinda el campo de la fotografía ordinaria. El primer
estadio de la fotografía es el negativo, toda imagen fotográfica tiene que pasar por el
«proceso negativo», y algunos de estos negativos que han podido superar el examen serán
admitidos en el «proceso positivo» que culmina en la imagen" (FREUD, S. 1912, pp. 275-6).
En suma, el inconsciente revela esa dimensión legislada que acata la ley edípica
–incesto y parricidio– al mismo tiempo que intenta ponerla en negativo para franquear su
frontera, y que en el símil freudiano expresaría que, desde el polo positivo de la conciencia,
todo sujeto abominaría esos deseos que discurren desde el inconsciente pero que, sin
embargo, las fantasías y los sueños se encargan de revelarlos. Todo esto, por otra parte,
es lo que vincula al inconsciente con la culpa. Lacan puntualiza en el Sem. XXII que el
inconsciente no puede dejar de contar, cuenta las faltas (las culpas), y en ese sentido saca
cuentas de lo que le debe al Otro, al mismo tiempo que cuenta los secretos de sus deseos
prohibidos. Por eso Lacan afirmará que "la culpabilidad es algo que hace las cuentas. Que
hace los cuentas y, por supuesto, no se reencuentra en ellas, no se reencuentra en ellas
jamás: se pierde en esas cuentas" (LACAN, J. 1974-75.Clase del 13-01-1975).
Esto no está lejos de los deslices del amor. Cuando Freud escribe sus "Contribuciones a la
psicología del amor" plantea de entrada que hay leyes, regularidades que rigen las
"condiciones de la vida amorosa", y que bajo esas leyes los seres humanos eligen su objeto
de amor y las maneras posibles en que pueden conciliar los requerimientos de sus
fantasías y deseos con la realidad psíquica. Precisamente, no deja de sorprender que el
factor común de esas condiciones impone la necesaria sustitución del objeto amoroso que
desemboca en la metáfora del amor. Ahora bien, ¿se trata de sustituir qué?: aquellos seres
que Claude Lévy-Strauss en "Las estructuras elementales de parentesco" especifica
desde las reglas de alianza e intercambio como prohibidos. Esto podría resumirse en la
siguiente proposición: no–todos los integrantes de una sociedad están autorizados para ser
elegidos como partenaires amorosos, es necesario que siempre algunos queden interdictos.
La ley que rige la lógica de la vida amorosa dice que hay condiciones en la elección, y que
se elige siempre por las vías de la sustitución. En suma, la ley regula lo prohibido –aquellos
partenaires que no pueden elegirse– porque si bien atrae lo prohibido, la elección recae –
si la elección es más o menos feliz– en un sustituto de lo prohibido, en un subrogado; y es
eso lo que permite y deja abierta la permutación en la vida amorosa. La psicopatología de la
vida amorosa hace obstáculo allí donde cualquier fijación impide hacer circular el sistema
de permutaciones. Otra razón de fuerza mayor para el lazo que establecemos entre
culpabilidad, amor e inconsciente: ¿cómo decirle al amado, te amo a ti, pero no a ti, sino a
quien sustituyes, porque el objeto de amor originario, auténtico lleva la marca de un " made
in incesto y parricidio"? Patogenia del Edipo de la que el sujeto no puede desprenderse y
acaso esa sea la falta (culpa) mayor del amante, pero una culpa que de todos modos se
mantiene inconsciente, en negativo –sólo emerge en sueños, fantasías y síntomas – ... a
veces.

Retornamos entonces a la cuestión del inconsciente de quien Lacan dirá que "está
estructurado como un lenguaje", es decir sometido –como todo lenguaje– a un sistema de
leyes que regulan el acceso a lo prohibido y lo permitido. Y es que inconsciente, ley y
prohibición marchan mancomunados: la ley que inscribe lo prohibido funda la palabra, el
deseo, el sujeto del inconsciente, el sujeto de la culpa y el sujeto del amor. En función de
esa Ley y las trazas en torno a los bordes de lo prohibido circula tanto el sujeto como las
instituciones y la sociedad toda. De esa manera llegamos hasta un punto en el que es
posible aseverar sin ambages que no sólo el inconsciente, sino también la culpa y el amor
están estructurados como un lenguaje, esto es, instituidos y legislados. Inconsciente,
culpa y amor están íntimamente enlazados al discurso fundador de la ley, sin esta carecen
de consistencia en lo imaginario, de insistencia en lo simbólico y de existencia en lo real.

5. La subjetivación de lo prohibido según el jurista y el psicoanalista.

Ahora bien, podrán preguntarse ¿hacia dónde nos conduce todo esto? ¿qué tiene que ver
esto con el discurso jurídico? Y es que mientras este se propone objetivar todo acto que
instaure lo prohibido dando cuenta de su antijuricidad, queda claro, según lo anteexpuesto,
que será tarea del psicoanálisis dar cuenta de cómo se subjetiviza lo prohibido y cuáles
son las causas que llevan a los hombres a precipitarse en ese cono de sombras de lo
ilícito, cono de sombras íntimamente ligado al amor, a la culpa y al inconsciente.
Aquí es preciso retornar a nuestro punto de partida, la cuestión de lo prohibido materia del
derecho penal.
Desde este campo, dirá el jurista Legendre que es preciso dar respuestas acerca del "(...)
mecanismo que liga al sujeto con las categorías lingüísticas del derecho y con los
significantes judiciales de la genealogía" (LEGENDRE, P. 1994, p 36). Son ellas las que
inscriben en la subjetividad lo prohibido –que de alguna manera está instituido por el
lenguaje aún antes que el sujeto advenga al mundo–, porque si un nombre le espera, ese
nombre ya es efecto de una legislación que lo inscribe en una cadena genealógica
simbólica.
El crimen que hace su travesía hacia dentro mismo del campo de lo prohibido, precisa un
sistema simbólico–normativo que de cuenta de su realidad concreta desde el marco de la
ley que funda y respalda toda sociedad, ley inscripta en las estructuras que se transmiten
inconscientemente por el lenguaje. Ley, sistema simbólico y lenguaje preceden la llegada
del sujeto al mundo y demarcan desde un principio el campo de lo interdicto.
Toda sociedad precisa contar con este dispositivo que delimita lo prohibido, ya que sin él
se destruiría. Quienquiera que cometa un crimen y se precipite hacia el despeñadero de lo
prohibido, no hace un simple acto individual, su acto sacude a la sociedad toda, pues su
accionar "pone en cuestión lo prohibido, (y) por ser imputable a alguien, debe ser
relacionado con el principio de legalidad" (LEGENDRE, P., 1994, p. 39).
Nuevamente aquí han de encontrarse el discurso psicoanalítico y el jurídico. Si bien el
psicoanalista se preocupa por la subjetivación del crimen, no deja de interrogarse por la
objetivación del crimen. Allí se encuentra con la preocupación del jurista quien atiende las
formas legales que declaran la antijuricidad de un acto, pero también considera importante
atender a una semiosis de las formas culturales por las que se comunica a la subjetividad la
cuestión de lo prohibido, y cómo esta puede dar cuenta de ello (de lo prohibido).
Tanto la formulación del inconsciente y su legalidad, como la formulación del Edipo que
puede resumirse en el necesario anudamiento del sujeto a la ley que interdicta incesto y
parricidio, han permitido en este siglo instituir la causalidad psíquica: demostrar que el
sujeto no es ajeno a las tentaciones que lo ligan a lo vedado. Sea culpable por desearlas,
o culpable por actuarlas –lo que sin duda no es lo mismo–, son infinitas las motivaciones
o las aparentes inmotivaciones que pueden precipitar al sujeto hacia allí.
Es aquí donde el psicoanálisis contribuye al discurso jurídico, porque cuando este define
cuál es el genero de hombre del que se ocupa, no puede desconocer la causalidad
psíquica de ese hombre: no es el hombre absolutamente libre y dueño de sus actos, y no
puede deliberar absolutamente consigo mismo. Sin embargo esa misma causalidad
psíquica indica que el hombre es responsable de la "posible" deliberación de la que no
puede sustraerse, ya que no puede dejar de interrogarse por la implicación e involucración
que le cabe en cada uno de sus actos.
Para Legendre, "el derecho penal es un efecto de la representación social de lo humano, e
incluye a la teoría psicológica de la culpa y el pecado, como también a la concepción
normativa: el interprete de los textos está en la posición legal de ser también, al mismo
tiempo intérprete del sujeto" (LEGENDRE, P., 1994, p. 41). Puede colegirse de esto que
quien pretenda interpretar al sujeto no puede desconocer la estructura fundamental que lo
sostiene: cuerpo y lenguaje hablan desde él en una declaración perpetua que es preciso
saber escuchar. En suma, saber escuchar cómo el sujeto se declara y los mil y un
vericuetos por los que se deslizará su declaración.
Aquí se hace necesario retornar a la compleja cuestión de la causalidad, que no se limita a
la causalidad psíquica. Legendre abre un camino de indagación inagotable cuando afirma
que el principio de Razón de una sociedad "es la construcción cultural de una imagen
fundadora gracias a la cual toda sociedad define su propio modo de racionalidad, es decir,
su actitud ante el problema humano de la causalidad. Esta construcción produce un cierto
tipo de instituciones, una política de la causalidad, de la que procede el montaje de lo
prohibido que llamamos en Occidente el Estado y el Derecho" (LEGENDRE, P. 1994, p. 43).
Es justamente por ese principio de Razón y su institucionalización que una sociedad no es
una suma de individuos sino una composición histórica de sujetos diferenciados, al mismo
tiempo que cada uno de esos sujetos diferenciados lleva en sí la impronta de aquel principio
de Razón... y la culpabilidad está a su servicio.
Juzgar a alguien como culpable no es sino dirigirle la semiosis del discurso de las formas –
ligadas a las formas de la ley simbólica– gracias a la cual todo sujeto está aprehendido y
castigado por adelantado. En ese sentido la culpabilidad subjetiva no es sino el resultado
de la traza de la ley y el lenguaje que necesariamente se inscribe en todo sujeto. Esto no
debe hacernos desconocer que la manera en que se juega esa inscripción en cada
subjetividad tiene infinitas coartadas, y por eso es preciso saber escuchar.
En la sociedad, la armazón estructural del principio de la ley simbólica gobierna a la vez lo
institucional puramente social y lo institucional subjetivo. Acaso convenga resaltar la
expresión de lo "institucional subjetivo", porque si el sujeto humano, como sujeto del
inconsciente y sujeto del lenguaje, está amarrado a una legalidad, ello deja afuera
cualquier concepción que quiera pensarlo como un individuo desamarrado del lazo social o
exiliado de la ley y del Principio de Razón.
Esto tiene una incidencia muy importante en la cuestión de la culpabilidad donde se
entrecruzan lo institucional social y lo institucional subjetivo, ya que la culpabilidad subjetiva
es una respuesta al andamiaje de la ley que responde al Principio de Razón. Pero una
respuesta que no puede ser globalizada ni estandarizada ya que utiliza muchísimos ardides
para hacerse presente.
Por ello, ante un crimen el sujeto, dirá Legendre, comete su falta dos veces: la primera vez
es el criminal el que actúa y la segunda vez es el culpable el que actúa. Ante esta lúcida
manifestación del jurista, prefiero indicar que, en realidad, el autor de un crimen comete su
falta al menos tres veces:
La primera vez es el culpableel que actúa y mueve al criminal.
La segunda vez es el criminal el que actúa y satisface al pecador.
La tercera vez es el responsableel que podría interrogar al criminal.

Visto así el homicidio debería ser condenable en tres dimensiones:


1. El culpable, que desborda los límites de la ley que regula la lógica de lo prohibido.
2. el criminal, que es juzgado y condenado por el Derecho que así objetiviza el crimen.
3. el asentimiento del responsable , esto es, el culpable y condenado por la penitencia,
puede subjetivizar su acto responsabilizándose por él.
Con lo cual es preciso que se constituyan tres tribunales, que en principio deberían actuar
en correlación:
1. el foro interno (del culpable). De él puede ocuparse el psicoanalista.
2. el foro externo implementado por el aparato judicial. De él debe ocuparse el juez.
3. el foro interno-externo: el culpable que subjetiviza el crimen y da respuestas a lo social.
De él se ocupan el psicoanalista y el juez.
Sólo de esta manera podría respetarse la aseveración del principio jurídico moderno que
reza: “nulla poena sine culpa” –no hay pena sin culpa– y que en la versión del derecho
canadiense tiene su expresión en la máxima que dice: "El acto no hace al acusado, si la
mente no es acusada". («Actus non facit reum nisi mens sit rea»). Así, el crimen no supone
sólo el cumplimiento de un acto material (actus) sino también una implicación subjetiva
(mens rea).

6. Hacia una psicopatología del acto criminal : Crimen, culpa, responsabilidad y


sanción penal

A partir de todo esto propongo, para la indagación de la psicopatología del acto delictivo, la
indagación de tres ejes:
1. El acto criminal;
2. Motivación o inmotivación del mismo y
3. La sanción penal y sus consecuencias en la subjetividad.

Por lo cual, y otorgando preeminencia al análisis de las prácticas discursivas en los


expedientes judiciales, será importante indagar y detectar si el sujeto acusado de un crimen
plantea las siguientes seriaciones:

1. crimen culpa responsabilidad ----- sanción penal.


2. crimen culpa ––––––––––––––––----–––––– sanción penal.
3. crimen –––––––––––––––––––––––––––––--––––– sanción penal.

En el caso 1 se logra una implicación subjetiva plena, dado que la sanción penal logra
subjetivizarse en relación al acto y de esta manera la subjetividad inscribe una articulación
entre su falta y lo que señala la ley.
En el caso 2, se logra una implicación subjetiva parcial, dado que el sujeto reconoce su
culpa, pero no se hace responsable del acto y de esa manera la sanción penal corre el
riesgo de no obtener su subjetivación.
En el caso 3, al quedar desarticulado el acto criminal de la sanción penal, y expulsada
cualquier implicación, el sujeto queda ajeno y forcluido del acto, lo cual supone un alto
riesgo, ya que en tal caso queda propenso a la repetición ad infinitum de la actuación
criminal.

Si el sujeto no reconoce y se hace cargo de su falta, será difícil que pueda otorgar
significación alguna a las penas que se le imponen, y por lo tanto a las consecuencias de
su acto criminal. Podrá cumplir automáticamente las sanciones pero sin implicarse o
responsabilizarse de aquello de que se le acusa y penaliza. La falta de reconocimiento y
significación del castigo lleva a redoblar la tendencia al pasaje al acto criminal, y por eso es
fundamental que en cualquier “base de datos del sistema penal” se incluyan nuestros
planteos, no sólo en lo que hace a la psicopatología del criminal y su discursividad, sino
también en lo que se refiere a una semiosis de los dispositivos sociales que hacen posible
la sanción y, finalmente, al saber de los jueces que califican los comportamientos y asignan
las penas.
Es posible investigar la cuestión del asentimiento subjetivo del criminal vía su discurso y las
prácticas discursivas que en torno a él provocan las sanciones penales. Si el sujeto asume
en su discurso cuál es el lugar que le cabe en el banquillo de los acusados, es posible que
asuma responsablemente sus faltas y se reintegre, purgando sus culpas, a la sociedad que
lo condenó; si, en cambio, expulsa de su discurso cualquier implicación subjetiva, deja la
punición a cargo del juez y los aparatos sociales, lo que llevará a potenciar su acto criminal.

En lo que corresponde a esta cuestión, consideramos importante la contribución de


Legendre sobre la "triangulación del sujeto inculpado" con el cual el jurista abre el lugar que
le corresponde al psicoanalista en el proceso. El esquema es simple: el acusado (1), hace
frente a su acusador (2), y responde por el crimen ante sus jueces (3), los que tienen el
oficio de dar "una sentencia jurídicamente fundada" en la interpretación del caso a la luz del
"corpus de los textos" (4), que aparece como referencia absoluta, o lo que desde el
psicoanálisis designamos como el gran Otro (A). De esa manera se rompe con cualquier
especularidad imaginaria en el proceso judicial, y se incluye una terceridad que opera
desde la interpretación de los textos; en suma, se incorpora una legislación simbólica,
ajena a cualquier arbitrariedad o venganza:

Corpus de los textos (4)

jueces (3) Campo psi

Acusador (2) Acusado ( 1)

Visto así, el lugar de los jueces es objetivar, desde la interpretación del corpus de los textos,
la culpabilidad o inimputabilidad del acusado –su acto es un acto de justicia y no un acto de
venganza–, en cambio los expertos del campo "psi", los psicoanalistas en este caso,
pueden contribuir con el juez en el trabajo de interpretes, aportándole la significancia de lo
que se jugó en la subjetividad del "reo" y dirimir si este puede hacerse responsable de su
acto. Y en este sentido es importante el lugar del rito, las liturgias, en tanto
escenificaciones del proceso, procuran una semiosis de los montajes de la cultura ya que
posibilitan al reo subjetivizar su falta, declarar su implicación en el crimen y, de esa manera,
socializar la culpa, esto es, hacerse responsable y dar respuestas en la penalización y en
los compromisos con las instituciones y la sociedad a las que pertenece por su pecado.
Esta es la única manera de no dejar la culpa en estado mudo, haciéndola circular por el
campo de lo simbólico y lo imaginario. Si el sujeto queda desimputabilizado o
despenalizado, lo único que se hace es promover la desubjetivización.

Retomemos, ahora, lo puntualizado en la primera parte y afirmemos que, en la


culpabilidad (como en el amor) el sujeto se declara:
 miembro de una sociedad no hace lo que quiere.
 miembro de una genealogía pertenece a una serie institucional.
 sujeto responsable de sus actos no es un autómata y su acto no es
automático.

En conclusión: la cuestión de la culpabilidad, de una u otra manera, está al servicio de la


legitimación del lazo social. El sujeto de la falta, es decir el sujeto afectado por la culpa,
dispone o está en condiciones de disponer de sus actos en virtud del proceso de
subjetivación posible, esto es, de un asentimiento subjetivo que se asienta en la posibilidad
de deliberación consigo mismo: en su posibilidad de declaración. Y es que porque pudo y/o
puede deliberar con el Otro de la ley puede deliberar consigo mismo y esto le permite
declarar su falta y recibir una sentencia jurídicamente fundamentada. O, a la inversa, esta
sentencia le permitirá subjetivizar su falta y, así, su crimen no se mantiene impune.
Siendo la culpabilidad un saber sobre las imágenes fundadoras de la ley que permiten el
sujeto reconocer consciente e inconscientemente su relación con lo permitido y lo prohibido,
será esa culpabilidad la que lo ubica como reo en condiciones de declarar y declarar–se en
falta.
El acto de la declaración del sujeto será el testimonio más importante en tanto conlleva
algunas claves de su verdad, por ello las liturgias del juicio deberán complementarse con
las contribuciones que puedan hacer a ello el psicoanálisis y la semiosis social, esto es, la
posibilidad de abrir el campo de las significaciones que el reo otorga a su acto y a la
sanción del juez. A esas significaciones es posible acceder por las vías de las prácticas
discursivas que surgen desde los distintos dispositivos que hacen al proceso jurídico y que
se asientan en el expediente judicial. En suma; se trata de construir toda una semiología
de las formas culturales por las que se expresa la subjetividad, a sabiendas que la
declaración y la significación posible del delito tienen límites en el plano semántico y en el
plano de las formaciones del inconsciente, no todo puede decirse ni todo puede
significarse. Al fin, como afirma Lacan, “de ningún modo se debe abordar frontalmente la
culpabilidad, salvo transformándola en diversas formas metabólicas”, (LACAN, J. 1956-57,
p. 281) formas estas que no dejan jamás de producirse.

Notas Bibliográficas

FREUD, Sigmund (1912). Nota sobre el concepto de inconsciente en psicoanálisis. O.C. Vol. XII,
Buenos Aires: Amorrortu. 1980
LACAN, Jacques: (1950) Introducción teórica a las funciones del psicoanálisis en criminología. Escritos

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LACAN, Jacques: (1960-61)
Le Seminaire, Livre VIII, Le transfert. París: Seuil, 1991.
LACAN, Jacques: (1974-75) Seminario XXII. R.S.I. Inédito.
LACAN, Jacques: (1956-57) Seminario IV. La relación de objeto. Barcelona: Paidós, 1994.
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