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Aspectos psicológicos

de la envidia
Por
Juan José Ruíz Sánchez
-
03/02/2016

Imagen: Padres Facilísimo


El conocido filósofo español Fernando Savater (1991) afirma que
la envidia “es la virtud democrática por excelencia” y que por ello
no debe verse como pecado siguiendo los cánones tradicionales.
Gracias a ella se evita que otros tengan más derechos que uno/a
mismo empujándonos a todos a buscar la igualdad social. Por ello,
según Savater, habría que considerarla más una auténtica virtud
que un vicio. Incluso este filósofo relata cómo la envidia le ayudó a
emular y desear parecerse a determinados intelectuales que ha ido
admirando a lo largo de su vida, y cómo esto le ha ayudado a su
propio desarrollo personal.

Las afirmaciones de Savater, reconociendo sus aportaciones, como


veremos al hablar de la “envidia mimética”, son cuestionables. Por
lo pronto parece confundir envidia con admiración, y por otro,
contradice la experiencia real y directa de muchas personas que
han padecido o recibió los actos envidiosos.

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La gente no suele reconocer que tiene envidia y, a lo sumo, afirma
que solo tiene “envidia sana”, si es que eso realmente existe. Nadie
va a la consulta del psicólogo quejándose de que tiene envidia. Las
demandas psicológicas habituales suelen ser por “depresión”, y
solo en el despliegue biográfico de la persona al ir relatando
distintos aspectos de su vida, en un clima de confianza y
seguridad, aparece muchas veces la presencia de la envidia hacia
otros, casi siempre próximos (hermanos, familiares, compañeros
de trabajo, etc.).
La mayoría de los psicólogos y psiquiatras, y aún más los de
orientación psicoanalítica, han destacado los aspectos destructivos
y patológicos de la envidia. Rattner (1974) describe cuatro formas
generales de envidia: la envidia entre los hermanos (que tiene un
origen en las experiencias de la infancia), la envidia entre los sexos
(dado que la cultura ha valorado más lo masculino en general), la
envidia entre los compañeros de trabajo (que da lugar a no pocos
casos de “mobbing” o acoso laboral) y la envidia fomentada
socialmente (el espíritu competitivo de la sociedad de consumo).

¿Y cuáles son los orígenes y causas de la


envidia?
Por lo pronto, hay que situar su origen en las experiencias del
niño/a en su tierna infancia. Algunos psicoanalistas como M.
Klein (1957) consideran que la envidia tiene su raíz en el primer
objeto de importancia para el niño: su madre. El niño distingue
entre el “pecho bueno” cuando su madre le amamanta y sacia su
deseo de hambre, y el “pecho malo”, cuando su madre frustra su
deseo de saciarse; siendo esto universal y relativamente
dependiente de los cuidados que realice la madre. De hecho, otros
autores han insistido más aún en el papel de las primeras
experiencias de frustración del niño (Ferenczi, 1913; Rank, 1924).
El psicoanalista español Guerra Cid (2004, 2006) afirma que en la
historia personal de quién padece envidia aparece una intensa
frustración que aumenta cuando el otro tiene lo que él anhela. Ese
deseo, salvo en personas con mentalidad más simple, no suele ser
de las cosas materiales que el otro posee, sino más bien de sus
cualidades que le permiten tener la admiración y bienes
materiales.

El gran envidioso suele desear, fantasear y hasta llevar a cabo,


acciones de perjuicio o destrucción dirigida al envidiado. Es un ser
amargado incapaz de aceptar sus limitaciones, al que habría que
aplicarle el refrán tradicional de “Dime que envidias y te diré de
qué careces”. La persona con envidia suele utilizar una curiosa
“racionalización” para mantener su estado de envidia: argumenta
que en su vida ha tenido mala suerte y que el envidiado, por el
contrario, ha sido agraciado por la buena suerte.

Si se mira despacio en la vida del envidioso suelen ser frecuentes


las experiencias de múltiples fracasos en su vida amorosa, laboral
y social; y no precisamente a causa de la mala suerte sino por no
contar con numerosas variables de la realidad para tomar sus
decisiones, precisamente por su baja tolerancia a la frustración y
su deseo de tener las máximas satisfacciones en el plazo más
inmediato. Desde esta óptica, la “envidia sana” no existe, solo hay
una y es “patológica”.

El carácter enfermizo de la envidia ha sido considerado incluso en


la tradición escolástica tomasiana. Según el psicólogo tomista
Martin Echevarria (2005), la envidia es una forma enfermiza o
viciosa de la tristeza desordenada que deriva de la vanagloria de
querer tener siempre más y de poseerlo todo; y que tendría dos
causas (siguiendo al aquinate): una intelectual o cognitiva
(desconocimiento de los propios límites y cualidades) y otra
afectiva (el temor a fallar en lo que se considera que supera las
propias capacidades).
También en muchos casos se añaden verdaderas tradiciones
familiares de envidiosos que educan al niño en el resentimiento
hacia el envidiado. Si en ese ambiente familiar y hasta escolar, se
prima mucho comparar al niño con las cualidades de otro, la
envidia estará servida y el daño al niño realizado.

Artículo recomendado: Formas de promover la creatividad en los


niños son más naturales para algunas madres

Pero sin duda, uno de los psicólogos y psiquiatras que más han
estudiado la envidia ha sido Alfred Adler. Para éste, la envidia se
configura en una atmósfera familiar infantil donde prima la
competitividad y donde la rivalidad entre los hermanos es
frecuente. Los niños mayores y menores suelen ser los más
vulnerables a la envidia en ese contexto. El hermano mayor
porque ha sido “único” objeto de privilegio y atenciones, y ahora
se ve “destronado de su reinado” por la venida de otro hermanito
con el que rivaliza; y puede recurrir a “apaños” como “ser ahora
muy malo”, “orinarse encima” y otras estratagemas conscientes e
inconscientes para recuperar el trono de atenciones y afectos
perdidos. También el menor porque suele ser objeto de mimos y
protección excesivos que cuando sale del ambiente familiar
habitual tiene que afrontar un mundo despiadado, difícil y
frustrante.

Y, por último, podríamos hablar de la envidia no solo como afecto,


sino como una forma de conducta, y hasta como forma de
conducirse por la vida que no solo tiene sus “causas”, sino también
sus efectos, consecuencias o funciones finalistas” (Marino Perez,
2004). La envidia, desde esta perspectiva, cumple un papel social
relacionado con la “función de regulación del poder”.

Habría que distinguir aquí entre una “envidia mimética” donde no


solo es importante el objeto del deseo para el propio envidioso;
sino que el objeto del deseo es aún más deseable cuanto más sea
deseado por otros. La función aquí es orientar los objetos que son
deseables y valiosos según la sociedad del momento en cuestión.
En la sociedad de consumo esos objetos del deseo son “creados
continuamente” sin remitir a necesidades reales, y tienen un claro
exponente en los medios de comunicación y la publicidad.

Y, por otro lado, estaría la “envidia maléfica” donde se desea que


el otro pierda lo que tiene sin que sea necesario tenerlo uno
mismo. En este caso, la envidia está muy relacionada con las
comparaciones sociales con otros donde el “rebajamiento del otro”
cumple con la función o finalidad de la propia afirmación;
operando en una especie de equilibrio tanto real como imaginario.
El hecho es que ambas formas de envidia pueden convivir en la
misma persona y sociedad. Incluso hay quien “provoca” la envidia
en otros haciendo “ostentación” de bienes materiales o cualidades
como una forma de sentirse superior al envidioso.

En suma, afirma Marino Pérez (2004), para que se dé la envidia


tiene que haber una serie de causas antecedentes: incluyen la
presencia de objetos deseados que pertenecen a otros,
desigualdades que hacen evidente la inferioridad de otros casi
siempre próximos y/o el afán insaciable de igualdad en sociedades
democráticas; y una serie de consecuencias o funciones: orientar a
objetos de consumo social deseables, equilibrio real o imaginario
de la propia inferioridad y/o sentimiento de superioridad ante el
otro.

¿Y tiene remedio o solución la envidia?


Para la opinión del psiquiatra cordobés Castilla del Pino (2000) la
envidia es intratable e incurable. Para otros especialistas el asunto
no es tan pesimista, pero debe contar con varias condiciones. Para
la persona que ya está en tratamiento (y no precisamente por
admitir su envidia como apuntábamos al principio), ésta debe
admitir su propia identidad, con sus limitaciones y cualidades; lo
que conllevará “resistencias y defensas frecuentes” y será un
trabajo psicológico duro y difícil, pero no imposible. Para los
padres y educadores será muy importante en plan preventivo
trabajar las conductas de solidaridad y cooperación desde las
primeras fases de la vida de los niños; aquello que Alfred Adler
llamó “sentimiento de comunidad o interés social” (Ruiz, Oberst y
Quesada, 2006). Pero bien es cierto que la sociedad en general no
está por esa labor y el “complejo de Caín” seguirá haciendo mucho
daño a esta y a las próximas generaciones, por lo que el trabajo es
inacabable.

Articulos recomendados:
–¿Existe envidia de la buena?
–El lado bueno de la envidia.
BIbliografía:

 Alfred Adler: El sentido de la vida. Miracle, 1935


 Francisco Savater: Ética para Amador. Ariel. Barcelona 1991.
 F. Oliver Brachfeld: Los sentimientos de inferioridad. Editorial
Apolo. Barcelona, 1936.
 Juan J. Ruiz , Úrsula E. Oberst y Antonio M. Quesada: Estilos
de vida. El sentido y el equilibrio según la psicología de Alfred
Adler. Paidós. Barcelona, 2006.
 Josef Rattner: La persoalidad del hombre. Orientaciones
psicoterapéuticas para el conocimiento de si mismo y los
demás. Ed. Mensajero. Bilbao, 1973.
 Luis Raimundo Guerra Cid: Esto no es un libro de autoayuda.
Tratado de la suerte, el amor y la felicidad. Descleé de
Brouwers. Bilbao, 2006.
 Luis Raimundo Guerra Cid: Tratado de la insoportabilidad. La
envidia y otras “virtudes humanas”. Descleé de Brouwers.
Bilbao, 2004.
 Marino Pérez Álvarez: Contingencia y drama. La psicología
según el conductismo. Minerva Ediciones. Madrid, 2004.
 Martin F. Echevarria: La praxis de la psicología y sus niveles
epistemológicos según Santo Tomás de Aquino. Documenta
Universitaria. Girona, 2005

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