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L A M A D U R E Z

CONDICIÓN PARA EL LIDERAZGO

Javier Abad Gómez

1
I N T R O D U C C I Ó N

Su madre estaba inquieta. Aquel hijo se empeñaba en contraer


matrimonio, aunque las circunstancias parecían desaconsejarlo. Él
tampoco, a pesar de su decisión ya tomada, parecía muy convencido
de qué era lo mejor.

El padre, durante dos días de viaje por diversas ciudades, le


había hablado de la vida. Quería prepararlo para el nuevo estado
que pronto habría de emprender. El muchacho oyó con atención todo
lo que su padre le dijo. Habló poco.

Al regreso, pasaron por un supermercado para llevar algunas


cosas que se requerían en el hogar. El hijo se separó para comprar
también lo suyo.

- ¿Sabe qué compró?, comentaba la madre asombrada:

- ¡Cuerda para su yo-yo!

***********

El ser humano es un ser único, irrepetible. Sólo él, entre


los demás de la Creación, ha sido hecho en razón de sí mismo: está
dotado de una dignidad especial, que lo hace merecedor de respeto
y profunda consideración. Tiene, además, capacidad para responder
personalmente de sus propias acciones y llamado a una misión
concreto, que nadie podrá cumplir en nombre suyo.

Es igualmente un ser a quien no le basta el mero crecimiento


para llegar a su plenitud. No estará nunca acabado, perfecto, sino
que deberá hacerse cada día en un proceso singular que no termina:
la necesidad de luchar y de aprender, de formarse y de corregir
los errores, de comenzar y de recomenzar, lo acompañará a lo largo

1
de toda su existencia. En cuanto ser finito y contingente tiene
conciencia de que su tiempo sobre la tierra es limitado: ese
espacio, deberá aprovecharlo para llegar hasta la meta, y realizar
la vocación para la que cada uno es traído a la tierra.

En el hacerse del hombre y de la mujer, al superar cada


situación o sucumbir ante ella, la personalidad va adquiriendo la
madurez que se requiere para conducir la vida hacia su propio fin.
En ese proceso, que dura toda la parábola de la existencia, hemos
comprobado la influencia de infinidad de factores: de tipo
orgánico y genético, de carácter familiar o social, del influjo
del ambiente. Cada uno influye más o menos en el desarrollo de la
personalidad, aunque nos parece que ninguno la define de manera
inexorable ni la determina fatalmente.

En este proceso ha de enfrentar, con no poca frecuencia,


situaciones críticas que reclaman una postura coherente con su
dignidad de persona y con el sentido que ha de dársele a la vida
humana. Muchas son las lágrimas que educadores y padres de familia
debemos enjugar, ante la angustia o desesperación que manifiestan
los adolescentes y los jóvenes por hechos que, a la corta o a la
larga, acaban por definirse inmotivados. Sin embargo, con visión
de personas adultas y de mayor experiencia, comprobamos casi
siempre la importancia de tales situaciones críticas, para elevar
y darle sentido al existir. No importan tanto los acontecimientos,
como la actitud que se tome ante ellos.

Nos damos cuenta de que, desde muy pronto, el empleo de la


inteligencia, de la voluntad1, del corazón, de los afectos y del
deber del trabajo bien hecho, constituyen factor decisivo en el
uso de su libertad y en el desenvolvimiento personal. Ese ser
inacabado e inacabable que cada uno es, depende, en primer lugar,
de nosotros mismos, si pretende llegar hasta la madurez.

Son muy diversas las situaciones que, quienes nos dedicamos


profesionalmente a la educación, tenemos que plantearnos de una
manera directa:

-¿Será suficientemente maduro para resolver solo sus asuntos?


-¿Le estaremos ayudando de verdad para enfrentarse con
responsabilidad a las circunstancias que le depare la vida?

1 Cf. La educación de la Voluntad, Ediciones Tacurí, n. 2, Cali


1993

2
-¿Sabrá asumir su libertad de una manera coherente con los
valores que hemos procurado forjar en él?

-¿Llegará a ser, con el paso del tiempo, el líder que


quisiéramos que fuera?

En mis conversaciones con las profesoras del Liceo Tacurí nos


hicimos con frecuencia estas y otras preguntas semejantes, a lo
largo de nuestro trabajo pedagógico. Queriendo encontrar una
respuesta adecuada, llegamos al tema de la MADUREZ.

En las páginas que siguen, encontrarás querido lector la


respuesta que elaboramos y que ponemos confiadamente en las manos
de los padres de familia, primeros responsables de la educación de
sus hijos. Pautas que ofrecemos, con sencillez, a los miembros de
la comunidad educativa de la Asociación para la Enseñanza –ASPAEN-
y de todas las instituciones que, en nuestro país están vinculadas
al proceso educativo de la juventud.

A. A QUE LLAMAMOS MADUREZ

Al intentar definir la Madurez, en lo primero que nos ponemos


de acuerdo es que no es posible dar una definición que satisfaga a
todos. A lo largo de estas páginas irán apareciendo descripciones
de lo que - con la limitada extensión de la palabra humana -
consideramos indispensable en una persona madura.

Al referirse a la Madurez, los textos mencionan aquel estado


-raramente alcanzado y siempre precario- de perfección, bien sea
en el plano intelectual como moral, en relación con las virtudes
humanas y las sobrenaturales, en el orden de los fines y de los
medios, en la teoría y en la capacidad práctica, en lo contingente
y en lo que trasciende la vida temporal. Estado en el que la
persona, iluminada por la razón y conducida por la voluntad libre,
enriquecida por la experiencia, sabe distinguir lo esencial de lo

3
accesorio y posee la suficiente disciplina interior para encarnar
esta distinción en la conducta.

A veces, denominan madurez a la sabiduría; al criterio


sólido; a la seguridad y serenidad de la conducta ante
situaciones inesperadas; a la capacidad de respuesta siempre
coherente con el sentido de la propia vida. En todo caso, siempre
se hace relación a la superación del infantilismo que se
caracteriza por la irracionalidad, la discontinuidad, el abandono
a los impulsos inmediatos, la ausencia de responsabilidad, el
dejarse llevar por lo meramente sensitivo, por los impulsos de la
sensualidad.

Se quejaba aquel buen ebanista de su primo Roberto, por su


falta de madurez:

- Lo he puesto a mi lado, decía con amargura, porque, aunque ya


tiene 28 años, actúa como un muchacho de quince. Le falta respon-
sabilidad, es inestable, inconstante en todo lo que emprende. ¡No
sé que voy a hacer con él! El año pasado comenzó un pequeño
negocio de salsamentaria y, por falta de entereza y reflexión, lo
vendió a los seis meses con una tremenda sensación de fracaso.
Todavía no se le puede confiar nada de valor, porque uno no sabe
cómo va a responder, con qué va a salir.

Tantas veces hemos visto situaciones análogas. En cuántas


oportunidades no hemos encontrado personas que dan la sensación de
inseguridad, desconfianza y recelo; inestables, nerviosas, llenas
de ansiedades y angustias; cambiantes de opinión; irascibles.
Mujeres-niñas (hombres-niños), que manifiestan con su conducta que
no han madurado lo suficiente para que se pueda confiar en ellos.

Siempre nos hacemos la misma pregunta: ¿Cómo ayudarles?


¿Cómo orientarlos en ese proceso que se inicia antes del despertar
de la razón y debe culminar en una personalidad segura, firme,
responsable, fiel, serena, generosa? En una persona madura.

La respuesta a todas estas cuestiones, intentamos darla


en las páginas siguientes. Consideramos rasgos de una personalidad
madura: el conocimiento y la aceptación de sí mismo, la seguridad
en lo que se quiere, la fidelidad a los compromisos; contemplamos
dicha madurez en personas que no se dejan arrastrar, sin
raciocinio, por influencias exteriores, porque saben decidir

4
personalmente; que saben reflexionar, pero no son vacilantes en
sus resoluciones; sinceras y claras en sus palabras y en sus
actos; que no se dejan engañar por la mentira, por la adulación ni
el vituperio; que asumen el trabajo no como carga sino como servi-
cio, como compromiso creador; y el amor como entrega generosa, y
no como infantil esclavitud a la pasión y a los sentidos. Dotadas
de una plenitud interior que atrae y cautiva, una estabilidad de
ánimo que da confianza; que son capaces de tomar decisiones, que
producen seguridad; juzgan con libertad y rectitud, actúan con
responsabilidad, y aceptan las consecuencias de sus actos.

Son muy variadas las características en las que quizás muchos


estemos de acuerdo que señalan a la persona madura:

* controla su mal genio y no se deja arrastrar por la ira


* resuelve sus conflictos, sin violencia
* es paciente ante las contrariedades y contradicciones
* persevera en sus propósitos
* no se descorazona ante los obstáculos
* no se siente frustrado por un fracaso y recomienza ense-
guida
* ante situaciones adversas, no se dedica a lamentarse: las
enfrenta y trata de superarlas
* reconoce cuando estaba equivocado, y sabe pedir perdón si
ha hecho daño
* sabe comprender, disculpar y perdonar los errores de los
otros
* no se contenta con primeras piedras: porque no vive de
sueños irrealizables, ni de buenas intenciones
* toma sus propias decisiones y pone todos lo medios para
llevarlas a cabo
* cuando da su palabra, la cumple; en la amistad es leal; en
sus compromisos, fiel; en sus deberes, responsable
* jamás se defiende con disculpas o justificaciones
* pide consejo, sin sentir humillación por necesitarlo
* ama la libertad y en su corazón no encuentra cabida el
fanatismo
* Sabe amar con amor fiel y duradero.

La persona madura comprende que siempre ha de estar en


proceso de perfección, y sabe enfrentar todas las situaciones con
actitud de cambio en lo accidental o adjetivo, y permanencia fiel

5
en lo esencial o sustantivo. Comprende que, para caminar hace
falta un pie firmemente asentado en el suelo y el otro, en
equilibrio inestable, hacia adelante.

Entendemos que es madura la mujer, o el hombre que conocen el


alma humana, intuyen las dificultades y se anticipan a los
problemas, facilitan el encuentro y el diálogo, merecedores de
confianza y fáciles para colaborar con los demás; cuyos juicios
suelen ser serenos y objetivos.

En cambio entre los inmaduros vemos con frecuencia la timidez


o la arrogancia; la cobardía, que llaman ellos mismos prudencia;
la mentira y la simulación, que califican de sagacidad; desleales,
aunque se llamen independientes; infieles, aunque proclamen
abusivamente que son libres; con poca capacidad de trabajar y de
ser útiles, aunque con desparpajo llamen astucia a su solapada
actitud.

Para alcanzar la madurez se hace necesario educar en el


respeto por la verdad, la lealtad, el reconocimiento de la
dignidad de la persona, el sentido de justicia, la fidelidad a la
palabra dada. Además, la madurez está vinculada con la educación
en el amor, con una afectividad ordenada y serena, verdadera
compasión - misericordia -, coherencia y, en particular,
equilibrio en el juicio y en el comportamiento2.

Todo lo anterior nos habla de la necesidad de desarrollar


armónicamente la personalidad, por medio del ejercicio de las
virtudes: esas cualidades buenas que, con su práctica se
convierten en hábitos de comportamiento, estables y fácilmente
utilizables en todas las instancias de la vida. No sólo las
cualidades naturales, sino también aquellas que son consecuencia
de una educación integral, que alcanza todas las dimensiones del
ser: el cuerpo y el espíritu, lo temporal y lo eterno.

Entre las virtudes necesarias en la persona madura,


encontramos, entre otras: la fe y la confianza, el optimismo y la
esperanza, la generosidad y el don de sí, el amor, la laboriosi-
dad, la humildad, la sobriedad, la sinceridad, la lealtad, el
señorío sobre las pasiones, el espíritu de lucha, la alegría. Una
persona madura no se descuida en el ejercicio de ningún valor
humano.

2 Cf. Juan Pablo II, Exhortación Pastores dabo vobis, 1992, n. 43

6
En ese crecimiento interior y exterior, en esa batalla
permanente por superar defectos y limitaciones, se obtiene la
inteligencia de las cosas temporales y eternas; la firmeza y
serenidad, sin pueriles temores ante el futuro; la generosidad
para romper el estrecho círculo del egoísmo infantil; la capacidad
para entregarse al servicio de los demás, con olvido de sí mismo.

Paralelamente contemplamos en la persona que va madurando en


toda la integridad de su dinamismo espiritual, cualidades como la
prudencia, que sabe interpretar las circunstancias y discernir los
medios que, en cada momento, son adecuados y útiles para alcanzar
un fin; la justicia, que sabe dar a cada cual - superior, colega o
subordinado- lo que le pertenece o le corresponde; la fortaleza y
la templanza que armónicamente contribuyen a que se comporten con
firme estabilidad y dominio, con paciencia en las tribulaciones,
necesidades y angustias, con limpieza de cuerpo y de mente, con
generosidad y serenidad en medio de los rigores y exigencias de
una vida controvertida y esforzada.

Será, pues, madura la persona que logra la armonía - lo más


plena posible- entre su ser espiritual y corporal; entre sus
sentidos, pasiones, razón y fe; entre su contingencia y su
vocación de eternidad; sus virtudes humanas y las sobrenaturales.
En una palabra, sólo será madura la persona que alcance la unidad
de vida, la coherencia entre todas las manifestaciones que
expresan la riqueza del ser humano.

B. RASGOS QUE DEFINEN UNA PERSONALIDAD MADURA3

La madurez abarca a la persona entera, con todas sus poten-


cias. Por tanto, en el proceso de la formación es preciso que
madure el juicio, para no dejarse llevar por la primera idea
brillante, ni por los eslogans de una propaganda que presiona las
mentes débiles. También hay que ser maduros en la voluntad, para
3 Parte del esquema que utilizamos, está inspirado en el ensayo del
psiquiatra mexicano Ernesto Bolio, publicado en la revista ITSMO, con el
título: Personalidad madura.

7
actuar con responsabilidad, y tomar decisiones personales,
asumiendo sus consecuencias. Debe madurar igualmente la capacidad
de amar y de amistad, a lo que llamaremos madurez en el corazón4.
Y la afectividad, para no dejarse llevar por la primera sonrisa. Y
la conciencia moral, o sentido ético de la existencia. Y la
acción, para que la conducta sea clara, coherente.

Nos hemos detenido en cinco aspectos característicos en toda


actuación humana: la búsqueda de la verdad, oficio de la
inteligencia; seguimiento del bien, obra de la voluntad; capacidad
para el amor, tarea del corazón; dominio sobre las emociones, con
una afectividad madura; valoración ética y la obra bien hecha, en
las que termina la actuación personal. Son consideradas como seis
dimensiones de la madurez: madurez en la inteligencia, madurez en
la voluntad, madurez del corazón, madurez de la afectividad,
madurez moral y madurez en la acción. Con respecto a cada uno de
estos aspectos, encontramos diferentes rasgos que aparecen en una
persona madura, y le dan un perfil característico.

I. MADUREZ DE LA INTELIGENCIA

Lo primero que se observa en una persona madura es su


conocimiento claro de la realidad objetiva y de los principios Y
valores que guían sus actos. Corresponde ordinariamente a una
persona estudiosa, que sabe además sacar provecho de la
experiencia y no se avergüenza de acudir a la asesoría de quienes
considere mejor informados y prudentes.

Su primera manifestación de realismo la ofrece al conocerse


a sí misma. La persona madura admite sus limitaciones, acepta sus
errores y tiene capacidad para rectificar, porque asume las
consecuencias de sus actos. Esto le da seguridad, confianza, y lo
lleva a actuar siempre de manera equilibrada, coherente, libre y
responsable, sin rigideces ni exageraciones.

4 El corazón es entendido, en el presente contexto, como la sede del amor.


Distinguiéndolo no sólo de la voluntad sino también de la afectividad, que son
los dos aspectos a los que se suelen referir cuando se utiliza el término
corazón. Para una mayor ampliación del tema, el autor prepara un libro sobre
la Educación del Corazón.

8
El hombre o la mujer maduros saben adaptarse a las circunstancias
y enfrentan sus problemas - reales, objetivos: no imaginarios-
bien sea cediendo y concediendo, o por el contrario exigiendo
cuando lo ven preciso. No tienen que recurrir a artimañas para
resolver sus asuntos, porque siendo directos en sus propósitos,
tienen también la maleabilidad que les permite -a través de un
prudente rodeo- llegar al objetivo previsto.

La persona madura no se engaña a sí misma. No llama prudencia


a la cobardía; acepta sus compromisos con sentido de respon-
sabilidad; es sincera en la amistad; afronta con seriedad los
errores; no busca excusas ni disculpas para sus equivocaciones.
Una manifestación clara de inmadurez es la manía de querer
reformarlo todo y enseguida, con la presunción –con frecuencia
injusta- de que los antecesores actuaron mal, o fueron tontos 5.

Detengámonos en los que llamamos rasgos distintivos de


madurez en el juicio:

1. Objetividad

Es la aceptación de sí mismo y del entorno, que permite


situarse siempre frente a lo presente, sin deformaciones ni
mentiras. Incluye una visión amplia, una vivencia panorámica de la
vida, que capta toda la realidad con su conocimiento racional y da
cabida a los más variados intereses. Evita así lo que podríamos
denominar la unidimensionalidad de la existencia, deformación de
quienes contemplan su mundo - e incluso a los demás- sólo desde un
ángulo, desde un punto de vista parcial y subjetivo. Lo mismo que
la de ciertos "pintores modernistas, es la visión de ciertas
personas tan subjetiva y tan enfermiza, que trazan unos rasgos
arbitrarios, asegurándonos que son nuestro retrato, nuestra
conducta..."6

La persona objetiva sabe diferenciar las variadas facetas que


tienen todas las cosas, en su natural complejidad; da a cada
hecho su lugar y su importancia, tratando de encontrar la verdad.
Lleva consigo un adecuado aprecio de la realidad interior y
exterior. Con relación a la realidad interior, manifiesta un buen
conocimiento de sí mismo. Sabe cuales son sus virtudes y cuales
sus defectos. No duda en reconocerse, por ejemplo, generoso,

5 Cfr. Josemaría Escrivá, Camino, n. 858


6 Josemaría Escrivá, Camino, n.451

9
trabajador, alegre, optimista, leal, paciente; o en aceptar que no
es ordenado, ni constante, ni detallista, ni humilde.

La misma objetividad le lleva a reconocer sus habilidades


-entendidas como dotes especiales con relación a alguna actividad-
y sus limitaciones, derivadas de la finitud en la que se encierra
el ser humano. Distingue además las limitaciones de los defectos,
aunque ante unas y otros luche por superarlos: quien no tiene buen
oído para la música, puede, con perseverancia y a partir de
audiciones bien programadas y constantes, adquirir esa habilidad.

Con respecto a la realidad exterior, aquello que está fuera


de mí, frente a mí, la objetividad está en saber descubrir lo que
son las personas y los objetos, respetando siempre su naturaleza
propia y el fin de cada cosa. Es objetivo: quien reconoce en el
ser humano su carácter de sujeto, independiente y libre, nunca
objeto de manipulación, respetable en su integridad desde el
vientre materno, como consecuencia de ser imagen de Dios; quien
valora la dignidad de las relaciones conyugales y reconoce en
ellas una finalidad particular, puesta por el mismo que creó al
hombre y la mujer; quien distingue entre el matrimonio, contraído
de acuerdo con las normas que le confieren legitimidad, y la mera
unión accidental de dos personas.

Es también objetiva la persona que respeta la naturaleza,


como algo puesto al servicio de todos y no para disfrutarla de
manera egoísta; quien comprende el valor de los datos de la
ecología y respeta los bienes puestos a disposición de los hombres
de hoy, sin destruirlos negándoselos a los del mañana; quien no
usa un destornillador como martillo, ni un cuchillo como palanca,
porque sabe emplear cada cosa para su propio fin.

Por ser la objetividad una visión real de cada proceder


humano, en el que siempre existe un propósito, suele estar muy
relacionada con la sinceridad, o íntimo acuerdo entre nuestro
pensar, sentir, hablar y actuar. Lleva con frecuencia a pregun-
tarse por el correcto cumplimiento de nuestras tareas.

Un buen profesor o profesora que quieran ser objetivos, se


interrogarán, por ejemplo: ¿qué enseño, por qué, para qué, a
quién? ¿Cómo lo hago, cual función cumplo ante mis alumnas, ante
el colegio, ante la sociedad, ante la humanidad? ¿Soy feliz con lo
que hago?

10
Un alumno, se preguntará por lo que está verdaderamente
aprendiendo, por qué y para qué; sobre su compañerismo, su lealtad
y su capacidad de dar alegría a los demás; sus condiciones para la
amistad; su entrega y su disposición de sembrar amor, paz y
alegría en el corazón de todos...

El padre o la madre de familia, no dejará de pensar - o de


conversar con su cónyuge- sobre las amistades de sus hijos, lo que
están aprendiendo en el colegio, las lecturas que los
entretienen, las películas o programas de televisión que ven; las
razones de su mal genio, su tristeza, o sus silencios; la
verdadera causa de sus alegrías...

2. Autonomía

Podemos describir la autonomía como la capacidad de decidir


por sí mismo, teniendo en cuenta factores relevantes que definan
el curso que conviene dar a cada acción. Es capacidad de discer-
nimiento ante las posibles influencias exteriores, que lleva
aceptar las constructivas y a rechazar las que destruyen.

No entendemos por autonomía, la independencia total, espe-


cialmente con relación al fin que explica nuestra razón de ser, el
cual nos viene dado por el hecho de ser llamados a la vida y
destinados a una misión particular, que solemos llamar vocación.
Entendemos que para cada ser humano hay un proyecto de existencia,
que corresponde a cada uno realizar. Lo cual supone lucha
personal, capacidad de recibir talentos y de decidir responsable y
libremente sus acciones respecto al propio fin, aceptar las ayudas
que se nos puedan ofrecer.

La autonomía, como manifestación de madurez, se manifiesta en


el modo de actuar y comportarse: cierta estabilidad de ánimo ante
toda situación, claridad para tomar decisiones ponderadas, modo
recto de juzgar los acontecimientos y la gente. La persona madura
decide por sí misma, sin dejarse llevar por el qué dirán, ni por
las modas pasajeras (alguien definió la moda - no sin razón- como
la costumbre de vestir, o de comportarse, igual que los demás, con
el fin de sentirse diferente). Es autónomo quien sabe escuchar,
sin que lo que oye condicione necesariamente su personal decisión;

11
quien tiene capacidad de discernimiento ante posible influencias
positivas o negativas.

Esto requiere coherencia, para aplicar a cada acción concreta


un conocimiento anterior verdadero y seguro. Con el convencimiento
de que la ligereza, la desidia, la comodidad, el peso de los anti-
guos hábitos, la erupción del mal genio o el capricho, el miedo a
comprometerse, la facilonería de pensar o de comportarse siempre
según el modelo impuesto, todo esto, puede enturbiar una toma de
posición que tenga carácter verdaderamente personal e impedir la
autonomía en el comportamiento. Así se comportan los adocenados
que se resignan a permanecer en el montón incoloro de los cómodos
y vagos y despersonalizados. Tal indiferencia es esclavitud y
somnolencia impropia de un hombre o una mujer maduros.

"El que no escoge -¡con plena libertad!- una norma recta de


conducta, tarde o temprano se verá manejado por otros, vivirá en
la indolencia - como un parásito -, sujeto a lo que determinen los
demás (). El indeciso, el irresoluto, es como materia plástica a
merced de las circunstancias; cualquiera lo moldea a su antojo y,
antes que nada, las pasiones y las peores tendencias de la
naturaleza herida por el pecado"7.

Características de una persona autónoma, podrían ser:

* humildad para reconocer sus limitaciones, sin que por ello


llegue a desestimar el valor personal
* capacidad de decidir por sí mismo, considerando antes las
alternativas, de acuerdo con un enjuiciamiento correcto de
cada situación
* pide consejo para documentarse bien, pondera la información
con el fin de adquirir suficiente criterio que le permita
distinguir sin separar y unir sin confundir
* no desespera ante la falta de éxitos: es optimista
* es confiado y seguro
* sabe disculpar, comprender y ayudar a los demás, porque
sabe que no siempre es fácil superar los defectos
* es valiente, porque aún sintiendo miedo, no escapa sino que
se enfrenta con el mal venciendo la resistencia natural ante
el peligro
* no teme reconocer que es vulnerable y lucha cada vez por
alcanzar la necesaria fortaleza

7 Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, n. 29

12
* es magnánimo y actúa con grandeza, con ánimo, a la hora de
emprender grandes empresas
* es constante en sus propósitos, sin desanimarse ante las
adversidades, el dolor o la fatiga
* conjuga su libertad con la responsabilidad y sabe dar
cuenta de sus acciones sin eludir el compromiso: "La respon-
sabilidad es la madurez y la gallardía de la libertad"8
* tiene iniciativas para mejorar una tarea, para conseguir un
objetivo, para hacer siempre lo que debe y no sólo lo que le
apetece.

Entre los defectos que podríamos encontrar en una persona sin


autonomía, enumeramos:

* la autosuficiencia y el dogmatismo, que disimule su insegu-


ridad
* la bravuconería, impresionando con rabietas que sólo deno-
tan el poco control que posee de sí mismo
* la indiferencia ante el propio mejoramiento - que no acepta como
deber personal- y lo lleva a convertirse en persona pasiva,
cómoda y perezosa.
* la dependencia infantil de otras personas, para tomar
decisiones o para ejecutarlas.

A través de la educación es posible ayudar a que los hijos


consigan esta importante dimensión de la madurez:

* cuando obedecen a padres o a maestros que les explican y


ayudan a comprender las normas impuestas en el hogar o el
colegio
* cuando se les asesora con prontitud y claridad, especial
mente en el momento en que piden consejo
* cuando se les hace ver con delicadeza en qué asuntos deben
pedir consejo y por qué
* cuando se les ayuda a desarrollar la capacidad de observa-
ción, de distinguir entre lo necesario y lo accesorio, de
buscar información, de comprobar los aspectos dudosos de cada
asunto, de relacionar causa con efecto, de recordar y hacer
uso de la experiencia propia y ajena
* cuando se les acompaña en el despertar de su curiosidad, se
les ayuda a mejorar su capacidad de observación, se les
orienta en las lecturas. Preguntas tales como:

8 Antonio Millán Puelles, Educador

13
-¿qué programa de televisión viste?
-¿cuál era su tema?
-¿qué estás leyendo ahora?
-¿qué fue lo que más te gustó de lo que leís-
te?
-¿quién tuvo la razón (en un altercado)?
-¿qué haces para ayudar a los demás?
-¿haz decidido por ti mismo, o alguien te lo
ha impuesto?
-¿conoces los objetivos y las metas del
trabajo que estás realizando?
-¿sabes cuál es la importancia de este traba-
jo?
-¿sabes cuál es la trascendencia de un
trabajo bien hecho, acabado hasta el detalle?
-¿valoras las cosas pequeñas?
-¿cómo has cumplido los encargos de la casa?
-¿procuras ser líder en tus actividades
deportivas?
-¿sabes cuidar personalmente del estado de
las cosas que utilizas?
-¿sabes manejar bien tu dinero?
-¿disfrutas de la naturaleza y de todas las
cosas buenas que te rodean?
-¿sabes perseverar en lo que emprendes?
-¿sabes conjugar la obediencia con la
libertad, con la iniciativa personal, con la
independencia?
-¿Entiendes la razón de las normas
disciplinares impuestas en la casa o en el
colegio?

Posibles consignas que bien podrían emplearse como recorda-


torios para aprender a ser autónomos:

* La decisión está en tus manos: ¡tómala!

* ¡Cuándo te decidirás!

14
* "Voluntad. -Energía. -Ejemplo. -Lo que hay que hacer, se
hace... Sin vacilar... Sin miramientos..."9

* Pregúntate varias veces cada día: ¿hago en este momento lo


que debo hacer?

* "Pretextos. -Nunca te faltarán para dejar de cumplir tus


deberes. ¡Qué abundancia de razonadas sinrazones!
No te detengas a considerarlas. -Recházalas y haz tu
obligación"10.

* No haces nada de tu parte: ¡reacciona!

3. Capacidad de reflexión

Es llenar las acciones de intencionalidad; meditar sobre la


propia conducta y buscar la razón de todos los actos; plantearse
lo que verdaderamente se quiere y lo que conviene para alcanzar el
fin propuesto. En dos palabras: saberse preguntar el qué, el
porqué y, sobre todo el para qué de lo que hacemos; y sacar
siempre experiencia de todos los acontecimientos.

Mediante la reflexión nos ponemos en capacidad de distinguir


la urgente de lo importante, lo transitorio de lo definitivo, lo
accidental de lo esencial, el todo de la parte. Se adquiere el
hábito de preguntarse por el valor de cada cosa, hasta alcanzar el
sentido de la vida, el fin y la razón de ser de la propia
existencia. Y se saca provecho al pasado, valor al presente.

Puede llamarse persona reflexiva:

* la que es ponderada en su trabajo y en las relaciones con


los demás
* sabe recoger la información necesaria al actuar y valorarla
de acuerdo con criterios rectos y verdaderos
* pondera las consecuencias favorables y desfavorables, antes
de tomar decisiones: y actúa de acuerdo con lo decidido

9 Josemaría Escrivá, Camino, n.11


10 o.c., n.21

15
* distingue entre lo importante y lo secundario, entre las
verdades y las opiniones, entre los hechos y las ilusiones
* es sereno, conserva la calma con el fin de que en todas sus
actuaciones ejercite la inteligencia.

Manifiesta irreflexión:

* la negligencia propia de quienes no se plantean ningún tipo


de finalidad en sus vidas, y pasan su tiempo "protegiéndose"
de las responsabilidades
* la precipitación, la inconsideración, la inconstancia y la
falta de objetividad, por "agallinamiento" y falta de
intencionalidad con relación al futuro.

Propósitos:

* "Si has de servir a Dios con tu inteligencia, para ti


estudiar es una obligación grave"11.

* "Estudia. -Estudia con empeño. -Si has de ser sal y luz,


necesitas ciencia, idoneidad.
¿O crees que por vago y comodón vas a recibir ciencia
12
infusa?" .

4. Sentido del humor

Lo tiene el que sabe reírse de las propias cosas, de los


acontecimientos y de las personas -incluyéndose a sí mismo-, al
mismo tiempo que las respeta. Su reír no es despreciativo ni
burlesco. Buen humor es hacer amable siempre la presencia. Es
saber alterar las coordenadas sin que esta alteración destruya lo
esencial. Alguien dijo que humor es reírse de aquello que uno ama,
y sigue amando.

El buen humor no humilla ni lastima: más bien consuela y


endulza una situación embarazosa. Sólo quien tiene buen humor
puede sembrar amor, paz y alegría en el corazón de los otros.

11 o.c., n.336
12 o.c., n. 340

16
5. Criterio

Es la capacidad para juzgar y discernir lo más adecuado ante


la alternativa que plantea cada situación. Requiere conocimiento,
profundidad en el pensar, prudencia, análisis, capacidad de
recibir consejo; flexibilidad, mente abierta, y facilidad para
rectificar; comprensión y aceptación de las maneras de ser y de
ver la vida que tienen los demás. El buen criterio evita el
dogmatismo y el fanatismo, porque hace humilde a la persona y la
lleva a respetar con delicadeza las opiniones y puntos de vista de
los demás: de esta manera el criterio conduce a la fraternidad, a
la caridad, a la solidaridad. La persona de criterio adquiere
serenidad mental; no da carácter de absoluto a lo relativo, ni
relativiza lo fundamental13.

6. Manejo por objetivos

No es tan grave
fracasar en los objetivos, como no
saber si hubo o no fracaso por no
saberse bien a donde se iba (David
Isaacs)

La persona madura plantea su vida en función de un que quiere


alcanzar. Sabe cual es el objetivo y lo busca; conoce las metas y
procura llevarlas a cabo; investiga sobre los medios y selecciona
los mejores; actúa con coherencia, con constancia, de acuerdo con
los presupuestos planteados: no descansa hasta alcanzar sus
propósitos14

En una entrevista hecha a Golda Meir, a la edad de 75 años,


la periodista -Oriana Fallaci- le cuestiona:

- Veo que la vejez no le da miedo.

- No. Nunca me ha asustado. Cuando yo puedo cambiar las cosas, me


fijo un objetivo, me vuelvo más activa que un ciclón. Y casi
siempre consigo que cambien. Pero cuando sé que no se puede hacer
nada, me resigno.

13 Cfr. Los Hijos, Eugenio Fenoy Ruiz-Javier Abad Gómez, Ediciones


Gimnasio de los Cerros, Bogotá, 1987, pp.153ss.
14 Cfr. o.c., p. 73ss

17
La misma idea de una oración que rezan los alcohólicos
anónimos:
"Dios mío: dame valor para cambiar
las cosas que puedo cambiar; sere-
nidad para aceptar aquellas que no
puedo cambiar. Y sabiduría para
entender la diferencia".

El hombre o la mujer maduros saben cual es su propio fin y


aceptan que la vida se desarrolla en el tiempo: lo saben aprove-
char, invirtiéndolo en objetivos que valgan la pena, que conduzcan
efectivamente al bien, que produzcan un verdadero mejoramiento
personal. De ahí la trascendencia del proyecto personal de vida,
el horario, las metas diarias, el aprovechamiento del tiempo15.

Es importante saber distribuir bien el manejo del tiempo, ya


que, como dice la Sagrada Escritura,

Todo tiene su hora y todo lo que se hace bajo


el sol tiene su tiempo:
hay tiempo de nacer, y tiempo de morir;
tiempo de plantar y tiempo de arrancar lo
plantado; tiempo de herir y tiempo de curar;
tiempo de destruir y tiempo de edificar;
tiempo de llorar y tiempo de reír; tiempo de
lamentarse y tiempo de danzar; tiempo de
esparcir las piedras y tiempo de amontonar-
las; tiempo de abrazarse y tiempo de separar-
se; tiempo de ganar y tiempo de perder; tiem-
po de guardar y tiempo de botar; tiempo de
rasgar y tiempo de coser; tiempo de callar y
tiempo de hablar; tiempo de amar y tiempo de
aborrecer; tiempo de guerra y tiempo de paz16.

Indira Ghandi, otra mujer que ha dejado huella, sabía que era
importante manejarse por objetivos. La entrevistadora le inquiere
por su posición a la derecha o a la izquierda. Ella responde:

15 Cf. Proyecto personal de vida, Ediciones Tacurí


16 Eclesiastés, 3, 1-8

18
- Yo no veo el mundo dividido entre derecho o izquierda. Y no me
importa ni una ni otra patente: sólo me interesa resolver los
problemas, llegar a donde quiero llegar, a la meta que me he
propuesto. Tengo algunos objetivos: son los mismos de mi padre:
dar a la gente un nivel de vida más alto, terminar con la lacra de
la pobreza, eliminar las consecuencias del atraso económico. Y
quiero conseguirlo. Hay que tener objetivos. La palabra cuándo es
muy importante para un individuo, para un pueblo. Si alguien
piensa que es incapaz de hacer algo, no lo hará nunca. Aunque sea
inteligentísimo, aunque tenga mil aptitudes. Para ser capaz, hay
que fijarse objetivos y tener confianza en uno mismo.

La señora Gandhi, a los 18 años pensó en el matrimonio.


Soñaba con tener once hijos. Se casa y los médicos le aconsejan no
tener hijos - o, a lo más, uno -, por su salud débil. Ella
responde con seguridad:

-¿Por qué creen que me caso, si no es para tener hijos? - No


quiero oír decir que no debo tener hijos: ¡quiero que me digan qué
hay que hacer para tenerlos!

Los médicos, entonces, le aconsejaron que tal vez si engor-


dara un poco: tan delgada no podría quedar en estado.

- Está bien, me dije. - Engordaré. Y me apresuré a hacerme dar


masajes, a tomar hígado de bacalao, a comer el doble de lo que
comía; me inventé un régimen y engordé.

- No sé - agregó a la periodista -, si ha comprendido que soy una


mujer resuelta. Ahora bien, es muy importante saber qué se quiere
en cada momento para fijar sus objetivos. Por eso, después de la
independencia de la India me retiré inmediatamente de la política.
Mis hijos me necesitaban y me gusta mi trabajo de asistente
social. Dije: - ya he hecho mi parte; ¡que los demás piensen en el
resto!

II. MADUREZ DE LA VOLUNTAD17

17 Para ampliar el tema de la Voluntad, puede consultarse el


libro: Educación de la voluntad, clave del éxito, colección
Ediciones Tacurí, n. 2

19
La natural inmadurez del ser humano cuando llega a este
mundo, hace que se presente como un ser desvalido, aunque al mismo
tiempo, lleno de posibilidades. Para afirmarse como persona, hace
falta que, mediante el aprendizaje, consolide sus potencias: la
inteligencia y la voluntad en primer lugar.

Sin la formación de la voluntad el niño es incapaz de poner fin a


sus proyectos, vacilando indefinidamente entre uno u otro
ingrediente necesarios para lograrlo, volviendo con frecuencia a
replantearse la decisión ya tomada, hasta acabar por inhibirse de
la acción; dudando continuamente acaba por hundirse en su
conciencia aburrida y perpleja: es entonces cuando acude a
actitudes y a frases como –tengo pereza, - que jartera, - no tengo
ganas, u otras equivalentes y que si prosperan convierten la
persona en inútil.

En otras ocasiones, decide pronto, arrastrado por sus propios


impulsos; pero le cuesta perseverar en la decisión. Incapaz de
dirigir sus pensamientos, resulta inoperante para la acción. Es
presa de la ansiedad, le falta intencionalidad; aparece el aburri-
miento, la perplejidad y confusión ante la propia persona. No es
extraño, entonces, que su conducta sea calificada de inmadura,
pueril, aturdida. Todo por falta de educación de la voluntad18.

Es por eso importante, en el proceso de maduración personal,


aprender a canalizar las tendencias y las inclinaciones naturales
al servicio de la totalidad de la persona. Para ello, se debe
conceder a la voluntad el papel rector, libre, responsable, de tal
manera que se esté dispuesto a afrontar las consecuencias que se
derivan de las propias decisiones.

Como rasgos característicos de la madurez en la voluntad,


aparecerán:

1. Sentido de responsabilidad

Responsabilidad, etimológicamente es responder, dar respuesta


a una llamada. ¿Quiénes piden respuesta? La conciencia, el bien de
un semejante, la sociedad, Dios. Ser responsable significa aceptar
las consecuencias de la propia actuación y rendir cuentas de lo

18 Cfr. Aquilino Polaino-Lorente, Dimensiones motivacionales y


cognoscitivas de la educación de la voluntad, en el libro DIMEN-
SIONES DE LA VOLUNTAD, Edit. Dossat, Madrid, pp. 81-82

20
hecho. También obedecer: a la misma conciencia, a una autoridad,
sabiendo que dicha obediencia no se refiere a un mero acto pasivo,
de esclavo, sino a un acto operativo de compromiso.

Responsabilidad es la capacidad de responder adecuadamente,


teniendo como marco de referencia los valores a los que se aspira.
Es un deber hacia alguien y un sentido hacia algo. Responsabilidad
y sentido confluyen en un mismo fin. La responsabilidad implica
una obligación en un determinado sentido: el padre de familia que
con responsabilidad corrige a un hijo, lo hace con un sentido:
formarlo, educarlo. En toda responsabilidad hay una dirección; y
toda dirección tiene límites. Como el río, que tiene como límite
las dos orillas. Si no fuera por estos límites, dejaría de ser
río: sería otra cosa19.

Hemos de preguntarnos con frecuencia, dice el Papa Juan Pablo


II: “¿Vivo consecuente y responsablemente? ¿El programa que
realizo, sirve al bien verdadero? ¿Sirve para la salvación que
quiere de nosotros Cristo y la Iglesia? Si hoy me escucha un
estudiante o una estudiante, un hijo o una hija, contemple, bajo
esta luz, sus propias tareas de la escuela, las lecturas, los
intereses, los pasatiempos, el ambiente de los amigos y amigas. Si
me escucha un padre o una madre de familia, piense un poco en sus
compromisos conyugales y de padre. Si me escucha un ministro o un
hombre de Estado mire el abanico de sus deberes y de sus
responsabilidades. ¿Busca el verdadero bien de la sociedad, de la
nación, de la humanidad? ¿O sólo intereses particulares o
parciales? Si me escucha un periodista, un publicista, un hombre
que ejerce influencia sobre la opinión pública, reflexione sobre
el valor y el fin de esta influencia20”.

2. Amor a la Libertad

Es la capacidad de elegir los medios más aptos para alcanzar


el fin propuesto. Se es libre para escoger el mejor camino para
alcanzar el objetivo previsto. Tiene su raíz en la razón y su
brazo en la voluntad. El conocimiento es esencial para la liber-
tad; también lo es la fuerza de voluntad. En la libertad se hace
lo que se quiere, cuando se quiere lo que se hace.

19 Cfr. Rabindranah Tagore


20 Juan Pablo II, Alocución, 25-X-1978

21
Libertad no es lo mismo que independencia: el navegante que
se ata a la estrella que lo guía, es más libre para llegar a
puerto. La libertad, pues, es perfectamente compatible con la
dependencia: la mano depende del cuerpo, pero es unida al cuerpo
como encuentra su razón de ser y su posibilidad de actuar, de
moverse, de servir al cuerpo del cual depende y no quiere des-
prenderse.

La libertad exige que la persona sea verdaderamente dueña de


sí misma, que esté decidida a combatir y superar diversas formas
de egoísmo e individualismo; dispuesta a abrirse a los demás,
generosa en la entrega y en el servicio, con la razón que más dice
libertad: si me entrego a servir, lo hago porque quiero, porque
"me da la gana"!

La libertad es una condición necesaria en todo proceso de


educación: no se puede dar formación humana verdadera, sino en un
clima auténtico de libertad. Toda educación integral ha de ser en
libertad y para la libertad. La madurez, que es desarrollo
armónico de virtudes - humanas y sobrenaturales- tiene como
elemento esencial la libertad responsable. La cual, como decimos,
no consiste en carencia de vínculos: la vida humana está, de
ordinario, condicionada por las elecciones precedentes: la
familia, la profesión, los hijos, los amigos, Dios.

Lo que distingue a la persona libre es la calidad de los


vínculos, la voluntariedad actual con que se viven. Los límites y
protecciones de las autopistas, que impiden salirse de la carre-
tera, sólo podrían parecer contrarios a la libertad a quien no
quisiera llegar a donde conduce. Cuando en una vía se coloca un
letrero que dice: "Velocidad máxima", o "dirección prohibida", o
"conduzca con cuidado, la carretera es deslizable" o "prohibido
pasar: hay un derrumbe", no podemos decir que nos están quitando
la libertad de tránsito. Todo lo contrario: nos están garantizando
la libertad de llegar bien a nuestro destino.

La libertad es un concepto unido al de plenitud humana, al de


madurez. Precisamente porque es lo contrario de actitudes
infantiles como capricho, antojo, confusión, arbitrariedad. En el
caos no hay libertad. Como se ve, cuando en un `enredo' de
tránsito cada uno quiere hacer lo suyo, en uso no de su libertad,
sino de su arbitrariedad, del libertinaje: lo que se genera es el
caos.

22
3. Lealtad

La lealtad - también puede hablarse de fidelidad- es virtud que


impulsa al cumplimiento acabado, perfecto, de los propios deberes
y de los compromisos libremente contraídos. Hace parte de la
justicia y es, en cierto modo, como su base y fundamento.

En sentido amplio se entiende por lealtad, aquella cualidad


interior de la voluntad por la que firme y establemente, a pesar
de las dificultades que encuentre o de los sacrificios que exija,
una persona se mantiene fiel a las propias convicciones o deberes
y a los hombres o institución que pusieron en ella su confianza.

Por lealtad, un soldado permanece en su puesto en los momentos de


peligro; un buen administrador corresponde honradamente a la
confianza depositada en él; un marido - o una esposa- es fiel a su
cónyuge; un padre - o una madre- se sacrifica gustosamente por sus
hijos; un amigo ayuda al amigo en la hora de la dificultad o de la
soledad; un profesional recto cuida los intereses de la empresa en
que trabaja. Por lealtad, un cristiano hace honor a los
compromisos adquiridos en el bautismo y ratificados en la
confirmación, y sabe dar la cara por su fe, por Dios y por la
Iglesia, especialmente cuando resulte peligroso, o mal visto, o
trae consigo perjuicios materiales o morales.

Dada la importancia de la fidelidad en el proceso y en las


manifestaciones de la madurez, no es extraño que en el libro de
los Proverbios se afirme: "El varón - o la mujer- fiel será muy
alabado"21. La persona leal ha sido siempre propuesta como
paradigma -modelo- de lo que es el hombre o la mujer de bien, en
quien se puede confiar.

Sin un clima de lealtad, la convivencia degeneraría en mera


coexistencia con su cortejo inseparable de inseguridad y descon-
fianza. El tejido social se deshilacharía fatalmente y la misma
sociedad acabaría por disgregarse: hace mucha falta en las
relaciones humanas un clima de confianza mutua, de honradez, de
fidelidad.

21 Prov., 18, 20

23
Además, por el cumplimiento fiel de sus deberes y compromi-
sos, la persona se hace capaz de superar el individualismo y de
abrirse a los otros. Una persona leal no piensa en la utilidad o
desventaja que le reportan las obligaciones contraídas, sino en
los que en él confían. De este modo, mediante la fidelidad, se
enriquece y madura espiritualmente. La lealtad se pone a prueba
cuando la observancia de los propios deberes se demuestra gravosa,
cuando la comodidad o el egoísmo susurran una excusa para dejarlos
incumplidos. En esos momentos o circunstancias es cuando damos
prueba de verdadera fidelidad.

"Un marido, un soldado, un administrador, es siempre mejor


marido, tanto mejor soldado, tanto mejor administrador, cuanto más
fielmente sabe hacer frente en cada momento, ante cada nueva
circunstancia de su vida, a los firmes compromisos de amor y de
justicia que adquirió un día. Esa fidelidad delicada, operativa, y
constante - que es difícil, como difícil es toda aplicación de
principios a la mudable realidad de lo contingente- es por eso la
mejor defensa de la persona contra la vejez de espíritu, la aridez
de corazón y la anquilosis mental"22.

4. Seguridad

La seguridad es una característica notable en la persona


madura, que tiene confianza en sí misma, conciencia de su valor y
de sus posibilidades. Se le ve mansa, tranquila, serena. Esta
seguridad - que no es arrogancia, ni orgullo fatuo- está cimentada
en la comprensión de su dignidad de persona. Quien es maduro sabe
que su valor radica en lo que es, no en lo que tiene; y menos en
lo que se aparenta tener.

No es, por tanto, seguridad absoluta, puesto que la persona


madura sabe que, en términos humanos no cabe lo absoluto: todo
está sometido a la relatividad de lo contingente y pasajero, de lo
limitado y finito. Sólo cabe hablarse de absoluta seguridad en la
que da la fe al creyente: porque no se basa en sí mismo, ni en sus
propias conquistas, sino en la veracidad de Dios.

La persona madura enfrenta las cosas cambiantes con paz;


asume los riesgos sin miedo y también sin temeridad; sabe superar
el temor a lo desconocido, manifiesta una seguridad prudente, no

22 Josemaría Escrivá, Conversaciones, n. 1

24
la de quien cierra los ojos a la realidad. Sabe igualmente superar
los defectos de su temperamento, enfrentar las contradicciones y
superar cada día las contrariedades. Sabe estar tranquila,
esperando su turno, mientras hace cola –ante una ventanilla o en
la fila de vehículos en cualquier calle- sin ofuscarse; sabe
reírse de una broma molesta, sin reaccionar con violencia ni
irascibilidad; enfrenta situaciones inesperadas, sin angustia.

Como aquella religiosa, nombrada "Mujer Cafam de Colombia"


del año 91, quien, luego de perder la vista y de superar una
primera etapa de desesperanza, comprende que el dolor y el
sufrimiento también tienen valor positivo si se enfrentan con
serenidad:

- En ese momento acepté mi ceguera y rogué a Dios que me diera


trabajo.

Actualmente desarrolla un programa en la radio, a través del


cual da ánimo a enfermos crónicos: un verdadero ángel del consuelo
para quienes sufren enfermedades incurables.

- Nada es imposible aunque no sea fácil. He descubierto el mundo


del dolor y he observado cosas que nunca percibí con mis ojos. Los
caminos de Dios son misteriosamente maravillosos. ¡Le doy gracias
porque abrió horizontes más luminosos a mi vida!23

Una persona frágil, insegura, pierde la paz ante la más leve


contrariedad. En toda vida humana hay cansancio, fracaso, ingra-
titud, odio, dolor. La seguridad interior - especialmente cuando
hay un motivo trascendente- enfrenta estas situaciones normales,
sin desanimarse, sin permitir derrumbamientos espirituales ni
morales. En cada situación adversa, percibe una luz de esperanza,
comprende que siempre es posible seguir luchando con más entu-
siasmo, especialmente si se parte de la fe:

"Esta es tu seguridad, el fondeadero donde echar el ancla,


pase lo que pase en la superficie de este mar de la vida. Y
encontrarás alegría, reciedumbre, optimismo. !Victoria!"24 "Si
tienes presencia de Dios, por encima de la tempestad que
ensordece, en tu mirada brillará siempre el sol; y, por debajo del
oleaje tumultuoso y devastador, reinarán en tu alma la paz y la

23 Cfr. Periódico EL PAIS, Cali 6 de septiembre de 1992


24 Josemaría Escrivá, Via-crucis, Rialp, Madrid, 1981, p.75

25
serenidad"; "Aunque todo se hunda y se acabe, aunque los aconteci-
mientos sucedan al revés de lo previsto, con tremenda adversidad,
nada se gana turbándose. Además, recuerda la oración confiada del
Profeta: `El Señor es nuestro Juez, el Señor es nuestro
Legislador, el Señor es nuestro Rey: Él es quien nos ha de
salvar'"25.

III. MADUREZ DEL CORAZÓN (Capacidad para el amor)


Supone ser conscientes del puesto central del amor. "El
hombre no puede vivir sin amor. Sin amor, él permanece para sí
mismo un ser incomprensible; su vida está privada de sentido si no
se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo
experimenta y no lo hace propio, si no participa en él vivamente
26
”.

Ama en forma madura quien sabe elegir al que pretende hacer


objeto de su amor y quiere lo mejor para el que ama. Sólo se puede
amar, con un amor maduro, a aquel o a aquella que se conoce bien.
El amor supone el respeto ante el ser amado, que es único e
irrepetible. Amar es aceptar al otro en su integridad: amar con
los defectos, aunque no se amen los defectos; incluso querer los
defectos, cuando la persona lucha para superarlos y en esa lucha
se hace mejor cada día. Amar es comprender, aceptar al otro,
respetar sus puntos de vista, sus opiniones, sus criterios.

Un amor madura a medida que busca los más altos objetos, ya


que el amor busca a los iguales, o los hace. Por lo mismo, la
calidad del objeto de mi amor da la medida de mi propia persona,
puesto que el amor tiende a convertir a quien ama en el objeto
amado. El que ama está más en el objeto de su amor que en sí
mismo: más ahí donde ama que no ahí donde respira. Por eso el
profundo respeto que hay que tener a quien se ama, para no
convertirlo nunca en "un objeto", para no cosificarlo, irrespetán-
dolo a él y rebajándome yo.

Cuando se ama a alguien superior el mismo amor hace crecer,


mejora; si, por el contrario, el amor se dirige hacia algo

25 Josemaría Escrivá, Surco, nn. 343 y 855


26 Juan Pablo II, Encíclica Redemptor Hominis, 1979, n.10

26
inferior, desmejora: como cuando el avaro ama su dinero, o el
pobrecito sensual su placer.

Es necesario "profundizar las razones auténticas y las


exigencias del amor abierto a la vida, sin dejarse condicionar por
la cultura dominante del consumismo. El amor no es sólo algo
espontáneo o instintivo: es elección que hay que confirmar
continuamente. Cuando un hombre y una mujer están unidos por un
amor verdadero, cada uno asume el destino, el futuro del otro como
propio, a costa de fatigas y sufrimientos, para que el otro tenga
vida y la tenga en abundancia27. Estas palabras de Jesús se
refieren a todo amor verdadero. Sólo si se ama en serio, y no como
un juego o como algo pasajero, cuando el otro escucha `te amo'
comprende que esas palabras son verdad, y se tomará en serio la
experiencia del amor. Es necesario amar como Jesús. La razón más
profunda del amor cristiano reside en las palabras y el ejemplo de
Cristo: Que os améis los unos a los otros, como yo os he amado 28.
Esto vale para toda clase de amor humano, y vale también para el
amor de los novios, que es amor de preparación para el matrimonio
y la familia. Además, el amor que se encamina hacia el matrimonio
también se prepara para engendrar una nueva vida. Hay que
considerar esta tarea como un don de Dios y un gran acto de
confianza en el ser humano. En esta visión los hijos no producen
miedo, no vienen para robar la libertad, y tampoco son intrusos
que quitan tiempo, energías y dinero. Los hijos no son huéspedes
indeseados, sino bendición de un Dios que destruye el egoísmo de
la pareja y ayuda a vivir la realidad con gratitud y amor
liberador"29.

Todo lo anterior quedaría sólo en el nivel de lo teórico, si


el que ama no sabe encontrar en la convivencia diaria la ocasión
de mostrar con obras que sabe querer, mediante una actitud de
servicio y de entrega generosa, dándose a sí mismo, más que
simplemente dando.

La persona madura es capaz de establecer una relación


afectiva permanente. Es decir, basada en la sintonía espiritual
que tiende a una profundización mutua y resulta enriquecedora para
ambas partes. Se da, sobre todo, en la dimensión más alta del amor
que es la amistad. La amistad implica hacer del amigo otro-yo:

27 Juan 10,10
28 Juan 15, 12
29 Juan Pablo II, Discurso, 20-VI-1992

27
encuentra - como dijimos atrás- a los iguales o los hace. El amigo
está con el amigo: no alrededor de él. Ser amigo es saber querer
el bien del otro, ser feliz con el otro, hacerle feliz.

Alguien citó de un texto leído hace tiempo, pero no identi-


ficado:

"Yo tenía tres amigos. Uno, me daba dinero: era un buen


amigo. Otro, un día, puso su mano sobre mi mano y me dijo:
-¡yo daría mi vida por ti! Y no mentía. El tercero se ponía
contento cuando yo iba a verlo; yo me ponía contento también.
Y pasábamos alegres todo el tiempo: ¡Era mi mejor amigo!"

Tiene particular importancia la capacidad de relacionarse con


los demás, elemento esencial de la madurez. Esto exige muchas
cualidades y virtudes: no ser arrogante ni polémico, sino afable y
hospitalario; sincero en las palabras y en los hechos; afectuoso
de corazón; prudente y discreto; generoso, disponible para el
servicio; capaz de ofrecer personalmente y de suscitar en todos
relaciones cordiales, leales, fraternas; dispuesto a comprender,
perdonar, sonreír, consolar, aceptar, soportar.

IV. ARMONÍA DE LA AFECTIVIDAD


Es el resultado de la educación al amor verdadero y respon-
sable. El amor compromete a la persona entera, en todos sus
niveles, y se expresa mediante el significado esponsal del cuerpo
humano, gracias al cual una persona se entrega a otra y la acoge.
El hombre o la mujer maduros dan a la afectividad y a su hermana
la sexualidad el lugar que les corresponde y las afrontan con
actitud positiva. No las consideran sólo como simple satisfacción
sensitiva, sino que van mucho más allá, integrándolas en un amor
total, que abarca cinco dimensiones: física, afectiva, espiritual,
social y trascendente.

La madurez afectiva tiende a la comprensión y realización de


la verdad acerca del amor humano. No banaliza la afectividad ni la
sexualidad, ni las interpreta, ni las vive de manera reductiva ni
empobrecidas, relacionándolas únicamente con el cuerpo y el
placer. La educación de la afectividad conduce a la castidad,
valor que desarrolla la auténtica madurez de la persona y la hace
capaz de respetar y promover el significado esponsal del cuerpo,

28
destinado a ser colaborador de Dios en la creación de nuevos seres
e instrumento y expresión de la plena unidad de los casados30.

Quien tiene un buen ajuste emocional trata a la otra persona


como lo que es: no como una cosa que se usa, sino en cuanto dotada
de una dignidad que deriva de ser persona. Implica, por tanto,
entrega personal a alguien determinado y único, en términos que
son válidos para toda la vida. Dentro de esta relación no se exige
más de lo que el otro puede, razonablemente, dar.

La persona madura no se deja llevar por las pasiones, ni


arrastrar por los sentimientos, que tienen un carácter pasajero.
No se mueve sólo por lo que siente, lo que le nace, sino por lo
que se debe. El deber, con sentido de responsabilidad, es el único
camino para llegar al ser. La persona madura es, pues, alguien
con equilibrio, sano de mente y de conducta, estable y firme,
aunque esté sometido a presiones exteriores o se sepa soportado
por una base móvil. Sabe ser ordenado interiormente, cuando se
mueve en condiciones de desorden exterior. Sabe manejar sus
sentimientos, manteniendo en todo momento el buen humor; reconoce
el valor de las pasiones y las acepta con sencillez. Se expresa
con naturalidad: sin inhibiciones, ni exhibicionismos; sin
primitivismos o naturalismos animales; carece de complejos: ni de
superioridad, ni de inferioridad: es lo que es, y no tiene que
demostrarle a nadie una cosa diferente.

Es muy conocido el breve poema de Rudyard Kipling a su hijo,


que sintetiza muy bien lo que venimos diciendo en estos aspectos
de la madurez. Leámoslo una vez más:

IF...

Si cuando todo está perdido, puedes el alma


levantar, y aunque los tuyos te denigren no
haces caso de su maldad;
Si cuando todos de ti duden puedes en ti
mismo esperar, sin que la espera te fatigue
ni enflaquezca tu voluntad;
si a la calumnia no respondes,
Si te odian y no aprendes a odiar;

30 Cfr. Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Familiaris


Consortio, 1981, n. 37

29
Si no haces gala de tu ciencia ni ostentación
de tu bondad;
Si sueñas y no te dejas de tus sueños domi-
nar;
Si piensas, mas no consientes que te esclavi-
ce tu pensar;
Si ni el triunfo ni la derrota turban tu
serenidad, y a esos dos grandes impostores
los contemplas con rostro igual;
Si a los bufones de la plebe puedes tranquilo
tolerar que conviertan en torpe engaño el
esplendor de tu verdad;
Si las obras que más amaste ves derribadas
sin piedad, y tratas con otros fragmentos de
reconstruir tu ideal;
Si de todos tus grandes triunfos, puedes,
sereno, hacer un haz para aventurarlo sin
miedo a un solo golpe del azar;
Si pierdes y no te lamentas; si cuando sien-
tes caducar tus nervios y tu cerebro,
¡Firmes! grita tu voluntad;
Si hablas con las multitudes sin desmentir tu
dignidad, y puedes tratar con los reyes sin
creerte de estirpe real;
Si ni amigos ni detractores rompen tu ecuani-
midad, y aunque todos contigo cuenten, nadie
te logra cautivar;
Si sesenta segundos de avance te bastaren
para saldar en el balance de tus días el
minuto implacable y fatal, cuando a eso lle-
gues y eso alcances, tuyo el mundo entero
será;
Y lograrás algo más grande: Hijo mío: ¡un
hombre serás!

V. SENTIDO ÉTICO (CONCIENCIA MORAL)


Nunca como hoy se ha hablado tanto de moralidad pública en
todos los medios de opinión. Y nunca como ahora, el sentido ético
se ha visto perturbado por toda clase de fenómenos de corrupción.

30
Un claro síntoma de inmadurez en el manejo de los bienes
temporales, públicos o privados.

Entendemos por sentido ético la capacidad de distinguir - en la


teoría y en la práctica- entre lo que es bueno y malo, honesto y
deshonesto, recto y doloso, en cualquier actividad, de acuerdo con
las normas vigentes en una sociedad y con los principios
fundamentales de la ley natural.

Para captar en toda su integridad la dimensión moral de la


conducta se requiere, ante todo, un conocimiento profundo del ser,
del deber y del deber ser. La conciencia, al requerir, desde la
intimidad del propio yo, la obediencia a las obligaciones morales,
descubre el sentido profundo de esa obediencia, como respuesta
consciente y libre - y, por tanto, por amor- a las exigencias de
una conducta recta. Reclama una capacidad habitual para escuchar
la voz de Aquel que habla en el corazón, y adherirse con firmeza a
su voluntad.

La ética conduce a la libertad; y la grandeza o miseria de la


sociedad dependen de que el hombre quiera realizar el proyecto
personal, vinculándose interiormente al sentido de su propia
vocación, acogiéndola con respeto y con amor, con alegría y con
paz. La ética es posible en tanto que el hombre es libre, y es
valiosa en cuanto que aumenta la libertad: realizar las acciones
en concordancia con la propia naturaleza, es ser más libre.
Considerando el ser humano en su temporalidad, se puede afirmar
que el vivir ético es el modo de aprovechar el tiempo para crecer
como un ser que necesita perfeccionarse siempre, mejorar,
progresar, avanzar. Para el hombre, vivir es crecer. Cuando no
tiene en cuenta la moral, cuando actúa como un ser sin principios
ni valores, la persona se empobrece, se estropea, pierde el tiempo
que transcurre mientras tienen lugar los acontecimientos de su
vida. En cambio, cuando sus actos son buenos, estos le sirven
para llegar al fin y, por tanto, mejora, se perfecciona.

Todo ser humano es capaz de valorar lo bueno: no hacer a otro


lo que no se quiere para sí mismo; comprender que el fin no
justifica los medios... En la base de una actuación madura está
siempre la buena formación moral. "En lo más profundo de su
conciencia descubre el hombre una ley que él no se dicta a sí
mismo, a la que debe obedecer, cuya voz resuena, cuando es
necesario, en los oídos del corazón, advirtiéndole que debe amar y

31
practicar el bien y debe evitar el mal"31. Sin embargo, por in-
fluencia de un ambiente malsano, por defectos y aun deformaciones
en la propia educación, y por el peso de las personales miserias,
la conciencia siempre se puede oscurecer, más o menos culpable-
mente.

La primera obligación de una persona que quiere actuar siempre con


rectitud - lo cual es síntoma de madurez- es la de formar su
conciencia, con el fin de corregir los errores, superar la
ignorancia, evitar las deformaciones. Para ello no bastan los
principios generales de la moral - que todos deberíamos conocer y
vivir- sino que se requiere conocer también las normas que rigen
la conducta humana, ya estén contenidas en la ley natural, en la
ley revelada por Dios o en la legislación humana, eclesiástica o
civil. Además se deben conocer bien los hechos, las circunstancias
concretas de cada situación. Sólo así es posible obrar con
prudente madurez.

El primer paso para una conciencia recta es reconocer las


propias limitaciones y pedir consejo. Admitir que, en determinadas
cuestiones, no llegamos a todo; que, con frecuencia, no podemos
abarcar circunstancias que sería preciso no perder de vista a la
hora de emitir un juicio o emprender una tarea. "Tú, hijo mío, no
hagas cosa alguna sin consejo, y no tendrás luego que arre-
pentirte de lo hecho"32.

Especialmente en cuestiones que puedan acarrear graves


consecuencias para sí, para otros o para la sociedad, resulta muy
conveniente - incluso éticamente obligatorio- pedir consejo a
personas de probada rectitud moral y doctrinal. En ese sentido
conviene que los educadores nos esmeremos en formar personas que
sepan acatar el orden moral, que comprendan el porqué de la
obediencia a unas normas o criterios, que sean amantes de la
legítima libertad, transida de responsabilidad personal; que sepan
juzgar con discernimiento propio a la luz de la verdad, que
ordenen sus actividades con sentido del deber y que se esfuercen
siempre por secundar todo lo verdadero y lo justo, vinculándose a
los demás en el positivo proyecto de hacer mejor la sociedad en
que viven.

31 Concilio Vaticano II, Const. Pastoral Gaudium et Spes, n. 16


32 Eccli., 32, 24

32
VI. LA PRUDENCIA: RECTA RAZÓN EN EL OBRAR HUMANO
La voluntad mueve a las demás potencias del hombre hacia la
acción, o a que se abstenga de realizar un determinado acto. El
fin de la reflexión - propio de la inteligencia- es el acto, el
movimiento hacia lo que aparece como un bien para la persona. La
luz de la inteligencia alumbra el camino; la fuerza de la voluntad
mueve a recorrerlo; el corazón define las razones. Por lo mismo es
importante que consideremos, en el proceso de maduración de la
persona, no sólo los rasgos que corresponden a la inteligencia -
el juicio claro- y a la voluntad - el recto querer -, y al corazón
–el verdadero amor -, sino que terminemos nuestro estudio con una
referencia al acto en sí mismo considerado, la acción: último
momento en toda operación humana, término natural del proceso
intelectivo, volitivo y amoroso. No basta conocer, querer y amar:
es necesario actuar (o dejar de actuar, según las circunstancias).

Si se tratara de destacar una cualidad particular, nos


tendríamos que inclinar por la Prudencia, virtud que permite
conocer la realidad de las cosas en relación con su fin último;
que juzga lo que debe hacerse en cada situación; y conduce a la
voluntad a que actúe de manera razonable. Por eso se llamó a la
prudencia "la recta razón en el obrar"33.

Sin la prudencia no hay verdadera madurez. Porque sin ella,


no es posible la moderación, ni se es reflexivo, ni se tiene
criterio recto, ni se es dócil. "No es prudente la persona que
sabe arreglárselas en la vida y sacar de ella el máximo provecho,
sino quien acierta a edificar su vida según la voz de la concien-
cia recta y según las exigencias de la moral justa. La prudencia
viene a ser la clave para que cada uno realice la tarea fundamen-
tal que ha recibido de Dios. Esta tarea es la perfección del
hombre mismo"34.

La Prudencia define a persona madura, guía el pensamiento


para que busque siempre la verdad y juzgue de manera adecuada a la
realidad; orienta a la inteligencia para conocer el bien y guiar
rectamente a la voluntad; lleva a la acción, puesto que es tarea
suya velar porque todo acto responda al fin previsto, mantenga la
orientación al fin último.
33 Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, II-II, q.47, a.8
34 Juan Pablo II, Alocución, 25-X-1978

33
No sería madura una persona sin la virtud de la prudencia.
Sin embargo no se puede considerar prudente a quien sopesa
indefinidamente los pros y los contras de una actuación, pero no
llega a decidir por temor a equivocarse: no puede darse el nombre
de prudente a quien es irresoluto. En cambio, sí es prudente
quien, después de estudiar un asunto, elige la solución más conve-
niente y decide emprenderlo.

La madurez obliga a considerar las circunstancias que


envuelven determinada actuación. Entran en juego las virtudes de
la precaución, y la circunspección, que llevan a valorar las
repercusiones de un determinado comportamiento. No se puede ir a
la acción alocadamente. Por eso, la madurez de una persona
prudente, la lleva a considerar incluso la posibilidad de tener
que rectificar, puesto que no es prudente pensar que uno siempre
acierta. En toda acción humana cabe el error, la imprecisión, el
defecto. Por eso, siempre que emprendemos un camino, después de
una madura consideración y pensando razonablemente que es el
correcto, sabemos que sigue existiendo un margen de error. Los
hombres no somos ríos: debemos volver atrás si se nos muestra que
no habíamos tenido en cuenta algún factor importante.

Por eso no llamamos prudente al que cree que nunca se equivoca,


sino al que actúa con serenidad después de la conveniente
deliberación - más o menos ponderada de acuerdo con la importancia
o gravedad de cada asunto -, y sigue adelante en su acción hasta
el final; pero, al mismo tiempo, está dispuesto a cambiar o
rectificar si fuera necesario: no somos perfectos. Cuando datos
nuevos aconsejan cambiar una postura, una opinión, o una acción,
la persona madura no se avergüenza de rectificar.

Hay, pues, madurez en la acción cuando la conducta es


coherente, clara; cuando se realizan cosas que son útiles,
eficaces; cuando lo emprendido se lleva hasta el final, sin
desánimos, ni desalientos, sin inconstancia tan propia de los
niños y de los infantiloides: el niño o el infantilizado da
comienzo constantemente a nuevos planes o propósitos, se ilusiona
a cada hora con sueños diferentes, emprende todos los días una
labor distinta: no sabe colocar la última piedra en ninguno de sus
proyectos.

34
VII. CARACTERÍSTICAS DEL OBRAR MADURO
Entre los rasgos que caracterizan una acción madura, consi-
deremos solamente dos, puesto que los demás que podríamos exami-
nar, ya están de alguna manera incluidos en los mencionados
páginas atrás: el trabajo eficaz, y el manejo de la frustración.

1. Trabajo bien hecho35

El trabajo es una dimensión fundamental de la persona, algo


inscrito en la naturaleza humana con tal profundidad, que no se
pueden concebir separados: el hombre hace el trabajo y el trabajo
hace al hombre. Como el vuelo es para las aves, es el trabajo para
el ser humano. "El trabajo es un bien del hombre. Y es no sólo un
bien útil o para disfrutar, sino un bien digno, es decir que
corresponde a la dignidad del hombre, que expresa esta dignidad y
la aumenta. Mediante el trabajo el hombre no solamente transforma
la naturaleza adaptándola a las propias necesidades, sino que se
realiza a sí mismo como hombre, es más, en un cierto sentido, se
hace más hombre36.

Por eso afirmamos que el trabajo es una actividad que sólo


corresponde al hombre o a la mujer, pero no a los animales, ni a
las máquinas: si de estos se dice que "trabajan", es en sentido
figurado, pero no con toda propiedad: es porque son puestos al
servicio del trabajo humano. El trabajo es actividad creadora,
que lleva siempre a un fin: y debido a la existencia de
intencionalidad es por lo que decimos que sólo el hombre - o la
mujer- trabajan. Todo trabajo, aun el más humilde, incluye la
presencia del espíritu, de la inteligencia y de la voluntad
humanas. Es una manifestación de la actividad libre del hombre
que se dirige a su fin, precisamente a través y por medio de su
trabajo.

Por lo mismo, todo hombre debe trabajar, porque con ello se


afirma en la vida y se afianza el sentido de su dignidad: todo
35 Quien quiera ampliar sobre este tema, puede encontrar buen
material en el ensayo Voluntad y Trabajo, de María del Carmen
Illueca, publicado en el libro DIMENSIONES DE LA VOLUNTAD, Edit.
Dossat, Madrid pp. 145-199. Algunas de las ideas del presente
capítulo, son tomadas de dicho texto.
36 Juan Pablo II, Enc. Laborem excercens, 14-IX-1981, n. 9

35
trabajo es digno y todo trabajo dignifica a quien lo realiza. Pero
hace falta que lo realice bien, y que se proponga siempre
contribuir con su tarea al mejoramiento propio, al de su familia y
al de la sociedad. Sólo un trabajo bien hecho, acabado hasta el
último detalle, es cauce de madurez y de perfección humana.

El fruto del trabajo es, por tanto, útil en tres sentidos:

- en sí mismo, pues con él se contribuye al mejoramiento del


mundo, se continúa la obra inicial de la creación;

- para quien lo realiza, puesto que contribuye a su propio


perfeccionamiento: al trabajar, mejora como persona;

- para toda la sociedad, que requiere del trabajo para su


sostenimiento y progresivo mejoramiento: todo trabajo es
servicio a los demás.

“El trabajo une las voluntades, aproxima los espíritus y


funde los corazones; al realizarlo los hombres descubren que son
hermanos"37.

Es por todo eso que el trabajo se constituye como una


actividad educativa, una tarea que contribuye directamente a la
madurez del hombre y, a su vez, la manifiesta. Para que esto sea
así, debe tratarse siempre de un trabajo que sea reflejo de la
libertad humana, de su inteligencia y de su voluntad. Que ponga en
juego los mejores valores que correspondan a la naturaleza humana.
Cuanto más elevados sean esos valores, más ennoblecen a la persona
y a la misma obra realizada.

Sin embargo, si se realiza de espaldas a todo el mundo de


valores, se convierte en una obra sin sentido, insoportable,
denigrante. Porque también, por contraste, se pueden dar trabajos
que degraden al hombre: aquellos que agotan temporalmente el
cuerpo, impidiendo con ello el perfeccionamiento y desarrollo de
esta dimensión humana. Piénsese, por ejemplo, en el trabajo de los
niños en canteras; el trabajo en condiciones humillantes, casi
esclavizantes de ciertas minas; el que realizan madres de familia,
incluso embarazadas, en oficios que requieren esfuerzos desmedidos
a sus fuerzas: el ser humano nunca puede ser tratado como un mero
factor de producción. Un trabajo así, no contribuye a la madurez.

37 Pablo VI, Populorum progressio, abril de 1967

36
Otro tanto cabría decir de trabajos que degradan el espíritu,
que van contra el respeto a la dignidad de la persona: aquellos
trabajos serviles, en los que no se permite a quien lo realiza
expresar sus propias cualidades, o que promueve un trato inhumano,
sin comprensión ni caridad, sin delicadeza ni miramientos.
Trabajos que, por su misma naturaleza, son expresión de bajos
sentimientos, de instintos desvergonzados, o de mentes criminales
y antisociales.

Cuando el hombre no encuentra en el trabajo su acabamiento


humano y sólo tiene como estímulo el salario, o debe realizar una
tarea para la que no está capacitado o en la que se encuentra
totalmente a disgusto, pero que no tiene más remedio que aceptar,
o cuando se ve tratado con desprecio o indiferencia, o ya no le
encuentra sentido a su trabajo por haber perdido toda las razones
con que lo había empezado: cuando cualquiera de estas cosas
suceda, ya no se puede hablar de un trabajo específicamente
humano. Y un trabajo así no mejora, no contribuye al cambio
personal, no es camino de madurez humana.

Es muy importante darle un sentido al trabajo, al tiempo que


se hace propia esa razón para luchar. De este modo descubriremos
la estima que merece y el valor que tiene: en sí mismo, para la
persona y su familia, para la sociedad y para el propio perfec-
cionamiento trascendente o santificación.

"Cualquier oficio se vuelve Filosofía, se vuelve Arte,


Poesía, Invención, cuando el trabajador da a él su vida, cuando no
permite que ésta se parta en dos mitades: la una para el ideal y
la otra, para el menester cotidiano. Sino que se convierte en una
misma cosa, que es, a la vez, obligación y libertad, rutina
estricta e inspiración constantemente renovada"38.

Cuando el hombre, a pesar de la dureza y del esfuerzo, no


desvincula su quehacer cotidiano de la totalidad de su ser,
encuentra en el trabajo un medio de realización personal y de
plasmación de todas sus capacidades. No es, pues, el trabajo un
simple medio de vida: es mucho más. Es una forma de expresar
nuestra presencia en el mundo, nuestro modo de enfrentarnos a la
existencia; es un reflejo de la manera de ser, de la estructura

38 Eugenio D'Ors, Aprendizaje y heroísmo, Edit. Universidad de


Navarra (EUNSA), 1973, p.23

37
mental y moral de cada uno. Porque al trabajo el hombre y la mujer
llevan todo lo que son y todo lo que tienen: sus sentimientos, sus
pasiones, sus amores, sus sueños e ilusiones. En el trabajo se
empeña la inteligencia, con todo el desarrollo alcanzado en los
conocimientos; la voluntad, con toda la fuerza de un querer ser
cada vez mejor; los pensamientos, intereses e ideales; en una
palabra, toda la personalidad.

En la medida en que el hombre procure, además, realizar bien


su trabajo, es decir, con perfección - tanto moral como técnica-
no sólo la obra sino también quien la realiza quedarán más
enriquecidos. Comprendiendo que difícilmente se puede hablar de
perfección moral - ética, sobrenatural- si no está unida a la
técnica. Un trabajo voluntariamente imperfecto, desganado,
inacabado, no sólo quedará mal hecho, sino que hace daño a quien
así lo cumple.

Sólo la obra bien hecha, contribuye a la madurez humana. No


puede entenderse como trabajo eficaz el que solamente logra
objetivos económicos; para que sea camino de madurez, debe
alcanzar, además, un efectivo mejoramiento de quien lo realiza. Lo
mismo que el de quienes trabajan con él o para él; y, como lógica
consecuencia, mejora o perfecciona los objetos que salen de sus
manos o de su inteligencia.

Quien trabaja con madurez, lo hace independientemente del


estado de ánimo o del entusiasmo; trabaja con sentido del deber,
por compromiso; es constante, sin dejarse desanimar por las
contrariedades; sabe ver en las contradicciones una oportunidad de
superarse a sí mismo. Estudia e investiga, sin contentarse con lo
que ya conoce: no se aburguesa. Busca siempre lo mejor, lo más
perfecto en su tarea, sin contentarse con el mínimo indispensable.

2. Manejo de la frustración

El dueño de una gran extensión de tierra en los Llanos


Orientales de Colombia, había esperado con ilusión, durante quince
años, el crecimiento de su plantación de árboles maderables. Ya
estaban a punto. De pronto recibió un telegrama de su administra-
dor: - El bosque se incendió, ¿qué hago?

Y la respuesta inmediata:

38
- Prepare el terreno, que vamos a sembrar de nuevo.

Esta historia contiene una enseñanza muy útil para entender


por qué consideramos esencial, en el camino de la madurez, y
específicamente en la parte dedicada a la madurez en la acción, lo
que hemos llamado el manejo de la frustración.

Frustración es el malestar que se experimenta cuando no se


consiguió lo que se esperaba o se deseaba. Es frecuente encontrar
personas que se vienen abajo, se derrumban más o menos
estrepitosamente, cuando las circunstancias las golpean, cuando
parece que todo sale al revés.

Ante la quiebra de una empresa, con la consiguiente ruina


económica para dos personas amigas, cada una enfrentó el aconte-
cimiento de manera diferente. Uno, se puso delante de un crucifijo
y, en forma de oración, se dirigió a Jesús:

- Señor, que yo no pase una mala noche por esto: ¡ayúdame!

El otro, tomó cianuro.

Es, por tanto, muy importante, aprender a llevar las frus-


traciones con garbo y con señorío, con serenidad y madurez. Porque
la persona madura convierte el fracaso en experiencia y reemprende
la lucha enseguida (-¡Prepare el terreno, que vamos a sembrar de
nuevo!). Lógicamente analiza las causas del fracaso, mira de
nuevo las barreras que se interpusieron en su camino, los
obstáculos que encontró: y así se encuentra en mejores condiciones
para manejar lo que para otros sería una lamentable frustración.
No se dedica a lamentaciones estériles y paralizantes, ni en
recriminaciones faltas de justicia o de ecuanimidad: si lloras por
haber perdido el sol, las lágrimas no te dejarán ver las
estrellas.

La persona madura sabe amar el campo en el que se realizan


sus batallas. Como aquel piloto caído con su avioneta en la selva
de Urabá: "Si he de morir aquí, o he de sufrir largamente antes de
sobrevivir a la selva, lo mejor que puedo hacer es amarla: tanto
para morir, como para luchar, prefiero un sitio que ame y no que
deteste". Sentido común de hombre valiente y maduro. A los ocho
días encontró el río y a los campesinos que lo sacaron de nuevo a

39
la civilización. O como Saint Exupery, batallando con la nieve que
le impide avanzar, durante tres días: "Si en mi familia creen que
vivo, saben que camino. ¡Soy un canalla si me detengo!"

3. La acción suprema del hombre:


amar la vida y enfrentar la muerte

"No tengáis miedo a defender la vida,


toda vida. La vida que nace y la que está
llegando al ocaso; la vida de quien se haya
marginado y de quien se margina a sí mismo;
la vida de quien despilfarra su propia
riqueza por el camino que conduce a la
destrucción; y la vida de quien la
desperdicia en la banalidad y la evasión...
No podéis callar. Debéis decir y gritar que
la vida es un don maravilloso de Dios y que
nadie es su dueño; que el aborto y la
eutanasia son crímenes tremendos contra la
dignidad del hombre; que la droga es renuncia
irresponsable de la belleza de la vida; y que
la pornografía es empobrecimiento y
esterilidad del corazón. Debéis recordar, de
igual modo, que la enfermedad y el
sufrimiento no son castigos o condenas, sino
ocasiones para entrar en el corazón del
misterio del hombre; que la imagen de Dios
brilla en el enfermo, el minusválido, el
niño, el anciano, el adolescente, el joven,
el adulto: es decir, en toda persona. Pero
sobre todo, debéis gritar al mundo que la
vida es un don delicado, digno de respeto
absoluto; que Dios no mira las apariencias,
sino el corazón; que la vida marcada por la
cruz y por el sufrimiento merece mayor
atención, cuidado y ternura"39.

Sólo quien entienda la vida, y la ame de verdad, puede acoger


con madurez la muerte. Por eso tiene para el ser humano especial
significado el acto de enfrentar la muerte: bien sea la propia,
bien la de personas cercanas y queridas. Es síntoma supremo de

39 Juan Pablo II, Discurso, 20-VI-1992

40
madurez, ponerse cara a cara con ella sin derrumbarse. Muchas son
las formas de morir, que impresionan al hombre de hoy: aparte de
la ancianidad, está el cáncer - cuyo nombre, con frecuencia, ni se
quiere mencionar -, las drogas alucinógenas, el SIDA, el terroris-
mo, la venganza. Se muere en el olvido, ante la indiferencia de
una sociedad embriagada de eficiencia; o repentinamente, en
accidentes de tránsito o por el estallido de una bomba. Se mueren
incluso los niños, antes de nacer, cuando madres mal aconsejadas e
ignorantes, y tantos médicos -a quienes no podemos considerar ni
mal aconsejados ni ignorantes -, se arrogan el derecho a decidir
sobre la vida humana, olvidando que es sagrada. Especialmente la
muerte de los jóvenes produce turbación y desconcierto en una
sociedad que se ha acostumbrado a preguntar siempre: ?Por qué?

Afortunadamente existen en nuestro tiempo personas que, en


las más diversas formas de voluntariado, manifiestan su solidari-
dad con quien pasa por la experiencia de la muerte y sus parien-
tes: demos gracias a tantos buenos samaritanos.

Como si fuera una frustración suprema, a veces se quiere


silenciar la muerte en la conversación familiar y social; se la
oculta pudorosamente a los niños; se niega el sacramento de la
Unción de enfermos a quien padece una enfermedad grave para que no
se asuste. Síntoma de madurez es verla, en cambio, como una
realidad inherente a la condición humana, recordar su carácter
inevitable, tratarla como acontecimiento que forma parte de la
historia del hombre, de todo hombre. San Francisco la llamaba:
"hermana muerte".

Es necesario reconciliarse con la muerte puesto que, por


larga que sea la existencia, llegará de manera inevitable. Pero,
por dura que sea la muerte, no la consideremos como un final, sino
como un acto supremo y decisivo de un ser hecho para la eternidad,
indestructible en su alma. Todo hombre es inmortal, puesto que el
espíritu humano es, por su misma naturaleza, indestructible. Así,
cada etapa de la existencia se puede convertir y valorar como una
experiencia simultánea de vida y muerte; y a lo largo del camino,
con esta visión positiva nos vamos entrenando para cuando llegue
el momento. Además sabemos que, para un cristiano, la muerte es
Vida: se muere para resucitar. El día del bautismo comenzó una
historia que tiene su final en el cielo.

41
Reconciliarse con la muerte significa aceptar hasta el fondo
la vida; significa compartir la soledad de quienes se sienten
abandonados al morir, haciendo para ellos más humana la muerte y
más verdadera la vida. Es significativa la respuesta de la Madre
Teresa de Calcuta al periodista que la interroga acerca del por
qué y para qué de su preocupación y la de sus monjas de la
Caridad por recoger moribundos en las calles.

- Han vivido como parias en el mundo, fue su respuesta, pero


tienen derecho a morir como seres humanos. A la hora de su muerte,
sabrán que alguien les quiere y se preocupa por ellos. Por eso
mueren con la sonrisa en los labios y llena de paz el alma.

C. UNIDAD DE VIDA:
LA MEJOR MANIFESTACION DE MADUREZ

Los aspectos concernientes a la persona madura no se hallan


inconexos entre sí. Ser maduro es estar integrado en una unidad no
solamente orgánica sino esencial y existencial. El ser maduro
unifica en torno a sí los elementos heterogéneos de que se compone
la rica trama de la existencia humana. Por eso, la unidad de vida
es el soporte último y la expresión más acabada de madurez.

Esta unidad implica:

* unidad interior: armonía consigo mismo


* unidad social: armonía con la realidad circundante y
con los demás
* unidad trascendental: armonía con el destino culminante del
ser humano

Para lograr la unidad de vida se requieren principios


sólidos, fines bien definidos, valores altos. La armonía entre lo
presente, lo pasado y lo futuro; entre lo que parece pequeño o
demasiado grande; lo que se vive en la inmediatez de un instante y
lo que parece durar toda la vida; entre la realidad afectada por
la contingencia y la que tiene repercusiones eternas. Porque el
ser humano es todo eso: espíritu y materia, cuerpo y alma,

42
sentidos y potencias intelectivas, temporalidad y eternidad;
dolores y placeres, tristezas y alegrías.

Es madurez, vivir de acuerdo con esta condición humana,


riquísima de significados y de realidades; dar a lo temporal,
valor de eternidad; conducir todas las cosas con amor; llenar de
trascendencia lo que se hace. De este modo, todo adquiere valor y
sentido. Apoyada en los valores y virtudes humanas, la madurez
sirve de base para lo sobrenatural. La fe no aniquila lo humano,
sino que lo sana y eleva, restituyéndole su plenitud.

Y, si se mira desde el balcón de la fe - como debe ser la mirada


de un cristiano -, la madurez conduce a la lucha por la santidad.
El hombre de fe encuentra la cúspide del proceso de madurez
personal en la posibilidad de alcanzar la perfección, impregnando
la realidad de amor. Es entonces cuando puede, con natural
sobrenaturalidad, hablar de Tú a Dios, mirarle lleno de confiada
sencillez a los ojos, amarle sin medida, sabiéndose igualmente
amado, hasta la locura de Belén, de la Cruz, de la Eucaristía. Y
de la Gloria.

En la vida del cristiano, el mayor grado de madurez es vivir


como hijo de Dios, identificándose con él hasta poder decir: "Ya
no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí"40. De esta manera
no mide su madurez sólo con criterios humanos, porque sabe que
debe llegar - con la ayuda de la gracia- al estado de varón
perfecto, a la medida de la edad perfecta en Cristo 41: a la
santidad, que es la madurez en su grado excelente.

D. ¿CÓMO SABER SI VOY MADURANDO?

Como una ayuda sencilla que pueda dar luz a quien pretende
examinar su conducta con relación a la madurez, ofrecemos este
cuestionario. Es sólo una orientación, puesto que cada uno podría
hacer su propia lista de preguntas, de acuerdo con los aspectos
que quiera examinar.

40 Gálatas, 2, 20
41 Efesios, 4,13

43
* ¿Evito la superficialidad, poniendo empeño en estudiar bien
todos mis proyectos?

* ¿Sé reflexionar, meditar, ponderar lo que acontece a mi


alrededor, para sacar consecuencias positivas de todo?

* ¿Tomo decisiones firmes, que me eviten permanecer en un


ambiente de inseguridad, de incertidumbre?

* ¿Soy constante en mis proyectos?

* ¿Lucho por cumplir todos mis propósitos?

* ¿No me conformo con primeras piedras, sino que prefiero


bendecir la última, terminando lo que comienzo?

* ¿Sé cumplir el deber de cada instante, hago lo que debo y


estoy en lo que hago?

* ¿Tengo autodominio, de tal manera que sea señor de mí


mismo?

* ¿Acepto con serenidad mis limitaciones personales, mis


defectos?

* ¿Pido perdón por mis errores y equivocaciones, sin discul-


pas?

* ¿Comprendo a los demás cuando fallan, sin echarles en cara


sus errores?

* ¿Fomento la confianza en mí mismo, evitando al mismo tiempo


la presunción vanidosa?

* ¿Vivo habitualmente alegre y sereno, sin dejarme arrastrar


por pesimismos ni negativismo, ni tristeza?

* ¿Fomento el aprecio y la confianza entre mis compañeros?

* ¿Respeto a los demás por lo que son, en su dignidad de


seres humanos, y no por lo que tienen: dinero, inteligencia,
belleza, poder?

44
* ¿Soy leal en la amistad y fiel a mis compromisos?

* ¿Discierno con criterio seguro y verdadero aquellas situa-


ciones en las que resulta difícil establecer los límites
entre el bien y el mal, entre lo que debo hacer y evitar,
entre lo honesto y lo doloso, entre la acción y la omisión?

* ¿Tengo habitualmente disposición de entrega a los demás,


superando la natural inclinación al egoísmo?

* ¿Tengo espíritu de servicio o prefiero que los otros me


atiendan y me sirvan?

* ¿Me comporto con naturalidad en todas partes, sin desparpa-


jos abusivos y altaneros, ni timideces ingenuas?

* ¿Estoy igualmente distante de complejos de superioridad o


de inferioridad?

* ¿Considero el trabajo como un valor positivo, y la laborio-


sidad como virtud humana?

* ¿Afronto con valentía el dolor, sin quejas ni protestas?

* ¿Recibo las contrariedades y contradicciones con serenidad?

* ¿Mantengo la alegría en la lucha y el optimismo en situa-


ciones difíciles?

* ¿Conservo el buen humor habitualmente, sin altibajos tempe-


ramentales?

* ¿Enfrento las situaciones inesperadas, sin dejarme llevar


por el nerviosismo?

* ¿Acostumbro llamar las cosas por su nombre, sin eufemismos


y sin acomodarme a las circunstancias?

* ¿Soy amigo de la verdad, aunque a veces - por defenderla-


enfrente dificultades?

* ¿Doy la cara, de manera personal, en todos mis actos y huyo


del anonimato y de la masificación?

45
* ¿Soy habitualmente claro, sencillo, descomplicado y
transparente?
* ¿Cuando tengo que ser sincero con alguien, soy delicadamen-
te sincero?

* ¿Juzgo con objetividad, sin prejuicios, o me dejo arrastrar


por la pasión al opinar sobre personas o instituciones?

* ¿Soy coherente entre lo que pienso y lo que digo, entre lo


que predico y lo que creo, entre lo que soy y cómo vivo?

* ¿Existe en mi vida una unidad integral entre todos los


aspectos y dimensiones de mi personalidad?

46

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