Академический Документы
Профессиональный Документы
Культура Документы
FACTORES Y TIPOS
La opinión de que la sociedad humana posee un orden gracias al consenso es muy antigua y
está muy arraigada. Podemos encontrarla ya en Platón; fue expresada también en la idea de
la «voluntad general» de Rousseau y del «imperativo moral» de Kant. Entre los primeros
sociólogos el principal exponente de esta opinión es Durkheim, quien percibió claramente
que los sentimientos comunes eran los que hacían que los hombres viviesen en sociedad.
Más recientemente, Parsons elaboró una teoría analítica que sugería que un sistema social,
considerado como un sistema de roles, existía únicamente en la medida en que había un
acuerdo sobre las formas de comportamiento que se esperaban de cada rol. Según esto, se
otorga gran importancia a los elementos normativos de la acción social: es decir, a la
conformidad con las reglas, los valores y las expectativas de los demás; y dicha importancia
se relaciona a su vez con el criterio funcionalista de que cada sistema de acción contribuye
positivamente al mantenimiento del sistema social en su conjunto.
Los sociólogos que asumen esta postura tienden a considerar el conflicto como una fuerza
negativa. No niegan su existencia, pero lo consideran una alteración del funcionamiento
normal del sistema social. Es decir, es anormal y, por regla general, también transitorio, ya
que en un sistema social existen fuerzas inamovibles que tienden a restaurar el equilibrio, a
devolver al sistema a un estado de equilibrio y estabilidad.
La otra gran tradición sociológica es la que considera el conflicto, no como algo anormal y
transitorio, sino como permanente e incluso necesario. Su origen es también muy antiguo,
pudiéndose remontar quizás a Aristóteles y, sin duda, a Hobbes, Hegel y Marx; y entre sus
más recientes exponentes está el sociólogo alemán Dahrendorf. Según este criterio, la
existencia de la escasez es suficiente por sí misma para garantizar la presencia de
conflictos, ya que las personas pertenecientes a cualquier grupo tratan, por todos los
medios, de incrementar su parte de los recursos escasos, a expensas de los demás si es
necesario. Si entre dichos recursos escasos incluimos el mando, el poder y el prestigio,
entonces las ocasiones para que surjan conflictos se incrementan. Por ejemplo, el poder se
denomina un concepto de «suma - cero»; si A tiene poder sobre B, C y D, entonces puede
pensarse que A tiene una cantidad positiva de poder, mientras que B, C y d poseen
cantidades negativas, ya que lejos de detentar el poder, son sus objetos. Por tanto, la suma
del poder de todos los miembros es cero. En toda sociedad que para sobrevivir se base en el
esfuerzo cooperativo, se precisa una jefatura, alguien que dirija su funcionamiento; y esto
lleva a que las personas se dividan entre las que tienen poder y aquellas cuyo poder es
negativo, lo cual supone la aparición de conflictos entre ambos.
Los conflictos pueden asumir múltiples formas. El término es muy amplio e incluye la
discusión, el regateo, la rivalidad y la lucha institucionalmente controlada al mismo nivel
que la violencia directa. No obstante, por debajo de las formas menores de resolver las
disputas subyace la posibilidad de la agresión en forma de violencia física; es decir, la
coerción. Por consiguiente, los sociólogos que mantienen este punto de vista, ven en la
coerción, más que en el consenso, la raíz última del orden social.
¿Para qué sirve el conflicto? ¿Qué representa para los individuos, para los grupos y para las
sociedades? ¿Cuales son sus funciones positivas o integradoras?. Según Coser, el conflicto
delimita los grupos y clarifica sus fronteras: es decir, especifica el lugar en que se encuentra
cada uno. Unifica los grupos proporcionando a sus miembros un interés común en la
supervivencia y victoria del grupo. El conflicto proporciona a los grupos coherencia,
organización y dirección. Además, obliga a cada facción antagónica a interesarse por la
coherencia, la organización y la dirección del contrario, ya que resulta mucho más fácil
negociar con un grupo que cuenta con un líder en el cual se pueda confiar para mantener el
grupo en orden y respetar cualquier acuerdo que se logre. Por otro lado, el conflicto «evita
la osificación del sistema social al ejercer presiones a favor de la innovación y la
creatividad».
Coser puntualiza que en cualquier sistema social los conflictos son menos destructivos
cuando son muy numerosos y cuando no coinciden sus líneas de desintegración u
oposición; es decir, cuando existen múltiples conflictos transversales. En este tipo de
sociedad, A y B pueden entrar en conflicto en una cuestión determinada, pero A tendrá
mucho cuidado de no perjudicar a B más de lo necesario, ya que A y B son aliados en un
segundo conflicto contra C.
Comte es el fundador de la Sociología moderna, aunque haya autores anteriores a él. Fue el
primero en acuñar el término Sociología en el “Curso de Filosofía positiva”. Lo que le llevó
a crear la Sociología fue un altruismo, una preocupación por las necesidades sociales. La
solución para superar los problemas de su época era abordar una política científica positiva.
La reforma de la ciencia significa que hay que elaborar un sistema de las ciencias positivas,
sistema que empieza con la lógica y las matemáticas y termina con la sociología.
En las otras dos fases desarrolla las intuiciones planteadas en su primera fase.
Dinámica social: presenta las leyes que regulan el devenir y el cambio social. La dinámica
social viene planteada por la ley de los tres estados. El estado está constituido por un
conjunto de ideas que determinan un régimen intelectual. Este conjunto de ideas son las
instancias últimas a las que los individuos acuden cuando se enfrentan con los problemas de
la existencia social. Esas ideas vienen a representar la conciencia social. Los tres estados
por los que ha pasado el espíritu humano son: estado teológico, metafísico y positivo.
Tras este primer periodo aparece la etapa de transición, representada por el estado
metafísico. El espíritu humano intenta conocer la naturaleza de las cosas, pero no
recurriendo a los dioses, sino a entidades abstractas inscritas en el propio ser de las cosas.
Esas entidades abstractas quedan englobadas en el concepto metafísico de naturaleza.
Esta sociedad se resquebraja cuando aparece el estado metafísico de la conciencia y, con él,
la sociedad legalista, en esta sociedad comienza a darse una separación entre el poder
sagrado y el poder civil; se refuerza el segundo a consta del primero. Es una etapa de
transición que sirve para superar los prejuicios de la tradición religiosa y preparar el camino
al estado positivo. Al hablar del estado metafísico de la conciencia, se refiere a la filosofía
racionalista de su época. La sociedad legalista significa el fin de la sociedad teocrática, la
creación de los modernos estados europeos y el inicio de la vida parlamentaria.
Para Comte, las características más importantes del industrialismo son las tres primeras.
Los conflictos son consecuencia de una mala organización de la sociedad.
En toda sociedad es necesario un grupo planificador, un grupo dirigente, pero además
piensa que los industriales son los que deben controlar el estado.
Defiende la propiedad privada, pero esta propiedad ha de cumplir una función social.
El consenso es aquello gracias a lo cual una pluralidad de individuos vienen a constituir una
colectividad, aquello que hace que un conjunto de instituciones sociales vengan a componer
una unidad social.
En 1857 publicó su ensayo El progreso, su ley y su causaen el que dice que la teoría
evolucionista es la única que puede aportar una explicación aceptable al principio de la
vida.
Spencer cree que sin la analogía orgánica no hay sociedad. La evolución se caracteriza en
primer lugar porque cada vez aparecen unidades vivientes de mayor volumen. Esto aparece
en sociedad desde los pequeños grupos a las grandes ciudades. Este aumento de volumen
va acompañado de una complejificación estructural: aparecen órganos más complejos y
especializados. Evolución en ambos mundos significa complejificación estructural, tanto en
el nivel orgánico como en el inorgánico. Junto a ello Spencer reconoce que hay diferencias
entre el nivel social y el nivel orgánico. El primero presenta mayor plasticidad y movilidad,
mayor capacidad de adaptación y mayor creatividad. La conciencia social se reparte a
través de las conciencias de los individuos. En el mundo orgánico las partes están en
función del todo, mientras que en el social el todo está en función de las partes.
La corriente funcionalista destaca el tema de la cohesión, del orden social, cuando habla de
cambio,, habla de cambio evolutivo, consensuado, pautado. Al funcionalismo se le ha
denominado sociología del consensus, aunque también hable del cambio social.
Se ha criticado a este modelo el que solo es operativo para ciertas sociedades primitivas,
pero no resulta operativo de cara al análisis de la sociedad contemporánea. Esta poca
operatividad obligó a una revisión del método funcionalista absoluto para hacerlo operativo
de cara a la sociedad contemporánea, es decir, para hacerlo operativo de cara a estudiar el
conflicto. Merton es uno de los funcionalistas más importantes que se dedicaron a revisar
este método.
No hay ningún texto donde Marx haga una exposición sistemática de su concepción
materialista de la historia, sino que esta concepción se encuentra desparramada a lo largo de
toda su obra. La categoría fundamental de Marx es la praxis. A partir de la praxis Marx
interpreta la historia como un proceso social de autoproducción mediante el trabajo. Esta
concepción es una concepción dialéctica, ya que hay momentos históricos que entran en
contradicción las fuerzas sociales de producción con el estado de desarrollo de las fuerzas
productivas.
En el griego antiguo, praxis significaba la acción propiamente dicha, era una acción que
tenía su sentido en sí misma, no tenía como consecuencia la creación de un producto
externo al sujeto agente. Por praxis se entendía aquella acción que no era artesanal,
productiva.
Para la época de la Grecia Antigua, la actividad material productiva no era una actividad
típicamente humana, era la actividad típica del esclavo. En Platón, la vida contemplativa
alcanza su punto álgido. El trabajo esclaviza al hombre encadenándolo en el mundo
sensible siendo un obstáculo para que el hombre alcance el máximo bien.
En el mundo clásico no hay una vertebración armónica entre teoría y praxis debido a una
concepción excesivamente racionalista del hombre y debido también, a un cierta
minusvaloración del mundo sensible.
Esto, sin embargo, no tuvo una proyección sociológica notable debido a la influencia del
Neoplatonismo sobre los padres de la Iglesia.
Sin embargo, a nivel macrosocial, sigue habiendo una preeminencia de la teoría sobre la
praxis.
En los siglos XVI y XVII se acentúa la idea del valor de la transformación de la Naturaleza
pero, lo que especialmente se ensalza es la utilidad del producto, y no se valora el hecho
mismo de la actividad transformadora, de tal forma que se olvida al protagonista de la
praxis (al ser humano).
Esta misma valoración pragmática de la praxis es la que también aparece en los grandes
economistas del XVIII. La economía es una ciencia de la riqueza y para la riqueza.
Sin embargo, según Marx, esta valoración de la praxis está ubicada en una filosofía
idealista, de tal forma que la liberación que postula Hegel se mueve en un plano idealista,
porque la praxis acaba disolviéndose en una actividad espiritual.
Por otro lado, la filosofía hegeliana está encaminada a justificar lo dado, es una filosofía
conservadora que no valora el drama humano del trabajo alienado.
Para que la relación armónica entre teoría y praxis se haga realidad hace falta una actividad
transformadora que implica: 1) una crítica radical, 2) un sujeto encargado de realizar esa
crítica (este sujeto será mediador entre la teoría y la realidad).
La crítica radical es la que tiene como objeto al hombre real y sus necesidades reales. Esta
crítica se inicia con Feuerbach, con el cual el hombre comienza a tener conciencia de sí
mismo. Sin embargo, la crítica feuerbachiana es una crítica radical teórica de la que es
necesario pasar a la crítica radical práctica que se identifica con la praxis revolucionaria.
La realización de esa praxis revolucionaria está condicionada a la existencia de un sujeto
real que medie entre filosofía y realidad. Este sujeto es el proletariado. Este proletariado
implica la negación de su propia condición de clase y la afirmación del hombre universal.
Marx concibe la historia, en su primera etapa, como un proceso racional que tiene una meta
concreta – la realización del hombre total – a través de los conflictos sociales, y cada paso
en la historia es un momento que tiene que alumbrar el reino de la libertad. En esto hay
clara influencia hegeliana.
La Naturaleza (el objeto) no existe para el hombre (el sujeto) al margen de su actividad
práctico - material porque la Naturaleza se presenta al hombre en el contexto de su
actividad transformadora. Considerar la Naturaleza al margen del hombre es considerarla
de un modo abstracto.
Fuera de esta relación productiva la Naturaleza es nada para el hombre ya que ésta existe
para él como producto de su actividad transformadora o como producto de su actividad
productiva.
La praxis como producción material presenta dos momentos: la herramienta y las relaciones
sociales. A medida que la actividad material se desarrolla se hace necesaria una división del
trabajo, lo cual implica el desarrollo de unas relaciones sociales de producción.
En la producción, el hombre no sólo actúa sobre la naturaleza, sino que también actúan
unos sobre otros. Fuerzas de producción y relaciones sociales son dos aspectos de una
misma realidad, ya que el hombre como ser productivo y como ser social son una misma
cosa.
Las relaciones sociales de producción vienen determinados por las formas de propiedad.
Las relaciones sociales evolucionan y llega un momento en que, debido a esto, deben
cambiar las relaciones sociales de producción. Si las relaciones sociales de producción
vigentes resisten al cambio, llegará el momento en que se alumbrará una contradicción
objetiva entre el estado de desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones sociales.
Esta contradicción sólo puede ser resuelta a través de la praxis revolucionaria.
Para Marx, la superestructura es la conciencia que tienen los hombres con respecto a su ser
y a su comportamiento; también hace referencia a las instituciones sociales que son
producto de la actividad social y que son realidades instrumentales que sirven para
legitimar el orden social establecido.
Las doctrinas sociales expresan la realidad objetiva social, pero a través del prisma
reformador de los intereses de clase. No es la conciencia la que determina la vida, sino la
vida la que determina la conciencia.
Para Marx, el dinamismo sociológico del modo de producción capitalista alumbra una
profunda contradicción objetiva: mientras que el trabajo se socializa cada vez mas, la
propiedad sobre los medios de producción se privatiza cada vez mas, lo cual trae como
consecuencia que poco a poco el capital se irá concentrando cada vez en menos manos y,
por tanto, la masa de trabajadores se irá ampliando, lo que a su vez provocará un
decrecimiento de los salarios. Esta situación poco a poco se irá volviendo insufrible para el
trabajador y desembocará en una revolución del proletariado, tras la cual se formará la
dictadura del proletariado, como paso previo a la fundación de la sociedad comunista.
Durante largo tiempo, la sociología estuvo muy influida por el darwinismo social. Durante
el medio siglo anterior a la Primera Guerra Mundial los sociólogos estuvieron cautivados
por el carácter aparentemente científico de nociones tales como las de «selección natural»,
la «supervivencia de los más fuertes» y la «lucha por la vida» que extrajeron de los trabajos
de Spencer y Darwin. Se olvidaban, con ello, del hecho de que el conflicto en la sociedad
humana es intra-específico y que las otras especies animales son inmunes a nuestro tipo de
conflicto: su selección, supervivencia y lucha se refiere exclusivamente a su medio
ambiente, y su agresividad no va nunca dirigida contra su propia especie, excepto en forma
de lizos normalmente no mortales entre individuos dirigidas a establecer jerarquías internas.
Las especies animales no se destruyen a sí mismas en batallas, ni subyugan a sus
semejantes para explotarlos. A pesar de esta objeción los esfuerzos de los darwinistas
sociales no fueron del todo vanos puesto que reunieron y ordenaron gran cantidad de
información acerca del conflicto social.
Sin embargo, aunque la población excesiva es un problema grave y que puede llegar a ser
desastrosa para el futuro de la humanidad, no es una variable que explique toda la agresión
humana. Hay zonas muy poco pobladas que presentan índices de criminalidad más altos
que las de gran densidad; hay tribus, castas y pueblos guerreros cuyo modo de vida tiene
causas económicas, políticas e ideológicas distintas de las demográficas o espaciales.
Gran parte de la sociología política gira en torno a este tema. Cubre la expresión política de
los conflictos, así como las luchas abiertas por el poder. En este contexto, quienes afirman
que «la estratificación trata del poder» han tendido a transferir el énfasis tradicional
marxista sobre la clase como expresión de relaciones económicas desiguales al terreno del
sistema de poder predominante, de modo que tanto clase como economía aparecen como
subproductos de la distribución del poder y la autoridad en una sociedad dada.
Sin embargo, parece que los datos empíricos obligan a establecer una interpretación menos
unilateral: el conflicto ocurre a menudo para establecer el control o el dominio sobre bienes
y servicios sin que el afán por el ejercicio directo del poder sobre otras personas entre en
juego por parte de todos los contendientes. El hecho de que una parte de la población esté
siempre movida por un claro deseo de poder no abona la generalización de la lucha por el
poder para la sociedad en su totalidad. Así pues, suponer que «la estructura del poder y la
subordinación en las sociedades humanas es la razón última de la presencia de la protesta y
la resistencia... del antagonismo y la alteración del orden... es una cuestión que va más allá
de la prueba empírica»
En general, los estudiosos del conflicto de clases han aceptado la explicación marxista
tradicional como la más acertada, por lo menos para las primeras fases de la
industrialización de los países capitalistas occidentales, pero han subrayado sus
limitaciones en lo que se refiere a la nueva situación creada por el auge del «estado
benefactor», el neocapitalismo y la expansión de nuevas formas de gestión y propiedad de
bienes que han dado lugar a la aparición de nuevas estructuras ocupacionales y formas de
reclutamiento de personal para los nuevos roles de la sociedad moderna.
Varios de los marxistas clásicos fueron los primeros en percatarse de esto y abrir la vía a
nuevos planteamientos. Así, por ejemplo, para Lenin, el relativo bienestar de las clases
trabajadoras inglesas dependía directamente de la miseria de los pueblos dependientes de la
corona británica, que constituían un mercado cautivo de la metrópoli. Más tarde la
desaparición del imperialismo clásico sobre el que se basa esta interpretación ha dado lugar
a que surjan nuevas doctrinas, que siguen esta línea. Destaca la de los teóricos de la
revolución en el «tercer mundo». Por ejemplo, Franz Fanon sostuvo que el neocolonialismo
y el neoimperialismo se basan en la existencia de unas «naciones proletarias» que se alzan
no ya contra una clase social, sino contra todo un sistema de explotación entre los países.
En varios sentidos, estos argumentos son muy vulnerables a un análisis serio. En primer
lugar, existe un elemento de verdad en la afirmación de que la guerra internacional y la
expansión imperialista es un subproducto de los conflictos de clases internos: las clases
dominantes han encontrado, desde siempre, que era sumamente conveniente para ellas
canalizar las energías desencadenas por el conflicto interno hacia afuera, mediante
expediciones militares, la apertura de nuevos mercados y la creación de situaciones de
tensión ideológica colectiva que exigía a todo ciudadano dirigir su agresividad contra un
enemigo externo, real o imaginario. En segundo lugar, los teóricos socialistas han sabido
subrayar fenómenos que han sido ignorados u oscurecidos por muchos de los sociólogos
del pasado, que insistían en presentar el conflicto social de clases como si solamente se
tratara de una mera fricción entre diversos rangos sociales, sin mayores consecuencias.
Dentro del marxismo destaca la aportación de Gyorgy Lukács, quien reinterpretó la noción
de proletariado en términos más radicales y revolucionarios que los admitidos por la
ortodoxia comunista soviética. Lukács esclareció la interpretación sociológica de la
dirección de la historia contemporánea: según él, es el proletariado con su conciencia de
clase (y no el partido) el primer y principal transformador de la sociedad moderna y de su
sistema de valores.
Como Lukács ha mostrado, las clases y su conflicto deben entenderse en su totalidad; las
tensiones y luchas entre individuos de distinto rango social y entre grupos aislados
ciertamente existen, pero su sentido solamente puede captarse si se comprende el todo de
que son parte, es decir, la estructura social general que las engendra.
Otra contribución importante es la de Gramsci, quien analizó los elementos internos de las
clases dominantes, y demostró la importancia de los intelectuales y de la intelligentsia en
general tanto en la tarea de legitimar y mantener el sistema prevalente de desigualdad social
como en la de derrocarlo.
2.2.3 La guerra
Según Abén Jaldún, existen cuatro géneros distintos de conflagración armada. La primera
es la tribal, que abraza también las luchas entre clanes y familias. La segunda es la de
quienes viven de la expoliación y el robo. La tercera es la «guerra santa» o religiosa.
Finalmente, la cuarta es la dinástica, de rebelión o sucesión.
Es decir, según Abén Jaldún, existen: a) guerras entre naciones, clanes y tribus, que
compiten por un territorio marcado, riqueza o soberanía; éstas pueden ser inspiradas por
ciertos grupos dirigentes o influyentes minoritarios; b) guerras promovidas por
profesionales, es decir, como un modo de vida; éste es el caso de los mercenarios, los
piratas, los saqueadores de oficio; c) las guerras ideológicas y religiosas, y d) las guerras
civiles, en las que se ventila la cuestión de la legitimidad del poder o del sistema de poder.
Naturalmente, los cuatro tipos aparecen combinados a menudo en cada caso concreto de
conflicto armado.
La guerra puede definirse como aquel tipo de conflicto social que tiene lugar a través de la
organización de una colectividad con objeto de conseguir la subyugación o destrucción
física total o parcial de los miembros de otro u otras colectividades, con derramamiento de
sangre. La guerra es, pues, una lucha mortal y organizada.
Según Margaret Mead, la guerra no es una necesidad biológica, sino una «invención
cultural». Así, las variedades de la guerra primitiva son tales que no existe una forma única,
común a todos los hombres. Encontramos batallas ceremoniales o rituales, luchas de
exterminio, expediciones de pillaje, vendettas familiares o clánicas, pero en todos estos
casos aparecen reglamentos estrictos de conducta y de ley tribal o intertribal.
Los factores ambientales pueden haber dado origen a la guerra en un pasado muy remoto,
pero ya no pueden explicar la situación presente. Así, encontramos sociedades que educan a
sus hijos en la ferocidad y el combate, como única ética aceptable. Otras educan a sus
mozos en las virtudes opuestas. La violencia y la guerra no quedan abandonadas al
capricho: las hostilidades deben conducirse según normas apropiadas de tiempo, lugar y
manera. También el carácter del enemigo cae dentro de estas normas culturales.
2.2.4 La revolución
Las revoluciones son fenómenos totales que no dejan ninguna zona de la sociedad fuera de
su alcance. La mudanza social viene acompañada de transformaciones en los valores, las
leyes, la religión, el poder y la técnica, si bien la nueva sociedad no difiere de un modo
absoluto de aquella que la vio nacer. Marx, por ejemplo, sentenció que las épocas anteriores
a las revoluciones llevaban siempre en su seno la semilla revolucionaria y la lógica
irremisible de su propia destrucción futura.
Además de ser fenómenos totales, las revoluciones son características de su propia época
histórica. Así, la revolución que tuvo lugar en Egipto en tiempos de Amenhotep IV y que
destruyó el poder de la vieja aristocracia fue distinta de la revolución democrática
ateniense, plasmada en la legislación de Solón, que abrió las puertas del poder a las clases
medias y creó unas condiciones sin precedentes para el progreso del pensamiento secular y
racional.
Lo que importa para que la revolución sea posible es la existencia de un antagonismo, sobre
todo su paso de un estado de latencia a un estado de explicitud entre unas capas de la
población cuya aceptación consensual de la autoridad de los poderosos es un impedimento
casi insuperable. Así, si la mayoría no pone en entredicho la legitimidad de la autoridad de
las clases dominantes el proceso revolucionario es imposible.
El antagonismo de clase exige el desarrollo de una conciencia de clase, así como una
pérdida de referencia hacia la autoridad tradicional.
Tanto Marx como Tocqueville insistieron en que no es la mera pobreza lo que desencadena
la revolución, sino la percepción de la desigualdad como algo injusto e insoportable. De
aquí se sigue que las revoluciones pueden estallar bajo condiciones de «prosperidad» sin
precedentes históricos para la sociedad en cuestión e incluso para sus clases bajas. Como
dicen Marx y Engels:
Para Davies, es posible dar una explicación del cambio revolucionario que se base en la
relación que existe entre las expectativas económicas crecientes de una sección importante
de la población y las fluctuaciones económicas. «Las revoluciones ocurrirán cuando un
período prolongado objetivo de desarrollo económico y social vaya seguido de un breve
período de aguda regresión»
2.2.4.3 La frustración de las expectativas crecientes de poder y status
Los estratos que notan con mayor intensidad la frustración creada por el sistema social son
aquellos que más cerca están de la clase a batir. El descontento proletario puede ser un
factor importante en la pauta general de la revolución, pero en algunas fases decisivas
sectores de la pequeña burguesía y los intelectuales se convierten en la punta de lanza
revolucionaria. Los revolucionarios más exigentes son aquellos para quienes las
recompensas de status y poder están más cerca, y no obstante no son alcanzables
Las clases dominantes deben ser capaces en tres sentidos distintos tanto para sobrevivir a la
amenaza revolucionaria como para neutralizarla. En primer lugar, deben abrir sus filas al
reclutamiento de personas de otro origen. Segundo, deben saber adaptarse a las
innovaciones técnicas y económicas. En tercer lugar, es también esencial que las clases
dominantes muestren una vigorosa capacidad de creación política frente a las condiciones
cuasi revolucionarias. La revolución es poco probable si hay un gobierno eficiente con una
política bien definida. Como Lenin añadió, es requisito de toda revolución que el ejército
deje de ser leal a las clases dominantes.
Una gran sección de los grupos que se pasan al enemigo está formado por los intelectuales
o sus adláteres. Los intelectuales tienden a percibir más penosamente su privación de
status, y se sienten doblemente aislados e inútiles bajo el régimen tiránico cuya destrucción
desean. Muévense en un mundo de doctrinas, ideas y planes a veces utópicos que están en
gran demanda en épocas de efervescencia revolucionaria. Al mismo tiempo, los
intelectuales son muy útiles en la tarea de llenar los huecos técnicos dejados por los grupos
salientes y en ayudar a otros revolucionarios mucho menos competentes en ciertos terrenos.
Cuando el cambio social es intento, los conflictos entre adultos y jóvenes se acentúan. En
virtud del proceso de socialización, cada niño es integrado socialmente según las normas,
valores y actitudes de sus mayores y, por ende, de su clase, ámbito social y subcultura. Mas
si durante su juventud el hombre se va encontrando con un mundo que no responde a las
líneas de conducta que le han sido inculcadas, puede caer en un estado de confusión mental
anómica, pudiendo llegar desde la rebelión puramente irracional y antiautoritaria contra los
adultos hasta la aceptación de todas las contradicciones que la crisis le presenta, mediante
su sumisión y adaptación táctica y casuística a cada coyuntura; podrá también alcanzar una
crítica racional y coherente con la situación.
Hay cuatro grandes tipos de rebelión de los jóvenes contra sus mayores:
II. La rebelión política utópica. Acompaña ésta a menudo a la anterior, aunque preconiza
una transformación inmediata del mundo mediante la destrucción antiautoritaria de los
«instrumentos de opresión»
III. La rebelión fascista. La desviación social de los jóvenes impuesta por las crisis puede
canalizarse en ciertos casos en organizaciones de juventud paramilitares. En ciertas
sociedades pluralistas de clase hay jóvenes que resuelven sus conflictos psicosociales según
ideales de obediencia ciega e identificaciones con la extrema derecha.
Sin embargo, no todas las rebeliones generacionales se reducen a estos cuatro tipos. Las
rebeliones generacionales contra el «mundo de los adultos» están ancladas en la
estratificación ocupacional y su dinámica y oportunidades, así como en las estructuras de
dominación de clase, amen de su conexión con los problemas educativos y profesionales
del mundo moderno. Tienen además relación con los conflictos internacionales y con la
formalización de una cultura sin fronteras.
Fue Simmel quien abrió el camino a un entendimiento más apropiado de los efectos del
conflicto sobre las partes contendientes. En vez de concentrar su atención sobre los efectos
disfuncionales del conflicto, observó que éste también producía efectos de otro género. El
conflicto es una de las fuerzas integrativas más potentes con que un grupo pueda contar:
aumenta la solidaridad interna; ayuda al mantenimiento de la disciplina; bajo su presión se
toman decisiones drásticas que no hubieran sido aceptables en condiciones normales.
Lewis Coser ha intentado elaborar toda una teoría general de las funciones integrativas del
conflicto social. Su enfoque ha consistido en querer interpretar el conflicto desde un punto
de vista neutral, como fenómeno cuyos efectos pueden ser considerados como positivos
para la estructura de ciertos grupos, clases o instituciones, aparte de los juicios morales que
podamos emitir sobre tal proceso.
Salvo casos efímeros de caos pasajero, la sociedad posee una estructura sistémica o cerrada.
Decimos que la sociedad es un sistema porque sus miembros se ciñen suficientemente a las
pautas de conducta de sus instituciones. Una de las bases del acatamiento explícito o tácito
de las normas sociales es la conformidad social. La conformidad es simplemente conducta
que obedece o encaja en la norma social.
Estrechamente ligado con la conformidad está el consenso. El consenso existe cuando los
miembros de los grupos se encuentran en un estado de acuerdo afirmativo en materia
normativa o cognitiva, relevante para su interacción mutua, respecto a las personas y roles
centrales al sistema y respecto a personas, roles y colectividades externas al sistema. El
consenso entraña también un estado de solidaridad formado por un sentido de identidad
común surgido por ligámenes afectivos de características primordiales, o por una
participación en lo sagrado y en la comunidad civil, o en una cultura común. El consenso es
algo más profundo que la conformidad, pues cuando existe pone a personas e instituciones
en contacto armonioso con los centros del sistema social general.
Pero el consenso completo es imposible, pues la sociedad está siempre en tensión entre esta
fuerza cohesiva y las fuerzas centrífugas que resultan de sus propios procesos internos de
diferenciación y de su adaptación deficiente al medio ambiente. Los individuos y los grupos
que pierden sus ligámenes consensuales con el sistema prevalente pasan a la acción
disconforme, se desvían de las normas abiertamente reconocidas como válidas por la
comunidad. Estamos entonces ante la desviación o conducta desviada. La desviación es
cualquier tipo de conducta que no encaja en las normas de un sistema social determinado.
La desviación es una conducta que se aparta de lo que un grupo normalmente espera de la
conducta de un subgrupo o individuo.
La desviación social se comprende y mide mejor dentro del marco de la anomia. El sentido
literal de la palabra griega anomia es el de «ausencia de ley» o norma. En sociología
anomia denota, en primer lugar, una situación en la que existe un conflicto de normas, de
manera que los individuos no pueden orientar con precisión su conducta. Es decir, que se
encuentran en una situación en la que hipotéticamente no hay normas porque no las hay
precisas. Conflicto de normas significa, pues, vacío normativopara quienes se encuentran
en medio de él.
Tanto Durkheim como Merton han subrayado el hecho de que la anomia surge de la
discrepancia que existe entre las necesidades del hombre y los medios que le ofrece una
sociedad concreta para satisfacerlas. Según Merton, la crisis anómica surge en el conflicto
entre «fines culturales y normas institucionales». Un ejemplo claro de esto lo ofrece la
sociedad norteamericana. Según los valores del sistema cultural americano los individuos
son socializados en su juventud para que se esfuercen por conseguir el éxito. Pero la
estructura social no permite a la mayoría que lo consiga. La mayoría, irremisiblemente,
fracasa, y por lo tanto se considera a sí misma como fracasada. Además, parcialmente a
causa de la ideología individualista, el inconformismo con la propia situación social no se
traduce en acción de clase, sino en una lucha individualista por el éxito.
Las consecuencias de todo esto pueden quedar reducidas a neurosis y psicosis individuales.
Pero también pueden llegar al llamado por Durkheim suicidio anómico; y puede crear un
tipo especial de delincuencia, una conducta desviada que quiere alcanzar los mismos
objetivos por otros caminos.
5. El cambio social
1. Todo cambio es temporal: el paso del tiempo es una condición importante para que
sucedan cambios, pero el tiempo solo no los produce.
2. El cambio es también ambientas (sujeto a un lugar): se da siempre en entornos
concretos, tanto físicos como culturales. El entorno geográfico está constantemente
sujeto a cambios, algunos de ellos producidos por el control del hombre sobre la
naturaleza, y otros por los poderes incontrolados de esta misma. El entorno cultural
ejerce un gran influjo en el comportamiento de las personas; al mismo tiempo, el
comportamiento de las personas transforma el entorno cultural.
3. Todo cambio posee un aspecto humano. El hecho de que las gentes efectúen
cambios y a su vez sean afectados por ellos, confiere al cambio la mayor
importancia. Además, todo el personal de una sociedad entra en los grupos y sale de
ellos, de forma que varían el número y el tipo de miembros que la forman. Al cambo
de un periodo de tiempo, todo el personal de una sociedad queda completamente
reemplazado por otro.