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SCHMITT

El texto busca postular una postura crítica por parte del autor Carl Schmitt, el cual a pesar de no
realizar un escrito especifico al respecto, realiza una crítica radical del tema a partir de sus obras.

Sin embargo, la aspiración de transparencia y publicidad que pregonaba el liberalismo pronto devino
en prácticas que negaban dicha expectativa. En efecto, en la Era Liberal las cada vez más pequeñas
comisiones de partidos, o de coaliciones de partidos, deciden a puertas cerradas sobre aquello que
afecta diariamente la vida de los ciudadanos. Más aún, los parlamentarios no deciden de manera
autónoma, sino que deciden como representantes de los intereses del gran capital. Y estos últimos,
a su vez, toman sus decisiones en un comité más limitado que afecta, quizás de manera mucho más
significativa, la vida cotidiana de millones de personas. De hecho, las decisiones políticas y
económicas, de las cuales depende el destino de las personas, no son (si es que alguna vez lo han
sido) ni el fiel reflejo de la sensibilidad de la ciudadanía ni del debate público que en torno a ellas se
pueda suscitar. Cf. Schmitt, Carl: Sobre el Parlamentarismo, 1990, p. 64.

Para Schmitt, la esencia del liberalismo radica en la negociación y la indecisión permanente, puesto
que tiene la expectativa de que en el debate parlamentario el problema se diluya, suspendiéndose
así indefinidamente la resolución mediante la discusión eterna. Schmitt, Carl: Teología Política,
1998, p. 86.

La meta es construir una réplica del Estado de Derecho, pero a nivel internacional. Pero si se lograra
instaurar, como aspira el liberalismo, algo similar al Estado de Derecho en el plano de las relaciones
internacionales, ello no implicará en modo alguno la completa eliminación del uso de la fuerza. La
coacción física seguirá usándose, pero cambiará la denominación del sujeto sobre el cual se aplicará
la fuerza y también la forma como se justificará su uso. El sujeto ya no será un enemigo, sino que
será un criminal, un delincuente, un infractor del orden y de la legalidad internacional. En efecto, él
ya no tendrá el status de enemigo político, sino que será un delincuente y sobre él se dejará recaer
todo el peso de la ley, el que en última instancia se hace efectivo a través de los dispositivos de
coacción física que asisten a las normas jurídicas. Según Schmitt, para la puesta en práctica de tal
orden, el liberalismo ha creado todo un arsenal semántico un nuevo vocabulario, esencialmente
pacifista, que “ya no conoce la guerra sino únicamente ejecuciones, sanciones, expediciones de
castigo, pacificaciones, protección de pactos, medidas para garantizar la paz [y] al adversario ya no
se llama enemigo, pero en su condición de estorbo y ruptura de la paz se lo declara hors-la-loi y hors
l’humanité”. Schmitt, Carl: El Concepto de lo Político, 1991, p. 106.

Para el liberalismo la enemistad siempre es un asunto privado, cada sujeto decide individualmente
y de manera autónoma quién es su enemigo. A ningún sujeto se le puede imponer un enemigo
(privado o público) si él, individual y subjetivamente, no lo acepta como tal. De acuerdo a la doctrina
liberal, según Schmitt, el Estado no puede imponerle enemigos al individuo ni exigirle que los
combata poniendo en riesgo su propia vida. Pero éste puede morir de manera voluntaria por aquello
que a él, individualmente, le plazca. Esto, como todo lo esencial en una sociedad liberal
individualista, es desde luego cuestión privada, por tanto, es resolución personal, libre y autónoma,
no sometida a ninguna injerencia externa y menos aún a la del Estado. La determinación sobre cómo
debe morir no concierne a nadie más que a él como individuo y al respecto toma su personal y libre
resolución. Ibidem
Toda teoría política parte de una concepción, ya sea de manera explí-cita o implícita, de la naturaleza
humana y por consiguiente respecto de la bondad o maldad congénita del hombre53. El liberalismo
parte del supuesto de que el hombre es bueno, por tanto, no requiere de un Estado fuerte para que
limite la expresión de sus instintos, de su agresividad, de sus pasiones. Lo anterior no significa en
modo alguno que el liberalismo niegue de manera radical al Estado. Para el liberalismo el Estado es
un mal necesario. Entonces, para que no se exceda en sus atribuciones y evitar que se transforme
en una amenaza para la sociedad, el liberalismo ha ideado tres instancias para controlar al Leviatán.
En primer lugar, el Estado se autolimita mediante un sistema de contrapesos internos denominados
división de poderes; en seguida, su proceder debe ajustarse siempre a la legalidad vigente; y,
finalmente, sus autoridades son sometidas periódicamente a evaluación a través del mecanismo de
las elecciones. Así, lo que el liberalismo deja en pie del Estado y de la política es únicamente el
cometido de garantizar las condiciones de la libertad y de remover todos aquellos obstáculos que
impidan su desarrollo. En definitiva, en un mundo habitado por hombres buenos reinaría la paz, la
seguridad y la armonía de todos con todos y el Estado sería innecesario. En un mundo así, “los curas
y teólogos harían tan poca falta como los políticos y los estadistas”54, concluye Schmitt. Schmitt,
Carl: El Concepto de lo Político, 1991, p. 93.

 Crítica al Estado de Derecho.


 Crítica al parlamentarismo o demoliberalismo.
 Crítica al internacionalismo pacifista.
 Crítica al individualismo.
 Crítica al optimismo antropológico.

Para Schmitt -de quien nos interesa aquí más la crítica que la teoría- la característica principal del
liberalismo se hallaba en su apoliticidad. En efecto, «la teoría sistemática del liberalismo se interesa
sólo por la lucha contra el poder del Estado en el terreno de la política interior, ésta existe en un
conjunto de métodos aptos para frenar y controlar el poder del Estado a favor de la libertad
individual y de la propiedad privada, en hacer del Estado un compromiso, en transformar las
instituciones en sopapas de seguridad». Según Schmitt, los dos principios del liberalismo, «la
libertad individual y la separación de poderes, son ajenos a lo político (un-politisch): estos principios
no implican ninguna forma de Estado, sólo son una forma de organización de frenos al Estado».

Por su lado, Schmitt afirmaba que la noción de ley debía tener «ciertas cualidades» en relación con
los principios del Estado de derecho y de la libertad burguesa: «si ley es todo lo que manda
determinado hombre o asamblea, sin distingos, una monarquía absoluta será también un Estado de
derecho; pues en ella impera la «ley», en este caso, igual a la voluntad del rey».

Para Schmitt existía un lazo genético entre «mercado» y «parlamentarismo». Este vínculo es según
el autor de la Teología política el producto de una idéntica metafísica (liberal) de la discusión
considerada como intercambio (de bienes o de opiniones, en el caso del parlamento). En sus
observaciones sobre la situación histórico-intelectual del parlamentarismo, Schmitt escribe (citando
una crítica de Gentz) que para el liberalismo las leyes provienen siempre de una lucha de opiniones,
y no de intereses.

Schmitt consideraba -y es aquí, sin duda, que reside todo el fundamento de su polémica
antiparlamentaria- que el parlamento no podía «integrar en una unidad política al proletariado,
masa no poseedora y no educada», a diferencia de la burguesía en el Estado monárquico. Ahí estaba
el error de apreciación de «los padres de la Constitución de Weimar» Weber, Naumann y Preuß.
Para Schmitt, sólo se «podrá dominar políticamente la nueva situación creada por la emergencia del
proletariado y recrear la unidad política del pueblo-Estado alemán» excluyendo «su factor liberal»

liberalismo que Schmitt definía como «la negociación, los términos medios dilatorios, con la
esperanza de que la confrontación definitiva, el combate sangriento que llevará a la decisión (blutige
Entscheidungsschlacht), pueda transformarse en un debate parlamentario y sea eternamente
suspendido gracias a una eterna discusión».

en su Verfassungslehre, Schmitt considera que la propiedad privada es un verdadero derecho


fundamental, que preexiste a la ley. Así interpretada, no sería lícito delimitar legalmente el
contenido de la propiedad privada en su discrecionalidad de dominio [1928b, p. 176-177]. Y en sus
sucesivas reelaboraciones teórico-constitucionales de aquellos años sobre los derechos
fundamentales, encontramos siempre la salvaguarda del derecho de propiedad contra los ataques
del legislador, y en particular, la expropiación. O. Beaud [1997, en particular, p. 94-95].

Afirmando la idea de un «Estado fuerte» defiende también una liberalización de la economía.


Schmitt distingue dos aserciones del concepto de Estado total. El Estado puede ser total desde un
punto de vista cualitativo, un Estado fuerte desde el punto de vista de la intensidad y de la energía
política, pero el Estado puede ser total también en un sentido puramente cuantitativo, del mero
volumen ocupado. Sin dejar de criticar las concepciones del liberalismo decimonónico, el jurista
alemán sostiene que sólo un Estado fuerte puede garantizar la esfera de la libre economía (basada
en la iniciativa y la propiedad privada) «Starker Staat und gesunde Wirtschaft» [1933 p. 84 sq., p.
90].

la crítica que formula Schmitt tiene un carácter dual: por un lado sostiene que el liberalismo cumplió
un papel en la historia, y que aliado a la democracia, destruyó el principio de legitimidad
monárquico; la razón de la caducidad del liberalismo la encuentra, en este registro, en que, una vez
muerto el Rey y desaparecidos todos los presupuestos propios del liberalismo, éste ya no tiene razón
de ser. Este primera argumento de tipo histórico espiritual convive, creemos, con una crítica
ontológico-política del liberalismo en la que Schmitt descubre en la metafísica liberal la incapacidad
que tiene, tanto teórica como prácticamente, de hacer frente a la situación excepcional

El concepto de lo político, Schmitt se propone establecer cuáles son las distinciones específicas de
lo político como campo autónomo de la realidad. El liberalismo se refiere sólo a la luchainterna
contra el poder del Estado y genera una serie de mecanismos para contro-larlo y garantizar la
libertad de los individuos mediante la división de poderes y loscontroles normativos. Esta
incapacidad para pensar lo político tiene su origen en laconcepción antropológica del hombre del
liberalismo. La creencia liberal se orien-ta en una profesión de fe positiva con respecto a la
antropología del hombre, estoes, cree que el hombre es bueno por naturaleza; desde esta
concepción no es nece-saria la idea de una autoridad que, a través del ejercicio de su soberanía,
garanticela paz y el orden al interior de la comunidad debido a que los hombres, al no teneruna
naturaleza conflictiva, dejados a su libre albedrío, generarían espontáneamen-te el orden social y
no se enfrentarían entre sí. Para Schmitt, la esfera de lo políticoestá dominada por la posibilidad
real de la distinción de un enemigo, lo que presu-pone una concepción negativa de la naturaleza del
hombre. Moviéndose en untérmino medio entre las concepciones más autoritarias (que
presuponen la maldadnatural del hombre) y las anarquistas (que son consecuentes con la premisa
de labondad natural del hombre), el liberalismo, mediante la proposición de un hombrebueno,
pretende subordinar el Estado a la sociedad para garantizar los derechos de os individuos; “para los
liberales, la bondad del hombre no significa otra cosa queun argumento con ayuda del cual el Estado
es puesto al servicio de la sociedad: ellos afirman que la sociedad tiene en sí misma su propio orden
y que el Estado es sólo un subordinado de ella, controlado con desconfianza y limitado dentro de
límites precisos”.

El liberalismo no niega demodo radical al Estado –no es consecuente, por lo tanto, con su premisa
de labondad natural del hombre; bajo la doctrina de la división de poderes no funda una teoría del
Estado, sino una forma de limitar el ejercicio del poder (considerándolo como algo malo y corruptor
del hombre). El liberalismo es incapaz de formular una teoría política propia porque parte de la base
de una antropología positiva del hombre y se encuentra, siempre, obligado a pensar la forma de
garantizar los dere-chos individuales.

el liberalismo propugnó una forma de dominación que, descono-ciendo los límites propios de lo
político, conduce a la radicalización del enfrenta-miento, a la eliminación de toda distinción precisa
entre guerra y paz, amigo y enemigo, y a la transformación de la guerra en la última cruzada en
contra del último enemigo de la humanidad al que se demoniza y se lo presenta como lo otro de lo
verdaderamente humano. El liberalismo, sostiene Schmitt, se mueve dentro de la polaridad de ética
y economía, denostando a lo político como el lugar en el que las cosas se resuelven por medio de la
violencia y buscando mediante la discusión en el plano espiritual yla negociación y el intercambio
en el plano económico propiciar una convivencia sin fracciones.

la crítica que Schmitt realiza del liberalismo estará enfocada en la incapacidad que tiene la metafísica
liberal para pensar la soberanía y decidir ante la irrupción de fuerzas sociales que, amparadas bajo
el Estado de derecho, pueden conducir a la guerra civil y a la disolución de la comunidad política. El
núcleo de la crítica de Schmitt al liberalismo en torno al concepto de soberanía es que el liberalismo,
mediante la división de competencias y el control recíproco de los diferentes órga-nos del Estado,
pretende resolver los conflictos dentro del marco del sistema norma-tivo y, frente al caso de
excepción (cuando el conflicto se da en términos existenciales y no se puede resolver apelando a
ningún sistema normativo), se encuentra impo-tente para garantizar la continuidad del orden o para
fundar otro nuevo.

El liberalismo, debido a la concepción que tiene de la leyque, como veremos más adelante, es la de
una norma general y racional opuesta a toda voluntad particular, es incapaz de hacer frente a las
situaciones que no pueden ser resueltas dentro del sistema normativo vigente y que precisan de
una fuente de legitimidad que no es normativa sino política. Schmitt recuperará, opuesta a esta
concepción liberal de la ley, la máxima hobbesiana de que no es la verdad, sino la autoridad, la
fuente de la ley; el Estado, en la figura del soberano, puede suspender el Derecho por el derecho
que tiene a su propia conservación. Para decirlo con otras palabras, frente a la irrupción del mal en
el mundo (sobre ésta también es el soberano quien decide si existe o no, o sea, si se está ante una
situación normal ouna excepcional) lo que mantiene la estabilidad de una comunidad política es esa
decisión que pueda o bien reafirmar un orden de cosas o bien generar otro nuevo.El liberalismo no
puede hacer frente a la situación excepcional, pues pretende resolver los conflictos por medio de la
discusión racional, ignorando que, cuando el enfrentamiento es político, no hay posibilidad de llegar
a acuerdo alguno, ya quela oposición se da en términos existenciales y no normativos.

Al no asumir la responsabilidad de decidir sobre la situación excepcional, el liberalismo se encuentra


impotente ante la irrupción de fuerzas sociales, esencialmente antiliberales que, amparadas bajo el
sistema nor-mativo burgués, pueden conducir a la disolución de la comunidad política.

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