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EMA 6: DERECHOS HUMANOS, PAZ Y

COMUNIDAD INTERNACIONAL
Introducción
La situación de los derechos humanos en la sociedad actual es preocupante. La crisis
económica y social nos muestra cómo se producen violaciones sistemáticas de los derechos
de las personas: falta de respeto a los derechos de los trabajadores, corrupción, escasa
atención médica, ausencia de servicios básicos para millones de personas (agua potable, luz
eléctrica, internet…) bajo nivel educativo…
Además en nuestro mundo contemplamos cada día el incremento de la violencia (física,
verbal, psicológica…) Las guerras, el terrorismo, los atentados contra la integridad física y
moral de millones de mujeres y niños… ponen de manifiesto unas relaciones
internacionales basadas en la injusticia, en la desigualdad y en la violencia
institucionalizada.

¿Qué son los Derechos humanos? ¿Dónde se fundamentan? ¿Qué dice el mensaje bíblico
sobre la dignidad y los derechos humanos? ¿Cómo proteger y promover dichos derechos
humanos? ¿Qué postura tiene la Iglesia frente a las guerras, el terrorismo, la pena de
muerte o la violencia contra la mujer? ¿Qué enseña la doctrina social acerca del orden
internacional y las instituciones que lo dirigen hoy en el mundo?
https://www.youtube.com/watch?time_continue=4&v=6ch14iqNC6w

Breve historia de los Derechos humanos


El nacimiento del cristianismo y su mensaje universal de amor a todos, incluso a los
enemigos, fue un gran elemento en el combate contra la esclavitud y la discriminación de
personas, razas y clases sociales. Primero en el imperio romano y después en las demás
culturas en las que se ha insertado. Es evidente que el mensaje y la práctica de Jesús de
Nazaret fue el fundamento de dicha lucha por defender la dignidad de todo ser humano.
Desde un aspecto más jurídico la llamada “Escuela del Derecho de Gentes”, en el siglo XVI
fue liderada por grandes teólogos y juristas que sentaron las bases de lo que hoy podemos
definir como derechos humanos. Al hilo del cuestionamiento moral de la Conquista de
América, se proclamó la dignidad y libertad de los indígenas y nativos americanos. Son de
obligada mención pensadores como:
Francisco de Vitoria, Bartolomé de las Casas, Francisco Suárez, Hugo Groccio.
Fue a fines del s. XVIII cuando se otorgó el reconocimiento jurídico de los derechos
fundamentales de la persona humana, a raíz de la “Revolución francesa” y su defensa de la
Libertad, la Igualdad y la Fraternidad como síntesis de dichos derechos plasmados en la
famosa Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano de 1789. Y aunque es
verdad que no se debió directamente a la Iglesia la formulación concreta del reconocimiento
de dichos derechos fundamentales, sin embargo este fue posible gracias a la cultura judeo
cristiana que estaba de fondo.
Y llegamos al punto culminante de este breve recorrido histórico: apenas finalizada la II
Guerra Mundial, la ONU promulgó el 10 de diciembre de 1948 la “Declaración Universal
de los Derechos Humanos” en treinta proposiciones fundamentales aceptadas hoy
globalmente, aunque no siempre respetadas y aplicadas. Se amplió el número de personas a
quienes se aplicaba la Declaración respecto a la Declaración de los Derechos del Hombre y
el Ciudadano de 1789, “a todos los seres humanos”, que nacen “libres e iguales en
dignidad y derechos”(art. 1)[1]
El papa Juan Pablo II la calificó como “piedra fundamental en el largo y difícil camino del
género humano” reconociendo el equilibrio que dicho documento guarda entre los derechos
individuales y los derechos sociales.

2. Definición y características de los DD.HH.


Son derechos humanos aquellos que se relacionan “directamente con la naturaleza del
hombre en cuanto persona dotada de razón y de libre albedrío, y que por tanto son
universalmente válidos, inviolables e inalienables”[1].
Por tanto, son de obligado respeto no solo porque lo diga una ley, sino porque están
inscritos en el ser personal, es decir son connaturales nacen de la misma naturaleza del ser
humano.
Consecuentemente, los derechos humanos son anteriores y superiores al Estado, el cual
los debe defender y promover. De lo contrario, se correría el riesgo de perder los derechos
por falta de consenso o de voluntad del legislador de reconocerlos.
Sobre esto el papa Juan XXIII nos enseña en su encíclica Pacem in Terris: “No puede ser
aceptada la doctrina de quienes arriman que la voluntad de cada individuo o de ciertos
grupos es la fuente primaria y única de donde brotan los derechos y deberes del
ciudadano” (P.T., 78)[2]
Otra característica de los derechos humanos es su inviolabilidad y universalidad. Esto
significa que en toda circunstancia o lugar deben reconocerse a todos los seres humanos.
Eso no implica que sean ilimitados puesto que el ejercicio de uno de ellos termina donde
comienza el derecho de las demás personas.
Finalmente son inalienables: tanto por parte de los demás que no pueden privar a ningún
ser humano de sus derechos fundamentales, como por parte de cada persona que no puede
renunciar a ellos.

3. Clasificación de los DD.HH.


Los derechos humanos tradicionalmente se clasifican en derechos de primera, segunda y
tercera generación.

 Los primeros derechos reivindicados a las monarquías absolutistas europeas fueron


los civiles y políticos, es decir las libertades como la de expresión, conciencia,
asociación, prensa.

 En un momento posterior, por la influencia del socialismo, comenzó a reivindicarse los


llamados derechos sociales, económicos y culturales, a saber: alimentación, salud,
educación, vivienda, trabajo.

 Los derechos de tercera generación son los derechos de los pueblos a


la autodeterminación, a la propia identidad cultural, al desarrollo, a
un medioambiente sano, a la paz, los derechos de las minorías étnicas y religiosas,
la soberanía de los países sobre sus riquezas y recursos naturales, etc… Estos derechos
no están contemplados en la Declaración Universal de 1948.
4. Fundamentación de los derechos humanos
Ya hemos señalado que una fundamentación puramente positivista o consensualista de los
derechos humanos los hace vulnerables y dependientes de decisiones arbitrarias. Por ello se
necesita buscar un fundamento más profundo que respete su condición de derechos
objetivos e indisponibles.
La enseñanza social de la Iglesia ofrece una fundamentación sólida y enraizada en el
mensaje bíblico: la paternidad de Dios y la dignidad del ser humano creado a
su “imagen” (Gen 1, 27), la igualdad básica y la fraternidad fruto del reconocimiento de ese
Padre común, y el proyecto liberador del Dios cristiano.
En palabras del papa Pablo VI la Iglesia nos enseña que “los derechos humanos están
fundados sobre la dignidad de la persona humana, sobre su igualdad y su fraternidad”[1]

En nuestra iglesia latinoamericana el Documento de Santo Domingo, al describir los nuevos


signos de los tiempos en el campo de la promoción humana sitúa en primer lugar los
derechos humanos (164-168). La defensa de los derechos de los más excluidos ha dado
como fruto la persecución y el martirio de muchos laicos, religiosos y pastores en América
Latina lo que constituye un signo de esperanza para nuestra época, donde los derechos
fundamentales siguen siendo violados o permanecen desconocidos, cuando no burlados, u
observados de manera puramente formal.
El magisterio latinoamericano enseña que “todo atropello a la dignidad del hombre es
atropello al mismo Dios, de quien es imagen” (Puebla, 306)[2]. Y la Iglesia universal,
aplicando el principio de bien común, promueve una igualdad esencial así como iguales
oportunidades de vida digna para todos: “Tanto los pueblos como las personas
individualmente deben disfrutar de una igualdad fundamental” (S.R.S., 33)[3]

5. Los derechos humanos en el mensaje bíblico


El Concilio Vaticano II nos enseñó que el alma de la Teología es la Palabra de Dios. Por eso
debemos ir a la fuente de nuestra fe cristiana – la Biblia – para descubrir que nos ha
revelado Dios sobre los derechos humanos.
Desde las primeras páginas de la Biblia se afirma que el hombre ha sido creado a imagen y
semejanza de Dios (Gen 1, 26-27). Ahí reside su dignidad.
El Dios que se revela en el mensaje del antiguo testamento es un Dios liberador, que oye el
grito de su pueblo oprimido por Egipto, se conmueve, y decide enviar a Moisés para
liberarlo de la esclavitud (Ex 3, 16-17). Yahvé, el Dios de Israel, ante los atentados contra la
dignidad del ser humano no permanece impasible. Decide intervenir para devolver dicha
dignidad a su pueblo.
En la misma línea de revelación bíblica, la ley mosaica determina que no haya “ningún
pobre a tu lado” (Dt 15, 4), ya que Dios quiere una vida digna para todos sus hijos e hijas.
El Dios de Israel es el Dios de la Vida, y una vida abundante para todos.
La práctica israelita del año sabático y jubilar que se recoge en los códigos del libro de
Levítico y Deuteronomio (Lv. 25, 2. 21-22; Deut. 15,23; 24, 19-22) nos revela que la tierra
es de Dios y es un regalo para todas sus creaturas. Se impone así la prohibición de la
acumulación de ésta, y se invita al perdón de deudas y a la liberación de esclavos, para
restaurar el orden originario del proyecto divino.

Derechos humanos y mensaje bìblico


Los profetas de Israel, en nombre de Dios, denuncian las prácticas que niegan la dignidad
humana. Y revelan que el culto que quiere Yahvé debe estar acompañado de justicia y
solidaridad hacia “la viuda, el huérfano, y el extranjero” (Is 1, 12-17).
Para cerrar este breve recorrido por el mensaje del primer testamento, podemos ver que los
pecados sociales más graves (asesinato, esclavitud, violencia…) claman al cielo (cfr. Ex 3,
7; Gn 4, 10) porque violan la vida humana.
En continuidad con este mensaje bíblico, y para darle plenitud, la práctica de Jesús nos
revela a un Dios solidario con el ser humano y defensor de su plena dignidad.

 Su actuación permanente en favor de los pecadores, publicanos, marginados sociales…


 La protección de la dignidad y derechos de la mujer, del niño, de los enfermos, de los
pobres y excluidos de su tiempo…
 Su decidida defensa de la persona humana por encima de las leyes, costumbres o culto
religioso (Mc 2, 27)
 La predicación del Reino de Dios como un nuevo orden que ya comienza en la historia,
y que tiene como privilegiados a los últimos. Para ellos es la Buena Nueva del Reino
(Lc 4, 16-21)
6. Derechos humanos y Magisterio de la Iglesia
Una manera gráfica de definir la Doctrina Social de la Iglesia es que esta surge como una
defensa explícita y radical de la dignidad humana. En este sentido podemos afirmar que el
reconocimiento de dicha dignidad y de los derechos fundamentales de toda la humanidad es
el eje transversal del pensamiento y la acción social de la Iglesia a lo largo de su historia.
Oswald Von Nell Breuning, sj. decía que la doctrina social de la Iglesia cabe en la uña de
un dedo donde puede escribirse la palabra “persona”.
Pero no resulta tan sencillo revisar la actitud y postura de la Iglesia hacia los derechos
humanos. Cada documento y declaración deberemos situarla en el contexto histórico y en el
momento concreto de evolución de la doctrina social de la Iglesia para interpretarla
objetivamente.
Así, documentos como la Mirari vos de Gregorio XVI (1832), Quanta cura o el Syllabus de
Pio IX (ambos de 1864) se comprenden en un momento histórico en el que la Iglesia se
sentía amenazada por el movimiento secularizador y defensor de las libertades de la
sociedad moderna de mediados del s. XIX, especialmente en Europa.
El papado de León XIII supuso un giro respecto a la actitud de la Iglesia hacia el mundo
moderno emergente, acogiendo algunos postulados liberales y mostrándose más tolerante
hacia las libertades. Su mayor aporte en este sentido fue la defensa que de los derechos
humanos hizo en su encíclica “Rerum Novarum” (1891)
El papa Pío XII observó silencio frente a la Declaración de los Derechos del Hombre de
1948. Su conocida reserva hacia dicha declaración tenía su fundamento en la ausencia de
referencias explícitas a Dios y por la desconfianza que venía de hace ya tiempo en la Iglesia
hacia la modernidad. Esto no supuso que Pío XII se opusiera a los derechos humanos,
puesto que en contadas oportunidades habló de ellos y la urgencia de su defensa y
protección.

Derechos humanos y Magisterio de la Iglesia


En la encíclica Pacem in Terris encontramos una formulación más integral de esos
derechos, enumerándolos y analizándolos con sus deberes correspondientes.

El Concilio Vaticano II en Dignitatis Humanae y Gaudium et Spes hizo una defensa


inequívoca de la dignidad humana y un llamado explícito al reconocimiento y protección de
los derechos fundamentales inviolables e inherentes a la persona, como imagen y semejanza
de Dios.

El Concilio Vaticano II proclamó además oficialmente el derecho a la libertad religiosa,


terminando así con siglos de intolerancia y conflictos religiosos. Ni la verdad ni el error son
objetos de derechos, solo la persona humana. Porque se reconoce que la verdad solo se
impone con la fuerza intrínseca que conlleva. Así la Dignitatis Humanae afirma: “Todo
hombre es libre para abrazar y profesar la religión que juzgue verdadera, guiado por la luz
de su razón”.[1]

Juan Pablo II afirmó en el año 1984 que “la promoción de los derechos humanos es
requerida por el Evangelio y es central en el ministerio de la Iglesia”.
Una buena síntesis de la aportación de la Doctrina Social en este campo de los derechos
humanos es un documento que la Comisión Teológica Internacional publicó en
1983: “Dignidad y derechos de la persona Humana”.
José Manuel Caamaño[2] resume dicho documento en cinco afirmaciones fundamentales
que a continuación recogemos:

 La unidad entre dignidad y derechos humanos.


 La vinculación entre derechos y deberes: sin su consiguiente deber los derechos se
convertirían en algo arbitrario.
 La jerarquización de los derechos humanos, puesto que no todos son igual de
fundamentales. No podemos equiparar el derecho a la vida con el derecho al descanso
semanal, por ejemplo.
 El orden objetivo como fundamentación universal de los derechos humanos: estos
pertenecen a la naturaleza humana, derivan de su dignidad y son ajenos a intereses o
contextos.
 Fundamentación teológica de la dignidad y de los derechos humanos: el ser humano ha
sido creado a imagen y semejanza de Dios.

7. Derecho a la vida
De todos los derechos humanos, el primero universalmente reconocido es el derecho a la
vida. Sobre dicho derecho se fundamental todos los restantes. Esto significa que tiene el
mismo valor la vida de un embrión que la de un anciano, la de un criminal que la de un
inocente, la de un enfermo que la de un sano, la de un varón que la de una mujer, etc…
En este sentido es de vital importancia la valoración ética de todos los avances tecnológicos
actuales. No todo lo que es posible técnicamente, se puede hacer; puesto que muchas veces
lo que se da es una manipulación irresponsable de la vida humana. Por eso el papa
Benedicto XVI en su encíclica “Caritas in Veritate” nos recuerda que la bioética (aborto,
eutanasia, esterilización, clonación, reproducción asistida, fecundación artificial,
fecundación in vitro, inseminación artificial, experimentación con embriones…) “es un
campo prioritario y crucial en la lucha cultural entre el absolutismo de la técnica y la
responsabilidad moral” (C.V. 74)[1]
Fruto de la defensa de este derecho a la vida es la oposición a la guerra, al terrorismo, a la
pena de muerte, a la pobreza, al aborto o a la eutanasia. El primer derecho del hombre es a
nacer y a morir cuando su Creador disponga. Si negáramos estos derechos caeríamos en la
contradicción de defender la vida de los culpables en la pena de muerte y dejar desprotegida
la vida de inocentes.
El derecho a la vida implica también acabar con el escándalo ético del hambre en el mundo.
Dice el papa Benedicto: “es necesario que madure una conciencia solidaria que considere
la alimentación y el acceso al agua potable como derechos universales de todos los seres
humanos, sin distinciones ni discriminaciones” (C.V. 27)[2]
Otras consecuencias son: la oposición al armamentismo y los ingentes gastos militares, la
prohibición de toda guerra, la abolición de la pena de muerte, la persecución del tráfico y
consumo de drogas, o el irresponsable manejo en el tráfico, entre otras prácticas que atentan
directamente contra el derecho a la vida.

8. Derechos de la mujer
La pobreza tiene rostro de mujer. Así lo reflejan los siguientes datos del mundo en el que
vivimos:
Una de cada tres mujeres en el mundo sufre la violencia, y en la mayor parte de las
situaciones causada por miembros de su propio entorno (familiares, conocidos…)
El 70% de los adultos analfabetos son mujeres. Y aún no se logra la igualdad en cuanto al
salario por el mismo trabajo, a la representación política o en cargos dirigentes.
La causa de estas situaciones la podemos encontrar en que, tradicionalmente la mujer ha
sido considerada inferior al varón (en inteligencia, capacidad física…) sometida al esposo,
relegada a las tareas domésticas, y a menudo objeto sexual o de explotación.
La Biblia no escapa de esta mentalidad, especialmente en el Antiguo Testamento. Pero no
debemos pasar por alto la práctica y la enseñanza de Jesús en relación a la mujer. Fue un
actuar que las dignificó.
La condición de la mujer en aquella sociedad judía era denigrante:
 No participaba de la vida pública, quedaba confinada al hogar donde era discriminada
frente al varón. Hasta los 12 años pertenecía al padre y de ahí al esposo… Era objeto de
placer, apreciada solo por su fecundidad y tenía deberes de esclava…
 En el matrimonio su situación era penosa ya que se permitía la poligamia y el repudio
por parte del varón.
 Jurídicamente era discriminada, sin derechos de sucesión, herencia, tampoco podía
testificar, ni ejercer cargos públicos.
 Religiosamente la situación era también de marginación. La mujer tenía un lugar
apartado en la sinagoga, secundario. Y no podían leer ni aprender la “Torá”. Además se
la consideraba impura durante la menstruación o después del parto.
 Un resumen de toda esta situación denigrante es la oración del Rabino Jehuda: “Bendito
Dios porque no me has creado pagano, ni mujer ni ignorante”.

9. Jesús y la mujer
Podemos considerar la actitud de Jesús hacia las mujeres, en medio de aquella realidad,
como una “buena noticia”:

 Acepta a mujeres entre sus seguidores (Mc 15,40; Lc 8, 1-3) porque tienen derecho a
escuchar la palabra de Dios.
 Defiende a la mujer en el matrimonio, condenando la poligamia y el repudio (Mc 10,1;
Mt 19,1)
 Destruye la imagen de mujer objeto o relegada a las tareas domésticas. En Lc 11, 27-28
Jesús enseña que la mujer no solo es para la maternidad. Igual en Lc 10, 38-42 con
Marta y María, nos enseña que no quedan solo para el hogar.
 Se mostró cercano a ellas, son sus amigas, las cura, toca, las defiende, se deja besar por
una prostituta.
 Finalmente habla del reino y de Dios con una imagen de mujer (Lc 15, 8-10)

Reflejo de esta práctica de Jesús está la vida de las primeras comunidades cristianas donde
hubo mujeres que predicaban, o que se encargaban como diaconisas del servicio a los
pobres, presidían las reuniones de las comunidades en sus propias casas y evangelizaban a
la par de los varones. En los escritos de S. Pablo se nombra a un gran número de
colaboradoras, porque para el cristianismo ya no hay judío ni pagano, esclavo ni libre, varón
ni mujer (Gal 3, 28)
En los tiempos actuales, el movimiento feminista (surgido al margen de la iglesia) ha
aportado enormemente a la emancipación y liberación de la mujer, a pesar de que la
situación actual es de brutal sometimiento en muchos países y de falta de igualdad en
muchas dimensiones de la vida social.
Comenzando por el reclamo del derecho al sufragio, después por la igualdad en el acceso al
trabajo y en la cuantía del salario respecto al varón, la paridad en la representación política
o en el reparto de las tareas del hogar, el movimiento feminista ha colocado en la agenda
política y social la lucha por la igualdad de derechos entre hombres y mujeres.
La Iglesia se ha ido haciendo eco de todos estos justos reclamos, realizando un profundo
replanteo sobre el rol de la mujer tanto en la sociedad como al interior de la Iglesia.
10. Compromiso en defensa de los derechos humanos
La idea de dignidad humana es una idea anterior al cristianismo, pero este ha sido quien la
ha dotado de un sentido universal, extendiéndola a todos los seres humanos, y dotándola de
un carácter inviolable e inalienable. Por ello, los derechos humanos no pueden reducirse a
meros acuerdos sociales fruto de la fraternidad o la solidaridad hacia los demás. Deben
fundarse en la propia dignidad humana que los poderes políticos y sociales deben proteger.
Los derechos humanos no son creaciones del hombre, sino que éste los descubre en sí
mismo. Nos pertenecen y son anteriores a cualquiera de sus concreciones históricas. Y por
eso mismo deberían quedar formulados en el derecho positivo de todas las legislaciones
nacionales o internacionales. Un primer modo de defensa y promoción de dichos derechos
es afirmar que únicamente la dignidad de la persona es la que puede garantizarlos y
extenderlos universalmente, en cualquier situación y contexto. La primacía y centralidad de
la persona humana afirmada por la doctrina social de la Iglesia señala también el
compromiso por promover y defender los derechos humanos que nace del mensaje social
cristiano. Un cristiano, a ejemplo de Jesús, debe defender especialmente los derechos de los
más excluidos: niños, mujeres, pobres, hambrientos, desempleados, minorías de cualquier
índole.
https://www.youtube.com/watch?time_continue=1&v=586aPapdKwQ

Compromiso en defensa de los derechos humanos


El papa Benedicto XVI en su encíclica Caritas in Veritate lo puso especialmente de relieve,
y es algo que ninguna reforma política, social o económica debería olvidar para construir
una sociedad más justa y humana.

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Por ello el papa Francisco expresó con tanta radicalidad en su exhortación apostólica
“Evangelii Gaudium” (2013) que, “Así como el mandamiento de « no matar » pone un
límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir « no a una
economía de la exclusión y la inequidad ». Esa economía mata. No puede ser que no sea
noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos
puntos en la bolsa. Eso es exclusión. No se puede tolerar más que se tire comida cuando hay
gente que pasa hambre. Eso es inequidad. Hoy todo entra dentro del juego de la
competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil. Como
consecuencia de esta situación, grandes masas de la población se ven excluidas y
marginadas” (EG 53)
El derecho a la vida y sus concreciones: derecho a vivienda, educación, sanidad, trabajo,
libertad de expresión,… deben constituir deberes que toda sociedad ha de proteger para
hacer visible el respeto a la dignidad humana y no dejarlo en algo puramente teórico.
Como afirmaba Gandhi: “la verdadera fuente de los derechos es el deber. Si todos
cumplimos con nuestros deberes, no habrá que buscar lejos los derechos. Si, descuidando
nuestros deberes, corremos tras nuestros derechos, estos se nos escaparán como un fuego
fatuo. Cuanto más los persigamos, más se alejarán”.

11. La Iglesia y la Paz: mensaje bíblico sobre la


violencia
La paz es fruto de la justicia (cf. Is 32, 17), en sentido amplio, como el respeto del
equilibrio de todas las dimensiones de la persona humana. La paz peligra cuando al hombre
no se le reconoce aquello que le es debido en cuanto hombre, cuando no se respeta su
dignidad y cuando la convivencia no está orientada hacia el bien común. La paz no es la
ausencia de conflictos, sino el modo no violento de resolver dichos conflictos.
Para construir una sociedad pacífica y lograr el desarrollo integral de los individuos,
pueblos y Naciones, resulta esencial la defensa y la promoción de los derechos humanos.
(Compendio DSI 494)
Del mensaje social del nuevo testamento se desprende que Jesús no vino a proclamar la paz
a cualquier precio, ni una pasividad frente a la injusticia o la violencia institucionalizada.
“No he venido a traer la paz, sino la espada” (Mt 10, 34). Se trata de la “espada del
Espíritu” (Ef 6, 14) que es la Palabra de Dios. Como dice el Papa Francisco, "Significa
que la fe no es algo decorativo, ornamental, no es para decorar la vida con un poco de
religión, como una tarta a la que se le pone la nata. ¡No! La fe implica elegir a Dios como
criterio-base de la vida, y Dios no es algo vacío, no es neutro. ¡Dios es amor! Dios es
siempre positivo, es amor positivo".
Es una palabra que como filo de espada cuestiona, denuncia, desestabiliza. Jesús sí condenó
la violencia como recurso para lograr la paz y la justicia.
Si hay que amar al prójimo, la alternativa será la no-violencia (Mt 5, 38). Es decir, no entrar
en la espiral de la violencia, sino tratar de desarmar a enemigo, ir más allá de lo esperado…
Cuando Jesús expulsa a los comerciantes del Templo de Salomón, usó un látigo para votar a
los animales, pero no para agredir a las personas. Fue un gesto profético lleno de pasión y
ardiente defensa del Dios de Israel y su casa.
Además enseñó el amor a los enemigos (cf. Mt 5, 43-48), invitó a no responder a la
violencia con más violencia (Mt 5, 39), proclamó dichosos a los que trabajan por la paz (Mt
5, 9), prohibió el uso de la espada incluso en defensa legítima (Mt 26, 51-53) y propuso un
cambio en el mensaje del antiguo testamento (Tb 4, 18: “No hagas a nadie lo que no
quieras que te hagan”) invitando a adoptar un compromiso positivo, por el bien: Mt 7,
12: “todo lo que quieran que les hagan los hombres, háganselo ustedes a ellos…”
La Iglesia y la paz
Siguiendo esta enseñanza los primeros cristianos actuaron en consecuencia, negándose a
tomas las armas, participar en la guerra o asistir al Circo Romano.
“Cristo, al desarmar a Pedro, desarmó a todos los cristianos” (Tertuliano, “De idolatría”,
cap. 19,3)
Pasado el tiempo, las guerras se volvieron práctica habitual y la cristiandad elaboró la
conocida como teoría de la guerra justa, que más adelante desarrollaremos. Se convocaron
las “Cruzadas” contra los musulmanes y herejes, guerras en nombre de Dios.
Ya en el siglo pasado la experiencia de la humanidad produjo un cambio en dicha
enseñanza de la Iglesia.
El papa Benedicto XV declaró la primera guerra mundial como “una inútil masacre”, “una
horrible carnicería humana”, contraria a la voluntad del Creador.
Pío XII señaló en vísperas de la II gran guerra que “nada se pierde con la paz; todo puede
perderse con la guerra”.
Tras la II Guerra Mundial comenzó la llamada guerra fría entre los dos grandes bloques
(soviético y estadounidense) que provocó una desbocada carrera de armamentos y puso al
mundo al borde de una tercera guerra nuclear.
En ese contexto el papa Juan XXIII, en la “Pacem in Terris” condenó todo tipo de guerra:
“En nuestro tiempo, que se jacta de poseer la energía atómica, resulta un absurdo sostener
que la guerra es un medio apto para resarcir el derecho violado” (PT 127)

La caída del muro de Berlín (1989) y de la URSS dio lugar a un período de transición en el
que los gastos militares lograron reducirse.
Pero un nuevo hecho histórico, el ataque del 11 de setiembre a las torres gemelas de Nueva
York, inauguró un período nuevamente de enfrentamiento, esta vez con el terrorismo, una
guerra fundamentada en la religión y el choque de la civilización occidental e islámica, que
ha provocado un aumento en el mundo de los gastos de armamentos, alcanzando un gasto
10 veces mayor que la ayuda al desarrollo.
12. Legítima defensa
Para entender en profundidad la enseñanza de la iglesia sobre el tema de las guerras y la
paz, vamos a desentrañar este principio de la moral tradicional.
Existe un derecho (reconocido por las legislaciones modernas) a la defensa propia y ajena,
cuando se conculcan o amenazan derechos fundamentales. Es más, dicha legítima
defensa es además obligatoria. Hay que actuar para defenderse de dichas violaciones o
amenazas.
En el Concilio Vaticano II se actualizó la validez y aplicabilidad de dicho principio, pero se
señaló la voluntad de que se destierre de la historia de la humanidad cualquier tipo de
guerra. La enseñanza social de la iglesia hizo un llamado a una “mentalidad totalmente
nueva” y a “preparar aquella época en la que, gracias al acuerdo entre las naciones, se
podrá prohibir totalmente el recurso a la guerra” (Gaudium et Spes, 82)[1]
En la teología moral moderna se sigue defendiendo este derecho a la legítima defensa, pero
por medios no violentos. El magisterio de la Iglesia lo ha ido reconociendo. Un ejemplo está
en Juan Pablo II que ve como un signo de los tiempos “una nueva sensibilidad cada vez
más contraria a la guerra como instrumento de solución de los conflictos y orientada cada
vez más a la búsqueda de medios eficaces, pero no violentos, para frenar la agresión
armada” (Evangelium Vitae, 27)[2]
Paralelamente a esta doctrina sobre la legítima defensa se ha ido desarrollando la enseñanza
sobre la llamada “injerencia humanitaria por la fuerza”. El mismo Juan Pablo II la defendió
en estos términos: “Cuando todas las posibilidades de negociaciones diplomáticas se
acaban y poblaciones enteras están por sucumbir frente a un injusto agresor, los gobiernos
ya no tienen derecho a la indiferencia. Nos parece que su deber es desarmar al agresor, si
todos los demás medios no violentos se han revelado inútiles”. [3]
Es una reivindicación también a que existan Tribunales Penales Internacionales que
intervengan en los países, también de modo armado si fuera necesario, siempre bajo el
mandato de la ONU. Pero no una injerencia militar, sino de una policía internacional con
capacidad de desarmar al culpable de la agresión.

13. Mirada ética a la carrera de armamentos


Detrás de la enseñanza de la Iglesia sobre este tema, está un juicio ético más profundo.
En primer lugar hay un fuerte cuestionamiento a los gastos militares actuales, con los que se
podría resolver hoy día los principales problemas del planeta: alimentación, salud y
educación.
El Consejo Pontificio de Justicia y Paz publicó en 1994 un arriesgado informe denunciando
el comercio internacional de armas, iluminado con una reflexión ética. Se cuestiona, por
ejemplo, que medio millón de científicos en el mundo se dedican a investigar con fines
militares, o que los cinco países permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU (China,
Francia, Rusia, Reino Unido y Estados Unidos), sean los más grandes exportadores de
armas a los países pobres Paralelamente a ello se enjuicia el gasto militar de muchos países
en vías de desarrollo, superior en gran medida a las inversiones en salud o educación.
El Vaticano II condenó la carrera de armamentos, calificándola como “la plaga más grave
de la humanidad y responsable de perjudicar a los pobres de manera intolerable”[1].
El pensamiento social de la Iglesia considera imprescindible la eliminación de las armas de
destrucción masiva (atómicas, biológicas y químicas) y el desarme de las llamadas
convencionales. Y ello porque no tienen un supuesto poder disuasorio. El tenerlas genera el
riesgo de usarlas. “Estar listos para la guerra hoy significa de alguna manera
provocarla” dijo Juan Pablo II.

Mirada ética a la carrera armamentista


Algunos datos que nos hacen pensar:

 El gasto mundial al día en armamentos supera el millón de dólares


 Cada dos minutos se gastan en el mundo 60.000 dólares en armas; y cada dos segundos
un niño muere por falta de alimentos
 La cifra mundial de gastos bélicos aumenta aproximadamente en 3% cada año,
porcentaje mucho mayor que el aumento de la población y que el crecimiento
económico para el mismo periodo.
 Hay almacenadas 60.000 bombas nucleares.
 Un solo tanque moderno equivale al presupuesto anual de la FAO. En dos días se gasta
en armas el equivalente al presupuesto de un año de la ONU
 El 25% de científicos se dedica hoy a investigar en relación con las armas (medio
millón aproximadamente)
 Con lo que se invierte en un bombardero y sus misiles se pueden construir 75 hospitales
de 100 camas.
 Los países ricos se hacen más ricos con la venta de armas; y los pobres más pobres
comprándolas (el 20% de su gasto total)
 Hay medio millón de niños soldados en 87 países

https://www.youtube.com/watch?time_continue=1&v=RY_eYE2HeGc

14. Mirada de la Iglesia


¿Qué valoración hace el magisterio de la Iglesia sobre esta realidad?
El papa Benedicto XVI, el primero de enero de 2007 exigió el desarme nuclear mundial
para asegurar la supervivencia de la humanidad.
El tráfico de armas es un desorden aún más grave que su producción, señaló Juan Pablo II
en la Sollicitudo Rei Socialis, 24.
Y en Ecclesia in América, el papa y los obispos americanos hablaron del “escandaloso
comercio de armas de guerra, el cual emplea sumas ingentes de dinero que debieran
destinarse a combatir la miseria y promover el desarrollo”

15. Terrorismo
En un mundo profundamente injusto, donde impera la violencia institucionalizada, algunos
optan por la lucha armada como único modo para lograr un cambio estructural. Otros
deciden recurrir al terrorismo para lograr obtener sus objetivos políticos. En América Latina
y concretamente en el Perú sabemos muy bien de esta realidad.
La violencia no es la solución a ningún problema y nos lleva a una trágica espiral: engendra
más violencia. Pero tampoco es la solución la pasividad ante las injusticias.
Por eso la Iglesia condena la guerrilla y el terrorismo de modo categórico. En Sollicitudo
Rei Socialis podemos leer: “Aun cuando se aduce como motivación la creación de una
sociedad mejor, los actos de terrorismo nunca son justificables”[1]
Un juicio moral grave merece también para la Iglesia el llamado “Terrorismo de Estado”.
Consiste en la respuesta gubernamental a través del Ejército, la policía o grupos
paramilitares, usando métodos terroristas como torturas, secuestros, desapariciones o
asesinatos. Estuvo muy presente en dictaduras militares del siglo pasado como Argentina,
Chile, Uruguay o Centroamérica.
Los obispos argentinos en el documento “Iglesia y Comunidad Nacional” afirman: “Ni el
estado de excepción, a aun de guerra interna, ni motivos de eficacia militar o de seguridad
interna o externa pueden ser invocados para herir los derechos humanos básicos. La teoría
de la llamada “guerra sucia” no puede suspender normas éticas fundamentales que
obligan un mínimo de respeto por la persona, aun por el enemigo. Las autoridades del
Estado no pueden valerse de los mismos métodos irracionales de que se vale la violencia
subversiva”[2]
La situación internacional generada por el llamado Terrorismo internacional, a partir de los
atentados contra las torres gemelas el 11 de setiembre del 2001, ha llevado a nombrar una
nueva doctrina belicista. “la guerra preventiva”, esgrimida como único instrumento eficaz
para enfrentar a dicho terrorismo internacional. El camino será analizar las verdaderas
causas de dicho terrorismo internacional y resolverlas de un modo no violento.
https://www.youtube.com/watch?time_continue=1&v=GXCtR608YXI

6. La no violencia activa
Por lo que vamos analizando en nuestro tema, podemos ir concluyendo que la violencia no
es cristiana y engendra más violencia.
Por tanto, la respuesta a nuestros conflictos deberá ser no violenta. Ojo, esto no significa
resignación o aguante pasivo, sino lucha activa, pero pacífica, contra las injusticias.
Ejemplos de esta metodología no violenta los tenemos en Mahatma Gandhi, Martín Luther
King, el sindicato obrero polaco Solidarnosh, Nelson Mandela, el arzobispo Desmond Tutu,
las madres de la Plaza de mayo o los Campesinos sin Tierra, entre otros.
Como enseña Juan Pablo II en la encíclica Centesimus Annus, esta metodología recurre a
otras armas: políticas, sociales, económicas, espirituales, psicológicas, por medio de la
desobediencia civil o la no cooperación con el agresor (CA 23)
Y la Conferencia Episcopal Norteamericana afirmó: “creemos que los esfuerzos por
desarrollar métodos no violentos, a fin de rechazar las agresiones y resolver los conflictos,
responder mejor al llamado de Jesús a favor del amor y la justicia”.

Por tanto el mensaje cristiano es un llamado a suscitar una cultura de paz, superando
fanatismos, nacionalismos exacerbados, intolerancias, agresiones… y promoviendo una
educación que invite a defenderse y defender a la patria con armas no militares.
Al interior de la Iglesia se debe reformular la presencia de capellanes incorporados al
ejército.

17. Autoridad mundial para la Paz


Tras el final de las dos guerras mundiales se constituyeron, primero la Sociedad de
Naciones y después la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en 1945. Entre sus
objetivos se encuentra lograr la seguridad internacional y la paz. Pero difícilmente lo puede
lograr mientras cinco de las quince naciones del Consejo de Seguridad (Estados Unidos,
Francia, Rusia, China y Gran Bretaña) conserven el derecho a veto a las resoluciones de
dicho Consejo.
Por ello el Concilio Vaticano II abogó por el establecimiento de una autoridad
supranacional: “Para que sea absolutamente prohibida cualquier guerra se requiere una
autoridad pública universal, reconocida por todos, con poder eficaz para garantizar la
seguridad, el cumplimiento de la justicia y el respeto de los derechos”[1]
De igual manera Juan XXIII, en la Pacem in Terris, había imaginado esta autoridad
mundial. Y el papa Benedicto XVI volvió a proponer, en la Caritas in Veritate una
autoridad Política Mundial para “incrementar y orientar la colaboración internacional
hacia un desarrollo solidario de todos los pueblos, gobernar la economía mundial, sanear
las economías golpeadas por la crisis, realizar un oportuno desarme integral, garantizar la
seguridad y la paz, la protección del medio ambiente y la reglamentación de los flujos
migratorios” (CV 67)[2]
El Papa Francisco, en su encíclica Laudato Si, ha hecho eco de este reclamo de la Iglesia
que por décadas ha venido proponiendo la reforma a nivel internacional de la ONU para que
se convierta en una auténtica autoridad política mundial para promover el bien común
universal, como algo necesario para la protección de la naturaleza frente a la destrucción
provocada por nuestro modelo de desarrollo y la cultura tecnocrática y consumista.
En el número 175 de la última encíclica social, dentro del capítulo dedicado a proponer
líneas de acción para afrontar el problema ecológico, el papa Francisco advierte que “en
este contexto, se vuelve indispensable la maduración de instituciones internacionales más
fuertes y eficazmente organizadas, con autoridades designadas equitativamente por
acuerdo entre los gobiernos nacionales, y dotadas de poder para sancionar”.[3]
Es evidente que estamos muy lejos de este objetivo, que los obstáculos y poderes que se
oponen son enormes, que los mismos gobiernos y poderes fácticos mundiales,
especialmente los más fuertes, no tienen ningún interés o lo frenan. Y, desgraciadamente,
esta es una cuestión casi ausente del debate público y social, inexistente en la agenda
política de los partidos.
Pero esta es, seguramente, una de las grandes utopías por las que hay que luchar hoy, en la
esperanza de que, como ocurrió con otras exigencias de justicia y de paz en la historia,
pueda hacerse realidad algún día.

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