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COMUNIDAD INTERNACIONAL
Introducción
La situación de los derechos humanos en la sociedad actual es preocupante. La crisis
económica y social nos muestra cómo se producen violaciones sistemáticas de los derechos
de las personas: falta de respeto a los derechos de los trabajadores, corrupción, escasa
atención médica, ausencia de servicios básicos para millones de personas (agua potable, luz
eléctrica, internet…) bajo nivel educativo…
Además en nuestro mundo contemplamos cada día el incremento de la violencia (física,
verbal, psicológica…) Las guerras, el terrorismo, los atentados contra la integridad física y
moral de millones de mujeres y niños… ponen de manifiesto unas relaciones
internacionales basadas en la injusticia, en la desigualdad y en la violencia
institucionalizada.
¿Qué son los Derechos humanos? ¿Dónde se fundamentan? ¿Qué dice el mensaje bíblico
sobre la dignidad y los derechos humanos? ¿Cómo proteger y promover dichos derechos
humanos? ¿Qué postura tiene la Iglesia frente a las guerras, el terrorismo, la pena de
muerte o la violencia contra la mujer? ¿Qué enseña la doctrina social acerca del orden
internacional y las instituciones que lo dirigen hoy en el mundo?
https://www.youtube.com/watch?time_continue=4&v=6ch14iqNC6w
Juan Pablo II afirmó en el año 1984 que “la promoción de los derechos humanos es
requerida por el Evangelio y es central en el ministerio de la Iglesia”.
Una buena síntesis de la aportación de la Doctrina Social en este campo de los derechos
humanos es un documento que la Comisión Teológica Internacional publicó en
1983: “Dignidad y derechos de la persona Humana”.
José Manuel Caamaño[2] resume dicho documento en cinco afirmaciones fundamentales
que a continuación recogemos:
7. Derecho a la vida
De todos los derechos humanos, el primero universalmente reconocido es el derecho a la
vida. Sobre dicho derecho se fundamental todos los restantes. Esto significa que tiene el
mismo valor la vida de un embrión que la de un anciano, la de un criminal que la de un
inocente, la de un enfermo que la de un sano, la de un varón que la de una mujer, etc…
En este sentido es de vital importancia la valoración ética de todos los avances tecnológicos
actuales. No todo lo que es posible técnicamente, se puede hacer; puesto que muchas veces
lo que se da es una manipulación irresponsable de la vida humana. Por eso el papa
Benedicto XVI en su encíclica “Caritas in Veritate” nos recuerda que la bioética (aborto,
eutanasia, esterilización, clonación, reproducción asistida, fecundación artificial,
fecundación in vitro, inseminación artificial, experimentación con embriones…) “es un
campo prioritario y crucial en la lucha cultural entre el absolutismo de la técnica y la
responsabilidad moral” (C.V. 74)[1]
Fruto de la defensa de este derecho a la vida es la oposición a la guerra, al terrorismo, a la
pena de muerte, a la pobreza, al aborto o a la eutanasia. El primer derecho del hombre es a
nacer y a morir cuando su Creador disponga. Si negáramos estos derechos caeríamos en la
contradicción de defender la vida de los culpables en la pena de muerte y dejar desprotegida
la vida de inocentes.
El derecho a la vida implica también acabar con el escándalo ético del hambre en el mundo.
Dice el papa Benedicto: “es necesario que madure una conciencia solidaria que considere
la alimentación y el acceso al agua potable como derechos universales de todos los seres
humanos, sin distinciones ni discriminaciones” (C.V. 27)[2]
Otras consecuencias son: la oposición al armamentismo y los ingentes gastos militares, la
prohibición de toda guerra, la abolición de la pena de muerte, la persecución del tráfico y
consumo de drogas, o el irresponsable manejo en el tráfico, entre otras prácticas que atentan
directamente contra el derecho a la vida.
8. Derechos de la mujer
La pobreza tiene rostro de mujer. Así lo reflejan los siguientes datos del mundo en el que
vivimos:
Una de cada tres mujeres en el mundo sufre la violencia, y en la mayor parte de las
situaciones causada por miembros de su propio entorno (familiares, conocidos…)
El 70% de los adultos analfabetos son mujeres. Y aún no se logra la igualdad en cuanto al
salario por el mismo trabajo, a la representación política o en cargos dirigentes.
La causa de estas situaciones la podemos encontrar en que, tradicionalmente la mujer ha
sido considerada inferior al varón (en inteligencia, capacidad física…) sometida al esposo,
relegada a las tareas domésticas, y a menudo objeto sexual o de explotación.
La Biblia no escapa de esta mentalidad, especialmente en el Antiguo Testamento. Pero no
debemos pasar por alto la práctica y la enseñanza de Jesús en relación a la mujer. Fue un
actuar que las dignificó.
La condición de la mujer en aquella sociedad judía era denigrante:
No participaba de la vida pública, quedaba confinada al hogar donde era discriminada
frente al varón. Hasta los 12 años pertenecía al padre y de ahí al esposo… Era objeto de
placer, apreciada solo por su fecundidad y tenía deberes de esclava…
En el matrimonio su situación era penosa ya que se permitía la poligamia y el repudio
por parte del varón.
Jurídicamente era discriminada, sin derechos de sucesión, herencia, tampoco podía
testificar, ni ejercer cargos públicos.
Religiosamente la situación era también de marginación. La mujer tenía un lugar
apartado en la sinagoga, secundario. Y no podían leer ni aprender la “Torá”. Además se
la consideraba impura durante la menstruación o después del parto.
Un resumen de toda esta situación denigrante es la oración del Rabino Jehuda: “Bendito
Dios porque no me has creado pagano, ni mujer ni ignorante”.
9. Jesús y la mujer
Podemos considerar la actitud de Jesús hacia las mujeres, en medio de aquella realidad,
como una “buena noticia”:
Acepta a mujeres entre sus seguidores (Mc 15,40; Lc 8, 1-3) porque tienen derecho a
escuchar la palabra de Dios.
Defiende a la mujer en el matrimonio, condenando la poligamia y el repudio (Mc 10,1;
Mt 19,1)
Destruye la imagen de mujer objeto o relegada a las tareas domésticas. En Lc 11, 27-28
Jesús enseña que la mujer no solo es para la maternidad. Igual en Lc 10, 38-42 con
Marta y María, nos enseña que no quedan solo para el hogar.
Se mostró cercano a ellas, son sus amigas, las cura, toca, las defiende, se deja besar por
una prostituta.
Finalmente habla del reino y de Dios con una imagen de mujer (Lc 15, 8-10)
Reflejo de esta práctica de Jesús está la vida de las primeras comunidades cristianas donde
hubo mujeres que predicaban, o que se encargaban como diaconisas del servicio a los
pobres, presidían las reuniones de las comunidades en sus propias casas y evangelizaban a
la par de los varones. En los escritos de S. Pablo se nombra a un gran número de
colaboradoras, porque para el cristianismo ya no hay judío ni pagano, esclavo ni libre, varón
ni mujer (Gal 3, 28)
En los tiempos actuales, el movimiento feminista (surgido al margen de la iglesia) ha
aportado enormemente a la emancipación y liberación de la mujer, a pesar de que la
situación actual es de brutal sometimiento en muchos países y de falta de igualdad en
muchas dimensiones de la vida social.
Comenzando por el reclamo del derecho al sufragio, después por la igualdad en el acceso al
trabajo y en la cuantía del salario respecto al varón, la paridad en la representación política
o en el reparto de las tareas del hogar, el movimiento feminista ha colocado en la agenda
política y social la lucha por la igualdad de derechos entre hombres y mujeres.
La Iglesia se ha ido haciendo eco de todos estos justos reclamos, realizando un profundo
replanteo sobre el rol de la mujer tanto en la sociedad como al interior de la Iglesia.
10. Compromiso en defensa de los derechos humanos
La idea de dignidad humana es una idea anterior al cristianismo, pero este ha sido quien la
ha dotado de un sentido universal, extendiéndola a todos los seres humanos, y dotándola de
un carácter inviolable e inalienable. Por ello, los derechos humanos no pueden reducirse a
meros acuerdos sociales fruto de la fraternidad o la solidaridad hacia los demás. Deben
fundarse en la propia dignidad humana que los poderes políticos y sociales deben proteger.
Los derechos humanos no son creaciones del hombre, sino que éste los descubre en sí
mismo. Nos pertenecen y son anteriores a cualquiera de sus concreciones históricas. Y por
eso mismo deberían quedar formulados en el derecho positivo de todas las legislaciones
nacionales o internacionales. Un primer modo de defensa y promoción de dichos derechos
es afirmar que únicamente la dignidad de la persona es la que puede garantizarlos y
extenderlos universalmente, en cualquier situación y contexto. La primacía y centralidad de
la persona humana afirmada por la doctrina social de la Iglesia señala también el
compromiso por promover y defender los derechos humanos que nace del mensaje social
cristiano. Un cristiano, a ejemplo de Jesús, debe defender especialmente los derechos de los
más excluidos: niños, mujeres, pobres, hambrientos, desempleados, minorías de cualquier
índole.
https://www.youtube.com/watch?time_continue=1&v=586aPapdKwQ
Por ello el papa Francisco expresó con tanta radicalidad en su exhortación apostólica
“Evangelii Gaudium” (2013) que, “Así como el mandamiento de « no matar » pone un
límite claro para asegurar el valor de la vida humana, hoy tenemos que decir « no a una
economía de la exclusión y la inequidad ». Esa economía mata. No puede ser que no sea
noticia que muere de frío un anciano en situación de calle y que sí lo sea una caída de dos
puntos en la bolsa. Eso es exclusión. No se puede tolerar más que se tire comida cuando hay
gente que pasa hambre. Eso es inequidad. Hoy todo entra dentro del juego de la
competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al más débil. Como
consecuencia de esta situación, grandes masas de la población se ven excluidas y
marginadas” (EG 53)
El derecho a la vida y sus concreciones: derecho a vivienda, educación, sanidad, trabajo,
libertad de expresión,… deben constituir deberes que toda sociedad ha de proteger para
hacer visible el respeto a la dignidad humana y no dejarlo en algo puramente teórico.
Como afirmaba Gandhi: “la verdadera fuente de los derechos es el deber. Si todos
cumplimos con nuestros deberes, no habrá que buscar lejos los derechos. Si, descuidando
nuestros deberes, corremos tras nuestros derechos, estos se nos escaparán como un fuego
fatuo. Cuanto más los persigamos, más se alejarán”.
La caída del muro de Berlín (1989) y de la URSS dio lugar a un período de transición en el
que los gastos militares lograron reducirse.
Pero un nuevo hecho histórico, el ataque del 11 de setiembre a las torres gemelas de Nueva
York, inauguró un período nuevamente de enfrentamiento, esta vez con el terrorismo, una
guerra fundamentada en la religión y el choque de la civilización occidental e islámica, que
ha provocado un aumento en el mundo de los gastos de armamentos, alcanzando un gasto
10 veces mayor que la ayuda al desarrollo.
12. Legítima defensa
Para entender en profundidad la enseñanza de la iglesia sobre el tema de las guerras y la
paz, vamos a desentrañar este principio de la moral tradicional.
Existe un derecho (reconocido por las legislaciones modernas) a la defensa propia y ajena,
cuando se conculcan o amenazan derechos fundamentales. Es más, dicha legítima
defensa es además obligatoria. Hay que actuar para defenderse de dichas violaciones o
amenazas.
En el Concilio Vaticano II se actualizó la validez y aplicabilidad de dicho principio, pero se
señaló la voluntad de que se destierre de la historia de la humanidad cualquier tipo de
guerra. La enseñanza social de la iglesia hizo un llamado a una “mentalidad totalmente
nueva” y a “preparar aquella época en la que, gracias al acuerdo entre las naciones, se
podrá prohibir totalmente el recurso a la guerra” (Gaudium et Spes, 82)[1]
En la teología moral moderna se sigue defendiendo este derecho a la legítima defensa, pero
por medios no violentos. El magisterio de la Iglesia lo ha ido reconociendo. Un ejemplo está
en Juan Pablo II que ve como un signo de los tiempos “una nueva sensibilidad cada vez
más contraria a la guerra como instrumento de solución de los conflictos y orientada cada
vez más a la búsqueda de medios eficaces, pero no violentos, para frenar la agresión
armada” (Evangelium Vitae, 27)[2]
Paralelamente a esta doctrina sobre la legítima defensa se ha ido desarrollando la enseñanza
sobre la llamada “injerencia humanitaria por la fuerza”. El mismo Juan Pablo II la defendió
en estos términos: “Cuando todas las posibilidades de negociaciones diplomáticas se
acaban y poblaciones enteras están por sucumbir frente a un injusto agresor, los gobiernos
ya no tienen derecho a la indiferencia. Nos parece que su deber es desarmar al agresor, si
todos los demás medios no violentos se han revelado inútiles”. [3]
Es una reivindicación también a que existan Tribunales Penales Internacionales que
intervengan en los países, también de modo armado si fuera necesario, siempre bajo el
mandato de la ONU. Pero no una injerencia militar, sino de una policía internacional con
capacidad de desarmar al culpable de la agresión.
https://www.youtube.com/watch?time_continue=1&v=RY_eYE2HeGc
15. Terrorismo
En un mundo profundamente injusto, donde impera la violencia institucionalizada, algunos
optan por la lucha armada como único modo para lograr un cambio estructural. Otros
deciden recurrir al terrorismo para lograr obtener sus objetivos políticos. En América Latina
y concretamente en el Perú sabemos muy bien de esta realidad.
La violencia no es la solución a ningún problema y nos lleva a una trágica espiral: engendra
más violencia. Pero tampoco es la solución la pasividad ante las injusticias.
Por eso la Iglesia condena la guerrilla y el terrorismo de modo categórico. En Sollicitudo
Rei Socialis podemos leer: “Aun cuando se aduce como motivación la creación de una
sociedad mejor, los actos de terrorismo nunca son justificables”[1]
Un juicio moral grave merece también para la Iglesia el llamado “Terrorismo de Estado”.
Consiste en la respuesta gubernamental a través del Ejército, la policía o grupos
paramilitares, usando métodos terroristas como torturas, secuestros, desapariciones o
asesinatos. Estuvo muy presente en dictaduras militares del siglo pasado como Argentina,
Chile, Uruguay o Centroamérica.
Los obispos argentinos en el documento “Iglesia y Comunidad Nacional” afirman: “Ni el
estado de excepción, a aun de guerra interna, ni motivos de eficacia militar o de seguridad
interna o externa pueden ser invocados para herir los derechos humanos básicos. La teoría
de la llamada “guerra sucia” no puede suspender normas éticas fundamentales que
obligan un mínimo de respeto por la persona, aun por el enemigo. Las autoridades del
Estado no pueden valerse de los mismos métodos irracionales de que se vale la violencia
subversiva”[2]
La situación internacional generada por el llamado Terrorismo internacional, a partir de los
atentados contra las torres gemelas el 11 de setiembre del 2001, ha llevado a nombrar una
nueva doctrina belicista. “la guerra preventiva”, esgrimida como único instrumento eficaz
para enfrentar a dicho terrorismo internacional. El camino será analizar las verdaderas
causas de dicho terrorismo internacional y resolverlas de un modo no violento.
https://www.youtube.com/watch?time_continue=1&v=GXCtR608YXI
6. La no violencia activa
Por lo que vamos analizando en nuestro tema, podemos ir concluyendo que la violencia no
es cristiana y engendra más violencia.
Por tanto, la respuesta a nuestros conflictos deberá ser no violenta. Ojo, esto no significa
resignación o aguante pasivo, sino lucha activa, pero pacífica, contra las injusticias.
Ejemplos de esta metodología no violenta los tenemos en Mahatma Gandhi, Martín Luther
King, el sindicato obrero polaco Solidarnosh, Nelson Mandela, el arzobispo Desmond Tutu,
las madres de la Plaza de mayo o los Campesinos sin Tierra, entre otros.
Como enseña Juan Pablo II en la encíclica Centesimus Annus, esta metodología recurre a
otras armas: políticas, sociales, económicas, espirituales, psicológicas, por medio de la
desobediencia civil o la no cooperación con el agresor (CA 23)
Y la Conferencia Episcopal Norteamericana afirmó: “creemos que los esfuerzos por
desarrollar métodos no violentos, a fin de rechazar las agresiones y resolver los conflictos,
responder mejor al llamado de Jesús a favor del amor y la justicia”.
Por tanto el mensaje cristiano es un llamado a suscitar una cultura de paz, superando
fanatismos, nacionalismos exacerbados, intolerancias, agresiones… y promoviendo una
educación que invite a defenderse y defender a la patria con armas no militares.
Al interior de la Iglesia se debe reformular la presencia de capellanes incorporados al
ejército.