Вы находитесь на странице: 1из 5

Hay que reducir al cerdo

Aquellos eran días difíciles y la pobreza caminaba por la calle como una enorme señora

burguesa .Devoraba todo lo que encontraba a su paso y eran sus caderas tan exuberantes

que golpeaban las frágiles casas de los desangelados. Y todos parecíamos caminar con

un cansancio de pampa triste y nuestros ojos tenían el color velado del insomnio.

-La Pobreza tiene novio, es más, esta por consumar la boda.

Cataldi, hizo una larga pausa antes de hablar.

-¿Y con quien? ¿Quién querría casarse con ella?

-Esta en tratativas con un cerdo - le dije a Cataldi. Es un cerdo feroz que usa traje y

corbata. Y huele muy mal.

Mi amigo asintió con tristeza y suspirando lentamente, se sentó a mi lado.

-Es curioso- me respondió. No sabía que había trajes para cerdos. Mucho menos sastres

para cerdos. Es más-balbuceó pensativo- en esta urgente globalización, a nadie se le

ocurriría, ni siquiera, que quedasen sastres.

Recuerdo que nos fuimos caminando por nuestra arteria adoptiva: la avenida anchísima

que desembocaba en el mar. Aquel atardecer estábamos desolados, como si la patria sin

armas y atónita se nos hubiera atorado en la garganta.

Caminábamos lentamente como ahora lo hago por esta acera sin anclas ni estacas,

buscándolo. Escuchábamos con cierto temor, el temblor que provocaba la Pobreza

(novia del cerdo, todos lo sabían ya) tras cada paso gigantesco.

-Algo tenemos que hacer-me dijo buscando monedas en su bolsillo.


-Si, deberíamos reducir al cerdo. Está acabando con las cosechas, con los progresos, con

los hombres y las mujeres. Está acabando con mi tinta. Y las quintas están siendo

desvastadas y está devorando las escuelas.

Carlos Cataldi y yo nos tomamos de la mano pensando cómo un cerdo podía causar

tantos estragos, suspirando un fervor épico.

-Este cerdo se está quedando con lo poco que queda y cuando consume la unión con la

pobreza, parirán sanguijuelas y romperán las leyes de Darwin.

Cataldi sonrió con un dejo de tristeza y luego me miró y nos entendimos.

¡Hay que reducir al cerdo!- gritamos al unísono.

Pero pronto, para nuestro mal asombro, nos dimos cuenta que el cerdo había ganado el

cariño y el apoyo de la gente con la vieja estrategia del dulce gesto ,de sus patas

redondas, fingiendo comprensión y atención dirigida a todos los que se habían vuelto

vulnerables ante tanta presión y desencanto. Tenía la habilidad de los grandes oradores y

cada vez que subía a un estrado, Demóstenes lloraba de impotencia. Era hábil el cerdo.

Entonces urdimos un plan. Nos dividimos la ciudad en manzanas verdes y entregamos

folletos. El folleto decía:

La cultura es un entrenamiento de los héroes.

Ustedes son héroes , ustedes pueden entrenarse para pensar.

Pensar es un ejercicio de valientes.

La lucidez duele pero es un esplendor en el alma.

No confíen en un cerdo que usa traje. (Autor anónimo)

Mientras repartíamos los folletos, les enseñamos a los huertos a sembrar y a los libros a

buscar a sus lectores. A las pupilas a descorrer los velos de la luminosidad de la


demagogia del cerdo y a las manos a multiplicar sus dedos. Intentamos criar conejos,

escribir canciones de denuncia, y convocar a los cuatros ríos milenarios para que

defiendan los ríos de agua clara que el cerdo bebía y vendía sin descaro.

Desafortunadamente advertimos que el cerdo y su novia habían logrado su cometido: el

desencanto se había apoderado de la ciudad y el cansancio había acabado con los

grillos. Sólo una cigarra que volvía a la superficie después de años, siguió cantando.

Hoy, que la sombra del cerdo parece cernirse otra vez sobre una patria exhausta, busco a

Carlos Cataldi y aún no lo encuentro. Miro a mi alrededor y temo encontrarme con la

novia inmensa de la cual el cerdo se enorgullecía ¿Dónde estarás, Cataldi?

Y escucho aún nuestras voces gritando en una avenida sin límites: ¡Hay que reducir al

cerdo! ¡Hay que reducir al cerdo! Idealistas, lastimados por la lucidez, libres de pies a la

cabeza. .

Y luego-¡lo recuerdo tan claramente!-nos habíamos echado a correr por la calle

desierta, tomados del abrazo que preludiaba mi exilio y su desaparición. Corrimos sin

saber exactamente a dónde íbamos, con la pobreza tallándonos un futuro adiós en los

talones, con las manos en el rostro para almacenar lágrimas que más adelante nos

calmaran la sed, escapando de la ferocidad de la rendición y de un tiempo futuro donde

nuestros sueños estaban en un contendedor sin servicios del cielo.

Intentábamos salvar a los alocados grillos que habían estado bailando en nuestros

proyectos de artistas…Carlos cantaría siempre las canciones escritas por mí, él pondría

la voz y sus alas inmensas y yo mis versos sociales poblado de cientos de gorriones

imparables con gorro frigio.

Y si… Corríamos y corríamos por la cornisa con gárgolas con el rostro de cerdos

gordísimos y amanecimos a la idea del exilio y amaneció el sol con un aeropuerto

enganchado en sus treinta y cinco rayos. Y creímos que estábamos soñando que
amanecía, pero amanecía en verdad y el codo del camino estaba listo para mis breves

pasos. Y cuando nos dio hambre , compartimos un pan con toda mi tierra exhausta .Y

yo sabía que era el adiós, porque todo decía adiós, porque aquella mañana amaneció de

adiós.

El sol se desplomaba sobre una ciudad con lentejuelas tristes.

-Cataldi, le dije, nos traicionaron. Y me largué a llorar sobre su hombro.

¿Qué es la traición? –su voz era, como siempre, quieta y con silbabas pausadas. Su

retórica pregunta retumbó en mi corazón como con ecos, como si mis entrañas fueran

los andenes de mi ciudad natal donde se arremolinaban las palomas.

-La traición se parece a los que nunca más seremos, Cataldi, a los que nos quitaron de

grillo y de campanas, a la fuga y a un abrazo cortado en trozos volando en la calle junto

a panfletos inútiles.

Y nos separamos y para no sentir que claudicaba, me propuse seguir combatiendo desde

mi poesía feroz, esa que habla de esa libertad y de esa heroicidad que los cerdos,

obviamente, no quieren ni pueden comprender.

……………………………………………………………………………………………

Ahora, mientras enjuago estrellas oxidadas y reivindico nuestra batalla a corazón

abierto, advierto que hilvano pasos, pasos, pasos, pasos, pasos, pasos, porque detenerse

es morir un poco y yo antes, tengo que encontrar a mi amigo.

Camino por una ancha avenida como aquella que fue un escenario de nuestra amistad.

Camino y sin querer escondo los trajes que hoy añoran otros cerdos con vocación de

gloria. Y sin embargo, aunque camino y camino y camino…Carlos Cataldi no aparece.

Вам также может понравиться