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Nos es grato presentar la revista Arqueología y Sociedad Nº 24, con un total de 18 artículos y 488 pági-
nas. En estos 42 años de existencia, la revista se ha constituido en uno de los referentes bibliográficos
más importantes no solo de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, sino del medio arqueoló-
gico nacional.
En este número, hemos modificado el formato, la edición y sobre todo hemos conformado un
comité científico asesor, a fin de lograr una mayor rigurosidad científica de los artículos publicados
y además que nuestra revista sea indexada en sistemas internacionales, y de esta manera pueda ser
considerada en un futuro no muy lejano, entre las 10 mejores revistas arqueológicas de sudamérica
o latinoamérica.
Los artículos que componen el presente número, son de variados temas arqueológicos, no solo re-
feridos a temas de arqueología andina, sino a temas latinoamericanos, como el artículo de Juan Yataco
y Camilo Morón: “Serie lítica del periodo Paleoindio de tipología Joboide, originaria de la península
de Paraguaná...”, referido a los análisis de un lote de material lítico Joboide (Venezuela), pero que se
encuentra en nuestro Museo de Arqueología y Antropología. El otro artículo referenciado es el de
los investigadores Divaldo Gutiérrez, José Gonzales y Racso Fernández sobre “Arte Rupestre africano
hallado en cuevas de Cuba”. De igual manera tenemos el artículo del Dr. Chamussy sobre el empleo
de armas arrojadizas identificadas en sitios arqueológicos del área andina, el interesante artículo de
Gori Echevarría en el cual analiza las ilustraciones desarrolladas por los investigadores de Tello en los
sitios intervenidos y el trabajo del Dr. Luis Salcedo sobre el Isótopo de Carbono, como instrumento
para la obtención de fechados más precisos.
Para el periodo Formativo andino tenemos dos artículos, el de Christian Mesía sobre la aplicación
de un nuevo método para el análisis de material cerámico, aplicado para el caso de Chavín de Huántar,
y el trabajo de José Luis Fuentes sobre las investigaciones desarrolladas en el sitio con disposición en
“U” de La Florida en el valle del Rímac. De igual manera presentamos el artículo de Lourdes Chocano,
sobre el resultado de los análisis iconográfico del Manto Blanco de Paracas, una de las invaluables
joyas de nuestra universidad.
Tenemos además el trabajo de Sara Marsteller y Giancarlo Marcone sobre la identificación de
contextos funerarios en el valle bajo del Lurín pertenecientes al Intermedio Temprano; así como el
trabajo de Martín Mac Kay sobre el hallazgo de cerámica Lima en las cuencas altas del departamento
de Lima. Posteriormente Ismael Pérez y Alex Salvatierra nos presentan parte del complejo sistema
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hidráulico que llevaba agua a la ciudad de Wari.
Arqueología y Sociedad
Para el periodo Intermedio Tardío tenemos tres importantes trabajos sobre la Costa Central. El
trabajo de Pieter van Dalen sobre un sitio amurallado Chancay en el valle del mismo nombre, el tra-
bajo de Lyda Casas y Camilo Dolorier sobre un sitio desaparecido ubicado en el actual distrito de
San Isidro en Lima, y el artículo de Marco Guillén sobre las investigaciones a largo plazo que viene
desarrollando en el sitio de Huantille en Magdalena. Estos dos últimos trabajos ayudarán a una mejor
comprensión de la sociedad Ychsma. Es importante también el artículo de Carlos Farfán sobre la sig-
nificación ritual de las huancas ubicadas en la Sierra de Lima.
Para el Horizonte Tardío tenemos dos artículos: el primero de Dorothy Menzel, Francis Riddell y
Lidio Valdéz sobre la importancia del sitio de Tambo Viejo en Ica; y el artículo de Mary Frame, Fran-
cisco Vallejo, Mario Ruales y Walter Tosso sobre los textiles recuperados en el sitio de Armatambo
en el valle de Lima. Para terminar presentamos un extracto del proyecto para la creación del Museo
Nacional Amazónico en la ciudad de Iquitos, proyecto elaborado por el arqueólogo Santiago Rivas, tan
importante para el desarrollo de la Arqueología y las Ciencias Sociales en el oriente peruano.
Como se ha podido ver, la composición del presente número es variado, son artículos de gran
aporte para la disciplina arqueológica, y esperamos que en adelante todos nuestros anhelos sobre el
perfeccionamiento de nuestra revista se hagan realidad.
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Arqueología y Sociedad
Nº 24, 2012: 9-42
ISSN: 0254-8062
Camilo Morónii
Universidad Nacional Experimental Francisco de Miranda
camilomoron@gmail.com
Resumen
El análisis lítico de una colección integrada por 27 piezas provenientes de la República Bolivariana de
Venezuela, conservada en el Museo de Arqueología y Antropología de la UNMSM, ha puesto al descubierto
la presencia de preformas bifaciales, desechos de talla, útiles y puntas sobre cuarcita. Estas han sido deter-
minadas del tipo Joboide (aprox. 13.664 calBC-14.850 calBC) proveniente del cerro Santa Ana, península de
Paraguaná. Debido a que estamos frente a una colección única en el Perú y su asociación Joboide, hemos
procedido a relacionar su asociación temporal con los fechados obtenidos del sitio Taima-Taima emplean-
do para ello la calibración radiocarbónica.
Palabras clave: Paleoindio, Venezuela, Cruxent, Paraguaná, Taima-Taima.
Abstract
The research of twenty seven archaeological pieces from collection of Venezuela Republic conserved in
San Marcos University Museum in the Archaeological and Anthropological San Marcos University Museum,
put in evidence the presence of bifacial performs, debris, stone tools and points of quarzites type. These
have been determined the type Joboide (13.664 calBC-14.850 calBC) coming from cerro Santa Ana, Peninsula
de Paraguaná. Due to be the only unique collection in Peru and their Joboide association, we have proceeded
to relate their temporal association with the radiocarbon dates obtained from Taima-Taima site using the
radiocarbon calibration.
Keywords: Paleoindian, Venezuela, Cruxent, Paraguaná, Taima-Taima.
i Curador Lítico del Museo de Arqueología y Antropología de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos
(UNMSM).
ii Historiador y Etnólogo de la Universidad Nacional Experimental Francisco de Miranda (UNEFM). Doctoran- 9
do en Antropología en la Universidad de Los Andes (ULA).
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 9-42
1. Introducción
Los restos óseos de animales pleistocénicos en asociación con puntas de proyectil de tipología joboi-
de forman parte de las evidencias encontradas en distintos yacimientos arqueológicos asociados al
Pleistoceno Terminal en el occidente de Venezuela, José María Cruxent, ha sido uno de los principales
investigadores que ha dejado una serie de propuestas y definiciones bases en la arqueología venezo-
lana. Sus ideas hoy en día urgen ser reevaluadas, comprobadas y ampliadas.
Investigaciones efectuadas desde el 2010 en el Museo de Arqueología y Antropología de la
Universidad Nacional Mayor de San Marcos de Lima (MAA-UNMSM), han revelado la presencia
de 27 piezas arqueológicas catalogadas como de tipología joboide (Cruxent 1956, 1962; Cruxent
& Ruose 1956, 1958; Morón 2011), de seis yacimientos arqueológicos procedentes del cerro Santa
Ana, en la península de Paraguaná, al Nor-Occidente de Venezuela. Estas piezas fueron donadas
por Cruxent al Museo De Arqueología Antropología De La Universidad Nacional Mayor De San
Marcos hacia 1980. Somos conscientes que el tamaño de la muestra no puede ser el adecuado
para efectuar análisis detallados y llegar a conclusiones rigurosas; sin embargo, la colección es
inédita y conociendo los contados análisis líticos (Cruxent 1967, 1979; Ochsenius 1979; Szabadics
y Torrealba 2000; Oliver & Alexander 2003) de otros materiales que provengan de la península
de Paraguaná, esta se torna de gran importancia y la información que brindamos en el presente
artículo puede ser una referencia útil para futuras investigaciones. Recalcamos que viendo que
en la península de Paraguaná aún no se han realizado trabajos detallados sobre el instrumental
de tipología paleoindia procedente de la península de Paraguaná, y menos se han publicitado am-
pliamente estos hallazgos, hemos procedido a realizar el análisis de esta colección aplicando la
metodología de Cadena Operatoria logrando identificar al menos de manera preliminar segmentos
de la secuencia de reducción de estos artefactos bifaciales. Todo trabajo arqueológico carece de
valor sino se aborda, de manera conjunta, la temporalidad de los artefactos. Por tal razón realiza-
mos una calibración de los fechados radiocarbónicos del sitio más representativo de Venezuela,
Taima-Taima. Sabemos que materiales líticos desde el punto de vista morfotecnológico son del
tipo El Jobo los cuales guardan estrecha relación temporal con Taima-Taima y hemos creído con-
veniente abordar sus fechados y calibrados a años calendáricos nuestros empleando el programa
Oxcal 4.1 y la curva de calibración InCal09. Los resultados de la temporalidad obtenida son aso-
ciados a esta colección arqueológica.
Cruxent y Ochsenius 1979, Cruxent y Gallagher 1979; Szabadics 1997; Oliver 1999 y 2010; Szabadics y
Torrealba 2000; Morón 2007, 2010 y 2011). Decimos que puede adelantar o ser una explicación parcial, en
la medida que aún quedan por determinar las relaciones tipológicas y cronológicas entre las colecciones
del material lítico provenientes de los diversos yacimientos, así como la elaboración de una cartografía
georeferenciada precisa que comprenda tantos los yacimientos ampliamente estudiados, así como los
recientemente registrados (Morón 2007, 2010 y 2011).
La columna estratigráfica de Falcón abarca sedimentos que van geocronológicamente desde el
Cretácico hasta el Holoceno o Reciente, con espesores considerables de sedimentos terciarios, y fa-
cies diversas que van desde francamente marinas, hasta epicontinentales y continentales. A juicio de
Schwarck (1956): “Tanto por las estructuras características, como por la abundancia de conjuntos faunísticos,
esta región es, para los fines de estudio de paleontología y estratigrafía, una de las más interesantes del país.” Las
investigaciones de Cruxent y colaboradores, entre 1956 e inicios de la década de 1980, demostrarán in
situ su importancia para el estudio del poblamiento temprano y el paleoindio en Sudamérica.
1 La documentación consultada ha sido realizada por el segundo autor. La fuente exacta sin referencia
del año, es la siguiente: (s/f. sin fecha) Registro de Colecciones Líticas de Tipología Paleoindia en el
estado de Falcón. Tomos I y II. Centro de Investigaciones Antropológicas Arqueológicas y Paleontológi-
12 cas (CIAAP), Universidad Nacional Experimental Francisco de Miranda (UNEFM), Coro. Tomo I: Folios:
01-25. Tomo II: 19-72v.
Juan Yataco y Camilo Morón / La serie Joboide en la península de Paraguaná
“Estudios geológicos posteriores han permitido clasificar provisionalmente los sitio en cuatro com-
plejos sucesivos: Camare, Las Lagunas, El Jobo y Las Casitas, los cuales están correlacionados con las
terrazas superior, superior media, inferior media e inferior del río Pedregal, respectivamente. Los
sitios del complejo Camare carecen de puntas de proyectil, sólo tienen proto-hachas de manos burdas,
raspadores pequeños y grandes lascas de cuarcita. Los artefactos del complejo Las Lagunas son más
pequeños, la forma diagnóstica es una hoja bifacial que pudo haber sido usada como hacha de mano
o como cuchillo, o tal vez fue enmangada a un lanzador. El complejo el Jobo tiene puntas de proyectil
lanceoladas, a las cuales se añaden algunas puntas pedunculadas en el complejo Las Casitas” (Rouse
& Cruxent 1963b: 3).
Por otro lado, el sitio de Muaco localizado cerca de La Vela de Coro, en la costa noroccidental de
Venezuela y a 80 kilómetros del sitio El Jobo, se excavó una trinchera de 20 x 12 m y se llegó a una
profundidad de 2,5 m. Cruxent junto a José Arroyo y Gómez hallaron numerosos huesos de mastodon-
te, perezoso gigante y caballo sudamericano quemados y con huellas de corte antrópico. Al menos,
un fragmento de punta lanceolada de tipología joboide, un raspador, un cuchillo y percutores fueron
encontrados in situ, junto a los huesos de animales pleistocénicos. Es a partir de estas investigacio-
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nes que se toman dos muestras para fechados radiocarbónicos (O-999: 16,375±400 B.P.) y (M-1068:
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14,300±500 B.P.), lo cual permite a Cruxent sugerir su ocupación durante el Pleistoceno Terminal. Sin
embargo, efectos tafonómicos pueden haberse detectado debido a la presencia de esquirlas de botella
de vidrio. Finalmente, los autores, con mucha cautela, ponen en discusión los datos obtenidos (Rouse
& Cruxent 1963a: 537; 1963b: 3-5; Cruxent s/f. 4, 5).
Seguidamente, las muestras de carbón y fechados obtenidos en 1961 del sitio Rancho Peludo lo-
calizado en la península de La Guajira son también controversiales y tomados con cautela por los
autores (Rouse & Cruxent 1963a: 538-539; 1963b: 5-7).
Una publicación medular de la arqueología venezolana fue realizada por Yale en 1963 “Venezuelan
Archaeology” y posteriormente traducida el mismo año al español bajo el título “Arqueología Venezolana”
(Rouse & Cruxent 1963 c; d). Poniéndonos en el contexto de la época y sabiendo que la tecnología lí-
tica estaba recién siendo estudiada, justipreciamos el valor que tienen estas publicaciones. Si bien es
una publicación base de la arqueología venezolana no se publican datos detallados que aborden una
definición clara de la morfotecnología y tipología lítica de la serie Joboide y estamos completamente
seguros que José María Cruxent ha dejado una serie de propuestas preliminares con respecto a los ar-
tefactos del tipo El Jobo que tienen que ser desarrolladas, estudiadas a mayor detalle y puestas al día.
Asimismo, se debe tener en cuenta al abordar este libro, que la versión inglesa (Rouse & Cruxent 1963
c) y su traducción al español por Erika Wagner (Rouse & Cruxent 1963d) han sufrido algunos cambios
al momento de hacer la traducción de la terminología lítica y se ha detectado una serie de errores con
respecto a la concordancia de las citas de algunas imágenes (cf. Rouse & Cruxent 1963c: 29-32; 1963d:
36-38). Con respecto a la serie el Jobo al menos fotografías y figuras en diferentes publicaciones pue-
den ilustrar y dar idea de algunos detalles generales de los materiales y que a nuestro juicio pueden
tratarse de preformas de piezas bifaciales, puntas bifaciales, puntas unifaciales de variadas morfo-
logías y hasta una serie de artefactos como raspadores, lascas procedentes de reducción bifacial y
unifaciales modificados (Vide, Cruxent & Rouse 1961vol. 2: 39, 40; plancha 20; Rouse & Cruxent 1963c:
fig. 5, plate 2, plate 3; 1963d: lámina 2-3; Cruxent s/f: figuras I-IX).
Debemos aquí mencionar las excavaciones efectuadas en Taima-Taima y que se asocian, en primer
lugar, al hallazgo de litos conformados por rodados que fueron clasificados como percutores, mortero
y hachuela (Cruxent, 1967: 8-15). Más tarde, el trabajo efectuado en 1962 ha proporcionado datos muy
tempranos de actividad humana en asociación con restos de fauna pleistocénica. Según los autores,
junto a huesos de mastodontes (Stegomastodon waringi y Haplomastodon s.p.), que muy posible fueron
fragmentados por el hombre, se encontraron también in situ tres fragmentos de puntas de tipología
jodoide, un cuchillo unifacial o raspador y posibles hendidores (Bryan et al. 1978: 1275). En 1976, un
equipo multidisciplinario trabaja en Taima-Taima y demuestra su prematura edad. Los datos más inte-
resantes provienen de la unidad I, en donde se trata la evidencia de actividad humana (Bryan et al. 1978:
1275; 1979: 47-48; Rouse & Cruxent 1963c: 36; 1963d: 44; Gruhn & Bryan 1984: 128-137). Si bien Cruxent
registra y describe cuatro puntas de proyectil solo una procede de la excavación la cual fue hallada en
la cavidad pélvica de un mastodonte. Esta pieza es definida como una sección media de punta joboide
sobre una arenisca cuarzosa, de forma rectangular, esta presenta una longitud de 40 mm, ancho de 20
mm y espesor de 10 mm. El soporte de la pieza al parecer es una lasca reducida bifacialmente y retocada
muy probable, según Cruxent, por presión (Cruxent 1979: 77-78). Por otro lado, Cruxent arguye que la
confección de las puntas de tipología joboide podían haber pasado por cuatro fases, primeramente la ob-
tención de una lasca alargada, seguido de una puesta en forma por percusión, luego el empleo de percu-
sión y empleo eventual de retoque y finalmente un delicado retoque en el borde la pieza por presión. La
premisa de Cruxent puede ser cierta, pero creemos que esta aún es preliminar y carece de detalles que
explique toda la secuencia de producción de las puntas de tipología joboide y ya el mismo investigador
da cuenta de la diversidad de las puntas de proyectil con respecto a la categoría tipo (Cruxent 1979: 79).
14 Cruxent describe al menos una lasca con presencia de córtex, se trata de la pieza nº 211/2, encontrada
in situ entre el cubito izquierdo y una costilla de mastodonte. En este caso llama la atención el tipo de la
Juan Yataco y Camilo Morón / La serie Joboide en la península de Paraguaná
materia prima siendo un chert de grano fino traslucido que aflora en los alrededores. Si bien Cruxent
no describe la pieza con mayores detalles y las asocia con otras piezas como la hallada en la excavación
de 1968 (pieza nº 3012), luego con otra procedente de superficie (pieza nº 3008) él intuye que la posible
función de ésta, pudo haber sido para modificar materiales blandos (e.g. madera y cortar tendones),
pero esto lo realiza sin brindar detalles traceológicos de los mismos (Cruxent, 1979: 79-83). Otros arte-
factos de dificultosa determinación han sido clasificados como “tools of expediency”, los cuales han sido
subdivididos en 6 categorías conteniendo tres raspadores (piezas nº215: nº74, nº221 y nº215/1: nº73), un
yunque (pieza nº218) y cuatro tipos definidos por la forma del mango, denominados por Cruxent como:
“Hand-held implements with straight butts” (conformado por las piezas nº223/2; nº214/4); “Hafted imple-
ments with horizontal handle” (piezas nº 229/3; 229/1); “Hand-held instruments with reduced butts” (piezas
nº229/5; nº219/2; nº215/2: nº75) y “Hafted instruments of hand-axe form” (pieza nº3005) (Cruxent, 1979: 83-
84). También, posibles artefactos de hueso con modificación (piezas nº215/3; nº215/4; nº214/6; nº214/7;
nº214/8) son tentativamente registrados como instrumentos añadiendo que estas presentan huellas de
uso y/o modificaciones, finalmente refiere un femur usado como yunque (pieza 214/1), el cual según el
autor pudo haberse empleado para el proceso de descarnado (Cruxent 1979: 85-87). No queda más que
expresar que la presente publicación de Taima-Taima carece de ilustraciones técnicas de los artefactos
liticos analizados y ya el editor dispensa la carencia de los mismos (Cruxent 1979: 77). Con este trabajo
queda claro la asociación temporal de los artefactos de la serie Joboide a fauna pleistocénica, llevando a
pensar lógicamente que el desarrollo de la zona norcentral de Venezuela se ha efectuado de manera in-
dependientemente y anterior al complejo Clovis de Norteamérica, pero no queda aclarado el argumento
de que esta sea una tecnología diferenciada (Bryan 1973: 245-254; 1975: 151-159 ; Politis 1991: 293).
Al suroeste del estado de Lara se localiza el yacimiento El Vano. En este lugar se ha puesto al descu-
bierto restos óseos de megaterio (Eramotherium rusconni). El estudio de los restos óseos pone en eviden-
cia huellas de corte y fractura, asociado con el descarnado y desmembramiento animal por actividad
humana (Quero 2003: 46-64). Estas evidencias aunadas con el descubrimiento en Taima-Taima, ponen de
manifiesto una posible actividad de caza especializada en lugares pantanosos de la región.
Entre 1984 y 1985, se han realizado estudios geocronológicos en la cuenca de El Jobo, Valle del río
Pedregal, con el fin de comprobar si los cuatro complejos sucesivos asociados a una serie de ocupacio-
nes humanas propuestos por Cruxent son valederos (Oliver & Alexander, 2003). Tenemos que aclarar
que nos ha sido imposible poder consultar el manuscrito en inglés presentado en la reunión Cumbre
89, organizada por el Center for the Study of the First Americans, celebrado en la Universidad de Maine,
Orono, EE.UU. Asimismo, el texto que abordaremos se trata de una traducción al español y como los
autores mencionan: “[...] hasta cierto punto, modificado y ampliado [...]” (Oliver y Alexander 2003: 85; el
subrayado es nuestro).
Como hemos dicho los autores desarrollan sus investigaciones entre 1984-1985 en la cuenca me-
dia del río Pedregal, efectuando análisis y sondeo de suelos (análisis de sedimentos aluviales del com-
plejo de terrazas I, II y III), difracción de rayos-x sobre rocas/grava, tectónica y fechados absolutos
en relación a un control de variables geológicas y geomorfológicas locales. Con esto les permiten
distinguir al menos una secuencia de tres pares de terrazas o superficies fluviales de distintas edades
en la cuenca de El Jobo, asimismo denotan y explican la presencia de terrazas huérfanas, erosión de
terrazas, plegamientos y la transformación de una vega inundable en una terraza aluvial. Además, es
interesante acotar que en el estudio de la vegetación, clima y ambiente se aborda el tema de fracturas
naturales en los peñones de cuarcita debido a causas térmicas (Oliver & Alexander 2003: 130-173). Al
explicar la formación de la terraza I y la presencia de los niveles I, IA y IB, se deja abierta la posibilidad
que al menos las superficies aluviales denominadas como IB, II, y III ya estaban accesibles a los grupos
paleoindios (Oliver & Alexander 2003: 179).
Con respecto a los sitios arqueológicos localizados en los alrededores de El Camare, mencionan a 15
Peñasquito (Cx-1010), La Pelona (Cx-1009) y Cerro de Fidel (Cx-1157). Si bien se abordan algunas des-
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 9-42
cripciones del material lítico y hasta se define preliminarmente al sitio el Peñasquito como un área de
cantera para la extracción de materia prima.
En otro sitio denominado como Piedra de Chispa (Cx-342), se ha podido identificar los talleres con
números consecutivos desde el T1 al T7. Pero es en el taller T1 donde se brinda detalles de la alteración
por causas naturales del material arqueológico que en un inicio se disponía de forma circular sobre el
terreno, cambiando su disposición debido a la exposición prolongada de lluvias en la zona, sufriendo el
material antrópico un desplazamiento vertical por erosión llegando en muchos casos a su desaparición
debido al movimiento de gravas, como también se ha registrado el afloramiento en superficie de nuevos
talleres (Ibídem: 198-200). Nos parece muy interesante este tipo de datos pues creemos que los sitios de
donde procede esta colección que abordaremos en este estudio pueden haber desaparecido.
Un dato fundamental de esta investigación es la identificación de la tradición Joboide en los al-
rededores de Coro, en el valle del río Eroíta y en los alrededores del Llano de Villa Bolivia. Se reporta
también otros sitios de importancia en asociación a puntas de proyectil tipo El Jobo que fueron descu-
biertos por Cruxent en la cuenca del río Pecaya, al suroeste del Valle de Quibor, Las Tres Cruces en la
sierra de Baragua y finalmente hacia el estado de Lara. Asimismo, los autores mencionan la presencia
Joboide en la península de Paraguaná. Con estos datos los autores proponen que el tallador Joboide
no es propenso a desplazarse más allá de esta área geográfica, empero mantienen abierto el posible
desplazamiento de este mismo grupo humano a otros entornos geográficos y que por condiciones
inciertas abandonan muy posible la tecnología Joboide remplazándola por otra (Ibídem: 203-205).
Las evidencias de las diversas tradiciones líticas paleoindias halladas en la península de Paraguaná
y su geología resultan interesantes en el reporte de Oliver y Alexander (2003). Refiriéndose al mate-
rial lítico y a los sitios arqueológicos, los autores reportan una serie de puntas similares a las Clovis de
Norteamérica en el sitio El Cayude, seguido de puntas del tipo Cola de Pescado, otras que guardan seme-
janza a las puntas del tipo Dalton norteamericano y finalmente se suma la presencia de piezas líticas del
tipo El Jobo y Las Casitas. Al referirse sobre la litología del lugar se hace mención a la presencia de una
gran variedad de materias primas. En Paraguaná se registra el empleo de artefactos elaborados sobre
chert, calcedonia, cuarzo cristalino, cuarzo lechoso, pizarras, esquistos y gabro, que fueron encontrados
y asociados en tierra firme en la Unidad I inferior en el sitio de Taima-Taima (Ibídem: 210-214).
Explican también que los sitios arqueológicos paleoindios reconocidos en Paraguaná, por Cruxent
y Gallagher entre 1970 a 1981 suman un total de diez, los cuales guardan estrecha relación con los ma-
teriales liticos encontrados en la cuenca de El Jobo. Sin embargo, en otros sitios e.g. Pilancón, Bariana,
Misaray, Las Cruces 1-2 y 3, localizados en las cercanías de Cerro Santa Ana, se menciona la presencia de
artefactos líticos (bifaces, raspadores, choppers y puntas de proyectil). Los tipos de materia prima que se
reportan en estos yacimientos son el gabro y rocas ígneas que afloran en los alrededores de Santa Ana.
Otros yacimientos contiguos se localizan en Cerritos y hacia el Norte de Santa Ana, cerca a Mesa de San
José de Cocodite, se reportan áreas de cantera y manufactura de artefactos del tipo El Jobo y Las Casitas
sobre piedras de cuarzo lechoso, cuarzo traslucido y hasta cuarzo cristalino, (Ibídem: 215-218).
Finalmente, el interesante hallazgo de marcadores temporales en la península de Paraguaná se evi-
dencian con la presencia de puntas del tipo Cola de Pescado, puntas Clovis, Folsom y Sandia en el sitio El
Cayude (sitios Nº 104 y Nº 106) (Szabadics 1997: 104-105: fotos 57-60; 111-114). Estos fueron reconocidos
en la colección lítica donada por Miklos Szabadics a la Universidad Francisco de Miranda y posterior-
mente revisadas por Oliver (Oliver & Alexander 2003: 218-19). Al menos dos fotografías, la primera de
una punta de proyectil sin acanaladura confeccionado según los autores sobre chert y dos Puntas Cola
de Pescado confeccionados sobre un chert de tonos amarillos y blancos y otro sobre cuarcita arenisca
del sitio El Cayude (Nº 106) fueron expuestas en la publicación (Oliver & Alexander 2003: 211, figuras
64 y 65). Una serie de datos concernientes a la materia prima y a la presencia de material lítico del tipo
Joboide en la península de Paraguaná han sido ya mencionadas (Szabadics 1997: 106: foto Nº 62; 108: foto
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Nº 65), dejando como tema de discusión la posible contemporaneidad o discordancia temporal entre las
Juan Yataco y Camilo Morón / La serie Joboide en la península de Paraguaná
evidencias de puntas Clovis, Cola de Pescado y Joboides, asimismo se deja abierto el tema de su arribo o
ruta de migración desde el istmo de Panamá hacia la península de Paraguaná.
B. Útiles Ordinarios
B.1.1 Punta Unifacial
Se trata de una pieza unifacial (3,7%) sobre un fragmento de lasca laminar de forma rectangular alar-
gada, tallada por percusión dura, o blanda, y que necesariamente presenta retoque a presión en los
bordes. Se trata de una punta con trabajo unifacial finalizada.
B.3 Raspadores
Lascas que muestran en una o dos extremidades un retoque continuo, no abrupto, que determina un
frente mas o menos redondeado o parabólico, rara vez rectilíneo, y más raro aún cóncavo (Merino
1994: 67; Piel-Desruisseaux 1989: 92; Sonneville-Bordes et al. 1956). Esta presenta variantes definidas
por la tipología clásica, que a continuación se detalla:
C. Desecho de talla
Lo conforma el 7,4% del material documentado. Presenta gran potencial para los análisis tecnológi-
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cos. En cuanto ha sido posible, se ha tratado de determinar la procedencia del desecho. En vista de su
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 9-42
poca recurrencia hemos decidido solo crear de manera general este ítem. Sin embargo, hemos identi-
ficado muy posible un desecho de núcleo y desecho de útil.
6. El Yacimiento CX405
6.1 Ubicación
Sur-Oeste del cerro Santa Ana. península de Paraguaná.
6.2 Tipología
Tecno tipología lítica del sitio CX405
Grupo Tipo Nº %
A.2 Fragmento mesial de punta bifacial. 1 25%
Bifacial
Por el contrario, en la pieza L-0024 (A.2) estamos frente a un fragmento mesial de bifaz y presenta
dos fracturas transversales de origen tecnológico. Tiene una longitud de 32 mm, ancho 18 mm, espesor
de 10 mm y peso de 7,79 gr. Su silueta es rectangular, lateral paralelos rectos y sección biconvexa.
Cadena Operativa
Se cuenta con dos fragmentos bifaciales y dos útiles. Con respecto a la materia prima, tenemos que
mencionar que la selección predilecta ha sido la arenisca cuarzosa empaquetada de coloración gris
a marrón claro. La uniformidad del tipo de roca puede demostrar que la selección de ésta ha sido
para la confección de piezas bifaciales. Su dureza entre 2 y 2,5 en la escala de mohs hace pesar que
su empleo ha sido muy posible para modificar materiales blandos. Se suma la evidencia de una lasca
pseudo laminar L-0026, en esta llama la atención la modificación que se observa en sus bordes, de
ángulos agudos, ya puede evidenciar que junto al raspador lateral L-0021, muy posible actividades
sobre material blando.
7. El Yacimiento CX433
7.1 Ubicación
Sur-Oeste del cerro Santa Ana, península de Paraguaná
7.2 Tipología
Tecno tipología lítica del sitio CX433
Grupo Tipo Nº %
A.1 Preforma de Bifaz 1 33,3%
Bifacial
A.2 Fragmento mesial punta bifacial 1 33,3%
Útil B3.2 Raspador lateral 1 33,3%
Total de piezas líticas antrópicas 3 100%
lla pues presenta negativos profundos y nervaduras bien marcadas. Empero a juzgar por su tamaño y
peso podría tratarse de una pieza fallida y abandonada. Su silueta es lanceolada, la forma lateral y sec-
ción es biconvexa. Presenta reducción alterna haciendo empleo de percutor duro. El ángulo de borde
bifacial fluctúa entre 75o y 80o. No hay presencia de córtex por lo que su fase de talla es avanzada.
Un fragmento mesial también de una punta bifacial L-0025 del grupo A.2 ha sido determinada.
No hay presencia de córtex, presenta un peso de 18,03gr, longitud de 46 mm, ancho de 28 mm y es-
pesor de 12 mm. El ángulo de borde bifacial se ha determinado entre 65o y 70o. Su vista lateral indica
simetría entre sus superficies superior e inferior. La tecnología empleada ha sido la percusión blanda
y eventualmente percusión dura. Las fracturas son debidas a causa tecnológica con presencia de len-
güetas. Se trata de una pieza en fase final de talla.
El raspador lateral L-0027 del grupo B3.2 (Fig. 4), permite al menos identificar su soporte sobre
una lasca secundaria a percusión dura. El blank de lasca permite interpretar la selección de un frag-
mento de lasca gruesa para su posterior confección. Su longitud es de 68 mm, ancho de 25 mm, espe-
sor de 14 mm y peso de 23,45 gr. La silueta de la pieza es rectangular, su vista lateral es recto paralela
y sección triangular. La reducción ha sido empleando percusión dura. La delineación del retoque es
convexa, extensión corta localizándose en uno de los bordes lateral derecho de la lasca, su morfología
es irregular posición unifacial y distribución continua.
Cadena Operativa
La materia prima seleccionada para la confección de estos artefactos ha sido la arenisca cuarzosa em-
paquetada. Al menos la preforma de bifaz reducida a percutor duro conjuntamente con el fragmento
mesial de punta en fase final de talla, pueden indicarnos que la fabricación de bifaces puede estar
efectuándose in situ. El uso de lascas en la fabricación de los raspadores de morfología gruesa y burda
parece ser la predilecta. No tenemos más desecho que indiquen mayores indicios sobre los trabajos
efectuados en este yacimiento.
8. El Yacimiento CX658
8.1 Ubicación
Suroeste del cerro Santa Ana. Península de Paraguaná.
8.2 Tipología
Tecno tipología lítica del sitio CX658
Grupo Tipo Nº %
A.1 Preforma de Bifaz 1 12,5%
A.2 Fragmento mesial punta bifacial 1 12,5%
Bifacial
A.3 Fragmento meso apical de punta bifacial 2 25%
A.4 Fragmento basal de punta bifacial 1 12,5%
Unifaz B1.1 Punta unifacial 1 12,5%
Desecho de talla C Desecho de talla 2 25%
Total de piezas líticas antrópicas 3 100%
Figura 3. Preforma de bifaz. península de Figura 4. Raspador lateral sobre lasca. península
Paraguaná. Colección de José María Cruxent. de Paraguaná. Colección de José María Cruxent.
Una preforma de bifaz L-0019, grupo A.1, se encuentra fracturada en uno de sus bordes por causas
tecnológicas (Fig. 5). No tiene presencia de córtex, y la reducción centrípeta por talla alterna ha sido
empleada sobre esta pieza. Dos diaclasas de cuarzo se localizan en los bordes laterales de la pieza,
haciéndola inestable para la talla. Sus medidas son longitud de 99 mm, ancho 90 mm, espesor de 39
mm y peso de 317,36 gr la delatan como una pieza en fase posterior al decorticado. Siendo aún gruesa
y burda, el ángulo de borde activo varía entre 75o y 80o. La tecnología empleada durante su reducción
ha sido la percusión dura. Su silueta de forma rectangular, lateral biconvexo irregular y sección tra-
pezoidal hacen pensar en la selección de un blank con bordes angulosos, muy posible de forma tetraé-
drica. Se trata de una pieza en fase posterior al decorticado y/o inicio de puesta en forma.
23
Figura 5. Preforma de bifaz. península de Paraguaná. Colección de José María Cruxent.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 9-42
La pieza L-0018 es un fragmento mesial de punta bifacial del grupo A.2. Confeccionada muy posi-
ble sobre una lasca alargada (laminar), tiene una longitud de 42 mm, ancho 29 mm, espesor de 9 mm y
peso de 12,43 gr. El ángulo de borde bifacial fluctúa entre 50o y 55o. La tecnología empleada ha sido la
percusión dura en ambas facetas. La vista en perfil de sus bordes laterales delata la sinuosidad provo-
cada por reducción alterna. La no presencia de córtex, el grosor de la pieza y la forma biconvexa de su
vista en sección y paralelo recto en perfil evidencian su fase avanzada de talla. Dos fracturas transver-
sales localizadas en el tercio superior y tercio inferior parecen estar asociadas a causas naturales.
Dos piezas del grupo A.3, han sido de terminadas como fragmentos meso apicales de puntas bifa-
ciales. La pieza L-0016, presenta una fractura tecnológica clara. Su longitud es de 58 mm, ancho de 25
mm, espesor 12 mm y peso específico de 13,30 gr el ángulo de borde activo bifacial varía entre 65o a
70o. Imperfecciones en la roca son observadas notándose una diaclasa en uno de los bordes laterales.
La silueta es triangular, su lateralidad es de forma paralela recta y sección biconvexa. La tecnología
aplicada ha sido la percusión dura y eventualmente reducida por percutor blando. Aún se observa
en sus bordes la típica reducción alterna de piezas bifaciales. El eje de simetría aún es relativamente
burdo por lo que se trata de una pieza que está siendo regularizada y de fase avanzada de talla.
La pieza L-0017 ha sufrido una fractura natural debido a una diaclasa que contiene impurezas posible-
mente de oxido. El color de la pieza es un marrón claro. Su longitud es de 80 mm, ancho 36 mm y espesor
de 14 mm. Su peso es de 31,76 gr. No tiene presencia de córtex y el ángulo de borde activo bifacial varía
entre 55o y 60o. La tecnología empleada ha sido la percusión dura y eventualmente percusión con percutor
blando. Esta pieza se encuentra muy bien delineada lo cual hace pensar en etapas de finales de talla.
El grupo A.4, un fragmento basal de pieza bifacial con rótulo L-0014, tiene un peso de 12,68 gr.
Presenta una fractura transversal tecnológica. Ha sido reducida por percusión blanda. El blank ha
sido muy posible una lasca alargada y gruesa. Sus medidas son 59 mm de longitud, 18 mm de ancho y
11 mm de ancho. Se trata de una pieza delgada y en fase final de talla. Su sección biconvexa y lateral
paralelo recto indican que se trata de una pieza con buen eje de equilibrio. La delineación del retoque
es cóncavo convexo, extensión corta, inclinación abrupta localizándose en la periferia de la pieza. La
morfología de los retoques es paralela irregular, siendo su posición bifacial y distribución continua.
La punta unifacial del grupo B1.1 y con número de catálogo L-0020 ha sido obtenida a partir de
una lasca secundaria a percusión dura laminar (Fig. 6). La pieza no se muestra completa, teniendo
en la parte proximal de la lasca y/o basal del artefacto una fractura transversal en lengüeta debido
a causas tecnológicas. La longitud de la pieza es de 116 mm, ancho de 38 mm y espesor de 19 mm. El
máximo ancho y espesor se localiza en la parte mesial de la punta, su peso es de 77,57 gr. El ángulo
de borde activo varía entre 55o y 70o. La forma de la silueta es lanceolada alargada, el perfil es recto
convexo irregular, observándose algunas aristas pronunciadas sobre la faceta dorsal de la pieza. Vista
de sección es de forma recto convexa. La tecnología empleada en la faceta dorsal ha sido la percusión
dura y eventualmente percusión blanda. No se muestra presencia de córtex. La delineación de los re-
toques es convexa y presenta una extensión corta, tienen una inclinación semiabrupta, localizándose
en el izquierdo y derecho. La morfología de los retoques se muestra de forma paralela irregular y por
secciones se torna escamosa, su posición es unifacial y distribución continua.
En el grupo C contamos con dos desechos de talla. La pieza L-0013, bien debe de ser definida como
un desecho de útil. Al parecer es sospechosa de ser un desecho de pieza unifacial. Sin embargo, mayo-
res detalles no pueden ser referidos. Presenta una longitud de 69 mm, ancho de 57 mm y espesor de
25 mm. Su peso específico es de 61,06 gr. Se observa sobre una de sus facetas, una serie de retoques
paralelos, de delineación recta convexa, extensión corta, inclinación abrupta, localizándose sobre un
segmento del borde del desecho. La pieza L-0015, un desecho de talla pleno, tiene una longitud de 52
mm, ancho de 70 mm, espesor de 23 mm y peso de 79,71 gr. Su silueta y sección son de forma trapezoi-
dal, perfil cóncavo convexo y sus negativos y nervaduras centrípetas pueden indicarnos que proviene
24
de talla bifacial, muy posible de puesta en forma o fase posterior al decorticado.
Juan Yataco y Camilo Morón / La serie Joboide en la península de Paraguaná
Cadena Operativa
La materia prima del yacimiento CX658 ha sido determinada como una arenisca cuarzosa empaque-
tada. Los colores de las piezas fluctúan desde un gris claro, coloración rojiza y en ocasiones llegando
a un marrón claro. La patina en estas piezas es brillosa y su fractura es concoidal de buena calidad. La
uniformidad en la selección de la materia prima muy posible con formas tetraédricas para confeccio-
nar piezas bifaciales es lo más probable. Al menos una punta unifacial L-0020 que presenta imperfec-
ciones en su simetría y puntas bifaciales como las piezas L-0014, L-0016, L-0017 y L-0018 sugieren que
ha sido la actividad efectuada para obtener este tipo de piezas. La preforma de bifaz L-0019 y dos de-
sechos L-0013 y L-0015, puede reforzar lo dicho anteriormente, evidenciando que se están elaborando
muy probable in situ, o al menos las fases finales de talla se realizan en el yacimiento. Asimismo, dos
desechos de talla se muestran en clara asociación con la reducción de piezas bifaciales.
9. El Yacimiento CX903
9.1 Ubicación
25
Cerro Santa Ana. Península de Paraguaná.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 9-42
9.2 Tipología
Tecno tipología del sitio CX903
Grupo Tipo Nº %
Bifacial A.1 Preforma de bifaz 5 100%
Total de piezas líticas antrópicas 5 100%
27
Figura 8. Preforma de bifaz sobre lasca.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 9-42
28
Figura 10. Preforma de bifaz.
Juan Yataco y Camilo Morón / La serie Joboide en la península de Paraguaná
peso es de 184,31 gr. y el ángulo de borde bifacial es de 70o. Su forma es triangular irregular, en vista
lateral se observan bordes paralelos irregulares y en sección trapezoidal. La percusión dura ha sido la
predilecta durante su manufactura.
Cadena Operativa
El uso de la arenisca cuarzosa empaquetada de coloración marrón claro, fractura concoidal, pátina
brillosa la hace exclusiva para la talla bifacial. Sin embargo, el contenido de diaclasas de cuarzo vuelve
a este tipo de piezas inestables durante la talla. En muy posible que el blank elegido para confeccionar
los bifaces sean piezas relativamente grandes cuyas formas son triedros y tetraédricas y en algunos
casos se hace empleo de lascas de grandes dimensiones. La presencia de córtex en dos de las piezas
puede sustentar nuestras hipótesis, asimismo la pieza L-0001 la de gran dimensión y peso puede per-
mitir aproximarnos a reconstruir el blank elegido de al menos dimensiones de 150 x 100 mm. No se
tiene desechos de talla para poder establecer fases concretas de la manufactura de las piezas. Sin em-
bargo, al menos las preformas indican fase de decorticado, talla alterna y su puesta en forma.
10.2 Tipología
Tecno tipología lítica del sitio CX943
Grupo Tipo Nº %
Bifacial A.1 Preforma de bifaz 1 100%
Total de piezas líticas antrópicas 1 100%
Cadena Operativa
Se dificulta la posibilidad de proponer la cadena operatoria del sitio, debido a que contamos tan solo
con la presencia de una preforma de pieza bifacial. La cuarcita areniscosa guarda uniformidad con la
materia prima de otros yacimientos aquí descritos.
11.2 Tipología
Tecno tipología lítica del sitio CX945
Grupo Tipo Nº %
A.2 Fragmento mesial de punta bifacial 2 33,3%
Bifacial
A.3 Fragmento meso apical de punta bifacial 3 50%
Útiles a posteriori B2.1 Lasca modificada a posteriori 1 16,7%
Total de piezas antrópicas 6 100%
31
Figura 12. Fragmento mesial de punta bifacial. Figura 13. Fragmento meso apical de punta bifacial.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 9-42
Cadena Operativa
La cuarcita areniscosa empaquetada ha sido la predilecta para la talla. Sus colores varían desde un
gris claro a un rojizo y marrón claro. La presencia de diaclasas al menos en las piezas L-0009 y L-0007
ponen en riesgo la talla final de las piezas. Se observa en este sitio la presencia de bifaces. No tenemos
desechos de talla que nos indique que su modificación se efectúe in situ. Sin embargo, algunas piezas
burdas y casi finales pueden indicar muy posible actividades de talla final (e.g. retoque y/o finaliza-
ción) de piezas bifaciales en este yacimiento. Las fracturas en lengüeta son debidas a causas tecnoló-
gicas más que por las impurezas en la roca.
serie de convenciones internacionales sabemos que el empleo convencional de las siglas B.P hacen
referencia a los fechados con valores no calibrados, mientras que BC/AD sugieren valores radiocarbó-
nicos calibrados en años calendáricos nuestros (Taylor, 1987: 4-6).
Durante el empleo del programa OxCal v.4.1 se ha preferido usar la curva de calibración InCal09
(Reimer et al. 2009: 1111-1150) utilizada para fechados del hemisferio norte debido a la edad temprana
de las muestras y al alcance de la curva de calibración. Además, se dispuso la obtención de datos a dos
sigmas para evaluar un margen amplio de tiempo durante la calibración.
Por otro lado, viendo que los fechados pueden estar alterados muy posible debida a la intensa ra-
diación solar, como también muy posible al efecto Suess ya detectada en muestras marinas del Cariaco
Basin procedentes de Islas Tortugas, Boca del Medio y Los Testigos (Ochsenius 1979: 18; Guilderson
et al. 2005: 57-65), se suma además la proximidad de los sitios a la zona de convergencia intertropi-
cal (Intertropical Convergence Zone, ITCZ). Sobre este último, diversas publicaciones ya han tratado
sobre la incertidumbre de las calibraciones de 14C desde los sitios que se localizan en el neo-tropico
y trópico, concluyendo que en el ITCZ debido a los cambios de estación se desplaza por efectos del
viento CO2 desde el hemisferio norte y de igual forma en otra parte del año el viento desplaza CO2
desde el hemisferio sur, jugando este fenómeno un rol determinante en la alteración de los fechados
radiocarbónicos en el Coriaco Basin (McCormac et al. 2004: 1188; Westbrook et al. 2004). Por estas razo-
nes, se ha priorizado la revisión de posibles efectos reservorio sobre muestras terrestre en el Cariaco
Basin. Sin embargo, no existen estudios que precisen una compensación a estas alteraciones (Hughen
et al. 1998: 489-490). Sabiendo estos datos realizaremos a continuación la calibración de los fechados
del sitio arqueológico de Taima-Taima debido a las asociaciones de resto de animales pleistocénicos
con material lítico Joboide y asociar su temporalidad a esta colección.
Taima-Taima
Sobre este sitio queremos simplemente abordar los fechados radiocarbónicos en conjunto, tomando
para ello el trabajo de Bryan y Gruhn y someterlos a la calibración (Bryan & Gruhn 1979: 55-56, tables
1 and 2). Los fechados de Taima-Taima proceden de diferentes perfiles ordenados por unidades y
niveles estratigráficos y expresados en años radiocarbónicos BP deslindando en estos los fechados
radiocarbónicos consistentes e inconsistentes (Bryan & Gruhn 1979: 56). Nos limitaremos tan solo
en corregir los fechados que han sido considerados como consistentes. Ocho fechados provienen del
perfil A de Taima-Taima tomados durante las excavaciones de 1968 de la esquina noreste, sección 38
asociadas a una serie de capas de arcilla distinguidas según las características del suelo como Unidad I
(grey sand) y Unidad III (black clay). Es en la unidad I donde se ha podido asociar los huesos de animales
y posibles actividades de matanza (Tamers 1971: 34-35). Los fechados han sido clasificados por Bryan
y Gruhn (1979: 55) de la siguiente manera:
Asimismo, ocho fechados más fueron obtenidos de la esquina SE del perfil B, sección 38, al igual
que en el perfil A han sido ordenados de manera secuencial teniendo en cuenta las profundidades de
donde fueron tomadas. Estas han permitido realizar comparaciones con el perfil A. En este caso los
fechados del perfil B clasificados por Bryan y Gruhn (1979: 55) son las siguientes:
Tabla 4. Fechados del Perfil B.
Perfil B (esquina SE, sección 38)
Cod. Lab. Valor en BP Profundidad Cod. Lab. Valor en BP Profundidad
IVIC-665 9860 110 0,65-0,75 cm IVIC-669 12770 120 1,65-1,80 m
IVIC-666 10030 90 0,75-0,85 m IVIC-670 12990 260 1,80-1,95 m
IVIC-667 10290 90 0,85-0,95 m IVIC-671 13180 130 1,95-2,10 m
IVIC-668 13390 130 1,50-1,65 m IVIC-672 14010 140 2,10-2,25 m
Finalmente los autores realizan un estudio detallado de los fechados y sus contextos finalizando,
con una tabla resumen en dónde se exponen los resultados de laboratorio más consistentes e incon-
sistentes procedentes de Taima-Taima, la tabla vertida es la que se muestra en la siguiente página.
Al someter los resultados de laboratorio considerados como consistentes al programa de cali-
bración Oxcal 4.1, se ha obtenido una superposición lógica de las mismas. Estos tienen un rango que
oscila aproximadamente desde los 8000 a 16000 cal BC., estos se exponen en la tabla 6.
En la unidad III, la muestra (IVIC-657), ha arrojado un fechado calibrado que oscila entre 9237-
8804 calBC. Si bien este guarda una relación secuencial el fechado se muestra alterado debido a que
este cae sobre un “plateux”. La muestra (IVIC-658) es un caso similar al anterior, pues se muestra
alterada, resultando la calibración en un rango que oscila entre 9245 calBC-8745 calBC. La muestra
(IVIC-665), ha arrojado un alcance temporal de 9266-8753 calBC. Luego, las muestras (IVIC-666) (IVIC-
659) e (IVIC-667), presentan los años calendáricos en orden consecutivos de 9766-9306 calBC, 10041-
9398 calBC y 10430-9768 calBC, todos con evidencias de alteraciones debido a que recaen nuevamente
sobre “plateux” (cf. tabla 6).
La unidad I está conformada por catorce muestras de laboratorio los cuales también han mostrado
un resultado secuencial lógico. Esta unidad tiene un margen temporal que fluctúa desde los 11464 a
14850 calBC. Un 95% de las muestras calibradas se presentan alteradas nuevamente por la presencia de
“plateux”, empero al menos las muestras IVIC-662 y IVIC-668, presentan solo ligeras alteraciones en
comparación a otras (cf. Tabla 7, fechados sombreados en gris).
Creemos que la investigación y las asociaciones de piezas tipo Joboide con huesos de animales
pleistocénicos realizada en Taima-Taima resultan creíbles, siendo este uno de los sitios más consis-
tentes. Si bien los fechados radiocarbónicos exhiben en gran mayoría alteraciones, una coherente
secuencia temporal se asocia con el orden estratigráfico de las excavaciones efectuadas lo cual da cre-
dibilidad a la asociación temporal Pre-Clovis en Taima-Taima. No olvidemos que las alteraciones pue-
den ser debidas a posibles efectos reservorios que afecten a las muestras terrestres y y estas altera-
ciones no han sido investigados a profundidad. Asimismo, el desplazamiento de CO2 y los fenómenos
climatológicos en el Cariaco (e.g. insolación, cambio estacional y desplazamiento del viento), pueden
jugar un rol fundamental para el entendimiento de tales alteraciones durante fines del Pleistoceno e
inicios del Holoceno en la península de Paraguaná.
El análisis efectuado nos ha permitido confirmar la presencia de preformas, esbozos, puntas bi-
faciales y unifacial en la península de Paraguaná. La materia prima de arenisca cuarzosa ha permiti-
do identificar segmentos de la cadena operativa lítica. Selección de grandes piezas con formas muy
posible triédricas, tetraédricas y posibles guijas para confeccionar piezas bifaciales a percusión dura
han sido la predilecta. La relación morfotecnológica de esta colección Joboide de Paraguaná frente a
líticos de El Jobo de Pedregal ha podido ser establecido preliminarmente. Estas comparaciones son
generales y se han establecido a partir de algunas fotografías y descripciones publicadas, las cua-
les guardan semejanzas por sus formas y dimensiones con la punta unifacial del sitio CX658 y las
35
preformas de bifaces identificadas en la colección analizada. El empleo de lascas alargadas reducida
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 9-42
Tabla 6. Fechados radiocarbónicos de Taima-Taima calibrados a dos sigmas, resultando en orden secuencial y
corroborando la propuesta por Bryan and Gruhn (1979: 53-58).
36
Juan Yataco y Camilo Morón / La serie Joboide en la península de Paraguaná
unifacial y bifacialmente pone en evidencia el tipo de soporte requerido para confeccionar toda una
gama de artefactos (e.g. Cruxent & Rouse, 1956: 174-175, fig. 2-3; Cruxent,s/f: 9-14, fig. II-VII; Cruxent
& Rouse, 1961: 39; fig. 37, plancha 20). Igualmente la materia prima determinada en nuestros estudios
guarda concordancia con la materia prima registrados en El Pedregal y la península de Paraguaná (cf.
Szabadics, 1997: 65-66, 71, fotos Nº 24-25, 71).
Por otro lado, resulta evidente que el trabajo de Cruxent y de Szabadics es seminal en la península
de Paraguaná y es necesario mayores investigaciones en la zona que explique la presencia de puntas
Clovis, Folsom y Joboide en esta área (Szabadics 1997: 104, 105, 114). El termino tipológico “hachas de
piedra” (Rouse & Cruxent 1963c: 30, 1963d: 37; Szabadics, 1997: 65-67; 80-83; Cruxent, 1967: 3) y “lascas
levallois” (Cruxen, 1983: 249-256) empleada sobre los materiales líticos de El Jobo debe de ser desecha-
da, debido a que no existe ninguna relación tecnológica con la industria lítica europea y más bien
estamos frente a preformas de bifaces, relacionadas al primer estadio de talla.
Los fechados radiocarbónicos y su calibración han sido satisfactorios. Las alteraciones de los fe-
chados al momento de la calibración pueden deberse a múltiples factores, pudiendo deberse a la toma
de la muestra, hasta el desplazamiento de CO2 por el viento en diferentes estaciones del año proce-
dentes desde el hemisferio sur y norte hacia la zona de convergencia intertropical en el Cariaco. Los
estudios de estas alteraciones de CO2 sobre el material terrestre merecen un estudio detallado para
poder determinar las compensaciones que se deben de tener en cuenta al momento de la calibración
radiocarbónica a años calendáricos nuestros. Estudios de estas alteraciones denominadas como efec-
to reservorio ya se efectúan en el Cariaco pero aplicadas exclusivamente para muestras marinas.
Las referencias geológicas también ha revelado que Cerro Santa Ana es tema de debate científico
y existen dos posturas teóricas sobre su origen. En primer lugar se argumenta que se trataría de un
volcán alóctono debido a la presencia de cristales contenidos en las rocas de basalto, mientras que
otros argumentan que estaríamos frente a una masa magmática que no llegó a erupcionar y se enfrió
lentamente. Al margen de estas explicaciones, el análisis geológico sobre los líticos ha determinado
que la materia prima empleada en la colección en estudio ha sido la arenisca cuarzosa, el cual coinci-
de con la formación ígnea metamórfica del cerro Santa Ana. Este dato guarda relación con la materia
prima documentada al sur oeste y de la base del cerro Santa Ana cuyos sitios están catalogados con
los rótulos CX405, CX433, CX658, CX903, CX943 y CX945. A partir de la determinación de la materia
prima podemos argüir hipotéticamente lo siguiente: Que los primeros habitantes de la península de
Paraguaná se asentaron cercanamente a la cantera de arenisca cuarzosa para aprovisionarse de ella.
Si esto se compara con la serie clásica de El Jobo localizado en El Pedregal, la recurrencia de este tipo
de materia prima para confeccionar preformas y puntas bifaciales es la misma. Muy posible el des-
plazamiento de este grupo humano desde la península de Paraguaná hasta El Pedregal o de manera
inversa puede ser evidencia del recorrido de este grupo humano con la misma tecnología.
Creemos que los materiales aquí analizados pueden ser asociados temporalmente con los ma-
teriales liticos de tipo Joboide hallados en Taima-Taima. Debido a que Taima-Taima ha sido deter-
minado como uno de los sitios representativos que presenta una cronología fiable hemos decidido
realizar la calibración de los fechados radiocarbónicos. Los veinte y un fechados determinados como
valederos han permitido obtener una sucesión de eventos que guardan relación con la estratigrafía
registrada en este sitio. Las muestras (IVIC-662) e (IVIC-668) muestran ligeras alteraciones durante la
calibración lo cual permite argumentar una ocupación y actividad Pre-Clovis con evidencias de líticos
del tipo Joboide en asociación a restos de fauna Pleistocénica. Sobre este punto es necesario recordar
que el paradigma Clovis viene siendo hoy reevaluado, debido al descubrimiento de artefactos líticos
entre mil a ochocientos años más tempranos que la clásica ocupación Clovis. Un caso con evidencia
de caza y huesos con huellas de corte se evidencia en el sitio Manis, donde se ha puesto en evidencia
la incrustación de una punta de proyectil entre la vértebra y la costilla de un mastodonte y cuyos 37
fechados radiocarbónicos llega entre 13860 a 13763 BP (Waters et al. 2011: 351-353). Por otro lado,
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 9-42
investigaciones efectuadas en una serie de cuevas sumergidas en la península de Yucatan se han ha-
llado restos humanos que datan entre 13610 a 13430 calBC, asimismo se ha reportado la presencia de
restos de fauna pleistocenica sin confirmar su asociación con los restos óseos humanos encontrados
(González et al. 2008: 1-24). Otro sitio reportado con artefactos pre-Clovis se localiza en el sitio Gault,
en Texas (Collins et al. 2008:70-72). Estas evidencias pre-Clovis, resultan ser de especial importancia
para poder evaluar la edad de la llegada y rutas de migración de los primeros americanos (Bryan 1986:
1-14). Otro sitio de edad muy temprana que contiene evidencias de los restos óseos de al menos seis
mastodontes, registrándose en áreas de matanza y descarnado ha sido reportado en el sitio de Monte
Verde en Chile (Dillehay 2000: 158), semejantes contextos se han reportado en Tibitó, en la Cueva del
Medio, cueva de Mylodont, las Buitreras y Palli Aike.
No somos capaces aún de poder determinar con seguridad si las puntas del tipo El Jobo son ex-
clusivamente un invento sudamericano. Si bien la cronología de Taima-Taima resulta ser pre-Clovis,
no necesariamente sería un indicador real para poder argüir una invención propia sudamericana.
Con esto no nos mostramos contrarios a las ideas de Bryan (1973: 245-254; 1975: 151-159), sino que
aún requerimos de mayores registros morfotecnológicos de toda la industria de El Jobo para poder
determinar y correlacionar con mayor precisión filiaciones y diferencias entre la industria lítica nor-
teamericana versus la sudamericana.
En conclusión, mayores estudios no solamente sobre tipología, sino también temas que aborden
las alteraciones de las muestras radiocarbónicas por efectos del clima, geología, estudios de los tipos
de rocas seleccionadas para la confección de utensilios, variaciones del mar en tiempos pleistocénicos
y la tecnología lítica son de suma urgencia en ésta área para el entendimiento del desplazamiento
humano de los primeros pobladores venezolanos. Al menos nuestros estudios han determinado la
selección de arenisca cuarzosa de muy posible grandes blanks de formas angulosas o guijas, mediante
los cuales se detecta solo el primer estadio de decorticado y obtención de preformas bifaciales, segui-
do de un último estadio conformado por talla final con la obtención de puntas bifaciales y unifaciales.
Asimismo, recalcamos que la tecnología del tipo Joboide documentada en el cerro Santa Ana de la
península de Paraguaná, guarda estrecha semejanzas con las descripciones tecnológicas y morfología
del complejo clásico El Jobo, localizado en el Pedregal a 90 km tierra adentro. Por lo tanto, creemos
que mediante la identificación de la misma tecnología y selección de la materia prima es posible
argumentar una ocupación y desplazamiento de un mismo grupo humano desde el cerro Santa Ana
hasta el Pedregal. Siempre bajo este argumento resulta evidente que recorrer grandes distancias para
los talladores Joboides no resulta difícil. Finalmente, las asociaciones temporales de los liticos del tipo
Joboide asociadas con las muestras más tempranas procedentes de Taima-Taima IVIC-662 y IVIC-668,
pueden ser asociadas con las piezas estudiadas en la presente investigación, por lo tanto, estas se
remontan a edades que fluctúan entre 13664 y 14850 calBC, siendo las más tempranas de Venezuela
y de clara edad pre-Clovis.
38
Juan Yataco y Camilo Morón / La serie Joboide en la península de Paraguaná
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42
Arqueología y Sociedad
Nº 24, 2012: 43-86
ISSN: 0254-8062
Resumen
Todos los tipos de armas no se utilizaron de la misma manera y al mismo tiempo durante la prehistoria del
área centro-andina. El estudio de su invención o re-invención (o primera ocurrencia en una parte dada del
mundo, lo cual es casi sinónimo), su uso y su evolución, que nunca ha sido hecho de forma completa hasta
la fecha, proporciona informaciones fundamentales sobre las sociedades que las utilizaron, sus relaciones
mutuas y su medio ambiente. No obstante, la dificultad de diferenciar las armas de guerra de las de cacería
y de las herramientas es recurrente. Entre las armas arrojadizas, sostenemos que la mayoría ha sido usada
para la caza y el ritual, y que pocas han sido empleadas como armas de guerra hasta los Incas.
Palabras clave: Andes, armas, guerra, caza, herramienta, símbolo.
Abstract
All types of weapons were not used in the same way and at the same time during the prehistory of the
Central Andean Area. The study of their invention, or re-invention (or first occurrence, which is almost
the same) , use and evolution which has never been carried out so far, brings us crucial information on the
type of society who used them, their mutual relationship and with their environment. Nevertheless, the
difficulty to distinguish between war weapons, hunting weapons and domestic tools is recurrent. Among
throwing weapons, we contend that most of them have been used for hunting and ritual and few have been
used for war till the Incas.
Keywords: Andes, warfare, weapons, hunting, tool, symbol.
i Docteur en archéologie précolombienne. Chercheur associé CNRS- Université Paris I. Archéologie des Amé- 43
riques, UMR 8086.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 43-86
La comparación entre las armas del Precerámico con aquellas descritas por los cronistas del siglo XVI
saca a relucir que las armas más usadas en el área centro-andina -ver mapa adjunto- no han evolucio-
nado mucho hasta la llegada de los españoles. Así, es a veces difícil determinar si un propulsor, una
honda una hacha de piedra provienen del Precerámico o de la época Inca, tal como lo atestiguan los
ejemplares conservados en el Museo Nacional de Arqueología Antropología y Historia (MNAAH) de
Pueblo Libre. La mayor innovación fue el uso del metal en reemplazo de la piedra, aunque éste nunca
fue sistemático; se encuentran armas de piedra y de madera hasta la época Inca. Los motivos de este
uso limitado pueden ser culturales (el metal era considerado como símbolo divino) o tecnológico
(desconocimiento del hierro). Pero ciertas armas -tales como el arco o la boleadora- aparecieron de
forma tardía, quizás por imitación de las poblaciones conquistadas por los Incas.
Las armas ofensivas pueden ser clasificadas en tres categorías: las armas “de estoque”, princi-
palmente representadas por los mazos y sus variantes, así como las lanzas, las armas “de corte” (ha-
chas, puñales y cuchillos), y las armas arrojadizas que comprenden las piedras redondas lanzadas con
hondas o con la mano, la jabalina o azagaya lanzada con la mano y el venablo lanzado mediante un
propulsor (estólica), la flecha lanzada con arco, las cerbatanas, la “bola” lanzada con “boleadoras”, y
las rocas o “galgas” que se dejaban rodar cuesta abajo sobre los enemigos. Todas estas armas podrían
haber servido para la caza y para la guerra, y varias de ellas, como herramientas. Para describirlas,
disponemos de tres fuentes de información: la evidencia arqueológica, la iconografía y los cronistas
(en lo que se refiere a los periodos más tardíos), los cuales revisaremos -para cada tipo de arma- en
este orden por periodo (Tabla 1 cronología adjunta) y por área.
su frecuencia disminuye en el norte y el centro, paralelamente a los temas ideológicos. Pero entre los
Mochicas, recobran importancia con el advenimiento de una nueva ideología ampliamente retomada
de Chavín; se las encuentra esencialmente en la cerámica o en los muros de adobe. En la sierra (Recuay),
la piedra domina, con numerosas figuras de guerrero grabadas o esculpidas en alto relieve. En el sur,
los temas ideológicos se prolongan durante el final de Paracas y el inicio de Nasca, pero se vuelven más
profanos y naturalistas hacia la mitad del desarrollo Nasca; las divinidades armadas son remplazadas
por imágenes de guerreros. El material de base sigue siendo -en su mayoría- textil, pero la importancia
de la iconografía plasmada sobre cerámica se incrementa. Durante los desarrollos culturales siguientes
(Lima, Lambayeque, Wari, Chimú, Incas), las representaciones guerreras son más escasas pues posible-
mente no se las considera tan útiles para la manipulación ideológica como en los periodos anteriores.
Las descripciones escritas por los cronistas se refieren básicamente al Horizonte Tardío, pero ciertos
autores sugieren que se puede llegar hasta más atrás en el pasado. Un fragmento de Bartolomé de las
Casas (1550), describe un periodo antiguo que Donnan (1978: 87) considera ser el periodo Intermedio
Temprano (400/200 a.C.-700 d.C.): “Las armas suyas principales eran hondas; no tenian flechas ni arcos, mas
de unas como rodelas para se defender de las piedras. Esto era en la gentes de las sierras; pero en los llanos que
llamaban yungas, peleaban algunos con flechas sin yerba: en otras partes con dardos hechos de unas cañahejas,
y en lugar de caxquillos, puntas de palmas o de güeso, y tirabanlos con amiento, los cuales eran en tirallos muy
diestros y certeros”. Guamán Poma (1613: 64) enumera las armas de los guerreros asociados a la tormen-
tosa época del periodo Intermedio Tardío, llamada en quechua “auqua runa”, que marcó la desintegra-
ción de los estados del Horizonte Medio: “[…] y peleanban con armas que ellos les llamaban chasca chuqui,
zuchac chuqui sacmana [lanzas], chambi [mazas], uaraca [honda], conca cuchona, ayri uallcanca [hacha],
pura pura [pectoral de metal], uma chuco [casco], uaylla quepa [trompeta de caracol], antara [zampoña].
Y con estas armas se uencían y auía muy mucha muerte y derramamiento de sangre hasta cautiuarze.”
Propulsor o tiradera
El propulsor es a menudo designado por su nombre mesoamericano: el atlatl, -ya que no hay nom-
bre alguno en quechua ni en aymara-, o también estólica, quizás proveniente de los Indígenas Cuna
de Nicaragua (Ravines 1990: 30); para otros autores, el origen de la palabra sigue siendo un enigma
(Carrión Ordóñez 1997). Es un arma destinada a lanzar un venablo que puede ser de grandes dimen-
siones, hasta dos metros (Boas 1938: 243-244; Leroi-Gourhan 1973: 60; Testart 1985: 117-120; Rozoy
1992)1. En general, cuenta con un solo gancho en cuya parte distal se coloca el extremo posterior del
venablo. El propulsor es fuertemente sujetado a la altura del hombro y, mediante un efecto de balan-
ceo y de proyección, el venablo es propulsado horizontalmente hacia el blanco. Para que sea eficiente,
se coloca un estabilizador sobre el venablo y se sujeta una punta de piedra o de hueso en la parte de-
lantera. Según Otterbein (2004: 64-66) un venablo lanzado con la mano puede alcanzar una distancia
de 25 m y hasta 100 m con un propulsor, pero su eficiencia se limita a un rango comprendido entre 45
1 Una revista trimestral le es ampliamente consagrada: “The Atlatl” theatlatl@gmail.com (The World Atlatl
Association, Inc, Margie Takoch y el sitio siguiente publica una bibliografía anotada muy completa sobre
el atlatl, http://web.grinnell.edu/anthropology/Atlatl de John Whittaker (2010), con más de 1000 entradas 47
entre las cuales algunas se refieren al periodo prehispánico correspondiente a América del Sur.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 43-86
y 50 m. Según Testart (1985: 120, nota 18) su alcance pasa de 20 a 30 m cuando es lanzado con la mano,
y a 60-70 m cuando es lanzado con un propulsor. Es la primera arma compuesta inventada por el hom-
bre, y se la encuentra en el mundo entero, excepto en el África y en la Antártica (Raymond 1986: 153).
Su existencia es atestiguada en Eurasia desde el Paleolítico Inferior (Dennell 1997; Hoffecker 2005),
pero sobre todo en el Paleolítico Superior (Solutrense), así como en el Nuevo Mundo, hacia el séptimo
u octavo milenio a.C. (Lavallée 1995: 104; Otterbein 2004: 64). Otterbein añade que no se trata de un
invento local, sino que habría más bien llegado desde Asia con la primera migración humana2. No
obstante, parece haber caído en desuso muy rápidamente en Europa, frente al arco y las flechas, po-
siblemente durante el Mesolítico. Su descripción y su distribución en el área americana fue realizada
por vez primera por Uhle (1907; 1909) y De Mortillet (1910), mientras que se encontraron numerosos
especimenes provenientes del Arcaico chileno (Standen y Arriaza 2000: 243-244, Standen 2003: 175).
En la área centro-andina, las primeras estólicas nascas fueron muy rápidamente el objeto de estu-
dio (Urteada 1920; Uhle 1907, 1909; De Mortillet 1910; Means 1920). El propulsor andino tiene la parti-
cularidad de contar con dos ganchos, el uno pequeño (tope), en la parte distal, para sujetar el venablo,
y otro más grande (manija), en la parte proximal, sobre la cual el tirador colocaba el índice de manera
a tener un buen punto de apoyo (Métraux [1949]1963: 244-45; Mayer 1998: fig. 3689-3699; 3741; 3723).
Los ganchos pueden ser de piedra, concha (Fung Pineda 1969), hueso o metal (cobre, bronce arsénico,
oro o plata). Estos dos ganchos se ven muy bien en los propulsores de madera cubierta de metal con
ganchos de bronce en la tumba del Viejo Señor de Sipán (Fig. 1), o en las numerosas representaciones
pintadas de guerreros Mochicas, entre las cuales figuran las dos vasijas de asa estribo -muy parecidas-
del Museo Nacional de Antropología y Arqueología e Historia de Lima y del Museum für Völkerkunde
de Berlín (Donnan y McClelland 1999: fig. 6.52 y 6. 53).
2 Un venablo de propulsor de 10000 años de antigüedad acaba de ser identificado por Craig Lee con ocasión
48 del deshielo de un glaciar del parque de Yellowstone en los Estados-Unidos (Sciencedaily june 30, 2010, Live
Science 05 july 2010).
Vincent Chamussy / Empleo de armas arrojadizas en el área centro-andina
3 Engel (1976: 83) revela haber encontrado un ejemplar en el abrigo rocoso de Tres Ventanas, en la cuenca alta
del valle del río Chilca, fechado por el investigador en 7000 a.C., pero esta datación única debe ser puesta en
tela de juicio. En la península de Paracas, en el sitio 104 también llamado Cabeza Larga u Osario, el autor nota
-entre los 60 esqueletos-, la presencia de dardos, flechas o láminas finas de madera dura, así como báculos
sólidos, pero, -según acota-, si bien la existencia del propulsor es posible, tampoco fue probada (Engel 1960,
1966a: 8).
49
4 El original se encuentra ahora en el nuevo museo de Chavín;
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 43-86
Casma, Ghezzi (2006: fig. 3.4, 3.8 y 3.9) descubrió recientemente representaciones de propulsores en
una decoración mural con fecha del final del Horizonte Temprano.
En conclusión, se puede afirmar que el uso del propulsor en el periodo Inicial y el Horizonte
50 Temprano en las costas norte y centro-norte, si se dio, era restringido; parecía tener un valor simbólico
y aparecía sobre todo en escenas ceremoniales. Si hubiese sido común, seguramente se habrían encon-
Vincent Chamussy / Empleo de armas arrojadizas en el área centro-andina
trado muchos ejemplares, pues los ganchos de piedra o de hueso se conservan bien. Suponemos que
la importancia de la caza había disminuido, debido al cambio de modo de subsistencia de este periodo,
que presencia el pleno desarrollo de la agricultura irrigada, así como de la cría de camélidos y cuyes.
En la costa sur en cambio, en este mismo periodo, se encuentran numerosos propulsores en las
tumbas de Paracas Cavernas (Tello y Xesspe 1979: 179 y fig.40.2; 233 fig. 68.5). En el Cerro Uhle (Ica),
varios ejemplares completos de huesos de ballena con un gancho en “sperm whale tooth”, grabados en
forma de rostros humanos y parecidos a aquellos encontrados en Paracas, fueron también hallados en
tumbas (Morris y Von Hagen 1993: fig. 37). Carrión Cachot (1949: fig. 5) ilustra cierta cantidad de gan-
chos de estólicas tallados en hueso, encontrados en las tumbas de Paracas (Fig. 3) o de estólicas enteras
bordadas en mantos funerarios. Se acota asimismo la presencia de algunas representaciones de caza-
dores armados de propulsores en petroglifos fechados de este periodo, en particular en Chichictara,
en el valle del río Palpa (Llanos Jacinto 2009: 97 y fig.11.4).
Algunos propulsores aparecen en las tumbas Gallinazo, en particular en el valle del río Virú (sitio
V-59 Strong y Evans 1952: 72 y lam. VII C y VII F; Larco 1945a: 15-16). Un mango de propulsor, con una
protuberancia que hace oficio de primer gancho, así como una pieza que era sin duda el segundo gan-
cho de madera dura de algarrobo, decorado con dos cabezas esculpidas de felinos, ha sido encontrado
por separado en la tumba de un guerrero en donde un mazo de madera de cabeza bicónica también
fue hallado. Finalmente, en la iconografía, en un geoglifo de la cuenca baja del río Santa, con fecha
de la fase Suchimancillo (Gallinazo), uno de los dos humanos levanta lo que parece ser un propulsor
(Wilson 1988: 797 y fig.2).
Los propulsores -generalmente con ganchos metálicos- se vuelven ya abundantes en la sociedad
Vicús (Mayer 1998: fig. 3689-3699), y luego sobre todo entre los Mochicas, en donde el mango -en
ciertos casos- está además cubierto de metal, tal como aquel encontrado en la tumba del Viejo Señor
de Sipán (Fig. 1). Uhle atribuye al periodo chimú cuatro propulsores hallados durante sus excavacio-
nes en las huacas del Sol y de la Luna (Uhle 1907: 122-126): tres al pie de la Huaca de la Luna sobre
la plataforma “Uhle”. Sin embargo, equiparamos la fecha de estos propulsores al periodo Mochica,
al igual que otros artefactos de la plataforma Uhle hallados por Chauchat y su equipo. Larco Hoyle
(tomo 1 2001: 211-213) ofrece una descripción minuciosa de numerosas estólicas que pudo encontrar
en los diferentes valles del Centro-Norte. Desde aquel entonces, los arqueólogos han encontrado muy
bellos ejemplares en las tumbas de la élite mochica recientemente descubiertas: Sipán (Alva y Donnan
1993: fig. 188; Alva 2001, 2007), Dos Cabezas (Donnan 2003) y sobre todo, El Brujo, en donde se han
encontrado -asociados a la “Dama de Cao”-, veintitrés estólicas en buen estado, con ganchos de metal
dorado sobre los cuales aparecen representaciones de figuras antropomorfas o aves (Franco 2009) y
otras dentro de una tumba removida encima del edificio; éstas corresponden únicamente al mango
de madera tallada con “animales lunares” con incrustaciones de conchas y crisocola (Franco, Gálvez
y Vásquez 2001: 142, foto 25).
No obstante, en la época de los Mochicas, no se trataba -al parecer- de un arma de guerra, sino
más bien de caza, pues casi nunca se la encuentra en la iconografía guerrera, mientras que casi siem-
pre aparece en las escenas de caza de venado, asociada al empleo de redes tendidas entre dos estacas,
tal como se lo puede ver en las numerosas escenas de caza reproducidas por Kutscher (1983: fig. 68-86)
y Donnan y McClelland (1999, fig. 4.88) (Fig. 4). En el corpus de las varias miles de representaciones
que hemos consultado, existen guerreros equipados con estólica, pero en cantidades muy escasas:
(McClelland 1999: fig. 4.105, 6.52 y 6.53; Lumbreras 1980: lam. 364). A la inversa, se encuentran muy
pocos ejemplares de caza de venado con porras (Kutscher 1983: fig. 87; Donnan y McClelland 1999:
fig. 6.85-6.88).
Esta especialización de armas entre los Mochicas ha sido asimismo notada por Verano (2001: 112-
113) y Bischof (2005: 77). Con el fin de demostrar que la caza es una actividad ritual, Donnan (1978:
266) compara un combate entre humanos en donde los guerreros están armados de porras y llevan
la chalchalcha5 colgada de la cintura, a una caza de ante en donde los cazadores están armados de
propulsores, y no llevan la chalchalcha (Ibid: fig. 265). Otra prueba según la cual el propulsor no es de
uso guerrero, es su empleo en escenas de juegos rituales pintadas en varias vasijas comentadas por
Kutscher (1958). En una escena de presentación de la vasija de sacrificio (Ibid. fig. 2; 1983, fig. 150), los
personajes llevan a la vez un propulsor y lo que Donnan llama un “báculo de piezas cruzadas”, del cual
un ejemplar ha sido hallado intacto en una tumba (Donnan y McCLleland 1978: fig. 115, 116). Ahora
bien: estos báculos -de los cuales cuelga una soga terminada por un “pétalo o volante”- se encuentran
entre las manos de personajes a punto de lanzarlos mediante un propulsor (Kutscher 1958, fig. 1). En
una botella asa de estribo Moche V (Ibid.: fig. 113), los dos personajes de la izquierda llevan báculos
de este tipo, mientras que los demás personajes levantan propulsores. En otra vasija (Fig. 5, Kutscher
52
5 Especie de protector de caderas cuyo uso todavía es motivo de debate.
Vincent Chamussy / Empleo de armas arrojadizas en el área centro-andina
Figura 4. Moche IV. Caza de venado con propulsor. Donnan & McClelland 1999: fig. 6.82.
Proulx 2006), y mantos funerarios de Necrópolis (Tello y Xesspe 1979: 336 fig. 91): ver por ejemplo el
borde del manto del fardo 451 de Cerro Colorado, en el cual todos los personajes fantásticos sujetan
con la mano la cola de un mono, el cual a su vez lleva una estólica (Tello [1959] 2005: lam. XXXV à XLI),
o también los personajes que llevan una estólica en la una mano, y venablos en la otra. En el fardo 249,
una de las figuras pintadas en tela, lleva dos propulsores en una mano, y venablos en la otra. Se los
puede encontrar acompañados por sus respectivos venablos, como en las tumbas de Cahuachi (Orefici
1993: fig. 168; Kroeber y Collier 1998: 51, 79-80). Proulx menciona de 8 a 10 venablos -asociados a una
estólica- encontrados en la tumba 61 de Cahuachi: “Propulsores, o atlatl, han sido encontrados en numero-
sas tumbas Nasca; también son hechos de madera de huarango, con ganchos de metal o hueso, a menudo con la
forma de pájaros o animales. Estos propulsores suelen verse en manos de guerreros pintados en la cerámica tar-
día, a menudo con loros colocados aquí por algún motivo simbólico” (Proulx 2001: 127). Mayer (1998: fig. 3693
foto n°1) reproduce un propulsor y su pequeño gancho de cobre, encontrados junto a una pieza de ce-
rámica Nasca en una tumba cerca de Callango (Ica, Nasca III), cuyo origen dice ignorar. Sin embargo,
nosotros sí pudimos encontrarlo en una ponencia presentada en el 32° Congreso de Americanistas, en
Copenhague (Feriz 1958). Se trata de una pieza espléndida encontrada cerca de una momia y de una
vasija Nasca III en Callango, cuyo gancho proximal (maneja) de cobre representa un pájaro sujetando
una bola en el pico, mientras que el gancho distal (tope), esculpido en marfil, representa la cabeza de
una serpiente. Siendo el cobre escaso en la costa sur, el autor postula que el gancho viene de la costa
norte (Mochica). También cerca de Callango, cerca del esqueleto decapitado de un hombre joven,
DeLeonardis (2000: 371) encontró dos propulsores sin sus ganchos6. En Acarí, en la tumba de dos ni-
ños varones, Lothrop (y Maller 1957: 6, 42, 43 y lam. XIX y XX) ha encontrado tres de ellos hechos de
madera de chonta, de las últimas fases de Nasca.
Pero, al igual que entre los Mochicas, las estólicas y los venablos con puntas de obsidiana, cuyas re-
presentaciones conocidas son numerosas, servían aquí esencialmente para la caza, (Donnan 1992: fig.
93; Eisleb 1977: 207; Kroeber y Collier 1998: fig. 259, 272); ver en especial una vasija del Museo Amano
que representa al cazador, con la estólica armada en su brazo doblado, apuntando llamas (Proulx 2006:
fig. 5.262). A la inversa, nunca se encuentran representaciones de guerreros en combate levantando la
estólica; quizás los guerreros mencionados por Proulx en la cita anterior sean en realidad cazadores.
Horizonte Medio
Se puede citar un propulsor encontrado en Ancón con fecha del Horizonte Medio, así como una serie
de 18 propulsores, en madera de chonta o de hueso, en muy buen estado, hallados en una tumba en
Chaviña (Uhle, 1909: lam. XXXVIII, XXXIX). Éste postula la interesante hipótesis de su uso en calidad
de arpón para la pesca, pues los ha encontrado en una tumba ubicada a orillas del mar, mientras que
ninguno ha sido hallado en las tumbas localizadas tierra adentro; en cambio, junto a estos propulso-
res, ha encontrado venablos dentados; supone que el cabo de algodón que unía el arpón al propulsor
estaba fijado en el gancho proximal de este propulsor. Una vez más, no se trataba pues de armas de
guerra. En el lejano Altiplano, varios autores sugieren que la figura central de la puerta del sol en
Tiahuanaco levanta una estólica en la mano derecha (Uhle 1907: 123 nota 1; Métraux 1963: 244-45;
Bushnell 1965: 93-94; Bankes 1977: 1447; Bischof: 2005: 74); Mirando a la Fig. 6, este punto nos parece
indiscutible. Dos representaciones más del “Dios de los báculos”, casi idénticas entre sí, se encuentran,
la una en la estela 8 o Monolito de Ponce (Isbell y Knobloch 2006: fig.12.2) y la otra, en un fragmento de
cerámica encontrado en Conchopata en 1977 (Ibid.: fig. 12.5). En los dos casos, el personaje central de
6 Llanos Jacinto (2009: 244) dice que se trata de lanzas cuyas puntas habían sido retiradas. Estudiando atenta-
mente la figura 6 de DeLeonardis 2000, pensamos que se trata efectivamente de propulsores.
54 7 “El [báculo] que está en la mano derecha es probablemente un propulsor y tiene una cabeza de águila en la parte supe-
rior para representar el gancho”.
Vincent Chamussy / Empleo de armas arrojadizas en el área centro-andina
Figura 6. Tiahuanco. Portada del sol, según Llanos 2009: fig. 12.2, según diseño de Miller 1996.
cabeza “radiante”, sujeta en la mano derecha una estólica, y en la izquierda, un cetro terminado en una
cabeza de felino, en tanto que los personajes circundantes sólo llevan báculos en forma de serpiente,
lo cual parece subrayar la importancia otorgada a la estólica del personaje principal. Más lejos todavía,
en Pacheco, cerca de Nasca, dos personajes (un hombre y una mujer) están representados en la misma
postura en una urna gigante (Morris y Von Hagen 1993: 113, 121 y fig. 101 y 102; Isbell y Knobloch
2006: 307); el hombre lleva lo que parece ser una estólica en cada mano, mientras que la mujer sujeta
lo que parece ser una planta terminada en una cabeza haciendo muecas. Fuera de esta referencia, no
encuentro sino el ejemplo dado por Tung et al. (2007: 223) de un guerrero de Conchopata quien lle-
varía en la mano derecha aquello que los autores llaman una estólica en la leyenda del dibujo, y en el
texto, “Una especie de lanza o estólica”, pero que se parece mucho más a un mazo de cabeza redonda
y extremidad proximal en forma de punta. Es no obstante preciso acotar que Isbell y Knobloch (Ibid.:
324-340), así como Makowski (2001), quienes analizan las diversas representaciones de “dioses de los
báculos” y su evolución en Pucara, Conchopata/Huari y Tiwanaku, nunca sugieren que se trata de una
estólica. El debate sigue abierto.
más primitiva que el arco, y que por eso suele caer en desuso en todas partes antes que este último.” (Ibid.: 124).
El autor piensa que su uso era poco común en el Tahuantinsuyu. y sugiere que se encontraba sola-
mente con las tropas originarias del Ecuador, “en donde la estólica aún era de uso común hasta los tiempos
de la conquista”(Ibid.: 123-124). De hecho, su nombre en quechua no ha sido registrado por los cronis-
tas, quienes lo llamaban “amiento de palo”, recordando el “amentum” romano (Garcilaso de la Vega).
Urteaga (1920) anota que durante la fiesta del “Raymi”, en la gran plaza del Cusco había simulacros de
combates con la estólica, y que ésta subsiste únicamente en calidad de “símbolos en el ceremonial político-
religioso” (Urteaga 1928: 117). Según Bischof (2005: 74), se halla prácticamente ausente del ejercito, y
no es utilizado más allá de su calidad simbólica en el ceremonial político-religioso. Quiroga Ibarrola
(1958: 388) quien hace el listado de todos los cuerpos de guardia del ejército inca, no cita las tiraderas,
y se puede suponer que el propulsor había sido ampliamente remplazado por el arco. Ravines (1990:
32) dice que formaba parte del armamento guerrero de los Incas, pero las numerosas citas de cronis-
tas a las que alude se refieren a combates y hechos de armas ubicados en el Ecuador o extremo norte
del Perú (en particular los combates de Tumbes y las islas), lo cual confirmaría que se trata de una
tradición de esta región del Tahuantinsuyu. Se puede luego concluir que su existencia está ligada a
las conquistas del Ecuador.
res; se ve muy claramente en los dibujos la punta negra de la obsidiana que los equipa (Ibid.: 250). En
fin, en ciertas representaciones de sacrificios, aparece un instrumento de madera de huarango sujetado
en una mano, abombado en su parte central, junto a lo que parece ser un estabilizador en la parte
posterior (Fig. 7); Proulx (2006, fig. 5.124 5.253) lo llama “spear or dart” (venablo) y Llanos Jacinto (2009:
250), quien lo califica simplemen-
te de “arma” lo ha encontrado en
Cahuachi tanto en textiles (Ibid.
fig. 11.52a) como en vasijas (Ibid.
fig. 11.52b (A y B). Encontró ade-
más un ejemplar arqueológico
(Ibid. fig. 11.52 b (C) en una de las Figura 7. Venablo de huarango. Llanos 2009: fig. 11.52.
plataformas de Cahuachi.
De acuerdo a Means (1931: 65-66), quien interpreta el extracto de Las Casas anteriormente citado,
se trataba del arma predilecta en la costa durante un periodo anterior a los incas “the people of the
coasts, during this early period, used javelins in their wars, whereas the contemporary highlanders used slings
as their chief weapon of offense”.
Lo cierto es que casi nunca se ha encontrado punta de venablo o de azagaya alguna en los esque-
letos de los numerosos entierros, indistintamente del periodo, mientras que las huellas de traumatis-
mos atribuidos a armas de choque son numerosas. Conocemos dos excepciones: una punta de flecha
dentro del músculo del brazo de un varón de Paracas Necrópolis (Engel 1966, fig. 69) y otra incrustada
dentro de una vértebra de un hombre en Huancalevica fechada del final de Nasca (Ravines 1967).
Podemos también mencionar las puntas incrustadas en los huesos de entierros en Pacatnamú corres-
pondiente a una probable matanza (Donnan y Cook 1986 vol. 1).
Precerámico
Tan antiguas como el hombre, las puntas de piedra tallada llegaron con él a los Andes. Lo más pro-
bable es que hayan sido utilizadas como herramienta y arma de caza a la vez entre los cazadores-
recolectores. En función de sus dimensiones, podría ser un armazón de lanza, de venablo lanzado 57
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 43-86
con propulsor o de azagaya lanzada con la mano, de flecha lanzada por un arco, cuchillo o puñal, o
también, un instrumento de trepanación. La historia de su evolución morfológica estaría aquí fuera
de nuestro propósito, pero es útil constatar que las bellas puntas talladas de tipo “cola de pescado”,
de tipo “Paiján” o puntas foliáceas un poco más tardías halladas en Lauricocha (Cardich 1958; 1964),
Pikimachay (MacNeish et al. 1980: 42; 78-94) así
como en bastantes otros lugares de los Andes, des-
aparecieron progresivamente de la parafernalia del
hombre andino de la costa norte al final del periodo
Arcaico, poco tiempo después de la extinción de la
megafauna pleistocénica, sin duda debido al cambio
en el modo de subsistencia (M. Cohen 1978).
En la costa central, la tradición de las bellas
puntas talladas de obsidiana o de cuarcita (Fig. 8)
ha perdurado por mucho más tiempo, por ejemplo
en los sitios del Precerámico Final de Chira Villa
(Lanning 1967: 78), Chilca (Engel 1988), Asia (Engel
1963b) y Río Seco (Wendt 1964, fig. 19, 20). Podría
tratarse de armazones de venablos lanzados me-
diante propulsores encontrados en el mismo sitio,
más aún a sabiendas de que, en Asia, según el autor,
había también restos de una aljaba de caña y algo-
dón (Engel 1963b: 56 y fig.133-135). En este caso, se Figura 8. Asia. Punta de obsidiana.
trataría probablemente de caza de animales peque- Engel 1963: fig. 35.
ños o de aves.
Arco y flechas
Se determina la presencia arqueológica del arco a partir del estudio etnológico comparado de los
pesos y medidas de puntas de flecha en relación a aquellos de los venablos lanzados con propulsores,
pues los materiales perecederos constitutivos del arco desaparecen totalmente (Blitz 1988: 125, 126).
Cuatro son las ventajas del arco sobre el propulsor (Otterbein 2004: 65): mayor alcance (150 metros)
: mayor discreción, sobre todo en medios forestales; posibilidad de llevar más flechas por ser más
livianas y cortas que los venablos; aprendizaje más fácil y rápido; en cambio, el arma no puede ser uti-
lizada en los combates cuerpo a cuerpo, como es el caso del propulsor que se utiliza con un solo brazo,
aunque la selección de una u otra arma no corresponda necesariamente a un progreso tecnológico y
dependa mucho del contexto (Ibid.: 133-134). Según Testart (1985: 119) “[...] la reticencia de sociedades
estatales de la América nuclear, de los Andes a México, a utilizar el arco y a preferirle el propulsor, este arcaísmo
aparente [puede] hallar su fundamento en la llegada tardía del arco pero también en la débil importancia eco-
nómica de la caza en estas sociedades, o también desde una voluntad, -no-reductible a imperativos técnicos sino
explicados por motivos ideológicos-, de preservar elementos culturales tradicionales”.
Es probable que el arco no haya llegado a América con las primeras migraciones. No se sabe si fue
motivo de un reinvento o si llegó con una de las olas migratorias siguientes (Ibid.: 119). Lo cierto es
que su presencia está formalmente atestiguada en el Ártico Canadiense entre 2500 y 800 a.C.
En la Suramérica, es probable que el arco y la flecha hayan comenzado a ser utilizados en la in-
mensa selva tropical húmeda que cubre los dos tercios del continente, pues se trata de un arma ideal
para la caza en medio forestal cubierto (Métraux 1963), aunque en el norte de Chile, en el sitio Morro
I (Arica), con fecha 3450-1750 a.C., cuatro ejemplares indiscutibles de arcos han sido encontrados,
lo cual parece confirmar la presencia precoz del arco en la costa norte de Chile (Standen 2003: 175-
207).
Algunos consideran su presencia como muy antigua en los Andes, en base a algunas representa-
ciones en petroglifos o pinturas rupestres: entre las más conocidas de ellas, las pinturas de Toquepala,
un personaje parece sujetar en sus manos un arco, o un báculo (Guffroy 1999: 28-30 y fig. 5 y 8). Este
último autor interpreta asimismo las pinturas del abrigo rocoso de Oqhotera (Fig. 2 supra), posible-
mente contemporáneo de Toquepala, como una batalla entre arqueros, aunque se vio más arriba
(propulsores) que el autor de su descubrimiento afirma que se trata de propulsores y no de arcos
(Hostnig 2003, 2007).
Velarde (1980: 68) estima que algunas puntas muy pequeñas de piedra, que no habrían podido ser
lanzadas sino únicamente mediante flechas muy livianas, dan cuenta de su presencia en el periodo
Inicial y Horizonte Temprano. Klink y Aldenderfer (2005: 52-54) piensan que la forma más pequeña de
puntas de obsidiana de su tipo 5d (largo comprendido entre 16 y 26 mm), está probablemente vincula-
da a la adopción de la tecnología del arco y la flecha de su periodo Arcaico Terminal (4400-3600 antes
del presente) en la sierra, y se irá acentuando durante el periodo Formativo. Llegan hasta proponer
que la presencia del arco podría estar ligada a guerras territoriales, tal como lo sugieren las pinturas
rupestres de Río Huenque. Pero fuera de estas hipótesis, hay que subrayar que no se tiene prueba
material alguna al respecto, pues los restos de los arcos como tales nunca han sido encontrados y, tal
como lo subrayan los autores (Ibid.: 52), estas puntas podían muy bien servir para venablos o azaga-
yas. En la cita ya mencionada de Bartolomé de las Casas (1550), quien describe un periodo Antiguo
que Donnan (1978: 87) estima ser el periodo Intermedio Temprano, se dice: “no tenían flechas ni arcos
[...] [en las sierras]”.
En el inmenso corpus iconográfico Mochica, no existe, -hasta donde yo sepa-, representación
alguna de arcos ni de flechas. Tampoco se encuentran las huellas arqueológicas pertinentes en ese
sentido en las numerosas tumbas recientemente excavadas por lo que se presume fuertemente que
61
esta arma no fue utilizada ni para la caza, ni para la guerra.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 43-86
Al inicio del Imperio Wari (Horizonte Medio), el uso del arco es formalmente reportado en una
gran urna encontrada en Conchopata (Ayacucho), en la cual guerreros armados están representados
(Bischof 2005: 74-75). Uno de ellos, arrodillado en la posición clásica en una embarcación de totora
(Fig. 11), levanta un arco y flechas en una mano, mientras que en la otra sostiene un escudo rectangu-
lar decorado con figuras de felinos (Isbell 2001: 121 fig. 11). Bischof (2005: 76) escribe a propósito de
estas representaciones que “no se puede eliminar la alternativa según la cual no se trate de un acontecimiento
histórico en el sentido occidental del término, sino más bien de un suceso mítico tal como la llegada de ancestros
fundadores”; no obstante, Isbell (2001: 50) sugiere que la escena ocurre en el lago Titicaca durante un
cruce de armas entre las fuerzas de Tiahuanaco y de Wari.
En el imperio inca, el arco se denomina huacachi-
na, mientras que la flecha es llamada huacachi. En el
diccionario quechua de Holguín (1608), se lee: “Ppecta
o picta: arco para tirar; ayçasca piccta: arco flechado;
Huachhini: flechar; huachhi: flecha”, mientras que en
el diccionario aymara de Bertonio (1612), se anota:
“Micchi: arco para tirar, flecha para tirar; tirarla: Micchitha;
flechero: Micchiri”.
Su presencia es efectivamente reportada: “fue el
arma principal de los ejércitos del Imperio quechua [inca]”
(Urteaga 1928: 149); según Quiroga Ibarrola (1958: 387,
388), había compañías de “flecheros” en el ejército inca,
pero el arco no es citado por el cronista Francisco de
Jerez (1534). Al parecer, el uso del arco y las flechas
era reservado a grupos de combatientes específicos
sin duda originarios de regiones de selva tal como
los Chachapoyas, o del Ecuador, tal como los Cañaris
(d’Altroy 2008: 227), aunque, según el cronista Pedro
Sánchez de la Hoz (1534) citado por Bischof (2005: 75),
los españoles encontraron estas armas entre el ma-
Figura 11. Wari Conchapampa, guerrero con arco terial almacenado en la fortaleza de Sacsayhuaman,
y flechas balsa de totora, según Isbell 2001: fig. 11. luego de haberla conquistado. En la obra de Guamán
Poma de Ayala, el arco aparece únicamente entre las
manos de los capitanes sexto y decimotercero, ambos representados cazando felinos en las montañas
inhóspitas del Antisuyu (Guamán Poma 1613: 154-5; lam. 155 y 167), así como junto a un habitante del
Antisuyu haciendo sacrificios a sus ídolos ante un felino.
Al parecer, pues, aunque este punto sea aún motivo de debate, el arco y la flecha nunca fueron
utilizados a gran escala en el área andina, quizás a causa de la escasez de la madera adecuada para la
fabricación del arco en la sierra o en la costa (Métraux 1963: 229). Además, hay que subrayar la ausen-
cia total de huellas de heridas por flechas en los entierros del área centro-andina.
Honda
La honda (huaraca en quechua, korahua en aymara), arma de caza y de guerra, aparece por vez pri-
mera en el Próximo Oriente durante el Neolítico (Korfman 1973: 38; Ferrill 1997: 24, 25)9; su uso nunca
ha sido abandonado desde aquel entonces: Egipto (una honda ha sido encontrada en la tumba de
Tutankamon, enterrado en 1325 a.C.), Mesopotamia, Persia, Grecia (referencias por ejemplo en la
62
9 Un dibujo en un muro de Catal Hüyük representa a un guerrero alzando una honda.
Vincent Chamussy / Empleo de armas arrojadizas en el área centro-andina
Iliada, Tucídides, el Anábasis de Jenofonte), romanos, cartaginenses, Edad Media. Es el arma de David
contra Goliat, del débil contra el fuerte. Ésta es sin duda la razón por la cual sigue siendo el arma de
la plebe, del pueblo, de la infantería. Fuera de Europa, se la encuentra en África y en Asia, excepto en
Australia (Heizer et al. 1952: 139).
En América, se trata quizás de un reinvento, pues no se encuentra ninguna huella de su presen-
cia entre los paleoindios de América del Norte o del Sur. En el actual territorio de Estados-Unidos, el
ejemplar más antiguo parece ser una honda de algodón encontrada en la tumba de un niño de seis
años en Lovelack Cave, Arizona (Ibid.), cuya fecha no es anterior a 2482±260 a.P. Según mencionado
por el autor, no era empleada sino como juguete por los niños, pero es muy común para la época his-
tórica (Ibid. fig. 68).
En un estudio reciente, Hernández (2002: 116) sugiere que la idea de la honda habría nacido del
manejo de la boleadora, al descubrir accidentalmente los cazadores de guanacos que podían guardar
en mano la cuerda que ata la boleadora.
Quién como Mejía Xesspe para describirla en mejores términos: “Consta con tres partes: una central,
de forma romboidal para contener la piedra arrojadiza; y dos cabos trenzados o torcidos, una de las cuales tiene
una asa para sujetar con el dedo meñique y otro una borla aplanada para impulsar la velocidad de la piedra. De
ahí que la waraka constituye un arma de combate, a distancia de diez a veinte metros o más, mediante el lanza-
miento de piedras redondas o angulosas” (Tello y Xesspe 1979: 349). Su alcance varía de 27 a 100 metros
(Keeley et al. 2007 tabla 1). El nombre quechua “huaraca”, tiende a ser generalizado por los autores
aunque algunos emplean el término “lazo” (Urteaga 1928: 128). Este último autor explica que la pala-
bra “lazo” se refiere al cinturón o cinta de tela que sujeta la huara o pantalón, dando origen al nombre
“huaraca” (Ibid.: 132).
Es preciso acotar que la honda tenía usos muy numerosos, pues también era utilizada por los
niños en la caza de pájaros (Salas 1930: 84), por las mujeres a manera de sacos para los granos que
llevaban consigo para la siembra, como gorro para los bebés (Quiroga Ibarrola 1958: 393; Salas 1950:
85) o a manera de tocado entre los nascas (Tello y Xesspe 1979: 417-418; Inca-Perú 1990 t. 2: fig.146;
Proulx 2006: fig. 5.256); inclusive servía para halar a las embarcaciones durante el cruce de ríos: los
dos extremos fijados en la embarcación, el nadador colocaba su cabeza en el soporte para poder libe-
rar los brazos (Garcilaso de la Vega, citado por Donnan 1978: 93). En Paracas, era usada para sujetar las
tablas alrededor de la cabeza del niño durante el proceso de deformación craneana.
Precerámico
Al igual que el propulsor, la honda no aparece en los sitios del área centro-andina antes del Precerámico
VI.10, mientras que era conocida en la selva (Métraux 1963). Es probable que no haya sido necesaria
aquí debido a una subsistencia esencialmente orientada hacia la pesca y la horticultura, sobre todo
en la costa. Las primeras hondas arqueológicas vienen no obstante de la costa; no hay testimonio
arqueológico alguno de aquella en los sitios de los abrigos rocosos de la sierra, sin duda por ser de un
material perecedero que no se pudo conservar sino en el clima seco de la costa.
Las más antiguas se hallan en Huaca Prieta (Costa Norte), hacia 1800 a.C., pero según su descubri-
dor, -Junius Bird (1948)-, y al igual que en el caso de Lovelack Cave en Nevada, se trataría de juguetes
de niños. Otras han sido encontradas en Chilca, (Engel 1988: 19). En Asia (en la Costa Sur) aparecen
en un pozo de almacenamiento así como en una tumba (Fig. 12), junto a dos propulsores, puntas de
obsidiana y cuarcita, un mazo y algunas lanzas dudosas (Engel 1963b: 57, fig. 40). Estas hondas, de
10 Engel (1991: 75) habla de una honda de hebras de lana en el sitio 514 de Paracas, cuyo fechado tiene por único
fundamento su superposición al sitio 96 (Precerámico sin algodón). Si bien no se ha encontrado algodón en 63
los vestigios de viviendas o tumbas, en nuestro criterio, este sitio debe ser del Precerámico Final.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 43-86
64 11 Por nuestra cuenta hemos más bien planteado (Chamussy 2009: 100) la representación de un sacerdote inji-
riendo un alucinógeno con la mano derecha y llevando un cactus de San Pedro en la izquierda.
Vincent Chamussy / Empleo de armas arrojadizas en el área centro-andina
sentación iconográfica de honda ni en los magníficos mantos funerarios, ni en las cerámicas, mientras
que todos los demás tipos de armas que se encuentran en las tumbas (propulsores, venablos, mazos)
están representados en la iconografía. Sin duda existe algún motivo que explique esta escasa repre-
sentación iconográfica: no cabe duda que la iconografía Paracas, al igual que la de Cupisnique/Chavín,
es un arte religioso y como tal, “basado en la analogía y la metáfora hasta un punto extremo” (Burger 1988:
130), lo cual excluye toda representación de la realidad. Los personajes representados en la iconogra-
fía de Paracas son todos “seres supremos” o dioses, con los atributos de poder sobrenatural que se les
asocia. No obstante, una de las atribuciones más comunes que se les da es su poder de regeneración,
simbolizado por la sangre derramada y las cabezas-trofeo, que permiten a la vegetación reproducirse;
los atributos necesarios para ejercer ese poder son el tumi y el báculo, explicándose así el origen de
las representaciones más comunes encontradas en la iconografía de Paracas: el dios de los báculos y
el dios con un tumi en una mano y una cabeza trofeo en la otra.
Horizonte Medio
La presencia de municiones de honda en Galindo (Bawden 1982) así como en los sitios de Pacatnamú
y Charcape (J. & T. Topic 1987 : 49) deja presuponer el uso de la honda como arma de guerra en
el Horizonte Medio. Tenemos también la representación de una honda en los manos del Ídolo de
66 Pachacamac (Ángeles y Pozzi-Escot 2010: 190)
Vincent Chamussy / Empleo de armas arrojadizas en el área centro-andina
Korfman (1973) fue uno de los primeros en sugerir que los descubrimientos de cantos redondos,
-amontonados lejos de los lechos fluviales o de las playas-, eran proyectiles. Éstos son considerados
como una de las evidencias más contundentes de guerra (J. & T. Topic 1987: 48), pues sugieren una
premeditación propia de una logística puramente guerrera. Se encuentran a menudo amontonamien-
tos separados por una distancia de 2 a 3 m, espacio necesario para que dos honderos no se estorben
mutuamente. Lanzados desde lo alto de las murallas, su alcance es muy variable dependiendo de si
son lanzados con la mano o con una honda, y siguiendo el dispositivo de la muralla Un estudio muy
completo ha sido realizado por Brown Vega (2008: 135-138; Brown Vega y Craig 2009) en el caso de la
fortaleza de Acaray en el río Huaura (Costa Centro).
Generalmente de forma esférica y del tamaño de un huevo de paloma, el diámetro promedio de
estas municiones varía entre 2,5 y 8,7 cm, aunque las más grandes eran quizás lanzadas con la mano
(Brown Vega 2008 : 329) : tabla 5
Los dos testigos arqueológicos más antiguos de amontamientos detrás de murallas se encuentran
ambos en la desembocadura del río Santa, el uno al norte del río, en Ostra (J. Topic 1989), y el otro
al sur de Chimbote, en Playa Catalán (Chamussy 2009: 190-91). Uno y otro provendrían del fin del
Precerámico. Además Engel (1966) pretende que ciertas piedras ovoides encontradas en Chilca eran
municiones de honda, mientras que Deza Rivasplata (1985) comparte esta idea en lo que se refiere a
algunas piedras de forma regular halladas en los estratos arcaicos de Tablada de Lurín. En Culebras,
Engel (1958) señala “proyectiles de piedra para hondas”, pero no encontró las hondas como tales.
Al igual que las hondas, no se encuentran testigos arqueológicos provenientes de periodo Inicial
o del comienzo del Horizonte Temprano. Recién en el Horizonte Temprano Terminal o al inicio del
periodo Intermedio Temprano se comienza a encontrarlas en grandes cantidades, en las fortalezas
de los valles de los ríos Moche, Santa y Nepeña. Su presencia es asimismo reportada por Brown Vega
(2010: 177) en tres fuentes del río Huaura, pero detrás de parapetos o en escondites, y sin relación
alguna con las cuatro hondas no fechadas halladas por la autora, y Ghezzi (2006: 74-75) para el mismo
periodo en Chanquillo. Éste las encontró en dos ubicaciones distintas: en el lado interior de las mura-
llas externas (supone entonces que cayeron de los parapetos), y al pie de la pendiente de la colina, por
lo que propone que se trata de municiones lanzadas sobre el atacante. Ninguna lleva huellas de otro
tipo de uso; un estudio comparativo con cantos recogidos en el lecho del río Casma, cerca de la forta-
leza, demuestra que su índice de esfericidad y es prácticamente el doble de una muestra recuperada
al azar en el lecho del río (Ibid.: 75, tabla 3.5).
Asimismo, durante nuestro trabajo de campo, hemos encontrado numerosos amontonamientos
de piedras redondas a lo largo de los muros que cierran el paso en los sitios defensivos de la Fase
Salinar en el valle del río Moche (Fig.16), así como en las faldas de Castillo Sarraque (V-72-74 río
Virú), alrededor de las fortalezas y murallas defensivas de los ríos Santa, Nepeña y Casma, fechadas
68 del final del Horizonte Temprano o inicio del Intermedio Temprano. En Chinchawas, sitio Recuay
Vincent Chamussy / Empleo de armas arrojadizas en el área centro-andina
Galgas
En cuanto a las llamadas ‘galgas’ por los cronistas (Salas 1950: 86) lanzadas desde lo alto de las cimas
en los desfiladeros, no son detectables arqueológicamente, aunque se conocen numerosos ejemplos
de su uso en contra de los españoles, quienes las temían de forma notoria (Quiroga Ibarrola 1958: 394).
Durante el ataque final en contra del último refugio del Inca Tupac Amaru en Vilcabamaba en 1572,
el mismo general Inca traidor ya mencionado ofrece al general Toledo la descripción siguiente: “Sobre
una distancia de cinco kilómetros antes de llegar a la fortaleza, los Indígenas incas han asegurado las defensas
de algunos desfiladeros estrechos por medio de numerosos bloques de rocas”, lo cual incita a los españoles a
pasar por las cimas, con el objetivo de no ser sorprendidos (Hemming 1971: 361). Su uso es inclusive
reportado tres siglos más tarde, con ocasión de la guerra contra Chile (1879-1883), por el general pe-
ruano Cáceres (López Mendoza 1980: 339). 69
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 43-86
Boleadora o bola12
“Bola de piedra punteada o pulida [...] que puede o no presentar una ranura ecuatorial [...] estas bolas, envueltas
en un estuche de cuero o colocadas en la cintura mediante una soga que pasaba por la ranura, eran luego atadas a
la punta de una soga o de una tira de cuero y juntadas en haces de 2 o 3 piezas” (Leroi-Gourhan 1997: 151). Este
conjunto es proyectado haciéndolo girar a la manera de los gauchos de la pampa, lo cual tiene como
efecto el romper o atar los miembros de los animales perseguidos (Guilaine y Zammit 1998: 95).
En el cono sur, seria muy antigua, pues Dillehay habría identificado bolas en Monte Verde, el sitio
paleo-indio del sur de Chile, para el periodo I, con fecha 11 000-10 000 a.C. (Wilson 1999: 154 y fig.
5.15 (b), Bird, en el estrato II Periodo IV (6 000 a.C.) de la cueva Fell en Patagonia (Ibid: 152 y fig. 5.14
(d)), Laming-Emperaire, en el abrigo de Marazzi, tierra de Fuego chilena, con fecha 10 000 a.C. (Leroi-
12 La terminología no es fija, y se encuentra uno u otro nombre según los autores. Métraux (1963: 253) escribe:
« bolas (Spanish: boleadoras) ». Cabe resaltar que Testart (1985: 123-124) emplea una terminología un poco
70 distinta. Para él, la boleadora o cayo es una bola atada a una tira con la cual se hiere al animal, y las bolas son
el conjunto conformado por bolas ligadas entre ellas mediante tiras, y que se lanza sobre el animal.
Vincent Chamussy / Empleo de armas arrojadizas en el área centro-andina
Gourhan 1997: 688-689), Cardich, en la cueva n° 3 de Los Toldos (Patagonia Argentina), con fecha 7500
a.C. (Ibid. 660) y Legoupil en Ponsonby (isla Guzmán) al 3° milenario a.C. (Legoupil 2003; Legoupil y
Pigeot 2009: 14).
Servía para la caza de guanacos, -cuyas patas se apuntaba-, tal como lo atestigua su descubri-
miento en numerosos campamentos de cazadores-recolectores de la pampa Argentina junto a restos
de guanacos cazados (Politis et al. 2005). Una variante de la boleadora de dos piedras era usada entre
los indígenas de la pampa Argentina para cazar el ñandú, razón por la cual se la llamó ñanducera o
avestrucera, también laques. En este caso el cazador apuntaba el cuello del ñandú con el objetivo de
asfixiarlo (Hernández 2002: 128).
Aparece tardíamente en la área centro andina, aunque algunos hayan creído reconocerla en di-
versos periodos desde el Precerámico. En un folleto sobre Caral (Shady Solís 2005: 14), se sugiere a
través de una ilustración que las boleadoras existían como armas de caza durante el Precerámico
Final. Pero pensamos que la pieza representada bien podría ser un peso de red, del cual numerosos
ejemplares han sido hallados en el Precerámico. Huapaya Manco (1978: 261-263, 268 y lam. IV) parece
caer en la misma confusión en los sitios de pesca del Precerámico Medio de Chorrillos, Avic y Nunura
I en la península de Ilescas. Es efectivamente preciso percatarse que «todas las bolas de piedra con
ranura ecuatorial» no son bolas, sino más bien -con mayor frecuencia- sobre todo en los sitios marí-
timos de la costa del Perú-, pesos de redes de pesca.
No se encuentran huellas de bolas hasta la época Nasca, en donde “la iconografía las pinta como una
serie de piedras alineadas a lo largo de una simple soga antes que en sogas múltiples” (Silverman y Proulx
2002: 57). Proulx reproduce tres dibujos de lo que llama bolas, los cuales dan cuenta de cinco a siete
piedras (Proulx 2006: fig. 5.122, 5.258, 5.268) y Luján (2010: 112) menciona una boleadora encontrada
en la tumba de una mujer de elite en Cerro Salazar al final del periodo. En los tres casos, el hombre
alza asimismo un propulsor en el cual se encuentra un ave. Lapiner (1976: fig. 502) y Llanos Jacinto
(2009: 221 nota 56 y fig. 11.60 D) refutan esta interpretación, viendo más bien aquí la representación
de una honda. De hecho, la presencia de cinco a siete bolas no corresponde a las boleadoras descritas
más arriba, tanto entre los Incas como entre los gauchos, las cuales constan de una a tres piedras. La
presencia del ave sugeriría que propulsor y honda serían armas de caza y no de guerra, interpretación
de Silverman y Proulx, pero no de Lumbreras (1980: 255), quien las considera como armas de guerra.
No se halla luego rastro alguno de bolas hasta los Incas, quienes la adoptaron bajo el nombre de
ayllo (“reunir” en quechua), término idéntico a aquel que designa al grupo social o linaje llamado
ayllu. Fue inicialmente utilizado para la caza de guanacos y vicuñas. Francisco de Jerez (1534), quien
describe las diferentes armas del ejército inca en marcha al inicio de la conquista, no las menciona.
En cambio, Cobo, un siglo más tarde (1653), escribe que los guerreros lanzaban un instrumento hecho
de “dos piedras redondas poco menores que el puño, asidas con una cuerda delgada y larga una braza, poco mas
o menos, tirandolo a los pies, para trabarlos”. Durante el sitio de Cusco, los Incas utilizaron esta arma, la
cual consistía en “tres piedras redondas que le tiraban a los caballos y los derribaban y algunas veces enreda-
ban al proprio jinete que con mucho trabajo lograba cortar las cuerdas que las unian” (López Mendoza 1980:
337). En Guamán Poma ([613: 182, 206), un arma de este tipo es representada entre las manos de un
adolescente cazando aves.
El diccionario quechua de Holguín (1613) la denomina ayllo o rihui, y la describe de la siguiente
manera: “Bolillas assidas de cuerdas para trauar los pies en la guerra, y para caçar fieras, a aves y tirar a trauar
pies y alas”. En los Andes, es también llamada liwi (Lumbreras 1980: 255; Bischof 2005: 74); se la emplea
todavía bajo este nombre en el chiaraje o tinku (combate ritual) que se da anualmente en una pampa
de Cusco (Arce Sotelo 2008:170). En Huarochirí (en la Sierra, entre Rímac y Lurín), en una sepultura
colectiva al parecer “post-colonial”, Hrdlička (1914: 12) ha encontrado “un ‘liburi’ o ‘bola’, una boleadora
con tres bolas irregulares y más bien pequeñas pero de metal pesado, arma muy similar a aquellas usadas por
71
los Patagónicos”, lo cual nos recuerda que en el manuscrito quechua de principios del siglo XVIII que
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 43-86
narra los Ritos y tradiciones de Huarochirí (Taylor 1980: 69), se lee que los cinco pariacacas [dios tutelar
de Huarochirí y sus cuatro hermanos] luchan contra su enemigo Hualallo Carhuincho, lanzando rihui,
descritas como el arma empleada por los cazadores, que consistía en tres sogas de nervio de animal
en cuyos extremos se amarraban pedazos de plomo.
Las boleadoras (de una a tres bolas) aparecen luego probablemente en los Andes centrales úni-
camente con los Collas del lago Titicaca, quienes la habrían encontrado entre los coyas que vivían en
el altiplano al sur del Collasuyu, mientras que habrían sido adoptadas por el Inca Túpac Yupanqui y
Huayna Cápac, quienes las valoraban de forma notoria como deporte y arma de combate (Hernández
2002: 153). Según Fr. Martín de Murúa (1590 [1962] I cap. 54: 161001), ésta sería el arma predilecta de
los Collas, adoptada luego por los Incas; describe su uso en los ejércitos de Huáscar en la batalla de
Cotabamba: “Y con unos instrumentos con que enlazan los benados, que tienen unas pelotas de plomo, tiraron
a gran prieza a los que llevaban las andas, y dándoles en las piernas cayeron, dando con Huáscar en tierra”. Se
trataría luego de un proceso de adopción por los Collas -y luego por los Incas- de un arma de caza, con
la finalidad de enfrentar la enorme ventaja táctica de la caballería española. Según Bischof (2005: 74),
es un “arma de caza que en la época de la Conquista se usó contra los caballos”.
Una variante era la ‘bola perdida’ (Salas 1950: 82-83; Hernández 2002: 123) o ‘Wichi Wichi’ en que-
chua, arma arrojadiza de una sola soga terminada por una piedra también llamada ‘apaycha’, y toda-
vía utilizada en la provincia de Canas durante los combates rituales llamados ‘chiaraje’ (Alencastre y
Dumézil 1953; Arce Sotelo 2008: 172).
Cerbatanas
Con la cerbatana, el cazador lanza una flecha muy ligera y corta, (dart en inglés). Generalmente elabo-
rada a partir de un tubo de bambú, su alcance útil es de 30 a 40 m. Arma tradicionalmente utilizada por
los cazadores del bosque tropical húmedo hasta el día de hoy (Métraux 1963: 249) por su discreción (el
tirador no hace ningún movimiento) y la posibilidad de emplearla en medio de una vegetación densa,
es exclusivamente empleada como arma de caza y no de guerra en numerosos países, sobre todo en
América del Sur y en el Caribe.
Los primeros testimonios arqueológicos irrefutables de cerbatana se encuentran en tumbas
Mochicas y Nascas, lo cual permite presuponer que ésta fue traída desde la selva con cuyas poblacio-
nes existía seguramente algún contacto, pero no hay prueba alguna de que hayan tenido un uso dis-
tinto al de la cacería. El ejemplar del Peabody Museum de Harvard, encontrado cerca de Trujillo, mide
aproximadamente 5,4 m de largo, mientras que los dardos que la acompañan tienen un largo de 7,5
cm (Métraux 1963: 249). En la iconografía Mochica, es difícil distinguir una cerbatana de una simple
vara de madera o báculo. No obstante, la evidencia documental existe: cerbatanas son visibles en dos
vasijas de Trujillo reproducidas por Yde (1948 n° 104 y lam. II, 3), de las cuales una es citada en un artí-
culo de d’Harcourt y Nique (1934). En esta vasija Mochica, se ve un cazador (en modelado), escondido
detrás de una cortina, soplando en su cerbatana para cazar dos pájaros pequeños ubicados en un árbol
cercano; otros pájaros pequeños están colgados de su cintura. El otro ejemplo es una vasija pintada
representada en Wassermann-San Blas (1938, fig. 473) y Sawyer et al. (1954), que muestra asimismo
un cazador mochica resguardado detrás de un escudo, apuntando con su cerbatana a tres pájaros po-
sados en las ramas de un árbol. Larco Hoyle (1946: 163 lam. 31) lo describe de la siguiente manera: “la
cerbatana y el propulsor para [cazar los] pájaros tales como las palomas y los patos salvajes”. Coelho Penteado
(1972: 38-40), quien ha estudiado tumbas Nasca en el sitio de Chaviña, habría también encontrado
cerbatanas: “Es seguro que se encuentran hondas en las tumbas y las representaciones iconográficas, así como
cerbatanas, flechas, aunque no es seguro que se trate de armas de guerra; podrían ser utilizadas para la caza”.
Según Métraux (1963: 249), se encontró, asimismo, una representación de cerbatana en una tela
72
de Pachacamac con fecha del periodo Intermedio Temprano.
Vincent Chamussy / Empleo de armas arrojadizas en el área centro-andina
Entre los Incas, ningún cronista ni historiador de la guerra parece evocar la cerbatana, y de
hecho su nombre tampoco aparece en los diccionarios quechua de Holguín (1608) o aymara de
Bertonio (1612). No hemos encontrado mención alguna de la cerbatana en el ejército inca, lo cual
permite presuponer que ni siquiera era usada aquí, inclusive entre los contingentes venidos de la
Amazonía.
Síntesis y conclusiones
¿Qué conclusiones podemos sacar al término de esta síntesis sobre las armas arrojadizas a lo largo de
la historia precolombina de los Andes centrales?
1. Existe una primera distinción funcional entre armas de caza y armas de guerra. Algunas armas
arrojadizas parecen ser casi exclusivamente utilizadas para la caza, tal como el propulsor y la
cerbatana. Otras, exclusivamente destinadas a la caza durante milenios, cambian de uso de forma
tardía: la honda parece ser reservada a la caza hasta el final del Horizonte Temprano, mientras
que la boleadora no se convierte en arma de guerra sino recién en la época inca (y quizás con sus
antecesores inmediatos). El arco había quizás sido utilizado entre los cazadores de la puna, pero
su uso como arma de guerra no es atestiguado hasta antes del Horizonte Medio. Las piedras re-
dondas y las puntas talladas bajo la forma de armazones de armas arrojadizas aparecen en todas
las épocas, y sirven tanto para la caza como para la guerra, aunque, al igual que el propulsor, la
honda y el venablo, no son empleadas como armas de guerra sino de forma tardía. Las puntas de
piedras pulidas que aparecen en las numerosas fortalezas entre el fin del Horizonte Temprano y
el inicio del Intermedio Temprano son usadas como armas de guerra, aunque quizás como parte
de armas de choque (puñales y lanzas).
2. Una segunda distinción, de orden funcional también, puede ser planteada entre armas y herra-
mientas: así, el hacha es primeramente una herramienta antes de ser un arma. Las hachas de pie-
dra pulida del Precerámico sirvieron en primer lugar para tallar estacas antes de ser usadas como
armas. Las puntas de piedra y los puñales o cuchillos son herramientas de uso común. Asimismo,
las piedras redondas de cierto peso han sido a menudo utilizadas como chancadores, tal como lo
demuestran las huellas de uso (Brown Vega 2008 : 329) o como pulidor o bruñidor (Lau 2001 : 393,
394 y fig.11.12, 11.13). En cambio, las demás armas arrojadizas no pueden ser usadas a manera de
herramientas de trabajo.
3. En definitiva, el punta capital que sobresale de nuestro estudio es que las armas arrojadizas eran
poco utilizadas para la guerra antes de los incas, lo cual puede significar una preferencia por el
combate cuerpo a cuerpo, con armas de estoque, como lo advertiremos en un próximo articulo
sobre las armas de choque.
4. Hemos resumido en la Tabla 6 los periodos de presencia de las diferentes armas de caza o de gue-
rra y/o de instrumentos. Como se puede ver, algunas armas aparecen momentáneamente, antes
de desaparecer luego. Éste es el caso del propulsor, el cual se presenta al final del Precerámico y
desaparece prácticamente hasta la mitad del periodo Intermedio Temprano en el norte (Mochica),
mientras que perdura en la Costa sur (Paracas y Nasca), y parece ser un signo de estatus nada más
entre los incas, como lo subrayan Uhle y todos los cronistas. Es también el caso de la honda, cuyo
uso es atestiguado en el Precerámico, pero que por lo visto desaparece en el Norte hasta el final
del Horizonte Temprano, mientras que sigue siendo de uso común en la Costa sur (Paracas), y es
luego omnipresente hasta la Conquista.
Una observación general derivada de lo que precede es un mayor conservadurismo en el empleo
de armas en la Costa sur: propulsores, hondas, puntas de piedra tallada son constantemente em-
pleadas; en el norte en cambio, se ve una movilidad mayor, con un uso adaptado más rápidamente
73
a un medio cambiante y probablemente también a los aportes por parte de nuevas poblaciones.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 43-86
Tabla 6: Periodos de presencia de las diferentes armas de caza o de guerra y/o de instrumentos.
Horizonte Tardio
Periodo Inicial
periodo
Precerámico 6
Precerámico
Intermedio
Intermedio
Temprano
Temprano
Temprano
Horizonte
Horizonte
Tardío
Medio
arma
Proyectiles redondos
N
Honda
S
N
Propulsor
S
N
Punta tallada
S
Punta pulida
Boleadora ?
Arco
Cerbatana
5. En último término, se podría postular una distinción entre uso real (herramienta, arma de caza o
de guerra), y uso simbólico. Esa distinción es compleja y no depende solamente de la presencia/
ausencia en la iconografía o arqueología, pero sí en la contextualización de los dos. Esa distinción
aparecerá más claramente con el conjunto de la armas de choque y armas arrojadizas.
En la tabla 7, tentamos de sintetizar esta distinción en la base de nuestra documentación por periodo y
por área para las dos principales armas arrojizadas (propulsor y honda). La honda por ejemplo, es frecuen-
temente encontrada en las tumbas Paracas, pero nunca en la iconografía, lo cual significa que no jugaba un
papel simbólico importante. De igual manera, si el propulsor es frecuente en la iconografía Mochica, pero
que no se lo encuentra nunca en las tumbas, es porque tenía un papel en la caza ritual de venados (Fig. 4)
(Donnan 1997; 1999: fig. 4.58). El motivo es quizás el mismo en el caso de la honda Mochica, que debió servir
para la caza de aves. A la inversa, la honda aparece frecuentemente en las tumbas y la iconografía Nasca, lo
cual podría indicar que su papel simbólico se incrementó entre los nascas.
Tabla 7: Uso de los dos principales tipos de armas.
Testimonio Uso
Propulsor
arqueológico iconográfico real simbólico
Preceramico 6 caza (ver tabla 3) X
Escenas simbólicas
P. Inicial+ Costa norte escaso (tabla 4) Señal de poder X
H.Tempr. (Burger 1987)
sur (Paracas… caza caza X
Intermedio Costa norte (Vicús, Caza ritual
En tumbas de elite X
Temprano. Moche… ‘badmington’
Costa sur (Nasca… caza caza X
Horizonte. costa Caza y pesca ? X
Medio Sierra ? Señal de poder X
Intermedio Tardío +
74 Horizonte Tardío (inca) ? Señal de poder X
Vincent Chamussy / Empleo de armas arrojadizas en el área centro-andina
Testimonio Uso
Hondas
arqueológico iconográfico real simbólico
Precerámico 6 caza X
Costa norte
(Cupisnique,
P. Inicial Chavín…
Sur (Paracas… caza X
Costa norte Guerra (fin del
Horizonte escaso X
(Santa-Huaura) Periodo
Temprano
Sur (Paracas..; caza X
Norte (Moche…
Intermedio Caza (ritual
Temprano Sur (Nasca… Yacovleff y Muelle caza X
1974
Horizonte Medio guerra X
Intermedio Tardío + Ilapa, símbolo de
guerra X X
Horizonte Tardío (inca) poder
Agradecimientos
Agradezco a mis amigos universitarios que me ayudaron en mis trabajos tanto en Francia: Eric
Taladoire, Patrice Lecoq, Nicolas Goepfert y Catherine Lara quien se encargo de la traducción, así
como en Perú: Prof. Segundo Vasquéz, Peter Kaulicke y Iván Ghezzi. Asimismo expreso un agradeci-
miento especial al corrector y al editor de la revista quienes han formulado muchas sugerencias parti-
cularmente útiles. Agradezco también a los habitantes de los valles del centro-norte y especialmente
Ian Mezzich de Chimbote.
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Arqueología y Sociedad
Nº 24, 2012: 87-106
ISSN: 0254-8062
Resumen
Se presenta un análisis crítico de algunos de los presupuestos filosóficos, proyecciones teóricas, méto-
dos y propuestas que se han utilizado como herramientas para intentar demostrar la posible ejecución de
diseños rupestres cubanos por parte de individuos o grupos de africanos que, huidos de haciendas, inge-
nios, casas señoriales y convertidos en cimarrones, se refugiaban en los bosques y serranías del país, entre
los siglos XVI y XIX. Este análisis demuestra que, hasta hoy, la mayoría de tales enfoques no han obtenido
el resultado esperado, al estar concentrados en comparaciones morfológicas e inducciones mitologizadas
de escasos alcances. La voluntad de obtener respuestas más certeras y efectivas ante esta problemática
impone un rediseño de los presupuestos y métodos utilizados, así como un cambio en la forma de asumir
el abordaje de las estaciones rupestres de posible factura africana.
Palabras clave: Arte rupestre, petroglifos, africanos, esclavos, cimarrones, metodología.
i Investigador Asociado, Máster en Administración. Instituto Cubano de Antropología, Ministerio de Ciencia,
Tecnología y Medio Ambiente.
ii Investigador Asociado. Instituto Cubano de Antropología, Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Am-
biente.
iii Investigador Auxiliar, Máster en Antropología. Instituto Cubano de Antropología, Ministerio de Ciencia, 87
Tecnología y Medio Ambiente.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 87-106
Abstract
This paper presents a critical analysis of some philosophical elements, theoretical projections, methods
and proposals used to attempt to demonstrate the possible African origin of certain Cuban rock art design,
between the XVIth and XIX centuries. This analysis demonstrates that, until today, the majority of these
approaches have not obtained the expected results, because they have been concentrated on morphologi-
cal comparisons and mythological inductions of limited scope. In order to obtain more accurate and effec-
tive answers to this question becomes necessary a redesign of concepts and methods, as well as a change
in the way rock art sites of possible African origin are approached.
Keywords: Rock art, petroglyphs, Africans, slaves, Cimarron, methodology.
Introducción
Desde que el sabio cubano don Fernando Ortiz comenzara sus estudios sobre la presencia africana en
la formación de la mezcla cultural, psicológica e ideológica que hoy definimos como “cubanidad”, mu-
chos han sido los investigadores que han realizado aportes singulares a esta faceta de la antropología
cubana, entre los que cabría destacar a Rómulo Lachatañeré, José L. Franco, Rogelio A. Martínez Furé,
Miguel Barnet, Jesús Guanche y otros. La arqueología, como ciencia que busca la evidencia material
de las sociedades del pasado, tampoco ha estado ajena a esta situación: son significativos los trabajos
arqueológicos en sitios de cimarronaje, llevados a cabo por estudiosos del tema, como Gabino La Rosa,
Lourdes Domínguez, Enrique Alonso, Roger Arrazcaeta, etc.
Sin embargo, las investigaciones rupestrológicas han sido poco efectivas en el abordaje de la pre-
sencia africana en la confección y ejecución del arte rupestre en el archipiélago cubano. Para algunos
autores, esta “ausencia” está determinada por la falta de intención de enfrentar una respuesta aca-
bada al problema, al ser considerado el arte rupestre de manufactura africana como de escaso valor
(La Rosa 2007: 73).
El planteamiento anterior resulta per se una idea muy personal, pues la búsqueda de las relaciones
culturales o cronoculturales en el arte rupestre cubano no ha estado permeada de tal criterio. Tanto
es así, que el propio La Rosa cita en su trabajo a más de quince estudiosos cubanos que, desde 1839
hasta la actualidad, han enfocado de una forma u otra esta posibilidad (La Rosa 2007: 70-73).
Ahora bien, si el objetivo de la crítica radica en la búsqueda de una “respuesta acabada”, entonces
la rupestrología cubana ha considerado de escaso valor a casi la totalidad de su gráfica rupestre, pues
no existe tal respuesta para ningún grupo cultural de la historia cubana. Hoy no existe un método de
investigación que sea capaz de dar una respuesta acabada a la filiación del arte rupestre cubano con
grupos aborígenes arcaicos, agricultores, pre o post colombinos, castellanizados, etc. De hecho, la
rupestrología hoy, a nivel internacional, no está en condiciones de dar respuestas acabadas a casi nin-
gún enfoque cronocultural, pues aun ante la posibilidad de realizar dataciones absolutas de C14 por
AMS, estas dejan margen de dudas, relacionadas con su efectividad cronológica, y no necesariamente
tienen una implicación cultural (Nelson 1993 y Bednarik 2000).
Sin embargo, en los últimos años, han aparecido una serie de investigaciones que se han pro-
puesto demostrar que individuos de origen africano o afrodescendientes ejecutaron manifestaciones
rupestres en algunas estaciones cubanas. Al revisar estas investigaciones, se aprecia que en ellas no se
han tenido en cuenta las limitaciones tangibles de coherencia que hoy presenta la rupestrología, en-
tre paradigmas, teorías, métodos y resultados. Así, se presentan interpretaciones que enfocan el arte
rupestre desde un esquema cerrado preconcebido, que lógicamente aseguraría el resultado previsto,
al utilizarse presupuestos filosóficos tales como: “Dadas las condiciones del estudio y con los recursos
disponibles, el análisis de las evidencias de la Cueva de los Ídolos debe1 emprenderse sobre la base de
su posible correspondencia con los mitos y cultos de origen africano[…]” (La Rosa 2007: 79).
88
1 El resaltado en negritas es nuestro.
D. Gutiérrez, J. Gonzélez y R. Fernández / Arte rupestre africano en las cuevas de Cuba
Estos puntos de vista, generalmente, son portadores de una interesante acumulación de datos
comparativos entre morfología del dibujo rupestre y mitología africana; pero no se acercan, ni some-
ramente, al estado actual de la rupestrología. En ella los enfoques unidireccionales cedieron espacio
a métodos que aseguran la comparación entre manifestaciones diversas, de forma tal que puedan
evaluarse de manera objetiva sus similitudes y diferencias, a través de formulaciones estadísticas que
permiten el uso de tipos y categorías basadas no en caracteres aislados, sino en conjuntos de ellos,
factibles de analizarse mediante procedimientos de sistemática y filogenia –como la Cladística–, que
sustenten la formulación de hipótesis bien fundamentadas sobre el desarrollo de las formas “artís-
ticas” en un conjunto de unidades, y aseguren resultados fiables al momento de relacionarlas con la
información cultural que aporte el registro arqueológico.
De ahí que en las próximas páginas realicemos una revisión crítica de las posiciones, presupues-
tos filosóficos, métodos y resultados de algunas de las propuestas que han intentado establecer una
relación directa entre los grupos africanos y el arte rupestre del archipiélago cubano. La reflexión se
sustenta en el análisis de la compleja variedad morfo-estilística del arte rupestre del Caribe insular,
región etnocultural a la que pertenece Cuba, ya que aquellos estudios que aíslan el arte rupestre cu-
bano de este entorno regional conducen, generalmente, a un enfoque equivocado.
No obstante, vale dejar claro que los autores no asumen una posición prejuiciada ante esta pro-
posición, todo lo contrario: pensamos que es altamente coherente la hipótesis de que individuos de
origen africano o sus descendientes ejecutaran manifestaciones rupestres en el país. Se admite aquí
y, más aun, se defiende, que es probable que muchas de las asociaciones entre arte rupestre y grupos
africanos expuestas en los trabajos analizados sean históricamente correctas, solo que los métodos y
herramientas empleados para demostrarlas han sido insatisfactorios.
Antes de pasar a nuestro objetivo central, es oportuno dejar establecido que la trata negrera,
comenzada como paliativo para compensar el exterminio indígena, trajo forzadamente al territo-
rio cubano un nuevo sector poblacional, desarraigado socioculturalmente, compuesto por diferentes
núcleos étnicos. Sus miembros, en muchos casos convertidos en cimarrones huidos de las haciendas,
ingenios y plantaciones para luego apalencarse, debieron dejar en más de un lugar su huella cultural,
expresada en particular por medio del arte rupestre; tradición ancestral que poseían en sus regiones
de origen, donde el dibujo rupestre no es un objeto, sino un comportamiento: algo que se hace y que
se vive en la acción; la obra plástica en su función de estimulante durante la adoración de un orisha,
o la máscara en el movimiento de la danza.
Sin lugar a dudas, muchos de los códigos ideológicos relacionados con esta manifestación fueron
mutilados cuando se redujo y limitó la movilidad del africano, negándosele la libertad como derecho
natural e imponiéndosele asimilar nuevas lengua, religión y costumbres socioculturales. Ese indivi-
duo pudo reconquistar valores ancestrales al asumir el cimarronaje como forma de vida, de hecho,
así se expresó con la propia huida. El cimarronaje preservaría gran parte de sus códigos y valores, en
cánones debilitados por el doloroso estatus del esclavo, pero fortalecidos por el contacto general-
mente sistemático (al menos durante los años que duró la trata) con nuevos grupos que arribaban a
las plantaciones.
O sea, “la presencia de un perro”, su posición espacial y su “papel de guardián” aseguran una ab-
soluta desvinculación con las culturas aborígenes cubanas. Llama la atención que se pueda aseverar
tal planteamiento en el contexto arqueológico de las Antillas. Es necesario señalar que los estudios
sobre la presencia del perro en la arqueología del Caribe insular han aportado un relevante caudal de
información, que pone en dudas dicha afirmación. En la actualidad se posee el registro de más de 70
sitios arqueológicos aborígenes (37 de ellos cubanos), donde han aparecido asociadas evidencias de
grupos precolombinos y restos óseos de cánidos. También se cuenta con un total de 77 piezas de las
artes aborígenes representativas o relacionadas con el perro, y 13 conjuntos del arte rupestre con más
de 29 diseños de este mamífero, distribuidos por República Dominicana, Barbados, Jamaica, Puerto
Rico, Guadalupe, Martinica, San Eustaquio, San Kitts, Antigua, Montserrat, Santa Lucía, Granada y
Cuba (Fig. 1).
Todos estos datos han permitido conformar una percepción del perro en el arte rupestre: de
una u otra forma, este personaje parece cumplir un papel protagónico hacia el interior del conjunto
en que aparece representado, papel que es resuelto por los ejecutores de diversas maneras, posible-
mente en dependencia del mensaje que se deseaba transmitir en el espacio particular en que fuera
ejecutado, y en relación directa con los restantes diseños asociados. Hasta el momento, el estudio de
las imágenes de perros en la gráfica rupestre antillana ha permitido aislar cinco tipos de asociaciones
significativas de la relación diseño-espacio (Tabla I).
Al analizar estas asociaciones, queda claro que la relación diseño-espacio, al menos para los mo-
tivos de cánidos presentes en el arte rupestre cubano y antillano, transporta una información social
compleja. Su presencia al inicio de una secuencia, o a la entrada de una estación, ha sido aislada
tanto para la Cueva de los Ídolos y la Cueva del Perro, en Cuba, como para la Cueva de la Línea o del
Ferrocarril, o la Plaza Ceremonial de Caguana, en la República Dominicana, por solo citar algunas de
las estaciones donde la imagen del perro forma parte de contextos rupestres y artefactuales que indi-
can una probable filiación aborigen. Por ello, somos de la opinión que el uso y manejo de la relación
espacial simple de un diseño caninomorfo no es un elemento resolutivo en el proceso de conforma-
ción de una propuesta sólida en cuanto al establecimiento de relaciones cronoculturales.
Por otra parte, y en este mismo orden, el estudio y análisis arqueológico de la figura de
90 Opiyelguobirán –numen identificado con el perro en el panteón mitológico de los aborígenes de las
D. Gutiérrez, J. Gonzélez y R. Fernández / Arte rupestre africano en las cuevas de Cuba
Antillas–, realizado por numerosos investigadores, ha demostrado que esta deidad, y su representa-
ción plástica en el arte rupestre y otras artes aborígenes, al parecer, cumplía una función de guardián
entre el mundo de los vivos y el de los muertos. Lo cual indica que este personaje se mantenía en el
área fronteriza y establecía la relación y el contacto entre el mundo de los vivos –la nueva generación–
y el de los muertos –los antepasados– (Fernández et al. 2012, inédito) o, como plantea José Oliver:
Opiyelguobirán tiene la obligación de mantener a los seres vivos y no vivos, en el mundo que le es apro-
piado. Controlando –por así decirlo– lo que entra y lo que sale de un dominio al otro. Este es un personaje
mediador que marca la separación y, a la vez, mantiene el balance entre ambos mundos al regular el
tránsito de espíritus en el tiempo (día vs. noche) adecuado (Oliver 1998: 114).
Más adelante, La Rosa, en el trabajo que hemos estado comentando, plantea, refiriéndose al pe-
troglifo del perro de la Cueva de los Ídolos: “En ese mismo sentido parece apuntar el tipo de perro que
se talló, cuya figura no guarda relación con las reconstrucciones arqueológicas que se han hecho del
famoso perro mudo de los aborígenes de la mayor de las Antillas” (La Rosa 2007: 78).
Resulta difícil comprender los presupuestos que dan origen a tal afirmación, pues la arqueología
no ha realizado una reconstrucción integral del perro precolombino de las Antillas, al menos que los
autores de este trabajo conozcan. Sin embargo, la paleozoología sí ha realizado la identificación de
este como representante de Canis familiaris, sosteniendo que el conocimiento actual de la morfología
de los restos de cánidos encontrados en Cuba permite asegurar que todas las variaciones morfoló-
gicas, señaladas por otros especialistas, son variaciones individuales presentes en numerosos ejem-
plares contemporáneos. Por su parte, las crónicas de Indias son poco precisas y contradictorias en
elementos morfológicos, o sea, que lo único que se puede afirmar, con algún grado de certeza, es que
el perro precolombino fue un animal muy similar al perro común de hoy.
Para finalizar estos comentarios, es imprescindible aceptar que, si de morfología se trata, nos pa-
rece bastante temerario el análisis morfológico-comparativo del diseño caninomorfo de la Cueva de
los Ídolos, propuesto por La Rosa (2007: 78); si se tiene en cuenta que en este solo se pueden identificar
algunos rasgos de la cabeza, lo que limita la comparación con las descripciones de los cronistas, con
otras figuras del perro en el arte rupestre y con los modelados en cerámica, que son, en definitiva, los
únicos elementos de comparación que posee hoy la arqueología de nuestra área geográfica.
En otro orden, algunos autores que siguen esta línea de investigación han intentado establecer 91
o definir los tipos, categorías o características que pueden identificar al arte rupestre de factura u
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 87-106
origen africano en las condiciones de las serranías de Pinar del Río. Este es el caso, por ejemplo, de la
colega María Rosa González Sánchez, que sostiene:
En primer lugar el entorno geográfico seleccionado por el cimarrón para asentarse debía reunir, entre los
requisitos más elementales, la distancia, es decir como mayor aislamiento posible de todo núcleo de población
colonial así como de cualquier vía de comunicación para poder enfrentar una subsistencia acosada. Por otra
parte, la inaccesibilidad, o sea, lugares de difícil acceso o poco accesibles al transeúnte, campesino o montero y
con pocas probabilidades de ser descubierto ocasionalmente y camuflaje, un lugar que reuniese características
topográficas y de vegetación que brindara protección (González 2008: sp.).
Un análisis simple de la cita anterior demuestra que está plagada de una contemporaneidad in-
aceptable, y en nada aplicable a un enfoque geoarqueológico o de arqueología del paisaje. El hecho
de que una estación rupestre esté en la actualidad en un lugar aislado de núcleos poblacionales y
vías de comunicación, sea inaccesible, intrincada y esté protegida por abundante vegetación, no le
reporta ninguna especificidad cultural agregada, pues sencillamente en épocas precolombinas la ma-
yoría absoluta de las cuevas y cavernas de las serranías pinareñas presentaba dichas características.
Probablemente, muchas de las estaciones de fácil acceso en la actualidad fueron, antes del siglo XV,
lugares mucho más inaccesibles que los que hoy consideramos apartados y pretendemos asignar a los
grupos de origen africano.
También la referida investigadora considera que la distribución espacial del arte rupestre, dentro
de las cavidades, es un elemento que puede aportar evidencias en pos de definir la filiación cultural:
“Tanto los dibujos como los rayados, se localizan en las áreas oscuras de las cuevas. Elemento este,
que generalmente predomina en todos los sitios con pictografías asociados a los cimarrones. Esta
característica difiere para los sitios con pictografías de aborígenes, donde se localizan las mismas en
las partes claras de la cueva” (González 2008: sp.).
Aun cuando este punto de vista pudiera ser correcto, observamos en el trabajo que, desafortu-
nadamente, no está sostenido por un estudio estadístico que más que argumentarlo, lo demuestre,
sin dejar margen a la duda. En este sentido, sin detenerse demasiado en este tema, baste señalar, en
primer lugar, que para argumentar criterios estadísticos estos deben estar sustentados en el análisis
y cálculo de muestras representativas, que permitan llegar a conclusiones sostenibles; de lo contrario,
nos alejamos del camino de la investigación para introducirnos en un peligroso ambiente especulati-
vo, antagónico con el de la ciencia.
Ahora bien, la necesidad de valorar muestras representativas, con la mayor cantidad de variables
medibles, que permitan relaciones sostenibles en el campo de la teoría y la praxis arqueológica, se
evidencia, por ejemplo, en una simple comparación entre las opiniones de los propios autores antes
citados. Así, La Rosa contradice lo comentado por González Sánchez: “[…] la figura del perro, la prime-
ra que se localiza a la derecha entrando al recinto, estuvo tallada en un bloque[…]. El bloque en que se
había tallado la mujer y el pequeño recipiente con una jicotea, se localiza en el costado izquierdo de
la cueva, o sea, al lado del perro[...]” (La Rosa 2007: 78).
Como ya indicamos con anterioridad, la colega González Sánchez plantea que el arte rupestre
vinculado con los cimarrones se ubica en las áreas oscuras de las cuevas. De estos dos planteamientos
nace un antagonismo: parte del arte rupestre de la Cueva de los Ídolos se encuentra en las cercanías
de los accesos a la cavidad y en áreas subumbrales, como se puede observar en las topografías de la
localidad publicadas por La Rosa (2007); mientras, según María Rosa González Sánchez, debía estar
en áreas de oscuridad, para cumplir con los supuestos patrones africanos. Esta dicotomía podría ser
salvada, tal vez, con el argumento de que se están analizando dos regiones diferentes del país.
Sin embargo, veamos otro ejemplo, en el que también se entra en contradicción. La Rosa consi-
dera la presencia de una “cruz de tipo cristiano” en la mano de una figura antropomorfa como un
92
elemento que aleja la posibilidad de una vinculación con las culturas aborígenes:
D. Gutiérrez, J. Gonzélez y R. Fernández / Arte rupestre africano en las cuevas de Cuba
El carácter y naturaleza de las tallas y petroglifos, la presencia de una cruz de tipo cristiano en la mano
de una de las figuras antropomorfas, de un perro guardián del recinto y otros elementos particulares
de cada una de las piezas alejan toda posibilidad de una vinculación con las culturas aborígenes y por
el contrario fundamentan el criterio de que se trata de un centro ceremonial de cultos de origen africa-
no[…] (La Rosa 2007: 79).
¿Cómo, entonces, conciliar ambas opiniones, para el caso particular del diseño rupestre rojo de
la Cueva del Cura2 (Viñales, Pinar del Río), donde aparecen dos figuras antropomorfas con cruces de
“tipo cristiano” en las manos (Fig. 2A), si este diseño está realizado en el área umbral, a unos escasos
tres metros de la entrada de la cueva? Y ahora sí estamos hablando de una misma región del arte
rupestre cubano.
Ante estos intentos de ubicar el arte rupestre en esquemas cronoculturales, a partir de supuestos
elementos “diagnósticos”, baste solo la figura 2B, donde se puede observar una figura antropomorfa
con una “cruz de tipo cristiana” en la mano: este diseño forma parte de la piedra ceremonial indígena
de Anamuya, en Higüey, La Altagracia, República Dominicana.
Figura 2. Diseños antropomorfos con figuras de cruz en sus manos, pertenecientes al arte rupestre antillano. (A)
Pictografía en rojo de la Cueva del Cura, Viñales, Pinar del Río, Cuba y (B) Petroglifo de la Piedra Ceremonial de
Anamuya, Higüey, La Altagracia, República Dominicana (Fuente: Archivos del GCIAR).
En trabajos más afortunados sobre este tema, se ha utilizado la presencia de objetos de los siglos
XVI al XIX –como machetes calabozos, cuchillos, ollas de hierro colado, piedras de chispa, así como
restos de fogones con evidencias de fauna postcolombina y otros elementos–, para argumentar la
filiación africana (cimarrona) en algunas estaciones del arte rupestre cubano (La Rosa et al. 1990 y La
Rosa 1992).
Ante tales argumentos, no pocos investigadores han reflexionado sobre el hecho incuestionable
de que, en la mayoría de los casos, dichas evidencias solo aportan información temporal y no cultural;
pues en su inmensa mayoría no son piezas de factura propiamente africana o cimarrona, sino obje-
2 Esta es una de las estaciones que la investigadora María Rosa González Sánchez considera de indudable 93
factura cimarrona (González 2008: sp.).
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 87-106
tos típicos de la época colonial. Solo en aquellos casos donde las evidencias están representadas por
artefactos contenedores de cerámica transcultural, cachimbas o pipas y armas defensivas, es posible
establecer rangos mayores de certeza3.
Entonces, cabe preguntarse: ¿por qué no aparecen muestras de arte rupestre en sitios donde es
incuestionable la evidencia de haber constituido refugios de cimarrones? Sobre todo si admitimos que,
bajo las condiciones de asedio y persecución que sufrieron los africanos fugados al monte (cimarrones),
los sitios de habitación y rituales debieron en muchos casos confluir en espacios comunes. ¿Por qué no
hay arte rupestre en la Cueva del Buda, o en la Cueva del Tambor, donde el desarrollo de las espeluncas
permitía aislar las funciones de cada uno de sus recintos? ¿Por qué no hay arte rupestre en el Pan de
Matanzas, en la Cueva de la Caja o en la Gruta Cimarrón 5? Estos, por solo citar algunos ejemplos.
Otra situación, que obliga a reflexionar sobre los presupuestos filosóficos manejados en la bús-
queda de respuestas a la problemática planteada, es aquella que ha considerado la filiación africana de
los diseños rupestres en función de su tamaño. Durante las jornadas del 1er. Simposio Internacional
de Arte Rupestre, celebrado en La Habana, al evaluar la composición actual del arte rupestre cubano,
y repasar los dibujos de la estación Solapa de María Antonia, en Pinar del Río, algunos investigadores
cuestionaron si “un dibujo de ese tamaño podía haber sido elaborado por aborígenes, parecería más
bien de origen africano, realizado por cimarrones” (Enrique Alonso com. pers., 24 de noviembre de
2008).
En ocasiones resulta sorprendente escuchar este tipo de opinión, conociendo en sentido general
cómo se manifiesta el dibujo rupestre a lo largo de todo el país, y sobre todo si tenemos en cuenta que
el dibujo más grande de la Solapa de María Antonia tiene unas dimensiones de 116.0 cm. por 89.0 cm.;
mientras que el motivo central de la internacionalmente conocida Cueva No.1 de Punta del Este, en la
Isla de la Juventud, presenta una extensión de 154 cm por 105 cm. ¿Estamos ante un diseño de origen
africano en Punta del Este?
Un caso peculiar en este tema es la magnífica obra Exploraciones en la plástica cubana, de Gerardo
Mosquera (1983), en la cual su autor, a partir de comparaciones morfológicas, propone la hipótesis
de que los petroglifos de la Sala García Valdés, en la Cueva de Mesa, Gran Caverna de Santo Tomás,
Viñales, Pinar del Rio, son de factura africana, considerando la semejanza entre la morfología de sus
diseños y los que aparecen adornando algunos objetos del cimarronaje rescatados en Vuelta Abajo.
Es indudable que la temprana ejecución de esta monografía no permitió a su autor conocer que
el trabajo de los rupestrólogos cubanos ha ido definiendo y aislando un “estilo” o una forma de eje-
cución para este tipo de petroglifos, particularmente para el occidente de Cuba, determinándose que
su morfología y técnica de ejecución se repite en las cuevas de Mesa, de los Petroglifos, de la Iguana,
de la Cachimba y el Sistema Cavernario de Bellamar; así como en no pocos sitios de otras islas de las
Antillas. Así, este tipo de arte rupestre, que en 1983 era escaso y casi único para la Cueva de Mesa,
Gran Caverna de Santo Tomás, hoy es bastante común en numerosos sitios precolombinos del Caribe
insular.
Ahora bien, retomando temas anteriores, y analizando algunos de los planteamientos que se han
sugerido sobre la presencia de la “cruz de tipo cristiano” en la mano de una de las figuras antropo-
morfas en la Cueva de los Ídolos y en la Cueva del Cura –por citar solo estos dos ejemplos–, se hace
necesario dejar establecido que “la cruz” como motivo ha sido encontrada en numerosas estaciones
del arte rupestre cubano. Al respecto, se repite en muchos casos el criterio de considerarla cristiana,
dándole así un sentido o “valor” cronológico y cultural. Tal es el caso, por ejemplo, del petroglifo de la
3 El caso de las cachimbas o pipas necesita una revisión detallada en la actualidad, pues si bien este era un
artefacto considerado hasta hace muy poco ajeno a las culturas precolombinas del Caribe insular, el traba-
94 jo de investigadores dominicanos ha permitido conocer la presencia de pipas de factura aborigen en sitios
de la Española y Puerto Rico (Veloz, s/f).
D. Gutiérrez, J. Gonzélez y R. Fernández / Arte rupestre africano en las cuevas de Cuba
Cueva del Indio, en la provincia de Artemisa, donde: “Las investigaciones llevadas a cabo condujeron
a los arqueólogos a inferir la posible vinculación de la obra con manifestaciones de cultos de origen
africano, al observar una vez más la presencia del motivo cruciforme en el supuesto pecho[…]” (La
Rosa et al., 1990, según Pereira, 2008: 32).
Similar situación ha sucedido con el reciente hallazgo en la Cueva Grande, de Sierra de Cubitas,
Camagüey, de un diseño en forma de cruz, que parece una réplica exacta de la cruz de la Cueva de
Ambrosio, en Matanzas. Para esta localidad camagüeyana se ha planteado lo siguiente:
Resulta inevitable que surjan dudas con respecto al nexo con la cultura aborigen de semejante dibujo. El
símbolo del cristianismo es la cruz y la única explicación a este respecto es que se trate de pictografías de
origen en efecto, aborigen, pero correspondientes a una etapa de transculturación, de indios sometidos
al proceso ideologizante de la evangelización que comenzó casi inmediatamente después de la conquista
(Funes 2005: 62).
Ante esta inexplicable cruzada por el cristianismo en la rupestrología cubana, solo podemos aludir
que la cruz como figura ha sido utilizada por casi todas las culturas de la humanidad, sin llevar implícito
ningún apellido. El criterio de “cruz cristiana” es, por lo tanto, poco sólido y sostenible, pues parte de
un signo o símbolo utilizado en todo el mundo, del cual pretendió apropiarse el cristianismo. Su repre-
sentación aparece en el arte rupestre precolombino de las Antillas y de América en general (Fig. 3), de
forma abrumadora. Pero si alguna duda quedara al respecto, remitimos al lector a uno de los diseños
más interesantes del arte rupestre del hemisferio occidental: la piedra Huancor, en Perú (Fig. 3E), en la
cual se encuentran representadas tanto la cruz andina, presente también en la Cueva No. 1 de Punta del
Este, en la Isla de la Juventud, Cuba; como la cruz alunada, presente en la Cueva de Ambrosio, Matanzas,
Cuba. Un caso particular aparece en la imagen 3D, perteneciente a la Cueva de la Línea o del Ferrocarril,
Los Haitises, República Dominicana, donde vuelve a presentarse una figura antropomorfa con una cruz
en su mano. Lo llamativo del hecho es que aparece acompañada por motivos ornitomorfos, realizados
todos en negro, en una zona de oscuridad absoluta de la cavidad; este conjunto de caracteres se repite
casi de forma idéntica en la Cueva del Cura, en Viñales, Pinar del Río, Cuba.
Otros elementos han sido utilizados para alejar la vinculación entre culturas aborígenes y arte
rupestre de algunas estaciones cubanas, y proponer la presencia de ejecutores africanos o afrodecen-
dientes. Por ejemplo, la propuesta sobre la aparente relación entre la talla del perro, la talla de un ser
humano (una mujer) y la de un pequeño recipiente con una jicotea, presente en la Cueva de los Ídolos
(La Rosa 2007: 78).
Al respecto, se puede argumentar que la relación perro - humano - jicotea o tortuga (la definición
de jicotea en arte rupestre es algo arriesgada para asumirla como conclusiva) ha sido tratada en más
de una oportunidad en las investigaciones arqueológicas de las Antillas. Un caso singular, que ilustra
muy bien esta relación, es el de los elementos asociados dentro de un conjunto arqueológico en el sitio
aborigen de Golden Rock, en la isla de San Eustaquio, Antillas Menores, donde los restos de un cánido
precolombino aparecieron compartiendo el espacio funerario junto a un entierro humano aborigen
de tipo primario, todos rodeando a una tortuga marina (Van der Klin 1992: 61). En este sentido, tam-
bién es bueno recordar que la asociación perro - tortuga fue descrita de alguna forma para el hábitat
cotidiano de nuestros aborígenes, por el cronista Andrés Bernáldez, cuando refirió que el Almirante
Cristóbal Colón había visitado una aldea de la cual huyeron sus habitantes ante la llegada de los con-
quistadores, y en ella se encontraron como únicos animales numerosas tortugas junto a 40 perros
(Bernáldez 1870; citado por Jiménez y Fernández 2002: 80). Por otra parte, cabe citar, como respuesta
más acertada a la supuesta lejanía de las culturas aborígenes, lo planteado por Oscar Pereira: “Hay que
tomar en cuenta que las imágenes como la jicotea, la serpiente, el sol y la cruz son representaciones
también muy utilizadas por los indígenas precolombinos, tales iconos son elementos simbólicos de las 95
concepciones mítico-religiosas, tanto de las culturas africanas como aborígenes” (Pereira 2008: 31).
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 87-106
Figura 3. Diseños rupestres de cruces en el arte aborigen de las Antillas y América. (A) Pintura rupestre de dos cruces
en negro de la Cueva de José María, La Altagracia, República Dominicana. (B) Cruz en color rojo de la Cueva de José
María, La Altagracia, República Dominicana. (C) Cruz de la Caverna de las Cinco Cuevas, La Habana, Cuba. (D) Pintu-
ra rupestre de la Cueva de la Línea, Hato Mayor, República Dominicana, donde se observa una figura antropomorfa
con una cruz en su brazo. (E) Petroglifo de la piedra Huancor, Perú, donde aparecen diversas variantes de figuras en
cruz (Composición elaborada por los autores a partir de Núñez Jiménez 1975, 1985 y López Belando 2003).
Quizás el más polémico de los planteamientos que han sido publicados en los últimos años, sobre
el tema aquí debatido, sea el del doctor Gabino La Rosa, cuando al referirse de forma particular a la
figura solar de la Cueva de los Ídolos, expresa:
[…] pero no una figura del sol como la que pudiera haber representado un aborigen antillano, habituado
a la síntesis y al lenguaje figurativo del ideograma. Es un sol y un rostro humano de expresión iracunda,
situado no casualmente en lo alto del conjunto de tallas y petroglifos. Por su posición y tratamiento es
fácil identificar en él a la deidad suprema de los yoruba: Olórum que es la manifestación de Olofin[…]
(La Rosa 2007: 81).
Es importante agregar aquí que este planteamiento es consecuente con lo afirmado por la inves-
tigadora Deisy Fariñas, hace casi 15 años, cuando, refiriéndose a la figura solar en cuestión, escribió:
“[…] un sol que es evidentemente africano, pues está representado con rostro humano y no con círcu-
los concéntricos como usualmente hacían los aruacos” (Fariñas 1995: 88).
Aun aceptando la relación propuesta por Fariñas y La Rosa, una vez más, el tratamiento morfo-
lógico condiciona la relación mitológico-cultural, y se incurre de nuevo en el mismo error, al desesti-
mar las amplias variantes que ofrece el arte rupestre aborigen de Cuba y las Antillas y, por tanto, de
nuestro marco geocultural. En este caso, al expresar: “no una figura del sol como la que pudiera haber
representado un aborigen antillano”, el autor no da detalles de los criterios asumidos para establecer
los caracteres diagnósticos que podrían permitir la clasificación de una figura solar como aborigen o
africana; lo que sí intenta Deisy Fariñas, al proponer para los grupos aruacos del Caribe una depen-
dencia entre diseños solares y círculos concéntricos.
Sin pretender extendernos demasiado en los problemas que presentan los criterios antes expues-
96
tos, se impone una reflexión. Por ejemplo, en ellos se desconoce la similitud evidente entre el diseño
D. Gutiérrez, J. Gonzélez y R. Fernández / Arte rupestre africano en las cuevas de Cuba
Figura 5. Diferentes imágenes solares con rostros del arte rupestre del Caribe insular
(Composición elaborada por los autores a partir de López Belando 2003).
Ahora bien, volviendo a Cuba y su arte rupestre (Fig. 6), valga citar lo planteado por Pereira, al
referirse a esta problemática:
Cabe mencionar que las culturas aruacas no representaron la imagen del sol y de la luna solamente con
círculos concéntricos, sino también con rostros humanos en su interior, lo cual se conoce en muchas
cuevas de nuestro país y el Caribe; por solo mencionar un caso, es la pictografía No. 4 de la Cueva de las
Mercedes ubicada en Camagüey, Cuba (Pereira 2008:31).
Para continuar estos comentarios críticos sobre los métodos utilizados para intentar demostrar
la presencia africana en la ejecución del arte rupestre cubano, nos referiremos al que probablemente
sea el caso más discutido en el país: el de las cuevas de Guara, al sur de la provincia Mayabeque.
Estas estaciones fueron dadas a conocer públicamente en 1975, por A. Núñez Jiménez quien, ya
entonces, consideró que la definición de la filiación
cultural para estas espeluncas era un serio proble-
ma. De esta forma, sus propuestas fueron desde los
aborígenes pre y postcolombinos hasta los históri-
cos (Núñez 1975: 9 y 103). Muchos son los autores
que han opinado sobre el tema; pero la última pro-
puesta detallada en este sentido fue la realizada por
La Rosa (2007), que al referirse a estas localidades,
nos dice: “Se trata de una escena en que el sujeto
percibe el movimiento y lo deja plasmado, nivel de
representación no alcanzado nunca en el arte abo-
rigen de Cuba. Además, en otras dos de las pinturas
Figura 6. Pictografía número 4 de la Cueva de las
rupestres existen escenas de caza de grandes ani- Mercedes, Sierra de Cubitas, Camagüey, Cuba, don-
98 males con cuernos” (La Rosa 2007: 72). de se aprecia una magnifica representación del Sol
y la Luna (Fuente: Archivos del GCIAR).
D. Gutiérrez, J. Gonzélez y R. Fernández / Arte rupestre africano en las cuevas de Cuba
En el parecer de los autores de esta crítica, otros diseños pictográficos cubanos y antillanos refle-
jan la congelación del movimiento mencionada por el autor citado. Tal es el caso de la escena de tres
figuras ecuestres en movimiento de la Cueva de los Generales, Camagüey, en la cual el artista, además,
representó el movimiento en una perspectiva “en punto de fuga”, de una calidad extraordinaria. Pero
si esto no bastara, dicha capacidad quedó demostrada en varios otros ejemplos de la plástica rupes-
tre antillana, como en la representación del típico chorro de agua que expulsan las ballenas, en una
de las pinturas más interesantes del arte rupestre aborigen de la Cueva de la Línea, en la República
Dominicana (Torres et al. 2011), o en el magnífico diseño de la caza de un ave mediante arco y flecha,
presente en una de las estaciones rupestres del Parque Nacional del Este, también en la República
Dominicana (Gutiérrez et al., 2008). En esta localidad, el arquero se representó en una columna es-
talagmítica de la cavidad, la flecha en otra estalagmita a unos metros de la anterior –dándole al con-
junto una sensación de la flecha en vuelo– y, en la pared de la cueva, frente a ambas formaciones, se
dibujó el ave, objeto de la caza.
Mención aparte merece la definición de “cuernos”, dada a los apéndices craneales que aparecen
en las figuras de cuadrúpedos indeterminados del arte rupestre de Guara. ¿Qué argumento demuestra
que dichos apéndices son cuernos y no, por ejemplo, orejas? ¿Qué se persigue con esta imposición
morfológica, que no deja otra posibilidad? ¿Por qué no se acude a planteamientos más consecuentes
con la realidad, como el de Oscar Pereira (2008: 33), cuando expresó que “[…] la imagen zoológica po-
see dos apéndices sobre la cabeza como si fueran tarros u orejas proyectadas hacia adelante[…]”?
Tal posición solo puede ser explicada por el afán de ubicar dichos animales en épocas postcolom-
binas, pues hasta hace muy poco no se tenía otra respuesta para la representación de grandes cuadrú-
pedos por parte de los aborígenes, como no fuera identificarlos con las especies introducidas a partir
del descubrimiento y la conquista. Tanto es así, que todavía existen investigadores que continúan
refiriéndose a los representantes del orden Pilosa como fauna del pleistoceno4 (Pereira 2008: 36).
Sin embargo, la arqueología moderna ha demostrado, por medio de la cronología absoluta y de
la zooarqueología, que los grandes mamíferos del orden Pilosa, como Megalocnus rodens, vivieron en
nuestro país hasta bien entrado el holoceno tardío. Así lo atestiguan los fechados C14 - AMS calibra-
dos de 4 960 + 280 años AP, para Parocnus brownii, del sitio Las Breas de San Felipe (Steadman et al.
2005: 11765); y el de 4 190 + 40 a. AP, para Megalocnus rodens, de la Solapa del Sílex (MacPhee, R. D. E.
et al. 2007: 96), esta última ubicada al sur de La Habana, con relativa cercanía a las cuevas de Guara.
Asimismo, otros trabajos recientes han sugerido, con muchos elementos, que además de la convi-
vencia temporal y espacial entre miembros del orden Pilosa y los aborígenes, es muy probable que
existiese una interacción cultural (Rodríguez 1988: 563; Izquierdo et al. 2003: 55). ¿Por qué, entonces,
emplear el término “cuernos”, con su intensa carga de inducción cronológica y hasta cultural, para
los diseños zoomorfos de las cuevas de Guara, si la evidencia arqueológica ha demostrado, para esta
localidad, tanto la presencia de artefactos históricos como de restos precolombinos?
Otro caso particular es el de la Cueva de las Avispas, del municipio Quivicán, provincia Mayabeque,
donde aparece un importante petroglifo antropomorfo con un diseño en su mano izquierda, que
ha sido interpretado como la representación de un arco. Sobre esta localidad y los debates que ha
suscitado, remitimos a los trabajos “Representaciones de arqueros en el dibujo rupestre de Cuba.
Consideraciones generales” y “Notas sobre los arqueros del arte rupestre cubano”, publicados, el pri-
mero, en el no. 19 de la revista Catauro (Gutiérrez et al. 2007) y, el segundo, en el no. 42 del Boletín del
Museo del Hombre Dominicano (Gutiérrez et al. 2008). Solo es de destacar que la insistencia entre líneas
que se puede entrever en algunos artículos sobre el arte rupestre cubano, donde se intenta vincular
la representación de figuras de arqueros con autores africanos o afrodecendientes, tropieza con la
realidad que impone el hecho de que la arqueología cubana solo ha logrado recuperar, hasta hoy, dos
99
4 Desde hace 1.64 millones de años hasta los 8000 a.C.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 87-106
evidencias materiales de esta arma herramienta: la flecha de Malpotón y la flecha de la Laguna del
Tesoro, y ambas son de manufactura aborigen (Gutiérrez, et al. 2008: 337).
Otro ejemplo de los problemas metodológicos que aquí se discuten se refleja en el desarrollo de
la tesis sobre la morfología de diseños rupestres y su similitud con deidades del panteón mitológico
africano o afrocubano, cuando generalmente se concluye con la asignación a estas imágenes de fun-
ciones vinculadas a las deidades supuestamente representadas.
Lo anterior queda explícito en el siguiente párrafo: “[…] sus funciones [de los petroglifos] nos
llevan necesariamente a que se trató de un centro de culto, en el que se efectuaron o preparó la ce-
lebración de algún tipo de rito de carácter mistérico de algunas religiones de origen africano que se
desarrollaron en Cuba[…]” (La Rosa 2007: 82).
Una sencilla organización de esta cita y de los comentarios anteriores nos esclarece un proceder
en función de un criterio que no se desprende de la investigación, sino todo lo contrario: el análisis se
encausó en pos de un resultado predeterminado:
1. La morfología de los grabados es similar a la representación de deidades del panteón afrocubano
(se obvian otras similitudes y otras relaciones).
2. A partir de esa relación se le asignan funciones compatibles con las de las deidades relacionadas.
3. Dicha relación entre morfología y funciones asegura su origen africano.
Ante tal enfoque reduccionista, donde no caben opciones paralelas ni duda razonable, la línea de
pensamiento es convertida en un círculo forzosamente cerrado. Entonces, surge una pregunta: ¿La
representación de una deidad afrocubana podría cumplir funciones entre nuestros pueblos aboríge-
nes; o las supuestas funciones de estas deidades podrían indicar o sugerir otro origen que no fuera el
afrocubano? O sea, toda la desagregación etnográfica está condicionada por un presupuesto inicial:
“estamos ante la representación de una deidad afrocubana”, y a este presupuesto se arriba solo por
comparación morfológica, cuando además se deja a un lado la inmensa cantidad de opciones que nos
ofrece el conocimiento del arte rupestre de todo el Caribe insular; región donde se desarrollaron los
procesos etnoculturales que dieron forma a nuestra identidad.
Por otra parte, al asignar a un diseño rupestre funciones relacionadas con una deidad, con su car-
ga de especificación restrictiva, y estas, a su vez, “asegurar” su origen cultural, se asume un proceder
que nos recuerda el funcionalismo anglosajón; corriente superada por la rupestrología cubana, pues
el criterio de función, al menos en arte rupestre, para que concluya con un enfoque satisfactorio, debe
cuidarse de no ser extremadamente específico, con relación a un fin en particular (Consens, 1997:
107).
Finalmente, resulta incómodo –teniendo en cuenta los problemas que hoy se reconocen como
limitantes en el estudio del arte– que surjan expresiones como la siguiente: “[…] lo que resulta incues-
tionable, es que los petroglifos y esculturas de la Cueva de los Ídolos no guardan relación alguna con
el arte aborigen de los grupos aruacos que poblaron la isla, y sí en cambio tienen una estrecha relación
con la cultura, mitos y cultos de origen africano” (La Rosa 2007: 82-83).
De todo lo anterior se desprende que, a pesar de que para el doctor Gabino La Rosa muchas de
sus deducciones tienen un carácter “incuestionable”, existen sólidos argumentos para afirmar que
muchos de los procedimientos y métodos de análisis, utilizados para llegar a dichas deducciones,
carecen al menos de una muestra que abarque un universo representativo del arte rupestre cubano
y caribeño. Así, muchísimas de la conclusiones propuestas no se ajustan para nada al conocimiento
rupestrológico que del Caribe insular que se posee en la actualidad, lo que sin dudas las convierte
en un resultado muy alejado de lo que se ha definido como “una respuesta acabada al problema”
(La Rosa 2007: 73).
Se registran otros casos importantes, dentro de toda esta problemática, cuando algunos investi-
100
gadores ofrecen opiniones y apreciaciones personales como conclusiones infalibles, aparentemente
D. Gutiérrez, J. Gonzélez y R. Fernández / Arte rupestre africano en las cuevas de Cuba
bien argumentadas, derivadas de un estudio supuestamente detallado que, por el contrario, nunca es
presentado. Pongamos un ejemplo. En el trabajo titulado “Cueva del Agua y del Hueso: patrimonio
arqueológico en La Habana” (Garcell 2009), refiriéndose al arte rupestre de la Cueva del Agua, en la
provincia Mayabeque, se puede leer lo siguiente: “Al comienzo de los estudios en el lugar se reportó
la existencia en las paredes de la espelunca de dos amplios conjuntos pictóricos, atribuido el primero
de ellos a las comunidades nativas con una economía de apropiación y el segundo a grupos humanos
de origen afrodescendiente que utilizaron también la cueva como asilo temporal” (Garcell, 2009: 108).
Nunca se informa quién los atribuyó de esa manera y bajo qué presupuestos.
Más adelante, se subraya de forma sencilla la supuesta significación de estos diseños: “Se destaca
el conjunto número 1, de 1,5 m de largo por 1,5 m de alto, compuesto por ocho figuras antropomorfas
y con un alto significado ritual-performativo” (Garcell 2009: 109). O se propone la relación de “zonas”
del diseño con la cosmogonía afrocubana: “Se pueden identificar en el conjunto la existencia de tres
zonas bien diferenciadas, las que podrían asociarse a niveles cósmicos del modelo mundo (mitopoéti-
ca) del hombre religioso de origen afrodescendiente” (Garcell 2009: 109).
Aun cuando las evidencias arqueológicas encontradas en la Cueva del Agua, durante muchísimos
años de trabajo, apuntan a su vinculación con distintos periodos de ocupación, hasta hoy ninguna
investigación ha demostrado, por ningún método, la filiación cultural del arte rupestre de esta locali-
dad. Tampoco lo logra el trabajo citado, donde nunca se explica cómo se llega a la conclusión del sig-
nificado ritual-performativo de los diseños; o cómo se asocian zonas del diseño con niveles cósmicos
de los modelos religiosos de individuos de origen “afrodescendiente”; ni se explica por qué “afrode-
cendientes”, y no africanos propiamente, de los miles que fueron traídos a nuestras tierras durante
la colonia. En fin, solo se dan supuestas conclusiones, pero nunca se nos introduce en la lógica del
análisis. De ahí la obvia imposibilidad de aceptar como científicamente desarrollada y argumentada
dicha propuesta.
Otro caso, relacionado con el anterior, muestra conclusiones del mismo tipo, pero diluidas dentro
de trabajos que sí son portadores de importantes resultados sobre el tema. Un ejemplo sería el artí-
culo “La confluencia del arte rupestre aborigen y de esclavos cimarrones en las cuevas de Cuba”, de
Oscar Pereira Pereira (2008). En él se puede leer, refiriéndose al arte rupestre de la Cueva de los Ídolos:
“Los correspondientes análisis realizados en la morfología y la técnica de ejecución empleada en los
petroglifos brindaron base a los arqueólogos para confirmar la hipótesis defendida por Fernando
Ortiz”5 (Pereira 2008: 36). Sin embargo, ni en este trabajo, ni en ningún otro, ha sido presentado un
análisis detallado de la técnica de ejecución de los petroglifos de la Cueva de los Ídolos, que permita
exponer argumentos serios para su definición cultural. Tales naufragios metodológicos pueden con-
dicionar en el lector una visión distorsionada de la realidad, aun en trabajos como el presentado por
Pereira, el cual es, sin lugar a dudas, el enfoque más serio, detallado, exitoso y comprometido con una
historia real, que se ha presentado sobre esta problemática de la rupestrología cubana.
El conjunto de los análisis hasta aquí realizados, sobre las propuestas de vinculación entre diseños
rupestres cubanos y esclavos africanos o descendientes de africanos, permite llegar a una conclusión
parcial: muchos de los investigadores que han estudiado el arte rupestre cubano en general, y el aso-
ciado supuestamente a un origen africano, en particular, pueden ser, y de hecho lo son, valiosísimos
investigadores, con un vasto conocimiento de la arqueología cubana; pero, a su vez, revelan un im-
portante desconocimiento del arte rupestre antillano y caribeño, además de evidenciar poco dominio
de los alcances y limitaciones que presentan los modelos teórico-metodológicos de la rupestrología
contemporánea.
5 Según el sabio cubano don Fernando Ortiz, era muy probable que estos diseños fueran realizados por cima- 101
rrones de origen africano (Pereira 2008: 36).
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 87-106
En otro orden, se comenta, también en más de una ocasión, que los petroglifos de la Cueva de los
Ídolos resultan de hechura tosca y sin retoques, o de hechura defectuosa (La Rosa 2007: 80); pero la
realidad es que, hasta ahora, no se ha enfocado una investigación hacia la interpretación de las trazas
de ejecución de los diseños, de esta ni de ninguna otra de las estaciones que se han propuesto como
sitios rupestres asociados al cimarronaje, lo que permitiría acercarse a los posibles instrumentos con
que se realizaron. Esta línea de investigación aportaría importantes resultados, si aceptamos que el
abanico de opciones de herramientas e instrumental con que contaron los cimarrones entre los siglos
XVI al XIX es mucho más amplio y diverso que el accesible a los pueblos aborígenes del archipiélago
cubano.
Tampoco se han realizado proyectos de investigación encaminados a obtener acercamientos a la
localización, preparación y composición de los colorantes y herramientas utilizadas en la ejecución
del arte rupestre de las estaciones supuestamente vinculadas a los africanos y el cimarronaje. Esta
tarea solo ha sido llevada a cabo parcialmente para las cuevas de Guara (Arrazcaeta y García 2008:
64); pero resultados parciales y puntuales no aportarán soluciones ni respuestas a corto plazo. Se
trata, en nuestra opinión, de la necesidad de un proyecto donde se analicen un número importante
de variantes tecno-tipológicas, de los modos conceptuales y de procedimientos, presentes en el arte
rupestre de un grupo considerable de estaciones, como la Cueva del Cura, del Abrón, del Garrafón,
del Indio, de los Petroglifos, de María Antonia, de Camila, de los Ídolos, de las Avispas, de Paredones,
de los Muertos, de los Matojos, del Aguacate, de Ambrosio, etc. En definitiva, existen toda una serie
de recursos que nos permitirían elevar nuestro conocimiento sobre las especificidades, propiedades
y características de los elementos con los que se trabajó en las estaciones que hoy se proponen como
de probable factura africana.
Las implicaciones de estas propuestas metodológicas requieren no solo cambiar significativa-
mente la forma de pensar, sino también la forma de abordar y trabajar los sitios rupestrológicos: la
impaciencia por ver la morfología de un diseño no puede predominar ante la necesidad de conservar
su cobertura vegetal o microbiológica, pues en esta puede estar la respuesta acertada y definitiva a
importantes problemas teóricos.
Con el apoyo de estas propuestas y de muchas más, que son necesarias para la evaluación de cada
caso en particular, así como con la utilización de técnicas de análisis más depuradas, se lograrían
resultados de gran interés, que permitirían verdaderos acercamientos científicos a las distintas ma-
nifestaciones artísticas y a las supuestas manos africanas que las practicaron. A la perspectiva de la
recuperación morfológica hay que agregarle los requerimientos de la nueva rupestrología, y renun-
ciar definitivamente a la lectura iconográfica –realizada como si se pretendiera leer la leyenda de un
mapa–, pues el arte rupestre es un elemento dependiente de la estructura de la sociedad en que se
ejecutó y de su relación con el entorno. Ello hace posible, entonces, que un mismo signo pueda tener
significados diferentes según su utilización dentro de los estratos que determinan la ideología, o se-
gún su posición en la estación, o en correspondencia con su signo vecino, etc.
Es evidente que una figura de cruz puede tener numerosas implicaciones dentro de las estrati-
ficaciones sociales (en cualquier sociedad), que no podemos sintetizar en el concepto reduccionista
y contemporáneo de “cruz católica”. Para ejemplificar nuestra afirmación, baste solo decir que en
la actualidad un icono en forma de cruz, cuyos signos vecinos inmediatos, anteriores y posteriores,
sean números, es inmediatamente interpretado como un signo de sumatoria, y nada tendrá que ver
con una expresión ideológica o religiosa. Esta simple reflexión indica que, en todos los tiempos,
las representaciones han estado condicionadas por el propio funcionamiento de la sociedad y sus
necesidades, pero nunca estrictamente por su morfología, lo cual ha sido enunciado y repetido por
importantes especialistas, así como comprobado para muchas partes del mundo, como se aprecia
103
en las siguientes líneas:
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 87-106
La cruz aparece frecuentemente relacionada con los puntos cardinales Norte, Sur, Este y Oeste, al mismo
tiempo simboliza la elevación del alma o espíritu y la aspiración a la inmortalidad, deviene como la
unidad de la vida y la muerte, puede simbolizar la fecundidad, el espíritu, el principio masculino, está
relacionada con cultos fálicos; las cruces fueron utilizadas en imágenes de animales estilizados, así como
en emblemas religiosos desde el Egipto antiguo, el cristianismo, hasta nuestra época, etc. (Toporov et
al. 2002: 123 y 139).
Emprender esta nueva visión de una forma eficaz no será posible sin la ayuda de nuevas y potentes
herramientas, ligadas a la gestión de los datos seleccionados. Pero de nada servirá una nueva herramien-
ta, o un nuevo método, si las preguntas que realizamos al registro rupestrológico permanecen siendo las
tradicionales, pues no se pueden seguir proponiendo filiaciones culturales para el arte rupestre cubano
sin conocer a fondo las evidencias específicas en las que debería basarse la comprobación de sus presu-
puestos. Hace mucho que dejamos atrás los tiempos en que se podían asumir procesos de investigación
rupestrológica sin una fundamentación teórica que diera sentido al proceso de análisis.
Entonces, hasta tanto no se asuman estos presupuestos de forma teórica y práctica durante los
proyectos de investigación, la hipótesis sobre la posible ejecución de arte rupestre en las cuevas de
Cuba por africanos, traídos a nuestro país entre los siglos XVI al XIX, seguirá esperando por procedi-
mientos metodológicos y de análisis que la acerquen, al menos, a un discurso coherente. En la actuali-
dad, debemos considerarla una hipótesis en espera de su adecuada documentación científica.
Agradecimientos
Queremos dejar constancia escrita de nuestro más sincero agradecimiento al Dr. Jesús Guanche y la
Dra. Niurka Núñez, por la revisión de los originales y sus importantes sugerencias, imprescindibles
en la construcción final de nuestro discurso. Un agradecimiento impostergable para el Dr. Miguel
Barnet y todo el equipo de trabajo de la Fundación Fernando Ortiz, por su constante colaboración con
nuestro modesto trabajo. Finalmente, al colega y amigo MSc. Jorge Ulloa, por la ayuda prestada en la
elaboración definitiva de este proyecto.
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106
Arqueología y Sociedad
Nº 24, 2012: 107-136
ISSN: 0254-8062
Resumen
El presente ensayo cubre una faceta poco estudiada de la trayectoria y desenvolvimiento profesional de
Julio C. Tello Rojas, el padre de la arqueología peruana y uno de los más conspicuos e importantes arqueó-
logos de América.
Para su propósito el autor examina el estado de la cuestión de la ilustración de corte antropológico-ar-
queológico en el Perú antes del asenso de Julio C. Tello en los estudios arqueológicos nacionales, evaluando
posteriormente la propuesta, surgimiento, y desenvolvimiento de una escuela de ilustración grafica pe-
ruana, formada y dirigida por este intelectual. El autor concluye que la escuela de ilustración arqueológica
peruana es una notable contribución de Julio C. Tello a los estudios arqueológicos y a la historia de arte del
país en conjunto.
Palabras clave: Julio C. Tello, arqueología, registro, ilustración, ciencia, ideología.
Abstract
This essay covers a little-studied facet of the career and professional development of Dr. Julio C. Tello
Rojas, the father of Peruvian archaeology and one of the most conspicuous and important archaeologists
of America.
For its purpose the author examines the state of the art of the anthropologic and archeological illus-
tration in Peru before the accession of Julio C. Tello in the national archaeological studies, evaluating from
here the proposal, emergence and development of a school of graphic illustration, formed and directed by
this Peruvian intellectual. The author concludes that the school of Peruvian archaeological illustration is
an outstanding contribution of Julio C. Tello to Peru’s archaeology and history of art.
Keywords: Julio C. Tello, archaeology, record, illustration, science, ideology.
i Arqueólogo, egresado de la Escuela de Arqueología, Facultad de Ciencias Socieales de la Universidad Nacio- 107
nal Mayor de San Marcos. Candidato a doctor en Historia del Arte, Facultad de Letras, UNMSM.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 107-136
Introducción
“[...] en el año de labor que ya llevaba a su lado, no había dejado de dibujar mo-
tivos arqueológicos ni los domingos, porque el antropólogo era insaciable pidien-
do dibujos y desarrollos de las figuras mitológicas que estudiaba diariamente”.
Hernán Ponce Sánchez, 50 anécdotas del sabio Tello, 1957.
El legado intelectual de Julio C. Tello es, desde una perspectiva general, bastante considerable y abar-
ca múltiples aspectos relacionados a la actividad académica e intelectual peruana; especialmente en
lo que concierne al aspecto universitario (Tello 1928), la creación y administración de Museos (Tello
1959; Tello y Mejía 1967), la vida política (Guzmán 1997), el estudio etnográfico (Tello 1923), y por
sobre todo la fundación y el desarrollo de la arqueología peruana en sus múltiples facetas técnicas.
En este último punto, la influencia de Julio C. Tello es tan grande que considero en muchos casos ha
obnubilado u ocultado el valor crítico de algunas de sus contribuciones intelectuales, más allá de sus
grandes e insoslayables logros científicos.
En la actualidad, estimando lo que se ha publicado respecto a este intelectual peruano es posible
ponderar que la valoración y crítica de Julio C. Tello puede dividirse en variadas posiciones intelec-
tuales, algunas de ellas opuestas. Podemos mencionar por ejemplo aquella que ha idealizado la vida y
personalidad del maestro Tello (Weiss 1948; Ponce Sánchez 1957; Mejía Xesspe 1967; Basadre [en Jave]
1981; Linares 1989-1990; Guevara 1997; Barrantes 1997; entre otros); aquella que niega u oculta los
logros académicos de Tello (Bonavia 1981; Ravines 1982; Matos 1999); aquella que relativiza o denosta
de los logros intelectuales de Tello (Rowe 1954; Burger 1993); y aquella que tiene una valoración más
objetiva basada en un conocimiento de su trayectoria y logros intelectuales (Carrión Cachot 1947,
1948a, 1948b; Chávez Ballón 1951; Ponce Sánchez 1957; Mejía Xesspe 1960, 1967; Porras 1963; Fung
1977; Basadre 1981; Morales 1993, 1997; Shady 1997, Bueno 2010; Kauffmann 2010; entre otros).
La variación en la apreciación intelectual de un personaje como Julio C. Tello refleja por sí misma
la dimensión e influencia de Tello en el mundo académico peruano, el que sobrepasa, como ya hemos
visto, los aspectos arqueológicos más puristas; no obstante, siempre será la arqueología la profesión
intelectual y científica que va a caracterizar el trabajo de este intelectual y sobre el que su influjo
será más trascendente. Esto es importante de recalcar, porque se puede suponer, al considerar la
bibliografía acerca del arqueólogo, que la mayoría, sino todos los aspectos de esta faceta académica
han sido ya cubiertos por la crítica y el examen hermenéutico (Astuhuaman y Dagget 2005); cosa que
no es verdad en absoluto.
La intención de este ensayo es examinar un aspecto poco atendido por la crítica a Julio C. Tello, el
que está centrado en la ilustración arqueológica. Como se verá más adelante, la ilustración usada por
Tello es una de las facetas menos tomadas en cuenta de su trabajo, el que se desarrolló de manera sobre-
saliente y sistemática durante la vida del arqueólogo, llegando a ser uno de los aspectos más destacados
de sus aportes técnico-académicos, con posteriores implicancias en el desarrollo del arte pictórico, la
museística y la ciencia del Perú; lamentablemente mínimamente ponderadas en la actualidad.
Esperamos poder demostrar aquí el importante logro académico de Julio C. Tello al iniciar una
verdadera escuela de ilustración arqueológica en el Perú y al haber influenciado la historia del arte en
el Perú del mismo modo. En esta consideración, rendimos tributo y homenaje a su trabajo y su tesón,
así como a la de sus discípulos, colaboradores y estudiantes, en su gran tarea de edificación nacional.
sitios u objetos, sino el estudio comprensivo del pasado peruano, incluyendo aspectos sustanciales
como la cronología de los restos y la clasificación y definición de las evidencias. No obstante, la “ar-
queología peruana”, comprendida en su acepción compuesta, surge, sin duda, a partir de la irrupción
de Julio C. Tello en el campo de estudio del pasado, no sólo a nivel profesional-científico, sino como
intervención fundamentada en un compromiso de construcción disciplinaria pensada y creada en el
Perú, para los peruanos. Cualquier intervención arqueológica previa a Tello estuvo centrada en com-
promisos externos, personales o institucionales, o en la ejecución contratista de alguna obra de corte
antropológica o arqueológica, y aquí podemos incluir a todos los viajeros ilustrados, exploradores e
investigadores del siglo XIX hasta inicios del siglo XX, cuya escala final (cima lograda en el desarrollo
del interés en el pasado peruano), a favor del conocimiento y ciencia extranjeros, es, inobjetablemen-
te, el alemán Max Uhle (1856-1944).
Para establecer un marcador cronológico podemos proponer el año de 1913 como el inicio de la
arqueología peruana, con la rigurosidad profesional y científica que amerita. En 1913, Julio C. Tello
regresa al Perú luego de su estadía en América y Europa, embarcándose inmediatamente en la ex-
ploración arqueológica de la costa central del Perú (en compañía de Alex Hrdlicka) y en la redefini-
ción y fundación del Museo de Arqueología y Antropología, segregada del Antiguo Museo Nacional
(Mejía 1967). Por supuesto la carrera académica de Tello se inicia antes, en 1900, con su ingreso a la
Universidad Nacional Mayor de San Marcos, pero su papel en la arqueología nacional no tendría to-
davía repercusión relevante hasta aún después del retiro de Max Uhle de las actividades profesionales
en el campo arqueológico con su salida del Museo Nacional en 1911. Existe por lo tanto un traslape
temporal muy importante entre la aparición de Max Uhle en la escena peruana en 1896 y su salida
del Museo en 1911, que coincide grosso modo con la etapa formativa de Tello en San Marcos, América
(Harvard) y Europa.
La prosecución casi inmediata de los estudios arqueológicos de alto nivel en el Perú, durante el siglo
XX, ha marcado la apreciación del avance de la arqueología peruana de manera obvia, como se puede
ver por ejemplo en el cuadro propuesto por Altamirano para el desarrollo de la arqueología en el Perú
(1993: 27), que considera a Uhle como premisa fundacional (Fig. 1); no obstante, como dijimos, Uhle es
fundamentalmente el pico máximo del interés foráneo en el pasado arqueológico del Perú. Según el
maestro y arqueólogo Toribio Mejía Xesspe, cercano colaborador de Julio C. Tello, el interés encumbra-
do de Max Uhle se debe, coyunturalmente, en parte al abandono y destrucción del patrimonio arqueo-
lógico peruano durante el siglo XIX, que aceleró la formación de un “ambiente de conmiseración en los
círculos diplomáticos, sociales, literarios y artísticos del extranjero” para con las ruinas del Perú (Mejía
Xesspe 1967: XII), los que después generaron una serie de exploraciones, hechas por aficionados y luego
por investigadores científicos. Estas intervenciones bien pueden ejemplificar el desarrollo temprano
de la ilustración arqueológica y de la arqueología propiamente dicha, que se ejercía en el Perú hasta
ese tiempo. Muchos de estos exploradores son considerados “precursores” (Casa de la Cultura del Perú
1970), iniciadores o “padres” de nuestra arqueología, lo cual no tiene coherencia referencial en los tér-
minos concretos de una valoración objetivamente definida como las de este ensayo.
Una lista de estas intervenciones en los sitios arqueológicos peruanos, que antecedieron el sur-
gimiento de la arqueología peruana es provista por Mejía Xesspe, cuya utilidad en el examen de la
ilustración arqueológica justifica su inclusión aquí:
“[…] por orden cronológico: W. B. Stevenson, informe sobre sus viajes de 20 años en Sud América
(1825); Mariano E. Rivero, sobre antigüedades peruanas (1841); J. J. von Tschudi, sobre sus excursiones
en el Perú (1846); Rivero y Tschudi, sobre antigüedades peruanas (1851); Sir Clement R. Markham, in-
forme sobre sus exploraciones y estudios (1856 y siguientes); A. de Montferier, informe sobre las cami-
nos del litoral norte (1857); Mateo Paz Soldán, sobre historia, antigüedades y geografía (1862); George
E. Squier, sobre exploraciones y excavaciones en Perú y Bolivia (1863 y siguientes); Marcos Jiménez 109
de la Espada, informe sobre las ruinas inkaicas de Callo, Ecuador (1864); Thomas F. Hutchinson, sobre
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 107-136
excavaciones en la costa peruana (1871); Wilhelm Reiss y Alphons Stübel, descripción y estudio de
tumbas de Ancón (1874 y siguientes); J. John Shumacker, informe sobre exploraciones en Pachacamac
(1874); Charles Wiener, sobre exploraciones y excavaciones en el Perú (1875); Knut Hjalmar Stolpe,
noticias sobre excavaciones en las necrópolis de Ancón (1884); Ernst W. Middendorf, informe sobre el
resultado de sus viajes y observaciones, exploraciones y excavaciones en el Perú (1865 a 1888); George
A. Dorsey, informes sobre exploraciones y excavaciones en Perú y Bolivia (1891); Adolfo F. Bandelier,
exploraciones y excavaciones en Perú y Bolivia (1892 y siguientes); Enrique H. Brunning, noticias y
colecciones arqueológicas del litoral norte peruano (1892 y siguientes); Max Uhle, exploraciones y
excavaciones en Bolivia y Perú (1893 y siguientes); Eugenio Larrabure y Unanue, informaciones sobre
ruinas arqueológicas de la costa peruana (1893); etc.” (Mejía Xesspe 1967: XII). A estos autores pode-
mos agregar a Eugene de Sartiges (1834), Juan Mauricio Rugendas (1842) y Leonce Angrand (1847) que
110
visitaron y exploraron varios sitios arqueológicos en el Perú.
Gori Echevarría / Julio C. Tello y la ilustración arqueológica peruana
La lista es indicativa del interés académico o ilustrado de su tiempo. De estos autores son rele-
vantes, para ejemplificar el tipo de ilustración “arqueológica” efectuada en el siglo XIX: Mariano de
Rivero, George E. Squier, Thomas F. Hutchinson, Wilhelm Reiss y Alphons Stübel, Charles Wiener,
Ernst W. Middendorf, Leonce Angrand y Max Uhle.
El mismo Toribio Mejía Xesspe ha puntualizado adecuadamente que “Las fuentes documentales
sobre la arqueología peruana, en los siglos XVIII y XIX, se referían esencialmente a descripciones
someras de las ruinas y ponderaciones de las obras de arte, como la cerámica, metales y tejidos que
se hallaban en colecciones públicas y privadas” (Ob. cit., p. 21), y no le faltó razón. Una evaluación de
la muestra gráfica mencionada ejemplifica claramente que la ilustración de antigüedades era funda-
mentalmente anecdótica (de tipo folklórica y de curiosidades), a pesar del hecho de que los autores
sabían perfectamente que se trataban de restos antiguos o arqueológicos. La comprensión del pasado
peruano en el siglo XIX, salvo contadas excepciones, no tenía un nivel de apreciación sistémica, y
no comprendía una correlación ilustrativa como parte de una investigación meticulosa o metódica;
excepto como reflejo gráfico de un hecho, sitio, artefacto o rasgo artístico representativo; lo que con-
firma lo dicho por Mejía Xesspe.
Salvo Mariano de Rivero, cuyo libro Antigüedades peruanas (1841) constituye realmente un es-
tudio avanzado sobre el pasado peruano en el siglo XIX, los gráficos de alta calidad de los autores
segregados dos párrafos atrás (que han hecho que estos autores sean considerados “arqueólogos”
indistintamente) y los que son usados por Max Uhle (quien por primera vez planteó un estudio ar-
queológico riguroso mediante reflexiones teóricas del pasado), muestran todavía un nivel muy básico
de correlación formal entre ilustración
e investigación científica. La mayoría
de aportes gráficos conforman ilus-
traciones de un tipo generalizado, que
soporta, ya sea, un argumento intelec-
tual mediante un rasgo, sitio u objeto
selecto (Rivero, Middendorf, Uhle, por
ejemplo, Figs. 2, 3 y 4), o constituyen,
por su valor intrínseco, información de
primera mano para la apreciación del
fenómeno cultural pasado, a desme-
dro del texto que lo soporta (George E.
Squier, Thomas F. Hutchinson, Wilhelm
Reiss y Alphons Stübel, Charles Wiener,
Leonce Angrand, entre otros; Figs. 5, 6,
7, 8 y 9). Podemos afirmar que solo en
casos excepcionales la ilustración va
más allá de su función descrita, y cons-
tituye por sí misma un rubro especia-
lizado de información documental de
alto rango.
A nivel de producción técnica, la
mayoría de ilustraciones son dibujos a
tinta de calidades variadas que fueron
Figura 5. Tejido de algodón. Tomado de Peru, Inci- Figura 6. Quilcas o petroglifos de Yonan. Tomado de
dents of Travel and Exploration in The land of the Two years in Peru, with exploration of its antiqui-
112 Incas por George E. Squier 1877: p. 76. New York. ties por Thomas J. Hutchinson 1873: p. 175. London.
Gori Echevarría / Julio C. Tello y la ilustración arqueológica peruana
Figura 7. Fardos funerarios de Ancón. Tomado de The Figura 8. Tejido no terminado de una tumba de El
necropolis of Ancon in Peru: a contribution to our Arenal de Pachacamac. Tomado de Pérou et Bolivie,
knowledge of the culture and industries of the em- Récit de Voyage por Charles Wiener: p. 65. Paris.
pire of the Incas, being the result of excavations
made on the spot, 1880-1887: Plate 14. Berlin.
procesados mediante litografías de pequeño y mediano formato, el cual era el procedimiento regular
de ilustración para publicaciones en el siglo XIX. No obstante, de manera excepcional y sobresaliente,
las ilustraciones de Wilhelm Reiss y Alphons Stübel (Fig. 10) procedentes de sus trabajos de Ancón en
1874 fueron realizadas mediante acuarelas de colores en láminas regulares que se hicieron in situ o
mediante el traslado de los objetos y fotografías al gabinete (Carlson 2000). Las reproducciones de las
acuarelas fueron hechas siguiendo procedimientos de impresión litográfica sucesiva, aunque los ori-
ginales existen independientemente. Este es probablemente el único trabajo en su género vinculado
al Perú que fue publicado durante el siglo XIX y constituye un aporte de primera línea a la ilustración
arqueológica que estuvo vinculada a la excavación, registro y dibujo de material cultural, mismo que
va a preceder, como veremos después, los trabajos ilustrativos de Julio C. Tello. Hay que puntualizar,
sin embargo, que este trabajo es excepcional en su propio género, pero no es el único en su tipo, ya
que Leonce Angrand (1972) (Fig. 11), viajero de tendencias costumbristas, va a realizar ilustraciones
en acuarela de diversos yacimientos arqueológicos en el Perú, enfocándose principalmente en el pai-
113
saje y monumentalidad de los sitios.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 107-136
Figura 10. Figura 7. Excavación de una tumba en Ancón. Tomado de The necropolis of Ancon in
114 Peru: a contribution to our knowledge of the culture and industries of the empire of the
Incas, being the result of excavations made on the spot, 1880-1887: Plate 5. Berlin.
Gori Echevarría / Julio C. Tello y la ilustración arqueológica peruana
1 Aunque hubo preferencia por la gráfica directa, algunos autores tornaron a la fotografía como recurso grá-
fico principal, como Uhle, dejando la ilustración en un segundo plano del registro. Hay que enfatizar que la
técnica de ilustración para las publicaciones no parece haber condicionado su uso o desarrollo, como hemos 115
visto por los alemanes.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 107-136
ha reducido considerablemente por falta de data específica, como escalas o referencias explícitas. Si
hay ilustración “arqueológica” que valga estimar durante el siglo XIX, esta sólo puede ser revalida-
da sobre la base de parámetros más actuales, lo cual relativiza su valor nuevamente. La ilustración
“arqueológica” en el siglo XIX y épocas anteriores no constituía, en general, corolario técnico de un
procedimiento de investigación sistemático y regular durante su producción y esa debe ser la premisa
de su consideración regular o corriente.
Según Mejía Xesspe, Tello llevó a cabo más de treinta y tres importantes exploraciones arqueoló-
gicas a lo largo del norte, centro y sur andinos, exploraciones que incluían regiones geográficas ente-
ras y tenían una duración considerable que abarcaba, desde varias semanas, meses y hasta periodos
anuales (Pedro Rojas Ponce, conferencia 2008). Varias de las exploraciones llevadas a cabo son ahora
consideradas verdaderas escuelas de campo y constituyen la época más brillante de las exploraciones
arqueológicas peruanas. Para citar solo algunos ejemplos de estas campañas podemos mencionar la
primera expedición universitaria arqueológica al departamento de Ancash de 1919, donde se hace el
reconocimiento de la cultura Chavín y los troncos culturales Huaylas o Recuay, y del mismo Chavín
(Carrión 1947: 39; Mejía 1967: XV). Las exploraciones de 1925 al valle de Chincha y Pisco con el descu-
brimiento de la Cultura Paracas en Cabeza Larga y Cerro Colorado; las exploraciones y excavaciones
de 1933 en Cerro Blanco y Punkuri, sitios con arquitectura monumental Chavín en la costa; la de 1935 a
las cabeceras de los ríos Huallaga y Marañón con el subsecuente descubrimiento de Kotosh; la de 1937,
expedición arqueológica al Marañón con el descubrimiento de Cerro Sechín, Mojeke, Yanakancha,
Kumbe Mayo, entre otros sitios; y la expedición de 1942 al Urubamba donde se descubre el sitio de
Wiñay Wayna entre otros (Mejía, ob. cit.).
Por otra parte, su labor tesonera y sistemática en la organización y fundación de museos es tam-
bién altamente relevante y a considerar, pues desde 1913, en que arribó de su beca a Europa, Tello
no cejó esfuerzo alguno por constituir una institución que sirviera de repositorio y base para los te-
soros culturales del país y centro de investigaciones arqueológicas y antropológicas, que es el museo
integral en su perspectiva moderna. Entre otras, las principales acciones de Tello fueron, en 1919, la
fundación del Museo de Arqueología de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos; en 1924, la fun-
dación del Museo de Arqueología Peruana con base en las colecciones del Museo Víctor Larco Herrera;
en 1931, la creación del Instituto Nacional de Antropología en la Facultad de Letras de la Universidad
Nacional Mayor de San Marcos; y en 1945 la estructuración de los museos nacionales del país, y la
creación del Museo Nacional de Antropología y Arqueología, donde en 1946 se reunieron las coleccio-
nes del Museo de Arqueología de la Facultad de Letras de San Marcos y el Museo de Magdalena Vieja
(Museo Nacional de Antropología y Arqueología de Pueblo Libre) dando lugar al museo integral más
completo del Perú (Mejía 1967: XX).
Además de estas labores, es muy conocido el valor que Tello daba a la formación académica uni-
versitaria y es proverbial el apasionamiento que ponía en las labores de enseñanza y renovación de los
estamentos universitarios desde 1919 en que se incorpora a San Marcos, vinculación que va a detentar
hasta su muerte. Tello participa activamente en la reforma universitaria (Carrión 1947: 38) y pro-
fesionalmente incorpora nuevas cátedras universitarias, como Antropología General, Antropología
Física, y Arqueología Americana y del Perú (Porras 1963: 84), poniendo al Perú a la vanguardia de los
estudios antropológicos y arqueológicos en América. Julio C. Tello, además, guardaba una profunda y
entrañable consideración por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Rebeca Carrión Cachot
dice: “Fue un militante luchador de la causa universitaria. Las experiencias alcanzadas en más de
cuatro años de estada en las célebres universidades de Harvard, Oxford y Berlín, las puso al servicio
de la Universidad de San Marcos” (1947: 37), y sabemos que Tello legó testamentariamente a esta uni-
versidad su inmenso archivo y su extraordinaria biblioteca (Tello 1983), una de las documentaciones
antropológicas más completas e importantes del mundo. El Dr. Manuel Chávez Ballón apunta: “[…]
el Dr. Tello simbolizaba y representaba a San Marcos, por su rebeldía, su nacionalismo, su espíritu
moderno, científico y democrático. Por esto Tello, fue uno de los más queridos y respetados maestros
sanmarquinos” (Chávez 1951: 1969).
Y la labor de publicación tampoco es menor. Julio C. Tello escribió abundantemente y muchos de
sus trabajos se publicaron en periódicos y revistas de su tiempo, independientemente de los artículos
académicos más integrales, folletos y libros de difusión que el arqueólogo produjo hasta 1947. Julio 117
Espejo Núñez recopiló, en una bibliografía “sintética”, ciento diecinueve entradas entre 1906 y 1947
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 107-136
de tiempo que antecede la emergencia de Tello (definida por Willey y Sabloff [1974] como “periodo
Clasificatorio-Descriptivo” entre 1840-1914), seguía manteniendo los mismos modelos formales de
representación figurada del siglo XIX, basada en la litografía, dibujos de monumentos y artefactos
primordialmente; y los mismos parámetros se muestran en general en la arqueología egipcia durante
los “años gloriosos” (1881-1914) de sus grandes descubrimientos arqueológicos (Reeves 2000). Salvo
mejor data se podría presumir que para 1913, en que Tello empieza a desarrollar su arrolladora carre-
ra arqueológica, él se ve compelido a crear, en el sentido más extendido del término, una metodología
propia, peruana, de ilustración arqueológica que comprendía múltiples técnicas y experiencias, pero
deliberadamente nacional.
Julio C. Tello fallece prematuramente el 3 de junio de 1947 a los 67 años de edad, fue enterrado
en el Cementerio General de Lima y luego de un año trasladado a una tumba especial en el Museo de
Antropología y Arqueología de Pueblo Libre, donde sus restos se conservan hasta la actualidad. Tello
fue en verdad, como ha dicho Mejía Xesspe, el “paladín de la arqueología peruana”, y supo imponerse
con pasión y razón contra todos los prejuicios sociales, y contra las ideas que atropellaban la natura-
leza y el desarrollo del hombre peruano. Dice Porras: “Cuando todos sostenían con el viejo Uhle que
la cultura era importada y había seguido el camino de la Costa a la Sierra, Tello irrumpió, como en
las sesiones de la Facultad, para sostener y probar que la cultura peruana era autóctona y que siguió
el camino inverso de la floresta a la sierra y de la sierra a la costa. Y puso su vida en demostrarlo”
(Porras 1963: 79).
A partir del reconocimiento de esta necesidad de recuperar información, Tello promovió el de-
sarrollo de un registro competente a dos niveles paralelos de aprehensión gráfica (usando indistinta-
mente premisas de corte puramente técnico y de valor artístico), que son: a. La ilustración de campo
y b. la ilustración de gabinete. Ambos tipos de ilustración son fundamentales y se desarrollan desde
que se inician los trabajos arqueológicos de cualquier clase. Como se sabe, el registro gráfico o ilustra-
ción técnica es un requerimiento obligatorio del trabajo arqueológico moderno, y esta condición es
claramente perceptible en los registros de Tello.
Una cuestión que debemos incluir aquí concierne a la diferencia entre los valores de la ilustración
ejercidas por Tello, que distingue los aspectos estrictamente técnicos de los artísticos, sin separarlos ne-
cesariamente, lo cual es importante reconocer para estimar mejor la contribución de Tello a este rubro
del quehacer arqueológico. Como es posible asumir, el registro técnico incluye un número de paráme-
tros controlados para la obtención de “datos” de campo o gabinete que puedan ser usados en investiga-
ciones subsecuentes, mientras que la ilustración o registro artístico aporta valores estéticos adicionales
de apreciación subjetiva, cuyo valor representacional supera al estrictamente cuantitativo.
En el campo, el registro técnico se puede advertir desde la planimetría inicial de la zona o el sitio
hasta las cuadriculas o áreas de excavación, ya sea dibujos de planta o cortes longitudinales de los
yacimientos (Fig. 12). Asimismo incluye el dibujo de los niveles de excavación, la ubicación tridimen-
sional de los artefactos, los rasgos hallados (Fig. 13), la estratigrafía (Fig. 14) y los artefactos o con-
textos individuales (Fig. 15). También es fundamental el registro gráfico de la asociación material, los
“contextos” o asociaciones significativas advertidas y cualquier elemento, cuyo valor informativo sea
relevante de registrar. En gabinete el registro técnico incluye el dibujo y descripción de los artefactos
recuperados con todas sus magnitudes, detalles especiales de su composición física e incluso recons-
trucciones hipotéticas de estos mismos materiales para una apreciación integral del objeto (Fig. 16).
Figura 12. Plano del Templo de Punkuri, valle de Nepeña 1933. Tomado de Cuadernos de Inves-
tigación del Archivo Tello No 4. Arqueología del valle de Nepeña. Excavaciones en Cerro
120 Blanco y Punkuri. Universidad Nacional Mayor de San Marcos 2005. Lima.
Gori Echevarría / Julio C. Tello y la ilustración arqueológica peruana
Figura 13. Descubrimiento del monolito grabado “Indio Bravo”, Templo de Cerro Sechín, 1937. To-
mado de Arqueología del valle de Casma. Por Julio C. Tello 1956: Fig. 47. Lima.
La ilustración artística, por otra parte, está asociada frecuentemente a todas las labores anterior-
mente señaladas al punto de incluir con eficiencia algún efecto estético superlativo. Es importante des-
tacar esto, porque la mayoría de los artefactos recuperados durante las excavaciones (para la arqueo-
logía peruana principalmente) muestran un gran peso estético, lo que Julio C. Tello debió advertir para
proponer el tipo de registro que implementó durante la mayoría de sus trabajos de investigación. Es
muy probable, y podemos adelantar esta conclusión aquí, que el condicionamiento natural de los yaci-
mientos y materiales arqueológicos peruanos ha sido uno de los agentes que ha coadyuvado a desarro-
llar, en Julio C. Tello, una ilustración gráfica de alto rango con una predisposición artística a ultranza.
Cualquiera sea el caso, como ya hemos dicho, el valor de la ilustración artística, en arqueología peruana,
implica a la vez un componente informativo y un componente estético relevante. No existen restric-
122 Figura 18. Fragmento de cornisa reconstruida describiendo figura de cóndor o águila. Tomado de Chavín. Cultura
matriz de la civilización andina, por Julio C. Tello 1960: Fig. 36. Lima.
Gori Echevarría / Julio C. Tello y la ilustración arqueológica peruana
Tello era un hombre andino con todas las características fenotípicas que les son aplicables en térmi-
nos racistas y que son usadas vulgarmente hasta hoy para denostar de la población peruana, es decir:
hombre de baja estatura, prieto, robusto, de nariz aguileña, y rebelde cabellera (“trinchudo”) (Carrión
1948b). Todos estos aspectos y características eran negativas a comienzos del siglo XX, y constituye-
ron una barrera social que Tello debió superar para poder desarrollar su trabajo.
La labor de Julio C. Tello en la arqueología peruana se basó fundamentalmente en una premisa
científica, tal como hemos concluido en el capítulo anterior, pero esta estuvo precedida o incidida
por una premisa ideológica de base nacional. Tello realizó su labor con el fin de reedificar la identidad
nacional, de reconstruir la trayectoria histórica del hombre peruano, y esa labor era tan o más revo-
lucionaria como la de erigir la arqueología peruana; considerando además el status quo de la ciencia
peruana y la postración centenaria del hombre andino. Y su labor fue encomiable: “Basta recordar
–dice Mejía− que con su inteligencia y carácter personal proscribió el mito del complejo de inferiori-
dad que agobiaba al Indio desde los tiempos de la conquista y el coloniaje” (1967: V), y lo hizo usando
la ciencia como su arma.
Julio C. Tello distinguió la necesidad de un trabajo arqueológico que supervalorara los aspectos
más significativos de esta labor, en términos de una propuesta socialmente constructiva y edificado-
ra, de allí su extensivo trabajo por todo el Perú y su interés en la conservación y difusión de los ex-
traordinarios legados culturales nacionales. Tello sabía que la demostración –y quiero enfatizar esto−,
la demostración del avanzado desarrollo cultural de los peruanos, miles de años antes de los Inkas,
tendría repercusiones ideológicas positivas en la autoestima nacional, especialmente para combatir
los viejos y anacrónicos argumentos contra el hombre andino; como por ejemplo que el atraso del
Perú se debía a los indígenas o campesinos (como él mismo), o que la vinculación del hombre andino
con el pasado monumental no existía por la importación cultural centroamericana, idea cuyo adalid
y defensor máximo era el alemán Max Uhle.
Tello debió considerar estos aspectos racionalmente a la hora de proponer su tarea académica
y el desarrollo de su producción intelectual, de allí la consideración de una ilustración arqueológica
que trasluce su propuesta, y cuyo valor técnico-artístico es evidente a todos los niveles del registro
y documentación arqueológica, hasta la publicación de sus reportes y estudios finales. Esta es la base
sustantiva que diferencia la ilustración de Tello de todos los tipos de ilustración antropológica o ar-
queológica precedentes y contemporáneas a él en América, que se caracterizan generalmente por la
gráfica plana, cuya premisa intelectual no incluye fundamentalmente un sesgo social edificatorio. La
premisa ideológica de reivindicación social, claramente expuesta por la cita de Toribio Mejía Xesspe,
se expresa, en parte naturalmente, en la gráfica e ilustración que Tello implementó en sus labores, y
esa es una particularidad propia que distingue su obra hasta el día de hoy.
Figura 20. Mausoleo de Wakaurara, dibujo a tinta por Hernán Ponce Sánchez 1942.
Archivo Tello, Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
Figura 21. Dibujo panorámico de reservorio No 2 del Templo de la Luna de Pachacamac, dibujo
a tinta y lápiz por Luis Ccosi Salas 1940. Tomado de Cuadernos de Investigación del Archivo
Tello No 6, Arqueología de Pachacamac: Excavaciones en el templo de la Luna y cuarteles, 125
1940-1941. Universidad Nacional Mayor de San Marcos 2009: Fig. 162. Lima.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 107-136
Figura 22. Corte NO del montículo A, Huaca Malena, registro por Mejía Xesspe y Pedro Ulloa 1925.
Tomado de Cuadernos de Investigación del Archivo Tello No 2. Arqueología del valle de Asia:
Huaca Malena. Universidad Nacional Mayor de San Marcos 2000: Lámina 1. Lima.
Figura 24. Calco de fragmento de mortero proveniente de Punkuri, hecho a carboncillo en 1933. Tomado de Cua-
dernos de Investigación del Archivo Tello No 4. Arqueología del valle de Nepeña, Excavaciones en Cerro
Blanco y Punkuri. Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima.
Figura 25. La edad de los Auca Runas, naciones gue- Figura 26. Cántaro ceremonial Nasca.
rreras. Dibujo a tinta por Hernán Ponce Sánchez 1939. Acuarela por Hernán Ponce Sánchez. To-
Tomado de Las primeras edades del Perú, por Julio mado de Paracas. Primera parte, por
C. Tello 1939. Lima. 127
Julio C. Tello 2005[1959]. Lima.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 107-136
Figura 27. Pututo o Wailla kepa decorado con fi- Figura 28. El “Indio Bravo” monolito principal de
guras del arte Chavín. Acuarela por Pedro Rojas Sechín bajo, sitio descubierto por Julio C. Tello en
Ponce. Tomado de El Strombus en el arte Cha- 1937, acuarela por Pedro Rojas Ponce, Archivo Tello,
vín, por Julio C. Tello 1937. Lima. Universidad Nacional Mayor de San Marcos.
Figura 29. Reconstrucción del Templo de Cerro Blanco descubierto en el valle de Nepeña por Julio C. Tello en 1933,
128 patio del Museo Nacional de Antropología y Arqueología, Pueblo Libre. Obra de Luis Ccosi Salas. Tomado de la Re-
vista del Museo Nacional de Antropología y Arqueología Vol 2, No 1: p. 1, 1947. Lima.
Gori Echevarría / Julio C. Tello y la ilustración arqueológica peruana
Las ilustraciones logradas mediante estas técnicas alcanzaron una altísima calidad y hay que
mencionar los gráficos de Chavín incluidos por ejemplo en Antiguo Perú. Primera época” (1929) Origen
y desarrollo de las civilizaciones prehistóricas andinas (1942) o Chavín. Cultura matriz de la civilización an-
dina” (1960) que se caracterizan por el uso del dibujo a tinta, la perspectiva y la monumentalidad
representativa (Figs. 30, 31 y 32). Las escalas referenciales de las imágenes son manejadas en grandes
proporciones, evidentemente para supervalorar el aspecto artístico representativo del arte Chavín,
que se proponía el arte más antiguo y complejo del Perú en ese tiempo. Otro ejemplo sobresaliente lo
constituyen las ilustraciones del libro Paracas. Primera parte” de 1959, donde se combinaron diferentes
técnicas pictóricas, predominando la acuarela para la descripción gráfica de los fardos funerarios
(Figs. 33, 34 y 35) y de toda la gama de objetos arqueológicos hallados por las investigaciones. Las
acuarelas de los fardos funerarios de Paracas pueden ser consideradas las obras maestras de la ilus-
tración gráfica peruana, y fueron hechas por Pedro Rojas Ponce y Hernán Ponce Sánchez in situ y en
los gabinetes del Museo de Arqueología Peruana.
Debemos recalcar, en pos de un balance, que la ilustración ejercida por Julio C. Tello durante sus
trabajos exploratorios y arqueológicos constituye, hasta la fecha, una de las muestras más avanzadas de
la investigación arqueológica americana, la que, paralelamente al desarrollo teórico metodológico de
Tello, puso a la arqueología peruana a la vanguardia de la arqueología profesional en el mundo entero.
Este gran avance se produjo en un solo cambio generacional a partir de Uhle, y fue llevado a cabo por un
solo hombre en su ardua tarea de edificación científica y social. El registro gráfico e ilustrativo publicado
por Tello confirma sobremanera esta apreciación, destacando su perspectiva sistemática, no anecdóti-
ca, y su proyección de valor científico y artístico que la hacen vigente hasta el día de hoy.
Figura 30. Vasija de piedra con la imagen del Ídolo-Jaguar o Wiracocha. Tomado de
Antiguo Perú, Primera época, por Julio C. Tello 1929: Fig. 27. Lima.
Figura 32. Cabeza clava escultórica del Templo Figura 33. Fardo funerario No 451 descubierto intacto, Ne-
de Chavín. Tomado de la tapa del libro Chavín. cropolis de Wari Kayan o Cerro Colorado, Paracas. Acuarela
Cultura matriz de la civilización andina, por de Hernán Ponce Sánchez 1928. Tomado de Paracas. Prime-
Julio C. Tello 1960. Lima. ra parte, por Julio C. Tello 1959: Lámina XI. Lima.
Figura 34. Fardo funerario No 451 en proceso de desenfar- Figura 35. Fardo funerario No 451 en proceso de
delamiento. Acuarela de Pedro Rojas Ponce. Tomado de desenfardelamiento. Acuarela de Pedro Rojas Pon-
Paracas. Primera parte, por Julio C. Tello 1959: Lámina ce. Tomado de Paracas. Primera parte, por Julio C.
XIII. Lima. Tello 1959. Lámina XVII. Lima.
Aspectos coyunturales
Julio C. Tello tuvo que luchar mucho para poder crear el medio ambiente intelectual que le fuera
propicio para su labor arqueológica. Desde 1913 en que regresó al Perú de su estadía en América y
Europa, se dedicó en parte a formar una escuela, incorporando personal constantemente mediante
130 la evaluación de sus aptitudes, cualidades personales, profesionales y artísticas. Pero antes de in-
corporar personal, Tello tuvo que crear los museos y las instituciones que soportaran sus empresas
Gori Echevarría / Julio C. Tello y la ilustración arqueológica peruana
científicas, ya sea en el Perú o en el extranjero, sea en San Marcos con el Museo de Arqueología o en
New York con el Institute of Andean Research que fundara en 1936. Porras bien dice: “Una de las más
extraordinarias facultades de Tello fue su poder de creación y de organización. Fue, como lo ha dicho
Kroeber, un dínamo humano, que ponía en movimiento muchas fuerzas estacionadas e inertes. Esta
facultad insólita de realizar sus ideas, de poner en acción sus proyectos, la demostró innumerables
veces, sacando de la nada instituciones y organismos florecientes a los que él les prestaba ánimo y
vida” (Porras 1963: 82).
Un aspecto fundamental del aporte institucional fue el soporte que recibió de las universidades don-
de realizó sus estudios académicos, de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y de la Universidad
de Harvard. Es legendario el cariño de Tello a la Universidad de San Marcos a la que legó todo su fondo
documental acumulado a lo largo de su vida, Manuel Chávez Ballón apunta: “El extraordinario interés
y labor de Julio C. Tello por la Universidad de San Marcos, se justifica en parte por el hecho de ser dicha
universidad, la que alentó sus más caros anhelos y propició la mayoría de sus trabajos de investigación,
exploración y reconocimiento arqueológicos, y por otra, por el apasionado nacionalismo que guió toda
su vida” (Chávez Ballón 1951: 174). El mismo Tello apunta testamentariamente: “Por mi parte, además
del apoyo del estado y de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, conté con el concurso generoso
de varias instituciones y personas individuales, particularmente de la Universidad de Harvard, que me
acogió en sus aulas y me estimuló en mis trabajos[…]” (Tello 1983: 139).
Habiendo creado las instituciones necesarias, dotándolas adicionalmente de gabinetes, talleres,
herramientas de trabajo, etc., Tello incorporó progresivamente a sus colaboradores, con los que llevó
a cabo sus trabajos en todo el Perú, y esta fue una de las claves de su éxito. Tello era muy exigente
como lo atestiguan sus mismos colaboradores (Ponce Sánchez 1957, Mejía 1977, Weiss 1977; Manuel
Chávez Ballón, conversación personal 1993), pero era también muy paternal y comprensivo, amigo
inestimable y gran consejero; sus colaboradores le idolatraron en el servicio, y después de la muerte
mantuvieron su memoria y su prestigio a niveles de fidelidad absoluta. Esta fue la coyuntura laboral
del maestro Tello, entre sus alumnos y colaboradores provenientes de todo el Perú.
La ilustración arqueológica post Julio C. Tello
Como se ha podido ver, la ilustración arqueológica de Julio C. Tello alcanzó su máximo pico hasta
la década de 1950, y su logros son prácticamente irrepetibles en la actualidad; lo que se debe fun-
damentalmente a la falta de coyuntura para una labor gráfica que lleve a artistas y colaboradores a
desarrollar el tipo de ilustración que caracterizó el trabajo de Tello. Esto es interesante de considerar,
porque no existe ningún paralelo formal entre el trabajo de Tello y la ilustración arqueológica que
se practicó en el Perú por otros intelectuales antes en la primera década del siglo XX y durante la
regencia de Tello en la arqueología nacional hasta su muerte en 1947. Una lista concisa podría incluir
a Max Uhle, Arthur Baessler, José Toribio Polo, Reginal Enok, Erland Nordenskiold, Paul Berthon,
Eric Boman, Marshall H. Saville, Eduard Seler, Manuel Gonzales de la Rosa, Alex Hrdlicka, Arthur
Posnansky, Hiram Bingham, Jules Nestler, Leland Locke, hasta 1915 (Mejía 1967: XII y XIV); y después
a los miembros de la escuela norteamericana, conformada principalmente por Wendell C. Bennett,
Samuel K. Lothrop, Junius Bird, Gordon R. Willey, Theodore Mc Cown, John H. Rowe, Lila M. O’Neale,
William Duncan Strong, George Kubler, Donald Collier, James Ford, John M. Corbett, Alfred Kidder
II y Harry Tschopik (Porras 1963: 89). Algunos de estos investigadores trabajaron con Tello en algún
momento de su estadía en Perú, como Alex Hrdlicka en 1913; A. L. Kroeber en 1925; Samuel K. Lothrop,
el mismo año de 1925; y Donald Collier en 1937.
Debemos mencionar independiente a Luis Langlois, Henri y Paule Reichlen, Paul Rivet, Jehan
A. Vellard, Robert Lehmann, Walter Lehmann, Heinrich Ubbelohde Doering, Juan Larrea, Manuel
Ballesteros, Luis Pericot, Paul Fejos, Larco Hoyle, Luis E. Valcárcel, Jorge C. Muelle y Pedro E. Villar
131
Córdova.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 107-136
Hay que apuntar que hasta la primera década del siglo XX los autores citados siguieron, en ge-
neral, los mismos modelos de trabajo individualista del siglo XIX, con los mismos parámetros ilus-
trativos, ahora claramente más sistematizados. Por otro lado, a partir de la presencia de la “escuela
norteamericana” no se percibe que se hayan mejorado los esquemas ilustrativos, habiéndose más
bien refinado los registros hacia procedimientos más esquemáticos de valor informativo (data pura)
y de menos referencia artística, siendo esta última virtualmente eliminada de la ilustración arqueo-
lógica por la fotografía profesional controlada. Por supuesto, guardamos nuestras reservas sobre el
avance y producción gráfica, pudiéndose encontrar buenos trabajos no reseñados aquí; es sintomáti-
co no obstante que no se conozcan grandes obras de ilustración arqueológica que puedan competir o
ensombrecer los avances de Julio C. Tello en la materia. El legado ilustrativo de Tello ha permanecido
incólume y los nuevos avances tecnológicos y figurativos no han hecho más que ponderar y resaltar
el valor de la ilustración ejercida por este científico peruano.
Conclusiones
Hoy, a la luz de las nuevas evaluaciones del trabajo de Julio C. Tello acicateadas por la publicación de
parte de su acervo científico inédito, es posible descubrir aspectos desconocidos o poco explorados
de su impresionante y monumental contribución académica y científica. Uno de estos aspectos es el
desarrollo de una ilustración arqueológica de alto rango profesional y de un valor artístico implícito
sobresaliente. Solamente la propuesta integral del desarrollo de una ilustración de este tipo en la
arqueología peruana, que él estaba creando desde la segunda década del siglo XX, constituye uno de
los aportes más relevantes de su trayectoria profesional, siendo un ejemplo concreto de innovación
científica y académica a favor del Perú.
Julio C. Tello no puede verse como un académico formal, simple; las contribuciones de Tello en
todos los niveles de la arqueología científica son profundamente innovadoras y compete entenderlas
dentro de los parámetros de la creación científica. Tello no sólo “descubrió” monumentos arqueológi-
cos extraordinarios, descubrió fórmulas intelectuales de entender y articular estos hallazgos, descubrió
maneras de hacer elocuente el valor cultural y artístico de estos yacimientos, y descubrió maneras de
hacer llegar estos conocimientos a la población peruana. Julio C. Tello era ante todo un innovador cien-
tífico, un intelectual proactivo, cuya creatividad y avidez de conocimientos lo llevaron a desentrañar los
secretos del pasado nacional de una manera inaudita para su tiempo. A. L. Kroeber, el más renombrado
antropólogo americano de su tiempo, decía de Tello: “Julio Tello, indio de raigambre y dínamo humano,
fundador de tres importantes museos y descubridor de cultura tras cultura. Él sabe tanto de arqueología
peruana como el resto de nosotros juntos” (Kroeber 1944: 5-6, traducción mía).
Las aportaciones de Tello, por lo tanto, no pueden explicarse con fórmulas nimias como la “in-
tuición” social o científica, que son siempre tan usadas para referirse a su triunfos académicos, espe-
cialmente en el descubrimiento secuencial de extraordinarios yacimientos arqueológicos; “los que
hablan de intuición simplemente no han leído a Tello” (Daniel Morales Chocano, comunicación per-
sonal 2010). Tello, como nadie, había racionalizado su propio fondo cultural nativo a favor de una
comprensión cabal del mundo del hombre andino, del pasado y del presente, y se nutrió de todas las
tradiciones culturales andinas y amazónicas estudiando sus lenguas, sus costumbres, sus ritos y sus
mitos; y se hizo acompañar por gente como él, de todos los rincones del país, de quienes aprendió a
ver las montañas como él, a hurgar el mundo con la visión inmemorial del hombre andino. Por eso, su
gran triunfo, de allí su compromiso. Cuando Tello fue a América y Europa, fue a hacer valer su misión
de reedificación histórica; Tello no se convirtió en americano o en europeo, y volvió directamente a
la prosecución de un objetivo claro y específico, la reedificación nacional de nuestra historia, la resti-
tución de nuestra milenaria memoria colectiva, la reivindicación de nuestra autoestima.
Sin duda estamos ante la evidencia de un trabajo de vida dedicado casi exclusivamente a la res-
132
tauración de nuestra trayectoria histórica. Su profundo compromiso con el Perú, con sus institucio-
Gori Echevarría / Julio C. Tello y la ilustración arqueológica peruana
nes tutelares como la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y por sobre todo con el hombre
andino, son en el balance aspectos tan cruciales de su estima objetiva, como lo son los hechos concre-
tos de su actuación académica y científica, y esa es una conclusión de este trabajo. Las motivaciones
intelectuales y científicas de Tello, que son sorprendentemente elocuentes en sus hechos puntuales,
se funden con las motivaciones ideológicas y morales que guiaron su carrera y su trabajo de la manera
en que esta se dio. Una vida al servicio del país es un indicativo inequívoco de una orientación moral
sólida y definida.
Dentro de estos valores, profundamente arraigados en la ciencia y la moral, se presentan sus
trabajos arqueológicos y las ilustraciones que han sido materia de este ensayo. Quizá pueda pro-
ponerse que el aspecto técnico de las ilustraciones puede ser relacionado en primer lugar a las
motivaciones científicas, mientras que el aspecto artístico puede ser relacionado a las motivaciones
ideológicas. No obstante, existe una correlación indivisible, y es seguro proponer que lo técnico y
artístico estuvieron presentes no como parte de aspectos separados, sino integrales en una visión
única, quizá en referencia a la percepción de un acceso al conocimiento científico a través de las
obras de arte antiguo, o del arte antiguo a través del material científico antropológico. Tello tenía
una objetiva visión de la perspectiva científica, él decía: “la investigación científica no pertenece al
dominio de las ciencias ocultas; no es privilegio de las inteligencias superiores o geniales; no exige
necesariamente ingentes sumas de dinero, como se cree a menudo; ella es función casi siempre, de
las inteligencias comunes, pero bien equilibradas, y de los caracteres enérgicos que, en cualquier
momento, pueden adaptarse a las circunstancias del medio en que actúan; vencer los obstáculos,
las resistencias y prejuicios y avanzar resueltamente hacia adelante, hasta lograr el éxito de sus
aspiraciones” (Tello 1922).
De cualquier forma, la ilustración arqueológica en Julio C. Tello constituye un ejemplo sobre-
saliente de un trabajo creativo, resultado de un proceso científico sistemático, que fue destinado a
graficar de la mejor forma posible los valiosos yacimientos arqueológicos, artefactos y rasgos cul-
turales del pasado nacional. En esta labor, Julio C. Tello desarrolló una de las escuelas artísticas más
importantes de la historia académica del país, y en extenso de la arqueología americana, cuya valo-
ración integral y papel en la historia de la arqueología y la historia del arte peruano aún esperan ser
completamente desentrañados.
Agradecimientos
El autor desea expresar su gratitud a los arqueólogos e intelectuales Daniel Morales Chocano, Pedro
Vargas Nalvarte y Jorge Yzaga por revisar el manuscrito y hacer algunas observaciones al mismo.
Igualmente agradece a los dos revisores anónimos de la revista por sus valiosas sugerencias para
mejorar el artículo. Todos los errores y omisiones son del autor.
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Arqueología y Sociedad
Nº 24, 2012: 137-160
ISSN: 0254-8062
Resumen
El presente artículo busca explicar los Estadios del Isótopo de Carbono o CIS (Salcedo 2011) a partir de las
variaciones seculares del Carbono–14 atmosférico. Tal propuesta se basa en un fenómeno advertido por el
autor en 1997, al calibrar series de fechados que resultaban en conglomerados generados por la ‘topogra-
fía’ de las curvas de calibración radiocarbónica. Los estadios temporales resultantes concuerdan con las
variaciones cíclicas de mediano plazo en la actividad solar, registradas por diversas disciplinas científicas a
mediados del siglo XX (De Vries 1958; Dewey 1960; Link 1955; Schove 1955; Suess 1961), donde los grandes
mínimos solares marcan el final de cada estadío. Esta aproximación alternativa a la cronología es aplicable
a la Arqueología así como otras disciplinas del Cuaternario, permitiendo contrastar la contemporaneidad
regional e interregional en un contexto natural, en lugar de cultural, liberando al arqueólogo de las parti-
cularidades cronológicas de las tradicionales secuencias culturales locales.
Palabras clave: Radiocarbono, Calibración radiocarbónica, Estadios del Isótopo de Carbono.
Abstract
The present article explains the Carbon Isotope Stages or CIS (Salcedo 2011) starting from the secular va-
riations in the atmospheric Carbon–14. Such proposal is based on a phenomenon noticed by the author
in 1997; during the calibration of a series of dates resulting in clusters generated by the ‘topography’ of
the Radiocarbon calibration curves. The resulting temporal stages are in concordance with medium-term
cyclic variations in the solar activity, recorded by different scientific disciplines in mid-XXth century (De
Vries 1958; Dewey 1960; Link 1955; Schove 1955; Suess 1961), where the Grand Solar Minima mark the
end of each stage. This alternative approach to chronology can be applied to Archaeology as well other
Quaternary disciplines, allowing to contrast regional and interregional contemporaneity in a natural con-
text, instead of cultural, liberating archaeologist from the chronological particularities of the classic local
cultural sequences
Keywords: Radiocarbon, Radiocarbon calibration, Carbon Isotope Stages.
i Doctor en arqueología por la Universidad de Varsovia, Polonia; licenciado y bachiller en arqueología por
la Pontificia Universidad Católica del Perú. Profesor de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Jefe de 137
Proyectos Arqueológicos en Ecología y Tecnología Ambiental S.A. (Grupo Graña y Montero).
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 137-160
Introducción
Durante más de siglo y medio, la determinación de la antigüedad de los contextos y artefactos des-
enterrados por los arqueólogos han sido materia de arduas y cuasi interminables discusiones. Tras
superar la etapa de la datación por métodos relativos –aquellos aplicables a un sitios o contextos
particulares–, gracias al aporte de las ciencias naturales, se llegó al desarrollo de diversos métodos de
datación absoluta, siendo uno de los primeros y más usado aquel del radiocarbono (14C), desarrollado
por Libby y sus colegas de la Universidad de California en Berkeley, EUA, entre 1935 y 1949. Dicho
método provee una escala de tiempo absoluto independiente para correlacionar eventos a una escala
global (Vogel 2002: 159), llegando hasta los 60000 años (Blackwell & Buck 2003: 3), revolucionando así
los estudios prehistóricos cuaternarios en diversos campos del conocimiento humano (Anderson et
al. 1947: 576; De Vries 1959: 169; Libby 1960: 609; ver también Berger 1983; Blackwell & Buck 2003: 1;
Damon, Lerman & Long 1978: 473; Renfrew 1990: 260; Taylor 1985: 309).
Desde mediados del siglo XX, el método de datación por radiocarbono ha sido la herramienta
fundamental de los arqueólogos a nivel mundial para el establecimiento de diversas cronologías. Sin
embargo, apenas una década después de inventarse este método de datación se descubrieron las pri-
meras incongruencias con el registro dendrocronológico (Broecker, Olson & Bird 1959; Damon & Long
1962; De Vries 1958, 1959; Münnich 1957; Ralph 1959; Ralph & Stuckenrath 1960; Suess 1961), lo que
ocasionó que poco después se publicaran las primeras curvas de calibración (Crowe 1958: 470 y Figura
1; Suess 1965: Tablas 2 y 3, Figura 4). A pesar de ello, muchos investigadores aún son reticentes a em-
plear la calibración radiocarbónica, y pocos han caído en la cuenta de cuán ilusorias pueden ser sus
cronologías al haber sido éstas construidas a partir de fechas no calibradas (Salcedo 2006; Watkins
1975 [citado en Damon, Leman & Long 1978: 475]).
El objetivo del presente artículo es explicar los Estadios del Isótopo de Carbono a partir de las va-
riaciones seculares del Carbono–14 atmosférico. Sin embargo, por razones de espacio, prescindiremos
del recuento de las nociones básicas y la problemática del método de datación absoluta por radio-
carbono, así como de la calibración radiocarbónica, pues tales temas ya han sido tratados en el libro
Tempus Solaris (Salcedo 2011). Alternativamente, el lector puede consultar los artículos de Velarde
(1998) y León (2006), publicados previamente en esta misma revista, o bien los trabajos publicados en
el extranjero, como los de Bowman (1990), Ziółkowski et al. (1994) y Bronk-Ramsey et al. (2006), por
citar algunos.
tos del grueso de la comunidad científica social acerca del método de Libby, más aún, tomando en
cuenta que la totalidad de fuentes de variabilidad y error en los fechados de 14C fueron descubiertas
entre 1953 y 1959, mientras que la primera propuesta de curva de calibración fue publicada a fines
de la década de 1950 (Crowe 1958). Este desconocimiento, e incluso entendimiento erróneo, del
método de Libby ha creado gran confusión en la comunidad científica social, generando un sinnú-
mero de discusiones bizantinas acerca de cronologías basadas en las correcciones, las que además se
hacían obviando el error estándar de las muestras, con lo que las simples correcciones se convertían
en gruesas incorrecciones.
anual provocaría una alteración del proceso de recirculación vertical en los océanos (normalmente,
el agua superficial cálida es reemplazada por agua profunda fría, pero en esta situación el agua su-
perficial enfriada ya no sería reemplazada por el agua profunda, más “vieja” y con menos 14C); de este
modo, el nivel de actividad del 14C atmosférico aumentaría debido a que el 12C del agua profunda ya
no participaría, temporalmente, del intercambio con la atmósfera. Esto llevó a De Vries (1958: 101) a
decir que:
“[…] puede ocurrir que tres o incluso cinco o más muestras de diferente edad tengan al presente la
misma actividad; esto podría significar que las mediciones radiocarbónicas no darán un edad bien defi-
nida”. (La traducción es mía).
Un año más tarde, poco antes de su temprana muerte, De Vries (1959: 187-188) esbozó el impacto
de las futuras curvas de calibración en las fechas calendáricas, anotando que:
“Partiendo de la actividad en el presente de una muestra desconocida, su actividad en el pasado puede ser
representada por una curva que se eleva exponencialmente (1 por ciento cada 80 años, doblando su altura
en una vida media). El punto de intersección con la línea horizontal que representa la actividad inicial
(constante) da la edad de la muestra. Sin embargo, si la actividad inicial no es constante, [siendo] represen-
tada por una línea ‘ondulante’ cuando es trazada respecto al tiempo, la curva exponencial puede cortarla
en uno, tres, o cinco puntos (etc.), dando cada uno una edad compatible con el resultado de la medición del
Radiocarbono.” (La traducción es mía).
Las variaciones del 14C atmosférico fueron corroboradas por trabajos posteriores (p.e. Stuiver
1961, 1970; Stuiver & Suess 1966; Suess 1961, 1965, 1978, 1980; ver también Neftel, Oeschger & Suess
1981), llegándose a la conclusión de que era necesario calibrar los resultados (Damon, Lerman & Long
1978: 474; ver también Blackwell & Buck 2003: 3).
El químico y físico nuclear austriaco Hans E. Suess fue el primero en tomar en serio el fenómeno
descubierto por De Vries (1958, 1959). En 1960, en una conferencia informal realizada en Highland Park,
Illinois, EUA, Suess (1961: 90) indicó acerca de la datación por radiocarbono:
“El método de está basado en las siguientes premisas: (1) constancia del flujo de rayos cósmicos; (2) cons-
tancia de los varios reservorios de intercambio de Carbono. Se ha encontrado empíricamente que esos su-
puestos eran correctos dentro de ciertos límites de error de las mediciones, pero refinamientos en la técnica
de determinación del 14C ahora han mostrado la existencia de desviaciones que demuestran que uno o
ambos supuestos [mencionados] arriba no son precisamente correctos.” (La traducción es mía).
“[...] en este momento, no puede darse una explicación concluyente para la causa de las fluctuaciones
temporales del 14C.” (La traducción es mía).
“Los resultados mostraron concluyentemente que las variaciones del tipo observado por investigadores
previos existían. La naturaleza de la dependencia temporal de la actividad del 14C atmosférico revelada
por esas mediciones fueron bastante inesperadas: parecía que los máximos que ocurrieron unos pocos
siglos atrás fueron precedidos por un amplio mínimo en la actividad del 14C durante el cuarto o quinto
140 siglo A.D. Previo a esa época, la actividad mostraba una tendencia decreciente por al menos 3000 años
[…]” (La traducción es mía).
Luis Salcedo / Estadios del isótopo de carbono
En 1959, Suess solo contaba con alrededor de treinta fechados; eso le bastó para darse cuenta de
que las variaciones de mediano plazo (o wiggles como él las llamaba) de verdad existían, confirmando
y superando las observaciones anteriores (Münnich 1957; De Vries 1958). Entre 1963 y 1964, Suess
consiguió 130 muestras adicionales (Suess 1965: 5938), lo que le permitió elaborar su primera curva de
calibración, publicada al año siguiente (Suess 1965: Figura 4)1. Años después Suess (1978: 1; cf. Stuiver
& Suess 1966: 538) comentó que:
“La base para la validez de esta calibración es el bien conocido hecho que, para todo propósito prácti-
co, las muestras de madera que crecieron al mismo tiempo muestran el mismo contenido radiocarbó-
nico.2 Sin embargo, lo inverso no siempre es verdad: Las muestras de madera que muestran el mismo
contenido radiocarbónico no tienen necesariamente la misma edad, debido a los embobinamientos (o
wiggles) y escalones de la curva.” (La traducción es mía).
“Mediciones por otros laboratorios confirmaron la tendencia general de la curva, pero no han contri-
buido a nuestro conocimiento de las fluctuaciones más rápidas en una escala de tiempo de 100 años, los
llamados wiggles de la curva de calibración.” (La traducción es mía).
El químico estadounidense Paul E. Damon resume las posibles causas de las fluctuaciones del 14C
de la siguiente manera (Damon, Lerman & Long 1978: Tabla 3):
i) Variaciones en la relación Q de producción de 14C atmosférico por los rayos cósmicos, modu-
lado a su vez por la actividad solar y los cambios en el campo magnético terrestre (además de
los efectos derivados de las pruebas con bombas atómicas, entre otros factores) (ver también
Suess 1968: 146);
ii) Variaciones en la razón de intercambio de 14C entre los varios reservorios geoquímicos y los
cambios en el contenido relativo de CO2 de dichos reservorios (que incluyen la solubilidad del
CO2, su disolución y “tiempos de residencia” según variaciones en la temperatura; los efectos
de las variaciones en el nivel del mar sobre la circulación y capacidad marina; la asimilación
de CO2 por parte de las biosferas terrestre y marina, y la relación de esta última con la salini-
dad y temperatura oceánica, disponibilidad de nutrientes, afloramiento de aguas profundas,
etc.); y,
iii) Variaciones en la cantidad total de CO2 en la atmósfera, la biosfera y la hidrosfera (que in-
cluyen cambios en el ratio de introducción de CO2 en la atmósfera vía vulcanismo y otros
procesos de desgasificación de la litosfera; las variaciones en los reservorios sedimentarios
que almacenan 14CO2; y la liberación de CO2 antiguo, carente de 14C, mediante la combustión
de combustibles fósiles por la actividad humana industrial y doméstica).
1 Una curva de calibración anterior fue publicada por Crowe (1958: 470 y Figura 1).
141
2 Esto es conocido como el Principio de Simultaneidad (ver Clark 1979: 48).
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 137-160
i) Variaciones de largo plazo (ciclo geomagnético: 11300 años; semiciclo de 5600 años): Son va-
riaciones multimilenarias causadas por los cambios en la intensidad del momento dipolar
del campo magnético terrestre,4 donde la magnitud de desviación en la concentración de
3 Sonett & Suess (1984: 142) afirman que las variaciones en el 14C atmosférico, registradas en los anillos de
crecimiento del pino “conos en cerda” (Pinus aristata), apuntan a que estas no son aleatorias y, por ende, no
pueden ser causadas por errores experimentales. Sonett (1985: 383) cita fuentes adicionales que avalan el
planteamiento anterior (p.e. una comparación inter-laboratorios publicada en 1982).
142 4 Dicha variación es de 8,75±1,58 x1022A·m2 (McElhinny & Senanayake 1982: 45 y Tabla 2) (ver Salcedo 2011:
Subcapítulo 4.3).
Luis Salcedo / Estadios del isótopo de carbono
14C presenta una curva sinusoidal (Bucha 1969; Houtermans 1966; Suess 1970b, 1974, 1980;
ver también Damon & Linick 1986; Damon & Sternberg 1989; Damon, Cheng & Linick 1989;
Damon, Lerman & Long 1978; Sternberg & Damon 1983);
ii) Variaciones de mediano plazo (wiggles o Ciclo de Suess del 14C: 210±10 años [equivalente al Ciclo
de Schove de manchas solares]; Ciclo de Link: 400±100 años; Ciclo Hallstadtzeit: 2400±200
años): También llamadas “variaciones seculares” (De Vries 1958: 99, 1959: 181, 187-188; Suess
1961: 90, 1965: 5938, 1970a: 303, 307 y 309, 1980: 205; Suess & Linick 1990: 405) y Efecto De Vries
(Damon & Long 1962: 240), son variaciones centenarias del orden de 1-2%, derivadas de la
modulación que ejerce la actividad solar en el flujo de los rayos cósmicos, a su vez amplificada
por los cambios climáticos derivados también de la actividad solar (Anderson 1992: 53; Beck
et al. 2001: 2455; Sonett 1984: Tablas 1 y 2; Sonett & Suess 1984: 141-142; Stuiver & Braziunas
1989: 405-406; ver también Neftel et al. 1981; Roedle 1980 [ambos citados en Pazdur & Pazdur
1994: 34]);
iii) Variaciones de corto plazo (Ciclo de Hellmann: 5,5 años; Ciclo de Schwabe: 11±1,2 años; Ciclo
de Hale: 22 años; y Ciclo de Gleissberg: ca. 88 años): Variaciones menores, del orden de 0,5%,
asociadas a los ciclos decadales de actividad solar y, específicamente, con la aparición de las
manchas solares, formando harmónicos cada 11 y 22 años, a su vez modulados a escala multi-
decadal en un ciclo de ca. 88 años (Hale 1908; Gleissberg 1939: 159, 1971: Tabla 1).
5 Inicialmente, estos estadios fueron denominados Periodos Radiocarbónicos Calibrados (Salcedo 1997, 1998,
2001) y luego Estadios Radiocarbónicos Calibrados. Sin embargo, en el presente trabajo se ha preferido em-
plear el término ‘Estadios del Isótopo de Carbono’, en concordancia con la terminología empleada en el caso
del isótopo de oxígeno–18.
6 Aunque la actual curva de calibración, IntCal09 (Reimer et al. 2009), llega hasta los 48000 años Cal. BC, se
considera que su nivel de precisión anterior a los 38000 años Cal. BC no permite de momento crear CIS adi-
cionales. La curva anterior, IntCal04 (Reimer et al. 2004), solo permitió crear 39 CIS entre los 23100 años Cal. 143
BC y los 1945 años Cal. AD (Salcedo 2006: Cuadro III.2).
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 137-160
Figura 1. Estadios del Isótopo de Carbono (CIS): a) CIS-27 y 26; y, b) CIS-11 y 10. Los picos de
recuperación al final de un valle o plateau se indican con una flecha (modificado a partir
de Salcedo 2006: Tabla III.4 y Cuadro III.2; elaborado con el programa OxCal 3.10r [Bronk-
Ramsey 2005], a partir de la curva de calibración IntCal04 [Reimer et al. 2004]).
144 Fuente: Programa OxCal v.3.10r disponible en: <http://www.rlaha.ox.ac.uk/orau/oxcal.html>
Luis Salcedo / Estadios del isótopo de carbono
Figura 2. Estadios del Isótopo de Carbono (CIS) según las curvas de calibración IntCal09 (Reimer et al. 2009)
para 41000–10000 años Cal. BC, e IntCal04 (Reimer et al. 2004) para 10000 años Cal. BC–1950 años Cal. AD. Se
indica la numeración de cada CIS.
145
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 137-160
146
Luis Salcedo / Estadios del isótopo de carbono
Figura 3. Estadios del Isótopo de Carbono (CIS) a partir de las variaciones seculares del 14C atmosférico (cf.
Salcedo 2006: Cuadro III.2): 37800–10000BC según curva IntCal09 (Reimer et al. 2009); 10000BC–1950AD según
curva IntCal04 (Reimer et al. 2004).
147
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 137-160
Los CIS fueron definidos a partir de la ubicación de los respectivos picos de recuperación en las
curvas de calibración IntCal09 (Reimer et al. 2009: para fechas entre 38000 y 10000 años Cal. BC) e
IntCal04 (Reimer et al. 2004: para fechas entre 10000 años Cal. BC y 1950 años Cal. AD).7 Asimismo, para
facilitar la recordación de los intervalos resultantes, se efectuó un redondeo por aproximación en
múltiplos de cien años entre los 38000 y 1000 años Cal. BC, y en múltiplos de 50 años desde 1000 años
Cal. BC en adelante (Fig. 3).
Aunque la presente propuesta está basada en los wiggles de Suess (o Efecto De Vries), no todos estos
wiggles tienen la misma ponderación, debido a que presentan magnitudes diferentes, de manera que el
efecto resultante es más bien una modulación del Ciclo de Suess (Suess 1965, 1980) produciendo perio-
dos mayores como los del Ciclo de Link (Link 1955, 1961, 1963, 1977) y el Ciclo Hallstadtzeit (Houtermans
1971 [citado en Damon & Linick 1986: 268-269]). La media general de los CIS es de 750 ± 556,46 años, aun-
que a continuación presentamos medias parciales, para ciertos intervalos arbitrarios de tiempo.
Considerando sus valores reales, sin redondeo, los CIS 1–8 (N=8; 15,1%) abarcan el lapso 310–1950
AD, y su duración varía entre 160 y 255 años, con una media de 205 ± 32,5 años, lo que concuerda
bastante bien con los valores conocidos del Ciclo de Suess. Los CIS 9–24 (N=16; 30,2%) abarcan el lapso
6275 BC-310 AD, y su duración varía entre 275 y 540 años, con una media de 417,9 ± 100,6 años, lo que
constituye una modulación del Ciclo de Suess, también llamada Ciclo de Link. Los CIS 25-48 (N=24;
45,3%) abarcan el lapso 27800-6275 BC, siendo su periodicidad algo más compleja, pues veintidós de
ellos varían entre 515 y 1280, con una media de 821,1 ± 239,3 años (la media y la desviación estándar
son múltiplos del Ciclo de Suess en 4 y 1, respectivamente). Sin embargo, dos de ellos (los CIS 35 y 47)
son modulaciones mayores, de 1500 y 1960 años, respectivamente, estando la última de ellas relacio-
nada con el Ciclo Hallstadtzeit. Si consideramos estos tres valores mayores en la media anterior, ésta
aumenta a 896,9 + 350,4 años. Finalmente, los últimos cinco intervalos, los CIS 49-53 (N=5; 9,4%) abar-
can el lapso 37800-27800 BC, y su duración varía entre 1600 y 2400 años, siendo también modulaciones
del Ciclo Hallstadtzeit (Fig. 4).
Los ciclos detectados en la curva de calibración no son estáticos, sino que cambian de fase cada
cierto tiempo. Esta modulación de fase fue notada por otros autores en diferentes campos de inves-
tigación:
Los diferentes cambios de fase detectados en las curvas de calibración IntCal04 e IntCal09 son los
siguientes:
i) En el periodo 37800-27800 BC (CIS 53–49) predomina el Ciclo Hallstadtzeit (H), ya sea el ciclo
completo: 1H (2400 años), o una fracción de este: 2/3H (1600 años);
ii) En el periodo 27800-6275 BC (CIS 48–25) predomina la fracción 1/3H (800 años), aunque tam-
7 He mantenido los CIS originales (Salcedo 2006: Cuadro III.2), definidos a partir de la curva IntCal04 entre
12300 años Cal. BC y 1950 años Cal. AD (incluso aquellos de 12500-10000 años Cal. BC, dada la similitud entre
ambas curvas en ese lapso). Varios de los CIS definidos previamente para 23100-12300 años Cal. BC fueron
148 replanteados, dada la mayor resolución de la curva IntCal09, generándose otros nuevos para 23100-37800
años Cal. BC.
Luis Salcedo / Estadios del isótopo de carbono
bién aparecen las fracciones 1/2H (1200 años) y 1/5H (500 años);
iii) En el periodo 6275 BC-310 AD (CIS 24–9) predomina la fracción 1/6H (400 años =Ciclo de Link),
con participación de las fracciones 1/4H (600 años) y 1/8H (300 años); y,
iv) Finalmente, durante el periodo 310-1950 AD (CIS 8–1) predomina la fracción 1/12H (200 años
= Ciclo de Suess), aunque también aparecen las fracciones 1/9H (250 años) y 1/15H (160 años)
(ver también Salcedo 2011: Tabla 4).
Una posible explicación a los cambios de fase, en lo que respecta a la duración de las periodici-
dades observadas, quizás tenga que ver con factores heliomagnéticos (cambios internos propios del
sol), o derivados del influjo de las mareas gravitacionales de los grandes planetas exteriores, como
júpiter y saturno (Charvátová 1998 [citado en Charvátová 2000: 401]), que interactúan para “ordenar”
y “desordenar” cíclicamente el movimiento inercial solar (Charvátová 2000: 400).
Las variaciones en la amplitud (intensidad) de las fluctuaciones del 14C atmosférico parecen de-
rivar del ‘filtro’ que impone la variación sinusoidal de largo plazo observada en el campo magnético
terrestre, lo que provoca que las fluctuaciones del 14C atmosférico sean mayores cuando el momento
geomagnético es bajo, y sean menores cuando el momento geomagnético está alto (Suess 1970b: 599
y Figura 1; ver también Damon, Lerman & Long 1978: Figura 6). Esto último concuerda con el patrón
de amplitud observado, dado que entre fines del Pleistoceno Tardío y fines del Holoceno Temprano,
37800-6275 BC (CIS 53–25), predominan amplitudes de 2400 y 1200 años, mientras que entre fines del
Holoceno Temprano e inicios del Holoceno Tardío, 6275 BC-310 AD (CIS 24–9), predominan amplitu-
des de 800, 600 y 400 años, quedando las amplitudes de 200 años confinadas a mediados y fines del
Holoceno Tardío, 310-1950 AD.
Debe tenerse presente que las evidencias paleomagnéticas publicadas recientemente (Muscheler
et al. 2005: Figuras 2, 5 y 7) muestran que el momento geomagnético, aunque oscilante, fue más débil
durante el periodo comprendido entre 37800 y 6275 BC, lo que significa una mayor amplitud y varia-
bilidad de la relación Q de producción del 14C atmosférico, mientras que el pico de actividad geomag-
nética registrado hacia 310 AD explicaría la menor amplitud y variabilidad del ratio Q registrada en el
Holoceno Tardío respecto de las épocas anteriores, quedando el lapso medio (6275 BC-310 AD) en una
Figura 4. Variación en la duración de los Estadios del Isótopo de Carbono (CIS), mostrando las
modulaciones del Ciclo Hallstadtzeit de 2400 años (en negro), el ciclo de 800 años (en gris oscu-
ro), el Ciclo de Link de 400 años (en gris claro) y el Ciclo de Suess de 200 años. 149
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 137-160
situación intermedia, aunque más cercano a la situación post- 310 AD (ver Salcedo 2011: Figuras 10c
y 16), debido a que -como ya se dijo-, la actividad geomagnética general del Holoceno fue mayor a la
del Pleistoceno Tardío (ver Salcedo 2011: Figura 11).
8 Nótese que incluso con un σ = ±15 años, típico del Método AMS, el intervalo de fechas radiocarbónicas a con-
trastar con la curva de calibración (usando 2σ) se amplia a 60 años (±30 años), lo que produce un intervalo de
150 fechas calendáricas de alrededor de 50-80 años, o incluso mayor, dependiendo de la topografía del segmento
correspondiente de la curva.
Luis Salcedo / Estadios del isótopo de carbono
Figura 5. Detalle de la variación secular del 14C para el periodo 2000 BC-1850 AD según la Cur-
va IntCal04 <http://www.radiocarbon.org/IntCal04.htm>. Los grandes mínimos solares estan
resaltados en color gris. Se indica la duración de cada CIS con barras negras y su numeración
respectiva al pie de la figura.
Las evidencias discutidas en el presente trabajo sugieren que las grandes fluctuaciones observa-
das en las curvas de calibración -los wiggles de Suess o Efecto De Vries-, tienen en realidad implican-
cias de orden climático, toda vez que, como ya se explicó anteriormente, estos wiggles son un reflejo
de la variabilidad del flujo de rayos cósmicos sobre la atmósfera superior terrestre (que dan origen
al 14C), la misma que es modulada a su vez por la oscilación en la actividad solar, expresada en la
frecuencia de manchas solares, auroras polares, etc. (p.e. Houtermans, Suess & Monk 1967 [citado en
Suess 1967: 599]; Stuiver 1961). Por ende, no es de sorprender que los wiggles (Ciclo de Suess de 200
años) y sus modulaciones, detectados en la calibración dendrocronológica del 14C, hayan sido también
detectados en la frecuencia de manchas solares (Ciclo de Schove de 200 años) y en la frecuencia de las
auroras polares (Ciclo de Link de 400 años) (Suess 1970b: 599).
Es clara la relación entre las variaciones de mediano plazo y los grandes mínimos solares (Salcedo
2011: 45-47), aunque algunos de los CIS abarcan más de uno de estos mínimos consecutivos, dado que
están separados por tenues máximos (Fig. 5). En términos generales, los ciclos hallados en el presen-
te estudio son concordantes con los resultados publicados por otros autores en las últimas décadas
(p.e. Stuiver 1980, Stuiver & Braziunas 1989; Stuiver & Quay 1980; Usoskin 2008; Usoskin, Solanki &
Kovaltsov 2007). Algunas investigaciones han tratado de definir cuántos de estos eventos ocurrie-
ron en los últimos miles de años, y si estos fueron de similares características en cuanto su ampli-
tud (intensidad) y periodo (duración). Hace tres décadas, Stuiver (1980: 869) planteó que durante el
Holoceno ocurrieron hasta 40 grandes mínimos solares que, según su duración, podrían clasificarse en
dos tipos: i) Aquellos del tipo del Mínimo de Spörer, con una duración de alrededor de 240 años; y, ii)
Aquellos del tipo del Mínimo de Maunder, más frecuentes, con una duración de 120–140 años. Dichos
mínimos no serían variaciones aleatorias (es decir, al azar), sino que presentarían cierto patrón recu-
rrente (Stuiver 1980: 869 y Figura 1). Tales conclusiones fueron corroboradas posteriormente, aunque
fijándose lapsos más cortos, de 120–180 y 40–60 años, respectivamente (Stuiver & Braziunas 1989: 406;
Stuiver & Quay 1980: 18). Recientemente, Usoskin y sus colegas confirmaron la existencia de 27 gran-
des mínimos solares para el periodo 9500 BC – 2000 AD (Usoskin, Solanki & Kovaltsov 2007: 303-304,
151
Tablas 1 y 2; ver también Usoskin 2008: 51-53).
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 137-160
Cambio de paradigma
Siempre ha sido un anhelo de los arqueólogos llegar a tener fechados realmente “absolutos”, es decir,
que las determinaciones radiocarbónicas hicieran referencia a fechas puntuales en lugar de los inde-
seables intervalos, que tantos dolores de cabeza y acaloradas discusiones han provocado en el último
medio siglo. Un comentario de A. Colin Renfrew (1990: 659) resume muy bien este anhelo:
“[…] hay al menos la esperanza de que, para algunos rangos de tiempo, eventos marcadores mundiales
puedan un día ser usados para permitir que ciertos fechados sean establecidos dentro de un solo año.
[...]. Existe el prospecto, por ende, de usar esas correlaciones entre disciplinas para ofrecer una precisión
cronológica dentro de un solo año (en lugar de la precisión restringida a varias décadas ofrecida por la
determinación radiocarbónica directa), posiblemente aplicable en varias partes del mundo.” (La tra-
ducción es mía).
“Generalmente[,] las fluctuaciones atmosféricas del 14C limitan la precisión de las edades radiocarbónicas
calibradas, debido a las múltiples coincidencias de las edades radiocarbónicas con la curva de calibración.
Sin embargo, las fluctuaciones (‘wiggles’ de la curva) pueden ser tornadas para un buen uso si una secuen-
cia ordenada de fechados 14C es medida.” (La traducción es mía).
Esto podría ser percibido como una limitación por aquellos colegas que persiguen la calibración a
escala decadal (con ayuda del AMS) a fin de sustentar sus fases culturales, lo que el arqueólogo inglés
Trevor Watkins denominó “el sueño de que los fechados 14C eran absolutos” (Watkins 1975 [citado en
Damon, Lerman & Long 1978: 475; Damon Long & Lerman 1978: 329]). El ‘anhelo’ del fechado ‘puntual’
fue calificado hace unos años como “el nuevo Santo Grial de la Arqueología” (Salcedo 2006: 137). En
ese sentido, Suess escribió apropiadamente (Suess & Linick 1990: 407):
“Por muchas razones, los arqueólogos no deberían esperar que los datos de 14C (antes y después de su
calibración) les provean más que el siglo correcto, en el mejor de los casos.” (La traducción es mía).
No obstante, tras la euforia inicial de los estudios sobre Ecología Humana de la década de 1950, la
comunidad arqueológica ha sido más bien escéptica acerca de evocar fenómenos climáticos para en-
tender aspectos del registro arqueológico que no podían ser explicados por otros medios (Kuniholm
1990: 645). Incluso, el escepticismo del arqueólogo estadounidense P. Kuniholm (1990: 645), lo llevó
al extremo de plantear serias dudas acerca de la existencia del cambio climático presente y pasado.
Veinte años después, el cambio climático nos parece una hecho difícil de cuestionar, dada la gran
cantidad de evidencia positiva disponible.
Eso no quiere decir que los geofísicos y demás científicos involucrados en el estudio del 14C y las
variaciones climáticas, estén exentos de errores. Basta citar el hecho de que Libby, al notar las dis-
crepancias entre su modelo de Reservorio de Intercambio de Carbono (que asumía un ratio de decai-
miento constante del 14C) y los fechados obtenidos de tumbas egipcias de ‘fecha conocida’ por medios
históricos, llegó a sugerir que era la Egiptología (y no la Geofísica) la que se había equivocado (Renfrew
1990: 657). Los trabajos en series dendrocronológicas, junto con los esfuerzos de Suess, Stuiver y otros,
llevaron al desarrollo de las curvas de calibración y la reivindicación de la Egiptología y, por ende, de-
mostraron que Libby se había equivocado, aunque nadie le resta el mérito por inventar el método de
datación por radiocarbono, pues sin ello ni siquiera se trataría el tema en estas páginas.
El antropólogo y geofísico australiano nacionalizado estadounidense Rainer Berger, sugirió que
los ‘wiggles’ de Suess podían sustentarse a partir de datos históricos y arqueológicos (Berger 1985).
Otros autores intentaron correlacionar eventos arqueológicos e históricos con los grandes cambios
climáticos ocurridos entre fines del Pleistoceno y durante el Holoceno (Eddy 1977: 88; Perry & Hsu
2000; Salcedo 2006).
Sin embargo, no es mi intención caer en la “ciclomanía” advertida por el astrónomo inglés Sir Joseph
N. Lockyer (1874 [citado en Hoyt & Schatten 1997: 165]). Al respecto, Hoyt & Schatten (1997: 165-166)
escribieron lo siguiente:
“[…] buscar ciclos es ciertamente un prospecto atractivo. [...] Desde un punto de vista práctico, un ciclo
puede ser considerado importante solo si puede ser ploteado. Si sofisticados análisis son requeridos para
detectar el ciclo, este quizás tiene solo una importancia secundaria. Aunque estos criterios no son los cri-
terios matemáticos usuales para [determinar la] significancia [estadística], son una guía práctica y con
los pies en la tierra para lo que es importante. Juzgado por esos criterios, el ciclo de manchas solares es
altamente significativo porque es fácilmente visto en los datos. [...] Cuando se juzga la utilidad de cualquier
ciclo prominente, la pregunta crucial es si existe un mecanismo físico para explicarlo. Si no, el ciclo puede
surgir por mero azar. Más aún, nuevas ideas emergentes en la teoría del caos requieren el reconocimiento
de fenómenos ‘cíclicos’ en sistemas caóticos, como las turbulentas atmósferas terrestre y solar, que pueden
no exhibir periodicidades estrictas.” (La traducción es mía).
Siendo sarcástico, puedo decir que es mi anhelo que en un futuro cercano otros investigadores
prueben y corroboren la validez del presente modelo.
Agradecimientos
Quiero agradecer especialmente a Pieter Van Dalen Luna, director del Museo de Arqueología y
Antropología de San Marcos, por invitarme a participar de la presente publicación. Las siguientes bi-
bliotecas me brindaron su apoyo: Biblioteca Central, Hemeroteca de Ciencias y Servicio de Provisión
de Documentos de la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP); y Biblioteca del Instituto Francés
de Estudios Andinos (IFEA). Asimismo, agradezco a mis colegas c.Dr. Jonathan Dubois y Mag. Emily
Baca, por facilitarme varios artículos de difícil acceso.
153
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 137-160
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Arqueología y Sociedad
Nº 24, 2012: 161-190
ISSN: 0254-8062
Resumen
En este artículo se analiza un grupo de 3020 fragmentos de cerámica diagnóstica recuperadas en cinco uni-
dades espaciales identificadas en Chavín de Huántar, con la finalidad de identificar patrones de asociación
entre categorías de diámetro y grosor por tipo de vasija y diferencias de patrones entre las cinco unidades
espaciales. Se han utilizado Estimados de Densidad Kernel (EDK) como metodología central en el presente
artículo.
Palabras clave: Estimados de densidad kernel, histogramas, modos, cerámica, bivariado, univariado,
Chavín, Formativo, Perú.
Abstract
In this paper I analyze a sub set of 3020 diagnostic ceramic sherds recovered in five spatial units identified
in Chavín de Huántar, Peru, in order to find patterns of association between the categories of diameter
and thickness per type of ceramic vessel and to identify possible differences of those patterning’s among
spatial units. I have used Kernel Density Estimates (KDE) for the purpose of identify modalities in diameters
and thickness per type in each spatial unit.
Keywords: Kernel density estimations, histograms, modes, ceramics, bivariate, univariate, Chavin, For- 161
mative, Peru.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 161-190
1. Introducción
En este artículo se presentan ejemplos del uso de rutinas estadísticas de Estimados de Densidad
Kernel (EDK) para análisis y presentación de datos, los cuales se distancian del uso tradicional de his-
togramas. Los histogramas han sido extensamente utilizados como instrumentos de presentación de
datos e incluso como herramientas de análisis espacial a pesar de la existencia de otras alternativas
(Baxter y Beardah 1996; Baxter et al. 1997; Orton 1988). Se ha argumentado que los histogramas son
ineficientes para efectos comparativos (Cleveland 1993) e incluso arbitrarios (Shennan 2006). Baxter
ha indicado que las EDK son excelentes alternativas ya que proveen de una “representación menos
gruesa de los datos, y a diferencia del histograma, la apariencia del EDK no depende de la elección del
punto de inicio del análisis” (Baxter et al. 1997), por consiguiente se evita la arbitrariedad del histo-
grama. En este artículo presento una alternativa al uso de histogramas, no solamente como un modo
de presentación de datos, sino también como una herramienta analítica espacial con la finalidad de
comprender el comportamiento de 3020 fragmentos cerámicos diagnósticos y del mismo modo iden-
tificar cómo este comportamiento está estructurado y organizado en un espacio determinado. Este
método estadístico de densidad no paramétrica es relativamente ineficiente para muestras pequeñas,
siendo esta la razón por la cual es necesaria una aproximación selectiva que tome en cuenta el tamaño
de la muestra a fin de evitar la fabricación de modos estadísticos.
Se han utilizado análisis EDK univariados y bivariados con el propósito de identificar si los modos
identificados en EDK univariados son replicados cuando otra unidad de medida es agregada. Una de las
dificultades principales de este método es su marcada ausencia en la mayoría de programas estadísticos
disponibles (Shennan 2006) por lo que su uso está limitado. Sin embargo, recientemente tanto software
comercial como open source están incluyendo rutinas EDK dentro de las opciones disponibles por lo que
es de esperar que este artículo contribuya a la utilización de este método el cual, como se verá, es una
valiosa herramienta de análisis estadístico. El registro arqueológico utilizado en este artículo proviene
de las excavaciones realizadas por el autor en el sitio arqueológico de Chavín de Huántar.
2. El Sitio
El centro ceremonial de Chavín de Huántar está localizado en la provincia de Huari, departamento de
Ancash, a 3200 msnm, en el tinkuy formado por los ríos Wacheqsa y Mosna (Fig. 1). Desde los trabajos
de Julio C. Tello en 1919, Chavín ha sido un referente importante en la discusión de los orígenes de
la complejidad social en los Andes, ya sea como una cultura madre (Tello 1942, 1943, 1960), como un
desarrollo complejo derivado del iniciado en Mesoamérica (Uhle 1902), como una síntesis de procesos
sociales costeños y serranos (Burger 1993; Burger 1992, 1998) o como un lugar en el cual la autoridad
era construida, materializada y transmitida (Kembel y Rick 2004; Rick 2005, 2006, 2008). Las investi-
gaciones del autor se desarrollaron en el sector Wacheqsa (Mesia 2007), localizado inmediatamente
al norte del area monumental (Fig. 2). A través de un cuidadoso programa de muestreo arqueológico
y una larga pero productiva reconstrucción tridimensional estratigráfica, se han podido identificar
cinco unidades espaciales prehistóricas (Fig. 3), que comprenden 700 años divididos en dos fases pre-
históricas (Tabla 1). Antes de discutir los análisis EDK, considero importante discutir brevemente
la naturaleza de las unidades espaciales identificadas –en las cuales se recuperó la muestra de 3020
fragmentos analizados en el presente artículo– a fin de comprender los resultados presentados en la
sección final.
Tabla 1: Cronología del Sector Wacheqsa, Chavín de Huántar
Fase Fechas Unidades especiales
Janabarriu 800 – 550 ANE Basural, Cuartos de Piedra, Plataformas Tardías
162 Urabarriu 1200 – 800 ANE Correntera de Agua, Plataformas Tempranas
Christian Mesía / Uso de estimados de densidad Kernel en la investigación de grupos cerámicos...
Figura 1. Chavín de Huántar visto desde lo alto de la margen derecha del río Mosna. (Foto: John Wolf).
163
Figura 2. Plano de las excavaciones realizadas en el Sector Wacheqsa, Chavín de Huántar.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 161-190
164 1 Estas y otras medidas similares fueron obtenidas a partir de la reconstrucción tridimensional estratigráfica
realizada en CAD-LAND [17]
Christian Mesía / Uso de estimados de densidad Kernel en la investigación de grupos cerámicos...
Figura 4. Cerámica de la Fase Urabarriu (1200 – 800 ANE) recuperada en el Sector Wacheqsa, Chavín de Huántar. 165
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 161-190
Figura 5. Cerámica de la Fase Janabarriu (800 – 550 ANE) recuperada en el Sector Wacheqsa, Chavín de Huántar.
como un histograma liso que evita las restricciones de un histograma regular (Baxter 2003; Baxter et
al. 1997; Shennan 2006; Wand y Jones 1995). Dado n puntos X1, X2,…, Xn situados en una recta, un EDK
puede ser obtenido colocando un salto (esencialmente una función de densidad unimodal) en cada
punto, sumando luego la altura de cada salto en cada punto, en el eje X. El kernel es usualmente una
probabilidad simétrica de función de densidad (Baxter et al. 1997). La extensión del salto está determi-
nada por una extensión de banda (band-width), que es análoga a la extensión de compartimento (bin-width)
de un histograma. El tamaño del la extensión de banda es muy importante ya que determinará el resul-
tado de la estimación. No existe una teoría uniforme sobre cómo regular la extensión de banda, por lo
que es apropiado hacerla de modo intuitivo, intentando encontrar el balance entre resultados under
smoothed y over smoothed (Baxter 2003; Baxter et al. 1997; Shennan 2006). Con la finalidad de poder lo-
grar este balance, es necesario “iniciar con una extensión de banda grande y disminuir el tamaño de la misma
hasta que fluctuaciones más azarosas que estructurales empiezan a aparecer” (Wand y Jones 1995).
Si los EDK univariados son observados como alternativas al histograma, “podría argumentarse que con
el dato univariado, la ventaja de usar EDK sobre un histograma para presentaciones de datos no son tan grandes
como para ser utilizadas a menudo. Para el caso análisis bivariados, el uso de EDK es más efectivo y marca la dife-
rencia” (Baxter et al. 1997). El potencial de los análisis EDK para datos bivariados es muy alto; los EDK son
muy efectivos cuando son aplicados a diagramas de dispersión, mostrando concentraciones de puntos o
modos en los datos, especialmente para muestras extensas. Los EDK bivariados son eficientes delinean-
do contornos de inclusión de acuerdo a porcentajes específicos en puntos densamente agrupados; EDK
166
puede ser utilizado como un método informal de agrupamiento que no impone una estructura artificial
Christian Mesía / Uso de estimados de densidad Kernel en la investigación de grupos cerámicos...
al dato como lo hacen otros métodos formales (Wand y Jones 1995). Los EDK bivariados grafican una
superficie lisa que describe qué tan densos se encuentran los puntos sobre la superficie, esos gráficos
pueden utilizarse para producir gráficos de contorno que conducen a representaciones gráficas de los
datos examinados (Baxter et al. 1997). En el presente artículo los gráficos EDK univariados de diámetros
y grosores fueron realizados por tipo de vasija en cada unidad espacial, utilizando el software estadís-
tico R, lo mismo que los gráficos bivariados. La secuencia de códigos de programación se incluye como
apéndice al final del presente trabajo.
Con la finalidad de utilizar una medida de control adicional a los resultados establecidos por las
rutinas EDK se ha utilizado el programa JMP en donde se produjeron tablas modales bivariadas que
luego fueron confrontadas con los gráficos EDK. Sobre la base de rutinas EDK, JMP realiza un análisis
de agrupamiento (modal cluster) en donde las mayores concentraciones o modos son trasladados a una
tabla en donde se hace una identificación definitiva de modalidades. JMP divide los axis de diámetro
y grosor en intervalos de 50 marcas o compartimientos de un total de 2500, cuenta los puntos entre
cada marca, decide la desviación standard kernel a utilizar siguiendo las recomendaciones de Foster
(Bowman y Foster 1992) y realiza una rutina EDK utilizando el algoritmo de transformación rápida
Fourier (FFT por sus siglas en ingles). Estos modos son los que representan el comportamiento cerá-
mico de acuerdo a asociaciones de diámetro y grosor y sirven como un importante instrumento de
control en la verificación de los resultados obtenidos en rutinas EDK en R.
Es importante mencionar que la decisión de trabajar con EDK univariados y bivariados recae en
examinar si los modos observados en EDK univariados son replicados utilizando EDK bivariados con
la adición de grosor a diámetro. Del mismo modo era importante examinar si diámetro es un buen
indicador de modalidad al investigar tamaños de vasijas tal cual lo podría indicar su extenso uso en la
literatura arqueológica (Blitz 1993; Drennan 1996; Longacre 1999; Mills 1999; Potter 2000; Rosenswig
2007). Es de esperar que los modos reflejados en el análisis univariado resistan la adición de la cate-
goría de grosor.
4. Resultados
Una muestra de 3020 fragmentos diagnósticos fue utilizada para generar EDK univariados y bivariados
de diámetros de bordes y grosores de cuellos con la finalidad de identificas patrones de distribución
y variación de vasijas cerámicas al interior de las unidades Tabla 2: Variación de la muestra por
espaciales descritas previamente. La tabla 22 muestra la va- unidad espacial.
riación de la muestra por unidad espacial, mientras que en la Unidad Espacial n
tabla 3 se observa la variación de tipos cerámicos por unidad
Plataformas Temprana 118
espacial. La tabla 4 presenta los datos de la tabla 3 en porcen-
tajes. Es interesante notar que PT y PTA están caracterizados Plataformas Tardías 42
por la preponderancia de ollas sin cuello, mientras que en B, Basural 2441
CP y CA son los cuencos los más ubicuos. Las jarras conforman Cuartos de piedra 317
el tercer tipo prevalente en todas las unidades mientras que Correntera de agua 102
el cuarto está conformado por botellas. Vasos y platos tienen
un bajo porcentaje y son casi inexistentes en la muestra.
Con esta distribución elemental de vasijas, el siguiente paso fue el de reconocer patrones especí-
ficos de variabilidad diámetro/grosor en las unidades espaciales. Con la finalidad de reconocer estos
patrones se utilizaron las agrupaciones de modos bivariados (modal clusters) extraídos con el software
JMP. Como se explicó anteriormente, se utilizaron rutinas EDK univariadas y bivariadas debido a la
2 Los gráficos se pueden leer del siguente modo: Midden=Basural, Early Platforms=Plataformas Tempranas, Late
Platforms=Plataformas Tardías, Stone Rooms= Cuartos de Piedra, Water Flood=Correntera de Agua. OSC=Ollas 167
sin cuello, Bowls= Cuencos, Jars=Jarras, Bottles=Botellas, Cups=Vasos y Plates=Platos.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 161-190
necesidad de analizar si los modos identificados en EDK univariados eran replicados utilizando el
grosor en adición al diámetro. Se predijo que las modalidades reflejadas con la categoría de diámetro
resistirían la inclusión del grosor como dato analítico. Los resultados indicaron que cuando se agrega
grosor, nuevos modos ligeramente diferentes aparecen. El grosor actúa como una medida de control
agrupando modos de acuerdo a asociaciones más robustas ente diámetro y grosor. Las siguientes sec-
ciones del presente artículo presentan un conjunto de datos organizados en tablas y gráficos. Las ta-
blas pueden ser consideradas como estándar mientras que los gráficos están organizados de acuerdo
a los siguientes tipos: EDK univariados, EDK bivariados en dos dimensiones y EDK bivariados en tres
dimensiones. Los gráficos univariados se explican por si solos, mientras que los gráficos bivariados en
tres dimensiones lucen diferentes a los de dos dimensiones lo cual motiva a proponer que los análi-
sis EDK bivariados en realidad enfrentan problemas tridimensionales antes que bidimensionales. La
extensión de banda, es mejor apreciada en términos tridimensionales antes que bidimensionales, pero
esto es mejor observado en los gráficos que ilustran el presente artículo.
4.1.1 Basural
Existen 549 fragmentos de ollas sin cuello en la muestra examinada. La tabla 5 ilustra los resultados
de EDK univariados tanto en diámetro como en grosor. Cuando estos datos son trasladados a un grá-
168
fico EDK bivariado, tres modos aparecen tal cual se observa en la tabla 5 y en las figuras 8 y 9, lo cual
Christian Mesía / Uso de estimados de densidad Kernel en la investigación de grupos cerámicos...
170
Figura 8. EDK bivariados bidimensionales de diámetros de Ollas Sin Cuello.
Christian Mesía / Uso de estimados de densidad Kernel en la investigación de grupos cerámicos...
4.2 Cuencos
Se tiene una muestra total de 1334 fragmentos de ollas sin cuello. La tabla 7 muestra los resultados
univariados por diámetro y grosor. Las figuras 10 y 11 presentan estos modos y como se sobreponen.
Cuando estas dos categorías son trasladadas a un gráfico EDK bivariado, un modo preponderante
aparece –como se observa en la tabla 7 y en las figuras 12 y 13. El modo identificado corresponde a
cuencos medianos, caracterizados por un diámetro de 15,2 cm y un grosor de 0,43 cm (tabla 8).
4.2.1 Basural
La muestra consistió en 1114 fragmentos. La tabla 7 muestra los resultados de EDK univariados para
diámetros y grosores mientras las figuras 10 y 11 ilustran las variaciones de modos. Cuando estas dos
categorías son trasladadas a un gráfico EDK bivariado, un modo aparecen como se observa en la tabla
7 y en las figuras 12 y 13, teniéndose similar concentración a la identificada para la muestra total de
cuencos. Dado que los cuencos del basural conforman el 84,66% de la muestra total, este resultado no
es sorprendente.
4.3 Jarras
La muestra total de fragmentos de jarras está compuesta por 452 fragmentos. La tabla 9 muestra los
resultados univariados por diámetro y grosor. Las figuras 14 y 15 presentan estos modos y como se
174 superponen. Cuanto estas dos categorías son trasladadas a un gráfico EDK bivariado, un modo pre-
ponderante aparece, como se observa en la tabla 9 y en las figuras 16 y 17.
Christian Mesía / Uso de estimados de densidad Kernel en la investigación de grupos cerámicos...
4.3.1 Basural
La muestra total asciende a 338 fragmentos. La tabla 9 muestra los resultados univariados por diáme-
tro y grosor. Las figuras 14 y 15 presentan estos modos y como se superponen. Cuando estas dos cate-
gorías son trasladadas a un gráfico EDK bivariado, un modo preponderante aparece –como se observa
en la tabla 9 y en las figuras 16 y 17. Similar situación a la relación entre los cuencos de basural y la
muestra total se repite aquí. Las jarras del basural componen el 73,7% de la muestra total, razón por
la cual los resultados son idénticos.
En la tabla 10 puede verse un resumen de los resultados de EDK en Cuencos por unidad espacial.
4.4 Botellas
La muestra de botellas está compuesta por 119 fragmentos, de los cuales 101 (84,9%) es parte del
Basural. Debido al reducido número de fragmentos en otras unidades espaciales, solamente las tablas
serán consideradas y los patrones extraídos de ellas sin necesidad de realizar análisis EDK. Se puede
argumentar que el resto de unidades espaciales no contienen una proporción significativa de botellas.
La tabla 11 muestra los estimados univariados de la población total para diámetros y grosores mien-
tras que las figuras 18 y 19 muestran como estos modos se superponen. Cuando estas dos categorías
Tabla 10: Sumario de tipos y medidas de Jarras.
Unidad Espacial Muy pequeño Pequeño Mediano Grande
Basural Ausente 8/0,5 Ausente Ausente
Cuartos de Piedra Ausente Ausente 12/0,5 Ausente
Plataformas Tempranas 6/0,4 8/0,7 Ausente Ausente
Correntera de Agua 6/0,6 8/0,6 10/0,6 Ausente
Plataformas Tardías 6/0,6-0,9 8/0,3 Ausente 18/0,9
179
Figura 19. EDK univariados de grosores de Botellas.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 161-190
son trasladadas a un gráfico EDK bivariado, un dos modos aparecen –como se observa en la tabla 11 y
en las figuras 20 y 21.
Es necesario indicar que con relación a las botellas, el diámetro del borde no indica precisamen-
te si se trata de una botella de grandes o pequeñas dimensiones, por lo que en este artículo se lidia
principalmente con la variación del borde. Los resultados obtenidos si bien no son significativos en
cuanto las variaciones del tamaño de las botellas, lo son en cuento a la segregación de botellas de
cuello angosto o cuello amplio, las cuales pueden estar presentes en botellas de similares dimensiones
o de dimensiones generales diametralmente opuestas. El tamaño del cuello no está en función de los
centímetros cúbicos de líquido que una botella puede contener.
4.4.1 Basural
Como se mencionó anteriormente, una muestra de 101 fragmentos ha sido cuantificada en esta uni-
dad analítica. Dada la preponderancia de botellas del basural en la muestra general, se observa una
tendencia similar a la indicada en el párrafo anterior. La tabla 11 muestra los estimados univariados
de la población total para diámetros y grosores mientras que las figuras 18 y 19 muestran como estos
modos se superponen. Cuando estas dos categorías son trasladadas a un gráfico EDK bivariado, un dos
modos aparecen –como se observa en la tabla 11 y en las figuras 20 y 21. Dos tipos de cuellos de botella
han sido identificados, pequeños (4/0,4 cm) y medianos (6/0,5 cm).
4.5 Vasos
La muestra de vasos en esta unidad analítica está compuesta tan solo por 40 fragmentos, de los cuales
37 (92,5%) provienen del Basural. Dado el número reducido de de fragmentos de vasos en otras uni-
dades espaciales se seguirá el mismo procedimiento utilizado para las botellas. La tabla 13 muestra
180
los estimados univariados de la población total para diámetros y grosores mientras que la figura 22
Christian Mesía / Uso de estimados de densidad Kernel en la investigación de grupos cerámicos...
muestra como estos modos se superponen. Cuando estas dos categorías son trasladadas a un gráfico
EDK bivariado, cinco modos aparecen –como se observa en la tabla 13 y en las figuras 23 y 24. Debe de
indicarse que el modo pequeño es increíblemente pequeño y podría tratarse de vasos miniatura.
4.5.1 Basural
La muestra de vasos identificada en el Basural corresponde a 37 fragmentos. Se replican los valores 181
identificados en la muestra total de vasos.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 161-190
4.6 Platos
La población de platos está compuesta por 57 fragmentos, de los cuales 46 (80,1%) pertenece al Basural.
Dado el número reducido de de fragmentos de vasos en otras unidades espaciales se seguirá el mismo
procedimiento utilizado para las botellas y vasos. Esta baja densidad invita a pensar que los platos
no fueron realmente parte importante de la muestra cerámica recuperada en el sector Wacheqsa. La
tabla 15 muestra los estimados univariados de la población total para diámetros y grosores mientras
que la figura 25 muestra como estos modos se superponen. Cuando estas dos categorías son trasla-
dadas a un gráfico EDK bivariado, dos modos aparecen como se observa en la tabla 15 y en las figuras
26 y 27.
4.6.1 Basural
Como se mencionó en el párrafo anterior, la muesta de platos en el Basural es de 46 fragmentos, re-
plicándose los valores identificados en la muestra general. Los datos referentes a las otras unidades
184
espaciales pueden ser observados en la tabla 16.
Christian Mesía / Uso de estimados de densidad Kernel en la investigación de grupos cerámicos...
185
Figura 25. EDK univariados de diámetros y grosores de Platos.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 161-190
Asimismo la tabla 16 muestra una sinopsis de la distribución de platos por unidad espacial.
Nuevamente es muy importante recalcar la cautela con la cual los valores provenientes de CP, PT,
PTA y CA deberán ser tomados.
Existe una clara variación del grupo cerámico muestreado, la cual refleja diferencias en tipos pre-
valentes entre unidades espaciales, tal cual se observa en la tabla 17. La naturaleza de estas funciones
será discutida en un siguiente artículo pero para aquellos interesados, sugiero revisar la tesis doctoral
del autor (Mesia 2007).
5. Discusión
Ciertas consideraciones necesitan ser comentadas al observar los resultados de la sección precedente.
Los resultados provenientes de unidades espaciales con densidades altas tienen un grado de certe-
za indudablemente mayor que aquellos que provienen de unidades espaciales con densidades bajas,
encerrando la posibilidad de crear artefactos estadísticos en cada modo identificado, especialmente
cuando existen outliers en la muestra. Esto se aplica también a las tipos cerámicos con bajas densi-
dades al interior de las unidades espaciales. Esto se observa por ejemplo en la muestra de botellas,
vasos y platos que pertenecen a las unidades espaciales de la fase Urabarriu. Es necesario realizar
un ejercicio de cautela y no interpretar los resultados de estos tipos cerámicos en estas unidades
espaciales como modos infalibles sino más bien como educadas presunciones hasta contar con una
muestra mayor. Para los análisis bivariados e incluso univariados, “el problema es conocer que es lo
que constituye una muestra adecuada ya que esto depende de la estructura subyacente de los datos”
(Baxter et al. 2000). En el ejemplo de análisis bivariados de 62 especímenes que Baxter et al. dan en el
186
mismo artículo (Baxter et al. 2000), este número es a duras penas satisfactorio, sin embargo por fines
Christian Mesía / Uso de estimados de densidad Kernel en la investigación de grupos cerámicos...
didácticos y siguiendo las recomendaciones de Baxter et al, se eligió la muestra de 30 como mínimo
para realizar los análisis que motivan el presente artículo, ya que la prevalencia de modos fabricados
es muy alta en una muestra menor de 30.
En referencia a la relación diámetro/grosor, la primera medida resiste satisfactoriamente los re-
sultados de análisis bivariados en relación a los univariados por lo que es más robusto en el examen
de dimensiones de vasijas que la medida de grosor. Los modos detectados en EDK univariados han
resistido en su gran mayoría la prueba de los EDK bivariados.
Otro elemento que vale la pena recalcar es la necesidad de razonar en términos tridimensio-
nales la relación entre dos categorías que conforman un análisis bivariado ya que los gráficos en
dos dimensiones no han identificado correctamente los modos estadísticos detectados en gráficos
tridimensionales para el caso de las ollas sin cuello del Basural y los Cuartos de Piedra. Un elemento
notable de control de los análisis EDK realizados en R es la tabla de agrupamiento que se genera a
partir de rutinas EDK realizadas en JMP. El uso de rutinas EDK en ambos paquetes estadísticos genera
una mayor robustez a los resultados, teniendo siempre en cuenta que el tamaño de la muestra debe
de ser el adecuado.
En resumen se puede indicar que las rutinas EDK, fundamentalmente las bivariadas tridimen-
sionales se constituyen en poderosas herramientas analíticas para el examen de relaciones muy su-
periores a los histogramas, lo cual expresa concordancia con las salvedades establecidas por Baxter
(Baxter et al. 1997), Cleveland (Cleveland 1993), Shennan (Shennan 2006) Su potencial en arqueología
no ha sido plenamente explotado por lo que es de esperar que el presente artículo genere un mayor
uso del mismo entre los profesionales de la arqueología interesados en herramientas analíticas de
investigación.
Agradecimientos
Los trabajos de excavación en Chavín de Huántar fueron realizados con apoyo del Departamento de
Ciencias Antropológicas de la Universidad de Stanford, el Centro de Estudios Latinoamericanos de
la Universidad de Stanford, la Facultad de Humanidades de la Universidad de Stanford y la National
Geographic. A Ian Robertson quien fue instrumental en el desarrollo del presente análisis estadístico
al introducirme a la programación estadística y al uso de R, además de realizar valiosos comentarios
al mismo. A John Rick por igualmente contribuir al desarrollo de la presente investigación y por su ca-
maradería reflejada a lo largo de los años tanto en Stanford como en Chavín de Huantar. Igualmente
a mis colegas y amigos John Wolf y Daniel Contreras con quienes he compartido discusiones extensas
sobre los resultados de estos análisis. Desde luego los errores incluidos en el presente trabajo son de
exclusiva responsabilidad mía.
187
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 161-190
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Arqueología y Sociedad 24, 2012: 161-190
Apéndices
I. Código de programación R para rutinas EDK univariadas
http://addictedtor.free.fr/graphiques/graphcode.php?graph=103
require(hdrcde)
data(faithful)
hdr.den(faithful$eruptions)
rug(faithful$eruptions, ticksize= 0.01)
require(MASS)
set.seed(125)
x <- rnorm(150,mean=3*rbinom(150,prob=.5,size=1),sd=1)
y <- rnorm(150,mean=4*rbinom(150,prob=.5,size=2),sd=1)
d <- kde2d(x,y,n=50)
par(mfrow=c(1,2),mar=c(0.5,0.5,0.5,0.5))
persp(d,col=fcol,zlim=zlim,theta=theta,phi=phi,zlab=”density”)
par(mar=c(2,2,2,2))
image(d,col=couleurs)
contour(d,add=T,nlevels=nlevels)
box()
}
#png(“graph_1.png”,width=600,height=300)
190 kde2dplot(d)
#dev.off()
Arqueología y Sociedad
Nº 24, 2012: 191-226
ISSN: 0254-8062
huaca la florida:
la secuencia cronológica
de un templo en u en el valle del rímac
José Luis Fuentes Sadowski
Arqueólogo por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos
condor_de_fuego@hotmail.com
Resumen
Huaca La Florida es un templo en U del valle del Rímac, perteneciente a la Cultura Manchay, sociedad que
habitó la costa central entre los 2000 al 600 a.C. aprox. Desde el año 2001 venimos visitando e investigando
este sitio, del cual recopilando todos los antecedentes de estudio, registros inéditos y viendo el material
procedente de allí confeccionamos nuestra tesis de licenciatura en la UNMSM. La propuesta de secuencia
cronológica elaborada viene a ser una importante contribución no sólo para la historia de este sitio clave
si no para la arqueología de la costa central en el Formativo.
Palabras clave: Templo en U, Periodo Inicial, Cultura Manchay.
Abstract
Huaca La Florida is a U-shaped temple located in the Rimac Valley, related to the Manchay Culture, society
that settled in the Central Coast during c. 200 to 600 b.C. Since 2001 we have been visiting and resear-
ching about this site; and by gathering the information of previous researches, unpublished records, and
analyzing de material from the site, we developed our bachelors’ thesis, submitted to the UNMSM. The
chronological sequence developed here comes to be a significant contribution not only to the history of
this important site, but to the central coast archaeology during the Formative period.
Keywords: Templo en U, Periodo Inicial, Cultura Manchay.
En diciembre del 2009 sustentamos nuestra tesis de licenciatura en la Universidad Nacional Mayor
de San Marcos titulada La secuencia cronológica de la Huaca La Florida, valle del Rímac, Perú que asesoró
el Dr. Rafael Vega-Centeno. En ella planteamos, en base a registros y material inédito, una hipotética
secuencia cronológica de este templo en U de la cultura Manchay en el valle bajo del Rímac. Esta se-
cuencia empezó en un momento no determinado del Precerámico Tardío y terminó hacia 1000 a.C.
cuando, al parecer, el sitio fue abandonado. Las fases planteadas fueron: San Jerónimo (¿?-1800 a.C.)
aún en el Precerámico Tardío; y Amancaes (1800-1500 a.C.), El Bosque (1500-1200 a.C.) y Villacampa
(1200-1000 a.C.), en el Periodo Inicial y con la presencia de cerámica. Presentamos el proceso que se
191
siguió para llegar a la secuencia cronológica del sitio.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 191-226
1 Por la construcción de la primera urbanización es que tiene el nombre de La Florida, pero tenemos referen-
192 cias que por la hacienda situada allí también se llamó Huaca Muñoz. Otro nombre que tuvo fue “Huaca de la
Hoyada de Amancaes” (Mejía 1978: 495).
José Luis Fuentes / Huaca La Florida: la secuencia cronológica de un templo en U en el valle del Rímac
193
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 191-226
entre el valle de Fortaleza y el de Lurín. En toda esta región, entre los 2000 a 600 a.C., se edificaron
alrededor de 60 templos en U en distintas zonas de las partes baja y media de cada valle. Esta sociedad
no solo compartió este patrón de edificación, definido por Williams (1971), sino que tuvieron un estilo
de cerámica propio: ollas sin cuello con bordes engrosados (forma de coma), botellas de picos largos
y borde abocinado y cuencos de lados convexos; con decoración bícroma, mayormente con punteado
o incisiones; iconografía propia, la cual no solo se plasmó en la cerámica, sino también en los muros
de los templos a manera de frisos, donde los personajes son representados con labios pronunciados
y diente felínicos, ojos de “pupila exéntrica” y, en su mayoría, en actitudes o estados, al parecer, de
trances místicos (como personajes en actitud de vuelo). Las investigaciones de Patterson (1983) llevan
a proponer el concepto de “formación social La Florida”.
do por dos muros que parten de ambos extremos del frontis y que a determinada distancia tuercen en
90º convergiendo y dejando un espacio de acceso entre la plaza y el vestíbulo justo en el eje del cuerpo
central y de todo el sitio. Valdría decir que el espacio del vestíbulo también podría considerarse dentro
del espacio de la plaza, ya que se sitúa en ella. Podemos, a su vez, mencionar que el núcleo tiene tres
elementos arquitectónicos importantes adicionales: una escalera principal de acceso que comunica el
vestíbulo con el atrio –ambiente de planta cuadrangular situado en el frontis principal del núcleo pero
que se encuentra semi hundido en la superficie del mismo– y una pequeña plataforma situada a espaldas
del atrio que coronaba el núcleo del cuerpo central (Fuentes 2009: 33-34).
Los brazos se conforman de una serie de montículos alineados que parten desde los extremos de
cada ala del cuerpo central y se dirigen en dirección opuesta. Algunos llegan a ser tan voluminosos
como los cuerpos centrales, pero en la mayoría de los casos son montículos pequeños. Contenían una
serie de ambientes con escalinatas y pasadizos, y en algunos casos, plazas circulares frente a estos o
incluso en la parte posterior. Finalmente la plaza central, el espacio plano enmarcado entre el cuerpo
central y los dos brazos, tenía una serie de estructuras como el vestíbulo, plazas circulares, zócalos
y otras estructuras. Un quinto elemento eran los sectores de viviendas domesticas ubicadas en los
alrededores del templo, en las partes posteriores del cuerpo central, los brazos e incluso delante de
la plaza central.
196
Figura 4. Plano de las intervenciones realizadas en Huaca La Florida y zonas colindantes
José Luis Fuentes / Huaca La Florida: la secuencia cronológica de un templo en U en el valle del Rímac
Huaca La Florida en el valle de Lima”, que apareció en las actas del III Congreso Peruano del Hombre y la
Cultura Andina publicadas en Lima en 1978. En este artículo hace una descripción de los tres perfiles
ubicados en el sitio: el Corte A situado en el extremo norte del ala izquierda (que fue el explorado
en la tercera salida y en donde descubrieron la vasija entera), el Corte B situado en la base suroeste
del núcleo (que fue explorado en la primera salida y en donde Mejía halló los primeros fragmentos
“chavinoides”) y, el Corte C situado en la esquina sur del núcleo, explorado por Mejía en 1977 (Mejía
1978: 499-503). Hace también una correlación de La Florida con otros sitios formativos de la zona. Es
importante mencionar que Mejía insiste el término “chavinoide” para datar al sitio.
Después del artículo de Mejía aparecieron más contribuciones de Williams (1978-80, 1983),
Patterson (1983) y Silva, Hirth, García y Pinilla (1983).
La segunda publicación especializada sobre el sitio la publicó Thomas C. Patterson en las actas de
un simposio que aparecieron en 1985 denominado Early Architecture in the Andes de un evento reali-
zado por la Dumbarton Oaks en Washington en 1982. El artículo se denominó “The Huaca La Florida,
Rimac valley, Peru”. En éste Patterson, como Mejía, sintetiza la información que había reunido a lo
largo de los años sobre el sitio, además de los conjuntos de cerámica que se habían recuperado del
lugar. Describe un perfil en el cuerpo central que se situó en las cercanías del Corte B de Mejía, justo
en el límite entre el núcleo y el ala izquierda, señalando las capas, muros y pisos (Patterson 1985: 59-
63). Señala que del lugar extrajo muestras de moluscos, restos botánicos, así como gran cantidad de
fragmentos de cerámica. De esta muestra define cuatro tipos de formas cerámicas (Patterson 1985:
63). En base a la cerámica y a los fechados radiocarbónicos existentes plantea una serie de cuestiones
cronológicas, entre ellas que el sitio se empezó ha construir un poco antes de la aparición de la ce-
rámica (antes de 2150 a.C.) y que fue abandonado antes que se expandiera el estilo Colinas de Ancón
hasta el valle de Lurín (antes de 1750 a.C.). Hace un interesante cálculo de la fuerza laboral necesaria
para construir el cuerpo central, y señala que fueron 6.736.670 hombres/día (Patterson 1985: 66).
Las últimas menciones a La Florida las dieron Engel (1987), Marcus y Silva (1988), Rosselló (1997),
Silva y García (1997) y Burger y Salazar (2010).
ritos (la superestructura) que se realizaron en este centro ceremonial fueron los que influenciaron
para que aparecieran elementos arquitectónicos como el vestíbulo, el atrio, los brazos, la plaza, las
alas laterales de la pirámide central, etc. La Florida fue al parecer el primer sitio en el valle del Rímac
en que se define esta tradición arquitectónica en U con todos sus elementos. A pesar de las enormes
dimensiones de la plaza de La Florida creemos que sirvió para congregar a la población y fue el lugar
donde quizás se hicieron una serie de actividades. El cuerpo central de La Florida tuvo un vestíbulo
bien definido que puede verse en las fotos aéreas del SAN. A pesar de tener ese profundo hoyo en el
frontis del núcleo (que fue probablemente un huaqueo colonial) debió estar en ese lugar el atrio y
debe existir una escalera o escaleras que permitieron comunicar el vestíbulo al atrio. También debió
tener una pequeña plataforma situada inmediatamente al suroeste del hoyo, en donde actualmente
es la zona de mayor altura del montículo. Las alas laterales del cuerpo central tienen la particularidad
de no ser simétricas, teniendo la derecha una pequeña plataforma en su cima, siendo por esta parti-
cularidad más alta que la izquierda. Sobre la función de éstas no lo sabemos, pero quizás se ubicaron
en ellas ambientes relacionados a las actividades que se hacían en el núcleo. Sobre la función de los
brazos no esta aún precisada pero tuvieron probablemente una serie de ambientes relacionados con
la plaza central (Fuentes 2009 :153-156).
Acerca de la cerámica recuperada en el sitio pensamos que por la cantidad de intervenciones que
hubieron debió recuperarse una cantidad importante de fragmentería o inclusive ejemplares enteros.
Pero lamentablemente se ha ilustrado, descrito o comentado muy poco hasta ahora. El primero fue
Lanning (1960b: 374-378), quien menciona que la cerámica del sitio presenta caracteres muy “homo-
géneos”. Divide el conjunto de cerámica en vasijas finas y utilitarias, señala que las formas más comu-
nes fueron botellas y cuencos, y que las decoraciones fueron incisiones hechas con un instrumento
obtuso. Ubica tentativamente la cerámica de La Florida después de su fase Colinas 2 de su secuencia de
Ancón, esto es, a fines del Horizonte Temprano (Lanning 1960b:377). Posteriormente Hermilio Rosas
piensa que la cerámica de La Florida se correspondería con la cerámica de las fases II y III (La Florida
y Hacha) de su secuencia de Ancón y que se caracteriza principalmente por tener las formas de bote-
llas de un solo pico y “bols”, teniendo dos tipos de decoraciones: incisa y pintadas (Rosas, 2007:125-
126 [1970]). Después de este trabajo, Mejía (1978:520) ilustra algunos de los fragmentos de cerámica
recogidos por él en los cuales pueden notarse los diseños incisos en forma de círculos. Finalmente
Patterson (1985:64) ilustra los cuatro tipos de formas que encontró en las dos colecciones analizadas
por él: ollas sin cuello, tazas grandes poco profundas, botella de un solo cuello y plato abierto.
Finalmente la relación que tuvo La Florida con los demás templos en U del valle del Rímac es un
tema aún oscuro debido a que la mayoría no han sido investigados. Pero es probable que no hayan
funcionado todos a la vez. Si La Florida fue el primero es probable que cuando empezara su decaimien-
to o se abandonó surgiera Garagay como el templo predominante en la región. Es bastante probable
que durante su funcionamiento fuera el más importante del valle. Quizás el resto de templos en U más
pequeños le debieron algún tipo de respeto o quizás estuvieron sujetos con algún tipo de mecanismo
religioso. Sobre la relación con las aldeas donde vivían los pobladores comunes del valle no sabemos
el alcance que tuvo en la vida de éstos. Marcus y Silva (1988:40) mencionan que el surgimiento de La
Florida estuvo relacionado con el surgimiento de una unidad sociopolítica poderosa en el valle del
Rímac y que también tuvo una importancia regional puesto que probablemente ejerció un control
sobre toda el área Ancón-Rímac. Silva y García (1997:221) mencionan también que La Florida pudo
ser cabeza de una jefatura que controló la parte “media” del valle del Rímac, mientras que Garagay
controlaba toda la sección baja del valle.
Finalmente acerca del abandono del sitio Patterson cree que debió producirse hacia los 1700 a.C.
(Patterson, 1985:65) época en la que estaba en pleno proceso de emerger el vecino centro ceremonial
198 de Garagay. Probablemente el periodo de decadencia de La Florida coincidió con el desarrollo de
Garagay. No sabemos si hubo por esos años algún factor climático o desastre que afectara de forma
José Luis Fuentes / Huaca La Florida: la secuencia cronológica de un templo en U en el valle del Rímac
irreversible al centro ceremonial de La Florida, pero pudo deberse a que el prestigio de Garagay creció
hasta superarlo, con lo que poco a poco fue decayendo. Quizás la frontera agrícola se expandió mejor
en esa zona, entre otras explicaciones.
“El sitio arqueológico de Huaca La Florida fue un centro ceremonial que formó parte de un gran complejo
arquitectónico, fue ocupado desde antes de los 1800 a.C. hasta los 1000 a.C. y experimentó una secuencia
de cambios de cuatro fases: fase de ocupación precerámica, fase arquitectónica hecha mayormente de
adobitos y también de piedra, fase relacionada con una primera remodelación constructiva del cuerpo
central con arquitectura de piedra canteada con argamasa de barro y una última fase relacionada con
un mayor desarrollo de este tipo de arquitectura.”
200 2 Aunque no se descarta que sea de origen republicano, por el dato que Burger y Salazar dan para Mina Perdi-
da (2009:39).
José Luis Fuentes / Huaca La Florida: la secuencia cronológica de un templo en U en el valle del Rímac
202 Figura 7. Vista del cuerpo central de La Florida, desde la plaza central del sitio, actualmente terrenos del Club
Sporting Cristal. Foto JLFS, Junio 2011.
José Luis Fuentes / Huaca La Florida: la secuencia cronológica de un templo en U en el valle del Rímac
Figura 8. Vista del ala derecha del cuerpo central de La Florida (Plataforma D)
desde la cima del núcleo. Foto JLFS, Diciembre 2005.
ala y dejó hacia el norte un pequeño mojón de la misma. Tienen una disposición similar a las del ala
derecha pero con la diferencia que la superficie de la parte superior es plana, a diferencia de la otra.
La plataforma G puede distinguirse en la foto aérea pero parece que en la actualidad ha desaparecido.
Hacia el lado suroeste están los restos de 3 estructuras de cemento que utilizó la chancadora. Algo
importante es que en el flanco suroeste del cuerpo central, entre el núcleo y el ala izquierda se sitúa lo
que hemos denominado el Perfil A. El Perfil B está en el extremo noroeste del ala izquierda y el Perfil
C está en la esquina sur del núcleo, hacia el ala derecha (Fuentes, 2009:172-174) (Fig 9).
El brazo derecho fue una sucesión de montículos y tuvo un largo de 559 m. Partía del extremo su-
reste del cuerpo central. El montículo BD1 que fue el primero exhibió arquitectura de adobes (Matos,
1962-63:57) pero fue destruido al construirse una manzana de la urbanización La Florida. El monticulo
BD2 es el único que existe del brazo derecho y es de planta semi trapezoidal, siendo sus medidas 70 x
54 m. En su superficie solo hay piedras sueltas y tierra pero en su talud suroeste se encuentra el Perfil
F en donde se distinguen adobitos odontiformes, muros de piedra y rellenos. Existió un montículo al
sureste del anterior que fue el BD3, ahora destruido. El BD4 se situaba al noreste del BD2 pasando la
avenida Abelardo Gamarra y fue el excavado por Muelle en 1962-63. Mas al noreste del BD4 se situa-
ban 2 montículos más (BD5 y BD6) ahora destruidos (Fuentes, 2009:174-176).
El brazo izquierdo partió del extremo noreste del cuerpo central y se alineó perfectamente con el
derecho. Su largo fue de 537 m. El primer montículo fue el BI1 que aún subsiste y se encuentra dentro
de las instalaciones del Club Sporting Cristal. El montículo siguiente (el BI2) se situó debajo de la casa
hacienda colonial de la Hacienda Muñoz. Luego prosiguió el BI3 y luego el BI4, en donde finalizaba el 203
brazo y que llegaba hasta el inicio de un espolón del cerro Arrastre Bajo (Fuentes, 2009:176-177).
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 191-226
Figura 9. Vista del ala izquierda del cuerpo central de La Florida (Plataforma F) desde la cima de
la Plataforma A. Foto JLFS, Noviembre 2005.
La plaza central de Huaca La Florida fue una explanada de 14 ha. (140,000 m2) (Williams, 1978-
80:98) delimitada por el frontis principal del cuerpo central por el suroeste, el brazo izquierdo por el
noroeste y el brazo derecho por el sureste. En la foto aérea se distingue que su área estaba libre de
construcciones, existiendo solo unos 6 montículos pequeños circulares. También hubo 2 zócalos de
piedra que se alineaban con el eje del sitio, uno de ellos fue detectado por las excavaciones de Muelle
en 1962-63 (Fig. 10).
Figura 10. Vista desde la cresta sur del cerro Arrastre Bajo del cuerpo central de La Florida,
del montículo BI1 del brazo izquierdo y de parte de la plaza central. Foto JLFS, Febrero 2007.
visibles3, por el hecho de haber identificado un templo en U entre estos montículos que hemos deno-
minado “Los Manzanos” (conformando con La Florida un “sistema binario”4), manteniendo la misma
orientación que La Florida (37º 3’) y estando su eje orientado hacia el Cerro Observatorio situado ha-
cia el noreste, tal como La Florida está orientado hacia el cerro Segundo; y finalmente, por el hecho
que en las excavaciones en los montículos E e I, Muelle y Casafranca en 1957 y 1962-63 respectiva-
mente encontraron vestigios tempranos similares a los recuperados de la Huaca La Florida (Fuentes,
2009:178-179).
Hemos identificado algo de 27 montículos conformando este complejo Amancaes, fuera de los 21
que conforman propiamente el templo en U de La Florida. Se numeran de la A hasta la Z. Los monti-
culos P, Q y R son los que conformaron el templo en U de Los Manzanos. Es lamentable que de los 48
monticulos solo subsistan 3 en la actualidad.
Finalmente añadiríamos a estos montículos las estructuras que aún subsisten en la cima de los
cerros que circundan la pampa de Amancaes. Ya Middendorf en1893 había señalado una estructura
de piedra en una de las cimas del Arrastre Bajo. También Rosselló mencionó la existencia de geoglifos
en la pampa de Amancaes y que encontró fragmentería temprana en la cima del cerro San Cristóbal.
Finalmente Chamorro menciona 3 sitios en la cima del cerro Las Ramas (Cerro Gramal, Cerro Santa
Rosa y Cerro El Altillo) y uno en el cerro Observatorio (que él denomina Cerro Las Ramas).
La estructura que menciona Middendorf nosotros la hemos encontrado semi derruida cerca del
límite superior del asentamiento humano Mariscal Castilla. En la parte baja de este cerro Arrastre Bajo
existió un cementerio que aparece saqueado en la foto aérea de 1944. En las laderas y cima del cerro
3 Las estructuras tempranas casi siempre son montículos que no ofrecen muros o estructuras visibles, mien-
tras que las tardías sí lo ofrecen: tapiales, adobes, etc.
205
4 Que viene a ser 2 templos en U muy cerca uno del otro.
206
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 191-226
Figura 11. Ubicación de los distintos montículos arqueológicos con la letra asignada a cada uno de ellos que conformaron el Complejo Amancaes.
José Luis Fuentes / Huaca La Florida: la secuencia cronológica de un templo en U en el valle del Rímac
San Jerónimo existen todavía vestigios, estando en la cima una escalera bien conservada que lleva a la
parte más alta de ésta, en donde hay un sitio arqueológico de estructuras de piedra y habitáculos semi
subterráneos que lo hemos denominado “Cerro San Jeronimo”. En el cerro Segundo no encontramos
vestigios5 y en el Observatorio existe un sitio hacia el lado del abra que lo separa del cerro Las Ramas,
sitio que es mencionado por Chamorro dándole el nombre del cerro contiguo y cuya descripción no
coincide con lo observado por nosotros. También de los 3 sitios que menciona para el cerro Las Ramas
solo ubicamos uno (el situado más al norte, que él denomina Cerro Gramal) siendo casi colindante con
el abra que separa los cerros Observatorio y Las Ramas. De los geoglifos que reporta Rosselló para la
pampa de Amancaes ya no existen en la actualidad y eran dos líneas paralelas que partiendo del límite
de la zona cultivada llegaban hasta el inicio de la ladera del cerro Segundo, hacia el oeste de la capilla
colonial de San Juan de Amancaes (Fuentes, 2009:187-193).
Figura 12. Plano topográfico de La Florida, hecho en base al plano topográfico del INC PTOP-0007
-INC-PQÑ-2002-AI/G del 2002. Se indica los perfiles de Mejía, Patterson y Fuentes.
208 Figura 13. Vista desde el noroeste del Perfil A, localizado en la esquina oeste del núcleo del cuerpo central de La
Florida, donde se ubican el Corte B de Mejía y el perfil de Patterson. Foto JLFS, Junio 2006.
José Luis Fuentes / Huaca La Florida: la secuencia cronológica de un templo en U en el valle del Rímac
Figura 14. Dibujo en 3 dimensiones del Perfil A del cuerpo central de La Florida. Dibujo Piero Damiani.
un segundo periodo de utilización de piedras canteadas unidas con argamasa de barro. La secuencia
cronológica es la siguiente:
a) Estrato de arena (¿Fuertes avenidas de agua? ¿Fenómeno del Niño?).
b) Primera Ocupación: Construcciones y muros de barro de adobes cúbicos y plano convexos.
– Fase 1: Ocupación leve de la zona.
– Fase 2: Aumento de la intensidad de la ocupación de la zona.
c) Episodio de preparación del terreno para las construcciones de piedra canteada.
d) Segunda Ocupación: Construcción de arquitectura de piedra unida con argamasa de barro y relle-
nos también de piedra y barro.
– Fase 1: Construcción de la Plataforma 0 (En dos etapas: 0A y 0B).
– Fase 2: Construcción de las plataformas 01, 02 y 03 (la Plataforma 01 en dos etapas: 01A y 01B)
– Fase 3: Construcción de las plataformas F1 y G en el ala izquierda y D1 y E en el ala derecha.
– Fase 4: Construcción de la Plataforma A del núcleo encima de las plataformas 0, 01, 02 y 03.
Construcción del vestíbulo y término de la Plataforma C.
– Fase 5: Construcción de las plataformas F2 y D2 en el ala izquierda y el ala derecha respectiva-
mente.
de campo inéditos de Casafranca y Carrera y en algunos planos en el archivo del MNAAHP. Se excavó
lo que quedaba del Montículo BD4, casi completamente arrasado por la maquinaria pesada de la com-
pañía que hizo la urbanización, en 3 montículos de la plaza del sitio (los PC2, PC3 y PC4), en una pe-
queña sección de un zócalo situado a unos metros al noroeste del PC3, en el montículo I del Complejo
Amancaes y en una parte del montículo BI2 del brazo izquierdo (Fuentes, 2009:238-239) (Fig. 15).
Encontraron estructuras circulares o quizás las bases de plazas circulares en los montículos PC3
y PC4. En la excavación ubicada cerca del PC3 encontraron un zócalo de piedra que por la foto aérea
se alineaba con uno de los geoglifos existentes en la pampa de Amancaes (luego notamos en la misma
foto que a unos 25 m. aprox. al sureste existió otra alineamiento de piedras similar (¿otro zócalo?) que
se alineaba con el otro geoglifo de la pampa). El montículo I del Complejo Amancaes (uno de los pocos
de este complejo que fuera excavado) arrojó también material Formativo y fue calificado por Carrera
como un basural. En la intervención del montículo BI2 encontraron una galería o túnel, que en su
techo estaba revestido de ladrillos unidos por calicanto (lo que confirma su data colonial)6.
Para el montículo BD4 se hicieron 9 excavaciones en diferentes puntos de lo que quedaba de este,
que permitieron reconstruir su secuencia de construcción. Lo más importante que se halló fue un
ambiente de planta rectangular en el lado norte del frontis del montículo que miraba hacia la plaza
central de La Florida. El ambiente tenía su acceso orientado hacia la plaza. La mayor parte de los mu-
ros fueron hechos de adobe y estuvieron enlucidos. Lo particular es que en la jamba sur del acceso
había en la pared un pequeño nicho trapezoidal. En el centro del ambiente también encontraron en
el momento de cambio de los rellenos una ofrenda consistente en la cabeza hecha de arcilla de un
mono (o de otro tipo de mamífero). Lo denominamos Recinto A. Este ambiente fue parte de una serie
de construcciones hechas de adobe y piedra (mayormente de adobe) que fueron posteriormente se-
lladas con rellenos y que sirvieron para construir una serie de plataformas escalonadas que fueron las
últimas remodelaciones del Montículo BD47 (Fuentes, 2009:254-272).
La secuencia cronológica elaborada por nosotros para este montículo y las evidencias excavadas
en la plaza y otras zonas es la siguiente:
– Fase 1: Fase constructiva 1 del Montículo BD4 del brazo derecho y muro de piedra con banqueta
y cenizal asociados en la base del Montículo BI2 del brazo izquierdo.
– Fase 2: Fase constructiva 2 del Montículo BD4. (Recinto A y estructuras anexas de adobe).
– Fase 3: Fase constructiva 3 del Montículo BD4.
– Fase 4: Fase constructiva 4 del Montículo BD4.
– Fase 5: Fase constructiva 5 del Montículo BD4. (Para las fases 3, 4 y 5 construcción de plataformas
de piedra)
– Fase 6: Fase constructiva 6 del Montículo BD4. (Sellado de las estructuras anteriores y elevación
de altura del montículo).
– Fase 7: Cubierta de las estructuras en los montículos de la plaza central con rellenos realizados después
del abandono del templo en U de La Florida (PC3 y PC4) más todo el Montículo PC2 en su integridad.
Como secuencia alterna y que queda flotando en el tiempo están:
– Fase 1: Construcción en la plaza central de La Florida de las plazas circulares de los montículos
PC3 y PC4, más el zócalo de piedra hallado en la Exc. 2 (continuación del geoglifo).
– Fase 2: Segundo momento de ocupación del Montículo PC4.
Y sucede el mismo caso con la ocupación del basural “chavinoide” del Montículo I del Complejo
Amancaes.
6 Escuchamos de personas que vivieron hace muchos años en la Urb. La Florida leyendas relacionadas con éste
túnel, que al parecer iba a lo largo del brazo izquierdo.
210 7 La forma como se suceden las plataformas es bastante similar a la del brazo derecho de Garagay, excavado
por Ravines en 1975.
José Luis Fuentes / Huaca La Florida: la secuencia cronológica de un templo en U en el valle del Rímac
Figura 15: Plano de los montículos excavados en 1962-63 por Jorge C. Muelle.
Figura 16: Plano del parque Juan Ríos, con ubicación de las unidades excavadas en 1957, hecho en base a un plano
de Bonavia dibujado en su libreta de campo “Trabajo “Parque Juan Ríos” Urbanización La Florida (Inmediaciones
212 Huaca Florida). Libreta Nº 3” Archivo Duccio Bonavia.
José Luis Fuentes / Huaca La Florida: la secuencia cronológica de un templo en U en el valle del Rímac
Figura 17: Vista del parque Juan Ríos en Octubre de 1957 cuando se realizaron las excavaciones de Muelle.
Archivo Mejía Xesspe (TMX-0797). Instituto Riva-Agüero, Pontificia Universidad Católica del Perú.
En lo que Casafranca denominó su “Cateo 4” halló los vestigios de otra plataforma baja de cantos
rodados que denominamos JR3. Tuvo unas medidas de 18 x 9 m teniendo una planta “semi trape-
zoidal”. Lo importante es que sus muros no solo fueron de cantos rodados grandes sino también
de piedra canteada y tapial8, habiendo usado en los pisos interiores cantos rodados “aplanados”. Se
definieron unas 10 fases constructivas en las cuales ésta plataforma fue aumentando de altura y de
tamaño, con sucesivas adiciones sobre todo en su extremo noroeste. En las remodelaciones que se
hicieron aparecieron hallazgos importantes como valvas de choro con pintura verdosa y carmín, una
mancha de ceniza blanca con cal y rastros de conchas calcinadas tipo choro, un tubito de caña carbo-
nizada con restos de pintura roja y un “horno” de cal con restos de cuy, choros, caracoles y conchas
carbonizadas (Fuentes 2009: 302-312).
La secuencia constructiva que definimos para las construcciones en el Parque Juan Ríos es:
– Fase 1: Momento de Ocupación 1 del Cateo 1, capa de basura arqueológica (¿Precerámico?):
Deposición de capa de arena ¿Fenómeno de El Niño?
- Deposición de capa de arena ¿Fenómeno de El Niño?
– Fase 2: Periodo con presencia de cerámica, anterior a la edificación de las plataformas JR1, JR2 y
JR3. Débil presencia de arquitectura (Cateo 4).
– Fase 3: Inicio de la construcción de las plataformas JR1 (Cateo 1), JR2 (Cateo 3) y JR3 (Cateo 4) de
planta cuadrangular o rectangular. Primera deposición de arena amarillo-verdosa ¿Deposición
eólica, avenida de agua?
213
8 Siendo esta quizás una de las referencias que tengamos más antiguas para el tapial en la costa central.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 191-226
Figura 18: Fragmento de cerámica Figura 19: Fragmento de Figura 20: Fragmento de cerámica
MPL-1RF-4 hallado por Mejía Xesspe cerámica MSM-2.2-1 procedente MPL-1RF-3 hallado por Mejía
en el Perfil A, cuerpo central de La probablemente de las excavaciones Xesspe en el Perfil A, cuerpo central
Florida en 1955. MNAAHP. Grupo de Muelle en la Urb. El Bosque de La Florida en 1955. MNAAHP.
cerámico La Florida marrón. en 1962-63. MAA-UNMSM. Grupo Grupo cerámico La Florida marrón
cerámico La Florida marrón rojizo.
amarillento.
Figura 21: Fragmento de cerámica Figura 22: Fragmento de cerámica Figura 23: Fragmento de cerámica
MPL-1RF-21 procedente de las MSM-3.2-1 recolectado por MPL-1RF-45 procedente de las
excavaciones de Muelle en la Urb. El Lanning y Rowe en 1958. Museo excavaciones de Muelle en la
Bosque en 1962-63. De la excavación de Arqueología de San Marcos. Del Urb. El Bosque en 1962-63. De la
12 del Montículo BD4. MNAAHP. Del grupo cerámico La Florida Rojo. excavación 6 del Montículo BD4.
grupo cerámico La Florida marrón MNAAHP. Del grupo cerámico La
grisáceo. Florida naranja.
Figura 24: Fragmento de cerámica MPL-2M-103 procedente Figura 25: Fragmento de cerámica MPL-1RF-14
de las excavaciones de Muelle en el Parque Juan Ríos en 1957. recogido por Mejía Xesspe del Perfil A del cuerpo
Excavado en el Cateo 4 de la Plataforma JR3.. MNAAHP. Del central de La Florida en 1955. MNAAHP. Del
grupo cerámico La Florida gris. grupo cerámico La Florida Negro.
215
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 191-226
en segundo lugar). En cambio en los grupos cerámicos del Parque Juan Ríos en el 3er Momento de
Ocupación General sucede lo mismo debido a que se encuentra primero La Florida Marrón rojizo y se-
gundo La Florida Marrón Grisáceo mientras que en el cuarto y quinto momento de ocupación general
está primero La Florida Marrón y segundo La Florida Marrón Rojizo. Aparte de afirmar que progresi-
vamente en el tiempo La Florida Marrón sustituyó en importancia a La Florida Marrón Rojizo creemos
que es la prueba empírica que la cerámica de la quinta fase de remodelación del Mont. BD4 y del 3er
Momento de Ocupación General del Parque Juan Ríos son contemporáneas (Fuentes, 2009:386-387).
216 9 Agradecemos la ayuda de Rafael Vega-Centeno y Elmo León, quienes calibraron los fechados, el primero con
el ShCal 04 y el segundo con la curva Marine04.
José Luis Fuentes / Huaca La Florida: la secuencia cronológica de un templo en U en el valle del Rímac
Antes de correlacionar las tres secuencias debemos mencionar que, considerando la ausencia o pre-
sencia del indicador de cerámica, podemos sugerir el periodo de ocupación más antiguo del sitio, asocia-
do a una etapa precerámica. Bajo este criterio, la Fase 1 de ocupación de las estructuras del parque Juan
Ríos vendría a ser el primer periodo de ocupación registrado en el área donde se asentó el templo en U
de La Florida y el complejo Amancaes. Este primer periodo de ocupación estuvo indicado sólo con una
capa de basura arqueológica y, algo interesante, separado estratigráficamente de las capas superiores
(es decir de los periodos de tiempo posteriores) por una capa de arena fina (Fuentes 2009: 408).
Por los datos que tenemos del análisis cerámico, la colección de Mejía (Fase 1 de la Primera
Ocupación del cuerpo central) sería contemporánea a la de la 1era fase constructiva del Montículo
BD4. Por otro lado, la muestra de la quinta fase constructiva del Montículo BD4 se relaciona con la
Fase 3 de ocupación de las estructuras del parque Juan Ríos.
Correlacionando las 3 secuencias cronológicas tenemos lo siguiente:
Monticulo BD4 Parque Juan Ríos Cuerpo Central
Fase 1
(¿Precerámico?)
(¿Fenómeno de
Capa de arena Estrato de arena
El Niño?)
Fase 2
Fase 3 (junto con el
Fase 2 (Fase 2)
Mont. I)
Fase 4
Fase 5 ---(cerámica)--- Fase 3
---(¿Fenómeno
Arena amarillenta Estrato de arcilla
de El Niño?)---
2da ocupación
Fase 4
(Fase 1)
(Fase 2)
---(crecimiento de
Fase 6 Fase 5 (Fase 3)
los montículos)---
Plazas circulares
PC3 y PC4 mas zóca- (Fase 4)
los y geoglifos
Fase 2 del PC4 (Fase 5)
Fase 7
En base a la correlación de las 3 secuencias es que hemos planteado esta secuencia cronológica
para Huaca La Florida y que podría extenderse para el resto del Complejo Amancaes:
– Fase San Jerónimo (¿?-1800 a.C.)
– Fase Amancaes (1800-1500 a.C.)
– Fase El Bosque (1500-1200 a.C.)
217
– Fase Villacampa (1200-1000 a.C.)
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 191-226
sar La Florida), invasiones, etc. pero hasta el momento son sólo conjeturas. En realidad desconocemos
a ciencia cierta los factores que desencadenaron el abandono de todo este centro ceremonial, cosa
que sorprende porque sucedió inmediatamente después de su mayor desarrollo.
son vestigios de avenidas de agua o lluvias intensas, que quizás se relacionarían con Fenómenos del
Niño. Otro tema es la cuestión de la cerámica del sitio. Aunque hayamos confirmado lo que Lanning
mencionó acerca de la “homogeneidad” de su estilo, por la pequeña magnitud de la muestra y por
encontrar algunos fragmentos o formas “atípicas” (como un fragmento de cuenco bícromo) nos
hace pensar que la ocupación de La Florida pudo extenderse más hacia tiempos recientes (hacia el
Formativo Medio). Y finalmente, el de la naturaleza sociopolítica de las sociedades que construyeron
no sólo La Florida si no el resto de templos en U. Aunque Lanning (1967: 94) haya mencionado un
estado, Silva y García (1997: 221) una jefatura y Burger (2009: 22) un “sistema socioeconómico basado en
el trabajo cooperativo y no en la coerción ejercida por un estrato social en el poder.” creemos que el debate
todavía sigue abierto. De todas formas queremos enfatizar que el rol de la religión en el control de la
población por parte de los sacerdotes-chamanes que dirigieron la construcción de estos templos fue
fundamental.
mas superpuestas, sino que por los registros publicados por Ravines de los muros, pisos y rellenos de
este montículo hay una estrecha semejanza en la construcción de una plataforma sobre otra (Ravines,
2009:126). El Recinto A del Montículo BD4 puede que se corresponda con el ambiente situado en la
cima del montículo en Garagay, aunque en el caso de La Florida estaba en una altura más baja. En Mina
Perdida Burger y Salazar (2009: 49) descubrieron en lo que quedaba del brazo izquierdo una “plata-
forma baja aterrazada” de piedra canteada unida con argamasa de barro, cubierta de enlucido y que
tenía relleno de piedras y shicras. La descripción que hacen es similar a la estructura que Casafranca
y Carrera definen para el brazo izquierdo de La Florida. Finalmente el otro brazo excavado es el de El
Paraíso, excavado por Quilter (1985: 287-294) que encontró un ambiente de planta rectangular (Room
1) que tuvo dos accesos, puestos en un mismo eje. Uno de ellos daba hacia la plaza central del sitio.
Ésta sería la única analogía con el Recinto A del Montículo BD4 de La Florida.
Las evidencias domésticas excavadas al sur del cuerpo central de La Florida, en el parque Juan
Ríos, pueden compararse con evidencias similares de los templos de Cardal, Mina Perdida y San
Jacinto. En Cardal en la parte posterior del cuerpo central Burger y Salazar encontraron los vestigios
de una vivienda de planta rectangular de 6 x 5,46 m y que tuvo piedras unidas con argamasa de ba-
rro (Burger y Salazar 1992: 125), lo que lo haría semejante a la plataforma JR3 de La Florida. En Mina
Perdida también en la parte posterior del cuerpo central Burger y Salazar encontraron huellas de
lentes de basura, hoyos de poste, etc. La zona fue reocupada después de terminar el Periodo Inicial
(Burger y Salazar 2009: 47-48). Finalmente en San Jacinto Lucénida Carrión excava en los exteriores
tanto del cuerpo central como del brazo derecho, encontrando evidencias de viviendas como muros
y pisos hechos de canto rodado, etc. Aunque no logra excavar ninguna completa observa varias fases
de remodelación y huellas de poste (Carrión 1997: 94-97, 102-103).
Una comparación importante y que tiene que ver con un aspecto ritual fue el hallazgo en la pla-
taforma JR3 de valvas de choro con pigmentos rojo y verde. En Garagay se han hecho hallazgos seme-
jantes (Ravines, Engelstad, Palomino y Sandweiss 1982: 224) y también en Cardal (Salazar 2009: 88). En
este último lugar en contextos rituales. Al parecer en esa época las valvas de Choromytilus chorus y de
otros moluscos jugaron un rol importante en las ceremonias rituales que hacia la población.
Comparando nuestra secuencia con la de Moseley (1975) creemos que las condiciones descritas
en sus fases Pampa, Playa Hermosa y Conchas se corresponderían con nuestra fase San Jerónimo y
las características de la fase Gaviota (1900-1750 a.C.), en la cual Moseley ubica a El Paraíso, podrían
corresponderse con la fase Amancaes (Fig. 26).
Finalmente si con ésta secuencia tratamos de ubicar a La Florida en una secuencia de los tem-
plos en U de la costa central pensamos que definitivamente fue posterior a El Paraíso, y posterior a
otros templos que al parecer se construyeron en los alrededores de éste (Chuquitanta A, Condevilla
Señor A, Salamanqueja, etc.). Al parecer La Florida fue el primer templo en U de gran envergadura
construido para el Rímac y fue contemporáneo a Huacoy en el Chillón y a Mina Perdida en Lurín.
Al parecer cada uno de esos templos tuvo un territorio definido, en el cual no se “inmiscuyó” la
influencia del otro. De todas formas habría que investigar las relaciones que tuvieron entre ellos
y con los templos más chicos. En el Rímac hubieron 14 templos en U más: Garagay, Condevilla
Señor A, Condevilla Señor B, Condevilla Señor C, Pampa de Cueva, El Golf A, El Golf B, Azcarrunz,
Las Salinas A, Las Salinas B, Las Salinas C, San Antonio, Yanacoto y Ricardo Palma. Sumado a Los
Manzanos que estuvo dentro del mismo Complejo Amancaes y a La Florida misma serían 16 ¿Cuál
fue la relación existente entre 16 centros ceremoniales en un valle que no es en tamaño de gran
envergadura como el Rímac? De todos estos hay dos que resaltan por su volumen: La Florida y
Garagay, que quizás tuvieron los roles más importantes. La mayor parte del resto se sitúan en zo-
nas geográficas bien definidas (como bocas de quebradas) lo cual es un aval a considerar que cada
templo en U fue construido por las aldeas que los circundaron (Silva y García 1997: 222; Burger 221
y Salazar 2009: 58). La existencia de conglomerados de templos en U, tanto en el Rímac como en
222
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 191-226
Figura 26: Cuadro de comparación de la secuencia cronológica propuesta para Huaca La Florida con otras secuencias de la costa central.
José Luis Fuentes / Huaca La Florida: la secuencia cronológica de un templo en U en el valle del Rímac
otros valles plantea un desafío a ésta hipótesis ¿Por qué se construyeron templos en U tan cerca
unos de otros? Y también el de los sistemas binarios (dos templos en U construidos cerca) y de los
templos en U que estuvieron rodeados de montículos (como el Complejo Amancaes) plantean serios
cuestionamientos a la hipótesis anterior. De todas formas pensamos que esto es sólo el inicio de
una fascinante investigación sobre Huaca La Florida y la cultura Manchay, que arrojará más luces
dentro del proceso de la formación de la civilización en los andes centrales.
Agradecimientos
Nuestra gratitud a las personas que nos apoyaron, de una forma u otra, en la realización de esta inves-
tigación: Thomas Patterson, Richard Burger, Lucy Salazar, Ramiro Matos, Rosa Fung, Lorenzo Rosselló,
Hernán Amat, Daniel Morales, Jorge Silva, Alberto Bueno, Arturo Ruiz, Mercedes Cárdenas, Peter
Kaulicke, Krzysztof Makowski, Duccio Bonavia, Hermilio Rosas, Oscar Gómez, Abelardo Sandoval, Elmo
León, Manuel Aguirre-Morales, Jason Nesbitt, Cris Milan, Rommel Ángeles, Lucénida Carrión, Gori
Echevarría, Pedro Novoa, Jimmy Morales, Cecilia Pachas, Freddy Cabanillas, Javier Alcalde, Christian
Altamirano, Carlos Del Águila, Carmen Arellano, Dante Casareto, Elsa Tomasto, Elizabeth López, María
Inés Velarde, Ada Arrieta, Sergio Barraza, Rafael Vega-Centeno, Wilbert Fuentes, Jesús Bello, Antonio
Castillo, Agustina Aycho, Carlos Camara, Enrique Estrada, Edward Ninacondor, Carlos de la Torre,
Juan Pablo Barandiarán, Mónica Macha, Samy Yrazábal, Ronald San Miguel, Michiel Zegarra, Cristian
Cancho, Dafne Vargas, Jeannette Mercado, Alfonso Ponciano, Carlos Campos, Katherine Zuzunaga,
Mauro Ordóñez, José Onofre, Martin Rodríguez, Daniel Cáceda, Roberto Quispe, Nataly Saldaña,
Johana Vivar, Carlos Zapata, Víctor Salazar, Diana Galindo, Mónica Suárez, Piero Damiani, Fernando
Carranza, Gabriela de los Ríos, Luis Bejar, Erick Prado, Fátima Camus, Fiorela Burga, Diana Carhuanina,
Óscar Espinoza, Selene Figueroa, Rodrigo Areche, Óscar Araujo y Mariel Gallardo.
A todas estas personas todo agradecimiento es poco.
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Arqueología y Sociedad
Nº 24, 2012: 227-248
ISSN: 0254-8062
Resumen
En este artículo se hace una descripción detallada de los motivos del Manto Blanco perteneciente a la colec-
ción textil del Museo de Arqueología y Antropología de la Universidad Mayor de San Marcos. Planteamos
que el análisis de la indumentaria permite distinguir con claridad la identidad de género de los personajes
antropomorfos representados y, por tanto, se presenta algunas pistas sobre el papel de la figura femenina
en la cosmovisión Paracas. Se examinan también las técnicas de bordado y la combinación cromática. Por
último proponemos una interpretación de las figuras del manto en términos de una escena ritual.
Palabras clave: Manto Blanco, bordados, indumentaria, túnica, anaco, personajes femeninos, plumas,
huso, cabezas cercenadas, chamanismo, ritual, serpientes.
Abstract
A thorough description of the iconography found in the “White Mantle”, a piece belonging to the textile
collection from Museum of archeology and anthropology at the National University of San Marcos, allows
us to use clothing attire for distinguishing clearly the gender identity of the anthropomorphic personages
represented. On that basis some clues about the role of feminine images in the worldview of Paracas cultu-
re can be suggested. Also embroidering techniques and chromatic combinations are examined. Finally, an
interpretation of the figures of the mantle as representing a ritual scene is suggested.
Keywords: White Mantle, clothing attire, embroiders, tunics, anacos, feminine personages, cut heads,
feathers, spindle, shamanismo, serpents, ritual.
i Un primer análisis de este manto se presentó en la Primera jornada sobre el estudio y conservación de textiles.
Publicado con el título “El manto blanco de Paracas Necrópolis”. En: Recuperando nuestros textiles … ayer y hoy.
Olga Sulca, comp., San Miguel de Tucumán, Argentina. 2006. ISBN 10 (950-554-512-6). formato digital, texto
08 “Textiles arqueológicos”.
ii Arqueóloga por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Consultora en conservación de textiles for-
mada por la UNESCO. Ha realizado estudios de postgrado en universidades extranjeras. Actualmente trabaja 227
en la catalogación de piezas del Patrimonio Cultural de la Nación.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 227-248
La cultura Paracas se caracteriza por los bellos mantos y tejidos encontrados principalmente en contextos
funerarios. Uno los aspectos más interesantes en dicha tradición textil es la iconografía a través de la cual
es posible descubrir muchos aspectos de su cosmovisión. En este artículo nos ocupamos del llamado Manto
Blanco, espécimen de la colección del Museo de Arqueología y Antropología de la Universidad Nacional
Mayor de San Marcos, donado en los años treinta cuando el Dr. Julio C. Tello era su director.
En el análisis del conjunto de figuras de dicho manto es importante detectar los roles de género,
una cuestión generalmente soslayada en los estudios realizados sobre la iconografía Paracas. El rol fe-
menino ha sido asociado casi siempre a la maternidad y fue descrito por primera vez para esta cultura
por Rebeca Carrión Cachot (1923: 329-331). Los trabajos de Sophie Desrossiers del Horizonte Tardío e
Intermedio Tardío establecen la diferencia en la vestimenta según el sexo a partir del sentido de las
aberturas de las túnicas así como del sentido de las urdimbres y tramas en el momento de elaborar y
usar una prenda; las aberturas verticales se asocian al género masculino y las aberturas horizontales,
al femenino. Del mismo modo, las decoraciones de listados que son verticales: son masculinas, y las
horizontales, femeninas. (Desrossiers: 1992: 25, 26). Los estudios sobre las vestimentas procedentes de
Ica confirman el uso de puntadas, aberturas y listas horizontales para las túnicas femeninas (Rowe 2001:
101-106). Posteriormente los hallazgos de Cahuachi (Nasca) muestran un vestido femenino con costu-
ras, aberturas y listados horizontales (Frame 2008: 148). Esto sugiere que la vestimenta femenina andina
no sufrió grandes alteraciones a través del tiempo y es probable que sus orígenes formales se sitúen
mucho más atrás, sea en la época Arcaica o en el Precerámico Tardío.
A partir de la idea de que las representaciones en los tejidos se pueden referir a eventos del ciclo
vital (Arnold 2000: 1-11), consideramos que podemos analizar al Manto Blanco como el retrato de un
conjunto de personajes de distinto sexo que participan en algún tipo de ritual. La indumentaria, los ac-
cesorios y otros elementos permiten deducir el papel que desempeñó cada personaje en este evento.
1. Estructura
El manto se ha confeccionado a partir de
tres paños: un paño central de fibra de ca-
mélido con tonos que van del crema original
al beige (producto de la oxidación gradual
de las fibras); este paño tiene 92 personajes
bordados. A dicho paño se le han añadido
dos paños angostos de algodón de color na-
tural beige oscuro, uno a cada lado (Fig. 3),
estos miden entre 14 y 13 cm de ancho por
268 cm de largo y han sido bordados con
hilo morado para conformar un fondo sobre
el cual, a su vez, se han bordado catorce per-
sonajes en cada uno de ellos.
El paño central mide 102 cm de ancho
y 267 cm de largo. Es probable que este se
hiciera con telar de piso o diagonal, y no con Figura 3. Vista macroscópica del tejido del paño central del
telar de cintura, pues los paños de telar de manto. Fibra de camélido de color natural.
cintura no pasan de 75 cm u 80 cm “porque
la anchura del paño sobrepasaría la envergadura de los brazos del tejedor”. Sobre este paño están bor-
dadas las bandas decorativas o bordes verticales entre las cuales queda un espacio de 46 cm a ambos
lados del manto. Las bandas miden 12 cm de ancho por 27 cm de largo.
Los tres paños fueron unidos por uno de sus orillos longitudinales con punto surjete (puntada por
encima) realizado con un hilo fino de pelo de camélido similar al del paño central; las puntadas de la
costura son pequeñas (4 mm aproximadamente) y ligeramente diagonales. Las diminutas puntadas
indican que se procuraba disimular la unión entre estos. Este tipo de puntada se halla muy difundida
en los tejidos Paracas, aunque también se encuentra en otros estilos de tejidos de otras culturas tem-
pranas y tardías. 229
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 227-248
2. Bordado
El bordado es una técnica decorativa que se realiza utilizando hilos de pelo de camélido en dieciocho
tonalidades de colores sólidos y matizados.
El punto de bordado más usado en el manto es el punto atrás, que sigue el patrón habitual de los
tejidos Paracas: el hilo avanza en un solo sentido, tomando cuatro hilos de trama o urdimbre para
luego retroceder dos (Fig. 5)1.
1. En los bordes decorativos longitudinales, el bordado de fondo de color morado se ha hecho siguien-
do el hilo de la urdimbre, mientras que para los bordes verticales sigue el hilo de la trama. La pun-
tada del bordado del fondo es uniforme. La dirección de la puntada es en Z (de izquierda a dere-
cha), y se inclina de 70ª a 75ª aproximadamente. Hay entre quince y diecinueve hileras de puntadas
aproximadamente por cada centímetro. Mientras que en los personajes, el bordado interior tiene
diferentes inclinaciones: horizontales, verticales, diagonales (de izquierda a derecha o de derecha a
izquierda), curvilíneas o concéntricas. Dependiendo de la sección bordada (partes del cuerpo, ropa
o accesorios del personaje), la inclinación va desde 0ª hasta los 90ª. Las diferencias y combinaciones
de la inclinación de las puntadas dan movimiento y volumen a las figuras bordadas. (Fig. 8). La can-
tidad de hileras de puntadas en un centímetro longitudinal es de 21 a 22 hileras
2. Para el contorno de las siluetas de los personajes, así como para la delineación de los campos de
color, se ha usado el punto atrás muy pequeño y apretado, que le da la apariencia de un cordon-
cillo, con lo que al usar un hilo de color diferente acentúa la sensación de relieve. En algunos
contornos, el punto atrás es muy inclinado (más o menos 45º), por ejemplo en los tocados del
personaje emplumado (Fig. 8).
3. Para detalles pequeños como dientes, ojos, etc. se usó el punto relleno, que consiste en pun-
tadas verticales, pequeñas y muy compactas (Fig. 6). Algunos autores llaman satin stitch a este
punto sin traducirlo adecuadamente, con lo que crean confusión e imponen una terminología
innecesaria cuando existe la palabra en español2.
1 Algunos autores llaman a este punto “punto plano atrás”, del inglés back plain stich. En este caso plain se refiere
a la simplicidad de la puntada y no al relieve. Otras veces lo llaman punto cordoncillo o tallo. Algunas publi-
caciones en castellano ni siquiera lo traducen del inglés e insertan el nombre stem stitch. Este descuido genera
confusión, pues lleva a creer que se trata de un punto de bordado distinto. Esto se debe en parte a que no se
consulta la terminología ni la bibliografía en castellano existente. En especial, se dejan de lado los trabajos de
Rebeca Carrión Cachot, quien fuera la primera en identificar los tipos de bordados en Paracas.
231
2 Es el caso de Jiménez (2009: 42).
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 227-248
Figura 6. Bordado punto relleno. Figura 7. Punto doble cruz en el paño central
Dibujo de Lourdes Chocano. del manto. Dibujo de Lourdes Chocano.
4. Finalmente, las estrellas o asteriscos se realizaron con el punto cruz doble, utilizando el mismo
color y tipo de hilo del campo central del manto blanco (Fig. 7).
3. Acabados.
El manto tiene:
1. El reborde o ribete, elaborado con hilos morados, lleva un diseño de cruces de colores amari-
llo ocre, marrón, rojo, verde claro y oscuro. La técnica usada es anillado cruzado, típico de los
acabados textiles de Paracas.
2. Los flecos estan retorcidos y colocados al orillo de los bordes morados del manto, intercalado
con flecos de color amarillo ocre, marrón, rojo, verde claro y oscuro.
Torsión y
Un solo Matizado (dos hebras de Grado de
COLORES Retorsión de hilos
color diferente color) Retorsión
del bordado
Amarillo X - 2 Z= S 40ª a 50ª,
Amarillo ocre X - 2 Z= S 40ª a 50ª,
Azul X - 2 Z= S 40ª a 50ª,
Azul claro X X (Blanco y turquesa) 2 Z= S 40ª a 50ª,
Beige X - 2 Z= S 40ª a 50ª,
Blanco X - 2 Z= S 40ª a 50ª,
Celeste X X (Azul y blanco) 2 Z= S 40ª a 50ª,
Gris - X (Blanco y negro) 2 Z= S 40ª a 50ª,
Marrón claro X - 2 Z= S 40ª a 50ª,
Marrón oscuro X - 2 Z= S 40ª a 50ª,
Morado X - 2 Z= S 40ª a 50ª,
Negro X - 2 Z= S 40ª a 50ª,
Rojo X - 2 Z= S 40ª a 50ª,
Rosado X X (b/rojo) X (b/beige) 2 Z= S 40ª a 50ª,
Turquesa claro X - 2 Z= S 40ª a 50ª,
Turquesa oscuro X X 2 Z= S 40ª a 50ª,
Verde claro X X (blanco y verde oscuro) 2 Z= S 40ª a 50ª,
Verde oliva X - 2 Z= S 40ª a 50ª,
Verde oscuro X - 2 Z= S 40ª a 50ª,
terioro por exposición, sin protección, a los rayos ultravioletas (UV). También el proceso de oxidación
de las fibras u otras aplicaciones que ha experimentado el tejido a lo largo del tiempo, han alterado el
color teñido o natural de la fibra.
El tipo de retorsión nos indica que
se trata de hilos bien retorcidos, fuer-
tes y algo enroscados, aunque no lle-
gan a ser del tipo crepé. Por ello, los
bordados Paracas, incluso el del Manto,
tienen textura y volumen.
Finalmente, una parte de las ban-
das decorativas, el bordado del fondo
y algunos detalles de los personajes,
esto indica el proceso y orden de ela-
boración del manto se notan incon-
clusos: primero se bordaron los por-
ciones más grandes de los personajes,
luego los detalles: ojos, vestidos, etc. y
finalmente el fondo de morado que se
haría por sectores donde ya se había Figura 9. Porción del manto que inconcluso por los bordadores
concluido con el bordado de los per- Paracas. Fotografía de W. Salas. Cortesía del MAA-UNMSM, 2004.
sonajes3 (Fig. 9).
3 Tejidos inconclusos se han hallado en algunos ajuares de los fardos Paracas; una esclavina, especimen Nº 50 233
y un turbante, especimen Nº 48, del fardo 290 de la colección del MNAAHP.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 227-248
Personaje A: Figura femenina debido a que la túnica lleva aberturas horizontales. Esta prenda le
cubre las rodillas, es de color amarillo ocre, no tiene decoración, y presenta flecos en las mangas y en
el ruedo. En los bordes del manto la túnica de dos de los personajes A es de color verde. Presenta un
tocado que consiste en una cinta roja5 (vincha o “llauto”) decorada con detalles azules, amarrada alre-
dedor de la cabeza y rematada en una serpiente con los ojos abiertos y con la boca abierta mostrando
la lengua elevada hacia arriba. Las puntadas del bordado de la cinta son horizontales, mientras que
los detalles de la decoración se van formando por puntadas de orientación semicircular. De esta cinta
salen por encima de la cabeza seis serpientes pequeñas y ondulantes, contorneadas con hilo verde y
rojo, que se inclinan hacia el lado izquierdo. El cabello no se es visible. La parte superior de la cabeza,
la coronilla, sobresale por encima de la cinta o “llauto”, por lo que pienso que se trata de la represen-
tación de un personaje con deformación craneana. Finalmente, de la cinta (llauto) caen dos colgantes
a cada lado de la cara rematados en un triángulo.
Lleva el rostro pintado de rojo y verde oliva. Los campos de color están divididos por una línea
escalonada, que va desde la parte inferior de una de las mejillas hasta la altura de la nariz y baja nue-
vamente hasta la mejilla opuesta. La nariz no está definida, se supone que está enmarcada por la línea
divisoria de los colores del rostro. Los ojos y la boca son de forma rectangular, delineados en color
morado. Muestra unos dientes rectangulares.
Las extremidades son de color verde oscuro, los brazos son tan largos como las piernas. Tiene
extendido el brazo derecho y a la altura del codo lleva un objeto de color rojo, semejante a un peque-
ño paño. Se han encontrado pequeños paños rectangulares en los fardos Paracas, los cuales servían
para guardar instrumentos y materiales textiles (Tello y Mejía 1979: 359,360). En las ilustraciones
de Guaman Poma de fiestas como la del sol durante el Haucay kuski (descanso de la cosecha), de los
Chichaysuyos y de los Collasuyos, mujeres y hombres llevan un paño en el antebrazo, tal vez como
elemento ceremonial (Guaman Poma 1987: 239, 323, 327).
En la mano derecha sostiene un instrumento alargado listado dos colores: rojo y marrón, que
termina en una borla de color verde claro. Se trata de un huso con un ovillo de hilo. En el brazo iz-
quierdo lleva una vara o caña de la que cuelgan dos pequeñas cabezas. Estas cabezas tienen ojos, boca
y cabellos, y son tal vez la personificación de copos de algodón. Tiene los pies descalzos y lleva ajorcas
anchas de color verde, decoradas con pequeños cuadrados rojos que hacen juego con su vincha o
“llauto” (Fig. 10).
4 Rebeca Carrión Cachot (1931) en su estudio sobre la indumentaria Paracas realizó una clasificación icono-
gráfica, donde muchos de los personajes de este manto aparecen como ejemplos, pero no definió el género
de estos personajes.
234
5 Los colores aquí descritos no siempre son recurrentes en los detalles de los accesorios.
Lourdes Chocano / Análisis de los personajes del Manto Blanco: Una interpretación iconográfica
o wara amarillo ocre con flecos pequeños y ligeramente triangulares, y con una lista delgada en el
borde de color marrón. La forma de este taparrabo es semicircular.
Lleva un tocado compuesto por un turbante, una diadema y una punta de lanza. El turbante es
de color amarillo ocre con dos listas verdes, y se prolonga hacia un lado llegando hasta la cintura
del personaje. En otras variantes el turbante es verde con listas amarillas. La punta de lanza apare-
ce sobre el tocado, directamente sobre el centro de la cabeza, al parecer servía para sostenerlo. En
la parte frontal lleva una doble diadema de color marrón, en cuyo centro hay dos caras con ojos y
boca, tal vez de felino. El personaje tiene a cada lado de la cara dos trenzas, adornadas con discos de
oro. La cara está pintada con líneas diagonales roja y turquesa. Otros ejemplares de este personaje
aparecen con la cara pintada de verde y amarillo ocre. Tiene cejas negras ligeramente arqueadas,
los ojos están delineados de color oscuro, la boca ovalada está abierta mostrando una dentadura
rectangular y no tiene nariz.
Las extremidades son de color rojo. La figura extiende los brazos hacia la izquierda, en una mano
sostiene un abanico, y en la otra una borla de color marrón con mango verde. En otros casos, la figura
lleva un báculo de dos colores verde oscuro y amarillo ocre. Tiene los pies descalzos y unas ajorcas
verdes le rodean los tobillos.
El personaje B en la versión de la parte central del manto incorpora más atributos: en el rostro
muestra una serpiente bordada en color rosado. La serpiente le rodea la boca y los ojos haciendo una
S en algunos casos y en otras haciendo una Z. La cola de la serpiente bordea la boca, el cuerpo rodea
los ojos y la cabeza descansa en la mejilla. El color de esta serpiente es siempre oscuro (marrón o
morado) y está delineada. El resto de los atributos del personaje son los mismos que aparecen en los
ejemplares B del borde, a excepción de uno ubicado cerca del borde izquierdo, al que llamaremos
personaje B1, el cual además de la serpiente, lleva una antara o zampoña, que sostiene con la mano
izquierda, mientras que en la mano derecha lleva un abanico. La antara es de cinco tubos o cañas de
color marrón (Fig. 11).
Figura 10. Personaje A propuesto como femenino, Figura 11. Personaje B1, masculino, lleva una antara
lleva un huso y ovillo. Fotografía de W. Salas, cortesía y abanico. Fotografía de W. Salas, cortesía del MAA- 235
del MAA-UNMSM, 2004 UNMSM, 2004
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 227-248
Personaje C: Se trata de un personaje masculino muy peculiar pues representa un ave, tal vez un
cóndor. La cabeza está cubierta por un turbante de color verde y amarillo ocre, una banda del cual
cae hacia un costado. Una punta de lanza aparece encima de la parte central de la cabeza. No se ve
el cabello. El rostro está pintado desde las mejillas con bandas horizontales en las que hay pequeños
rectángulos. La nariz de este personaje está representada por una delgada línea vertical que comienza
en la frente y pasa entre los ojos; por lo que más podría tratarse de la representación de un pico de
ave. Los ojos y la boca están delineados. La boca está abierta y tiene la forma de una V muy abierta
exhibiendo una dentadura rectangular.
Debajo de la cara presenta un collarín redondo como el de los cóndores, de color marrón claro,
tiene dos alas de color verde oscuro abiertas una a cada lado, colocadas detrás de los brazos. También
tiene una cola de ave que le llega hasta los muslos, asomando por el costado derecho de su faldellín.
Lleva un uncu de color rojo (amarillo en algunos ejemplares), sin decoración y sin flecos en el ruedo
que le llega hasta la cintura. El faldellín es de color azul, a veces amarillo muy corto, con una lista
horizontal roja cerca del ruedo que termina en flecos.
Las extremidades son de color amarillo ocre y en algunas variantes verde. La figura tiene los bra-
zos abiertos; en la mano izquierda lleva un báculo de dos colores con la punta hacia abajo, en la mano
derecha lleva una vara con colgantes que pueden ser sonajas. Tiene los pies descalzos con ajorcas verde
oscuro en los tobillos6 (Fig. 12).
Personaje D: Este es el personaje conocido como el dios volador se caracteriza por un penacho radial
a manera de aureola. El penacho radial es de color marrón. Lleva una doble diadema con rostros en el
centro, similar a la que porta el personaje B. A semejanza de este, el personaje D también tiene el cabello
separado en trenzas colocadas a cada lado de la cara, y adornadas con discos.
La cara es casi ovalada, y lleva una pintura facial de un color rojo exclusivamente y una inmensa
nariguera de color amarillo ocre le cubre las mejillas y la boca. La nariz está definida por una línea
que nace de la frente hasta la altura de la nariguera que parece representar el pico de un ave. Los ojos
están delineados con hilo morado. Lleva un collar corto con un colgante de forma triangular de color
turquesa.
Viste un uncu amarillo ocre (en otros ejemplares es verde o morado), que llega hasta la cintura,
con una lista verde oscuro que marca todo el contorno. Lleva un taparrabo o wara rojo de forma se-
micircular, con una lista horizontal en el borde de color azul que termina en flecos. Por el costado de-
recho debajo del uncu le cuelga una faja listada de dos verde y amarillo que le llega hasta los muslos.
Algunos de los ejemplares en la parte central llevan un faldellín de color verde. Las extremidades son
verde oscuro. Con una mano sujeta un báculo listado de dos colores, que termina en una punta orien-
tada hacia abajo. En la otra mano sujeta por los cabellos una cabeza7. Unas ajorcas de color amarillo
ocre adornan sus pies descalzos (Fig. 13).
Personaje E: Este personaje masculino tiene un turbante de color verde oliva con decoración de lunares
rojos, el turbante le cubre toda la cabeza y no deja ver ningún cabello suelto. Lleva una diadema grande
amarilla con un disco al centro que tiene seis lóbulos dispuestos de dos en dos: dos hacia arriba, dos al
lado izquierdo y los otros dos al lado derecho. Al lado izquierdo a la altura de la cabeza tiene unas cintas
o sogas enrolladas, tal vez son parte del turbante o malla de este tocado que algunos personajes Paracas
6 Este personaje C aparece como principal en el manto número 14 del fardo 290, y en el especimen 44 del fardo
382.
236 7 Peters, Ann (2003 - 4 ) señala que el uso de cabezas trofeo no se puede atribuir a Paracas, donde más bien se
trata de cabezas cercenadas. En Nasca las cabezas cercenadas si fueron tratadas como cabezas trofeo.
Lourdes Chocano / Análisis de los personajes del Manto Blanco: Una interpretación iconográfica
Figura 12. Personaje C, personificando un cóndor. Fo- Figura 13. Personaje D, masculino, de mayor rango.
tografía de W. Salas, cortesía del MAA-UNMSM, 2004. Fotografía de W. Salas, cortesía del MAA-UNMSM, 2004
tenían8. La cabeza es grande al igual que el rostro, con una pintura facial que lo cubre casi todo a manera
de máscara. La nariz no está delineada, la boca es rectangular y enseña los dientes rectangulares así
como la lengua, representada con un fino hilo rojo. Lleva un uncu corto de color verde oscuro que le
llega hasta la cintura, con listas verticales amarillas a los lados y en la parte interior, listas en paralelo.
Un faldellín corto de color amarillo ocre le cubre hasta la mitad de los muslos, decorado con una lista
azul marino horizontal en el ruedo, que termina en flecos. Otra versión de este personaje que aparece
en los bordes morados lleva un taparrabo en vez de un faldellín.
Las extremidades son rojas. En la mano izquierda, el personaje sostiene un báculo de dos colores:
amarillo ocre y verde oscuro con una punta hacia arriba. En la mano derecha sostiene un arma, que
parece una lanza con la punta hacia abajo. El arma tiene el lado derecho aserrado y, como remate, un
objeto que parece una mano mutilada, que tal vez podría haber tenido la función de amuleto o reliquia.
Como los anteriores, tiene los pies descalzos y ajorcas verdes que le rodean los tobillos (Fig. 14).
Personaje F: Este personaje aparece en otros mantos Paracas y se le atribuye el sexo femenino por la
vestimenta. Su cuerpo presenta una mayor anchura con respecto al resto de personajes. Lleva un tocado
compuesto por un turbante verde oscuro con dos listas amarillo ocre y una doble diadema. El turbante es
muy largo y le llega hasta las rodillas por detrás de la cabeza. La doble diadema es similar a las que adornan
a los personajes B y D. Los cabellos también han sido dispuestos a cada lado de la cara en trenzas adornadas
con discos.
La cara de este personaje tiene forma cuadrangular, pintada en forma de damero con cuatro
cuadrantes. Tiene los ojos delineados, la boca en forma rectangular mostrando la dentadura. No tiene
nariz.
8 E. Yacovleff, y J. C. Muelle: “Un fardo funerario de Paracas”. En: Revista del Museo Nacional, Tomo III, 1934, nº 237
1 y 2. 63- 138, ilustran un posible uso de un turbante de mallas (en figura 17, p. 123).
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 227-248
Figura 14. Personaje E, masculino. Fotografía de W. Figura 15. Personaje F, femenino, lleva tupus y cabe-
Salas, cortesía del MAA-UNMSM, 2004 zas en el vestido. Fotografía de W. Salas, cortesía del
MAA-UNMSM, 2004
Lleva una túnica larga que le llega a medio muslo con flecos superiores e inferiores de colores rojo
y verde (en otras versiones, la túnica es amarillo ocre y beige). A la altura del pecho, la túnica tiene una
banda horizontal de flecos cortos, bajo los cuales aparecen cinco pequeñas cabezas dispuestas en sen-
tido horizontal. Este motivo se repite en el ruedo inferior, aunque las cabezas son seis. Otro atributo en
este personaje es que tiene cuatro varillas colocadas de dos en dos en cada hombro, que serían los tupus
o alfileres con los que se sujeta una lliclla. Las extremidades son amarillo ocre y tiene los pies descalzos
adornados con ajorcas verde oscuro. A la altura del pecho, el personaje sostiene entre las manos una
cabeza, cuyos cabellos caen en forma ondulante pero recta hacia el lado izquierdo9 (Fig. 15).
Frame (2008: 248) describe un vestido femenino encontrado en Nasca, correspondiente al
Intermedio Temprano, que se parece al que hemos descrito para este personaje. El anaco que se sigue
utilizando en ocasiones festivas: Sondorillo (Piura) y Camillaca (Tacna), también véase las fotografías
publicadas por Roel y Borja (2011).
Personaje G: El último personaje identificado como masculino, lleva un uncu amarillo ocre sin deco-
ración, con flecos en la vasta, que llegan hasta la cadera. Tiene un taparrabo semicircular con flecos
de color amarillo. En otros cuadros del manto este personaje lleva un faldellín corto de color amarillo
ocre con una lista azul en el borde que termina en flecos que llegan a la mitad de los muslos.
Lleva un tocado formado por un penacho pequeño sobre un turbante listado que cubre toda la
cabeza sin dejar ver el pelo. La cara está pintada con dos líneas de colores que dibujan el contorno del
rostro y terminan en el centro formando una espiral en las mejillas. El contorno del rostro ha sido
elaborado con puntadas curvas. El rostro de este personaje es ovalado y alargado. Los ojos también
9 Yacovleff y Muelle (1934: 85, fig. 4) estudiaron la momia 217, procedente de Cabeza Larga, aparece el perso-
238 naje F en el manto número 10 (12-8802) de este fardo. (MNAAH). El mismo personaje aparece en el manto 7
del 382, en un manto del fardo 451 (Tello 1979).
Lourdes Chocano / Análisis de los personajes del Manto Blanco: Una interpretación iconográfica
están delineados. No tiene nariz, la boca muestra unos dientes rectangulares. Se adorna con un collar
corto de color turquesa y con pequeños pendientes rectangulares verde oscuro.
Las extremidades son de color verde oscuro. Tiene los brazos abiertos con los codos flexionados;
en la mano derecha sostiene un báculo con la punta hacia abajo listado de dos colores: amarillo ocre
y rojo, este báculo tiene en la parte superior unas sonajas, similares al que lleva el personaje C. En la
mano izquierda lleva un abanico que tiene dos colgantes en el mango, el abanico tiene listas verticales
de dos colores: amarillo y verde. Tras el abanico se proyectan dos varas delgadas con pequeños nódu-
los. Los pies descalzos se adornan con ajorcas de color amarillo ocre (Fig. 16).
Figura 16. Personaje E, masculino, con penacho y Figura 17. Personaje H, femenino, lleva una kallapa
abanico. Fotografía de W. Salas, cortesía del MAA- en el tocado. Fotografía de W. Salas, cortesía del 239
UNMSM, 2004 MAA-UNMSM, 2004
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 227-248
En síntesis, las prendas masculinas (uncus, faldellines y taparrabos) y de las femeninas (túni-
cas, anacos y llicllas) representados en el manto presentan tamaños y acabados variados. A partir de
ellas hemos podido distinguir cinco personajes masculinos: B, C, D, E y G, y tres femeninos: A, F y H.
En cuanto a los tocados compuestos por plumas, penachos, turbantes y peinados, observamos que
hay personajes que ostentan tocados simples y otros sumamente complejos. El cuadro de la página
siguiente resume los elementos correspondientes.
TOCADOS PERSONAJES
Elementos: A B C D E F G H
Punta de
X X
Proyectil
X
Penachos X
(pequeño)
Turbante largo X X X
Turbante enro-
X X X
llado
Diademas X(2) X(2) X(1) X(2) X(2)
Adornos en el
X X X X
cabello
Cabellos
X X X X
Trenzados
Vincha: cinta o
X
“llauto”
Serpientes Serpientes Instrumento
X
Otros: en la en el Colgantes textil: “kalla-
Cabellos
cabeza rostro pa”
Subrayamos que las puntas de proyectil y los penachos solo aparecen en los personajes masculi-
nos: B y C con las primeras, y D y G con los segundos. Los turbantes largos son usados por personajes
masculinos y femeninos: B, C y F. Los turbantes enrollados sin colgar solo se ven en personajes mas-
culinos: E y G. Las diademas están presentes en personajes masculinos y femeninos: B, D, E, F y H. La
diadema del personaje E es diferente al resto.
Los adornos en el cabello de discos sobre los cabellos trenzados se observan en personajes de am-
bos sexos: B, D, F y H. El personaje A es el único cuyo tocado no comparte ningún elemento en común
con el resto. El personaje E tiene una diadema deferente a la del resto; y G con un penacho pequeño
de plumas.
Además de los tocados, se puede apreciar el uso de una serie de complementos como narigueras,
collares, abanicos, cabezas trofeo, ajorcas y báculos con punta, cuya distribución se resume en el cua-
dro de la página siguiente.
En las bandas verticales superiores e inferiores: hay un total de dos personajes en cada una, es decir,
ocho personajes en total. En la banda superior vertical izquierda, los dos personajes están erguidos mi-
rando de frente, mientras que en la banda superior vertical derecha, los dos personajes están erguidos
pero colocados de cabeza. Los pies de los personajes también han sido orientados de forma alternada;
apuntando en direcciones opuestas. En la banda vertical inferior izquierda los dos personajes están
erguidos mirando de frente, la orientación de los pies sigue el patrón descrito anteriormente: alterna-
ción de la dirección. Lo mismo ocurre con los de la banda inferior vertical derecha, los personajes están
erguidos mirando de frente salvo que están de cabeza. En todas las bandas verticales, las figuras son más
pequeñas de 13 a 12 cm de largo por 8 a 9 cm de ancho.
La distribución de los personajes de las bandas decorativas presentan una oposición diagonal
espejo que describimos a continuación: Los personajes en el banda longitudinal superior van en el
siguiente orden de izquierda a derecha: H, G, F, E, D, C, B, A, H, G, F, E, D y C. Los personajes en la banda
longitudinal inferior de izquierda a derecha son: C, D, E, F, G, H, A, B, C, D, E, F, G y H. Como resultado
tenemos que cada personaje en el borde inferior se refleja de modo idéntico, en el borde superior en
diagonal con los mismos colores y disposición. Por ejemplo, tanto el personaje H, en la esquina supe-
rior izquierda como el de la esquina opuesta, llevan túnica verde oscuro y los brazos y piernas están
bordadas en color rojo.
Los personajes de los bordes verticales también presentan una oposición diagonal. Sin embargo,
en la banda vertical superior izquierda hay dos personajes E y D, su opuesto diagonal corresponde a
la banda vertical inferior derecha a los personajes; pero los personajes son D y C ambos dispuestos
de cabeza. De modo que sólo hay correspondencia entre el personaje D, mientras que los personajes
E y C no se corresponden. En los otros dos bordes opuestos están: en el vertical superior derecho los
personajes B y A de cabeza, y en el borde vertical inferior izquierdo sus correspondientes opuestos: A
y B erguidos. (Ver gráfico 18, 19).
241
En el cuadro observamos que 80 de las 120 figuras son masculinas y sólo 40 son femeninas.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 227-248
Figura 18. Distribución de los 120 personajes en el Manto Blanco. Dibujo de Lourdes Chocano.
242 Figura 19. Orientación de los 120 personajes en el Manto Blanco. Dibujo de Lourdes Chocano.
Lourdes Chocano / Análisis de los personajes del Manto Blanco: Una interpretación iconográfica
• La lectura diagonal de los colores de las extremidades, de izquierda a derecha y de arriba a abajo,
resulta en trece diagonales con una secuencia de tres colores, excepto en la primera.
Esta lectura en diagonal del orden cromático se puede repetir tanto para los colores de las extre-
midades como para los de la vestimenta, en orden inverso, es decir de izquierda a derecha y de abajo
a arriba, dando el resultado de nuevas secuencias armónicas.
En la figura 20 cada tonalidad se presenta con signos convencionales según la secuencia cromática
encontrada en las vestimentas y en las extremidades, lo que permite una mejor apreciación del ritmo
cromático. El esquema resultante semeja un trenzado de cuatro colores y ocho hebreas.
10 Frame incluye en la denominación Sprang tres tipos de técnica de torsión: el entrelazado, el enlazado oblicuo 243
y el entretejido oblicuo
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 227-248
Figura 20. Ritmo cromático según el color de las vestimentas de los personajes en
el Manto Blanco. Dibujo de Lourdes Chocano.
Su aparición en el evento ritual representado en el manto blanco puede sugerir al realizarse sacri-
ficios de animales, esta ave habría podido alimentarse con los despojos resultantes. El personaje
empuña unas sonajas, instrumentos musicales que probablemente sirvieron para marcar un ritmo
de danza.
El personaje D es el mismo que aparece en una esclavina de la colección del MAA de la UNMSM
y en un manto de la colección del Museo de Arte de Lima. Este personaje es el único que lleva un
gran tocado de plumas, junto con diademas de oro, y porta una cabeza cercenada, pero no lleva ser-
pientes. Las plumas que destacan en su parafernalia indican una relación con los poderes eólicos,
los cuales no podían ser ignorados por los Paracas en la medida en que han perfilado el paisaje de
dunas de la bahía.
El personaje E también aparece en una faldellín Paracas (Frame: 2008-251). Su diadema es más sim-
ple que las de otros personajes. Su tocado tipo malla es semejante a los encontrados en el fardo 217
perteneciente a un individuo de sexo masculino (Yacovleff y Muelle 1934). Tal como se ha descrito va
armado y lleva una mano cercenada, posiblemente una reliquia que alude que algún episodio bélico, por
lo que se puede pensar que es la personificación de un guerrero11.
El personaje F12 también aparece en un manto del fardo 217 –Museo de Arqueología, 10 (12/8802)–
estudiado en 1926 por Muelle y Yacovleff (1934). El mismo personaje se encuentra en el manto núme-
ro 7 del fardo 382 del mismo museo y en otras piezas pertenecientes a colecciones extranjeras (Frame
2008: 252).
El personaje G también aparece en un tejido del fardo 18 del Museo de Arqueología y Antropología
e Historia. En el fardo 217 se encontró un penacho igual al que lleva este personaje (Yacovleff y Muelle
1934: 147); aparece además en otros tejidos Paracas de colecciones extranjeras (Frame 2008: 259). Sus
accesorios plumas, abanico y penacho, y el hecho de portar sonajas le da un papel en el ritual equiva-
lente a los personajes B y D.
Finalmente, el personaje H es femenino por el tipo de túnica, la horquilla (kallapa) que en el to-
cado indica su vinculación con la actividad del hilado. Al igual que los personajes femeninos F y H,
lleva cabezas cercenadas entre las manos y colgadas de las túnicas. Este detalle, junto con el hecho
de que ostentan doble diadema, el rostro pintado y narigueras, además de cabellos trenzados pue-
den señalar que tenía un estatus de autoridad chamánica, en la que la violencia estaba presente y
era un criterio de jerarquía de acuerdo con la cantidad de cabezas cortadas. Cabe referirse a que en
contextos aymaras se cuenta que en las guerras interétnicas el hombre casado que cortaba la cabeza
de un enemigo, la entregaba después a su esposa (Arnold 2000: 11). En Paracas no se ha clarificado
el uso de las cabezas cercenadas. Es posible que, antes que ser el resultado de acciones guerreras, se
tratara de representaciones de cabezas de ancestros que funcionarían como talismanes o reliquias.
Tal vez aquellos personajes que no portaban cabezas consigo estaban supeditados a los portadores de
cabezas. La pintura facial en los rostros de la mayoría de los personajes (A, C, E, F y G) los dotaba de
mayores facultades para atraer poderes mágicos.
En Moche se ha podido identificar que la mujer participó como chamana, y no sería extraño que
esta función se pueda haber cultivado en todo el ámbito costeño. Esto nos lleva a reflexionar y plan-
tear nuevas investigaciones en Paracas y rol de la mujer en esta cultura13.
11 Peters (2009: 34) describe los objetos bélicos encontrados en fardos de individuos masculinos en Paracas
Necrópolis.
12 Frame designa a este personaje con la letra “A”. Dicho personaje aparece en una falda Paracas acompañado
por los personajes D, E y F (Frame 2008: 241).
13 Los hallazgos de la señora de Cao en El Brujo por el arqueólogo Régulo Franco, cuyo ajuar compuesto por ob-
jetos de oro entre los cuales había agujas de oro, así como otros elementos que la ligaban al poder chamánico 245
pueden ser apreciados en el Museo de Sitio de Cao.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 227-248
En síntesis dado el hecho de que la producción de tejidos fue central en la expresión cultural de
los Paracas, no es imposible pensar que sus ejecutores y creadores tuvieran un rol fundamental en la
vida ritual de esta sociedad. El papel de los personajes femeninos portando instrumentos de tejido en
el manto blanco nos hace percibir que hay que atender a la posible relación entre arte textil y poder
chamánico.
Agradecimientos
Al Museo de Arqueología y Antropología de San Marcos donde trabajé en la conservación y monta-
je del Manto Blanco. A Wilbert Salas y José Martínez del Archivo Tello del MAA (2004-2005), a Juan
Roel y Víctor Paredes. Al Antropólogo Harold Hernández Lefranc miembro del Comité Directivo del
2004-2005. A la Ing. Rosa Medina del Laboratorio de Microscopía Electrónica de la Escuela Académica
Profesional de Ingeniería Geológica de la UNMSM. A las estudiosas de la problemática de Paracas
Dra. Mary Frame y la Dra. Ann Peters. Finalmente a la Mg. Olga Sulca del Comité Organizador de la 1º
Jornada de sobre estudio y conservación de textiles en San Miguel de Tucumán.
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Arqueología y Sociedad
Nº 24, 2012: 249-268
ISSN: 0254-8062
Giancarlo Marcone
University of Pittsburgh
gim2@pitt.edu
Resumen
En el presente artículo buscamos integrar el conocimiento que se tiene sobre los patrones funerarios de
la cultura Lima con las hipótesis existentes sobre la naturaleza y momento del arribo de esta sociedad al
Valle de Lurín. Nuestra objetivo es demostrar como cuando se integra el estudio de los entierros dentro de
su contexto temporal y regional estos pueden ayudarnos a clarificar la situación sociopolítica de la región
a fines del Intermedio temprano comienzos del Horizonte Medio. Nuestro análisis parte desde el estudio
de nueve contextos funerarios encontrados durante las excavaciones realizadas en el año 2009 en el sitio
de Lote B, Valle de Lurín.
Palabras clave: Cultura Lima, patrones funerarios, Lote B, valle de Lurín.
Abstract
The present paper seeks to relate current knowledge of Lima funerary practices with hypotheses regar-
ding the nature and moment of the arrival of the Lima culture to the Lurín Valley. Our central goal is to
show that, when integrated into a regional and temporal context, the study of mortuary practices can help
to clarify further the socio-political situation on the central coast of Peru between the end of the Early
Intermediate Period and the start of the Middle Horizon. We present a contextualized analysis of burials
recovered during the 2009 season at the site of Lote B in the Lurín Valley.
249
Keywords: Lima Culture, funerary practices, Lote B, Lurin Valley.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 249-268
Desde el inicio de la década pasada el estudio de la cultura Lima ha experimentado un despertar des-
pués de muchos años de letargo. Nuevos estudios, principalmente en los valles de los ríos Chillón y
Rímac, enfocados principalmente en la re-definición de estilos cerámicos y en la excavación de sitios
monumentales, están revaluando los planteamientos tradicionales sobre la complejidad cultural y de-
sarrollo social de la cultura Lima (Ej. Ccencho [1999] 2001; Falcón 2003, Flores 2005; Goldhausen 2001;
Mac Kay y Santa Cruz 2000; Narváez 2006; Mogrovejo y Segura 2000; Segura 2001).
Sin embargo, fuera de estos contextos de elites, poco es lo que se ha investigado sobre esta socie-
dad. Estas omisiones nos impiden generar reconstrucciones integrales de la sociedad Lima, así como
de sus procesos socio-políticos. Por ejemplo, en el valle de Lurín, la casi exclusiva atención puesta al
Santuario de Pachacamac ha probado ser insuficiente para contestar preguntas sobre el desarrollo
sociopolítico del valle durante el Intermedio Temprano. Así como para entender la naturaleza de las
relaciones entre la población rural esparcida a lo largo del valle de Lurín y los sitios monumentales de
los valles de Rímac y Chillón.
En el presente trabajo, queremos fijar la atención en esta población discutiendo varios contextos
funerarios, pertenecientes a niños e infantes, encontrados durante las recientes excavaciones en el
sitio de Lote B. Lote B es un pequeño complejo ocupado por una elite rural o local durante el final
del Intermedio Temprano y comienzos del Horizonte Medio en el valle bajo del río Lurín. Usaremos
estos entierros como una muestra de los patrones funerarios existentes en el valle de Lurín durante
el Intermedio Temprano y en base a esta muestra discutir las hipótesis propuestas sobre el momento
y la naturaleza de la llegada de la cultura Lima al valle.
Introducción
El análisis arqueológico de contextos funerarios constituye una fuente muy rica de información sobre
las sociedades del pasado. Tradicionalmente, los estudios funerarios han sido usados principalmente
para discutir la organización social, la estructura de las jerarquías sociales o el grado de complejidad
social (Binford 1971; Chapman y Randsborg 1981). Estos estudios parten de la idea que los patrones
observables en los entierros reflejan directamente la organización social de las sociedades que los crea-
ron. El análisis de las variaciones observables en los diversos aspectos de los entierros como estilos
funerarios, ofrendas, orientación, ubicación son particularmente importante para la reconstrucción
de roles y relaciones sociales de cada individuo.
Posteriormente se ha reconocido, que los contextos funerarios son más resultado de las acciones
de los familiares (los muertos no se entierran por si mismos) que reflejo de quién fue el individuo en
vida. Es así, que ahora es claro que las creencias de índole religiosa y filosófica de los deudos probable-
mente influenciaron también la formación de estos contextos funerarios (Carr 1995; Hodder 1982b).
Por ejemplo, estudios en diferentes partes del mundo han demostrado que la variación en algunos
aspectos de las prácticas funerarias, como son la preparación y tratamientos del cadáver, frecuen-
temente están más cerca de factores de carácter religiosos que de factores netamente sociales (Carr
1995). El significado de los objetos colocados al interior de un contexto funerario puede ser muy dis-
tinto del que tuvieron estos mismos objetos durante su uso (Hodder 1987). Por lo tanto, estos objetos
y/o símbolos reflejan las creencias filosóficas-religiosas, en vez de (o además de), reflejar relaciones
sociales (Hodder 1987).
La investigación arqueológica de contextos funerarios ha demostrado que estos también pueden
develar detalles del mantenimiento o cambio de las estructuras sociopolíticas de una sociedad. Por
ejemplo, los rituales funerarios pueden ser usados para crear y/o reafirmar relaciones comunitarias,
identidades y memoria colectiva (Charles y Buikstra 2002; Chesson 2001; Herrera 2007). Ceremonias
conmemorativas de un individuo (dependiendo de su rol social) pueden servir para estimular la re-
250
flexión sobre el pasado y futuro de la comunidad, y a la vez fortalecer la identificación del grupo
Sara Marsteller y Giancarlo Marcone / Entierro de niños en el sitio Lote B y su significancia...
(Chesson 2001). La investigación arqueológica también ha demostrado que los entierros han sido
usados en el pasado para legitimar relaciones sociopolíticas de poder (Hodder 1982; Shanks y Tilley
1982). Por ejemplo, prácticas funerarias, como el re-ordenamiento de huesos desarticulados de múl-
tiples individuos en un solo contexto, pueden enfatizar lo colectivo para enmascarar la realidad de
una estructura social en donde el acceso al poder social es disímil (Shanks y Tilley 1982). Inclusive la
elección del lugar de enterramiento también puedo ser usado como hito para validar pretensiones
sobre determinados recursos o tierras (Goldstein 1981; Saxe 1970). Sin embargo, la elección del lugar
de enterramiento y la formación de cementerios son también construcciones sociales del espacio.
Creencias filosóficas-religiosas que requieren de separación de muertos y vivos o prácticas funerarias
que sirven para re-afirmar la identidad comunal (Charles y Buikstra 2002) también influenciaron la
elección del lugar de enterramiento, no tan solo las pretensiones territoriales. Las funciones espe-
cíficas de las prácticas funerarias son circunstancialmente dependientes y no son exclusivas. Por lo
que es de suma importancia considerar el contexto regional y temporal en el análisis de los contextos
funerarios (Buikstra 1995).
Los niños en arqueología. Hasta recientemente, los niños han sido largamente excluidos de las
reconstrucciones arqueológicas del pasado (Baxter 2008; Kamp 2001; Lillehammer 1989; Sofaer
Derevenski 1994). Esta omisión se debe, en parte, a que los niños en nuestra sociedad occidentales
no detentan posiciones sociales o económicas privilegiadas, por lo que nuestros marcos conceptuales
tienden a pasar por alto el rol que estos jugaron en la construcción y mantenimiento de la sociedad.
Sin embargo, estudios etnográficos demuestran que en varias sociedades no occidentales los niños
son importantes agentes económicos y sociales, entonces es posible suponer que algo similar ocu-
rriera en el pasado (Bird y Bird 2000; Keith 2005; Sofaer Derevenski 1994). De ahí se desprende la
necesidad, al momento de interpretar procesos sociales y políticos del pasado, de no subvaluar los
posibles roles que cumplieron los niños. A pesar de este reconocimiento, la mayoría de interpre-
taciones arqueológicas existentes solo incluyen tangencialmente a los niños, solo en función a sus
relaciones con las mujeres y en las esferas domesticas y privadas (Baker 1997). Estos estereotipos son
en parte resultado de la dificultad de la arqueología para identificar arqueológicamente espacios y
objetos usados exclusivamente por niños, salvo en las raras situaciones donde se ha podido identificar
objetos como juguetes en base a la analogía etnográfica (Baxter 2008; Park 2005). Es en los contextos
funerarios donde los niños pueden ser identificados con relativa facilidad. Sin embargo, identificar
estos contextos funerarios de niños e infantes puede ser extremadamente difícil (Chamberlain 2000;
Perry 2006). En parte debido a la pobre preservación de los esqueletos juveniles que son generalmente
más delgados y frágiles (Gordon y Buikstra 1981; Walker et al. 1988), o a fallas en los métodos de exca-
vación y recolección (Chamberlain 2000). Asimismo, la existencia de prácticas culturales específicas
donde los niños son enterrados en lugares separados de los adultos también ha contribuido a la pobre
representación de los niños en el registro arqueológico (Finlay 2000; Stoodley 2000). Los entierros de
niños encontrados en Lote B en el año 2009, representan una oportunidad de observar el tratamien-
to funerario que se les dio a los niños e infantes en el valle de Lurín durante el periodo Intermedio
Temprano y el inicio del Horizonte Medio.
En los Andes, tradicionalmente, la investigación arqueológica se ha centrado casi exclusivamente
en discutir los contextos funerarios de niños que cumplieron funciones “especiales” como sacrificios
rituales (Bourget 2001; Reinhard 1992; Schobinger 1991; Tung y Knudson 2010), mientras que los con-
textos funerarios de niños con tratamientos seculares (no usados como sacrificios rituales) han sido
generalmente ignorados. Es por lo que creemos que el análisis y discusión de los niños encontrados
en Lote B constituye un aporte a la discusión general sobre el rol e importancia de los infantes en el
desarrollo y mantenimiento de las sociedades andinas del pasado.
En este trabajo discutiremos los contextos funerarios de niños encontrados en Lote B, contex- 251
tualizándolos en el desarrollo del sitio, así como en comparación con los patrones y practicas fune-
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 249-268
rarias conocidas para la costa central antes, durante y después del surgimiento de la cultura Lima.
Empezaremos por presentar las hipótesis existentes sobre el desarrollo de la estructura sociopolítica
Lima y su relación con el valle de Lurín. Luego describiremos las características de los patrones fune-
rarios Lima, sus cambios a través del tiempo y sus correlaciones con los cambios sociopolíticos iden-
tificados en la región y asignados como la transición entre el Intermedio Temprano y el Horizonte
Medio. De ahí presentaremos los contextos funerarios recuperados en el sitio de Lote B, para final-
mente situarlos dentro de su contexto regional y temporal. De esto modo discutir como los detalles
de esos entierros pueden ayudar a refinar las hipótesis acerca de la naturaleza del desarrollo político
en el valle de Lurín durante este periodo.
inequívoco de la presencia y hegemonía de Wari en el área (ver discusión de estas ideas en Kaulicke
2000; Menzel 1964; Patterson 1966; Segura 2004).
En los últimos años, excavaciones en varios sitios asociados a la cultura Lima vienen probando
que, aunque las fases de Patterson son útiles como criterio general de organización, su valor tempo-
ral es dudoso ya que representa una sobre división en unidades temporales que no tienen sustento
en la estratigrafía o en la historia de ocupación de cada sitio. Por ejemplo, varios investigadores han
encontrado la coexistencia de las ultimas tres fases de la secuencia Lima de Patterson en los mismos
contextos estratigráficos que fragmentos en estilo Nievería, sugiriendo que estas tres ultimas fases
(7,8 y 9) y Nievería son al menos parcialmente contemporáneos (Ccencho 2001; Guerrero y Palacios
1994; Kaulicke 2000; MacKay y Santa Cruz 2000; Mogrovejo y Segura 2000; Narváez 2006; Segura 2001,
2004; Shady y Narváez 2000).
Como Segura (2004) acertadamente señala, el trabajo de Patterson adolece de un problema de
representatividad. Tanto la cantidad de fragmentos (tamaño de la muestra) como el sesgo al recolec-
tar la muestra hacen que las inferencias de Patterson sean solo útiles como hipótesis iniciales a ser
examinadas. Segura específicamente muestra (Segura 2004: Cuadro 1) como si analizamos la distribu-
ción de las fases de Patterson de acuerdo a los sitios de procedencia, vemos que las diferencias entre
la cerámica podrían corresponder a variaciones regionales más que temporales (ver también Lavalle
1966 para un planteamiento similar).
A pesar que no es nuevo cuestionar el valor cronológico de estas fases, los investigadores se-
guimos usando estas fases como un marco referencial general para hablar de la cultura Lima. Los
criterios usados por Patterson para definir sus fases, aun son usados para discutir la cronología. En
general, asumimos que las fases 7, 8 y 9 corresponden a Lima Tardío (Segura 2001, 2004) mientras que
las fases 4 a 6 corresponderían más o menos a Lima Medio (Escobedo y Goldhausen 1999: 10).
Es en parte debido a que el estudio de la cultura Lima ha estado demasiado enfocado en esta
discusión estilística, que hemos dejado de examinar la cronología a partir de la evidencia estratigrá-
fica y de ocupación en los sitios. Lo cual nos ha impedido relacionar estos periodos cronológicos con
cambios en el desarrollo cultural de esta sociedad. Por ejemplo, ¿Qué procesos sociopolíticos se en-
cuentran detrás de las transformaciones estilísticas, arquitectónicas y de asentamiento, que parecen
caracterizar el paso de Lima Medio a Lima Tardío? ¿Cuál fue la naturaleza de este cambio?
La evidencia apunta a un incremento en la centralización política durante el periodo conocido
como Lima Tardío. Para algunos investigadores, basadas principalmente en contextos funerarios de
elite, estilos cerámicos y arquitectura monumental, este incremento en complejidad política es re-
sultado de procesos de intercambio interregionales, ya sea por su participación en redes suprarre-
gionales de intercambio de objetos de prestigio (Shady 1982,1988) o debido a relaciones clientelares,
o de emulación, con el supuesto Imperio Wari (Isla y Guerrero 1987; Kaulicke 2000; Menzel 1964). En
contraste, las interpretaciones construidas en base a los patrones de asentamiento y artefactos de
superficie, proponen un desarrollo basado en una economía política autóctona desarrollada en base
a: la dominación de la elite sobre recursos económicos y control del excedente, intensificación agrí-
cola, flujo interno de bienes y/o la movilización de fuerza laboral a través de sistemas de parentesco
(Dillehay 1979; Earle 1972; Kroeber 1926; Patterson et al. 1982; Stumer 1954b).
A nivel subregional, el momento y la naturaleza de la expansión de la cultura Lima desde el nor-
te (el valle del Rímac) al valle del Lurín esta todavía pobremente entendido. Una hipótesis, sostiene
que los cambios en el patrón de asentamiento y de la distribución cerámica en el valle de Lurín a
fines del Intermedio Temprano, reflejan una expansión de una organización política fuerte, de nivel
estatal (lo que correspondería al periodo Lima Tardío), en el área (Earle 1972; Patterson, et al. 1982).
Bajo esta hipótesis la presencia o intromisión Lima en el valle bajo del Lurín sería un proceso relati-
vamente tardío en la secuencia Lima, que trajo consigo un nivel de centralización sociopolítica antes
253
desconocida por la población del valle (Earle 1972; Patterson et al. 1982). Una hipótesis alternativa
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 249-268
propone que el valle de Lurín estaba organizado en cacicazgos, basados en relaciones de parentesco,
que fueron incorporados a la cultura Lima entre las fases Lima Temprano y Medio (Makowski 2002).
Makowski (2002: 117) complementa su explicación mencionado que los cambios identificados a final
del Intermedio Temprano en el valle de Lurín, no son resultado de una expansión Lima Tardío, sino
consecuencia de la influencia y expansión Wari en la costa central. Sin embargo, antes del trabajo
presentado en este articulo no se han realizado excavaciones sistemáticas de un sitio asociados a
materiales Lima en el valle de Lurín fuera de los edificios de Pachacamac. Por lo que ambas hipótesis
son hasta el momento imposibles de confirmar. Nosotros pensamos que los datos de Lote B pueden
representar una contribución clave en la evaluación de las hipótesis arriba expuestas.
Lote B
Nuestro estudio se enfoca en el sitio de Lote B, también conocido como Cerro Manchay, en el valle
bajo de Lurín (UTM 8654850N, 297400E) (Fig. 1). El sitio se encuentra estratégicamente localizado en
254
la cima de una colina con vista tanto a la quebrada de Manchay (posible ruta de comunicación en la
Sara Marsteller y Giancarlo Marcone / Entierro de niños en el sitio Lote B y su significancia...
antigüedad entre los valles de Lurín y Rímac) como al valle de Lurín (Fig. 2). En base a sus caracte-
rísticas superficiales, se identificaron cuatro sectores en el sitio (Fig. 3). En el año 2009 se realizaron
excavaciones prospectivas en cada uno de los cuatro sectores y revelaron al Lote B como un pequeño
complejo residencial de elite, ocupado durante buena parte del periodo Intermedio Temprano y el co-
mienzo del Horizonte Medio (lo que correspondería a las fases media y tardía de la secuencia Lima).
El sector 1 presentó evidencia de actividades de festines y banquetes, asociados a estructuras de
almacenamiento. El sector 2, adyacente al sector 1, presentó estructuras que han sido interpretadas de
uso residencial. Los materiales asociados recuperados a este sector son de uso doméstico, con la excep-
ción de la cerámica, que es muy fina y altamente decorada en estilo Lima. Estos dos sectores probable-
mente funcionaron juntos formando un pequeño complejo residencial, esto es por las evidencias de ha-
ber sido ocupado durante un largo tiempo. La cerámica recuperada en estos dos sectores esta compuesta
por fragmentos de estilo Lima Medio, en sus fases tempranas de ocupación. Esta asociación sugiere una
influencia de la cultura Lima en el valle de Lurín desde tiempos Lima Medio. En la última fase de ocu-
pación se produce un aumento de la cerámica decorada, estilísticamente más semejante a la cerámica
Lima Tardío (Fig. 4). En esta última fase el sector 1 presenta un claro incremento en las actividades de
festines y banquetes rituales, así como nuevas estructuras de almacenamiento. Contemporáneo con este
momento de incremento de actividades en el sector 1, se construyen en el sitio dos nuevos edificios en
el sector 3 y en el sector 4 respectivamente.
Figura 2: Vista desde Lote de la intersección del Valle de Lurín y la quebrada de Manchay.
256 Figura 3: Mapa de Lote B, con la ubicación de los rasgos mencionados en el texto.
Sara Marsteller y Giancarlo Marcone / Entierro de niños en el sitio Lote B y su significancia...
Este edificio, presente en el sector 3, tiene una forma rectangular, está pintado de amarillo y
asociado enteramente a cerámica Lima Tardío. Otra construcción de carácter intrusivo asociada a
material exclusivamente tardío, fue encontrada en el sector 4. Esta edificación de planta rectangular
estuvo aparentemente dedicada a actividades de almacenamiento. La construcción de estos edificios,
como ya dijimos, es contemporánea con el incremento de la presencia de cerámica Lima Tardío, ma-
yor evidencias de festines rituales, la construcción de estructuras de almacenamiento y una mejora
en los materiales constructivos del área residencial identificada en el sector 2.
ficial directamente sobre el piso de la ocupación más temprana de un recinto, a unos pocos metros
de lo que pensamos fue el acceso del recinto. El individuo se encontraba cubierto en un envoltorio
de esteras y cañas, colocado sobre el piso en posición extendida con la cabeza orientada hacia el
sur. Stumer (1954a) reporta entierros de niños similares en el sitio de Cerro Culebras en el valle del
Chillón. Stumer encontró en tres diferentes contextos a: “un infante o niño muy pequeño completo,
con una litera en miniatura, no en tumba, sino meramente puesto sobre el piso de la entrada” (Stumer
1954a: 221. La traducción es nuestra).
Otros entierros en estilo Lima Clásico, fueron descubiertos en el sector 4 de Lote B. Estos entie-
rros eran parte de la acumulación de entierros identificada como rasgo #7 (Fig. 6). Este rasgo esta
ubicado debajo de un basural con fragmentos cerámicos Lima Tardío y asociado a la estructura de
almacenamiento adyacente descrita más arriba. En este rasgo se recuperó un total de cinco indivi-
duos correspondientes a cuatro entierros excavados en una unidad de 2 x 2 m. En base a esta acu-
mulación en tan reducido espacio, pensamos que el área pudo haber sido usada como cementerio.
De ser así, este cementerio fue cubierto y abandonado antes de la construcción de la estructura de
almacenamiento.
Los dos entierros en estilo funerario Lima de este rasgo, individuo #2 e individuo #5, estuvieron
colocados en posición extendida y envueltos en tapetes de cañas, amarradas con cuerdas de fibra
vegetal. Entre el individuo y el envoltorio de caña estos entierros presentaron evidencia de un textil
muy delgado y estaban asociados a un pequeño mate. La posición del individuo #2 es algo inusual (Fig.
7), pensamos que este individuo se encontró inicialmente en posición extendida y luego forzado a
caber en una fosa/matriz estrecha. Esta fosa fue posteriormente tapada con una roca de gran tamaño.
El individuo #5 se ubicaba en una fosa al centro de la unidad de 2 x 2 m. Este individuo tenía unos 9
meses de edad al momento de su muerte, que fue colocado en posición extendida sobre una estera y
acompañado, como ofrenda, de un ave (Fig. 8). Este individuo, compartía la misma fosa con el indivi-
duo #4, un infante de 6 meses de edad envuelto en un fardo textil en posición flexionada mirando al
este. El individuo #5 también presentó algo de disturbio y señales de movimiento que pensamos son
resultado del posterior enterramiento del individuo #4. En Cajamarquilla, Sestieri (1971:103) encon-
258
tró una intrusión similar de un entierro en fardo intrusivo a un entierro en litera.
Sara Marsteller y Giancarlo Marcone / Entierro de niños en el sitio Lote B y su significancia...
Figura 7: Detalle del Individuo #2 del Rasgo #7 Figura 8: Detalle del Individuos #4 y #5 del Rasgo #7 259
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 249-268
El rasgo 7, presentó también individuos en posición sentada envueltos en fardo textil. Aparte del
ya mencionado individuo#4, el individuo #1, de 9 meses de edad, se encontraba mirando el noreste y
tenía como ofrenda dos pequeños mates. El Individuo #3, de unos 2 años al momento de su muerte,
también colocado en posición flexionada y envuelto en un fardo textil, fue el único presente en una
tumba que incluía una pequeña estructura construida al interior de la fosa (Fig. 9). Esta estructura
tenía planta semicircular y estaba construida con tierra compactada y piedras. Asociados a este indi-
viduo encontramos dos mates cubiertos con piedras planas colocadas como si fueran tapas, puestos al
frente del individuo a la altura del cráneo. La fosa de este entierro fue sellada con una compactación
dura de tierra y cubierta con dos rocas de gran tamaño. Es claro que las bocas de los entierros del ras-
go #7 fueron hechas antes y cubiertas luego por el basural y el edificio de almacenamiento del sector
4 asociados íntegramente a cerámica Lima Tardío (Fig. 10).
Otros dos entierros fueron descubiertos en Lote B. Estos fueron descubiertos en los basurales de
los sectores 1 y 2. Las bocas de las fosas de estos dos entierros corresponden a los niveles de abandono
del sitio, probablemente a comienzos del horizonte medio, e implican que estos fueron depositados
en los basurales después de que se dejó de utilizar el sitio. El rasgo #3 (fig. 11) fue hallado en uno de los
basurales del sector 1 y estaba compuesto por un fardo donde el individuo estaba en posición flexio-
nada. El individuo contenido en el fardo tenía unos 7 años de edad y estaba orientado al noreste. Este
fardo se encontraba asentado sobre una cama de pequeñas piedras y asociado a un mate.
El sector 2 se encontró un entierro doble, donde dos fardos habían sido colocados en una fosa
construida sobre una acumulación de basura adyacente al muro perimétrico del complejo residencial
del Sector 2. Este entierro fue identificado como rasgo #4. Una pequeña concentración de piedras
marcaba la boca del entierro, el individuo superior (Fig. 12) era un infante de nueve meses de edad
enterrado sobre un segundo niño de 3 años de edad al momento de su muerte (Fig. 13). Los dos se
encontraban en posición flexionada, envueltos en textiles y mirando al noreste. Dos pequeños mates
se encontraron asociados al individuo inferior.
261
Figura 11: Rasgo #3 en el perfil de la Unidad 2. Figura 13: Detalle del Individuo #2 del rasgo#4.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 249-268
Discusión
Aunque los entierros recuperados en el Lote B son pocos en número, cuando se sitúan dentro de su
contexto regional y local, sus características únicas nos permiten evaluar varias hipótesis acerca del
desarrollo sociopolítico del valle de Lurín durante la última parte del Intermedio Temprano y el inicio
del Horizonte Medio. Primero, la presencia de entierros en el estilo Lima Clásico durante las fase más
temprana de la ocupación en el sitio sugieren que la adopción de la ideología y prácticas culturales
Lima empezó durante las fases medias del Intermedio Temprano. La coexistencia de este estilo (en
esteras) con prácticas funerarias locales (en fardos) dentro del rasgo #7, demuestra que las prácticas
funerarias Lima no fueron excluyentes.
Una pequeña proporción de entierros en fardo y flexionados, contemporáneos con los entierros
extendidos sobre litera de caña, han sido encontrados en sitios como Cajamarquilla, Ancón y Maranga
(Mac Key y Santa Cruz 2000; Menzel 1964; Ravines 1977; Sestieri 1971). Esta variación en el patrón
funerario implica un cierto grado de resistencia o libertad de elección bajo la influencia de la cultura
Lima. Es así, que una influencia foránea (como Wari) no sería necesaria para promover el retorno de
practicas funerarias tradicionales, después de terminar la influencia Lima. Las excavaciones en el Lote
B han fallado hasta ahora en recuperar algún fragmento Wari o incluso Nievería como para sugerir
que la elección de las prácticas funerarias sería resultado de esta influencia pan regional.
Proponemos que la evidencia recuperada apunta a que durante la ocupación asociada a materia-
les Lima Tardío se da un mayor control directo y a un incremento de la presencia de la cultura Lima
en el sitio de el Lote B. Esta mayor presencia se ve reflejada en el aumento de actividades de banque-
tes rituales y en la construcción de los edificios públicos de los sectores 3 y 4. Es este contexto es que
proponemos que el área, en el sector 4, usada como enterramiento fue suprimida con la construcción
de las estructuras Lima Tardío. Siguiendo esta idea, proponemos que el entierro de niños tan cerca
al conjunto habitacional de una elite local representó uno de los mecanismos por los que esta elite
mantuvo una posición de prestigio sobre la dispersa población de los alrededores durante la segunda
mitad del Intermedio Temprano. Quizás incluso una manera de renovar los vínculos de parentesco en
los que se basaba esta posición de privilegio. De ser así, la supresión de esta área de enterramiento y
la posterior construcción de una estructura secular sobre ella representó un intento de menoscabar
la autoridad de estos líderes locales.
Pensamos que la evidencia de incremento de almacenamiento y festines rituales, es concomi-
tante con un proceso de centralización política en el área. Posiblemente fruto de una estrategia para
promover la adopción de la política expansiva Lima. Las excavaciones de Marcone (2000, 2010) en el
complejo de los adobitos de Pachacamac le llevaron a proponer que la entrada de los Lima al valle
de Lurín pudo estar basada en estrategias que promovían solidaridad más que diferencias sociales, a
través de mecanismos de redistribución de bienes como son los festines y banquetes rituales. De ser
así, estamos ante un proceso donde las bases del poder sociopolítico están cambiando de altamente
rituales y abiertas, en contextos locales, a mecanismos más económicos controlados por elites re-
gionales. Lamentablemente es difícil, por el momento, establecer si durante el periodo Lima Tardío
las practicas funerarias locales fueron permitidas como durante Lima Medio o si por el contrario la
presencia directa Lima implicó un abandono de estas, pues los contextos recuperados están asociados
o al abandono del sitio o la pre-intrusión de Lima Tardío en el sitio
En comparación con otros entierros de niños encontrados en sitios más tempranos o contempo-
ráneos, en el valle de Lurín y en la costa central (Ravines 1981; Sestieri 1971; Stothert y Ravines 1977;
Stumer 1953; Tomasto 2005), los entierros de niños en el Lote B son notoriamente menos elaborados
que el resto, en términos de la construcción de tumbas, ofrendas asociadas y manufactura de los
fardos. Si bien esta simpleza en los entierros del Lote B pudiera estar relacionada con la edad de los
262
individuos, también implica que demostraciones extravagantes de poder económico no eran necesa-
Sara Marsteller y Giancarlo Marcone / Entierro de niños en el sitio Lote B y su significancia...
rias o posibles para esta pequeña elite rural de poder limitado. Análisis paleopatológicos adicionales
revelaron la prevalencia de escorbuto o deficiencia de vitamina C (5 de 9 individuos, 56%) así como
manifestaciones tempranas de tuberculosis (9 de 9 individuos, 100%) (Marsteller et al., en prepara-
ción). Tentativamente esto sugiere que la población del valle de Lurín sufrió de altos grados de mal-
nutrición e infecciones. De ser así la cooperación con los Lima pudo haber sido ventajosa, proveyendo
un mayor acceso a recursos agrícolas o una mejora en términos económicos.
Aunque la mayor parte de las discusiones sobre entierros de niños en la arqueología andina han
estado centradas en su carácter como contextos de sacrificio, algunos investigadores han determina-
do que los métodos de sacrificio y los correspondientes rituales de procesamiento del cuerpo fueron
similares a los de los sacrificios de adultos (Tung y Knudson 2010). Sin embargo, creemos que antes
de señalar diferencias o semejanzas económicas, sociales o religiosas entre las percepciones de los
niños y los adultos en los Andes en general y en la costa central durante el periodo de transición entre
el Intermedio Temprano y el Horizonte Medio en particular, se necesitan estudios adicionales. En el
valle de Lurín, la excavación y estudio de grandes muestras de entierros que incluyan ambos adultos
y niños son necesarias para determinar diferencias y similitudes en el patrón funerario de acuerdo a
edad y así poder formular una conclusión acerca de cómo los niños del valle de Lurín y Lima en gene-
ral fueron percibidos y cuáles fueron los roles sociales que cumplieron.
Conclusiones
Para concluir, nosotros proponemos que la evidencia del Lote B parcialmente sostiene las dos hipó-
tesis propuestas acerca de la naturaleza y momento de la expansión de la cultura Lima en el valle de
Lurín, pero a ninguna de manera completa. Primero, de acuerdo con Makowski (2002), la presencia
Lima en el valle de Lurín aparece en Lote B durante el Intermedio Temprano y es asociado a cerámica
Lima Medio. En este periodo existían elites locales ya establecidas en el valle, aunque de limitado po-
der e influencia. Sin embargo, como Earle (1972) señala, existe una dramática intrusión Lima y un pro-
ceso de centralización política, que afecta a una población, reflejada en las últimas fases de ocupación
del Lote B. Este proceso de centralización en el valle habría sido impuesto desde el valle del Rímac.
Este estudio demuestra que entierros “ordinarios” de niños que murieron de causas naturales
pueden proveer tanto o más información sobre los procesos sociales del pasado que contextos ritua-
les y elaborados donde los niños constituyen parte del sacrificio. Considerando las características de
los entierros en el Lote B en relación con su contexto local dentro del sitio, así como con los patrones
funerarios contemporáneos en la costa central, nos fue posible fortalecer nuestro entendimiento so-
bre la relación entre la formación política Lima y las poblaciones del valle de Lurín.
Agradecimientos
Queremos agradecer a las diversas instituciones que financiaron nuestras investigaciones en el va-
lle de Lurín. La temporada 2009 en Lote B fue financiada por la beca Dissertation Grant Improvement #
0837835 provista por la Academia Nacional de la Ciencia Americana (NSF) y forma parte de la investi-
gación doctoral de Giancarlo Marcone. Fondos adicionales para estudios en Lurín le fueron provistos
por la Thinker Foundation y el Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Pittsburgh,
y el Departamento de Antropología de la Universidad de Pittsburgh. Sara Marsteller fue financiada
por una beca de investigación y docencia de la Escuela de evolución y Cambio Social Humano de la
Universidad Estatal de Arizona. Una versión preliminar de este trabajo fue presentada en la Reunión
de la Sociedad de Arqueología Americana en San Luis, Missouri 2010.
263
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 249-268
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Arqueología y Sociedad
Nº 24, 2012: 269-282
ISSN: 0254-8062
Resumen
Se presenta material Lima de las cuencas altas de los ríos de la costa central, proponiendo los tipos de vín-
culos existentes entre los segmentos de los valles y redefiniendo el término “Nievería”
Palabras clave: Cultura Lima, Nievería, Horizonte Medio, Valles del Rímac y Chillón.
Abstract
This paper presents Lima ceramics from the upper drainage of the rivers from the central coast. It also
deals with the links which should have existed between different segments of the valleys and redefines
the term “Nievería”.
Keywords: Lima Culture, Nieveria, Horizon Middle, Rimac and Chillon valleys.
Introducción
Durante más de cien años las investigaciones arqueológicas sobre la cultura Lima se han centrado
casi exclusivamente en excavaciones de sitios ubicados en las partes bajas y medias de los valles de
Chancay, Chillón, Rímac y Lurín. Esto ha llevado a pensar en una sociedad Lima “costeña” y alejada
de los territorios más allá de la chaupiyunga (300 a 1200 msnm), aislada de un territorio del cual sólo
tenemos información por fuentes escritas, estudios etnohistóricos y algunos trabajos arqueológicos,
todos ellos correspondientes a la época en que la costa central se hallaba dominada por múltiples
señoríos y cacicazgos, entre los que destacan los collis y guancayo en el valle del Chillón, y los yauyos
en el valle del Rímac.
La idea central de este artículo es presentar y dar a conocer un pequeño corpus de vasijas cerá-
micas vinculadas al estilo Lima y al estilo Nievería, halladas por diversos investigadores en las partes
altas de los valles de la costa central, lo cual evidencia algún tipo de contacto de la sociedad Lima con
las cuencas de estos valles así como con otras regiones circundantes y sus respectivas sociedades du- 269
rante fines de l Intermedio Temprano e inicios del Horizonte Medio.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 269-282
La muestra
El corpus se compone de 33 piezas cerámicas completas y 24 fragmentos hallados en diferentes sitios
y contextos en las cuencas del Chillón y del Rímac, desde mediados de la década de 1930 hasta fines de
1990. Algunos materiales son registrados de forma fortuita mientras otros son resultado de campañas
de investigación científica. Debido a no contar físicamente con el material en mención, es importante
recalcar que nuestra investigación se basa en el registro gráfico y las descripciones de los propios
autores citados.
El material del valle del Chillón es una colección de fragmentería cerámica procedente de las ex-
cavaciones de Tom Dillehay en el sitio de Huancayo Alto, quien presentó este material en su tesis doc-
toral (Dillehay 1976). Presentamos también un grupo de vasijas completas procedentes de Huascoy
y Cantamarca, en la provincia de Canta, que fueron publicadas por Pedro Villar Córdova (1935). El
corpus de este valle se completa con un conjunto de vasijas provenientes de Huaros y presentadas
anteriormente por Carlos Farfán (1995).
En el valle del Rímac, la mayor parte de la muestra colectada proviene de los sitios de Chaclla y
Collata. Estas piezas fueron presentadas por primera vez por Mercedes Cárdenas (1974). A ellas se
añade una pequeña colección de vasijas recolectadas en Huanza (valle de Santa Eulalia) por Peter
Kaulicke y Cirilo Huapaya en la década del setenta, durante trabajos del Seminario de Arqueología del
Instituto Riva-Agüero.
Figura 9
Cantamarca
Forma Estilo Contexto Ilustración (Villar Córdova 1935)
Vasija con vertedera Nievería Funerario Fig. 13
272 Figura 13
Martín Mac Kay / Cerámica Lima en la cuencas altas de los valles de la Costa Central
Lámina 1. 273
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 269-282
Lámina 2.
Figura 26.
Figura 27.
Cronología
Como se observa en los cuadros 1 y 2, salvo una de las vasijas presentadas por Farfán y proveniente del
sitio de Huaros, la colección se identifica con el estilo cerámico Lima Tardío (fases 7, 8 y 9 de Patterson)
y el estilo Nievería (500-700 d.C.), estilo que ya es claramente asociado a las fases tardías de la cultura
Lima, por lo cual proponemos como la mayoría de investigadores del tema en cuestión, que Nievería
deja de ser, como en tiempos de Menzel (1968), la influencia ayacuchana propia del Horizonte Medio
en el valle del Rímac, sino más bien un alfar de cerámica típica de contextos “especiales” (Kaulicke
2000: 329) dentro de las fases finales Lima.
Aunque nuestra muestra es reducida, es posible afirmar que no existen diferencias notables en lo
estílistico y formal entre la cerámica Lima de las partes altas y bajas de los valles, salvo el color más
oscuro de la pasta de algunas de las vasijas expuestas en este trabajo (rasgo típico de la cerámica se-
rrana por sus fuentes de arcilla, talleres y tecnología alfarera), en comparación con la pasta naranja a
rosa de la cerámica Lima de los valles bajos y medio, y algunos motivos iconográficos de los ceramios
presentados por Villar Córdova que se deberían, según este mismo autor, a “influencias del Mantaro
y de la costa norte” (Villar Córdova 1935). Sería ideal lograr análisis arqueométricos en la pasta de
los fragmentos y piezas presentadas para así comprobar su manufactura local o su “importanción”
ya sea desde las partes más bajas de los valles de la costa central. Este trabajo sería interesante y
se integraría a los ya realizados en el Rímac para materiales cerámicos del Horizonte Medio, como
los fragmentos de estilo Chakipampa pero manufactura local hallados en las huacas del complejo
Maranga (Pillaca et al. 2011).
En el caso de las piezas Nievería, aquellas recopiladas en la muestra tienen un acabado ligeramen-
te más burdo que el pulido típico que caracteriza al material “Nievería”del área nuclear Lima en las
partes bajas del Rímac.
Los contextos
Seis de las vasijas enteras de nuestra muestra –todas ellas del Chillón– tienen información directa o
indirecta sobre su procedencia de tumbas saqueadas, particularmente de cistas de planta circular o
rectangular. Aunque desconocemos el contexto de procedencia de las otras, por su carácter escul-
tórico y fino acabado podemos suponer que se trata también de asociaciones funerarias u ofrendas
rituales, típicas de contextos de fines del Intermedio Temprano e inicios del Horizonte Medio, que se
caracterizan por la presencia de cerámica Nievería. Son casos conocidos los de Cajamarquilla, Potrero
Tenorio, entre otros.
En suma, son vasijas de uso exclusivamente ritual, lo que nos llevaría a pensar en una influencia o
control muy indirecto y tardío de los Lima sobre las cuencas altas de los valles del Chillón y del Rímac,
sino fuera por la colección de fragmentería registrada por Dillehay en Huancayo Alto recuperada en
estructuras administrativas y de almacenamiento. Así, aunque sería tentador afirmar que al menos
en la parte alta del Chillón existiría indicios de control Lima, se debe tener cuidado con este tipo de
277
afirmaciones debido al carácter mueble de la cerámica. Esta hipótesis debería ser confrontada con
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 269-282
la arquitectura del área ya que es muy probable que muchos de los asentamientos arqueológicos co-
nocidos como tambos, llámese Cantamarca, Rupak, Chiprak, Chaclla, etc., hayan tenido su origen en
asentamientos Lima al menos desde inicios del Horizonte Medio.
Nuestro planteamiento no olvida la existencia de un importante número de vasijas de uso domés-
tico halladas en estos y otros sitios y que no han sido incluidas en este ensayo.
Horizonte Medio. En la sierra norte, en el sitio de Wilkawain (Huaraz), Wendell C. Bennett describe
fragmentos cerámicos como de estilo Tiahuanaco que, según él, estarían vinculados a estilos epigo-
nales costeños como Nasca y Nievería (Fig. 29). En la sierra norcentral de Ancash, se ha recuperado
material Nievería en el sitio de Chinchawas. Allí, en una tumba tipo chullpa del Sector 2 del sitio,
George F. Lau reporta el hallazgo de parte del pico y asa puente de una botella Nievería (Lau 2010:
Fig. 90K). En la misma publicación, se reporta el hallazgo de un fragmento grande de botella Nievería
con la representación escultórica de una serpiente (Lau 2010: Fig. 92B), este fragmento proviene del
mismo sitio, aunque de una terraza, la Terraza 4 del Sector 1 (Lau 2010: 261).
Por otro lado, es probable que se encuentre cerámica Nievería en el vecino valle del Mantaro,
lamentablemente éste carece de estudios arqueológicos intensivos y su secuencia aún no ha sido
definida.
Finalmente, tras una breve estadía en el Alto Piura, durante los trabajos de prospección del
Proyecto de Investigación Arqueológica Chulucanas-Morropón, pudimos observas vasijas con claras
influencias formales (asa puente y cuerpo lenticular) y decorativas (interlocking, bandas decorativas
en los picos, cruces) de la cerámica del Horizonte Medio de la costa central.
A diferencia de esta cerámica especial, la cerámica Lima, específicamente la tardía que se con-
centran en los valles bajo y medios de la costa central, no se expande más allá de las cuencas de estos
mismos valles pero con ciertas características propias como lo son el tipo de pasta, oscura y gruesa y
una decoración no tan fina.
Conclusiones
A partir de nuestras observaciones, proponemos dos hipótesis: la primera es que a fines del periodo
Intermedio Temprano e inicios del Horizonte Medio, la cultura Lima tuvo contacto con las cuencas altas
de los valles del Chillón y del Rímac. Este contacto aparentemente fue directo y consistió en el manejo
político y económico de la zona, proveyendo a los Lima de una vía de comunicación con la importante –a
nivel económico– y al parecer poco evolucionada hoya del Mantaro (Kaulicke, com. pers. 2002).
La segunda teoría es la de una fuerte influencia de la elite Lima sobre aquellas que dirigían los
asentamientos o comunidades de las cuencas altas. Esta influencia se manifiesta en la existencia de
vasijas Nievería en contextos funerarios de estos grupos “serranos”, como en los contextos Moche
Tardío del Jequetepeque, en donde se demuestra el carácter de prestigio de dicha cerámica, la del
alfar especial, al cual conocemos como Nievería y la probable vinculación ideológica (¿rituales o ce-
remonias?) de elites foráneas con la elite Lima. Mucho de esto se resolvería si se ampliara las investi-
gaciones aquí recopiladas y como ya se mencionó líneas arriba con el uso de los novedosos análisis de
pasta mediante el uso de técnicas físicas y químicas. Es muy importante si las piezas Nievería mencio-
nadas son realmente fabricadas en la zona neurálgica Lima o en todo caso pertenecen a talleres fuera
de ella. Lo que si queda claro pese a lo inicial de este trabajo es el hecho que la ideología propia de los
Lima y la elite asociada tuvo una importancia tal para poder “exportar” sus vasijas y su componente
ideológico más allá de la costa central, lo que supone un tipo de poder, el cual no sorprende ya que
esta fue la etapa de la construcción de los grandes complejos arquitectónicos como Cajamarquilla y
Maranga.
Mientras la cerámica propiamente Lima, de los estilos 7 al 9 que hemos presentado muestra sin
dudas los rasgos del estilo tardío de la alfarería de esta sociedad que se ubican por debajo de 2000
msnm. Ciertas características particulares en la manufactura de la cerámica de las cuencas altas como
la pasta, cocción y algunos diseños iconográficos (pintura y modelado) nos harían preguntarnos por
el tipo de vínculos existentes entre las elites Lima de las diversas partes de los valles. Es decir, ¿exis-
tía una unidad política al interior de los valles? ¿Cada valle se conformaba por múltiples unidades
políticas? ¿O existía una gran unidad política Lima que abarcaba los valles de Chillón, Rímac y Lurín
280
durante las fases tardías?
Martín Mac Kay / Cerámica Lima en la cuencas altas de los valles de la Costa Central
Para responder estas preguntas se debe colectar más datos y consolidar la escasa información
disponible sobre la cultura Lima, sobre todo en cuanto a arquitectura y la cantidad y calidad de las
muestras cerámicas. Esto incluiría evidentemente un estudio más completo de las ocupaciones de
esta época en las partes altas de los valles, enfatizando los materiales domésticos hasta ahora no
estudiados.
Agradecimientos
A los arqueólogos Raphael Santa Cruz, Víctor Falcón, Hugo Ikehara, Segio Barraza y Julio Rucabado
por su importante aporte para la elaboración del presente artículo.
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282
Arqueología y Sociedad
Nº 24, 2012: 283-300
ISSN: 0254-8062
Resumen
El razón fundamental del presente trabajo es informar presentando datos sobre el reconocimiento directo
del canal de agua que abastecía por más de trescientos años a la ciudad de Wari, a partir de las investiga-
ciones con excavaciones realizadas en varios tramos del canal, como referente para el trabajo de Qochas,
canales, reservorios que abastecían a la metrópoli Wari (Pérez 2006, 2007 y 2010) y como parte del estu-
dio hidráulico e hidrológico del canal Wari de Incapa Yarccan o Wari Yarcca en Ayacucho (Chavarría 2010).
Consideramos que se trata de un gran proyecto de infraestructura social y económica que el Estado Wari
ejecutó en los Andes centrales durante la segunda mitad del primer milenio de la presente era cristiana,
800 años aproximadamente antes de la formación del Imperio del Tawantinsuyo.
Palabras clave: Canal, construcción, flujo, funcionalidad, ciudad, Wari.
Abstract
The rationale of this paper is to report by presenting data on the direct recognition of the canal that
supplied water for over three hundred years to the city of Wari, from investigations with excavations in
several sections of the channel, as a reference for qochas work, canals, reservoirs supplying the metropo-
lis Wari (Perez 2006, 2007 and 2010) and as part of the hydrologic and hydraulic study of inca canal Wari
Wari Yarccan or Yarcca in Ayacucho (Chavarría 2010). We believe that this is a great proyec for social and
economic infraestructure that the Wari state executed in the Andes during the second half of the first mi-
llennium od the present Christian era, about 800 yerars before formation of the Empire of Tawantinsuyo.
283
Keywords: Canal, construction, flow, functionality, city, Wari.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 283-300
Introducción
A diferencia de la gran mayoría de canales existentes en la región andina que nacen en las bocatomas
de los ríos, cuya ubicación y longitud va en base a áreas de cultivo que deben ser irrigados, el canal de
Incapa Yarccan tiene su origen en la laguna Yanaqocha (Figs. 1 y 2), localizada a 4050 msnm. El objetivo
del Estado Wari fue el trasladar de agua hacia la ciudad capital ubicada a unos 30 km al sur, a un nivel
de 350 m más abajo de la referida laguna, sin afectar su uso en actividades agrícolas de escala pequeña
que se venían practicando desde tiempo y que probablemente contó con una red de canales secundarios
como el que nacía de la subcuenca Lluncuna, en las inmediaciones de Quinua, lo cual implica un buen
conocimiento y manejo del espacio así como el entendimiento de algunas variables sobre el volumen de
agua que se tenía que conducir, conocer las características del terreno para efectuar y trazo, excavación
y construcción del canal en pendientes pronunciados, zonas rocosas, donde realizaron magnificas obras
de arte, con materia prima del lugar, fuerza laboral y dirección técnica impuesta como parte de una
política estatal, puesta en práctica en otras ciudades del dominio y ámbito territorial Wari.
Marco referencial
No cabe duda que los primeros pobladores que incursionaron en los Andes centrales escogieron de
manera particular la zona de Ayacucho, por ser un espacio con las condiciones materiales (suelo,
agua, flora, fauna) que buscaban para poder desarrollar su ingenio y creatividad que diera lugar al
descubrimiento de nuevas técnicas, instrumentos y medios de producción convirtiendo en un pai-
saje cultural atractivo y competitivo con otras regiones del Perú y del mundo como es el caso de
284 Figura 1: Ubicación y recorrido del canal que abastecía a la metrópoli Wari.
Ismael Pérez y Alexander Salvatierra / El canal de agua que abastecía a la ciudad de Wari...
Figura 2: Laguna Yanaqocha que da origen al canal que abastecía a la metrópoli Wari.
Mesoamerica, Medio Oriente y Asia, pero diferente al planteamiento de Wittfogel (1960) quien asu-
miendo valores externos como el rol del agua, bosques y praderas formula la hipótesis sobre existen-
cia de “sociedades hidráulicas”.
Collier (1960) planeta que en el Formativo Tardío se alcanzó una economía completamente agrí-
cola, basada en regadío por medio de canales, que condujo a un marcado aumento de la población.
Los poblados algunos de ellos mayores y más compactos que los del Formativo Temprano, se exten-
dieron tierra adentro por todas partes de los valles. Se construyeron montículos piramidales como
basamento de los templos y reductos fortificados en las cumbres de los cerros. Esto último constituye
la primera evidencia de guerras, que probablemente tomaron la forma de incursiones bélicas, crearon
la necesidad de un control más centralizado, el cual se alcanzó evidentemente bajo la dirección de los
sacerdotes, aunque es dudoso si la unidad política abarcó todo un valle. Faltan evidencias de estratifi-
cación de clases. Las artesanías sufren un declive estético con la desaparición del estilo Chavín, pero
la época fue de experimentación y de progreso técnico.
Tanto los canales como caminos, reservorios, entre otros, son obras hechas a gran escala y tras-
cendencia social, económica y política, es decir corresponde a la categoría de proyectos planificadas
y controladas por el gobierno de sociedades bien organizadas, en el caso de los Andes peruano estaría
vinculado con los orígenes de la civilización. Así tenemos por ejemplo a la ciudad de Caral donde se-
gún Shady (2006: 63-64) los habitantes del valle trabajaron sus campos de cultivo sin el requerimiento
de una tecnología sofisticada. El río Supe discurre casi al nivel de las tierras que pueden ser fácilmente
irrigadas mediante la excavación de simples canales. Si bien el río carga agua en una corta temporada,
la población contaba con una fuente fluvial subterránea que filtraba en una serie de manantiales o
puquios de donde se aprovisionaba de agua, en la época de estío, para el consumo y riego agrícola.
Podemos deducir que se trataría de los canales antiguos registrados hasta el momento, los cuales es-
285
tarían asociados con la construcción de las pirámides de aproximadamente 3000 a.C.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 283-300
El templo de Chavín, considerado como uno de los monumentos más notables del Perú, tanto por
su valor histórico como por su belleza y configuración, que fuera visitado por peregrinos de todo el
mundo andino, durante la segunda mitad del segundo y primer milenio antes de la presente era cris-
tiana, estuvo centralizado por el poder religioso del estado teocrático representado por un grupo de
sacerdotes, asociados con una compleja red de obras hidráulicas constituidas por canales y drenajes
que cruzan los niveles subterráneas del viejo templo y tal como menciona Lumbreras (2007), contaba
con defensas y canalizaciones lo que indicaría cierto tipo de previsiones frente a los fenómenos hí-
dricos de su entorno. Señala además que hay evidencias de obras realizadas sobre ambos ríos como
la habilitación de un puente sobre el río Wachesqa y la canalización de ambos ríos que delimitan al
monumento por sus lados norte y sur para impedir-seguramente- los efectos de sus crecidas anuales.
El puente en referencia es una magnifica obra de arte que los antiguos ingenieros Chavín constru-
yeron para unir las poblaciones establecidas en ambas bandas del río Mosna y es probable que algo
semejante debió existir en el río Wachesqa.
Más al norte se encuentra el valle de Moche donde se construyó la mayor red hidráulica e hidro-
lógica de dos canales interrelacionados: el Vichanzao y el canal intervalle. Según Farrington (1980:
696) el Vichanzao fue el canal más importante del lado norte del valle. Su construcción inicial pro-
bablemente se produjo antes del periodo Gallinazo, esto es, 200-500 a.C. Tuvo más de 28 km de largo
y regaba un área de 2060,5 ha. Durante el periodo Chimú Imperial (1250-1462 d.C.) se extendió otros
7 km para irrigar un área de 627 ha. Al respecto Moseley y Feldman (1982: 280), señalan que las ma-
yores obras de irrigación hechas en el continente son sistemas de canales en la vertiente del Pacífico
entre los 6o y 11o de latitud sur. Los proyectos prehispánicos y los anteriores a los ciclos radicales de
alteración ambiental, ocurridos entre 400-600 d.C. son grandes, fragmentarios, pobremente conser-
vados, recientemente descubiertos y poco estudiados. Los pequeños sistemas que datan después de
600 d.C. están bien conservados en el nivel del canal y generalmente surcan el nivel del suelo. En el
valle bajo del río Moche estos sistemas tardíos tienen un área 50% mayor que los actuales campos de
cultivo beneficiados con la moderna tecnología. La red de canales que se conserva, semejante a sus
principales antecedentes, forman complejos multivalles. El complejo Moche cruza los cerros hasta el
adyacente valle norteño. Más al norte existe un complejo de riego de cinco cuencas en buen estado
de conservación. Antes de 600 d.C. hubo dos complejos interconectados y el canal del área de Moche
conectó dos y probablemente, tres valles hacia el sur.
Para la época anterior e inmediata al Imperio Wari hay también referencias de evidencias de
otros sistemas de abastecimiento de agua tales como los desarrollados por los Tiwanako o Tiahuanco
en el altiplano peruano-boliviano y los de Nasca, en los valles occidentales de la costa sur, los pri-
meros hicieron magnificos canales muchas de estas en piedras labradas de rocas traídas de largas
distancias como las que están asociadas a los templos de Akapana, Kalasasaya y templete semisub-
terráneo, y que servían para evacuar agua que se acumulaba en el interior de los templos, los cuales
aparecen mencionados en diferentes publicaciones (Schaedel 1966; Ponce1972, 1980; Albarracin
1999), Ponce Sanguines (1972) citando a Schaedel anota que en los asentamientos urbanos se com-
binaba el segmento habitacional con la porción ceremonial y administrativa, conexas por sistemas
de comunicación o por abastecimiento de agua. En Nasca los diferentes componentes hidráulicos
están relacionados fundamentalmente con actividades agrícolas en la periferia del asentamiento
urbano o ciudad de Cahuachi, Se conoce como acueductos (Gonzáles García 1934; Regal 1943), pero
en realidad se trata de puquios, cochas, canales y galerías filtrantes abiertas y cerradas, algunas
galerías pasan por debajo del lecho del río Nasca, y por lo general están asociadas con obras de
arte como compuertas, las cuales han sido objeto de estudio por distintos investigadores (Lancho
1986; Ravines y Del Solar 1980; Schreiber y Lancho 1988, 1995, 2006, 2009; Del Solar 1997) quienes
coinciden en otorgar una antigüedad que oscila entre los finales de Nasca e inicios de Horizonte
286
Medio o Wari.
Ismael Pérez y Alexander Salvatierra / El canal de agua que abastecía a la ciudad de Wari...
Las investigaciones realizadas hasta el momento en Ayacucho señalan que durante el desarro-
llo de la cultura Huarpa (100 a.C.- 550 d.C.), los valles de Huamanga, Huanta, San Miguel, Cangallo
y Vilcashuamán estaban ocupados con numerosos asentamientos rodeados de complejos sistemas
de andenerías como base una economía eminentemente agrícola, controladas desde el sitio de
Ñawimpuquio catalogada como la posible capital política y administrativa de esta importante cultu-
ra regional. Lumbreras (1974, 1981) señala que una de las características notables de los Huarpa fue
precisamente la construcción de canales y represas que se inició en el Formativo Superior (cultura
Rancha), precisa que en Quicapata, a escasos 2 km al sur de la actual ciudad de Ayacucho, el arqueólo-
go Ángel García Cook registró un sistema de canales y reservorios con terrazas dispersas en los cerros
adyacentes. Se trata de una cadena de reservorios ubicados a niveles distintos, desde donde partían
canales para la distribución de agua para irrigar de manera uniforme, lo cual se corrobora con los
restos de canales que Lumbreras encontró en 1971 en las excavaciones efectuadas en Ñawimpuquio y
Chupas como parte del proyecto Arqueológico Botánico Ayacucho Huanta dirigido por Mac Neish.
Varios de los medios e instrumentos de producción Huarpa debieron ser mejorados por el Estado
Wari que dominó los Andes centrales entre los 700 y 900 d.C. a tal punto que en los lugares con
modestas tradiciones arquitectónicas llegaron a implantar una nueva forma de urbanismo carac-
terizado la fundación de ciudades provinciales como Pikillacta en Cusco. Donde según Mac Ewan
(1991) si Pikillacta funcionó como una ciudad, una inmensa cantidad de agua debió requerirse para
las necesidades diarias del gente que vivió allí. Hace referencia de una leyenda relacionada con la
construcción de un canal y el acueducto sobre el muro Rumiqolqa, ubicado en las inmediaciones de
Pikillacta pero en un nivel más bajo lo que pone en discusión la conducción ascendente del agua. En
Marcahuamachuco sitio trabajo por Lange y Topic (1984), donde si bien la arquitectura predominante
es de tradición local, hay componentes foráneos impuestos por los colonos Wari que ocuparon cerro
Amaru, quienes aprovecharon el sistema de abastecimiento de agua en pozos filtrantes o chiles que
desde mucho antes debió existir en el lugar, referente al sitio Wari de Wiracochapampa no se cuenta
con evidencias que indique la forma de abastecimiento de agua. En cambio para la ocupación Wari de
cerro Baúl, Williams et al. 2006, sostienen haber encontrado restos de diferentes canales construidos
por los Wari en las inmediaciones del cerro Baúl, pero el agua que consumía la población establecida
en la cima de la meseta era llevada a costa de grandes esfuerzos desde el fondo del valle.
En la ciudad capital del Estado Wari, pocos son los investigadores que han tocado el tema de cómo
la antigua población se abastecía de agua (Lumbreras 1974, 2007, 2010; Valdéz y Valdéz 1998; Pérez
1999, 2006, 2010 y Salvatierra 2010) todos ellos reconocen que el agua fue traída a través de un canal
empedrado que la población la conoce como Incapa Yarccan o Wari Yarccann desde la laguna Yanacocha
en la cordillera del Rasuwillcca, sobre los 4000 msnm. Desde donde tiene una extensión aproximada-
mente 30 km. Hay referencias (Isbell 2001; Isbell, Brewster-Wray y Spickard 1991; Benavides 1991;
Bragayrac 1991; Cook 1994 y Amorin 1996) de diversas secciones de canales dispuestos bajo los pisos
de las estructuras del centro urbano de la ciudad, todos estos canales están tapados con lajas, algunos
debieron de servir como drenajes para evacuar el agua en tiempo de lluvia, en la mayoría de casos
están obstruidos con capas de arena y limo. Por otro lado Arnold (1975), Mitchell (1991, 1994) alcanza
interesantes referencias etnográficas sobre los reservorios de Lurin Sayoc y Han Sayoc, en Quinua
a 15 km al este de Wari, los que recibían agua canalizada desde las quebradas Guamangura y Hatún
Huyqu, y de la manera como se viene utilizando en la agricultura. Esta información etnográfica está
complementada con datos sobre ritos y fiestas de limpieza del canal que aun siguen vigentes.
En la costa norte uno de los proyectos prehispánicos más grandes y famosos fue el canal de la
Cumbre, fue diseñado por los Chimú para llevar agua desde el río Chicama hasta Chan Chan, pero que-
dó inconcluso o no llegaron a terminarlo (Kus 1984, 1985). El canal de la Cumbre tiene una extensión
de 78 km y tal como sugiere James S. Kus, su construcción fue por una empresa del Estado Chimu. Algo 287
similar debió ser con las construcción de las obras hidráulicas a gran escala de las diferentes culturas
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 283-300
desde los orígenes del Estado hasta el Tawantinsuyo que sintetizó la experiencia de las sociedades
precedentes haciendo grandes obras monumentales como canalización de ríos, construcción de ca-
nales, acueductos andenerías y reservorios.
b
289
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 283-300
El tipo de flujo en el Tramo I, es constante a excepción de unos 200 m antes de la llegada a la sub-
cuenca Lluncuna donde hay una mayor pendiente del canal el cual es solucionado con la misma que-
brada que sirvió como un disipador de energía puesto que el canal nace nuevamente a corta distancia
más abajo. El Tramo II presentó segmentos con flujo constante y flujo acelerado donde probablemen-
te debió realizar algunos disipadores de energía como son saltos, gradas positivas y negativas, pozas
de aquietamiento, caídas y otros hábilmente diseñados. El Tramo III, nuevamente se observó un flujo
constante esto por la ramificación que empieza a tener el canal con la intensión del abastecimiento
de agua desde las partes altas del complejo.
Sobre la pendiente de la rasante, es necesario contemplar que los Wari tuvieron el reto de hacer
descender el agua de tal manera que no se viera afectado por la difícil topografía a lo largo de su reco-
rrido. Se observa como en algunos segmentos como en el Tramo I trataron de mantener la pendiente
del canal a través de una inclinación constante, mientras que en otros segmentos como es la llegada al
cerro Churucana desde la represa de Hanan Sayoc donde por la misma topografía se tuvo que plantear
disipadores de energía.
La rugosidad de las paredes y piso de manera liza del canal origina una mayor velocidad del flujo,
lo cual es comparable con los canales actuales construidos a base de cemento. Para el caso del canal
en estudio, la rugosidad que presenta es en base al material empleado, rocas canteadas a manera
de lajas unidas con mortero de material arcilloso extraídas y trasladadas de lugares próximos con
lo cual lograron una resistencia suficiente de las paredes y pisos. Hay que tener en cuenta que esos
materiales empleados no funcionan en segmentos de pendientes pronunciados como es la llegada al
acueducto de Churucana para el cual se sugiere que debieron utilizar otro material como bloques de
roca de gran tamaño.
Referente a la estabilidad, se ha calculado que el promedio del caudal de agua traslado por el canal
es de 800 lps (Verano 2006: 62) tal cantidad de caudal puede de manera sencilla hacer colapsar sus
paredes y/o piso cuando la velocidad aumenta, para lo cual los especialistas Wari tuvieron en cuenta
la topografía, por eso sección del canal en Moyorina tiene corte trapezoidal, con una inclinación de
los taludes de hasta 10o, rectangulares (como es el caso de la excavación 3 y otro segmentos) donde
aminoran la inclinación de los taludes con la intención de reducir el lecho, el cual, a su vez reducía
la velocidad del caudal. A todo esto se suma el peralte de los pisos que llegan hasta los 15o como es
el caso de la unidad de excavación 2 y otros, cuya finalidad es disipar la fuerza centrífuga que tiende
a desviar en forma radial el curso normal del caudal. Dicho peralte se presenta de manera aguda en
segmentos no lineales del canal, con la inclinación opuesta a la pendiente del suelo natural, las ex-
cavaciones demuestran que dichos peraltes van asociados a muros de contención que refuerzan la
estructura del canal.
Por otro lado con relación a la sobrecarga, se ha tomado en cuenta que en Ayacucho las lluvias
torrenciales se dan de diciembre a marzo (puede considerarse incluso desde noviembre a abril), el
cual es muy perjudicial en un canal a tajo abierto como el de Wari, porque puede aumentar su caudal
de manera violenta lo cual implica que estuvo en mantenimiento por especialistas que estaban aten-
tos a los colapsos y derrumbes. En canal en el Tramo I, no presenta canales secundarios que pudieron
servir como derivadores de agua, el ingenio hizo que se utilizara las quebradas naturales que cruzan
el recorrido del canal, pero no sólo lo utilizaron como tal sino también como desarenadores.
Componentes de funcionalidad
Bocatoma
Está en el lado suroeste de la laguna Yanacocha. Lamentablemente quedó destruido al haberse cons-
truido un dique de concreto para el represamiento de aguas en la década del 70. Realizando algunas
290
comparaciones de bocatomas de hoy en día, podemos ver que la gran mayoría de ellas utilizan com-
Ismael Pérez y Alexander Salvatierra / El canal de agua que abastecía a la ciudad de Wari...
puertas a través de la cual regulan la salida del agua, caso parecido debió ser la bocatoma en estudio.
En una visita en el mes de agosto a la laguna Yanaqocha, encontramos que el dique de concreto de
aproximadamente 3,5 m de altura estaba a 20 m de distancia de las aguas represadas. Esto estaría
indicando que situación parecida debió ocurrir en momentos en que el canal se encontraba en funcio-
namiento lo que implicó que la bocatoma variaba de posición (Fig. 2). Cabe agregar que existen otras
bocatomas en las subuencas de Lluncuna, Pallqa y en las represas de Lurín Sayoc y Hanan Sayoc.
Diques
En la laguna Yanaqocha hay tres morrenas que cumplieron la función de diques naturales con la cual
se represaba el agua de manera natural. Hoy se puede constatar un dique construido con concreto
armado de 3,5 m de altura sobre lo cual se construyó un muro de 2 m ancho con materiales propios de
la zona como es la champa y cantos rodados. Este trabajo representa un dato importante pues se tra-
ta de una técnica de construcción que probablemente utilizaron los especialistas de aquel entonces
aplicándolo, no sólo a la laguna Yanacocha, sino también a las represas de Lurín Sayoc y Hanan Sayoc.
Este último claramente reducido su área de represamiento.
Canal madre
De acuerdo con estudios realizados planteamos que el canal madre llegó hasta el km 21 + 410, ubi-
cado al lado noreste del cerro Churucana. Sin embargo, en los estudios que realiza Mitchell (1981)
encuentra que hoy en día la población de Quinua practica un sistema de riego que comienza con la
ramificación del canal a la altura de la represa de Lurín Sayoc, lo cual podría tratarse de una práctica
que se da desde la época Wari.
Canal de derivación
Llevaban agua desde el canal madre hasta el lugar de uso, ya sean actividades agrícolas, artesanales
y consumo humano. Es así que en el corte que se observa en el complejo Wari, como producto de la
construcción de la carretera, están presentes canales bajo las estructuras arquitectónicas como parte
de3 una red de distribución de agua en el interior de la ciudad, para el abastecimiento doméstico, el
desagüe de las mismas y el drenaje en épocas de lluvia. Se pudo observar un promedio de ocho canales
secundarios expuestos, obviamente, es una cifra que indica que existen muchos más bajo los escom-
bros del complejo.
Compuertas
No se hallaron compuertas definidas, pero como se hizo mención líneas arribas, en la naciente del
canal debió existir una compuerta con el cual se regulaba la salida del caudal. Ahora bien, en la na-
ciente de cada canal de derivación debieron también existir compuertas. En una salida de campo en
2006 al poblado de Pampachacra localizamos una compuerta actual realizado por los pobladores de
la zona que consiste en colocar una laja o piedra a manera de tapón en un agujero realizado en uno
de los lados del canal. En este caso, la descarga del caudal depende directamente del radio que tenga
el agujero.
Canales de desagüe
En épocas de lluvia, donde el caudal incrementa su volumen pone en riesgo inminente a cada ele-
mento del canal por lo que la presencia de canales de desagüe, cumplen la función de descarga del
291
caudal hacia lugares seguros. Lamentablemente en el presente trabajo no se logró definir un canal de
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 283-300
desagüe, lo que no quiere decir que no hayan existido. Estamos seguros que utilizaron las quebradas
que están presentes en el recorrido del canal para dicho fin, al menos esto está claro, para el Tramo I
que es la sección más conservada.
Reservorios
También conocidas como qochas (Kendall y Rodríguez, 2009: 109) que sirvieron para el almacena-
miento de agua. Se logró identificar cuatro qochas:
Chihuacurara ubicado a la altura del Km 15 + 110 (594069E, 8559669N) en inmediaciones del pobla-
do actual de Moya. Presenta un área aproximado de 1520 m2 con una profundidad promedio de
5 m, con una capacidad máxima de 7620 m3 de almacenaje (Fig. 4). Dicha represa es reutilizada
por los pobladores de la zona y forma parte de un sistema de irrigación el cual fue estudiado por
Mitchell (1 981).
Hanan Sayoc. Se encuentra ubicado a la altura del Km 17 + 666 (593800E, 8557678N) al lado este del
poblado actual de Quinua. Presenta un área aproximado de 3082 m2 con una profundidad prome-
dio de 4 m haciendo una capacidad de almacenaje de 12328 m3 de agua.
Lurín Sayoc ubicada a 80 m al lado norte de la represa de Hanan Sayoc, con un área aproximado de
1920 m2, una profundidad de 3 m, y una capacidad de almacenamiento de 5760 m3 de agua. Estas
dos últimas represas han sido reducidos en su extensión por los pobladores actuales de Quinua,
aún se puede observar que en entre las dos represas existen depresiones a diferentes niveles, esto
podría indicar que para la época Wari no eran dos las represas sino algo más. Para ello tomamos
el modelo de Tawaqocha que funcionó en la época Wari y que presenta como característica prin-
cipal la implementación de cuatro reservorios asociados y a distinto nivel con una capacidad de
almacenamiento de 70000 m3 (Pérez 2007). Hoy en día, las represas de Lurín Sayoc y Hanan Sayoc
forman parte de un sistema de irrigación de Quinua estudiado por Mitchell (1981).
Waripampa dentro del mismo complejo, a la altura del Km 27 + 725. Presenta un área aproximado
de 100 m2 con una profundidad promedio de 3 m, pudiendo almacenar hasta un máximo de 294 m3
de agua. Sin duda alguna, las estimaciones presentadas para este caso pueden variar debido a que
la represa está completamente cubierta por escombros y plantaciones de tunales. A diferencia de
las represas arriba mencionadas, los especialistas Wari, para este caso, utilizaron una depresión
natural siendo probable que haya presentado revestimiento de la pared perimetral. Cabe mencio-
nar que el trazo del canal llega con claridad hasta este punto, lamentablemente la vegetación y la
práctica del cultivo actual del lugar impide ver su proyección que sin duda alguna y basado en las
curvas de nivel, estarían llegando al sector de Cheqo Wasi y/o parte baja del complejo Wari.
Acueductos
Para mantener la pendiente del canal, se rellenaron depresiones y quebradas sobre lo cual se hicieron
conductos artificiales, de los que se ha logrado identificar tres acueductos:
Churucana, ubicado a la altura del Km 21 + 360, lado noreste del cerro del mismo nombre, existe
una depresión donde tuvieron que buscar el nivel en un promedio de 5 m de altura en una longi-
tud de aproximadamente 50 m. Dicho segmento fue destruido al momento de la construcción de
la carretera que se dirige hacia el distrito de Tambo y se puede observar que para la construcción
de la misma, tuvieron que realizar un enorme relleno a manera de terraplén (macizo de tierra)
para buscar el nivel de la vía (Fig. 5).
Pampachacra, a la altura del Km 24 + 300, en el centro poblado de nombre homónimo, se presenta
en una depresión donde tuvieron que buscar el nivel en un promedio de 10 m de altura en una
292
longitud de aproximadamente 190 m (Fig. 5). Dicho acueducto se mantiene en buen estado de
Ismael Pérez y Alexander Salvatierra / El canal de agua que abastecía a la ciudad de Wari...
conservación y estuvo en funcionamiento hasta hace unos 10 años atrás. En el 2005 Ismael Pérez
dirigió excavaciones como parte del “Proyecto: Evaluación Arqueológica Carretera Ayacucho-San
Francisco Tramo Km 0.00 (DV Huanta) – Km 26 (Quinua)”, efectuándose una trinchera de manera
transversal al acueducto pudiendo hallar parte de los muros de contención distribuidos de mane-
ra escalonada (Fig. 7).
Waripampa, a la altura del Km 27 + 200, dentro del
complejo Wari, donde existe una enorme hondo-
nada al cual tuvieron que buscar el nivel en pro-
medio de 2 m de altura en una longitud aproxima-
do de 210 m. Sobre dicho acueducto se observa ve-
getación arbustiva tupida destacando los tunales
por lo que su identificación a simple vista se hace
complicado; sin embargo, se puede observar algu-
nos segmentos con presencia de los muros que dan
hacia la parte interna del canal.
Muros de contención
Se trata de un elemento muy importante en la cons-
trucción del canal (Fig. 6). Si bien cierto que debido a
la topografía del terreno, el canal presenta flujos va-
riados, por lo que el tratar de mantener el nivel ade-
cuado fue de suma importancia. Fueron los muros de
consistencia y/ o contención construidos de manera
escalonada los que dieron solución a tal problema (ob- a
viamente esto se complementa con otros artificios de
Figura 5: Detalle de la excavación donde se expone los muros y piso del canal (a),
dibujo de Planta y sección del canal (b). 293
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 283-300
Puentes
Probablemente, parte de un puente
queda a la altura del Km 7 + 200, en la
quebrada conocida como Santanayoc.
Aún se observa los muros de conten-
ción ubicados en ambas márgenes de
la quebrada. Dichos muros superan el
1,5 m de altura y el espacio de luz que
presenta llega a los 2 m. No se tienen
registros anteriores para la región de
cómo pudo ser la construcción de los
puentes para canales; sin embargo, poblaciones actuales de la región utilizan enormes lajas de piedra
sobre el cual construyen el canal (Comunidad Campesina de Anchiuay Sierra).
Referencias etnográficas
En 1939, Néstor Cabrera Bedoya, recopila una leyenda sobre el canal madre de un Apusuyo o adivino.
Se hace referencia del ultimo descendiente Wari llamado Hatunsullo, que recibió del Hanapacha, el
don de la sabiduría, en cuyo gobierno, se construyeron fortalezas, templos palacios y la gran acequia
llamada Wari – Yarcca. Hatunsullo tuvo hermosa hija llamada “Yurac- sulla” (Rocio blanco), quien se
enamora del joven Putca. Amaru (Demonio turbio) descendiente de “Rasuhuillca” (montaña sagrada),
enemigo del padre Yurac Sulla, quien al enterarse de los amoríos mando que fuesen encerrados en
una cueva conocida como “infiernillo”, haciendo tapar la entrada con una enorme roca y después de
tres días mandó retirarlo para entrar el mismo a la cueva, resuelto a liberar a los amantes y unirlos en
matrimonio, pero fue muy tarde los encontró muertos, entonces un fuerte grito se oyó desde el inte-
rior de la cueva, los nobles y parientes ingresaron corriendo y en ese instante el monarca Hatunsullo
se rompía el cráneo contra una de las paredes de la cueva. Cuenta la leyenda que los funerales de los
nobles príncipes y del monarca fueron enterrados en tres grandes huacas o tumbas llamadas Ayllup-
huasin localiado en Tarapata, donde luego se sacrificaron Mama-Ccalla (esposa de Hatunsullo), sus
tres: Sinchi-Tullo, Puma-Ñahui y Llajla- Huaraca, y otros nobles. Con este motivo el gran sacerdote
Villac Huma, mandó labrar en piedra diorita la efigie del monarca y demás acompañantes.
De esta leyenda deducimos que se trata del canal Inkapa Yarccan cuyo nombre antiguo debió
ser Wari Yarccan, el mismo que nace en la Yanaqocha considerada como mama qocha de la leyenda,
ubicada en las faldas del Rasuhuillca y que recorre por las laderas de los cerros Churru Jasa, Ccorccor
y Condormarca, Quinua hasta llegar a Wari. Las efigies que mandó tallar el sumo sacerdote serían los
monolitos de piedra que fueron encontrados en el complejo arqueológico Wari y que ahora estan en
el Museo Regional de Ayacucho.
El Yarqa Aspy
La fiesta del Yarqa Aspiy o limpieza de acequia, es según el antropólogo Ferrua (2005) una de las más
importantes entre las comunidades andinas, está ligada con la producción, bienestar de la familia, la
naturaleza y las deidades. Las comunidades que cuentan con el sistemas de riego, mantienen en su
interior organizaciones de un sistema intra e inter comunal de cuidad, mantenimiento y reparto del
uso de las aguas de riego y la realización del ritual y la ceremonias propiciatorias, para rendir culto a
las deidades andinas locales y regionales, los mismos que tienen ingerencia en la producción del agua.
Asi tenemos que el pueblo de Huamanguilla, ubicado a 8km al noreste de la ciudad de Wari, cuenta
con un sistema de riego de canales principales y secundarios, que permite abastecer de regadío a las
parcelas familiares; el sistema, nace en las lagunas que se ubican en las cordilleras de Yanawaqra, parte
de la cadena de montañas del Rasuwillka, donde nacen las quebradas que abastecen a los canales que
alimentas de agua a las lagunas o qochas de Chinchaycocha, que abastece de agua de riego a la mitad
Urayparte de Chinchaysuyu; Yanaqocha o Antaqocha, que irriga la otra mitad de Hanayparte del sector
de los Antas y la laguna de Qenwaqocha o Kiswarqocha, que abastece de agua a la comunidad de Quinua,
antigua jurisdicción de Huamanguilla.
En una entrevista a los pobladores del lugar sobre ¿porqué el canal se llama “Inkapayarqan”?,
la respuesta fue que es obra de los inkas, y cuando se le pregunta si esta agua antes habría irriga-
do los campos de Wari, afirman que si, no sólo Wari, sino que también a las ruinas de Molinuyuq
(Allkuwillka) y Tinyaq (Macachacra), lo que implica, que siempre toda esta zona agrícola incluido la
ciudad de Wari, utilizaron estas aguas. Indica que en el mes de agosto, la comunidad de Huamanguilla
295
realiza fiestas, rituales, ofrendas y labores de reparación de los diques en las lagunas y las de limpieza
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de los canales. Estos eventos tienen carácter competitivo y es responsabilidad de las autoridades y
de las familias de cada sector, de manera que, a cada sector se le asigna dos días obligatorios para la
faena o tarea en el dique, debiendo cumplir cinco o más días para la limpieza de los canales: troncal
y secundarios correspondientes a los ayllus. Los sectores tradicionales son Sinchiyaku, Anta y Putika
y los turnos establecidos son: Sector de Sinchiyaku:cada 7 y 8 de agosto; sector de Anta : 14 y 15 de
agosto y el sector de Putica el 21 y 22 de agosto.
En una entrevista con el don Ramiro Romero Soto, presidente comunal de la Mitad Hanayparte,
comenta: Acá nosotros hacemos nuestra qocha pasado el primero de agosto, cada año hacemos con orquesta y
corrida de toros, cocinamos comidas e invitamos a los señores todo cuanto tenemos los del cargo [...] así hacemos
y después rondamos la qocha y con los peroles cargados en los asnos y con “chapras” en el hombro rondamos la
laguna [...] Curipata, Chullkupampa, Chillkaqasa con ellos año por año pasamos el cargo, pies la qocha hacemos
con tambores, cornetas y con harawis (cantos). Como la qocha de Chinchaysuyu es Yanaqocha, de allí sale al
agua, primero hacemos llenar para regar, no llevamos directo y recién soltamos y llevamos a la chacra para
regar así es. Refiriéndose al mantenimiento y construcción del canal, nos dice: Recién viene el año de los
que nosotros hemos hecho el canal, es nuestro canal. Los ingenieros nos hacían trabajar, viéndonos y trazando.
Nosotros poníamos mano de obra y traíamos cemento, las instituciones no nos regalan nada, más bien nosotros
les invitamos nuestras comidas cocinando y llevábamos gallinas para nuestra comida. Nosotros regamos maíz,
papa, arveja, verduras y sembramos regando, sólo sembramos para comer, no vendemos porque cuesta muy
barato, un kilo cuesta 10 0 20 centavos y no alcanza para nuestros gastos.
Con referencia a los turnos de riego, menciona: A nosotros nos toca el miércoles de cada semana, se-
gún el turno nos toca regar bajo lista, con los nombres del acta, entonces cuando venimos, nos llaman en lista y
de acuerdo a eso según a los que asistimos nos reparten 10 o 12 personas nos parten y hacemos llenar la qocha
(Chinchayqocha) y allí vamos, pues arreglando la toma riegan y entonces aramos con toros. Así es señor las
costumbres que tenemos. El señor Puli Allcca es el presidente de riego y quien nos reparte el agua. Refiriéndose
a la crianza de animales domésticos cuenta: Hay en los cerros, al frente (señalando con la mano los cerros
de Allkuwillka, Muyuriina, Tinyaq y otros) hay alguien de los inkas que cuida sus corrales, allí existen muchos
corrales pero no hay casas como en Wari. En esos cerros hay venados, zorros y otros que son del inka, ya crío
vaca, ovejas, chanchos, eso nada más y sólo es para comer a veces necesitamos para educar a nuestros hijos y
vendemos. Sobre el Canal Inkapa Yarqan dice: Este canal primero hicieron los inkas, ellos eran como dios
“Baldoniyoq”, con feos y horribles azotes manejaban las piedras que se ponían en los aires, ellos tenían mucho
poder, entonces hacían trabajar a las piedras[...]. Finalmente cuenta que toda esta historia le fue contado
por su abuelo, cuando él tenía aproximadamente 12 años y le ayudaba en los trabajos de la chacra.
Discusión y conclusiones
El canal de Incapa Yarccan conocido así por los pobladores del lugar y Wari Yarcca según la versión
de la leyenda recabada por Cabrera (1939) corresponde a una ingeniosa obra hecha por los Wari, sin
descartar que en sus inicios haya corresponda a la cultura Huarpa. Sea como fuere obedece al resulta-
do de un gran proyecto de carácter Estatal que necesitó de la participación organizada de la población
campesina y la dirección técnica de ingenieros especialistas en el diseño y ejecución de obras hidráu-
licas en zonas alto andinas de alto riesgo humano para el traslado de materiales, proclives a desastres
naturales como las lluvias que originan constantes derrumbes y Huaycos, a pesar de lo cual la obra se
mantienen incólume como para su rehabilitación en beneficio del desarrollo social y económico de
la región.
Las excavaciones realizadas en el acueducto de Pampachacra, en el marco del Proyecto
“Mejoramiento y rehabilitación de la carretera Ayacucho- San Francisco Km 0+000 (Dv. Huanta)-
Km25 (Quinua) del convenio de cooperación Interinstitucional entre el Instituto nacional de Cultura
y Provias Nacional en el 2005, determinó que la construcción del acueducto tiene corte transversal
296
tronco-piramidal escalonado con tres niveles desde la base, muros de contención de piedra con para-
Ismael Pérez y Alexander Salvatierra / El canal de agua que abastecía a la ciudad de Wari...
mentos en talud y relleno de tierra. Tiene una extensión aproximada de 150m que lo concierte en una
obra monumental y no en simple a modesta construcción como consideran Isbell, Brewster-Wray y
Spickard (1991:24), quines además dudan que sea prehispánica.
La sección transversal del canal en la zona alterada por el derrumbe del cerro altura del km 3+500
iniciando desde la bocatoma en la laguna Yanaqocha, presenta forma trapezoidal, paramentos inter-
nos en talud asociados a un piso empedrado inclinado ligeramente hacia el lado opuesto a la pendien-
te del cerro, lo cual es una técnica que permite aminorar la fuerza centrífuga del caudal del agua, en
tramos con ligeras curvas, lo cual no ocurre en tramos con el trazo del canal recto donde las sección
transversal tiene paramentos verticales con piso horizontal.
La referencia del puente hecho para soportar al canal descrito para la quebrada Santanayoc (Km
7+200), es en base a los restos de bases o cimentación que aun queda en ambos lados de quebrada
que se origina en un pequeño ojo de agua en las laderas del cerro. Los paramentos tienen proyección
vertical, el espacio o luz que lo separa es de 2 m sobre lo que hipotéticamente debió estar construido
el puente con piedras salientes formando un techo escalonado a manera de “falso arco” como los
techos “abovedados” de algunas tumbas y chullpas registradas en la misma ciudad de Wari. El puente
fue rellenado solidamente en ambos extremos hasta la proyección de la base del canal sobre lo que
se construyeron los lados del canal con muros anchos y altos como para permitir el acceso peatonal,
pero si esta parte fue cubierto con lajas el acceso fue mucho más seguro.
La estructura del canal se observa en más 15 km de extensión desde la laguna Yanaqocha hasta la
quebrada Pallcca de donde vuelve a salir aguas abajo hasta llegar al reservorio de Lurin Sayoc del ba-
rrio del mismo nombre, adyacente al reservorio de del barrio Hanan Sayoc en la parte alta de quinua,
el cual se abastecía de un segundo canal que nace en la quebrada Andrespata o Hatún Wayqo a 3600
msnm, la antigua construcción de este segundo aparece destruida en su mayor parte, pero quedan
restos del viejo trazo así como las bocatomas a pocos metros sobre la actual bocatoma de concreto.
Se trata entonces de dos canales, dos reservorios y dos barrios de la organización comunal de Quinua
estudiada en sus aspectos social, económico e ideológico por Mitchell (1991).
Agradecimientos
Nuestros sinceros reconocimientos al Dr. Luis Guillermo Lumbreras por haber promovido la ejecu-
ción del proyecto de investigación: Evaluación Arqueológica canal Incapa Yarccan; a los ingenieros
Alexander Falcón y Carlos Verano por las oportunas sugerencias en torno al caudal y uso del agua
del canal; Angélica Canchari, Roxana López; Lucia Cuchuñaupa; Gloria Orozco y Ruth Ruero; Edwar
Perlacios y Julio C. Palomino, participaron en el reconocimiento directo y excavaciones efectuadas a
lo largo del canal y a Noemí Cruz que estuvo a su cargo el análisis del material cultural Asociado.
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Arqueología y Sociedad 24, 2012: 283-300
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300
Arqueología y Sociedad
Nº 24, 2012: 301-332
ISSN: 0254-8062
Investigaciones arqueológicas en
el Castillo de Pasamayo: Un sitio
amurallado Chancay en el valle
bajo del río Chancay-Huaral
Pieter van Dalen Lunai
Universidad Nacional Mayor de San Marcos
pvandalen2@hotmail.com
Resumen
Se presentan los resultados de las investigaciones con excavaciones en el sitio arqueológico Castillo de
Pasamayo, un sitio caracterizado por presentar tres murallas circundantes. En los últimos años se ha iden-
tificado en los valles de Chancay y Huaura numerosos sitios de estas características, por lo que la informa-
ción que presentamos aporta a la comprensión del patrón espacial, constructivo y funcionalidad.
Palabras clave: Arqueología, valle Chancay-Huaral, cultura Chancay, sitios amurallados.
Abstract
We present the results of research with excavations at the archaeological site Castillo de Pasamayo, a site
characterized by having three walls surrounding. In recent years it has been identified in the valleys of
Chancay and Huaura numerous sites of this nature, so the information presented adds to the understan-
ding of spatial pattern,construction and functionality.
Keywords: Archaeology, Chancay-Huaral valley, Chancay culture, walled sites.
i Arqueólogo por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Ha realizado estudios de maestría en Ar-
queología Andina y Maestría en Estudios Amazónicos, así como doctorado en Ciencias Sociales. Es docente
auxiliar en la EAP de Arqueología, Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional Mayor de San
Marcos y, en la actualidad, director del Museo de Arqueología y Antropología de la misma universidad. Es 301
director del Proyecto de Investigación Chancay-Huaral-Atavillos (PIACHA) y director de la revista Kullpi.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 301-332
Metodología de investigación
A. Prospección: Se realizó con la finalidad de:
Definir la sectorización del sitio a partir de los materiales culturales aflorantes, así como definir
las áreas de intervención física mediante la excavación; así mismo identificar áreas que conten-
302 gan material cultural superficial y que puedan ser indicadores de la presencia de otros restos
arqueológicos en el subsuelo.
Pieter van Dalen / Investigaciones arqueológicas en el Castillo de Pasamayo
303
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 301-332
Tratar de definir el carácter contextual de los hallazgos, así como su filiación cultural, cuando
esta sea posible.
El recorrido de prospección permitió realizar la sectorización del sitio. Se realizó además en esta etapa
el levantamiento topográfico y planimétrico del sitio con estación total y GPS Diferencial Milimétrico,
a partir de los elementos arquitectónicos aflorantes, además de dibujos de planta, perfil y cortes de
los elementos más representativos. Se ubicó el punto datum en la cima del cerro, desde donde se trazó
el sistema de coordenadas.
B. Excavación: El método de excavación utilizado fue mediante diez unidades restringidas a 2x2
m. La disposición de las unidades fue en relación a la disposición de los elementos arquitectónicos.
La excavación de los pozos de cateo se ejecutó siguiendo capas culturales, excavando hasta llegar
a otra capa, siguiendo el mismo procedimiento, registrando elementos culturales y contextos. Los
materiales recogidos durante las excavaciones fueron colocados en bolsas de polietileno con su infor-
mación correspondiente. El registro de las unidades excavadas fue mediante dibujos de perfil, planta
y elementos; fichas de registro de excavaciones; y registro fotográfico. El registro fotográfico de las
excavaciones y de las estructuras de superficie fue con fotografías a color hechas con cámara digital,
registrando cada toma en su respectiva ficha. Una vez concluida la excavación se colocó en el fondo
de cada pozo un plástico grueso con las indicaciones del proyecto.
304
Figura 2. Foto satelital del sitio arqueológico Castillo de Pasamayo
Pieter van Dalen / Investigaciones arqueológicas en el Castillo de Pasamayo
Para el proceso de registro del sitio, se utilizó las siguientes fichas de registro: Ficha de Registro
del Sitio, Ficha de Registro Fotográfico, Ficha de Registro de Excavaciones, Ficha de Análisis
Arquitectónico, entre otros. La Nomenclatura utilizada para el sitio de Castillo de Pasamayo fue C. P.
Cabe mencionar que inicialmente se propuso al Ministerio de Cultura la autorización de la excava-
ción de unidades en área y trincheras, pero como siempre, por la ineptitud y total desconocimiento so-
bre arqueología de los funcionarios encargados de la revisión y aprobación del proyecto, nos obligaron
a reducir las unidades a 2 x 2 m.
Marco teórico
Wilson al definir los sitios con murallas en el valle de Santa, los llama fortalezas o sitios amurallados
(Wilson: 1988). Margaret Brown, por su parte define a las fortalezas como aquellas rodeadas en su
perímetro por muros, parcial o totalmente (Brown 2010: 172).
Son, hasta el momento, dos investigadores que vienen tratando la problemática de estos sitios en
los valles de Chancay y Huaura: Margaret Brown V. (Brown 2009, 2010; Brown, Craig y Ascencios 2011)
y Andrzej Krzanowski (Krzanowski 2008). Sin embargo, muchos otros autores han reportado la pre-
sencia de sitios amurallados en valles contiguos como la Fortaleza de Collique en el Chillón (Morales
1998), en el sitio de Chimú Cápac en el valle de Supe (Valckenier 1995), en el valle de Virú (Willey
1953), en los valles de Casma, Nepeña, Santa (Pozorski 1987; Proulx 1973, 1985; Wilson 1988, 1997;
Ghezzi 2006). Hasta finales del siglo pasado, los investigadores coincidían en que los sitios de caracte-
rísticas amuralladas correspondían al Horizonte Temprano, y el hallar un sitio de estas características
era un indicador de este periodo cultural. Brown ha sistematizado las investigaciones pretéritas defi-
niendo la cantidad de sitios por valle correspondientes a este periodo: En el valle de Virú: 6 sitios; en
Santa: 21; en Nepeña: 3; Casma: 34; Culebras: 2; Supe: 1, y Huaura: 6. Se trata de sitios ubicados en las
cumbres y rodeados por entre 1 y 5 muros de defensa, edificados con piedras canteadas. Las fortale-
305
Figura 3. Vista panorámica del castillo de Pasamayo
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 301-332
Andrzej Krzanowski por su parte menciona la existencia de decenas de sitios de este tipo en los va-
lles de Chancay y Huaura, los cuales son asociados a la cultura Chancay. Para el valle de Huaura registra
un total de nueve sitios entre los que figuran: Acaray (Hu-56), Cerro Colorado (Hu-1), Cerro Eriazo A
(Hu-80), Cerro Eriazo B (Hu-82), Vista Alegre (Hu-53), Hu-35, Hu-37, Hu-51, y Hu-96; mientras que para
el valle de Chancay registra diez sitios, entre los que figuran: Cerro Pasamayo o Castillo de Pasamayo
(Ch-3), Cerro San Pedro (CH-7), García Alonso (Ch-14), La Viña (Ch-21), Cerro Las Ondas (Ch-58), Cerro
La Calera (CH-60), Cerro Gorgona (CH-54), Cerro San Cristóbal (Ch-43), Ch-17 y Cerro Mascarín (Ch-32).
Sobre la funcionalidad de estos sitios, Krzanowski plantea que podría tratarse de sitios ceremoniales o
incluso templos, pues no hay rasgos de residencia permanente de personas (con excepción de Acaray),
además que los Chancay no se caracterizan por ser belicosos entre ellos, a lo más podría ser para de-
fenderse de sus vecinos. (Krzanowski 2008: 75-95).
Krzanowski realiza una clasificación de los sitios “fortificados”, según su complejidad espacial y
arquitectónica en los siguientes tipos: ciudadelas, fortalezas, puestos de vigilancia o control y mura-
llas extendidas; cada uno con un tipo de construcción diferente. En el caso de las ciudadelas, solo fi-
gura el caso de Acaray, se componen de construcciones internas. Las fortalezas o “castillos” se sitúan
en colinas rodeadas de murallas concéntricas, pero sin restos de edificaciones internas, o son pocas
y distantes entre sí, no hay evidencia de una ocupación permanente, habrían sido edificadas en el
Formativo u Horizonte Medio, pero reocupado hasta el Tawantinsuyu, tiene accesos restringidos y
Figura 5. Cerro Mascarín (izquierda) y San Pedro (derecha), todos en el valle Chancay-Huaral
307
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 301-332
sus muros están elaborados en piedra grande en bruto. Los puestos de vigilancia o control son de pe-
queñas dimensiones, de un solo recinto con doble pared concéntrica (entre 100 y 200 m2), ubicados en
la cima de los cerros más elevados que circundan el valle desde donde se tiene una vista panorámica
del territorio. (Ibid: 82-95).
A partir de las definiciones dadas por los diferentes autores a este tipo de edificaciones es nece-
sario realizar una conceptualización de los mismos: La muralla está definido por el Diccionario de
la RAE como un muro u obra defensiva que rodea una plaza fuerte o protege un territorio. Son todo
tipo de fortificaciones edificadas defensivamente para impedir el paso o ataque militar, tratándose
de una pared alta, firme y gruesa, de imponente imagen. La función principal era la de proteger y dar
seguridad a todas aquellas construcciones ubicadas al interior de su perímetro; aunque había casos en
que servían para delimitar un territorio. Pueden ser cerradas (en la mayoría de los casos) o extendidas
y abiertas. En algunos casos puede presentar puestos de vigilancia. El término es un diminutivo de
ciudad: ciudad pequeña.
Por su parte las fortalezas son aquellas edificaciones fortificadas con fines defensivos militares.
Sus orígenes se remontan a la Edad Antigua del Viejo Mundo, como en Roma, siendo luego de uso ex-
pandido por toda Europa, como entre los Francos y Sajones, y ya universalizado en la Europa Feudal.
El fenómeno de los sitios fortificados de la alta Edad Media como centros de coerción feudal con una
funcionalidad militar, de control del territorio y de las comunidades campesinas, así como los proce-
sos políticos y socioeconómicos que conducen a su nacimiento e implantación, son aspectos amplia-
mente estudiados en algunas regiones europeas, especialmente en Italia (Gutiérrez y Suárez 2007: 3).
Los castillos también tienen una definición relacionada con la actividad militar y defensiva. El dic-
cionario de la RAE lo define como: “[...] un lugar fuerte, cercado de murallas, baluartes, fosos y otras
fortificaciones”. Hay varias edificaciones que cumplen la misma función como: el alcázar, la torre, el
torreón, el atalaya, el fuerte, el palacio fortificado, la ciudadela, la alcazaba, etc. El castillo convencional
es un recinto amurallado que encierra un patio u otras edificaciones (pueden ser habitacionales), com-
prendiendo además torres. Desde el periodo Neolítico se construyen fortificaciones sobre colinas, pero
es con el Imperio Romano que su uso va a ser más extendido (castrum). Fue en la edad media cuando
los castillos van a adquirir tanto una función militar como residencial, de uso de los señores feudales
y reyes, constituyéndose en “palacios fortificados”, a veces ubicado en medio de centros urbanos o en
lugares elevados y aislados con fines defensivos. Así, los castillos se convierten en el símbolo del siste-
ma feudal, y la relación servil. Entre los elementos convencionales que constituyen un castillo figuran:
La cerca perimétrica, la torre del homenaje o principal que sirve de residencia, el patio de armas en la
parte central, el pozo de agua, la barbacana o fortificación adicional, el puente de acceso, parapetos,
entre otros. En este sentido no estamos de acuerdo con el nombre del sitio “Castillo de Pasamayo”, sin
embargo es necesario conservarlo ya que así lo bautizó Horkheimer en la década del 60.
Como hemos visto en las definiciones, los términos fortalezas, ciudadelas y castillos, están refe-
ridos a conjuntos arquitectónicos de carácter defensivo, desarrollados principalmente entre finales
de la Edad Antigua y la Edad Media, y que simbolizó el sistema feudal imperante en Europa en estos
siglos, sistema basado en la relación señor-siervo a través del tributo personal. En este sentido consi-
deramos que estas categorías no pueden ser aplicables para la civilización andina prehispánica, cuyas
formaciones sociopolíticas tuvieron procesos sociales e instituciones propias. En todo caso el término
que más se ajustaría para definir a un sitio o enclave militar, ofensivo o defensivo, sería el Pucara. Este
tipo de edificación es muy difundido en los periodos Intermedio Tardío y en el Tawantinsuyu, cono-
cido en el Ecuador con el nombre de Churu. No presentan un patrón definido, su distribución espacial
puede ser variada, pero se denominan así a todos los edificios de carácter militar ofensivo o defensivo,
ubicado generalmente en la cima de los cerros (aunque hay algunos en lugares llanos). Las Pukaras
fueron ampliamente utilizadas por los cuzqueños en el proceso de conquista de las naciones andinas
308
y su anexión al Tawantinsuyu, así como por estas naciones para defenderse.
Pieter van Dalen / Investigaciones arqueológicas en el Castillo de Pasamayo
1. Sector “A”: Este sector se ubica en la cima del cerro y laderas medias. Se encuentra rodeado por
tres murallas. En la parte superior del cerro, está la muralla 3 a su vez circundada por la Muralla Nº 2, la
cual también da la vuelta por toda la extensión del cerro. Las murallas se encuentran en buen estado de
conservación, llegando a tener hasta 3 m de altura, edificadas a base de piedras canteadas unidas entre
sí con argamasa de barro. La parte superior se encuentra encerrada por la tercera muralla, a la cual se
superpone un muro perimétrico que ocupa la mitad septentrional de la cima, que encierra al conjunto
superior. Por su parte en el lado meridional de la cima hay un espacio a modo de patio de planta irregu-
lar y 36,20 m de largo (eje este-oeste, al nivel del vano de acceso al conjunto superior y el vano de acceso
a la muralla 3), por 23,70 m de ancho (eje este-oeste. Hacia el flanco suroeste del cerro desciende desde la
cima hasta su base un afloramiento rocoso, el cual se constituyó en la cantera desde donde se obtenía las
piedras para construcción, notándose tanto los cortes como los bloques líticos obtenidos por percusión,
algunos de ellos dispersos por encima de la muralla 2.
El conjunto superior: Se encuentra delimitado por el muro perimétrico, de piedras canteadas, con un
adosamiento en la parte interna de una banqueta de adobes paralelepípedos e irregulares, de 0,25 m de
ancho y un largo total de 172,78 m lineales. Ocupa la mitad septentrional de la cima del cerro. Es de for-
ma irregular, de 50,82 m de largo (eje norte-sur) por 33,70 m de ancho (eje este-oeste). El acceso es por el
lado suroeste y es mediante un pasadizo en “L” (luego de ingresar en dirección este por 6,10 m cambia de
dirección al norte en un tramo de 8,90 m de largo), de 2,80 m de ancho, delimitado por muros de 1,40 m
de alto, en mal estado de conservación. Estos muros son de características similares a los de las murallas,
y son los mismos muros perimétricos que se prolongan hacia el interior del conjunto superior. El vano
de acceso presenta una rampa, definida por la Unidad de Excavación 5 cuya secuencia estratigráfica es:
Capa S: Capa eólica, de color beige claro, de un grosor entre 0,07 y 0,01 m, entremezclada con material
murario de derrumbe. No presenta materiales culturales. Capa A: Capa de tierra compacta (por acción
eólica pluvial), de color beige claro. Contiene lentes de coloración marrón en la esquina suroeste. Está
entremezclada con numerosas piedras producto del colapso de muros. No se encontró material cerámi-
co, solo material orgánico. Presenta un grosor de entre 0,05 y 0,09 m. Capa B: Piso a desnivel a manera
de rampa, con inclinación de norte a sur. Presenta material cerámico incrustado (Chancay engobe blan-
co). La coloración del piso es beige claro, de consistencia compacta y presenta un grosor máximo de 0,05
m. Capa C: Relleno de adobes paralelepípedos (de 0,20 x 0,15 m) que se encuentran sin una disposición
uniforme, colocados y rellenados con barro. Sólo se retiró el piso (Capa B) en un pequeño espacio de 0,40 309
m por 0,40 m, en la esquina noreste de la unidad, a fin de definir el relleno. La secuencia de este relleno
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 301-332
Figura 6 (Superior izquierda) y Figura 7 (Superior derecha): Vista del muro perimétrico del conjunto superior, en
los lados noreste y noroeste, respectivamente. Figura 8 (Inferior izquierda): Vista panorámica parcial del conjunto
superior, lado norte. Figura 9 (Inferior Derecha): Adobes identificados en superficie, hallados en un huaqueo. Son
adobes de características Chancay.
se prolonga en las otras unidades emplazadas en el acceso. Se encontró dentro del relleno un fragmento
cerámico de engobe blanco (Chancay). Tiene un grosor entre 0,10 a 0,28 m. Capa D (roca madre): Roca
madre geológica, compacta y de color gris.
En el fondo del vano y donde el acceso en “L” cambia de dirección al norte se emplazó la unidad 4,
cuya secuencia es similar a la de la unidad 5: Capa S: similar a la unidad 5 aunque entremezclado con
restos de achupalla y malacológicos, de un grosor entre 0,03 m y 0,05 m. Capa A: La misma capa de la
unidad 5, entremezclada con piedras colapsadas de los muros, restos de totora alineadas y dobladas en
posición horizontal, aflorantes del muro norte colapsado, y algunos fragmentos cerámicos. El grosor
es entre 0,20 y 0,40 m. A partir de la culminación de esta capa se redujo la unidad a 1x1 en la esquina
suroeste. Capa B: El mismo piso, con inclusiones de restos malacológicos (marinos) y fragmentos cerá-
micos, de 0,08 m de grosor. Capa C: Relleno preparatorio del piso, formado por compactación de piedras
pequeñas y adobes pequeños (de 0,15 por 0,09 m: de la cultura Chancay). Esta capa no se excavó en su
totalidad.
Antes que el acceso en “L” ingrese al conjunto superior se excavó la unidad 3, cuya secuencia es:
Capa S: De origen eólico, color beige claro, consistencia suelta y de un grosor entre 0,10 a 0,21 m. Capa
A: Tierra de color beige oscuro, semicompacta, y de un grosor de 0,22 m, entremezclado con restos
vegetales. Capa B: Capa de tierra marrón oscuro, de consistencia semicompacta entremezclada con al-
gunas piedras pequeñas, así como materiales malacológicos, botánico, carbón y fragmentería cerámica.
Figura 12 (Izquierda): Vista de la capa superficial unidad 4. Figura 13 (Izquierda): Vista final de la uni-
dad 4, donde se puede apreciar el colapso parcial del muro.
Tiene un grosor de de 0,07 m. Capa C: Capa de color beige, semicompacta, de 0,15 m de espesor. Se halló
fragmentos de adobe, además se podía visualizar la parte superior del muro 1. Se observa abundantes
piedras producto del colapso de los muros. Capa D: Capa de tierra rojiza entremezclada con abundantes
piedras producto del colapso de muros. Tiene un grosor de 0,35 m. En asociación a esta capa está la base
del muro 1. Muro 1: Conformado por un alineamiento de cantos rodados y piedras canteadas mampues-
tas con argamasa de barro y restos vegetales. Las dimensiones del muro son: 0,48 m de ancho, 0,34 m de
altura y 0,98 m de largo. En la parte interna se encontró un piso de 0,05 m de grosor, no bien definido.
Capa E: Roca madre de origen geológico.
En el interior del conjunto superior (lado septentrional), junto al muro perimétrico, se excavó la
unidad 2, cuya secuencia estratigráfica es la siguiente: Capa S: De origen eólico y color beige claro,
de granulometría fina con presencia de pequeñas piedrecillas,de un grosor entre 0,03 a 0,08 m. Capa
A: De tierra compactada (por acción de las lluvias), de color beige y un grosor entre 0,04 y 0,10 m. La
parte central de la unidad se presenta disturbada. Capa B: Capa de ceniza entremezclada con algunas
piedras pequeñas, así como materiales malacológicos y botánico. La capa es de coloración negra y en
algunas partes rojiza. Tiene un grosor de entre 0,04 y 0,12 m. Capa C: Se trata de un elemento arqui-
tectónico de adobes, a modo de banqueta, adosado al muro perimétrico. El ancho de este elemento
abarca la mitad septentrional de la unidad. Tiene una altura de 0,25 m. Estos adobes son paralelepípe-
dos, de regular tamaño (Chancay), aproximadamente 0,20 m x 0,30 m, dispuestos de manera desorde-
nada. Capa D: Apisonado de granulometría fina, de color beige, con inclusión de algunas piedrecitas.
Tiene un grosor de 0,03 m. Capa E: Roca madre de origen geológico.
Por su parte en el extremo oriental interno del conjunto superior, junto al muro perimétrico
se excavó la unidad 7: Capa S: Tierra suelta eólica, de color beige claro, y un espesor mínimo de
0,02 m y máximo de 0,07 m. Durante el proceso de remoción de la capa se pudo encontrar abun-
dante vegetal contemporáneo como panca de maíz, así como excremento de cuy. Se halló además
fragmentos cerámicos y malacológicos. Capa A: Apisonado que presenta su mejor consistencia en
el lado sur de la cuadricula y está constituido por tierra y arena de color beige claro, de contextura
semi suelta, entremezclado con material cerámico y malacológico. Tiene un grosor de entre 0,02
y 0,12 m. Lente de cenizas: debajo de la capa A, que se extendió en la tercera parte de la cuadrí-
cula hacia el lado sur, de un grosor de entre 0,02 y 0,09 m. Se halló en el interior restos vegetales
quemados. Capa B: Elemento arquitectónico, adosado al muro perimétrico, con adobes de diversas
formas, ubicado en la mitad noreste de la cuadricula. Se observó diversos adobes largos unidos con
un conglomerado de tierra y barro. Corresponde al mismo elemento que conforma la capa C de la
unidad 2. Tiene una altura de 0,20 m. Capa C: Capa de tierra suelta de color beige y abundante cas-
cajo debido a la descomposición de la roca madre sin asociación a algún tipo de material cultural.
Posee un grosor de entre 0,02 m y 0,18 m como máximo. Capa D: Roca madre identificada en el lado
sur de la unidad.
Camino entre las murallas 2 y 3: Entre las murallas 2 y 3, lado occidental del cerro, discurre
un camino que asciende desde el vano de la segunda muralla al de la tercera, ascendiendo de manera
recta por entre los afloramientos rocosos. Tiene un ancho aproximado de dos metros y se nota en
algunas zonas el corte hecho en estos afloramientos. Este camino toma dirección ascendente al sur.
La segunda muralla: La segunda muralla se ubica por debajo del nivel de la tercera, a 15 m por
debajo de su nivel, rodea el cerro por todos sus flancos. Está edificado a base de piedras y vegetales, con-
formando hileras horizontales alternadas. Tiene 1,30 m de ancho en promedio, y hasta 3.10 m de alto,
así como un largo total de 686,11 m. En algunos tramos se presenta plano, aunque en el lado norte des-
ciende para ascender por el lado occidental. Cumple la función de muro de contención y tiene camino
epimural. Presenta un vano de acceso localizado hacia el lado noroeste, de 2,80 m de ancho. Al ingresar
por este vano se asciende por un camino hasta el vano de la Muralla 3. Se aprecia en los alrededores del
vano abundante concentración de Tillandsia s.p. (achupalla). Justamente en el vano de acceso a la se-
gunda muralla se excavó la unidad 1, que permitió definir sus características dimensiones.La secuencia
estratigráfica identificada en esta unidad es la siguiente: Capa S: Compuesta por arena fina, de origen
Figura 18 (Superior Izquierda): Vista de la muralla 2, lado sureste. Figura 19 (Superior Derecha): Vista de totora
trenzada, identificado como material constructivo en la muralla 2. Figura 20 (Centro Izquierda) y Figura 21 (Centro
Derecha): Muralla 2, vistas en el lado suroeste y sureste, respectivamente. Figura 22 (Inferior Izquierda) y Figura
23 (Inferior Derecha): Muralla 2, vistas en el lado este y noreste, respectivamente. 313
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 301-332
eólico, de entre 0,20 a 0,25 m de grosor. Presenta una coloración beige clara y es de textura fina. Capa
A: Delgada capa de cenizas, la cual se extiende sólo en el lado oriental de la unidad, mas no en toda ésta.
Presenta una coloración negra, de textura fina, se pudo observar algunos restos de material botánico
(achupalla). Tiene un grosor de entre 0,10 a 0,15 m. Capa B: Capa de acumulación de material botánico
(achupalla), mezclada con arena fina de color beige. Esta capa se encuentra inmediatamente debajo
de la capa de ceniza. Tiene un grosor de entre 0,05 a 0,10 m. Capa C: Capa de tierra entremezclada con
abundantes piedras de gran tamaño, producto del colapso de la muralla (piedras de 0,80 m x 0,40 m. en
promedio). No se culminó la excavación por lo frágil de la capa de arena, solo se profundizó 0,50 m.
Por su parte hacia el otro lado del cerro (sur) se excavó la unidad 6, cuya secuencia estratigrá-
fica fue la siguiente: Capa S: Tierra semicompacta (por su ubicación en el camino epimural, tran-
sitado hasta la actualidad), de origen eólico, entremezclada con ripio y pequeños gránulos de roca.
Esta capa posee color beige claro, y un espesor mínimo de 0,02 m y máximo de 0,07 m. Durante el
proceso de remoción de la capa se pudo encontrar tiestos de cerámica así como fragmentos malaco-
lógicos y material vegetal contemporáneo. Capa A: Apisonado de tierra de color beige claro, entre-
mezclado con inclusiones de piedras, de contextura semi compacta y de un grosor entre 0,04 y 0,10
Figura 24 (Izquierda) y Figura 25 (Derecha): Muralla 2, vistas en el lado norte y noroeste, respectivamente
314 Figura 26: Vista del detalle de la técnica constructiva de la Muralla 2, lado norte
Pieter van Dalen / Investigaciones arqueológicas en el Castillo de Pasamayo
Figura 31 (Izquierda) y Figura 32 (Derecha): Vista de la técnica constructiva de la muralla 1, alternando hileras
horizontales de piedras canteadas con tallos de cañas, dispuestos en posición horizontal. Muralla 1, lado Noroeste.
del cerro, junto a la primera muralla, en la parte interna, se excavó la unidad 10. La secuencia estrati-
gráfica identificada en esta unidad es la siguiente: Capa S: Capa de arena fina de consistencia suelta y
origen eólico, de color beige claro, de 0,05 m de grosor, entremezclado con piedras grandes producto
del colapso de la muralla. En superficie se halló un fragmento textil, moluscos y carbón. Capa A: Capa
de tierra suelta, de color beige, y 0,41 m de grosor. Se encuentra entremezclado con piedras y material
botánico. Capa B: Capa de color beige claro, semicompacta, conformada por arena fina entremezclada
con adobes (algunos enteros y otros fragmentados). El grosor de esta capa es de 0,12 m. Capa C: Capa de
Figura 33 (superior izquierda): Otro detalle de la técnica constructiva de la Muralla 1, lado norte. Figura
34 (superior derecha): Vista panorámica de la Muralla 1 en el lado oeste. Figura 35 (inferior izquierda) y
316 Figura 36 (inferior derecha): Vistas panorámicas de dos tramos de la Muralla 1, vistas en el lado noroeste.
Pieter van Dalen / Investigaciones arqueológicas en el Castillo de Pasamayo
color marrón claro, compuesta de gravilla y arena fina, de consistencia semicompacta. Tiene un grosor
de 0,18 m. Capa D: Capa de arena color marrón oscuro, semiconmpacta, entremezclada con abundante
totora y carrizo, además de trozos de adobes y un fragmento textil. Tiene un grosor de 0,34 m. Capa
E: Apisonado de tierra compacta, de color plomizo con asociación de carrizo unido con soguillas de
totora. Esta capa tiene un grosor de 0.08 m.
Capa F: Capa de tierra compacta, de color
plomizo con inclusión de restos botánicos
y fragmentos cerámicos. No se culminó la
excavación de la unidad por que la arena se
deslizaba hacia el interior. Esta capa tiene
un grosor de 0,52 m.
2. Sector “B”: Ubicado en la parte baja,
lado septentrional del cerro, en una pe-
queña quebrada que desciende desde el
cerro hacia los terrenos agrícolas. Se ubica
al interior de la muralla 1 y se caracteriza
por ser un área funeraria, con un recinto
de planta rectangular con muros edifica-
dos con tapiales. Se observa en superficie
abundante osamenta humana, así como
fragmentería cerámica de pasta roja lla-
na, estilo Chancay en su tipo Negro sobre
Blanco y base crema, así como el estilo
Lauri Impreso; textiles llanos 2x2 color
marrón y restos vegetales (maní, pacae, al-
godón, maíz). En una prospección del año
2006 se observó una vasija completa de es-
tilo Teatino, olla de cuello mediano. El re-
cinto asociado se ubica inmediatamente al
este del área funeraria, sobre una pequeña
elevación, es de planta rectangular, muy
destruido, con muros edificados a base de
Figura 39: Plano del conjunto superior y la muralla 3. tapiales con la técnica de los paños mura- 317
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 301-332
Figura 40 (Superior Izquierda): Vista de la capa superficial de la unidad 10. Figura 41 (Superior Derecha):Vista de
la capa C, unidad 10. Figura 42 (Inferior Izquierda): Detalle constructivo de la Muralla 1 identificado en la unidad
10. Figura 43 (Inferior Derecha): Vista del tramo de la muralla 1 identificado en la unidad 10.
rios. El recinto tiene 4.50 metros de ancho por 8,75 m de largo, con muros de hasta un metro de alto
(han colapsado). En el interior del recinto se aprecia material cultural en superficie, conformado por
fragmentería cerámica Chancay, restos malacológicos y botánicos. Por la quebrada asciende un estre-
cho camino que llega a las inmediaciones del vano de la muralla 2, cruzando una pequeña abra en la
cual se nota que la roca madre ha sido cortada para descender hacia el lado meridional del cerro en
dirección al vano de la muralla 1. Todo el terreno ocupado por el sector B es de naturaleza arenoso.
En medio del sector (área funeraria) se excavó la unidad 8 (UTM: 8716656N, 258565E, WGS-84),
la cual fue ampliada en un metro al sur. La secuencia estratigráfica identificada en esta unidad es la
siguiente: Capa S: Capa de acumulación eólica de granulometría fina que cubre toda la unidad, de
color beige grisáceo, y 0,05 m de grosor. Se identificó materiales culturales en superficie: restos óseos
humanos disturbados, pedazos de plástico, latas y papeles. La superficie es uniforme, casi plana, con
una pequeña inclinación desde el sur al norte. En la zona colindante al área de excavación se obser-
van restos óseos humanos disturbados (cráneos, tibias, fémures, peroné, sacro, costillas y vertebras).
318 Capa A: Arena suelta de color grisáceo de textura fina, entremezclada con piedrecillas pequeñas
y raíces secas. Entre los componentes culturales figuran: fragmentos cerámicos del estilo Chancay,
Pieter van Dalen / Investigaciones arqueológicas en el Castillo de Pasamayo
Figura 44 (Izquierda): Vasija Teatino con incisiones lineales y punteadas en el cuello, hallado en superficie
del Sector B en un reconocimiento hecho en el sitio el año 2006. Figura 45 (Derecha): Fragmentería cerá-
mica Estilo Chancay negro sobre Blanco y Huaura, visible en superficie del Sector B.
Figura 46 (Izquierda): Vista panorámica del recinto cuadrangular de tapiales del Sector B. Figura 47 (De-
recha): Vista panorámica de la quebrada donde se ubica el Sector B.
óseos animales, coprolitos, malacológico y restos vegetales, posiblemente disturbados de la capa in-
ferior. Tiene un grosor de 0,40 m. Capa B: Capa de arena fina de consistencia semisuelta, de color
beige, entremezclado con cascajo y materiales culturales como: fragmentos cerámicos, malacológicos
y vegetales. Se encontró en el interior de esta capa una esterilla de totora de 1,37 m de largo y 0,23
m de alto, de disposición sureste-noroeste. La totora presenta hileras unidas con soguillas de fibra
vegetal y se instruye desde esta capa a las siguientes cortando el piso (capa C) y llegando a la capa
estéril (capa D). Esta capa tiene un grosor de 0,30 m. Capa C: Piso de arcilla de 0,03 m de grosor, de
color beige, mezclado con piedrecillas pequeñas y de una textura fina. La superficie del piso es pulida
y está cubierto por el derrumbe parcial de la esterilla de totoras y restos vegetales entrelazados. El
piso cubre la parte sur de la unidad de excavación y su ampliación sur, además está cortada por la
esterilla de totoras en el centro de la unidad. Sobre el piso se halló también semillas y coprolitos de
roedor (cuy), así como las tenazas de un cangrejo. Capa D: Capa de arena compacta, de color gris, de
textura media y culturalmente estéril.
3.- Sector “C”: Se ubica en el extremo noroeste del cerro, en la parte baja del cerro, en la parte interna de
la Muralla 1, conformado por un recinto de planta rectangular, con muros de tapiales de filiación Chancay.
El recinto se emplaza sobre un afloramiento rocoso. El recinto tiene 9,50 m de largo (eje norte-sur) por
5,40 m de ancho (eje este-oeste), con muros de hasta 1.80 m de alto, edificado mediante la técnica de paños 319
murarios, aunque deteriorado en algunas secciones. Presenta un vano deteriorado hacia el lado sur.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 301-332
Figura 48 (Izquierda): Imágenes de la capa superficial cuadriculada de la unidad 8. Figura 49 (derecha): Parte del
cimiento conformado por totoras entrelazadas horizontales y verticales. Dicho cimiento está dentro de la capa D.
Figura 50 (Izquierda): Detalle del piso, el cual cubre las totoras. Figura 51 (Derecha): La secuencia estra-
tigráfica del piso y las totoras, se ve la sobreposición.
En el interior del recinto de tapiales, a un metro de distancia del muro oriental, se excavó la
Unidad 9. La secuencia estratigráfica identificada en esta unidad es la siguiente: Capa S: Capa de are-
na eólica, de composición suelta, color beige y entre 0,04 y 0,10 m. de grosor. Capa A: Capa de tierra
compacta, de color beige claro, entremezclada con piedras desprendidas de la roca madre, de 0,21 m.
de grosor. Se encontró en el interior de esta capa restos vegetales en poca proporción (mazorcas de
maíz), coprolitos y una vértebra humana. Capa B: Roca madre de origen geológico.
320 Figura 52 (Izquierda): Vista panorámica del Sector C. Figura 53 (Derecha): Muro del recinto rectangular
de tapial, Sector C, en cuyo interior se excavó la unidad 9.
Pieter van Dalen / Investigaciones arqueológicas en el Castillo de Pasamayo
3. Material lítico
En la unidad 3, capa B, se recuperó un percutor de cuerpo cilíndrico redondeado con desgaste en am-
bos extremos. Es de granodiorita.
4. Material Orgánico Animal
En la unidad 3, capa B y en la unidad 8, capa S, se encontró coprolitos de camélidos.
5. Material Cerámico
El material cerámico recuperado de las excavaciones es realmente mínimo. Este material es el siguiente:
A. Estilo Maranga: Se halló un cuerpo decorado (Figura 57: F y 61), caracterizado por presentar pasta
naranja y dos líneas horizontales gruesas en color negro.
B. Estilo Huaura: Se encontró un borde (Figura 57: B), correspondiente a un tazón, caracterizado por
presentar una línea horizontal en color negro en el labio de la vasija.
C. Estilo Chancay, Tipo Negro sobre Blanco: Se halló un solo cuerpo decorado, con decoración lineal.
D. Estilo Chancay, Tipo Engobe crema: se encontraron varios fragmentos correspondientes a este tipo
del estilo Chancay. Un borde de plato (Figura 57: A) y varios cuerpos, incluyendo uno que pre-
senta la aplicación de la cabeza de un mono muy deteriorado, así como otro con una aplicación
321
escultórica de un lobo marino.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 301-332
E. Se identificó un borde ligeramente evertido, de pasta negra, cocción reductora (Figura 57: G), de
temperantes con granos gruesos: roca molida, cuarzo, entre otros.
F. En la unidad 6 se recuperó nueve fragmentos (3 asas, 3 bordes y 3 cuellos), correspondientes a un
estilo desconocido, presentan engobe negro o marrón, utilizando como temperantes abundante
cuarzo y moluscos de gran tamaño. Son fragmentos muy erosionados y al parecer de periodos
culturales tempranos. Las asas son cintadas, una incluso de 3 cm de ancho.
Doméstico
Decorado
Maranga
Diagnós-
Chancay
Huaura
Unidad
Cuerpo
Bordes
Cuello
Estilo
Estilo
Capa
ticos
Base
Asa
2 B 2 1 1 1
4 B 1 1 1
9 A 9 3 3 3 9
6 A 8 2 1 2 3 8
3 C 2 2 2
4 A 2 2 2
5 B 2 1 1 2
8 D 2 2 2
5 C 3 1 2 2 1
7 A 3 1 2 2 1
2 A 2 1 1 2
7 B 5 5 4 1
6 B 1 1 1
3 B 2 1 1 2
8 A 17 4 1 12 13 4
322
Figura 56: Fragmentos de vasijas identificadas en las excavaciones
Pieter van Dalen / Investigaciones arqueológicas en el Castillo de Pasamayo
Figura 57 (Superior Izquierda): Fragmentos cerámicos de Estilo Chancay. Figura 58 (Superior Derecha): Fragmentos
llanos sin decoración de pasta roja, al parecer corresponderían a un estilo alto andino o de valle medio. Figura 59
(Inferior Izquierda): Izquierda, fragmento de pasta negra, cocción reductora (Figura 57: G, Derecha, fragmento de
pasta roja. Figura 60 (Superior Derecha): Fragmentos de Estilo Maranga, con decoración en bandas negras gruesas
sobre fondo naranja.
6. Material malacológico
De los análisis realizados entre los materiales malacológicos identificados durante las excavaciones
se obtuvo los siguientes resultados:
Tabla2: Cálculo del Número mínimo de Individuos y Número de restos
N°
Sector Unidad Capa Especies de moluscos NMI NR PESO
bolsa
1 A 3 B Mesodesma donacium 1 24 30
Choromytilus chorus 1 1 5
Perumytilus purpuratus 1 1 1
Argopecten purpuratus 1 2 7
FAMILIA SEMELIDAE 1 2 4
Thais chocolata 2 2 36
Thais delessertiana 1 1 4
Crepipatella dilatata 7 7 14
Tegula atra 1 1 1
2 A 2 D Argopecten sp. 1 3 6
3 A 5 A Choromytilus chorus 1 1 3
Perumytilus purpuratus 1 1 1
FAMILIA SEMELIDAE 1 1 5
Crepipatella dilatata 2 2 6
4 A 4 A Mesodesma donacium 1 1 1 323
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 301-332
Choromytilus chorus 1 1 2
Crepipatella dilatata 1 1 3
5 A 2 A Mesodesma donacium 1 1 2
Choromytilus chorus 1 1 6
Thais delessertiana 2 2 6
6 A 7 A Mesodesma donacium 2 17 34
Choromytilus chorus 1 1 1
Perumytilus purpuratus 1 1 1
Protothaca thaca 1 1 5
Crepipatella dilatata 2 2 5
Crustaceo no identificado 1 2 1
7 A 5 B Mesodesma donacium 1 12 19
Crepipatella dilatata 6 6 14
Thais chocolata 1 1 3
8 C 8 A Mesodesma donacium 1 15 39
Choromytilus chorus 1 3 5
Argopecten purpuratus 1 1 3
Aulacomya ater 1 1 4
Sememytilus algosus 2 3 2
FAMILIA SEMELIDAE 1 1 10
Crepipatella dilatata 4 4 9
Thais chocolata 2 2 9
Fissurella latimarginata 1 1 7
Fisurella sp. 1 1 4
Tegula sp. 1 1 1
FAMILIA CHITONIDAE 1 1 1
9 Ninguno 7 B Mesodesma donacium 2 17 16
Choromytilus chorus 1 1 2
Argopecten sp. 1 1 4
FAMILIA SEMELIDAE 2 6 11
Crepipatella dilatata 7 7 21
Thais chocolata 1 1 3
Fissurella crassa 1 1 4
Tegula sp. 1 1 1
FAMILIA CHITONIDAE 1 2 4
Crustaceo no identificado 1 1 3
10 C 8 D Mesodesma donacium 3 8 44
Choromytilus chorus 4 8 73
Perumytilus purpuratus 2 2 4
Sememytilus algosus 2 2 4
FAMILIA SEMELIDAE 1 1 9
Thais chocolata 2 2 17
Crepipatella dilatata 2 2 9
Prisogaster niger 3 3 18
TOTAL : 99 199 567
324
Pieter van Dalen / Investigaciones arqueológicas en el Castillo de Pasamayo
7. Material Botánico
Entre el material botánico recuperado de las excavaciones figuran:
Tabla 5: Tabla de restos botánicosidentificados en las excavaciones
Unidad Capa Nombre común Nombre científico Parte de la planta
1 A Achupalla Tillandsia sp. Tallos y hojas
2 D Pacae Inga feullai Fruto y tronco quemado
3 B Tara Caesalpinia tara Tallos
4 A Totora Thypa angustifolia Tallos
4 A Achupalla Tillandsia sp. Tallos y hojas
5 B Achupalla Tillandsia sp. Tallos y hojas
6 A Maíz Zea mayz tusas
6 A Totora Thypa angustifolia Tallos
6 A Caña brava Gynerium sagitatum Tallos
6 B Maíz Zea mayz tusas
6 B Totora Thypa angustifolia Tallos
6 B Caña brava Gynerium sagitatum Tallos
6 B Pacae Inga feullai hojas
8 A Maíz Zea mayz Tusas y tallos
8 B Totora Thypa angustifolia Tallos
8 B Caña brava Gynerium sagitatum Tallos
8 C Algodón Gosipium barbadensis Fibra y semillas
8 D Totora Thypa angustifolia Tallos
8 D Maíz Zea mayz Tuzas
9 A Maíz Zea mayz Tuzas
9 A Algarrobo Prosopis sp. Tallos
9 A Pacae Inga feullai hojas
10 S Totora Thypa angustifolia Tusas
10 S Achupalla Tillandsia sp. Tallos y hojas
10 C Algodón Gosipium barbadensis Semilla
10 E Totora Thypa angustifolia Tallos
326 Figura 61: Tallos de totora Figura 62: Tallos y tusas de maíz.
recuperados de las excavaciones
Pieter van Dalen / Investigaciones arqueológicas en el Castillo de Pasamayo
Figura 63: Tallos y flores de Achupalla. Figura 64: Tallos de totora trenzados recuperado de las
excavaciones en asociación a la muralla 1 (unidad 10)
documentos etnohistóricos hacen referencia de grupos altoandinos de Chilca que poseían algunas
playas del litoral chancayano para aprovisionamiento de sus ayllus nucleares (Rostworowski 2005:
123), aunque se trata de una referencia colonial. En las áreas funerarias del valle medio se puede en-
contrar diseminados numerosos implementos para pesca (Cuyo, Lumbra, San Miguel, Huataya, etc).
Si se tratara de sitios religiosos o adoratorios al mar o a la puesta del sol, o a alguna entidad religiosa,
serían el antecedente de otros sitios de tal función que los Incas van a edificar junto al mar, como el
Cerro La Horca en el valle de Fortaleza. Por otra parte de tratarse de murallas con fines limitantes, el
objetivo de estos serían solo aislar la cima, sin importar la estética o materiales constructivos, los mu-
ros serían levantados como usualmente lo hacían para otros sitios del valle, sin denotar un simbolis-
mo arquitectónico o estético. La existencia de sitios religiosos cercados por impresionantes muros ha
sido registrado para algunos sitios andinos (Saqsaywamán, Pachacámac), en la India (Mohenjo Daro),
como de la Costa del Egeo en el Viejo Mundo. El cercado de un área ceremonial no solo implica y signi-
fica la presencia continuada en su interior de una cratofanía o de una hierofanía, sino busca proteger
y aislar lo sagrado de lo profano; pues lo sagrado es peligroso para todos aquellos que ingresan a su
ámbito sin una debida preparación, sin los movimientos de “acercamiento” mediante acto religioso
o litúrgico. De igual manera en el caso de las ciudades cercadas, el cerco o muralla, cumple más que
una función defensiva, el aislamiento de las áreas urbanas de los aspectos mágicos que viven fuera de
la urbe, y que pueden resultar perjudiciales a las personas, incluyendo las enfermedades, epidemias,
pestes, malos espíritus, u otros (Eliade 2000: 525-526). Por otra parte, las actividades ceremoniales
no se restringen a recintos ceremoniales, templos o plazas, sino que fueron desarrollados en lugares
domésticos, agrarios, viales y funerarios. La mayoría de actividades religiosas no son rastreadas por
los arqueólogos, pues se confunden con las actividades domésticas (Scott 1994: 28).
El uso de restos vegetales en los muros, como se ha observado en el caso de las murallas del
Castillo de Pasamayo, no ha sido registrado para otros sitios contemporáneos del valle. En el análisis
arquitectónico que realiza Sandra Negro sobre los sitios Chancay, se definen dos tipos de muros en
base a los materiales constructivos: los edificados con adobes y los de piedra canteada unida con arga-
masa, pudiendo ser muros simples pero en su mayoría dobles con un relleno interno de tierra, piedras
y hasta fragmentería cerámica, no mencionando los restos vegetales (Negro 1991). Van Dalen por su
parte, describe como las especies arbóreas del valle eran aprovechadas como elementos constructivos
(van Dalen 2011). Sin embargo Margaret Brown describe la misma técnica de las murallas del Castillo
de Pasamayo, en las murallas de Acaray, con capas alternas entre material vegetal y piedras, con re-
lleno de piedra, basura y tierra (Brown 2010: 182). Las murallas del Castillo de Pasamayo no son rectas,
sino presentan el paramento externo inclinadas hacia dentro, en promedio de 110°, cada una con un
solo vano de acceso y un camino zigzagueante que los comunica, ya que los accesos no se encuentran
orientados. Las murallas cumplen la función de restringir el acceso a los ambientes superiores, cons-
tituyéndose en un muro de contención y a la vez en camino epimural. En este sentido definimos que
las murallas no solo cumplen función defensiva, sino también de aislamiento de espacios sagrados.
Futuras investigaciones con excavaciones, especialmente en todo el conjunto superior, nos per-
mitirán definir con mayor detalle las características funcionales de este sitio, de gran importancia
para la comprensión de la arqueología tardía del valle Chancay; así como nos permitirán validar o
desechar las hipótesis planteadas.
Reconocimientos y agradecimientos
En este espacio es necesario reconocer y agradecer a las personas y profesionales que han participado
desinteresadamente en el presente proyecto. El señor Gerson Marcelo Mellado y la señora Marita
Marcelo Mellado, apoyaron en el registro del sitio el año 2006. Las excavaciones se realizaron con la
participación de los estudiantes de VII Ciclo de la EAP de Arqueología de San Marcos, como parte del
329
curso de Métodos en Arqueología II, participando el Lic. Martín Ronald Rodríguez Huaynate como
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 301-332
Jefe de Campo, el Bach. John Hurtado Quintanilla como asistente de campo y Gino Marcelo M. como
ayudante de campo. Los planos estuvieron a cargo del Ing. Luis Portugal. Los análisis del material
óseo animal y humano fueron realizados por el Dr. Alfredo Altamirano, el material malacológico por
la Arqueóloga Roxana Paucar Manzanilla y el material lítico por el Bach. Edwin Silva. Un agradeci-
miento muy especial a todos ellos. Entre los estudiantes que participaron durante las excavaciones fi-
guran: Hans Grados R., Juan Narro A., Ricardo Guevara T., Marco Guerrero M., Rosario Torres G., Rosa
Carlos I., Leonard Salazar J., Martín Núñez A., Rodolfo Valencia, Alejandro Picardo, Kevin Salazar,
entre otros.
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332
Arqueología y Sociedad
Nº 24, 2012: 333-370
ISSN: 0254-8062
Camilo Dolorier
Museo Andres del Castillo
camilo_dolorier@yahoo.com
Resumen
El estudio se basa en el análisis de un “informe de campo” hallado en los archivos del Instituto Nacional de
Cultura, ello permitió recuperar información relevante de un sitio arqueológico –hoy desaparecido– que
fuera excavado por Luis Ccosi Salas hace más de sesenta años en el verano de 1951. Se ubicó en El Olivar de
San Isidro, y su historia cobra actualidad, pues, se trataría de una “Pirámide con Rampa”.
El autor del documento en mención, aportó descripciones de todos los ambientes y elementos ar-
quitectónicos. Del mismo modo, asignó funciones y valores a cada conjunto. Además, ilustró los detalles
arquitectónicos con esmero.
El presente estudio analiza las características formales del sitio, e integra al conjunto arquitectónico
descubierto en un determinado espacio de tiempo. Finalmente incorpora su problemática en el contexto
de la costa central. Para ello se discute las nuevas propuestas teóricas en cuento al funcionamiento de las
“pirámides con rampa”.
Palabras clave: Pirámide con Rampa, Ichma, palacio, costa central.
Abstract
The study is based on the analysis of a “field report” found in the official records of the National Institute
of Culture, it yielded important information from an archaeological site -now gone- that was excavated for
Luis Ccosi Salas, was more 60 years in the Summer of 1951. Was located in El Olivar de San Isidro, and his
story now becomes, therefore, be a “pyramid with ramps.
The author of the document in question provided descriptions of all rooms and architectural ele-
ments. Similarly, functions and values assigned to each set. In addition, illustrated the architectural details
with care.
This study examines the formal characteristics of the site, and integrates the architectural discovered
in a certain time. Finally enter your question in the context of the central coast. This discusses the new
theoretical account of the operation “ramped pyramids.”
333
Keywords: Pyramid with Ramp, Ichma, palace, central coast.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 333-370
Introducción
El sitio arqueológico ubicado en El Olivar de San Isidro consiste en una gran plataforma rectangular
que, como material constructivo, empleó el barro para la elaboración de tapias que levantaron los
muros principales, tabiques y contrafuertes. Para los rellenos se utilizó tierra suelta, cascajo, cantos
rodados y pequeños adobitos sueltos. Al parecer también existieron algunos sectores techados con
material cobertor ligero como carrizos, palos de pacay y soguillas de fibra vegetal.
Hacia el lado Norte presenta un acceso rampado delimitado por gruesos muros, esta suerte de pasaje
conduciría a un pórtico, o ingreso complejo con vano central de doble jamba y puertas auxiliares
en sus laterales. Siguiendo el circuito principal, se sucede una plaza rectangular amurallada que se
comunica a una plataforma o atrio mediante una pequeña rampa central. Junto a estos espacios ar-
quitectónicos se aprecia una serie de recintos, depósitos y patios de laboreo. Todos estos ambientes
componen la relación de elementos que caracterizan el patrón arquitectónico definido como pirámi-
des con rampa.
Siguiendo el flujo de la circulación al interior del edificio se puede observar que esta habría sido
de tipo diferencial, pues, los distintos vanos ubicados en el pórtico conducirían a espacios funcionales
diferentes y físicamente aislados. De este modo, el vano central conduciría hacia los ambientes de uso
público, compuesto por la plaza, rampa y la plataforma o atrio. A partir de la plaza, dos accesos (uno
en cada extremo del muro Oeste) conducirían hacia el sector de recintos y el otro hacia un amplio
patio cercado. Nuevamente en el pórtico de ingreso, los vanos ubicados uno a cada lado, conducen a
espacios aislados del cuerpo central. El ingreso de la derecha circunda toda la plataforma hasta en ex-
tremo Sur donde se ubicarían un conjunto de depósitos semisubterráneos alineados. Mientras que el
ingreso del lado izquierdo condujo a un sector que se hallaba totalmente destruido por una ladrillera
que operó en el lugar. Sin embargo, es fácil advertir que no existían puntos de comunicación con los
ambientes restantes.
¿Qué relación existiría entonces entre esta estructura aislada –orientada al Norte– similar a las
de ¿Monterrey?, Huaquerones, Armatambo, y Maranga en el valle del Rímac –asociadas a un canal
principal– y los grandes edificios piramidales de Pachacamac? En estos momentos el debate arqueo-
lógico se centra en torno a diversos planteamientos acerca del funcionamiento y contemporaneidad
de las pirámides con rampa. Por un lado están quienes conciben a las pirámides como templos de
carácter religioso y ritual, lugares de ofrenda y adoración. En el santuario de Pachacamac se habrían
congregado varios edificios cual embajadas provinciales en la capital. La segunda hipótesis explica a
cada pirámide con rampa como la residencia palaciega de un gran señor, Pachacamac se entendería
entonces como un conjunto arquitectónico compuesto por una suerte de sucesión dinástica de gran-
des señores y sus respectivos palacios. Finalmente, una reciente propuesta define a las pirámides
como sitios administrativos de primer y segundo orden, unos congregados en Pachacamac y los otros
distribuidos por el valle.
En este artículo recogemos el carácter civil y administrativo de las pirámides, pero, agregamos
como variable explicativa de su desarrollo el factor cronológico. Según ello existiría dos momentos
constructivos de pirámides con rampa, por un lado las más tempranas y simples, encerrarían en sí
los elementos arquitectónicos básicos, edificadas en tapial y adobe, preferentemente de ubicación
aislada e invariablemente orientadas hacia el Norte. El segundo grupo serían posteriores, más plani-
ficadas, complejas y monumentales. Tendiendo a mantener en uso estructuras antiguas, ordenando
el espacio con un criterio urbano de largas calles que encierran manzanas con pocos accesos res-
tringidos. Los edificios se orientan tanto al Norte como al Este, y los accesos principales se articulan
mediante ingresos tortuosos desde las calles. Como material constructivo se predilecta el adobe sobre
la tapia, y finalmente se nota una mayor planificación e incorpora nuevos elementos arquitectónicos
334
como amplios depósitos, recintos y patrios de laboreo.
Lyda Casas y Camilo Dolorier / Una pirámide con rampa en El Olivar de San Isidro
Al parecer, el primer momento constructivo de las pirámides con rampa se remontaría al periodo
Intermedio Tardío, con un crecimiento espontáneo de las mismas y respondiendo a una lógica local
del manejo del espacio. Durante este periodo se habría edificado la pirámide con rampa de El Olivar
de San Isidro y otras estructuras aisladas del Rímac y Lurín. En el segundo momento, ya entrado el
Horizonte Tardío y con la presencia política, económica y urbana del Tahuantinsuyo bien afianzada, se
consolidaron las pirámides con rampa como los edificios administrativos por excelencia. Se formaliza
y complejiza el diseño, incorporando ampliamente depósitos, patios y recintos cercados. Se estandari-
za la técnica constructiva reemplazando el tapial por el adobe, y la ubicación de los edificios al interior
de grandes centros urbanos parece imprescindible. En este momento crecería Pachacamac junto con
Armatambo y Maranga, y otros sitios de carácter aislado como la pirámide de El Olivar de San Isidro
pudieron haber seguido funcionando, remodelados bajo el nuevo formato por un tiempo limitado.
El documento
El presente estudio analiza la copia de un documento de archivo del INC, correspondiente al informe
administrativo de los trabajos de excavación realizados en el sitio arqueológico denominado “Huaca
Santa Cruz”. Dichos trabajos se llevaron a cabo en el año de 1951, en virtud al pedido que hiciera la
Compañía Urbanizadora Santa Cruz S.A. ante el Patronato Nacional de Arqueología y la Inspección
General de Monumentos Arqueológicos para evaluar el potencial arqueológico del sitio y definir si
ameritaba su conservación. Los trabajos de campo fueron encomendados al señor Luis Ccosi Salas
“escultor y maquetista” del Museo Nacional de Antropología y Arqueología.
El documento consultado se encuentra incompleto, fue hecho en formato de papel oficio y consta
de 71 páginas que inicia en el folio 2 y culmina en el 70 (faltan las páginas 1 y 68, mientras que las
páginas 37, 45 y 55 repiten la numeración, empleando (el autor) para el caso las letras auxiliares A
y B) Se trata de una trascripción mecanografiada del cuaderno de campo que llevara el autor día
a día, desde el lunes 29 de enero de 1951 hasta el miércoles 14 de marzo del mismo año. Este lleva
por título “Informe de los trabajos de exploración arqueológica de la Huaca Santa Cruz” (Anexo 1).
Lamentablemente el documento no presenta la primera ni las últimas hojas, por lo cual pierde la in-
troducción y sólo registra el proceso de excavación hasta un punto determinado. Posiblemente falten
también las interpretaciones y conclusiones, así como el análisis y dibujo del material cerámico que
promete en la parte interior del texto. A pesar de ello, el documento es muy importante en la medida
que se trata de una fuente de primera mano y que registra evidencias arqueológicas hoy desapareci-
das. Como podemos presumir, al Patronato Nacional de Arqueología no le pareció relevante el poten-
cial arqueológico del inmueble como algo único o notable.
De la lectura paciente se desprenden varias interrogantes, en primer lugar –al no tratarse Ccosi
Salas de un arqueólogo de formación– es necesario evaluar aspectos hermenéuticos, como, el qué
tan riguroso fue en la obtención de sus datos, qué procedimientos empleó y qué tan completo fue su
registro. En segundo lugar, si la información presentada será útil para reconstruir aspectos cuantita-
tivos y cualitativos de la historia del sitio.
Advertimos que al tratarse de la trascripción literal de un cuaderno de campo la información pre-
sentada es heterogénea. Refiere tanto la táctica de campo, como aspectos administrativos y logísticos
(coordinaciones, distribución, pago de personal, etc.) luego adquiere también un carácter técnico y
descriptivo. Por este motivo y para facilitar la lectura y comprensión, en el Anexo 1 se publican sólo
los aspectos que consideramos relevantes, descartando las reiteradas enumeraciones la asistencia del
personal, días de pago, detalles de hora de entrada, refrigerio y salida.
Luis Ccosi Salas, señalado en el documento como “escultor y maquetista” del MNAA, fue también
un reconocido dibujante, oficio muy útil para confeccionar luego las maquetas. En su práctica adqui-
335
rió experiencia en labores de campo. Laboró bajo las órdenes de los doctores Julio C. Tello, Rebeca
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 333-370
Carrión Cachot, Toribio Mejía Xesspe y Jorge C. Muelle entre otros. Destacó por la confección de ma-
quetas para el Museo Nacional de Antropología y Arqueología. Toda esta práctica le valió la experien-
cia necesaria en su época para asumir labores de excavación arqueológica, con el objeto de rescatar la
arquitectura y finiquitar en la preparación de un plano y maqueta.
Los objetivos con los cuales inicia el trabajo son claros y básicos. Busca descubrir y exponer la
arquitectura, junto con ello definir la organización y planeamiento del sitio, y finalmente, en la me-
dida de lo posible, identificar fases constructivas, remodelaciones, superposiciones. Sus criterios son
fundamentalmente técnicos ligados a la arquitectura. Su propósito hacer un plano completo del sitio
para elaborar una maqueta. No tuvo mayores pretensiones teóricas ni explicativas, y no debió porque
ser de otra manera. Sus objetivos y métodos se adecuaban cabalmente con la finalidad del trabajo que
se le encomendó. Monumentalidad, complejidad, estado de conservación, ¡una maqueta! Eso es lo que
se esperaba del sitio y de él.
La empresa inmobiliaria que se hallaba urbanizando la zona siguió un procedimiento adminis-
trativo común para la época (aun en vigencia y cada vez más común): solicitar la demolición del sitio
previa evaluación del potencial. Al faltar las últimas páginas del documento no sabemos hasta el
momento bajo qué parámetros el Patronato Nacional de Arqueología autorizó su demolición, en qué
fecha, si hubo un trabajo posterior, ni cuáles fueron sus considerándos. Lo cierto es que la zona se
encuentra a la postre, completamente urbanizada.
337
Fotografía 2: Vista sur de la huaca El Olivar, a la derecha la ladrillera en operaciones.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 333-370
Isidro. Entonces, se trataría de dos sitios distintos con idéntico nombre. ¿Por qué se señaló con el
mismo nombre a dos sitios diferentes pero tan próximos? Al parecer ello se explica porque el monu-
mento ubicado en El Olivar de San Isidro adquirió su nombre de la toponimia local, ya que durante
la época colonial y republicana en aquella zona se hallaba una gran cruz de madera hincada por los
padres Dominicos al inicio de un camino antiguo que conducía a su monasterio (probablemente en el
cruce con la Av. Arequipa). A ese camino se le conocía como “de la Santa Cruz” que en la actualidad se
llama Av. Santa Cruz en homenaje al General Antonio de Santa Cruz, y se encuentra a sólo una cuadra
de distancia de la huaca en cuestión. La cruz de madera fue un antiguo referente y paraje conocido
que proporcionó la toponimia al área circundante. Mientras que la otra huaca, ubicada en la cuadra 3
de la Av. Belén, en nuestra opinión, adquirió el nombre por su vecindad a la residencial adjunta cons-
truida en 1966. Dicho conjunto habitacional tomó su nombre seguramente por hallarse en predios de
la hacienda Santa Cruz.
La antigüedad en el nombre del edificio ubicado en El Olivar de San Isidro nos queda bien en
claro, y el Informe de enero de 1951 así lo atestigua. Al parecer, su temprana destrucción hizo también
desaparecer consigo su nombre. Al preguntar a los vecinos antiguos de la zona, algunos sabían de la
existencia de una huaca en el lugar pero no recordaban como se llamaba.
Nuevamente, ¿de dónde le vino el nombre al monumento arqueológico de la Av. Belén? A nues-
tro entender existirían dos posibles explicaciones. La primera, como ya adelantamos, se debería a
su pronta vecindad con el conjunto habitacional del mismo nombre construido en el mes de mayo
del año 1966, durante el primer gobierno del presidente Belaunde. La huaca de El Olivar desapareció
mucho antes que la construcción de la residencial, por lo que no habría existido conflicto en la repe-
tición. Una segunda condicionante debió ser la confusión generada por el Inventario de Monumentos
Arqueológicos de Lima, elaborado por el INC en 1981. En este documento se asigna el nombre de
Huaca Santa Cruz al edificio ubicado en la Av. Belén de San Isidro, sin embargo, la descripción que
allí se consigna no corresponde a dicho monumento arqueológico, sino al ubicado en El Olivar de San
Isidro. Esta descripción transcribe párrafos enteros del Informe elaborado por Cossi Salas para el edi-
ficio de El Olivar. Lo que nos permite apreciar, que quiénes procesaron el referido Inventario en 1981,
tuvieron a la mano el informe de Cossi Salas pero equivocaron su localización. Este error generado por
el Inventario de Monumentos Arqueológicos de Lima terminó por imponerse en el tiempo.
Para no ahondar más en el tema –y sin ánimo de generar más confusión– optamos por cambiar
de nombre al sitio descrito en El Informe de Cossi Salas por el de “El Olivar” de San Isidro. A pesar que
contó con nombre propio y de larga data, su condición de “desaparecido” obliga a ceder su epónimo
al sitio arqueológico ubicado en la cuadra 3 de la Av. Belén.
confección de ladrillos y adobes. La Huaca El Olivar no fue ajena a dicho proceso, pues hacia el año
1951 la compañía adobera Santa Cruz venía carcomiendo el frente Este del montículo arqueológico. En
las fotografías aéreas del año 1944 se aprecia claramente los efectos de la destrucción causada por la
adobera y el trazado aun incompleto de la urbanización. (Fotografías 1 y 2).
A pesar de los estragos producidos por ladrilleras y urbanizadoras, la Huaca El Olivar se aprecia
como un montículo arqueológico de aproximadamente 80 m de longitud, por 30 m de ancho máximo,
con 8 m de alto. Se trata, entonces, de un montículo alargado, orientado en sentido de Sur a Norte.
Sin embargo, la forma de su planta no es completamente rectangular, pues su lado Oeste presenta
un trazado escalonado delineado por una acequia. En el lado opuesto es imposible tener una aproxi-
mación de la forma real, pues, como ya se mencionó, ese extremo presenta una fuerte agresión por
agentes antrópicos. Solo se puede ver un frente carcomido, tal como menciona Cossi Salas en sus
descripciones de 1951. El extremo Sur muestra un perfil simple y de fuerte talud, que culmina en una
cara plana, mientras que en el otro extremo (lado Norte) el talud es más suave o moderado. Este se
aprecia como una proyección de 25 por 10 metros, que se adelgaza progresivamente de Sur a Norte.
En la parte central se observa un núcleo sólido y homogéneo y en el se concentra la mayor parte del
trazado arquitectónico.
Para complementar esta primera visión del sitio presentaremos con mayor detalle las caracterís-
ticas de la organización interna del edificio. Para ello consideramos la misma terminología y numera-
ción empleada por Cossi Salas en sus descripciones, a fin de facilitar la contrastación con la transcrip-
ción del documento presente en el Anexo 1.
Figura 2: Vista oeste del monumento: al lado izquierdo se aprecia la plataforma Norte. 339
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 333-370
pacios rectangulares y alargados claramente definidos. La primera sección se ubica en el lado Este, y
está compuesta por una portada en el extremo Norte. Esta presenta un vano central de doble jamba,
un corredor y acceso laberíntico. (Fig. 3).
Detrás de la portada se emplaza un patio central con banquetas laterales y una rampa central que
comunica con una plataforma alta a la cual nominada como “altar” en el extremo Sur. La organización
del espacio compuesta por la portada, acceso restringido, patio central, rampa y plataforma o altar,
nos recuerda a la organización de las “pirámides con rampa” (PCR), diseño arquitectónico típico de
los periodos tardíos de la costa central. Detrás del altar se aprecia un vano central que se articula con
un corredor. Al final del corredor, en su extremo Oeste, una escalinata lo conecta con los recintos de
la segunda sección. La sección II se encuentra organizada en dos espacios diferentes. Hacia el extre-
mo Norte se aprecia una amplia plaza cuadrangular (recinto III), con accesos inscritos en sus vértices
nordeste y sudoeste. El extremo Sur de la sección II está conformado por los recintos I (patio Oeste),
II, IV y V. (Figs. 4a y 4b).
Plataforma Sur: En la terminología de Cossi Salas esta comprende la porción del edifico posterior al
cuerpo principal. Se aísla de aquella por medio de un corredor (en sentido Este-Oeste) que transita a
lo ancho el edificio articulando pequeños recintos alineados en su extremo Sur. Detrás de ellos, una
sucesión de terrazas escalonadas sustentadas en gruesos muros de contención hechos en tapial, defi-
nen el frontis Sur del Edificio. (Fig. 5).
Organización y circulación
Todo parece indicar que el acceso principal se encontraba ubicado en el extremo Norte del edificio.
Una saliente angosta (plataforma Norte) se proyecta ascendente hacia el cuerpo principal, a manera de
rampa de ingreso hacia el volumen central. Se hallaba compuesta por una suerte de escalinata (en el
substrato) cubierta por un talud apisonado. Estuvo flanqueada por gruesos muros que dirigían el flujo
hacia la compleja portada con vano de “doble jamba”. (Fig. 6).
El frontis o portada se construyó sobre un terraplén bajo, y en él, un vano trapezoidal de doble
jamba fue erigido sobre una pequeña plataforma de escalón con pestaña, adornando la entrada. En
este punto el acceso se torna complejo, pues en los extremos, a ambos lados de la portada con doble
jamba, de abrían entradas auxiliares parcialmente ocultas.
El ingreso ubicado a la izquierda del central, era conducido por un corredor angosto hacia un
acceso laberíntico del lado Este del edificio. Como ya mencionamos, este sector se hallaba completa-
mente destruido por ladrilleras locales. Del otro lado, a la derecha de la portada, se abría un vano es-
trecho, que, también con acceso laberíntico, dirigía el flujo hacia el lado Oeste del edificio. Obligando
al visitante a recorrer por un terraplén angosto, con parapeto, por todo el perímetro Oeste del in-
mueble. Finalmente, luego de transitar por este corredor y de ascender por una escalinata, uno se
comunicaba con los recintos hundidos de la plataforma Sur. Este recorrido describe una circulación
orientada a satisfacer una actividad particular dentro del funcionamiento del edificio. A juzgar por
el espesor y alto de los muros perimétricos del cuerpo principal, es muy probable que el acceso a la
plataforma Sur sólo se haya realizado por este ingreso. De allí la necesidad de crear un doble control
con acceso forzado en la portada.
El ingreso principal (de doble jamba) domina el módulo de la portada, su ubicación al centro de la
fachada, un escalón con pestaña en el umbral y el vano trapezoidal con doble jamba recibe al visitante
con portento. (Fig. 6).
Detrás del pórtico un corredor angosto conduce hacia un nuevo ingreso tortuoso. Finalmente, se
abre el patio central, consistente en un amplio espacio rectangular alargado con banquetas laterales.
Del otro lado, una rampa frontal (también dibujada como escalera en los croquis iniciales) domina el
340
espacio y lo comunica con una plataforma cuadrangular o altar. (Fig. 7).
Lyda Casas y Camilo Dolorier / Una pirámide con rampa en El Olivar de San Isidro
Figura 6: Reconstrucción hipotética del pórtico o portada realizada por Ccosi Salas.
342
Lyda Casas y Camilo Dolorier / Una pirámide con rampa en El Olivar de San Isidro
De vuelta en el patio central, apreciamos que se trata de una organización bastante atípica. Al uso
de banquetas laterales se adiciona la presencia de cuatro ingresos (Fig. 8). Junto al primero (ya descri-
to) un nuevo vano conduce el ingreso hacia un patio abierto (recinto III) de la sección II. Frente a él, en
el vértice nordeste del patio central, se abre un tercer acceso. Por último, en la esquina sudoeste otro
vano conduce hacia un corredor de la segunda sección del cuerpo principal. Nuevamente en el altar,
apreciamos un vano en el lado Sur, en el extremo opuesto del eje definido por la rampa. Y detrás de
el, un corredor angosto que culmina en una escalinata de tres peldaños en su extremo Oeste. Dichas
escalinatas comunican secretamente al altar con el recinto I (patio Oeste I). Este recinto rectangular
funge como área de distribución de la sección II. Mediante el se articula el altar con el corredor Oeste y
los recintos II, IV y V (habitaciones II, IV y V).
En el extremo Oeste del recinto I y en el extremo Norte del corredor se aprecian subdivisiones
que crean pequeñas cistas cuadrangulares sobre el nivel del suelo. Del mismo modo, la conformación
de los recintos II, IV y V también es restringida y en el caso del recinto V parcialmente ciega, comuni-
cándose sólo con el recinto IV mediante un hoyo en la pared.
Como podemos apreciar por el momento, las secciones I y II conforman una estructura orgánica,
que integra tres espacios funcionales distintos. Primero tenemos el patio central articulado con el altar
mediante una rampa, en donde se estarían desarrollando actividades principalmente públicas. En
segundo término, un conjunto de recintos (I, II, IV y V) que asemejan depósitos exclusivos y áreas de
vivienda. Finalmente, un patio amplio (III) que bien pudo servir como área de laboreo. Además, circu-
latoria y formalmente se aíslan de los depósitos ciegos de la plataforma Sur. (Fig. 8).
Figura 8: Reconstrucción del plano general del sitio con sus respectivos sectores.
Todo parece indicar que el principal elemento constructivo del edificio fue el tapial, sus dibujos
reseñan gruesos muros de forma semicónica, con el extremo superior erosionado en forma redon-
deada. Un caso particular que refuerza este planteamiento, lo constituye el apunte de un muro de
contención ubicado entre el patio central y el corredor Oeste, que muestra una sola cara trabajada y
enlucida, mientras que la otra es irregular y retiene un relleno constructivo suelto. Ello sólo es posible
en la confección de muros de tapial. (Fig. 9a): Además, algunos cortes señalan la existencia de muros
adosados en paralelo, y en el extremo sudoeste de la pirámide, se aprecian muros con pisos confor-
mando celdas, mismas que fueron rellenadas, y sobre ellas, nuevamente se erigieron muros, pisos y
rellenos. Con esta técnica se lograron elevaciones importantes. (Fig. 9b).
El plano del sitio muestra la presencia de una sucesión escalonada de muros adosados en los
frentes Oeste y Sur. Con ellos se lograba levantar el nivel de la construcción y obtener un mayor volu-
men para la plataforma. En la superficie los espacios se dividen mediante muros eje, que conforman
grandes cuadrángulos y rectángulos, mismos que fueron posteriormente subdivididos en recintos y
terrazas menores.
Dichas características constructivas corresponderían a este material (el tapial) y a la técnica que
le es inherente en toda la costa central. Ejemplos de ello se puede apreciar en otros sitios del valle bajo
como en Santa Cruz, Huantille, Mateo Salado, Tres Palos, etc.
Las descripciones acerca del contenido de los rellenos y escombros mencionan la presencia de
tierra, ripio, cascajo, cantos rodados, adobes, “adobitos”, troncos de pacae y Cañas (carrizo, carricillo
y soguillas) (Fig. 10a). Para el caso de los adobes cuyas medidas son: 34,5 x 24 x 11 cm., corresponde-
rían a los elementos típicos de las construcciones tardías de la costa central. Extraña su presencia al
interior de rellenos pues suelen hallarse en las remodelaciones últimas, tapiando vanos o subdivi-
diendo habitaciones, cuando no, construyendo edificios completos. Su uso se relaciona generalmente
con el Horizonte Tardío y se vincula con los edificios públicos representantes del poder político y
social imperante. Es probable que su ubicación estratigráfica haya sido principalmente en los escom-
bros o rellenos de la última remodelación. Lamentablemente el registro de Ccosi no discrimina su
344
ubicación estratigráfica.
Lyda Casas y Camilo Dolorier / Una pirámide con rampa en El Olivar de San Isidro
De otro lado la presencia de adobitos (en tres tamaños: rectangular, chato y grueso) relaciona este
material con una etapa particular del desarrollo de la costa central. La cultura Lima y el Intermedio
Temprano. Su presencia en los rellenos guardaría coherencia con su posición cronológica. Además,
cuenta a su favor la relativa proximidad a la que se encuentra con la Huaca Pucllana (tres cuadras).
También menciona que estos adobitos conformaban “[…] cercos, unidos con barro pero colocados
desordenadamente”. Llama la atención que utilice la palabra “desordenadamente” pues una de las
características de la técnica constructiva de los Lima es precisamente la disposición ordenada de sus
adobes en una técnica frecuentemente denominada en “librero”, donde los adobitos se apilan verti-
calmente como libros en un anaquel. Tal como se aprecia en la figura 10b.
Uno de los perfiles mostrados para el Patio Central (corte de huaqueros), evidencia un ordena-
miento de adobitos cubierto por un relleno suelto de tierra y cascajo, y aun encima, dos pisos bien
elaborados que lucieron la superficie del Patio Central. Este elemento de adobitos (según el dibujo) se 345
ubica junto a una de las “escalinatas” anteriormente mencionada. (Fig. 10b).
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 333-370
Sin embargo, también debemos considerar en forma complementaria que la presencia de adobi-
tos no es una exclusividad constructiva del periodo Intermedio Temprano, y que su elaboración se
prolongó en el tiempo, pero en menor cantidad, y bajo parámetros formales y utilitarios distintos. Ello
en relación al hallazgo de estos elementos –durante los trabajos de limpieza y restauración dirigidos
por la autora– al interior de los rellenos constructivos de la huaca Santa Cruz. Donde se encontraron
pequeños adobes de diferentes tamaños –de características similares a los adobitos Lima– confor-
mando alineamientos y reticulados asimétricos. Otra particularidad es que no se encontraban unidos
con argamasa. De otro lado, la cámara de la tumba 1 de Huallamarca –expuesta in situ en la cima del
monumento– también utiliza adobitos (distintos a los Lima) en una de sus paredes.
Finalmente, la mención de la existencia de troncos de pacae, cañas (carrizos y carricillos) y sogui-
llas posiblemente se halle vinculado a la presencia de recintos techados. Lamentablemente no precisa
en que ambientes se realizaron dichos hallazgos. (Fig. 11).
Fases constructivas
Los gráficos elaborados por Ccosi Salas registran con claridad por lo menos dos fases constructivas ca-
racterizadas por una técnica particular. La primera se encuentra representado en el descubrimiento
346
recurrente de una suerte de “escalinatas” con peldaños de 60 a 75 cm. en los pasos y de 20 a 25 cm. en los
Lyda Casas y Camilo Dolorier / Una pirámide con rampa en El Olivar de San Isidro
Figura 12b: Corte que muestra los escalonados en el patio central. 347
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 333-370
contrapasos. Estas fueron identificadas en tres sectores distintos: primero en la plataforma Norte, debajo
de un relleno y de los escombros que sustentan el relieve inclinado del ingreso (Fig. 12a); el segundo
punto fue en el substrato del patio central, debajo de dos pisos enlucidos que se vinculan con los muros
de tapia. Además, se encontró asociado con lo que parece ser un muro de adobitos (Figs. 10b y 12b); el
tercer, cuarto y quinto punto de hallazgo al parecer se encuentran articulados en segmentos de una
misma estructura y corresponden al corredor Oeste, recintos IV y V, y en el pasaje Oeste. (Fig. 12c).
Esta particular técnica constructiva es común a casi todo el substrato del edificio y parece indicar
que se organiza en torno a tres módulos constructivos preexistentes ubicados en el extremo Norte, en
el cuerpo central y en el lado Oeste (Fig. 12d). Se hallan compuestos por un paramento escalonado, como
si se tratase de amplias escalinatas que ascienden de Norte a Sur. De otro lado, como mencionamos an-
tes, en los dibujos se puede apreciar que el módulo del cuerpo central se encontraría cerca a un “relleno”
de adobitos (Fig. 10b). La proximidad a la huaca Pucllana podría explicar su presencia como un elemento
aislado. Sin embargo, tratándose de los módulos escalonados, todo parece indicar que se refieren a una
técnica constructiva –posiblemente también fue complementaria a los muros de contención– útil para
contener rellenos sueltos en espacios amplios. Podría ser una técnica propia de los periodos tardíos. Esta
también se puede apreciar en los recientes hallazgos de Piero Guarisco en la huaca Palomino, en Pueblo
Libre. Al igual que en El Olivar los escalonados de la Huaca Palomina son cubiertos por rellenos y gruesos
muros de tapial. (Guarisco, Com. Pers. 2012).
De esta forma los tres módulos constructivos anteriormente señalados corresponderían bien a
una primera etapa de la construcción, o solo a una técnica complementaria al uso de tapiales del edifi-
cio. Posteriormente se abría nivelado la superficie, permitiendo luego organizar el espacio superior.
La siguiente fase constructiva se encuentra arquitectónicamente definida por el uso masivo del
tapial y gruesos rellenos como elementos constructivos. En este momento se pueden apreciar también
constantes remodelaciones y ampliaciones. Al parecer, el área inicial de los módulos escalonados, fue
inserta entre gruesos muros de tapial y rellenos de tierra, cascajo y cantos rodados. Espacios cuadran-
gulares eran rellenados y sobre ellos se volvía a construir. Para aliviar la tensión que provocaban los
348 Figura 12c: Escalones del extremo oeste fuera de los recintos III y IV.
Lyda Casas y Camilo Dolorier / Una pirámide con rampa en El Olivar de San Isidro
rellenos sueltos muchas veces se levantaron muros contrafuertes paralelos y perpendiculares a los
muros base. Por ello, en los laterales es frecuente encontrar una sucesión de muros adosados, que
proporcionan una apariencia escalonada a la estructura final (ver la plataforma Sur). Estos desniveles
frecuentemente eran aprovechados como caminos o corredores perimétricos, que tras el añadido
de un parapeto, solucionaban problemas de circulación al interior del edificio y comunicaban áreas
opuestas y distantes. Este primer proceso generó una suerte de plataforma cuadrangular (de 30 x 30
m aprox.). Luego, su superficie fue dividida en sectores funcionalmente diferentes, y cada uno de ellos
subdividido a su vez en unidades arquitectónicas específicas. La circulación al interior del edificio
denota una organización y planificación.
Este segundo momento constructivo revela un edificio público con características formales rela-
cionables por nosotros con el patrón arquitectónico definido como Pirámide con Rampa. Este tipo ar-
quitectónico se encuentra ampliamente caracterizado y corresponde a la arquitectura pública propia
de los periodos tardíos de la costa central.
Todo parece indicar que el sitio rescatado de los apuntes e informe de Ccosi Salas que denomina-
mos “El Olivar”, correspondería a una Pirámide con Rampa, que por la presencia de un vano de doble
jamba se filiaría incuestionablemente con el Horizonte Tardío. Sin embargo, el uso masivo del tapial,
su carácter aislado, al igual que su orientación Norte, podrían indicar que el inicio de su construcción
posiblemente se pudo realizar en una época más temprana. Al respecto Eeckhout señala que en el
sitio de Pampa de las Flores en el valle de Lurín, “las antiguas pirámides siguieron siendo usadas y fue-
ron hasta ampliadas mediante añadidos tardíos, como los muros y recintos adicionales en adobones
de estilo Inka[…]” continua, “Este hecho sostiene la idea de que las autoridades locales secundarias
conservaron y tal vez extendieron su poder, bajo el control estricto de los inkas.”. (Eeckhout 2004c).
El pórtico de ingreso con vano de doble jamba, como elemento distintivo de poder, podría hallar sus-
tento en ese planteamiento.
El Olivar se muestra como un edificio complejo compuesto por sectores funcionalmente diferen-
ciados. Así, en un espacio de ubicación central tenemos al “atrio”, rampa y “patio central” que con-
formarían los indicadores básicos de una PCR. A ello le acompaña un área de circulación restringida
compuesta por los recintos I, II, IV, V, un corredor y pequeñas cistas, que en conjunto podrían haber
funcionado como área residencial para sus ocupantes. Por su parte el recinto III, por su amplitud y
comunicación directa con el patio central, pudo servir como patio de laboreo. Finalmente bordeando
el edifico por el corredor Oeste se tenía acceso a un área de depósitos en la plataforma Sur. En este
contexto el pórtico de ingreso con su vano de doble jamba se convierte en el centro de distribución
del flujo de circulación al interior de la pirámide. Debemos considerar que ya para 1951 – la mitad del
sitio había desaparecido – y que en la actualidad es imposible confirmar estas propuestas de áreas de
uso. Por lo pronto sólo nos queda el plano y formular explicaciones.
Luego Paredes desarrolla nuevamente la idea y concibe el crecimiento de la ciudad por medio
de tres grandes etapas consecutivas. Así, define cada etapa del crecimiento urbano (siguiendo un eje
Sur a Norte) mediante la sucesiva construcción de edificios al interior de las tres murallas, como una
suerte de anillos concéntricos. Según él, lo más tardío sería lo periférico, mientras que los edificios
más antiguos se habrían de ubicar próximos al templo de Pachacamac. El poder e importancia de cada
uno de los templos provinciales se podría medir también según su ubicación espacial. De este modo,
tenemos al interior de la primera muralla: al Templo Antiguo y al Templo de Pachacamac o “Templo
Pintado”. Mientras que entre la primera y segunda muralla se ubicarían (separados por las calles Este
Oeste y Norte Sur) a la mayoría de PCR, donde la ubicación denota antigüedad e importancia. Y final-
mente entre la segunda y tercera muralla se hallarían los edificios más recientes. (Paredes 1991b).
Además, con el tiempo el santuario de Pachacamac alteraría sus relaciones de poder. En un pri-
mer momento (durante el Intermedio Tardío) su relación con el valle del Rímac se hallaría definida
por la “portada de la costa” en la tercera muralla. En un segundo momento durante el Horizonte
Tardío (con la ocupación Inca del valle) el eje de relaciones políticas cambiaría hacia la sierra central.
Según Paredes ello se podría evidenciar en la construcción de la “portada de la sierra” en el sector de
Las Palmas y en el cambio de orientación de las PCR. (Paredes 1991a).
Esta explicación conserva el carácter inicialmente desarrollado para las PCR como lugares de
adoración y ofrenda dirigida al Ídolo de Pachacamac. Su definición presenta un esquema de creci-
miento progresivo y concéntrico para el santuario, con áreas funcionales claramente diferenciadas en
el espacio. Los templos más importantes se hallan ubicados al interior de la “Primera muralla” y se
encuentran separados de las PCR. De este modo las PCR constituyen un punto intermedio entre el
oferente y el ídolo.
Posteriormente Eeckhout, luego de varias temporadas de campo en Pachacamac y en el valle de Lurín,
postula para Pachacamac un esquema de crecimiento secuencial de las PCR, sustentado en un modelo de
crecimiento generacional o de sucesión dinástica de los curacas principales. (Eeckhout 2003; 2004b).
El nuevo planteamiento cuestiona al anterior en lo esencial, la función del edificio. No se trataría
más de templos sino de palacios. Según este, el tipo de estructura y la organización de sus espacios
corresponderían a funciones palaciegas. Ello dentro de una organización más compleja que involucra
la participación de varias funciones. Así las PCR se hallarían dotadas –además de los elementos antes
señalados– por un área residencial y un sector funerario para el curaca que la habitaba. Con este
evento fúnebre se habría de sellar el destino de la PCR en uso para dar paso a la construcción de una
nueva PCR con un nuevo ocupante. (Eeckhout 1995, 2003, 2004b).
En este nuevo modelo los sacerdotes son reemplazados por los curacas y una élite como ocupan-
tes de las PCR. Del mismo modo la función principal de las mismas cambia de templo ceremonial a
residencia palaciega. Esta nueva propuesta afecta también el tipo de crecimiento de la ciudad en su
integridad. Pues la sucesión dinástica implica que cada PCR se construyó una a continuación de otra
en forma secuencial, marcando su frecuencia la muerte del ocupante principal.
Este modelo de crecimiento generacional, secuencial y dinástico para las PCR implicó una organiza-
ción social de corte bastante más civil de lo que usualmente se planteaba.
En el 2004, nuevamente Franco retoma la idea de las “embajadas religiosas” como representa-
tivas de los curacazgos más prestigiosos y de mayor poder económico del señorío de Ichsmay. En
Pachacamac se habría establecido una suerte de “confederación religiosa”, donde se construyeron las
PCR bajo el consentimiento y amparo del poder religioso.
Sin embargo, Franco elabora una variante con respecto al planteamiento de las “embajadas pro-
vinciales”. Plantea que las PCR inician en Pachacamac y de allí se difunden o propagan (en menor
tamaño) hacia el interior del valle de Lurín y luego hacia el Norte al valle del Rímac y quizás hasta
351
Chancay. (Franco 2004).
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 333-370
Del mismo modo, analiza los componentes internos de la PCR N° 2, señala la función que cumplió
cada uno de los espacios arquitectónicos y destaca la preeminencia de los espacios ceremoniales y de-
pósitos. Así también, identifica un sector con viviendas para un pequeño grupo humano relacionado
con la élite. (Franco 2004).
En este trabajo recoge mucho de las ideas primigenias para explicar el desarrollo del santuario, sin
embargo añade un nuevo componente, el de Pachacamac como creador, difusor y propagador de un nue-
vo modelo de construcción de templos. De este modo, Pachacamac como núcleo de una confederación
religiosa, atrae a las élites, genera un modelo constructivo y luego lo difunde y propaga por otros valles.
El mismo año, Villacorta discute que las PCR no serían los palacios de residencia de una casta se-
ñorial organizada en un sistema de sucesión dinástica. Más bien, edificios públicos que desempeñan
funciones de índole religiosas y/o administrativas.
Según Villacorta las pirámides del Rímac exhiben características particulares, pues su configu-
ración se restringe a los componentes arquitectónicos básicos. Sólo se destaca el volumen princi-
pal, patio, rampa y depósitos, prescindiendo de los demás elementos arquitectónicos registrados en
Pachacamac. Esto pondría de manifiesto la voluntad de expresar formas simplificadas que sólo resal-
ten los atributos de poder, primarios o “canónicos”, suficiente para ser reconocidas como un edificio
de esta naturaleza. En este sentido se establece una suerte de organización jerárquica de las PCR, sien-
do las de Pachacamac más antiguas e importantes, coincidiendo en ello con Franco. (Villacorta 2004).
También destaca la importancia de la “audiencia”. El patio y la terraza unidos por una rampa serían
el espacio público por excelencia de estos edificios. Su “diseño favorece un escenario de ejercicio del
poder”. Ello sumado a la ausencia de espacios residenciales, le permiten proponer que las PCR en el
Rímac corresponderían a estructuras de uso eventual y cíclico.
Un segundo punto importante en el estudio de Villacorta es el papel que desempeñan los palacios
residenciales como complemento canónico de las PCR en funciones administrativas. (Villacorta 2004).
Finalmente, Díaz descubre en Armatambo una nueva PCR en la huaca San Pedro, (SP1-Ar), ela-
borada en adobe Inca. En ella evidencia “la continuidad constructiva de los patrones arquitectónicos
propios de la región Ychsma durante la ocupación Inca”. Por el tratamiento arquitectónico y poco
desgaste del patio concluye que “se encontraba restringido a actividades de carácter ceremonial,
mientras que en los recintos laterales se dieron actividades productivas y de descanso.” (Díaz 2004).
En el mismo artículo Díaz constata claramente la superposición de técnicas constructivas atri-
buibles a los periodos Ychsma e Inca en Armatambo. Observando la superposición de adobes rec-
tangulares de estilo Inca sobre tapial propio de los Ychsma, definiendo una relación entre técnica y
el periodo correspondiente. (Díaz 2004). Ello es particularmente importante en virtud que la PCR El
Olivar fue elaborada íntegramente en tapial, pero también presenta elementos arquitectónicos de
incuestionable factura Inca.
pegada (ceremonial); tipo B: rampa lateral (funeraria), y tipo C: rampa frontal (palaciega), para las
25 PCR de los cinco sitios del valle de Lurín. Además presenta fechados donde muestra la secuencia
constructiva al interior de las tres plataformas que conforman la PCR N° 3, con ello respaldaría su
hipótesis. Sin embargo, reconoce que aun no se podría generalizar y aplicar estrictamente este mode-
lo a todas las pirámides de Pachacamac, siendo necesaria la toma de muestras en otras PCR. De otro
lado, también utiliza como evidencia la superposición (PCR 12b y 13) y abandono de algunas PCR para
construir otras nuevas encima. Con ello evidenciaría claramente que unas son más antiguas que otras
y que no todas funcionaron simultáneamente. (Eeckhout 2004b).
Nosotros también realizamos observaciones similares en un análisis espacial de crecimiento y
evolución en Pachacamac. Consideramos que para el conjunto de PCR el diseño urbano nos presen-
taba dos realidades distintas, con dos grupos de PCR que se organizan en forma diferente sobre el
terreno. (Dolorier 1998a, 1998b).
En primer lugar observamos que el diseño del espacio urbano de Pachacamac se organiza en tor-
no a una red de calles que definen grandes cuadrantes no regulares, de por lo menos cinco manzanas.
(Dolorier 1998a: lamina 4).
Paralelas a la ya reconocida “Calle Norte-Sur”, recorren dos calles más en la misma dirección,
una a cada lado. El plano de Uhle permite observar el alineamiento incompleto de una calle (hacia
el lado Este) que pasa al lado de la PCR N°3 A. La misma que en su extremo Norte interceptaría a la
denominada Segunda Muralla. Desde nuestro análisis la “Segunda Muralla” constituiría también una
calle que recorre paralela a la ya conocida “Calle Este-Oeste”. Ello se puede apreciar en varios tramos.
Por ejemplo Ramos presenta un plano y corte de sus excavaciones en la Segunda Muralla del sector
Puente Lurín (Ramos 2011: figs. 59 y 65). En ellos se aprecia que frente al paramento Norte de la
Segunda Muralla, a aproximadamente 5 metros, corre paralelo un muro de piedra y adobe de similar
factura al de la “muralla”. Sobre él se construyó un muro moderno de concreto que delimita este sec-
tor. Se puede ver como las capas y pisos articulan ambos paramentos. En otro sector, un nuevo tramo
se puede apreciar en el espacio contenido entre la PCR N° 5 y la Segunda Muralla. Además de ello, un
alineamiento de piedra continúa, saliendo de la PCR N°5 tanto hacia el Este como Oeste y corre para-
lelo a la “muralla” a una distancia aproximada de 5 m. Esta es una continuación del muro inconcluso
visto en el sector Puente Lurín. Lamentablemente en el corte practicado en esta zona por la antigua
carretera Panamericana impide apreciar la continuidad de la calle.
Aunque no se pueda aceptar a priori esta propuesta y se prefiera utilizar la tradicional explica-
ción de las “murallas” concéntricas. Creemos que el planeamiento urbano del sitio articula consisten-
temente un grupo de PCR que guardan muchas semejanzas. Estas son las PCR N° 1, 2, 3, 5, 6, 7 y 12.
Todas tienen en común que forman parte de un diseño urbano planificado. Las pirámides se constru-
yen al lado de las calles, integrando su estructura y composición respetando el trazado. En este mismo
sentido, el vano principal de las PCR toma acceso desde las calles. Desde allí un corredor con ingresos
“tortuoso” conduce a la plaza principal de la pirámide. Otra característica es la complejidad organiza-
cional de las mismas. Aparte de los elementos principales se hallan bien provistas de depósitos, am-
plios patios, corredores, caminos epimurales, etc. todas se encuentran cercadas y definiendo bien sus
espacios. Por último, el volumen de las mismas es masivo. Todas estas PCR comparten características,
un orden y planificación dentro del espacio urbano. Por otro lado, esta visión tan ordenada contrasta
con la realidad de otro grupo de PCR que son mucho más pequeñas, simples y se distribuyen en forma
dispersa, aparentemente sin planificación por la periferia urbana. Estas son las PCR N° 8, 9, 10, 11, 13,
14 y 15 de nuestra numeración (Dolorier 1998a) y las PCR N° 9, 12a, 13, 14 y 15 en la numeración de
Eeckhout (Eeckhout 2004b).
Estas pequeñas PCR se orientan invariablemente hacia el Norte (al igual que las pocas PCR iden-
tificadas en el Rímac), son mucho más sencillas en su configuración. Se concentran sólo en los ele-
353
mentos principales (plataforma-rampa-patio). Al parecer la inclusión de patios amplios o depósitos se
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 333-370
anexan luego. Pero el elemento que consideramos más relevante es que no se articulan con las calles.
Tiene un ingreso y vano frontal, directo. Otro punto importante es que muchas presentan abandono o
superposición de nuevas estructuras que si se integran al sistema de calles. Un ejemplo de ello, fue ya
citado por Eeckhout, donde la PCR N°12 clausura a la N°13 que se orienta al Norte. En otro caso tam-
bién menciona que el Tauri Chumpi se construyó encima de una antigua PCR. (Eeckhout 2004b; 2012c)
Otro ejemplo serían las PCR N° 11 y 15, cuyos patios principales son anulados por nuevas estructuras.
Seguramente edificios como las PCR N° 8 y 9 a las cuales –por el contrario– se les anexó un conjunto
de patios, pudieron haber seguido funcionando. Esta posibilidad es observada también por Eeckhout
quien refiere que “En otros casos, las antiguas pirámides siguieron siendo usadas y fueron hasta am-
pliadas mediante añadidos tardíos, como los muros y recintos adicionales[…]” (Eeckhout 2012c).
Como ya mencionamos previamente, este segundo grupo de PCR guarda mayor número de se-
mejanzas con las PCR del Rímac (Huaquerones, La Palma, El Olivar, etc.) que son pequeñas, sencillas,
tienen ingreso frontal directo y se orientan invariablemente hacia el Norte. Es probable que estas –
de haber sido más antiguas – hayan sido reutilizadas posteriormente con el consiguiente añadido de
nuevos elementos.
En nuestra propuesta original las PCR orientadas al Norte serían las simples y más antiguas, pro-
ducto de un crecimiento espontáneo y de una necesidad local. Ello en contraste con el segundo mo-
mento de PCR donde las mismas responden a una lógica de organización centralizada y planificación
del espacio. Bajo estos nuevos términos de referencia el espacio urbano absorbe el funcionamiento
de las PCR y las más antiguas pueden ser abandonadas o incorporadas a su lógica bajo el añadido de
nuevos elementos arquitectónicos que sustenten el nuevo estatus.
Estas nuevas condiciones pudieron haberse aplicado a sitios distantes como El Olivar, cuyo vano
principal presenta una portentosa doble jamba en ingreso indirecto.
Agradecimientos
A los arqueólogos Jesús Ramos y Jonathan Palacios, a la Sra. Maritza Reyes, al Ing. Eduardo Young
Malatesta, y en especial al Sr. Luis Ccosi Salas.
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Lyda Casas y Camilo Dolorier / Una pirámide con rampa en El Olivar de San Isidro
Bibliografía
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Arqueología y Sociedad 24, 2012: 333-370
356
Lyda Casas y Camilo Dolorier / Una pirámide con rampa en El Olivar de San Isidro
Anexo 1
INC
0409
Informe de los trabajos de exploración arqueológica de la Huaca Santa Cruz
elaborado por Luis Ccosi Salas del 29 de enero al 14 de marzo de 1951
A quien concierna:
En tal virtud, las autoridades y vecinos notables prestaran al Sr. Ccosi las
facilidades que solicite para llevar su cometido.
357
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 333-370
rampa desciende hacia el Norte, con escalones que son cubiertos por una gruesa capa de relleno que
formaba el piso superficial.
En mi Inspección constante que habían extraído un cadáver del relleno superficial, cubierto con
telas burdas, estaba completamente destrozado.
(ver croquis Fig. xx) .Para aclarar mejor dicho cateo del año 1948, hecho quizás por los huaqueros,
destaque un obrero para ampliar y profundizar y saber la estructura inferior al piso actual del
patio central. Quedó a la vista, que el relleno de adobitos cubría hasta estos momentos 5 gradas
que descienden dirigidas hacia el Norte o con dirección a la portada. Su extremo Este, queda limi-
tado al muro Este del patio, su extremo Oeste esta por verse. Estas gradas estaban cubiertas por
el relleno y el piso enlucido de dicho patio. Seguiremos aclarando y se dará sus dimensiones en el
croquis general.
d) En el corredor Oeste al Patio Central, a la altura de las habitaciones II, III hago practicar un corte
en el piso, rompiendo un piso compacto, para aclarar unas entradas que se ven en la habitación II
a un nivel muy bajo, que fueran clausurados y sobre ellos el relleno luego los muros que limitan
dicho corredor. Luego aparece el relleno compacto de tierra, adobitos y cascajo hacia la altura
de la habitación II, luego queda visible un piso pero en nivel más alto que del II. Nos falta aclarar
dichas entradas que anoto en el croquis siguiente.
Quedamos en que mañana vendrá (el Ing. Vicente Segura), a poner los puntos de los ejes a fin de
comenzar a levantar el croquis del plano de la huaca de sus construcciones superficiales, para luego
hacer lo más antiguo que esta cubierto por lo superficial.
también destruido. En esta parte los adoberos de la CIA. Santa Cruz han hecho destrozos en las
plataformas que se entendieron por este frente de la huaca. Para mejor ilustración ver el croquis
siguiente, completamente el dado ayer en la Fig. xx.
c) Se sigue eliminando la gran cantidad de desmonte acumulado de los compartimientos vecinos al
patio Oeste. (III en mi croquis).
d) Aclarada la escalinata en el corte hecho en el corredor Oeste al patio central, hice romper el
piso a la altura de los pasajes que penetran bajo dicho piso. Tanto de las habitaciones II como
del corredor, dando el resultado, de haberse encontrado el piso correspondiente bien enlucido
cubierto por una capa de cascajo, luego el piso aludido. Se ve que el muro se prolonga para for-
mar quizás otras habitaciones cubiertos por la gran masa que forma el corredor Oeste del patio
central y que también oculta a las escalinatas que se descubrieron. Queda aclarado el muro
Oeste de este corredor que está adosado a los que forman el II y III. Mañana haré aclarar mejor
a fin de presentar para un estudio las estructuras superpuestas y continuación y el croquis de
dicho lugar.
Corte de Norte a Sur del cateo en el corredor Oeste al patio central destacando los 3 pisos enlucidos, a, b y c,
con sus respectivos rellenos y el muro que corre debajo del piso B, prolongación del muro N. de la habitación
II.
Corte de Este a Oeste del corredor Oeste, mostrando los pisos, la escalinata y los muros.
He continuado con marcar en el croquis elementos, alternando con el trabajo de ir dirigiendo las
excavaciones. Me ayuda en esta labor José Casafranca.
A las 11.30 a.m. me dirijo a la oficina de la Inspección de Monumentos, hable con el Sr. Inspector,
sobre la necesidad de tomar fotos de los puntos que se aclaran antes de todo trabajo y evaluar los
resultados como también llevar el curso de dichos trabajos mediante dibujos para tomar una demos-
tración precisa.
En todas las remociones del desmonte superficial no salen fragmentos, sólo basura, tal como gua-
no de res, cochinos, bagazo de caña, y sobre todo, se observa que esta capa forma los bloques de los
muros caídos y el polvo trillado. En las capas, que se han cortado para aclarar estructuras internas, o
rellenos hechos para aumentar o modificar la estructura de la huaca, se ve que lo construye el adobito
como relleno, suelto y en otras apilonado, esto esta dentro de la masa de la tierra de chacra limpia,
cascotes; también aparecen en casos, cascajos, en otras hay basura de techos como restos de soguillas
de totora carricillo, caña brava y los fragmentos característicos de factura simple, pasta soga con
restos de color blanco; corresponden a toda clase de recipientes, aparecen en toda el área de estudio
muy rasamente algunas en la factura fina tipo Cajamarquilla con su pintura naranja, negro, blanco.
Todos los fragmentos los tengo agrupados por sectores, para el final, clasificarlos por sus formas y
estudiarlas con mayor calma, cuando se haga el definitivo estudio de todo el conjunto. A continuación
pongo el dibujo de algunos fragmentos:
muy pocos y corresponden a piezas burdas simples y muy raro encontrar el tipo fino los colores
rojo, negro y blanco.
b) Como es gran cantidad el desmonte acumulado en este lugar no se puede eliminar sino sólo una
porción pequeña.
c) En este lugar de las terrazas Sur, por estar muy destruidos, es difícil aclarar los muros que lo
construirán, pero algo que se puede deducir por los fragmentos que han dejado los destructores
de este monumento trato de dar una idea.
d) En el ángulo sudoeste de la huaca, parte baja, resulta cortar los muros y piso de una habitación
que está cubierto por una capa gruesa de desmonte, sobre el cual se encontró la escalinata que
anoto ayer en la Pág. … Se ve este punto de destrucción causada por los adoberos dejando sólo
casi los cimientos de los muros Oeste (sudoeste). El muro III solo tiene una cara interna, estando
adosado al relleno que hay entre este y otro muro de contención. Hago descubrir hasta el piso,
solo los lados Sur y Oeste, para no derrumbar parte de las gradas que aún queda en la superfi-
cie. Uno ya queda anotado, en la página siguiente hago un croquis para dar una idea sobre el
anotado.
Corte de Norte-Sur la parte posterior de la huaca restaurado a base de los restos de muros que aun quedan.
En la Fig. xx. tengo un apunte con sus medidas de la escalinata descubierta, debajo del piso de corredor
Oeste al patio central ya citado ayer.
En la Fig. xx. Tengo un apunte de la escalinata que descubrí a las habitaciones IV y II al Oeste del patio
central. Se aprecia la puerta de que une la escalinata y las habitaciones.
En la Fig. xx. Corresponde al corte a y b del gran patio, en sus 8 gradas visibles hasta la fecha desciende bajo
el grueso relleno del corredor o terraza Oeste que existen en la plataforma escalonado del frente Norte de la
huaca, viéndose al fondo la portada que da acceso al patio, mediante un pasaje que corre hacia el esta para
dar a otro que corre al Este y entrar al gran patio central.
a) En este lugar no se puede definir los muros que lo limitaban por estar destrozados por los adobe-
ros de la Cia. Santa Cruz Se busca los cimientos que aparecen muy difusos. Espero que mañana se
pueda conocer la base y dirección que corrían de estos muros.
b) En este lugar queda definido el piso bajo que se corre debajo del grueso desmonte que lo forma.
Así mismo, se ve que el muro Oeste de esta plataforma está sobre el relleno de dicha plataforma.
En este lugar que forma el ángulo sudoeste se ve en el relleno que cubre una habitación con sus
muros incluidos de los cuales están parte de los muros Norte, Sur, estando solo los cimientos del
muro Oeste y completo el muro Este, etc. (ver croquis de la Fig. xx) A continuación el corte y pun-
to del cateo practicado en el ángulo sudoeste de la primera plataforma Sur.
Hay que levantar de la total destrucción del ala Este de la Huaca, aún de su frente Norte Sur,
quizás habían más desmonte para deducir la importancia de este monumento arqueológico. A
continuación algunos apuntes, cortes, para dar idea de esta la 5° escalinata.
c) En este lugar, quedan definidos los dos pisos que están superpuestos, uno inferior que corres-
ponde el mismo tiempo de la gran escalinata cubierto por el piso del patio central; el otro que
esta sobre el relleno de cascajo que cubre al anterior. que el Norte, que da al patio mediante una
zanja, cubre lo es aclarado el relleno, siendo muros sudeste y Oeste prolongación de la inferior. El
primer piso de esta plataforma o altar era bajo solo en dos gradas se unía al piso del patio 8.50 m.
hacia el Norte a la gran escalinata. La segunda plataforma a la actual se levanta, como queda dicha
(…) del patio no se sabe si tendría muro o solo era plataforma de 3 muros a frente abierto. Para
dejar claro, ambos piso luego limpiar un espacio de 1m. de ancho, lo suficiente para que se vean
claro ambas estructuras. En el ángulo noreste corto más 0.40 cm. la plataforma, para dejar visible
la forma como ampliaran con el patio el piso bien concluido. El piso superficial está bastante tri-
llado. Para ilustrar mejor estas líneas a continuación hago los apuntes, y cortes necesarios a base
de lo aclarado hoy día 6 de marzo de 1951.
d) En este lugar se sigue eliminando la gran cantidad de desmonte acumulado de la limpieza de las
construcciones cercanas.
e) En la aclaración de los muros de los que forman el estado Oeste de la Huaca estamos a la altura de
la parte central, viniendo del ángulo sudoeste. Están cortados en trechos hacia el Sur con el nivel
del piso, por el desmonte que lo cubre hay necesidad de despejarlo para darse cuenta como eran
las terrazas por este frente Oeste, cuales eran los que deben la altura, cuales de solo atención. Los
diversos (trabajos) de la Cía. Santa Cruz han hecho muchos destrozos por lo que se hace un poco
trabajoso aclarar y deducir su forma, altura y número de terrazas que existían.
Hoy al hacer limpiar el desmonte que cubre el estado Oeste de la habitación marcada en mi cro-
quis como el IV, el obrero Pedro Rojas, dio en los primeros gradas de una escalinata de cinco pasos que
corre de Sur a Norte (la parte más alta se dirige al Sur) ha sido cortado por este frente por lo que no se
puede saber cuantos muros más tenía. Esta es la 6° escalinata que se descubre hasta la fecha, todos en
la parte alta de la huaca. Al principio, solo era muros caídos parte de ellos que afloraban, dentro del
desmonte. Ahora ya tenemos patios, habitaciones, corredores, escalinatas y pasajes.
b) Ampliación del corte en el corredor Oeste al patio central para aclarar el piso los muros en este
lugar y relaciona antes del patio central.
c) Limpieza del ángulo sudoeste.
d) Limpieza de costado Oeste parte central bajo.
e) Eliminación del desmonte del compartimiento.
Corresponden:
1.- La portada; 2.- la escalera anterior; 3.- el pasaje Oeste a la portada; 4.- del corte en el corredor
Oeste del patio; 5.- La escalera que baja a las habitaciones; 6.- Vista del Norte a la Portada; 7.- La
escalinata del extremo Oeste o sea al costado de la habitación IV; 8.- El altar.
Apunte del corte en el ángulo sudoeste de la huaca, apreciándose los muros que se cortan para formar el
lecho del canal superior y las estructuras internas.
Corte del ángulo noroeste de la plataforma de la portada alta.
Se aprecian los 3 muros que lo forman, así mismo los 4 pisos superpuestos hasta hoy aclarados.
Corte de N a S del corredor Oeste, mostrando su estructura interna; se aprecia los 4 pisos súper puestos, las
escalinatas 4° y 7° y los muros cortados que son prolongación de los correspondientes a los cuartos Oeste o
serán II y IV.
370
Arqueología y Sociedad
Nº 24, 2012: 371-392
ISSN: 0254-8062
DESCUBRIMIENTOS ARQUEOLÓGICOS EN
HUACA HUANTILLE, VALLE BAJO DEL RÍMAC,
DURANTE EL PERIODO INTERMEDIO TARDÍo
Marco Guillén hugo
Director del Proyecto Arqueológico Huaca Huantille
marcohugoOOOO6@yahoo.es
Resumen
El monumento Huaca Huantille, se caracteriza por su construcción en base a muros de tapia, que fueron
utilizados a manera de grandes terrazas para su fachada, lo cual le dio una morfología de una gran pirámi-
de trunca que alcanzó una altura de 16 m, así como la utilización de muros gruesos a doble cara para sus
recintos interiores, ubicados en la parte alta de edificio.; la mayoría pintados de color blanco. Los recintos
son de planta ortogonal, y con una seña muy característica que es el elemento arquitectónico de banqueta
o sobre piso en L en los espacios de uso ceremonial. Las habitaciones se rellenaban para luego construir
sobre estos, con el objetivo de ganar volumen, hasta obtener la dimensión final.
Palabras clave: Periodo Intermedio Tardío, Ychsma, Lima, Rímac, Magdalena, Huantille.
Abstract
The monument is known for its construction on the basis of mud walls, which were used as a large terrace
for its facade, which gave a morphology of a truncated pyramid that reached a height of 16 m, and the use
of double-sided thick walls for their indoor enclosures, located at the top of the building., most painted
white. The plant enclosures are orthogonal, and a very characteristic sign is the architectural element of
bench or floor spaces L ceremonial use. The rooms were filled and then build on these, in order to gain
volume, until the final dimension.
Keywords: Late Intermediate Period, Ychsma, Lima, Rimac, Magdalena, Huantille.
Introducción
En mayo del 2007 se iniciaron las investigaciones en Huaca Huantille, bajo del nombre de “Proyecto de
Investigación, Conservación y Puesta en Valor del Sitio Arqueológico Huaca Huantille”, dirigido por el
suscrito, gracias a la firma de un convenio de Cooperación Interinstitucional entre la Municipalidad
de Magdalena del Mar y el entonces Instituto Nacional de Cultura, a fin de poner en valor el monu-
371
mento, luego de estar ocupado hasta el año 2006, por más de 50 familias precarias.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 371-392
El sitio arqueológico Huaca Huantille está ubicado en el límite noroeste del distrito de Magdalena
del Mar, provincia y departamento de Lima, muy cerca al vértice formado por los distritos de Pueblo
Libre y San Miguel. Actualmente limita por el Norte con el Jr. Huamanga (antes Marbella), por el Sur
con una propiedad privada y la prolongación Echenique, por el Este con la calle Castilla y por el Oeste
con una propiedad privada (Fig. 1).
Huaca Huantille se encuentra delimitado oficialmente mediante el plano PP-0080-INC-DREPH/
DA-2004-UG, donde se registra que el sitio arqueológico tiene un área de 11.133,73 m2 y un perímetro
de 426,06 m (Fig. 2).
A raíz de los antecedentes históricos y las investigaciones realizadas en el año 2007-2011, se pro-
pone que Huaca Huantille, fue el edificio más importante del centro administrativo ceremonial del
curacazgo Lima, perteneciente al señorío Ychsma.
Al respecto, Huaca Huantille se caracteriza, en cuanto a su arquitectura, por la utilización funcio-
nal de plazas y patios con sobrepisos en forma de L, tratamiento especial de la arquitectura (frisos con
diseños geométricos y zoomorfos; muros pintados de blanco y en menor proporción rojo y amarillo),
volumetría importante, como la pirámide de hasta 16 m de alto y con una extensión hasta 3 hectá-
reas, además presenta una escalinata central como acceso principal, diferente del tradicional patrón
de pirámide con rampa (PCR); también, los materiales asociados hallados en los hoyos de ofrenda y
evidencias de banquetes y quemas al dejar las distintas fases de ocupación.
En ese sentido, se tiene evidencia que indica que los eventos de demolición y construcción en
Huaca Huantille, estaban precedidos por
ceremonias en las cuales se ofrendaban
vegetales, tales como hojas de pacae,
frutos y cáscaras de maní, cañas y tuzas
de maíz entre los más significativos, así
como productos marinos en menor pro-
porción: cangrejos, moluscos bivalvos y
pocos restos ictiológicos.
La cerámica y textiles hallados nos
muestran que Huantille tenía algún
tipo de acceso a material importado,
mediante redes de intercambio, de ahí
la presencia significativa de alfarería
de estilo Chancay, entre los rellenos
constructivos, así como algunos dise-
ños foráneos representados en los tex-
tiles.
Todo lo sostenido coloca a Huantille
en el escenario de poder discutir los
problemas que se han venido plantean-
do para lo Ychsma, desde un sitio local
mas allá de Pachacamac, con claro inte-
rés por ampliar el conocimiento en las
formas arquitectónicas, el material los
estilos locales foráneos en la cerámicos
y los textiles y una secuencia ocupacio-
nal, que por la estratigrafía que se mos-
trará en este articulo, se presenta como
372 Figura 1: Ubicación de Huaca Huantille.
dinámica.
Marco Guillén / Descubrimientos arqueológicos del Intermedio Tardío en Huaca Huantille
Antecedentes de la investigación
De acuerdo a las fuentes etnohistóricas se señala que en el valle del Rímac a la llegada de los Incas se
desarrollaba el denominado señorío Ychsma, que constituía de sies curacazgos en el valle del Rímac,
además de uno en el valle de Lurín. Estos curacazgos en el valle del Rímac eran: Ate cuya capital era
Puruchuco; Surco con su capital Armatambo; Guatca cuya capital era Limatambo; Lima con su capital
Magdalena; Maranga con su capital Maranga; y La Legua con su capital Paredones (Eeckhout 2004;
Rostworowski 1978). En ese sentido, el asentamiento prehispánico de Huantille habría formado parte
del señorío Ychsma y, a su vez, era parte de uno de los asentamientos principales del curacazgo de
Lima, que se extendía por el suroeste hasta el mar y los actuales distritos de Lurigancho, Rímac, San
Martín de Porres, Lima, Breña, Pueblo Libre, Magdalena del Mar y San Miguel, con la sede de su go-
bierno ubicado en las inmediaciones de la Huaca Huantille (Agurto 1984).
Asimismo, a través del Cuaderno de Investigaciones del Archivo Tello podemos conocer la situación
de este asentamiento prehispánico, denominado Grupo Arqueológico Huantille durante los años de
1936-1944.
En ese entonces, la importancia del Grupo Arqueológico Huantille era comparada por Tello con El
Complejo Arqueológico Mateo Salado “[...] debido a la magnitud de los monumentos allí existentes, el área
que ocupan y a la muralla cuadrilateral que limita el espacio. Esta Waka y la vieja Waka Wa[n]tille, situada en
San Miguel, se disputan la preeminencia de la ubicación del Templo y oráculo del Rímac” (Tello 1999: 102).
Huaca Huantille era la más importante edificación de un grupo de cinco monumentos que con-
formaban el grupo Huantille. Los otros cuatro edificios eran de dimensiones menores y se ubicaban
373
alrededor del edificio principal, patrón similar al de Mateo Salado.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 371-392
Figura 3: Fotografía aérea de la Zona Arqueológica Huaca Huantille. 1946. Fuente: Servicio Aéreo Nacional.
Lamentablemente –como lo señala Tello (1999)- las disposiciones legales, de aquel entonces
(1936), había activado de forma alarmante el derrumbe de los monumentos arqueológicos en el valle
del Rímac, “[…] mediante el procedimiento de las inundaciones en masa. Se ha multiplicado, durante los dos
últimos años, el numero de fábricas de adobes y ladrillos, desapareciendo monumentos de manera parcial o total,
como los de Maka [tampu], en el Fundo Conde de las Torres, los de Limatambo, los de la Waka San Isidro, los de
San Miguel o Wantille, y el de Santa Beatriz” (Tello 1999: 100).
A mediados del siglo pasado, entre 1941-1944, Huaca Huantille fue explotada con fines industria-
les por Víctor Lisandro Proaño y por Tomas Percívale, quienes mediante cortes ilegales al monumen-
to e inundaciones ex profesas, destruían paulatinamente sus estructuras, así como el cementerio con
gran cantidad de fardos funerarios ubicado en sus contornos (Fig. 4).
Huaca Huantille, en 1968 fue recortada en el lado sur por la Junta Nacional de Vivienda para construir
un mercado, esto llevó a una lenta y progresiva depredación tanto por parte de las autoridades como de
los mismos pobladores, a punto tal que en 1972 el propio alcalde de Magdalena del Mar, Alberto Yabar,
planteó su demolición con el propósito
de construir un centro cívico (Ravines
1984).
En 1987, el entonces alcalde de
Magdalena del Mar, Ricardo Flores, pone
un cerco perimétrico a zona arqueológi-
ca, pero no considera reubicar a los in-
vasores asentados desde la década de los
60.
En ese sentido, el principal proble-
ma para la preservación del sitio ar-
374 queológico Huaca Huantille, así como Figura 4: Ladrillera Orbea en Huaca Huantille. Tello 1941.
Marco Guillén / Descubrimientos arqueológicos del Intermedio Tardío en Huaca Huantille
de otros sitios arqueológicos de Lima Metropolitana fue la ampliación urbana masiva, y el riesgo que
representaba en el recorte ilegal de sitios arqueológicos o destrucción de ellos. Con el crecimiento de
Lima hacia zonas antiguamente agrícolas a partir de los 40, comenzó a agudizarse la problemática del
estado de conservación de los monumentos, volviéndose susceptibles a la actividad antrópica que se
plasmó en Huaca Huantille en acciones vandálicas, grafitis, acumulación de basura, desmonte, pro-
liferación de delincuencia, pernoctación de gente de malvivir, erosión y deterioro de las superficies
arqueológicas (Fig. 5).
• Depósitos: Cuerpo tridimensional de materiales separado por superficies horizontales, que posee
características internas homogéneas en función a rasgos macroscópicos nítidos que permiten
diferenciarlos de otro. Pueden ser de naturaleza antrópica como geológica.
• Cortes: Intrusiones dentro de los depósitos caracterizados por tener menor extensión horizontal
que vertical. Dentro de esta categoría están los hoyos de poste, hoyos de huaqueo u otras distur-
baciones en los depósitos.
• Estructuras: Cada uno de los elementos arquitectónicos que forman parte de los recintos.
El registro de los depósitos se procesó teniendo en cuenta su naturaleza, dimensiones, caracterís-
ticas de su superficie, grado de compactación, textura, color, composición y tamaño de las partículas,
inclusiones (material cultural) y sus relaciones físicas con otras unidades estratigráficas.
Para el registro de los cortes se tomó en cuenta la forma de la planta, dimensiones, característi-
cas de las esquinas, de las roturas y de los lados, orientación y relaciones físicas con otras unidades
estratigráficas.
En el registro de las estructuras se priorizó el tipo de estructuras: sea muro, piso, rampa, banqueta,
entre otras; dimensiones: tipo, tamaño y composición de los materiales de fábrica, forma, técnica cons-
tructiva, acabado, orientación y relaciones físicas con otras unidades estratigráficas.
La descripción de las unidades estratigráficas se ha realizado en base a los diarios de campo y al
manejo de fichas correspondientes (ficha de registro de depósitos, ficha de registro de corte, ficha de
registro de estructuras, ficha de hallazgos especiales y ficha de recinto), además del registro gráfico
y fotográfico.
El registro gráfico buscó ubicar las evidencias de manera tridimensional tanto horizontal (lar-
go y ancho) como verticalmente (altura), con relación a los lados de la cuadrícula, registrándolo en
un dibujo de planta por lo general en escala 1:20. Asimismo, se llevaron a cabo dibujos de perfiles
y cortes en escala 1:20. Además del registro gráfico se llevó de manera paralela el registro fotográ-
fico de las diferentes unidades estratigráficas y de los elementos de importancia mediante cámara
digital.
377
Figura 7. Plano general de Huaca Huantille y sus espacios.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 371-392
Figura 11. Vista de la plaza en proceso de excavación. Nótese al fondo el sobrepiso del lado sur. La Huaca Huantille
fue reutilizada en la época republicana como espacio para corrales de animales, por ello los surcos en el piso.
Siguiendo con la descripción de los recintos con sobrepiso en L, debemos decir que el Recinto II,
se encuentra ubicado en la sección Este del edificio y cuenta con una extensión actual de 15 m en su
lado norte y 12 m en su lado oeste, pudiendo haberse extendido en su lado norte por 6 metros más,
hasta llegar a los muros que limitan el frontis Este del monumento y en su lado oeste en una extensión
indeterminada (Fig. 12).
El ancho de los sobre pisos en este recinto, varía de acuerdo a su ubicación, es así que en la sección
del lado oeste mide 2,62 m y la sección del lado norte mide 1,52 m de ancho, con una altura en ambos 379
casos de 0,45 m.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 371-392
Figura 12. Vista del Recinto II y la disposición de su sobre piso en forma de L. Los hoyos que se observan son de
carácter moderno, para el enterramiento de perros en la época que el monumento estaba invadido.
El tercer recinto con sobre piso en forma de L, está consignado por el Recinto R1A,denominado
así toda vez que se encuentra exactamente debajo del Recinto I; se encuentra ubicado al norte del
recinto RII y al Este del Patio Central; estuvo conectado al RII,a través de un acceso ubicado hacia el
Este.
Este recinto fue cubierto en el Periodo C, para la construcción del recinto RI.
El RIA, tiene una extensión de 23,94 m de largo en su lado sur y 5,17 m en su lado este; las seccio-
nes de sobrepiso que flanquean ambos lados, tienen un acho de 1,75 m y 2,35 m respectivamente y una
altura de 0,14m. En la parte alta del muro norte existe la evidencia de lo que pudo ser una hornacina
cerca al acceso y otra al extremo oeste (Fig. 13).
El RIA, cuenta con un acceso al lado Este, con un ancho de 2m, que lo comunicaba con un recinto
actualmente destruido en un 70 %, por el cual se comunicaba con el RII y con los recintos ubicados al
noroeste del edificio: RXIII, RXIV y RXVI (ver Fig.14)
Figura 13. Nótese el sobre piso en forma de L y la disposición de hoyos de poste próximos al acceso ubicado al este.
Figura 14. Vista del recinto RXIII, es uno de los tres recintos ubicados al noreste del edificio que cuentan
con similares características en cuanto a tamaño y elementos arquitectónicos, como es el caso de la ban-
queta al fondo del recinto. Estos recintos se disponen a manera de habitaciones contiguas y cuyo acceso
debió haber estado hacia el este, actualmente destruido. Los pisos antes de su enterramiento fueron cu- 381
biertos por abundante grama salada y otros vegetales.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 371-392
Figura 15. Recinto IV. Nótese que el acceso del recinto en su última fase de ocupación se realizaba a
través de una pequeña escalera ubicada en su esquina Sur Oeste y que lo comunicaba con el Recinto
XI y R IX. Nótese además el acceso sellado en su esquina Nor Este, que lo comunicaba previamente
con RVI, R VII y RIII. La fotografía está tomada desde Oeste al Este.
Figura 16. Recinto VII. Se trata de un pasadizo que conectaba los recintos IV y VI con el Recinto III (nótese
382 el sello). Posteriormente se abre un acceso al lado Sur, en el segundo sub periodo A, como puede verse a la
izquierda de la fotografía, que lo conectaba con el recinto X (Recinto de los frisos).
Marco Guillén / Descubrimientos arqueológicos del Intermedio Tardío en Huaca Huantille
Figura 17. Recinto III; perteneciente al primer sub periodo del Periodo A. Nótese que se cubre el recinto con tapia-
les rotos y se llega a un nivel intermedio, que denominado segundo sub periodo del Periodo A, con recintos aun no
definidos, pero que aún siguen asociados el muro con frisos. Posteriormente, se cubren estos recintos y se emplazan
los recintos con banquetas en L, en el Periodo B.
la altura actual es de 2,60 m, se le asocia con el muro que conforma el límite sur del recinto III con
el cual no llega a adosarse pero forma un acceso en la esquina SE del recinto. Este muro es bastante
largo, llegando a los 20 m, abarcando incluso la totalidad del recinto VIII. Lo más destacable del muro
es la presencia de frisos en el paramento este; el diseño decorativo tiene una combinación de aves y
un elemento escalonado hacia el Norte; el ave del diseño es un animal de pico alargado y curvo hacia
abajo, cabeza redonda ojos redondos, cuello largo y ondulante y cuerpo redondeado rematado por
una cola trapezoidal, este diseño se enmarca dentro de paneles cuadrados y se repite sucesivamente
de manera horizontal; mientras que el diseño escalonado dentro de paneles va intercalándose con las
aves de forma vertical: El friso ha sido elaborado en alto relieve, utilizando el barro como material
de construcción, posteriormente se le aplicó una capa de pintura blanca sobre el diseño, mientras
que el fondo aparece sin pintura, pero es posible que haya desaparecido. Al momento de clausurar
este espacio se cubrió los motivos con una capa muy delgada de barro diluido formando una película
protectora del friso (Fig. 19).
Figura 20. Vista del relleno constructivo en base a Figura 21. Vista en detalle del relleno constructivo en
tapiales rotos que cubrían al Recinto 1 A. base a tapiales rotos, dispuestos a manera de hileras,
que cubrían al Recinto 1 A. Una variante del típico
“emparrillado”.
Los hoyos de ofrenda del Recinto I A
Cortando el piso y los sobrepisos del Recinto I A se hallaron numerosos hoyos pequeños, de plata
circular, de muy poca profundidad, que contenían ofrendas consistentes en restos vegetales, verte-
bras de pescado, cangrejos y en un caso un cuy (Fig. 22). A continuación, describimos los cortes más
representativos de este tipo. Debemos señalar como mención aparte cuatro grandes hoyos al Este del
Recinto que al parecer pudieron servir como base para tinajas. (Fig. 23).
UE 247 (Corte)
Este hoyo se localiza al Oeste de una línea de hoyos, que estuvieron conformados a su vez por la UE
248 y UE 249. La forma del corte es ovalada y presenta esquinas ligeramente redondeadas. Sus di-
385
Figura 22. Vista de los Hoyos UE 250 a 254 en el piso UE 263.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 371-392
mensiones son: 0,40 m de largo, 0,37 m de ancho y 0,31 m de profundidad. En su interior se hallaron,
algunos restos de vértebras depescado, cangrejo, corontas de maíz y pequeños restos de carbón.
UE 248 (Corte)
Este hoyo se localiza al centro de la línea de los hoyos precitada. Sus dimensiones son: 0,38 m de largo,
0,38 m de ancho y 0,27 m de profundidad. El corte se orienta en dirección NE-SW. En su interior se
hallaron restos de cangrejo.
UE 249 (Corte)
Al interior de este hoyo se encontraron restos de cangrejo y vértebras de pescado, carrizo y corontas
de maíz.
UE 250 (Corte)
Se ubica en el piso más bajo del recinto IA, al Este de una línea de hoyos que bordean el sobre piso del
lado sur y que estuvo conformada además por las UE 251, UE 252, UE 253, UE 254. Sus dimensiones
son: 0,39 m de largo, 0,34 m de ancho y 0,33 m de profundidad. En su interior se registraron, restos
de caña, corontas de maíz, plumas pequeñas, restos de un roedor pequeño, cáscara de maní y algunos
fragmentos de cangrejo.
UE 251 (Corte)
Sus dimensiones son: 0,30 m de largo, 0,30 m de ancho y 0,15 m de profundidad. En su interior se re-
gistraron, restos de caña (carrizo) distribuidas al azar, cáscara de maní, restos de vértebra de pescado
y algunos fragmentos de cangrejo.
UE 252 (Corte)
La forma del corte es semicircular y presenta esquinas redondeadas. Sus dimensiones son: 0,31 m de
largo, 0,35 m de ancho y 0,15 m de profundidad. En su interior, se hallaron restos de caña (carrizo)
distribuidas al azar y corontas de maíz.
UE 253 (Corte)
Sus dimensiones son: 0,33 m de largo, 0,32 m de ancho y 0,18 m de profundidad. En su interior, se
hallaron restos de caña, corontas de maíz y fragmentos de cangrejo. El hoyo corta a la UE 263, que es
el piso más bajo del recinto IA.
UE 254 (Corte)
Sus dimensiones son: 0,34 m de largo, 0,27 m de ancho y 0,04 m de profundidad. Presentó en su inte-
rior algunos pocos restos de caña, y algunos fragmentos de choros. El hoyo corta a la UE 263, que es el
piso más bajo del recinto IA. El relleno que contuvo se conformó de los materiales de la UE 224.
UE 255 (Corte)
Se trata de una gran rotura de forma circular ubicada en el piso elevado del recinto IA, la UE 266 (Fig.
23). Posiblemente es un corte provocado por la presencia de una gran vasija de almacenamiento. Esta
386 rotura se ubica al Este de otras dos roturas similares que abarcan casi toda el área de la UE 266 al borde
del límite occidental del recinto. La forma del corte es circular y presenta esquinas redondeadas. Sus
Marco Guillén / Descubrimientos arqueológicos del Intermedio Tardío en Huaca Huantille
dimensiones son 1,16 m de largo, 1,20 m de ancho y 0,46 m de profundidad. La forma de la rotura es
aguda en la parte superior, es decir casi recta; y sus lados descienden en forma vertical paralela. Su
base está definida por dos estructuras (un muro y un piso) que corresponden a una fase precedente a
la conformación del recinto IA. Presentó en su interior algunos fragmentos de cerámica, fragmentos
de cangrejo y algunos restos de ceniza concentrada principalmente a los lados. El hoyo corta la UE
266, que es el piso elevado del recinto IA.
Área de entierros
Se ha identificado dos momentos en los entierros hallados en el área mortuoria de la Huaca Huantille,
la cual se ubica en su esquina Sur Oeste.(Fig. 27)
Un primer momento de época Ychsma con los individuos dispuestos en posición fetal, circuns-
critos en cañas, comparable con lo identificado para Armatambo por la Lic. Luisa Díaz; así como cir-
cunscritos en cistas de adobe o cantos rodados, a manera de pequeños cuartos o celdas rectangulares
de 1,5 x 1,5 m; algunos están acompañados con objetos de metal (pinzas) encontradas en el tórax y
otros acompañados de vasijas, hacia los lados del individuo. La mayoría de los individuos estaban
asentados sobre grandes mates. Un detalle peculiar es la identificación de un infante de menos de 02
años de edad con deformación braquiocefálica.
El segundo momento de enterramientos, vino al parecer al momento de la reducción española,
por la cual los individuos se extienden de manera horizontal, con tela llana y sin mayores asociacio-
nes. Este segundo momento, se halla exactamente encima de los primeros entierros.
El patrón funerario y sus especificaciones aun están en proceso de investigación, y serán motivo
para una siguiente publicación; sin embargo queríamos mostrar este pequeño adelanto de la informa-
ción para discusión de los investigadores.
Conclusiones
Huaca Huantille se constituyó en un centro importante de la sociedad Ychsma, más precisamente del
curacazgo de Lima, con una extensión similar al de Mateo Salado; quedando solo, de su edificio más
importante, el 30% de su extensión original( 3 ha.) y de sus otros cuatro monumentos que lo circun-
daban, no queda nada en la actualidad, por la ampliación urbana.
Las excavaciones han permitido definir, en cuanto a la arquitectura del monumento, estar frente
a un pirámide con una gran escalinata de acceso principal, la cual diversifica las formas arquitectóni- 387
cas del intermedio Tardío en el valle del Rímac, más allá de la pirámide con rampa típica; además en la
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 371-392
Figura 26. Detalle de fragmentos del friso utilizados Figura 27. Individuos en posición fetal.
para el enteramiento del Recinto V.
388 cima hay presencia de recintos caracterizados por ser de planta rectangular, con muros de tapial bien
acabados y pintados de blanco en su gran mayoría, así como pisos de buena factura.
Marco Guillén / Descubrimientos arqueológicos del Intermedio Tardío en Huaca Huantille
Se ha determinado tres periodos de ocupación de manera clara tras las excavaciones, no descartán-
dose encontrar, en el futuro con las excavaciones, hasta un periodo inferior, aun no determinado.
El periodo B y C, se halla claramente definido por los espacios con sobre pisos en L, mientras que
en el Periodo A, no se halla ninguno en el registro. Asimismo, no hay gran cambio en la orientación de
la arquitectura que está definida entre 20° y 21°E con respecto al norte
Los recintos con pisos a desnivel en forma de L, tendrían carácter ceremonial, así como se ha podido
definir habitaciones como es el caso del Recinto XII, R XIV y R XVI. Los accesos se realizaban a través
de vanos a nivel del piso, escalinatas, escaleras y pasadizos.
El material arqueológico preponderante es fragmentería de cerámica Ychsma caracterizada por
cántaros grandes y medianos, tinajas y vasijas utilitarias, ollas por lo general; así como pequeñas ja-
rras para el vertido de líquido. También se identificaron fragmentos de figurinas, tanto antropomor-
fas como zoomorfas. Asimismo se observan varios fragmentos de cerámica Chancay, por lo general
identificados con cantaros medianos, muchos de ellos importados (Figs. 30-36).
Los eventos de demolición y construcción mediante rellenos estaban precedidos por ceremonias
en las cuales se ofrendaban vegetales, tales como hojas de pacae, frutos y cáscaras de maní, cañas y
tuzas de maíz entre los más significativos.
En algunos rellenos se ha observado también grandes concentraciones de grama salada. Estas
ofrendas se colocaban sobre superficies húmedas y en algunos casos en medio de los rellenos como
en el Recinto V o sobre los pisos como ocurre para los Recintos XIII y XIV.
A veces las ofrendas consisten en productos marinos tales como cangrejos y/o peces en cuyo caso
se colocan en pequeños hoyos superficiales, no siendo raro hallarlos junto con maní y hojas de pacae.
Otro tipo de ofrendas consiste en la rotura de grandes tinajas y cántaros, y aparecen ya sea sobre los
pisos o a poca distancia de ellos en los rellenos.
La cerámica analizada nos muestra que Huantille tenía algún tipo de acceso a material importado,
mediante redes de intercambio, de ahí la presencia significativa de cerámica Chancay en los rellenos y
textiles de influencia norteña y de la costa sur que acompañaban a los entierros de individuos.
La presencia Inca en Huantille, no está bien definida, quizás por el grado de destrucción de su
último periodo de ocupación o porque aun faltan ampliar mas las excavaciones.
Agradecimientos
Agradecer a mi madre por apoyarme incondicionalmente en mi carrera, a Pieter Van Dalen que me
permite, a través de la presente publicación, mostrar a la sociedad las investigaciones del Proyecto
Huantille, a Luis Flores Blanco por su impulso para escribir el presente artículo, a Rafael Moreno
389
Mezarina por la edición de los planos del Proyecto, al equipo de trabajo del año 2007-2008 y 2011.
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371-392
390
Marco Guillén / Descubrimientos arqueológicos del Intermedio Tardío en Huaca Huantille
Figura 34. Botella escultórica. Figura 35. Botella Ychsma. Figura 36. Botella Chancay.
391
Figura 32. Fragmentería Chancay. Figura 33. Fragmentería Chancay.
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392
Arqueología y Sociedad
Nº 24, 2012: 393-402
ISSN: 0254-8062
Resumen
La arqueología siempre ha explicado la naturaleza de la cultura material dejada por antiguos habitantes de
un asentamiento. A partir de ello, se ha explicado la conducta del hombre e inferido algunos significados
culturales, sociales y económicos. Pero a causa de la naturaleza de los datos y, a veces, por problemas me-
todológicos y epistemológicos, se cae en extremos positivistas o funcionalistas. Para evitar estos extremos,
pretendemos darle un enfoque basado en la interpretación de los significados simbólicos, basados en el
dato arqueológico como base empírica y los datos etnográficos y etnohistóricos como datos contrastables
para explicar la conducta de las sociedades. En este caso, nos referiremos a un icono poliforme denominado
huanca, que por lo general es un bulto alargado de piedra y esta creado para estar parado o plantado en el
suelo. Sus múltiples significados y su naturaleza, aún son vigentes en las comunidades andinas y pueden
ser contrastados con el dato etnohistórico y la tradición oral, puesto que arqueológicamente es una mues-
tra incuestionable que existió en el contexto de las poblaciones arqueológicas y áreas de cultivo, conser-
vando su tradición y costumbre hasta la actualidad. Por ello el registro y la caracterización nos permitirán
contextualizar los asentamientos arqueológicos.
Palabras clave: Huanca, simbolismo, arqueología.
Abstract
Archaeology has always explained the nature of the material culture left by ancient inhabitants of a sett-
lement. As it explained human behavior and inferred some meanings of cultural, social and economic. But
archeology by nature of their data and at times by methodological and epistemological problems falls into
extreme positivist or functionalist. To avoid these extremes, try to give an approach based on the inter-
pretation of symbolic meanings, based on archaeological data as empirical and ethnographic and ethno
historic data and testable data to explain the behavior of society’s last. In this case, we refer to an icon ca-
lled Polymorphic Huanca, who is usually a long lump of stone and is set to stand or planted in the ground.
Their meanings and nature still exist in the Andean communities and can be contrasted with the ethno
historical data and oral tradition, as archaeologically is a sample question that existed in the context of
archaeological populations and crop areas, preserving their traditions and customs until now. Therefore,
the registration and the characterization will allow us to contextualize the archaeological sites.
393
Keywords: Huanca, symbolism, archaeology.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 393-402
Introducción
Los estudios arqueológicos han abarcado problemas concernientes a la cultura material, con el cual,
el arqueólogo analiza e interpreta la conducta de las sociedades desaparecidas. Este análisis, por lo
general, corre el riesgo de caer en el campo de la especulación, en el caso más optimista, en un re-
sultado basado en el análisis del dato empírico orientado a un particularismo histórico subyacente.
Los cuestionamientos a estas posturas han surgido a la luz de un enfoque mucho más holístico que
involucra puntos de vista de la cultura, no solo como restos materiales inertes, sino como unidades
domésticas, capaces de trasmitir conductas, más no solo formas y funciones. Para ello la arqueología
recurre a los datos etnográficos, etnohistóricos y principalmente la tradición oral de la esfera cultural
involucrada y contrasta con el dato arqueológico, de manera que el universo informativo y deducti-
vo es mucho más amplio. En este sentido, nuestro objeto de investigación está basado en el huanca,
considerado un símbolo y a la vez un icono que encierra una diversidad de significados que marcan
una continuidad y vigencia dentro de las mentalidad andina. Esta vigencia se traduce en creencias y
rituales de un icono que trasmite un significado polivalente, cuya existencia se remonta a periodos
muy tempranos de nuestra cultura.
El huanca es un bulto de forma alargada, por lo general de piedra. Puede ser de origen natural,
cuando su forma fue modelada por la naturaleza o artificial, cuando hay un tratamiento del hombre
para darle esa forma alargada. Su origen se remonta a los periodos tempranos del desarrollo de la cul-
tura andina. Aparece asociado a lo sagrado, podemos verlo en Punkuri, Chasquitambo, Caral, Chavín,
etc. Su popularidad se gesta en el Horizonte Medio asociado a mitos de origen, como es el caso de
los huaris. “Dicen que los huaris fueron convertidos en piedra existen siempre en el pueblo bajo esta forma.
Generalmente esta piedras es llamada huanca” (Duviols 1973). Este dato es muy claro cuando se refiere a
que la huanca es un huari. El huanca está relacionado a los antepasados y a la fecundidad (Op cit.). Pero
¿qué es el huari?, Tello define a los “[...] Wari como el dios de la fuerza, que según la leyenda generalizado-
ra en casi toda la región andina, construyó por arte mágico las represas y canales de irrigación [...]” (Duviols
1973). Más adelante el autor señala que los “[...]huaris eran seres antropomorfos muy antiguos de muy ele-
vada estatura, de mucha fuerza, diestros en construir edificios y cultivar la tierra, relacionadas con el subsuelo y
las aguas subterráneas. También señala que son rasgos que se desprenden de la tradición oral actual, igual como
fueron arrancados de los campesinos de Cajatambo y Conchucos por los extirpadores de idolatrías[...]”, (Op.cit.).
Este hecho no hace más que corroborar la vigencia de una cosmovisión ligada a los mitos de origen,
que explicaría la noción de un intrincado modelo racional del control del agua y la agricultura. El
huanca es, pues, un símbolo y un personaje vigente que sustenta la fertilidad y la abundancia porque
el huanca es también, chacrayoc y es marcayoc, es decir, es dueño de la chacra y es dueño del pueblo
respectivamente. El huanca también es considerada el dueño del agua y que es el mismo huari petrifi-
cado. Dicen se “quebró una guanca grande a manera de un cuerpo amorfo y el cual mochaban y tiene tradisión
que esta guanca era yndio” (Hacas, en Duviols 1986). También hay otro relato que dice: “[...] su padre le
enseño una piedra larga llamada Sumac Guanca que esta junto a la cabecera de un puquio y que dicen que es
dueño del dicho puquio y que primero fue yndio llamado Tupin Guailca, el cual disen y tiene tradision crio aquel
puquio [...]” (Op. cit.). Estos datos explican claramente que el huanca es la litificación del ancestro, en
este caso el mallqui, lo cual, evoca un tiempo mítico y un tiempo histórico como fundadores y contro-
ladores del agua. En el primer caso, el ancestro fue un indio que vivió y se mitifico al pasar el tiempo
pero no se sabe cuándo. En el segundo caso, se remonta a un personaje real que por lo general es un
héroe fundador de linaje o un ayllu.
Otro autor que se refiere sobre el huanca, es José Luis Gonzales (1989), donde explica cómo el
huanca se puede transformar en cruz generándose un sincretismo entre la cruz y el huanca, por esta
razón, en las limpia sequias o champerias aparece la cruz en el territorio del agua incluso forma parte
del ritual, es una especie de dualidad y oposición que se complementan en el ritual hacia un fin, que
394
es la propiciación y evocación del agua y subyace en contextos arqueológicos.
Carlos Farfán / El huanca y su dimensión simbólica en la arqueología de la sierra central
En trabajo de campo nosotros hemos recogido el relato de don Benigno Hacha Mosquito, y dice:
“Allá por arriba había unos criaderos de ganado lanar, entonces cuando iba por ahí, en el lugar de
Jaguajo, había los dos cerros ahí, no le dejaba pasar, y qué era, que habían dos piedras grandes y esos se
habían convertido más antes en una vieja y un viejo así es que cuando la gente iba después no le dejaba
pasar, tenían que ponerle su coca y su cigarro.”
Este relato explica las huacas que se encuentran en la toma del canal de Jaguajo en la comunidad
campesina de Huaros, ellos afirman que es el canal de runtu, (huevo) y está relacionada a los solteros.
Este hecho explicaría de manera fehaciente la vigencia del huanca.
La dispersión de la presencia de huancas en los andes centrales se concentra en lo que es la sierra
de Lima y al Sur del departamento de Ancash, específicamente las cuencas altas de los ríos Pativilca,
Fortaleza, Ambar, Huaura, Chancay y Chillón. Este último sería el límite de las concentraciones por
el Sur. Su dispersión guarda relación con un patrón simbólico muy arraigado en las sociedades del
Intermedio Tardío y está basado en la adoración a sus ancestros o mallquis incorporados en mitos de
origen. Sin embargo, se han hallado evidencias más tempranas de huancas asociadas principalmente
a edificios sagrados o plazas por lo que su connotación tenía un significado más ligado a dioses mayo-
res. Para el Horizonte Medio se notan escasas evidencias de estos personajes ligados a la piedra. Pero
para el Intermedio Tardío, que es un periodo poswari, es de crucial importancia debido a una época
de reacomodos de las sociedades que imponen un nuevo patrón de asentamiento y con ello nuevos
patrones culturales basados en el concepto de la muerte, los ritos propiciatorios y la estructuración
de mitos de origen y leyendas basadas en héroes fundadores que será el motivo e inspiración de su
cosmovisión.
De este modo, podemos contar con el relato de Hernández Príncipe en su visita del 30 de julio
de 1621 a Ocros donde, entre otras, cosas habla de Carhua Huanca un antiguo héroe fundador de los
llamados Llacuaces advenedizos que vivían en Oncoy y Chilcas actuales localidades de Cajatambo y
adoraban al rayo. Dice el documento que “Parana era una piedra verrugosa y muy fiera rodeada de muchos
sacrificios que estaba en el asiento de Oncoy-Cancha y fungieron los dichos chilcas que era su padre antes de ir
a la adoración de Carhua Guanca”, (Duviols 1986). Aquí se nota claramente que Parana es antecesor de
Carhua Guanca ambos eran huacas a manera de huancas de piedra, es decir al haber pasado a una di-
misión de ancestro fundador de la comarca de los llacuaces. De este modo, la arqueología del huanca,
es un hecho objetivo, que trasciende en el tiempo y perdura hasta la actualidad dentro de una estruc-
tura mental sincretizada.
Nuestro propósito en esta investigación es identificar los atributos y simbolismos del huanca
y su continuidad en el mundo actual, así como articular las huancas arqueológicas asociadas a los
asentamientos arqueológicos con las huancas que aún están en vigencia dentro de la cosmovisión
y ritualidad andina funcionando como un icono cohesionador en la tradición y costumbres de los
pueblos andinos.
El espacio geográfico
El ámbito de nuestra investigación esta limitado principalmente a la sierra de Lima y abarcan los te-
rritorios expuestos líneas arriba, es decir, las cuencas altas del Chillón, Pativilca, Fortaleza y el distrito
de Huarochiri. El procedimiento implica un diagnóstico y evaluación de la dispersión de las huancas
y su asociación con asentamientos prehispánicos. Los datos de campo fueron sometidos a un análisis
comparativo para definir los factores diferenciales basado en las evidencias referentes a la significa-
ción de las huancas y su trascendencia en el tiempo. Los indicadores se basan en tres elementos: la
asociación, el componente formal, el componente cultural, y el componente basado en lo simbólico y ritual,
395
sustentados en discursos míticos. La asociación es quizá el elemento más determinante, debido a que
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 393-402
nos ha permitido correlacionar, los distintos materiales hallados en superficie, tales como la cerá-
mica, enterramientos con presencia de osamentas y otros elementos. El componente formal son las
representaciones en piedra de los ancestros que adoptan múltiples significados en el mundo andino.
El componente cultural es la filiación al que pertenece el huanca basado en el contexto y asociación.
El componente simbólico está basado en los rituales de culto al agua, asociada a huacas y huancas
que son los personajes míticos controladores y dueños del agua. Este último solo es factible deducir a
partir del análisis de los relatos orales y documentales y principalmente de las actividades rituales en
las actuales comunidades campesinas.
Los huancas casi siempre están ocupando espacios relacionados a las fuentes de agua y a las chacras.
Sin embargo, hay cuatro que están relacionados a los antiguas llactas en, generalmente, los extramu-
ros como los hallados en Pararin (Ancash) o como en Puruchuco de Huamantanga (Canta), la de Ocros
(Ancash). Todos ellos se hallan en los extramuros de los asentamientos prehispánicos y están relaciona-
dos al periodo de la ocupación Inca. Su disposición cerca a los asentamientos es recurrente en cada uno
de ellos, al parecer, cumplen una función calendárica de evocación y a la vez, como mallqui protector de
la comarca. Este modelo impuesto por los incas estaba destinado al control político y territorial y una
forma de unificar el control social a través de rituales ligados al calendario agrario que debían cumplir
todos los pueblos conquistados1. Por esta razón, las plazas sagradas en los extramuros son un agregado
posterior impuesto por los incas, es clara la evidencia arqueológica en este caso. Estas plazas, por lo ge-
neral, están dotados de un huanca en la parte central y se convirtió en un elemento integrador.
La presencia de huancas en el ámbito de la sierra central nos ha permitido establecer un registro
sistemático de las evidencias, con el fin de encontrar recurrencias y variabilidad en los componentes
formales y de significación, de este modo, relacionar a un asentamiento prehispánico y cómo aun su
vigencia es percibida hasta la actualidad en las festividades de propiciación del agua. Para un mejor
registro hemos empleado fichas analíticas que permitieron ordenar la información y que, a la vez, ge-
nerar otra ficha de inventario de cada huanca identificada con información basada en los elementos
visibles en superficie y sus relaciones con pueblos actuales. Toda esta información está referida a la
presencia o ausencia de los elementos huanca y su contexto sociocultural en el tiempo, su vigencia y
trascendencia en las comunidades actuales y de este modo articular una metodología interpretativa
amplia.
Al mismo tiempo, se ha manejado dos tipos de documentación: una, basada en datos obtenidos de
las bibliotecas que conforman el antecedente de la investigación, documentos o manuscritos (visión et-
nohistórica). La otra, está basado en el corpus y protocolo de datos obtenidos en el campo, producto de
las prospecciones. Estas informaciones fueron procesadas desde una visión arqueológica tomando como
criterio la evaluación critica. Para este tópico, se cuentan con un cumulo de informaciones documenta-
les basadas en relatos y testimonios originales del siglo XVI y XVII. Así como documentos recientes de
carácter interpretativo de los huancas.
396 1 Para ampliar este concepto véase el artículo “La bipartición del espacio y las plazas sagradas en los asenta-
mientos prehispánicos de la cuenca del Chillon”
Carlos Farfán / El huanca y su dimensión simbólica en la arqueología de la sierra central
A continuación presentamos el Cuadro I, donde se resume los tributos del huanca que claramente
tiene una larga connotación polivalente dentro de la mentalidad andina que grafica su cosmovisión.
también está inmersa dentro de un tiempo histórico, puesto que se refiere a un héroe o ancestro que
vivió en una época, quizá de fundación, constructor de canales. Pero el tiempo mítico está basado en
el discurso mítico que envuelve un contexto espacial que articula el pueblo viejo y el pueblo actual.
Este tiempo se evoca en los rituales del agua.
398
Figura 2. Estructura dual del Huanca. Diseño Carlos Farfán.
Carlos Farfán / El huanca y su dimensión simbólica en la arqueología de la sierra central
El control simbólico de las aguas cargadas de rituales y mitos de origen, explican con claridad la
circulación del agua dentro de un calendario agrario ligado a la cosmovisión altamente sofisticada
(Farfán 2002). De este modo, las evidencias materiales de estos actos aparecen en los cauces de los
canales, como son las huancas, plazas sagradas y un sinnúmero de espacios denominadas “paradas”
que es una especie de espacio ritual, a lo largo del cauce del canal y las chacras. Aquí se evocan los
mitos de los héroes civilizadores, constructores de canales, mallquis litificados, etc. Estos parajes de
ancestros con estos atributos son la sustentación material de estos actos que según la narración oral
pertenecería a épocas pretéritas, es decir a la época prehispánica. Partiendo de este principio, asocia-
mos a los sitios arqueológicos y su entorno y se explicaría la continuidad cultural de estos pueblos. Sin
embargo la ritualidad y los mitos de origen, son dos factores vigentes todavía en los pueblos actuales
de la sierra de Lima, que están ligados al agua a la ancestralidad y consecuentemente a la muerte. En
muchos casos las terrazas de cultivo son la morada de los ancestros, como en el caso de las terrazas
de Huracaure y Aynas en Huaros (Canta). Si a esto le agregamos la presencia de huancas los denomi-
nados chacrayoc o dueños de la chacra estaríamos hablando de una estructura simbólica muy com-
pleja que no solo denota un factor propiciatorio dentro del discurso mítico o ritual, sino otro factor
ordenador donde se involucra lo social lo económico y político. De ahí que tanto el rito como el mito
se convierten en medios de control ideológico capaces de articular el funcionamiento económico y
social de estos pueblos.
Discusión
La sierra central y principalmente las cabeceras de las cuencas del Huaura, Chancay, Chillón, Rímac
y Lurín conforman una esfera cultural con rasgos culturales comunes. Por lo general, arqueológica-
mente hablando, no hay una alta concentración de asentamientos para los periodos tardíos en estas
zonas, quizá por lo agreste y accidentada geomorfología. También por el patrón de asentamiento de
estas sociedades que eligieron territorios planos, lechos de antiguos cauces del rio, terrazas aluviales,
400 Figura 4. Huanca en la toma del canal de Runtu, Huaros, Canta, Foto Carlos Farfán.
Carlos Farfán / El huanca y su dimensión simbólica en la arqueología de la sierra central
etc. Sin embargo, en periodos tardíos después del siglo X d.C., el patrón de asentamiento se complica
y los pueblos eligen de manera casi homogénea vivir en las cumbres de los cerros, casi alejado de
los recursos hídricos y un sobre esfuerzo para construir sus equipamientos habitacionales y pro-
ductivas. Es aquí donde surge un cambio drástico en la cosmovisión y conceptos sobre la muerte y
lo sagrado que está relacionado a la propiciación del agua, a la fertilidad, quizá debido a que existió
un dramático cambio en el clima con sequias donde la escasez del agua era perceptible, por lo que
se configuro una estructura ritual y aparecieron los mitos de origen ligados a ancestros fundadores,
mallquis, héroes civilizadores que explicaban los orígenes. Es aquí donde encontramos el huanca un
personaje convertido en piedra (Duviols 1973) con el fin de perennizar su imagen y poder pero a la
vez equilibrar la vida cotidiana e instaurar el orden. Quizá este autor es el más entendido en este tipo
de elementos sagrados, debido al dominio de documentos relacionados a Cajatambo. Los territorios
con mayor presencia de huancas son sin duda, la sierra de Cajatambo y el sur de Ancash y trasciende
hasta Huarochiri. Tanto en el manuscrito quechua de Huarochiri (Taylor 1986), como en Hechicerías
de Cajatambo, (Duviols 1986), se menciona en forma reiterada la presencia de huancas relacionadas a
las chacras y principalmente al agua. Nosotros hemos explorado la zona de Ocros siguiendo los relatos
de la visita de Hernández Príncipe (Duviols 1986). Aquí identificamos varias huancas que están dis-
persas en las chacras, lo que corrobora lo dicho en los documentos. Aún no sabemos en qué contexto
subsisten ni como se explica su presencia. A diferencia de los Huancas del Chillón alto que si están
contextuados a canales, como las de Mirpo y Runtu en Huaros, a diferencia de Ocros que están rela-
cionadas a las chacras. En este sentido, los estudios aún no están concluidos recién estamos tratando
de explicar arqueológicamente.
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402
Arqueología y Sociedad
Nº 24, 2012: 403-436
ISSN: 0254-8062
EL CENTRO ADMINISTRATIVO
INCA DE TAMBO VIEJO
Dorothy Menzel
Institute of Andean Studies
Francis A. Riddell†
Lidio M. Valdez*
MacEwan University, Canada
valdezcardenasl@macewan.ca
Resumen
En este artículo presentamos los resultados de los trabajos de investigación efectuados en el centro admi-
nistrativo Inca de Tambo Viejo, el único de su carácter establecido en el valle de Acarí, en la costa sur del
Perú. Este estudio revela, entre otros, la complejidad arquitectónica del sitio, así como su inmensa dimen-
sión. A su vez, el presente estudio enseña que el sitio presenta una larga secuencia de ocupación humana
iniciada a comienzos del periodo Intermedio Temprano y que continuó hasta el periodo colonial. Este
estudio tiene como foco de análisis la ocupación Inca, la misma que es evaluada teniendo en consideración
la arquitectura de Tambo Viejo. Dicho análisis revela que Tambo Viejo fue construido siguiendo un diseño
Inca; sin embargo, la arquitectura es local y sugiere que éste fue edificado por constructores locales. Esta
observación permite sostener que la administración Inca se adaptó a los patrones constructivos locales.
Palabras clave: Estado Inca, Costa Sur del Perú, Acarí, Tambo Viejo, Arquitectura.
Abstract
In this article we present the results of the archaeological studies carried out at the Inca administrative
center of Tambo Viejo, the only facility of its character built by the Inca in the Acari Valley of the Peruvian
south coast region. This study reveals, among others, the architectural complexity of the site and its enor-
mous size. Likewise, this study demonstrates that Tambo Viejo has a long sequence of human occupation
that began early in the Early Intermediate period and continued to colonial times. In this paper we eva-
luate the Inca ocupation of the site, taking into consideration the architecture. This analysis demonstrates
that Tambo Viejo was established following an Inca plan; however, the architecture is local, suggesting
that the builders of the site were from Acari. This observation allows us to argue that the Inca administra-
tion adapted to local construction patterns.
Keywords: Inca State, South Coast of Peru, Acari, Tambo Viejo, Architecture.
403
* Correspondencias dirigir a esta dirección: valdezcardenasl@macewan.ca.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 403-436
Introducción
Al inspeccionar el camino Inca de la costa sur del Perú, en 1953 Víctor von Hagen (1955) seleccionó al
sitio de Tambo Viejo del valle de Acarí para los propósitos de llevar adelante un estudio arqueológico
y evaluar la función de este centro administrativo que efectivamente está articulado al camino real
Inca que atraviesa la costa peruana (Cieza de León 1973: 185; Hyslop 1984). El camino Inca llega desde
el valle de Nasca y es visible en la pampa ubicada al oeste de Tambo Viejo e ingresa hacia una amplia
plaza del sitio. Luego cruza por completo la referida plaza y se dirige hacia el río Acarí, para continuar
en la margen opuesta y dirigirse hacia el siguiente valle de Yauca. Un puente colgante debió existir al
lado Este de Tambo Viejo, pero que ha desaparecido en el transcurso de los años. Además del camino
Inca, el plano de un sector importante del sitio arqueológico es de origen Inca, y es el único sitio de su
carácter para todo el valle de Acarí. Estas fueron algunas de las razones que motivaron llevar adelante
los trabajos de investigación arqueológica en Tambo Viejo.
Poco tiempo después de la selección hecha por von Hagen, y en coordinación con él y John H. Rowe,
en marzo de 1954 se efectuaron los primeros trabajos de investigación arqueológica en Tambo Viejo
(Valdez 2009a: 256). El objetivo central de dicha investigación fue, primero, trazar la antigua historia de
ocupación del sitio y, segundo, situar Tambo Viejo en el contexto Inca. Para su efecto, el procedimiento
a seguir fue diverso, la misma que incluyó la preparación del indispensable plano del sitio arqueológico,
hacer una descripción lo más detallado posible de la arquitectura del sitio, efectuar algunas excavacio-
nes de prueba y analizar la cerámica. Al mismo tiempo, y con la finalidad de situar Tambo Viejo en el
contexto local, durante el curso de los trabajos en el sitio, se hizo el esfuerzo de recorrer una sección
del valle de Acarí para registrar otros sitios arqueológicos. Este procedimiento permitió registrar varios
sitios vecinos a Tambo Viejo y recuperar de cada sitio registrado muestras diagnosticas de cerámica, úti-
les para establecer la secuencia de ocupación humana del valle de Acarí (Menzel y Riddell 1986). Desde
entonces, varios trabajos han sido efectuados en Tambo Viejo (Kent y Kowta 1994; Valdez 1996) y el valle
de Acarí en general, y es el conjunto de toda esta información que ayuda a explicar mejor la situación del
sitio y por extensión del valle de Acarí al tiempo de la ocupación Inca.
Durante el curso de los trabajos se hizo evidente que el sitio fue objeto de una sistemática des-
trucción. Primero, en 1954 a diario entraron al complejo arqueológico de Tambo Viejo camiones para
transportar las piedras que fueron sistemáticamente removidos de las antiguas estructuras. Con esto,
no sólo estructuras completas desaparecieron, sino también los camiones abrieron brechas en todas
las direcciones, obscureciendo en el proceso el plano original de las estructuras. Segundo, desde me-
diados de 1980 Tambo Viejo es objeto de una planeada destrucción, esta vez como resultado del esta-
blecimiento de nuevas construcciones especialmente en su sector norte. Este último es consecuencia
de la rápida y descontrolada expansión del poblado de Acarí (Valdez 1996). De este modo, una gran
extensión del sitio arqueológico ha sido totalmente destruida. Por ejemplo, dos de los tres muros
observadas en 1954 al lado oeste del sitio han sido del todo destruidos, mientras que sólo quedan
pequeñas secciones del tercero. Del mismo modo, varias estructuras del lado norte del sitio han sido
del todo borradas como resultado de las nuevas construcciones. Así queda claro que si las autoridades
responsables de la protección de los monumentos arqueológicos no toman las necesarias medidas que
garanticen la integridad del sitio, existe la alarmante posibilidad que Tambo Viejo desaparezca por
completo entre una o dos décadas. De ocurrir esto, sería una pérdida irreparable, especialmente si se
tiene en consideración que se conoce muy poco del sitio.
En este trabajo, primero discutimos la ubicación de Tambo Viejo en el valle de Acarí y luego ex-
ponemos los trabajos efectuados en el sitio. En la tercera sección presentamos la descripción de los
varios sectores de Tambo Viejo. En la cuarta sección se describen las dos excavaciones de prueba. En
la quinta sección se discute la situación del valle de Acarí al momento de la llegada Inca y durante el
tiempo de existencia de Tambo Viejo. En seguida se evalúa la relación de Tambo Viejo con otros sitios
404
Inca, especialmente con aquellos establecidos en la costa sur. Se debe anotar que esta comparación
Dorothy Menzel, Francis A. Riddell y Lidio Valdez / El centro administrativo Inca de Tambo Viejo
es a nivel arquitectónico. Finalmente, se incluye una breve discusión de los hallazgos más sobresa-
lientes. Esta sección es breve, pero será eventualmente complementada y ampliada al discutirse la
cerámica de Tambo Viejo, que por razones de extensión no es incluido en este trabajo. Anticipamos
que el tratado detallado de la cerámica aparecerá en un número próximo de esta revista.
Importante es anotar que la costa sur del Perú entró en contacto con el naciente estado Inca en
tiempos de Pachakuti, quien siguiendo la victoria cusqueña sobre los Chankas (Sarmiento de Gamboa
1999: 115-119) envió como emisario a su hermano Kapaq Yupanki a visitar a los valles costeños.
Algunos detalles de este primer contacto quedaron preservados en Chincha (Cieza de León 1973: 183;
Rowe 1945: 270), la misma que probablemente tomó lugar alrededor del año 1440 (Menzel 1959: 126).
406
Este contacto inicial no significó en la conquista Inca de la costa sur; más bien, la conquista propia-
Dorothy Menzel, Francis A. Riddell y Lidio Valdez / El centro administrativo Inca de Tambo Viejo
mente dicha, recién se dio en tiempos de Tupaq Yupanki, padre de Wayna Kapaq, quien logró con-
vertir a las poblaciones de la costa sur en súbditos del estado Inca. No obstante algunas discrepancias
(ver D’Altroy 2002: 69), varias fuentes señalan, que al igual que Chincha, los pobladores de los valles
de Ica, Nasca y Acarí aceptaron una incorporación pacífica al Tawantinsuyo (Menzel 1959: 126). Esta
incorporación final debió haber tomado lugar aproximadamente en 1476.
Considerando la incorporación pacífica de la región al control Inca, las poblaciones de la costa sur
en general, incluido Acarí, no fueron satisfactoriamente asimilados al modelo Inca (Rowe 1956: 148).
Por lo tanto, a lo largo de la costa sur, los sitios de habitación del periodo Inca poseen poca o ninguna
evidencia de la influencia Inca (Menzel 1959: 128). Además, es importante recordar que la ocupación
Inca tuvo una duración muy corta en la costa sur, en tanto que en 1534 Francisco Pizarro mandó a
establecer un asentamiento español en Zangalla ubicado en el valle de Pisco. Con posterioridad este
lugar fue conocido como Lima la Vieja (Menzel 1976; Hyslop 1984: 111; Morris y von Hagen 2011: 144).
Con la presencia de los españoles, la población indígena de la región fue convertida parte de las en-
comiendas de los residentes europeos establecidos en Lima la Vieja. Esta fue otra razón por la cual la
ocupación Inca no dejó tan marcada su presencia en esta región.
Un segundo sector identificado como área B se ubica inmediatamente al oeste de área A, pero
separado del primero por un muro que se extiende de norte a sur. Las estructuras de esta área son
menos elaboradas que las del anterior, aunque parecen estar relacionados al anterior. Al lado norte
de área B aparece un amplio espacio vacío identificado como plaza 3 y que es cortado de este a oeste
por el camino Inca que ingresa al sitio proveniente del valle de Nasca. Un tercer sector identificado
como área C aparece inmediatamente al norte y oeste de la plaza 3. Esta nueva área está asociada a
extensos muros perimétricos establecidos al lado oeste del sitio y, tal como se menciona en mayor
detalle líneas más adelante, constituye la evidencia de ocupación más antigua del sitio (Valdez 2012).
Inmediatamente al norte de área A y al este de área C se definió el cuarto sector identificado como
área D. Las estructuras de área D son generalmente de pirca. La cerámica recuperada de la superficie
de dicha área indica que ésta mantiene relación con el área A. Finalmente, en el extremo norte del
sitio se identificó el área E. Esta dispone de estructuras de pirca y plataformas elevadas, asociadas a
espacios vacíos, posiblemente plazas, desafortunadamente todas ya destruidas. En adición a estas
cinco áreas, también se logró identificar un cementerio al extremo sur-oeste del sitio. La superficie
general del sitio está cubierta de manera homogénea de cantos rodados que, originalmente, formaron
parte de las estructuras, actualmente ya derrumbadas.
En seguida se procedió a determinar qué áreas del sitio eran contemporáneas y cuáles fueron
establecidos con anterioridad, por ejemplo, a la llegada Inca. Por lo tanto, paralelo al mapeo del sitio
se procedió a recuperar muestras de cerámica diagnóstica por separado para cada área. Este proce-
dimiento permitió determinar, primero, que el área A pertenece al periodo Inca. Segundo, algunas
áreas y unidades domésticas cuyas paredes estaban aún mejor conservadas pero que están fuera del
área A (como son las áreas B, D, E) también pertenecen al periodo Inca, pues todas están asociadas a
cerámica Inca en sus variaciones locales. Entretanto, una extensa porción del sitio (área C), con es-
tructuras más deterioradas y como resultado difíciles de determinar su plan original, no presentan
material Inca; en su lugar aparece una variedad de cerámica perteneciente al periodo Intermedio
Temprano, identificado inicialmente por Rowe (1963: 11) como la ‘tradición local.’ Junto a dicho es-
tilo local, hoy identificado como la tradición Huarato (Valdez 1998, 2009c), también ocurren algunos
ejemplares de alfarería Nasca temprano (Valdez 2000b: Figura 2).
A su vez existen dos secciones de Tambo Viejo que no pertenecen ni al periodo Inca como tam-
poco al periodo Intermedio Temprano. El primero es un cementerio ubicado al lado sur-oeste del
conjunto arqueológico y está relativamente separado del resto de los sectores con evidencias arqui-
tectónicas. El segundo también es un pequeño cementerio establecido al extremo sur-este del área de
habitación perteneciente al periodo Intermedio Temprano. Ambos cementerios tienen filiación con
Wari, además de elementos derivados de Nasca tardío (Kent y Kowta 1994). De este modo, el conjunto
arqueológico de Tambo Viejo presenta varias ocupaciones que en total representan aproximadamen-
te 2000 años de ocupación.
Lo que se desprende de este esbozo bastante breve es que al momento de su llegada a Tambo
Viejo, los oficiales Inca encontraron evidencias de un antiguo asentamiento. Pero, y al igual que los
antiguos ocupantes del sitio, los Inca no tardaron en seleccionar este lugar para establecer su prin-
cipal asentamiento, posiblemente por las diversas ventajas de orden estratégico que ofrece el lugar.
Tal como se anotó, esta incluye su proximidad a los campos de cultivo y la amplia visibilidad sobre
una extensa zona cultivable. Lo notable es que el Estado Inca prefirió establecer su principal estable-
cimiento (área A) a un lado (sur-este) de las construcciones pertenecientes a la ocupación del periodo
Intermedio Temprano. Una posibilidad para tal decisión parece haber sido evitar remover todo el es-
combro de las viejas estructuras ya destruidas. Desde luego, es posible que los Inca hayan re-utilizado
el material de las viejas construcciones, proceso en el cual tal vez también contribuyeron en la des-
409
trucción de las estructuras que encontraron a su llegada.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 403-436
El centro administrativo
El área A (Fig. 2), el más importante de Tambo Viejo, cubre en total un espacio de 360 m de norte a sur
y 150 metros de este a oeste (Fig. 3). Las estructuras llegan por los lados sur y este hasta el escarpado,
y todas están orientadas hacia el norte, donde se encuentra una amplia plaza (plaza 1) rectangular.
El plano general de esta área es rectangular, pero modificado y adaptado al contorno natural del es-
carpado, en sus lados sur y este, respectivamente. El escarpado tiene una caída de 25 metros, aproxi-
madamente, pero con una superficie plana. Demarcando el lado oeste aparece un muro largo que
mantiene una orientación de norte a sur y sirve como límite de este sector. El coro de las estructuras
del área A está constituido de cuartos de diversos tamaños, recintos y una pequeña plaza (plaza 2) que
ocupa la sección central.
Una descripción más detallada del área A es complicado debido a la destrucción y la presencia
de derrumbes de los muros caídos. La dificultad es todavía mayor al momento de definir los accesos
de los diversos ambientes, precisamente porque las estructuras han sufrido derrumbes. Esta es una
de las razones por las que sólo pocos accesos son ilustrados en la figura 3. Puesto que los muros han
caído, también es difícil determinar la altura original de las construcciones. Tampoco tenemos una
idea clara acerca del techo, aunque existe la posibilidad que fue de material perecedero. Batanes y sus
respectivas partes activas ocurren sólo esporádicamente en este lugar, excepto la presencia de algu-
nos cerca al horno, que es de origen colonial. Como se verá más adelante, este último es una buena
evidencia de la reocupación de este sector durante el periodo colonial.
Además, en el área A fue difícil determinar la presencia de estructuras identificables como kancha
(Rowe 1946: 223). Por lo menos en base al plano elaborado, es difícil afirmar que estructuras identi-
ficables como kancha hayan existido. Por el momento, y hasta que excavaciones sistemáticas se efec-
410
túen, queda también incierta la posible función de las varias construcciones allí presentes, aunque
Dorothy Menzel, Francis A. Riddell y Lidio Valdez / El centro administrativo Inca de Tambo Viejo
Figura 3. Plano del centro administrativo Inca de Tambo Viejo (área A).
411
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 403-436
queda abierta la posibilidad que estas cumplieron una función distinta a los lugares de residencia
ordinaria. Finalmente, los característicos nichos Inca no han sido identificados en el sitio, no obstante
que algunas estructuras son lo suficientemente altos.
La plaza 1, y las estructuras a las que está asociada, está separada de las estructuras del lado sur
por una amplia calle de 5 m de ancho, la misma que cruza toda la sección en una dirección de este
a oeste. De este modo, la calle divide el sector en dos partes. La plaza 1 mide 160 m x 110 m. Su lado
norte está delimitado por un muro bajo que mantiene una orientación este - oeste, pero que no se
extiende a lo largo de la plaza. La plaza es de superficie irregular, pero libre de piedras. A su lado este
aparece una plataforma alargada de 5 m de altura (Fig 4), la misma que en su lado exterior dispone de
tres muros de retención hechos de pirca que dan hacia el río. Los muros de retención tienen un largo
de 80 m (Fig 5). Al lado sur de la plataforma y manteniendo una orientación hacia la plaza se observa
un cuarto hundido, pero que cuyo piso mantiene el mismo nivel que la superficie de la plaza. El cuarto
mide 10 m por 6 m de dimensión y tiene un acceso directo hacia la plaza 1.
Al lado sur de la plaza 1 aparece una plataforma baja de 10 m de ancho y mantiene una orienta-
ción de este a oeste. La cara sur de la plataforma, actualmente ya deteriorado, forma el límite este de
la calle arriba mencionada. Este muro posiblemente alcanzó por lo menos 1 m de altura. Entretanto,
inmediatamente al lado oeste de la plaza 1 aparece una estructura larga y de forma trapezoidal que
mantiene una orientación de norte a sur. La estructura dispone de tres divisiones mayores y dos
estructuras elevadas, cuyos muros alcanzan hasta 3 m de altura. Esta estructura fue construida de
adobes y piedra, y como se discute más adelante ésta constituye una estructura colonial.
Si uno se detiene en la parte superior de la plataforma del lado este de la plaza 1 y observa 5º Sur
del oeste, se llega a percibir el camino Inca que ingresa del lado oeste, en línea directa, en dirección a
la plaza 1 de Tambo Viejo. Para ser más precisos, el camino llega justo al ingreso del cuarto hundido de
Figura 5. Muros de contención del lado este de la Plataforma del lado este de la Plaza 1.
la plataforma y sugiere que el camino parece que estaba diseñado para ingresar a dicho recinto. Con
el transcurso de los años, el camino se ha hecho poco visible, especialmente cuando uno se encuentra
sobre el mismo camino. Sin embargo, a la distancia, el camino es todavía observable. Medidas toma-
das en varios puntos indican que el ancho del camino fue aproximadamente de 8 m. Importante es
anotar que la única estructura que obstaculiza el camino cuando este ingresa a la plaza 1 es la porción
sur de la estructura trapezoidal ubicada inmediatamente al lado oeste de la plaza 1. Esto sugiere que
dicha estructura fue establecida con posterioridad, es decir durante el periodo colonial.
A su vez existe un segundo camino que parte desde la plaza 1 en dirección norte y tiene un ancho
que oscila entre 5 y 6 m. Inmediatamente al norte de la plaza 1, el camino delimita físicamente la sec-
ción con ocupación Inca de la sección con ocupación perteneciente al periodo Intermedio Temprano
(área C). Desafortunadamente, no se logró determinar la dirección total del camino, debido a la pre-
sencia del centro poblado de Acarí. Por cuanto, sitios como Lucasi y Otapara, ambos contemporáneos
a Sahuacarí y el mismo Tambo Viejo, están ubicados en la sección superior del valle, existe la posi-
bilidad que dichos asentamientos estaban conectados con Tambo Viejo. Por lo tanto, el camino en
mención debió haber continuado a la parte alta del valle. Es también importante anotar que en 1954
las comunidades de la sierra inmediata al valle de Acarí aún descendían hasta Acarí transportando sus
productos en caravanas de llamas (Fig 6) para el intercambio con productos del valle. De este modo,
puede haber poca duda que este segundo camino llegó más allá de los límites de Tambo Viejo.
Las estructuras del centro principal de Tambo Viejo fueron construidas por lo general en base a
413
cantos rodados y adobes, aunque los primeros fueron por excelencia los materiales de construcción
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 403-436
Figura 6. Caravana de llamas pasando por las inmediaciones de Tambo Viejo en marzo de 1954.
de preferencia por su abundancia en las proximidades del sitio. Los cantos rodados fueron sentados
sobre argamasa y finalmente las paredes habían sido cubiertas con un enlucido también de barro. Este
tipo de construcción es identificado como pirca. Mientras algunas estructuras fueron hechas exclu-
sivamente de cantos rodados, en otras es observable que tanto cantos rodados como adobes fueron
combinados (Fig 7). Los muros de las estructuras tienen un ancho de 50 cm y fueron levantadas de
dos alineamientos de cantos rodados y/o adobes. Tal vez indicando una función distinta, los muros de
algunas estructuras son poco más anchos.
Estructuras de adobes existen, pero son pocas. Por alguna razón, hay una mayor presencia de
estructuras de adobes en el lado sur del área A y las estructuras del periodo colonial. Los adobes
de Tambo Viejo son del mismo tipo que los adobes utilizados en otros sitios Inca de la costa, como
Paredones, Ingenio, Tacaraca (Morris y von Hagen 2011: 148), Tambo Colorado (Gasparini y Magolies
1980: 124) y el mismo Pachacámac. Estos adobes son anchos y planos, relativamente largos y como
tales bastante pesados (Fig 8). Sin embargo, no todos los adobes son del mismo tamaño; más bien,
existe una variación, especialmente en cuanto al largo se refiere. Los muros hechos de adobe también
utilizaron el barro. A diferencia de las pircas, una menor proporción de barro se había utilizado en
los muros de adobe, esto debido a la superficie plana de los adobes. Los muros de adobe fueron igual-
mente enlucidos con una capa de barro. Oportuno es anotar que evidencias de pintura, y contrario
a Tambo Colorado (Protzen 2006; Morris y von Hagen 2011: 142), no existen en Tambo Viejo. Una
excepción es la estructura trapezoidal del lado oeste de la plaza 1 que como ya se anotó pertenece al
periodo colonial.
Finalmente, en la sección sur-este del área principal de Tambo Viejo se detectó la presencia de
un muro de tapia. Esta es la única evidencia del uso de tapia en todo Tambo Viejo. Si existen otras
construcciones similares solo será posible determinar con futuros trabajos de excavación, pues existe
414
la posibilidad que otros muros de tapia tal vez estén bajo los escombros de los muros derrumbados.
Dorothy Menzel, Francis A. Riddell y Lidio Valdez / El centro administrativo Inca de Tambo Viejo
Figura 7. Estructura del área A de Tambo Viejo construido de cantos rodados y adobes.
las estructuras del área A, contrariamente edificadas en bloque. Junto a la alfarería Inca, ocasional-
mente también ocurre la cerámica colonial, especialmente una de engobe crema.
Para ganar una mejor perspectiva de las estructuras residenciales, se llegó a elaborar planos de
secciones específicas. En primer lugar, dicho plano (Fig 10) demuestra la irregularidad de las estruc-
turas. En segundo lugar, el plano revela un patrón básico, la misma que consiste de pequeños cuartos
asociados a un patio. En general, ésta organización corresponde perfectamente con el patrón Inca
bastante conocido como kancha (Gasparini y Margolies 1980: 181).
Para ilustrar mejor a las estructuras residenciales, se prestó atención particular a un recinto del
lado sur de área C que dispone de un patio (o kancha) algo cuadrado (Fig 10). En su extremo sur-este
aparece un cuarto pequeño, pero elevado. Al lado oeste de dicho cuarto aparece otro ambiente, de
forma rectangular, que está dividido por un alineamiento de piedras. La sud-división del lado sur está
asociada a una estructura semi-circular hecha de piedra, construida exactamente en la esquina sur-
oeste, que tal vez haya funcionado a modo de depósito; la otra mitad de esta estructura tenía el piso
casi limpio y dispone de un acceso en su lado nor-oeste.
Todo el recinto había sido construido por lo general de pirca, siguiendo los mismos patrones de
construcción observados en el centro principal de Tambo Viejo. En ningún caso se pudo observar mu-
ros más altos que un metro; en base a las piedras caídas observadas en las inmediaciones de los muros
se puede estimar que éstos no fueron tan altos. En general, el recinto no parece haber sido substan-
cialmente disturbado y como tal es un buen indicador de cómo eran las estructuras habitacionales de
Tambo Viejo. De todos, destaca el cuarto elevado que estaba a un metro por encima del piso del resto
del recinto, pero sus muros estaban del todo caídos. La ocurrencia de este cuarto elevado es un patrón
que se repite en el resto de las estructuras residenciales Inca de Tambo Viejo, la misma que también
fue observada en Chala. En base a la observación hecha por Gasparini y Margolies (1980: 133), más su
ocurrencia repetida en Tambo Viejo, es posible que los cuartos elevados fueron los lugares donde sus
habitantes durmieron.
Paralelo al muro este del recinto, en la parte exterior, se hallaron hoyos cuadrangulares de un
metro de diámetro y un metro de profundidad. Los hoyos tienen una pared de pirca y posiblemente
fueron estructuras destinadas para depositar productos. Entretanto, un batán aparece en la esquina
noreste del patio, mientras que otro batán fue observado detrás del cuarto elevado. Es de destacar que
tanto las estructuras cuadrangulares con pared de pirca, como los batanes (Fig 11), siempre aparecen
asociadas a estructuras habitacionales; en particular, los batanes ocurren en todos los patios e indica
que fueron elementos primordiales de las estructuras que cumplieron una función doméstica. En
efecto, Cobo (1956[1653]: 243; Rowe 1946: 221) es bastante específico al anotar acerca de la importan-
cia de los batanes.
Si se hace una comparación de este recinto con otro del área D (Fig 12), se puede percibir mejor el
patrón desorganizado del área D. Como en el caso anterior, los muros también están derrumbados y en
algunos casos sólo es posible observar sus cimientos. En consecuencia, se hace difícil determinar no sólo
los accesos de las estructuras, sino también la asociación de cuartos con patios específicos. No obstante
dicha dificultad, una atención a la esquina de los muros permitió determinar que los varios recintos que
conforman las áreas habitacionales fueron construidas independientemente (Fig 13); fue el conjunto de
tales construcciones que creó todo un laberinto que precisamente es el área D. Sin embargo, resalta la
ocurrencia repetida de cuartos elevados, depósitos y batanes en todo el sitio. Así como todavía ocurre
en las viviendas rurales de la sierra central del Perú, parece que fue una norma disponer por lo menos
de un batán en cada recinto. Su ausencia en algunos casos, por lo tanto, debe obedecer a que al parecer
fueron posteriormente retirados para ser reutilizados en algún otro lugar. La aparente poca ocurrencia
de la parte activa de los batanes posiblemente también obedece al mismo hecho.
A diferencia del área principal Inca de Tambo Viejo, los adobes fueron utilizados solo ocasional-
417
mente en la edificación de las estructuras residenciales. El principal material de construcción fueron
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 403-436
los cantos rodados y los muros fueron revestidos con un enlucido de barro. A su vez, la ausencia de
postes en asociación a los muros no permite sugerir que parte de las construcciones de Tambo Viejo
hayan sido de quincha. En efecto, en otros sitios contemporáneos a Tambo Viejo, como Otapara y
Sahuacarí, tampoco se ha observado la presencia de estructuras de quincha. Por ejemplo, todas las es-
tructuras de Sahuacarí fueron hechas de pirca. Algo similar parece que se dio en Tambo Viejo, aunque
es difícil negar el uso de la quincha en su totalidad sin antes llevar adelante trabajos sistemáticos.
Considerando que el área D de Tambo Viejo es la más extensa y compuesta por una mayor canti-
dad de estructuras, existe la posibilidad que éste fue la sección principal de habitación Inca. Tal como
se anotó líneas adelante, esta sección dispone de una amplia plaza y está asociada a un camino que lo
conecta con el área principal de Tambo Viejo. Al lado de área D, el resto de las áreas habitacionales
probablemente constituyen suburbios, establecidos con posterioridad, tal vez cuando el área D llegó
a ser colmado en su integridad.
ciadas a un espacio abierto. Del mismo modo, en el sitio de Quebrada de la Vaca (hoy Tambo Inca),
existen estructuras similares utilizadas como depósitos. Dichas estructuras fueron construidas de
forma idéntica y sus tamaños son muy homogéneos, lo que indica que las semejanzas no son simples
coincidencias, sino intencionales, orientados posiblemente a facilitar la contabilidad de los productos
depositados (D’Altroy y Earle 1992: 190). De este modo, el hallazgo del khipu en asociación a las estruc-
turas de Tambo Viejo tampoco es un simple accidente (ver, Murra 1983: 185).
Por el norte, en el valle de Ingenio, hay otro sitio Inca que cuenta de estructuras similares a las
mencionadas líneas adelante. En este caso, los depósitos se encuentran en una parte elevada y aleja-
dos del centro administrativo. En asociación a los depósitos de Ingenio se ha llegado a observar frag-
mentos de grandes vasijas de cerámica Inca. Las vasijas posiblemente formaron parte de los sistemas
de almacenamiento.
La presencia repetitiva de estructuras similares asociadas a centros Inca conectados al camino
real Inca, como Ingenio, Tambo Viejo y La Caleta, indica que establecer los depósitos a lo largo del
camino Inca fue un aspecto importante dentro del sistema del Tawantinsuyo. Entretanto, es notable
la diferencia con otros sitios Inca que no cumplieron la función de Tambos y por lo tanto no están
directamente asociados al camino Inca. Este es el caso de Quebrada de la Vaca, sitio que no cumplió la
función de tambo. En Quebrada de la Vaca los depósitos Inca son más numerosos y diferentes de los
cuartos pequeños observados en La Caleta y Tambo Viejo. En última instancia, la ubicación de los de-
pósitos en los tambos formó parte de la estrategia Inca que facilito la movilización rápida y eficiente
de los productos (Murra 1983: 179).
Sería por demás beneficioso verificar si otros tambos de la costa también comparten los patrones
observados en los tambos de La Caleta, Tambo Viejo e Ingenio. En estos tres tambos, los depósitos están
ubicados a cierta distancia del centro principal. Por supuesto, esto no es una tarea fácil considerando
que encontrar sitios Inca bien conservados es complicado. La situación por lo general es como el de
Paredones en Nasca, donde una gran sección del sitio ha sido destruido al tiempo que nuevos campos
agrícolas fueron establecidos. Cuando esto ocurre es imposible recatar el plan original de un sitio. Para
el caso de Paredones, Cieza (1973: 185) informa de la existencia de depósitos; dicha versión es la única
evidencia del que se dispone, pero no existe forma alguna de verificarlos arqueológicamente.
De lo aquí anotado, es evidente que las estructuras Inca de Tambo Viejo son la mejor expresión
del tipo de construcción identificado por Hyslop (1990: 244) como una mezcla entre Inca y local. En
algunos casos, las estructuras fueron levantadas siguiendo un diseño Inca, pero los arquitectos fueron
al parecer locales. En otros casos, tanto el diseño, como los constructores fueron definitivamente lo-
cales. Esta fuerte influencia local en Tambo Viejo obedece al corto tiempo de duración de la ocupación
Inca que no logró asimilar por completo a la tradición local. Este aspecto también se manifiesta en la
cerámica manufacturada durante este tiempo en el valle de Acarí.
Estructuras coloniales
En el curso de los trabajos de investigación en Tambo Viejo, se hizo evidente la existencia de una ocu-
pación colonial. Esto creó un dilema difícil de resolver, pues era importante determinar el grado de
alteración causada por la ocupación colonial sobre el centro administrativo Inca. La limpieza parcial
de una estructura circular eventualmente permitió determinar la presencia de un horno construido
al interior del centro principal Inca (Fig 15). Una acumulación de carbón y ceniza, asociados a un piso,
indican que el horno fue utilizado con cierta intensidad. A su vez, y como ya se anotó líneas adelante,
logramos determinar que una estructura rectangular había sido construida al lado oeste de la plaza
1, obstruyendo el camino Inca que ingresa a dicha plaza. Esta evidencia, en adición a la presencia de
cerámica colonial, entre otros, indica que algunas de las estructuras del área central de Tambo Viejo
423
son construcciones coloniales.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 403-436
rados con las excavaciones permitieron determinar varios aspectos importantes con respecto a la
ocupación del área sur-este de Tambo Viejo. Entre éstas, se conoce:
1. Los fragmentos de cerámica Inca ocurren en todos los niveles de la segunda unidad, así como en
todos los niveles excavados de la primera unidad;
2. En asociación a los fragmentos de cerámica Inca, ocurre la misma variedad de cerámica local en
todos los niveles excavados y en ambas unidades excavadas;
3. Los restos coloniales ocurren en ambas unidades hasta una profundidad de 75 cm (tercer nivel),
aunque son raros;
4. La colección de cerámica de superficie del área A, así como de varios sectores fuera de ésta, son
idénticos en composición a los fragmentos provenientes de las excavaciones;
5. En la superficie del área A, y en las unidades de excavación, es rara la presencia de otros estilos
cerámicos pertenecientes a periodos anteriores.
Las conclusiones que se pueden extraer de las excavaciones de prueba realizadas en Tambo Viejo
son:
1. La ocupación entera del área A del sitio pertenece al periodo Inca;
2. La ocurrencia esporádica de algunos fragmentos de cerámica perteneciente al periodo Intermedio
Temprano indica que la ocupación Inca fue edificada en las inmediaciones de una zona previa-
mente ocupada.
3. La ocupación colonial está representada por aproximadamente una cuarta parte del material de
los rellenos en sus partes superiores.
En general, las deposiciones de área A parecen haber sido acumulados durante un periodo re-
lativamente corto. En el caso de la primera unidad de excavación, se definió la presencia de por lo
menos tres fases de construcción edificadas durante un tiempo relativamente corto tal como sugiere
la homogeneidad de la mayoría de los materiales. En el caso de la segunda unidad de excavación, con-
sistente al parecer de una deposición original, pero sugiere igualmente un tiempo bastante breve. Por
ejemplo, los fragmentos de lo que parece ser una entera vasija fueron recuperados en diferentes nive-
les. Al mismo tiempo, el estudio de la cerámica indica que los fragmentos que ocurren en diferentes
niveles no muestran ninguna diferencia estilística. La sección perteneciente al análisis de la cerámica
proveniente de Tambo Viejo será presentada en una próxima oportunidad.
Algunas de las estructuras de Sahuacarí se han preservado manteniendo más o menos su tamaño
original (Fig 19), pero muchas otras se han derrumbado, quedando solamente la sección de la base
de las estructuras. Los muros mejor preservados alcanzan una altura de hasta 3 m y como tales más
altos que los muros encontrados en el mismo Tambo Viejo. A una altura entre 1,2 y 1,8 m aparecen
pequeños nichos cuadrangulares (15 x 15 cm), en el lado interno de las estructuras (Fig 20). Al mismo
tiempo, se pudo constatar la presencia de pequeños accesos que miden 60 cm. Igualmente, en asocia-
ción a las estructuras existen pequeñas estructuras rectangulares y hundidas que tal vez funcionaron
a modo de depósitos.
El sitio de Sahuacarí en general ofrece problemas muy importantes. La cerámica encontrada en la
superficie del sitio es del mismo tipo que de Tambo Viejo. Si existe alguna diferencia, ésta pueda que
sea en la selección de algunas variedades especificas, pero esto no ha sido determinado. Sin embargo,
la arquitectura del sitio es diferente de las presentes en Tambo Viejo. Tal vez esta diferencia sería
menos notable si los muros de Tambo Viejo estarán mejor preservados. La diferencia más obvia es que
los muros fueron construidos en su totalidad de piedras del mismo cerro y donde destaca la presencia
de los nichos. De este modo, en Acarí encontramos dos sitios vecinos y contemporáneos construidos
de maneras de todo diferentes.
La explicación por su puesto es que Sahuacarí tal vez representa una construcción local estable-
cida antes de la llegada Inca al valle. Sin embargo, las estructuras de Sahuacarí tienen algunos ele-
mentos Inca, como es el caso de clavijas de piedra que sobresalen de los muros, además de los mismos
nichos. Asimismo, la forma como las piedras de campo fueron utilizados es muy parecidos a la forma
como los cantos rodados fueron empleados en Tambo Vejo. Mientras en Tambo Viejo es notable el 429
plan previamente concebido, Sahuacarí no presenta orden alguno y de este modo tiene mucho en
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 403-436
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Figura 20: Pequeño nicho de una estructura de Sahuacarí.
Dorothy Menzel, Francis A. Riddell y Lidio Valdez / El centro administrativo Inca de Tambo Viejo
común con otros sitios contemporáneos de la región de Chala. De este modo, el lugar de Sahuacarí
en relación a Tambo Viejo permanece poco esclarecido. La interrogante es por su puesto, cuál fue el
patrón de construcción local antes de la llegada Inca, y fue teniendo en mente esta interrogante que
se inspeccionó al sitio de Sahuacarí. Tanto la cerámica de la superficie del sitio, como la arquitectura
todavía no permiten afirmar o negar el origen Inca o pre-Inca de Sahuacarí.
nichos son de doble jamba. Asimismo, en estos dos sitios las paredes están pintadas y con murales; los
colores dominantes en Tambo Colorado son el rojo, amarillo y blanco. En Paredones se observaron
la presencia del color rojo, aunque bastante deteriorados. Las estructuras de Tambo Colorado consis-
ten de las principales estructuras y la amplia plaza principal en su parte frontal. Las construcciones
mantienen una orientación hacia el sur (dirección de la plaza); pasando la plaza son observables los
campos de cultivo y pasando estos aparecen terrazas antiguas, posiblemente establecidas en tiempos
Inca. Para el caso de Paredones sólo quedan las principales estructuras, mientras el resto de lo que fue
el sitio, como es el caso de la plaza principal, han sido del todo destruidos.
De los sitios de Tambo Viejo, Paredones, Ingenio y Tambo Colorado, este último es el mejor elabo-
rado, mientras el más modesto es Tambo Viejo. En Tambo Viejo es mínimo el uso de los adobes y los
nichos están del todo ausentes. Sin embargo, Tambo Viejo guarda mucho parecido con los otros sitios
en su esquema general y plan, así como en el uso de piedras para los cimientos y adobes en las partes
superiores de las estructuras.
Finalmente, están los sitios de San José y Huayurí. Las estructuras del primero constituyen el
punto de enlace entre los sitios arriba mencionados y Tambo Viejo. El plano general de San José es
bastante similar al de Tambo Viejo; a su vez, San José presenta muchos acercamientos con Paredones
y Tambo Colorado. Por su parte, Huayurí es un pequeño sitio Inca dotado de una plaza rectangular y
las respectivas construcciones adyacentes a la plaza. Todos estos patrones aquí mencionados breve-
mente están ausentes en los sitios Inca ubicados en los valles al sur de Acarí.
A su vez, la información disponible permite hacer algunas comparaciones generales entre Tambo
Viejo y otros sitios Inca de la sierra. Desde que fueron publicados los primeros trabajos de Rowe (1944,
1946), los sitios Inca de la sierra han sido mejor descritos (Malpass 2009; McEwan 2006). Consideramos
que dicha información es de mucha utilidad para evaluar qué rasgos comunes entre los sitios Inca de
la sierra aparecen en Tambo Viejo. Aquí obviamente no pretendemos hacer una exhaustiva compa-
ración, sino solamente anotar la presencia o ausencia de rasgos específicos, tanto en la arquitectura
domestica como pública.
Para el caso de la arquitectura doméstica, Rowe (1946: 223) anotó que “las viviendas Inca fueron
construidos en grupos, cada grupo encerrado por un muro que disponía de un solo acceso. Tales
recintos son por lo general de forma rectangular donde la topografía lo permite, mientras que los
asentamientos edificados en las pendientes fueron cuidadosamente acomodados al espacio disponi-
ble.
Este tipo de residencia o recinto (Kancha) probablemente fue ocupado por una familia extensa.”
Además, Rowe anota que cada grupo residencial disponía de un patio (McEwan 2006: 175; Malpass
2009:53; Morris y Von Hagen 2011: 79-80).
Volviendo a Tambo Viejo, uno puede de inmediato notar que los recintos de las áreas C y D son
comparables con la descripción de Rowe. Efectivamente, los recintos de Tambo Viejo disponen de
sus propios patios y cada patio está asociado con varios cuartos donde probablemente residió una
familia extensa. Al mismo tiempo, la evidencia superficial de Tambo Viejo deja la impresión que el
patio fue el centro de las actividades, pues es ahí donde están presentes los batanes y sus respectivas
parte activas. El patio también es el espacio donde se ha notado una mayor concentración de desechos
domésticos. Finalmente, y al igual que las kancha Inca de la sierra, los recintos de Tambo Viejo, de lo
que se pudo observar, también cuentan de una sola entrada.
En cuanto a la construcción de los recintos, Rowe (1946: 222) sostuvo que la mayoría de las vi-
viendas en los alrededores de Cusco fueron construidas de piedras de campo o adobes unidas con
barro, y que en planta tenían la forma rectangular. A una altura aproximada de 1,5 m las paredes se
hacían más delgados, pero del todo enlucidos. En los detalles, las viviendas de Tambo Viejo no fue-
ron construidas de la misma forma que las residencias Inca de Cusco, excepto que las piedras fueron
establecidas de manera similar. Las estructuras de Tambo Viejo son más pequeñas y solamente los
432
cimientos eran de pirca, siendo el resto de las estructuras levantadas -al parecer- de quincha.
Dorothy Menzel, Francis A. Riddell y Lidio Valdez / El centro administrativo Inca de Tambo Viejo
Con respecto a las estructuras públicas, Rowe (1946: 224, 227) anotó que los más conocidos monumen-
tos de arquitectura Inca fueron construidos no por propietarios individuales, sino por el estado, siguiendo
un plano elaborado y utilizando el trabajo de los mitayos. Los arquitectos y maestros de la construcción
fueron especialistas. El estado llegó a construir una gran variedad de palacios, templos, depósitos, forta-
lezas, terrazas agrícolas y tumbas, algunos de los cuales siguiendo un diseño que derivó de las estructuras
domésticas, mientras que otros fueron adaptados a usos particulares. Una de las estructuras públicas que
derivó de estructuras residenciales, en la opinión de Rowe, fue el mismo Qori Kancha.
El sector del centro administrativo Inca de Tambo Viejo, obviamente no fue construido por pro-
pietarios individualmente, sino todo el conjunto de las estructuras parecen haber sido establecidas
siguiendo un plano diseñado por especialistas. En otras palabras, quienes estuvieron detrás de la eje-
cución del establecimiento de tales estructuras siguieron un plan previamente concebido, la misma
que seguía un modelo Inca.
En cuanto se refiere a estructuras públicas derivadas de diseños de estructuras habitacionales,
este también se hace manifiesto en Tambo Viejo. Primero, la forma de los recintos es rectangular,
excepto cuando la topografía no lo permitió; en este último caso, los constructores de Tambo Viejo
adaptaron las estructuras a la topografía. Tal como se anotó en las secciones anteriores, el plan del
centro administrativo de Tambo Viejo fue adaptado al contorno del escarpado, pero manteniendo en
lo posible la forma rectangular. Segundo, uno también puede notar una semejanza de las estructuras
de Tambo Viejo con la kancha Inca. En este caso, la plaza 1 es el equivalente del patio, el centro de las
actividades. La plaza 1 es el lugar de entrada del camino Inca y el foco de las estructuras más sobre-
salientes del sitio, en particular de la plataforma del lado este. Las residencias y otras estructuras del
sitio fueron edificadas en los alrededores de la plaza.
Es de particular interés anotar la presencia de la plataforma baja ubicada al lado sur de la plaza
1. Este tipo de construcción no es identificable en los recintos residenciales de Tambo Viejo. Sin em-
bargo, en la región de Atiquipa y Chala, específicamente en La Caleta, Quebrada de la Vaca, Ocopa, y
Cahuamarca, los patios de cada recinto disponen de una plataforma baja, idéntica a la de Tambo Viejo.
Dichos mismos sitios también cuentan con una plataforma baja asociada a las residencias individua-
les, un rasgo también observado en Machu Picchu y que en la opinión de Rowe (1946: 224), constitui-
rían las plataformas para dormir. Por lo tanto, la plataforma baja de Tambo Viejo es un modelo que
tiene sus raíces en estructuras residenciales.
Una práctica común del estado Inca fue la reubicación de la población incorporada a la admi-
nistración Inca a nuevos centros recientemente establecidos y que estaban más próximos a los te-
rrenos de cultivo (Rowe 1946: 228-229). Los nuevos asentamientos fueron edificados por arquitectos
especialistas y donde los diversos edificios públicos fueron construidos siguiendo el modelo Inca y
con el trabajo de los mitayos. Los asentamientos también estaban en las proximidades de los mismos
edificios públicos ocupados por las autoridades estatales. Para el caso especifico de Tambo Viejo, es
importante anotar que la mayoría de la cerámica presente en el sitio es de origen local. Mientras que
el desarrollo de dicha tradición local posiblemente continuó durante la ocupación Inca, se hace cada
vez más evidente que a su llegada los Inca encontraron una población local. Así como se anotó, sitios
asociados a dicha cerámica local están dispersos a lo largo del valle; de todos estos resaltan los sitios
de Otapara, Lucasi y Sahuacarí, referidos en las líneas anteriores.
Es posible que una vez en el valle, el estado Inca re-ubicó a una porción de la población local
hacia Tambo Viejo, no sólo para habitar las estructuras recientemente establecidas, sino también
para participar en los trabajos efectuados en dicho centro. Nuevamente, la presencia de cerámica del
mismo tipo tanto en Tambo Viejo como en otros sitios del valle sugiere que una buena proporción de
los residentes de Tambo Viejo estaba compuesta de la población local. A su vez, esta misma evidencia
sugiere que no toda la población fue reubicada hacia Tambo Viejo. Finalmente, no se descarta que
población de valles vecinos también hayan sido reubicados hacia Tambo Viejo; pero, basado en la
cerámica, dicha población debió ser mínima. 433
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 403-436
De lo aquí anotado, Tambo Viejo guarda varias semejanzas con las construcciones Inca de la sie-
rra, especialmente en cuanto al modelo se refiere. La forma como el sitio fue diseñado, en torno a una
plaza, es un concepto Inca que se observa en muchos asentamientos Inca de importancia, caso Tambo
Colorado.
Consideraciones generales
Lo arriba señalado resume parte de los trabajos de investigación efectuados en Tambo Viejo y lo que
se desprende de dichos estudios. Este trabajo se complementa con el análisis de la cerámica, cuyos
resultados serán igualmente puestas a conocer en un próximo volumen de esta revista. Por cuanto no
existe a la fecha un análisis detallado del significado de Tambo Viejo, esperamos que esta contribu-
ción sirva para prestar mayor importancia al sitio y a su vez dar inicio a nuevos trabajos de investiga-
ción. A falta de estudios más sistemáticos, se sigue desconociendo el significado de Tambo Viejo tanto
a nivel local, como a nivel del Estado Inca en general. Resalta además la enorme extensión del sitio,
la misma que denota la complejidad de sus estructuras, muchas aún bien preservadas no obstante el
paso de los años y la intervención destructora de muchas actividades contemporáneas.
Lo expuesto en este trabajo demuestra a su vez lo rico que es el material Inca para conocer la for-
ma como la administración Inca entró en contacto con otros pueblos (Menzel 1959), en algunos casos
incluso logrando ajustarse a las condiciones locales. Lo aquí expuesto es una clara muestra de cómo
un estado de las características de la administración Inca, cuando vio conveniente, minimizó sus es-
fuerzos al momento de incorporar nuevas poblaciones al interior del creciente imperio. En lugar de
invertir mayores recursos, tanto humanos como materiales, el estado se conformó si las condiciones
locales existentes eran favorables para la administración. Esta forma de acomodamiento posiblemen-
te fue bien recibido por las poblaciones locales, como los de Acarí, para quienes la presencia Inca no
necesariamente significó cambios de un carácter drástico y significativo. Siguiendo las recientes pro-
puestas de Alconini y Malpass (2010: 281; Malpass y Alconini 2010: 3), el caso discutido aquí representa
una forma de dominio indirecto del Estado Inca.
Mientras la población local fue al parecer partícipe del acomodamiento Inca, ya sea edificando las
nuevas estructuras pero utilizando conocimientos locales, la administración Inca también fue hábil
en insertar elementos que trajeron consigo y que simbolizaron la presencia del aparato estatal. Este es
el caso de las plazas de forma rectangular conectadas a las principales vías de comunicación. Además
están las estructuras identificables como kancha que nuevamente son rasgos propiamente Inca. Otro
rasgo de particular importancia es que Tambo Viejo estaba bien articulado al resto del territorio Inca
mediante el camino real Inca que precisamente cruza por la plaza principal del sitio. Finalmente, y
al igual que otros sitios Inca de mayor importancia establecido a lo largo del imperio, Tambo Viejo
disponía de los depósitos, aunque tal vez de la misma escala que de otros sitios Inca.
Así como ya se anotó, la incorporación de este valle al dominio Inca no necesariamente significó
el término de la tradición local de Acarí. Por el contrario, ésta logró mantenerse tal vez en un esfuerzo
de mantener su identidad. Este es un aspecto que se hace todavía más obvia en la cerámica manufac-
turada en este valle durante el tiempo de la ocupación Inca. El estilo local, si bien recibió influencia
externa, fue hábil al seleccionar rasgos específicos que fueron incorporados al estilo local, pero una
vez que fueron alterados. Este es el caso de los rasgos Inca que también fueron seleccionados y poste-
riormente representados en el estilo local. Como resultado, la cerámica propiamente Inca es mínima
en Tambo Viejo. Lo mismo se puede advertir de la arquitectura Inca, lo que demuestra una vez más
que la incorporación de otras tradiciones locales al imperio Inca no siempre resultó en la destrucción
definitiva de las formas locales. Esta notable variación puede ser directo resultado y consecuencia de
cómo una región o población fue incorporada al dominio Inca, donde pueblos como los del valle de
Acarí parecen haberse sometidos de forma pacífica. La población local de este valle al momento de la
434
llegada Inca posiblemente fue reducida y como tal incapaz de sostener una resistencia satisfactoria.
Dorothy Menzel, Francis A. Riddell y Lidio Valdez / El centro administrativo Inca de Tambo Viejo
Muchas veces la nomenclatura de Imperio, o Estado, deja la impresión que la administración Inca
fue homogénea. Sin embargo, el estudio inicial de la ocupación Inca de la costa sur ya había permitido
conocer que el Estado Inca no fue homogénea (Menzel 1959), en tanto que las tradiciones locales lo-
graron mantenerse incluso hasta tiempos coloniales. Existen varias explicaciones para la continuidad
de los estilos locales, la misma que incluye la forma como poblaciones determinadas fueron incor-
poradas, la forma como el Estado Inca llegó a supervisar a la población local, y por supuesto la corta
duración del Estado Inca. Esta última en particular no permitió que la administración Inca dejara sus
huellas de una forma más marcada y clara. Por lo tanto, y así como otros estudiosos del Estado Inca
vienen reconocido (Morris 2007; Malpass y Alconini 2010: 3), el Imperio Inca fue compuesto por un
mosaico de tradiciones locales, cuyas raíces retrocedían a varios cientos de años.
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Arqueología y Sociedad
Nº 24, 2012: 437-478
ISSN: 0254-8062
Francisco Vallejo
Universidad Nacional Federico Villarreal
f_vallejob@yahoo.com
Mario Ruales
Ministerio de Cultura. Programa Qapac Ñan.
Director del Proyecto de Puesta en Uso Social – Huaycán de Cieneguilla
mario.rualesm@yahoo.com.pe
Walter Tosso
Fundación Museo Amano. Director del Proyecto Arqueológico de Pisquillo – Las Shicras
w_tosso@hotmail.com
Resumen
Un contexto funerario, excavado en 1982, en el sitio de Armatambo proporciona la base para describir
el estilo de textiles Ychsma durante el Horizonte Tardío. Los datos textiles (tipos de prendas de vestir, la
iconografía, la disposición de diseño, las fibras, las estructuras de tejido, hilos, colores, etc.) son suficiente-
mente extensos para distinguir los tipos de textiles Ychsma con textiles de otros estilos, y para identificar
textiles semejantes en colecciones de museos. La procedencia de los textiles Ychsma en las colecciones de
los museos, es considerada para sugerir el ámbito de interacción de la cultura Ychsma en la costa central.
Palabras clave: Ychsma, textiles, Armatambo, costa central.
Abstract
A burial context, excavated in 1982 at Armatambo, provides the basis for describing the Ychsma textile
style during the Late Horizon. The textile data (types of garments, images, design lay-out, fibers, fabric
structures, yarn spin, colors, etc.) are extensive enough to distinguish many types of Ychsma-style gar-
ments from those of other styles, and to identify similar textiles in museum collections. The provenience
information on Ychsma textiles from museum collections suggests the extent of the Ychsma sphere of
interaction on the Central Coast.
437
Keywords: Ychsma, textiles, Armatambo, central coast.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 437-478
El estilo Ychsma, en particular los textiles de este estilo, no son bien conocidos a través de la arqueo-
logía. Sin embargo, las fuentes etnohistóricas indican que el señorío Ychsma ocupó las secciones me-
dia y baja de los valles de Rímac y Lurín, durante los periodos Intermedio Tardío y Horizonte Tardío,
y su centro más famoso fue el Santuario de Pachacamac. Pequeños subgrupos, que ocuparon los sitios
a lo largo de los canales en los valles inferiores, conformaron el señorío y compartieron un estilo co-
mún de vestir, un lenguaje común o dialecto y un origen mítico (Rostworowski 1977a, 1977b y 1990).
Armatambo es un sitio Ychsma cercano al brazo del canal de Surco (o Sulco), en la parte baja del valle
del Rímac. El Padre Bernabé Cobo, quien conoció Armatambo en el siglo XVII, remarcó su suntuoso
templo y las casas elaboradas con figuras pintadas en las paredes, también puso en evidencia la pre-
sencia de una gran población (Cobo 1882 [1639], citado en Díaz y Vallejo 2005: 227). Actualmente, poco
del esplendor de Armatambo es visible porque la mayoría del sitio, se encuentra cubierta de casas. En
1982, justo delante de la excavadora, tres de los coautores del presente artículo excavaron una tumba
que contenía muchos tejidos de estilo local. Este contexto importante proporciona una base para
describir los textiles de estilo Ychsma durante el Horizonte Tardío.
En los últimos años, un considerable número de enterramientos de las épocas tardías han sido ex-
cavados en el territorio Ychsma en sitios como: Armatambo, Puruchuco / Huaquerones y Rinconada
Alta (Cock y Goycochea 2004; Díaz y Vallejo, 2002a, 2002b y 2005; Díaz y Landa 2009; Frame et al.
2004; Guerrero 2004), pero los contextos funerarios con concentraciones de textiles de estilo local no
son abundantes. Los textiles recuperados por los arqueólogos durante excavaciones en Pachacamac
incluyen tejidos llanos y a cuadros de un contexto femenino con fechado correspondiente al perio-
do Intermedio Tardío, así como textiles más elaborados que fueron identificados como Ychsma del
Horizonte Tardío (Eeckhout 1998, 1999; Feltham 2002). Los textiles publicados proporcionan datos
útiles sobre las fibras, colores y estructuras específicas de tejidos Ychsma, pero el pequeño número
de ejemplos ofrece una limitada visión del estilo. Los intentos por diferenciar los textiles Ychsma
sin procedencia (a veces denominado estilo “Rímac” o “Pachacamac”) de otros estilos han puesto en
relieve ciertos distintos tipos de tejidos, tales como tapices de algodón (Engelstad 1980; Jiménez Borja
1999; Stone-Miller 1992; Young-Sánchez 1992), pero nuevamente la visión del estilo está lejos de ser
completa. Fotos y dibujos de unos tapices de algodón del contexto de Armatambo son publicados
(Frame 2010: Figuras 13-15; Vallejo 1988: Figuras 14, 15 y 21).
Algunas colecciones tempranas y excavaciones en Pachacamac incluyen textiles Ychsma, pero
también estilos foráneos de textiles que abarcan un largo periodo (Schmidt 1910 y 1929; Uhle 1991).
La presencia de estilos originarios de lugares tan lejanos como el valle de Lambayeque, indica que los
peregrinos religiosos viajaban largas distancias hacia el santuario de Pachacamac durante un periodo
de muchos siglos. La mezcla de estilos textiles presentes en el territorio Ychsma durante los periodos
tardíos probablemente refleja la presencia de residentes locales y peregrinos, las incursiones periódi-
cas de grupos étnicos vecinos de las elevaciones más altas o valles adyacentes, así como los incas y los
especialistas extranjeros (mitimaes) que fueron re-asentados en la época incaica1.
Con tantos estilos representados en sitios de los valles de Lurín y Rímac, una descripción segura
de tejidos del estilo Ychsma requiere de un contexto arqueológico con asociaciones. La tumba que fue
excavada en Armatambo en 1982 es la única en tener una amplia gama de tejidos de la elite en el estilo
local. Más de setenta textiles de la tumba fueron depositados en el Museo de Arqueología y Antropología
de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos por los arqueólogos Mario Ruales, Francisco Vallejo
y Walter Tosso, quienes excavaron la tumba y aperturaron el fardo. Los textiles son de estilo local y el
contexto está fechado en el Horizonte Tardío sobre la base de un plato de estilo local Inca que fue en-
contrado en la tumba (Vallejo 1988: 398). Los textiles del contexto Armatambo tienen grupos de rasgos
438 1 Los estudios de restos no textiles y de patrones funerarios también indican la presencia de diferentes grupos
durante el Horizonte Tardío (Díaz y Vallejo 2004; Vallejo 2009).
M. Frame, F. Vallejo, M. Ruales y W. Tosso / Los textiles Ychsma del Horizonte Tardío en Armatambo
distintivos, que son descritos aquí y luego se utilizan para identificar otros ejemplos de textiles Ychsma
en colecciones de museos. Las procedencias de los textiles en colecciones de museos proporcionan una
aproximación de la esfera de interacción Ychsma en la Costa Central durante los periodos tardíos.
Tecnología y estilo
Numerosos aspectos estilísticos deben ser considerados cuando trabajamos para definir un estilo tex-
til. La iconografía, la disposición del diseño, los patrones de simetría, y las preferencias cromáticas a
veces proporcionan señales reconocibles instantáneamente para la identificación de un estilo, pero
los rasgos de pequeña escala son también importantes. Algunos textiles carecen de iconografía y
de patrones, pero todos tienen, como mínimo, la torsión de los hilos y la estructura del tejido. Las
características técnicas permiten que los textiles llanos sean considerados, e incluso contribuyan a
la definición de un estilo. De los atributos técnicos, a menudo es posible inferir qué tipos de telares,
husos y técnicas de hilado fueron empleados.
Las mayores diferencias técnicas y de estilo tecnológico (Lechtman 1977) son visibles a nivel re-
gional. Los especialistas en textiles reconocen al menos cuatro tradiciones regionales en los Andes2.
Cada tradición se caracteriza fundamentalmente por las similitudes en los materiales, el hilado, las
técnicas de tejido, los acabados, los tipos de prendas de vestir, los tipos de telar y husos. Aun cuando el
estilo específico no puede ser identificado, los especialistas pueden a menudo ubicar un tejido dentro
de una tradición tecnológica regional, como Jiménez (2009), por ejemplo, ha hecho. El estilo Ychsma
pertenece a la tradición central y sur de la Costa.
Los estilos de los grupos étnicos vecinos pueden variar en características específicas, aunque com-
parten la misma tradición textil regional. A medida que más estudios técnicos son publicados, es posible
distinguir entre los estilos locales de una región. El estilo Chancay, que se centró en los valles al norte
del territorio Ychsma, también pertenece a la tradición central y sur de la costa, y comparte con el estilo
Ychsma algunos, pero no todos, los tipos de prendas de vestir, las técnicas y la iconografía.
La torsión del hilo es un atributo técnico útil para distinguir entre algunos estilos de textiles.
Tanto los hilanderos Ychsma y Chancay emplearon un huso con ambos extremos puntiagudos, per-
mitiéndoles hilar con torsión en Z cuando el huso se orientaba verticalmente y con torsión en S,
cuando el huso estaba orientado horizontalmente3. En la terminología del hilado, S y Z se utilizan
para distinguir la inclinación de las fibras en un elemento torcido a través de la correspondencia con
la inclinación diagonal del trazo central en cada letra. Ambos estilos muestran una preferencia por
los hilos de dos cabos (Z-2S) para las urdimbres (la primera serie de hilos paralelos que se coloca en el
telar), y también utilizan los hilos de un solo cabo (hilado en S o Z) en ciertos casos. La notación Z-2S,
significa que el hilo fue torcido por primera vez en la dirección Z, y luego dos hilos fueron retorcidos
juntos en la dirección S. Las diferencias en las prácticas del hilado se pusieron en relieve, para esta-
blecer distinciones entre los estilos Ychsma y Chancay a nivel técnico. La elección de la fibra (algodón
o camélido) es otra diferencia entre los estilos. Los textiles Ychsma son mayormente de algodón, con
poca fibra de camélido y los textiles Chancay utilizan más fibra de camélido, junto con algodón.
Ciertas convenciones son seguidas en las ilustraciones y leyendas con el propósito de transmitir
información sobre el tejido y la construcción de prendas Ychsma. Los textiles son mostrados con las
urdimbres orientadas verticalmente, salvo que se indique lo contrario. Las tramas (los hilos que se en-
2 Las tradiciones regionales más conocidas son: la tradición norteña, la tradición de las tierras altas centrales,
la tradición centro-sur y la tradición de la costa central y sur.
3 La diferencia de direccionalidad en la torsión del hilo surge debido a que el huso, de orientación vertical, se
activa con los dedos en el extremo proximal, donde se tuerce la fibra en hilo, mientras que cuando el huso
está orientado horizontalmente, se activa en el extremo distal, opuesto a donde se tuerce la fibra en hilo 439
(Rowe 1996).
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 437-478
trecruzan con las urdimbres) son orientadas en la dirección opuesta. En las leyendas, primero se indica
la dimensión de la prenda en la dirección de la urdimbre. Las camisas Ychsma de tapiz, por ejemplo, di-
fieren en la orientación de la urdimbre de las túnicas Inca de tapiz de las tierras altas, y las convenciones
de la ilustración y la leyenda deben transmitir esto.
Telas de los ligamentos recurrentes, tales como tapices y brocados, son atributos tecnológicos
que serán considerados aquí4. El tapiz es un tejido con un ligamento llano con tramas discontinuas y
apretadas (cara de trama). El tapiz ranurado, una variante común en los estilos Ychsma y Chancay,
tiene aberturas o ranuras entre las áreas locales de color. Cuando las aberturas son largas, son cerra-
das ya sea por costuras posteriores, o por varios tipos de trabados realizados durante la confección del
tejido. El tapiz ranurado Ychsma, cuando es considerado en combinación con las fibras, los colores, la
iconografía, y la técnica usada para terminar la tela, surge la diferencia de otros estilos de la costa.
El brocado, que es otra técnica para hacer figuras con las tramas, tiene un campo de ligamento
llano y además tramas suplementarias y discontinuas en las áreas locales. Las tramas del brocado, que
son tejidas entre las filas de tramas del tejido base, flotan por encima de un número de urdimbres y se
sujetan por debajo de una o más urdimbres. Dos variantes de brocado, que se distinguen por la longi-
tud de las tramas flotantes y el número de las urdimbres amarres, están presentes entre los brocados
Ychsma en el contexto descrito aquí. Uno de los tipos, cuando se considera junto con la iconografía
y otros atributos, es particularmente distintiva (Frame s.f.). Los detalles técnicos, junto con la icono-
grafía, patrones y colores, que son presentados en las ilustraciones, serán empleados para describir el
estilo de textiles Ychsma durante el Horizonte Tardío.
Figura 1. Plano arquitectónico de los almacenes en el Sector D2 de Armatambo, que fueron reutili-
zados como cámaras funerarias durante el Horizonte Tardío. El compartimiento D contenía el fardo
funerario de un hombre de aproximadamente 50 años de edad, así como el cuerpo de una mujer joven
sacrificada (Vallejo 1988).
Figura 2. Compartimiento D, que contenía el fardo funerario, es la cámara rectangular más pequeña
que se muestra en primer plano, hacia el lado izquierdo en la excavación del Sector D2 de Armatambo. 441
Fotografiado por Mario Ruales, 1982.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 437-478
años de edad, en posición fetal, al que le fueron concedidos muchos ritos funerarios durante la prepa-
ración de su fardo. Tenía una grave enfermedad en la columna vertebral, llamada spondilo-artrosis,
que debió haber deformado su postura. Tal vez en vida usó un bastón corto para apoyo y equilibrio,
similar al que se encontró en la tumba. El segundo cuerpo de la tumba era el de una mujer joven,
18-20 años de edad. Ella estaba tendida boca abajo, con los brazos y piernas flexionadas hacia fuera
del cuerpo. Ella fue aparentemente sacrificada con un pesado adobe que le habría roto la columna
vertebral. Llevaba un vestido sencillo de algodón marrón grueso, que estaba demasiado frágil para
recuperarse.
Durante la excavación de la cámara funeraria, se encontró una hilera de adobes a 15 cm bajo el
nivel del piso (roto). Varios tipos de ofrendas aglutinadas fueron encontradas en la esquina sur-este
en este nivel: bandas de tejido, paños llanos y decorados, nueve husos atados juntos, un collar de
semillas (Nectandra?), una pulsera de conchas marinas, esculturas de arcilla incluyendo tres figurillas
femeninas, un plato de estilo inca local y diez peces en tapiz. Al lado norte de la tumba, se encontra-
ron un plato de arcilla sin decoración y una vara corta que pudo haber sido el bastón de apoyo (Ruales
et al 1983; Vallejo 1988: 397-98).
7 Los textiles del relleno de esta tumba recibieron números entre 50 y 78 en la secuencia de los tejidos recupera-
dos de los Sectores D1 y D2 de la excavación (Ruales s.f.2). Los textiles del fardo recibieron números entre 1 y
42 durante el desenfardelamiento.
442 8 Los datos sobre el tipo de torsión del hilo de textiles Chancay, recolectados en la superficie, muestran que menos
del 3% de una muestra de 553 textiles tienen hilos en un cabo, torcido en Z (Kula 1991: Tabla 1).
M. Frame, F. Vallejo, M. Ruales y W. Tosso / Los textiles Ychsma del Horizonte Tardío en Armatambo
ligamento llano equilibrado, y la construcción de los hilos es la misma que en los ejemplos de tapiz.
Los pliegues angostos fueron asegurados con varias filas de puntadas, como se puede ver al lado iz-
quierdo del fragmento (#56, Fig. 6). Los del lado derecho se han deshecho, aunque las dobleces de los
pliegues permanecen. Este es un fragmento del canesú de un vestido Ychsma, que normalmente tiene
una sección llana en el centro, flanqueado por pliegues. Un dibujo de un vestido de Pachacamac con
pliegues en el canesú (Uhle 1991: 68, Figure 94) muestra el tipo de vestido llevado por la mujer coste-
ña. Los pliegues son de espaciado estrecho y se mantienen en su lugar por las costuras del hombro y
talle y las líneas de puntadas, aunque el dibujo de Uhle no muestra la costura en el talle.
Grandes fragmentos de dos mantos brocados fueron encontrados en el relleno, encima de los
restos humanos. Ambos tienen indicios de haber sido utilizados en diferentes contextos antes de ser
colocados en esta tumba. Un panel de color amarillo con figuras, claramente masculinas (#50, Fig. 7a),
es un brocado elaborado en diferentes colores de algodón teñido, incluyendo azul, verde, rosa y dos
tonos de marrón. La asimetría de las figuras frontales es inusual y pudo haber sido dibujada a propósi-
to (Fig. 7b). Las figuras fueron tejidas en el tipo más común de brocado: las tramas suplementarias que
flotan por encima de un número impar de urdimbres (generalmente cinco) y se sujetan por debajo
de una urdimbre. Las urdimbres son Z-2S, las tramas son de un cabo hilado en S y las tramas suple-
mentarias usadas para hacer las figuras son en su mayoría parejas o tríos de hilos hilados en Z. En los
textiles Ychsma son comunes las variaciones en la torsión de los hilos en la misma pieza, y un número
de brocados presentan esta combinación particular de estructuras de hilos (Frame s.f.). El ancho de
un panel completo está presente, así como un centímetro de un panel similar, que es cosido a un lado
(Fig. 7c). Una tira de tela marrón (1 x 50 cm) fue cosida toscamente a una sección al otro lado del panel
completo. Las costuras de este fragmento producen un plegado, en lugar de una costura plana. Esta
última adición al panel del manto sugiere una muy específica, pero indeterminada, historia de uso,
antes de que se arrancara el manto y se colocara el fragmento en la tumba.
El segundo manto está compuesto de, al menos, doce paneles de tela azul, marrón y beige donde
se alternan escenas brocadas con cuadros llanos (#67, Fig. 8a). El ancho original del manto estaba for-
mado por seis o más paneles cosidos de lado a lado. El largo estaba formado por un par de paneles del
mismo color. La escena de balsa representada puede referirse a la recolección de conchas spondylus,
a b
c
Figuras 7 a, b y c. Fragmento de un manto brocado, encontrado en el relleno de la tumba. El frag-
mento tiene dos hileras horizontales de personajes masculinos en un panel del manto original (a y
444 c). Las figuras se muestran frontalmente y presentan una notable asimetría (b). 178 (la dirección
de la urdimbre es horizontal) x 57 cm. #50, SM 363.02.1426.
M. Frame, F. Vallejo, M. Ruales y W. Tosso / Los textiles Ychsma del Horizonte Tardío en Armatambo
a b
La forma original de los textiles en el relleno de la tumba puede ser reconocida en la mayoría
de los casos, pero es interesante observar que muchos están arrancados o son piezas disgregadas de
tipos estandares de prendas. Se sugieren varias posibilidades. Algunos tejidos pudieron haber sido
expuestos en las paredes, para luego ser arrancados y usados en el entierro. O tal vez fueron recu-
perados de otros contextos, incluyendo entierros, y re-utilizados como ofrendas en esta tumba. Los
textiles en el interior del fardo funerario incluyen algunos fragmentos y fusiones de fragmentos
que pueden haber tenido una similar, pero indeterminada, historia de uso.
Primera Capa
El tejido que fue colocado en la parte externa del fardo
fue un manto incompleto con algo más que un panel, el
cual fue doblado y dispuesto encima del fardo. Cosido al
fragmento del manto van dos parches rectangulares de
tapiz y dos bordes de tapiz con flecos ubicados en los ex-
tremos (#1, Fig. 9). Las características técnicas y dimen-
siones sugieren que este manto originalmente tuvo tres
paneles con dimensiones totales de aproximadamente
335 x 195 cm y que tenía alrededor de veintiún parches
en tapiz. Los parches en tapiz, que fueron tejidos en to-
nos naturales de algodón, representan un animal con ca-
racteres antropomorfos que lleva un tocado en forma de
medialuna con la barbilla rodeada por una banda, mien-
tras que en el borde inferior se representan aves también
con rasgos antropomorfos. La torsión de las urdimbres es
Z-2S, pero es variable en las tramas. Las tramas de la tela
de base son de un cabo hilado en S, mientras que las tra-
mas utilizadas para los parches en tapiz, bordes y flecos
c b
Figuras 10 a, b y c. El primero de los cuatro conjuntos de amarres (# 3a-3g) aseguran un paño envol-
torio hecho en la técnica del brocado (a). Los árboles con frutos están enmarcados (c) y se repiten en
pares de columnas en cada panel del gran fragmento de manto (b). 167 x 160 cm. #4, SM 363.02.1996.
Figura 10a fotografiado por Mario Ruales 1982.
son de un cabo hilado en Z. Las características técnicas de este textil, incluida la tapicería de algodón,
la aplicación de los parches de tapicería y la variabilidad en la dirección de la torsión de las tramas,
son típicos de los textiles Ychsma. Aspectos de la iconografía, especialmente el tocado aplanado en
media luna y los triángulos en la cola de la figura, parecen influenciadas por un estilo del norte, posi-
blemente Chimú (compárese con Rowe 1984: Figuras 129 y 30).
Una estera tejida con tallos de fibra vegetal cubre el exterior del fardo (#2, Díaz y Vallejo 2005:
Figura 7; Vallejo 1988: Figura 6). El borde de inicio indica que los tallos (Scirpus riparius) fueron dobla-
dos por la mitad, y entrecruzados diagonalmente con los tallos adyacentes, antes de ser aseguradas
con cuatro filas de encordado (“twining”) de dos tramas en la dirección Z. A lo largo del resto de la
estera se repiten parejas de las filas encordadas a intervalos espaciados.
Segunda Capa
Debajo de la estera se encontró un conjunto de amarres o lazos que sirvieron para sujetar los paños
envoltorios de la segunda capa (#3 a-g, Fig. 10a). La tela exterior era un manto de tres paneles que tiene
una imagen en brocado de un árbol estilizado que se repite en cada panel (#4, Figs. 10b y c). Parte de los
tres paneles están presentes, incluyendo secciones de los orillos de urdimbre en un extremo. Otro frag- 447
mento de brocado con una imagen similar fue encontrado en el depósito (SM 363.02.2119, 130 x 128 cm).
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 437-478
Figura 11. Un borde en tapiz con un diseño de peces entrelazados fue uno de los fragmentos encontrados en el se-
gundo nivel del fardo. 28 (la dirección de la urdimbre es horizontal) x 14 cm. #6a, SM 363.02.1983.
Es probable, pero no seguro9, que sea un fragmento de este manto. El manto está elaborado con algodón
de colores naturales, las urdimbres y tramas del tejido base están retorcidos en Z-2S. Las tramas suple-
mentarias del brocado son de un cabo hilado en Z, y se utilizan pareadas. Al igual que el manto con las
figuras masculinas (Fig. 7), el brocado es el tipo más común, donde las tramas suplementarias flotan por
encima de cinco urdimbres, y se sujetan por debajo de una urdimbre. En la iconografía Ychma es notable
la presencia de plantas (Fig. 10c), incluyendo ejemplos donde las aves o monos comen frutos y plantas.
Varios fragmentos, algunos pequeños y de vívidas imágenes, se han colocado en la segunda capa
del fardo, por debajo de los amarres y el manto. Una pequeña pieza de un borde en tapiz (#6a, Fig.
11) y parte de un pez en tapiz (#6b) de otro manto (#12) se encontraban entre ellos. El fragmento de
borde en tapiz, tejido con tramas de fibra de camélido, está teñido con brillantes colores, una carac-
terística que se encuentra en una minoría de tapices Ychsma. Los textiles en este nivel incluyen un
paño grueso tejido de algodón blanco natural, con una mancha de tinte púrpura (#7), posiblemente
derivado de un molusco caracol (Plicopurpura patula pansa gould) que vive en las zonas intermareales
en algunas partes de la costa.
Otro fragmento tiene hileras de plumas de color rojo, amarillo y azul iridiscente cosidas a la tela
base (#8, Fig. 12). Las plumas azules y rojas se utilizan juntas para elaborar diseños de bandas que no
están claramente delineadas, mientras que las plumas amarillas cubren el campo de arriba y abajo.
La posición de la banda y el tamaño de los fragmentos sugieren que esta era parte de un tabardo de
plumas, una prenda que cubre el torso y tiene lazos en lugar de costuras laterales, y que se distribuyó
ampliamente en el Horizonte Tardío. La tela base consta de tres estrechos paneles cosidos juntos, y
todos tienen el mismo patrón en la dirección de la torsión de la urdimbre (Z-2S) y trama (un cabo
hilado en Z). Dos fragmentos rotos, uno en brocado y otro un tejido con plumas (#8 a y b, Fig. 13), han
9 El segundo fragmento de una tela similar ingresa como procedente del Sector D2, sección D, en el inventario
de los arqueólogos, pero no hay número de registro del fardo funerario. El textil con #5 no fue ubicado en el
448 depósito o en los diversos registros consultados, por lo tanto, es posible que al segundo fragmento del manto
#4 le fue asignado este número.
M. Frame, F. Vallejo, M. Ruales y W. Tosso / Los textiles Ychsma del Horizonte Tardío en Armatambo
Figura 12. Un fragmento de tela decorada con plumas que posiblemente fue parte de un tabardo o túnica abierta.
Corresponde a la segunda capa del fardo, junto con otros fragmentos. 38 x 56 cm. #8, SM 363.02.2127.
sido cosidos juntos mediante puntadas burdas. El frag-
mento en brocado muestra la estructura estándar (con
tramas suplementarias que flotan por encima de cinco
urdimbres y se sujetan por debajo de una urdimbre), y
el color y la dirección de la torsión de la mayoría de los
mantos en brocado. La imagen parcial del brocado po-
dría ser una mano de una gran figura con un apéndice
serpentino adjunto. El otro fragmento pudo haber sido
parte de otro tabardo de plumas. La condición de este
grupo de textiles sugiere que ya era fragmentaria cuan-
do se coloca en el fardo y muy posiblemente hayan sido
extraídos como fragmentos de otros contextos.
También en este nivel fue colocado un conglomerado
de telas de ligamento llano en la zona del pecho (#9a-i).
Algunas prendas de algodón que están más o menos com-
pletas se encuentran entre ellos. Un paño sin decoración
de tres paneles (#9b, 108 x 61 cm, SM 363.02.2083) y una
camisa corta sin mangas (#9e, 34 x 83 cm, SM 363.02.2082)
están hechos de algodón blanco natural. La camisa ha sido confeccionada a partir de dos paneles dobla-
dos a la altura del hombro y con costuras de unión en la parte central y en los lados. Un segundo paño
de tres paneles (#9a, 124 x 61 cm, SM 363.02.2081) es inusual debido a que un panel es más largo que los
otros dos. Las diferentes combinaciones de torsión para la urdimbre y la trama están presentes en cada
uno de los paneles. Las urdimbres, por ejemplo, son Z-2S (la dirección de la torsión del hilo más común
para la confección de las urdimbres en los tejidos Ychsma), S-2Z, o de un solo cabo hilado en Z, mientras
que las tramas son en un solo cabo hilado en Z o S. Aunque la variabilidad en la construcción de hilos es
común entre los textiles Ychsma, este ejemplo es extremo.
Otros textiles en el ligamento llano de este grupo incluyen un paño rectangular de color blanco con
listas de urdimbres marrones en el borde (#9f, 62 cm x 55, SM 363.02.2086), un fragmento de tela de color
beige carbonizado (#9g, SM 363.02.2080), un fragmento ajedrezado con urdimbres y tramas en blanco y
marrón (#9h, 42 x 17 cm, SM 363.02.1984), y un grueso tejido completo de tela blanca (# 9i, 32 x 23 cm,
SM 363.02.2087). A pesar de que en general son de calidad deficiente, los textiles de este grupo se carac-
terizan por la variabilidad de la torsión en los hilos. La mayoría de los hilos son Z-2S o de un cabo hilado
en Z, pero hilos de un cabo hilado en S también están presentes en este grupo10.
Por debajo de la diversidad de fragmentos y prendas de vestir de esta capa hay un manto marrón
formado por tres paneles que envolvía completamente el fardo. Presenta un solo motivo de círculos
concéntricos realizado con sartas de plumas de tres colores que fueron cosidas sobre la tela (#10, Fig.
14). La sección central del manto, justo por encima del círculo, se ha perdido debido al deterioro, pero
algunas partes de todos los orillos se conservan. Como la mayoría de mantos, los tres paneles tienen
un ancho de 60 cm cada uno, pero la longitud sólo puede ser estimada por la sección que falta. La
estructura de este paño de algodón es ligamento llano con un ligero predominio de urdimbres. Las
urdimbres son Z-2S y las tramas son de un cabo en Z y S. El motivo del círculo es inusual y la ubicación
asimétrica de este único motivo lo es aún más.
Un fragmento brocado con un gran pez (# 10a, Fig. 15a) fue adjuntado al manto con costuras gruesas
cerca del círculo de plumas. El motivo de pescado ocupa todo el ancho de un panel de 60 cm, probable-
mente uno de los tres paneles de un manto grande. Por encima y por debajo del pez hay fragmentos de
otros peces en combinaciones de diferentes colores. A juzgar por los mantos completos y las dimensio-
nes de este fragmento, originalmente el pez grande pudo haberse repetido 18 veces con una alternan-
cia diagonal de colores en el manto original. La fibra (algodón), la estructura de brocado (las tramas
suplementarias que flotan por encima de cinco urdimbres y se sujetan por debajo de una urdimbre)
y la torsión de los hilos (Z-2S para las urdimbres de la tela base y un cabo hilado en Z para las tramas
suplementarias pareadas) son conformes con las características técnicas más recurrentes de los mantos
brocados de Ychsma (Frame s.f.). Las tramas de la tela base son Z-2S en este ejemplo. La imagen muestra
la interacción entre los motivos, una característica notable de algunas imágenes Ychsma, donde las
aves, el pescado y los crustáceos se muestran con frecuencia en actitud de comer o ser comidos. Un
cuadrúpedo con cola se muestra en el vientre del pez, utilizando la convención artística de una vista de
rayos-X (Fig. 15b).
Tercera Capa
El nivel tres del fardo se indica por un amarre de algodón anudado (#11, SM 363.02.2075). Debajo del
amarre, hacia un lado del cuerpo, se encontró la mitad de un manto con parches en tapiz en forma
de peces (#12, Fig. 16a). Un panel completo de la tela base de algodón y la mitad de otro panel fueron
teñidos, o posiblemente pigmentados, en un tono amarillo. Cinco peces enteros y cuatro incompletos
permanecen, junto a bordes decorativos en tapiz con diseños de aves y de plumas. Probablemente el
450 10 Los especimenes que corresponden a los números 9c y 9d no se encontraban en el depósito, ni en ninguna
de las listas o documentos consultados.
M. Frame, F. Vallejo, M. Ruales y W. Tosso / Los textiles Ychsma del Horizonte Tardío en Armatambo
Figura 14. Un manto de tres paneles en la capa dos, presenta un motivo de círculos concéntricos formados con
plumas rojas, amarillas y azules. La flecha a la izquierda indica donde fue cosido el fragmento de brocado al manto
(Figura 15a). >280 x 180 cm. #10, SM 363.02.2123.
Figuras 15 a y b. Un fragmento de brocado (a), que presenta un pez ingiriendo a un crustáceo mientras que aves
picotean su cuerpo (b), estaba cosido al manto #10 (nótese las puntadas gruesas al lado izquierdo de la figura 14,
indicada por la flecha). 82 x 60 cm. #10a, SM 363.02.2126.
manto originalmente tenía tres paneles y catorce aplicaciones de peces. Las adiciones en tapiz, que
incluyen los bordes en los extremos, son de algodón, y fueron tejidos en colores naturales y teñidos
(Figs. 16 b y c). En todo el fragmento de manto, la construcción del hilo es Z-2S, con la excepción de
las tramas de tapiz que son de un cabo hilado en Z. Todos los bordes de los peces están muy bien aca-
bados, ya sea por anudar los hilos o zurcirlos de nuevo después de haber sido cortados. Los nudos que
amarran las urdimbres cortadas se ocultan dentro de un ribete tubular tejido en el borde. El acabado
de la forma tan compleja es impresionante, puesto que todos los bordes tienen la apariencia de ori-
llos. Ambas figuras de peces y aves son comunes en la iconografía Ychsma, y las aletas de este pez se
asemejan a las alas de una ave.
Un segundo amarre anudado (#13, SM 363.02.2137), además del #11, sujetan dos grandes paños
envoltorios de la tercera capa del fardo. Uno de ellos es un manto amarillo de tres paneles que mues- 451
tra un patrón de aves volando (#14, Fig. 17a). Las aves marrón oscuro son bilateralmente simétricas y
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 437-478
a
Figuras 16 a, b y c. La capa tres del fardo contenía la mitad de un manto
(a) con parches de peces y los bordes cosidos a él (b y c). El pez en tapiz está
tejido y acabado en todos sus bordes (b). Posteriormente, fue cosido al manto
de algodón amarillo. 383 x 105 cm; parche de pez: 48 (la dirección de la ur-
dimbre es horizontal) x 36 cm. #12, SM 363.02.1427.
b a
un borde en tapiz y una banda con flecos. Los hilos de fibra de camélido se usan solo para las tramas
de color rojo brillante que se encuentran en el borde y los flecos. Las urdimbres de la tela base, los
parches, los bordes y la banda marginal son consistentemente Z-2S, pero las tramas en la tela base
son de un cabo hilado en S, de un cabo hilado en Z en los parches, y una mezcla de estructuras de hi-
los en los bordes. Los parches, como los tapices Ychsma en general, se tejen en el ligamento de tapiz
ranurado. Los trabados ensamblados, a veces nombrados “cola de paloma” o “dove-tail” en inglés, son
utilizados ocasionalmente para cerrar las largas ranuras de tapiz, o más comúnmente, las costuras. El
borde final de los parches en tapiz tiene un ribete de forma tubular en el que se ocultan las urdimbres
cortadas y anudadas. El manto originalmente pudo haber tenido 19 (seis, siete, seis) parches dispues-
tos en los tres paneles11. Aves de pie (Fig. 18b), en lugar de volar o nadar, se repiten en los parches y
el borde. La figura de gancho que se repite en los bordes de los parches puede referirse a las olas del
mar encrespado.
11 El número de parches no pudieron ser verificados debido a la complejidad del plegado de los fragmentos y 453
la falta de espacio en el depósito.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 437-478
Cuarta Capa
Cuatro amarres de tela de algodón (# 16, SM 363.02.2075, # 17, SM 363.02.2144, # 19, SM 363.02.2138, y
#20 a y b, SM 363.02.2147) aseguran los paños envoltorios de la cuarta capa del fardo. El primer amarre
se encuentra arrugado y anudado. El segundo, que estaba abierto, era una tela blanca de tres paneles
con dimensiones de 125 x 60 cm. En este paño de tejido abierto, los hilos de urdimbre y trama son de
un cabo hilado en Z. El tercero es un fragmento de dos paneles tejidos y cosidos entre sí que miden 80
x 45 cm. Ambos hilos de urdimbre y trama son de un cabo hilado en Z. El último amarre, que consta de
dos piezas, es de 104 cm más 83 cm de longitud y 16 cm de ancho (aplanado). La construcción del hilo
para ambos fragmentos es Z-2S para las urdimbres y las tramas son de un cabo hilado en Z.
El primer tejido de la cuarta capa es un gran fragmento de manto en brocado, de tres paneles, en
que se repite una figura que parece ser una planta con caracteres zoomorfos (#18, Fig. 19a). Zarcillos
en espiral están unidos a la figura, que se compone de dos serpientes cada una con dos cabezas, más
una cabeza en la parte superior de la figura (Fig. 19b). La figura grande, 50 x 60 cm, que se repite nueve
veces en el fragmento existente, es única en el repertorio iconográfico Ychsma reunido hasta ahora.
Tres combinaciones diferentes de colores se exhiben en las figuras, y los que son del mismo color se
encuentran alineados en diagonal sobre los tres paneles. Este es el patrón más común de alternancia
cromática en los textiles Ychsma. Una característica inusual es el cambio de colores de la tela base.
Algunas áreas tienen tramas de color café claro, tramas marrones o tramas de dos colores alterna-
dos. Algunas de las tramas se han deteriorado, dejando rasgaduras de tela en algunas áreas (ver los
bordes derecho e izquierdo de la Fig. 19a). Este manto coincide con la mayoría de los mantos broca-
dos Ychsma en cuanto al hilado y el tipo de brocado. Estrechas franjas de tela han sido burdamente
cosidas al orillo de trama y partes de orillo de urdimbre. Estas adiciones desconcertantes indican una
particular, pero desconocida, historia antes de ser utilizado como un paño de envoltorio en el fardo.
El manto completo pudo haber tenido alrededor de un tercio más de tamaño que el fragmento super-
viviente, que es de 250 cm de largo.
Por debajo del final de los amarres (#19 y #20 a y b), cerca del pie del fardo, había un fragmento
de brocado de algodón con un patrón ajedrezado de rectángulos llanos y rectángulos con dibujos (#
21, Fig. 20a). Rombos con bordes aserrados se repiten dentro de las celdas de una red hexagonal en
los rectángulos con dibujos (Fig. 20b). El patrón se teje en una estructura de brocado menos común,
donde las tramas suplementarias flotan por encima de un número par de urdimbres y se sujetan por
debajo de dos urdimbres. La tela de la base es el ligamento llano de urdimbre predominante. Las ur-
dimbres son Z-2S, las tramas de la base de un cabo hilado en S, y las tramas de brocado son de un cabo
hilado en Z, usados en pares. El ángulo agudo de los bordes dentados que delinean el diamante su-
gieren un origen norteño para el motivo (compárese con Rowe 1992: Figura 14). El patrón ajedrezado
puede indicar una influencia inca12. El fragmento ha sido rasgado en todos los lados antes de que fuera
colocado en el paquete, por lo que la forma original de la tela no puede ser comprobada.
La figura más detallada de todas se repite en un gran fragmento de manto en brocado de tres
paneles, que era el siguiente paño envoltorio en la cuarta capa del paquete. La figura lleva un tocado
de media luna creciente con la barbilla rodeada por una banda (#22, Fig. 21a), que son una reminis-
cencia de las formas de tocado representados en textiles de los estilos norteños, como Sicán. La figura
está asociada con una estructura escalonada, tal vez una plaza hundida, y se encontraba encima de
un par de atados, con dos dedos ungulados, posiblemente de camélidos o ciervos. Las aves en vuelo
se repiten en una fila por debajo de la estructura escalonada, y dos crustáceos se encuentran a un
lado de la figura principal. Una figura con forma de gusano con un rostro humano está en la misma
zona. Tanto la estructura escalonada y las prendas de vestir de las figuras están cubiertas con motivos
454 12 La sugerencia fue atribuida a Jane Feltham (Jiménez 2006: 252). Aunque esto aún no puede ser demostrado
con los textiles de contextos arqueológicos, la sugerencia puede tener mérito.
M. Frame, F. Vallejo, M. Ruales y W. Tosso / Los textiles Ychsma del Horizonte Tardío en Armatambo
a b
Figuras 18 a y b. La tercera capa del fardo incluye un manto amarillo de tres paños con parches en tapiz y un borde
(a). El parche presenta aves marinas, posiblemente pelícanos, enmarcados por motivos que parecen ser olas (b). 371
(la dirección de las urdimbres de la tela de fondo es horizontal) x 93 cm y 375 x 98 cm. #15, SM 363.02.2121. Parche
en tapiz: 22 x 28 cm.
geométricos dispuestos en diagonal, que también se repiten en los cuerpos de algunos de los animales
más pequeños.
Una característica inusual de la composición del diseño es la asimetría, que incluye no sólo la
ubicación de figuras menores, sino también la fisiología de los motivos. La figura principal tiene un
hombro que es más pequeño y más bajo que el otro, y muestra un número diferente de dedos en cada
mano (Fig. 21c). La asimetría de las manos de la figura se repite en las garras de diferentes tamaños de
los crustáceos, que tienen sus extremidades asimétricas levantadas en un gesto similar (Fig. 21b). Las
diferencias en las manos y uñas sugieren que la asimetría fue intencional, y presenta la posibilidad
de que la figura es una representación del hombre con la columna vertebral torcida del mismo fardo.
Su enfermedad pudo haberlo marcado como especial en un sentido positivo, ya que parece ser que 455
preside un sacrificio de ungulados atados con sogas al cuello en un marco arquitectónico. Este tipo
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 437-478
a b
b
c
13 Ver Rowe (1984: 18–33) para una descripción de las características técnicas de los textiles Chimú, que perte-
necen a la tradición norteña.
14 En las túnicas Inca y Wari, el borde oblicuo entrelazado se encuentra en las costuras laterales en lugar del 457
borde inferior, ya que las urdimbres son orientadas horizontalmente, no verticalmente.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 437-478
ambas caras, y algunas tramas son trasladadas a través de otra área de color en la cara inferior. Las
urdimbres son Z-2S, y las tramas son de un cabo hilado en Z. Las urdimbres de la banda con flecos son
S-2Z, lo cual es inusual, y las tramas son Z-2S. Las tramas de fibra de camélido amarillo son usadas
para las bandas con flecos de la mayoría de las camisas, pero en este caso las tramas están elaboradas
de algodón.
Los siguientes tres artículos del fardo son llanos o fragmentos. Se incluye una camisa de algodón
blanco que está hábilmente tejido y acabado (#24, SM 363.02.2143). Es similar en tamaño (48 x 100 cm)
y en la construcción de la camisa en tapiz, excepto que el fleco en el borde inferior es una extensión
de los hilos de urdimbre del cuerpo de la camisa. Las urdimbres son Z-2S y las tramas son de un cabo
hilado en Z. El segundo es un fragmento de banda con fleco amarillo del tipo de las empleadas en el
borde inferior de las camisas en tapiz (#25, SM 363.02.1987). Las urdimbres de algodón en esta banda
con fleco son Z-2S-2Z, mientras que las tramas de algodón son Z-2S. La tercera pieza es un manto de
algodón blanco compuesto por tres paneles con urdimbres y tramas Z-2S (#26, SM 363.02.2124). Este
manto de gran tamaño (285 x 180 cm) tiene ribetes tubulares que se tejen y cosen (con el hilo de la
458
misma trama) a los orillos de urdimbre. Las urdimbres de los bordes tubulares son de color marrón,
M. Frame, F. Vallejo, M. Ruales y W. Tosso / Los textiles Ychsma del Horizonte Tardío en Armatambo
dorado y blanco, y presenta un motivo geométrico compuesto de diamantes y triángulos que se re-
piten a lo largo del ribete. El panel presenta huellas de un pigmento rojo y depósito metálico verde,
junto a una zona carbonizada. Una fotografía del fardo muestra que esta tela fue enrollada por el
pecho, debajo de la barbilla.
El manto final en esta capa envuelve completamente el cuerpo vestido del individuo. El manto ma-
rrón tiene un diseño geométrico de círculos (#27, Fig. 23), hecho en la técnica del teñido en reserva por
amarres (“tie-dye”). Los círculos fueron producidos amarrando un hilo alrededor de pequeños secciones
de tela, que impidieron la penetración de los tintes. El manto está carbonizado en muchas áreas, pero
la longitud total de las urdimbres está presente (280 cm), así como fragmentos de dos paneles. El ancho
total de un panel (60 cm) está presente, lo que sugiere que el manto original pudo haber medido 180 cm
de ancho, si hubiese sido construido de tres paneles. Tanto los hilos de urdimbre y trama son de un cabo
hilado en S, lo cual es inusual entre los textiles Ychsma, a excepción de los taparrabos. Cuando esta tela
envoltoria fue retirada, la cara y el cuerpo vestido del individuo se hizo visible.
Figura 23. Los círculos en un manto marrón, que envolvió el cuerpo, fueron teñidos con
reserva por amarres (“tie-dye”). Las filas pares forman un patrón que parece ser gan-
chos entrelazados. 280 x 100 cm. #27, SM 363.02.2136.
Los textiles con los números 28, 29 y 30 no fueron ubicados en el depósito textil. En un inventario
(Ruales s.f. 2), el número 29 está asociado a dos placas de metal. Vallejo (1988: 400-401) menciona que
los ojos del individuo estaban cubiertos de placas de una aleación de oro – plata y que plumas se in-
sertan a los oídos con cuerdas. Es posible que a estos objetos les hayan asignado los números 28 al 30
durante el proceso de desenfardelamiento, y que están almacenados en otro depósito.
Quinta Capa
Las prendas que vistieron al difunto están en la capa final del fardo. Según Vallejo (comunicación
personal), el individuo llevaba varios taparrabos. Los taparrabos tienen una forma distintiva que es
más ancha en las extremidades que en el centro. Se produjo al cambiar la tensión y la densidad de las
459
tramas, a medida que el tejido era avanzado. Cosiendo dos paneles al centro se genera una forma más
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 437-478
pronunciada. El taparrabo más externo (#31, Figs. 24 a y b) tiene un patrón de chevron en el borde del
extremo más ancho. El patrón está tejido con tramas suplementarias embutidas en el mismo espacio
que la trama del tejido base15. Una característica inusual en este taparrabo es el uso de tres tramas de
color azul en cada extremo. Los taparrabos Ychsma tienen una textura similar al crepé, producida por
el uso de hilos muy torcidos, que también incrementa la calidad de la elasticidad de la tela de algodón.
Típicos taparrabos Ychsma, como éste, son elaborados con urdimbres y tramas de un cabo hilado en
S. La dirección de la torsión indica que los hilos fueron torcidos manteniendo el huso en posición ho-
rizontal, un método típico de los estilos norteños. Es interesante señalar que los tejedores de Chancay
también utilizaron hilos de una alta torsión, de un cabo hilado en S en las urdimbres y tramas, para un
tipo de prenda única, que en el caso de Chancay fueron las telas de gasa para la cabeza empleadas por
las mujeres. Tanto los hilanderos Chancay e Ychsma, a diferencia de los hilanderos de la costa norte,
usaron un huso con ambos extremos puntiagudos que podría ser usado para hacer hilos con torsión S
o Z al cambiar la orientación del huso.
La camisa exterior que fue llevaba por el individuo es de color marrón oscuro, y se ajusta a las
proporciones y construcción de camisas costeñas en general (#32, Fig. 25). Se compone de dos paneles
de tela con aberturas para la cabeza y los brazos producidas al dejar vacíos en las costuras. El borde
inferior con patrón de aves dispuestas en diagonal, se tejió con las mismas urdimbres del cuerpo de la
camisa. Tanto la estructura utilizada en el borde (ligamento de tramas complementarias) y las bandas
amarillas y rojas que flanquean el borde, son características que se encontraron en las camisas cos-
teñas de otras zonas de la costa durante el Horizonte Tardío. El cuerpo de la camisa de algodón tiene
hilos en Z-2S, y las tramas listadas y los bordes están elaborados de hilos de fibra de camélido (tam-
bién en Z-2S). Una característica que parece ser específicamente Ychsma es la banda amarilla con
flecos que se cose al borde inferior. Los anillos del fleco están abiertos y sin cortar, de forma similar a
los ejemplos anteriormente descritos, y en este caso el hilo de trama amarilla es de fibra de camélido.
Las figuras del borde se trabajan en dos tonos de dorado, excepto en un área en donde el púrpura es
sustituido por uno de los colores. Este tipo de camisa parece ser el modelo costeño de un tipo de túni-
ca Inca provincial, que tiene proporciones largas y estrechas, pero un tratamiento en el borde similar
(Frame et al. 2004: Figuras 8 y 9; Uhle 1991: Figura 50).
Una ofrenda, consistente en una valva de spondylus, fue rellenada con fibra de algodón y envuelta
con un gran fragmento de taparrabo de algodón (#33, Fig. 26). Vallejo (1988: 401) sugiere que la valva
envuelta originalmente pudo haber sido colocada en las manos del individuo. La colocación de la
ofrenda es interesante a la luz de la imagen en un textil brocado del relleno (#50, Fig. 7b). La figura
masculina podría sostener valvas de spondylus con características antropomorfas en sus manos. El
fragmento de taparrabo que envuelve la valva es similar en la construcción y torsión de los hilos (to-
dos de un cabo hilado en S) como el otro taparrabo que acabamos de describir (#31, Fig. 24). El dibujo
en la parte inferior consiste en listas horizontales de color beige y marrón. La unión entre la zona lla-
na y con diseño, que sigue diagonales opuestas que se elevan desde la costura central hacia los bordes
exteriores, se logró mediante el uso de tramas discontinuas.
El taparrabo interior que estuvo directamente en el cuerpo del difunto (#34, Fig. 27) carece de dibu-
jos, pero es similar en la construcción y torsión del hilo a los especimenes #31 y #33. La consistencia de
los tres ejemplos confirma las características tecnológicas de este tipo de taparrabo Ychsma. Otros simi-
lares han sido descritos en Rinconada Alta (Frame et al. 2004: 835-36 y en la Figura 17) y de Pachacamac
(Feltham 2002: Figura 7). La forma de taparrabo Ychsma (ancho en los extremos), de acuerdo con un
estudio más amplio, tiene una distribución que se extiende desde Ate en el valle del Rímac, hasta el valle
de Chincha (Osborne 1950). No hay informes sobre ejemplos de estilo Chancay, donde los taparrabos
460 15 Esta técnica de tramas suplementarias (“inlay”) difiere del brocado, donde las tramas suplementarias se
añaden en las hileras que son distintas de las hileras de las tramas de la tela base.
M. Frame, F. Vallejo, M. Ruales y W. Tosso / Los textiles Ychsma del Horizonte Tardío en Armatambo
Figura 25. El difunto vestía una camisa color marrón con borde rojo y dorado encima de
varias otras camisas. 65 x 140 cm. #32, SM 363.02.2098.
rectangulares con una faja agregada parecen ser la norma. El taparrabo llano usado por el individuo (Fig.
27) ofrece nueva información sobre cómo se llevaba el taparrabo. Las dos esquinas del extremo más an-
cho todavía están anudadas. Está claro que ningún lazo adicional fue utilizado para sujetar el taparrabo
alrededor de la cintura. Es probable que el extremo libre, que es un poco menos ancho, pasara entre las
piernas, debajo de las esquinas anudándose en el talle, y colgándose hacia abajo como un delantal. Si
este fuera el caso, las áreas triangulares con diseños en el extremo más ancho del taparrabo, como los
especimenes #31 y #33 (Figs. 24 y 26), habrían cubierto las nalgas.
El individuo llevaba cuatro camisas, una de las cuales se ha descrito (#32, Fig. 25). Dos de las ca-
461
misas, #36 (SM 363.02.2142) y #38 (SM 363.02.2106), están elaboradas en ligamento llano de algodón
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 437-478
Figura 26. Una valva de spondylus rellena con fibra de algo- Figura 27. El taparrabo interior que todavía
dón, fue hallada envuelta en este fragmento de taparrabo. 75 usaba el difunto tiene nudos en las esquinas de
x 84 cm. #33, SM 363.02.2105. la parte más ancha, indicando como fue atado
a la cintura. #34, SM 363.02.2088.
blanco. Ambos se construyeron con dos paneles de tela que se doblan en los hombros y se cocieron
al centro y en los laterales, dejando aberturas para los brazos y la cabeza. El primero, #36, es similar
a otra camisa del fardo (#24), que tiene flecos de urdimbres en el borde inferior, urdimbres en Z-2S y
tramas de un cabo hilado en Z. Sus dimensiones, 41 x 96 cm, son ligeramente más pequeñas que el #24
y la estructura es un poco más suelta. La segunda camisa llana (#38), se encontraba junto al cuerpo,
está rota a lo largo del borde inferior y tiene muchas adherencias y alguna pérdida estructural en una
esquina superior. Las urdimbres son de un cabo hilado en S mientras que las tramas son de un cabo
hilado en Z. Las dimensiones de la camisa, que están incompletas en el sentido de las urdimbres, son
de 45 x 99 cm.
Entre las camisas llanas, el individuo llevaba una camisa en tapiz elaborado de algodón (#37, Fig.
28a). La construcción con dos paneles, y las proporciones cortas y anchas son características de las
camisas de la región costeña central y sur, y son las mismas en todas las camisas del fardo. La fibra, la
torsión del hilo, el color de la banda con flecos y el formato del borde inferior de esta camisa en tapiz
son muy similares a otra camisa tapiz del fardo (#23, Fig. 22). El tratamiento de los orillos de urdimbre
es el mismo, con anillos de urdimbre en uno de los extremos y urdimbres cortadas y oblicuamente
entrecruzadas al otro.
La camisa también tiene características adicionales que amplían el rango de variación dentro del
tipo. A pesar de que se teje en el tapiz ranurado, también es un tejido de calado semi-transparente. El
calado se logra dejando desnudas las urdimbres en algunas zonas (Fig. 28b), en lugar de cubrir com-
pletamente las urdimbres con las tramas. El patrón de repetición de las serpientes entrelazadas en
el cuerpo de la camisa es muy diferente de las figuras monolíticas de otra camisa tapiz del fardo (Fig.
462 22a). Sin embargo, ambos enfoques de diseño están presentes en una muestra más amplia de camisas
M. Frame, F. Vallejo, M. Ruales y W. Tosso / Los textiles Ychsma del Horizonte Tardío en Armatambo
Figura 28 a y b. Una camisa en tapiz calado, que muestra un diseño de serpientes entrelazadas, fue usada por el
difunto (a). La figura de un pequeño pez forma el ojo de cada serpiente (b). 46 x 127 cm. #37, SM 363.02.1997.
de tapiz en colecciones de museos, que pueden ser identificados como Ychsma, en base a las caracte-
rísticas técnicas y estilísticas de las camisas del fardo. De hecho, la variedad de figuras y patrones es
una característica sobresaliente de las camisas y fragmentos de tapiz Ychsma, no hay dos iguales en
la muestra reunida.
Los últimos objetos del fardo incluyen un paño de algodón, dos almohadillas de algodón, hilos
y tres plumas. La tela de algodón (#39, SM 363.02.2145), que tiene bandas estrechas de color marrón
en los orillos de trama y dimensiones de 46 x 48 cm, se deforma en diagonal como si hubiera sido en-
vuelto o atado a algo. La tela conserva la impronta de algo así como granos de maíz en la textura. Las
urdimbres son de un cabo hilado en S, a excepción de las listas laterales, que son de un cabo hilado en
Z, al igual que las tramas. Fibra de algodón e hilos (#39a, SM 363.02.2089) están listados en el inventa-
rio como procedentes del compartimento D (Ruales s.f. 1), pero no fueron ubicados en el depósito. No
fue ubicado ningún textil que corresponde al espécimen #40 de este contexto. Tres plumas de color
rosado y crema, que miden 13 x 4 cm, corresponden al espécimen #41 (SM 363.02.2139). Dos almo-
hadillas de fibra de algodón despepitada (#42, SM 363.02.2146) están asociadas a un objeto metálico
(también #42), de acuerdo con el inventario. El elemento metálico, según lo descrito por Vallejo (1988:
400 y 421), fue una placa cuadrada de metal con agujeros en las esquinas que cubría el pene. Este es el
463
elemento final que se registró en el desenfardelamiento del individuo.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 437-478
queño, pero significativo, con tramas de fibra de camélido que sigue el esquema de color Inca de rojo,
dorado, blanco y negro. La variedad de textiles podría reflejar las oleadas de influencia tecnológica y
estilística de las dinastías norteñas y del altiplano en los tejidos de los Ychsma, que eran los guardia-
nes del santuario más venerado y visitado en la costa.
Colecciones comparativas
Utilizando la combinación de datos gráficos y técnicos del contexto de Armatambo, es posible identi-
ficar muchos textiles Ychsma en colecciones de museos y cotejar una muestra mucho mayor. Algunos
de los museos con colecciones textiles, en particular la colección Uhle del Museo de Arqueología y
Antropología de la Universidad de Pennsylvania, la colección Bandelier de Surco (Valle del Rímac) y
la colección Gaffron de Márquez y Chuquitanta (Valle de Chillón) en el Museo Americano de Historia
Natural y la colección Gretzer en el Museo Etnológico Staatliche Museen zu Berlin, así como algunos
textiles en el Museo de Arqueología y Etnología Peabody de la Universidad de Harvard, conservan
datos de procedencia o excavación que se pueden considerar fidedignos. Los textiles de Armatambo
y Rinconada Alta, excavados por Daniel Guerrero y Luisa Díaz, y la publicación de textiles excavados
por Peter Eeckhout en Pachacamac, también forman parte de la muestra así como los textiles de los
museos de sitio de Pachacamac y Puruchuco. Muchos textiles Ychsma de los museos que se enumeran
en las notas, se pueden encontrar en las fuentes citadas o verse en los sitios web de los museos. La
información disponible sobre la procedencia, que se resume en el texto, sugiere los límites de la esfera
de influencia Ychsma durante el Horizonte Tardío (Fig. 29). Los textiles sin procedencia contribuyen a
ampliar los compendios de imágenes, los patrones y las variantes técnicas en los tejidos Ychsma.
Parches de Tapiz
Los textiles más característicos son los parches en tapiz en forma de peces (Figs. 5 y 16a y b), que pa-
recen ser propios del estilo Ychsma16. Son tejidos en su forma final y presentan diversos contornos y
varios dibujos. Casi invariablemente, los parches son de algodón en colores típicos Ychsma: blanco,
azul y varios tonos de café. La torsión de los hilos es bastante consistente (Z-2S para las urdimbres y
generalmente un cabo hilado en Z para las tramas). Las uniones entre las áreas de color son variables
e incluyen ranuras, ranuras cosidas, ocasionalmente tramas ensambladas o trabadas (“dove-tailed or
interlocked joins”), y tramas flotantes (“underfloating wefts”). Un parche en forma de pájaro fue localiza-
do en Pachacamac (Schmidt 1929: 502, derecha), pero los otros son peces. Los datos de procedencia de
los especimenes reunidos se limitan a Armatambo (este contexto) y Pachacamac.
Los parches cuadrados en tapiz (Figs. 9, 18a y b) son también distintivos17, y el contexto de
Armatambo pone de manifiesto que tanto los parches cuadrados como los parches en forma de peces
16 Para los parches de peces de algodón tejidos en tapiz, consulte Benson 1997: Lámina 7 (Pachacamac, UPM 30370,
colección Uhle); Bird 1962: Figura 35, arriba (TM 91.193); Engelstad 1980: figuras 3, 6 y 11; de Lavalle y González,
1988: 269; de Lavalle y Lang, 1977: 150; Stone-Miller, 1992: Lámina 58 (MFAB 31.710); Ubbelohde Doering 1952:
Figura 76 (Pachacamac, EMB, colección Gaffron); AIC 1955.1698; CMA 1933.392, y MNAA RT 1645.
17 Para los parches cuadrados de algodón tejidos en tapiz, ver Benson 1997: Lámina 8 (Pachacamac, UPM 32609,
colección Uhle); Bjerregaard 2002: 74 (Pachacamac, NMD O.4277b, ex-colección Gretzer de EMB) y 105 (NMD
O.4407b, ex-colección Gretzer de EMB), Eeckhout 1999: Figura 25 (Pachacamac), Jiménez Borja 1999: Lámi-
nas 5, 6, 9 y 10 (dice que son de Pachacamac), de Lavalle y González, 1988: 252-3; Reina y Kensinger 1991:
Figura 1.18 (UPM CG852611-6459), Schmidt 1910: Figuras 19 y 37 (Pachacamac), Schmidt 1929: 500 - 502
(Pachacamac, EMB, colección Gretzer); Taullard 1949: Figura 68 (dice que es de Ica); Ubbelohde Doering
1952: 80 (Pachacamac, EMB, colección Gaffron); AIC 1955.1699, AIC 1955.1700; AIC 1955.1762; AMNH B/1345A
(Surco, colección Bandelier); AMNH 41.2/746, AMNH 41.2/747; AMNH 41.2/5407; BM Am1954,05.480; MdqB
71.1947.0.5.776; MMA 28.64.3, 8, 12, 23, 24 y 29; NMNH 133353 (Ancón); NMNH 133044a-e (Ancón); TM 91.104; 465
y UPM 30369c (Pachacamac, colección Uhle).
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 437-478
Figura 29. Mapa de la costa central con los sitios arqueológicos donde se encuen-
tran los textiles Ychsma mencionados en este estudio.
466
M. Frame, F. Vallejo, M. Ruales y W. Tosso / Los textiles Ychsma del Horizonte Tardío en Armatambo
fueron cosidos a los mantos, formados por tres paños y bordes finales en tapiz. Parches sueltos que
parecen ser fragmentos del manto doblado que estaba en el exterior del fardo, fueron encontrados en
la parte interior del fardo (#18e). El uso del tapiz ranurado, la preferencia por los hilos de algodón y
la gama de colores suaves (con algunas excepciones)18 son características típicas de estos textiles. Las
urdimbres usualmente son Z-2S y ocasionalmente en Z-3S, mientras que las tramas son a menudo de
un cabo hilado en Z, pero hay una variedad de hilos de trama, incluyendo casos de un cabo hilado en S,
Z-2S, e incluso S-2Z. El tapiz no fue terminado de manera similar en ambas caras, pero los cuatro bor-
des están muy bien acabados, incluyendo el orillo final. La iconografía se divide en varias categorías:
animales (especialmente peces, aves y felinos); los seres humanos o antropomorfos, a menudo con
muchas pequeñas figuras en el espacio de fondo; plantas; y escenas con figuras múltiples, incluyendo
escenas de flotantes con nadadores, spondylus y peces. Muchos de los parches cuadrados muestran
figuras zoomorfas y motivos geométricos, que se repiten en los cuatro lados. La información disponi-
ble indica que la procedencia de los parches en tapiz es de Armatambo, Pachacamac, Surco y Ancón.
Un único ejemplo se dice proviene de Ica, pero la información sobre su procedencia no parece fiable.
Grandes mantos con figuras pintadas que imitan parches de tapiz también parecen ser de estilo
Ychsma, aunque no hay ejemplos de imitaciones pintadas incluidas en el contexto de Armatambo. Los
textiles pintados19 muestran la misma disposición de peces o cuadrados con bordes, como los mantos
con parches en tapiz, y algunos duplican los bordes finales de los tejidos originales (Figs. 16a y 18a).
Textiles con imitaciones pintadas de parches en tapiz, se dice que provienen del valle de Rímac, de los
sitios de Armatambo, Surco, La Molina y Rinconada Alta, así como de Ancón.
Camisas en Tapiz
Los parches en tapiz, a través de su iconografía, esquemas de color, fibras y técnicas características
(las estructuras de los hilos y las uniones en los tapices) tienen una fuerte conexión con las camisas en
tapiz de este estilo, incluyendo los que están en el fardo de Armatambo (Figs. 22a y 28a). Un número
significativo de camisas en tapiz similares se encuentran en colecciones de museos20, y dan una idea
de cuán amplio es el repertorio figurativo en este estilo. Mientras que predominan los peces y las
aves, también están presentes los monos, felinos, plantas, seres humanos vestidos, diseños entrela-
zados y motivos geométricos con pequeñas figuras de animales inscritos. En una ponencia reciente,
Jane Feltham (s.f.) sugirió que las ranas comprendieron una categoría notable entre los animales
18 Parches cuadrados en tapiz también pueden incluir tramas teñidas de fibras de camélido, especialmente en
rojo, negro y dorado. Existen ejemplos de estas versiones de colores brillantes en Pachacamac, ver Lavalle
(1988: 156-7, PachSM). Agradezco a María Luisa Patrón por mostrarme un manto, de la colección de Pacha-
camac, con restos de un parche muy similar a los ejemplos publicados que están en exhibición. Ver también
AMNH B/1223A (Surco) y MMA 28.64.3.
19 Para textiles pintados que imitan textiles con parches en tapiz, ver d’Harcourt 1962: Lámina 50A (Ancón,
MdqB 84-91-65); Hyslop y Mujica 1992: Figura 14 (Surco, AMNH B/4522, colección Bandelier); de Lavalle y
Lang, 1979: 147-151 (PurSM 001268); Schmidt 1929: 508, zona superior derecha (Pachacamac, EMB, colección
Gretzer); Luisa Díaz (2003, Armatambo, encontrado en superficie); Daniel Guerrero (Rinconada Alta, cubierta
exterior de la momia de 891, F-71); MdqB 71.1911.21.449; y PurSM RT 0831 (La Molina).
20 Para camisas de algodón en tapiz, véase Benson 1997: Lámina 9 (Pachacamac, UPM 32614, colección Uhle);
Feltham 2002: Figura 13 (Pachacamac); d’Harcourt y d’Harcourt 1924: 21 (Pachacamac, MdqB 71.1964.86.147,
(colección d’Harcourt); Jiménez Borja 1999: Láminas 1, 2, 8, 11 (cuatro camisas, dice que son de un contexto de
Pachacamac); de Lavalle 1988: 258-9 (LACMA M.72.68.9); de Lavalle y Lang, 1982: 102-3; Morris y von Hagen,
1993: Figura 180 (AMNH B/7781, colección Gaffron); Stone-Miller, 1992: #212 (BMFA 36.58); AMNH B/7778;
AMNH B/8588 (Chuquitanta, colección Gaffron); BM Am 1954,05.550, BM Am 1965,03.6; MdqB 71.1933.0.271.98
y 71.1933.0.271.316 (2 mitades); MNAA RT 6392; MNAA RT 22883; MNAA RT 23710; MNAA RT 24204; NMNH
133385-D (Ancón); NMNH 133385-A (Ancón); PMH 46-77-30/10401 (Vista Alegre); PMH 46-77-30/10371A; TM 467
91.493, TM 91.501, TM 91.523 y TM 1966.7.30.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 437-478
representados en los parches rectangulares. A veces, múltiples figuras interactúan en escenas de de-
predación y lucha o actividades como la recolección de fruta de los árboles. Las camisas tienen bordes
inferiores con figuras, a menudo azul y flanqueado por franjas estrechas. La mayoría se elaboran en
tonos naturales de algodón, además de unos pocos teñidos, sobre todo azul. Una flecadura amarilla,
por lo general tejida con tramas de fibra de camélido, casi siempre va cosida al borde inferior. Todas
las camisas examinadas tienen el mismo tratamiento en el orillo terminal: urdimbres cortadas que
son entrecruzadas oblicuamente. Una minoría de camisas está tejida con tramas de fibra de camélido,
predominantemente en tonos de rojo, dorado, blanco y negro21. La información sobre la procedencia
de los tejidos examinados, en colecciones de museos o identificados en las publicaciones y coleccio-
nes en línea, indica que las camisas vienen de Armatambo, Vista Alegre, Ñaña, Monterrico (Valle de
Rímac), Pachacamac (Valle de Lurín), así como Chuquitanta (Valle de Chillón) y Ancón.
Taparrabos
Se ha podido reconocer accesorios tipo delantal para los taparrabos, que tienen la forma de campana
invertida y están tejidos en tapiz, como piezas de vestuario que hacen juego con las camisas en tapiz.
Aunque no están presentes en el contexto de Armatambo, la combinación de colores, el repertorio de
figuras, la banda amarilla con flecos y las características técnicas de este accesorio son compartidas
con las camisas de tapiz Ychsma. Un ejemplo en miniatura aún sigue unido a un extremo de un tapa-
rrabo, tipo Ychsma22. Presumiblemente, el panel en tapiz estaba colocado en la zona frontal, con el
extremo angosto del panel en tapiz y la franja amarilla colgando hacia abajo. La limitada información
sobre la procedencia de la muestra indica que los ejemplos provienen de Surco (Valle de Rímac) y
Márquez (Valle de Chillón).
El taparrabo, que se acampana en ambos extremos, es una prenda que llevaban los hombres
Ychsma, como se ilustra en el contexto descrito aquí (Figs. 24, 26 y 27). Taparrabos de esta forma son
tejidos con hilos de alta torsión, que son un cabo hilado en S. Algunos tienen patrones insertados con
tramas suplementarias en el extremo más ancho. Probablemente las zonas triangulares con dibujos
cubrieron las nalgas y el extremo más estrecho formó un delantal en la parte frontal. Los taparrabos
fueron confiablemente reportados desde una serie de lugares entre los valles del Rímac y Chincha, así
como de Ancón23. Aquellos con dibujos provienen de los valles de Rímac, Lurín y de Ancón, pero no de
los valles más al sur. Las técnicas de diseño con tramas, como brocados, tramas suplementarias em-
butidas (“inlay”) (Fig. 24), y tramas discontinuas (Fig. 26), se emplean para la confección de patrones
en el extremo más ancho. Como se describió anteriormente, algunos ejemplares tenían un panel en
tapiz, o delantal, unido al extremo más angosto del taparrabo.
21 Para las camisas tapiz con tramas de camélido, véase Mayer 1969: Lámina 7 (CAI 55.1680); Taullard 1949:
figura 141 (Pachacamac); MdqB 71.1964.86.148 (d’Harcourt colección); AMNH B/8566 (Monterrico, colección
Gaffron); MMA 82.1.2 (dice que es de Ancón); MNAA RT 2107; PMH 15-41-30/86882 (Ñaña, valle de Rímac);
SAM PC40.31; y TM 1966.7.35.
22 Para taparrabos delantales en tapiz, véase Bjerregaard 2002: 105 (NMD O.4405); Stone-Miller, 1992: #178
(MFAB 30.257); AMNH B/8560 (Márquez, Valle de Chillón, colección Gaffron); MNAA RT 3589; NMNH 233537
(Surco, ex-colección Bandelier); y TM 91.4.
23 Para taparrabos, véase Feltham 2002: Figura 7 (Pachacamac); Frame et al. 2004: Figura 17 (Rinconada Alta);
Hyslop y Mujica 1992: Figura 16 (Surco, AMNH B/1259, colección Bandelier); Montell 1929: Figura 71B (RMS
05.17.134); Osborne 1950 (siete desde el valle del Rímac, once del Valle de Cañete, y dos del Valle de Chin-
cha); Daniel Guerrero (excavación de Rinconada Alta, 098.1); AMNH B/1073 a, b, y c (Surco, colección Ban-
delier); AMNH B/1215 (Surco, colección Bandelier); AMNH B/1233 A y B (Surco, colección Bandelier); AMNH
B/4184 (Ancón, colección Bandelier); SM 363.02.2057 (Excavación en Armatambo: Ruales, Vallejo y Tosso);
468 SM 363.02.2055 (Excavación en Armatambo: Ruales, Vallejo y Tosso); y UPM 32702 (Pachacamac, colección
Uhle).
M. Frame, F. Vallejo, M. Ruales y W. Tosso / Los textiles Ychsma del Horizonte Tardío en Armatambo
Vinchas
Otro artículo en tapiz, usado por los hombres, es
una vincha rellenada24. Las vinchas se hacen en dos
partes: una banda en tapiz y un paño cuadrado lige-
ro, en ligamento llano. Las urdimbres y tramas del
tejido ligero son de un cabo hilado en S. El cuadrado
se pliega una vez en diagonal, para luego doblarse
varias veces sobre la misma diagonal formando una
almohadilla de tela del mismo ancho que la banda
en tapiz, a la que se cose. La extensión del tapiz,
más allá del acolchado, se dobla y se cose en los
extremos de menor anchura de la vincha. Las vin-
chas en tapiz pueden ser de algodón con algunas Figura 30. Vinchas rellenadas se pueden encontrar en mu-
figuras bordadas añadidas (Fig. 30), pero la mayoría chos sitios de los valles de Rímac y Lurín. Esta banda de ta-
de muestras reunidas tienen por lo menos algunas piz fue hallada en el compartimiento “I”, en el mismo sector
tramas en fibra de camélido teñido. Motivos en- del contexto de Armatambo descrito en este artículo. 89 (la
trelazados o geométricos y motivos figurativos de urdimbre está a lo largo) x 4 cm. SM 363.02.2043.
animales o plantas se repiten a lo largo de las vin-
chas. Este tipo de vincha fue reportado en Armatambo, Rinconada Alta, Surco, Maranga, Vista Alegre y
Pachacamac (valles de Rímac y Lurín), así como en Márquez y El Paraíso (valle de Chillón) y Ancón. Una
banda en tapiz ranurado encontrado en el relleno de la tumba del contexto de Armatambo (Fig. 3) puede
ser parte de una vincha, aunque es más ancho que la mayoría.
Mantos en Tapiz
Grandes mantos en tapiz también forman parte del repertorio de las prendas de estilo Ychsma, aun-
que ninguno de ellos estuvo presente en el fardo de Armatambo. Varios mantos en tapiz, tejidos con
tramas de fibra de camélido teñidas, son confeccionados en paneles (Jiménez Borja 1999: Láminas 3
y 4). Un característico tipo de felino de uno de los ejemplos lleva contornos dentados en la espalda y
en la cabeza. Su relación con el estilo Ychsma se ve confirmada por los fragmentos de una camisa de
Pachacamac, que lleva la misma figura (Taullard 1949: Figura 141). Un felino ligeramente diferente se
repite en otro ejemplar (Jiménez Borja 1999: Láminas 3 y 4), y esta figura se encuentra en un muestrario
en tapiz (VanStan 1954: Lámina II). El muestrario también incluye varias figuras que se elaboran en las
camisas tapiz Ychsma, confirmando la afiliación Ychsma de los mantos y el muestrario. Algunos mantos
calados, que son de ligamento de gasa, también pertenecen a este estilo. Una escena compleja donde
participan seres humanos y posiblemente literas fue tejida con tramas suplementarias compactas sobre
una base de gasa, en un manto que viene del mismo contexto de Ancón que contiene dos camisas en
tapiz de estilo Ychsma25. Este fragmento de manto tiene un borde con plumas en tapiz cuyas puntas
24 Para vinchas rellenadas, ver Eeckhout 1998: Figura 15 (Pachacamac); Feltham 2002: Figura 8 (Pachacamac);
Jijón y Caamaño 1949: Lámina LXIX, a la izquierda (Maranga); Smith 1926: Lámina III, número 2 (cerca de
Lima, V & AM); Luisa Díaz (Armatambo de 2003, dos hallazgos de superficie); Daniel Guerrero (Excavación en
Rinconada Alta, 809.1, 809.4, 816.11, 816.12, 823.7 y 823.8); AMNH B/1328 (Surco, colección Bandelier); AMNH
B/4659; AMNH B/8632 (Márquez, colección Gaffron); AMNH B/8682; AMNH B/8742 (El Paraíso, colección
Gaffron); AMNH B/9630 (Ancón, colección Bandelier); MdqB 71.1933.0.271.15; MMA 28.64.11; MMA 29.146.4;
MNAA RT 3610; MNAA RT 4124; MNAA RT 12280; MNAA RT 29046; PachSM 1132T-54 (Pachacamac); PMH 46-
77-30/11027 (Vista Alegre); PMH 46-77-30/10899; SM 363.02.2107 (Excavación en Armatambo: Ruales, Valle-
jo y Tosso); SM 363.02.2052 (Excavación en Armatambo: Ruales, Vallejo y Tosso); y UPM 32577 (Pachacamac,
colección Uhle).
469
25 NMNH 133385, B-0 y B-1 (Ancón).
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 437-478
sobresalen, una característica especial presente en un manto del fardo de Armatambo (Fig. 16c). La fibra
de algodón, la gama de colores, la iconografía y las características técnicas coinciden con los textiles del
contexto de Armatambo, y los textiles Ychsma en general. Un gran tapiz rectangular de Armatambo,
que fue tejido en una sola pieza, representa buceadores, remadores en balsas de totora, cangrejos, peces
y aves (Lumbreras 1974: Figura 194)26. La iconografía, colores, fibras y características técnicas indican
que también es de estilo Ychsma, pero el tamaño del panel sugiere que fue tejida en un telar vertical,
probablemente introducido a la costa por los Incas.
Mantos Brocados
Los brocados son otra clase de tejidos que predominan en el estilo Ychsma, y los mantos de tres paneles
con figuras de gran escala son lo más distintivo de ellos (Figs. 7a, 10b, 15a, 19a y 21a). Las detalladas figu-
ras, que a menudo ocupan todo el ancho de un panel, se repiten en filas y columnas y presentan diferen-
cias de color. Las figuras sobre los mantos de algodón se tejen en crema, café, tonos azules, varios tonos
de marrón, ocasionalmente verde, ladrillo, rosa y amarillo27. Las urdimbres son Z-2S y las tramas suple-
mentarias son generalmente un par de cabos hilados en Z. Las tramas de tela base son más variables (S,
Z, o Z-2S). Las tramas suplementarias en este tipo de brocado flotan por encima de cinco urdimbres y se
sujetan por debajo de una urdimbre. La iconografía puede ser descrita como figurativa en algunos casos,
pero parece ser narrativa en otros, donde las figuras se muestran en una escena específica con otras
figuras. Las escenas incluyen arquitectura con rasgos escalonados (Fig. 21a), botes y balsas (Figs. 31a y
b). Buceadores horizontales con canastas para recolección debajo del tronco, se ubican claramente en
un entorno marino (Fig. 31c). Grandes mantos de este tipo, que serán detalladamente discutidos en otra
parte (Frame s.f.), se han recuperado en Armatambo (Figs. 31b y d) y Pachacamac en los valles de Rímac
y Lurín, y en Márquez (Valle de Chillón).
El brocado es una técnica que se teje más rápidamente que el tapiz, y una serie de brocados pa-
recen imitar los mantos Ychsma con parches en tapiz28. Aunque no estaban presentes en el contexto
Armatambo descrito aquí (al lado del pequeño fragmento en Fig. 15a), este grupo de brocados están
estrechamente vinculados, técnicamente y estilísticamente, a los textiles del fardo. Las figuras más co-
múnmente representados son los peces, pero las aves también pueden ser representadas. La mayoría
están elaborados completamente con hilos de algodón, y las tramas suplementarias flotan por encima
de un número impar de urdimbres y se sujetan por debajo de una sola urdimbre. Este tipo de tela fue
reportado en Armatambo, Pachacamac y Rinconada Alta.
Dos telas brocadas del fardo de Armatambo (Figs. 8 y 20), aunque también fueron elaboradas con
tramas suplementarias hiladas en Z, son estructuralmente distintos de los que acabamos de describir.
Las tramas suplementarias flotan por encima de un número par de urdimbres y se sujetan por debajo de
dos urdimbres. El primer ejemplo es un manto elaborado con muchos paneles estrechos, en las que se
representa una escena de buceo en un estilo más lineal. Varios fragmentos de estructura similar, con la
misma o diferente escena, se han recuperado en Pachacamac29. El segundo ejemplo tiene un tablero de
ajedrez con cuadros llanos y cuadros con dibujos. Brocados similares de algodón fueron recuperados en
Huaquerones (Valle de Rímac) y en Pachacamac30.
Los textiles confeccionados con la técnica de brocado son quizás los más numerosos en los paños
Ychsma. Las subcategorías de brocados discutidas aquí incluyen algunos, pero no todas, las variantes de
brocados Ychsma. Los brocados con figuras de menor escala y figuras que se entrelazan en diagonales son
probablemente subcategorías adicionales, pero no son suficientemente distintos de los brocados de otros
estilos de la costa, como para definirlos sin ejemplos de contextos sólidos.
Vestidos
Las prendas femeninas de estilo Ychsma pueden ser descritas. Aunque la prenda usada por la mujer
sacrificada en la tumba estaba demasiado deteriorada para conservarla, un fragmento con pliegues de
un vestido estaba en el relleno de la tumba (Fig. 6). Ejemplos completos de vestidos de otros contextos
y colecciones31 ilustran que los vestidos Ychsma tienen una falda larga, un canesú corto con pliegues y
aberturas horizontales para la cabeza y las manos en el borde superior. Pliegues estrechos, flanquean-
do una sección plana en el centro delantero de la blusa, son un rasgo distintivo. La costura curva en
la cintura es otro rasgo distintivo en varios vestidos (Fig. 32b). El exceso de tela del canesú, que ha
resultado de la costura curva, es dejada suelta en el interior de la vestimenta (Fig. 32a). Algunos ves-
tidos son elaborados de muchas piezas de tela llana, y las secciones plisadas pueden mostrar tres o
más colores, así como diseños dispuestos en los bordes. Tonos naturales de algodón fueron empleados
para la mayoría de los vestidos y sólo algunas veces incorporaron listas de color, paños teñidos, o
figuras brocadas (Frame 2010: Figura 16). En los vestidos de estilo Ychsma, los pliegues estrechos son
cosidos tanto en la costura del hombro como en la costura de cintura, en contraste con otros estilos
de la costa donde pliegues más sueltos se fijan sólo en la costura del hombro. En general, al igual que
los vestidos de la costa, las urdimbres están orientadas horizontalmente. Las aberturas para las manos
en algunos vestidos Ychsma son demasiado pequeños como para que una mano humana pueda pasar
a través de él, lo que podría sugerir que algunos vestidos se hicieron, o al menos fueron remodelados,
para cubrir el exterior de fardo de la momia. Vestidos, o fragmentos característicos de ellos, fueron
reportados en la muestra comparativa de Armatambo, Huallamarca, Surco, Rinconada Alta, el Fundo
Pando (Maranga) en el Valle de Rímac y de Pachacamac en el Valle de Lurín.
Otros textiles incluidos en el contexto de Armatambo, como el arte plumario y teñido en reserva
(Figs. 12, 13, 14 y 23) no son suficientemente distintivos, ni técnicamente ni estilísticamente, para
separarlos de productos textiles similares de otras regiones costeñas. Las prendas llanas en el fardo se
ajustan a la construcción Ychsma de camisas de dos paños y mantos de tres paños, pero estas caracte-
rísticas son compartidas por otros estilos costeños. El manto amarillo bordado con aves (Fig. 17) por
el contrario, es el único en su clase.
29 Para brocados con escenas, véase Schmidt 1910: Figura 25 (Pachacamac); Uhle 1991: 67, Figura 90, UPM
32655 (Pachacamac, colección Uhle); y UPM 32662 (Pachacamac, colección Uhle).
30 Para brocados con diseños en ajedrezados, véase AMNH SAT 121; MNAA RT 20747; PachSM s/n; PurSM
001263 (Huaquerones); y UPM 32689 (Pachacamac, colección Uhle).
31 Para los vestidos, véase Jijón y Caamaño 1949: Lámina LXIII, 6 (Maranga); Prümers 1998: (Figura 2, Hualla-
marca, PurSM 1627, Figuras 6 y 7 (PurSM 1632), Figura 9 (Fundo Pando [Maranga], Lima, IRA #06854), Figura
15 (EMB VA 66753) y Figura 16 (EMB VA 34072); Uhle 1991: 68, Figura 94 (Pachacamac); Excavación de Daniel
Guerrero (Rinconada Alta, RA 704.12); AMNH B/1267 (Surco, colección Bandelier); AMNH B/1273 (Surco, co-
lección Bandelier); AMNH B/1293 (Surco, colección Bandelier); AMNH B/4554 (Surco, colección Bandelier);
MNAA RT 35228 (Excavación en Armatambo: Daniel Guerrero); PurSM 0852; y SM 363.02.1978 (Excavación 471
en Armatambo: Ruales, Vallejo y Tosso).
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a b
c d
Figuras 31 a, b, c y d. Corresponden a figuras hechas con la técnica del brocado procedentes de cuatro mantos distintos,
hallados en contextos de diferentes sitios de la costa central. a. AMNH B/8600, Márquez; 320 x 180 cm. b. excavación de
Luisa Díaz, Armatambo 2000, U 13, 139.5-D; 295 x 170. c. AMNH B/8605, Márquez; 327 x 186. d. SM 363.02.1994, excavación
de Ruales, Vallejo y Tosso, Armatambo 1982, Sector D-1, Pozo 8; más de 290 x 206 cm.
Figuras 32 a y b. Diagrama mostrando la construcción del vestido Ychsma (a), que tiene los pliegues en
el canesú y la costura encorvada en el talle (b). Reproducido de Prümers 1998: Figura 3.
de se encuentran textiles de diferentes estilos (Reiss y Stübel 1880-1887). Al igual que los de Maranga,
en el Valle de Rímac, que incluye muchos tejidos que parecen ser de estilo Chancay (Jijón y Caamaño
1949), los variados estilos que se encuentran en Ancón puede indicar permeabilidad y tal vez fluctuacio-
nes, entre los límites geográficos de grupos étnicos en la costa central. Periódicamente, las poblaciones
también pudieron cruzar las fronteras para los ritos ceremoniales o el comercio, particularmente en
los sitios más importantes, como Ancón, Maranga y Pachacamac. La variedad de estilos de tejidos de
Pachacamac en el valle de Lurín (Schmidt 1910 y 1929; Uhle 1991) indican que las personas y los textiles
se movían mucho más allá de su tierra natal, durante extensos periodos, para visitar los santuarios más
importantes. Basada en la información de procedencia disponible, para lo que ahora puede ser identifi-
cado como textiles Ychsma, la esfera de influencia Ychsma se extendió más allá de los valles de Rímac y
Lurín, hacia el valle bajo de Chillón y al menos hasta Ancón. Aunque los mecanismos y los acontecimien-
tos que produjeron el mosaico de estilos textiles que sobrevivieron en sitios de la costa central durante
los últimos periodos son poco conocidos, los datos del contexto de Armatambo hacen posible separar de
otros estilos los principales tipos de prendas textiles de estilo Ychsma.
Agradecimientos
Nuestra profunda gratitud al personal del Museo de Arqueología y Antropología de la Universidad
Nacional Mayor de San Marcos, en Lima, que facilitó el estudio inicial de los tejidos de Armatambo,
y al personal de los siguientes museos que facilitaron el estudio comparativo posterior del material:
Instituto de Arte de Chicago, el Museo Americano de Historia Natural (Nueva York), Dumbarton Oaks
(Washington, DC), el Instituto Riva-Agüero (Lima), el Museo de Arte Metropolitano (Nueva York),
el Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú (Lima), el Museo Nacional de
Historia Natural (Smithsonian Institution, Washington), el Museo de Sitio de Pachacámac, el Museo
de Arqueología y Etnología Peabody de la Universidad de Harvard (Cambridge), el Museo de Sitio de
Puruchuco, el Museo Textil (Washington, DC) y el Museo de Arqueología y Antropología de la Universidad
de Pennsylvania (Philadelphia). Agradecemos la colaboración de los colegas Miguel Cornejo, Luisa Díaz,
Peter Eeckhout, Jane Feltham, Daniel Guerrero, Patricia Landa, Pedro Novoa, Heiko Prümers Ann Rowe
y el Departamento Textil del MNAAHP, en particular Haydeé Grández Alejos, por su trabajo en la traduc-
ción. Una versión del articulo en inglés ha sido publicado en la revista Ñawpa Pacha (Frame et al. 2012). El
primer autor desea agradecer a Dumbarton Oaks por concederle una beca en el año 2001, la misma que
contribuyó en la acumulación de datos comparativos en los museos de EE.UU.; y a la Fundación Selz,
473
que financió varios viajes al Perú con el propósito de estudiar los textiles Ychsma.
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Abreviaturas empleadas
AIC Instituto de Arte de Chicago
AMNH Museo Americano de Historia Natural, Nueva York
BM Museo Británico, Londres
CMA Museo de Arte de Cleveland
EMB Museo Etnológico, Staatliche Museen zu Berlin
IRA Instituto Riva-Agüero, Lima
MdqB Musée du quai Branly, Paris
MfVB Museo für Völkerkunde, Basel
MFAB Museo de Bellas Artes, Boston
MMA Museo de Arte Metropolitano, Nueva York
MNAA Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú, Lima
NMD Museo Nacional de Denmark, Copenhagen
NMNH Museo Nacional de Historia Natural, Fundación Smithsonian, Washington
PachSM Museo de sitito de Pachacamac
PMH Museo de Arqueología y Etnología Peabody, Universidad de Harvard
PurSM Museo de sitio Puruchuco
RMS Riksmuseum, Stockholm
SAM Museo de Arte de Seattle
SM Museo de Arqueología y Antropología de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos
TM Museo Textil, Washington, D.C.
UPM Museo de Arqueología y Antropología de la Universidad de Pennsylvania, Philadelphia
V&AM Victoria and Albert Museum, Londres.
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478
Arqueología y Sociedad
Nº 24, 2012: 479-488
ISSN: 0254-8062
Informe
Presentación
El presente artículo es el resultado del trabajo encomendado al autor para elaborar el Marco Conceptual
que sustente la necesidad de la creación de un Museo Amazónico en la ciudad de Iquitos, promovida
por el Congresista de la República por Loreto, Dr. Víctor Isla Rojas.
En efecto, el 04 de abril de 2012 el Dr. Isla invitó a un grupo de investigadores amazónicos a una re-
unión de trabajo en Lima, en el Congreso, con el fin de tratar e intercambiar ideas en torno al tema:
“Desarrollo cultural de la región Loreto con miras a la creación de un Gran Museo Amazónico”. En
ella participaron el propio congresista Víctor Isla Rojas, Maritza Ramírez Tamani (educadora), Marcos
Celis (economista), Francisco Grippa Jochamowitz (artista plástico), Gino Ceccarelli Bardales (artista
plástico), Jaime Vásquez Valcárcel (Editorial Tierra Nueva), Francisco Bardales (abogado y escritor),
Joaquín García Sánchez (investigador - Director del Centro de Estudios Teológicos de la Amazonía y
gestor cultural), José Álvarez Alonso (investigador ambiental - biólogo), José Alberto Chirif Tirado
(investigador social - antropólogo), Róger Rumrill García (investigador - periodista), Jean Pierre
Chaumeil (investigador social - antropólogo), Santiago Rivas Panduro (investigador social - arqueó-
logo), Martín Reátegui Bartra (investigador social - educador), Daniel Gabel Sotil García (investiga-
dor social - educador), James Matos Tuesta (investigador social – abogado – periodista), y Gustavo
Rodríguez (publicista).
Los acuerdos de esta importante reunión fueron:
- Conformar una comisión de alto nivel que participe en la elaboración del marco conceptual para
la creación del Museo Amazónico en Iquitos y la elaboración del término de referencia para la
consultoría del proyecto del Museo Amazónico en Iquitos, la misma que estuvo conformada por
los participantes a la precitada reunión.
- Encargar dicha tarea a Santiago Rivas Panduro, en un plazo de un mes.
Las fuentes que sustentaron la elaboración de este Marco Conceptual fueron:
- Los aportes de los miembros de la comisión de alto nivel, durante la reunión del 4 de abril, sin-
tetizados en el concepto global de un museo dinámico, de espacio abierto, interactivo, social y
479
ambiental.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 479-488
Antecedentes
La región amazónica no cuenta con infraestructura propia de un museo, la que estaría ubicada en
la urbe cosmopolita más importante de la Amazonía peruana, Iquitos, la sexta ciudad más poblada
del Perú con 452.757 habitantes, de acuerdo al censo del INEI 2007. Iquitos no tuvo una fundación
como pueblo o ciudad, pero sí como puerto fluvial fechado en 5 de enero de 1864, marcado con la
llegada de los barcos de vapor que mandara a construir el presidente Ramón Castilla. Pero la historia
de Iquitos se relaciona con el pueblo misional San Pablo de Nuevo Napeanos, reducido por el pa-
dre Jesuita Bahamonde hacia 1761, con indígenas mayoritariamente Iquitos y Napeanos, ubicado por
aquel entonces en la planicie alta que ocupa esta ciudad (Sotil 2002). Hacia 1835, durante el gobierno
del presidente de la república del Perú, Luis José Orbegoso, quien protegió la expedición inglesa de
Smyth y Lowe, se tiene información de la existencia del pueblo Santa Bárbara de Iquitos, localizado
en la ribera norte del Amazonas, cerca al río Momón, a la sazón pueblo pequeño con 60 habitantes
mestizos “más o menos”; para esas fechas los Iquitos ya se habían retirado aguas arriba del Nanay
(Espinoza 2007: 533-8).
Desde varias décadas atrás hasta hace algunos años en Iquitos había hasta cinco “museos”, ningu-
no con local propio. Existió desde la época del Mons. García Pulgar, un pequeño museo de los bienes
de la cultura material de las poblaciones, pertenecientes al Vicariato Apostólico de Iquitos; este mu-
seo funcionó en la casa antigua del Vicariato. En otro momento no tan lejano al anterior, con ocasión
del Centenario de Iquitos como Capital de Loreto, durante el periodo del comandante general EP Gral.
José Benavides, se instaló un museo a cargo del Ejército, en una vivienda casona de la calle Próspero.
Estaba también el Museo Municipal denominado también Museo de Ciencias Naturales, de la mu-
nicipalidad provincial de Maynas, creado en 1974. Este museo cambió de local repetidas veces, y fene-
ció en 2003, junto con la exhibición descuartizada y en malísimo estado de conservación de especies
disecadas de nuestra fauna acuática, terrestre, arbórea y aérea. Teníamos también la sala de exposi-
ción de suelos amazónicos del Centro de Referencia de Información de Suelos de la Amazonía Peruana
(CRISAP), denominado también Museo de Suelos de la Universidad Nacional de la Amazonía Peruana
(UNAP), inaugurado en 1994 con una exhibición de muestras de suelos minerales amazónicos, que
no logró renovarse con los años venideros, al punto que por diversas razones fue cerrado por una
temporada en la primera década del presente siglo, aunque hoy siguen exhibiéndose las columnas de
suelo estabilizada con resinas sintéticas en el mismo ambiente donde también se usa como aula para
las clases sobre suelos amazónicos para los alumnos de agronomía, forestal y biología de la UNAP.
Luego está el llamado Museo Amazónico, inaugurado en 1994 por el entonces prefecto de Loreto
480
y a la vez presidente del Consejo Transitorio de Administración Regional de Loreto, Tomás Gonzales
Santiago Rivas / Marco conceptual para la creación del Museo Nacional Amazónico
Reátegui, del cual sólo quedan en exhibición en los ambientes de la hoy gobernación de Loreto, algu-
nos cuadros contemporáneos despintados, y una decena de esculturas de Felipe Lettersten, de indíge-
nas amazónicos en fibra de vidrio, actualmente rotas y quebradas.
Además, a falta de museo propiamente, en Iquitos y Yurimaguas hubo varias exposiciones museo-
gráficas, con la finalidad de resaltar y dar a conocer los valores culturales amazónicos. Una de ellas
fue la exposición de cerámica amazónica en el Centro Internacional en la Plaza de Armas, en el marco
del IV Festival Internacional de la Canción Amazónica (FICA), en 1982. Años más tarde, el 2004 tam-
bién se abrió una sala de exposición arqueológica amazónica, temporal, en los ambientes del Museo
Amazónico de Iquitos, en los bajos de la actual gobernación, dentro de la programación de la semana
turística de Iquitos. También, en Iquitos se han desarrollado dos importantes exposiciones museográfi-
cas, Cosmovisiones Amazónicas (2001) y La Serpiente de Agua (2003), ambas organizadas por el Programa de
Formación de Maestros Bilingües ejecutado por AIDESEP en convenio con el Ministerio de Educación.
Igualmente, en Yurimaguas, se realizó la I muestra arqueológica de la provincia de Alto Amazonas,
organizado por la gerencia subregional de Alto Amazonas, que además de instalarse en un local del
centro de la ciudad, se desplazó a una institución educativa del nivel secundario para que los alumnos
puedan tener acceso directo a la muestra.
Es de necesidad contar con un museo apropiado para la Amazonía peruana que tenga mucha lle-
gada a gente, y no seguir estando a espaldas del país o viceversa, en este escenario cultural; sino antes
bien, ser protagonistas de los procesos generadores de identidades, creatividad, educabilidad, logros
y posibilidades de desarrollo, a la vez que sea el soporte para la integración, valorización, fortaleci-
miento y consolidación de esta región del país con la del resto del Perú.
Sintiendo esta necesidad, en los últimos años hubo varias propuestas de creación, equipamiento
y funcionamiento de museos para la región Loreto, pero ninguna de ellas se concretó hasta la fecha.
Así tenemos:
1. La primera propuesta escrita que disponemos es “Amazonium: memorial de la biodiversidad y
del hombre en la Amazonía”, propuesto por el Consorcio Amazonium, conformado por el Centro
Amazónico para el Desarrollo Sostenible, la Universidad Nacional de la Amazonía Peruana, y el
Centro de Estudios Teológicos de la Amazonía, cuyo documento fuera publicado en 2001.
2. La Ordenanza Regional N° 015-GRL/CR, del 17 de julio de 2003, mediante el cual ordena: artículo
primero: Declarar “Capital Arqueológica de la Región Loreto a la provincia de Alto Amazonas”;
artículo segundo: Impulsar la Creación de un Museo Arqueológico el cual funcione de mane-
ra transitoria en los ambientes de la Sub Región de Alto Amazonas. El 2006, cumpliendo con la
precitada Ordenanza, la Gerencia Sub Regional de Alto Amazonas elaboró el perfil del proyecto
“Mejora y Equipamiento del local de la Gerencia Sub Regional de Alto Amazonas para el Museo
Arqueológico y Etnográfico de Yurimaguas”, con una inversión de 722,656.45 Nuevos Soles.
3. El Proyecto de Inversión Pública “Acondicionamiento del Parque Turístico Nacional Laguna
Quistococha, en el distrito de San Juan Bautista, provincia de Maynas - región Loreto” - Código
SNIP 144022 (2010), a través de la Puesta en Valor del Sitio Arqueológico Quistococha, el mis-
mo que incluye investigaciones con excavaciones arqueológicas, y construcción, equipamien-
to y funcionamiento de un museo de sitio, con un costo de inversión de 2 631,910.00 Nuevos
Soles. La inserción de este componente fue posible merced al soporte técnico proporcionado por
el Departamento de Arqueología y Departamento de Arquitectura de la Dirección Regional de
Cultura de Loreto - Ministerio de Cultura, a los consultores del Plan Copesco Nacional/MINCETUR
encargados de la formulación del referido proyecto.
4. La propuesta presentada por el Director Regional de Cultura de Loreto, en marzo de 2012, al vice-
ministro de Industrias Culturales del Ministerio de Cultura, de un “Museo de la Amazonía. Museo
481
del Caucho”.
Arqueología y Sociedad 24, 2012: 479-488
Nacional como Jefe de la Sección Arqueología, causando conflicto con el entonces director de la
Sección Histórica del Museo Nacional, quien mantenía la tesis que el museo era un lugar de “disfrute
para los que eran entendidos en el arte y la cultura” (Lumbreras 2007: 12). La influencia de Tello sobre
los museos sólo llegó a la costa y sierra, más no a la Amazonía.
Conforme a los estatutos del Consejo Internacional de Museos (ICOM), organización no guberna-
mental internacional, fundado en 1946, bajo los auspicios de la UNESCO, la definición de museo en su ar-
tículo 2° es la siguiente: “Un museo es una institución de carácter permanente y no lucrativo al servicio
de la sociedad y su desarrollo, abierta al público que exhibe, conserva, investiga, comunica y adquiere,
con fines de estudio, educación y disfrute, la evidencia material de la gente y su medio ambiente”. Acá
el término conservación debe ir entre comillas, es decir “conservación”, en el sentido que lo explica
Chaumeil (2009), toda vez que la materialización de la cultura es intrínsecamente dinámica.
La necesidad de un Museo Nacional Amazónico se fundamenta en la urgente prioridad de in-
corporar las sociedades y los ambientes amazónicos al imaginario de la nación peruana. Su aporte
coadyuvará también a acercarnos didácticamente al conocimiento diverso de la región, así como a
una nueva forma de educación de las nuevas generaciones y formación de los ciudadanos.
Con la aplicación de las políticas cultural y educativa, desde el Museo Nacional Amazónico, po-
dremos ir cambiando algunas percepciones, como el gran desconocimiento de lo que es la Amazonía,
su gente y su entorno, por parte de parte nada menos que de los propios ciudadanos y moradores de
Iquitos, en el ejemplo más propio nuestro, que siguen viendo a menudo este espacio como un lugar
“salvaje”, peligroso y atrasado. Llama la atención la imagen de miedo que genera todavía, en las calles
de la ciudad de Iquitos, la simple idea de internarse en la selva.
A través del museo, desde un enfoque intercultural, se tendrá pues un nuevo escenario para acer-
carnos hacia el conocimiento y reconocimiento de la diversidad de pueblos indígenas que aún moran
en la Amazonía, sus conocimientos, sus territorios, su bagaje cultural y sus necesidades y anhelos,
con lo cual podremos ir encaminándonos hacia el fortalecimiento de las identidades para una mejor
convivencia, respetando nuestras diferencias.
El Museo Nacional Amazónico se debe enmarcar en cuatro principios fundamentales: investi-
gación, conservación, difusión y educación (Ravines 1989), ampliados en los campos de las ciencias
sociales y ciencias naturales, de manera transversal, con la finalidad de educar al público visitante,
fortalecer las identidades culturales y garantizar el respeto hacia las culturas, generar una cultura del
saber, generar conciencia sobre la importancia de la protección y respeto de nuestro legado patrimo-
nial cultural (no estático) y natural (también en constante evolución), y generar recursos impulsando
las industrias culturales, sin caer en el congelamiento, y consumismo dominante y enajenante que
lamentablemente son objeto los pueblos y su materialidad cultural (Chaumeil 2009).
Con la investigación, interdisciplinar, se produce conocimiento, el cual debe coadyuvar a repro-
ducir el saber, y volcarlo hacia la educación, cultura y economía, buscando generar un efecto mul-
tiplicador, el mismo que se puede lograr con divulgaciones científicas para una población selecta, y
didácticas para un público masivo a través de medios impresos y digital, pero también a través de
programas de difusión representados en un espacio de renovable ambiente museográfico.
La infraestructura apropiada en un lugar como un museo permite la adquisición, el préstamo, la
conservación preventiva y restauración de los bienes materiales, que pueden ser de índole paleon-
tológica, arqueológica, histórica, etnográfica, contemporánea, artística, y biológica, en sus diversas
muestras representativas. Estos bienes conservados, registrados y catalogados garantizan que las ac-
tuales generaciones y las futuras venideras puedan conocerlas y valorarlas, pero también puedan
investigarlas acorde a los avances de los instrumentales y métodos científicos del momento.
Algunas lenguas amazónicas van desapareciendo, otras tantas ya han desaparecido; algunas cul-
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turas amazónicas van perdiendo sus saberes, muchas tantas ya las han perdido; algunas especies de
Santiago Rivas / Marco conceptual para la creación del Museo Nacional Amazónico
flora y fauna van extinguiéndose, otras tantas también ya se extinguieron. Es mucho el camino que
seguir para aprender de la inmensidad de conocimientos que encierran nuestra Amazonía, sin embar-
go poco o nada de lo que nos vienen legando la historia cultural y natural queda registrado de manera
tangible con nosotros. Somos testigos de cuántos centros de investigación y museos en el mundo
conservan para la posteridad estos testimonios que emergieron de nuestras tierras amazónicas, y que
son materia de investigación y exposición, y que hasta ahora nos es ajeno, pues con el Museo Nacional
Amazónico podremos ir recuperándolas.
El futuro museo no se limitará a la sola exhibición de piezas, sino sobre todo, de desarrollo de
los procesos creativos de las sociedades pasadas y presentes, que incluya un Centro de investiga-
ción en ciencias sociales y ambientales, así como talleres abiertos al gran público y a las escuelas
donde se desarrollen procesos creativos (música, pintura, danza, baile, escultura, etc.) propios de
los pueblos amazónicos, y propuestas alternativas de generación industrias productivas y empleo
responsables social y ambientalmente. Así, por ejemplo, con la exposición de una xiloteca de es-
pecies maderables amazónicos (que superan las 300 variedades), podemos a la vez dar a conocer
a la población la amplitud y riqueza de nuestros bosques, y la necesidad de su conservación, pero
también mostrar nuevas alternativas de explotación de los recursos maderables (v.gr.: paliperro o
allcocaspi, una madera marrón oscuro con jaspe excepcional, o la caoba que está en peligro de ex-
tinción, o maderas amarillas como el quillobordón) sobre la base de la producción con plantones de
árboles en áreas desboscadas.
Las piezas y colecciones para ilustrar las exhibiciones –tanto permanentes como temporales–
del futuro museo se podría conseguir a partir de colecciones privadas que se constituyeron en
Loreto (por ej. la colección de cerámica del CETA, etc.) y las de la Dirección Regional de Cultura
del Ministerio de Cultura (por ej. Quistococha, etc.), así con préstamos de museos peruanos e ins-
tituciones (como el Formabiap, etc.) donde existen colecciones amazónicas y de historia natural
(UNAP, IIAP).
En este proceso, en el marco del estudio de preinversión para el Museo Nacional Amazónico es
clave y muy necesario la inclusión de proyectos investigativos en los campos sociales (arqueología,
antropología, historia, lingüística, sociología, arte) y ambientales (biología, forestal, agronomía) apli-
cados.
En la Amazonía existen más de 200 sitios arqueológicos conocidos pero la cifra fácilmente su-
pera los miles, con su cultura material e inmaterial enterradas, desbarrancándose y destruyéndose;
sitios paleontológicos y restos fósiles desconocidos e incógnitos; aproximadamente 1800 Comunida-
des Nativas inscritas en los registros públicos aunque sabemos que son más, también con su cultura
material e inmaterial aún presentes y en proceso de franco retroceso; decenas de pueblos misionales,
municipios y veteranas o derruidas iglesias que guardan valiosos documentos históricos carcomidos
por el paso del tiempo; aproximadamente 59 lenguas amazónicas sobrevivientes como sus hablantes;
miles de ríos, quebradas, caños, cochas, lagos; cientos de suelos; millares de bosques y fauna que la
habitan; allí también están el riquísimo reservorio de conocimientos, difusión y aplicación esperando
ser investigados.
El Museo Nacional Amazónico, en Iquitos, deberá contar con un espacio amplio, de unas 3 a 5 ha,
en cuyo ambiente puedan caber espacios a escala de las especies biológicas representativas de nuestra
Amazonía, vivas y colectadas (tallos, raíces, hojas, frutos, etc.), así como especímenes de la cultura
material paleontológica (de flora y fauna), arqueológica (cerámica, lítico, piruros, adornos, restos
arqueobotánicos, restos arqueofaunísticos, etc.), históricos (época del Caucho, militar), etnográfica
(maza, cerbatanas, utensilios de arcilla, vestimentas, etc.), contemporáneo, arte (esculturas, pinturas,
cerámicas), literatura, música, cine, como también áreas de laboratorio, de investigación, de conser-
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vación, de exposición, de eventos, y de recreación.
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Entre los posibles candidatos para el terreno del museo podrían estar, según las negociaciones:
i. De tres a cinco hectáreas de las 86 ha. del terreno del cuartel militar Vargas Guerra, ubicado a la
margen derecha de la Av. El Ejército, al costado de la Plaza Bolognesi.
ii. De tres a cinco hectáreas de las 10 ha del terreno de IVITA de la Universidad Nacional Mayor de
San Marcos, ubicado a la margen izquierda de la Av. El Ejército, al costado de los terrenos ocupa-
dos actualmente por el Gobierno Regional de Loreto.
iii. De tres a cinco hectáreas de las 57,600 ha del terreno de la Reserva Nacional Alpahuayo-Mishana,
a la margen derecha de la carretera Iquitos-Nauta, a 20 kilómetros de la ciudad de Iquitos.
iv. El antiguo local municipal, ubicado en la segunda cuadra de la calle Napo, por la Plaza de Armas
de Iquitos.
v. El antiguo hotel Palace, ubicado en la esquina de las calles Putumayo con Malecón Tarapacá, a una
cuadra de la Plaza de Armas de Iquitos.
vi. Algún otro terreno propicio para el museo.
El Museo Nacional Amazónico debe ser abierto al público, de todas las edades, estatus y gra-
dos educativos. Debería estar adscrito al Sistema Nacional de Museos del Ministerio de Cultura, y
su operación y mantenimiento podría estar bajo la administración del Ministerio de Cultura con la
participación de un patronato constituido para tal fin; pero también se podría autofinanciar con la
participación de organizaciones cooperantes nacionales y extranjeras, y con los ingresos generados
por los servicios de tiendas y restaurantes, con actividades de carácter comerciales o de promoción,
sin comprometer la calidad de las colecciones ni la atención al público visitante.
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