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Las sociedades tienen lacras ocultas que solo se pueden empezar a sanar haciéndolas públicas y
notorias. Y ese es el caso con el mobbing, que ha empezado a comentarse en varias artículos de
periódico, como el que publicó el semanario Universidad en Noviembre, o como “El Mobbing, una
Mezquindad del Alma Humana”, que publicó en La Prensa Libre el doctor Rogelio Arce Barrantes,
quien lo sufrió en carne propia cuando trabajó en la Caja, donde según nos cuenta, el mal es
rampante. El doctor Arce expone otro problema relacionado con el mobbing: el hecho de que a las
mismas víctimas les da pena denunciarlo. El artículo de Noviembre en el semanario Universidad
mencionaba que combatirlo es un calvario para las víctimas, y que a menudo estas arruinan por
eso su carrera. Pero no hay más remedio que reconocer un pecado si uno quiere enmendarlo,
porque mientras no se confiese se puede seguir practicando impunemente.
La característica más desagradable del mobbing es que se trata de un ataque en gavilla. Es una
forma de crimen organizado, como el de la mafia. De hecho, leyendo La Cosa Nostra del inglés
John Dikie (2004, Hodder and Stougthon) me doy cuenta de varios paralelismos.
El primero es que se niega la existencia del delito aunque todo el mundo lo conoce, como en
Sicilia, y en Italia entera, se niega la existencia misma de la mafia mientras que todo el mundo la
teme. El crimen organizado de la Cosa Nostra proporciona a los políticos la supuesta ventaja de
poder eliminar a sus enemigos (como sus enemigos a ellos) y la de amañar elecciones. A los
mafiosos les proporciona impunidad.
El nombre mobbing es como en algunas sociedades se llama al delito ( aquí no es delito y para
perseguirlo hay que buscar algún otro lugar en el código del trabajo) Y ese nombre lo aplicó por
primera vez Konrad Lorenz (Lionel Tiger, Men in Groups, Granada Publishing Limited, 1972) a la
conducta de los animales sociales que hacen gavilla para atacar a un enemigo; el ataque es pues
en grupo y es contra un individuo que parece amenazar al grupo por su mayor capacidad, como
dice la señora Irigoyen. Esto lo hace un delito diferente al acoso sexual que generalmente practica
un hombre contra una mujer, o que el bullying, que practica un niño matón contra sus
compañeros más débiles. Pero el mobbing comparte la cobardía con los otros delitos de agresión;
y la supera porque es siempre varios contra uno.
El tercero paralelismo con la mafia es entonces que los tribunales no admiten las pruebas porque
no son evidentes como las de otros delitos. No hay un smoking gun, como dicen los gringos. En
Italia no se aceptaban las pruebas porque según los jueces simbióticos no se podía confiar en el
testimonio de un delincuente, hasta que el juez Falcone probó que el testimonio de los desertores
de la mafia era verdadero: el público en general estaba demasiado atemorizado para declarar, y la
única forma de poder procesar a un mafioso era con el testimonio de sus compañeros
arrepentidos (los pentiti). De hecho, la negativa a aceptar el testimonio de los pentiti era parte de
la simbiosis estrecha que había o que hay todavía en Italia entre la mafia y el estado. Giulio
Andreotti que fuera primer ministro durante 7 periodos, era un mafioso al que no se pudo
condenar, por prescripción o porque no, y al juez Falcone lo asesinó la mafia cuando el estado dio
amplias señales de que lo había abandonado, poniendo a un tipo sin experiencia en el lugar que le
tocaba, lo cual es otro paralelismo: se trata de un mecanismo de ascenso profesional como nos
dice en su artículo el doctor Arce Barrantes.
Pareciera de lógica elemental que si existe un delito en el cual no se pueden presentar las pruebas
tradicionales de procedimiento, habría que cambiar de procedimiento, como habría que cambiarlo
cuando la tecnología permitiera cometer un delito sin dejar las huellas tradicionales que se
presentan como pruebas. Igual que pareciera de lógica elemental que si el avance de la ciencia
permite elaborar una prueba que no existía, como pasa con la detección de la mentira, el
establecimiento jurídico tendría que aceptar la prueba nueva. Además de que se puede hacer un
perfil del acosador como han hecho los sicólogos el de los highjackers o secuestradores de
aviones; y más fácil: a la exjefa de mi esposa la describen en el lugar de trabajo como “un bicho”. Y
hay personas “coyotas” como parece haberlas muy comúnmente en Sicilia.
Por la experiencia con el doctor Falcone y la cosa nostra, y por la que narra el doctor Arce en su
artículo sobre mobbing en la Caja, pongamos entonces como cuarto punto de paralelismo el hecho
de que el mobbing puede bien ser un estilo de escalamiento profesional aceptado, mediante el
cual se elimina de la competencia a un colega que puede ser el más capacitado para ascender; y
así también ganan puntos con un jefe acosador que quiere agredir al acosado y agradece y
recompensa la colaboración. Que todas estas ventajas sean a costa de la integridad y aún de la
vida del acosado no parece preocuparles nada. Ni tampoco a la sociedad donde ese delito se
practica con impunidad; como la nuestra. Puede ser que el mobbing proporcione un sistema
consagrado de ascenso profesional; y que eliminando a los más capaces seleccione a los malos.
Me parece que esto es una medida real de la famosa sensibilidad social de que tanto nos
ufanábamos y ahora hemos abandonado.
Jose Calvo