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Sabemos que el matrimonio es una institución natural. Existe desde siempre pero es un sacramento
desde Cristo. El derecho natural determina su esencia y las características de su constitución. El
derecho canónico se ha esforzado por indagar esas exigencias naturales de la persona humana.
La tarea del derecho canónico es disciplinar el matrimonio de los cristianos. El derecho canónico no
puede dar efectos jurídicos a un matrimonio que no sea válido según el derecho natural. El derecho
matrimonial es un conjunto de normas jurídicas promulgadas o reconocidas por la Iglesia católica
que regulan el matrimonio de los cristianos en aquellos aspectos que dicen relación a su
significación sobrenatural.
1. EL MATRIMONIO CANÓNICO
Es un conjunto de normas jurídicas. Ese conjunto de normas sirve para saber si un matrimonio es
válido o inválido, lícito o ilícito. Lo teológico no es parte del derecho matrimonial pero es su
fundamento. Estas normas proceden de la Iglesia o son reconocidas por ella. Estas normas son: de
derecho divino, promulgadas por la Iglesia o incorporadas de otros ordenamientos.
Los destinatarios del derecho matrimonial son en principio los bautizados católicos. La Iglesia
puede conocer de los matrimonios de los no católicos si están en relación con un bautizado católico.
Por ejemplo, el matrimonio de un bautizado con un no bautizado; de un no bautizado con otro no
bautizado, si uno decide bautizarse; de un no bautizado con otro no bautizado, si ambos deciden
bautizarse.
El derecho matrimonial disciplina solo los aspectos que se refieren a la válida constitución del
matrimonio en cuanto contrato que, cuando se realiza entre dos bautizados, se llama sacramento.
Disciplina las relaciones personales, interconyugales y paterno – filiales. Hay aspectos que son
separables del derecho matrimonial. Por ejemplo: el patrimonio, las herencias, la seguridad social.
Primera, las normas del derecho divino: el derecho natural y el derecho revelado. Estos son
inmutables y esenciales del matrimonio. El derecho divino inspira el derecho canónico pero también
lo limita.
Segunda, las normas del derecho eclesiástico: estas normas son mutables. Son emanadas de la
autoridad eclesiástica competente. Hay normas de carácter general y otras de carácter particular o
territorial. No puede hablarse de derecho matrimonial universal porque existe la Iglesia católica
oriental y occidental. Existe una reglamentación especial para el matrimonio de rito oriental.
Tercera, la legislación civil: sólo cuando el legislador eclesiástico incorpora a su ordenamiento una
norma procedente del ordenamiento estatal (c. 22).
Cuarta, las normas del derecho concordatario: se contienen en los concordatos para regular
problemas de interés particular. No son válidas estas normas para otros países y no alteran el
ordenamiento canónico matrimonial común.
Quinta, las costumbres: (cc. 23 – 28, 1072, 1076) quedan reprobadas las costumbres en materia de
impedimentos, son admitidas solo en aspectos accesorios.
Sexta, son también fuentes: el Magisterio eclesiástico (LG 11, 41; GS 47 – 52), el Magisterio
pontificio para la elaboración e interpretación de normas, la jurisprudencia de los tribunales
romanos (La Rota Romana) y la práctica de la curia romana (c. 19), las respuestas del Concejo
pontificio para la interpretación de los textos legislativos.
La palabra matrimonio tiene diversas acepciones. Puede significar la boda, la celebración de las
nupcias. A esto se le llama matrimonio in fieri o matrimonio “como acto” puesto que funda la
alianza. Puede significar también matrimonio como estado. A esto se le llama matrimonio in facto
esse, comunidad conyugal, consorcio conyugal, institución conyugal, etc.
Canónica y legalmente diremos que el matrimonio es un consorcio de toda la vida constituido entre
el varón y la mujer mediante un pacto matrimonial: el consentimiento, ordenado por su misma
índole natural al bien de los esposos y a la procreación y educación de la prole.
El significado y alcance del término consorcio nos lo GS 48: es una íntima comunidad de vida y
amor. Es íntima conjunción de las personas y de las obras: lo que soy y lo que hago. Es íntima
unión en cuanto donación del uno al otro. Existe una unidad de dos planos: el comunitario y el
personal. En el comunitario encontramos la unión de personas en el plano de igualdad y la
confluencia de ambas personas: intereses que sean comunes, que haya comunión de bienes y
facultades y que haya solidaridad. En el plano personalista encontramos que son dos personas que
se integran en plan de igualdad pero que no pierden su propia personalidad. El matrimonio es una
relación interpersonal, de dos personas con sus historias, que se suman en la convivencia. Cada uno
debe comunicarse y darse como tal, a la vez que recibe. El consorcio matrimonial implica una
relación jurídica o vínculo: trae deberes exigibles y derechos. Esta relación los hace cónyuges. El
consorcio es entre un hombre y una mujer, unión heterosexual de dos distintos y unión monógama.
Fundada por el Creador y en posesión de sus propias leyes, la íntima comunidad conyugal de vida y amor se establece
sobre la alianza de los cónyuges, es decir, sobre su consentimiento personal e irrevocable. Así, del acto humano por el
cual los esposos se dan y se reciben mutuamente, nace, aun ante la sociedad, una institución confirmada por la ley
divina. Este vínculo sagrado, en atención al bien tanto de los esposos y de la prole como de la sociedad, no depende de
la decisión humana. Pues es el mismo Dios el autor del matrimonio, al cual ha dotado con bienes y fines varios, todo lo
cual es de suma importancia para la continuación del género humano, para el provecho personal de cada miembro de la
familia y su suerte eterna, para la dignidad, estabilidad, paz y prosperidad de la misma familia y de toda la sociedad
humana. Por su índole natural, la institución del matrimonio y el amor conyugal están ordenados por sí mismos a la
procreación y a la educación de la prole, con las que se ciñen como con su corona propia. De esta manera, el marido y la
mujer, que por el pacto conyugal ya no son dos, sino una sola carne (Mt 19,6), con la unión íntima de sus personas y
actividades se ayudan y se sostienen mutuamente, adquieren conciencia de su unidad y la logran cada vez más
plenamente. Esta íntima unión, como mutua entrega de dos personas, lo mismo que el bien de los hijos, exigen plena
fidelidad conyugal y urgen su indisoluble unidad. (GS 48)
el matrimonio es un acto sagrado no solo en la Iglesia católica sino también en otras confesiones
cristianas y no cristianas. Esto por causa del reconocimiento al don de la vida y porque se reconoce
a los esposos como los cooperadores del creador. Es una unión con carácter sagrado. No es
solamente procrear sino educar. La educación de la prole es el complemento de la procreación.
En las distintas culturas el hombre imprime el signo religioso en la celebración del matrimonio.
Todo matrimonio es imagen de la unión de Cristo con su Iglesia. El matrimonio de los hombres
anteriores a Cristo y no bautizados recuerdan siempre la unión de Cristo con su Iglesia. Y desde
Jesucristo es sacramento. El matrimonio es un signo sensible que confiere la gracia ex opere
operato (Ef 5, 32). En 1274, el concilio II de Lyon afirmó la sacramentalidad del matrimonio. En
1439, el concilio de Florencia incluyó el matrimonio en el septenario sacramental. En 1563, Trento
en su sesión XXIV ratificó la doctrina precedente.
¿Qué añade al matrimonio la dignidad de sacramento? No cambia nada pero eleva a lo sobrenatural.
No se altera la naturaleza del pacto conyugal sino que se eleva a la gracia sacramental.
(1) Ministro del sacramento: son los contrayentes o contratantes. El sacerdote o el diácono es el
testigo cualificado, representa a la Iglesia y realiza las celebraciones litúrgicas sacramentales
que rodean al consentimiento. Este testigo recibe en nombre de la Iglesia ese
consentimiento.
(2) Sujetos pasivos: son los mismos contrayentes quienes reciben la gracia.
(3) Materia y forma: es la manifestación del consentimiento. La materia sería la entrega del
consentimiento mediante la formula establecida. La forma sería la aceptación de aquella
entrega.
Otras consideraciones
La Iglesia tiene potestad porque el matrimonio es un sacramento. Tiene autoridad para disciplinar
todos los aspectos sustanciales de esta institución. También tiene competencia sobre los aspectos
inseparables del matrimonio. La Iglesia ha ejercitado este poder en la historia con distinta amplitud.
En la actualidad, la Iglesia ejercita su potestad de jurisdicción en sus diversas modalidades:
La disciplina matrimonial obligaba a todos los bautizados (incluso no católicos). El código del 83 la
contrae sólo a los bautizados católicos (c. 11, 1059). También se rige por el derecho canónico el
matrimonio entre católicos y no bautizados. La Iglesia tiene competencia sobre la parte católica y
regula el carácter sagrado del matrimonio natural. El matrimonio de los no bautizados no está
sometido a la Iglesia. Puede conocer la Iglesia este matrimonio cuando hay relación con el
ordenamiento canónico.
El derecho canónico se preocupa de señalar los fines del matrimonio. Son fines objetivos. Esos
fines explican la razón de ser del matrimonio y determinan su estructura jurídica. Junto a los fines
objetivos puede haber otras motivaciones subjetivas. Estos fines subjetivos pueden ser diversos pero
nunca contrarios a los fines objetivos ya que al ser contrarios desnaturalizan la unión conyugal. El c.
1055 § 1 hace una definición esencial del matrimonio y la relaciona con los fines. El código del 17
hablaba de la procreación y educación de la prole como el fin primario del matrimonio, la ayuda
mutua y el remedio de la concupiscencia es el fin secundario.
Los fines están presentes en la estructura de la realidad social a modo de aptitud. De esto se
deduce:
(1) Los fines enunciados corresponden al matrimonio por su misma índole natural.
(2) Cada matrimonio en concreto debe proyectarse a esos fines.
(3) La proyección no asegura siempre la realización o logro de esas realidades.
(4) Los contrayentes deben mostrar su predisposición para logar esos fines.
La ordenación a la prole
El bien de los cónyuges se va dando en la búsqueda de los hijos. El matrimonio ha sido instituido
para la transmisión de la vida y para perpetuar la raza humana. La tarea educativa es complemento
necesario vinculado a la procreación:
«Así pues, la prole ocupa el primer lugar entre los bienes del matrimonio. Y a la verdad, el mismo Creador del género
humano que quiso por su benignidad valerse de los hombres como de cooperadores en la propagación de la vida, lo
enseñó así, cuando en el paraíso, al instituir el matrimonio, les dijo a los primeros padres y por ellos a todos los futuros
cónyuges: Creced y multiplicaos y llenad la tierra [Gen. 1, 28]. Lo mismo deduce bellamente San Agustín de las
palabras del Apóstol San Pablo a Timoteo, diciendo: Así, pues, que por causa de la generación se hagan las nupcias, el
mismo Apóstol lo atestigua: Quiero - dice - que las que son jóvenes se casen, y como si le preguntaran: ¿Para qué?
añade seguidamente: para que engendren hijos, para que sean madres de familia [1 Tim. 5, 14]» (Pio XI, Casti connubi,
DH 3704)
La estructura matrimonial es el medio más ajustado a la dignidad humana para que el hombre
cumpla con su misión procreadora y educativa. La vida es un don que debe ser concedido conforme
a la dignidad de los sujetos que nacen como de los que la transmiten. De otro modo se «lesiona el
derecho del ser humano a ser concebido y nacer en el matrimonio y del matrimonio» (Intr. Donum
vitae). Los hijos pueden alcanzar la madurez humana sólo a partir de la referencia con sus padres.
Conclusiones:
(1) La ordenación a la prole es connatural al matrimonio.
(2) La consecución de la prole puede faltar pero por causas distintas a la voluntad de los
cónyuges.
(3) El matrimonio persiste aún cuando no puedan tener hijos. La ordenación da la prole está a
salvo por la posibilidad de la cópula conyugal y por la intención de no desnaturalizar el acto
conyugal.
Ni el Vaticano II ni el código actual definen qué significa la expresión: “marido y mujer se ayudan
y se sostienen mutuamente” (GS 48-50). El código del 17 decía “ayuda mutua y remedio de la
concupiscencia”.
«Por ello los actos con los que los esposos se unen íntima y castamente entre sí son honestos y dignos, y, ejecutados de
manera verdaderamente humana, significan y favorecen el don recíproco, con el que se enriquecen mutuamente en un
clima de gozosa gratitud» (GS 49).
Por tanto:
El amor conyugal es un factor sumamente conveniente para lograr las finalidades del matrimonio,
también para la más feliz y dichosa realización de la vida conyugal. La doctrina tradicional no le ha
reconocido, sin embargo, un papel esencial en la estructura jurídica del matrimonio. No es esencial
para el esse del matrimonio, sí para su melius esse.
Propiedades esenciales
No constituyen la esencia del matrimonio, son características que dimanan directamente del
matrimonio (c. 1057). Son propiedades que no determinan el ser del matrimonio. El concepto de
matrimonio reclama estas dos características: la unión exige unidad e indisolubilidad. Así el
matrimonio se hace una unión de personas en orden a la plenitud de sus vidas. Sin ellas el
matrimonio no puede subsistir. Sin estas características el matrimonio no sería verdadera unión en
profundidad y plenitud. La GS 48 relaciona tanto estas propiedades que habla de “indisoluble
unidad”. Estas propiedades son para todos los matrimonio puesto que provienen de la esencia del
mismo. El matrimonio cristiano tiene una especial firmeza por ser sacramento. Los matrimonios
naturales o civiles serán también indisolubles en principio.
(1) Unidad: es la imposibilidad de que una persona pueda compartir simultáneamente el vínculo
matrimonial con otras personas. Esta unidad excluye la poligamia (poliandria o poliginia).
La monogamia es el único régimen conforme con la dignidad del matrimonio (Gen 2, 23; Mt
19, 6). También es fundamento de la unidad la igualdad de ambos esposos que es necesaria
en el seno matrimonial. En la poligamia desaparece esa igualdad, esa entrega total y
exclusiva que el exige el matrimonio. GS 49 ha indicado que la fidelidad de los esposos en
la unidad del matrimonio exige el recíproco respeto de su derecho a llegar a ser padre y
madre exclusivamente el uno a través del otro.
(2) Indisolubilidad: el vínculo conyugal nacido de la valida constitución del matrimonio no
puede disolverse ni extinguirse salvo por la muerte de uno de los cónyuges. La
indisolubilidad es impuesta por el derecho natural. Si no se cumple dificulta notablemente la
educación de la prole y se opone a los fines perfectivos. Se ha hablado en el Magisterio de la
indisolubilidad del matrimonio en :
(1) Un no bautizado con un no bautizado: es matrimonio legítimo con tal que se quiera según el
proyecto de Dios.
(2) Un bautizado no católico con un bautizado no católico: es válido y es sacramento.
(3) Un bautizado católico con un bautizado no católico: valido con dispensa y es sacramento.
(4) Un bautizado católico con un bautizado católico: valido con dispensa y es sacramento.
Salvo estas excepciones, todos los matrimonios civiles entre bautizados (obligados a contraerlo
canónicamente) no sólo son inválido sino que no se pueden llamar matrimonios. Ni siquiera pueden
ser considerados como matrimonios putativos.
La Iglesia urge el matrimonio civil cuando es obligación en un determinado estado para obtener los
efectos civiles. No por eso se consideran casados y deben, por tanto, abstenerse de la convivencia
conyugal. Cuando el matrimonio civil es facultativo, el matrimonio civil contraído por los obligados
a la forma canónica se encuentra reprobado por la Iglesia. el matrimonio civil no es impedimento si
alguno de los así casados desea contraer matrimonio con otra persona. Sin embargo, no se procede
a la celebración de un nuevo matrimonio sin la oportuna licencia del ordinario del lugar (c. 1971).
Consentimiento
Todos pueden contraer matrimonio si no tienen una prohibición puesta por el derecho (c. 1058)
El matrimonio tiene el favor del derecho. Todo matrimonio celebrado se presume válido. Todo
matrimonio es válido hasta que no se demuestre lo contrario. El objetivo es asegurar la tutela
jurídica a todo matrimonio celebrado públicamente. El matrimonio celebrado con las normas
canónicas debe considerarse válido. Se trata de un presunción simple que admite la prueba directa
para demostrar la nulidad del matrimonio.
La consumación es el acto íntimo de los cónyuges. El matrimonio válido entre bautizados se dice
rato. Y rato consumado si lod cónyuge han cumplido entre ellos de modo humano el acto idóneo
para generar prole.
El matrimonio donde los cónyuges han cohabitado se presume consumado a no ser que se pruebe lo
contrario. Para que el matrimonio sea consumado hace falta que el acto conyugal haya sido
cumplido de modo humano, en libertad, sin violencia o engaño, que no sea en inconsciencia, que
sea idóneo para la generación de la prole.
El matrimonio solo rato puede ser disuelto por causa justa por el Romano Pontífice. No sucede así
con el rato consumado. Ese solo puede ser disuelto con la muerte (c. 1141).
Matrimonio putativo
El matrimonio inválido se dice putativo si fue celebrado de buena fe al menos por una de las partes
(c. 1061 § 3) hasta que ambas partes no vengan a saber de su nulidad. Tiene apariencia de validez
pero es nulo a casusa de la existencia de un impedimento o de un vicio en el consentimiento.
Matrimonio atentado
Se llama así al matrimonio inválido en que ambos saben que su matrimonio es nulo.
Promesa de matrimonio
Sea unilateral o bilateral se regula por el derecho particular (Conferencia episcopal). El c. 1062 § 1
señala que de la promesa de matrimonio no se sigue obligatoriamente el matrimonio pero sí se está
obligado a la reparación de los daños si los hay.
El c. 1058 dice: “pueden contraer matrimonio todos aquellos a quienes el derecho no se los
prohíbe”. De ello se deduce:
(1) Que ni la Iglesia ni el Estado pueden privar con carácter absoluto de esta facultad, a no ser
en circunstancias libremente aceptas (caso del orden sagrado o del voto público).
(2) Toda restricción o límite a este derecho natural tiene carácter excepcional, debe constar
expresamente y ha de interpretarse en sentido estricto.
Noción y naturaleza jurídica de los impedimentos
El vigente código ha operado una nueva restricción en el concepto de impedimento, puesto que al
prescindir de la categoría de los impedimentos impedientes, reduce el ámbito del concepto a los
llamados impedimentos dirimentes, con lo que sólo se podrán considerar impedimentos, en sentido
técnico, aquellas prohibiciones del derecho matrimonial que determinan la validez o nulidad del
matrimonio.
(1) Impedimento en cuanto hecho es aquella circunstancia o relación personal que supone un
obstáculo legal a la constitución del matrimonio.
(2) Impedimento en cuanto norma es la prohibición legal de contraer matrimonio dirigida a las
personas afectadas por aquella circunstancia o relación.
Esta distinción puede tener interés, por ejemplo, para la remoción o cesación del impedimento.
Clasificaciones
(3) Que contempla el impedimento en cuanto norma y en cuanto hecho: atendiendo al grado de
seguridad con que se percibe la existencia de los impedimentos, éstos pueden ser ciertos o
dudosos. Será cierto el impedimento cuando, en un caso concreto, no existen razones que
cuestionan la existencia del mismo. En cuanto a los impedimentos dudosos pueden serlo con
duda de hecho o con duda de derecho. Hay duda de hecho cuando versa sobre la existencia,
en un caso concreto, de la circunstancia o relación constitutiva del impedimento. Hay duda
de derecho cuando la cuestión surge sobre el sentido o alcance de la norma prohibitiva.
También puede darse conjuntamente la duda de hecho y de derecho.
Los impedimentos pueden cesar o bien por remoción de la causa o desaparición del hecho que
motiva la ley prohibitiva, o bien por dispensa de la ley, subsistiendo el hecho. La remoción de la
causa tiene lugar cuando, tratándose de impedimentos temporales, desaparece la circunstancia o
relación motivadora del impedimento, bien por el transcurso del tiempo (edad), bien por un
acontecimiento modificador de aquella situación (recuperación de la libertad por la mujer raptada,
fallecimiento del cónyuge anterior). La dispensa es la relajación de la ley prohibitiva del
matrimonio en un caso especial (c. 85), concedida por la autoridad competente y que tiene por
resultado permitir el matrimonio, aún subsistiendo el impedimento en cuanto hecho (parentesco, por
ejemplo, no desaparece por el hecho de su dispensa), suspendiendo la obligatoriedad de la norma y
dando lugar a la validez del matrimonio que de suyo sería inválido.
Si bien es principio general que él párroco y demás presbíteros no pueden dispensar de la ley
general o particular, salvo concesión expresa (c. 89), el código extiende a los párrocos, como
también al ministro sagrado válidamente delegado y al sacerdote o diácono que asiste al
matrimonio cuando este se celebra en forma extraordinaria, las facultades del Ordinario “cuando
ni siquiera se puede acudir al Ordinario del lugar” (c. 1079 § 2), entendiéndose que se cumple
este requisito cuando sólo fuera posible acudir a él por telégrafo o por teléfono (c. 1079 § 4).
Causas de la dispensa
Para la validez de la dispensa, salvo, excepciones, es necesaria la existencia de una causa justa,
razonable y proporcionada: “No se dispense de la ley eclesiástica sin causa justa y razonable,
teniendo en cuenta las circunstancias del caso y la gravedad de la ley de la que se dispensa; de otro
modo, la dispensa es ilícita, y si no ha sido concedida por el mismo legislador o por su superior, es
también inválida” (c. 90 § 1). Insiste el MP De Episcoporum Muneribus en la necesidad de causa
justa y razonable, habida cuenta de la gravedad de la ley que se dispensa, añadiendo que “es causa
legítima de dispensa el bien espiritual de los fieles”. El Romano Pontífice puede dispensar
válidamente de las normas puramente eclesiásticas sin causa. Sin embargo, la suprema autoridad no
dispensa sin justa cusa, no por falta de potestad para hacerlo, sino por falta de voluntad.
Tramitación e inscripción
En general, la petición, trámite y concesión de las dispensas de impedimentos se rigen por las
normas referentes a los rescriptos (c. 75) y, como es lógico, por las específicas para la dispensa (cc.
85-93). La tramitación casis siempre tendrá lugar dentro de la Curia diocesana competente. La
concesión de las dispensas debe ser anotada oportunamente (c. 1081). Si dispensa hubiera sido
concedida por el párroco, sacerdote o diácono a los que se refiere el c. 1079 § 2 debe anotarse en el
libro de matrimonio y comunicarse al Ordinario.
Concepto
El código formula la prohibición de los matrimonios mixtos en los siguientes término: “Está
prohibido, sin licencia expresa de la autoridad competente, el matrimonio entre dos personas
bautizadas, una de las cuales haya sido bautizada en la Iglesia católica o recibida en ella después del
bautismo y no se haya apartado de ella mediante un acto formal, y otra adscrita a una Iglesia o
comunidad eclesial que no se halle en comunión plena con la Iglesia católica” (c. 1124).
Fundamentación
Esta prohibición tiene su principal fundamento en: (1) el peligro que la convivencia en estas
condiciones puede reportar para la conservación de la fe del cónyuge católico y de los hijos nacidos
y (2) de las dificultades que la diferencia de religión puede suponer para la consecución de la
compenetración de ánimos y la unidad espiritual a la que debe ordenarse todo matrimonio
Requisitos
Para que tenga lugar la situación que origina la prohibición de mixta religión es preciso que se
cumplan los siguientes requisitos:
(2) Una de las partes debe ser considerada católica, lo que implica: pertenecer a la Iglesia
católica, por haber sido bautizada en ella o por haberse convertido después del bautismo
recibido en otra confesión cristiana; no haberse separado posteriormente de la Iglesia
católica mediante un acto formal. De donde la condición de católico, a estos efectos, no se
pierde por el hecho de no practicar la religión, ni por el mero hecho de mantener doctrinas
heréticas, ni por abandono de la fe católica; pero tampoco se exige, para que haya un acto
formal de defección, la afiliación a una confesión acatólica.
(3) La otra parte debe ser acatólica, lo cual tiene lugar, a estos efectos: cuando habiendo
pertenecido a la Iglesia católica (por el bautismo o conversión) se separa de la misma
afiliándose a una comunidad acatólica, o cuando nunca perteneció a la Iglesia católica y
actualmente se encuentra adscrita a una comunidad que no se halla en comunión plena con
la Iglesia católica. el requisito de adscripción a una Iglesia o comunidad eclesial que no se
halle en comunión plena con la Iglesia católica exige algunas puntualizaciones. En cuanto al
concepto de comunidad acatólica se ha de entender, en primer lugar, aquellas asociaciones
de carácter confesional o religioso, integradas por hombres bautizados que profesan una fe
distinta de la propuesta por la Iglesia católica (c. 751), provistas de una organización más o
menos desarrollada. En segundo lugar, se equiparan a éstas, a efectos de régimen
matrimonial, las sociedades ateísticas. En tercer lugar hay que estimar que también hay que
estimar que también ha de reputarse acatólica y, por tanto, incurre en la prohibición, la
persona que estando bautizada se adscribe a una religión no cristiana. En cuanto al concepto
de adscripción se entiende que existe no sólo por el hecho de hacerse inscribir en los
registros de la organización (casi de que existan), sino también por verificar aquellos actos a
los cuales la comunidad atribuye efecto de incorporación a la misma o que objetivamente
comporten una profesión consciente de su doctrina.
Cesación
La prohibición, en cuanto tiene de Derecho eclesiástico, deja de obligar en cada caso concreto por la
licencia expresa de la autoridad competente. Si hay una causa justa y razonable, el Ordinario del
lugar puede conceder esta licencia; pero no debe otorgarla si no se cumplen las condiciones que
siguen (c. 1125):
(1) La parte católica debe manifestar que está dispuesta a evitar cualquier peligro de apartarse
de la fe, y prometer sinceramente que hará cuanto le sea posible para que toda la prole se
bautice y se eduque en la Iglesia católica
(2) La parte acatólica debe ser informada en su momento sobre las promesas que debe hacer la
parte católica, de modo que conste que es verdaderamente consciente de la promesa y de la
obligación de la parte católica.
(3) Ambas partes deben ser instruidas sobre los fines y propiedades esenciales del matrimonio,
que no pueden ser excluidas por ninguno de los dos.
Otras prohibiciones
El c. 1071 ofrece una relación de situaciones delicadas jurídicamente que merecen una especial
cautela antes de procederse a la celebración del matrimonio. Los casos en que, según este canon, es
necesaria la previa licencia del Ordinario del lugar son los siguientes:
Admite el código la potestad de los Ordinarios locales para establecer prohibiciones en algún caso
particular. Estas prohibiciones han de obedecer a una justa causa y han de tener carácter temporal,
es decir, en tanto aquella subsista. Por otra parte, el precepto puede obligar a los súbditos donde
quiera que se encuentren como también a los no súbditos que se encuentren en su territorio. Pero se
reserva a la suprema potestad a de la Iglesia el añadir a la prohibición una clausula dirimente (c.
1077). El derecho oriental faculta, en determinados supuestos, al Patriarca para añadir a esta
prohibición una clausula dirimente (CCEO 794, 2).