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EL
POR
I.
F. A z n ar dib°y cromolit?
Lit. Donón. Madrid.
(1 ) T ra d u c c ió n d e A . d e M orales.
pueblo de escasa importancia en nuestros dias, que perteneció al condado de A guilar, pero que indudablem ente era
entónces populoso, pues que mucho estimó el rey Don Sancho el haberla tomado. Ni tampoco h a de pasar sin p arti
cular atención el nombre E iroca, que así se llam aba en el dicho documento el rio Iruega ó Iregua, que pasa por
ju n to á Albelda. Y por lo que hace a l rey y sus victorias y por la memoria y nombres de la rein a, de los infantes,
abades y demás testigos, es monumento digno de singular aprecio.
El sitio que sirvió de asiento al monasterio y áun al pueblo, es u na m ontaña no m uy a lta , según queda indicado,
toda formada de yeso y u n a clase de piedra blanca y fofa que constituye como los cimientos de todo el terreno, y á
lo que los naturales del país llam an salagona. Es m uy á propósito por su poca dureza para labrar en ella, no sola
m ente cuevas, sino casas formales y aposentos, principalm ente cuando aciertan á tener u n lado derecho y libre en
la peña tajada para rom perla y formar así entradas para la luz. Por eso todos convienen en que las prim itivas vivien
das de aquella g en te estaban fabricadas de esta suerte, y áun las celdas del famoso monasterio de San M artin estu
vieron así abiertas en la viva p eñ a, con los tragaluces sobre el rio y sobre la an tig u a y famosa vía rom ana de que
arriba dimos cuenta (1). De aquí proviene que historiadores pasados, y entre ellos el P. Yepes con Ambrosio de Mora
les, llam aran palomar á aquel convento y nidos de palomas á sus celdas.
¿Pero quién fué el verdadero fundador del célebre monasterio albeldense? El famoso documento ó privilegio de fu n
dación, cuyas copias se conservan en nuestros archivos (2), no deja lu g ar á dudas, n i tampoco á preguntar si se
debe su erección á alg ú n rey moro, lo cual no tendría nada de particular, si se tiene en cuenta que los diplomas de
Denia nos presentan á los príncipes árabes entrometiéndose en m aterias de religión que no era la suya y practicando
una especie de regalismo m usulm án.
F undó, pues, el monasterio de Albelda Don Sancho Abarca de Navarra, sin ningún género de duda, teniendo varios
móviles para tan piadosa fundación (3): él mismo los manifiesta en la escritura ó privilegio que y a conocemos: pro
fundo agradecimiento al Señor de todo lo criado por las m uchas y grandes victorias que de los moros alcanzó; que
dia y noche resonaran las divinas alabanzas en aquella soledad, y finalm ente, que fuese aquel monasterio verdadera
fortaleza moral y física, desde la cual saliesen los soldados del Rey del cielo y los del rey de la tierra con sus respectivas
arm as á pelear sin treg u a y arrojar del suelo patrio al m usulm án, y que al mismo tiempo les sirviera de robusto
asilo en el caso apurado de u na retirada: tales fueron las causas que tuvo el piadoso Abarca para levantar en Albelda
el célebre monasterio de benedictinos.
No falta quien opina, y quizá con m uchísim a razón, que fué dedicado á San M artin por haber caido en poder de
Don Sancho el Fuerte de Yecaria en el dia de la festividad de tan glorioso santo. Otros quieren que la consagra
ción particular á San M artin proviniese de la g ra n devocion que le profesaban el rey navarro y su esposa la reina
Doña Toda (4).
Sobre el año en que fué dada la escritura de fundación no andan m uy acordes los autores; quiénes la fijan en
el 924, E ra 962; quiénes más adelante, quiénes más atrás; pero cronología mejor informada le dá su origen en el
año 920, y esto porque el fundador, el navarro A barca, que fué quien hizo y dió la escritura al abad Pedro y á sus
monjes, sucedió á Don Fortun, que en 901 tomó el hábito monacal en el convento de San Salvadorde Levra; y como
el mismo Don Sancho llama en el privilegio el año 20 de m i reinado a l de 920, seria de todo punto falso, supuesta
la concesion de la escritura en el año de veinticuatro.
E l monasterio albeldense fué indudablem ente m uy célebre y de sum a im portancia en los tiempos medios. Los his
toriadores todos de aquella época que nos dejaron escrita la vida cenobítica de tan religiosa casa no cesan de cele
brarla con m il elogios, y recuerdan con placer y respeto su profundo silencio, oracion continua, soledad, retiro y
consagración completa al estudio de todos los ramos del hum ano saber (5). Hacen subir el número de monjes hasta
doscientos, cuyas celdas, harto angostas, estaban abiertas en derredor de la blanca peña que las sostenía. Las m er
cedes del fundador; las donaciones no pequeñas de la piedad y de la fé de aquellos dias; las m andas continuas que la
(1 ) V éase Crón. general d e E sp a ñ a , p o r A m b . d e M orales, lib . x v .— H isto ria d e la R io ja , po r D . D om ingo H id a lg o d e T o rre s. M a d rid , 1701.
(2 ) ¿ E s tá e l o rig in a l e n e l a rc h iv o d e S im a n c a s? L o a isa a firm a q u e allí lo vió.
(3 ) E l P . B e rg a n z a , A n tigüedades d e E s p a ñ a .— E l P . M o re t, H isto ria de N a v a r r a .— S a n d o v a l, H isto ria d e P a m p lo n a .— Y e p e s , F lo re z y otros.
(4 ) Diccionario de la A c a d . d e la H is t., p o r G ovantes.
(5 ) A m b . d e M orales, Crónica general de E s p a ñ a , t. v m , lib . x v .— F lo re t., H isto ria sagrada. — Crónica de los B enedictinos, p o r el P . Yepes.
caridad inspiraba á los particulares; la no interrum pida laboriosidad de sus penitentes habitantes en la conservación
y copias de la an tig u a literatu ra, de la ciencia canónica y de la histórica, y m ás que todo la justificada opinion y
olor de santidad de que gozaban, hicieron del monasterio albeldense uno de los más reputados y famosos de la Órden
de San Benito. Y en verdad que m u y grande ha de haber sido la gloria y la fama de su nom bre, cuando vemos que
mereció ser elevado á la altu ra en que se hallaban los primeros y principales monasterios contemporáneos : sábese,
en efecto, que sus abades fueron ascendidos á la categoría de obispos; honor y dignidad singularísim a, que los sobe
ranos pontífices, muchas veces á petición de los monarcas, concedían á los monasterios de primer órden. E l desarrollo
de los estudios de antiguos monumentos y el vuelo que tomaron en nuestros dias las investigaciones diplomáticas
nos han proporcionado documentos preciosos, rubricados por el abad de Albelda con el título ó sobrenombre de Obispo
albeldense. No se nos oculta que varios críticos, que probablemente leerán estas líneas, niegan que el abad albel
dense fuera m itrado en alg ú n tiempo, presentándonos al epxscopus alvalde?isis como obispo de Álava y no de Albelda;
pero si con m ayor cuidado y atención recorren nuevam ente las diversas colecciones de documentos que andan hoy
en manos de todos publicadas, encontrarán que en algunas escrituras de la Era m il ciento y dos, sacadas del archivo
de San Prudencio, del cual hablaremos m ás abajo, firma en prim er lu g a r el obispo de Álava y en segundo término
el abad de Albelda como episcopios alvaidiensis.
Estos mismos documentos que acabamos de citar son tam bién el mejor y más claro testimonio de la im portancia
colosal que tuvo nuestro albeldense monasterio: existe, en efecto, u na escritura expedida en 956, por los tiempos en
que reinaba Sancho el Gordo, en la cual se lee que el abad del monasterio de San Prudencio, llamado Adica, con
sus monjes Cristóforo, F o rtu n , Sarraceno, Dato, Rapirato... se entregan en cuerpo y alm a al monasterio de Albelda;
item , donan además todas sus posesiones: item donan m ás la iglesia de San Vicente y San Prudencio, enclavada
en el mismo territorio, en la falda del m onte Laturcio (1). Esta entrega ta n completa del monasterio de San P ru
dencio, celebrado en nuestras crónicas, con todas sus rentas y posesiones á San M artin de Albelda, y del prior y sus
monjes al abad, esto es, á su dirección santísim a, prueba lo mucho que entónces significaba y valia la benedictina
y albaidense casa (2).
No está demasiado claro cuándo n i cómo term inó el famoso monasterio. Pero parece que el primero que sin el
debido respeto y poco m iram iento comenzó á empequeñecerlo y á m erm ar su g ra n reputación fué el rey Don García
de Nájera. Todos saben la predilección extrem ada que este príncipe tenía por Santa M aría la Real de aquella pobla
ción: pues bien; el amor que le mostraba movíale y obligábale á u n ir todas las fundaciones que podia á Santa María
la Real, y entre ellas cùpole la suerte á la casa de San Benito en Albelda. Sabemos, sin embargo, y debe consig
narse ántes de pasar más adelante, que la escritura de donacion y entrega de los monjes «en cuerpo y alm a» con sus
posesiones y riquezas del convento de San Prudencio al abad y monasterio de Albelda tiene la fecha de la E ra de 988
en tiempo de Don García, hijo de la reina Doña Toda y de Don Sancho Abarca; y además, que en los funerales de éste
en la ciudad de Logroño se hallaron ju n to s los testigos de dicha escritura, que por ser m uy ilustres no deben pasar
en silencio: lo eran Tudomiro, obispo de N ájera; Dulquitio, abad albeldense; Diego, abad Siliense; Munio, abad de
Santa Columba; Estéfano, abad de San Millan de la Cogolla, y Velasco, abad de Ciruena (3). Sábese tam bién, para
la historia de Albelda y su convento, que el infante Don Ramiro, señor de V iguera, hijo de Don García de Nájera,
confirmó las mercedes y donaciones que su padre habia hecho á Santa María la Real de esta ciudad, en cuyo docu
m ento y a se echa de ver que cam inaba hácia su fin el monasterio de Albelda. Asimismo nos dice la crónica de la
Órden de San Benito, que el monasterio de San Prudencio, al que de paso nos referimos, estuvo unido al de San
M artin de Albelda por un espacio m ayor de cien años.
E n el de 1057 deseaban unos caballeros hermanos ser patronos de la religiosa casa de San Prudencio, agregada á
á la de San M artin de Albelda. Llamáronse los devotos caballeros D. Jimeno Fortun Ochoa el u n o , y D. Sancho
Fortun el otro. Estaba el primero unido en m atrimonio con Doña M encia, por cuyas venas corría la noble sangre de
los soberanos de N avarra; y la apasionada devocion que tenían al glorioso San Prudencio fué el origen de aquella
advocación y patronato. Vióse á la postre satisfecho su deseo, pues que tratando sèriamente el negocio con el m uy
(1 ) E n el fó lio 5.° y G.° do l a Coleccion d e documentos d e l archivo d e Sim ancas p u e d en v e rse m á s datos.
(2 ) V éanse D iccionario geog. histúr. de E s p a ñ a , po r la R eal A c ad e m ia d e la H is to ria ; p o r D . A . C asim iro d e G o v a n te s .— S a la z a r, C asa d e L a r a , a rtícu lo
A re lla n o . — A n a le s , d e M o re t, l ib . x i\ \ — Diccionario geográfico, d e M ad o z, p a l. A lb e id a , Coleccion d e documentos d e l archivo d e Sim ancas. — H id a lg o d e
T o rre s , H isto ria d e la R io ja .— C ard. A g u irre e n e l t . i i i d e s u Colee. M á x im a d e Conc.
(3 ) Compendio h istorial de l a R io ja , p o r H id a lg o d e T o rres.
(4 ) L ib ro d e S a n to ñ a , p o r D . A u re lia n o F e rn a n d e z G u e rra .— M a p a itinerario d e la E sp a ñ a rom ana con sus divisiones territoriales, p o r el m ism o a u to r.
y de N avarra, m ás atentos en ocasiones á sus caprichos y particulares intereses, que á la noble empresa de arrojar
á los desiertos de África las muslímicas huestes que con su invasora planta hollaban la tierra del hijo del trueno y
de los siete varones apostólicos.
II.
Al ocuparnos de uno de los más notables y antiguos monasterios de España y de su más célebre m anuscrito, no
creemos fuera de propósito añadir alg u n as consideraciones acerca de lo que fueron aquellos religiosos retiros en la
Edad-m edia, y cuál su benéfica influencia sobre las sociedades europeas; no hacerlo así, ocasionaría censura para
quien tiene por objeto pintar la vida histórica de u n a casa religiosa de aquella m ism a edad.
Todos los filósofos y hombres pensadores que con escudriñadora m irada siguen y analizan las trasformaciones y
movimientos religiosos y sociales de las generaciones y de los pueblos, dan como cosa corriente la soberana influen
cia que los solitarios y monasterios del Oriente y Occidente ejercieron sobre las sociedades bajo el aspecto moral y reli
gioso. Podrá ser que los monasterios no hayan hecho sentir de u n a m anera ruidosa á la hum anidad el poder de la vir
tud y de la ciencia que albergaban; pero no olvidemos que la moralidad y el ejemplo obran casi siempre callada y
suavemente, como el sol que sin estrépito hace cubrirse de flor y fruto los árboles, como la Providencia que vivifica y
conserva silenciosa y benéfica el universo m undo. Y si queremos ver clarísimamente la verdad de lo que vamos afir
m ando, nos bastará recordar que en los monasterios y en sus penitentes moradores se inspiraron los grandes ingenios
del Ásia y de Europa; que el atractivo de su silencio y austeridad encerró á u n San Jerónim o en la g ru ta de Belén;
que la conversión de San A gu stín , del talento g ig a n te deH ipona, v a acompañada de u n sentim iento m onacal, exci
tado por la lectura de la vida de San Antonio Abad; que de los solitarios claustros del Monasterio salieron los Basilios,
los Gregorios, los Crisóstomos, los Eugenios y casi todos los hombres insignes que fueron lum breras de la hum ani
dad y columnas del catolicismo.
Si la ambición y el orgullo, como adm irablem ente observa Balmes, no hubieran preparado la ru ptura cism ática
que habia de privar al Oriente de la vivificadora influencia de la Silla de Roma, los antiguos monasterios de aquella
parte del m undo, hubieran servido como los de Occidente á la regeneración social que fundiera en u n solo pueblo á
vencedores y vencidos; ó á lo ménos hubieran cooperado á arrojar de nuevo en sus salvajes guaridas á los enemigos de
la civilización. E ra n , pues, los monasterios en los tiempos medios, como en todas las épocas, el sagrario en donde busca
ban acogida el derecho contra la fuerza; la civilización y la cultura contra la barbarie; la caridad contra la crueldad, y
la virtud contra el vicio desapoderado y triunfante, ü n dia que la España, la Francia, la Italia y el norte de África con
todas las islas adyacentes á estos territorios eran horrorosamente devastados por la bárbara pujanza del Septentrión, los
hombres y el caudal de la ciencia y de las artes huyeron espantados á buscar albergue en los monasterios de Oriente:
y otro dia que las artes y la ciencia se vieron acosadas y perseguidas por la m edia luna de los turcos, levantada sobre
los muros de Constantino^la, volaron al Occidente y encontraron socorro y acogida en las cenobíticas mansiones,
donde se aprende la resignación en los grandes infortunios y el profundo desengaño de la nada de este mundo.
Y si hay que estim ar los monasterios como asilos bienhechores donde se acogía el débil y el desgraciado, eran no
ménos divinos arsenales en que se conservaban la poca luz y vida que en el m undo quedáran, despues que de él pudie
ron señorearse suevos y silingos, hunnos, vándalos y godos. Recuérdese el estado de la Europa entera cuando apare
ció en Occidente el monje ilustre de Nursia. Fluctuando estaban y cayéndose á pedazos la m oral, la religión, los
poderes, las artes, las ciencias, las leyes, las costumbres, las sociedades; en fin , todo se encontraba amenazado de
m uerte. San Benito con sus hijos, sin más armas que la v irtu d , la elocuencia del ejemplo y sus penitencias, la aus
teridad de su vida y un celo abrasador por la redención de los pueblos, cubiertos y abrumados por la barbarie del Norte,
logra la trasformacion general de Europa y la fusión completa del habitante de las selvas y del h ab itan te del templo
cristiano, quedando así providencialmente vencidos los mismos vencedores; logra recoger de entre las ruinas los des
pojos del saber antiguo y esconderlos en las moradas de Casino; lo g ra, en fin , sem brar en el agostado campo de las
inteligencias el sagrado depósito de la virtud y de la ciencia, que no bastándole para contenerlas n i la celda n i los
desiertos, las desparramó bondadoso en medio de los poblados.
No quisiéramos pasar de aquí sin decir á la actual generación, tan in g ra ta para con los institutos monacales, que
ellos fueron quienes tantos terrenos incultos desm ontaron, los que limpiaron la tierra de pantanos y malezas, los que
encerraron los ríos en su cauce, los que tantos puentes construyeron, los que echaron fundamentos á la ag ricultura,
y en u n a palabra, los centros de actividad que resucitaron la Europa, destrozada por aquel otro universal dilu
vio del siglo v. Añádase á esto que los monasterios erigidos en toda parte, en los campos y lugares desiertos, dieron
principio á esa nación inm ensa desparram ada por aldeas y cam piñas, y formada en tiempos posteriores, para pro
veer de p a n , aceite, vino y exquisito fruto á las ciudades, cuya vida solamente conocieron los antiguos.
Insignes publicistas se encargaron de probar con grande erudición en nuestros mismos dias, que la mayor parte
de nuestros pueblos y m ás célebres ciudades nacieron, ó á lo ménos se reconstruyeron, á la sombra de las antiguas
abadías. A los monasterios deben la Alem ania, la Francia, la In g la te rra , la Italia y la España la creación de un número
considerable de sus poblaciones, el florecimiento de su agricultura y el rápido vuelo de su civilización. A través de
la confusion y oscuridad de los siglos medios, se ensancha el corazon contemplando aquellas mansiones solitarias,
verdaderos centros de la virtud y de la ciencia con que supieron adornarse el santo abad Columbano, el apóstol de
Inglaterra San A gustín , el misionero de Alemania San Bonifacio, San Bruno, San Iv o n , San Pedro D am ian, u n Lan-
franco, un Hinemaro de Reims, un Paulo de Casino, u n Beda, u n Auperto, u n A donde V iena, u n Aimon de A qui-
ta n ia , un Gerberto y cien otros notabilísimos varones, teólogos, filósofos, jurisconsultos, poetas, historiadores y cro
nistas (1). Nuestros archivos y bibliotecas atestadas de m anuscritos, códices antiguos y numerosísimas obras sobre
los ramos todos del saber hum ano, nacidas en el santuario silencioso del convento, son el mejor y más contundente
testimonio de cuanto vamos aseverando. E n fin , seria nunca acabar si quisiéramos recordar lo que á los monasterios
deben la arquitectura, la p in tu ra, la ag ricu ltu ra, la poesía, la música y la escultura: apenas podemos dar u n .paso
en la historia de las artes y de las letras sin tener que penetrar en el monacal recinto de los Santos Benito, Agustino,
Bernardo, Francisco de Asís y Domingo de Guzman.
No fué solamente el monasterio u n centro fecundísimo de actividad m aterial, de influencia saludable en la moral
de las sociedades y de maravilloso desarrollo para las letras y el saber: u n monasterio, lo mismo que u na catedral,
era un baluarte robustísimo, u n alcázar: sus gruesos muros resistían á todos los ingenios de la g u erra, y sus puertas
de hierro se burlaban del incendio preparado por la tea del enemigo. Desde sus altísimos terrados y botareles defen
dían los guerrero? á un tiempo mismo el altar del verdadero Dios, los tesoros de la religión, de la ciencia, del arte,
el honor, la libertad y la independencia de la Patria. Un monasterio es un pueblo. Dentro de sus m urallas alberga
sacerdotes que orando sin cesar delante del Santísimo Sacramento con los brazos levantados, cual otro Moisés, alcancen
la victoria en la batalla que se está librando en el inmediato valle: tiene guerreros que á u n mismo tiempo se hum i
llan y oran prosternados, y se arm an en seguida para salir á, la pelea abrasados en fuego santo: tiene sabios que
custodian y conservan las sagradas reliquias de toda hum ana sabiduría, y a divina, y a gentílica: tiene maestros que
explican y com entan los poetas y los historiadores, y los jurisconsultos, y los hum anistas y los filósofos griegos y
romanos; que señalan los rasgos del ingenio de Homero y de V irgilio, al par que los morales de San Gregorio y las
obras admirables del Á guila de H ipona: tiene ancianos encanecidos en la ciencia, que no desprecian n i aún siquiera
los escritos de la incredulidad, y a que la verdad no tiene porque avergonzarse de la m entira, y y a que las tinieblas se
disipan en cuanto brilla la luz: tien e, en fin , u n socorro, u n auxilio, u na satisfacción á cada necesidad. Al esmero-
ya casi exagerado, del monacato y á la consideración con que m ira las obras todas del entendim iento hum ano, deben
el poder ser conocidos en todos los siglos el tan ingenioso como ateísta Lucrecio, el sazonadísimo cuanto incrédulo y
desvergonzado Luciano. Destruidos aquellos santos asilos de la piedad y del saber; aquellos planteles de donde salian
las columnas de la Iglesia, los hombres de estado y los faros que alum braban al hum ano linaje en su lenta peregris
nación; destruidos, digo, por la refinada avaricia, envidia y tiran ía de la impiedad m oderna, aguarda á los siglo,
por venir u n a total ignorancia de todo lo que ántes que ellos vino á pasar sobre la tierra. ¡ Iniquidad abominable del
impío! Toma en sus labios el hermoso nombre de libertad para fundar la tiran ía de los Silas y de los Mários; de los
(1 ) P u e d e n c o n su lta rse so b re e sta m a te ria lo s d isc u rso s d e D . S a tu rn in o F e rn a n d e z d e C a stro a l re c ib ir la in v e s tid u ra d e d o c to r, M a d rid , 1852; d e don
F e lip e C a n g a -A rg u e lle s a l to m a r posesion d e a cadém ico-de nú m ero e n la R eal A cad em ia d e la H is to ria , M a d rid , 1 8 5 2 ; d e D. A n to n io C a v a n ille s en co n
te s ta c ió n a l a n te rio r. Y d e lo q u e fu e ro n los m o n a s te rio s, d a n razó n m u y c u m p lid a M o n ta le m b e rt, B alines e n e l P rotestantism o; C h a te a u b ria n d , tom o n
d e l Genio d e l C ristianism o, y o tro s m il q u e d e e llo tra ta ro n .
Tiberios y Nerones: proclama el progreso, la civilización y la ciencia para acabar con todos los frutos del saber, aco
piados por m il brazos generosos.
Penetremos por las puertas de u n monasterio de los siglos medios: ofrécense á la vista ancianos ejemplarísimos que
m ueven el corazon al arrepentim iento y á la penitencia: el P. Maestro lleno de sabiduría y de prudencia: una m uche
dumbre de jóvenes novicios que aprenden la hum ildad y la mortificación, muchos de los cuales se dedican con afan
á buscar materiales á los maestros que en sus celdas m editan dia y noche, estampando despues en las vitelas el fruto
de sus desvelos: los copistas haciendo nuevos y más completos los viejos cronicones: el escribiente que pasando á las
generaciones por venir monumentos de incalculable valor, deja á u n tiempo mismo modelos preciosísimos de escri
tu ra , que h a n de constituir u n a riqueza inm ensa para la Paleografía: el dibujante que adorna con finísimas orlas y
m uy delicadas m iniaturas el devocionario, el Psalterio, la E neida, la Iliada, los A rgonautas, el Libro de Oficiis, la
ciudad de Dios, las cartas de San Jerónimo, las Partidas y las C antigas del sabio Alfonso, y otras m il producciones
de la hum ana in telig en cia: el industrial que con g ran d e aplicación proporciona colores maravillosos que han de ser
la meditación y estudio de los artistas y pintores de los siglos futuros: el hermano lego que con modestia y habilidad
prepara el fino y elegante dorado para las letras capitales, cuyo secreto se h a perdido: el cronista inventariando sucesos
sin juzgarlos n i disertar sobre ellos, dejando tal cuidado á los críticos m ás escrupulosos que le h an de suceder: y en
fin, para concluir de u na v ez, la escuela y las cátedras en que no se vende n i monopoliza la ciencia, sino que se dá de
balde, así al rico como al pobre; la librería pública y llena de riqueza in telectu al; la fuente de la fé, de la caridad y de
la enseñanza. Esto y mucho más era u n convento de los tiempos medios. ¡Gloria y prez á la religión que supo inspirar
á los fundadores de las órdenes monásticas, y cobijar bajo su m anto protector esas instituciones tres veces santas!
Con verdadero dolor y pena abandonamos esta inagotable m ateria, dejando á u n lado consideraciones m il que se
agolpan á la m ente en órden á la influencia que en todos terrenos ejercieron los monasterios sobre la sociedad europea
y la vida fecundísima que en todos los siglos supieron comunicar a l m undo: pero, entre otros, deben de tenerse pre
sentes para m ayor abundamiento los autores antes citados; y además de Balmes, Montalembert y Chateaubriand han
de consultarse: Casiano, De cccnobiorum ins ti tu lis: Teodoreto, H istoria religiosa: Holsten, Codex regularicm monas-
ticarum: H elyot, H istoire des ordres religieux: Dom. Mege, Vie de Saint-Benoit: M abillon, Anales de la órden de
San Benito, tomo i: las crónicas repectivas de las órdenes religiosas, y los discursos y trabajos académicos del
Sr. Fernandez G uerra, donde con poca tin ta sabe escribir m ucha historia.
iii .
Muchos fueron los varones excelentes en virtud y santidad que florecieron en el monasterio famoso que nos
ocupa, y cuyo exám en nos h a sugerido las anteriores líneas, pero de entre ellos solamente haremos mención de
los principales que sirvan á nuestro objeto. Pertenece aquí el prim er lu g a r al celebérrimo autor del n u n ca
bastante ponderado códice albeldense de la biblioteca del Escorial. Llamóse V igila, y de ah í procede que al
m anuscrito albeldense se le haya dado tam bién el nombre de Vigilano. E l m u y ilustre Ju an Vázquez del
Mármol, corrector de libros de Felipe I I , dice hablando de V igila: «Creo que este m onge perteneció á la estirpe
y fam ilia de los Vela ó Velez, cuyos dos apellidos existían entonces, en su tiempo, y hoy mucho m ás, como
Ñuño V ela, Vela Nuñez: D. Pero V ela, I). Pero Velez que son hoy de la fam ilia de los Guevara (1).» Con perdón del
buen Vázquez del Mármol, el nombre de nuestro monje es de fisonomía visigótica, y nada tiene que ver con el de
Vela n i con el de Velez. Vela es u n antiquísimo nombre ibérico ó siquier eúskaro, que significa tanto como Cuervo
y que llevó aquel malvado conde asesino del infortunado D. García, cuñado del rey Don Sancho el Mayor de Navarra.
Hácia el prim er siglo de nuestra E ra vemos en Lisboa el nombre de Vicillio, que tam bién pudo ser Vigillio. E n el
año 540 florece en Roma el Papa V igilio, y no mucho despues registran nuestras historias de España u n V intila
lamoso. E l apellido Velez es puram ente árabe, y sin parentesco ninguno con los nombres anteriores. De donde
IV.
v.
¿Quién es el autor de tan antiguo monumento? A estas horas no pueden los críticos responder satisfactoriamente
á nuestra pregunta. Por más vueltas que se le d á , se queda siempre entre los anónimos. Lo creyó Pellicer debido á
la mano del célebre Dulcidio, presbítero de Toledo; pero el sabio Nicolás Antonio se encargó de im pugnar semejante
id ea; advirtiendo á su autor que dicho clérigo se hallaba en Córdoba como embajador de Don Alfonso III cuando el
famoso Cronicon se escribía en los Estados de aquel monarca. Así lo infiere el celebrado autor de las Bibliotecas Vetus
y A’ova, consignando en ellas unas palabras sacadas del mismo Cronicon, que hablando del embajador Dulcidio, dicen
a s í: «mide (de Córdoba) adtccusque '/ion est rever sus, de donde no h a vuelto aún. Así tam bién en sus citados escri
tos hace ver el mismo Nicolás A ntonio, que no pudieron ser autores del Cronicon, n i el Dulcidio, obispo de Sala
m anca, que se hallaba en la consagración de la iglesia de Santiago, n i el otro presbítero del mismo nom bre, de
quienes hablan los historiadores en aquellos tiempos.
Sin alegar prueba a lg u n a , creyó el P. Saz á D. Rom án, prior del monasterio de San M illan, autor del viejo Cro
nicon que traemos entre manos. E n definitiva, tan sólo puede asegurarse en órden al origen del antiguo m anus
crito, que fué compuesto en los dominios del rey Alfonso III, á quien suele llam ar nuestro re y , nuestro príncipe (2).
Cuanto dejamos dicho del Cronicon de A lbelda, como es claro, se refiere al autor de las noticias históricas que allí
se tra ta n hasta el reinado de Don Alfonso III de este nom bre; que de las adiciones en él escritas hasta la E ra 1014,
ó año 976, está reconocido como verdadero autor nuestro monje V ig ila, el albeldense. E n el mismo año concluyó el
sabio monje su continuación, casi u n siglo despues del principal autor, que se reduce á insertar los nombres de los
príncipes sucesores del tercer Don Ram iro, y los del reino de N avarra, y lo demás hasta el dia 25 de Mayo. El valor
incalculable del Cronicon, se deja comprender con sólo recordar, como m uy bien dijo y a el P. M ariana, que habla
de épocas y m aterias harto oscuras en nuestra historia.
Y para que comprenderse pueda fácilmente la veneración y el respeto que se merece tan antiguo docum ento,
hemos de poner aquí los testimonios originales que de él nos dejaron varones tan ilustres como D. Ju an Bautista
Perez, canónigo de Toledo y obispo de Segorbe y nuestro esclarecidísimo Mariana: el del primero, que Ju an Vázquez del
Mármol proporcionó al prelado segobrigense, dice así: Chronicon Albaildense, editum ab incerto auctore era dccccxxi
additum á Vigila monaclio Albaildense era m x iiii. E x ta t in códice conciliorum Golhico qui fu tí monasteri S. M artini
Albaildensis, nunc transíalo in Bibliothecam S . Laurentii R eg ii. Chronicon lioc scriptum est anno décimo octavo
Adefonsi M agni Regis ovetensium era dcccxx ( i. e. anno Christi 883) anno 32 Mdhomat Cordubenses Sarraceni. ..
Vigila vero rnonachus Albaildensis monasterii (nunc Albelda prope Logronium isti chronico quod desinebat era 921
anno 18 Ade forisi M agni et 32 Maliomat Cordubensis, addidit usque a d eram 1014 p ra sertim ea, qua tyerlinent ad
Reges Pampilonenses e t catalogum regum ovetensium usque a d Ranimirum tertium. Itaque additio V igila desinit
era 1014 (i. e. anno Chrìsti 976j anno 6 Sancionis Regís Pampilonensis f illi Garsece et anno decimo R anim iri tertii
ovetensium regís. ItaqvA 4.° folio istius libri (Albeldensis), dicitur lune esse eram 1014 et Incarnatione 976 et sexlum
annum Sancionis regis: et idem hic fin is transcriUtur ex codice Albeldensi in libro S . E m iliani conciliorum im prim o
folio libri. E tiara in codice Emiliano folio 394 e ra t hoc chronicon; sed inde discerpturn est, relieto tantum uno folio
extremo.
Traducido librem ente viene á decir: «Cronicon Albeldense compuesto por u n autor desconocido en la era 921 y
añadido por V igila, monje de Albelda en la era 1014. Se h alla en el códice gótico de Concilios; fué del monasterio
de San M artin de A lbelda, ahora nuevam ente trasladado á la Biblioteca de San Lorenzo el Real. Escribióse en el
año xviii de Alfonso el Magno Rey de los ovetenses, era 921 (esto es, año de Jesucristo 883) en el 32 de Mahomet Sar
raceno de Córdoba... Vigila el monje de Albelda cerca de Logroño, á este Cronicon, que concluía en la era y año
dichos, añadió hasta la era 1014, en particular lo perteneciente á los Reyes de Pamplona y el catálogo de los m onar
cas de Asturias hasta el tercer Ramiro. A caba, pues, la continuación v ig ila n a en la dicha era 1014, año de Cristo 976,
en el sexto año del rey Sancho de Pam plona, hijo de G arcía, y en el décimo de Ramiro el tercero de Oviedo. Por
eso en el fòlio 4.° del Albeldense se dice que entónces corría la era 1014, el año 976 de la Encarnación, el sexto del
rey D. Sancho: cuyo fin se copia igualm ente en el códice de San M illan, fòlio primero. Empezaba este cronicon al
fòlio 394 del Em ilianense; pero de él sólo resta la ú ltim a hoja (1).»
E l P. M ariana, despues de dar algunas noticias históricas del pueblo y monasterio de Albelda, noticias que arriba
quedan y a dichas, se expresa de esta m anera: E x ea Bibliotlieca (de la Redonda de Logroño) vastas conciliorum
codex in D. Laurentii monasterium adductus superioribus annis junes me liaud paucis mensibus f u i t , descriptus à
Vigila monacho Albeldensi ante sexcentos ferme anuos, r/wgnaque auctoritatis et fidei inter Híspamete vetustatis monte-
menta... Incerti quidem auctoris, era 921, hoc est, amen Chrìsti 883 confectimi, ru d i stilo ac pene barbaro: mimirum
inter et captivitatis m ala, studia literarum silebant: m agni autem momenti ad cognoscèndam historiam ejus et
prioris cetatis. A ddidit quidam alius usque a d eram 1014 quem Vigila/m ipsum codicis librarium fu isse sus-
jricamur.
Trasladado al romance d iria poco más ó ménos así: «Llevado el enorme códice de los Concilios de la Biblioteca de
la Redonda de Logroño á la del Escorial en posteriores tiem pos, estuvo en m i poder algunos meses; fué escrita por el
monje albeldense V igila a l pié de 600 años hace, y es de grande autoridad y fé entre los monumentos de la antigüe
dad española... Fué compuesto (el cronicon) por u n autor anónimo en la E ra 921, que es el año de Jesucristo 883, en
rudo y casi bárbaro estilo: porque en medio de las armas y males de la cautividad yacían silenciosos los estudios de
las letras: es empero de sum a utilidad y mérito para el conocimiento de su historia y de la prim era edad. Otro escri
tor, que sospechamos h ay a sido Vigila el mismo autor del códice, lo continuó hasta la E ra 1014.» E l mismo sabio
jesuíta dice además, que le dió m ucha luz ta n viejo Cronicon para la historia de E spaña, que á la sazón escribia, y
m u y principalm ente para el órden y sucesión de los príncipes vascones y navarros.
Mil otros testimonios de la ciencia más competentes pudiéramos traer aquí para que mejor se viera la veneración
y el respeto que a l Cronicon se debe; pero preferimos dar principio á la general y minuciosa descripción del V igilano.
vi.
Tiene 421 fojas completas, en fólio m ayor, en pasta y pergam ino oscuro del siglo x y perfectamente con
servado.
E n la página 2 .a del prim ero de los fólios se ve pintado á V igila que se sienta en hum ilde banqueta, de la que
(1 ) F a lta , e n e f e c to , v ién d o se h o y c o rta d o s b á rb a ra m e n te lo s fó lio s : m u y a n tig u o s so n y a los lite ra to s d e tije ra . M urió el obispo d e S e g o rb e e n 1597
y nació e n 1535.
penden dos tinteros en forma de astas no grandes, y con u n a plum a de madera m u y tosca, y no pequeña, en
su m ano diestra: se presenta en aptitud de escribir. E n la parte superior de la p in tu ra se halla indicada la repug
nancia que el célebre monje tuvo que vencer para principiar la copia de tan colosal volúm en: y con objeto de
que se vea cómo escribió entóncés la palabra latin a m ihi pondremos en este lu g a r los 'primeros renglones que
allí nos dejó Vigila: In exfyrdio ig itu r hujus libri oriebatur escribendi votum mici (m ihi) vigilam seriptori. Y
más abajo: Tamen quid mici (m ihi) olim convcnerü agerre... Idcirco grates ipsi Domino qui raid (mihi) dignalus
est auxilium.
E n las páginas de los folios que siguen se ven algunos versos trocáicos y acrósticos, con los cuales formó V igila
m u y complicados laberintos, al uso de aquellos tiempos; pueden leerse de arriba abajo y vice-versa, y al través y
de otras m il m aneras, como dicho queda en la relación de Morales. E n la m ayor parte de ellos no se lee otra cosa
más que la súplica que el autor hace á Dios para que á él y á los monjes de su monasterio conceda el auxilio y el
favor que necesitan. La variedad de colores con que las letras están pintadas hace que los laberintos se presenten
hermosos y elegantes.
Tiene el Vigilano en la foja 6.a u n calendario digno de singular mención por los santos que en él se contienen, y
de los cuales podrán sacar partido los críticos historiadores. Vuelto el fòlio trata satisfactoriamente del año bisiesto;
pero no así de las fases de la luna. E n el fòlio 7.° se dá razón, no m uy acertada, de los dias y de las noches; pero
se determ inan con puntualidad y se definen los solsticios y equinoccios. Así tam bién se trata allí mismo, del modo de
fijar la Pascua. Las razones y procedimientos que á este propósito se aducen, son las mismas que los Padres del con
cilio de Nicea acordaron.
T rata nuevam ente del ciclo pascual á vuelta del fòlio 8.°; y bien m irado, lo que allí se escribe aparece ser copia
de lo que de esta m ateria dijo Hipólito Obispo, que despues perfeccionó el m u y erudito Eusebio de Cesareo y que con
tinuaron Teófilo de A lejandría, Próspero de A quitania y otros ilustres varones.
De otros círculos ó ciclos solares, con m u y variadas y curiosas divisiones del añ o , se dá razón en el fòlio 9.°; y
en el 10.° se pueden estudiar determinaciones varias de los ciclos solar y lu n ar de los hebreos y latinos, y de la
Pascua de unos y otros, que pudieran interesar á los amigos de la antigüedad judáica.
Tablas de estas materias, con abundancia de ejemplos para muchos años es lo que se lee en el mismo fòlio vuelto.
En el 11.° recomienda V igila la observancia de las reglas y argum entos formulados para que el lector evite cual
quiera error y equivocación en estas materias.
Y á fin de que los siglos por venir conocieran que no estaban relegadas al olvido las ciencias exactas, en el 10.°
escribió el sabio monje de Albelda en la foja 12 de su obra, un tratadito de A ritm ética, que comienza así: Incipit
ars proficua Arithmeticce......Con bastante claridad dá la definición de esta ciencia y del número. Intercala despues
el origen etimológico de los números, sum am ente curioso; y por él se comprende bien el conocimiento no pequeño
que de la lengua de Homero y Cicerón tenian los monjes de aquella época. Con m ucha agudeza represéntase allí el valor
de este ramo del saber por la significación piadosa que los números tienen en las Sagradas Escrituras.
Despues de una tabla de m ultiplicar bastante extensa y exacta, vuelve á tratar del mérito y dignidad de las mate
m áticas, diciendo m u y filosóficamente que por ellas se distingue el hombre del b ru to , incapaz éste de cálculos ni
cuentas, y pone así de manifiesto la inm ortalidad del alm a hum ana. Pondera con respeto el grande ingenio de los
indios, á quienes atribuye el descubrimiento de las nueve cifras con que explicarse pueden todos los cálculos posi
bles, y las pinta allí con las figuras usadas en su tiempo.
Dícese al fin cómo h a de ser la definición, y se declara la etimología de Crónica, d ia, h o ra, m es, sem ana, edad,
año; de las cuatro estaciones, calendas, nonas é idus, con los nombres y origen de los meses, todo con precisión y curio
sidad ta l, que no sobrarían semejantes conocimientos en nuestras públicas escuelas. E n m u y buen órden y en u na
tabla formada con precisión, hállanse colocadas las horas, m inutos y segundos del d ia; así como tam bién de la semana,
del mes y del año, dando idea de cada uno de estos puntos, y de otros cálculos á este tenor, y viniendo á resultar de
todo el conjunto una aritm ética práctica y de utilidad.
Vuélvese á tratar en el fòlio 13 del año bisiesto, de su razón y del procedimiento que se h a de usar para deter
m inarlo.
Qué son los vientos, cómo se nom bran y de dónde corren lo m uestra la foja 14, en la que pueden leerse de este
modo: Subsolanus, Vulturnus, E u ru s, A uster, A ustrus, Africus, Fabonius, E orus, Seplenlrio, C irtiu s, Aquilo.
Es digna de consideración la virtud que á los mismos se atribuye ; y por no hablar de todos consignaremos tan sola
m ente las siguientes palabras: Sed sicut AusterpestilentÁan g ig n it sic Aquilo reppellit (1).
Por medio de unas figuras hum anas toscamente dibujadas, aparecen representados los vientos á la vuelta del mismo
fólio: visten largas y blancas túnicas, adornadas con cintas m u y varias: sus piés desnudos, apóyanse en la atmós
fera que circunda los mares (ímaria) y óstos la tierra (àrida). Sobre la cabeza, desnuda tam bién, con larg a cabellera,
dividida á estilo oriental, llevan escritos sus nombres respectivos. Unos trompetones, cuya boquilla se ve apoyada
debajo de la barba de cada fig u ra, á diferencia de las pinturas modernas que la sostienen en la boca, representan la
salida ó comunicación al exterior de los mismos vientos.
No estaría dem ás, que los moralistas y varones consagrados á la ciencia canònico-teològica consultáran el árbol
ingenioso de los diversos grados de parentesco de consanguinidad y afinidad que en el fólio 15 se pone á la vista. Es
una figura hum ana harto desproporcionada: asoma la cabeza en la cima de la copa; a l principiar las ram as salen del
tronco los brazos, y vienen á formar su raíz los piés metidos en botines puntiagudos, de piel blanca y caña bastante
alta y elegantem ente concluida.
Estas figuras sin proporciones, rarísimas y caprichosas, eran m u y usadas en los tiempos en que predominaba el
estilo bizantino, y servían de adorno en los remates de las columnas y cornisas, formando u na parte m uy principal
de la belleza en la escultura, arquitectura y pintura.
v il
Ya desde aquí al fólio 15 vuelto, comienza la ciencia canónica. Dentro de u na figura cuadrangular bien ador
nada, según el uso de aquellos tiempos, h ay unas letras mayúsculas y de variados colores, que dicen (2): Capitula libri
ca7ionis u t valeas quod rcquiris cito hoc o/rgumento invenir e hcc tibí lector ¡fagina, rectius indicat. qualiter in singulis
sinodis d sacerdotibus ortodoxisque sanctissimis obtime constitutum est narnque observari inconmlsum decretum (3).
Contiene el fólio 16 u n catálogo hecho con perfección, que indica las materias que cada uno de los títulos
y libros abarca; y para que los amigos de la antigüedad conozcan mejor el órden que en aquellos siglos se seguía,
hemos de copiar aquí y poner en castellano ta n hermoso índice, que por otra parte proporciona u na idea general del
tratado completo: principia así: «Título i, libro i; de las instituciones y ordenación de los clérigos.— Título ii,
libro n ; de las instituciones de los monasterios y de los m onges, y del órden de los penitentes.— Título iii, libro m ;
de las instituciones de los juicios y gobierno de las cosas. — Título iv , libro iv ; de las instituciones de los oficios y
órden de bautizar.— Título v , libro v ; de la diversidad de nupcias y de la perversidad de los crímenes.— Título vi,
libro v i; de las reglas generales de los clérigos y demás cristianos y del régim en del príncipe.— Título v n , libro v il;
de la honestidad y negocios de los príncipes.— Título v m , libro v m ; de Dios y de lo que de Él hemos de creer.—
Título íx, libro ix ; de la abdicación de los herejes y de sus costumbres.— Título x , libro x ; de la idolatría y de sus
adoradores, de los escritos de paz y dones ofrecidos.— Título x i, libro x i; de la exortacion á los rey es, sacerdotes y
laicos.— Título x ii, libro x n ; Fuero Juzgo y de su derecho y observancia.»
A la vuelta del mismo fólio se ve sentado en majestuoso trono á m anera de globo al Salvador, siguiendo la m anera
bizantina, m uy m al dibujado, pero con expresión que inspira respeto: viste alba blanca y larg a hasta los piés, y va
del hombro izquierdo a l derecho u n a especie de estolon encarnado, que por delante cubre g ra n parte del cuerpo: sobre
todo lleva riquísim a capa pluvial, que no se diferencia mucho de las que hoy usa la Iglesia. Su barba está hendida,
y su cabellera la rg a en dosm itades 'se descuelga con gracia á lo largo de la espalda. Un elegante nimbo, estilo
bizantino, con seis estrellas m uy brillantes, tres á cada lado, es el adorno de su cabeza: en la parte alta del nimbo
y iii.
Preséntase en el mismo fólio 56 u na figura rectangular formada por m u y linda orla, toda hecha de ramos y hojas,
naturales u n as, y caprichosísimas otras, de m u y vivos colores am arillo, rojo, minio y azul; y con letras mayores de
gótico carácter y de color azu l, amarillo y rojo, están escritas las siguientes frases en su interior: In nomine Domini
Ihesv Christi incipiunt cajÁtulaUones totius ju r is in quibus continenlur omnia namque concilla canonum, lo que.
como claram ente se ve, indica q u e, en el nombre de Nuestro Señor Jesucristo empiezan aquí los capítulos de todo
el derecho canónico.
E n la página 2 del dicho fólio comienza u n catálogo excelente, escrito con g ra n limpieza y cuidado, de los capí
tulos que dan cuenta de los concilios todos que están contenidos en el V igilano. Llega hasta el fólio 7 0 , pero sirven
de m uy elegante adorno á cada u n a de estas páginas tres columnas paralelas, que sostienen dos hermosísimos arcos
puram ente bizantinos: las basas, fustes, cornisas y capiteles preséntanse engalanados con delicadeza y profusion
por m il redes caprichosas, líneas ondulantes y otra m uchedum bre de combinaciones, y todas ellas pintadas con m uy
vivos y variados colores. E n el fólio 57 hacen de columnas espantosas serpientes de la m itología, con su cola enros
cada, con sus azuladas y ásperas escamas y robusto cuello, doblándose para coger entre sus dientes de sierra un
jabalí que corre perseguido por u n m astín.
Adornan el fólio 58 vuelto tres peces m u y largos y m uy raros, difíciles de conocer, vestidos de escamas azules y
aletas m uy duras, con puntos blancos, amarillos y rojos á lo largo de sus bastante bien proporcionados cuerpos. Dos
horribles dragones, semejantes á los que pintó luégo el autor de La Divina Comedia, forman los adornos del fólio 59.
Un áspid que enseña enfurecido su lengua de fuego, forma la cola de aquellos dragones. Tienen terriblem ente enros
cada la parte superior del cuerpo, y u n a especie de aletas cortas que salen de sus feísimos hombros, y sus manos
provistas de garras m uy fuertes y al mismo tiempo agudas los hacen espantosos. E l de enmedio es tan raro y
caprichoso como los otros, con la diferencia que se halla todo su cuerpo, de color am arillo, recubierto de unas líneas
verdes que lo rodean de m il m aneras. Por debajo de la cola se lee esta palabra: corcodrillum. Sobre las cabezas de
las tres fieras, se ve pintado otro mónstruo m itológico, más extraordinario que los demás. Fórmanlo dos cuerpos de
bestia, á los cuales sirven de cabeza dos figuras hum anas: con las manos coge las colas de sus dos cuerpos, siendo
la extremidad de aquellas, de las colas, dos cabezas de á g u ila , y adornan la suya dos cuernos como de carnero: los
diferentes colores que para pintar estos mónstruos se em plearon, los hacen bellos y horribles al propio tiempo.
La página siguiente del mismo fólio presenta tam bién m uy extraña ornamentación. Está compuesta en prim er
lu g a r de dos basiliscos sum am ente espantosos y colosales, de color verde, con sus alas no m u y grandes, manos y
garras m u y afiladas. Es su cabeza de ave con u n penacho encarnado en la parte a lta , que los hace m uy raros. En
medio de ellos h a y un pez mónstruo que allí se llam a S u ra , vestido de escamas de color de naranja y sus correspon
dientes aletas pintadas de amarillo. La m itad superior del cuerpo es u n a figura hu m an a, viniendo á recordar el todo
las sirenas de los antiguos. Dos áspides con sus cuerpos enroscados de colorido azul y am arillo con pintas blancas
por encim a, sus manos provistas de fuertes y agudas u ñ as, su cabeza de fiera con finísimos cuernos y su boca con
dientes como de sierra, aparecen dibujados en el fólio 70. Contemplar se puede allí además otra bestia m uy extraña,
llam ada H agan serena, figura de u n perro g alg o con astas y pezuñas, len g u a larg a y encarnada que parece de
fuego, ju n tam en te con u n a Lenda que viene á representar u n ciervo extraordinario de cola prolongada, y los dedos
de las extremidades van unidos por u na m em brana particular. Hay que añadir á tan caprichosos anim ales, otro no
ménos raro que allí mismo lleva el nombre de Geride: es u na figura sumam ente horrible, compuesta de dos cabezas
de caballo, y en cada u na de ellas u n asta m al formada; su cola es bastante la rg a , y los dedos de los piés están
igualm ente unidos entre sí por otra piel membranosa. El color de esta bestia es blanco, con líneas rojas y oscuras.
Tampoco debemos olvidar las pinturas que hermosean el fólio 60 vuelto. Aquí sirve de columna el débil tronco de
un árbol, cuyas ramas se inclinan proporcionalmente y forman á los respectivos lados dos arcos bizantinos, m uy
agradables á la vista. A las ram as, de esta m anera encorvadas, acuden varios anim ales á cual más caprichosos, como
jabalíes, corzos, ciervos y algunos otros pintados de azul y encarnado y salpicados de puntos rojos, todo lo cual
revela g ra n fuerza de im aginación en quien los concibió. Aparecen sobre las ram as, adem ás, dos gallos m uy arro
gantes, de pico azul, cresta encarnada y colas prolongadas, vestidos de m u y resplandeciente y fino plumaje y de
colores m u y vivos y brillantes.
Los fólios restantes hasta concluirse el índice, cuyas pinturas vamos bosquejando, están ornamentados por bellí
simas columnas del mismo estilo arquitectónico, en cuyas basas y capiteles resaltan figuras m uy variadas, como
personajes de medio cuerpo arrib a, cabezas de anim ales desconocidos, follajes, almenillas, y otras m il rarezas que con
profusion están sembrados y se estudian hoy mismo en muchos de nuestros templos bizantinos de A sturias, León,
C ataluña, Galicia y otras provincias de España. Algunas veces sirven de capiteles de estas columnas el busto m uy
tomo ni. 433
m alam ente dibujado de u n Lector, obispo, sacerdote, m onje, religiosa ó cualquiera otra figura hu m an a, asomando
sus largos piés por el centro de las basas.
Tales son los adornos que hermosean los dichos fólios, en los cuales pueden estudiarse los más pequeños detalles y
minuciosidades del estilo bizantino, así como tam bién la vida, los usos y costumbres de aquellas generaciones. El
códice vigilano que traemos entre manos encierra la historia más verídica y real del siglo que lo vió nacer.
Y porque es en g ra n m anera interesante, en especial para los que se consagran y dedican á reconocer antiguos
documentos, saber el órden que se observaba en los siglos medios para la colocacion de los concilios y epístolas
decretales, hemos de copiar en este lu g ar todos los contenidos en este predicho catálogo, guardando escrupulosa
m ente el método que allí se sigue. Tienen el prim er lu g ar los griegos y los de Á frica, despues los de la G ália, luégo
los de E spaña, y finalm ente, algunos otros que dejaron olvidados los copistas. Pueden leerse en el Vigilano por este
órden: Nicenum.— Anciritanum .— Neocesarense.— Gangrense.— Sardicense.— Anciocenum.— Laudicense. — Cons-
tantinopolitanum.—Efesinura.— Calcedonense.— Cartaginense I .—Cartagin. I I .— Cartagin. I I I .— Cartagin. I V .—
Cartagin. V.— Cartagin. V I.— C artagin. V IL — Africanum.— Arelatense I . — Arelatense I I . — Arelatense I I I .—
Valentinum. — Tauritanum. — A rausicam m . — Vasense. — A g átense. — Aurianense. — Iliberitanv/m. — Tarraco
nense.— Gerv/adiense.— Cesar augvManum.— Ilerdense. — Valetanum.— Toletanum I . — Tolet. I I . — Tolet. I I I . —
Tolet. I V .— Tolet. V.— Tolet. V I.— Tolet. V II.— Tolet. V III.— Tolet. I X . — Tolet. X .— Tolet. X I — Tolet. X I I —
Bracarease I . — Bracarease I I , seu in excerptis M a rtin i.— Spálense I . — Spalense I I . — Epaunense. — Vasense.—
Avernense.— Aurelianense.— Cesaraugi>Manura. — Toletanum. Sobre cada uno de estos sínodos, así generales como
provinciales, procuraremos dar ahora algunas aclaraciones tomadas del mismo códice m anuscrito, sin alterar en lo
más mínimo el órden que e n él se observa.
Antes de dar principio á este trabajo im portantísim o, hemos de apuntar lo que en el fólio 70 se escribe con letra
grande, gótica y regularm ente formada: Cánones generaliura conciliorum a temporibus Constantini ceperunt, que
en romance quiere significar, que en los tiempos del emperador Constantino empezaron los cánones de los concilios
generales. Una orla m uy delicadamente trabajada en forma de columna hermosea este epígrafe: en su base y capitel
se ven cabezas raras como de caballo, y g ra n profusion de enlaces, vermiculados y follaje bizantinos embellecen
todo lo demás. A esto sigue u n a relación en compendio de los concilios, de los obispos que los componían, del tiempo
y de los emperadores que reinaban cuando tenia lu g a r su celebración y qué herejías se condenaron en cada uno de
ellos, por el órden que arriba se dijo: Greca, Africce, Gallice, Spanue, Toletana.
Al final del mismo fólio, está con majestad sentado en m uy rico sillón de m adera con respaldo y descanso para
los brazos, el emperador Constantino, en aptitud de recibir, en la habitación cuadrada en que se h alla, á los cónsules
Paulino y Juliano, que de pié se ven enfrente. Cubre la cabeza del grande Constantino la corona im perial, tiara (1)
ó m itra trian g u la r que suelen poner en las testas coronadas los pintores de la edad de nuestro manuscrito. Su larg a
túnica es de color rojo, y por encim a de todo lleva u n rico m anto sujeto en el hombro izquierdo, y que le pasa con
gracia por debajo del derecho: los botines son blancos y puntiagudos, y las medias amarillas. El cetro, no m uy
largo, de p unta m etálica y em puñadura redonda en el otro extrem o, se le ve en su m ano izquierda: con su diestra
acciona hablando á los cónsules, que visten m u y ricas tú n icas, encarnada el uno y am arilla el otro, y sobre ellas
los mantos que con m ucha gallardía llevan terciados como el Emperador. E n la m ano izquierda de Juliano se nota
un códice enrollado que debe contener las instrucciones imperiales.
IX.
A quí, en el fólio 72, principian y a los concilios griegos de esta m anera, y con letra m ayor y alternativam ente
(1 ) F a lta d e la B ib lio tec a del E sc o ria l e ste precioso m o n u m e n to , v íc tim a del fu e g o se g ú n u n o s, y d e lo s lad ro n e s a v a ro s se g ú n otros. Véase E g u ren .
túnica larg a y roja, y sobre ella el m anto de varios colores: tiene delante los demás Padres en pié con los mismos
trajes que V ital, pero de distinto colorido: los tres primeros obispos cubren con la m itra sus cabezas, pero los demás
la tienen desnuda y con las tonsuras monacales mayores que las descritas más arriba. Todos ellos sostienen en sus
manos el tradicional códice ó rollo de la le y , diferenciándose en el color unos de otros.
Luego despues en el fólio 77 está escrito el epígrafe del concilio gangrense con letras grandes é ilum inadas con mucho
gusto: Incipit gangrense concilium p ost nicenum synodum editum al) epcpis. qúimdecim. Asistieron al concilio g a n
grense en la Patagonia en año desconocido, varios prelados, para contrarestar los puntos heréticos de Eustacio,
ó Eustato como quiere Baronio (a d annum 319J con las doctrinas puras de la Iglesia que expusieron en veinte cáno
nes dogmáticos y disciplinares. Las ediciones que andan en m ano de todos publican tam bién como el V igilano los
nombres de quince obispos: en el códice Lucense se desean y el Hispalense los trae al principio, pero en número ma
yor. Las que tenemos delante difieren en muchas palabras con el nuestro.
Como en los demás concilios, dejó pintada aquí el monje de Albelda u na sala en forma de cuadro y con
fondo am arillo, y dentro puso los Padres y obispos Eusebio, E ulalio, Olímpico, F iteto, Basilio y algunos otros. El
primero ocupa sencillo asiento, cubierta la cabeza con la m itra, que tam bién Eulalio tiene puesta: los demás enseñan
en la parte superior de sus cabezas la tonsura clerical y en sus manos el libro de la Sagrada E scritura, cuadrado,
con la cubierta verde y azul. Las figuras hum anas, como siempre, toscamente dibujadas, lucen ricos mantos y sota
nas de varios colores.
Los cánones del concilio de Sárdica principian en el fólio 79 con elegante inscripción de letra gótica y grande de
varios colores, como sigue: Incipit concilium sardicense CCC~epcpor. (episcoporum) et in eo cánones instituti. La E ra
de este concilio es para algunos la de 381, en el año vi del emperador Constancio, siendo cónsules Leoncio y
Salustio. El V igilano pone E ra 371. El Lucense quiere que haya sido en tiempo del emperador Constantino. Parece
lo más cierto, que congregados en Sárdica de la Iliria al pié de trescientos Padres y obispos, por los años de 347, pre
sididos por la autoridad del Papa Julio, que representaron Osio de Córdoba y dos presbíteros de la Iglesia de Roma,
depusieron muchos obispos arríanos, que perturbaban la Iglesia, y formaron veinte cánones disciplinares m uy impor
tantes, volviendo por la paz y la justicia hollada por las facciones de Arrio. Nuestro manuscrito d á v eintiún cánones
conforme con algunas de las ediciones que corren, y se notan pocas variantes al confrontarlos.
Aparece al principio, como en los dem ás, u na habitación aquí de fondo verde, y en su interior los obispos, entre
los cuales es bien conocido el de Córdoba, que con la Santa Escritura en la m ano, m itra triangular, sotana ó túnica
de color rojo y su m anto am arillo yace sentado y en adem an de hablar con algunos otros que le acompañan. Por sus
letreros son conocidos Gaudencio, Alipio, Yanuario y Ecio. Todos permanecen de pié delante de Osio, y con g ran
variedad de colorido ostentan trajes iguales á los que ya conocemos. Algunos tienen puestas las m itras, otros ense
ñan su blanca corona y casi todos g astan borceguíes m u y elegantes.
Pasando al fólio 81 del códice, podemos ver escrito con letra m agna y bien ilum inada el siguiente epígrafe: Incipit
concilium anciocenum (xxxi) episcoporum. Sus cánones, en el códice vigilano son veinticinco, que no convie
nen en muchas palabras con las ediciones arriba dichas; si se exceptúa la segunda de Severino Bino. Las suscricio-
nes de los obispos están al fin: en los impresos se altera el órden de sus nombres: el Lucense copia solamente treinta
y el Hispalense los omite todos.
Vése en el lu g a r de siem pre, ántes de empezar los cánones, a l obispo Eusebio sentado en sillón de respaldo;
adorna su cabeza u n a m itra baja, de color de violeta, y su cuerpo el m anto largo y tú n ica, ambos del mismo color.
Con la m ano izquierda sostiene el Libro de la Ley, y con la diestra señala á los otros prelados que están enfrente,
como N icetas, Antioco y Arquelao. Sus trajes compónense de m antos y sotanas largas de varios colores; pero sus
m itras llevan en la parte más a lta u na borlita que las distingue de las que hasta aquí hemos visto en el códice. El
último gasta gorra n e g ra oriental con dos cintas blancas por delante. Todos tienen cabello largo hasta los hombros,
pero recogido por atrás, según el uso hebreo, y en sus manos aparece siempre el códice sagrado, y a en forma de
cuadro y ya de rollo.
Los cánones que hicieron los Padres asistentes a l concilio de Laodicea, pueden leerse en el fólio 8 4 , donde está su
principio, así: In cipit synodus a Laodoci# sacerdotibus edita. Es m u y célebre este concilio en la historia de la Iglesia
por el catálogo de los libros sagrados que en él se formó: están todos los del cánon de los Judíos del Antiguo Tes
tam ento y del Nuevo, los mismos del concilio de T ren to , á excepción del Apocalipsis, que no estaba recibido aún
como canónico en algunas iglesias. Celebróse liácia el año de 366, y de él salieron los cincuenta y nueve cánones
que copia nuestro códice. Genciano y otros ponen sesenta, porque hacen del último dos. E n muchos manuscritos
antiguos los cánones 22 y 23 forman uno sólo.
E n el lugar correspondiente aparecen de pié, y descalzos, tres sacerdotes que ostentan ricos trajes talares de túnica
y mantos rojos y am arillos, cabello largo y dividido al estilo nazareno, con su tonsura, que enseñan por la parte
anterior de la cabeza y sus correspondientes libros de la Escritura en la mano. Hállanse conversando con u n vene
rable prelado que ocupa sencillo asiento de colores varios ; es su m itra poco a lta , su sotana am arilla y su m anto
encarnado. E n el sillon que le sirve de descanso se echa de ver y a u n almoliadon con borlas que cuelgan de
ambos lados.
Abriendo el manuscrito de Albelda por el fólio 86, encontramos este epígrafe formado con caractéres mayores y
pintados : Incipit synodus quæ facta est Constantinopolm adversus herexem macedonianam ab epis. número c l sub. Teo-
dosio mayorc. Siagrio et Encerio consulibus E ra C CCCXVIII. E n esta Asambla fueron condenadas las herejías todas
de aquel tiempo á más de los macedonianos, contra los cuales se habia congregado. E n el santo sacrificio de la misa
contamos hoy el mismo símbolo que allí se hizo, á excepción de la palabra Filioque, que para m ayor claridad del
dogm a fué necesario añadir despues. Los cánones que trae el Vigilano son siete, de los cuales el últim o es el dicho
símbolo de fé. El tercero de ellos dá el segundo grado de honor al obispo de Constantinopla despues del Papa. Al fin
de los capítulos están los nombres de veinte Padres del concilio, lo mismo que en el Lucense: el Hispalense pone la
E ra 318 equivocada; los impresos la fijan generalm ente en 419.
En una silla de m adera, y pintada con g ra c ia, se sienta el venerable prelado por nombre Nectario: la m itra que
ostenta y el m anto con que se adorna son de color aplomado y blanco y bastante larg a la túnica. E l emperador
Teodosio y los cónsules Siagrio y Euquerio se m antienen en pié ante el católico Pontífice : están apoyados en sendos
cetros, ta n altos como ellos mismos, [con p u n ta de m etal y puño en forma de cruz: nimbos, de diferente color, les
sirven de diademas ; sus mantos y túnicas son de color verde pero los borceguíes ó botines blancos.
Despues de todo esto viene el célebre concilio de Efeso, cuya inscripción, de grandes y góticos caractéres, está
concebida en estos términos : Incipit synodus cfesena p rim a ducentorum epicporvm. abita adversus nestorium cons-
tantinopolitanum epm. (episcopum) q u iprim um hominem ex sea. (sancta) virgini M aría natum [adseruit u t aliam
personam carnis aliam facere deitatis nec unum xpni. (Christum) in verbo Dei alterum hominis predicar et. Por con
sentimiento del Papa Celestino, y bajo la presidencia de sus legados Arcadio y Proyeto, obispos, de San Cirilo de Ale
jan d ría, y del presbítero Filipo, reunióse este concilio para condenar á Nestorio, que afirmaba en Jesucristo dos per
sonas, negando así la m aternidad divina de la Virgen M aría, y dando por el pié a l edificio total del dogma católico.
Condenóse tam bién en él á Ju an de Antioquía, á los pelagianos y á los cismáticos separados de la Iglesia. Empieza
nuestro códice por una epístola de San Cirilo á Nestorio, en la que expone profundísimamente la doctrina de las dos
naturalezas y una sola persona divina de Nuestro Señor Jesucristo; concluye con otra del santo y dirigida al hereje:
a it ig itu r sea. et magna sinodus. La E ra del concilio es la de CCCCLXIII. Los códices Lucense é Hispalense convie
nen con el Vigilano. E n los impresos, la últim a epístola se considera como compuesta en Alejandría y leida en Efeso.
E n un salon cuadrado, cuyo fondo es verde, preséntase de pié San Cirilo, que usa túnica encarnada y capa ama
rilla, de la cual, á m anera de capucha, arranca la m itra que lleva puesta: en su izquierda lleva el ejemplar de la
Ley, apaisado, y con su diestra señala á Nestorio, que tiene de fren te, vestido con sotana, m anto y m itra de color
rojo, y el rollo legal en sus manos. Están presentes á la conversación de los prelados Teodosio y V alentiniano; éste
descalzo y aquél con borceguíes blancos; ambos con trajes idénticos á los de los Padres, excepto la m itra, y de colo
res diversos, prefiriendo el violado, verde y am arillo.
A la página 2.1 del fólio 90, en letra mayor leemos a sí: Incipit calcedonensis sinodus seuentorum X X X
epeporm. abita contra omnes lier exes et maxime adversus evticem (Eutichem ) et dioscorum Valentiniano septies et
abieno consulibus E ra C C C C L X X X V III. Como todos saben, presidieron en este concilio los legados del papa San
León, que lo fuerou los dos obispos Pascasio y Lucencio, y los dos presbíteros Basilio y Bonifacio: fué condenada en
él la herejía de Eutiques, que confundía las naturalezas de Jesucristo, y confirmada la sana doctrina diciendo que
Cristo Nuestro Señor es el mismo en las dos naturalezas, pero inconfuse, imm utabiliter, indivise etinseparabiliter.
Copia el Vigilano aquí las epístolas del concilio, el símbolo de N icea, veintisiete cánones y las suscriciones de los
obispos con sus respectivas diócesis; lo cual es de importancia capital p a ra la geografía é historia an tig u a. Está des-
tomo in . 434
pues el edicto de V alentiniano y Marciano á todos los pueblos, confirmando y apoyando los decretos conciliares; otro
contra los herejes, dirigido á Paladio, prefecto de los pretores; y por fin, el que escribió Marciano al mismo prefecto
condenando las herejías, y además la famosa epístola de Atico de Constantinopla. Con estos documentos, estudiados á
fondo, podría quizá brillar mejor la historia de aquellos tiempos. E n varias ediciones impresas y en el códice Hispa
lense la Era es 488. E n muchos manuscritos se desean los edictos del emperador y la exposición del concilio, resul
tando así el nuestro uno de los más completos.
Arriba están pintados y vestidos con trajes talares, compuestos de túnicas violáceas, mantos amarillos y mitras
del mismo color, los obispos Celestino y C irilo, que á pesar de sus mitras enseñan por delante parte de la tonsura
clerical: enfrente y conversando con estos prelados, se ven los cónsules Valentiniano y Abieno envueltos en mantos
riquísimos, rojos y amarillos, con nimbos parecidos á diademas en la cabeza, y el cabello largo, bien peinado y divi
dido á la moda de Oriente.
x.
Pasando luégo al fólio 98, h a y las palabras siguientes, escritas con letras gordas y variedad de colores: huncusque
grecorum concilia dehinc latinorum secuntur; y á continuación: concilium cartaginis a/rice prim um L epcporum.
Todos saben que á mediados del tercer siglo de nuestra era se agitaban en África las ruidosas cuestiones del Sacra
m ento del Bautismo y de los rebautizantes: pues bien; para dilucidar y definir estos puntos del dogm a, se reunieron
en Cartago y Roma algunos concilios, en los cuales desempeñaba el.prim er papel San Cipriano: otros discutieron y
fijaron la doctrina de la penitencia en órden á los Lapsos. Aparecen los cánones de este concilio como redactados par
ticular y sucesivamente por los Padres; porque cada uno de ellos empieza por el nombre de su autor, así, Gratus,
F élix... etc.y dix it. También pueden leerse aquí para bien de la historia y de la geografía, los nombres de los obis
pos y de las diócesis que á la sazón gobernaban. E l Lucense no los copia n i muchos otros códices antiguos.
Vénse aquí tam bién en habitación a z u l, m alísimam ente dibujados, varios obispos, entre los cuales llevan su nom
bre al frente Grato, Félix, Rómulo y Gaudencio. Gasta el primero sandalias que dejan ver la parte superior del pié
desnudo. Ocupa rico sillón con adornos rojos y verdes m uy vivos; m anto y túnica de varios colores y m itra más alta
que las de O riente: se nota tam bién la forma trian g u lar y en el vértice u na borlita que las distingue de las demás.
Los compañeros de Grato ostentan el libro ó rollo de la Ley en las m anos, y las mismas vestiduras, aunque de varios
coloridos, botines blancos, largo el cabello, abultado y dividido á lo nazareno, y abierta la tonsura que la Iglesia
impone á sus ministros.
Al volver el fólio 100, lo primero que se echa de ver es el epígrafe que á continuación copiamos: Incipit gesta con-
cilis cartaginensis secm di abiti L X I epcporum. era C C C C X X Y III. Los cánones ó disposiciones conciliares son
aquí en número de trece y sirven para la m ayor inteligencia de la disciplina eclesiástica y doctrina católica. En
el final de este capítulo suscriben los Padres de u n modo análogo á este: Félix eps. (episcopus) selemsilitanus: a n ti-
gonus eps. m aginensis; Félix balensis, casianus usulensis eps.; cannensis eps.; Nicasius culusitanus, y así sucesiva
m ente otros varios. E l Lucense hace mención, además del emperador Valentiniano, cónsul la cuarta vez con Neoterio:
en todo lo restante hay conformidad entre éste, el Hislapense y Vigilano.
R egala por demás nuestros ojos el azul celeste con que está hermoseada la habitación donde se ve el emperador
Valentiniano Augusto, que luce en su cabeza la tiara ó corona del imperio; su larg a túnica es de color verde; el rico
m anto que lleva con gallardía, amarillo, y los botines de los piés, blancos y bastantes subidos. Conversando están con
él dos prelado con el acostumbrado pergamino en sus manos; y los colores que más resaltan en los m antos, túnicas
y mitras son el verde, rojo y amarillo; están de pié y calzan borceguíes blancos como el monarca.
Los caractéres con que empieza el fólio 102 del manuscrito que vamos estudiando son grandes y de la forma que
los demás ya indicados: con ellos está compuesta esta inscripción: Incipit concilium cartaginensis tertium abitum ab
epcpis. número X V I I E ra C G C C X X X V I cesario et atliico viris clarisimis consulibus V. kls. stbrs. (quinto kalen-
das septembris). Vienen copiados en este lu g a r cincuenta cánones comprendidos en el capítulo xv: el que tiene el
número 47 es notabilísimo por ser el cánon de los libros divinos y por estar en el mismo consignados los que no
quieren adm itir los novadores hijos de Lutero. Las variantes aquí con las ediciones impresas son de poca m onta. Al
fin como en estos pone cuarenta y cuatro obispos. La era del Lucense é Hispalense es 435.
Los dichos cónsules aparecen arriba descansando en u n salón de fondo amarillo m uy vivo: las túnicas ó casacas
de entrambos son blancas; los mantos de color verde en el uno y violáceo en el otro: su cabello bastante largo y divi
dido en dos mitades va adornado con m uy vistosos nimbos. Permanecen de pié en su presencia el obispo Aurelio con
sandalias abiertas, sotana encarnada, capa verde y m itra de color rojo: sostiene con su mano izquierda el pergamino
blanco enrollado.
E l concilio que ahora sigue es el 4.° de Cartago, que con letra g ran d e y bien pintada dice así al principiar en el
fólio 106: Incipit conciliuni cartaginense africe quartum habitum ab eps. C C X IIII E ra C C C C X X X V I Honorio
Augusto et Euticiano consulibus V lid s . nbrs. (sexto idusnovem bris). Los cánones que se cuentan en este lu g a r son
ciento y cuatro, y todos ellos fueron formulados para m ayor claridad del dogma y de la disciplina de la Iglesia.
Interesan sobre toda ponderación á obispos, clérigos y láicos. Hemos hecho la confrontacion, como en los demás,
con las ediciones conocidas y apenas hemos notado diferencia alg u n a de importancia. La Era que copia el Hispa
lense es la de 435.
Los dos cónsules que en el epígrafe se m encionan se h allan aquí m alam ente dibujados en u n a habitación de pavi
mento amarillo: viste el uno casaca blanca, capa roja y nimbo azulado en la cabeza: estas mismas vestiduras en el
otro son de color amoratado. Están en actitud de discutir con dos prelados que aparecen de frente adornados con los
mismos trajes que vamos repitiendo; pero con m uy variados colores y cubiertos sus piés con zapatillas blancas y m uy
finas: los pergaminos enrollados y los libros santos apenas faltan nunca de la mano de estos personajes.
Abierto el códice por el fólio 109 puede leerse esta introducción escrita con grandes y hermosos caractéres: Incipit
contiliuki cartaginense africe quintum abitum ab epcs. L X X 1 IÍ E ra C CC C X X X V III. Los cánones del presente
capítulo son dogmático-disciplinares hasta el número de diez y siete y están casi conformes con los publicados en
las ediciones que tenemos á la vista, principalm ente con la segunda de Severino Bino. Tampoco notó Vázquez gran
diferencia entre los demás códices que de paso vamos examinando.
E l mismo prelado de arriba, llamado Aurelio, con blancas zapatillas en los piés, túnica verde, tunicela amarilla,
m anto encarnado, del cual, como si fuera u na capucha monacal, sale la m itra; preséntase á los ojos en u n salón cua
drado y pintado de azul. Le acom pañan y entretienen u n obispo y dos sacerdotes que están de pié, y visten de m uy
varios colores trajes talares compuestos de las piezas que y a conocemos.
Estos son los términos en que concebido está el principio del concilio sexto de Cartago en el fólio 110: Item con-
cilium cartaginis africe sextum abitum ab ~eps. C C X V II E ra CCCCLV11. Hay aquí veinte cánones dignos de
toda consideración por parte del dogma, de la disciplina eclesiástica y áun de la historia misma. Comienza con la
profunda alocucion del obispo Aurelio, á quien se dá nombre dz p a p a , y la contestación elocuente de Faustino. El
duodécimo cánon se reduce á la epístola de aquel obispo Arcliics Valentinas prim e sedis numidie: y en el décimo-
tercio muchas de las disposiciones conciliares de Nicea, con las cuales term ina. Hay bastante conformidad entre el
texto del códice y los impresos; pero los manuscritos Lucense é Hispalense copian la E ra 357, que está equivocada.
Y en este mismo fólio se presentan en u na habitación pintada de amarillo los emperadores Teodosio y Honorio,
luciendo m uy finos borceguíes blancos, mantos encarnados, túnicas rojas y blancas y capas verdes, de las que arran
can, como de hábito religioso, los nimbos que en forma de diadema ciñen sus sienes. Conferenciando están con los
prelados Aurelio, Faustino, legado romano, y Alipio: el primero usa el mismo traje de otras veces, pero de color
vario: el segundo túnica azul como lo restante: el tercero el mismo hábito, tam bién de diferentes colores: todos tienen
los sagrados rollos y códices blancos en la mano.
Veamos en el fólio 116 cómo empieza el epígrafe del séptimo concilio cartaginés: ítem concilium cartaginis
africe V I 1 0 . X V III epeporum gestum era qiue svp ra cid etiam interfuitlegatio romane ecle. (ecclesúe). Pocos son
los cánones del presente concilio; solamente cinco; confrontados con los impresos aparecen suficientemente iguales;
n i tampoco difieren g ra n cosa el Lucense é Hispalense.
El fondo del salón que aquí se ve es encarnado, y en el interior preséntanse el conocido Aurelio hablando con
tres sacerdotes que de pié le escuchan atentos; el traje del prelado es el mismo arriba descrito; el de los tres presbí
teros se compone de m antos, túnicas y zapatillas, pero engalanada cada u na de estas piezas con m uy vivos y dis
tintos coloridos; los códices y rollos que en sus manos enseñan son en este lu g ar de cubiertas verdes.
E n la página 1.a del fólio 117 puede consultarse la inscripción con que principia el concilio de Milevis: Item con-
ciliurn africanum in melevitana urbe abitum C C X IIII epcporum. E ra CCCCX... (CCCCXXXX). Procuramos con
frontar los veintisiete cánones que de este concilio nos copia el V igilano, y hemos notado m uy pocas variantes en
las ediciones impresas de que nos valemos. Y hasta los antiguos manuscritos arriba expresados convienen con el
nuestro, si hemos de dar fé á Vázquez del Mármol, cuyas anotaciones tenemos á la vista. Así concluye al fin de
los cánones: expliciunt Africe concüia dehinc Gallic sequuntur.
Es de observar que el obispo Arelio en este sitio, ostentando el mismo traje de diversos colores que en otras par
tes, lleva en una m ano u n libro cerrado y con u n a cruz en la cubierta; en la otra sujeta el báculo, no tan alto como
la cayada de hoy, con p u n ta de metal y puño redondo como u n bastón cualquiera. También aquí mismo puede con
templarse al obispo M arino, cuyo m anto y sotana es más largo que en otros personajes; su m itra trian g u lar presenta
algunos adornos encarnados; parece estar explicando alg u n a cosa á tres sacerdotes que de pié y con sus correspon
dientes hábitos de distintos colores, le prestan atención; en las cubiertas de los códices y rollos del Nuevo Testa
mento que tienen en sus manos está pintada la cruz latina.
XI.
Á continuación de todo esto comienza y a el epígrafe del primer concilio de Arlés con estas palabras: Incipit con-
ciliurn A relátense prim m h ab epcpis. plurimorum gestum. Son los cánones de esta Asamblea sagrada veintidós, que
cotejados con los que publican algunos de los impresos que aquí tenem os, no presentan g ra n diferencia de pala
bras. Ni tampoco el texto del Lucense ó del Hispalense dista g ra n cosa del manuscrito de Albelda; pues que Vázquez
nada indica.
Pasando en seguida a l fólio 120, y á la página 2.a, se dá principio y a al título del concilio Arelatense segundo:
Item concilium Arelatense secundum. Y suprimida en este fólio la habitación que al principio de los concilios prece
dentes hemos visto, solamente se pinta aquí al obispo Sixto, de pié, con botines blancos, medias azules, túnica
encarnada, manto verde y m itra am arilla, con u na borla pequeña en el vértice y algunos adornos de color rojo
por delante; en u n a mano tiene el rollo escriturario y en la otra el báculo con puño horizontal. Al principio del
texto del capítulo están los nombres de los prelados de este concilio y de las diócesis que á la sazón regían. Sus
cánones son en número de veinticinco, que se diferencian m uy poco de los impresos. Algunos manuscritos de Toledo
y el Lucense tam bién copian «113» obispos.
E n el fólio siguiente, que es el 121 vuelto, está escrito el principio del tercer concilio de Arlés así: Item conci
lium Arelatense tertium X IIepcporum . abitum E ra CCCCLXI. E l obispo Cesáreo está al m árgen, de pié, y gasta
capa de color pardo carminoso, túnica verde, m itra encarnada, borceguíes blancos y medias amarillas. Preséntase,
extendida la mano d ie stra , en ademan de bendecir al pueblo. Cuatro cánones solamente trae el Vigilano conformes
con el Lucense é Hispalense, pero estos dos manuscritos y algunos toledanos ponen catorce prelados asistentes.
Y continúa nuestro códice con el concilio Valentino en el fólio 122, de este m odo: Incipit Valentinum conci
lium X X epcporum. abitum. E ra CCCCXIII. Lleva por nombre Egadio el obispo que aquí vemos tam bién al m ár
g en. Es el primero que en este m anuscrito gasta cayada en el báculo pontifical. La sotana es m uy hermosa, sem
brada toda de ornamentación encarnada, de cuyo color es igualm ente su m anto y m itra; su cabello largo y
tendido, al estilo de los judíos, le cae con gracia hasta los hombros. Cuatro s o n , como en el anterior, las reglas
canónico-disciplinares de este concilio, q u e, meditadas juntam ente con las de las otras Asambleas, se ve el celo y
el ardor de la Iglesia católica en la conquista de las almas y en la civilización de los pueblos para Jesucristo. El
Lucense dió á este concilio el nombre de V alletanum , y el Hispalense lo coloca en la E ra 423.
Y pasando en seguida al fólio 123, puede leerse el prim er renglón con que se dá principio a l concilio de Tours en
estos térm inos: Incipit concilium TauritoMum. En uno de los m árgenes del mismo fólio levanta las manos al cielo
el obispo Próculo, que luce capa blanca, m anto verde, túnica encarnada, m itra tam bién blanca y zapatillas finas y
de color negro. Las disposiciones conciliares en estas páginas son trece, casi todas disciplinares, y en general con-
formes con los impresos, salvo algunas variantes de poca im portancia; algunos llam an á este concilio Tauritanense;
el manuscrito Hispalense lo llama Taurinatium .
A la vuelta de este mismo fólio, vemos en letra m ayor que la com ún, el siguiente epígrafe: Conciliurít
regiense X I I I epcporum. abitum E ra C C C C LX X V II. La figura del obispo Hilario que aquí se m uestra es más
esbelta y arrogante que las pasadas, pero no mejor dibujada: está de pié, y por debajo de la m itra se descubre la
corona clerical de su cabeza; usa m anto y capa rojos, túnica verde y borceguíes blancos; el rollo de la ley que en
sus manos tiene es blanco tam bién. Suben á siete los cánones disciplinares de este concilio, y al fin de ellos están
los nombres de los obispos que confirman tales decretos. Conviene casi en todo este texto con los impresos, á excep
ción de la E ra, que es la de 472 para algunos: para el Lucense é Hispalense es la misma del Vigilano.
En la página siguiente del fólio 125, está copiada la introducción al concilio de O range, como á continuación
transcribimos: Item concilium o/rausicum X V I epcporum abitum E ra C CC CLXXV11II. Sentado está, en este fólio,
en rico y elegante sillón el obispo Cláudio, vestido de capa encarnada, tunicela verde, sotana am arilla, m itra alta
y con borla en el vértice, y sandalias sujetas al pié por unas cintas negras colocadas con mucho gusto. Los vein ti
nueve cánones de este concilio, casi todos disciplinares, convienen en general con los impresos que tenemos delante.
Al fin suscriben los prelados allí reunidos. El Hispalense lo apellida, como muchas ediciones, arausicanum.
El epígrafe del concilio Básense, que sigue al anterior, está redactado con letra gótica m ayúscula, en estos té r
m inos, fólio 127: Item concilium básense abitum E r a C CC C LX X X . El prelado que aquí nos dibujan los monjes
albeldenses se llam a Auspicio, y su traje talar se compone de manteo encarnado, tunicela am arilla, túnica verde y
m itra de color m inio, bastante elevada. Los cánones de este capítulo son diez, todos de disciplina eclesiástica y poco
diferentes de los que andan en nuestras manos impresos. E n algunas ediciones se desea la Era: el códice Hispalense
dá la de 470. Asistieron, al parecer, á este concilio unos diez y ocho obispos que el Vigilano se calla.
E n el fólio siguiente, 128, comienza el concilio Agatense con estas palabras: Item concilium agátense X X V epcpo
rum abitum E r a D X I I I (543). El obispo Cesáreo se presenta aquí de pié con m itra y capa de color encarnado,
tunicela am arilla, sotana verde y el sagrado códice de cubierta blancá en la mano. Setenta y u n cánones copia el
manuscrito de V igila salidos de esta asam blea, y en general relativos al clero y á los religiosos de entrambos sexos.
Están al final los nombres de los padres asistentes y de sus respectivas sillas, que deben tener en cuenta los geógrafos
é historiadores. También se infiere de la lectura de este concilio, que los prelados que en él tomaron asiento fueron
veinticinco, aunque algunos impresos publican treinta y cinco, y que fué celebrado en el año 22 del reinado de
Alarico en el mes de Setiembre.
Y finalm ente, en la página 1.* del fólio 132, viene á decir al pié de la le tra : Item co'ncilium aurilianense X X V III
epcporum. abitum. Tetradio lleva por nombre el obispo que en este sitio aparece: su capa y m itra son de color verde,
su tunicela am arilla, la sotana encarnada con adornos blancos, y el rollo legal que sostiene con sus manos es rojizo.
Las disposiciones conciliares de esta asamblea son veintisiete, en las cuales notamos escasas variantes con las impre
sas que vamos consultando. También pueden estudiarse aquí los nombres de los prelados que firm an y de las provin
cias que entónces gobernaban. Despues de todo, term ina así: liunc usque gallice ecclesiasticarum gestarum regule
disposile sunt: deinde sequuntur Spanie. E n los manuscritos de que hablam os, faltan algunos capítulos, la carta
de Clodoveo á Synodio y la contestación de éste al rey.
XII.
Comienza al fólio 133 el concilio de Ilíberis. Su epígrafe se engalana con letra distinta de la ordinaria en belleza
y m agnitud: Item conciliumeliberitanum X V I I I I epcporum. Constantini temporibus editum eodem tempore quo et
nicena sinodus abita est. La figura que en esta página vemos de pié, y más arrogante que las anteriores, es la del
emperador Constantino, en quien brilla sobremanera la imperial diadema. Son sus arreos capa verde, tunicela am a
rilla, túnica encarnada, m edia am arilla y borceguíes altos y blancos E n su mano lleva el cetro largo que repre
senta la autoridad. A la parte de abajo están conferenciando entre sí u n obispo y tres presbíteros, cuyo hábito talar
TOMO III. 135
aparece un poco más largo que los que llevamos estudiados: la m itra y el m anto episcopal son tam bién de más
anchura y vuelo que los pasados: los trajes constan de las mismas piezas que los dem ás, pero h ay en ellos más pro
fusión de adornos y pinturas que en otras partes. Los sacerdotes van descalzos y enseñando la tonsura en su cabeza.
Antes de los cánones están aquí copiados los nombres de los obispos asistentes y de las diócesis que son altam ente
importantes para la m ayor claridad de nuestra historia. Los ochenta y u n cánones de este concilio español, escrito,
en el V igilano, presentan bastantes diferencias con las ediciones impresas á que nos hemos referido, y más a ú n , con
la de Gra. Loaisa. Son interesantísimos. Convienen con el nuestro los códices Lucense, Hispalense y Toledanos.
Síguese á éste el concilio de Tarragona habido con m ucha posterioridad, y las letras bien pintadas de su epígrafe
ofrecen estas palabras: Item concilium Tarraconense decem epcporurn. abitum D L I I I I (Era). Algunos Padres del
concilio, llamados J u a n , Paulo, Ector y Frontiniano, se ven aquí de pié y con los hábitos de costumbre y de m uy
vivos colores, notándose además que el primero gasta estola bastante larg a é igual á las de hoy. Muchos de ellos
ostentan nimbos en la cabeza, hermosas sandalias en los piés y sendos libros escriturarios en la mano. Para dicha
nuestra copia tam bién al fin el Vigilano los nombres de los prelados y de las diócesis respectivas que espiritualm ente
dirigían: que no lo olviden los historiadores. Copia igualm ente el año sexto de Teodorico, en que se celebró este
concilio. Los códices Lucense é Hispalense están conformes.
Y si abrimos por el fólio 138 de nuestro m anuscrito, podemos leer lo que vamos á escribir: Item concilium gcrun-
dense V II epcporurn. abitum E r a D V. Generalmente los concilios españoles empiezan a s í: In nomine Christi. Está
al m árg en , de pié, próximo á u n sillón de lujo, el obispo Ju a n , sin m itra , con tonsura, m anto verde, túnica roja,
zapatilla blanca y códice en la m ano con u n a cruz en la cubierta. Los cánones conciliares de esta asamblea son
diez (1), que con Loaisa y demás impresos que tenemos á la m ano presentan algunas variantes. Los manuscritos
Lucense é Hispalense están conformes, pero los de Toledo ponen doce Padres.
E n la página siguiente del fólio anterior, tiene su principio el concilio de Zaragoza, que comienza de u n modo
análogo: Item] concilium cesaragustanum XIIepcporurn. E legante es la silla en que se sienta el obispo Lúcio osten
tando su capa verde, túnica am arilla, nimbo y corona clerical en su cabeza y sandalias en los piés. E n los ocho
cánones que acabamos de confrontar vemos algunas variantes. Los citados códices están conformes con el Albeldense.
Ahora viene el concilio celebrado en Lérida, cuyo principio trasladamos á continuación: Item concilium hilirdense
octo epcporurn gestum E r a D L X X X IIII. El obispo que está al m árg en , de pié, con el hábito talar de costumbres
aunque con mayor profusion de adornos, lleva escrito por debajo Sergius. Tam bién, cotejados los diez y seis cáno
nes, disciplinares en la m ayor p arte, de este concilio con los impresos se nota alg u n a diferencia y se ve que fué
celebrado el año 15 del rey Teodorico. E l Hispalense, Lucense y Toledanos convienen con el Vigilano.
Más abajo, al fólio 140, dice: Item concilium vallcttanum V I epcpo'rum abitum E ra D L X X X V II. El obispo que
aquí vemos al m árg en , llamado Celestino, está todo vestido de verde, salvo el nimbo que es encarnado. Seis cánones
nos dejó nuestro m anuscrito de este concilio, y despues de ellos los nombres de los prelados asistentes, con los cuales
firm a un archidiácono. Los impresos lo apellidan Valentinum: el Lucense y el Hispalense Valetatanurn, y lo creen
celebrado en la E ra 584: y al rey de entónces le llam an Teudis: el vigilano Teodorico, año décimoquinto de este
príncipe.
Al final de este mismo fólio, con letra grande y bien form ada, se lee: Incipit Toletmum concilium p r i -
mum X V IIIIepcporurn. actum... E l fólio 142 es todo él u na preciosa lám ina que representa la ciudad de Toledo;
por encima de los muros d ic e : civitas regia toletana. Las alm enas y torreones de la m uralla se componen de tres
arcos, completamente bizantinos, cada u n a , y están term inadas por hermosas pirámides. Las piedras son de dife
rentes colores y figuras geométricas. Á la mano derecha está la puerta de la ciudad, de un sólo arco, no m uy alto,
y á la izquierda la del muro ig u al á la anterior. E l pueblo está m irando por entre las almenas lo que afuera pasa.
Extram uros está la iglesia de Santa M aría, del mismo estilo de arquitectura, con cuatro ventanas arqueadas y
pequeñas al costado, tejado verde y átrio ménos elevado que el templo, y al pié su correspondiente puerta pequeña,
formada por un hermoso arco, en la c u al, encorvado por los años, está el anciano Ostiario, con las llaves y el báculo
en la mano. Su traje es como los conocidos. A la m ano izquierda vemos la iglesia de San Pedro, igual á la de Santa
XIII.
E l célebre cronicon albeldense principia, al fólio 135 vuelto, de este modo: Incipit ordo romanorum regum.—
Deliinc sexta etas incipit.— Item ordo gentis gotorum.— Itemnma. (nom ina) regium catliolicorum legionensium.—
Item nina, pampilonensium regum .— Item ordo gotorum obetensium regum.— Item ingressio sarrazeno'rum in Spa
nia (al m árgen y la misma le tra , E ra DCCLII).— Item Id sunt qui regnaverunt in Cordoba, reges de origine
venumeia.— Item exordium sarrazenorum sicut illi extim antur.— Item explanatio gentis gotorum. De este monu
mento antiquísimo hemos hablado y a en la parte histórica de este escrito.
E n el fólio 246 empieza el tratado de la fé de San Isidoro contra los judíos. Maneja admirablemente las Sagradas
Escrituras, y es im portante para el estudio de la antigüedad hebráica.
Vuelto el fólio 246 dice: H istoria de Mahmeth Seudoprhe. Es pequeña, pero curiosa. Despues copia el símbolo
de los apóstoles tal cual hoy lo rezamos.
E l fólio 247 comienza y a con el índice de las epístolas decretales de los romanos pontífices; trece de éstos están
pintados en la parte inferior de la p ág in a; uno sentado, los demás de pié. Sus trajes, de vivos colores, son como los
ya conocidos.
Las decretales pontificias de este m anuscrito son ciento u n a , de diez y seis papas por este órden: dos de San
Dámaso; tres de Siricio; veintiuna de Inocencio I (el Lucense trae veintidós); dos de Zosimo; tres de Bonifacio I y
la contestación de Honorio; tres de Celestino I ; treinta y nueve de León I con el Rescripto de Flaviano; epístola de
Pedro de Ravena á Eutiques; tres de H ilario, el Decreto sinodal; y dos epístolas, u na de Simplicio y otra de Accio
Constantinopolitano; tres de Félix III; dos de Gelasio I; u na de Anastasio II; u na de Simmaco; ocho de Hornindas
con la de Justino y la de Ju an de Constantinopla al mismo papa; u na de Vigilio; cuatro de Gregorio I; la Decretal
de Hornindas sobre las Escrituras Sagradas (los impresos la publican bajo el nombre del papa Gelasio).
Todas estas celebérrimas decretales, profundísimo tratado de la ciencia canónico-teológica, se podrán consultar en
el famoso V igilano, desde el fólio 250 hasta el 333: al principio de algunas de ellas aparece su correspondiente autor
con las mismas vestiduras que en otras partes dejamos dicho. Nada tienen que ver estas decretales con las de Isidoro
Mercator.
E n el fólio mencionado 333 empieza el tratado de los varones ilustres, que es el mismo de San Jerónim o, conti
nuado y añadido por San Isidoro.
E n el 337 está la historia de Salvo, abad albeldense, de donde tam bién hemos tomado parte de lo que atrás deja
mos dicho de ta n ilustre prelado, y á la vuelta del mismo fólio está el símbolo de San Atanasio con algunas varian
tes en órden al que hoy rezamos.
Dice de esta m anera en el fólio 338: Incipit ordo de celébrato concilio: comunmente se cree de San Isidoro, pero
aquí está más completo que los publicados. E n la parte superior h ay un templo bizantino como los de Toledo arriba
descritos. Delante del átrio están varios prelados, cuyas m itras son aquí más altas que las ordinarias, y cuyos báculos
tienen la forma de cayada: lo demás del traje talar no se diferencia de los anteriores. Entre los obispos se ve un
'notario (escribiente) con el códice enrollado en la m ano, y tam bién u n diácono cuya estola llega hasta el suelo.
Aquí mismo se ve además el rey con su tiara en la cabeza y acompañamiento. Las vestiduras son iguales á las de
todos los personajes de este códice con poca diferencia.
E n los fólios 339 y el siguiente 340, existen dos tratados; el uno se in titu la: Exo'rtatio a d principem; el otro:
Itera exortatio ad sacerdotes: de ellos dan razón Ambrosio de Morales y Vázquez del Mármol.
Empiézase en el fólio 343 el T ractatm \mnacorum, tam bién atribuido á San Isidoro; y el 345 contiene otro tra -
tadito De oppresoribus pauperum , y despues, hasta el fólio 350, h a y varios sermones, algunos claram ente de San
A gustín: una exposición de las profecías, ó, más bien, lo que ellas son, así como lo que es la revelación d iv in a, y
algunas leyes tomadas del Génesis y Levítico, y alg ú n pasaje de los hechos apostólicos.
H ay á continuación de estas m aterias, en el fólio 350, otros varios tratados de la Penitencia, que aplicarse debe
por los diversos crímenes que aquí se indican, como ebrietas, vomitus, sacrificium, etc.
XIV.
No podia faltar en tan cristiana y tan rica enciclopedia el libro de las leyes civiles por que se gobernó España
desde que fué nación libre y dueña de sí propia, en medio de la soberbia tiranía y opresion de las gentes del Norte,
y a españolizadas. Con efecto, al fólio 351, vemos lo siguiente: In mne. dni. ñsi. ihu. cri. incipit liber judicu sat
abtius. Está dividido aquí el Fuero Juzgo en doce libros, de los cuales el primero trata de instrumentis legalibus;
el segundo de negotiis causaru; el tercero de ordine conjugali; el cuarto de origine naturale; el quinto de trasac-
tionibus; el sexto de sceleribus et tvrmentis; el séptimo de fu rtis et fallacibus; el octavo de inlatis violentiis el
damnis; el noveno de 1ugitibis el refugientibus; el décimo de divisionibus atque limitibus; el undécimo de egrotis
et mortuis ac de transmarinis negotiatoribus; el duodécimo de remobendis presuris et omnium hereticorum sectis
extinctis. Cada libro está subdividido en varios capítulos, muchos de los cuales encabézanse de esta manera:
Flbs. cntsnts. rex. (Flavius C hindasvintus); filis , glos. rents. (Flavius gloriosus Recesvintus). Todo el tratado
aparece escrito con m ucha elegancia, cuidado y variedad de tin tas, y las iniciales de cada libro están delicadísima-
m ente adornadas con vermiculados y m il caprichos del estilo bizantino. De su mérito y antigüedad nada tenemos
que añadir. Acaba en el fólio 419, en donde empiezan otros pequeños tratados.
Es el primero de ellos u n compendio de los juram entos usados en aquellos tiempos medios para negar ó afirmar
legalm ente alguna cosa: despues h ay u n trozo del Evangelio de San Mateo y u na especie de anatem as contra los
judíos.
E l fólio 420 está todo ocupado por u na lám ina preciosa rodeada de m uy elegante orla con muchos adornos del
estilo de Bizancio. E n la parte superior se ven los reyes godos Chindasvinto, Recesvinto y E gica; están vestidos con
mantos, túnicas, tunicelas y la tiara en la]cabeza, y con g ra n viveza y profusion de coloridos. Como cristianos autores
del Fuero Juzgo llevan códices en la mano. Al m árgen dice: H ic sunt reges qui abtaberunt libru judicum . Con los
mismos trajes, pero de m u y distintos colores, h a y otros tres soberanos, cuyos nombres son: U rraca regina: Sancio
rex y Ranxmirus rex. Los dos varones tienen cetro largo en la mano; la reina u n abanico de plumas y Don Ramiro
gasta espada. Finalm ente, por debajo, con hábitos sacerdotales y tonsura monacal, se presentan Vigila scriba, S ar
ra ce n a socius y Garsea discipulus. Al m árgen, y por frente de los reyes, h ay escrito lo que sigue: In ternpore liorum
regum atque regineperfectum est optes libri hujus decurrente E ra M X IIIIa (1014).
A la vuelta del mismo fólio y en el siguiente (421), que es el últim o, están contenidos algunos versos asclepiádeos,
cuyas primeras iniciales vienen á decir literalm ente: Vigila sarracinusque ediderunt era milésima, sibe quarla
decima. Las de la segunda página suenan a s í: O rex genite initium finisque criste ingenite p a tris lumen m artini
sanctissimi atrium tuere ac s a lid monacorum agmen. E n castellano significa, poco más ó m énos, esto’: «Oh rey
engendrado, principio y fin. Oh Cristo, luz del Padre no engendrado, defiende el monasterio del m uy santo varón
Martin y salva la comunidad de sus religiosos.»
También al m árgen de la página postrera, interpretando la fecha de este códice, puesta en u na de las últim as
estrofas de los versos con que acab a, pueden leerse con alg ú n trabajo tales palabras, escritas sin duda alg u n a en el
siglo x: I d esty E ra D C CC C LX X VIa ab incarnatione domini visque presentem annum intrinsecus esse impressa
scitoen E r a . Lo cual viene á ser una advertencia del autor para que los lectores observen que en aquellos versos,