Академический Документы
Профессиональный Документы
Культура Документы
TEORÍAS E INSTITUCIONES
CONTEMPORÁNEAS DE LA EDUCACIÓN
PRÁCTICA 1
LOS ORÍGENES DEL
SISTEMA NACIONAL
DE EDUCACIÓN
EN ESPAÑA
Curso 2018/2019
1º curso, grupo 7
La Constitución de Cádiz, inspirada por los anhelos e ilusiones del siglo de las Luces,
supuso sin lugar a dudas un espaldarazo para la educación pública en España. La
enseñanza, hasta entonces, no era contemplada ni como un derecho individual ni como
una obligación del Estado. Los escasos centros educativos existentes eran
administrados, sin ningún tipo de concierto, por instituciones tan heterogéneas como
órdenes religiosas, concejos, entidades de beneficencia o gremios de artesanos (Capel
Martínez, 2007, p. 87).
En segundo lugar, exigía que la enseñanza siguiera un plan general "uniforme en todo el
reino" (art. 368), algo imprescindible dada la enorme fragmentación de las enseñanzas
descrita anteriormente. Por último, establecía un organismo, la "dirección general de
estudios" (art. 369), que haría las funciones de inspección educativa. El artículo que
cierra este título consagra significativamente por primera vez en España la libertad de
expresión, es decir, la "libertad de escribir, imprimir y publicar sus ideas políticas" de
todos los españoles (art. 371), lo que nos permite hacernos una idea de la estrecha
relación que para los ilustrados guardan la instrucción pública y la libertad.
El regreso de Fernando VII abortó sin embargo cualquier posibilidad de que estos
propósitos se tradujeran en leyes y reglamentos. Habría que esperar al trienio
constitucional (1821-1823) para asistir a nuevos avances en este sentido.
La senda abierta por la Constitución de Cádiz no se iba sin embargo a verse abortada tan
fácilmente. Con el pronunciamiento de Riego, que no fue el primer alzamiento de
militares liberales durante el sexenio absolutista, pero sí el primero exitoso, se obliga a
Fernando VII a volver a la senda constitucional. Los trabajos del sector moderado o
doceañista en las Cortes se centran inmediatamente en llevar a la práctica los principios
pedagógicos esbozados por la Constitución de Cádiz y desarrollados en el Informe
Quintana. Ha tenido que pasar casi una década, pero al fin nace un Reglamento general
de instrucción pública digno de llamarse de tal modo, "el primer texto legal por el que
se da a luz una nueva estructura educativa de carácter liberal" (Puelles, 1991, p. 72).
Si importante es subrayar la línea roja que une al Reglamento con el proyecto educativo
constitucionalista, no lo es menos incidir en su importante legado, dada la continuidad
que guarda con la labor legislativa que se llevará a cabo en las siguientes décadas:
La ideología que se encuentra detrás del proyecto es clara: las ideas del pensamiento
ilustrado, encarnadas en España por el constitucionalismo del sector moderado o
'doceañista', el utilitarismo anglosajón y un toque del romanticismo literario y social que
anima a espíritus como el del ya citado Quintana. Por primera vez se brinda a los
'miserables', esa clase que no tiene nada y que en Francia retrata Víctor Hugo a la
perfección, la posibilidad de recibir una educación básica.
Se fijan por tanto tres tramos de enseñanza y, aunque estamos lejos de un modelo de
enseñanza comprehensivo y unificado como el que tratará de instaurar la Segunda
República en el siglo XX, estamos ante el primer intento de dar cierta coherencia a
todas las etapas de enseñanza.
Por lo que hace a la educación primaria, esta competencia se pone en manos de los
Ayuntamientos, que son los que deben ocuparse de la selección y, lo que es más
importante, el pago de los maestros, así como ceder los espacios para poner en marcha
una escuela allí donde la población supera los 100 habitantes. Este será el verdadero
talón de Aquiles del plan, ya que los escasos recursos con los que cuentan los concejos
apenas permiten hacer frente a una empresa de semejantes dimensiones. Fuera de toda
previsión queda una inversión estatal, en un tiempo, finales del siglo XIX, en la que el
Estado secular tal y como hoy lo conocemos aún pugna por constituirse y financiarse
adecuadamente cuando aún no existe ni siquiera una cultura generalizada del pago de
impuestos. Planes y proyectos, a falta de dineros, no faltan. Un nuevo documento
contribuyen a regular esta etapa: el Proyecto de Reglamento General de primera
enseñanza de 1822.
La enseñanza media se potencia como hemos dicho, ante la constatación del estado
lamentable y la gran dispersión de las llamadas escuelas de latinidad y humanidades.
Por primera vez también hay un compromiso para asignar fondos públicos a los
establecimientos de segunda instrucción, cuya esfera ya no será la del Ayuntamiento o
concejo, sino la de la provincia.
Por lo que hace a la tercera enseñanza, la universitaria, se crea por vez primera una
Universidad Central en Madrid, otro aspecto en la que este Reglamento es pionero. El
discurso de inauguración corresponde como no a Manuel José Quintana, el célebre
autor del Informe, y respira el optimismo nacional tan característico del historicismo:
"La Universidad Central es obra de la nación, nacida con la libertad, producto de la
ilustración y de la civilización de los siglos (..)...Extended, propagad esos conocimientos
preciosos, esas invenciones sublimes que civilizan los pueblos, fertilizan el seno de la
industria, engrandecen su comercio, perfeccionan su navegación (...)" (Capitán, 1994, p.
79).
Uno de los aspectos más polémicos para los estudiosos de este periodo es la llamada
cuestión de la "libertad de enseñanza". En España se entiende por ello algo muy distinto
a lo que sería la visión de un Condorcet en Francia, que asocia este concepto a lo que
hoy llamaríamos libertad de expresión en el aula o libertad de cátedra. En la España del
XIX en cambio, se asocia más bien a lo que hoy el conservadurismo liberal llama la
"libertad de elección de centro" y que ha llevado a implantar el distrito único en la
Región de Murcia. Para Puelles existe un precedente claro en el Reglamento: "es
realmente significativo el tratamiento que en el texto legal se dio a la libertad de
enseñanza. Puede decirse que en el reglamento de 1821 comienza esa tendencia al pacto
o a la transacción con la Iglesia en materia de enseñanza, que va a caracterizar la
política de los moderados españoles" (Puelles, 1991, p. 80).
En el seno mismo del absolutismo se destacan dos corrientes, un sector más moderado
partidario de alcanzar acuerdos con los liberales y un sector ultramontano partidario de
restaurar una monarquía de origen divino que ya solo existe en sus cabezas. Es
precisamente en este último sector en el que podemos ubicar a Tadeo Calomarde, el
nuevo ministro de Gracia y Justicia, cartera a la que vuelven las competencias de
Educación. Sus intenciones han sido resumidos a la perfección por Capitán: "la
ordenación administrativa de la instrucción pública en los primeros años de la década
absolutista, siendo Calomarde ministro de Gracia y Justica, estuvo presidida por el
centralismo absolutista, el intervencionismo estatal y el control del Gobierno mediante
la creación de órganos o juntas de inspección".
Tanto el llamado Plan literario de estudios y arreglo general de las Universidades del
Reino (1824), como el Plan y Reglamento de Escuelas de Primeras Letras (1825) y el
Reglamento general de Escuelas de latinidad y Colegios de Humanidades (1826)
coinciden en introducir mecanismos o leyes de policía escolástica y disciplina moral y
religiosa. Sobre todo en la enseñanza superior el propósito es claro: extirpar cualquier
idea que subvierta el tambaleante orden monárquico. Así el Plan literario exige a los
nuevos profesores jurar solemnemente el respeto a la doctrina del Concilio de
Constanza que establece el derecho divino de los reyes y el dogma de la Inmaculada
Concepción, aún hoy fiesta nacional en el Reino de España.
¿Qué hay de nuevo entonces en este Plan de Rivas? Por una parte, la gratuidad de la
enseñanza pública se ve restringida, algo que Puelles pone en relación con el nuevo
momento histórico que se vive a raíz de la desamortización de Mendizábal:
"se abandona el viejo ideal de la educación universal, gratuita en todos sus grados, que
había consagrado el reglamento de 1821. Era una consecuencia lógica del nuevo sesgo
político adoptado. Ya no se trataba de conseguir la igualdad ante las luces como
presupuesto necesario para conseguir la igualdad real, porque precisamente el primado de
la propiedad -solo los más capaces son los que acceden a ésta y, en consecuencia, son los
que deben gobernar- implica obviamente la desigualdad derivada de la distinta educación
obtenida" (Puelles, 1991, pp. 98,99).
Dentro de este nuevo marco, el Marqués de Someruelos llevará a las Cámaras dos
proyectos de gran calado, el Proyecto de Ley de Instrucción primaria, que retoma en lo
básico el Plan de Rivas y seguirá vigente hasta la ley Moyano (1857), y un Proyecto de
Ley sobre la Instrucción secundaria y superior, que finalmente retira ante la oposición
del Senado. ¿Dónde radican las dificultades?
El llamado Plan Pidal de 1845 (en alusión al nuevo ministro de la Gobernación Pedro
José Pidal, al que no hay que confundir con el célebre intelectual Ramón Menéndez
Pidal, más tardío), insiste en ordenar la educación secundaria y universitaria. Como bien
ha resumido Puelles "el Plan Pidal se limitaba fundamentalmente a recoger las
innovaciones ya introducidas por reformas anteriores" (Puelles, 1991, p. 124). De
hecho, una pieza clave en la redacción del mismo fue Gil de Zárate, al que ya
encontrábamos detrás del Plan del 36.
Si hay un énfasis propio de este Plan tal vez sea su carácter centralizador: los rectores de
las universidades, entidades que habían gozado durante su historia de una gran
autonomía, ahora deben ser nombrados por el rey (art. 140). Además, los
establecimientos de educación secundaria precisaban de una autorización del gobierno
que, dados los requisitos con respecto al personal docente y las titulaciones exigidas,
eran casi imposibles de cumplir para las órdenes religiosas. En un camino lento pero
imparable, vemos como el Estado se va haciendo fuerte a lo largo del siglo XIX.
El único punto conflictivo era cómo llevar a la ley las obligaciones establecidas por el
Concordato de 1851 que determinaba en su art. 2º que la instrucción "será en todo
conforme a la doctrina de la misma religión católica" y concedía a obispos y prelados la
potestad de "velar sobre la pureza de la doctrina de la fe y de las costumbres, y sobre la
educación religiosa de la juventud en el ejercicio de este cargo, aún en las escuelas
públicas". La ley Moyano recoge este compromiso en su artículo 125.
El mayor mérito por tanto de Moyano es haber sabido crear el clima propicio para
lograr un gran respaldo a esta ley, renunciando a aquellos aspectos más polémicos que
habían hecho fracasar proyectos anteriores más ambiciosos y consolidando las
innovaciones de décadas anteriores. Gracias a ello
En este contexto de protesta social estalla la Revolución Gloriosa, que fuerza a Isabel II
a marcharse al exilio. El gobierno provisional coloca entonces las competencias de
educación en el Ministerio de Fomento, encabezado por Manuel Ruiz Zorrilla, que deja
para la historia uno de los decretos, el del 21 de Octubre de 1868, más rompedores que
se recuerdan. Este decreto, encaminado tan solo a calmar a estudiantes y profesores y
fijar la apertura del curso académico el 1 de Noviembre del 68 (la revolución ha
triunfado en septiembre), es una oda a la libertad de enseñanza, entendida bien sea como
libertad de cátedra en el sentido de las polémicas de los años 65 al 68, o como libertad
de creación de centros privados. En este sentido el siguiente párrafo es muy
representativo del liberalismo utópico del nuevo poder revolucionario:
Como vemos, si todos los planes y proyectos de la primera mitad de siglo hacen
especial hincapié en la consolidación de una instrucción pública en las etapas primaria y
secundaria, ahora el énfasis se pone por completo en la libertad de enseñanza. Este giro
solo puede ser interpretado de una forma, Para los liberales ilustrados de principios de
siglo las mayores amenazas al progreso de las luces eran la falta de medios y los
métodos anticuados y dogmáticos de las órdenes religiosas que monopolizaban la
enseñanza. Para los liberales de la segunda mitad del siglo XIX, que han vivido la
represión gubernamental en sus carnes, es sin embargo el propio Estado el que se
presenta como el principal freno a la libre transmisión de las ideas, en un contexto
además en el que la Iglesia parece debilitada. Es por ello que propugnan la adopción de
un librecambismo pedagógico como base de sus propuestas de reforma.
Bibliografía primaria
MEC: Historia de la Educación en España, vol. II, Madrid, MEC, 1979.
Bibliografía secundaria
CAPEL MARTÍNEZ, R. M.: "Mujer y educación en el Antiguo Régimen" en Historia
de la Educación, vol. 26 (2007), Salamanca.
CAPITÁN DÍAZ, A.: La educación en la España Contemporánea, Madrid, Dykinson,
1994.
CONDORCET, N.: Cinq mémoires sur l'instruction publique (1791), Paris, Garnier-
Flammarion, 1994.