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EL DERECHO AGRARIO 1920-1982

Dentro de la reglamentación del art. 27 constitucional, se destacan la Ley de Ejidos


(1920), la creación de la Procuraduría de Pueblos, que debía patrocinar gratuitamente a
los pueblos en relación con sus trámites de restitución (1921); en 1923, esta
Procuraduría ha sido incorporada al Departamento de Asuntos Indígenas; la abrogación
de la Ley de Ejidos y la publicación de nuevas bases para la subsecuente legislación
agraria (1921); el Reglamento agrario (10 de abril de 1922), que introduce la pequeña
propiedad inafectable; la Ley Reglamentaria sobre la Repartición de Tierras Ejidales y
Constitución del Patrimonio Parcelario Ejidal (1925); a Ley de Dotaciones y
Restituciones de Tierras y Aguas (1927) que –inter alia- detalla el procedimiento
agrario; la Ley de Patrimonio Ejidal de 1927 que reforma las normas sobre la
repartición de tierras ejidales y la constitución del patrimonio parcelario ejidal; la nueva
Ley de Dotaciones y Restituciones De Tierras y Aguas, de 1929, que intenta reducir el
tiempo que pueden durar los tramites agrarios; el decreto del 23 de diciembre de 1931,
que excluye el amparo de la materia agraria y que, a su vez, fue suavizado en 1947, con
el fin de aumentar la eficacia de los certificados de inafectabiidad, las reformas
constitucionales del 9 de enero de 1934 al art. 27 constitucional, reforma precursora del
Código agrario del 22 de marzo de 1934, que –inter alia- introduce el

requisito de que la pequeña propiedad agrícola, para ser respetada debe encontrarse en
explotación los tres sucesivos códigos agrarios (22 de marzo de 1934. 23 de septiembre
de 1940 y el mas sistemático, del 31 de diciembre de 1942); y la importante Ley Federal
de Reforma Agraria (D.O., 16 de abril de 1971), producto del régimen echeverrista, bajo
el cual el respectivo departamento recibió además rango de Secretaría.
Desde luego una fase floreciente de la política agraria radical ha sido el régimen de
Cárdenas, 1934-1940, en cuya época se podía observar una tendencia a estimular la
organización de los ejidos sobre una base colectivista.
Importante ha sido también en 1938, la adición de la fracción VII al artículo 27
constitucional, para que núcleos de población que de hecho o de derecho guardan estado
comunal, puedan disfrutar en común las tierras, bosques y aguas que les pertenezcan, o
que les hayan sido restituidas, añadiéndose formalmente una cuarta categoría a las
formas de propiedad agraria: la comunal, que se junta a la ejidal (en sus manifestaciones
de ejidos colectivos o de parcelas individuales), la pequeña propiedad (no
necesariamente tan “pequeña”, de acuerdo con nuestra legislación agraria) y la todavía
no eliminada gran propiedad.
En cuanto a este último tema, la Constitución de 1917 no nulifica de golpe la propiedad
latifundista, sino que solo prevé su liquidación o autoliquidación gradual, obligando a
los latifundistas a fraccionar sus propiedades y a vender luego los lotes, amenazándolos
en caso de incumplimiento, con expropiación mediante el pago de la indemnización
correspondiente. Además, autorizo a las legislaturas locales a determinar la extensión
máxima de la tierra de la que un solo individuo puede ser dueño, dentro de la
jurisdicción del estado en cuestión. La lucha contra el latifundio se encontró luego con
el obstáculo de que pocos estados expidieron las leyes necesarias, y que algunas (como
Chihuahua y Colima), que si elaboraron una legislación al respecto, fijaron extensiones
máximas demasiados generosas (como de 500 hectareas de terrenos de riego y sus
equivalentes). Cuando en 1947 se federalizo esta materia, quedo una molesta
contradicción entre las fracciones XV y XVII del artículo 27 constitucional. Además
quedaba frenada la eliminación de los latifundios por el hecho de que solo las
necesidades agrarias de pueblos que se encontraban a menos de 7 kilómetros de
distancia respecto de un latifundio, podían lugar a dotación; la creación de nuevos
centros de población (que no se halla restringida por la mencionada regla de los siete
kilómetros), se encuentra en la práctica frenada por otra circunstancia: el deber de pagar
una indemnización al latifundista (ex latifundista) afectado.
También merece atención especial la Ley de Tierras Ociosas del 28 de junio de 1920
(suspendida en 1926, reimplantada en 1934 y abrogada en 1960), que permitía a los
ayuntamientos intervenir para arrendar a agricultores interesados las tierras laborales, no
debidamente trabajadas por sus dueños, y que se ha quedado más bien letra muerta.
Además debe mencionarse el decreto del 2 de julio de 1923 (Ley de Tierra Libre), que
prevé que mexicanos mayores de edad reciban terrenos nacionales bajo la condición de
ocuparles, de acortarles y de dedicarse personalmente a su explotación durante cuando
menos dos años consecutivos. Este decreto fue sustituido por la Ley de Terrenos
Baldíos y Nacionales, Demasías y Excedencias, (1950), con su distinción entre los
terrenos nacionales que podían ser enajenados, donados o arrendados a personas
interesadas, y los terrenos baldíos (o sea, todavía no deslindados ni medidos, pero
propiedad de la Nación), que no podían ser objeto de composición, venta, donación o
arrendamiento. Este decreto ya no es eficaz, a causa de su contradicción con la nueva
versión (31 de diciembre de 1962) del art. 50 del Código Agrario, que dispone que los
terrenos en cuestión deben destinarse a fortalecer el ejido, incluyendo los nuevos
centros de población ejidal, de modo que particulares ya no pueden reclamar estos
terrenos con el fin de constituir propiedades privadas.
En materia de colonización también debemos mencionar las leyes del 5 de abril de 1926
y del 30 de noviembre de 1946 (derogada el 31 de diciembre de 1962). El 9 de abril de
1968 se publico el Reglamento de Colonias Agrícolas.
Muchas normas agrarias también se refieren al crédito agrícola, uno de los puntos
débiles del sistema. Desde el 10 de febrero de 1926 existe el Banco Nacional de Crédito
Agrícola, y la ley del 16 de marzo de 1926 prevé la creación de bancos ejidales (que
llenan un hueco, a que los terrenos ejidales no pueden ser hipotecados o embargados de
modo que el crédito particular no entre fácilmente en esta rama). En 1931 fue expedida
la Ley de Crédito Agrícola para Ejidatarios y Agricultores, pero el gran paso al respecto
fue dado cuando el de diciembre de 1935 fue creado el Banco Nacional de Crédito
Ejidal.
Varias medidas legales mas han venido a ocuparse de esta materia (finalmente la Ley
General de Crédito Rural en 1976, reformada en 1982, pero la insuficiencia de fondos,
ineficacia administrativa y la deshonestidad siguieron siendo las fallas notorias del
sistema. Seguía en pie, también el grave problema de inducir al capital privado a
intereses, mediante tasas razonables de interés por las necesidades de los ejidatarios.
El resultado de todo lo anterior ha sido que una cuarta parte del territorio nacional, o sea
casi cincuenta millones de hectáreas – en parte de muy buena tierra- se encuentren
repartidas entre mas de dos millones de jefes de familia, ejidatarios. A fines del periodo
aquí contemplados ya casi todo lo afectable había sido distribuido, incluso latifundios
de políticos que se consideraron intocables (como, al comienzo del régimen
lopezportillista, el “Gargaleote’ de “Gonzalo N. Santos”.
Además debe mencionarse el reconocimiento de inafectabilidades, a mas de un millón
de pequeños propietarios, la aplicación de sistemas de riego a unos tres millones de
hectáreas, el impulso dado a la enseñanza agrícola y asistencia técnica al mejoramiento
de semillas, además de la sensible disminución del analfabetismo en el campo, la
paulatina extensión del seguro social al obrero agrícola, la creación del seguro agrícola,
la organización del mercado de productos agrícolas (precios de garantías ofrecidos por
CONASUPO y sus predesores), y el mejoramiento de las instalaciones de almacenaje.
Quizás, todo esto es poca cosa en comparación con los sueños de los futuristas, pero
cualquiera que sepa por propia experiencia cuán difícil es trasladar un programa
general, por plausible que sea, hacia la realidad social, reconocerá los meritos e lo
alcanzado.
Seguía en pie el problema de la defensa eficaz de la “pequeña propiedad” (en realidad ni
tan pequeña), de la que tanto dependemos para nuestra y para l abastecimiento de
nuestras ciudades.
Otro problema ya mencionado sigue siendo el de canalizar una porción adecuada del
crédito disponible en el sector privado, hacia las necesidades del campo, y a menudo se
habla de la posibilidad de reprivatizar la tenencia de los lotes ejidales, para dar al actual
ejidatario un mejor acceso al crédito.

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