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LA MIEL MÁS OSCURA

Era tarde en la noche cuando mi mujer me habló. Yo tenía la cabeza hundida en la almohada, los ojos cerrados. La
portátil del lado de ella iluminaba pálidamente su cara. Yo sentía en los músculos y las vértebras de la espalda fuertes
puntadas: la concentración del partido, el giro de la bocha en la pendiente de mejillón, las horas transcurridas con las
manos tiesas al volante, la mirada en el camino lavado por la lluvia, el miedo a pechar alguna vaca confundida.
Esther se había lavado los dientes, sabía que había estado unos instantes quitándose pelos de las cejas y leyendo
las propiedades de la crema que le traje de Montevideo. La escuchaba callada en el baño.
Entró a la cama sin hacer ruido, como un barco a un dique. Acunó sus brazos con suavidad a mis hombros,
susurrando:
—Hoy el capitán Marrero y Elena se encontraron, acá.
Fue lo único que dijo. Y entornó sus párpados. No sé si esperaba que le respondiera. Quiso compartir algo que yo
no intuí. Quizás pensó que me molestaría y por eso esperó que pasara la cena, la charla, el café, el informativo de
medianoche, los besos largos. Por eso mantuvo triviales sus labios hasta la palidez de la cama, en aquella luna de un
agosto cansado que se diluía.
Pensé una réplica para mí, pero el calor de sus manos en mi espalda me obligó a decir solo:
-Está bien, mi amor.
***
Tuve que trasladarme hasta Solís de Mataojo, por un partido del campeonato del Este. Llamé a Esther desde el
boliche de Souza, que había armado una canchita linda.
—Mi amor, llego a las once; esperame.
—Sí, estoy lavando ropa. Hice bifes.
—Dejá la luz del garaje prendida, no te olvides porque… -no pude terminar porque ella me cortó:
—Eduardo… hoy… vino de nuevo Elena con el capitán —y esperó en un silencio cómplice—. Es un hombre
bueno… Quiero que lo conozcas.
Encendí un cigarrillo y sin separarlo de mis labios soplé un humo espeso.
—Eduardo, ¿estás fumando?
—No estás en condiciones de recriminarme nada, ¿no? —dije en una mueca.
Silencio. Dijo:
—Te espero despierta. Un beso en cada kilómetro —y colgó.
Sonreí. Siempre me decía eso y, de alguna manera banal, me enternecía.
—Ya voy —susurré al tubo mudo, dando otra pitada larga.
Souza ya me servía un café cargadísimo para el viaje. Una bombilla descansaba hacía años en el mate oscuro, que
era como una mutación atómica de su mano; esa misma bombilla que se colaba intermitente por los huecos de la
dentadura del bolichero.
Durante el trayecto tosí. Esther tenía razón.
Unas nubes lechosas iluminaban mal la luna escondida y peor apantallaban la ruta sinuosa.
Perdida entre los árboles altos y las olas saladas, volví a mi ciudad.
A la entrada, oscura, hosca pero tan humana como yo, la fábrica donde trabajaba me recordaba la madrugada
siguiente con los índices de sus chimeneas. Una cuadra antes de mi casa una liebre salió de un baldío y corrió delante
del Ford unos treinta metros y dobló a la derecha.
Al entrar al garaje vi la mesa pronta. El mantel de plástico a finas rayitas rojas y blancas me recordó el discurso de
un senador, esa mañana: “El país debe seguir esta senda”. Los bifes humeaban un vapor que se condensó en mi
palma. Esther miró mis manos al comer. Los tenedores habían sido regalo de boda de su madre. Detrás del horno, en
la calma nocturna se escuchaba el lavarropa de vaivén.
—Vinieron de tarde, al caer el sol. Me sorprendió por lo temprano. Raúl todavía hacía los deberes.
—¿Quién es su esposa? —pregunté con ironía.
—No hagas eso, Eduardo, que para Elena esta ha sido la decisión… Su esposa es de la Comisión de Fomento; va
a tés y esas cosas.
—Fomento al cornudo… —sonreí de nuevo y arrugué la servilleta.
—No hables así, Eduardo. Sabés que Elena está como… como… —no encontraba el término exacto— …como
renacida. Sí, de verdad. Ríe, habla con entusiasmo —los ojos de Esther se emocionaron—, habla como si con él
bastara —se calló. Luego dijo con suavidad:
—Vienen un rato, y charlan. Yo los dejo solos en el comedor y les traigo un té. Una hora después más o menos él se
va. Entonces Elena me cuenta de Guzmán, que le resulta un martirio tener que volver a su casa y mirarlo a la cara —
sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas—, pero apenas hablamos del capitán. Su silencio me conforma, y así yo sé
que así se queda tranquila.
Esther miraba pensando, miraba su propio sufrimiento en el dolor y los minutos de romance de su amiga; ni se
percató de que saqué los cigarros, encendí uno y coloqué su voz dentro de una nube.

Fragmento extraído de “Entre jíbaros”, Valentín Trujillo.


Estuario Editora, Montevideo, 2013.

413 pp.
FACULTAD DE DERECHO
Carrera de Traductorado
(Modelo de produccioó n propia)
Prueba de ingreso de Idioma Español:

Parte A (Puntaje máximo obtenible 40 puntos)

El fragmento del relato “La miel más oscura”, de Valentín Trujillo, que se transcribe provee los ejemplos que
deben analizarse:

1. Clasificar las siguientes palabras por su acento prosoó dico e indicar por queó llevan tilde:
portátil – vértebras – sabía – acá – intuí – mí – Sonreí – Solís

2. Analizar sintaó cticamente las oraciones que siguen; cuando se trata de oraciones compuestas explicar
sus relaciones; tomar en cuenta el hecho de que eventualmente puedan aparecer en el texto
integrando oraciones gramaticales maó s complejas:

a) La portátil del lado de ella iluminaba pálidamente su cara.


b) Yo sentía en los músculos y las vértebras de la espalda fuertes puntadas.
c) —Hoy el capitán Marrero y Elena se encontraron, acá.
d) Y entornó sus párpados.
e) Encendí un cigarrillo y sin separarlo de mis labios soplé un humo espeso.
f) Esther miraba pensando, miraba su propio sufrimiento en el dolor y los minutos de romance de su
amiga; ni se percató de que saqué los cigarros, encendí uno y coloqué su voz dentro de una nube.

3. Teniendo en cuenta su uso en texto, indicar modo, tiempo, nuó mero y persona de los siguientes verbos:
iluminaba – mantuvo – esperaba – había armado - molestaría

4. Ubicar las palabras del siguiente enunciado en las categoríóas propuestas. Si a juicio del estudiante
alguna de las palabras a clasificar posee caracteres gramaticales propios de maó s de una clase,
repetirla en cada uno de los íótems que corresponda.

Pensé una réplica para mí, pero el calor de sus manos en mi espalda me obligó a decir solo -Está bien, mi amor.

sustantivo

adjetivo
artículo
pronombre
verbo
preposición
conjunción
adverbio
Parte B (DICTADO)
Souza ya me servía un café cargadísimo para el viaje. Una bombilla descansaba hacía años en el mate oscuro, que
era como una mutación atómica de su mano; esa misma bombilla que se colaba intermitente por los huecos de la
dentadura del bolichero.
Durante el trayecto tosí. Esther tenía razón.
Unas nubes lechosas iluminaban mal la luna escondida y peor apantallaban la ruta sinuosa.
Perdida entre los árboles altos y las olas saladas, volví a mi ciudad.
A la entrada, oscura, hosca pero tan humana como yo, la fábrica donde trabajaba e recordaba la madrugada
siguiente con los índices de sus chimeneas. Una cuadra antes de mi casa una liebre salió de un baldío y corrió delante
del Ford unos treinta metros y dobló a la derecha.
Al entrar al garaje vi la mesa pronta. El mantel de plástico a finas rayas rojas y blancas me recordó el discurso de
un senador, esa mañana: “El país debe seguir esta senda”. Los bifes humeaban un vapor que se condensó en mi
palma. Esther miró mis manos al comer. Los tenedores habían sido regalo de boda de mi madre. Detrás del horno, en
la calma nocturna se escuchaba el lavarropa del vaivén.
—Vinieron de tarde, al caer el sol. Me sorprendió por lo temprano. Raúl todavía hacía los deberes.
—¿Quién es su esposa? —pregunté con ironía.
—No hagas eso, Eduardo, que para Elena esta ha sido la decisión… Su esposa es de la Comisión de Fomento; va
a tés y esas cosas.
—Fomento al cornudo… —sonreí de nuevo y arrugué la servilleta.
—No hables así, Eduardo. Sabés que Elena está como… como… —no encontraba el término exacto— …como
renacida. Sí, de verdad. Ríe, habla con entusiasmo —los ojos de Esther se emocionaron—, habla como si con él
bastara —se calló. Luego dijo con suavidad:
—Vienen un rato, y charlan. Yo los dejo solos en el comedor y les traigo un té. Una hora después más o menos él se
va. Entonces Elena me cuenta de Guzmán, que le resulta un martirio tener que volver a su casa y mirarlo a la cara —
sus ojos volvieron a llenarse de lágrimas—, pero apenas hablamos del capitán. Su silencio me conforma, y así yo sé
que así se queda tranquila.
Esther miraba pensando, miraba su propio sufrimiento en el dolor y los minutos de romance de su amiga; ni se
percató de que saqué los cigarros, encendí uno y coloqué su voz dentro de una nube. 413 pp.

Fragmento extraído de “Entre jíbaros”, Valentín Trujillo.


Estuario Editora, Montevideo, 2013.

Parte B

5. Resumir en no maó s da diez renglones el contenido del texto dictado.


6. Retratar brevemente los rasgos maó s destacados de la personalidad de Esther seguó n se desprende del
texto.
7. Explicar las expresiones del dictado que se indicaraó n:
 Una bombilla descansaba hacía años en el mate oscuro, que era como una mutación atómica de su mano;
esa misma bombilla que se colaba intermitente por los huecos de la dentadura del bolichero.

 Entonces Elena me cuenta de Guzmán, que le resulta un martirio tener que volver a su casa y mirarlo a la
cara (…)
8. Explicar el uso de las comillas en el siguiente pasaje:

“El país debe seguir esta senda”

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