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Módulo 2 parte A
Bibliografía
Adaptación sobre del texto “El lenguaje del niño”. J. Narbona. (2001). Editorial Masson. España
Introducción
La neuropsicología infantil posee unas raíces mucho más recientes que la del adulto y plantea
dificultades sobreañadidas. El cerebro infantil se encuentra en curso de maduración morfofuncional
y las correlaciones anatomoclínicas son menos específicas que las del adulto. Existe un abundante
material bibliográfico de neurobiología del desarrollo en referencia a animales de todos los estratos
filogenéticos y a los humanos desde el período gestacional hasta el primer año de vida extrauterina
(Evrard y cois. 1992).
Pero, en cambio, los conocimientos neurobiológicos acerca de la ulterior maduración
encefálica hasta la edad adulta son escasos y fragmentarios. Las lesiones estructurales tempranas y
las experiencias de privación y enriquecimiento en estímulos ambientales constituyen una fuente
importantísima de conocimiento sobre los mecanismos de reestructuración vicariante y de la
plasticidad neural.
En primer lugar se mencionará sintéticamente los mecanismos neurales del lenguaje en el
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sujeto con cerebro maduro y las enmarcaremos en el conjunto de funciones cerebrales superiores.
A continuación se describirán las bases de neurobiología del desarrollo que sustentan la
adquisición del lenguaje en el niño y, por último, se reflexionará acerca de los datos disponibles
para fundamentar las nociones de aprendizaje, reestructuración vicariante y plasticidad neural, que
confieren a la neuropsicología infantil sus peculiaridades clínicas y pronosticas propias.
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posibilidades y limitaciones hasta llegar a una satisfactoria solución; así, la textura de la actividad
mental está caracterizada por una riqueza y una flexibilidad casi infinitas.
Actualmente se concibe que cada área cortical asociativa contiene el sustrato neural de los
componentes de diversas funciones complejas, reuniendo varias redes parcialmente superpuestas;
tanto las manifestaciones cognitivo-comportamentales patológicas por déficit de un determinado
componente de la red o sistema funcional como las remodelaciones vicariantes que se establezcan
tras un período de recuperación traducen la participación de todos los componentes de las distintas
redes en las que interviene el componente dañado (Luria 1973, Mesulam 1990, Peña-Casanova
1991).
Las redes o sistemas funcionales complejos no sólo se extienden por el neocórtex de la
convexidad cerebral; en ellas participan también estructuras mesiales (sistema límbico, área motriz
suplementaria) y subcorticales (tálamo, ganglios básales) (Crosson 1985, Nauta 1986).
Consecuentemente, en su aspecto espacial, las redes funcionales poseen una dimensión
«tangencial» (corticocortical) y otra «perpendicular» a ésta (corticosubcortical). De esta
concepción «tridimensional» del funcionalismo neurocognitivo derivan los modelos actuales que
combinan el proceso jerárquico secuencial, desde las áreas de proyección simple hasta las de
asociación unimodal y plurimodal, con el proceso paralelo, en el que, simultáneamente, zonas
jerárquicamente diversas de la convexidad cerebral trabajan en continua consulta con las
estructuras mesiales y subcorticales (Mesulam 1990, Kolb y Whishaw 2000).
Cerebro y lenguaje
Los mecanismos más especializados en las funciones formales del lenguaje tienen su asiento
neural sobre una extensa porción del córtex perisilviano primario, secundario y terciario del
hemisferio cerebral izquierdo en el 87% de los humanos sin tener en cuenta la preferencia manual.
En el resto, un 8% asienta su lenguaje sobre el hemisferio derecho, mientras que un 5% lo
hacen de forma repartida en proporción similar sobre los dos hemisferios (Milner y cols. 1966,
Subirana 1969, Coren y Porac 1980). También participan el tálamo, los ganglios de la base, la
corteza prefrontal, el área motriz suplementaria y la corteza límbica de ambos hemisferios. A las
regiones perisilvianas del hemisferio derecho conciernen las funciones supraformales de prosodia y
de adecuación comunicativa. Para el lenguaje escrito se requiere, además, el funcionalismo de la
corteza calcarina y de sus áreas adyacentes secundarias de asociación visual.
Una vez transformadas por el órgano de Corti las señales acústicas en señales bioeléctricas
(potenciales de acción), son llevadas por los axones de las células del ganglio de Scarpa (VIII
nervio craneal) a establecer sinapsis en el núcleo coclear homolateral, a nivel de la unión
bulboprotuberancial.
A partir de aquí los axones de las neuronas del núcleo coclear constituirán el lemnisco lateral,
que asciende por protuberancia y mesencéfalo hasta el tálamo, con una organización altamente
sofisticada (Buser e Imbert 1987). Una parte pequeña de estos axones asciende desde el núcleo
coclear homolateral, mientras que el contingente principal (70%) procede del lado opuesto. La vía
lemniscal posee estaciones intermedias en el complejo olivar superior (protuberancia media), en
los núcleos del lemnisco lateral (protuberancia superior) y en los tubérculos cuadrigéminos o
colículos inferiores (mesencéfalo); estos acúmulos celulares a cada lado del tronco cerebral se
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conectan entre sí mediante axones que cruzan la línea media. En el complejo olivar superior
existen neuronas binaurales (que responden a estímulos procedentes de ambos oídos), lo que
permite la localización de la fuente sonora. Las neuronas más periféricas de los colículos inferiores
envían conexiones hacia la sustancia reticular ascendente (alerta auditiva) e intervienen en
reacciones motoras de orientación corporal hacia el sonido. De la parte central de cada colículo
inferior surge la proyección hacia el cuerpo geniculado mediano homolateral que forma parte de la
masa talámica (una pequeña proporción de axones conecta con el geniculado del lado opuesto).
Tanto en el colículo inferior como en el cuerpo geniculado medial poseen una capacidad de
discriminación de frecuencias e intensidades acústicas.
Desde el cuerpo geniculado medial, la radiación auditiva constituye un denso tracto que,
atravesando la región sublenticular (Tanaka y cols. 1991) desemboca homolateralmente en la
corteza auditiva primaria, constituida por el giro transverso de Heschl en la cara superior de cada
lóbulo temporal, oculto en la profundidad de la cisura silviana.
La vía eferente final parte bilateralmente de la porción más inferior de la corteza motora
(circunvolución frontal ascendente, opérculo rolándico) constituyendo el haz geniculado, que
forma parte de la vía piramidal, cuyos axones corticofugales dan las «órdenes» oportunas a las
neuronas de los núcleos de los nervios craneales VII, IX, X, XI y XII para la motricidad
fonoarticulatoria. Pero antes de constituirse esta vía descendente es modulada por los circuitos
córtico-estrío-tálamo-corticales y córtico-cerebelo-corticales (Rothweil 1987, Alexander y
Crutcher 1990) y por las informaciones táctiles y propioceptivas de la boca y de la faringe que se
proyectan sobre la corteza retrorrolándica (circunvolución parietal ascendente).
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Corteza asociativa secundaría
En la cara superior del lóbulo temporal, la zona cortical comprendida entre el giro de Heschl
por delante y el ángulo de reflexión del valle del Silvio por detrás y una pequeña porción de la cara
externa de la primera circunvolución temporal constituyen el área de Wernicke. A este área se
atribuye el papel de decodificación de las señales auditivas llegadas al córtex primario adyacente y,
en particular, los rasgos de fonemas. El Área de Wernicke forma parte de la corteza secundaria de
asociación específica auditiva; ésta, en el hemisferio izquierdo, posee mayor anchura y recibe
información proveniente del planum temparale derecho mediante axones interhemisféricos que
cruzan el cuerpo calloso. En la zona correspondiente del hemisferio derecho también ocurre un
primer procesamiento de las señales acústicas verbales elementales, pero parece ser que son, sobre
todo, los componentes melódico emocionales (prosodia, música) los que se decodifican
preferentemente en este hemisferio.
En el lado posterior de la tercera circunvolución frontal izquierda se sitúa el área de Broca,
adyacente al área motora primaria correspondiente a la musculatura oro-faringolingual, en la parte
más inferior de la circunvolución frontal ascendente.
Se distinguen en el área de Broca dos porciones anatómicas: la pars opercularis (posterior) y
la pars triangularis (anterior). Esta última forma parte de la corteza terciaria de asociación
plurimodal y tiene el cometido de formular las conductas verbales; en cambio la pars opercularis
está constituida por corteza secundaria de asociación unimodal y, al ser más cercana al área de pro-
yección motora simple, se ocupa de programar los esquemas gestuales de los órganos
fonoarticulatorios donde se genera el material sonoro del habla (Lecours 1989).
Tanto el área de Wernicke como la de Broca no son sino dos «cuellos de botella» donde se
realizan, respectivamente, la primera decodificación de las señales auditivo verbales y la última
elaboración (formulación y programación motriz) para la realización fonoarticulatoria de la palabra
(Mesulam 1990). Una y otra área están conectadas entre sí mediante el fascículo arqueado
subcortical y también están conexionadas con las áreas terciarias de asociación (giro
supramarginal, pliegue curvo y región prefrontal), así como con las estructuras limbicocingulares y
con las masas grises talamoestriadas, mediante circuitos secuenciales y paralelos.
El gran cinturón cortical terciario sustenta las capacidades representativas mentales qué
posibilitan el lenguaje como actividad simbólica. Está constituido por el córtex prefrontal, el córtex
parietal inferior y el giro fusiforme de la corteza inferotemporal
El giro supramarginal y el pliegue curvo del hemisferio izquierdo tienen encomendadas las
más sofisticadas funciones de análisis morfosintáctico y semántico de los mensajes verbales. El
análisis y la identificación de los rasgos morfosintácticos parecen operarse predominantemente en
el giro supramarginal, mientras que el pliegue curvo tendría su principal cometido en la
correspondencia significante-significado, es decir, en la función semántica del lenguaje oral y
escrito. El pliegue curvo es también el centro de integración de gnosias táctiles, visuales o auditivas
no verbales, como corresponde a su naturaleza de córtex terciario de asociación plurisensorial;
asimismo, es el polo asociativo de las «imágenes mentales» de los gestos.
El almacén lexical,(las palabras) se encuentra ampliamente distribuido por todo el cerebro:
Mohr y cols. (1994) han demostrado que las palabras o los morfemas funcionales (pronombres,
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preposiciones, adverbios, adjetivos demostrativos, conjugaciones verbales, etc.) son
«almacenados» casi en su totalidad por el hemisferio izquierdo, mientras que los lexemas
(nombres, verbos, etc.) se «almacenan» por igual en la corteza de ambos hemisferios. Ahora bien,
para identificar el significado de los lexemas y de las estructuras sintácticas, o recuperar
determinados significantes para expresar un concepto, el proceso parece tener un «paso obligado»
por las áreas de asociación terciaria del hemisferio izquierdo a las que nos estamos refiriendo
(Geschwind 1965, Damasio y Damasio 1989, Mesulam 1990).
De la misma manera que el problema del nacimiento del lenguaje está todavía hoy lejos de ser
resuelto, en lo que concierne a las etapas de la adquisición del lenguaje en el niño también se han
formulado numerosas hipótesis.
Aunque se pueden diferenciar varios estadios en la adquisición del lenguaje, es menos fácil
precisar el momento en el que aquélla se acaba.
Las hipótesis que se pueden hacer respecto a este tema reposan sobre los datos obtenidos de
dos importantes orientaciones psicolingüísticas actuales. Estas hipótesis podrían corresponder a los
factores madurativos del sistema neurosensorial y motor implicado, pero también a los del
desarrollo cognitivo, afectivo y social.
Mucho antes de poder hablar, el niño es sensible a la comunicación verbal del entorno.
Reacciona selectivamente a la voz humana. Cesa de llorar cuando alguien le habla. Parecería que el
bebé fuera desde el principio sensible a las palabras muy acentuadas y a las terminaciones de frases
(Menyuk 1977). Hacia la sexta o séptima semana puede distinguir entre entonaciones ascendentes
y descendentes. Muy pronto los estados afectivos del niño pueden variar a causa de los diferentes
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patrones de entonación del adulto. Mucho antes de poder comprender la lengua de su entorno, el
bebé siente que el adulto está dispuesto a jugar o, por el contrario, que está enfadado, si quiere
iniciar la acción o acabarla. Para ello se sirve de indicadores como la cantidad de habla, el volumen
y la melodía del habla que se le dirige.
El adulto trata de facilitar la adquisición del lenguaje por parte del niño multiplicando esos
indicadores. Una investigación de Ferguson (1964), llevada a cabo sobre el lenguaje empleado por
las madres con sus bebés, en seis culturas diferentes, revela que, en todos los casos, la madre utiliza
frases simples y cortas, produce sonidos sin ningún valor semántico y transforma determinadas
palabras en formas infantiles. Otros investigadores han puesto de manifiesto también que, en su
diálogo con sus hijos durante los primeros meses, las madres tienen tendencia a acentuar tanto los
tonos agudos y graves como la intensidad de su habla. Acompañan sus palabras con gestos y
mímica, insisten más tiempo en las vocales y dan más importancia perceptiva a determinadas
palabras (Stern 1977).
Estadios prelingüísticos
Los sonidos producidos por el niño están ligados a la aparición de la sonrisa, primer indicio de
comunicación social. Entre los «no gritos» del bebé, se distingue la producción de secuencias
fónicas, constituidas por sílabas primitivas claramente perceptibles para el entorno, formadas por
sonidos casi-vocálicos y por sonidos casi-consonánticos articulados en la parte posterior de la
garganta. Estos sonidos tienen a menudo una calidad nasal.
Los padres estimulan la imitación vocal y la recompensan afectivamente cuando es con-
seguida (Papousek y cols. 1984). En el bebé de 4 meses este refuerzo social aumenta la tasa de
vocalizaciones (Stark 1980). Todos los autores insisten en el placer que el niño experimenta al
producir sonidos cuando comienza a controlar las actividades respiratorias (sobre todo la
espiración) implicadas en la fonación, así como en los parámetros de frecuencia. Estos
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comportamientos de imitación mutua suscitan el interés creciente de los psicolingüistas a causa de
su influencia en la comunicación preverbal.
Esta etapa está caracterizada por nuevas producciones que incluyen sonidos plenamente
resonantes que son los que tienen la frecuencia de ocurrencia más elevada. Los investigadores
insisten en la extraordinaria capacidad del bebé para jugar con su voz, controlando los diferentes
parámetros. Se nota un aumento del campo de frecuencias y se percibe la aparición de sonidos muy
graves (gruñidos) y muy agudos (chillidos). Estos efectos de contraste atañen igualmente a los
niveles de intensidad: los gritos y los susurros pueden sucederse.
El repertorio fónico se amplía con la aparición de sonidos consonánticos largamente
sostenidos. Hacia los 6 meses aparecen las primeras combinaciones de sonidos de las clases
consonante y vocal con cierre del tracto vocal. La producción de estas protosílabas, llamadas por
Oller (1980) “balbuceo marginal», y «balbuceo rudimentario» por Vinter (1994), se compone de
conjuntos difícilmente analizables debido a una articulación bastante relajada y a transiciones muy
lentas entre los movimientos de cierre y apertura del tracto vocal.
Las diferentes características, puestas de manifiesto por el niño en el curso de estas tres etapas
precanónicas (sílabas consonante vocal, por Ej.: ma m ama) , van a permitir la aparición del
balbuceo canónico, etapa clave del desarrollo prelingüístico.
En este estadio los niños comienzan a producir sílabas bien formadas del tipo CV (con-
sonante-vocal). Según Oller (1980) el balbuceo canónico es un conjunto articulatorio que se
compone de un sonido vocálico y de, al menos, un sonido consonántico, que posee las
características temporales de la lengua del entorno. Según Oller y Eilers (1988), el balbuceo sería,
desde luego, reduplicado, formado por una cadena de sílabas idénticas del tipo [mamama, papapa].
Después, las sílabas sucesivas se diversificarían, diferenciándose unas de otras, bien por la
consonante, bien por la vocal, bien por las dos [patata, tokaba, badata]. Estos dos comportamientos
pueden ser simultáneos (Bacri y De Boysson-Bardies 1981; Stoel-Gammon 1985).
Los niños comienzan a producir palabras dentro del balbuceo. Esto se denomina «balbuceo
mixto» o «enunciados mixtos». Este balbuceo contiene a la vez estructuras identificables como
elementos significativos y sílabas no reconocibles como unidades léxicas (Konopczynski
1990,1991).
A pesar de las indudables predisposiciones del niño al lenguaje y de su placer al oír los so-
nidos emitidos por el entorno en las conversaciones, hasta los 12-15 meses no adquirirán para él un
valor representativo y no llegarán a ser realmente palabras (Locke 1986).
Las preferencias fonéticas que caracterizan las formas del balbuceo se vuelven a encontrar en
las primeras palabras. ¿Puede verse una relación entre el repertorio consonántico producido en el
balbuceo y las primeras formas léxicas? Se podría extraer una selección fónica precoz de un
conjunto de palabras, tomado en su contexto lingüístico, que tendrían una significación importante
para el niño (De Boysson-Bardies y Durand 1991).
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Desarrollo de los subsistemas lingüísticos
El análisis fonológico revela la existencia de un sistema propio del niño, que se manifiesta
sobre todo en las modificaciones sistemáticas que aquél introduce en las palabras del adulto. El
«habla de bebé» se caracteriza por las siguientes modificaciones: una forma sintagmática, con a)
reduplicaciones y b) omisiones; una forma paradigmática, con c) sustituciones, y una forma a la
vez sintagmática y paradigmática, con d) asimilaciones o realizaciones disociadas de los rasgos
pertinentes.
Las modificaciones pueden aparecer bajo la forma de una repetición completa de una sílaba.
Reduplicaciones: [tótel en lugar de [kótfe] (coche), [sasáo] en lugar de [kánsádo] (cansado).
Omisiones: Las omisiones de fonemas constituyen la condición necesaria de la repetición de
palabras. Así, se ponen de relieve frecuentemente las omisiones siguientes:
1. Supresión de sílabas en palabras plurisílabas:
a) Supresión simple:
[tana] en lugar de [bentána] (ventana), [fono] en lugar de [teléfono] (teléfono), [jatá] en lugar de
[jaestá] (ya está).
b) Supresión con duplicación:
[táte] en lugar de [tfokoláte] (chocolate).
c) Supresión compleja:
[aja] en lugar de [ga\éta] (galleta).
Sustituciones
Se ponen también de manifiesto sustituciones: los rasgos distintivos del sonido registrado por el
niño conducen, en general, a reemplazar un fonema no integrado en el sistema de aquél por un
fonema próximo. Esto se percibe, por ejemplo, cuando una consonante fricativa es sustituida por la
oclusiva cuyo punto de articulación está más próximo: [peo] en lugar de [feo] (feo). [tí] en lugar de
[sí] (sí).
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Este tipo de sustituciones es muy frecuente, así como la sustitución del fonema /t/ por /s/, o
por la oclusiva de punto de articulación más cercano (/t/). Frecuentemente, también un rasgo
registrado por el niño es realizado de una manera muy diferente.
El niño reemplaza un fonema no integrado en su sistema por un fonema próximo. Se pueden
hacer notar, por ejemplo:
7. Sonorización. Este fenómeno consiste en la sustitución de fonemas sordos por sus co-
rrespondientes fonemas sonoros por efecto de la vibración de los repliegues vocales (es
infrecuente):
[peyó] en lugar de [fwéyo] (fuego).
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presentar dos formas:
1. El fonema peor adquirido es reemplazado por el que está mejor adquirido, sean cuales sean sus
posiciones respectivas:
[tete] en lugar de [létfe] (leche). [akéke] en lugar de [pakéte] (paquete). [kakájo] en lugar de
[kapáXo] (caballo).
Las primeras palabras pronunciadas por el niño tienen la función de designar, de expresar y de
ordenar. Muy a menudo, es necesario conocer el contexto para interpretar estas primeras palabras o
las pseudofrases binarias. Las primeras palabras están frecuentemente constituidas por dos sílabas
idénticas formadas por una consonante y una vocal. El niño las utiliza para designar toda una gama
de objetos (sobregeneralización) basándose en una impresión global de parecido. Estas
sobregeneralizaciones se reducen a medida que se afina la discriminación.
Estas primeras palabras que pronuncia el niño están muy lejos de tener el valor de nuestros
conceptos. Una misma palabra puede ser utilizada en muchas situaciones. La palabra «abrigo», por
ejemplo, puede designar la prenda de vestir, el gorro o la silleta para el paseo o, incluso, puede
indicar el paseo que acaba de dar o notificar que lo quiere hacer. Es fácil comprender cómo el niño
asocia los distintos elementos de una situación, como ser vestido para salir a la calle, por ejemplo,
para designarlos con el mismo término.
Clark (1974) ha estudiado la sobregeneralización de las primeras palabras. Muestra, por
ejemplo, que la clase [ufufl puede designar los animales pequeños como el perro, la oveja, el gato,
mientras que las palabras (moomoo) son empleadas para los animales de gran tamaño.
Esto ilustra el proceso por el que el sentido global de las primeras palabras se afina a medida
que el niño adquiere otras palabras y percibe las diferencias entre los objetos y las situaciones.
Todo elemento nuevo de información sobre su universo parece llevar al niño a reestructurar el
sentido inicial de sus primeras palabras.
Desde los 10-13 meses el niño aprende el léxico a razón de una palabra cada vez. Sus
enunciados están constituidos casi exclusivamente por palabras aisladas. El acceso a las primeras
palabras presupone en el niño el conocimiento de los objetos y acontecimientos de su medio.
Antes de que pueda ser capaz de asociar una secuencia sonora particular a una clase particular de
objetos, tendrá que:
2. Tener la noción de que un ítem léxico designa el mismo objeto a pesar de que pueda aparecer en
momentos, lugares, posiciones y/o a distancias diferentes. Para aprender que los sonidos emitidos
por el adulto están unidos a la presentación de un objeto particular, es necesario verificar que el
sonido proveniente del adulto y el objeto al que se refiere están siempre asociados.
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3. Darse cuenta de que los atributos son independientes de los contextos a los que se aplican y
viceversa: una madre o un padre puede cambiar de vestido o de peinado, pero sigue siendo la
misma persona.
4. Organizar la coordinación del espacio y del objeto, cosas tocadas, vistas, oídas, gustadas y
sentidas.
La base léxica del lenguaje del niño está, pues, constituida por un sistema, limitado pero
abierto, que codifica los objetos familiares concretos, las principales personas de su entorno, así
como los estados y cambios de estado de esos objetos y personas, las acciones que las personas
efectúan sobre los objetos y los sentimientos inmediatos de esas personas.
Generalmente, las primeras palabras son sustantivos. El niño nombra a las personas y a los
objetos con los que está más a menudo en contacto, los objetos y las personas que forman parte de
su universo: los miembros de su familia, los animales, los alimentos, las bebidas y los juguetes
(Nelson 1973). Su vocabulario incluye también algunas palabras que designan acciones pasadas y
presentes o, incluso, demandas de acciones o información. Sin embargo, el niño utiliza sólo de vez
en cuando verbos, algunos términos adverbiales como «también», «aquí», «ya-está» y
onomatopeyas que se reducen al principio del décimo año.
La utilización y la frecuencia de las palabras varían mucho según los niños. Así, puede
suceder que el vocabulario de un niño esté formado casi únicamente por nombres, mientras que el
de otro niño incluya, por el contrario, abundantes palabras portadoras de una connotación social,
como «buenos días», «chau», «bien». Estas variaciones individuales reflejan probablemente las
condiciones de vida que están determinadas por el entorno particular de cada niño y asimismo por
factores inherentes a su personalidad.
Los trabajos de Bloom (1970), Vihman (1985, 1986), Espéret (1990) y Tourette (1990)
introducen la noción de diferencia individual en la adquisición, que se refiere al hecho de que todos
los niños no siguen la misma vía para construir el lenguaje. Esta noción de particularidad
individual adoptaba un relieve especial en un momento en el que la gramática generativa, así como
su postulado de universalidad de las estructuras del lenguaje, comenzaba a ser puesta seriamente en
cuestión. Se inauguraba una época en la que las nociones de estilo de adquisición y de estrategia
iban a ser centrales.
Esta aproximación diferencial que pone el acento en los estilos cognitivos y en las estrategias de
adquisición es interesante en la medida en que ha relativizado la teoría universalista de la gramática
generativa.
La evolución del lenguaje entre los 2 y 3 años se caracteriza por el acceso a la asociación de
dos o más palabras, lo que los psicolingüistas llaman semantaxis (Menyuk 2000). El hecho de que
dos o más palabras puedan ser agrupadas en el seno de un mismo enunciado plantea la cuestión de
su organización según la función, es decir, se plantea el problema de la relación semántico-
sintáctica. ¿Cómo llega el niño a dominar las reglas que rigen la organización secuencial de los
enunciados? Aún no se tiene una respuesta satisfactoria a esta pregunta pero, según algunos
autores, todo sucedería como si el niño seleccionara en el lenguaje oído a su alrededor un pequeño
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número de palabras y se sirviera de ellas atribuyéndoles una posición fija. El niño pondría a
funcionar un número limitado de fórmulas relativas a la posición que serían directamente
aprendidas y derivadas del lenguaje adulto, según un principio llamado de generalización
contextual. Este principio afirma que el niño marca la posición de una palabra o de un grupo de
ellas en los enunciados del adulto y tiende después a utilizar esa palabra o grupo de palabras en
fórmulas en el mismo lugar, es decir, en el mismo contexto. La disposición de las primeras
palabras no parece, pues, que sea al azar. Muy pronto el niño marca un pequeño número de formas
verbales en el lenguaje del adulto y las utiliza en sus propias producciones.
Ejemplos:
a) nene ido;
b) esto aquí;
c) ¿cómo (se) abre?;
d) dormir no;
e) no (se) puede;
f) dos coches;
g) nene aupita.
Entonación
La entonación tiene una función sintáctica evidente, con la aparición del léxico que el niño
junta, para señalar modalidades diferentes de frases. El niño puede así expresar en el enunciado
«papá brumbrum» una declarativa, una pregunta, una demanda de información o una sorpresa, que
los especialistas en fonética pueden controlar analizando las variaciones de las curvas melódicas o
de entonación (Konopczynski 2000).
Sobregeneralización
Otra peculiaridad del lenguaje del niño durante este período se refiere al aspecto particular de
algunos errores gramaticales. Estos errores no son aleatorios, sino que reflejan el sistema de
organización lingüístico del niño. Una vez que se ha aprendido el empleo del sufijo «-ido» para
referirse a lo pasado, aplicará esta regla generalizándola a verbos con formas de participio
irregulares. Producirá entonces estructuras como «ha ponido» en lugar de «ha puesto», «ha hacido»
en lugar de «ha hecho», «ha rompido» en lugar de «ha roto», etcétera.
En todos estos casos, el niño aplica una regla a elementos lingüísticos inapropiados; en otras
palabras, sobregeneraliza la regla. A la inversa, se dan casos en los que el niño aplica una regla
excepcional a estructuras lingüísticas regulares. Es posible, pues, oírle decir: «vuelo» en lugar de
«voló», sobregeneralizando raíces irregulares a formas regulares, o «dició» en lugar de «dijo»,
error en el que se da inseguridad respecto a la raíz verbal irregular a elegir, etc.
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El principio de sobregeneralización puede extenderse también al léxico. En este estadio,
cuando el niño crea palabras nuevas, tiene tendencia a generarlas a partir de estructuras ya
existentes. Estas modificaciones psicolingüísticas demuestran que el niño no aprende únicamente
por simple repetición o por imitación. Su aprendizaje se efectúa más bien a través de la deducción
de los principios que operan en su lengua y a través de su aplicación a situaciones nuevas.
Flexiones
Las flexiones o desinencias son elementos variables que se añaden al radical de las palabras
según su posición en la frase y cuyo sentido pueden determinar.
Algunas lenguas, como las romances (entre ellas el español) y el ruso, utilizan muchas
desinencias para precisar el sentido de la frase. Los niños que se familiarizan con tales lenguas
adquieren muy deprisa estas formas gramaticales que se reflejan en los enunciados con
complementos de objeto directo e indirecto. La desinencia del complemento de objeto directo en
ruso es una de las que más deprisa adquiere el niño cuando aprende esa lengua, lo mismo que
ocurre con el serbocroata, el lituano, el húngaro, el finés y el turco (Slobin 1973,1982, 1985).
Parece claro que hacia el final del período de enunciados binarios el niño domina la mayor
parte de las formas gramaticales esenciales de su lengua; el niño sabe que las palabras pueden ser
organizadas de una determinada manera y modificadas por la entonación y las flexiones. Parece
que no existen unas lenguas más difíciles que otras, en cuanto a su aprendizaje por parte del niño;
la adquisición del lenguaje parece relativamente fácil para todos los niños del mundo entre los 2 y
2:6 años.
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Las primeras investigaciones sobre el desarrollo de las aptitudes para comunicarse fueron
efectuadas por Piaget (1923). A partir de sus observaciones realizadas sobre conversaciones de
niños, este autor concluyó que el niño es inferior al adulto en lo que se refiere a la utilización de las
funciones pragmáticas. Según él, el niño pone de manifiesto su dificultad para distanciarse y para
concebir la posición del interlocutor. El lenguaje que resulta de ellos, pues, no contiene todas las
informaciones necesarias para la buena comprensión del oyente. Piaget definió este estadio con la
expresión de lenguaje egocéntrico. Sólo hacia los 6-7 años el niño desarrollará su capacidad para
establecer diferencias entre su percepción y la de los otros.
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