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EL POLÍTICO-MILITAR
Comentario de texto

El nuevo presidente (Narváez) era un ejemplo característico del militar político, tipo que ha sido la
maldición de España en los tiempos modernos (…). Se le ve tan pronto del lado liberal (Riego)
como del reaccionario (Narváez), y con más frecuencia en una zona ambigua, oscilando entre
amistades e inclinaciones liberales y temperamento reaccionario (O’Donnell); pero siempre
constituido sobre una pauta que será útil describir aquí.
El militar político es patriota. No viene a la vida pública por las vías intelectuales de la
Universidad ni desde sus años juveniles. Llega tarde, cuando ya se ha formado en el ejército;
cuando ya, tanto desde el punto de vista material como del social, su posición es segura y su
situación hecha. Su primera actitud suele ser la de un observador que se eleva contra los
«charlatanes de la política», sintiéndose más capaz que ellos de arreglarlo todo si le dejan solo
para aplicar los métodos sencillos, rápidos y prácticos de la milicia.
Refuerzan esta actitud su ignorancia y su tendencia a pensar en categorías sencillas, rasgo típico
de muchos soldados (…).
Ya liberal, ya reaccionario en sus ideas, el político militar suele ser reaccionario en su
temperamento. Lo que quiere no es aportar sus ideas, sino imponer su voluntad (…).
La primera de las cosas externas que llaman su atención es el orden. La idea militar del orden
tiende a ser mecánica. Cuando se puede colocar a los hombres en formaciones, de tres en tres o
de cuatro en cuatro, como peones de ajedrez, hay orden (…).
Desde luego, el político militar detesta la libertad de la prensa (…)
Y es que los políticos militares de España no se distinguen por sus dotes de sentimiento religioso.
Los más, si no todos, fueron católicos sin preocuparse gran cosa, excepto en ocasiones
solemnes, de su religión oficial. Cuentan de Narváez que en su lecho de muerte, al sacerdote que
le preguntaba: « ¿Perdona su excelencia a sus enemigos?», contestó con voz firme: «No tengo
enemigos; los he fusilado a todos.»

Salvador de Madariaga, “El siglo XIX”, España, ensayo de historia contemporánea, Madrid, 1979, pp., 6971.

Comentario: Papel de los militares en la España del XIX, los pronunciamientos.

Se trata de un fragmento de un ensayo de historia política titulado España, ensayo de historia


contemporánea que se reeditó desde un punto de vista históricamente posterior en 1979, revisado por el autor.
El autor es el diplomático e historiador de ideología liberal Salvador de Madariaga. Se trata de un ensayo crítico
e historiográfico, fuente secundaria y de naturaleza político-social, que se refiere al papel de los militares y a su
implicación política en la España del siglo XIX. El punto de vista del autor es crítico con su actuación. Está dirigido
a la comunidad científica (expertos) y al público interesado en temas de historia. El texto toma al general
Narváez como prototipo de la figura del militar que interviene en la política en el reinado de Isabel II (“el
régimen de los militares”, para algunos historiadores), trazando un perfil psicológico del mismo. La intención es
analizar, un tanto irónicamente, los rasgos comunes a varios de los militares relevantes del reinado de Isabel II
con intención de desvelar un “prototipo”, tomando como principal modelo al general Narváez.

Los militares desempeñaron un papel muy activo en la implantación y desarrollo del Estado liberal en España.
Durante el siglo XIX es frecuente encontrar gobiernos presididos por generales como Espartero, Narváez,
O’Donnell, Serrano o Prim quienes pueden tener tanto una filiación política progresista como moderada.
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Esto se debe en buena parte a la incapacidad de la Corona y de los partidos políticos para establecer una
alternancia política por la vía parlamentaria, dificultando la estabilidad del nuevo Estado liberal. La injerencia de
la Corona en la vida política era elevada y tendía a favorecer el partido Moderado. El sistema electoral que era
fuertemente selectivo y viciado en su procedimiento, se había diseñado de tal manera que dejaba fuera del
juego político a la mayoría de la población (sufragio censitario). Se ampliaba el censo electoral con los
progresistas (Constitución de 1837) y se reducía con los moderados (Constitución de 1845), pero el falseamiento
de las elecciones era práctica común. Se trataba, en definitiva, por parte de los liberales, tanto moderados como
progresistas, de defender en un frente común no explícito su concepto de libertad dentro de un marco de orden
y de propiedad privada, contra unas fuerzas populares que amenazaban con romper este marco para participar
también en el juego político.
Pero, a su vez, esta intervención de los militares en la vida política también debilitó el normal desarrollo del
Estado liberal. Su origen se encuentra en una serie de guerras que favorecieron esta vinculación. El
desencadenante se halla en la Guerra de la Independencia (1808-1814) en la que los militares inician una
politización del Ejército al tomar decisiones políticas. Al concluir se producirán reiteradas tentativas para poner
fin al absolutismo de Fernando VII, entre las que destaca la de Riego en 1820 que permitió el restablecimiento
de la Constitución de Cádiz e inauguro el Trienio Liberal (1820-1823). Tanto aquel conflicto como la participación
en la Guerra de emancipación de las colonias americanas y en la Primera Guerra Carlista fueron una plataforma
desde la que saltaran a la vida política un buen número de militares. Así, durante el reinado de Isabel II ocuparan
la presidencia de Gobierno los generales Espartero, Narváez y O’Donnell; Serrano y Prim lo harán
posteriormente.
A todo ello hay que añadir hechos como la corrupción del poder civil que incitaba al estamento militar a una
intervención purificadora; la ideología glorificaba las acciones de liberales y rebeldes, que las guerras habían
popularizado en la figura de jefes militares. La creciente participación de los militares en actividades propias de
la administración civil, no solo en las instituciones centrales, sino también en los escalafones medios de la
jurisdicción civil; por ello se estaba produciendo una militarización de la administración pública, además de
politizarse el Ejercito. Y en definitiva, la debilidad de la burguesía española y la base electoral que, al fomentar
los movimientos populares de las capas sociales no representadas, impelía a los militares a restaurar el orden
público.
Este intervencionismo fue bastante frecuente durante la denominada “era de los pronunciamientos” que se
inicia con el regreso de Fernando VII y se suele dar por concluida con la sublevación de Villacampa. No obstante
el intervencionismo militar continuará durante el siglo XX. El término que se suele utilizar en el siglo XIX es el de
pronunciamiento. Se ha definido como rebeldía o sublevación militar que busca el apoyo de un sector de las
fuerzas armadas, de las organizaciones políticas y de la opinión pública, pretendiendo la conquista del poder o la
rectificación de la política gubernamental; esto se lleva a cabo mediante una acción militar, preferentemente
indirecta, sobre un poder debilitado o cómplice.
El mecanismo se repite a grandes trazos y sin grandes variaciones en las numerosas ocasiones en que tuvo
lugar durante el siglo XIX, trece solo en el periodo isabelino: ante el descontento con un gobierno, comenzaba
una conspiración en la que participaban militares y a veces personalidad de la vida civil. Llegando el día
acordado, un alto cargo militar leía un manifiesto a las tropas del cuartel donde el tenia el mando. En el
manifiesto denunciaba la situación, es decir, se pronunciaba políticamente al tiempo que daba su apoyo al
partido en cuyo nombre lo hacía. En ocasiones contaba con la ayuda de otros militares que a su vez colaboraban
desde otros cuarteles. Sino encontraba resistencia, el pronunciamiento triunfaba y el gobierno cambiaba. En
caso contrario, se procedía a una represión contra todos los militares implicados que acaba en el fusilamiento de
los organizadores o al menos en el exilio.
Durante el reinado de Isabel II tuvieron lugar pronunciamientos de uno u otro signo. El denominado “Motín
de la Granja” de 1836 supuso la entrada de los progresistas en el gobierno. El moderado de 1843 y
protagonizando por Narváez, dio acceso a diez años de gobierno moderado, y el denominado la Vicalvarada
puso fin a la Década Moderada, devolviendo el poder a los progresistas, con Espartero como presidente. Entre
los pronunciamientos fracasados y que acarrearon fuertes represalias para los insurrectos cabe citar la revuelta
de los sargentos del cuartel de San Gil en 1866, que supuso la ejecución de 66 militares pero que también
comportó la caída de O’Donnell y el imparable desprestigio de los gobiernos moderados.
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La frecuente intervención del estamento militar en la vía política dio paso a una estilo peculiar que se ha
denominado pretorianismo, o injerencia franca y violenta del ejército o parte de él en la política interior de la
nación y que emplea su fuerza en beneficio de un partido. Suele estar favorecido por la ausencia de canales
institucionalizados de participación de las fuerzas sociales y los militares cumples la doble función de mantener o
favorecer el ascenso de unas determinadas clases sociales mientras que se lo impide a las clases populares.
La intención del texto es explicar la importancia de la implicación del ejército con el apoyo civil en los
cambios de gobierno a lo largo de la historia contemporánea española; utilizando la ironía para describir el
prototipo del siglo XIX en la figura del general Narváez. Actualmente se ha superado esta implicación del ejército
en la vida civil ya que su papel queda limitado al establecido por la Constitución de 1978.

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