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Citar como:
♦Pita, M.F. (2003): “Análisis y comentario de los mapas del tiempo. Su aplicación al
estudio de los tipos de tiempo dominantes en Andalucía”, en Hespérides (Asociación de
Profesores de Geografía e Historia): Geografía de Andalucía, Sevilla, pp. 25-72.
INTRODUCCIÓN.
Nada impide aplicar este método de clasificación y, en realidad, muchos autores lo han
hecho. Otros, sin embargo, prefieren recurrir al análisis de las situaciones sinópticas
(los mapas del tiempo) que se registran en el territorio a lo largo de los diferentes días
del año, por entender que dos días con situaciones sinópticas muy similares, es decir,
con la intervención de las mismas masas de aire y en idénticas condiciones, en
principio, generarán los mismos valores para las diferentes variables atmosféricas. Este
es precisamente uno de los principios sobre los que descansa la utilización de los mapas
del tiempo con fines climatológicos: el mapa del tiempo, como reflejo del estado de la
atmósfera en un momento dado, es capaz de expresar a través de una sola imagen el
comportamiento del conjunto de las variables meteorológicas. A partir de la asunción de
esta afirmación se hace posible identificar los tipos de tiempo dominantes en un
territorio a partir de la clasificación de las situaciones sinópticas, de los mapas del
tiempo, que en él se registran.
Quisiéramos destacar que no son los mapas del tiempo los únicos instrumentos que nos
permiten analizar el estado de la atmósfera en un momento dado. Los radiosondeos
constituyen instrumentos de gran utilidad para conocer el grado de estabilidad de la
atmósfera y, consecuentemente, para identificar el tiempo determinado por una
situación sinóptica; por su parte, las imágenes de satélite se han convertido ya en
herramientas indispensables para la comprensión de los fenómenos que tienen lugar en
la atmósfera. A pesar de ello, siguen siendo los mapas del tiempo los útiles básicos para
la identificación y clasificación de los tipos de tiempo.
Los mapas del tiempo tienen como objetivo la representación del estado de la atmósfera
en un momento dado y sobre un espacio determinado. Dicha representación se realiza a
partir de determinadas variables atmosféricas seleccionadas por su capacidad de
representatividad, de forma tal que con el mínimo número de variables se obtenga el
máximo de información sobre el estado atmosférico. A su vez, como la atmósfera es
tridimensional y tiene un volumen de gran espesor, se realizan distintos cortes en este
volumen atmosférico, elaborándose distintos mapas a diferentes alturas, los cuales en
conjunto definen el estado de la atmósfera en todo su espesor. El análisis de estos mapas
y su interpretación permite estudiar los tipos de tiempo más frecuentes en el área
concernida y entender mejor el comportamiento del clima en ese área.
Existen tres tipos diferentes de mapas del tiempo: los mapas de superficie, que
representan el estado de la atmósfera al nivel del mar, los mapas de altura, que
representan el estado de la atmósfera en diferentes niveles de altitud del espesor
atmosférico, y suelen ser los más importantes para definir el estado de la atmósfera y
para entender el tiempo que hace, y los mapas de topografías relativas, que son mapas
que relacionan lo que sucede en los diferentes niveles y ofrecen una información
complementaria a la ofrecida por los dos anteriores. La menor utilidad de estos últimos
y su uso menos frecuente, nos ha empujado a considerar sólo los dos primeros.
Son mapas que representan el estado de la atmósfera al nivel del mar sobre un área
determinada. Dicha representación se realiza, básicamente, a partir del trazado de la
distribución de las presiones, que constituyen la variable esencial para comprender el
estado del tiempo dado que determinan los movimientos del aire tanto verticales como
horizontales. A ellas se añade la representación de los frentes, o zonas de contacto entre
masas de aire diferentes, que ejercen también notables efectos sobre el tiempo.
Una vez que se han cartografiado los valores de presión en los distintos puntos, se
precede al trazado de las isobaras, que son las líneas que unen puntos de igual presión.
Su trazado se hace a intervalos regulares, que en unos casos son de 4 en 4 hectoPascales
(hPa) o milibares (mb)1 (es el caso del Instituto Nacional de Meteorología español) y en
otros de 5 en 5 hPa. En uno y otro caso el resultado es similar y conduce a los mismos
tipos de configuraciones isobáricas, los cuales tienden a repetirse de unos mapas a otros
(ver figura 1). Entre las configuraciones más usuales destacan la siguientes:
- Los anticiclones o altas, definidos como zonas de alta presión en torno a las
cuales las isobaras se cierran en círculos y en los que la presión aumenta de la
periferia al centro. Dado que la presión normal al nivel del mar se sitúa en 1013
hPa, se considera una zona como de alta presión cuando en ella la presión supera
este nivel. No obstante, no es este criterio cuantitativo el más importante para la
definición de los anticiclones, sino los otros dos, de forma tal que siempre que
las isobaras se cierren en círculos y la presión aumente desde la periferia al
centro, estaremos en presencia de un anticiclón, pudiendo tratarse de un
anticiclón relativo si la presión no supera los 1013 hPa (ver figura 1).
- Las depresiones o bajas, que se definen, por oposición a los anticiclones, como
zonas de baja presión en torno a las cuales las isobaras se cierran en círculos y
en los que la presión disminuye de la periferia al centro. También aquí el rasgo
distintivo es que la presión disminuya de la periferia al centro, aún cuando los
valores de la presión se sitúen por encima de 1.013 hPa. Y, de hecho, es muy
frecuente que se produzcan depresiones relativas, con valores de presión
superiores a 1.013 hPa, pero con una fuerte actividad.
- Los cuellos o collados, que son zonas de bajas presiones que separan a dos
anticiclones.
- Las crestas o dorsales, que son apófisis que prolongan a los anticiclones.
- Los valles o talwegs, que son prolongaciones de una depresión.
- Los pantanos barométricos, que son zonas con presión próxima a la normal e
isobaras muy separadas y desorganizadas.
1
La unidad tradicional de medición de la presión atmosférica, los milibares (mb), ha sido sustituida
recientemente por los hectoPascales (hPa). Hay que señalar, no obstante, que son unidades absolutamente
equivalentes, de forma tal que no es necesario realizar ningún tipo de conversión entre una y otra unidad.
Fuente: Martín Vide, J. (1991): Fundamentos de climatología analítica, Madrid,
Síntesis.
Además, en los mapas se incluye información relativa a la posición de los frentes sobre
el territorio, incluyéndose frentes cálidos, frentes fríos y perturbaciones a dos frentes,
con representación propia para cada caso.
B) Efecto de la presión sobre los movimientos verticales del aire. También la presión
informa acerca de los movimientos verticales del aire y de ellos a su vez dependen
muchas de las características del tiempo en un momento dado. En este sentido, los
aspectos fundamentales del mapa a tener en cuenta son los siguientes:
b) Presencia de una depresión, que genera ascenso del aire. Por los mecanismos
justamente inversos a los expuestos en el anticiclón, la depresión genera
ascensos del aire. Una depresión es una zona en la que reina una presión inferior
a la de los alrededores y eso hace que se convierta en centro de atracción del aire
del entorno. Este aire que se dirige hacia la depresión lo hace con un
movimiento convergente hacia el núcleo y girando con ligera oblicuidad en
sentido contrario a las agujas del reloj en el hemisferio Norte (sentido contrario
en el Sur). Se constituye así una espiral ciclónica que produce la convergencia
del aire y su agolpamiento en el centro de la depresión. Este aire allí concentrado
escapa ascendiendo hacia las capas altas de la atmósfera, en las cuales a su vez
se generará una divergencia para compensar esta convergencia del suelo (ver
figura 2). La consecuencia inmediata es la aparición de mal tiempo, con nubes y
posibilidad de lluvias, dado que el aire, al subir, se enfría adiabáticamente y al
hacerlo se acerca a su punto de saturación. Si el ascenso es suficientemente
importante se suele producir la condensación de la humedad contenida en el aire,
con la consiguiente aparición de nubes y lluvias.
A partir de todos estos criterios puede deducirse algo en torno al tiempo que se deriva
del mapa de superficie. Con todo, no hay que olvidar que la atmósfera es tridimensional
y tiene un espesor considerable, con lo cual no se puede prescindir de lo que sucede en
las capas altas para comprender en toda su complejidad la situación sinóptica y deducir
el tiempo que de ella se deriva. Los mapas de altura están destinados a este fin.
Son mapas en los que se pretende representar el estado de la atmósfera en sus niveles
altos. Para ello se procede a seleccionar determinados niveles que resultan de especial
interés y en ellos se intenta conocer el estado de la atmósfera a partir del
comportamiento registrado por la presión y la temperatura. Hay que señalar, no obstante
que el procedimiento de realización de estos mapas es muy diferente al utilizado para la
elaboración de los mapas de superficie.
2
En realidad son metros neopotenciales, que difieren ligeramente de los metros, pero la diferencia entre
unos y otros es tan pequeña que puede considerarse despreciable para nuestros propósitos. Para obtener
más detalles sobre los metros neopotenciales, ver CUADRAT, J.M. y PITA, M.F., 2000.
Por eso, en último término, las topografías de las distintas superficies isobaras nos
informan acerca de la configuración de la presión en los niveles altos de la atmósfera, y
en ellas también las altas presiones aparecen marcadas con una A y las bajas presiones
con una B.
Las topografías que suelen realizarse cada día con fines meteorológicos son las que
aparecen consignadas en el cuadro 1, obteniéndose a partir de ellas una imagen bastante
fidedigna del comportamiento de la presión en todo el espesor de la atmósfera. Hay dos
que resultan especialmente útiles: la topografía de la superficie isobara de 500 hPa, que
divide a la atmósfera en dos partes aproximadamente iguales, y la topografía de la
superficie de 300 hPa, que suele coincidir con el nivel de la tropopausa en las latitudes
medias. La primera de ellas es la más utilizada y es la que nosotros abordaremos en este
texto.
Por lo demás, los mapas de altura presentan unas configuraciones de presión similares a
las encontradas en los mapas de superficie, con anticiclones, depresiones, dorsales y
talwegs, si bien en los niveles altos de la atmósfera las distribuciones de la presión
suelen ser menos complejas y más esquemáticas que en superficie.
Este esquema sólo se modifica a través de dos vías. En primer lugar, el desplazamiento
en latitud de la corriente en chorro, y con él de todo el sistema de circulación general, a
lo largo de las estaciones. Durante el invierno el frío polar es muy intenso y el aire se
hace muy denso y se expande hacia latitudes bajas; entonces la corriente en chorro se
desplaza también en ese sentido y puede situarse en torno a los paralelos 30º o 40ºN. En
verano, por el contrario, el frío se reduce y el vórtice circumpolar queda reducido a
latitudes muy elevadas, con lo cual la corriente en chorro se sitúa normalmente por
encima del paralelo 55º N.
Una segunda vía de modificación se deriva del hecho de que la corriente en chorro no
siempre es rectilínea, sino que configura ondas de longitud y frecuencia variables, a las
que se denomina ondas de Rossby. El flujo suele oscilar entre dos tipos de circulaciones
extremas:
a) Un alto índice de circulación, que se caracteriza por un flujo zonal intenso y con
pocas ondas de gran longitud. En estos casos en superficie se asiste a un régimen
de fuertes vientos del oeste y al paso rápido y sucesivo de perturbaciones, las
cuales barren estas latitudes en esa misma dirección W-E (ver figura 7).
b) Un bajo índice de circulación, que se traduce en la formación de ondas muy
profundas y con pequeña longitud. En estos casos cada cresta del flujo
constituye en altura un potente anticiclón cálido (observar que el sentido de giro
del aire se produce en el sentido de las agujas del reloj) que se conoce con el
nombre de anticiclón de bloqueo. A su vez, las vaguadas generan depresiones
frías (con sentido de giro ciclónico del aire) que pueden, en casos extremos,
desprenderse del flujo general, constituyendo núcleos depresionarios muy
potentes en latitudes muy bajas, alimentados con aire muy frío procedente de las
latitudes superiores (ver figura 7). Estos embolsamientos de aire frío y
depresionario en altura reciben la denominación de gotas frías y tienen una gran
repercusión sobre el tiempo en los climas mediterráneos.
Partiendo de estas premisas, los fenómenos del mapa de altura que resultan más
relevantes para la comprensión del tiempo existente en una zona son los siguientes:
C. Las coladas frías. Se ponen de manifiesto a partir del trazado de las isotermas, que
adoptan una dirección norte-sur y presentan valores muy bajos en latitudes bajas.
Proceden siempre de las latitudes altas y van asociadas al desplazamiento del aire en las
vaguadas de la corriente en chorro, las cuales, efectivamente, transportan aire desde
latitudes altas hacia latitudes más bajas. Su importancia sobre el tiempo se deriva de que
propician una disminución de la temperatura y, sobre todo, de que generan inestabilidad
atmosférica y, consecuentemente, mal tiempo.
Se dice que hay estabilidad atmosférica cuando los movimientos ascensionales del aire
tienden a ser abortados o impedidos, de forma tal que el aire permanece estancado en
vertical o registrando movimientos descendentes, pero nunca movimientos de ascenso.
Esta situación se produce siempre que el gradiente térmico vertical de la atmósfera es
muy poco acusado y, desde luego, inferior al gradiente adiabático del aire seco (1ºC/100
m) y al gradiente adiabático del aire saturado o gradiente pseudoadiabático
(0,5ºC/100m). En una situación como ésta, cualquier burbuja de aire que iniciara un
ascenso en vertical por cualquier circunstancia (empuje de un frente, necesidad de
atravesar una barrera topográfica, convección térmica…), al enfriarse adiabáticamente,
enseguida alcanzaría una temperatura inferior a la temperatura del aire que se encontrara
en su entorno y, en consecuencia, tendría que volver a descender, porque el aire frío es
más denso que el cálido y tiende a situarse debajo.
Imaginemos una situación de un día en el que el gradiente térmico vertical fuera de sólo
0,3º/100 m, es decir, bastante más reducido que el adiabático y el pseudoadiabático (ver
figura 8). Imaginemos, además, que el aire está seco y que en él se desarrolla un
movimiento de ascenso. En este caso, el aire al subir perderá 1ºC por cada 100 metros
de subida, de forma tal que, por ejemplo, al llegar al nivel de 300 m, se situaría en 7ºC
de temperatura. Pero ese día, con arreglo al gradiente térmico vertical existente, las
partículas situadas a 300 m de altura tienen una temperatura de 9,1ºC (ver figura 8), con
lo cual las partículas que ascienden están más frías que ellas y tienden a bajar, para
mantener el equilibrio del aire. Si el aire estuviera saturado de humedad la situación
sería muy parecida. En este caso, las partículas de aire, al subir hasta 300 m, se situarían
en 8,5ºC, que sigue siendo una temperatura superior a la del aire del entorno, con lo cual
también estas partículas se verían forzadas a descender.
600
500
400
Altura (m)
300
200
100
0
0 0,5 1 1,5 2 2,5 3 3,5 4 4,5 5 5,5 6 6,5 7 7,5 8 8,5 9 9,5 10
Temperatura (ºC)
b) Gradiente térmico de estabilidad
700
600
500
Altura (m)
400
300
200
100
0
0 0,5 1 1,5 2 2,5 3 3,5 4 4,5 5 5,5 6 6,5 7 7,5 8 8,5 9 9,5 10
Temperatura (ºC)
Pues bien, las coladas frías en altura suponen la superposición de aire muy frío en altura
sobre aire cálido en superficie; ello da lugar a un gradiente térmico vertical muy
acusado, que induce la inestabilidad y los ascensos del aire.
3
Para más información sobre este fenómeno, ver Cuadrat, J.M. y Pita, M.F., 2000, capítulo 6.
Fuente: Hufty, A. (1984): Introducción a la climatología, Barcelona. Ariel.
c) Las gotas frías. Se entiende por gota fría un embolsamiento de aire frío en
altura que se queda aislado de la circulación general. Este aislamiento se marca
en el mapa por el hecho de que las isohipsas y las isotermas se cierran en
círculo, dando lugar a la aparición de una depresión bien marcada y con unas
temperaturas considerablemente más bajas que las que reinan a su alrededor. La
formación de la gota tiene lugar con bajos índices de circulación de la corriente
en chorro, que dan lugar a la formación de ondas, en las cuales las vaguadas
constituyen coladas de aire frío y con sentido de giro ciclónico en el aire.
Cuando el empuje del aire polar en la vaguada se hace muy intenso, el chorro se
ve forzado a tomar una dirección cada vez más meridiana; en ese caso, deja ya
de ser una corriente zonal, y la masa de aire frío, que tenía una circulación
ciclónica, se individualiza como una borrasca fría y se desgaja del chorro, el cual
enseguida comienza a reconstituirse en latitudes superiores (ver figura 10). En el
mapa de 500 hPa se observa claramente la depresión fría (isohipsas e isotermas
cerradas en círculo), la cual en principio no tiene equivalente en superficie, aún
cuando acabe por reflejarse allí.
Aunque la gota fría siempre genera instabilidad y mal tiempo, hay grandes
variaciones de unas situaciones a otras. Las condiciones de peor tiempo y lluvias
más intensas se producen cuando la gota se ubica sobre una superficie muy
cálida (el gradiente térmico vertical es más acusado) y húmeda (con abundante
vapor de agua) y cuando, además, el flujo de viento en superficie implica el
arrastre de aire marino, muy húmedo, hacia relieves continentales, que ejercen
un efecto de disparo sobre el aire y lo fuerzan a iniciar el ascenso. Estas son las
condiciones que suelen registrarse en el otoño en la cuenca mediterránea y ello
es lo que convierte a las gotas frías en situaciones amenazantes en estas
condiciones espacio-temporales.
Fuente: Martín Vide, J. (1984): Interpretación de los mapas del tiempo, Barcelona,
Ketres.
El comentario de la situación sinóptica debe hacerse con los dos tipos de mapas y
sabiendo que, aunque suelen coincidir los fenómenos que se producen en ellos (porque
altura suele imponer su sello en superficie), en caso de duda o de discrepancia, siempre
debe predominar la interpretación que se deriva del mapa de altura. En consecuencia, el
comentario debe empezar con el análisis del mapa de altura, para identificar las áreas de
estabilidad o inestabilidad así como las grandes figuras isobáricas que en él se dibujen y
los trazados y caracteres que presente la corriente en chorro. A continuación puede
examinarse el mapa de superficie, describiendo –ya a la luz de lo visto en altura- los
anticiclones y depresiones, y las perturbaciones frontales que en él figuran. Para
terminar, se procedería a describir el tiempo resultante de la situación sinóptica
analizada, que sería siempre una deducción a partir del análisis conjunto de ambos
mapas, pero siempre con un peso mucho mayor de las interpretaciones derivadas del
mapa de altura. El cuadro 2 sintetiza los aspectos básicos a considerar en el examen de
los mapas de superficie y altura y el cuadro 3 las deducciones que pueden derivarse
sobre el tiempo a partir del análisis del mapa de superficie.
El mapa de 500 hPa. muestra a la corriente en chorro realizando una ondulación muy
profunda, que dibuja una cresta anticiclónica en el Atlántico, otra en el Mediterráneo
oriental y, entre ambas, una vaguada centrada en el golfo de Cádiz (ver figura 12). La
vaguada está ya tan desarrollada que en ella las isohipsas y las isotermas se cierran en
círculo, dibujando una depresión fría en las capas altas de la atmósfera, la cual podría
ya considerarse una gota fría. En el núcleo de la gota reina la isoterma de -20ºC, muy
inferior a la que existe a su alrededor. La corriente en chorro se está reconstituyendo por
encima de la bolsa de aire frío, y se encuentra sobre los paralelos 50º-55º en Europa
central. Una situación como ésta ya dibuja como áreas de estabilidad a las ocupadas por
las crestas y apunta la existencia de una zona muy inestable debajo de la vaguada de la
corriente en chorro.
Las depresiones que ocupan la franja norte del mapa han sido generadas por el paso de
las perturbaciones frontales que las acompañan, y se sitúan, además, bajo el área
depresionaria existente en altura al norte de la corriente en chorro. Son, pues,
depresiones espesas, lo que garantiza que no son de origen térmico (las cuales, al
generarse por el calor del suelo, sólo se desarrollan en superficie). De cualquier forma,
no son demasiado potentes, como se pone de manifiesto a través de sus valores de
presión no muy bajos (1008 hPa). Las perturbaciones que las acompañan (un total de
tres) no parecen ser tampoco demasiado activas, dado que las trayectorias seguidas por
el aire del sector cálido y del sector frío son muy similares, con componente del oeste en
ambos casos (Se escapa a esta norma la última de ellas, situada al noroeste del
Atlántico, en la cual el aire del sector cálido tiene una procedencia más meridional, ya
que viene desde el suroeste por el flanco norte del anticiclón, mientras que el aire del
sector frío tiene dirección noroeste). No obstante, las isobaras presionan empujando
perpendicularmente el aire sobre ellas a gran velocidad (observar lo apretado de las
isobaras en esta área) y, sin duda, originarán lluvias en la zona a su paso.
Una situación de este tipo se traducirá en una fuerte inestabilidad en la península, la cual
será tanto más intensa cuanto más al sureste de la misma. Efectivamente, en el sureste
tenemos el flanco delantero de la vaguada de la corriente en chorro, con divergencia y
temperaturas muy bajas en altura, siendo ahí también donde se sitúa el eje de la
depresión y de la curvatura ciclónica en superficie. Por otro lado, la depresión
superficial canaliza vientos del este-sureste hacia la península, los cuales, tras cargarse
de humedad en el Mediterráneo, interceptan las cadenas montañosas del levante español
e inician un ascenso del aire que continuará hasta las capas más altas de la atmósfera,
dada la inestabilidad reinante (no hay que olvidar que en otoño el Mediterráneo está
muy cálido en relación con la superficie continental). El resultado sería la aparición de
abundante nubosidad cumuliforme, con torres inmensas de cúmulo-nimbos y lluvias
muy intensas en todo el sureste español, que en muchos puntos rebasaron los 20 l/m2.
Las zonas septentrional y occidental de la región quedaron protegidas de la
inestabilidad por el anticiclón y no registraron lluvias.
Las temperaturas fueron inferiores a las normales para la época del año en virtud del
embolsamiento de aire frío en altura y de la dirección este del viento en toda la
península, que canalizaba aire polar continental directamente desde el continente
europeo. Fueron reseñables también los intensos vientos del este (del nordeste en
Canarias) como consecuencia del intenso gradiente barométrico reinante en superficie.
El mapa de 500 hPa muestra a la corriente en chorro muy desplazada hacia el norte
(paralelos 50º-55º), dibujando una cresta anticiclónica sobre todo el Atlántico y Europa
occidental, y una vaguada que desciende mucho en latitud sobre Europa central. Toda la
península Ibérica queda pues bajo la cresta anticiclónica y cálida (la isoterma -8º,
claramente identificativa del verano, cubre toda España) (ver figura 13).
Hay varias áreas depresionarias en el mapa. La primera de ellas se sitúa al norte del
mismo, en correspondencia con el paso de las perturbaciones del frente polar, que, a su
vez, viajan bajo el trazado de la corriente en chorro. Hay un total de cuatro
perturbaciones recorriendo el paralelo 50º de oeste a este, estando ya la primera de ellas
-sobre la península Escandinava- en fase de oclusión. También registra bajas presiones
toda la zona sureste del mapa, lo cual es atribuible a un doble origen; por un lado, la
depresión térmica que en esta época se sitúa sobre el continente africano (su carácter
térmico se observa muy bien porque en altura está sobremontada por la cresta
anticiclónica, siendo pues una depresión pelicular) y que se prolonga por el valle del
Guadalquivir hacia el interior de la península, y, por otro lado, la vaguada de la
corriente en chorro, que genera una depresión de 1008 hPa sobre el Mediterráneo
central.
Se trata de una típica situación de verano, con depresión térmica sobre Andalucía, pero
con estabilidad muy bien marcada desde las capas altas de la atmósfera, que determina
la aparición de días secos y soleados (la estabilidad y el anticiclón en altura impiden el
ascenso del aire superficial), con ausencia de nubosidad y con temperaturas muy
elevadas. Vientos suaves del nordeste recorren la mayor parte de la península y
Canarias (régimen de alisios) y sopla levante en el Estrecho, lo que propicia que las
temperaturas más elevadas se produzcan en el interior de Andalucía (en Sevilla y
Córdoba se superaron los 40ºC), manteniéndose la costa mediterránea mucho más fresca
por el trayecto marítimo que el aire recorre antes de llegar a ellas (en Málaga se
registraron 30ºC de máxima ese día). En realidad, fue uno de los pocos días típicos y
calurosos que nos brindó el verano de 2002, el cual fue, por lo demás, absolutamente
atípico en todos sus comportamientos.
Ambas razones son las que nos han empujado a presentar los tipos de tiempo o
situaciones sinópticas dominantes en la región a partir de una primera consideración
acerca del comportamiento del flujo circumpolar del oeste en las capas altas de la
atmósfera y a partir, también, de una diferenciación estacional, distinguiendo
básicamente los tipos de tiempo veraniegos de aquellos que se presentan en las restantes
estaciones del año.
Es un tipo de tiempo que se puede originar en todo el periodo comprendido entre mayo
y octubre, aunque especialmente frecuente en julio y agosto. Su duración es larga y
puede prolongarse durante más de una semana sin interrupción.
Figura 14. Los tipos de tiempo dominantes en Andalucía.
B. Depresión térmica superficial asociada a una ligera vaguada en el seno del alta
subtropical de las capas altas de la atmósfera (ver mapa del 4-7-74 en figura 14). En el
mapa correspondiente a este día la corriente en chorro continúa viajando por latitudes
muy elevadas, pero una pequeña vaguada con su correspondiente irrupción de aire más
frío se desplaza hasta latitudes próximas al paralelo 30º N. En el suelo una depresión de
origen térmico, que prolonga la depresión sahariana, se instala sobre el sur peninsular
introduciendo hacia Andalucía la masa de aire tropical continental con claro flujo de
levante. El calor es también intenso en la región con estas situaciones, si bien ahora el
intercambio vertical del aire es más fuerte por la existencia de la depresión superficial y
la menor estabilidad reinante en altura, lo cual contribuye a suavizar algo el rigor
térmico. Ello no impide la reducción de la visibilidad por calima y la invasión de polvo
sahariano. Cuando la vaguada de altura se instala convenientemente sobre la región
propiciando la superposición de aire frío sobre el aire cálido superficial, pueden llegar a
desencadenarse brotes convectivos y tormentas, que originan un importante descenso de
las temperaturas y proporcionan los escasos días de precipitación que pueden llegar a
producirse en el verano de nuestra región.
Durante el invierno –entendido lato sensu como el periodo comprendido entre octubre y
junio- las situaciones sinópticas son más variadas, lo que explica la mayor variabilidad
del tiempo en esta época. Estas variaciones están ligadas esencialmente al
comportamiento del flujo circumpolar del oeste, que puede revestir tres formas básicas:
circulación zonal, meridiana y celular.
Es un tipo de tiempo persistente (suele durar más de cinco días) y, aunque puede
producirse en cualquier mes del año, tiene su máxima frecuencia de diciembre a marzo.
Con mucha menos frecuencia el flujo circumpolar del oeste se centra en los paralelos
35º-40º, recorriendo entonces las perturbaciones del frente polar el conjunto de la
península de oeste a este (mapa del 12-12-78 en la figura 14). En su flanco meridional
afectan a Andalucía y pueden producir allí precipitaciones, acompañadas de
temperaturas suaves derivadas de la intervención sobre la región, también en este caso,
de masas de aire tropicales marítimas alternando con polares marítimas muy suavizadas
por su largo recorrido oceánico. La frecuencia de este tipo de tiempo no es muy elevada,
pero puede producirse entre diciembre y febrero, propiciando entonces la aparición de
sucesivos días lluviosos y muy suaves en términos térmicos.
El mapa del 27-2-75 (ver figura 14) presenta una situación en la que el flujo
circumpolar del oeste dibuja una cresta anticiclónica muy pronunciada sobre la
península, asociada a un importante transporte de calor desde las latitudes bajas hasta el
paralelo 60º. En superficie ello origina un anticiclón de bloqueo que ocupa toda Europa
y que canaliza hacia la península aire procedente del sur. En Andalucía oriental este
flujo arrastra aire tropical continental procedente de África; Andalucía occidental, por
su parte, es recorrida por un flujo de aire tropical marítimo que canaliza la depresión
atlántica generada en respuesta a la vaguada de la corriente en chorro. Como reflejo de
esta situación disimétrica el tiempo es seco y caluroso en la zona oriental de Andalucía
mientras que se muestra más húmedo o incluso con posibilidad de lluvias en la zona
occidental.
En el mapa del 20-12-73 la situación, por el contrario, dibuja una vaguada sobre la
península, con eje central en torno al golfo de Cádiz. Toda España, y particularmente el
suroeste, se ve sometida a una fuerte inestabilidad, que en superficie se traduce en
una profunda borrasca con centro en el paralelo 45º. Dos frentes fríos muy activos la
acompañan, barriendo la península de suroeste a nordeste. En su inicio esta borrasca
canaliza aire tropical marítimo procedente del suroeste hacia Andalucía y propicia
temperaturas relativamente suaves para la época del año, acompañadas de
precipitaciones intensas. Tras el paso de los frentes es el aire polar marítimo, con
recorrido norte-sur, el que se impone, determinando una bajada brusca de las
temperaturas. Toda la región se encuentra sometida a lluvias, que pueden llegar a ser
muy intensas en el golfo de Cádiz, especialmente en los enclaves montañosos más
occidentales, en los que el efecto de disparo ejercido por el relieve se une al mecanismo
termodinámico.
No suele ser un tipo de tiempo muy duradero (3-4 días) ni tampoco muy frecuente,
produciéndose sobre todo en invierno y comienzos de la primavera.
Se trata de tipos de tiempo cuya duración se establece en unos tres a cinco días y cuya
frecuencia no es desdeñable en ningún mes del año a excepción de la estación estival.
Cuando el índice de circulación se hace muy bajo y los meandros descritos por la
corriente en chorro se pronuncian mucho, llegan a formarse circulaciones celulares o
cerradas que forman en altura grandes anticiclones cálidos desplazados hacia latitudes
muy altas y depresiones de aire frío que se sitúan en las latitudes bajas. Lo acusado de
los meandros obliga al chorro a abandonar estas bolsas de aire cálido y frío,
reconstituyéndose en las latitudes más septentrionales. En estas circunstancias,
Andalucía, por su posición meridional, recibe la influencia de los embolsamientos de
aire frío en altura, que inmediatamente generan una fuerte inestabilidad atmosférica. En
estas condiciones tienden a formarse sobre la región los denominados “conjuntos
convectivos de mesoescala”, que no son sino desarrollos tormentosos multicelulares de
gran extensión (el radio suele ser superior a 100 kms.), normalmente con excentricidad
en su radio y con una duración que supera ampliamente la que caracteriza a las típicas
tormentas estivales. Estas formaciones nubosas, con una estructura bien organizada, se
generan a partir de la coalescencia de núcleos convectivos iniciales en un contexto de
abundante vapor de agua en la atmósfera y de fuerte inestabilidad, rasgos todos que
caracterizan a estos embolsamientos de aire frío en altura a los que estábamos
aludiendo.
Dos son los lugares preferentes para la instalación de estas depresiones frías: el golfo de
Cádiz y norte del archipiélago canario y el Mediterráneo occidental. El primer caso
aparece ejemplificado en el mapa del 5 de diciembre de 1975. En él una ondulación
muy marcada de la corriente en chorro abandona un anticiclón de bloqueo en el
Atlántico norte y un importante embolsamiento de aire frío entre Canarias y el golfo de
Cádiz. Las isohipsas cerradas en círculo en torno a la depresión y la bajísima
temperatura del aire en su seno configuran a esta baja como una gota fría, diagnóstico
que se confirma al comprobar el escaso reflejo que esta baja adquiere en superficie. En
efecto, en el mapa de superficie una baja presión relativa de 1012 hPa se sitúa por
debajo de la gota. La presión apenas difiere de la presión normal, pero se ha generado
una bien marcada curvatura ciclónica en el área meridional de la península que,
asociada a la baja de altura, desencadenará una importante inestabilidad, con aparición
de lluvias generalizadas en Andalucía y especialmente en el entorno del estrecho de
Gibraltar.
Todos estos tipos que genéricamente hemos atribuido a la estación invernal pueden
producirse en cualquiera de los meses comprendidos entre octubre y junio. Hay que
destacar, sin embargo, que los asociados a las circulaciones meridianas y celulares
adquieren una importancia especial en las interestaciones, en las cuales se produce el
reajuste entre las circulaciones invernal y estival de la corriente en chorro y de todos los
centros de acción que la acompañan. Estos reajustes implican la continua formación de
meandros en el flujo circumpolar del oeste, con crestas y vaguadas sucediéndose sobre
el territorio andaluz. Como consecuencia de ello el tiempo suele ser más variable que en
el corazón del invierno o el verano, y los tipos de tiempo suelen ser también menos
persistentes. Por otro lado, no es infrecuente que se alternen primaveras u otoños que
prolongan la estación que los precede (los otoños secos que prolongan las situaciones
típicas del verano no son extraños a la región, por ejemplo) con otros que adelantan la
estación que les sucede (sería el caso de los otoños en los que las lluvias se instalan
precozmente, ya desde los inicio o mediados del mes de septiembre).
En un intento de síntesis de las situaciones que caracterizan a cada estación del año,
podríamos describir el verano como la estación de claro predominio de las situaciones
anticiclónicas, con sólo pequeñas depresiones térmicas muy débiles y sin apenas reflejo
en el tiempo experimentado, y como la época de mayor duración de los tipos de tiempo,
los cuales pueden llegar a prolongarse hasta dos o tres semanas ininterrumpidamente.
En invierno los tipos ciclónicos y anticiclónicos presentan frecuencias similares, en
torno al 50% en cada caso, y ambos adquieren una fuerte intensidad y una duración
prolongada. La primavera registra un predominio de las situaciones ciclónicas, que
serán además bastante duraderas en relación con la fugacidad de las situaciones
anticiclónicas. El tiempo presenta además una máxima variabilidad, con tipos ciclónicos
poco intensos alternando con otros más intensos y con tipos anticiclónicos. Por último,
el otoño constituye una época de transición al invierno y en esa medida podría ser
dividida en dos partes bien diferenciadas: el mes de septiembre y comienzos de octubre,
que tendería a prolongar las características estivales, y la segunda parte de octubre y el
mes de noviembre, que se asimilarían ya al funcionamiento propio del invierno. En esta
estación hay que destacar, además, la aparición frecuente de paroxismos pluviométricos
asociados a la presencia de gotas frías, muy activas en esta época del año como
consecuencia de las altas temperaturas que entonces se alcanzan en el Mediterráneo.
Estas elevadas temperaturas propician gradientes térmicos verticales muy inestables y
un trasvase importante hacia la atmósfera de vapor de agua y de calor latente, todo lo
cual favorece el desarrollo de esas precipitaciones tan intensas.
BIBLIOGRAFÍA.
CLIMATOLOGÍA GENERAL.
CLIMATOLOGÍA DE ESPAÑA.
CLIMATOLOGÍA DE ANDALUCÍA.
DICCIONARIOS.
1. Las básicas.