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PERCANCES
Cristina Wargon
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A mis padres y a mis hermanos Guigui y Jorge
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Índice
DE MUJERES, VARONES Y OTROS PERCANCES
CAPITULO I: MUJERES
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24. Consejos prácticos para señoras cornudas
25. Todo se arregla en la cama… ¿En la cama de quién?
26. Y como éramos pocos… los analizandos
CONTRATAPA
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Palabras de la autora para esta edición
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CAPITULO I: MUJERES
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“Mujer”: animal que suele vivir en la vecindad del hombre
Ambrose Bierce
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No siempre, no siempre, no siempre, no siem…
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1. Educación Sexual, esa ilustre
pavada
El mundo se dividía entonces entre los chicos que no sabían, los que sí
sabían y los adultos que, además de saber, lo “hacían”. En esta particular
distribución de clases, la única modificación posible era el ascenso de esa
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segunda B del desconocimiento total, a nuestra primera B de conocimiento
sin práctica. Pero el mundo de los adultos estaba aislado por una muralla,
tan infranqueable para nosotros como para ellos.
Padres en apuros
Pruebas al canto. Nos dijeron, por ejemplo, que a los niñitos hay que
contestarles a medida que preguntan, y nos informaron que lo primero que
suele preguntar una criatura es de dónde provienen los bebés. Para ese
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tema en particular se nos proporcionó el verso de la semillita, la plantita, el
papá y la mamá.
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Los recreos, ‘bendita sea!, siguen siendo el mismo frenético centro de
informaciones delirantes; la menstruación, una categoría social entre las
adolescentes; y el sexo de los padres, un tabú donde se mezclan la
fascinación, la sorpresa y una desaprobación teñida de disgusto.
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2. ¿Y del orgasmo, cómo andamos?
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embargo, aquí estamos!). Anotemos, entonces, la consiguiente injusticia: a
la hora de quedar embarazadas, a la madre Naturaleza le da igual que una
disimule un bostezo o deje a la ninfa de El cartero llama dos veces hecha
un frígido espárrago. En las mujeres lo único indispensable parece ser un
trajinar de ovarios, óvulos y fechas, tareas que pueden calificarse de
cualquier cosa menos de excelsas. En la economía divina nuestro orgasmo
pertenece a los lujos, y es al ñudo… ¡Lo suntuario jamás ha sido
obligatorio!
Del sombrío panorama esbozado pareciera surgir que para los hombres
todo es soplar y hacer botellas, mientras las mujeres muchas veces
resoplan al cohete no más. Sin embargo, de acuerdo con la ley de
compensaciones, la delicada situación femenina posee sus ventajas.
Ninguna mujer medianamente gentil tiene por qué desairar al varón
aunque esté desganada; mientras los pobres hombres, o tienen ganas o
pasan un papelón de novela: la falta de entusiasmo se les nota “de entrada”
y en tales circunstancias, como se comprenderá, la salida es una vía de
escape imposible.
Esta situación tiene un fatal agravante en ellos pues los fracasos, a falta de
otra cosa, les paran los pelos de punta. Tal vez por la bendita formación
latina, así como suelen depositar su honra entre las piernas de sus mujeres,
miden su hombría por el comportamiento de un órgano tan endeble,
estirable y caprichoso como el que les contaba.
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Cosa de varones, diría mi vieja, pero al menos en el tema las mujeres
estamos a resguardo. Para decirlo derecho viejo, no se nota, bah, y en caso
de emergencia siempre flamea el lema “lo que natura non da, cualquier
teleteatro te enseña”; y en eso, las mujeres son maestras. Nadie puede
superar a una dama en el arcaico show intitulado: “Refuerce el ego de un
varón, finja su orgasmo”. Tal como decía una amiga mía: “Una se
despeina un poco pero ellos quedan tan contentos”…
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Mejorar el nivel literario sólo lleva a ahondar los desconciertos; es para
llorar a gritos leer una vez más cómo el maestro de los maestros, Henry
Miller, vuelve a narrar en uno de los “Trópicos”, los “ardientes chorros”
que lanzaba la dama. Por el lado de la literatura, queda en claro, no hay la
más mínima esperanza de dilucidar el tema. Después de todo, ha sido
hecha siempre por varones; y los pobres, como ya se ha explicado, sobre
que no entienden nada, compran buzones a lo loco.
A no desesperar, ¡y a intentarlo!
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3. Cama a Cama, Verso a Verso
Lo primero que nos enseñan las viejas, a niñitas cándidas y primorosas tal
cual alguna vez fuimos todas, es que a los varones no hay que contarles
nada. Nada de “eso”, se entiende. Porque los caballeros, desde San José
hasta hoy, siempre las prefieren vírgenes.
Pero claro, los tiempos han cambiado y por ende las mujeres han tenido
que sutilizar las técnicas. Es absolutamente improcedente, a esta altura del
partido, el cuento del sapo que se convirtió en príncipe en nuestro lecho o
argumentar que el virgo fue perdido por la llama de la ciencia infusa. Los
tiempos han cambiado, repito, pero los hombres no. Todos y cada uno de
ustedes, graciosos borricos lectores, aun los que sacáis pecho y barba de
intelectuales, darían cualquier cosa por haber sido el primero, y
sencillamente no os bancáis los anteriores ni os consuela la vieja sabiduría
femenina de que, con suerte, tal vez os toque ser el último.
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El juego de la verdad
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sombrío porvenir de besos envenenados o miradas de odio a granel. No
todo el tiempo, of course, pero entren en una tremolina y verán cómo, así
pasen los siglos, el reproche seguirá indemne. Es que, curiosamente y
como ha sido probado, a los hombres latinos les interesa más lo que
ocurrió en las entrepiernas de sus mujeres que lo que sucede entre las
suyas propias.
Para más datos, aconsejo recordar a Sartre, quien, aun siendo filósofo,
francés y tuerto, para mí que escribió La náusea por los otros amores de
Simone de Beauvoir.
Pues bien; según vamos viendo, eso de contar es pecado capital para una
mujer, sin embargo, como los varones no son del todo lelos, es
conveniente y necesario macanearles con estilo. Ninguna mujer inteligente
podrá negar que alguna vez jugó al doctor, pero, ¿qué tal si hacemos la
gambeta y les contamos que fue a la mancha? Si el hombre a “versear” es
algo vivaracho y sabe, junto con Neruda, que hay una hora de la siesta en
que “los primos juegan extrañamente con sus primas”, tal vez haya que
contarles que, efectivamente, jugamos al doctor, pero ¡por favor!,
muchachas, insistan, juren, perjuren que lo hicieron con un vecinito de
cuyo nombre no pueden acordarse y además, seguro que se murió de peste
bubónica.
Resguarden por siempre jamás el nombre del primo de marras, con el cual
el susodicho pueda llegar a encontrarse alguna vez. Es realmente
deplorable la cara del enamorado enfrentado a ese pariente político, aun a
treinta años de acontecido el hecho. Dejemos que el vecinito cargue con la
culpa y esperemos que nuestros primos “en serio” se comporten con igual
dignidad (ahora que lo pienso bien, es una suerte que la mitad de los míos
vivan en Suecia).
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Pasando a la adolescencia propiamente dicha, la versión más correcta es
“estuve saliendo”, “me gustaba un chico”…, pero, ¡oh bendiciones de la
amnesia!, el nombre se borra tras las brumas. Total, el zaguán es mudo y
aquel baldío hasta ha sido edificado. De ese sector de nuestras vidas,
entonces, pueden contarse algunos besos y el modo en que “él” quería y
nosotras nos resistimos siempre. Es conveniente remarcar que la vieja nos
vigilaba mucho y no hay para que abundar más en detalles.
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4. Cuando nos dejan
Señales y técnicas
Para que una colgada de galleta no nos agarre con la guardia baja, tenemos
que estar atentas a las conductas sutiles. El amor, o lo que sea que nos una
a un sujeto, no se corta de golpe como la luz. Tiene más bien un agónico
final, tipo agua que se va achicando en la canilla. De a poquito, ese mozo o
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señor que se apronta para tomarse el buque comienza a manifestar
extraños esplines. Simultáneamente, le brotan actividades en lugares a los
que no tenemos acceso.
Reincidencias y postergaciones
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Si a usted ya le ha tocado pasar por la experiencia, no tiene ninguna culpa.
Atribúyala a nuestro buen corazón femenino y al vil corazón masculino. O,
mejor, atribúyaselo al horóscopo y será más justa. Pero si bien una vez le
pasa a cualquiera, con dos se entra en la categoría de “paspada”.
Lamentablemente, las damas solemos inscribirnos en esta categoría con la
mayor facilidad. En nombre del “te llamo” una se pierde películas, salidas
con amigas piolas, conciertos, fiestas, funciones teatrales. Estaciones
enteras pueden pasar frente a nuestra ventana, impíamente clausurada por
la espera.
Para agravarlo todo, cuando ellos se dan cuenta de esta tilinguearía se les
hace “el campo orégano” (termino de mi abuela). De inmediato nos ubican
como “rueda de auxilio”: allí estamos, siempre listas como los boy-scout,
“sirviendo” como el Club de Leones, perseverantes como la Cruz Roja.
Cómodas, afables, tiernas, disponibles… Repugnantes, bah.
Lamento comunicarlo, pero a esa altura del partido la culpa es sólo de las
mujeres. La galleta “ya ha sido colgada”, sólo nuestra resistencia consigue
transformarla en un largo chicle de angustia, en un permanente “no ver”,
no querer, no creer. Y súmele usted los verbos y adjetivos que crea
menester. Lisa y llanamente hemos pasado a ser un producto congelado
que el señor ha colocado en alguna estantería de su freezer-corazón,
esperando usarlo cuando escasee material fresco. Si a alguien le gusta esa
ubicación, allá ella. Hasta conozco mujeres que adoran los zapatos dos
números más chicos.
Por ejemplo, sólo hay una cosa que los fastidie más que una mujer que ya
no quieren: que otro varón las quiera. Aunque evidentemente en la partida
a usted le ha tocado jugar con las negras, hágase la daltónica y al primer
bostezo anticipe la jugada. Invierta la maquinaria infernal y dígales
“hablame mañana”. Ese día enciérrese en el baño y depile el cepillo de
dientes manejando la pinza con los dedos de los pies (tarea absorbente
como pocas, que le evitará el correr al teléfono al primer timbrazo). No es
que a él le importe demasiado. Ni siquiera, en verdad, le importará algo.
Sin embargo, siempre es fulero quedarse con el tubo en la mano. Al día
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siguiente, si se piden explicaciones, póngase enigmática (ni se le ocurra
contarle cuántos pelos tiene el cepillo). Tal vez –sólo tal vez– conseguirá
estirar la colgada de galleta un tiempito más. Ahora, si es usted
verdaderamente corajuda, gánele de mano. En cuanto la huela, cuélguesela
usted. Si pertenece a esa clase de mujeres, le hago llegar por la presente el
más profundo de mis respetos.
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5. La “Otra”
Por lo pronto, un tipo de treinta y cinco para arriba que aún siga soltero es
señal que ha sido probado y descartado por una buena hueste de señoritas.
En síntesis, un clavo redomado.
Henos aquí, entonces, con una horda de damas que siempre soñaron con su
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ramito de azahar y su maridito en la almohada. Solas, desdichadamente
Solas. En medio de un panorama tan baldío, ¿cuál será el pancután para
tanta desdichada soledad?… ¡Pues los hombres casados! Sólo así, por este
alevoso desabastecimiento de varones, es que una mujer acepta ser la Otra.
Allí comienza la vieja historia y, reconozcamos, no es una buena forma de
empezar. Sin embargo, tomado con aspirina, humor y desparpajo, si usted
es la Otra, no lo viva como una catástrofe, siempre y cuando no se deje
estafar y tenga muy en claro los siguientes derechos y obligaciones de las
partes.
Obligaciones
b) Siempre y sin excepción debe estar ganosa para hacer el amor, sin
recurrir a tretas bastardas como dolores de muelas o “períodos” de ningún
tipo.
e) Debe aguantar a pie firme las vacaciones que él pasa con su señora, los
cumpleaños que él pasa con su señora, las Navidades que él pasa con su
señora y el lecho que, él jura, ya no comparte con su señora (versión esta
última, sólo creíble por las zopencas).
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Por su parte, toda Otra está en su legítimo derecho de:
c) Salir a tomar café y/o cenar con quien quiera y regresar a la hora que se
le dé la gana.
e) Tener amigos varones de esos que nos aguantan la vela y nunca pasa
nada.
Sin embargo, tal vez porque la naturaleza humana es muy extraña, a veces,
en algún lugar del camino, se entrecruza Mefisto y esta aceptable división
del trabajo se transforma en un infierno. Adviene un ataque, en fin, que
provisoriamente podríamos llamar:
Un buen día, esa valiente y generosa Otra, esa amable y risueña muchacha
independiente, sufre un cortocircuito cerebral y comienza a desear que él
conozca a sus amigas. Por supuesto, él, invasor como Atila –que también
era hombre–, procederá en el acto a dividirlas entre las reventadas-
prohibidas y las decentes-aceptables. El porqué una mujer libre y pensante
decide otorgarle a un hombre ajeno ese oprobioso derecho es un misterio
que esconde el alma femenina, pero forma parte del famoso síndrome. Más
aún, ella desea con toda el alma que él le prohíba el trato con esos amigos
varones que se mantienen siempre “por si las moscas”. Además, daría la
vida por pasar unas vacaciones juntos, qué va, una sola noche en la misma
cama. Pero vamos aún más allá: la Otra comienza a manifestar una
urticaria violenta a los hoteles-alojamiento. Le fastidian los mozos, odia la
entrada y salida, tiene asco a las sábanas y encuentra que el plástico que
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protege el colchón le hace acordar a las camas de terapia intensiva.
Digamos que pierde ganas de hacer el amor; y como es notorio, si no se
tienen ganas de hacer el amor con el amante, algo raro está ocurriendo…
¡el síndrome!
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En cuanto a los derechos, es cierto que hay algo de romántico en no lavar
la ropa de un hombre; pero al fin y al cabo –piensa la Otra–, “¿qué me
cuesta poner todo en la máquina junto con mi ropa? ¿Para qué me sirve
salir con quien quiera, si siempre termino con Fulanita, que me contará
sistemáticamente cuán bien o mal le va en sus romances?” En cuanto a los
amigos masculinos, en verdad son un fraude. De última, una no tiene ni
cinco de ganas de irse a la cama con ellos; y a la larga alguno de los dos se
aburre de esta ficción no consumada que es tal amistad.
“¿De qué me valen las graciosas vacaciones de las que puedo disponer si
me las paso pensando en vos y en lo regio que lo estás pasando con esa
bruja?”
¡Atenti, muchachas!
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6. Cómo largar a un plomo
Pero haga el intento una mujer, por los mismos motivos, y se verá metida
en una batahola tal, que el Líbano es un oasis. Los abandonados (que
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durante el matrimonio han sido padres indiferentes) librarán por sus hijos
un combate de infierno. Los dos pesos por mes se transformarán en
munición pesada (pesada de arrancarles) y hasta estarán dispuestos a
despojarnos del inodoro y dejarnos el bidé, en la famosa separación de
bienes. Estos alcornoques con anillitos son difíciles de largar, se aferran
cual garrapatas lloriconas. Pero no está todo perdido. Anote, por favor.
Si usted, estimada amiga, quiere plantar a su media tortura por otra cosa
sensiblemente mejor, deje la verdad a un lado. Más aún, sepúltela en el
cofre de sus secretos más íntimos. ¡Jamás, jamás acepte que lo planta por
otro! Rece, entonces, para que su marido tenga alguna tara visible, a saber:
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–sin afán de quebrar ninguna de sus ilusiones–, a la larga todo hombre
termina haciendo el mismo tipo de chanchadas. Supongo que con nosotras
pasa igual, de modo que no los culpo. Me inclino a sospechar que el
matrimonio como institución tiende a desbarrancarse hacia cualquier
aberración. En caso de insistir en su decisión, no se arredre: sencillamente,
mienta.
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d) Siento un irrefrenable deseo de apuñalarte mientras dormís.
Junto con los amaneceres, los poemas de Borges y el pucho después del
café, los amantes han sido inventados para traer un poco de luz, magia y
entusiasmo a nuestras pálidas vidas. Mientras duran son de lujo, pero
cuando por un motivo u otro entran a ponerse pesados, su signo se revierte.
Son un atardecer con lluvia, un cursi poema y un pucho húmedo mal
apagado.
La fórmula infalible
Para que se entienda su mortífera eficacia hay que precisar más el perfil de
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un amante tipo. Este delicioso ser nos ama lo suficiente como para
tenernos, con el cutis reluciente y el alma llena de mariposas sin
bombachas, pero… sus funciones y “compromisos” llegan exactamente
hasta allí (que no es poco). “Es obvio que un amante no desea ser ni
nuestro esposo ni nuestro concubino. Sólo lo que es, y no es poco. Se le
agradece igual. Por todo esto, cuando una dama desea plantarlo no tiene
más que inventarle una obligación y lo verá huir más rápido que el virrey
Sobremonte.
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7. La Gimnasia a los cuarenta
Quedaría por aclarar que los cuarenta inauguran una cierta neurastenia o
bien agudizan la que hemos amasado durante esas décadas. Lo cierto es
que cuando emprendemos un nuevo proyecto, ya no lo hacemos con la
alegre irresponsabilidad de los quince. Nos ponemos meticulosas,
insidiosas; rompemos, bah.
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Hay gimnasios mixtos donde señores y damas revuelcan alegremente sus
redondeces.
Hay gimnasios con máquinas que, vistas desde afuera, tienen una
alarmante semejanza con potros de tortura medieval. No, gracias.
Radiografía de la histeria
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buscan? Endurecer aún más sus colas de fierro, levantar otro poco sus
teticas que ya apuntan al cielo raso y tal vez ser, por un instante, como la
modelo de tevé que, al salir del gimnasio se encuentra con su más reciente
galán en un coche súper sport y se pierden, presumiblemente rumbo a una
dorada playa de Hawaii, mientras prenden un pucho ultra light sin
nicotina, que garantiza un cáncer de seda natural.
–Yo me los voy a tomar antes. Hoy tengo reunión de padres y ya sé lo que
me van a decir de Juan Manuel…
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En fin: no encuentro palabras para expresar mi dicha.
Tengo cien arrugas más por el esfuerzo, morfo cual biafrano después de
una seca. Mis rollos relucen dos talles más de los iniciales.
Odio a todas las chicas con cola parada; he desarrollado aún más mi
paranoia con las madres. Sueño cada noche que guillotino a la profesora…
¿Cómo me explico?… sólo me falta el joven que me espere en su auto
súper sport a la salida y… apenas si me sobran dos décadas de vida… Pero
de algo estoy absolutamente segura: si un día de éstos me muero en medio
de un abdominal, me iré al sereno paraíso de los gordos a comer masitas.
Un eterno diálogo con Balzac me parece premio suficiente.
El que les dije, con la mayor sorna insinuó: “¿Por qué no intentás caminar
tres cuadras por día?”.
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El susodicho se llamó a silencio, confiando en la segunda línea de
atacantes.
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8. ¿Por qué engañan las mujeres?
Usted, que durante los primeros tiempos del matrimonio lucía siempre
primoroso, aproveche los sábados y domingos para no afeitarse. Olvídese
de la colonia y tenga mal aliento. Sobre todo, mal aliento. En el mismo
rubro, córtese las uñas de los pies dejando los restos dentro de la sopa. No
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vaya al baño por una necesidad menor: hágase el disimulado o festeje
abiertamente la magnitud de sus inmundicias.
Es probable que algún varón, al leer tal recuento, haya suspirado con
alivio, pensando: “ja, yo no hago nada de eso”. ¡Sofrenad vuestras
esperanzas! ¡Marchitad vuestra ilusión! Hay tantas clases de cuernos como
cornudos hay en el mundo. Y como en este valle de engaños todos los
hombres lo son (menos mi viejo y mi esposo), aún nos falta analizar las
variantes más sutiles. Puede usted, por ejemplo, ser un señor formal,
higiénico, considerado y tierno. Puede ser un amante latino o un asténico
erótico, lampiño o barbudo, peludo o pelado. En fin, puede ser usted
cualquier cosa; pero si es marido, dese por muerto: es usted un condenado.
No se esfuerce ni se aflija, sólo atienda: supongamos por un instante lo
mejor, que es usted un marido tirando a perfecto. ¡Dios lo salve! ¿Sabe la
clase de aburrimiento existencial que dan las buenas maneras? ¿Adivina el
bostezo infinito que puede producir un hombre “siempre” considerado?
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Quizás esté pensando, entonces, que la otra alternativa, el “bestia look”, es
mejor. Tal vez crea usted que es cierto el poema de Sylvia Plath “Cada
mujer adora a un fascista/ la bota en el rostro, el bruto, bruto corazón de un
bruto como tú”. Lejos de mi intención iniciar polémica con una poetisa,
pero aunque fuera cierto que las mujeres adoramos a un fascista, ni el
poema ni la vida aseguran que sea “para siempre”. Digamos que no hay
garantías de que no se cruce otro fascista con botas más lustrosas o un
“hippie” pacifista o cualquier cosa. Porque en algún momento de esa
plúmbea institución que es el matrimonio, ¡las damas se aburren! Y hemos
llegado aquí al carozo de la cuestión: el profundo, insoportable tedio que
produce un hombre con el correr de los años.
No es culpa vuestra, cariñosos maridos de este mundo, que la vida que les
toca vivir y que nos cuentan cuando vuelven a casa sea tan apasionante
como leer la guía. Tampoco es un crimen tener las mismas manías, el
mismo modo de hacer el amor o, lo que es más terrible, hacer los mismos
chistes, década tras década.
Pero de este modo llega el día (que sólo la Bullrich ubica en el mañana) en
que una mujer dice: ¡basta! Por supuesto, no es un basta con bombos y
platillos, no es un basta de divorcio (ningún juez, por lo demás,
conservaría una buena causal que un marido se hurgue los dientes en la
mesa o nos aburra hasta el calambre). No se trata, entonces, de divorciarse,
sino de divertirse: encontrar alguien que nos baje las bombachitas y nos
levante el ánimo. Cuernos, bah.
Indicios infalibles
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concretos. Podrá observarse que de la noche a la mañana brotan en la
cabeza de ella rulos, platinados o “brushing”. Generalmente, el cambio de
peinado trae aparejado un cambio de maquillaje; y el cambio de
maquillaje, un cambio de pilchas. A esta altura, el vecindario sabe que la
dama en cuestión está intentando parecer más joven y más linda y todos se
cruzan malévolas apuestas sobre quién será “él”. Todos menos el propio
marido, quien –reitero– sólo le prestaría atención si ella se sentara en la
mitad del living, se rociara con querosene y se prendiera fuego.
Dentro del mismo rubro es de apreciar los milagros que ocurren con la
ropa interior. Se renuevan bombachas y “soutiens”, se cambian los gruesos
y abrigados cancán por medias finitas y hasta con ligas; pero
sospechosamente… el viejo y a-afrodisíaco camisón de cada noche es
siempre el mismo.
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Bomberos voluntarios
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presencia de un bombero en la casa, sobre todo si el incendio no es visible.
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9. Los amantes que sueñan con vivir
juntos
Dormir juntos
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los del colegio, no llama al recreo sino que marca su fin…
Despertar juntos
He aquí otro viejo sueño de los amantes, a quienes el amor vuelve un poco
más idiotas de lo que suelen ser antes de entrar en estado de catástrofe.
Tal vez imaginen esos despertares televisivos donde ella, a las ocho de la
mañana, luce como una diosa etrusca, mientras él es la réplica fragante de
Robert Redford.
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Ambos sonríen como si el levantarse fuera la forma más refinada del
éxtasis. Se hacen arrumacos y se untan tostaditas con un producto que sin
duda contiene “Felicidol Concentrado”, pues luego de probarlas, se
desparraman aún con más placer. Entre gorjeos, nos dejan la sensación de
que empezarán el día a puro trino.
En general las mujeres nos despertamos con la cara lavada, lo que linda
con un atentado a la ecología. Cabe también que ella no se saque la
pintura, lo que puede multiplicar el horror. Las sugestivas sombras de la
noche se habrán transformado en lagañas, y el rimmel corrido dejará unas
ojeras que escandalizarían al conde de Transilvania.
A él, huelga decirlo, le habrá crecido esa barba que se parece a la mugre y
que le queda mal hasta a Mickey Rourke.
En fin. Con mucha suerte se despedirán con un beso tirado al aire que
aterrizará sobre la heladera. En síntesis, que si hay alguna hora propicia
para el amor, no es precisamente el despertar.
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¿Qué amantes no han soñado también con poder ir a los cines juntos?
Después de todo, ya se han confesado que adoran las mismas películas,
que Almodóvar los fascina, que Kurosawa los estremece y que cuando el
viejo Humphrey repite desde la inmortalidad “Play it again, Sam”, ambos
deben contener las lágrimas. ¿No sería, acaso, maravilloso compartir eso?
Una vez más hago oír mi voz de alerta. ¿Cómo saber, por ejemplo, que él
no tiene la costumbre de hablar mientras pasan la película? Ese tipo de
renacuajo que acota, por ejemplo: “Pero, ¿este no trabajó en Calles
peligrosas?…” o a quien le dan ataques de cultura por la mitad del camino
y cuenta la biografía del director, incluida la nómina de todos sus amores.
¡No insistan, por caridad!! ¡Dios los entienda, los ampare… y no les dé
bola!
Saben también que el mundo es hostil para con ellos. Que la gente tiene,
en general, poca simpatía por el amor (como dijera Roland Barthes: el
amor se ha vuelto una palabra obscena). El prójimo tolera a los demás
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matrimonios y, a lo sumo, extiende esa aceptación a las parejas transitorias
siempre y cuando no tengan la desvergüenza de ser felices. Pero si algo
odian, con un odio amasado en la quietud de sus vidas de zoquetes grises y
bombachas sin sex-appeal, son precisamente a estos amantes cruzados.
¡Para ellos, el fuego eterno de la calumnia y todas las llamas del Averno!
(Que queman menos que las malas lenguas). Peor aún, hasta les desean la
vida que ellos mismos llevan: ese círculo que ni el Dante pudo imaginar,
donde se refugian los temerosos de corazón y los avaros de la alegría.
Todo esto saben los amantes, y sufren, además, otras persecutas: que una
vecina desconocida los delate; que la mejor amiga de ella, un día, en un
pire inexplicable le hable a la esposa de él y cuente todo: o que el mejor
amigo de él, con otro pire un poco más entendible, se tire un lance con la
bienamada (y para colmo… el guanaco es soltero).
Todo esto los hace desear la paz, sin saber que se están deseando la
muerte. Porque cuando puedan andar del brazo mientras los saludan “los
vecinos, los amigos y el alcalde”, ese día la magia hará sus valijas y les
dirá adiós para siempre. Como queda en claro, mi corazón está con ellos.
Sólo que si va ser con el marido de una, primero avisen. Gracias.
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CAPITULO II: VARONES
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“Tres cosas me son difíciles de entender,
55
¡¿Sólo en la mocedad?!
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10. El hombre celoso
El mundo de los varones se divide claramente en dos: los celosos y los que
dicen que no lo son. Los primeros resultan más molestos que la urticaria,
y los segundos, más peligrosos que una yarará en el corpiño. Ambos se
unen en una común falta de olfato y poseen un singular sentido del
sinsentido. Administran una memoria capciosa y son obsesos de lo
imposible y paladines de lo inevitable. Ninguno de ellos se da por
enterado de aquel viejo refrán: “no hay fortaleza más difícil de cuidar que
una mujer que no quiere ser cuidada”. ¡La pucha si embroman!…, pero
en otro formato no vienen.
Un varón así, como ya hemos dicho, tiene las antenas atrofiadas por sus
propias fantasías. Es una fija, por ejemplo, que en una reunión en algún
momento, estallarán por lo bajo: “¡Así que te gusta Perengano!”.
Almas buenas como tienen, las mujeres tenderán a replicar con franqueza
que el susodicho les parece un feto, y que es Zutanito el que está para el
mordisco. ¡Alto con los suicidios ad honorem! Y aquí va la segunda regla
de oro: jamás hay que aceptar que alguien está apetecible (salvo él). Más
aún, habrá que enfatizar lo jorobado, chueco, amarrete y fascista que es el
señor. Y si resulta necesario para calmar la bestia, hay que subrayar que
seguro tiene mal aliento, pediculosis, tiña y hasta clavado que no se
cambia las medias.
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implacable de los silencios y demostrar que todos los demás nos repugnan
hasta la náusea. Créase o no, los celosos disfrutan estos argumentos para
subnormales.
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extraño entonces que cace un zapato y se regocije cual si fuera una
suculenta perdiz.
Es obvio que ella no lo juna ni por las tapas y como relojea que su
compañero va adquiriendo ese morado escándalo que presagia tormenta,
con su más tajante cara de “rajate”, contesta:
–NO.
–No me acuerdo –insiste ella con una mala educación a prueba de sismos.
–Ah –medita el pelma. –Tal vez porque yo laburaba en otro local y en otro
turno (se recupera) pero igual te veía pasar al mediodía…
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contado…”
Cabe aquí una didáctica aclaración para los celosos que puedan leer esto:
los íntimos amigos jamás se acercan a saludar a los gritos, sobre todo si
han sido “íntimos”. Si queréis desconfiar, poned los ojos en los que,
precisamente, ni siquiera dicen “buenos días”. “Esos”, puede ser. Pero
claro, como la mitad de la humanidad, estadísticamente, no saluda a la otra
mitad, es difícil distinguir cuáles son y cuáles no. Ahí ya no puedo
ayudarlos.
El efecto rebote
Según se sabe, los celos nacen de una herida narcisista; y eso, sea lo que
fuere, por lo pronto suena a que duele mucho.
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cuestión se inicia con una mirada. Un réquiem para el celoso ¡y pensar que
fue él mismo quien levantó la perdiz!
Según se lo mire, son más cómodos que los anteriores, pero también
mucho más exasperantes; personalmente los prefiero con el “look pasta
asciuta”, bien latinos.
Quedan aún por considerar los hombres que dicen que no son celosos y
que realmente no lo son. De esos: “Salí vos, total no importa” (y no les
importa); o: “Volvé cuando quieras que no hay rollo” (y no hay rollo, ¡que
los parió!). Lamento decirles, muchachas, que cuando eso ocurre, ese
hombre no es su hombre. El muy ladino seguro que arma sus escándalos
en otro lado.
Queda flotando una pregunta final: ¿es que acaso no les ocurre lo mismo a
las mujeres? Pero, ¿qué mejor que dejarle la palabra a un varón?
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11. Los hombres y el divorcio
Eso de que los hombres son muy machos es cuestión para discutir; pero al
menos en el capítulo “divorcio” los varones son unos gallinas
repugnantes. Con el debido perdón de las gallinas. Es que, de mamá en
adelante, los zopencos no quieren largar ninguna teta. A lo sumo, les
encanta amontonarlas con alegre impunidad. Así, cuando la vida los
entrampa en una situación de ruptura, lloriquean sin el menor rubor.
¡Puaj!!
¡Ay varones!
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Una los ama así, tal cual creemos que son: peluditos, parados en el hilo,
valientes cazadores de dinosaurios, arrojados, temerarios y simpaticones.
Una los ama así y ojalá nunca tenga que verlos en calzoncillos. En
calzoncillos emocionales, se entiende. Porque, quitado el disfraz,
descubrimos que los peludos son bebés lampiños, que los parados en el
hilo reptan como gusanitos, que los valientes cazadores huyen frente a un
jején y los arrojados, temerarios y simpaticones se parecen de un modo
lamentable a los guerreros que protagonizaba Sordi.
Que fue de aquellos señores que, como reza el viejo dicho: “si la forza y el
coragio va bene, avanzan con el…” Dejémoslo allí, para no incurrir en
groserías y porque el asunto que nos convoca no es el avance, sino, por el
contrario, el vergonzoso retroceso de los hombres frente al divorcio. Los
invito a acompañarme por el deplorable laberinto de un homo sapiens en
ese aprieto.
En la trampa
Sin embargo, suele ocurrir que este simple desliz fisiológico anche
emotivo se les complique de un modo infernal, y una buena mañana
descubran que en realidad aman el desliz y ya no soportan a la señora que
los espera en casa. Estos descubrimientos nunca son unilaterales. Casi con
seguridad, la partenaire del infiel se ha avivado mucho antes y le ha
echado los caballos encima en procura de que el valiente varón de las
pampas húmedas o, para el caso, de las serranías salvajes, se divorcie.
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que pase y, si es posible, esconderla debajo de alguna pollera complaciente
y maternal. Sobre todo “maternal”, porque en sus corazones se resisten a
perder otra teta; todavía desconsolados por haber perdido aquella preciosa
teta de mamá.
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autoabastecerse) es prolijamente inculcada por las mujeres para sentar su
dominio sobre los hombres. Es asombroso, pero hasta García Márquez, por
ejemplo, se maravilla de que una mujer sepa calcular cuánto hay que
comprar de papel higiénico para la familia. Notoriamente, ninguna de las
mujeres que le tocaron en suerte al Gabo le explicó que no es una sabiduría
“femenina-intestinal” lo que nos guía. Simplemente, se compran cuatro
rollos, y cuando queda uno se compra cuatro más.
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Hay que ser un padre babieca para pensar que un hijo es sonso. Pero
precisamente de eso, de varones babiecas, trata la presente. Pues bien, cabe
preguntarse para qué carajo sirve un padre en una casa si no se habla con
la madre o, más directamente, si se arrojan por la cabeza cuanto proyectil
tienen a mano. Nadie razonable puede encontrar una respuesta
satisfactoria. Pero un varón en pánico llega a argüir muchas: todas más
confusas que la deuda externa y más dudosas que el virgo de Madonna,
Pero que las inventan, ¡doy fe!
Para terminar, una magra apelación a la tolerancia femenina: ellos son así,
y sin ellos, no podemos. Paciencia y pan criollo, con un solo consuelo (¿o
desconsuelo?): los hombres, como las penas, tienden a quedarse; quien se
consiga uno tiene para apenarse largo rato.
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12. El marido que ronca
Entre las experiencias más penosas a las que pueda ser sometido un
cristiano se cuenta la de afrontar un viaje con uno de estos animales.
Máxime si el viaje es de esos que duran toda una noche. En ese caso, es
probable que el roncante haga buena letra hasta que se apaguen las luces;
de ahí en más no doy un peso por su buena conducta, y mucho menos por
una conducta medianamente civilizada del resto del pasaje.
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finalmente, una hasta puede ya dormir con sus ronquidos.
Reacciones familiares
Características de un roncador
Sin duda, se trata de un acto de mala fe. Aunque hayamos antes dormido
con ellos, los muy malditos esperan el irremediable momento en que ya
estamos engrilladas al tálamo nupcial para sacar a relucir la última y más
atroz de sus habilidades: esa macabra manera de roncar.
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Y, viéndolos de afuera, no hay nada en su actitud diurna que delate esa
locomotora desbocada que se desatará por la noche. Por este motivo, la
tipología de estos seres aberrantes es sólo un catálogo de ruidos difícil de
transcribir sin un pentagrama al frente, aunque dudo mucho que en un
pentagrama fuese posible dibujar semejantes “hematomas musicales”.
Métodos de autodefensa
Cuando una descubre (“desdichada fue la hora, desdichado fue aquel día”)
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que ese señor al que le hemos prometido pasar juntos el resto de nuestra
vida (o hasta que aguantemos) es un monstruo que por las noches dejaría
mudo a Drácula, se abren varios caminos de acción. Por supuesto que cada
uno de ellos se corresponde a distintos momentos de nuestras vidas.
Según se sabe, los tules son tan perecederos como los jazmines, así que
pasado cierto tiempo la tomadita de mano se transformará en pellizcones.
El animal saltará en la cama con cara de víctima y con voz nada propicia
preguntará: “¡¿Qué te hice?!” Es inútil explicarle nada. Lo más
conveniente es tratar de dormirse, mientras le dure el efecto del pellizcon.
Total, a la mañana no preguntará nada. Un roncador, como un cornudo, es
el último en enterarse.
· Meterles una media en la boca, aunque creo que está penado por la ley,
porque, se mueren.
Digo, como al pasar, que si este mundo fuera mejor y hubiese más juezas
mujeres, este crimen sería condecorado con una medalla. Los jueces
varones seguro que roncan.
Mientras que algún ministerio no acuda en nuestra ayuda, sólo queda hacer
profundamente nuestra aquella máxima: “No hay peor sordo que el que no
quiere oír”. Pero, ¡me cache en diez!: ¿por qué justo se casan con
nosotras?
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Vuestra y desesperadamente insomne…
71
72
13. Los medio-infieles
Son particularmente repugnantes. Son los “sí”, pero no tanto, los que se
culpan, se delatan, gimen, enrojecen y, para colmo, frecuentemente fallan.
Verdadero escarnio del gremio de los infieles, donjuanes de miriñaque,
cucarachas del catecismo; ¡hombres necios que engañáis a la mujer sin
valor!
Una verdadera fiesta, que le dicen; y para colmo, lo dicen. A estos mozos
no se les cae la mención de su esposa ni su recuerdo, ni en las buenas ni en
las malas. Mariditos de lujo son…
Hasta que un día, sin saber cómo, se les cruza un trasero redondito,
suculento, apetitoso, meneante y prometedor. He aquí el corto-circuito. El
medio-infiel se acosa con la primera angustia: ¿es que acaso el mejor
trasero, el que más amo, no es el de mi legítima esposa? Allí comienzan
los puñales y, justo es decirlo, si el trasero se limita a pasar, es probable
que nada ocurra. Paradójicamente, hay traseros muy avanzadores. La
tentación crece, el dilema se agrava, y sin saber cómo, ¡zápate!, el hombre
se encuentra en una cama con el trasero, la culpa, la culpa ¡y la mismísima
culpa!
La hora señalada
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Como se sabe, para hacer una cama de tres hay que, por lo menos, tener
experiencia. Pero un medio-infiel, inexperto por definición, siempre se va
a la cama con tres: el traserito, el fantasma de su esposa y el fantasma de sí
mismo.
Con este material un buen perverso puede escribir Justine, pero un medio-
infiel sólo consigue una extraña languidez que suele ubicarse de la cintura
para abajo. Un penoso “no sé bien qué me pasa” (aunque al menos, de
visu, es obvio: no le pasa nada. Hay carraspeos, atronadores silencios y
una montaña de explicaciones imposibles. En verdad, se muere por decir:
“te juro que no soy así, preguntale a mi esposa”. Pero hasta un medio-
infiel sabe que es impropio mentar a la esposa en esos trances. Más
carraspeos y un abismo en que la única salvación puede venir del traserito.
Si ella es animosa, tal vez se prodigue y medio a los ponchazos consiga
algo. Caso contrario, vendrá el triste momento de vestirse, cuando el
medio-infiel anhela un doble tipo de suicidio: ahorcarse por el papelón y
morirse de culpa porque, casi, casi lo hizo.
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nunca avanza; hay que levantarlo con argucias varias, convencerlo,
empujarlo, acogotarlo, porque, en general, se resisten como chanchos. Pero
más allá de méritos personales, un medio-infiel es básicamente un tímido
capaz de morir mil veces antes que aguantar el papelón de un rebote.
El día después
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Créase o no, los medio-infieles tienen rebrotes de erotismo marital ante
estos casos, porque ella sí que es buena, porque con ella sí que no fallan,
porque ella sí que sabe el lugar exacto de sus cosquillas. Por con ella,
además, no tienen por qué rendir el examen que implica un traserito
desconocido ante el cual las fuerzas (por no decir groserías) desfallecen.
Momento de confesiones
Los medio-infieles, hay que reconocerlo, no son bocinas. Más bien viven
la aventura como un ataque de tiña, de hemorroides o cualquier otra
dolencia absolutamente vergonzante. Pero de callarse, lo que se dice
callarse, tampoco son capaces.
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El pobre medio-infiel, que ya venía a los tropezones, pasa a ser víctima del
escuadrón de la muerte. La confesión no ha hecho más que agravar sus
culpas y alejarlo del amigo. Sencillamente, si alguna vez reincide, el otro
será el testigo de su flaqueza moral, y los testigos de cargo son mal vistos
por los acusados.
Si quieren mi opinión
Cabe aquí hacer una sutil pero importante diferencia entre un mujeriego,
que es de deplorar, y un infiel profesional, que es para celebrar. Un
mujeriego es un simple cazador de calzones, coleccionista sui generis más
preocupado por la cantidad que por la calidad. Son los que se tiran un
lance con cuanta falda se les cruza, tenga cinco o setenta y cinco años,
igual les da que hablen ocho idiomas o tartamudeen en jeringoza, sean
rubias, morenas, pelirrojas o tricolor. Un mujeriego no ama a las mujeres,
sólo adora su propio “rating”. En fin, son una escoria.
Pero un medio-infiel, en cambio, ni las ama ni las deja de amar. Más bien
les teme. Para aquellas mozuelas valerosas, estos ejemplares tienen el
encanto de los vírgenes creciditos, el extraño fetiche de los curas. La
realidad suele indicar que son un fiasco, budines temblorosos que se
mueven en el episodio con la gracia de un murciélago al mediodía. Pero...
hay gustos para todo.
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Personalmente, yo los prefiero fieles. Pero… ¿existen?
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14. Cómo convivir con el jefe
Aclaración final: Me referiré a ese tipo genérico de jefes que surge como
los hongos en la pared: sostenidos del aire, al divino botón, y sólo para
molestarnos. Especímenes cuya única cultura es hacer culto del reloj,
transidos de emoción ante los aparatos de marcar tarjeta (y anche por las
posaderas de alguna secretaria), incapaces de comprender que uno pueda
llegar tarde porque se tentó por el sol de una siesta de otoño y se quedó
mirando el cielo en un banco de plaza. Gente que lleva el corazón en un
portafolio, guarda el amor en un archivo, adora las corbatas y los
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almidones… Nos enchalecan, nos persiguen con su aliento a moho, nos
derrumban con su ignorancia congénita, nos congelan con su solemnidad
foliada, pero, por encima de todo, nos mandan. Y si a lo anterior le
sumamos el hecho de ser mujer, la cuestión se agrava.
Tácticas y estrategias
En nombre de esas dos únicas neuronas que ellos calculan que tenemos, se
puede muy bien postergar un trabajo ad infinitum, y hacer fiaca con un
mismo expediente hasta que le crezcan pelos. Total, una “no entiende
bien” ciertos temas estrictamente masculinos, como el de pensar con
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corrección.
Claro está que si usted está dispuesta a llevar las banderas de la liberación
femenina, el consejo no le sirve. Por esa senda adquirirá fama de eficiente,
pero trabajará como una india. Y ése no es el objetivo.
Pues llorando.
Reconozco que más de una vez he deseado estrangular a las mujeres que
usan este método, pero debo aceptar que no lo he visto fallar nunca. Si la
llaman a los gritos para que explique por qué le mandó a cobrar a un señor,
que no debía nada, y por qué le extendió un recibo a otro, que adeuda hasta
las muelas del juicio… échese a llorar. Desparrame por la oficina su
lastimero plañir y verá cómo su jefe se transforma en un flan. Mientras
más gima y se desmelene, mientras más solloce y se retuerza, más la
terminará felicitando él por el estropicio que usted ha hecho.
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ardan o retirarse a los santos piques. Tengo para mí, por ejemplo, que un
resplandeciente enamoramiento —una de esas extrañas furias amorosas
que nos agarran a las mujeres— justifican, de por sí, no menos de quince
días de licencia. No sólo porque el amor es muy agotador, sino por el
sinnúmero de tareas colaterales al tema, incompatibles con cualquier
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puede saber que generalmente sólo tenemos una, y tal vez anda llevando la
cuenta.
1 - Tapadas.
2 - Torcidas.
3 - Cruzadas.
4 - Corridas.
5 - Extendidas.
Jamás he conocido excusa más noqueante que las famosas trompas. Estén
donde estén… ¡Dios nos las conserve!
Quedan aún dos vías más para neutralizar a un jefe, pero las dos distan de
ser recomendables: la chupada de medias, que repudio, y la “vía
horizontal”, que juzgo asaz peligrosa. En este último caso, la susodicha
deberá afrontar el odio cerrado de sus compañeros y, a corto plazo, salvo
ocasionales milagros, el odio del infrascripto. Si el milagro ha lugar, una
dama puede hacerse de un buen marido, pero deberá soportar el ser jefa
83
consorte, puesto tan sabroso como masticar ortigas.
De esa absurda gleba de los jefes es imposible salvarse. Una tiene que
trabajar, después de todo... y antes de cualquier otra cosa, en los tiempos
que corren.
Sin otro particular, quedo a vuestra entera disposición. Atte. Hágame tres
copias y archive la que pueda.
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15. Huidas masculinas
“Este no es mi tiempo”
Esta perla del ingenio masculino vernáculo suele ser proferida con una
mirada de drama existencial. Supuestamente, deja entender que existe “un
tiempo” en el que dos personas pueden encontrarse sin conflicto; tal vez en
aquella isla atendida por el enano y en el horario de Walt Disney. Allí
habrá un largo arco iris por donde deslizarse, con música de fondo, mezcla
de bolero con dengue tropical y violines. Je.
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mientras tanto comenzar a la mítica bufanda de Penélope? Dependerá de
vosotras, cándidas criaturas, pero id sabiendo que esa empresa sin final
tendrá por resultado una prenda capaz de dar la vuelta al mundo, varias
veces.
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Y revolean el cuello implicando el mundo entero, dando a entender una
difusa insatisfacción cósmica o que sus horas están contadas.
“No te convengo”
¡Fuerte ese aplauso para este filántropo del erotismo! Es tan, pero tan
bueno…, casi como nuestra madre, quien fue la última en tomarse el
trabajo de señalar que “ése” no era para nosotras.
Dan ganas de llorar de tanto que nos aman estos tipos. Más que al prójimo,
más que a sí mismos, más que a su equipo de música. No hay que desdeñar
la parte razonable de ese embuste: es cierto, ningún hombre conviene a
una mujer. Sólo son una solución alternativa para aquellas que no hemos
encontrado un mejor sustituto.
Pero, ¿quién será él para decidir qué es lo que le conviene a una? Siendo el
mar de los gustos y disgustos anchuroso y variado, cualquier mujer puede
decidir que ese mamerto de cuarta es conveniente. Tal vez porque en ese
momento estemos aburridas, porque no se divisa nada mejor en el
horizonte o sencillamente porque nuestro degradado paladar ha llegado a
saborear hasta esa clase de estropicios.
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–Si yo te contara…
– ¡Ma, sí, sécate los mocos con la servilleta! Y ya que venís de… y vas
hacia… de paso, pagate el peaje y el café.
Es un buen argumento que sirve hasta las tres primeras veces que una lo
escucha de un varón. Después se desinfla.
Para quien haya vivido lo suficiente como para escuchar todo lo que una
dama puede producir en un varón, el “miedo” es un piropo. Porque los hay
quienes nos acusan de producirles aburrimiento mortal o impotencia
frenética. Este temor hasta abre la puerta para que una se considere una
mezcla de diosa y pantera, demasiado mujer para un solo hombre, y mucho
más para ese proyecto de simio que tenemos enfrente.
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“Salgo a comprar cigarrillos…”
Variantes deplorables
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16. Cuidado con un recién separado
Cómo descubrirlos
-El cero kilómetro: los que caen dentro de esta categoría hacen bandera de
su situación tirándose a despertar lástima, compasión o cualquiera de esos
sentimientos deprimentes. Para tal fin usan una camisa a la que le faltan
botones, un pantalón con el ruedo chingado, el pulóver al revés y cara de
“se acaba el mundo”. Así como los pavos reales despliegan sus colas como
espléndido llamador para el hembraje, ellos despliegan sus miserias con
idéntico fin. En cuanto pique algún alma cándida, el Fulano desenroscará
su pena y entrará a contar que desde que vive solo su vida es un infierno de
ropa sin planchar, que le está creciendo una úlcera así de grande de tanto
engullir sándwiches al paso, que extraña a los chicos, el gato, el televisor,
las peleas y, por supuesto, a ella. Si una dama es de corazón sensible, el
mensaje está claro. Lo que no está claro es cómo cuernos se supone que
alguien pueda reemplazar el televisor, los chicos y esa dama ausente. Lo
único real que se puede hacer por un divorciado flamante es emparejar sus
calcetines y rasquetear su ropa. Acordemos en que, como propuesta de
amor, es de las más pobres que circulan en plaza.
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algún manotón incomprensible, porque no se privan de manotear mientras
hablan de… ella.
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Si adopta uno, sepa cómo alimentarlo
- infernales rollos con sus criaturas, las criaturas de él, por supuesto. Si
usted tiene algún crío, más le vale guardarlo en el lavarropas mientras el
mozo está de visita;
- espurios temas de dinero: que cuánto le tiene que pasar a su ex, que si es
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mucho o muchísimo, que si puede o no puede… No se sorprenda si un día
descubre que lo está manteniendo;
Allí irán con su pájaro en busca de rumbosos destinos hasta terminar con
otra dama que, por supuesto, es parecida a usted, sólo que sin uso. He aquí
otro de los motivos de la gran huida: “usted ya está usada” y, si me lo
permite, de la peor forma; ha sido para él la “mujer kleenex
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cosa, a la única a quien le perdonan haberlos observado tan al descubierto
es a su propia mamita.
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16. Los hombres a los cincuenta
Sabido es que las mujeres tenemos crisis a los veinte, a los treinta, a los
cuarenta, a los cincuenta, y así hasta que se nos acaba... la vida, no las
crisis. Tantas y tan aspaventosas son, que desde múltiples medios de
comunicación nos bombardean sobre el modo de soportarlas.
Y si usted está casada con uno de ellos… reciba mis más sinceras
condolencias.
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· Todos se verán calvos o canosos.
La silueta
Damos por sentado que el grupo hogareño lo conoce y lo tolera, con esa
mezcla de ironía y buena voluntad que suscita un páter familiae.
–Vieja, desde hoy empiezo el régimen. Así que para mí, edulcorante.
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reducirle calorías, el Don –en su afán de apendejarse– tratará de prenderse
en la dieta macrobiótica de alguno de sus hijos que ande en la onda verde.
Frente al casi infarto de sus espectadores comerá zanahorias cual aplicado
conejito o tragará, sin pestañear, un potaje de avena u otras porquerías que
suelen adornar los regímenes vegetarianos.
El estado físico
La familia no gana para sustos. El segundo paso que verá su tribu es cómo
el señor se enfunda en un jogging de su hijo mayor y decide “probar” el
aerobismo.
La familia, tan poco solidaria frente a los cambios, saludará el intento con
una cerrada silbatina. Nuestro cincuentón en crisis no es hombre de
amilanarse, así que, inconmovible, no parará hasta comprarse su propio
jogging y salir a hacer un papelón público por el primer parque que tenga a
mano.
El aspecto
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–una remera tres talles más grandes, con
Casi, casi, pareciera que está por sufrir una recaída de acné juvenil, si no
fuera que lo señalado tiene sus segundas intenciones, y hasta cuartas y
quintas, según sus fantasías (que suelen ser tan desmesuradas como las
crisis.)
El sex-appeal
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cornudas. Detalle que no me parece importante pero que es medio
embromado cuando le toca a una. Si se entera, por supuesto.
Final de la crisis
Es probable que el balance no les haya sido propicio. Tal vez descubrieron
que “contra el destino nadie la talla”, que los años llegan, de puntillas y
para siempre.
Que las jovencitas son adorables pero ellos, mal que les pese, se quedaron
en la etapa del bolero y, aunque traten de disimular, la música actual les da
en el centro de la sesera.
Que sus hijos les perdonan graciosamente la vida cuando intentan competir
con ellos en cualquier deporte. Que son una borrosa réplica de Tarzán, con
principio de artritis, comienzo de próstata y decidida calvicie.
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18. Las alcobas del terror
De todas las alcobas que hay en esta tierra, contando las que me han
tocado transitar y las que tal vez me acechen en el futuro, unas hay que me
producen pánico. Son aquéllas a las que jamás entraré, aquéllas donde
duermen mis jefes con sus seráficas cónyuges. En ese tálamo del
“establishment”, entre un bostezo, una pelea, una reconciliación y un post
coitum él ha de preguntarle a ella: ¿Qué te parece Fulano? y allí, los
Fulanos y Fulanas, impedidos de esgrimir nuestras defensas, somos
fantasmas en un matadero. Nuestro destino se decidirá con la
arbitrariedad de una moneda. Cual un oráculo con crema y camisón, ella
habrá de aprobarnos o aplazarnos. En esa alcoba se juega nuestros
destinos. ¿Cómo olvidar el dicho de que “esos pelos tiran más que cien
bueyes”?
Son, en general, preciosas nadas, algo tilingonas que van tres pasos detrás
de sus maridos con sonrisas de polietileno; y sus charlas ¡líbreme Dios de
sus charlas!, giran en torno de los hijitos, el marido y lo cara que está la
vida. Angelotes de detergentes, monumentos de Higienol, santas de las
paperas, mártires de mil mucamas, idiotas de toda idiotez… parecen
inofensivas. Ni buenas ni malas, apenas una sombra chueca del marido.
Pues bien, señoras, a mí no me engañáis; como tampoco les creo a esos
esposos que se las dan de omnipotentes, mientras hablan de negocios con
una sonrisita mustia como jazmín de seis días, destinada a ellas en la
comisura de la boca. ¡A otro perro con ese hueso, que el sainete lo conozco
bien! A la manera de Brecht, “Abandoné mi clase y me uní al pueblo llano.
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Así criaron a un traidor, lo educaron en sus artes, y ahora él los delata al
enemigo. Sí, divulgo secretos. Entre el pueblo estoy y explico cómo
engañan, pues he sido iniciado en sus planes”.
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A) Si usted es soltera ponga cara de virgen frígida y desahuciada de Eros.
Cuéntele cómo detesta a los varones y cómo ellos la detestan a usted. Si
tiene novio háblele maravillas de él. Si no lo tiene, invéntelo. Si la edad ya
no le da para tenerlo, lo siento por usted. Trate de que ella lo lamente de
igual forma.
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Cosas que las conmueven
Debe usted actuar con delicado equilibrio. Guarda con que se le vaya la
mano. Veamos un ejemplo: usted puede decir de él que es muy
comprensivo, pero está prohibido decir que es un buen amante o que el
lunarcito que tiene en el cachete izquierdo está para comérselo.
Las esposas de los jefes tienen, en general un almita pequeña, tan pequeña
que en ella sólo entran las desgracias y huelgan las alegrías. Más aún, una
esposa ortodoxa es sumamente desconfiada de aquellas empleadas que son
felices. No terminan de resolver una ecuación evidente: ¿por qué una, que
es la empleada, es más feliz que ella, que es la esposa? Precisamente por
eso, dulzura. Pero, este razonamiento las excede.
103
Factores de irritación
Imaginemos que usted está muy bronceada y ella luce un color panqueque
crudo, procure disimularlo con maquillaje de invierno. Las esposas de los
jefes reinan en las grises medianías, y todo lo que refulge les parece
sospechoso.
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CAPITULO III: Percances
105
“El amor es una insanía temporaria,
Ambrose Bierce
106
¿Así que los matrimonios son cuerdos? Je, Je.
107
“La familia es una sociedad lícita con fines ilícitos.”
108
19. Vilezas maternas para que un
hijo obedezca
Que las madres solemos ser bicharracos repugnantes sólo pueden negarlo
Gardel y sus huestes de incurable romanticismo. Nuestras técnicas de
coacción al menor alcanzan el límite de lo sublime. Como los niños
demoran en darse cuenta de nuestros manejos tenemos a nuestro favor,
algunos años más, en el ejercicio de la astucia. Los primeros artilugios que
se usan pasan por el: vos que la querés tanto a mamita, ¿vas a levantar la
mesa? (Puede reemplazar la tarea por cualquier otra que le sea afín).
Esta técnica suele obtener resultados hasta que los niños se avivan de que
una cosa es querer mucho a mamita y otra, muy otra, es trabajar.
Fatalmente llega el día en que se friegan en el amor que le tienen a mamá,
y se hacen los olímpicos distraídos.
Tal vez crean que nos han vencido. Nada de eso, una madre es una persona
de inagotables recursos, capaz de erizar la piel al pedagogo más bravío. De
este modo –y luego de dejar bien sentado que “en realidad no nos aman”–
como el objetivo es que trabajen, se cambia de estrategia. Se impone
entonces decir: “si no lo hacés vos, lo hago yo”. Esta frase suele cargarse
con una ominosa predicción: “si lo hago yo, algo grave, pero muy grave,
va a suceder”. Generalmente el niño responde protegiéndose de ese destino
agorero, y reacciona “favorablemente”… apenitas un tiempo. Luego,
desafiantes a nuestra mirada capaz de horadar una roca, comienzan a
echarse a la retranca. Entonces, junto con él “lo hago yo”, la madre hace la
109
gestualidad de levantarse un poquito, porque no es cuestión tampoco de
levantarse en serio. Por un tiempo más los niños se intimidan, y aunque
con mirada aviesa y pensamientos ídem, arrastran los pies rumbo a la
cocina. De paso rompen algún plato por el camino, cosa que su
descontento quede bien expresado.
¡Auxilio!
110
desorden. ¿Qué oscuros designios los llevan a dejar una zapatilla debajo de
nuestra cama y la otra en la mitad del living? ¿Qué Edipo mal resuelto los
empuja a inundar el baño o comer naranjas sembrando de semillitas toda la
casa? ¿Por qué les es visceralmente ajeno dejar sus apuntes en un lugar
más lógico que la cocina?
La tarea se complica: no sólo hay que tratar de que los bellacos se comidan
a comprar cigarrillos (que después infaltablemente se fumarán ellos), sino
intentar que el living esté presentable y convencerlos de que se entiende
por presentable la ausencia de ropa interior en el caso de las señoritas, o de
los roñosos botines de rugby en el caso de los varones. Lamento reconocer
que a esta altura de los acontecimientos los padres comenzamos a perder la
batalla. Creo que básicamente nuestra derrota debe atribuirse a un
problema generacional: nosotros nos hemos puesto más viejos y ellos
gozan de unos bríos espantosos.
111
– ¡Si no acomodas tu pieza el sábado no te doy permiso para salir! -versión
para damas-.
Técnicas de resistencia
Veamos dos de las más exasperantes. En primer término, usan el “te toca a
vos”, mágica invocación que desata entre los hermanos una trifulca más
temible que la del Medio Oriente. Afilando la contabilidad hasta el horror,
se sacan a relucir estadísticas que se remontan a cuando tenían tres años.
Con la boca abierta, una escucha “ayer, la semana pasada (o para el caso,
'hace diez años') la levanté yo, así que ahora te toca a vos”.
Caín y Abel quedan a la altura de dos tiernos boy scouts, y para rematarla
112
la terminan con un: “¿no es cierto, vieja?”. Una se abstiene de toda
mediación y, dejándolos que se agarren de los pelos, humildemente levanta
la mesa .Knock out.
113
20. El Día de la Madre en cuarenta y
ocho horas
De cualquier modo, la mesa relucía con un mantel impecable; fue una pena
que en el acto reconociera no sólo el mantel, sino también la mesa… ¡eran
míos! Es de mala madre presentar ese tipo de quejas al entrar, sobre todo
cuando nos están por homenajear, así que, luego de los mimos y habiendo
reconocido también mi cafetera, pregunté si me podían invitar con un café.
La Negra puso la misma cara que un jubilado a quien se le pide una
contribución para la salvación de las focas, pero rápido cual centella,
exclamó: “¡Cómo no!”. El diálogo siguiente se repitió sin descanso las 48
horas que compartí su casa.
114
“Café –dice la Negra–, Ejem… café. “ Luego levanta la vista y la clava en
Luchi, amiga infaltable de los más sensibles acontecimientos familiares.
“¿Te parece que Graciela tendrá café?” “Seguro”, afirma Luchi, y sale con
paso arrojado para volver con una bolsita de nylon con café, administrado
con el mismo rigor que si se tratara de cocaína de máxima pureza.
Vamos a dormir
115
cíclicas discusiones con mi vieja (vivíamos con ella), a quien yo acusaba
de oscuros manejos con la prenda de marras. Chejovianas peleas que
terminaban con una terneza propia de mi distinguida madre: “La sábana no
existe. Estoy vieja pero no boluda”. Pues bien, tenía razón. La sábana no
existía… en Buenos Aires. Estaba allí, prolija, infamemente tendida sobre
el colchón. En ese instante mandé el Día de la Madre al carajo y armé un
escándalo. Conclusión: después de que la acusada hiciera un espeluznante
recuento de su pobreza, la gresca terminó cuando ofrecí regalarle sábanas
nuevas, renunciar a la verde y enjugarme las lágrimas con un calcetín ya
que pañuelos no tiene.
116
Animalitos de Dios
Mi hija tiene gatos (la Rantifusa, Carlitos y Hermeto), una perra atorrante
que se llama Miel y un perro despistado que pertenece a la comunidad: el
Guairo. Juro que no tengo nada contra los animales y hasta, en
circunstancias normales, los amo. Pero a poco de estar descubrí cuán
difícil era convivir con un zoológico. La Rantifusa es un manojo de pelos
de tres colores (que, según la Negra, es síntoma de ancestral aristocracia
gatuna) y tiene la manía de quedar embarazada cada quince días. De modo
que si una se sienta sobre una silla y está la Ranti (y siempre está, la muy
putarraca), la Negra salta a los gritos. Quedó en claro: si llegaba a tener
una pérdida yo era genocida de por lo menos cinco gatitos. Hermeto, a
quien conozco desde que vivíamos juntos, ha demostrado en su larga vida
una sola habilidad: maullar en tono perforante, reclamando
permanentemente comida y esto, como habrán comprendido, no abunda en
esa casa. Carlitos, por ser absolutamente estúpido, sólo pretende sentarse
en las faldas, con una peculiaridad: no le interesa en absoluto si las faldas
están quietas, caminan o saltan al rango. Cargué con él los dos días.
Cuando dormía se aposentaba en mi ombligo y si me daba vuelta quedaba
bajo mi panza. Miel dividía su tiempo entre subirse a cuanto colectivo
pasaba por la calle y pelear con los gatos. Es tierna. Pero si alguien ha
sobrevivido a esas peleas sabe cómo termina después de dos días de
escucharlas.
El día al fin
117
con la sencillez ambiente: tres ramitas de ligustro (de seguro robadas),
plantadas en una macetita. Me emocioné igual. La sobremesa se extendió
hasta el anochecer, recreando la antigua magia. Apenas por un instante,
con el peso de un ángel, el hogar se instaló entre nosotros y celebramos…
la alegría de estar juntos. Pensándolo seguiré volviendo a Córdoba. Espero
que mi hija termine alguna vez de devolver las cosas.
118
21. El infierno de la mudanza
119
mis seres bienamados. Pasado el trance, las conductas de cada uno
merecen figurar en algún tomo de las “inconductas”. El jefe de la familia
abandonó su bastón de mando cuando vio el primer cajón y desapareció,
guareciéndose tal vez en algún techo, igualito a aquel gato de mi juventud.
Para la atención que le prestaba bien pudo irse a Uganda y volver.
Anótese: la mudanza produce indiferencias inexplicables; en ese trance
nos parece más importante preservar un juego de loza que un marido. Mi
hijo, por su lado, sacó de la galera una materia para rendir mientras
acrecentó sus guardias en los hospitales. Resultado: otra desaparición, sólo
que algo más elaborada en sus estrategias. Anótese también una segunda
conclusión: si tienen que afrontar una mudanza no cuenten demasiado con
un varón .En verdad, si tienen que afrontar cualquier cosa “seria”,
olvídense de ellos. Mi hija se arremangó con estoicismo y yo hice otro
tanto. Bueno, la mitad no más, porque me falló la parte del estoicismo.
Según el cronómetro familiar lloraba cada trece minutos y cuatro
segundos. Mi festín hidráulico se desataba por cualquier cosa: por lo que
perdía, por lo que encontraba, por nostalgias de lo pasado y ansiedades del
porvenir. Creo que el cuadro suele llamarse histeria.
De lo perdido y lo recuperado
120
desechar, regalar o llevar, es un pedazo de nuestra propia vida. El conjunto
en general no es gran cosa, tirando a mugriento. Pero así y todo se trata de
“nuestra vida”. Joan Collins llorará sobre sus chinchillas, yo mojo el atado
de medias sin pareja, seguro que las chinchillas se arruinan con la sal,
mientras que las medias en cualquier mudanza las tiro. En ésta no porque
me sirven para rellenar vasos.
Contra el cronómetro
Si una mudanza es horrible, los tramos finales son todavía peores. Una
llega cansada de tanto tropezar con objetos que se han ido acumulando sin
la menor lógica, con un ataque de alergia por la tierra que nuestro escaso
aseo ha juntado durante años y con todo por resolver. Hasta que sólo nos
faltan dos días y es hora de guardar o morir. En la práctica suele ocurrir
que separemos las cosas de “último momento”. Pero como descubrimos
que lo imprescindible tiene el tamaño de un camión, tomamos el toro por
las astas, declaramos a la familia en estado de camping y cerramos el
último paquete. Lo que resta será una viva puteada, un clamor angustioso.
El cepillo de dientes de mi bien amado desapareció junto con los platos
playos. El corre a reponer su cepillo mientras yo corro a comprar fiambre.
Hay uno que se descompone y reclama un puré por el amor de Dios. Es
inútil, la madre en jefe, que vengo a ser yo, se ha vuelto totalmente sádica
y replica: “si querés un puré internate, es más fácil visitarte en un sanatorio
que encontrar una cacerola”. Mientras tanto los tenedores han
desaparecido junto con los vasos. Los varones piden airadamente
calzoncillos limpios. ¿Dónde puse el jabón del baño? ¡Socorro, ya nos
vamos!
Si lo único que trajimos de Córdoba fueron los libros, era lógico suponer
que ésta, por fin, iba a ser una mudanza livianita. Por lo pronto estaba
dispuesta a no llorar y no lo hice. Apenas si me agarré una conjuntivitis
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virósica. De allí en más, oscuridad y espanto. La catástrofe volvió a
repetirse. Mi marido, el único personaje que permanecía de la antigua
anécdota, se dio nuevamente a la fuga .Su constancia en la cobardía raya
con el mismísimo valor. A socorrerme llegaron mi sobrino y la abnegada
Petisuí, quien tenía a su cargo ir acomodando libros a medida que llegaban
los cajones .Cuentan las malas lenguas que ubicaba uno y se metía dos en
la cartera.
122
22. Madres liberadas, hijas castradas
La cola es caca
Luego tuvimos que explicar “cómo llegaban los bebés”. Eramos tan
guapas, que nada de semillitas ni metáforas. Casi como un manual de
anatomía, les sacudimos información por la cabeza. Preciosos diagramas
del nene dentro de la panza, dibujitos de cómo sale, y hasta una breve
explicación de cómo entra. Pero nadie les dijo –¡Dios me perdone!– que la
cuestión era algo más que un trámite de laboratorio. Ninguna enseñó, creo,
que en ese cuerpo donde estaba la cola que no se muestra, estaba también
la fuente del placer. La palabra “clítoris” parece inventada por el destape,
pero aquellas hijas nuestras que debieron saberlo por nuestra boca, en su
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momento, tuvieron que esperar que llegara la democracia. ¡Un verdadero
exceso de oscurantismo!
La virginidad
Nosotras, las madres liberales de los años sesenta, sabíamos desde hacía
mucho que la virginidad no es más que un atributo engorroso que
reclamaban los varones sin demasiada esperanza, y que los jóvenes que
vendrían no les concederían importancia. Nos equivocamos solamente en
lo último, ya que basta con hurgar en alguna almita de varón adolescente
para ver surgir, como una pesadilla, su propia adaptación del poema: “yo
te quiero blanca, yo te quiero pura…”.
De cualquier forma, debimos explicar a nuestras hijas que no era más que
una patraña : “en verdad, querida, no es tan importante; pero claro, lo
mejor es hacerlo con tu gran amor”. Hasta la mitad íbamos bien; después
terminamos mal. ¡Qué cretinas que éramos! Dejábamos a una adolescente,
que ni siquiera sabía qué era el amor, librada a distinguir “el grande”, para
con ése perder el virgo.
¿Qué buscábamos las guapas herederas de los hippies con este tipo de
proclamas? Pues, sencillamente, que la cría se cuidara lo más posible, no
fuera a ser que confundieran el grande con el mediano y algo terrible les
sucediera. Por supuesto que ese algo terrible nos sucedería a “nosotras”,
las madres, no a ellas, pues jamás he escuchado que nadie muera en
trámite tan sencillo como desvirgarse.
De más está aclarar que también tuvimos justificaciones para esta alevosía:
los psicólogos decían ,o los pedagogos ,o las revistas, para mentir da lo
mismo cualquier cosa, que la sexualidad había que inculcarla con amor.
Ocultábamos que el tamaño del amor no lo mide nadie, o de últimas, que
sólo una puede manejar ese tema según su conciencia y hormonas.
124
historia.
En esos casos la función de la madre era hacerse la burra: “lo que no veo
no ocurre”, parecía ser la consigna. Sólo que en algunos casos nuestra
hipocresía había sido tan efectiva que la niña nos contaba ¡húndete tierra!.
Cambio de cartelera
Y otra vez a comenzar el verso, ahora con matices diferentes y hasta con
argumentos opuestos. ¡Vergüenza me da escribirlo!, allí estábamos
explicándoles la diferencia entre ser moderna y ser una reventada.
Traducido al buen romance esto quería decir: o guardaban abstinencia o
pasaban a una categoría que su madre, “con lo liberal que era”, repudiaría
125
abiertamente.
Con un poco de suerte y algo menos de pucho, viviré para verlo y morir de
un infarto del miocardio cuando las escuche a su vez repetir la historia del
“Gran Amor”.
126
23. La prostitución de las casadas
En los primeros años la vida es pan con mantequilla; una pareja tiene
mucho para decirse y cosas muy entretenidas para hacer cuando se calla.
Cualquier alma exaltada podría coincidir con Bailey en aquellos versos tan
hermosos: “Es infinita esa riqueza abandonada”. Y sin embargo, no es
infinita. Se invertirá un tiempo prudencial en conocerse: “en la orejita no,
en el ombligo sí”. Otro tiempo se irá en dar con posiciones adecuadas.
Mucho más tarde, si todo anda bien, florecerán las fantasías más secretas y
ambos marcharán gozosos hacia el límite de lo prohibido. Pero ya se sabe,
el límite de lo prohibido, si uno lo frecuenta en demasía, pierde cualquier
sabor de pecado. Se transforma en una chancleta perfectamente trajinada.
Y que yo sepa, salvo algún fetichista muy grosero, nadie puede encontrar
atracción en una chancleta usada.
127
conoce tanto que cada uno sabe del otro sus arrabales más secretos, sus
fastidios más arbitrarios, sus entusiasmos más pueriles. Agreguemos,
además, que se quieren, y mucho. Sienten ternura por sus debilidades,
compasión por sus desdichas, solidaridad en sus problemas e idéntica
comunión ante un libro, una música, una película y un plato de pollo al
estragón. Estamos ante una pareja ideal, pero nadie ha explicado cómo
hacen para tenerse ganas. En la medida en que ambos saben, o creen, que
se pertenecen para siempre, se ha eliminado el menor atisbo de riesgo. Ha
desaparecido cualquier misterio. Se han transformado en un equipo
perfecto para resolver problemas, son como Thompson y Williams, como
Gath y Chaves. Pero, ¿alguien supo que entre Thompson y Williams o
entre Gath y Chaves existiera algo más que una sociedad contable?
Quiero decir, preguntar, lamentar, ¿puede una señora tan aseñorada sentir
que se le enciende la libido, que su corazón hace don-don y que un
violento caudal de sangre corretea de la cintura para abajo anunciando el
deseo? ¿Cómo, por la memoria de Afrodita, se puede desear a ese señor-
hermano-nurse-hijo-amigo, después de tantos años? ¿Cómo obviar que
conoce qué palabras habrá de murmurar, qué clase de besos habrá de
propinar y de qué lado se quedará dormido?
Una vez terminadas estas sumas, es seguro que él no tendrá más ganas que
las de hacerse el Hara Kiri. Por esa noche, la dama está salvada. Sin
embargo, en algún momento hay que conceder y es allí cuando el sexo
comienza a usarse como una mercancía, aunque se pague en especies y la
128
vileza del trato se cubra con un manto de silencio.
Psicodrama horizontal
129
“desperdicio”.
Una vez preparada la mise en scène, aún les queda lo más difícil:
conseguir ganas de algún lado o, lo que es más usual, fingir ganas en una
representación que dejaría a madame Dubarry hecha una frígida. Nuestra
dama sabe dónde hay que besarlo, pero ¿por qué él hoy justamente hoy,
huele a cebolla? La dama no se arredra, sabe también dónde acariciar. Pero
aquel mástil de otrora es un budín mal hecho, desparramado y tierno.
Tiene ganas de llorar porque descubre que él tampoco está loco de pasión,
pero madame Dubarry no lloraba en esos casos. Simplemente procedía.
Nuestra adorable ramera debe maniobrar con esa plastilina infame hasta
conseguir algo medianamente aceptable y una vez hecho esto aún le espera
lo peor. Invoca a Stanislavski, se encomienda a Grotowski, alza una
plegaria a la gran Sara Bernhardt y ¡se alza el telón! La dama debe
convencer a él, su público más calificado, de que por ser sábado un
milagro ha advenido sobre su libido y la más ardiente de las pasiones la
consume.
Valor cambio
130
Hasta acá he descripto la forma más angelical de la prostitución de las
casadas. Existen modos más terribles: el sexo como de tarjeta de crédito y
como cortina de humo para tapar otra cosa.
El otro uso del sexo conyugal puede verse cuando aparece un amante de
ella. En estos casos el fenómeno suele ser doble. En un principio la dama
debe fingir con el marido a cambio de inmunidad. Hasta un tremebundo
celoso tiende a tranquilizarse si su esposa está particularmente fogosa con
él. No les alcanza la imaginación para sospechar que tras esa fuego ella
oculta la presencia del otro. Lo curioso de este fenómeno es que, a veces,
la adquisición de un amante “realmente” incentiva la libido de una esposa,
al punto de hacerla extensiva a su propio marido, lo que es mucho decir,
me parece.
Queda todavía mucho más pero sirvan estos apuntes para estar atentos!!
Como bien han dicho los monseñores reaccionarios, la institución del
matrimonio la salvamos entre todos o se viene la drogadicción, la
corrupción y hasta la prostitución.
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24. Consejos prácticos para señoras
cornudas
Para quien nace mujer, el destino tiene reservada una larga serie de
obligaciones, de acuerdo a ciertas reglas establecidas. Desde cómo dar la
teta al bebé, hasta qué hacer para que una pilcha de hace dos años luzca
como comprada ayer. Curiosamente, no existe nada realmente práctico
que nos enseñe cómo sobrellevar los cuernos con estilo. Vaya este capítulo
como un modesto aporte para que podamos ser cornudas felices.
Ese bueno y noble señor, suele, debe, tiene que dar rienda suelta a sus
sanos instintos y descubrir que hay señoritas por demás apetecibles que
nada tienen que ver con ese turbio caldo desabrido que es un buen
matrimonio.
132
De allí en más, las mujeres, siempre propensas a dramatizar, suelen
equivocar el rumbo. Se suicidan, generalmente con Genioles. Arman una
tremolina a la contrincante ... ¡qué desprolijo!. O recurren a los viejos
consejos de las revistas femeninas. Repasemos lo que esa literatura
recomendaba, tan sólo como para llorar sobre tanta pavada.
Decía, por ejemplo, que frente a los hechos había que mostrarse
arrasadora, irresistible, sexy. Renovar el maquillaje, cambiar de calzones y
teñirse las mechas. ¡Sálveme, Dios! Pobrecitas las mujeres, era como
mandar un Ford T a competir con un Toyota. ¿Competencia?.! Asesinato
se llama eso, pues cuando suceden esas cosas una ya tiene el chasis por el
piso, el encendido agotado, la chapa y pintura que es un destrozo y las
gomas desalineadas, rumbo al suelo, digamos.
Hagamos otro esfuerzo de sinceridad: ¿no es cierto que a él, con el correr
133
del tiempo, le ha crecido la panza? Está bien, a lo mejor no somos tan
brujas como para andar diciéndoselo, pero de cualquier forma “lo
miramos”. Y lo que es peor, él lo sabe. De alguna forma somos su espejito
y no puede arriesgarse a preguntarnos “¿cuál es el más lindo del mundo?”.
No importa que con voz chorreante de cinismo contestemos: “Vos, mi
corazón”. él no es tan tonto y escucha nuestros gritos secretos: ¡Robert
Redford! ¡Ryan O'Neal!, o el carnicero, que tiene un lomo bárbaro!
Resumamos: somos un espejo enturbiado de historia, empañado de tanto
uso, cachuso de rutina. ¿Qué culpa tiene el pobrecillo? ¿Qué importancia
tiene en realidad si esa damita sí puede reflejarlo como a Adonis, sin
panza, sin historia, sin ese engrudo de la convivencia? Tómese un Valium,
respire hondo; el smog es más perjudicial y decididamente más inhumano.
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Ya lo sabemos, ahora el dilema se plantea en otros términos: ¿nos damos
por enteradas o nos hacemos las burras? La respuesta me parece obvia.
¿Alguien tiene interés en meter el dedo en el
135
consigna: “si no puedes con la situación, relájate y goza”.
Sé que es un extraño ejercicio para las mujeres, que hemos sido educadas
para lo contrario, pero en cuanto sus neuronas comiencen a moverse, tal
vez descubra que un marido es parte del confort de la sociedad moderna;
tan estimable como una heladera; nos da respetabilidad cual una tarjeta
Diners, es un elemento más del paisaje hogareño como un televisor,
aunque menos entretenido, me parece. Resumamos: nadie quiere restarle
utilidad ni pretende socavar su irreemplazable rol, pero por favor, ¡no hay
que tomarlos tan a pecho!
¿Es que vamos a llorar por la heladera? ¿Es que hay que suicidarse por una
tarjeta Diners? ¿Rasgarse el corazón por un televisor? Pongamos las cosas
en su sitio y los cuernos en su lugar. Juguemos limpio, aunque más no sea
con nosotras mismas: un marido es algo que hay que tener, la cornamenta
viene incluida en el artículo. Comprenderlo rápido es adquirir un estilo
porque en verdad, para llorar en serio, para gozar en serio, para la pasión,
se han inventado los amantes.
136
25. Todo se arregla en la cama… ¿En
la cama de quién?
Para considerar los “todos” que se arreglan, hay que aplicar el método
inverso. Es decir, prestar atención a ese desarreglo inicial que se intentará
componer sobre la cama.
Vemos así que los únicos que están en condiciones de desarreglar algo son
aquellos que previamente tienen una pareja lo suficientemente estable
como para propinarse un desarreglo. Quedan por ende excluidos de la
siguiente argumentación los vulgarmente llamados “encames ocasionales”
Entreveros fugaces en los que dos personas pueden, comenzar una relación
o terminar con una incipiente amistad.
Delicias matrimoniales
Propongamos como fórmula bastante cínica para una pareja que funciona,
137
un 50 por ciento de amor y otro 50 de buenos modales. El amor es
indispensable para que la gente se anime a convivir y los buenos modales
imprescindibles para que “pueda”. Los porcentajes varían según los casos.
Si usted es casado anote su puntaje y siga.
Esta es una romántica manera de comenzar un día tipo. Y para que nadie
piense que sólo los varones son responsables, hay que agregar la patética
visión de ella que se afana en la persecución del calcetín fugado o, según
pasan los años, manda a ambos, calcetín y marido, a la puta que los parió.
Como queda en claro para cualquier persona inteligente, un tema tan
bastardo no debería provocar una trifulca. Pero nadie es inteligente a las
siete de la mañana. Y menos que menos una pareja que hace años viene
tropezando con un calcetín que huye.
138
Nuestros héroes se lanzan a una jornada típicamente argentina. En los
mutuos trabajos se carga presión como para resucitar a la histórica
locomotora La Porteña, los jefes son un cáncer, los compañeros serruchan
el piso, los ómnibus no llegan y… por supuesto, la plata siempre falta.
Allá van nuestros héroes. Ella se quita el maquillaje, con lo cual queda
medio en cremada y con su cara más atroz al aire; la cara que le
corresponde ver al marido y que no es de lo más excitante que digamos. El
se saca el pantalón y ¡vuelta a quedar en calcetines!, un verdadero atentado
a la libido. Los dos están cansados y francamente disgustados el uno con el
otro. Pero no importa, todo se arregla en la cama –piensa alguno de ellos,
139
víctima de la falacia del refrán–. Supongamos que la ingenua sea ella y en
un magno esfuerzo se perfume detrás de las orejas e intente hacer la
guerra, que en este caso es sinónimo de hacer el amor. El Cuchi-cuchi
prendió la tele y parece concentradísimo en un programa lleno de trastes
que, de lejos, están mejor que el de su esposa. Ella apaga la luz y se le
acerca. El replica “grrrññññfff”, lo que traducido quiere decir “correte que
no me dejás ver”. Impertérrita, ella insiste y le pasa una pierna por arriba,
técnica que solía dar buenos resultados años ha. El replica “grrrfffñññg”,
lo que quiere decir “correte que tengo calor”. Ella le muerde la oreja y él
contesta “grrrfff snif, grrrf snif”, lo que no necesita traducción alguna,
pues sencillamente es el ruido de sus ronquidos.
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26. Y como éramos pocos… los
analizandos
Según cuentan las estadísticas, la Argentina es uno de los países con más
analistas y analizandos del mundo. No alcanzo a entender si esto habla de
nuestra buena salud o de nuestro grado de locura. Pero aunque una no
frecuente un diván y ande con el Edipo despatarrado y autodidacta, los
amigos, la familia, y los vecinos, hacen cola para jodernos la vida.
Lacanianamente hablando.
Esto pareciera ser una secreta conjura que aplican los analizandos para con
el resto del planeta. Para agravarlo, se dividen en escuelas, sectas, logias,
qué sé yo, pero el caso es que mientras unos nos escarban el Ello, otros nos
hablan de la energía y unos terceros nos convencen de la terapia de grupo,
¿o es un “grupo” de terapia? Así es como aquél que jamás abrevó en las
fuentes del psicoanálisis termina por sentirse raro, como abandonado por
la mano de Freud. Una suerte de huérfano carnívoro en medio de un
congreso de madres naturistas.
Más allá de este agudo síndrome de “No Pertenencia”, Los muy guanacos
se hacen cargo de nosotros animosamente, nos hunden el dedo en el ego,
nos pellizcan el Edipo, nos manosean las neuras y, sin ninguna piedad, nos
pisotean el juanete del inconsciente. Con el perdón de Freud, monsieur
Lacan, don Reich y todas las huestes, siento por ellos, amén de una
frenética curiosidad, un deseo no menos frenético de abofetearlos.
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Caer de traste en un diván ajeno
¿Se acuerdan ustedes de cuando uno podía tener un amigo del alma, de
ésos a los que uno les confiaba desde las llaves de la casa hasta lo más
peliagudos secretos de nuestro corazón? Pues bien: si nuestro amigo es un
analizando, ahora, sólo podemos confiarle las llaves de la casa. De los
secretos, mejor olvidarse. Salvo, claro está, que uno venga dispuesto a caer
de traste en un diván ajeno.
Visto desde afuera, parecería una reverenda estupidez que alguien fuera a
pagar su precioso dinero y a emplear su precioso tiempo para hablar de
problemas de terceros, pero, ¡ay, Diosito mío!; eso es, “visto desde
afuera”… ¿Y desde adentro?…
Por las dudas, es mejor hacer mutis por el foro. ¿Y qué clase de amistad se
puede mantener dialogando estrictamente sobre el color de las begonias?
142
Terapia express
Veamos un caso.
La miro desconcertada:
Más cancheramente aún, mi amiga explica que, sin duda, tengo otros
problemas, y que el drama que armo por el gas no es más que un modo de
taparlos y depositarlos en las boletas perdidas. Lo pienso un rato y, en
parte, tiene razón: sin duda, tengo otros problemas. Su comentario ha
143
servido para que “además” me acuerde de los otros. Indignada le sacudo
sobre el café el aviso de la emrpesa de gas: se puede tocar, mirar, oler y
hasta mascar si sube mi temperatura. Es concreto, ¿no?
Con el correr de los años, los analizandos me han tendido un cerco, me han
cortado amablemente en pedacitos y me han servido en bandeja el manjar
de mi ser “verdadero” que, obvio es decirlo, me cae como una patada. A
veces, sus sagaces descripciones no son coincidentes, pero, respetuosa
como soy, las tomo a todas como ciertas. Así es como he llegado a saber,
absolutamente ad-honorem, las siguientes cosas:
–Engriparse es “somatizar”.
' –Preocuparse por un trabajo del cual me están por echar todos los meses
es “neurosis obsesiva”.
144
–Retirarle el saludo a alguien después de una pelea a muerte, es “actuar
la bronca”.
–Si pierdo las llaves de la casa (y ocurre cada quince minutos) es un acto
fallido que indica que no quiero regresar a mi hogar (no sé, tal vez
indique que me gustaría ser copera…).
FIN
145
Sobre la autora
Sus libros han tenido una gran repercusión y son objeto de sucesivas reimpresiones. Publicó
anteriormente: "El descabellado oficio de ser mujer", "De varones, mujeres y otros
percances", "Oíd mujeres el grito sagrado", "Una Eva sin Adanes", "Mujeres Por la Mitad de
la Vida"
Es coautora, junto con Esther Feldman, de la obra de teatro Acaloradas, de gran éxito en
Argentina -estrenada en España-, y de su versión novelada.
146
Una Eva sin Adanes 1996
Acaloradas 2002
147
Contratapa
De mujeres varones y otros percances
Estos relatos de humor, que tienen a la mujer y su mundo como eje, tienen
poco que ver con un modelo femenino convencional, tampoco se
emparentan con el feminismo recalcitrante, porque hay una mirada hacia el
varón siempre con un humor ácido pero no exento de una ternura
comprensiva. Cristina Wargon cuenta la vida cotidiana de una mujer
inmersa en el mundo y en su relato no hay temas tabúes; tanto puede tener
el desparpajo de preguntar “y del orgasmo como andamos” o reflexionar
sobre que el mundo de los varones que para tomar sólo un rasgo “se divide
en dos: los hombres celosos y los que dicen que no lo son. Los primeros
son más molestos que la urticaria y los segundos más peligrosos que una
yarará en el corpiño”. También se lamenta “Según se sabe, los hombres
están llenos de malas costumbres. La peor entre ellas, es esa infame
tendencia a dejar de querernos”. Y se pregunta con desconsuelo: ¿Y el
romanticismo? ¿Quién podría encontrarlo entre una toalla mojada y el
desodorante, que seguro se acabó? Y se contesta “Nadie juicioso se ha
casado jamás para divertirse” porque, concluye “la familia es una
entidad de naturaleza opresiva y de finalidad incierta” generalmente
comandada por “Una madre, persona de inagotables recursos, capaz de
erizar la piel al pedagogo más pintado….”
148
Índice
DE MUJERES, VARONES Y OTROS PERCANCES 1
Palabras de la autora para esta edición 5
CAPITULO I: MUJERES 6
1. Educación Sexual, esa ilustre pavada 9
2. ¿Y del orgasmo, cómo andamos? 13
3. Cama a Cama, Verso a Verso 17
4. Cuando nos dejan 22
5. La “Otra” 26
6. Cómo largar a un plomo 33
7. La Gimnasia a los cuarenta 38
8. ¿Por qué engañan las mujeres? 43
9. Los amantes que sueñan con vivir juntos 49
CAPITULO II: VARONES 54
10. El hombre celoso 57
11. Los hombres y el divorcio 62
12. El marido que ronca 67
13. Los medio-infieles 73
14. Cómo convivir con el jefe 79
15. Huidas masculinas 85
16. Cuidado con un recién separado 90
18. Las alcobas del terror 100
CAPITULO III: Percances 105
19. Vilezas maternas para que un hijo obedezca 109
20. El Día de la Madre en cuarenta y ocho horas 114
21. El infierno de la mudanza 119
22. Madres liberadas, hijas castradas 123
23. La prostitución de las casadas 127
24. Consejos prácticos para señoras cornudas 132
25. Todo se arregla en la cama… ¿En la cama de quién? 137
26. Y como éramos pocos… los analizandos 141
CONTRATAPA 148
149