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Luciana- Novela

-Capítulo I- El origen del abuso. Iván Uranga


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Luciana- Novela

Capítulo I
El origen del abuso

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Luciana- Novela
Cumplía el tercer mes de haber llegado a la ciudad y todavía no podía
acostumbrarse a que cientos de personas estuvieran próximas a ella; al subir al metro,
Luciana, sentía que no tenía más remedio que cerrar los ojos y resignarse, los
primeros días no podía dejar de llorar al momento de sentir tanto contacto sobre su
cuerpo, y por la noches eran recurrentes las pesadillas donde era perseguida por
miles de manos, en las que siempre aparecía el rostro del maestro Juan, aquél
depreciable rostro grasiento, del que salía un pestilente vaho con olor a alcohol y sus
grotescas manos, que sobresalían por entre las demás, eran las que la sujetaban,
mientras ella en su sueño intentaba gritar con desesperación, sin lograr que de su
garganta saliera ningún sonido. Totalmente agitado su cuerpo lleno de sudor se
desprendía de la cama violentamente y abría los ojos esperando ver en algún rincón
de su cuarto aquel rostro repugnante, ella sabía que todo había sido un sueño, pero
necesitaba calmarse lo antes posible, porque temía que el latido de su corazón
despertara a la señora de la casa.

Esa mañana después de preparar el desayuno y dejar limpia la cocina, debía ir


al mercado a comprar lo necesario para la comida, cómo todos los días, su patrona, la
señora Aurora, le había dado indicaciones precisas de que el mandado se debía
efectuar en el mismo mercado en el que su madre y ella habían comprado durante
toda su vida. El único problema es que cuando adquirieron esa maldita manía, la
familia estaba en mejor situación económica y tenían hasta chofer para hacer las
compras, y ahora, en la decadencia de su vidas, había que joderse, e ir en metro todos
los días para complacer su capricho. Ya en alguna ocasión Luciana le había intentado
explicar a su patrona, que en el mercado de la colonia llevaban las verduras y la carne
muy fresca y más barata que en el mercado que ella le pedía que comprara, pero
doña Aurora le respondía que ella debía obedecer sin preguntar, que por desgracia ya
había perdido demasiadas cosas en la vida, y que mientras ella viviera se seguiría
comprando los suministros en el mismo lugar donde lo hiciera con su finada madre.

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Y ahora se encontraba ahí en el vagón del metro, con los ojos cerrados,
intentado que aquello se terminara pronto, y rogando a Dios que el vagón no tuviera
una de esas paradas a mitad de alguna estación, que aunque sabía que duraban sólo
unos minutos, para ella parecía que cada segundo era una posibilidad concreta de
salir embarazada. Una estación anterior a la que debía bajar, comenzó la monserga de
avanzar poco a poco hasta la puerta, la patrona le había dicho que bajo ninguna
circunstancia dejara de agarrar la bolsa con las dos manos, que los rateros se valían de
miles de trampas, y que era muy común que alguno de ellos intentara conquistarla o
que le pellizcara el trasero para distraerla, mientras otro aprovecharía para robarle el
mandado, así que no había más que agarrar la bolsa con todas sus fuerzas y empujar
hasta lograr salir. Al salir del metro se acomodó el vestido, y se peinó un poco para
continuar su camino, esta vez no había sido tan malo, sólo sentía un poco de helado
en sus calzones o por lo menos eso creía que era, por lo fresco.

-¿Cómo te fue hoy en el mercado Lucianita, te salió algún galán nuevo?- la


inquirió Luis Manuel, el joven mecánico del taller de la esquina por donde debía
pasar todos los días. Luciana apresuró el paso para no responder, Luis Manuel no era
feo pensaba ella, pero los hombres en general le daban un poco de miedo, al llegar
por fin a su cocina se sintió segura, ese era su refugio natural, su espacio, su reinado,
ahí podía sentirse feliz y tranquila. Sonó el teléfono y corrió a contestar, porque esa
era una de su principales obligaciones, no permitir que el teléfono llamara más de tres
veces y contestar invariablemente “Residencia Pérezsalazar, ¿En qué puedo servirle?”,
se sintió tan aliviada al escuchar la voz de su madre en el auricular, ahí se enteró que
toda su familia se encontraba bien, que les estaba sirviendo mucho el dinerito que les
enviaba cada semana. Su madre le pidió que esa semana le mandara un poco más
porque Pedro, su hermano menor, necesitaba un libro para la preparatoria, -pero
mamá, ¿de dónde te voy a enviar más?, además Pedro ya tiene edad para trabajar- le

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replicó Luciana -¡Cómo crees hija!, si es un niño todavía, además piensa que él nos
sacará adelante cuando sea licenciado- contestó la mamá. -¡Que va ser licenciado ése
mamá! si siempre ha sido un burro, debiste apoyarme a mí que puros dieces sacaba,
pero me sacaste de la escuela, sólo para meterme a servirle al maestro en su casa y ya
ves lo que pasó- al decir esto, Luciana sabía que había ganado la discusión, su madre
ya no se atrevería a refutarle nada, por la culpa que sentía al haberla obligado a dejar
la escuela, y todo sólo para tener dinero y no dejar de comprar su litro de mezcal que
se tomaba a diario. No habiendo más novedades con su madre, sonriendo colgó el
teléfono.

Al concluir su primaria como la mejor estudiante del colegio, Luciana se había


hecho la ilusión de ser maestra, cursar su secundaria y su preparatoria en el pueblo y
luego entrar a la Normal Superior para graduarse como maestra, pero la necesidad en
su casa era más importante que sus sueños y lo que ganaba su padre vendiendo
verduras sólo daba para mal comer y no alcanzaba para que ella pudiera seguir
estudiando. Por eso cada vez que escuchaba en la radio o en la televisión que la
educación era gratuita se le retorcían las tripas de coraje, -que gratuita va a ser- decía -
¿y los libros complementarios, las guías escolares, los cuadernos, los lápices, los
bolígrafos, el uniforme de diario, el de los lunes, el de deportes, la bata de
laboratorio, la flauta de música, las cuotas de mantenimiento, la regla, el juego de
escuadras, el transportador?, todo lo que se les ocurra festejar a los maestros: que el
día del niño, que el día de las madres, que el día del maestro, que el desfile de
primavera, que el disfraz, todo es gasto; y luego que hasta quieren que uno lleve
zapatos, como si con los zapatos se fuera a aprender más, con el agravante de tener
que comprar todo con la esposa del director si no, no te la valían, que gratuita va a
ser, aquí no hay más o se come o se estudia-. Recordaba cómo fue su primera niñez,
antes de que despidieran a su padre del trabajo y tuviera que ponerse a vender
verduras. En esa época, en su casa nunca faltó nada, vivían modestamente, pero tanto

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ella como su hermano tenían de todo, hasta se podían dar el lujo de ir de vacaciones,
y los domingos nunca les faltaba el salir a dar un buen paseo con cine, palomitas y
todo. Su papá trabajaba para la Compañía de Luz, pero todas las desgracias de su casa
comenzaron ese día que su padre llegó desesperado; sin mediar ningún aviso, ni
negociación alguna, el gobierno se había apoderado de todas la instalaciones de la
Compañía de Luz y anunciado que a partir de ese momento, los miles de
trabajadores que laboraban en ella, quedaban sin trabajo, muchos de sus compañeros
inmediatamente fueron a cobrar las indemnizaciones que les ofreció el gobierno, pero
el papá de Luciana nunca cobró nada, porque fue engañado por su líder sindical de
que si cobraba ya no habría posibilidad de recuperar su trabajo, y fue ahí cuando
empezó con lo de la verdulería, -mientras se resuelve lo del trabajo- decía.

Cuando tenía 12 años, su padre fue encerrado en la cárcel, se le acusaba de


haber matado al cura del pueblo. Nadie supo porqué, pero la madre de Luciana
comenzó a tomar mezcal todos los días y se le podía ver llorar largas horas en la
tumba del cura que había muerto por 7 puñaladas bien puestas. Al poco tiempo de
estar en la cárcel el papá de Luciana amaneció muerto en su celda, dijeron que se
envenenó con alguna comida que le habían llevado.

Al cumplir 13 años, Luciana fue llevada por su madre a servir a la casa del
maestro Juan, director de la primaria del pueblo, él había convencido a la mamá de
Luciana que lo mejor para ella y para su hija, era que trabajara en su casa, que ya no
estudiara, que mejor aprendiera a ser mujercita. Él la tendría en su casa como una
hija, y así fue que durante los 3 años que pasó sirviendo en aquella casa, no pasó una
sola semana sin que fuera violada brutalmente los viernes en la tarde por el maestro,
que invariablemente llegaba completamente ebrio, siempre amenazándole con
lastimar a toda su familia si alguien más se enteraba de lo que él le hacía. Hubiera
seguido así por mucho más tiempo de no ser porque un día la madre de una alumna

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de la escuela denunció al director ante la justicia, al enterarse que su hija había sido
violada por el maestro durante una excursión. Cuando la policía fue a detener al
director, él gritaba que la alumna se lo había pedido y que él había usado condón, que
no era un maldito que pretendiera embarazarla, el escándalo se desató en el pueblo y
la madre de Luciana “corrió a salvar a su hija, sacándola de la casa de aquel
depravado hombre” por lo menos eso fue lo que le comentó a las demás mujeres del
pueblo, la realidad es que ella pasaba cada quincena a la oficina del maestro a cobrar
el pago de su hija y el director siempre le daba “un bono extra” que ella agradecía con
fervor sin preguntarle nunca a que se debía aquel bono, tal vez por no querer
escuchar la respuesta. Cuando llegó con Luciana a su casa, le pidió que le dijera toda
la verdad, que si el maestro Juan la había tocado alguna vez, cuando Luciana le contó
todo lo que había vivido durante esos 3 años, la golpeó hasta cansarse, mientras le
gritaba que era una puta, que la culpa la tenía ella, por usar eso vestidos tan cortos.
Luciana nunca entendió la razón de aquella golpiza y menos cuando era su madre la
que le hacía los vestidos zancones -disque para ahorrar tela-. El escándalo se olvidó y
el maestro Juan gracias a la intervención de su sindicato, ahora estaba libre y se
encontraba a cargo de una escuela en un rancho no muy lejos de su pueblo.

Meses después, llegó al pueblo la señora Aurora, ella iba a visitar a su


comadre, la mamá de Luciana, y en su casa se le recibió como si fuera día de fiesta.
Ella era madrina de Pedro, la mamá de la señora Aurora había sido benefactora de la
escuela del pueblo hasta su muerte, se jactaba de que -gracias a ella esos indios tenían
educación- y todo por una pequeña aula que se construyó con su dinero, que por
cierto ya no existía, pero que en su tiempo había servido para que la señora se sintiera
tocada por la mano de Dios, y se hiciera en el pueblo de todos los ahijados que se le
ponían en el camino, a los cuales cada año les regalaba una ropita -como buena
madrina-; a la mamá de Luciana le tocó ser uno de esos ahijados. Al pasar el tiempo y
por costumbre, cuando nació Pedro, la mamá de la Señora Aurora le pidió a su hija

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que fuera madrina del niño, sin consultarle a nadie “para que vayas sintiendo lo que
es una verdadera responsabilidad”, le había dicho. Y ahora la Señora Aurora sentía
que tenía la obligación de ir una vez por año a llevarle algo de ropa al ahijado para
cumplir como buena madrina. Esa tarde, cuando se iba la señora Aurora, le dijo con
natural benevolencia a la mamá de Luciana que -se llevaría a Luciana a la ciudad para
enseñarle a ser mujer y que algún día pudiera tener un buen marido que viera por
ella, y que cada semana le daría unos pesos para que le mandara a su familia-, la
verdad es que la señora Aurora necesitaba un criada de confianza, porque a la última
la había despidió porque le robaba en cada compra, y que mejor que tener una
sirvienta de aquel pueblo “que tanto le debía a su familia”, así que con una nueva y
casi regalada sirvienta llegó a su casa en la ciudad, la flamante Doña Aurora
Pérezsalazar, que debía decir rápido y junto su apellido, para que sonara
rimbombante y no reconocer que su madre había tenido el mal gusto de casarse con
un Pérez.

El único entretenimiento que tenía Luciana en aquella casa, era poder ver
desde la cocina entreabierta la novela de las 8 de la noche que pasaba de lunes a
viernes en la televisión. Era tanta la emoción que le daba, que una ansiedad extraña le
recorría el cuerpo, y se le incrementaba conforme se iba acercando la hora de verla,
daba gracias a Dios por la sordera de la señora Aurora, ya que tenía que poner la
televisión con el volumen tan alto, que podía escucharla perfectamente hasta donde
ella se encontraba.

Cada noche viendo aquellos personajes en la telenovela, su mente imaginaba


mil situaciones distintas en las que ella podría encontrar el amor de su vida, -si María
Cristina había salido del fango del arrabal, para convertirse en la Señora de Barbosa y
Valle- ella porque no podía algún día tener una criada que le limpiara los calzones y le

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sirviera el desayuno en la cama, porque ahora eso de ser maestra, era como un
recuerdo de otra persona, tan nebuloso e impersonal que ya no recurría a su mente.

Una mañana mientras preparaba la comida, sonó el teléfono, y al contestar una


voz de mujer se escuchó llorar al otro lado de la línea, -¡mamá, mamá!, me tienen
secuestrada ¡por favor, haz lo que te pidan!, ¡ayúdame!- entendió apenas entre llanto,
para después escuchar una voz grave de un hombre que le dijo: -Si no hace todo lo
que le digamos mataremos a su hija, así que no cuelgue vieja desgraciada, que la
tenemos bien vigilada…- soltó el auricular y corrió como si el diablo fuera tras de ella,
hasta la recámara de la señora Aurora, -¡Señora, señora!, ¡que es un señor el que
llama, que tiene a su hija, que la van a matar si no hacemos lo que nos pidan!- gritaba
desesperada Luciana, doña Aurora se inclinó despacio y tomó la extensión que tenía
en su buró, descolgó el teléfono y contestó: -Está bien mátenla, siempre fue una mala
hija- y diciendo esto, colgó sin más, volteó hacia donde se encontraba Luciana y le
ordenó: -Si vuelve a llamar esa gente solo cuelga, no escuches lo que digan, y ahora
vuelve a la cocina que ya tengo hambre-. Luciana no podía creer lo que había
escuchado, la señora había pedido que mataran a su hija, sin más ni más, y ahora
increíblemente lo único que le preocupaba era que tenía hambre. Durante algún
tiempo Luciana anduvo con miedo por la casa, y por la noches se encerraba con
candado en su cuarto, a la señora Aurora la veía con miedo y coraje, no sabía si ir a la
policía o salir corriendo de la casa de aquella bruja desalmada, hasta que varios días
después, cuando la señora Aurora recibió la visita de una vieja amistad, supo lo que
había pasado, la patrona se puso a conversar muy a gusto durante horas con aquella
visita, en medio de la conversación la señora Aurora le platicó a su amiga de aquella
extraña llamada, y fue cuando entendió que se trataba de unos estafadores que
andaban llamando a todas las casas con el mismo cuento, que ya varios vecinos
habían caído en la trampa y les habían depositado dinero en alguna cuenta, -pero no
habían podido engañar a la buena y santa señora Aurora- pensó. Claro que con el

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pasar del tiempo también se enteró que la señora Aurora nunca había tenido hijos y
que su esposo la aguantó un año, -antes de marcharse a una cruzada de caridad en
algún país de nombre extraño donde había perdido la vida por salvar a unos niños-,
decía la señora Aurora; la verdad es que su marido la había dejado por una mesera,
con la que vivía feliz en compañía de sus hijos en la colonia de junto.

Al año de estar en la ciudad, Luciana se había convertido en toda una citadina,


el viajar en el metro ya no le imponía ningún tipo de temor, ya había adquirido toda
una suerte de artimañas para evitar a los desgraciados abusadores y por si fallaba,
cargaba una buena aguja de zapatero, con la que atravesaba la mano de todo aquel
que se atreviera a tocar alguna de sus partes sin su venia, además ya no era tan
frecuente que viajara en metro, porque lo que necesitaba para la comida, lo compraba
en el mercado de la colonia de junto, y le decía a su patrona que era de “El mercado
donde ella y madre han comprado los suministros siempre” acción que además de
permitirle quedarse con lo del pasaje, le daba un poco de tiempo para ella y hacerse
de algunas amigas y amigos de la colonia.

Luis Manuel, el joven mecánico, para esas fechas ya conversaba a ratos con
Luciana que ya no le huía como en un principio, ahora al contrario, ella siempre
procuraba pasar por enfrente del taller para tener oportunidad de verle y platicar un
rato de cualquier cosa. Luciana cada día se sentía más atraída por Luis Manuel, a
veces, por la noches, se ponía largas horas a pensar si sería él, el hombre de su vida, si
Luis Manuel era el hombre que el destino le tenía deparado para ser feliz. Y salía a la
azotea de la casa a intentar ver alguna estrella con quién platicar, como lo hacía de
pequeña en su pueblo, pero casi nunca encontraba ninguna, por lo que mejor optó
por conversar con el poste de luz que se encontraba en la esquina de la calle, que al
paso del tiempo se volvió su indispensable confesor de penas.

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No pasó mucho tiempo antes de que Luis Manuel y Luciana comenzaran a
verse a escondidas para cultivar su amor, él tenía 20 años y ella recién había cumplido
los 18, nada podía ser más perfecto en la vida de Luciana.

La señora Aurora, cada día estaba más complacida con Luciana, que tenía la
casa como espejo, sus comidas a sus horas, no le daba ningún disgusto, y hasta tenía el
buen gusto de sacar la basura por la noche ya que ella se había retirado a su
habitación para que ella -No pasara el disgusto de tener que ver u oler aquel
desperdicio, regresando muy despacito para no espantarle el sueño a su patrona- le
decía Luciana. Obviamente lo que sucedía era que Luciana aprovechaba las idas a la
basura para ver a Luis Manuel, que a estas alturas ya era su novio. Cada noche los
encuentros amorosos fueron tomando más fuerza, hasta el día que Luis Manuel
buscó la forma de llevar a Luciana al taller sin que nadie lo supiera. A partir de ese
día fueron muy frecuentes las idas al taller por las noches a quitarse mutuamente un
poco del estrés del trabajo de todo el día.

Para Luciana el sexo no era todo lo que le habían dicho que tendría que ser, ni
todo lo bueno o divertido que veía en la telenovelas que era, para ella era un acto
opaco, doloroso y frustrante, pero como a Luis Manuel eso era lo que le gustaba pues
ella lo complacía; él nunca le preguntó qué era lo ella sentía, ni si le gustaba o si le
dolía, pero que importaba, al fin y al cabo él sería su marido en algún momento y era
su deber hacerlo feliz. Ella comenzó a buscar la forma de llevarle el lonche al taller,
no quería que pasara ninguna penuria, y sabía que era deber de toda mujer hacer que
su hombre permaneciera junto a ella, eso es lo que le decían en la iglesia, lo que decía
su madre, sus amigas y hasta en las telenovelas, así que debía ser verdad.

Luis Manuel, cada vez más seguro de la idolatría de Luciana comenzó a


tratarle mal, a exigirle mejor comida, que le planchara sus camisas y a pedirle que le

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buscara sólo a ciertas horas y por momentos cada vez más cortos, a ella nada le
parecía extraño, pero era incapaz de reprocharle nada, no podía. Luis Manuel se
había convertido en su dueño.

La efímera felicidad de Luciana se comenzó a venir abajo, su madre le llamaba


con frecuencia cada vez más molesta exigiéndole el dinero que tenía que mandarle
cada semana y que por tener que atender a su hombre como debía, Luciana dejó de
enviarle a su familia -¿pero cómo iba a andar su hombre con aquella ropa gastada?-
dijo el día que con lo poco que había ahorrado le fue a comprar ropa nueva a su
galán, cómo coloquialmente se referían las amigas de Luciana a su hombre. Le
preocupaba un poco que su madre hablara con la señora Aurora -pero como a la
ciudad no viene mi mamá, y yo soy la que contesta siempre el teléfono, no hay forma
de que me acuse- se decía Luciana.

Comenzó a sentir el rechazo de Luis Manuel, ahora era muy rara la vez que se
veían por la noche en el taller y cuando lo hacían él siempre quería tomar vino antes
de hacerlo, no fueron pocas las noches que pasó en llanto Luciana, aquella mezcla de
sexo y vino la hacían sentir las peores cosas. Todo empeoraba, ahora la patrona no
pasaba día en que no le recriminara algo, había dejado de ser la esclava perfecta: la
ropa no estaba bien planchada, la comida le quedaba salada, los pisos nunca estaban
limpios y molestaba mucho en las noches con su llanto.

Una noche que por necesidad extraordinaria tuvo que salir a comprar un foco,
porque se había fundido el de la cocina, vio a lo lejos que Luis Manuel iba caminando
con otra mujer tomándola de la cintura, al principio pensó que sus ojos estaban
jugándole una broma pesada, pero al llegar a la esquina, gracias a la iluminación que
emitía su amigo el poste de luz -con el que conversaba en la noches desde la azotea-
se pudo percatar de que sí era él, y que iba acompañado nada menos que de

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Carmela, una de su grandes amigas y estilista de la colonia, -Ahora entiendo porque
este desgraciado anda siempre muy bien peinadito- se dijo en voz alta, al tiempo que
apresuraba el paso hacia dónde se encontraban los felices infieles. Casi tuvo que
correr para poder alcanzarlos antes de que se metieran al taller, al llegar a ellos tomó
a Carmela de los rubios cabellos oxigenados y la tiró al suelo, al tiempo que la
montaba cual mula, para propinarle una nutrida tanda de bofetadas, tan sonoras que
los vecinos se acercaron a ver “por qué aplaudían”. Luis Manuel sonriendo, se limitó
a observar aquel concierto de percusiones, interpretado en un extraordinario solo de
tambor, cuya excelente sonoridad se debía a la piel de porcino con que el
instrumento estaba recubierto. El concierto terminó cuando agotada, Luciana dejó de
abofetear la cara de Carmela que de tan hinchada era difícil distinguir en donde había
quedado la nariz, se levantó y se plantó enfrente de Luis Manuel al que le dijo: -si
quieres a Carmela ahí está, ya te la dejé bien blandita, de ti ya me encargaré cuando
me sienta más fuerte- y sin más se alejó ante la risa y el murmullo de los presentes.

No faltó la cristiana vecina comunicativa que le contó con lujo de detalles el


incidente a la señora Aurora, que enfurecida le gritó a Luciana de todo y más, le dijo
que ella no podía permitir que su servidumbre se viera envuelta en esos escándalos,
que qué iban a pensar lo vecinos de ella, que su familia por más de cien años había
estado en ese lugar y que nunca habían sido objeto de ningún escándalo, y que ahora
ella, una sirvienta de pueblo, venía a manchar su inmaculada moral. Luciana no pudo
contenerse más, era demasiado el rencor y el coraje que había acumulado en 2 años
al servicio de aquella bruja, y casi sin darse cuenta, su voz comenzó a sonar: -Vieja
hipócrita, usted lo único que quiere es buscar indias para que le sirvan de esclavas y
no pagarles más que una verdadera miseria, con razón la dejó su marido, y ya me
platicaron el escándalo que se armó cuando se fue con la del restaurante, de cómo
usted, fue a chillarle de rodillas que no la dejara, a mí por lo menos me queda mi
dignidad, jamás le rogaré a ningún hombre y quédese con su infeliz empleo que ya

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buscaré yo como ganarme la vida- y diciendo esto se dio vuelta, dejando a aquella
mujer que en segundos había envejecido un siglo.

Luciana se encontraba ahora con su maleta en la calle, y el orgullo bien puesto,


pero no tenía la más remota idea de a dónde dirigirse, no podía regresar a su pueblo,
ella ya no pertenecía a ese lugar, caminó durante un rato alrededor de un parque
hasta que sin sentirlo cayó desmayada.

Cuando despertó se encontraba en un hospital, dónde una amable enfermera


se le acercó sonriente, y le dijo: -no te preocupes, estás en un hospital, aquí te vamos a
cuidar bien- -¿y mi maleta?- preguntó Luciana -aquí no llegaste con ninguna maleta,
te trajeron los de la policía, que te encontraron en el parque desmayada y sangrando-
-¿y que tengo, porque estoy aquí?-, -desafortunadamente tuvimos que hacerte un
legrado, cuando te trajeron estabas con mucho sangrado, el feto tuvo que ser extraído,
pero eres joven ya podrás tener más hijos- le dijo la enfermera de una forma tan
amable que parecía que le estaba dando los buenos días. Luciana soltó en llanto,
ahora su única pertenencia en la vida, era ella.

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Capítulo II
El Ejército

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Antes de llegar a la entrada del Metro, se quedó observando a todas aquellas
personas que pasaban por aquel paisaje gris, vio con detenimiento cada detalle de
algunos de ellos que escogía al azar, -esta muchacha de azul, seguramente va a
comprar algo, nada más hay que verle esa mirada alegre, ahora sonrió, entonces son
zapatos lo que se comprará, aquel joven de mezclilla con cara de bobo y mochila no
tiene otro lugar al que dirigirse sino es la universidad, la señora del vestido verde se ve
que va a pagar algo por la cara de enojada que tiene, me parecen todos de mentiritas,
es cómo estar viendo la televisión- se decía Luciana, que tenía más de 2 horas en el
mismo sitio, porque al no tener a donde ir después de salir del hospital, le daba lo
mismo estar en cualquier lugar, había dejado la desesperación y el llanto atrás, sabía
que eso no le llevaría a ningún lugar, además ya nada le importaba, su único interés
era escoger la estación del Metro donde saltaría enfrente del vagón para acabar con su
existencia, había estado 10 días en el hospital, porque se le había complicado lo del
legrado y los médicos “por falta de tiempo” le habían sacado los ovarios y la matriz, -
para no andarle buscando que tiene y para no fallarle, pues lo mejor es sacarle todo,
al fin y al cabo le hacemos un favor porque es una india que no tiene como mantener
una criatura- escuchó Luciana decir a uno de los doctores en medio de la anestesia, el
día que le hicieron la histerectomía en el hospital del Estado sin consultarle.

-Aquél señor de bigote va a ver a la novia, porque va muy arregladito, es


increíble ¿de dónde saldrá tanta gente?, pero si son miles y miles y a ninguno le
importa mi vida, y mucho menos le importará mi muerte, bueno tal vez a algunos si
les importe, y es a los que haré que les detengan el vagón a mitad de alguna estación y
que algunos hombres aprovecharan para molestar a alguna muchacha y todo por mi
culpa, mmm…está bien que molesten a las mujeres, por idiotas, creídas y confiadas,
pero a los que si le va a importar de verdad mi muerte y mucho, es a los que tendrán
que limpiar todo el reguero que quedará de mí por todos lados, pero ni modo, yo ya
limpié lo de otros muchos años, ahora le tocará a otros limpiar lo mío- pensó Luciana

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antes de comenzar a caminar hacia la entrada del Metro. Había avanzado apenas
unos pasos cuando de pronto escuchó una voz por entre las demás, -Ven aquí, tu
patria te necesita, somos la suma de fuerzas, nuestra misión es la igualdad- era una
joven atractiva que vestía un elegante uniforme de Soldado que justo en la entrada del
Metro repartía volantes a las chicas que entraban. Se le acercó y le dio un volante al
tiempo que sonriendo le decía -juntas podemos todo-, Luciana se quedó sorprendida
de la afinidad que sintió con aquella mujer al instante, y sin pensarlo mucho se acercó
a un pequeño módulo que tenían instalado, al llegar le invitaron a sentarse, y con
mucha claridad y calma le explicaron que si se enlistaba en el Ejército tendría
asegurado su futuro, que la paga es de lo mejor y que se cuenta con todas la
prestaciones, que si quería podía estudiar y aprender muchas cosas, desde ser
enfermera hasta pilotear un avión, que de ella y su empeño dependía hasta donde
podía llegar. Luciana no era ninguna boba, ella bien sabía que era lo que hacía el
Ejército, si en la noticias bien que se oía el pleito que traían con los narcotraficantes y
que a cada rato se andaban matando entre ellos, y además recordaba muy bien que
cada vez que llegaban a su pueblo se tenían que esconder las muchachas porque se las
llevaban a sus campamentos, y a los muchachos los secuestraban por “parecer
sospechosos” y los usaban para divertirse con ellos, haciéndolos sus esclavos, y si se
les presentaba la ocasión pues los acusaban de complicidad con algún narcotraficante
o simplemente, no se volvía a saber nada de ellos por el pueblo.

Pero en este momento de su vida nada de eso le importaba, lo único que


comenzaba a sentir era hambre, así que si le ayudaban con eso ella podría ser una
Soldado del Ejército Nacional, total para morir apachurrada por el Metro a morir por
una bala daba lo mismo. La Soldado a cargo de aquel módulo le explicó que si
compartía los valores del Ejército no habría ningún problema en ser aceptada de
inmediato.

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Corazón, lealtad, solidaridad, disciplina, seguridad, confianza, protección,
honradez, rectitud, integridad, valor, respeto, constancia, compromiso, honor,
responsabilidad, compañerismo, trabajo, esfuerzo, unión, son los valores que debía
tener para estar en el Ejército, Luciana le dijo a la reclutadora que sí, que compartía
todos esos valores y los demás que le pidieran y que si en ese momento le daban algo
de comer se podía incorporar y que con gusto aceptaba. La Soldado reclutadora le
ofreció una torta y se sintió verdaderamente aliviada al escuchar aquellas palabras, su
Sargento le había advertido que si no llevaba ese día por lo menos a una recluta, ella
sería castigada severamente, ya que durante las últimas semanas no habían podido
reclutar a nadie debido al deterioro permanente de la imagen de las Fuerzas Armadas
en el país, por sus constantes abusos a la población y por la cantidad de muertos que
caían cada día abatidos por los narcos, que si bien no salía nada en los noticieros si se
oía entredecir a la gente.

Esa tarde al regresar al cuartel, la brigada de reclutamiento llevaba 2 nuevas


reclutas, Luciana y Genara. Genara era una joven un año mayor que Luciana y al
igual que ella provenía de un pueblo indígena del interior del país, que guardaba
celosamente sus tradiciones, y una de ellas era que cuando se casaba una mujer, eran
los papás los que decidían con quién debía casarse, y esto dependía únicamente de la
dote que dieran a los padres. Ancestralmente la dote se daba en vacas y gallinas y el
esposo debía ser de la misma comunidad pero ahora con la modernidad, ya no
importaba de donde viniera el hombre, siempre y cuando diera lo suficiente en
dinero o en especie a la familia, y así un mal día, cuando contaba con sólo 14 años,
pasó por su pueblo un hombre que le dio 5 mil pesos a sus padres por ella y ella se
tuvo que ir con aquel extraño sin protestar o hacer preguntas. Al llegar a la ciudad
aquel hombre la puso a trabajar en las calles como prostituta, trabajo que desempeñó
hasta ese sábado, día en que amaneció muerto su dueño y ahora a sus 19 años no

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tenía más remedio que seguir de puta, regresar a su pueblo a ser vendida de nuevo o
entrar al Ejército, así que aquí estaba dispuesta a ser toda una Soldado.

Se presentaron ante el Sargento que las inspeccionó visualmente, y con una


mordaz sonrisa se dirigió a la Soldado que las había llevado, -se ven bien las nuevas
reclutas, la felicito-, -mi Sargento tengo algo que decirle pero no se me vaya a enojar,
me traje a estas porque usted me ha dicho que jale con lo que encuentre, pero
ninguna de las dos tiene documentos-le dijo la Soldado preocupada, -no se preocupe
que aquí ya nos encargaremos de esos pequeños detalles, lo importantes es que
quieran pertenecer al glorioso Ejército Nacional- contestó el Sargento entre dientes.

En el cuartel se corrió inmediatamente la voz de que había llegado “carne


fresca” y el Teniente responsable del área de reclutamiento inmediatamente se hizo
presente, él fue designado como tutor responsable de los nuevos reclutas,
responsabilidad que se le había conferido por parte del alto mando para evitar los
permanentes abusos a los nuevos miembros de la Armada. Al llegar le pidió al
Sargento que se retirara, que él se haría cargo de las nuevas reclutas -haber reclutas,
firmes… ¿qué es eso? les digo que firmes- les ordenó y al ver que ninguna de las dos
sabía que era lo que les estaba diciendo, se acercó a cada una de ellas y con sus
propias manos acomodó cada uno de los centímetros de aquellos cuerpos, hasta que
hicieron exactamente lo que él quería.La cantidad de abusos, violaciones, vejaciones y
maltrato del que fueron objeto las nuevas reclutas durante los 6 meses de
entrenamiento militar en aquel campamento, sólo era comparable con lo que les
había tocado vivir durante los 6 años anteriores a su llegada al cuartel.

Durante una noche de luna llena, Luciana y Genara tuvieron un respiro, a los
hombres de su brigada les habían dado dos días de descanso y pudieron conversar

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Luciana- Novela
con calma sobre las cosas que les preocupaban, lo de ser violadas y maltratadas
cotidianamente ya no era parte de sus preocupaciones, en una noche anterior ellas
habían llegado a la conclusión, de que así era la vida realmente para las mujeres y que
todo lo demás que se oía y se decía en la casa, en la calle y en la televisión, era como
las películas, puras cosas de mentiritas, como los cuentos de cuando eran niñas, eran
sólo historias bonitas para que las mujeres no se suicidaran a temprana edad y diera
tiempo para que llegaran a la edad reproductiva para poder tener hijos y que el
mundo no se acabara. Ahora su preocupación era sobre cosas realmente
importantes, como el que no era posible que a las de la brigada 4 ya les hubieran
dado traje de gala y ellas que trabajaban más y aguantaban a más hombres en su
brigada, le dijeran que se los darían hasta fin de mes, pero eso se debía seguramente a
que Luz “la bonita” de la brigada 4, era la que atendía personalmente al Capitán; el
otro tema que les preocupaba ahora que habían terminado su entrenamiento básico,
era cuando sería que por fin las dejarían ir a matar a los cerdos narcotraficantes.
Después de una larga hora de elucubraciones decidieron ir a descansar, ahora que lo
hombres de su brigada no estaban, podían dormir a sus anchas sin tener que aguantar
a ninguno de ellos.

Luciana se mostró un poco sorprendida ante la orden que estaba recibiendo


en ese momento de parte de su superior, no entendía por qué debía poner unas gotas
de ese frasquito en el agua de las aspirantes a enfermeras militares recién llegadas al
cuartel, y además la orden era que lo hiciera sin que se dieran cuenta, -pero mi
Sargento, ¿esto no será algo malo, verdad?- le preguntó un tanto preocupada a su
oficial, -¡cuántas veces le debo decir que usted, no está aquí para preguntar, pensar o
creer nada!, ¡usted está aquí para obedecer!, sólo sus superiores saben que es bueno y
que es malo, ¡al Ejército no se viene a pensar, se viene a obedecer!- le contestó al
tiempo que la empujaba con violencia haciendo que perdiera el equilibro y cayera al

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Luciana- Novela
suelo, pateándola en el pecho. Luciana se incorporó rápidamente y se cuadró sin
hacer más preguntas.

Al otro día se escuchó el rumor que un grupo de Soldados se había metido al


dormitorio de las enfermeras nuevas y que habían hecho con ellas de todo, sin que las
jóvenes aspirantes a enfermeras se quejaran en lo más mínimo, por lo que se ganaron
el mote dentro del regimiento de “las calladas”.

Una de las calladas, era la Sargento primera Simona, que sabiendo cómo eran
las cosas en el Ejército, no se atrevió a denunciar nada de aquel crimen, donde las
drogaron y después las violaron totalmente dormidas. Los malditos, habían tenido el
descaro de dejar los condones en la cara de cada una de ellas, que fue lo primero que
vieron en el momento en que se despertaron. Era mucha su frustración y coraje, de
forma oficial no podían hacer nada, pero la Sargento se dio a la tarea de investigar
todo sobre aquel evento, no le fue difícil encontrar el hilo de aquella madeja, dado
que los violadores se jactaban abiertamente de su fechoría y no pasó mucho tiempo
en que se enterara quién había sido la responsable de haberlas drogado.

Esa mañana le llegó la orden a Luciana de presentarse a un examen físico al


ala de enfermería, en cuanto pasó por la puerta del consultorio Luciana fue
maniatada por 4 enfermeras, advirtiéndole que de gritar le harían mucho daño.
Luciana se encontraba tranquila no entendía que era lo que estaba pasando, aquellas
enfermeras de seguro lo único que querían era golpearla para divertirse pero, ¿Por
qué la amarraban? La Sargento Simona le informó que ya sabían que ella era la que
las había drogado y que ahora era tiempo de que pagara su crimen, que le inyectarían
una droga no para que se durmiera, que le inyectarían una droga para que no pudiera
estar tranquila, ni haciendo el amor con un caballo, Luciana seguía tranquila, y con
toda calma le dijo a la Sargento que si esas eran sus órdenes, que ella las obedecería.

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Luciana- Novela
Todas las presentes no podían entender ni la tranquilidad ni la respuesta de la
Soldado, sorprendidas la soltaron y observaron con miedo y curiosidad, realmente
estaba diciéndolo en serio, la Sargento Simona al darse cuenta de aquella actitud le
preguntó: -¿Por orden de quien nos drogaste?-, -yo no le puedo contestar nada mi
Sargento, es una orden que recibí- contestó Luciana, la Sargento quería entender
cómo funcionaba la mente de aquella muchacha, y le preguntó: -¿entonces si yo te
doy la orden de matar a alguien tú lo harías?- -por supuesto que sí mi Sargento, usted
es mi superior y le debo obediencia, a mí no me toca pensar o decidir qué cosa es
buena o mala, a mí me corresponde obedecer-. -¿Fue tu Sargento el que te dio la
orden? preguntó la Sargento Primero, Luciana permaneció callada, -te lo voy a
preguntar una vez más, y considera que te estoy dando una orden y tu deber es
responder, además mi grado es superior al de tu Sargento que sólo es un Sargento
Segundo, así que dime ¿fue él, el que lo ordenó?- -sí mi Sargento fue él quien me
ordenó que les pusiera unas gotas de un frasquito en su agua, sin que se dieran
cuenta, y eso hice- le respondió Luciana, a lo que la Sargento le contestó: - pues ahora
escucha bien la orden que te daré…-

A la mañana siguiente, el escándalo en el cuartel era mucho, todos los oficiales


estaban en una reunión urgente y los Soldados del regimiento no paraban de
comentar lo sucedido, ya que los varones del pelotón de Luciana, incluido su
Sargento, habían amanecido “empalados” es decir, a todos los encontraron desnudos,
amarrados en pares y de espaldas unidos por un palo que llevaban ensartados en el
ano, de tal suerte que si alguno hacia algún movimiento intentado zafarse lastimaba
más al compañero de desgracia. El cuerpo médico que acudió a auxiliar a los pobres
infelices sólo atinó a comentar “lo bueno que quien lo hizo uso condones, porque eso
les evitó más daño”.

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Después del escándalo, que se dio por aquel hecho, el cuartel ya no fue el
mismo, la mitad del pelotón de Luciana se dio de baja y a la otra mitad los cambiaron
de destacamento, entre ellos al Sargento, que desde ese evento fue conocido como el
Sargento “Balero”. Luciana y Genara fueron asignadas a tareas de reclutamiento en
diferentes cuarteles, con la consigna de que si se contaba algo de lo sucedido se les
formaría corte marcial por traición, y a cambio de su discreción les fue otorgado el
grado superior inmediato por su servicio a la patria, así que Luciana llego a la IV
región militar con el grado de Cabo.

Instalando un pequeño módulo en la macro plaza de la ciudad, se dispuso con


las Soldados a cargo, a distribuir una serie de volantes, entre las mujeres que pasaban
por ahí, que al ver aquel papel reían y se alejaban sin querer saber del asunto, Luciana
no se explicaba eso de la risa, si entrar al Ejército era cosa seria.

En días anteriores, llegó con tanto ánimo al nuevo cuartel, donde pensaba que,
ahora sí se habían acabado los malos tratos, por fin podía ser ella la que mandara,
porque ya tendría a algunos esclavos a su servicio. La primera semana le asignaron la
tarea de hacer una campaña de reclutamiento de mujeres en aquella ciudad, no le
dieron ningún material ni idea de cómo hacerlo, así que se puso a idear un volante
que tuviera una frase que llamara la atención de las mujeres y les hiciera querer entrar
al Ejército, ahora ya se podía permitir tener ideas, ya tenía grado -se decía ella-, con
recursos propios imprimió mil volantes que en letras muy grandes decían “Mujer ven
al Ejército, aquí te haremos hombre”.

En el cuartel ya se habían enterado de la “puntada” de aquella nueva Cabo, -


seguramente la mandaron de la capital para acá por revoltosa, pero aquí le vamos a
quitar lo ocurrente, ya verá,- y así fue, en cuanto llegó a reportarse al cuartel ya le
esperaban para enviarla a un calabozo improvisado que tenía aguas negras a lo menos

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Luciana- Novela
de 30 centímetros de alto y en el que tuvo que estar a pan y agua durante 2 semanas,
ella no entendía que era lo que había pasado, si sólo había cumplido con la orden de
su superior a cabalidad y con gran éxito ya que había llevado a 5 nuevas reclutas, -tal
vez lo que pasó es que al Mayor aquí no le gustan las mujeres tan robustas que traje,
pero no es mi culpa que las bonitas no quieran entrar al Ejército, y estas que traje se
ven bien fuertes, además si no las quieren, eso debe ser algún tipo de discriminación-,
se decía Luciana, en aquel apestoso hoyo.

Al terminar su castigo se presentó ante su superior, quien le pidió una


explicación de su actos, ella le informó de todo lo que había hecho y como su
campaña había tenido mucho éxito ya que había conseguido 5 nuevas reclutas. Aquel
Sargento no podía creer que realmente la Cabo no supiera que había hecho mal, así
que se concretó a decirle, que ella no podía usar ningún material que no fuera
autorizado por el Ejército, que ella estaba ahí sólo para recibir órdenes, que no debía
pensar, ni tener ninguna idea que no fuera otra que la que su superior le indicara.

Las siguientes semanas fueron de entrenamiento, era evidente que en cualquier


momento le pedirían que fuera al frente a acabar con el enemigo. Su entrenamiento
consistía en la parte física en incrementar su velocidad, su resistencia y su fuerza y en
la parte sicológica, debía fortalecer su nacionalismo, su disciplina, su obediencia y su
lealtad. Para los encargados del entrenamiento, era tan difícil lograr el
condicionamiento total en cada miembro de las Fuerzas Armadas, debían conseguir
que bajo toda circunstancia pudieran responder con fuerza extrema ante el enemigo,
la finalidad de todo Soldado era matar antes de ser muertos, existía la premisa de que
todo Ejército es entrenado para la guerra, y existe con la única finalidad de tener la
fuerza bruta necesaria para aniquilar al enemigo, quien quiera que sea este. y el
enemigo lo determinaban los superiores, aquí no se permitiría a nadie actuar a
medias, para un Soldado siempre es todo o nada, jamás se le podrá pedir a un

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Soldado que aplique fuerza moderada, o que repriman su reacción, porque han sido
entrenados para matar, esa es su única función. Y aquí la guerra era contra el
narcotráfico que había emprendido el Ejército por orden nada más ni nada menos
que del Presidente que era el Jefe Supremo de todas las Fuerzas Armadas, y todos
ellos no debían sino acatar esa orden, el campo de esta guerra era cualquier rincón de
su patria y la orden era una sola: matar o morir.

Luciana estaba muy clara de que necesitaba dar lo mejor de sí, que en cuanto
la enviaran al campo de batalla debía ser la mejor, que sus superiores tenían que
sentirse complacidos con su desempeño, necesitaba quitarles aquella rara idea de que
a ella le gustaba desobedecer o hacer sólo su voluntad, como extrañamente había
escuchado que decían, y todo por aquella estúpida campaña de reclutamiento, eso le
pasaba por querer pensar, si eso no le correspondía a ella, aunque a finales de ese año
se sintió muy satisfecha cuando le mandaron llamar para mostrarle un cartel en color
violeta de la campaña oficial de reclutamiento femenino que textualmente decía:
“Mujer de hoy, únete a las Fuerzas Armadas en el Ejército te haremos un hombre, sé
un profesional con futuro” -Seguro que lo hicieron por el éxito de mi campaña de
reclutamiento- pensó.

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Capítulo III
Descarga su arma
al pasado

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Luciana- Novela
Luciana se encontraba leyendo el periódico con toda calma mientras tomaba
su café en aquél puesto de control en la carretera a la que fue enviada, su guardia
había concluido y se sentía satisfecha de saber que durante su turno ningún infeliz
enemigo había pasado por su retén. Le llamó la atención una nota del periódico
donde cuestionaban al Secretario de Defensa, la nota decía:

“En otro caso más de lo que el General Secretario de la Defensa Nacional,


calificó de “daños colaterales” cada vez que civiles son muertos por efectivos del
Ejército en operativos anti narco o en retenes militares, reales o aparentes, una familia
que circulaba en un vehículo particular fue baleada anteanoche por Soldados en un
municipio de la zona metropolitana, en el que el padre y un hijo menor de edad
fueron abatidos y seis personas más, entre ellos otros dos niños, resultaron heridos.

Igual que en casos similares ocurridos anteriormente -como el de los


estudiantes de postgrado y el de dos pequeños de 5 y 9 años, muertos por Soldados
en una carretera de la frontera-, el Ejército emitió un comunicado oficial en el que
lamentó lo ocurrido, expresó sus condolencias y ratificó “su compromiso con la
ciudadanía de actuar con estricto apego al Estado de Derecho y respeto a los
derechos humanos”.

Contra lo que inicialmente se informó, en ningún momento esa dependencia


reconoció que se haya tratado de un error, como lo señaló el Presidente, quien
también lamentó lo sucedido e intentó justificar la acción de los Soldados al señalar
que “su tarea es estar en el retén y que ningún vehículo pase sin ser revisado”.

De acuerdo a las primeras versiones, el conductor del vehículo en el que iba la


familia, no se detuvo en el retén militar cuando los Soldados le marcaron el alto, lo
que originó una persecución por un convoy del Ejército, cuyos tripulantes, al

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alcanzarlos, abatieron a aquél hombre de 52 años y a su hijo de 15. La madre de éste,
su hermana, de 24 años y su esposo, así como dos hijos de la pareja, de 7 y 8 años,
quedaron heridos.

Entrevistado telefónicamente, para este diario, el hijo y hermano de las


víctimas aseguró que no había ningún retén militar como se informó y que él tenía
entendido que los Soldados disparan cuando están bajo amenaza, lo que no ocurrió
en el caso de su familia.

Estos nuevos “daños colaterales”, vuelven a colocar a efectivos del Ejército en


el blanco de críticas como las que han estado recibiendo por los excesos a los que
llegan de disparar por disparar y matar a civiles, a los que suelen confundir con
“narcotraficantes”.

Así fue con los estudiantes del Tecnológico, a los que en principio tildaron de
“sicarios” tras aquél enfrentamiento en el interior de esa institución en la capital y con
los niños que resultaron muertos en el interior de la camioneta en la que iban con sus
padres por la carretera cerca de la frontera norte tras cruzar un retén militar sin
detenerse como supuestamente se les ordenó, versión que fue reiteradamente negada
por la madre de los pequeños.

Nerviosismo, temor o sea lo que sea que motive que los Soldados incurran en
ese tipo de “confusiones”, genera que cada día se incremente el número de civiles que
muere a manos de ellos, en retenes, carreteras o ciudades y que deja claro que no son
solamente integrantes de bandas criminales, como oficialmente se insiste en señalar.

Hechos como el ocurrido anteanoche o los registrados anteriormente en la


misma capital o en carreteras y ciudades de la frontera, que parecen ser estados sin ley

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Luciana- Novela
ni autoridades estatales ni municipales, vuelven a ubicar al Ejército en el ojo del
huracán de acusaciones y críticas de la población civil, por más intentos de
justificación que se hagan sobre errores que ni siquiera son capaces de admitirse.

Sabemos que la investigación de esta agresión y asesinato militar a esta familia


va a resultar como la de lo sucedido a los estudiantes de excelencia del Tecnológico o
lo que pasó con los culpables del asesinato a los pequeños de 5 y 8 años, donde
difícilmente se podrá esperar que haya justicia.

A este paso, el Gobierno no tendrá que preocuparse de que bajen las muertes
de niños y jóvenes por el consumo de drogas en el país ya que aquellos niños y
jóvenes que ya no mueren por drogarse gracias a los esfuerzos de la lucha anti narco,
son compensados con creces por los que matan accidental y colateralmente en los
retenes militares.

De lo que sí estamos seguros, es que el Ejército está entrenado para matar al


enemigo y cuando lo ponemos a interactuar con los ciudadanos, pues el enemigo es
el pueblo, y la presencia del Ejército en las calles seguro que no nos da seguridad,
pero sí mucho temor”, concluía aquél artículo. Luciana se quedó observando la foto
de aquel reportero un momento, y pensó: –¡si llego a encontrar a este desgraciado por
aquí, me lo quiebro!, nadie le habla así a mi General, si tiene miedo ha de ser por
algo que hizo, sino ¿por qué más?, todavía que los cuidamos y les damos seguridad
para sus familias se quejan, además cuantos mocosos no se mueren todos los días
hasta de hambre, si aquí mismo dice junto a esta nota que ya son 110 millones de
pobres en el país y que sólo en el tiempo que lleva este Presidente han surgido 40
millones de miserables más y de eso que es más canijo nadie dice nada, seguro que se
mueren más niños por hambre que los que matamos, pero si nosotros matamos
alguna familia de narcotraficantes, ahí sí están echando pleito, porque lo que no dicen

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es que esos niños iban armados, sino porque creen que les disparamos o pensarán
que estamos locos, pero deberían traer a ese que anda escribiendo, a una guardia y
que le toque una como aquella donde se echaron a 12 compañeros en el sur, que por
andar comiendo camote llegaron los narcos y los madrugaron a todos y haber, ¡¿por
qué ahí nadie sale a defendernos?!, si este país está lleno de puros ingratos hijos de la
chingada– aventó el periódico y se dirigió al puesto de control, al que llegó gritando:
–¡a ver tú, González!, váyase para allá atrás que yo me quedo aquí a cargo–, –si mi
Cabo– le contestó aquel Soldado que al llegar a donde le pidieron que se colocara, le
comentó al Soldado que estaba ahí, –anda como encabritada la Cabo, acaba de
terminar su guardia y ya se puso otra vez ahí adelante–.

Luciana estaba muy pensativa mientras veía pasar los carros, ella era quién
indicaba a qué auto había que revisar y a cuál se le dejaba pasar, así que no se le podía
pasar nada. Recién había dado la señal de paso cuando se sorprendió brutalmente de
lo que vio adentro de un auto, sin pensarlo dio la voz de alarma y comenzó a disparar
hasta que acabó con toda la carga de su arma sobre los tripulantes de aquél vehículo,
secundada por los más de 30 Soldados dispuestos en aquel retén, no dejando a
ningún sobreviviente en el interior del auto.

Pasada la sorpresa, se acercaron al auto, y vieron que se trataba de una familia:


el papá, la mamá y un bebé de meses, pero ¿qué fue lo que pasó? se preguntaron
todos, a lo que la Cabo les respondió: –ese tarugo de González, que me hizo la seña
de que venían armados, y como les hicimos el alto y no se pararon, pues ellos tienen
la culpa, no son más que otros daños colaterales, arréstenme a ese González, por si
hay investigación–; y diciendo esto, ahora sí se retiró a descansar totalmente feliz y
satisfecha, como hacía muchos años no se sentía, por fin la fortuna le había dado la
oportunidad de cobrar una de las que le debían. Se recostó en su hamaca, al tiempo

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que decía en voz baja –ahora sí Luis Manuel, quiero que te sigas revolcando con esa,
a ver si en el infierno te dejan–.

Aquel acontecimiento provocó una alerta extrema entre las fuerzas armadas, la
campaña contra el Secretario de Defensa era muy fuerte por parte de la prensa, así
que era prioritario que el incidente no fuera considerado como un error más del
Ejército, enviaron a los especialistas en encubrimientos y escondieron aquella
masacre, con un sistema que tenían bien aprendido.

Desde el inicio de la campaña antiterrorista iniciada por el Presidente, los


Diputados de oposición en el Congreso habían aprovechado para tirarle con todo al
Ejecutivo, debido a que los retenes violaban los derechos fundamentales de las
personas y su libre tránsito y aunado a que las funciones del Ejército según la
Constitución debían restringirse en tiempo de paz a maniobras militares dentro de los
cuarteles. Y cómo a partir de la ocurrencia del Presidente, los tenían haciendo las
funciones de la policía bajo el argumento de que el nivel de corrupción de los cuerpos
policiacos era irreversible, los Generales habían dispuesto planes de contingencia para
calmar cualquier situación de escándalo social por algún “daño colateral” que
provocara su acción en el camino del cumplimiento de su deber, por lo que tenían en
las prisiones militares siempre decenas de narcotraficantes menores y algunos de
medio pelo, proporcionados por los mismos jefes de las mafias, a los que usaban
dependiendo las necesidades del servicio, es decir; como en este caso que llevaron a
algunos de los narcotraficantes de poca monta al sitio de la masacre, los mataron en el
lugar y acomodaron todo para que pareciera que fueron ellos los que masacraron a la
familia, y que el Ejército en su acertado y oportuno actuar, había logrado darles
alcance y en un enfrentamiento lograron abatir a los peligrosos delincuentes, que
después se encargarían de presentar ante la prensa como que el que comandaba a ese
peligroso grupo de narcotraficantes, era el “número dos” de algún cártel equis,

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dependiendo el que estuviera de moda. Luego se encargarían de involucrar a algún
miembro de la familia masacrada en negocios con los narcotraficantes. En otros casos
cuando necesitaban hacerse algo de aceptación pública por estar pasando algún
momento de mucha presión social, sacaban a estos narcotraficantes de medio pelo, y
llevaban “camarógrafos y reporteros” y montaban una producción un poco más
complicada, porque todo debía parecer como si pasara en vivo, donde por suerte el
Ejército iba a acompañado de la prensa en ese momento y documentaban como
atrapaban, -casi siempre muerto- a algún peligroso criminal, siempre con alguna baja o
heridos por parte del Ejército claro está, sino no podría parecer creíble.

En este caso, fue el pobre Soldado González el elegido para representar el


papel de Soldado muerto, cosa que agradeció profundamente la esposa de González
dado que ahora podría contar con la pensión vitalicia, sin tener que seguir aguantando
a un marido abusador y la Cabo Luciana representó el papel del Soldado herido, era
necesario hacer que la representación se viera real, por lo que fue indispensable
propinarle un balazo en el muslo a Luciana para que se notara la sangre y con eso
podrían cerrar con éxito su actuación.

Esa mañana Luciana en el hospital se sentía conmovida, ya que gracias a su


heroica labor al defender a su patria de los que quieren desestabilizarla con sus
perversas acciones, ella, al frente de un pequeño grupo de Soldados, había
conseguido abatir al enemigo en aquel reten donde perdiera la vida el heroico
Soldado González, y donde ella a pesar de su herida de bala, había concluido su
misión, por lo que recibiría a las cero novecientas horas, en ceremonia solemne en el
Hospital Militar de la capital del país, a sus 20 años, el grado de Sargento Segundo y
en el mismo acto el grado de Sargento Primero.

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Era felicitada por todos sus compañeros, Soldados, Clases y Oficiales. Era muy
difícil que a alguien le ascendieran dos grados al mismo tiempo, más difícil era que
ese alguien fuera una mujer y menos a su edad, los Soldados y sobre todo las mujeres
Soldados se sentían conmovidos, comentando que ahora el Ejército realmente si
estaba cambiando, y que todo era posible si se esforzaban más, que aquellas
vejaciones y abusos que vivan cotidianamente se iba a acabar en algún momento.
Hinchada de orgullo veía aquellas tres líneas transversales en sus hombros, por
fin se habían acabado los malos tratos y los abusos de los Sargentos ahora sí, a
mandar, el Director del hospital, doctor y Capitán a cargo de la ceremonia la felicitó y
le ordenó presentarse más tarde para recibir instrucciones.

Al llegar a la oficina la Sargento secretaria del Capitán, le pidió que esperara un


momento, Luciana se sintió un poco incomoda porque aquella mujer no dejaba de
mirarle con un dejo de lástima, era como cuando uno se encuentra en la calle a un
perro cojo y pulguiento, y le ve con una mezcla de pena y repulsión. Al fin le tocó
pasar donde el Capitán, que al verle entrar se levantó muy cortésmente y la volvió a
felicitar, le preguntó que como se sentía con su nuevo cargo, que qué pensaba ahora
que era Sargento, a lo que Luciana le contestó, que se sentía muy bien, que ella
pensaba que debía estar en el frente de batalla, el Capitán la miró con curiosidad, se
acercó a ella y con un fuete que sacó de entre su cinturón, la comenzó a golpear tan
brutalmente que con cada golpe se descubría un pedazo de su piel ensangrentada, –
¡Aquí no se piensa, su deber no es sentir, ni pensar, ni creer nada, aquí vienes a
obedecer, deja que los oficiales pensemos!– le gritaba mientras continuaba aquella
golpiza, para después comenzar a violarla mientras la seguía golpeando. Todo pasó
sin que Luciana se quejara o dijera ni una sola palabra, al terminar la bestia, le ordenó
que se retirara, totalmente abatida Luciana se incorporó como pudo e hizo un gesto
que pretendía ser un saludo marcial al tiempo que le decía al Capitán: –como usted lo
ordene mi Capitán–. Aquél monstruo totalmente frustrado llamó a su secretaria, –

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vengan por esta infeliz, no quiero volver a verla, necesito una que grite, una que pida
por su vida, no esta basura, que está descompuesta, ya no grita–.

Una semana después del glorioso día de su ascenso, Luciana seguía internada
en el Hospital Militar, se le habían infectado algunas de las heridas, para su fortuna le
había tocado ser atendida por la Sargento Mariana aquella de “las calladitas”, y habían
tenido mucho tiempo para ponerse al día de todo lo que le había pasado. La Sargento
Mariana estaba muy agradecida con Luciana porque nunca se supo que habían sido
ellas las del incidente de “los empalados” y le comentó que estaban formando en
secreto un grupo de mujeres, para defenderse de los abusos de los hombres en el
Ejército, le presentó a la Subteniente Rosario que también estaba dentro de este
grupo de mujeres justicieras. Luciana la escuchaba sin entender realmente que era lo
que aquellas mujeres le decían, lo único que necesitaba era sentirse bien para regresar
al frente.

No fue enviada al frente de inmediato, y hacía labores de policía militar en el


hospital donde había sido atendida, en el destacamento a su cargo contaba con el
apoyo de la Cabo Genara, que cuando se enteró que la Sargento Luciana sería su
nuevo superior, no cabía de tan contenta, era toda una suerte que por fin se le
acabaran los abusos, ya que su amiga Luciana ahora era todo una Sargento. Cuando
se reportó ante ella se contuvo de abrazarla, y se limitó a saludarle marcialmente al
tiempo que le decía: –la felicito mi Sargento por su nuevo ascenso–, Luciana sin
mayor expresión, la abofeteó y le dijo: –usted no viene al Ejército a felicitar a nadie,
usted viene a obedecer, así que limpie mis botas con su lengua inmediatamente–, la
Cabo Genara se inclinó a cumplir aquella orden, Luciana esbozó un gesto que parecía
un sonrisa, –Que gusto me da ver que Genara está bien, y que suerte que le tocara
conmigo, así, no tendrá que aguantar que un cabrón de estos la siga violando–
pensaba al tiempo que veía a Genara lamer sus botas.

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Una tarde se le acercó la Subteniente Rosario, a indicarle el sitio y la hora de la


reunión del grupo de mujeres justicieras, advirtiéndole que nadie debía saber de tal
reunión, Luciana se concretó a escucharla y a cuadrarse ante su superior como
marcaba el reglamento, esa tarde en la bodega del hospital, escuchó decenas de
historias de abusos y maltratos por parte de los Oficiales a las mujeres, y acordaron
que se montaría un operativo para darle su merecido al Capitán del fuete, que debía
ya 2 vidas de entre ellas. La tarea de todas era encontrar la mejor forma de hacer
pagar a aquél capitán sus crímenes.

Por esos días había llegado un nuevo equipo médico al Ejército que permitía
hacer intervenciones quirúrgicas sin tener que abrir al paciente en canal, y debía ser
probado. De forma anónima, le llegó a la Subteniente Rosario, una nota con la marca
que distinguía al grupo de mujeres justicieras, donde le decían que aquel equipo debía
ser probado con civiles antes de intervenir a cualquier Soldado, que lo mejor era que
el Capitán lo probara. La persona que escribía esa nota se encargaría de lo demás,
que se le dijera al Capitán que el nuevo equipo se podría aprovechar para mejorar su
imagen personal y la del Ejército ante la ciudadanía, que el Ejército hiciera algunas
intervenciones gratis con equipo moderno en el Hospital del Estado, lo dejaría muy
bien parado.

La Subteniente Rosario se dio a la tarea de diseñar la estrategia para convencer


al Capitán de probar el equipo personalmente en pacientes civiles, y le pidió a la
Sargento Mariana que consiguiera la autorización de algún Hospital del Estado para
lograrlo, Luciana se ofreció a ayudar en la tarea a Mariana y ese mismo día, tenían la
autorización de un Hospital del Estado que atendía a los más desprotegidos.

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No le fue difícil convencer al Capitán de hacer la propuesta a los superiores
que encantados apreciaron la dedicación del Capitán, y le ordenaron que procediera
con su idea de inmediato, que ellos se encargarían de que la prensa estuviera ahí para
difundirlo.

Llegó el día que el Ejército haría una buena labor ayudando a los que menos
tienen, operando a 3 mujeres con equipo sofisticado, para extraerles unos pequeños
tumores. La ventaja de la intervención era que gracias a la tecnología, aquellas
mujeres, quedarían perfectamente fértiles ya que la cirugía no sería invasiva y sólo
extraerían, los tumores sin dañar la capacidad reproductiva de las pacientes. La
noticia se había difundido por todos los medios, y eran muchos los reporteros que se
encontraban en las afueras del Hospital de Estado esperando saber más sobre aquel
acontecimiento.

El doctor y Capitán responsable del evento llegó muy temprano para ver que
todo se encontrará en orden, los médicos del hospital estaban muy entusiasmados,
sobre todo porque les habían prometido que estarían presentes durante la
intervención y que era posible que alguno de ellos pudiera intervenir con el equipo
moderno, y después de hacer todos los preparativos se llevó a la primer paciente al
quirófano. No había pasado ni media hora de haberse iniciado la primer intervención
cuando de pronto, se escuchó una explosión que hizo que se cimbrara todo el
edificio: médicos, enfermeras, pacientes y familiares corrían hacia todos lados, nadie
sabía que había pasado, sólo una Soldado que sangrando de la cabeza, comenzó a dar
instrucciones a todos logrando calmar a la multitud y evitando que ocurrieran más
desgracias por la desesperación. La prensa, la televisión, todos los medios estaban ahí,
dando fe de aquella desgracia, antes de que llegaran los bomberos, ya se había filtrado
información a los medios de que se había tratado de un atentado terrorista, que los

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Luciana- Novela
narcotraficantes se habían enterado que un militar de alto rango se encontraría en el
hospital y habían aprovechado para detonar una bomba justo en medio del quirófano.

El alto mando militar no podía desaprovechar esta oportunidad, por fin tenían
un mártir, un eminente cirujano militar y altruista, había sido cruelmente asesinado
ante las cámaras de televisión junto con 4 médicos civiles, 5 enfermeras y una
paciente y para colmo de su felicidad, ellos no habían montado ese circo, aunque no
faltó el General que comentara, que cómo no se les había ocurrido antes esa idea. Por
fin ahora tenían el pretexto para usar toda la fuerza necesaria, pedir más presupuesto
y que los Diputados aprobaran de una vez por todas, la ley que les permitiría actuar
sin recato.

Los medios de comunicación se dieron vuelo con la noticia, tenían imágenes, y


entrevistas en vivo de aquella desgracia y extrañamente no había llegado ninguna
instrucción del Gobierno de contener la noticia, así que se regodearon por días con la
nota, en la que destacaban la labor que había tenido aquella militar, al controlar a la
gente en que en su huida pudo haber provocado más desgracia, y lo hacían no por
otra cosa, sino porque esa era la imagen más impresionante que tenían, ya que en las
tomas sólo se escuchaba la explosión, se veían caer algunos vidrios y de entre la gente
surgía aquella Soldado que era la única que se le veía sangre y era justo ella la que
intentaba controlar a la gente para que no se lastimara. No faltaron los reporteros que
entusiasmados por la falta de censura, dejaron ver entre sus líneas, que todo esto
podía ser un teatro montado por el Estado para justificar las barbaries y tropelías que
cometían a diario en las diferentes latitudes del país, por lo que el mismo Secretario
de la Defensa Nacional salió ante los medios, para gritar que los perpetradores de tan
cobarde crimen serían castigados, los Diputados aprobaron el presupuesto y la ley
que permitiría al Ejército actuar sin restricciones e incluso fueron más allá, al aprobar
una ley con la que permitían que cualquiera fuera aprendido sin mediar orden de

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Luciana- Novela
aprehensión alguna, así que ahora cualquier persona podía ser detenida por el simple
hecho de parecer sospechoso, ante los ojos de cualquiera de las neófitas autoridades
responsables de impartir justicia.

Para el Ejército nada podía haber salido tan bien como lo que vivían en ese
momento, durante años habían sido acusados de erguirse como policía, juez, jurado y
verdugo al matar a tantas personas bajo la sospecha de actividades ilícitas, a las que les
daban muerte si ningún juicio previo solo bajo el argumento de que presintieron que
eran enemigos de la patria, y así era que en esos 5 años del nuevo gobierno, se
contaban ya 60 mil muertos y más de 10 mil desaparecidos, que nunca disfrutaron de
la supuesta presunción de inocencia, nunca serían juzgados para certificar su
culpabilidad y nunca serían sentenciados. Aunque de haberse cumplido la ley todos
ellos estarían vivos, porque estaba prohibida la Pena de Muerte, así que estos 70 mil
nacionales muertos, incluso en el caso de que alguno de ellos resultara ser culpable,
gozaría de perfecta salud en algún centro penitenciario, sino fuera por la oportuna
intervención del Ejército, ejecutando a todo aquel que se les ocurriera según fuera su
estado de ánimo ese día, pero ahora gracias a este afortunado evento para ellos,
contaban con más presupuesto y libertad para hacer su trabajo, así que la diversión
para ellos apenas comenzaba.

Fin del tercer capítulo, Próxima entrega 22 de marzo.


@CompaRevolucion

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