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IDENTIDAD PERSONAL
15/11/2017
Urbano Ferrer
3. En Hegel la persona es el individuo no como particular, sino como sujeto universal, en tanto
que posee derechos universales. Es el sujeto singular o inmediato, pero a la vez principio de
las instituciones éticas objetivas, que son la familia, la sociedad civil y el Estado. “La
determinación del individuo es llevar a una vida universal” (FD, P. 258, nota). La universalidad
no le viene al individuo de fuera, porque se lo concedan, sino que es el despliegue de su
autorrelación o de su ser-para-sí. Por ser individuo humano, es decir, desde su inmediatez la
persona es titular es derechos universales.
4. El yo trascendental en Husserl no es una condición a priori de posibilidad, algo deducido,
como el kantiano, sino que es mostrable en concreto (konkret aufweisbar) en sus vivencias
intencionales, pero no por sí mismo, ya que es indescriptible por estar vacío de notas. El yo es
el que vive en sus actos, su fuente o foco de irradiación común. Este yo va ganando concreción
en sus sucesivos escritos, hasta el punto de adquirir notas personales.
Ya para adquirir conocimiento de las cosas del mundo necesita de un punto de vista que le
viene dado por su posición corpórea en el mundo; también del cuerpo dependen las cinestesias
o movimientos anteriores a los actos libres, como el girar la cabeza ante una llamada, el abrir
una persiana ante la falta de luz, el colocarse en la posición adecuada para ver un cuadro…
Hay una conciencia inmediata del yo puedo que es anterior a la conciencia de objetos.
Dos caminos particulares que recorre Husserl en su aproximación a la persona son los motivos
y los hábitos. Por lo que hace a los primeros, solo pueden motivar si hay una fuerza
motivacional mayor que les presta su peso y que reside en la persona. “El valor más elevado lo
representa la persona, que habitualmente le confiere a la resolución genuina, verdadera, válida,
libre la mayor fuerza de motivación” (Ideen II, 316). En cuanto a los hábitos, pueden ser
pasivos o sedimentados y activos. Los primeros quedan en el yo en singular una vez que ha
realizado el acto de decidirse, el acto de formarse una opinión, el tomar posición, etcétera,
quien llega a estar decidido, a ser de tal o cual opinión, a estar posicionado en tal o cual
sentido.
Los hábitos activos son los que unifican una serie de actos de querer diversos, actuales y
posibles, como un trasfondo habitual común: son aquello que en definitiva quiero en lo que
estoy queriendo ahora de un modo actual y que a la vez abren posibles voliciones todavía
indeterminadas. Estos hábitos del querer desembocan en un querer último incondicionado. “En
su autoconocimiento como persona moral se actualiza el proyecto vital universal. Como
persona tengo una voluntad universal, una dirección vital unitaria, un querer incondicionado de
una capa superior, que unifica sintéticamente todas las voliciones efectivas y posibles”
(Manuscritos E III).
Sobre la base de ello es viable la llamada por Husserl actitud personalista: “Enteramente
distinta (de la actitud de las Ciencias de la Naturaleza) es la actitud personalista, en la que
estamos siempre que vivimos unos con otros, hablamos entre nosotros, nos tendemos la mano
al saludarnos, estamos referidos unos a otros en el amor y en el desdén, en intenciones y
hechos, en discursos y réplicas; igualmente estamos en ella cuando consideramos las cosas
que nos rodean precisamente como nuestro entorno y no como naturaleza objetiva, como lo
hace la actitud natural. Se trata de una actitud enteramente natural y no artificiosa, que tuviese
que ser ganada y garantizada solo mediante recursos especiales” (Ideen II). Así pues, refiere la
actitud personalista a las formas de trato mutuo y a los componentes del mundo circundante, a
los que identificamos como “regalo de”, “destinado a tal uso”, “perteneciente a”.
En cuanto a la persona, cumple una función análoga al yo, pero con respecto a los sentidos de
los correlatos vivenciados. La persona es dada, por tanto, en la coejecución de sus actos en
tanto que provistos de un sentido: así, cuando decimos „esto es lo mismo que antes percibí‟ o
„esto contrasta con lo antes percibido‟, sin necesidad de una comparación previa entre lo
percibido antes y lo que percibo ahora. La persona es quien unifica los actos con sus
contenidos de sentido, impidiendo que se dispersen unos de otros: es el agente común en el
que convergen actos de esencia diversa. La persona está toda ella en cada uno de sus actos.