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INTERNACIONAL

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La última etapa antes de abandonar Venezuela


La ciudad de San Antonio, fronteriza con Colombia, aprovecha el
negocio de la migración
MAOLIS CASTRO

San Antonio del Táchira - 16 FEB 2019 - 09:51 CET

Una mujer con su bebé, en la frontera entre Venezuela y Colombia. FERNANDO LLANO (AP)

José Leonardo Maldonado selecciona a sus clientes desde


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la entrada de su casa. Los ve llegar arrastrando con sus
maletas en búsqueda de hospedaje. “Cuando entran y
salen rápido del hotel, con los mismos equipajes, yo intuyo
que no tienen casi dinero para pagar y ofrezco en alquiler
una de mis habitaciones por menos precio”, relata. Los
carteles en la fachada de su vivienda ofertan “pasar una
noche” en un dormitorio por 15.000 o 20.000 pesos
colombianos (entre 4,7 y 6,3 dólares) no son suficientes.
La competencia en San Antonio del Táchira, la última
Viajar a las antípodas ciudad de la frontera venezolana antes de cruzar a
cruzando solo una Colombia, ha crecido al ritmo de la emigración.
frontera

El equipo de Guaidó Las viviendas, los comercios, las aceras de las calles y las
ha recaudado más de
100 millones de
plazas se transforman en las noches en albergues de
dólares en ayuda venezolanos que se despiden de su país. Maldonado, de 76
humanitaria para
años, es un ingeniero y profesor jubilado de varias
Venezuela
universidades de la región andina del país. En enero de
Los centros de 2018, él y su esposa decidieron rentar varias habitaciones
acopio se multiplican
de su casa para obtener dinero necesario para paliar la
en la frontera de
Venezuela y hiperinflación. “Nos ha ido mejor. Ya comenzamos a comer
Colombia igual, hemos engordado un poquito gracias a este servicio
que ofrecemos”. Pero destaca que uno de los beneficios es
recuperar “valores” como el trabajo remunerado y el ahorro de dinero, algo
que asegura ha disminuido con la crisis económica.
Un hombre en la puerta de un cibercafé, donde se tramitan habitualmente las tarjetas de movilidad
fronteriza. RAÚL ROMERO

San Antonio del Táchira es el “tercer país”, dice un grupo de amigos en una
plaza. Casi todos los negocios están desolados en el día, mientras en las
noches se hallan repletos de familias con equipajes. “Mi restaurante era uno de
los mejores, en las noches se llenaba de gente que se divertía. Pero ya no viene
nadie, apenas hago cinco almuerzos cuando antes hacía 300. No quiero
cerrarlo porque tengo esperanzas de que sea lo mismo de antes, así que ahora
debo rentarlo en las noches para hospedar a personas que están de paso”,
indica S. C., una mujer que pide omitir su identidad.

Muchos locales han modificado su función para satisfacer las necesidades de


los migrantes. En una venta de empanadas se anuncia que se alquila un
espacio, sin colchón, para dormir una noche por 3.000 pesos y una agencia de
viajes acumula a una decena de personas en la noche en su sala. Es un servicio
que bordea entre la legalidad y la ilegalidad. “No soy el dueño del local, pero sí
de la venta de comida. Rentar el sitio físico puede molestar a los propietarios.
Pero es la única forma de sobrevivir”, señala otro comerciante.

La variedad es extensa. Los cibercafés encontraron una fuente de ingreso en la


Tarjeta de Movilidad Fronteriza, un documento exigido por Migración
Colombia y tramitado por Internet. El costo suele ser de 2 dólares,
aproximadamente, y su plastificación de 50 centavos adicionalmente. Antes
iban los estudiantes o los jóvenes a consultar internet, pero ahora se acercan a
sacar su carné.
Un hombre en el centro de San Antonio, donde se ha extendido el negocio del alquiler de habitaciones
por horas. RAÚL ROMERO

San Antonio se ha transformado en una ciudad dormitorio para muchos


venezolanos. “Yo paso la mayoría del día en Colombia, trabajando y solo vengo
a dormir a Venezuela”, dice Andrés Tovar, un vendedor de comida ambulante.

“Vivíamos en unas de las fronteras más dinámicas de América Latina y el


intercambio comercial era impresionante. Mi papá tenía agencias de aduanas,
pero tocó paralizarlas por completo. Quedan muy pocas en este momento. La
zona comercial de San Antonio era muy conocida en sus años de apogeo,
vendían muchos electrodomésticos y se importaba. Pero cambió la realidad y
ahora casi todos los almacenes están cerrados”, explica la abogada Danny
Rojas.

El sonido del arrastre de las maletas es característico del puente Simón Bolívar
de Táchira. A unos pocos metros está Cúcuta, la ciudad colombiana fronteriza
con Venezuela, adonde se trasladan cientos de personas a diario. Jair, de 18
años, trabaja como “carretillero” –transportador de mercancía en carreta– en
esa vía durante horas. Para demostrar lo peor de su jornada se levanta la
camisa y deja al descubierto una espalda insolada y rasguñada. “Un señor me
pagó 20.000 pesos por llevar sacos pesados. Me emocioné por la plata, pero
luego me arrepentí porque me dejó adolorido”, afirma. Sin embargo, él prefiere
ganar el dinero así que regresar a El Vigía, en el Estado de Mérida, una
localidad cercana a San Antonio del Táchira, porque está seguro de que estará
“hambriento” a los pocos días. “Ahora puedo comer bien: un pollo, pan y otras
cosas. Pero a veces me siento mal al comer porque pienso en mi mamá y mi
hermanita. Creo que ellas pueden estar hambrientas. Les envío todo el dinero
que puedo, pero desaparece rápido”, explica.

Los carretilleros ganan hasta 100.000 pesos en un día, más de cinco salarios
mínimos mensuales en Venezuela. Pero los “trocheros” obtienen más dinero:
son los que transportan mercancías o personas por caminos clandestinos
hasta Colombia. Los negocios irregulares también han proliferado con la crisis
en los andes venezolanos. Del control impuesto sobre la venta de gasolina ha
florecido un mercado negro. Algunos admiten que acuden al comercio ilegal
para generar ingresos adicionales, muchos reconocen que la crisis ha llevado
al límite a los venezolanos.

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