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La Comunicación y las Ciencias Sociales en América Latina:

introducción

Las Ciencias Sociales -y los estudios de Comunicación- en América Latina se debaten entre dar respuestas al
pueblo o dar respuestas al rigor científico (Briceño, 1999). Nos sirve aquí de metáfora señalar que en el mismo
tiempo histórico en que Hegel va madurando su sistema filosófico, en nuestra región, Bolívar y San Martín van
liderando la emancipación americana. Vemos así como es que históricamente la relación -especialmente las
tensiones- entre la producción teórica y los procesos políticos nos sitúan en unos lugares y perspectivas desde
donde interpretar los fenómenos sociales. Esto nos conduce a problematizar la pretensión de aquellas posiciones
que se atribuyen el patrimonio de "la” Ciencia y consideran que las otras formas de pensamiento más que
científicas son formas políticas, ideológicas, valorativas e incluso, pre-científicas (Argumedo, 1993).

En su obra "Voces silenciadas de América Latina”, Alcira Argumedo (1993) analiza cómo es que todas las Ciencias
Sociales se constituyen a partir de marcos más amplios que son culturales, es decir, en determinados modos de
concebir el mundo que otorgan determinadas significaciones, más allá del área o disciplina de estudio. Así,
la mirada crítica incluye necesariamente la perspectiva integral, esa que entremezcla los espacios culturales, el
mundo político y los comportamientos colectivos con la interpretación de los hechos o sucesos históricos.

Dicho esto, entendemos que es más una causalidad que una casualidad que sean las vertientes o perspectivas
liberales aquellas que hacen hincapié en la fragmentación para el abordaje de los problemas históricos, políticos
y sociales, negando la posibilidad científica de abordarlos desde perspectivas contextuales, totalizantes o
reconociendo unos saberes "otros”, a los que se ubica a las orillas o márgenes, tales como aquellos provenientes
de las prácticas, de los procesos políticos, de las culturas ancestrales, etc.

Así, las perspectivas liberales se traducen en una matriz filosófica, política y jurídica -de hombres libres, iguales,
blancos, machos, adultos y organizados en sociedades contractuales-, tanto como en la versión de una economía
política que ve a las sociedades como el fruto de la sabia, mágica e invisible mano del mercado que es capaz de
transformar en bienestar general el comportamiento egoísta de quienes persiguen su lucro individual.
Es importante mencionar también que esta matriz de pensamiento liberal parte de un instrumento ideológico
que además de desintegrar el mundo feudal, sirve para el desarrollo de las nuevas técnicas industriales, de
transporte y de comunicaciones; a la vez que acompañan los procesos de expansión colonial argumentado en la
legitimidad de "civilizar” al resto de las sociedades, de incorporarlas al progreso, a la iniciativa privada, a la
acumulación de capital. Son justamente estas matrices de pensamiento las que dan lugar a las llamadas
"revoluciones democráticas” que sustentan el despliegue de la modernidad que se configura toda vez que
amplifica la desigualdad social. Nótese que hablamos aquí de las dictaduras que en nombre de las democracias y
la libertad se instalaron en toda América Latina.

Si ponemos atención a cómo esto ha ido configurando el campo de la Comunicación y sus disputas, vemos que los
primeros estudios la conciben fuertemente como una cuestión de transmisión, primero (transportes) y de
información, después. Decimos "primero” o "después” para señalar los momentos históricos y las tensiones que
los configuran, ya que estos enfoques aún se encuentran vigentes y se constituyen en perspectivas de diferentes
matrices de pensamiento: de modo que lejos de que uno implique una etapa superadora del anterior, en realidad
están disputando el modo de abordaje de la producción de conocimiento, sus posiciones y razones.

En un contexto mundial divido en dos grandes bloques enfrentados, el capitalismo y el comunismo, durante los
años 1960-70, la comunicación es entendida como transmisión y tiene la tarea de conformar una sociedad de
masas, de consumo. Como ya vimos en las primeras materias de esta carrera, éste es el momento donde los
jóvenes emergen como actores sociales, en primer lugar para dialogar con el mercado especialmente a partir de
las estéticas, de las industrias culturales; pero también es el momento en que ellos comienzan a enunciarse
políticamente en el espacio público planteando fuertes disputas por el Estado, por los modos en que se asignan
los recursos y reclaman contra las desigualdades, injusticias, guerras.

Es también este un tiempo donde el estructuralismo es la "moda” en las ciencias sociales y desde allí emergen
trabajos conocidos como la teoría de la aguja hipodérmica (consiste en creer que los receptores o las audiencias
son indefensos y todo mensaje llega de igual manera a las mayorías) y la Mass Communication Research (cuyas
investigaciones se centran en el comportamiento humano y el marketing). En simultáneo, desde América Latina
se denuncia la dominación ejercida desde los medios de comunicación (entendiendo con Althusser que los
medios son aparatos ideológicos del Estado) porque allí se reproducen las ideas de mundo dominantes.
Para fines de la década de 1970 y durante los años 1980, tiene lugar lo que conocemos como crisis epistemológica
o de paradigmas; entre sus consecuencias políticas se trata de desligar a los sujetos de las estructuras (las
instituciones tradicionales, modernas, por ejemplo) en pos de la libertad (de comprar). Es el momento en que
empezamos a hablar del pasaje de ciudadanos a consumidores, del fin de la materialidad del mundo que hace
espacio a la interpretación, al relativismo, a las figuras del intérprete -el intelectual- y del experto; y se deja de tener
en cuenta el poder y sus disputas como aspecto central de análisis (se lo invisibiliza y demoniza). Es, a su vez, el
auge de la globalización en un contexto en el que se abordan los informes NOMIC y Mc Bride que denuncian la
concentración de los medios de comunicación y de la información y proponen -sin demasiado éxito- la
redistribución de los flujos informacionales.

En medio de ello, los estudios de Comunicación, desde los estudios semióticos y análisis del discurso, van dando
cuenta de las diferencias entre hablar de información (bien público, lo que se transmite) y de comunicación
(práctica sine qua non de la existencia de las sociedades); están ahora las investigaciones que dan cuenta de que
la comunicación no puede ser pensada como un proceso lineal de emisor-mensaje-receptor y comienzan a
trabajar sobre la relación entre todos los factores que intervienen en el proceso comunicacional, otorgando
especial importancia al empoderamiento de los receptores/públicos/audiencias; a los modos en que la
comunicación y los consumos son siempre una instancia de producción desde las propias lógicas y
resignificaciones de los sujetos sociales.

Es en la década de 1980 que el campo de la Comunicación se constituye como tal: lo hace en medio de un mundo
revuelto donde, al igual que el muro de Berlín, el orden social conocido hasta entonces estalla en fragmentos, y lo
mismo sucede con las verdades absolutas, con la política, con la historia: al punto que se anuncia su muerte en
pos del auge de los microrelatos, de las resistencias con minúscula a un mundo que, paradójicamente, comienza
a ser racionalizado en las lógicas de un mercado de carácter neoliberal que comienza por excluir todo aquello que
no se le adapte.

En este contexto, decíamos, es que se institucionaliza el campo de la comunicación: con ello hacemos referencia
a que se crean escuelas, Facultades, líneas de investigación, etc. Para este momento, ya deben saber, hay una
obra que sintetiza buena parte de los debates dentro del campo y nos invita a cambiar lugar de las preguntas, es
la célebre "De los medios a las mediaciones” de Jesús Martín Barbero (1989) que condensa buena parte de los
debates y las posiciones epistemológicas del campo de la comunicación y de la cultura.
Hasta aquí, la comunicación se había interrogado fundamentalmente por los medios, la información y los
discursos: ésos eran nuestros objetos de investigación en un tiempo donde el lugar de la comunicación se debatía
esencialmente entre los trabajos referidos a los informacionalismos y a los ideologicismos; pero insistimos, la
pregunta central siempre estaba vinculada a los medios.

Esta historia nos muestra que los medios lejos de ser un espejo de la sociedad a la que pertenecen son actores
sociales que inciden, disputan y negocian fuertemente por la instauración de unos sentidos o visiones de mundo.
De allí que no pueden ser pensados como una cuestión de meras tecnicidades, ni mucho menos pueden ser sus
discursos abordados desde una impoluta tradición semiótica desconoce la dimensión material y política de la
comunicación.

Cambiar el lugar de las preguntas nos señala que debemos seguir mirando los medios de comunicación, pero
especialmente en relación a los modos en que dialogan e interactúan con los procesos políticos, las industrias
culturales y con las culturas masivas y populares. Para ello resulta clave comprender que la comunicación es
siempre una práctica de poder desde donde se libran las batallas por los sentidos sociales, esos que estructuran
los modos de pensar y de sentir. De allí que debamos aún enfrentar una serie de prejuicios, que según Jesús
Martín Barbero (2015), impiden la producción de conocimiento crítico.

Entre estos principales prejuicios el autor señala primero aquel que tiene que ver con la creencia en que se pueden
comprender los procesos comunicacionales abordando sólo a los medios, cuando éstos sólo pueden ser
entendidos en relación a su participación y a las transformaciones en el espacio público; y uno segundo prejuicio
que cuestiona la creencia de explicar los miedos contemporáneos en función del aumento de la violencia,
criminalidad e inseguridad en las calles. Respecto de este último Martín Barbero indica que los miedos hoy se
vinculan tanto más a la expresión de una angustia cultural que proviene de varios factores. De entre ellos, destaca
la pérdida del arraigo colectivo en medio de un salvaje urbanismo que comercialmente avanza sobre las
memorias colectivas, las historias y sitios familiares, de un lado; y del otro al modo en que la ciudad normaliza las
diferencias, las conductas y los edificios erosionando las identidades colectivas, obturándolas, fragmentándolas y
arrojándolas al vacío: de allí las angustias y los miedos... y el miedo al otro: a ese que se convierte en amenaza
cuando no se logra descifrar. A partir de aquí, nos señala dos pistas para la elaboración de preguntas que se
vinculan a pensar la ciudad como el espacio público que posibilita los intercambios culturales fuertes, espacio
donde chocan las diferentes culturas, clases, géneros, etnias, edades, religiones; y la política como territorio de
mediación estructural tanto de cómo es que comprendemos la ciudad y cómo es posible construirla.
En este punto, y entendiendo que la comunicación es una producción de sentidos y que la cultura es el espacio
de disputa por tales visiones del mundo es que no resulta posible separarlas, y se instaura una línea de
investigación que dará lugar a múltiples intervenciones de la comunicación en el mundo de los debates sociales,
las ciencias y las políticas. Los estudios de la comunicación y la cultura engendran unos nuevos objetos en el campo
que van a ser trabajados de manera interdisciplinaria, y ente estos objetos encontramos a las prácticas juveniles.

Es a partir sobre todo en las décadas de los ochenta y los noventa (entre el fin de las dictaduras en el Cono Sur y
la instauración de matrices políticas neoliberales) que las prácticas juveniles son abordadas desde las Ciencias
Sociales y la Comunicación, especialmente construidas desde lo que conocemos como perspectiva del deterioro,
tras los genocidos simbólicos y materiales de las dictaduras, el hundimiento económico, política y cultural que
dejó como herencia el Estado gestionador del terror, en medio de unas democracias incipientes. Tales enfoques
narran a unos jóvenes apáticos, incapaces, perdidos, consumistas; y -aún sin quererlo- al construir conocimiento
fragmentado (sin integrarlo con la historia social) sobre sus prácticas, contribuyen a unos discursos hegemónicos
sobre la juventud que los desconoce como actores sociales y políticos, obtura su capacidad de agencia y los
invisibilizan y/o estigmatizan.

El barro y la esperanza
Estas perspectivas del deterioro para pensar a las juventudes se inscribe en una matriz de pensamiento liberal que
cuenta con determinadas implicancias sociopolíticas respecto de las prácticas que allí se abordan. Sin embargo,
rompiendo los límites de la matriz liberal, lo que con Argumedo llamamos la matriz de pensamiento
latinoamericana se interroga sobre los potenciales de las experiencias históricas y de las fuentes culturales de las
clases sometidas -que, tengamos en cuenta, suman más de la mitad de la población de nuestra región que es la
más desigual del mundo-. Desde allí la matriz de pensamiento latinoamericana legitima o reivindica estas otras
ideas que se cuecen al calor de las experiencias y los movimientos políticos de América Latina como respuestas
críticas al paradigma eurocéntrico. Y lo hace expresándose bajo la forma de procesos políticos como las
propuestas de los grandes líderes, los ensayos de los pensadores populares, los proyectos de resistencia o
confrontación, las expresiones populares de nuestros traumas culturales.

De este modo, entendiendo que no existen marcos teóricos "ingenuos” en sus consecuencias y vinculaciones
políticas, vemos que la neutralidad científica no es más que una mera apariencia. Toda formulación teórica
necesariamente se halla siempre ligada a los contextos culturales de los que emerge y expresa así una
determinada época histórica, vertebrándose con las mentalidades predominantes en las diferentes capas
sociales. Estas mentalidades y sentidos comunes son los que configuran la vida cotidiana y sirven de base para la
construcción de consensos políticos (Argumedo, 1993).

Alcira Argumedo nos acerca también a Gramcsi. Acabamos de ver que los límites entre las formas de
conocimiento y los modos de percepción de la realidad son siempre difusos. Es Gramsci quien percibe la existencia
de unas trincheras en el seno de la sociedad civil y busca en ellas y en las complejidades culturales los caminos de
la elaboración de una reforma intelectual y moral, preguntándose por la articulación entre el sentido común, la
política y la filosofía. Con ello nos abre a unas posibilidades más enriquecedoras e integrales que aquellas que
dividen al sabio (al científico, al intelectual) del político.

Se abre a unos pensares anfibios que comprendiendo la inexistencia de unas Ciencias Sociales neutrales, pulcras,
independientes; nos invitan a tomar posición a la hora de producir conocimientos. Florencia Saintout plantea que
intentaron hacernos creer que las academias centrales pensaban el mundo y que nosotros solo debíamos
restringirnos a las orillas. Nosotros desde el sur, desde los estudios de comunicación. Ello ha sido tan así que no
sólo la institucionalización de las Ciencias Sociales ha importado teorías sino que también ha importado las
preguntas y los caminos para las respuestas (Saintout, 2014).

Pero no se trata de descartar las teorías dominantes, sino de releerlas atendiendo a su historicidad y a su carácter
de herramientas. Desde allí entonces hacerlas dialogar con nuestras otras ideas, como llamaba Alcira Argumedo
(Argumedo, 1993) a los saberes producidos al calor de los movimientos políticos en nuestra región y que nunca
fueron considerados con el estatuto de teoría.
"Nuestras academias, como academias colonizadas, han sido hegemónicamente blancas y machos. Es hora de
hacerlas mestizas, indias, mujeres, transexuales y putas. Necesitamos una academia otra, pero en el centro de
una sociedad de iguales. Autorizarnos con respecto al saber tiene que ver con el poder. Hemos trabajado
teóricamente la crítica a la idea de que el saber es poder. Hemos dicho que el poder nos permite definir un saber.
Tal vez se trate de darnos cuenta del poder que tenemos para autorizar nuestros saberes desde el sur. Si creemos
en el compromiso de los saberes para un mundo que se está transformando y moviendo, la teoría no puede
simplemente describirlo. Ni siquiera interpretarlo. De lo que se trata, una vez más, es de cambiarlo” (Saintout,
2014).
Para ello, es necesario pensar nuestra práctica de investigar lejos de los ascépticos escritorios y/o los laboratorios
sociales y cerca de la gente, de los jóvenes y sus prácticas, porque "embarrándonos” en ellos, con ellos, es que
podremos construir unos saberes desde la esperanza, esos que aporten a la transformación de nuestras
sociedades. En nuestros días, los medios se presentan como el espacio donde se crea el poder, la
hiperconcentración se ancla en la doctrina de la seguridad ciudadana, enraizada en la pedagogía de la crueldad.
Los medios operan como gestores del miedo y uno de sus blancos cotidianos son las prácticas juveniles (y todas
aquellas que no se corresponden con el orden hegemónico). De forma que para pensar en y a nuestros jóvenes,
nuestras culturas, nuestras democracias debemos, entonces, pensar los medios en relación a los procesos
políticos y sociales, historizando siempre las prácticas que abordemos.

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