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HISTORIA DE AMERICA LATINA

-Compilado por Leslie Bethell-

TOMO I: América Latina colonial: La América precolombina y la conquista

SEGUNDA PARTE ‒ CONQUISTA Y COLONIZACION EN EL SIGLO XVI

Capítulo 6 – La conquista española y las colonias de América (Elliot)

Los antecedentes de la conquista:


La conquista de América se llevó a cabo bajo la filosofía de poblar y a la vez conquistar la tierra.
Conquistar:
1- Puede significar colonizar, pero también invadir, saquear, avanzar.
2- Primer sentido: da la primicia a la ocupación y explotación de la tierra.
3- Segundo sentido: poder y riqueza de una forma menos estática, en términos de posesión de objetos
portables, como el oro, los botines y el ganado, y de señoríos sobre vasallos más que propiedad de la
tierra.

El deseo de honor y riqueza eran una ambición central en la Castilla medieval, se ganaban más
fácilmente con la espada y merecían formalizarse en una concesión de status más alto por un soberano
agradecido.

El enclave del reino de Granada permaneció en manos de los moros hasta 1492, pero la reconquista
cristiana de la península se completo al final de siglo XIII. Como los límites de la expansión interna fueron
alcanzados, las fuerzas dinámicas de la sociedad ibérica medieval comenzaron a buscar las nuevas fronteras a
través de los mares. Europa poseía una sociedad inquieta, que demandaba lujos exóticos y productos
alimenticios; la peste negra y la escasa oferta laboral afectaban a todo el continente.

La conquista de Sevilla (1248) y el avance de la reconquista hacia el estrecho de Gibraltar le había dado
a la corona de Castilla y León un nuevo litoral atlántico, cuyos puertos estaban poblados por marinos de
Portugal, Galicia y la costa cantábrica. Fue surgiendo así una nueva raza de marineros que sacaron partidos de
los avances tecnológicos en la navegación.

Se perfeccionaron las carabelas y mejoraron los sistemas de medición –utilizando el astrolabio y el


cuadrante, además de las primeras cartas de navegación-. Los genoveses se establecieron en esta época en Lisboa
y Sevilla, donde vieron oportunidades para la empresa y la inversión de capitales. Portugal tenía además una
importante comunidad mercantil autóctona.
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La nobleza -afectada por la devaluación de la moneda, que redujo el valor de sus rentas fijas- buscaba en
ultramar nuevas tierras y nuevas fuentes de riqueza, combinando su ansia de riqueza con el fervor por las
cruzadas, su sed por el conocimiento geográfico y el deseo de perpetuar sus nombres. Esta amalgama de
motivaciones produjo entre los portugueses un intenso movimiento de expansión.

A la muerte de Enrique el navegante (1460) los portugueses habían penetrado 2500 km al sur en la costa
occidental de áfrica, y se habían adentrado en el atlántico, estableciéndose en Madeira, las Azores y las islas de
Cabo Verde.

El rasgo más característico de la expansión portuguesa fue la feitoria (factoría), la plaza comercial del
tipo fundado en la costa africana. El uso de este tipo de emplazamiento posibilitó prescindir de las conquistas y
los asentamientos a gran escala, permitiendo a los portugueses en los siglos XV y XVI mantener su presencia en
grandes extensiones del globo sin necesidad de profundas penetraciones en las regiones continentales.

Los castellanos aprovecharon los precedentes portugueses y sus propias experiencias de reconquista,
cuando al final de siglo XV volvieron su atención hacia los mundos de ultramar. Podían comerciar o invadir,
establecerse o seguir viaje. La opción que eligieran estaría determinada por las condiciones locales y por la
combinación de personas e intereses que aseguraban y dirigían las expediciones de conquista.

El conquistador, aunque individualista, nunca estaba solo. Pertenecía a un grupo bajo el mando de un
caudillo, cuya capacidad de supervivencia se pondría a prueba por su capacidad para movilizar hombres y
recursos, y después por su éxito en conducir a sus hombres a la victoria. Los largos siglos de guerras fronterizas
en Castilla ayudaron a crear esta mezcla especial de individualismo y sentido comunitario que hizo posible la
conquista de América.

Más allá de la unidad individual y colectiva había otros dos participantes que colocaron un sello
indeleble en toda la empresa: la Iglesia y la corona. La Iglesia proveía la sanción moral que elevaba una
expedición de pillaje al rango de cruzada, mientras que el Estado consentía los requerimientos para legitimar la
adquisición de señoríos y tierras. Cuando los botines de guerra se tenían que dividir, siempre se apartaba un
“quinto real”.

La monarquía era el centro de la organización de toda la sociedad medieval castellana; establecía el buen
gobierno y la justicia, en el sentido de asegurar que cada vasallo recibiera sus derechos y cumpliera las
obligaciones correspondientes a su posición social. Esta era la sociedad patrimonial que se desmoronó a finales
de la edad media, reconstruyéndose en Castilla durante el reinado de Fernando e Isabel (1474 – 1504), y
llevándose a través del océano para implantarse en las islas y el continente americano. Los reyes católicos fueron
los monarcas de lo que era esencialmente una sociedad medieval renovada; el carácter de su realeza, tradicional
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en sus formulaciones teóricas, poseía en la práctica elementos innovadores que hacían aquel poder más
formidable que el de sus antepasados.

Fueron los primeros soberanos auténticos de España, al unir las coronas de Castilla y Aragón; y si bien
seguían siendo institucionalmente distintas, su unión nominal represento un notable aumento del poder real.
Como reyes de España, tenían a su disposición muchos más recursos financieros y militares que los que podían
reunir cualquier facción rebelde entre sus súbditos. El humanismo renacentista y la religión restablecida
produjeron ideas y símbolos, que pudieron explotarse para resaltar a la monarquía como jefa natural de una gran
misión colectiva designada por la divinidad para derribar los últimos restos de la dominación árabe y purificar la
península de cualquier elemento contaminante, como preludio para llevar el evangelio a las partes más remotas
de la tierra.

Ya había indicios claros de esto en los primeros intentos de Castilla para conquistar y colonizar en el
atlántico: la ocupación de las islas Canarias (décadas de 1480 y 1490). Dicho archipiélago era también una base
para las incursiones en la costa de África y para los viajes de exploraciones por el atlántico, del mismo tipo que
los realizados por los portugueses. A su vez, la ocupación ilustraba esta conjunción del interés público y privado
que iba a caracterizar la empresa de América.

Cuando Cristóbal Colón convenció a Fernando e Isabel (1491) aportó sus propias ideas, basadas en el
modelo portugués de cartas de donación a los que descubrieran tierras al oeste de las Azores. La corona estaba
dispuesta a hacer una contribución financiera pequeña, y proporcionar los barcos. Colón fue nombrado Virrey
hereditario y gobernador de cualquier tierra nueva que encontrara. Tenía además el derecho a nombrar oficiales
judiciales, y el 10% de las ganancias del tráfico y el comercio.

Al llegar a América, surgió una pregunta. ¿Quién iba a ejercer el señorío sobre los nativos, y quien iba a
encargarse de la salvación de sus almas? Los reyes católicos se dirigieron al papado. Del complaciente Alejandro
VI (Borgia) obtuvieron lo que querían: derechos similares a los obtenidos por los portugueses en “todas y cada
una de las tierras firmes e islas lejanas y desconocidas…descubiertas y que se descubran en adelante” en el área
fuera de la línea nacional de demarcación que se acordaría formalmente entre las coronas de Portugal y España
en el tratado de Tordesillas (1494). La autorización papal concedía un titulo extra de seguridad a las peticiones
castellanas contra cualquier intento de recusación por parte de Portugal, y elevó la empresa de las Indias al grado
de empresa santa ligando los derechos exclusivos de Castilla a una obligación igualmente exclusiva para que se
ganaran los paganos para la fe.

Durante la segunda expedición (1493) se predico un interés especial a la conversión de los isleños, y un
grupo de frailes seleccionados tuvieron la responsabilidad de realizar una empresa misionera a expensas de la
corona. Además, la conversión suponía una ocupación permanente, y que toda la expedición española se
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equipara adecuadamente para pasar una estancia larga en el asentamiento de las Antillas. Esta vez, en lugar de 87
hombres, Colón formo una expedición de 1200, pero aun sin mujeres.

Entre la variedad de opciones, Castilla escogió la que implicaba la conquista en gran escala dentro
de la tradición medieval peninsular: la afirmación de la soberanía, el establecimiento de la fé, la
inmigración y asentamiento, y una dominación extensiva de las tierras y las personas.

El modelo de las islas (1492 – 1519):


La corona se encontró con un problema: como imponer estabilidad en un mundo donde casi todo estaba
cambiando rápidamente. Introducidos en el recién descubierto paraíso caribeño, Colón y sus hombres lo
convirtieron pronto en un espacio yermo.

Los españoles habían vuelto a las Antillas con las ideas muy precisas. Por encima de todo querían oro;
pero al recibir cantidades escasas de los indios, decidieron suplir el oro con los propios indios. Al embarcar
nativos de vuelta a España para venderlos como esclavos, Colón formuló una cuestión aguda, la del status de la
población indígena.

Un infiel era un hombre que había rechazado la verdadera fe, pero estas nuevas gentes habían vivido en
una total ignorancia de ella. Por lo tanto, debían ser clasificados como paganos. La reina Isabel suspendió el
comercio, dado que esas gentes eran sus súbditos, y en 1500 la corona declaro a los indios “libres y no sujetos a
servidumbre”. Esta regla aparentemente decisiva estaba lejos de ser comprendida, ya que recién hacia 1542 (con
las “Leyes Nuevas”) los indios fueron liberados definitivamente de la esclavitud.

La familia de Colón pronto demostró su ineficacia para gobernar las islas, y en 1501 el fray Nicolás de
Ovando fue nombrado gobernador. En los ocho años de gobierno, Ovando logró poner los cimientos de un
resurgimiento económico y logro un efectivo control centralizado. Comenzó reconstruyendo Santo Domingo,
que se convirtió en la primera autentica ciudad del nuevo mundo español, y por consiguiente, en modelo de las
ciudades que se erigirían mas tarde.

Las esperanzas de una economía de tráfico de oro se habían ido perdiendo, aunque había un pequeño
reducto de explotación en ríos y minas, que Colón optimizó por medio del trabajo indígena forzoso. Intentos
para reemplazar este por un sistema de trabajo voluntario fueron infructuosos, debido a que el concepto europeo
de “trabajo” era ajeno a los nativos.

Al darle a Ovando el poder para adjudicar mano de obra indígena a su propia discreción, la corona le
entrego las bases para modelar la vida de la isla a sus propios requerimientos. La encomienda en el nuevo mundo
no incluía el reparto de tierra o rentas, era simplemente una asignación pública de mano de obra obligatoria.

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Mientras una parte consistía en indios en encomienda, otros conocidos como “naborías” servían a familias
españolas como criados domésticos. Estos naborías se hallaban a ambos lados de la línea que dividía la sociedad
armónica que Ovando había concebido –una sociedad en la cual coexistieran las comunidades india y española
bajo el control del gobernador‒ introduciendo a los indios en los beneficios de la civilización y ofreciendo a
cambio el trabajo, que era lo único que podían ofrecer.

Por lo tanto, bajo el gobierno de Ovando, La Española hizo la transición desde centro de distribución a
colonia, pero su proyecto contenía en si mismo las semillas de su destrucción. El establecimiento de trabajo
forzoso entre la población indígena precipito el proceso que ya de por si resultaba catastrófico, su total extinción.
A los 20 años de la llegada de colon, la población desapareció por la guerra, las enfermedades, los malos tratos,
y el trauma producido por los esfuerzos que hicieron los invasores por adaptarla a unas formas de vida y
comportamientos totalmente distintos a su experiencia anterior.

En un intento desesperado por mantener el suministro de mano de obra, los colonos invadieron
masivamente las Bahamas y deportaron su población a la española. La estabilidad buscada por Ovando era
imposible de lograr; los disidentes locales lograron movilizar a defensores influyentes en la corte y Ovando fue
cesado de su cargo en 1509.

El continuo declive de indígenas y de la población no blanca importada trajo dos respuestas distintas con
grandes consecuencias.

En primer lugar, provoco un poderoso movimiento de indignación entre la propia isla y la España misma,
dirigido por los dominicos horrorizados por las condiciones en que se encontraron las islas a su llegada (1510).
Montesinos denuncio los malos tratos a los indios y se negó a dar la comunión a los encomenderos en las
navidades de 1511. Se necesitaba un nuevo código legislativo para proteger a los indios: las leyes de Burgos
(1512) fue un intento de regular el funcionamiento de la encomienda, una institución incompatible con el
principio de libertad de los indios, que la ley también proclamaba.

Las leyes de Burgos murieron en la misma pluma de sus legisladores, y recién en 1516, el regente
Cardenal Cisneros (bajo influencia de Bartolomé de las Casas) hizo un nuevo intento por abordar el problema,
enviando una comisión de 3 jerónimos para gobernar en las islas. Los 2 años de gobierno de dichos funcionarios
mostraron claramente las dificultades que se derivaban al aplicar las buenas intenciones ante hechos
desagradables. Resultaba difícil erradicar los abusos, y el descenso demográfico no parecía detenerse.
Aceptando de mala gana que la economía de la isla era insuficiente para la supervivencia sin mano de
obra forzada, los jerónimos llegaron a concluir que la única solución era importarla de fuera, en forma de
esclavos negros. El primer embarque de negros ladinos (de habla española) llegó a la isla en 1505. Hacia 1518
Carlos V concedió licencia a un miembro de su casa de Borgoña para enviar 4000 esclavos a las Indias en el
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curso de 8 años, quien rápidamente vendió su licencia a los genoveses. Un nuevo y lucrativo tipo de comercio
transatlántico se empezó a crear, cuando el viejo mundo de África vino a compensar la balanza
demográfica del nuevo mundo de América.

En los años siguientes, los inquietos colonos de Santo Domingo fueron acercándose a las islas de los
alrededores. Puerto Rico (1508) Cuba (1510) Florida (1513) Panamá (1519).

Una tras otra, las áreas de penetración española perdían sus poblaciones aborígenes ante la constante y
progresiva marcha de rompimiento, desmoralización y enfermedades, de modo que los invasores hacían
esfuerzos frenéticos por repoblar la menguada mano de obra nativa, organizando expediciones para capturar
esclavos en las regiones cercanas. Pero fue en el periodo que siguió a la ocupación del istmo de panamá y el
descubrimiento del Perú cuando las incursiones de esclavos se convirtieron en una forma de vida regular y
organizada.

En todos los lugares la esperanza de reproducir la población india perdida demostró ser ilusoria. Los
esclavos sucumbieron tan rápidamente como la población local a la que habían venido a reemplazar, y la
devastación de una región no iba acompañada, como los españoles hubieran confiado, en la restauración de otra.

El “periodo de las islas” del descubrimiento, conquista y colonización que comprendió los años 1492 a
1519, culminó, por lo tanto, en un período de acelerada e intensa actividad, estimulada en seguida por el fracaso
inicial de Santo Domingo para mantener sus inquietos inmigrantes y por las perspectivas rápidamente
propagadas de saqueos, comercio y beneficio cuando empezaron a descubrirse las tierras del continente. A
menos que la colonización se vinculara mejor a la conquista que en los primeros años del Caribe español, las
expediciones que se estaban dirigiendo al continente americano conquistarían tierra baldía.

La organización y el avance de la conquista (1519 – 1540):


Podría decirse que la América española continental se conquisto entre 1519 y 1540, en el sentido de que
esos 21 años vieron el establecimiento de la presencia española a través de zonas extensas del continente y una
afirmación de la soberanía española, más efectiva en unas regiones que en otras, sobre los pueblos que no habían
caído dentro del área jurisdiccional adjudicada a Portugal por el Tratado de Tordesillas, un área que incluía el
descubrimiento reciente de Brasil.

Dos grandes arcos de conquista, moviéndose hacia afuera de las Antillas, complementaron la
subyugación del continente.

1- Uno, organizado desde Cuba entre 1516 y 1518 recorrió México entre 1519 y 1522, destruyendo la
confederación azteca, y después se irradio hacia el norte y sur desde la meseta central mexicana.

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2- El otro, comenzando en Panamá, se movió brevemente hacia el norte (1523-24) hasta llegar a Nicaragua,
y tomo la ruta del pacifico hacia el sur para conquistar el imperio Inca en 1531-33. Desde Perú se
irradiaron hacia el norte y el sur, conquistando Quito, Bogotá y Chile (1542). Dicha conquista se
malogró ante la resistencia de los indios araucanos.

Las poblaciones indígenas de las regiones más pobladas y colonizadas se sometieron al dominio
español en una sola generación. ¿Cómo se puede explicar este rápido proceso?

El choque de la sorpresa que causó la aparición de los españoles y sus caballos dieron a los invasores
una importante ventaja inicial. Pero los relatos cargados de presagios de los vencidos producidos bajo el impacto
abrumador de la derrota no proporcionan una base adecuada para comprender el triunfo español; reflejan más
bien la percepción posterior a la conquista de un hecho demasiado amplio para que se pueda comprender y
asimilar en su totalidad, en lugar de proporcionar una valoración fidedigna de las posibilidades de los españoles
en el momento de su llegada.

La arrolladora superioridad numérica de la población indígena podría parecer, a primera vista, que
ofrecía pocas oportunidades a los pequeños grupos de españoles unidos a sus bases lejanas solo por las líneas de
suministro más precarias. Pero en las primeras fases de la conquista la compleja diversidad de aquellas
poblaciones obraba a favor de los españoles, aun si en una etapa posterior supondrían serias dificultades.

En los imperios azteca e inca, una multiplicidad de tribus competidoras brotaron bajo una forma
de control central que era más o menos protestado. Esto permitió a los españoles enfrentar un grupo
tribal contra otro y volver a los pueblos contra sus odiados jefes. También significo que, una vez que el
poder central fue derrotado, los españoles sucesivamente se convirtieron en los jefes de poblaciones ya
acostumbradas a la subordinación. Sin embargo, los pueblos de la periferia resultaron ser mucho más
difíciles de dominar, en especial cuando habían tomado la medida de la forma de combate de los españoles
y habían aprendido a usar sus armas y caballos.

El caballo dio a los españoles una gran ventaja en términos de sorpresa inicial y movilidad, pero Cortés
solo tenía dieciséis en su marcha hacia el interior de México. Los invasores también sacaron un gran provecho a
la tecnología propia de su sociedad. Pero la mayoría de los hombres de Cortés estaban pobremente armados
(espadas, picas y cuchillos) y disponían solamente de trece mosquetones y unos pocos cañones, que, tema aparte,
eran complicados de transportar.

Los nativos estaban acostumbrados a la guerra a gran escala. Sus armas eran de piedra y madera y no
podían compararse con el acero español; por lo tanto en una batalla campal, las fuerzas numéricas de aztecas e

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incas tenían pocas esperanzas de emplazar a una fuerza española compuesta por caballería e infantería, con tan
solo cincuenta hombres, a menos que consiguiesen ganar por agotamiento.

Los indios tenían la gran ventaja de la familiaridad del terreno, novedoso y desconocido para los
españoles. La superioridad tecnológica servía poco cuando los españoles tenían que combatir a alturas elevadas y
con mucho calor, factores sumados a las enfermedades producidas por bebidas y alimentos no familiares.

Durante el s XVI se puso a prueba la capacidad de organización e improvisación de los europeos.


Regiones diferentes presentaban problemas diferentes y exigían respuestas diferentes. Ciertos modelos tendían a
establecerse, simplemente porque las expediciones militares necesitaban organización y abastecimiento, y las
expediciones comerciales pronto se dieron cuenta que no podían prescindir de apoyo militar.

Hacia 1509, comenzaron a formarse banda de guerreros o “compañías”. Se basaban en un acuerdo


previo sobre la distribución del botín, y estaban muy bien adaptadas al tipo de combate por incursiones que se
hacía en el Caribe. Estaban compuestas por grupos de hombres muy cohesionados, que poseían la ventaja de la
movilidad (caballos), espadas de acero y mastines. Perseguían a los indios aterrorizados, matándolos,
esclavizándolos y apoderándose del oro que podían encontrar.

En estas circunstancias, era normal que se formaran sociedades (dado que se requerían inversiones):
agrupaciones entre los mismos capitanes y entre capitanes e inversores. Dichos inversores pedían como
seguridad compartir los botines acumulados por los hombres que habían obtenido caballos o equipamientos a
crédito. Por tanto, muchos miembros de la tropa tendían a convertirse en deudores permanentes. La conquista
fue posible, de hecho, gracias a una red de créditos -que circulaban por medio de agentes locales- y empresarios
respaldados por funcionarios reales y ricos encomenderos de las Antillas, y aún más lejos, por Sevilla y las
grandes bancas de Génova y Austria.

Pero los hombres formaban sus propias sociedades al interior de las bandas, que proporcionaron un
elemento de cohesión en los agrupamientos espontáneos que formaron las bandas guerreras.

Desde el punto de vista de los capitanes, la conquista de América era un buen negocio, algo más
complejo que la victoria sobre una desmoralizada población indígena por pequeñas pero determinadas bandas de
soldados, que disfrutaban de una decisiva superioridad técnica sobre sus adversarios y estaban impulsadas por
una consagración común al oro, la gloria y el evangelio. Cualquier jefe de una expedición sabia que los indios no
eran sus únicos adversarios, ni necesariamente los peores. Los enemigos estaban también en la retaguardia,
desde los ministros reales que estaban decididos a impedir la formación de feudos o reinos independientes, a los
rivales locales que tenían interés en frustrar su triunfo.

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Pero la presencia de indios hostiles, generalmente en número aplastante, obligó a establecer una clase de
compañerismo; a pesar de sus enemistades personales y agravios, eran al final uno, al ser todos cristianos y
españoles.

Detrás de cualquier factor material estaba un conjunto de actitudes y reacciones que daban a los
españoles ventaja en muchas de las situaciones en las que se encontraron: una creencia instintiva en la natural
superioridad de los cristianos sobre simples “barbaros”; un sentido de la naturaleza providencial de su empresa,
que hacía cada triunfo contra unas fuerzas en apariencia abrumadoramente superiores una nueva prueba del
favor de Dios; y un sentimiento de que había una recompensa ultima para cada sacrificio a lo largo de la ruta.

Cuando Cortés partió de Cuba (1519) con 11 barcos, llevó 508 soldados y 110 marineros, con la clara
intención de conquistar. A los pocos días de su desembarco, el 22 de abril de 1519, supo que en algún lugar del
interior vivía un gobernante poderoso, “Moctezuma”, cuyo dominio incluía a los pueblos de la llanura costera.
Para una mente española, esta información indicaba una estrategia natural: un gobernante que ejercía el dominio
sobre muchos pueblos, debía el mismo ser conducido, por la fuerza o el engaño, para que reconociera a un
señorío todavía más alto: el del rey de España.

El grado de organización y control central de Tenochtitlán crearon oportunidades que Cortés explotó con
rapidez. La dominación mexica sobre los otros pueblos de México central había generado un odio que permitió
al conquistador, en su marcha hacia el interior, presentarse ante las tribus sometidas como un libertador. Esto,
junto con la alianza con Tlaxcala, que los mexica nunca habían conseguido someter, le permitió seguir una ruta
hacia Tenochtitlán a través de un territorio relativamente acogedor. También se dotó de un ejército de refuerzo
entre la población indígena, deseosa de vengarse contra Moctezuma y la élite mexica.

Capturando a Moctezuma, Cortés había dado un devastador golpe al sistema político y religioso de los
aztecas. Pero esto hizo más difícil dar el siguiente paso que consistía en conservar la estructura fiscal y
administrativa que se había encontrado, manteniendo a Moctezuma como una marioneta, pero reemplazando
eficazmente su autoridad por la de los españoles. La casta sacerdotal había formado una parte integral del
sistema azteca, y el asalto de los españoles a las deidades aztecas constituyó inevitablemente un desafío a esta
casta; al mismo tiempo, la insaciable demanda española por el oro creó un desasosiego general que culminó,
después de la matanza de la nobleza realizada por el futuro conquistador de Guatemala (Pedro de Alvarado) en
un masivo levantamiento popular. Desesperadamente superados en número, los españoles lograron salir
luchando de Tenochtitlán en la “noche triste” (30-6-1520), a pesar de las pesadas perdidas. Necesitarían otros
catorce meses para volver a conquistar la ciudad que perdieron aquella noche.

La rendición de los últimos elementos de resistencia entre las ruinas de Tenochtitlán (13-8-1521) fue
más un triunfo de las enfermedades llevadas por los españoles que de sus armas. El derrumbamiento del imperio
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mexica se debió también a las fallas geológicas de la estructura del propio imperio, y en especial, a la naturaleza
represiva de la dominación mexica sobre los pueblos del México central. La conquista de Cortés fue tanto una
revuelta de la población sometida contra sus señores supremos, como una solución impuesta desde el exterior.

Pizarro –como Cortés‒ pudo explotar la debilidad interna y las discordias, que parecían estar en su peor
fase en el momento de llegada. El conquistador estuvo en España de 1528 a 1530, capitulando con la corona
sobre el gobierno de las tierras que esperaba conquistar, y reclutando seguidores en Extremadura. Con 180
hombres y 30 caballos dejo Panamá en enero de 1531. Cuando se hizo a la mar, muchos de los que había
reclutado en España ya estaban muertos, atacados por enfermedades tropicales.

El imperio con el que se encontró estaba organizado mas tirante que el de los mexica, pero la propia
tirantez servía para multiplicar sus tensiones internas. La estructura del estado inca, con su demanda de mano de
obra insistente y regulada meticulosamente, presionaba fuertemente los ayllus, los clanes de las comunidades de
aldea, creando una población sometida que, aunque dócil, estaba también resentida, especialmente en la región
de Quito, donde el dominio inca era relativamente reciente. A medida que el área de conquista inca se extendía,
los problemas del control central del Cuzco aumentaban. Este rígido sistema de control uniforme solo podría
funcionar con eficacia mientras que la propia casta mantuviese su cohesión y unidad interna. Pero la muerte de
Huayna Capac en 1527 condujo a una lucha por la sucesión entre sus hijos Huáscar y Atahualpa. Este ultimo
estaba en camino de la victoria Pizarro llegó.

Mientras que los españoles permanecieron en la región costera, su presencia no era un problema que les
afectara mucho, porque tan pronto como se movieran a las regiones montañosas caerían en sus manos. Por lo
tanto, Atahualpa no hizo ningún intento de molestar a los hombres de Pizarro cuando comenzaron el penoso
ascenso, y los españoles aun gozaban de la suprema ventaja de la sorpresa cuando se encontraron con Atahualpa
y sus partidarios en el altiplano de Cajamarca (16-11-1532).

La captura de Atahualpa, como la de Moctezuma, fue concebida para transferir la autoridad suprema a
manos de los españoles en un simple golpe. Como en México, la intención era usar la estructura administrativa
existente para canalizar los beneficios del dominio a los españoles. Aunque el tributo en el imperio inca, a
diferencia del de los aztecas, consistía íntegramente en mano de obra, el viejo sistema imperial todavía
funcionaba suficientemente bien como para producir a los españoles, en forma de rescate por Atahualpa, la
enorme suma en oro y plata de 1,5 millones de pesos, un tesoro mucho más grande que ningún otro de los que
hasta entonces se conocía en las Indias y equivalente a la producción europea de medio siglo. Sin embargo, la
recompensa de Atahualpa no significó la libertad, sino la muerte judicial.

El 15 de noviembre de 1533 los conquistadores tomaron Cuzco, el corazón del destrozado imperio inca.
El nombramiento de un emperador marioneta se hizo difícil por el cambio de sitio del centro del poder. A
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diferencia de México –donde Cortés edificó sobre las ruinas de Tenochtitlán- Cuzco se encontraba demasiado
alto, en montañas, y demasiado lejos de la costa para ser una capital satisfactoria para el Perú español, que, al
contrario que su precedente, instintivamente daría su cara al mar. En 1535 Pizarro fundó Lima, la nueva capital,
en la costa; y al hacerlo debilito gravemente sus oportunidades de mantener el control sobre las tierras altas de
los Andes. A su vez, también fallo en mantener el control sobre sus subordinados. Las revueltas de 1536-37
sacudieron temporalmente, pero no detuvieron, el proceso de conquista española.

Precisamente debido a que habían formado sociedades organizadas centralmente con una fuerte
dependencia de la autoridad de un solo jefe, los imperios de Moctezuma y de Atahualpa cayeron con relativa
facilidad en manos españolas. La ausencia en otras partes del continente de las condiciones que predominaban en
los imperios azteca e inca supone un importante paso para explicar las dificultades que encontró el movimiento
de la conquista en otras regiones. En el mundo maya de Yucatán los españoles encontraron otra civilización
compleja, pero que carecía de la unidad política presente en los imperios antes mencionados.

Por esta razón el proceso de implantación del dominio español se dilató: no había un solo centro desde el
cual ejercer el control.

De los 150 miembros de la expedición de Valdivia (Chile), 132 llegaron a ser encomenderos. Sus
recompensas, sin embargo, fueron decepcionantes ante las expectativas generadas. Vivian entre una población
india empobrecida, que utilizaban como mano de obra a su servicio, especialmente en el lavado de oro. Pero
hacia 1560 había muy poco oro y la población estaba disminuyendo. La salvación llego con el creciente mercado
peruano de productos agrícolas. A pesar de la adaptación a la actividad agrícola-ganadera, sufrían la escasez de
mano de obra nativa y la proximidad de los indios araucanos, tribus guerreras cuya carencia de autoridad
centralizada los hacía unos adversarios peligrosamente esquivos. En 1533 infligieron una derrota aplastante a los
españoles en Tucapel, donde Valdivia murió, y al final de la década de 1560 se habían convertido en jinetes y
habían empezado a dominar el uso del arcabuz. Hacia 1603, Madrid se vio obligada a mantener un ejército
permanente de 2000 hombres y contar con un presupuesto regular para su abastecimiento. Se desató así una
guerra fronteriza larga y costosa, en la que ni los españoles ni los indios podían alcanzar un dominio decisivo.
Así como los araucanos en Chile, la resistencia chichimeca detenía el avance hacia el norte desde México central.

A mediados del siglo XVI, la verdadera conquista apenas había empezado.

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La consolidación de la conquista:
Una vez que los imperios azteca e inca fueron destruidos, fue posible para los españoles consolidar un
nuevo régimen sobre amplias zonas territoriales en México central y Perú con notable rapidez. Su tarea se hizo
más fácil por la supervivencia de una parte sustancial de la maquinaria fiscal y administrativa de la preconquista
en el área y por la docilidad de la mayoría de la población, muchos de ellos aliviados al ver derrocados a sus
antiguos señores. La “pacificación” fue más prolongada en Perú debido a que los conquistadores se peleaban
entre ellos. Tras la rebelión inca de 1536-37 y la guerra mixteca de 1540-41 no huno ningún levantamiento indio
destacable. Sin embargo, en otras partes de América se enfrentaron con otros problemas: tenían que tratar con
tribus y pueblos cuya manera de vivir parecía primitiva en comparación con las normas europeas. Tuvieron que
ser sojuzgados y congregados en asentamientos organizados, antes de proceder al trabajo de hispanizarlos.

El éxito o fracaso de los españoles en pacificar estas regiones fronterizas dependería de las costumbres y
modelos culturales de las variadas tribus con las que tuvieron contacto y de la manera que los mismos españoles
enfocaron su tarea. El misionero solía tener éxito allí donde fallaba el soldado; las comunidades misioneras,
usando las armas del ejemplo, la persuasión y la disciplina lograron resultados notables con tribus que no eran
demasiado nómadas, ni estaban tan estrechamente organizadas en comunidades de aldeas compactas, como para
no ser receptivas a las ventajas materiales y a las ofertas culturales y espirituales que la misión podía
proporcionarles.

La conquista de América, por lo tanto, resultó ser un proceso sumamente complejo en el que los
soldados no siempre eran los que dominaban. La conquista militar estaba acompañada por un movimiento que
apuntaba hacia la conquista espiritual, por medio de la evangelización de los indios. A esto siguió una masiva
emigración desde España que culmino en la conquista demográfica de las indias. Posteriormente, a medida que
el número creciente de españoles se establecieron, la conquista efectiva de la tierra y la mano de obra se puso en
marcha. Pero los beneficios de esto solo fueron en parte para los colonos: les pisaban los talones los burócratas,
decididos a conquistar o reconquistar el nuevo mundo para la corona.

La conquista militar de América fue realizada por un grupo de hombres que distaban mucho de ser
soldados profesionales. A pesar de que los hidalgos formaran un elemento minoritario, las actitudes y
aspiraciones de este grupo tendieron a inspirar todo el movimiento de la conquista militar. Un hidalgo o artesano
dispuesto a arriesgar todo al cruzar el Atlántico, obviamente lo hacía con la esperanza de mejorar su situación;
para estos hombres jóvenes –entre 20 y 30 años‒ la idea del oro y la plata que podrían conseguir en un pillaje
con éxito, les daba la visión de un modo de vida más allá de todo lo que nunca hubieran podido imaginar.

En 1543, obtuvieron de un reacio Carlos V un reconocimiento: el de primeros “descubridores” de la


Nueva España. Esto represento la máxima concesión, más bien poco generosa, que la corona estaba dispuesta a

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dar; lo cual indica que la voluntad del soberano se había vuelto en contra de la formación de una nueva sociedad
feudal en América, y aunque algunos conquistadores recibieron concesiones de hidalguía, muy pocos recibieron
títulos de nobleza. Por lo tanto, ¿Cómo iban a ser recompensados por sus sacrificios los supervivientes entre
10.000 hombres que verdaderamente conquistaron América?

La lucha por los botines de conquista condujo a agudas disparidades en su repartimiento. Las guerras
civiles peruanas, en las que murieron Almagro y el hermano de Pizarro, fueron estrictamente cuestión de
disputas monetarias. Entre los receptores del botín existía también una intrínseca desigualdad en los repartos,
que se basaba en la posición social y en las supuestas variaciones en el valor de los servicios. Los hombres a
caballo recibían normalmente dos partes, mientras que los de infantería solo una, a pesar de que incluso el simple
soldado de a pie podía obtener sumas importantes en las grandes distribuciones de botines, como en la del tesoro
de Atahualpa. Las verdaderas recompensas de la conquista, en forma de saqueos, encomiendas, repartimientos
de la tierra, cargos municipales, eran de hecho muy considerables, incluso si la corona escatimaba el
reconocimiento oficial del servicio o este no existía. Se lograron hacer fortunas, aunque a menudo se perdían con
rapidez entre hombres que eran jugadores natos.

Fue difícil para los colonos arraigar con todo, como Cortés lo vería rápidamente, a menos que fueran
inducidos a hacerlo, México seria saqueado y destruido como las Antillas. Se busco para evitar esto convertir a
los soldados en ciudadanos. Esto fue, en primera instancia, un acto estrictamente legal: los hombres de Cortés se
constituyeron formalmente en miembros de lo que aun era una corporación imaginaria, la municipalidad de
Veracruz. Los funcionarios municipales fueron debidamente escogidos entre los capitanes, y se instituyó un
cabildo o consejo municipal.

Aunque el objeto inmediato de fundar la ciudad de Veracruz era proporcionar a Cortés un recurso legal
para que se liberara de la autoridad ejercida por el gobernador de Cuba, situando a los territorios continentales
bajo el control directo de la corona a instancias de los soldados -ciudadanos-, proporciono el modelo para
procesos similares de incorporación municipal al que se seguiría cuando los soldados conquistadores se
desplazaron a través de México. Basadas en el modelo de las ciudades españolas, la ciudad del nuevo mundo
proporcionaba al expatriado un marco familiar para su vida diaria en un entorno extraño.

El soldado convertido en dueño de una casa podría echar raíces. Sin embargo, quienes traían de sus
regiones de origen la idea rigurosa del carácter degradante del trabajo manual, la tierra tenía poco valor sin una
mano de obra que la trabajara. Aunque Cortés se oponía al sistema de encomienda, se vio obligado a cambiar de
idea cuando comprobó que sus seguidores nunca serian convencidos para colonizar mientras no obtuvieran los
servicios de la mano de obra india. En su tercera carta a Carlos V (1522) explicaba como se había visto obligado
a “depositar” indios en manos de los españoles. La corona, aunque se resistía a aceptar una política que parecía

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amenazar la condición de los indios como hombres libres, finalmente lo a aceptó. Se trataba de un nuevo tipo de
encomienda, reformada y mejorada. Cortés acariciaba la idea de una sociedad de colonización en la cual la
corona, los conquistadores y los indios estuvieran vinculados en una cadena de obligaciones reciprocas:

La corona iba a recompensar a sus hombres con mano de obra india en perpetuidad, bajo la forma de
encomiendas hereditarias. Los encomenderos tendrían una doble obligación: defender al país (liberando a la
corona del gasto de un ejército) y cuidar del bienestar espiritual y material de los indios. Los indios trabajarían
en sus pueblos, bajo el cuidado de sus caciques, mientras que los encomenderos vivirían en las ciudades en las
que tanto ellos como sus familias serian ciudadanos principales.

La casta gobernante de los encomenderos seria una casta gobernante responsable, en beneficio de la
corona, que obtendría ingresos sustanciales de una país prospero. Pero la encomienda también trabajaría en
beneficio de los indios, quienes serian cuidadosamente inducidos hacia una civilización cristiana. Estos
encomenderos comenzaron a constituirse como casta; se consideraban ellos mismos como señores naturales de la
tierra. Pero la encomienda no era un estado y no comportaba título alguno sobre la tierra ni derecho de
jurisdicción. A pesar de sus esfuerzos, los encomenderos no lograrían transformarse en una nobleza hereditaria
de tipo europeo. La corona se negaba a la perpetuación formal de las encomiendas por herencia, y en las leyes
nuevas (1542) decretó que estas volverían a la corona tras la muerte del propietario ordinario. Hacia 1544, esta
medida produjo una revuelta de encomenderos, encabezada por Gonzalo Pizarro (hermano de Francisco) que fue
ejecutado por traición en 1548. Desde ese momento, la asignación de encomiendas se convertiría en una válvula
de control político para los sucesivos virreyes.

A su vez, la corona trabajaba para recudir el grado de control que los encomenderos ejercían sobre sus
indios. Aquí, el paso más decisivo se dirigió a abolir en 1549 el deber que tenían los indios de efectuar servicio
personal obligatorio. En adelante, los indios solo estarían sujetos al pago de tributos, cuya proporción se
estableció en una cantidad menor que la que antes habían tenido que pagar a sus señores. La fortuna o pobreza
de los encomenderos dependió casi exclusivamente de las aldeas asignadas, que podía permitirles, con suerte,
obtener ganancias para poder comprar tierras y construir haciendas agrícolas.

Mientras que la corona permanecía intensamente sospechosa de los encomenderos como clase, la
encomienda como institución tenía sus defensores.

A mediados del s XVI, el movimiento para la conquista espiritual de América había empezado a decaer,
como resultado de las profundas divisiones sobre la estrategia a seguir y el desaliento de los fracasos. La
evangelización de América fue dirigida en sus primeras etapas por miembros de las órdenes regulares, distintos
del clero secular (Franciscanos en 1524, Dominicos después, Agustinos en 1533). La primera generación de
misioneros del Nuevo mundo, influenciados por el humanismo cristiano, se vieron a sí mismos entregados a una
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misión de especial importancia en el divino esquema de la historia, la conversión del mundo era un preludio
necesario de su final y para el segundo advenimiento de Cristo. Al principio, parecía como si los indios
mexicanos poseyeran una aptitud natural para el cristianismo, en parte, quizás, porque el descredito de sus
propios dioses por la derrota en la guerra había creado un vacío espiritual y ceremonial. Pero aunque el número
de conversiones fue espectacular, su calidad dejaba mucho que desear. Los indios conversos seguían adorando
en muchos casos a sus antiguos ídolos en la clandestinidad. Además los intentos por inculcar las enseñanzas
morales del cristianismo (monogamia) chocaban con modelos de comportamiento largamente establecidos.

Cuando el primer movimiento había sido para borrar todos los vestigios de una civilización pagana,
luego empezó un intento de examinarla, registrarla e investigarla. El fray Duran y muchos de sus colegas
lucharon con éxito por dominar las lenguas indias y componer gramáticas y diccionarios. El hecho de
comprender que la verdadera conversión requería un entendimiento profundo de los males que tenían que ser
extirpados proporcionó el impulso necesario para acometer importantes estudios lingüísticos e investigaciones
etnográficas que a menudo, mostraban un alto grado de sofisticación en la dirección de los informantes nativos.

Los indios, ante la prohibición de poder prepararse para el sacerdocio, tendieron naturalmente a mirar el
cristianismo como una fe ajena impuesta por sus conquistadores. Adquirieron aquellos elementos que se
ajustaban a sus propias necesidades espirituales y rituales, y los mezclaron con su fe ancestral para crear bajo la
apariencia del cristianismo simulado una religión esencialmente sincrética, con su propia vitalidad. Por lo tanto,
las ideas generalmente exageradas sobre la capacidad espiritual e intelectual de los indios, sostenidas por la
primera generación de misioneros tendieron a generar, a mediados de siglo, un concepto no menos exagerado de
su incapacidad. La reacción más fácil era mirarlos como si fueran niños simpáticos y traviesos.

Tan pronto como la visión humanista de los primeros misioneros se desvaneció y pareció cada día menos
posible que el nuevo mundo pudiera llegar a ser el asentamiento para una nueva Jerusalén, los frailes lucharon
para conservar lo que aun permanecía, congregando a sus rebaños de fieles en comunidades de aldeas donde
podrían protegerse mejor de las influencias corruptoras del mundo.

A mediados del s. XVI, había probablemente en América 100 000 blancos. Las noticias de las
oportunidades que ofrecía el nuevo mundo para conseguir una vida mejor animaron a un creciente número de
españoles a embarcarse desde Sevilla, con o sin licencia para emigrar. Para promover la colonización, la corona
insistió en que todos los conquistadores y encomenderos tendrían que estar casados, y esto produjo un número
creciente de mujeres emigrantes. Pero la escasez de mujeres españolas en los primeros años fomentó
naturalmente los matrimonios mixtos. Recién hacia el S XVII los mestizos comenzarían a constituirse como
casta.

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También había una fuerte corriente de emigración africana, a medida que se le importaban esclavos
negros para aumentar la mano de obra. Los descendientes de sus uniones con blancos (mulatos) o con indios
(zambos) ayudaron a aumentar el número de aquellos que preocupaban cada vez más a las autoridades por su
evidente carencia de arraigo.

La proximidad de las ciudades fundadas por los conquistadores, la mano de obra que pedían los
encomenderos y el tributo que exigía la corona; la usurpación por parte de los españoles de las tierras indias, la
infiltración de los blancos y los mestizos, todos estos elementos ayudaron a destruir la comunidad india y lo que
quedaba de su organización social anterior a la conquista. A su vez, la viruela y demás epidemias atacaron a una
población nativa desorientada y desmoralizada por la conquista. Sus antiguos modos de vida estaban
quebrantados, el equilibrio precario de la producción de alimentos se había alterado por la introducción de
cultivos y ganado europeos, y la demanda europea de mano de obra había empujado a la población india a
realizar un trabajo al que no estaban acostumbrados, a menudo bajo duras condiciones.

La clase de sociedad que los conquistadores y emigrantes decidieron crear instintivamente, era la que
más se parecía a la que habían dejado en Europa. El destino de los pueblos sometidos ya estaba preordenado.
Serian transformados en campesinos y vasallos de tipo español. Deberían ajustarse a los conceptos europeos de
trabajo, e incorporarse a su sistema de salarios. Se convertirían al cristianismo y se civilizarían.

Tras la muerte de Isabel en 1504, Fernando gobernó hábilmente para conservar la autoridad de la Corona.
El cardenal Cisneros, que actuó como regente al morir Fernando (1516) demostró las mismas dotes para el
mando, y así Carlos de Gante, nieto de Isabel, heredo en 1517 un país en paz.

La elección de Carlos V como emperador del SIRG en 1519, dos meses más tarde del desembarco de
Cortés en México, y su posterior salida para Alemania, sirvieron para precipitar una revuelta en las ciudades de
Castilla contra el gobierno de un rey extranjero y ausente. La revuelta de los comuneros (1520-21) calo
profundamente en las tradiciones constitucionalistas de la castilla medieval, y de haber triunfado, se hubieran
impuesto limitaciones institucionales al desarrollo de la monarquía castellana. Pero la derrota de los rebeldes en
la batalla de Villalir, en abril de 1521, permitió a Carlos y sus consejeros la libertad de volver a establecer y
extender la autoridad real sin ningún impedimento serio. Bajo el reinado de Carlos, y más aun, con Felipe II, su
hijo y sucesor (1556-1598), un gobierno cada vez más autoritario y burocratizado hizo sentir su presencia en
innumerables aspectos de la vida de Castilla.

El emperador no tenía la intención de permitir que sus reinos recién adquiridos se escapasen de su
control. En Nueva España, Cortés se vio desplazado sistemáticamente por los oficiales reales. Luego de una
primera Audiencia (1527), la segunda (1530-35) compuesta por hombres de mayor capacidad, dejaron en claro
que no habría sitio para los conquistadores en la nueva España de los burócratas. La conquista administrativa, de
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la mano de las audiencias y los virreyes, ganaba terreno por sobre la conquista militar. Las indias ya empezaban
a ocupar su lugar dentro de la amplia estructura institucional de la universal monarquía española.

Capítulo 7 – Los indios y la conquista española (Wachtel)


La reacción de los nativos de América ante la invasión de los españoles fue considerablemente variada:
desde el ofrecimiento de alianzas hasta la colaboración más o menos forzada, desde la resistencia pasiva hasta
una hostilidad constante. En todas partes, sin embargo, la llegada de estos seres desconocidos causo el mismo
asombro, no menos intenso que el experimentado por los mismos conquistadores: ambas partes estaban
descubriendo una nueva raza de hombres cuya existencia ni siquiera habían sospechado.

El trauma de la conquista:
Inmediatamente, tanto en México como en Perú los documentos indígenas exhalan una atmósfera de
terror religioso ante la llegada de los españoles: profecías y portentos vaticinaban el fin de los tiempos. Disperso
en toda América estaba el mito del Dios civilizador que, después de su reinado benevolente, desaparece
misteriosamente, prometiendo a los hombres que un día volverá. En México, los españoles llegaron desde el este,
y el 1519 era sin duda un año ceacatl; en Perú vinieron por el Oeste y Atahualpa era sin duda el duodécimo Inca.
Por lo tanto, la conmoción tomo para los indios una forma específica: ellos lo percibieron a través de la
estructura del mito, y al menos en ciertas circunstancias, concibieron la llegada de los españoles como el retorno
de los dioses.

Sin embargo, la creencia en la divinidad de los españoles fue pronto destruida, por su extraña conducta,
su delirio ante la visión del oro y su brutalidad. Y, en principio, no todos los americanos tenían tales fantasías. La
intrusión de los europeos fue para las sociedades indígenas un hecho sin precedentes que interrumpió el curso
normal de su existencia.

¿Cómo es posible que imperios tan fuertes como el azteca y el inca, fueran destruidos tan rápidamente
por unos centenares de españoles? Sin duda los invasores se beneficiaron de la superioridad de las armas. Pero
esta superioridad técnica parece que fue de una importancia relativa: los españoles poseían pocas armas de fuego
en el momento de la conquista, y eran de disparo lento; su impacto desde el principio fue, como en el caso de los
caballos, principalmente psicológico.

La victoria española fue ciertamente facilitada por las divisiones políticas y étnicas del mundo indígena:
los imperios azteca e inca habían sido construidos por sucesivas conquistas. Algunos grupos veían en la llegada
de los invasores una oportunidad para librarse de la dominación opresiva: tanto era así, que fueron los mismos
indios quienes proporcionaron el grueso de sus ejércitos conquistadores a Cortés y Pizarro, los cuales eran tan
numerosos como los ejércitos azteca e inca contra los que luchaban.

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La invasión europea contenía una dimensión religiosa, incluso cósmica: los indios Vivian
verdaderamente el fin del mundo; la derrota significaba que los dioses tradicionales habían perdido su poder
sobrenatural.

En la sociedad de los Andes, el Inca, como hijo del Sol, mediaba entre los dioses y los hombres y se le
adoraba como a un dios. Representaba en un sentido el centro corpóreo del universo, cuya armonía garantizaba.
La muerte del inca representaba la desaparición del punto de referencia viviente del universo, la destrucción
brutal de este orden. Y es la causa por la que todo el mundo natural participaba en el drama de la derrota.

Desestructuración:
El dominio español, en tanto que se sirvió de las instituciones nativas, al mismo tiempo llevo a cabo su
desintegración, dejando solo estructuras parciales que sobrevivieron fuera del contexto relativamente coherente
que les había dado sentido. Las consecuencias destructoras de la conquista afectaron a las sociedades nativas en
todos los niveles: demográfico, económico, social e ideológico.

Tras el primer contacto con los europeos, las poblaciones amerindias sufrieron un notable hundimiento
demográfico. La causa principal fue la enfermedad: los conquistadores trajeron viruela, sarampión, gripe y
plagas contra las que los indios, aislados por miles de años, no tenían defensas. Sin embargo, hubo además una
cruel opresión. Los primeros censos de la población nativa muestran una tasa de mortalidad masculina
excesivamente alta, probablemente debido a la guerra y a las exacciones de impuestos. Otros documentos se
refieren a suicidios individuales o colectivos y a prácticas de abortos, que al mismo tiempo revelaban un talante
desesperado y se utilizaban como forma de protesta.

Los indios sentían que vivían menos y cada vez tenían peor salud. Las causas del declive se debían por
orden de importancia a las guerras, las epidemias las migraciones de los pueblos y los trabajos excesivos. Pero
en algunos casos, los indios atribuyeron la caída de su población o su más corta vida al hecho de trabajar menos
y alimentarse mejor; es muy probable que el sentimiento de excesiva libertad correspondiera verdaderamente al
vacio que habían dejado la desaparición de las anteriores estructuras del estado y al abandono de las normas
tradicionales de conducta. Se citan también los estragos del alcoholismo.

Lo que estas respuestas muestran es la desintegración de los sistemas económico, social, y religioso que
daban con anterioridad un sentido a las labores de la vida diaria. En resumen, los cambios demográficos
reflejaban la desintegración del mundo nativo.

En los Andes centrales y meridionales, antes del surgimiento del Tahuantinsuyu (estado inca) esta
extensa área estaba poblada por decenas de grupos (chupachos, lupacas). La unidad básica de los diferentes
grupos étnicos eran los ayllu (análogos de los calpulli mexicanos) que formaban un núcleo endogámico,
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reuniendo un determinado número de parentescos que poseían colectivamente un territorio concreto (a menudo
desconectado). Agrupadas colectivamente, las unidades básicas se formaban por mitades, y después formaban
unidades aun más amplias hasta que abarcaban todo el grupo étnico. De esta forma, el estado inca estaba en la
cima de esta inmensa estructura de unidades interconectadas. Se impuso un aparato político y militar a todos
estos grupos étnicos, mientras seguían confiando en la jerarquía de los señores o curacas.

De acuerdo con la idea de autosubsistencia, que era un rasgo de la sociedad andina, una unidad familiar
podía reclamar un trozo de tierra en cada uno de los diferentes sectores ecológicos y reunir productos
complementarios de diferentes altitudes (maíz, papa, quínoa). Esta petición no estaba restringida solo a los
medios de producción (como tierra o ganado), también se extendía a la mano de obra: cada cabeza de familia
tenía derecho a solicitar a sus relaciones, aliados o vecinos para venir a ayudarle a cultivar su parcela de tierra; a
cambio, estaba obligado a repartir después alimentos y chicha, y además a ayudar cuando se lo solicitaran.

Este sistema de intercambio se extendía a todos los niveles de la organización social; pero desde un nivel
al siguiente había una transición gradual de reciprocidad basada en la simetría y la igualdad hasta una
reciprocidad jerárquica y desigual.

En otras palabras, el modo de producción del imperio inca se basaba en el antiguo modo de producción
comunal que permanecía vigente, mientras que se explotaba al principio de reciprocidad para legitimar su
gobierno. La extensión del sistema “mitmaq” constituyo uno de los logros más destacados del imperio inca. Se
enviaba colonos de las tierras altas a las bajas, para tener acceso a los productos que no podían cultivarse arriba.
De esta manera formaban archipiélagos verticales de distinto tamaño. El estado inca realizo este método de
organización para sus propios fines, con objeto de ordenar las amplias aéreas de cultivo.

Aunque el modelo de “archipiélago vertical” ya estaba profundamente arraigado en la sociedad andina,


el estado inca lo extendió a unos ámbitos desconocidos, y envió al mitmaq por todo el imperio. Tras la captura y
muerte de Atahualpa, las estructuras del estado se colapsaron; las instituciones regionales y locales sobrevivieron,
pero separadas del sistema global que les había dado sentido. Pero el modelo de autosubsistencia y
“complementariedad vertical” siguieron aplicándose en el nivel de los grupos étnicos: de este modo, la sociedad
de los andes se precipito en un largo proceso de fragmentación. Esta dispersión de la actividad económica y
social se acelero con los españoles, cuando dividieron en parcelas las encomiendas.

Así, el modelo del archipiélago andino entro en conflicto con la idea española que vinculaba a los indios
con el lugar donde vivían; el modelo andino logró sobrevivir, pero restringido a unas áreas cada vez más
pequeñas.

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Los fenómenos que hasta aquí habían sido desconocidos transformaron el mundo precolombino: los
elementos más importantes observados de este proceso de desestructuración han sido las nuevas formas de
tributos, la introducción de la moneda y la economía de mercado.

Con respecto al tributo requerido por los españoles –comparado al precolombino‒ los encomenderos
impusieron sus decisiones arbitrariamente y sin restricciones, lo que posibilito los abusos y la fractura del
sistema. Los españoles ayudados por el descenso de la población (que significo el incremento de tierras baldías)
no tardaron en usurparlas. De esta forma, no es extraño que el impuesto español se considerase más fuerte que el
inca. Los indios se lamentaban de que no tenían suficiente tiempo para cultivar sus propios campos.

La ideología sobre la que se basaba el sistema inca estaba en ruinas. En la nueva sociedad dominada por
los españoles, toda idea de reciprocidad y redistribución perdió su sentido. Para ser más exactos, el sistema
español hizo uso de los fragmentos del sistema antiguo, la reciprocidad continuo formando parte de las
relaciones entre los ayllu y los curacas, y todavía los curacas proporcionaban un vinculo entre los indios y los
nuevos gobernantes; pero mientras que en el Tahuantinsuyu la reciprocidad dio origen a una rotación de la
riqueza (si bien esta era teórica y desigual) entre ayllus, curacas e inca, el dominio español condujo a una
transferencia en una dirección, sin reciprocidad.

Mientras que el sistema de pagos funciono en el imperio inca dentro de una estructura equilibrada y
circular, el tributo español era desequilibrado y unilateral.

Los cambios en el sistema económico estuvieron acompañados tanto en Perú como en México, por el
desmantelamiento de la estructura social. En Perú, junto a los traslados de población ocasionados por la
conquista en sí misma, las guerras civiles entre los partidarios de Almagro y Pizarro, que combatieron hasta
1458 ayudaron a desarraigar a la población. Muchos indios, reclutados por los ejércitos enfrentados y llevados
lejos de sus hogares, terminaron engrosando las masas de vagabundos o permanecieron como yanaconas al
servicio de los españoles.

Los yanas –indios libres de lazos familiares y dependientes personalmente del curaca e inca‒ se
multiplicaron y su función fue resignificada, dado que ya no disponían de libertad. El grueso de la población
andina se dividió en dos categorías: los hatynruna (sujetos al tributo y la mita) y los yanaconas, considerados
como el status social más bajo pero libre de obligaciones.

Los miembros de la nobleza nativa fueron obligados a actuar como intermediarios entre los españoles y
los indios que debían tributos. Los descendientes de las viejas castas gobernantes perdieron la esencia de su
poder, aunque continuaron desempeñando un papel importante, mantuvieron su posición privilegiada solo
porque aceptaron colaborar con los españoles.
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Con la necesidad de mayores tributos, en muchos casos se despojo de privilegios a los nobles y pasaron
a estar sujetos a las mismas obligaciones que los demás indios. Estos ejemplos ilustran una doble evolución, una
fragmentación y una concentración de poder: la fragmentación fue un resultado de la pérdida de status de los
antiguos curacas, y la concentración beneficio el nivel intermedio de los curacas de las mitades, a costa de los
señores del ayllu.

En el Perú colonial las mitades formaban generalmente las unidades para el pago de tributos. Los
señores de rango intermedio, responsables de la recaudación de los tributos para los encomenderos o la corona
ocupaban una posición estratégica y formaban el eje de la organización colonial. Y frecuentemente explotaban
esta posición de autoridad para hacer que sus súbditos realizaran servicios que estaban fuera del sistema de los
vínculos tradicionales de reciprocidad.

La historia de las jefaturas de los Andes y México se diferenciaba en algo fundamental: a pesar de todo,
los primero gozaban de un cierto elemento de continuidad, mientras que los últimos se vieron afectados
radicalmente por la hispanizacion de las estructuras política y administrativa. Las nuevas formas de tributo en
trabajo, hasta el momento desconocido, introdujeron ideas extrañas en las normas tradicionales que habían
formado la actividad económica y social en un complejo coherente de conceptos, ritos y creencias religiosas.

La religión oficial, ligada a la estructura del estado, desapareció rápidamente tanto en México como en
Perú. El culto local continuó más o menos ilícitamente, pero los indios tuvieron que dejar sus fiestas más
importantes y las practicas que les parecían más horribles a los españoles, sobre todo los sacrificios humanos. Se
destruyeron sistemáticamente los templos, se quemaron códices y khips, los sacerdotes nativos fueron
perseguidos. El transcurso de la vida diaria cambio drásticamente.

Uno de los síntomas más dramáticos de la ruptura de la cultura nativa y de la angustia que causaba fue el
alcoholismo. En la sociedad precolombina, el consumo de alcohol estaba estrictamente prohibido, excepto en
ciertas ceremonias religiosas. Pero luego de la conquista, aunque el fin religioso no desaparece, se mezcla con el
alcohol como forma de escapismo, al reflejar la impotencia de los indios ante un mundo que se había vuelto
absurdo y trágico. Lo mismo puede decirse de la masificación del uso de coca.

En fin, 40 años después de la conquista, la sociedad nativa había sufrido un proceso de desestructuración
a todos los niveles: demográfico, económico, social y espiritual. Ciertas estructuras sobrevivieron, pero
fragmentadas y aisladas de su contexto original y trasplantadas al mundo colonial. Sin embargo, esos elementos
de continuidad aseguraron quelas tradiciones nativas, algo modificadas, se transmitieran mientras que al margen
al mismo tiempo soportaban la hegemonía española.

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Tradición y aculturación:
La aculturación económica tuvo lugar rápidamente, aunque se limito a un uso de cierto número de
productos europeos que ampliaron la gama de recursos de que los nativos disponían, sin que en realidad
sustituyeran a los que se usaban: el consumo de alimentos se mantuvo igual que en la época precolombina. El
ganado se adapto mejor en México. El cultivo de trigo se introdujo a instancia de los españoles para el pago de
tributos exclusivamente, y no para el consumo de los indios.

La aculturación global sucedió por medio de la selección de artículos importados por los españoles que
sencillamente estaban yuxtapuestos, a los que se usaban sin modificar en otro aspecto de la vida nativa.

Se produjo un contraste entre la rápida aculturación social de numerosos señores y el mantenimiento de


la tradición por los plebeyos. Los señores pronto aprendieron a hablar y escribir español, mientras continuaron
utilizando las lenguas nativas.

En las escuelas, el objetivo prioritario era hispanizar un grupo escogido para formar una clase dirigente
que obedeciera a los españoles. De acuerdo con esta política, ciertos miembros de la nobleza nativa adoptaron la
vestimenta europea y algunos símbolos de prestigio, como montar a caballo, llevar una espada o un arcabuz.

A la inversa, los indios de las comunidades mostraban su fidelidad con las antiguas costumbres.
Continuaron hablando las lenguas nativas y normalmente vestían ropa tradicional, combinada a veces con el
sombrero español. Y mientras que el sistema económico colonial introdujo el dinero, vemos que el sector nativo
permaneció engranado en la producción de subsistencia, complementada por el trueque. Es cierto que las
migraciones forzadas de población rompieron radicalmente los modelos de asentamiento e intentaron por la
fuerza que los indios vivieran en aldeas según el modelo español, pero el viejo sistema de organización comunal
permaneció o fue reconstruido sobre la base de los lazos de parentesco y ayuda mutua sobre los que sus
miembros se unían.

En el plano religioso la fidelidad de los indios a sus tradiciones manifestaba su rechazo a la dominación
colonial, aunque, de nuevo, había diferencias en cuanto a eso. Mientras que en México durante la primera década
de la época colonial los indios parecían mostrar un verdadero entusiasmo por el cristianismo, este no fue el caso
de Perú. Pero en ambos casos, los indios se aferraban tenazmente a sus propias creencias y ritos.

Mientras que los españoles consideraban a los dioses locales como manifestaciones del diablo, los indios
interpretaban el cristianismo como una forma de idolatría. Si los indios admitían la existencia de un dios
cristiano consideraban que su esfera de influencia se limitaba al mundo de los españoles, y cuidaban ellos
mismos de la protección de sus propios dioses. La esfera religiosa reflejaba así la división entre el mundo de los
europeos y el de los indios.
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Los resultados de la aculturación quedaron limitados en su totalidad a México y Perú, y la gran masa de
la población nativa rechazo la mayoría de las prácticas importadas por los españoles. La tradición prevaleció
sobre la aculturación. En general, cuando los indios se apropiaron de los elementos de la cultura foránea, tan solo
les añadieron elementos de su propia cultura o los usaron como un modo de simulación. Había, pues, una
continuidad de la tradición, así como una síntesis por adaptación.

Como ejemplo, se explica cómo Guaman Poma de Ayala, mestizo, dibujo un mapa del Perú con su
centro en Cuzco, y a su vez un mapa del universo ubicando a castilla como centro. Además, combino elementos
nativos y europeos para la representación del tiempo. Encajó las aportaciones de la cultura occidental en la
preexistente estructura espacio-temporal de los indios, tal es, una síntesis rigurosamente organizada según la
lógica del pensamiento andino. Pero si esta síntesis impuso ciertas reglas, también proporciono las bases para la
reinterpretación y la creación. Poma recurrió a las categorías tradicionales, pero siendo reestructuradas en el
contexto del sistema colonial, tuvieron una nueva significación.

Resistencia y revuelta:
Los españoles establecieron sus dos principales centros de colonización en México y Perú, donde ya
existían estados poderoso; pero en las extensas “fronteras” situadas en las periferias de estos estados pronto
surgió una feroz resistencia, que en algunos casos perduro hasta los primeros años del siglo XX. Tanto en
México como en Perú los invasores europeos entraron en contacto con una amplia y densa población que estaba
bajo el dominio de instituciones centralizadas y durante mucho tiempo acostumbrada a producir un excedente
económico en beneficio del grupo dominante. Pero en el norte de México, a sura y sureste de charcas, o en chile,
la colonización fracaso cuando se enfrento con indios nómadas que no producían un excedente accesible, y que,
debido a su movilidad, eludían los controles.

La resistencia más tenaz se mostro en los Andes. Manco Inca, hijo de Huayna Capac, asedio el Cuzco
durante un año (1536-37) pero finalmente cedió en su acoso. Se refugió en las montañas inaccesibles de
Vilcabamba, al norte de la antigua capital, y en los valles cálidos de Antisuyu. En el territorio bajo su control,
Manco continuo las antiguas tradiciones imperiales y, en efecto, restauro un estado “neoinca”. Instó a los indios
a renunciar a la falsa religión impuesta, el dios cristiano, decía, era tan solo un trapo pintado incapaz de hablar,
mientras que los huacas podían oírles y el sol y la luna eran dioses cuya existencia era visible para todos. Tras la
muerte de Manco, su hijo Titu cusi le sucedió como jefe de la resistencia y el estado neoinca continuo
desafiando a la hegemonía española.

En 1560 el virreinato cayó en una profunda crisis. Parecía que Titu Cusi había organizado un
levantamiento general coincidiendo con la expansión del movimiento milenario Tanqui Ongo, con un claro
matiz religioso. El plan de la revuelta se ajustaba dentro del tradicional entramado de ideas que se interpretaban

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como una nueva forma de respuesta a la situación colonial. Desde la conquista los huacas por mucho tiempo no
habían recibido los sacrificios rituales y, en su lugar, andaban errantes, abandonados, “asolados y muertos de
hambre”. Para vengarse enviaron enfermedades y muerte a todos los indios que habían aceptado el bautismo.
Solo los fieles al culto de los huacas serian admitidos en el imperio prometido.

Tanqui Ongo no adoptó la forma de una acción militar; esperaban que su liberación llegara por una
victoria de los huacas contra el dios cristiano. Los predicadores recorrían las aldeas restaurando el culto en los
lugares sagrados y por ello la Iglesia denunció al movimiento como una secta de herejes y apóstatas.

Los promotores del movimiento fueron azotados o sus cabezas rapadas, y hacia 1570 el movimiento
desapareció. Ese mismo año, el último inca Tupac Amaru fue capturado y ejecutado. A los ojos de la población
india, la “segunda muerte” del inca significo verdaderamente el fin del mundo.

Cerca del corazón de los Andes, la “cordillera” de los chiriguanos formaba una frontera que resistió la
colonización durante tres siglos. Estos indios eran nativos de la zona del Paraguay, pero antes de que los
españoles lleguen se desplazaron hacia el Perú y sometieron a la población nativa de origen arawak.

Los primeros españoles que vieron a los chiriguanos fueron los que desembarcaron en la costa atlántica.
Tras la primera fundación de Asunción en 1536, los nativos intentaron atraerse al gobernador Irala para que
organizara una expedición hacia el interior de los Andes: el estado inca ya había desaparecido, pero los
chiriguanos continuaron su lento avance hacia los territorios que estaban ahora bajo jurisdicción española.

Los españoles heredaron entonces una “frontera plagada por la invasión guaraní”, y su posición empeoro
durante la década de 1560 por una extraordinaria reversión de alianzas. Aunque hasta ahora fieros enemigos, los
indios andinos y los chiriguanos de Paraguay parecía que habían enterrado sus diferencias para defenderse de los
invasores blancos. Parecía que el mismo indio, aturdido por la invasión europea, era capaz de superar sus
rivalidades tradicionales para construir una alianza uniendo áreas tan diferentes como los Andes y las llanuras de
la cuenca atlántica.

Los chiriguanos aumentaron sus ataques a lo largo de toda la frontera. En 1567 saquearon aldeas
cercanas a Potosí, capturaron a los indios de servicio y mataron y se comieron a los españoles. Tras la
pacificación de Vilcabamba y la ejecución de Tupac Amaru, el virrey Francisco de Toledo decidió resolver el
problema de los guaraníes. En 1574 encabezo un gran ejército dividido en 3 cuerpos, que se dirigió a la
cordillera. Pero la expedición fue diezmada por el hambre y la fiebre y el mismo Toledo cayó enfermo.
Finalmente, los españoles tuvieron que retirarse sin lograr nada. El propio virrey tuvo que contentarse con fundar
2 villas para proteger la frontera: Tomina y Tarija.

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Animados por el fracaso de Toledo, los chiriguanos continuaron sus ataques y amenazaron los dos
nuevos establecimientos. Entre 1585 y 1600 siguieron fundándose establecimientos que rechazaron a los
chiriguanos hacia la cordillera, desde donde resistieron durante 3 siglos más.

En chile los indios araucanos resistieron a los españoles tan ferozmente como los chiriguanos.

Mientras que las tribus del norte habían estado bajo influencia del imperio inca, además de disfrutar de
una mejor tecnología y de dominar la cría de ganado y la metalurgia, además estaban acostumbrados a la
dominación extranjera, es decir, a producir un excedente extra. Las tribus del sur del rio bio bio eran nómadas y
al haber escapado a la influencia incaica solo usaban técnicas agrícolas rudimentarias, y una organización
política basada en parentesco. Por esto los españoles fracasaron en su sometimiento.

La resistencia de los indios rebeldes se apoyó en una forma diferente de aculturación. Los araucanos
cambiaron sus métodos de lucha adaptándolos al combate contra los españoles e introdujeron algunas
innovaciones. Aligeraron las sillas de montar, y usaron un aro de madera para el dedo del pie, volviendo la
caballería así más práctica y móvil. Cada jinete llevaba un arquero montado tras él. Además de la guerra,
reemplazaron el cultivo de maíz por los que maduraban más rápidamente, trigo y cebada, con objeto de proteger
las cosechas de las expediciones que los españoles lanzaban en verano. Toda la sociedad araucana se
reestructuro de modo que permaneció fiel a sus elementos tradicionales.

En este contexto podemos comprender por qué la expansión europea fracaso en Chile. En 1598 hubo una
rebelión cuando se intentaba evacuar todo el territorio al sur del Bio Bio, durante la cual Martin García de
Loyola fue ejecutado y su cabeza paseada en la punta de una pica araucana.

En el norte de México, en la frontera chichimeca, la expansión española encontró otro límite. El suceso
preliminar de la “guerra mixteca” 1541 -42 fue muy parecido al levantamiento de los Andes: ocurrió en una
región lejana del centro y era de carácter milenario, pero a diferencia de Tanqui Ongo, reivindicaba el uso de la
violencia. Durante las revueltas los indios incendiaron iglesias y cruces y mataron a los misioneros. Tres
expediciones fracasaron y el virrey se vio obligado a ir en persona a Nueva Galicia, al frente de una gran fuerza.

Los chichimecas también fueron parte de un proceso de aculturación. Aumentaron mucho su movilidad
usando caballos

Como la frontera araucana, la chichimeca se convirtió en una zona dedicada a la caza de esclavos: esto
es, la guerra se hacía para costearse a sí misma. La resistencia chichimeca fue vencida por una nueva y original
política basada en la idea de la aculturación: a finales del siglo los virreyes Villamanrique y más tarde Velasco

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introdujeron nuevos métodos destinados a obligar a los indios a que renunciaran a sus existencias nómadas. Los
españoles fundaron misiones donde los indios se agruparon convirtiéndose al cristianismo.

El ejemplo de los indios de las fronteras confirma, aunque en sentido negativo, la importancia de las
estructuras preexistentes en los estados azteca e inca, así como la base de la colonización española. En
Mesoamérica y en los andes, el sistema colonial logro imponerse haciendo un uso nuevo de las instituciones ya
existentes; estas sobrevivieron solo de forma fragmentaria, aisladas de su contexto anterior, que había sido
definitivamente destruido. Pero en cuanto que el sistema tradicional, tanto conceptual como religioso había
perdurado, se desarrollo una contraposición entre por una parte, la supervivencia de una visión del mundo que
constituiría una totalidad significante y de otro, a continuidad parcial de instituciones desprendidas del sistema
cosmológico que les había dado sentido. Esta divergencia entre las continuidades y los cambios definió la crisis
de desestructuración en el mundo indio inmediatamente después de la invasión europea.

Tenemos que aceptar que tras el choque inicial de la conquista, la historia de la sociedad colonial, tanto
en nueva España como en Perú, fue un largo proceso de reintegración a todos los nieles: económico, social,
político, ideológico, según la herencia precolombina y la fuerza de las partes contrarias, el proceso tomo formas
muy diferentes: sincretismo, resistencia, hibridación, hispanizacion. Pero entre la cultura dominante española,
que intento imponer valores y costumbres y la dominada cultura nativa, que insistió en preservar sus propios
valores y costumbres, el conflicto llega a nuestros días.

Capítulo 8 – La colonización portuguesa del Brasil, 1500-1580 (Johnson)


La Europa bajomedieval hacia tiempo estaba vinculada con Asia por tenues rutas terrestres, pero no fue
hasta que el empuje portugués penetro en el atlántico, a principios del siglo XV, que el ultimo gran vacío
oceánico en la intercomunicación vino a ser cerrado.

Portugal, como el resto de Europa, había sufrido un grave descenso de población a mediados del XIV; el
consiguiente abandono de las tierras marginales, junto con la despoblación de ciudades y pueblos, había creado
una clásica “crisis feudal” en los altos estratos de una sociedad económicamente oprimida por la pérdida de sus
rentas habituales. Se demostró la imposibilidad de intentar de nuevo la reconquista peninsular de Marruecos: la
población bereber era excesivamente resistente y la portuguesa, demasiado pequeña y sus recursos militares
escasos.

En cambio, el empuje portugués se desvió hacia el oeste, adentrándose en el mar y bajando la costa de
áfrica. Enrique “el navegante” (1394-1460) realizó expediciones de tinte cuasi heroico, según sus crónicas.
Implicaba en ellas también a otros miembros de la familia real, además de numerosos seguidores de la corte.
Igualmente importante fue la participación de miembros de la comunidad mercantil italiana en Lisboa, que

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aportaron al proceso su pericia y conexiones mediterráneas; probablemente fueron el factor decisivo de estas
incursiones de pillaje en organizadas expediciones comerciales.

Estas navegaciones, además de la costa africana, les llevaban a entrar en contacto con las islas del
atlántico, cerca de Madeira y las islas Canarias primero, con las Azores y Cabo Verde después. Fue la
experiencia portuguesa aquí, incuso más que África, la que creó el modelo empleado en la colonización de Brasil.

Fue la ocupación francoespañola cerca de canarias en1402, que estimuló a los portugueses a iniciar una
exploración seria, dirigida al asentamiento y la agricultura. Las azores empezaron a colonizarse recién en 1439, y
cabo verde hacia 1456. Estas islas fueron incorporándose progresivamente dentro de un sistema económico
centralizado en Lisboa, que era dirigido por la corte y los ricos comerciantes en conjunto.

Ya que estaban deshabitadas cuando fueron descubiertas, la primera fase (1430) consistió en el
desembarco de animales; para que se reprodujeran rápidamente en los nuevos alrededores. La segunda fase
(hacia 1442) comenzó cuando las islas ya habían sido pobladas, con el cultivo de cereales. En Madeira se
quemaron grandes bosques, descubriendo un suelo riquísimo que daba cosechas superiores a 50 veces lo
sembrado. A diferencia de Madeira y Azores, Cabo Verde paso de cereales a arroz, algodón, fruta y azúcar;
siendo así una región de transición entre la ecología de madeira y la ecología tropical de la costa africana.

La tercera fase de agricultura capitalista (solo en Madeira) implicó el cultivo de azúcar y vino, hacia
1450. Después de esta isla, la gran área azucarera seria Brasil.

Durante el periodo anterior a 1449, los portugueses habían utilizado el sistema de factorías para explotar
la costa africana. Habían evitado la colonización significativa en la línea costera: la población era densa para ser
dominada y la zona era poco atractiva ecológicamente. Eligieron en cambio un modelo que adoptaron de las
ciudades comerciales italianas mediterráneas de fines de la edad media. La Factoría (feitoria) o fortaleza
comercial. Esta era defendida por la guarnición del castillo encabezada por un caballero y administrada por un
factor (feitor) o agente comercial encargado de las compras a los comerciantes nativos o jefes. La mercancía
fijada se almacenaba en la factoría y se vendía después a los capitanes portugueses de las flotas comerciales, que
periódicamente visitaban la factoría. Estos, sin embargo, eran atacados por piratas. La corona solía responder
con patrullas guardacostas para alejarlos, mientras que jurídicamente solicitaba y recibía el reconocimiento de
sus derechos de monopolio en una serie de bulas papales (1437-1481) que conformaron los modelos para la
asignación posterior de derechos exclusivos en América para España y Portugal (ver mapa).

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Hacia 1500, los portugueses habían elaborado dos modelos básicos para el imperio en el atlántico sur:
1- Las islas deshabitadas que jurídicamente consideraban como extensiones de su reino comercial, se
cedían a los señores como donaciones reales similares a las que se hacían en el continente, y que serian
pobladas por inmigrantes portugueses usando el sistema de colonización cuyos métodos fueron
adoptados de África
2- A lo largo de la costa africana, optaron en cambio por el comercio sin colonización basado en el sistema
de factoría empleado en el mediterráneo a fines de la edad media.

Brasil geográficamente tenía semejanza con las islas atlánticas. Tratado de la misma manera que África
los primeros 20 años, se colonizo después usando el modelo de las islas atlánticas.

Descubrimiento y primera exploración:


Pedro Alvares Cabral, un hidalgo y miembro de la corte, encabezo una expedición en 1500. Llevo 13
barcos siguiendo la ruta de Vasco da Gama desde Lisboa, pero después de cruzar la zona de las calmas
ecuatoriales fue empujado hacia el oeste por los vientos y corrientes y llego a avistar la costa brasileña. Los ocho
días que pasaron refrescándose en Brasil proporcionaron un primer y breve encuentro entre dos civilizaciones,
una que recientemente había emprendido un imperialismo agresivo, la otra situada culturalmente en la edad de
piedra.

El rey Manuel I (1495-1521) notifico rápidamente el descubrimiento a sus parientes castellanos,


Fernando e Isabel, poniendo énfasis en el valor estratégico de Portugal como estación de paso para las flotas
hacia la india, y organizo una nueva expedición: esta segunda flota de 13 carabelas partió de Lisboa en 1501 bajo
mando de Coelho, llevando al cronista Américo Vespucio (cuya pluma generó numerosos problemas
historiográficos). Este segundo viaje solo sirvió para establecer la ruta marina entre Portugal y Brasil para el
resto del periodo colonial (islas canarias –cabo verde‒ suroeste por calmas ecuatoriales-Caribe-Brasil-Rio de la
Plata). El viaje podía tardar un mes y medio si todo marchaba bien.

El periodo de las factorías:


Una vez completada la fase inicial de descubrimiento y reconocimiento (1500-1502) la corona
portuguesa tuvo que afrontar el problema de cómo inventar un sistema de explotación para las tierras recién
descubiertas. A diferencia de Madeira, estaba poblada por nativos salvajes aunque amables. El modelo de las
islas de desembarcar ganado era imposible, ya que serian capturados por los indios. Los portugueses se vieron
obligados a tratar a los brasileños como a los de la costa africana, explotándolos por el sistema de factorías
comerciales.

Para el desarrollo de los pocos productos comerciales que se podían encontrar (palobrasil, monos,
esclavos y loros) la corona opto por arrendar Brasil a un consorcio de comerciantes de Lisboa; tenían la
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concesión de un monopolio comercial por 3 años sin pago alguno a la corona el primer año, la sexta parte de los
beneficios al segundo y la cuarta parte al tercero. A cambio, el grupo debía enviar 6 barcos cada año para
explorar 300 leguas a lo largo de la costa y la construcción allí de una factoría. Partiendo de Lisboa el 10 de
junio de 1503, la expedición tropezó con una tempestad, y fueron arrastrados hasta Cabo Frio, donde erigieron la
factoría acordada y la guarnecieron con 24 hombres.

Cuando el contrato expiró (1505) la corona se hizo cargo del control comercial, que duraría hasta 1534,
cuando las tierras fueron arrendadas nuevamente, esta vez con el propósito de colonizar. Durante el periodo
1505-1534 la corona concedió licencias a barcos privados para comerciar con los nativos bajo sus auspicios; la
rentabilidad global del comercio debió ser lo suficientemente lucrativa como para atraer a inversores ocasionales.
Sin embargo, el interés por Brasil no era exclusivamente de tipo económico. Representaba también un problema
geopolítico para los poderes ibéricos. Si, como muchos pensaban, era una isla realmente grande (y pobre) ¿se
podría inspeccionar su contorno en busca de un paso hacia el oeste, hacia las islas de las especias orientales,
mucho más lucrativas? Aunque todo el mundo estaba de acuerdo en que la mayor parte del territorio brasileño
quedaba dentro de la esfera portuguesa como se definió en el Tratado de Tordesillas (1494) ¿las desembocaduras
del Amazonas y del Rio de la Plata (las rutas más probables dentro del Brasil) quedaban en el lado portugués o
español de la línea?

El descubrimiento de una ruta que circunnavegara “Brasil” hacia las especias, aunque constituyo una
proeza para la navegación, no fue de ninguna utilidad para Castilla. La ruta demostró ser excesivamente larga
para ser práctica. Mientras tanto, Cortes había distraído a los españoles con su descubrimiento de las riquezas
aztecas. Tras años de negociaciones intermitentes España depuso su reclamación sobre las islas de las especias,
siendo entregadas por Magallanes a Portugal, a cambio de 350.000 ducados (tratado de Zaragoza, 1529) y las
presiones españolas sobre Brasil quedaron definitivamente sesgadas.

Más importante que el resultado final de los sondeos españoles bordeando Brasil fue la ilegitima
intromisión de los franceses en el comercio del palobrasil. No intentaron establecer factorías según el modelo
portugués, pero comerciaron directamente desde sus barcos enviando agentes a vivir entre los indios, con
quienes desarrollaron unas buenas relaciones. La competencia francesa no solo privo a la corona portuguesa de
ingresos, sino que hizo bajar el precio de pablobrasil, incrementando los suministros en el mercado de Amberes.

La respuesta inicial portuguesa fue aplicar las tácticas que tan bien habían funcionado en el océano
índico: enviar una flota para patrullar el mar con instrucciones de apresar o destruir los barcos sin licencia.
Después de 1520 hubo un notable incremento de piratería francesa, la cual no solo se limitaba a Brasil. Los
corsarios se desplegaban en puntos de intersección estratégicos, tales como Azores y el estrecho de Gibraltar
para apresar los barcos españoles y portugueses.

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En contraste con los castellanos que aceptaron las bases jurídicas de las reclamaciones portuguesas y
cuyas discusiones versaban solamente acerca de las lindes, los franceses constituían un desafío fundamental para
los derechos exclusivos de Portugal sobre Brasil. Estos reposaban, como en África, en las bulas papales que
encarnaba la tradición canonista medieval sobre la jurisdicción universal del papado sobre el mundo; daba al
papa autoridad legítima para asignar derechos de monopolio sobre descubrimientos de mares y tierras a aquellos
gobernantes que emprendieran la tarea de evangelización allí. Pero en el s XIII estos conceptos fueron atacados
por críticos tomistas, cuyas ideas fueron reafirmadas con el código de Justiniano. Armados ahora con un
concepto mas “moderno” de imperio basado en la ley secular de las naciones, la corte francesa insistió en sus
derechos para comerciar libremente y declinar todo respeto a cualquier derecho que no estuviera avalado por una
ocupación efectiva.

Bajo presiones constantes durante la década de 1520, los portugueses tuvieron que retirarse de casi todos
los frentes. Las bulas papales y el tratado de Tordesillas eran reconocidos solo por Castilla; la perspicacia
intelectual de los juristas franceses hacía sentirse inseguro al rey de Portugal. Juan III (1521-1557) recurrió
temporalmente a sobornar a Chabot, almirante francés, en su intento de controlar la piratería francesa (1529-
1531). A partir de este momento la corona portuguesa llegó a la conclusión de que debía ser implantada una
colonia permanente en Brasil.

La expedición de de Sousa (1530-1533) fue de cinco barcos, llevando 400 colonos, y tenía un triple
objetivo: primero, despejar los mares de barcos ilegales, luego establecer una colonia real (sao Vicente, 1523) a
través de concesiones revocables (no hereditarias) a los colonos, y por último, explorar las desembocaduras de
los ríos Amazonas y La Plata, para determinar, entre otras cosas, su aproximación al meridiano de Tordesillas.

Por iniciativa de Diego de Gouveia, la línea portuguesa de defensa retrocedió del mar a la tierra. En
lugar de intentar mantener alejados a los barcos franceses de la costa brasileña, los portugueses establecieron
asentamientos para evitar que la población india comerciase con los franceses: ahora Portugal podía reclamar la
“posesión efectiva” de Brasil.

El esfuerzo creciente por incrementar los ingresos de la corona en esta época hizo necesario trasladar los
costos de una colonización tan extensa a manos de inversores privados, que se dedicaron al cultivo de caña de
azúcar, para lo cual la costa brasileña era ideal.

El periodo del asentamiento del propietario:


Se hicieron concesiones a un grupo de doce principales propietarios, (desde soldados a burócratas)
ninguno de ellos proveniente de la alta nobleza; Juan III era el heredero de la nueva monarquía y prefería confiar
el poder y otorgar recompensa entre los universitarios y los servidores de la corona en movilidad ascendente. Los
12 concesionarios recibieron 14 puestos de capitanía en 15 lotes por “donación real”, que consistía
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fundamentalmente en la concesión hereditaria de una gran parte de la jurisdicción real sobre un territorio
concreto y sus habitantes a un señor que actuaria, en adelante, como un locum tenens del rey hasta donde
alcanzara lo que se expresaba en la donación. Es decir que las tierras bajo control directo de la corona se
convirtieron en señoríos.

Cada capitán tenía el derecho de nombrar notarios, escribanos y otros oficiales; también el de fundar
ciudades e inspeccionar la elección de sus funcionarios. Coelho (capitán de Pernambuco) se convirtió en señor
de la tierra, gracias a la donación de 10 leguas de costa de las que era propietario directo. Para atraer a los
colonizadores, el resto de las tierras las volvió a conceder a los colonos, en régimen de propiedad absoluta, con
la única obligación de pagar el diezmo a la Orden de Cristo. Las rentas del capitán eran tajadas en el diezmo,
pescado capturado, rentas reales de la capitanía y los beneficios del palobrasil cortado.

La carta de donación al capitán se complementaba con una especie de pequeña constitución (foral) para
su señorío. Esta expresaba las relaciones entre el capitán y los colonos, así como los derechos de la corona.
Eximia a los habitantes de la sisa y otros impuestos reales, pero la corona se reservaba su monopolio sobre el
palobrasil y tajadas sobre los minerales, el pescado y el comercio. Dicho comercio era abierto tanto para
portugueses como para extranjeros, pero únicamente el capitán y los portugueses residentes estaban autorizados
a comerciar con los indios.

De las diez capitanías establecidas en el siglo XVI, solo 2 (sao Vicente y Pernambuco) podían calificarse
como prosperas antes de 1550. Estas diferentes fortunas se pueden atribuir en parte a las aptitudes individuales
de los capitanes, pero más que nada, a la capacidad para atraer a los colonos y el capital necesario para conseguir
éxito y someter a los indios locales. A menudo había que buscar colonizadores entre los exiliados, que podían ser
desde infractores políticos a delincuentes comunes. La falta de capital era una dificultad que podía resultar fatal.
Pero, en realidad, los mayores desafíos provenían de la hostilidad de los indios costeros de habla tupí, y de la
población india de habla ge.

Durante el periodo de las factorías (1502-1534), las relaciones portuguesas con los indios habían sido
generalmente amistosas, con una especie de “reciprocidad” en sus intercambios. Pero la colonización creó una
situación diferente: los indios poseían un sentido general de la territorialidad que las plantaciones portuguesas
violaban. La clase de trabajo necesario para poner en funcionamiento una plantación azucarera se desconocía en
la cultura india y era contraria a esta, por lo cual las dos culturas entraron en contacto directo. Dada la tenaz
resistencia de la fuerza de trabajo, los colonos portugueses pronto se vieron empujados a esclavizar a los indios
para que trabajaran en el creciente número de plantaciones y molinos.

Los indios estaban siempre en desventaja en su lucha contra los portugueses, tanto por su armamento
como por las enfermedades traídas de Europa. La mayor ventaja nativa residía en su número, antes de ser
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mermado. Además, los españoles contaban con el soborno: los indios que al ser derrotados se sometían, eran
recompensados con artefactos europeos (hachas, guadañas, anzuelos). La incapacidad de los indios para superar
las rivalidades intertribales hizo posible que los portugueses los dividieran y los dominaran fácilmente. Pero en
las zonas donde la colonización no había conseguido arraigar, la resistencia nativa hizo estragos: mermó y
destruyó varias colonias. Hacia 1548, Juan III decidió enviar ayuda.

El establecimiento del gobierno real:


La decisión de la corona al enviar un gobernar real a Brasil no se proponía abolir las concesiones
donatarias, sino recuperar parte de la autoridad que tan generosamente había concedido, en un tiempo en que los
recursos reales se agotaron. Después de que la iniciativa privada pavimentara el camino, la burocracia real pasó a
apropiarse de una empresa que se hallaba en funcionamiento. Si las capitanías donatarias se contempla como una
fase de “conquista privada” en Brasil, la llegada de un gobierno real 14 años más tarde se ajusta perfectamente al
modelo general ibérico. En un sentido cultural más extenso, puede considerarse la intervención real de ambos
imperios como una expresión en el nuevo mundo de las varias clausulas que se produjeron en la Europa católica
hacia la mitad del siglo XVI: la forma definitiva que el dogma adquirió en Trento, el establecimiento definitivo
de la inquisición en Portugal (1547). Podría considerarse, en otras palabras, como parte de una reacción contra la
ambigüedad, apertura y experimentación de la primera mitad del siglo, un movimiento hacia la rigidez.

El nuevo gobernador, Tomé de Sousa (1549-1553) estaba encargado de defender las capitanías más
débiles de posibles ataques y revitalizar las que estaban fallando. La amenaza francesa persistía y las capitanías
debilitadas por los indios eran los primeros objetivos para un posible asentamiento francés. En segundo lugar,
naturalmente la corona quería incrementar las rentas desde Brasil. Para buscar la solución a esto, Juan III eligió a
3 importantes funcionarios: el primero, un gobernador para defender y reforzar a los capitanes ineficaces e
instaurar una política para tratar con los indios; el segundo, un proveedor-mor de la tesorería para vigilar la
recaudación de las rentas de la corona; y el tercero, un capitán mayor de la costa para dejar sentada la política del
litoral.

Fue posible volver a comprar la capitanía de Bahía a los herederos de los últimos donatarios y
reincorporarla a las tierras bajo control directo de la corona. Una vez que la posición del gobernador se hizo
fuerte en Bahía, hubo de visitar otras capitanías para valorar sus necesidades y proporcionarles ayuda militar. Si
el incremento de poder militar era una parte de la solución del problema indio, el otro aspecto consistía en la
elaboración de una política india eficaz.

En contraste con la situación española, donde Carlos I simplemente sucedía en los tronos que habían
dejado vacantes los emperadores aztecas e incas, los portugueses no pudieron encontrar estructuras civilizadas
en la sociedad tupí, parecían desprovistos de leyes identificables e instituciones religiosas. Tan pronto como se

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produjo el viaje del Bretoa (1511), la corona acogió a los indios bajo su protección legal, y el regimiento dado a
Tomé de Sousa había puesto hincapié en que nadie les hiciera daño alguno, siempre que fueran pacíficos. Era
esencial que recibieran buen trato si iban a ser evangelizados. Por otro lado, los indios rebeldes que se resistían a
la cristiandad podían hacerse esclavos.

Lo esencial del caso era lo económico. La mano de obra india era fundamental para el desarrollo de la
industria azucarera, y solamente los esclavos podían proporcionar los trabajadores necesarios. La solución a esta
contradicción era una de las principales tareas de la nueva generación de administradores.

El rey eligió a los jesuitas como sus agentes para convertir y pacificar a los indios, la orden misionera
que había sido fundada en 1540. Su número total era escaso: solo 128 para el periodo que cubría hasta 1598.
Hasta 1580 las actividades de los jesuitas pueden dividirse en cinco etapas: un periodo de experimentación
(1550-1553), un intervalo de estancamiento (1553-1557); la época floreciente de su colonización o sistema de
aldeia (1557-1561); la crisis de la guerra de Caeté y la consiguiente ola de enfermedades y hambre (1562-1563)
y un periodo final de ajuste al consecuente descenso de la población india (1564.1574).

El periodo inicial termino coincidiendo exactamente con el final del mandato del primer gobernador real;
fueron años de evaluación y experimentación. El objetivo de los jesuitas fue la conversión, pacificación y
aculturación: la respuesta de los indios, después de una curiosidad y aceptación inicial, fue la evasión, hostilidad
y reincidencia. La actitud de los jesuitas ante su tarea varia de un tenaz optimismo a una compasión pesimista.,
sin embargo, a diferencia de los colonos, creían en la posibilidad de cambiar a la sociedad india. Para acelerar el
proceso y preservar sus logros, decidieron movilizar a los indios de sus pueblos natales y restablecerlos en aldeas
cuya extensión estaba determinada por la escasez de jesuitas que hicieran de supervisores. Fue un rotundo
fracaso.

Los colonos nunca apoyaron totalmente las aldeas jesuitas, porque quitaban indios a la fuente de
esclavos, y encontraron un aliado en el primer obispo del Brasil, don Pedro Fernandes Sardinha. A la decisión de
la corona de crear un gobernador real le siguió poco después (1551) la creación de una diócesis para Brasil,
situada en bahía, la extensión de las conquistas de la fusión metropolitana entre trono y altar. Pero la elección del
obispo no resultó tan acertada, ya que una vez en Brasil, acentuó sus rígidas tendencias moralistas e insistió en
una completa aculturación de los tupí antes de bautizarlos. Tampoco aprobaba la tendencia sincrética de la
evangelización jesuita, el simple barniz cristiano sobre la obstinada cultura india (la tolerancia de la desnudez en
la iglesia, las canciones indias mezcladas con la liturgia). Concebía una sociedad dual, del tipo que había
conocido en la India, con una pequeña “republica” portuguesa gobernando un extraño mundo de nativos paganos.

El conflicto entre obispo y jesuitas les dio la oportunidad de continuar esclavizados e hizo prácticamente
imposible que el segundo gobernador, duarte da costa (1553-1557) ejerciera su autoridad durante su mandato.
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Como la hostilidad de Sardinha impedía su labor evangélica, los jesuitas trasladaron pronto el centro de su
actividad a la capitanía de Sao Vicente, al sur donde los indios tupinikin resultaron ser más receptivos y
maleables. Aquí expandieron el sistema de aldeias, concebido primeramente en torno a Bahía, y establecieron en
1554 una importante congregación india (aldeia) en Sao Paulo de Pairatininga.

El mandato de Duarte da Costa termino en 1557, y con el nuevo gobernador, Mem de Sa (1557-1572) y
un nuevo obispo, Don Pedro Leitao, la consolidación real portuguesa en Brasil entro en una nueva fase. Sá era,
sobre todo, un colaborador voluntarioso y entusiasta de los jesuitas, que volvieron a concentrar sus actividades
en los alrededores de la ciudad real de bahía. Este periodo fue la época dorada de las aldeias.

Dos acontecimientos interrumpieron esta expansión. En primer lugar, en 1562 Mem de Sá declaro una
“guerra justa” contra los caeté, que habían martirizado al obispo Sardinha seis años antes, declarando abierta la
temporada en toda la nación india. Los caetés no solamente fueron prendidos in situ, sino también las aldeas
jesuitas, en las que se habían refugiado confiando en las promeses de protección de los jesuitas. El efecto en las
aldeias fue desastroso y rápidamente Sá revocó su “ley”, pero ya era demasiado tarde. La enfermedad fue el otro
acontecimiento, que mermó entre 1562-63 entre la un tercio y la mitad de la población nativa.

La escasez de mano de obra sobrevino a la peste, y surgió entonces un nuevo cuestionamiento: ¿bajo qué
condiciones exactas podía esclavizarse a los indios “justamente”? El debate comenzó en 1566, con la junta
encargada por el rey para hacer recomendaciones sobre la política indiana en Brasil. El rey Sebastiao (1554-
1578) decretó una ley en 1570 sobre el status de los indios. Incluso los nacidos libres podían ser esclavizados en
dos situaciones:
1- En el curso de una “guerra justa”
2- Si eran sorprendidos practicando canibalismo

El sistema de “resgate” –la practica primitiva por la que se rescataba o redimía a los indios capturados en las
guerras intertribales y a los condenados a muerte, imponiéndoles a cambio una servidumbre de por vida en
beneficio del redentor- fue declarado ilegal. Pero ante las quejas de los colonos, 4 años después la ley fue
revocada y reemplazada por un código modificado sobre la esclavitud india, en el cual los resgates estaban
permitidos, pero los indios esclavizados debían registrarse en las aduanas.

Las consecuencias de estas medidas fueron:


1- El incremento de esclavos negros importados de áfrica. La creciente confianza en los esclavos negros –
respecto de quienes hubo pocos o ningún escrúpulo moral y ninguna legislación real- atenuó larga y
gradualmente la utilización de indios.

34
2- La cultura tradicional india se fue desintegrando en las zonas coloniales de la costa. El resto se había
transformado en un nuevo proletariado de “mamelucos” mestizos o bien se habían refugiado en el
interior, el único lugar donde abrigaba la esperanza de preservar su identidad cultural.

A finales del siglo, las expediciones organizadas en busca de esclavos (bandeiras) generaban que los
gobernadores declaren “guerra justa” y se autorizaban licencias para resgates. En resumen, las epidemias, la
esclavitud y el proselitismo religioso de los bien intencionados jesuitas destrozaron efectivamente la cultura y
las sociedades indias, permitiendo a los supervivientes que se fueran reintegrando en una sociedad colonial
estructurada en los términos portugueses.

Por otro lado, los franceses no habían abandonado la idea de fundar una colonia, y su atención se dirigió
a un emplazamiento extraordinariamente atractivo: Rio de Janeiro. Las crecientes luchas religiosas en Francia,
hacia el 1550, habían producido grupos que veían al nuevo mundo como el lugar perfecto para una nueva
mancomunidad, basada en una religión “justa” y libre de las intrincadas corrupciones de la sociedad europea.
Con el respaldo tradicional de los comerciantes normandos y bretones, que ya habían comerciado con palobrasil
hacia tiempo, el empresario Villegagnon y su grupo partieron en 1555 en tres barcos, llevando 600 personas.
Aunque daba la impresión de tener preferencia por los protestantes, Villegagnon debió aceptar un grupo variado
e incluso a ex convictos para completar la expedición.

Los indios locales resultaron ser amistosos, debido al trato condescendiente de los franceses y la
ausencia de disputas, pero el gobierno riguroso de Villegagnon creó el descontento entre los colonos, muchos de
los cuales lo abandonaron yendo hacia el continente para fundar Henryville (rio de janeiro). El empresario
solicito entonces a Calvino un segundo envío de colonos; estos recién llegados fueron la semilla de destrucción
final de la colonia. Eran dogmaticos, rígidos y estaban imbuidos de una férrea voluntad calvinista, que empujo al
grupo hacia disputas de tinte religioso. Villegagnon, encolerizado, abandono América y se unió a un partido ultra
católico en Francia en 1559.

Para contrarrestar la amenaza francesa, Mem de Sá recibió ayuda portuguesa. Reunió una fuerza de
aliados indios y partió hacia la bahía de guanabara a principios de 1560. La fortaleza isleña fue tomada por asalto
y los supervivientes franceses se vieron forzados a huir en busca de refugio a los poblados indios de los
alrededores. Finalmente, lograron repeler a los franceses y fundar una colonia permanente en el actual Río.

Sociedad y economía, c.1580:


Con el final heroico de Mem de Sá (1527) terminan los años de incertidumbre para Brasil. Habiendo
sobrevivido a 2 retos permanentemente existentes –internamente la resistencia de los indios nativos,
exteriormente la amenaza de la conquista francesa- la “conquista” portuguesa de América había emergido intacta
de su infancia precaria. Los colonos entraron así en su primer “ciclo” económico, basado en la expansión de la
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industria azucarera con el consiguiente crecimiento de la población, así como del desarrollo social y
administrativo.

Una mirada rápida indica que de las 8 capitanías, 3 –Pernambuco, Bahía y Rio de Janeiro‒ crecían,
mientras que el resto estaba en descenso. El resto habían sido abandonadas. ¿Cómo se produjeron estos cambios
en la fortuna?

Espírito Santo fue víctima de varias oleadas de ataques indios, hacia 1540; además, la colonia nunca fue
capaz de atraer gran cantidad de colonos. Porto Seguro fue también atacada por los tapuia aimorés; en Ilheus, a
la muerte de su donatario, fue vendida a un capitalista de Lisboa (1561). Sao Vicente era la más lejana de todas
las colonias europeas y estaba situada en una región de clima duro, menos adecuado para el cultivo del azúcar.

A diferencia de las nombradas, el último cuarto de siglo fue para Bahía y Pernambuco un periodo de
éxito incalificable: estas capitanías se convertirían en los puntos centrales de Brasil durante el siglo siguiente.
Hacia 1585 tenía ya suficiente población (12000 blancos) para mantener 9 parroquias y 36 molinos de azúcar.
Pernambuco no se vio afectada por la crisis de 1540, lo cual fue decisivo para su pervivencia y prosperidad.
Hacia 1546 se había credo cinco molinos de azúcar y había otros en construcción. Cuando Coelho murió en 1554,
legó a sus dos hijos la mejor colonia fundada en Brasil; de hecho, se hallaba tan bien establecida que estaba
exenta de cualquier interferencia del gobernador real. Esta prosperidad llevo a un modo de vida opulento que se
reflejó en las costumbres: multitud de criados, vestidos lujosos y hábitos alimenticios que incluían diversidad de
productos importados de Portugal (pan de trigo, aceite de oliva y vino).

Cada ciudad colonial se proveía de gran parte de sus alimentos lo mismo que de trabajadores domésticos
de los indios de las aldeas indias de los alrededores, que habían sido pacificados y cristianizados. Los colonos
que no Vivian con carácter permanente en las ciudades, se encontraban en las haciendas azucareras, pequeñas
comunidades en sí mismas, donde el señor del molino estaba rodeado y regia sobre sus trabajadores, libres o
esclavos, indios o negros africanos. Como centros productivos de la colonia, estas haciendas eran más
importantes que las ciudades y tendían a eclipsarlas.

Así comenzó el último auge azucarero de finales del siglo XVI y el crecimiento rápido de la renta per
cápita de los blancos en Brasil. En contraste con el rápido crecimiento de ingresos efectivos experimentado por
muchos de los colonos en el último cuarto del siglo XVI, la corona portuguesa parece haber participado mucho
menos en el desarrollo de Brasil. La región proporcionaba un 1% de los ingresos de la corona hacia 1506,
comparado con el 27% que procedía de la India. Si se tiene en cuenta el coste del mantenimiento del control
sobre la costa brasileña, así como los gastos necesarios para someter a los indios y expulsar a los franceses, tiene
que haber habido déficit durante largos periodos de tiempo. De ahí que resulte difícil de aceptar explicaciones
económicas simples, bien por el tenaz compromiso de la corona con Brasil durante el siglo XVI, o por su
36
progresión a través de las 4 fases de un compromiso continuo y creciente: desde el arrendamiento de la tierra
(1502-1505), a su explotación directa por medio de factorías comerciales reales (1506-1534) culminando
finalmente con la creación de una administración real consumada (1549). En cambio, estas fases son más
convincentes vistas solo como respuestas muy necesarias para enfrentar las amenazas de la pérdida territorial.

La corona portuguesa, fundamentalmente de carácter señorial en sus actitudes, encontró sus recompensas
brasileñas en las postrimerías del siglo XVI, no tanto en la esfera económica, sino en la del status y el prestigio.

***

TOMO II: América Latina colonial: Europa y América en los ss. XVI, XVII, XVIII

PRIMERA PARTE – EUROPA Y AMÉRICA: ESTRUCTURAS POLÍTICAS Y ECONÓMICAS

Capítulo 1 – España y América en los siglos XVI y XVII (Elliot)

Las aspiraciones metropolitanas:


La conquista española de América creó la posibilidad del primer imperio en la historia humana de
verdaderas dimensiones mundiales. Sin embargo, para Carlos V y sus consejeros solo podía existir un imperio en
el mundo, el Sacro Imperio Romano; e incluso después de que España y el imperio fueran separados por la
abdicación de Carlos en 1556, Felipe II respetó esta convención conservando el título de rey de España y de las
indias. Era algo cada vez más evidente que América había añadido una nueva e imperial dimensión al poder del
rey en España. En esta agrupación de territorios, adquiridos bien por herencia o por conquista, y que debían
obediencia a un solo gobernante, la mayoría de los estados eran iguales, pero algunos eran más iguales que otros.
Castilla llegó a disfrutar de una predominancia efectiva en la monarquía, y, desde el comienzo, las Indias
permanecieron en una relación especial con ella. La bula Inter Caetera de Alejandro VI (1493) confirió el
gobierno y la jurisdicción de las nuevas tierras descubiertas, no a los reyes de España, sino a los de Castilla y
León. Ello implicaba que los beneficios de la conquista se reservarían a los castellanos, un principio que
Fernando de Aragón burló cuando convino a sus propósitos, pero que dio a Castilla en el siglo XVI el monopolio
sobre los cargos de gobierno y el comercio del nuevo mundo. Y significó también que a las instituciones
parlamentarias y representativas que eran el centro de la vida política de la corona de Aragón no se les permitiera
reproducirse en los nuevos territorios americanos.

En 1503 se estableció en Sevilla la Casa de la Contratación, una institución de comercio responsable de


la organización y control del tráfico de personas, barcos y mercancías entre España y América. Los amplios
poderes reguladores conferidos por la corona a los funcionarios de la Casa durante los años siguientes dieron
lugar a un modelo de comercio y navegación que duraría un siglo y medio, y que convirtió a Sevilla en el centro

37
comercial del mundo atlántico. La corona buscaba asegurar el máximo grado de control sobre lo que se esperaba
que fuese una muy lucrativa empresa. El tiempo se encargaría de demostrar que un comercio controlado podía
producir su propia forma de infiltración incontrolada, y que las indudables ventajas del monopolio en el terreno
de la organización tenían que ser consideradas frente a las no menos indudables desventajas de poner un enorme
poder en manos de unos cuantos funcionarios estratégicamente situados. A estos funcionarios competía
esencialmente la mecánica del comercio con las Indias: el abastecimiento de los fletes, las licencias de pasajeros
y el registro de la plata.

En 1523 se estableció el Consejo de Indias, que incorporaba la maquinaria formal para asegurar que los
asuntos de los nuevos territorios llegaran regularmente a la atención del monarca, y que sus deseos, en forma de
leyes, decretos e instituciones, fueran debidamente transmitidos a sus posesiones americanas. El gobierno real en
América era, por otra parte, un gobierno consultivo, en el sentido de que las decisiones del rey eran adoptadas
sobre la base de “consultas” que eran elevadas al monarca por el Consejo de Indias. Los funcionarios reales en
las Indias, teóricamente a sus anchas en los abiertos espacios de un gran nuevo mundo, en la práctica se
encontraban atados por cadenas de papel al gobierno central en España. Pluma, tinta y papel eran los
instrumentos con los que la corona española respondía a los retos sin precedente de la distancia implícitos en la
posesión de un imperio de dimensiones mundiales. Este estilo de gobierno produjo su propia casta de burócratas.
Casi todos los consejeros de Indias fueron “letrados” adiestrados en las leyes en las universidades, ex
funcionarios en puestos judiciales o fiscales en la misma península, y que por tanto veían los problemas de
Indias a través del prisma de su experiencia europea.

Una vez que los objetivos del gobierno de las Indias estuvieron determinados y su estructura establecida,
y esto se puede considerar alcanzado a mediados del siglo XVI, los agudos problemas ocasionados por la
distancia tendieron a asegurar que prevaleciera la rutina. Tras la revolución pizarrista en 1540 y un tumulto
conspirativo en México ocasionado por el hijo de Cortés (1566) no habría más amenazas directas a la autoridad
real por parte de una comunidad de colonos que con frecuencia se sentía amargamente resentida por las órdenes
de Madrid.

La difusión de la autoridad se basaba en una distribución de obligaciones que reflejaban las distintas
manifestaciones del poder real en Indias: administrativa, judicial, financiera y religiosa. Pero con frecuencia las
líneas de separación no estaban nítidamente trazadas: había infinitas posibilidades de fricción que solo tenían
visos de poder resolver, si acaso, por el largo proceso de apelación al Consejo en Madrid. Pero estas aparentes
fuentes de debilidad podrían ser consideradas en cierto modo como la mejor garantía del predominio de las
decisiones tomadas en Madrid, puesto que cada agente de autoridad delegada tendía a imponer un freno a los
demás.

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En los primeros años de la conquista, los principales representantes de la corona en las Indias eran los
gobernadores. Como donatarios en los territorios ultramarinos, se les concedía el derecho de disponer de los
indios y la tierra; la gobernación era una institución ideal para extender el gobierno español por las Indias. Dado
que la corona se había manifestado firmemente contraria a la creación de una raza de señores feudales en
América, los nombramientos se hacían por plazos cortos, de tres a ocho años, y terminaron siendo no
hereditarios. Pero las gobernaciones no desaparecieron en las Indias después de completarse la conquista. Habían
demostrado su utilidad como institución para administrar y defender regiones periféricas. Por tanto, en lugar de
ser abolidas, se las mantuvo; pero como otras instituciones que lograron sobrevivir a la etapa de transición de la
conquista, fueron gradualmente burocratizadas. Los gobernadores de la segunda generación pasaron a ser más
bien administradores, no conquistadores.

La institución administrativa más importante pasaría a ser el Virreinato. Las “leyes nuevas” de 1542
institucionalizaron el nuevo sistema de gobierno; el virrey era el alter ego del rey, manteniendo la corte en su
palacio virreinal y llevando con el algo del aura ceremonial de la monarquía. Combinaba en su persona, los
atributos de gobernador y capitán general y era considerado también, en su papel de presidente de la Audiencia,
como el principal representante judicial de la corona. En la práctica, la corona, siempre suspicaz con las
ambiciones de los grandes, tendió a reservarlo para los miembros más jóvenes de las grandes familias o para
nobles con titulo de rango medio. Don Antonio de Mendoza fue el primer virrey de Nueva España (1535-1549) y
su duración en el cargo fue excepcional; una vez que el sistema se consolidó, lo que un virrey podía esperar
permanecer razonablemente en el puesto eran seis años. Los virreinatos americanos, a pesar de su aparente
atractivo, con frecuencia resultaron ser una fuente de problemas para sus ocupantes, arruinando su salud, su
reputación, o ambas cosas. Además de cumplir con múltiples funciones administrativas, sus manos estaban
atadas desde el comienzo por las instrucciones que recibía desde Madrid. Se encontraban constreñidos a cada
momento por el vasto y creciente cuerpo de leyes y decretos promulgados para las Indias; cada virrey sabia que
sus enemigos buscarían usar el incumplimiento de alguna ley o real orden como un cargo contra el, e igualmente
sabia que cada una de sus acciones era observada desde cerca por funcionarios que estaban encargados de
guardar la ley: los oidores o jueces de la Audiencia.

Durante el siglo XVI se constituyeron 10 audiencias, que sumaban unos 90 cargos (presidente, oradores
y fiscales). Los 1000 hombres que los ocuparon durante los dos siglos de gobierno de los Austrias constituyeron
la elite de la burocracia de España en América. Al tiempo que se pretendía que las audiencias fuesen los
tribunales supremos de justicia en el nuevo mundo, buscando la observancia de las leyes en las indias, también
adquirieron ciertas competencias de gobierno, especialmente gracias a las leyes nuevas. En particular, asumieron
las funciones de gobierno en el interín entre la salida de un virrey y la llegada del siguiente, mientras que los
presidentes de las audiencias menores podían actuar como gobernadores y capitanes generales del área de
jurisdicción de su audiencia.
39
Sin embargo, los oidores, como los virreyes, eran cuidadosamente observados. No podían casarse con
una mujer de su área de jurisdicción, ni adquirir tierras o intervenir en el comercio. Este intento de convertirlos
en guardianes platónicos, juzgando y gobernando sin la distracción de vínculos locales, estaba condenado al
fracaso, no menos porque sus salarios eran frecuentemente inadecuados. Pero, si la corona estableció un ideal
imposible, también es cierto que no mostro serias esperanzas de que se realizara. Se enviaban jueces
independientes a realizar “visitas”, mientras que cada funcionario estaba sujeto a una “residencia” al final de su
periodo de cargo, que permitía a partes afectadas presentar cargos y exponer sus casos ante el juez que la
presidía.

Virreyes, gobernadores y audiencias formaban el nivel superior de la administración secular en las Indias.
Las áreas de jurisdicción sobre las que gobernaban estaban divididas en unidades más pequeñas (corregimientos).
Algunos de los más importantes corregidores eran nombrados por la corona, y los menos importantes por los
virreyes.

Desde el punto de partida de la ley, incluso aquellos colonos españoles de las Indias que Vivian en el
campo existían solamente en relación a su comunidad urbana. Eran vecinos del asentamiento urbano más
próximo, y era la ciudad la que definía su relación con el estado. Cada ciudad tenia su propio consejo, o cabildo,
una corporación que regulaba la vida de sus habitantes y ejercía la supervisión sobre las propiedades publicas –
las tierras, bosques y pastos comunales y las calles donde establecerse con los puestos de las ferias- de las que
procedían sus ingresos.

Los cabildos se componían de funcionarios judiciales y regidores, que eran responsables del
aprovisionamiento y la administración municipal y representaban a la municipalidad en todas aquellas funciones
ceremoniales que ocupaban tan sustancial parte de la vida urbana. Como era de esperarse, los cabildos se
convirtieron pronto en oligarquías de los mas prominentes ciudadanos que se perpetuaban a si mismas. Un
puesto en un cabildo se hacia apetecible en diferente grado de acuerdo con la riqueza de la ciudad, los poderes de
sus funcionarios y los beneficios que podían esperarse de él.

Sin embargo, un cabildo no era únicamente una institución de autogobierno local y una corporación en la
que se resolvían las rivalidades de las principales familias. También formaba parte de la más amplia estructura
de autoridad que alcanzaba por arriba a las audiencias, gobernadores y virreyes, y de allí al Consejo de Indias en
Madrid. Era solo operando dentro de esta estructura y recurriendo a los grupos de presión como estos patriciados
urbanos podían esperar ejercer alguna influencia sobre la acción y los decretos del gobierno, ya que no disponían
de otras salidas constitucionales. En 1528 la ciudad de México pidió a Carlos V un voto en las cortes de Castilla,
sin éxito: la corona castellana del siglo XVI se manifestó firmemente en contra de tales tendencias
constitucionalistas.

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El poder del estado era mayor en las indias a causa de la extraordinaria concentración de poder
eclesiástico en manos de la corona. Por una bula de 1486 el papado había concedido a la corona el “patronato” o
derecho de presentar a todos los obispados y beneficios eclesiásticos en el reino morisco de Granada, que estaba
a punto de ser reconquistado. Los reyes católicos tomaron Granada como modelo y, en 1508. La situación fue
regularizada cuando Fernando aseguró para los gobernantes de Castilla a perpetuidad el derecho de organizar la
Iglesia y presentar los beneficios en sus territorios ultramarinos. Una bula de 1501, ampliada por posteriores de
1510 y 1511, había otorgado a la corona los diezmos recaudados en indias, de manera que a la nueva iglesia se le
había asegurado una dotación permanente, obtenida y administrada en conformidad con los deseos de la corona.
El efecto del patronato fue el de dar a los monarcas de Castilla en su gobierno de las indias un grado de poder
eclesiástico del que no había precedente europeo fuera del reino de granada. Ello permitió al rey aparecer como
el “vicario de Cristo” y disponer de los asuntos eclesiásticos en indias según su propia iniciativa, sin
interferencia de Roma.

La iglesia en Indias fue por naturaleza y origen misional y catequizadora, un hecho que hizo natural el
que las órdenes religiosas tomasen la iniciativa en la tarea de evangelización. Pero, una vez que los primeros
trabajos fueron cumplidos, los mendicantes, poderosos como eran, encontraron un desafío a su ascendiente clero
escuela con base en las ciudades y que operaba dentro del esquema de una Iglesia institucional por entonces bien
establecida. La misión de frontera llego a ser una de las instituciones mas eficaces de España dentro de los
límites del imperio, pero hacia 1574, cuando la ordenanza del patronazgo de la corona estableció topes al trabajo
del clero secular, se hizo claro que la heroica época misional había terminado.

Los agentes utilizados para llevar a la Iglesia misional al redil fueron los obispos. La primera diócesis
del Nuevo Mundo (Santo Domingo) fue fundada en 1504. Hacia 1536 había 14 diócesis, y en 1546, tres de ellas
eran arzobispados. Hacia 1620, entre arzobispados y obispados había 34. La línea divisoria entre la iglesia y
estado en la América española nunca estuvo demasiado definida, y los conflictos entre obispos y virreyes fueron
un rasgo constante en la vida colonial. Los obispos eran más bien metropolitanos, y Felipe III (1598-1621)
mostró preferencia por los dominicos, lo cual indica una determinación de la corona en el siglo XVI de reforzar
su política proindigena contra colonos y encomenderos. El santo oficio comenzó a establecer sus tribunales en
Lima (1570), México (1571) y Cartagena (1610) para guardar la fe y la moral de la comunidad colonizadora.
Esta inquisición entro en conflicto no solo con el clero secular, sino también con el episcopado. Como en otros
terrenos de América, aquí también había demasiadas organizaciones e intereses en competencia como para que
se llegara a constituir una institución monolítica.

Es este carácter fragmentado de la autoridad, tanto en la iglesia como en el estado, una de las más
notables características de la América colonial. En la práctica había tantas disputas de poder que las leyes mal
recibidas, aunque diferentemente consideradas según la fuente de las que procedían, no eran obedecidas,

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mientras que la autoridad misma era filtrada, mediatizada y dispersa. La presencia del estado, por tanto, aunque
completamente penetrante, no era del todo directora.

La corona estaba extraordinariamente bien informada, aunque frecuentemente llegaba con un retraso
enorme, pero que reflejaba la más amplia gama de puntos de vista, desde los del circulo mas intimo del virrey
hasta los de la más humilde comunidad indígena. En 1571 se estableció el cargo de Cronista de las Indias, y el
primero que lo ocupó, Juan López de Velasco, produjo sobre la base de las relaciones enviadas por los oficiales
una descripción universal de las indias que representa la primera visión estadística comprensiva de las
posesiones americanas en España.

Los castellanos del siglo XVI, imbuidos de un profundo sentido de la necesidad de relacionar sus
empresas con un fin moral superior, tuvieron que articular una justificación para su gobierno en el nuevo mundo
que situara sus acciones en el contexto de un objetivo ordenado con criterios divinos. La plata de las Indias, que
la corona quería explotar al máximo para engrosar sus ingresos, fue considerada como un regalo de Dios que
permitiría a los reyes cumplir sus obligaciones a escala mundial de defender y propagar la fe.

Pero, ¿con que derecho podrían los españoles declarar la guerra a los indios, sujetarlos a su dominio y
reducirlos a una “vida humana, civil, sociable y política”? Aunque la cuestión jurídica del derecho de Castilla a
someter a los indios podría parecer claramente resuelta por las bulas papales de donación, la confrontación entre
europeos y los numerosos y muy diversos pueblos de las indias provocaron un cumulo de problemas, tanto
morales como jurídicos. Había algo de burlesco en el hecho de enfrentarse a los indios, antes de atraerlos a una
batalla, con la lectura del requerimiento, cuando estos no conocían ni una palabra de castellano.

Ya en 1510 Major había mantenido sobre bases aristotélicas que la infidelidad era una causa insuficiente
para privar a comunidades paganas del derecho de propiedad y jurisdicción, que les pertenecían por ley natural.
Según Francisco de Vitoria, si la autoridad civil era inherente a todas las comunidades en virtud de la razón y de
la ley natural, ni el papa ni el emperador podían reclamar justificadamente el dominio temporal en el mundo
dominando y anulando los derechos legítimos de las comunidades no cristianas. Con este argumento había
socavado la justificación del gobierno español en Indias sobre la base de la donación papal. Pero, por otro lado,
sostenía que los españoles tenían el derecho de comerciar con los indios y predicarles el evangelio, y ellos
estaban obligados a recibirlos de manera pacifica. Si no lo hacían así, entonces los españoles tenían una causa
justa para la guerra.

En la mas bien dudosa justificación de los títulos castellanos sobre las Indias elaborada por Vitoria había
ciertos argumentos que podían ser utilizados por la corona. El sugirió la idea de un posible derecho de tutela
sobre los indios si llegaba a demostrarse que eran seres irracionales que necesitaban ser guiados. Pero ¿Qué tipo
de control tutelar había que ejercer sobre ellos, y sobre todo, quien debía ejercerlo?
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Bartolomé de las Casas defendía un gobierno tutelar, que proveyera las condiciones necesarias para la
conversión de los indios, pero que no les privara de los derechos de propiedad y de gobierno por sus propios
príncipes, que les pertenecían en virtud de la ley natural. La agitación acerca del bienestar de los indios estaba
alcanzando el clímax cuando Carlos V regresó a España después de 2 años de ausencia en 1541. Junto a los
informes sobre las luchas entre pizarristas y almagristas en Perú, aquel problema contribuyó a crear un clima de
replanteamiento radical en el que la política real en las indias se convirtió en un asunto de urgencia. El
emperador convocó una Junta que elaboró las “leyes nuevas” de 1542, que, si se hubiesen implantado, habrían
realizado los ideales de Las Casas aboliendo toda forma de servicio personal y transformando a los indios de
encomienda en vasallos directos de la corona.

Cortés y sus amigos organizaron una fuerte oposición al grupo de De las Casas. Juan Ginés de Sepúlveda
hizo circular su escrito “democrates alter”, que continuaba con la línea de pensamiento de que los nativos Vivian
como bestias, y por ende su inferioridad natural los condenaba a la servidumbre. No argumentaba a favor de la
esclavitud, sino por una forma de estricto control paternalista de sus propios intereses, un tutelaje ejercido por
los encomenderos y no por la corona. En 1550 se dio un debate entre De Las Casas y Sepúlveda, que reflejaba
dos visiones opuestas de los pueblos nativos de América. Sin embargo, Las Casas, aunque cuestiono los
beneficios recibidos por los indios de los españoles, no dudo realmente de la misión de España en indias. En lo
que discrepaba con Sepúlveda era en el deseo de que la misión se llevara a cabo por medios pacíficos y no de
manera coercitiva, y por la corona y los misioneros y no por los colonos.

Pero la época de la conquista había tocado su fin en el momento en que las ordenanzas fueron
publicadas; y Las Casas perdió la batalla de rescatar a los indios de las garras de los españoles. Medido por la
legislación surgida de las discusiones del Consejo de Indias, el saldo del siglo XVI de España en América resulto
notablemente iluminado. Se hicieron enormes esfuerzos para proteger a los indios y hubo un autentico, aunque
erróneo, intento de la corona y de la iglesia para introducir a los habitantes de las Indias en lo que se asumió
automáticamente como un modo de vida más elevado. Pero la distancia entre la intención y la práctica era con
frecuencia desesperadamente grande.

Las realidades coloniales:


La corona estaba interesada en proteger la llamada “republica de los indios”, amenazada por las
depredaciones de colonos sin escrúpulos que sacaban ventaja de la inocencia de los indios y de su ignorancia con
métodos europeos. Pero la escasez de dinero de la corona la condujo a aumentar al máximo sus ingresos de las
indias, que paradójicamente recaían sobre los hombros de los indios que trataban de proteger.

El pago del tributo en producto y/o dinero fue obligatorio para los indios desde la conquista hasta su
abolición durante las guerras a comienzo del s XIX. En la década de 1550, luego de que las comunidades

43
indigentes fueron diezmadas, el tributo fue retasado; todos los nobles indígenas y aquellos exentos de los
impuestos perdieron ese beneficio, acelerando así el proceso de homogeneización que ya se había iniciado
anteriormente. La organización de la recaudación del tributo se dejo en manos de los corregidores de indios,
funcionarios que aparecieron en las áreas más densamente pobladas hacia 1560. Eran nombrados por dos o tres
años y fueron designados como respuesta de la corona a los encomenderos.

Las obligaciones del corregidor incluían no solo la recaudación del tributo, sino también la
administración de justicia y la organización del abastecimiento de mano de obra para obras públicas y
particulares. Poco podía hacerse para impedirle que hiciera sus propias extorsiones privadas, puesto que el
organizaba el tributo y derivaba parte de la fuerza de trabajo hacia empresas de beneficio personal. Pero es el
funcionamiento del sistema de mano de obra bajo supervisión de los corregidores lo que revela las
contradicciones inherentes a la política indígena de la corona: a los indígenas no se les permitía residir en las
ciudades de los españoles, pero, al tiempo que se esforzaban por confinarlos en un mundo propio, eran
inexorablemente incorporados a un sistema de trabajo y a una economía monetaria europeos. Esto era una
consecuencia natural de la abolición del sistema de trabajo personal a los encomenderos en 1549. Con la
esclavitud prohibida y la encomienda de servicios que tendía a ser reemplazada por la encomienda de tributo, se
hacía necesario diseñar métodos alternativos para movilizar la fuerza de trabajo indígena.

Hacia la segunda mitad del s XVI, los trabajadores indios eran arrancados cruelmente de sus
comodidades y trasladados a los campos, a las obras públicas u obrajes y minas. La corona hizo esfuerzos
intentando legislar, pero no logro demasiado. Hacia comienzos del XVII el viejo estilo de la “republica de los
indios”, basado en estructuras heredadas del periodo anterior a la conquista hallaba en un estado de avanzada
desintegración y el supuesto que había regido la política de la corona en relación con los indios en las primeras
décadas de la conquista –el de que el viejo orden indígena podía ser preservado sin cambios importantes-había
perdido toda su vigencia. Los indios que se trasladaban a ciudades para convertirse en criados y empleados de
los españoles eran gradualmente asimilados e hispanizados. Se les inculcó el cristianismo, se apropiaron de
técnicas europeas, de plantas y animales, y entraron en la economía monetaria española. Al mismo tiempo,
conservaron muchas de sus características originales, de modo que continuaron siendo comunidades
genuinamente indígenas, organizando sus propias vidas bajo la supervisión de los funcionarios reales, pero en
gran parte mantuvieron la autonomía de sus instituciones municipales.

El desarrollo separado de la “republica de los indios”, que servía a las necesidades de la republica de los
españoles sin formar parte de ella, implicaba el desarrollo en la América española de dos mundos, indígena y
europeo, unidos entre sí por numerosos puntos, pero manteniendo sus identidades diferentes. Entre ellos, sin
pertenecer por completo ni a uno ni a otro, estaban los mestizos.

44
Dentro de la comunidad hispánica, la corona fue incapaz de impedir el establecimiento de una nobleza
indiana. A pesar de que España era extremadamente ahorrativa en títulos de nobleza para los criollos, hacia el
siglo XVII la crisis financiera hizo que la rectitud respecto de esta política sea mas laxa que en el siglo anterior.
La elite tenía una composición mixta, basada en la vieja colonización, la nueva riqueza y conexiones de
influencias. Los conquistadores –la aristocracia natural de las indias- parece que tuvieron poco éxito en resolver
el desafío de una sucesión dinástica. Además, fue solo un pequeño grupo de conquistadores el que adquirió
riquezas y encomiendas importantes; a ellos se unió un cierto número de colonos tempranos que prosperaron en
su nuevo ambiente. Era una ventaja importante, por ejemplo, tener parientes influyentes en la corte. Conforme
avanzaba el siglo, este núcleo de familias dirigentes asimilo nuevos elementos, especialmente de entre aquellos
que habían hecho fortuna en la minería. Alianzas matrimoniales cuidadosamente planeada, en las que las ricas
viudas de los encomenderos jugaban un papel decisivo, produjeron una red de familias interconectadas que
recurrieron al sistema castellano del mayorazgo, para impedir una disgregación de la fortuna familiar.
Inevitablemente, la consolidación de las oligarquías locales demostró ser más fácil en ciertas áreas de Indias que
en otras. Dependía mucho de la posibilidad biológica de supervivencia de la familia y del grado de riqueza
disponible en el área.

Inevitablemente, los lazos de parentesco e intereses que unían a esta creciente oligarquía criolla con
sectores de la administración virreinal, así como con nobles y altos funcionarios de la España metropolitana,
hacían potencialmente difícil para Madrid sacar adelante cualquier política consistente que tendiera a entrar en
conflicto con los deseos de la oligarquía. El reforzamiento de las oligarquías indianas coincidió, por otra parte,
con el debilitamiento del gobierno central den Madrid que siguió a la muerte de Felipe II en 1598; y este
debilitamiento a su vez, dio nuevos ímpetus a la consolidación del poder de aquellas oligarquías que ya estaba
teniendo lugar como resultado de las condiciones locales. Para las Indias, como para la misma España, el reinado
de Felipe III (1598-1621) fue un periodo en que la visión del último monarca de una sociedad justa gobernada
por un soberano fiel a los intereses de la comunidad en su conjunto fue empañada por el éxito de determinados
grupos de intereses en asegurar sus posiciones aventajadas de poder.

Una vez que las oligarquías estuvieron establecidas en las indias, prácticamente fue imposible que
perdieran su posición. Hubo un intento abortado de conseguirlo en nueva España al comienzo del reinado de
Felipe IV, en 1621, por un celoso Virrey, el marqués de Gelves, que fue enviado con la misión específica de
reformar el sistema. Consiguió enfrentarse con casi todos los sectores influyentes de la comunidad virreinal. El
15 de enero de 1624, después de días de tensión en la ciudad de México, la multitud manipulada por los
antigelvistas ataco el palacio virreinal y obligo al desafortunado Gelves a huir buscando refugio en un convento
franciscano. La audiencia se hizo cargo del gobierno; Madrid envió un nuevo virrey, pero aun así, nada podía
alterar el hecho de que un virrey había sido expulsado de s puesto por una poderosa combinación de fuerzas
locales determinadas a contradecir la política que había sido instruida desde Madrid. Las oligarquías estaban en
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proceso de consolidarse a si mismas a todo lo largo de la geografía indiana, en las áreas desarrolladas así como
en las regiones de frontera, y estaban generando formas eficaces e resistencia a las directrices de un distante
gobierno real. El creciente poder y la confianza en si mismas de estas oligarquías fu uno de los mas importantes
elementos de cambio en lo que fue en realidad una situación en constante transformación.

La transformación de la relación entre España y las Indias:


Carlos V, tras renunciar a sus títulos terrenales, murió en su retiro español de Yuste en 1558. Al dividir
su herencia entre su hermano Fernando, quien le sucedió en el trono imperial y las tierras alemanas de los
Austrias, y su hijo, Felipe, a quien dejo España, la Italia española, los países bajos y las indias, estaba de hecho
reconociendo el fracaso del gran experimento imperial que había dominado la historia de Europa durante la
primera mitad del siglo. Las distancias eran demasiado largas, los ingresos nunca lo eran suficientes, y cuando la
corona española cumplió sus obligaciones con los banqueros en 1557, la bancarrota lo fue de todo el sistema
imperial que había comprometido desesperadamente su crédito.

En su reinado de aproximadamente 40 años, Felipe II consiguió imponer el sello de su propio carácter a


la monarquía española. Una profunda preocupación por preservar el orden y mantener la justicia; una concepción
austera de las obligaciones de la monarquía, que entendía como una forma de esclavitud; una profunda
desconfianza en sus propios ministros y funcionarios, de los que sospechaba, normalmente con buena razón, que
anteponían sus propios intereses a los de la corona; una determinación a estar completamente informado sobre
cualquier problema imaginable, y una tendencia paralela a perderse en minucias; y una actitud de indecisión
congénita que imponía aun mayores retrasos a una maquinaria administrativa naturalmente lenta: estos iban a ser
los rasgos fundamentales del régimen de Felipe II. El nuevo rey dio a sus dominios un gobierno firme, aunque la
eficacia de las órdenes y los decretos que salían de Madrid disminuía inevitablemente con la distancia y se
embotaba con la oposición de los intereses locales en competencia. En 1580 unificó la península ibérica; tuvo
conflictos en lo bélico con la revuelta en los países bajos (1566) y el resurgimiento del conflicto con los turcos
en el mediterráneo (1559). Durante los años 1580 la lucha de las provincias del norte de los países bajos por
conservar su libertad de España se amplió a un vasto conflicto internacional, en el que España, al proclamarse a
sí misma defensora de la causa católica, intento contener y derrotar a los protestantes del norte: holandeses,
hugonotes e ingleses isabelinos.

Era inevitable que esta lucha se extendiera a las aguas del atlántico: mientras que la monarquía de Carlos
V siempre fue un imperio europeo, Felipe II iba a desarrollar las características de un imperio transatlántico, en
el sentido de que el poder y las riquezas de España estaban directamente vinculadas a la relación entre la
metrópoli y sus posesiones en América.

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Europa vio a las indias como un imperio de plata. Las minas de México y Perú generaron en el viejo
continente una fuerte dependencia del metal para la vida económica y financiera de España. A pesar de que los
ingresos americanos de la corona representaban el 20% del total, ese porcentaje era crucial para las grandes
empresas de los últimos años de Felipe II: la lucha para suprimir la revuelta de los países bajos, la guerra naval
contra Inglaterra isabelina y la intervención en Francia. Era precisamente porque consistía en capital líquido en
forma de plata, y era objeto por tanto de una fuerte demanda por los banqueros, por lo que formaba una parte tan
atractiva de sus ingresos. Era sobre la base del reforzamiento de los envíos de plata desde América como el rey
podía negociar con sus banqueros alemanes y genoveses aquellos grandes “asientos” o contratos, que mantenían
a sus ejércitos pagados y ayudaban a pasar los periodos difíciles antes de que una nueva ronda de impuestos
volviera a llenar las arcas reales. Una gran proporción de la plata adoptaba la forma de pagos por mercancías que
habían sido embarcadas en anteriores flotas a los importantes puertos americanos en Veracruz, Cartagena y
Nombre de Dios. Pero como la misma España se mostró cada vez más incapaz de afrontar las necesidades de un
mercado americano en alza, los extranjeros aumentaron su participación en el comercio de Sevilla, y mucha de la
plata pasaba automáticamente a manos de estos comerciantes y productores no españoles.

La segunda mitad del siglo XVI fue general un periodo largo de expansión en el comercio con Indias.
Las relaciones económicas de España con sus posesiones americanas sufrieron importantes cambios. En la
primera mitad del siglo, las economías de Castilla y la comunidad de colonos que se extendían por el nuevo
mundo eran complementarias. Pero hacia la década de 1540 comenzaban a surgir problemas: en Castilla
aumentaban las quejas sobre el alto precio de las manufacturas del reino (paños) y aparecía una tendencia a
culpar de ello a las exportaciones a Indias.

No hay una única explicación de la incapacidad de las manufacturas castellanas para ser competitivas
internacionalmente, pero un lugar central se debe otorgar al influjo de los metales preciosos de América en una
economía sedienta de circulante, un influjo cuyos efectos se sintieron primero en Castilla y Andalucía antes de
extenderse por toda Europa. La inflación de los precios que minó la competitividad internacional de España fue
un perturbador contrapeso para la cara positiva del imperio; no obstante, los logros pesaron más y la apariencia
de prosperidad ayudó a ocultar las consecuencias negativas que para Castilla tuvieron los grandes cambios que
estaban ocurriendo en el sistema del comercio transatlántico. Conforme las indias comenzaron a desarrollar su
producción ganadera y a cultivar cada vez mas su propio trigo, la demanda de producción española comenzó a
decaer: la incapacidad de la industria castellana para adaptarse a las nuevas y mas sofisticadas exigencia del
mercado indiano.

En 1567, cuando los lazos comerciales se establecieron entre México y Filipinas, los mercaderes de Perú
y nueva España encontraron cada vez más ventajoso mirar al lejano oriente, más que a la España metropolitana,
para abastecerse de textiles de alta calidad. El rápido crecimiento del comercio oriental, de textiles, porcelana y

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otros productos de lujo de la China, supuso una desviación transpacífica, vía Acapulco y Manila, de grandes
cantidades de plata americana que de otra manera habría tenido un destino transatlántico.

España tenía una gran y creciente necesidad de las indias. Se había hecho dependiente de las inyecciones
regulares de plata americana para mantener el estilo expansivo, acostumbrada al cual había crecido. Cuando la
plata no pudo obtenerse en forma de pago por productos castellanos, hubo que conseguirla por otros medios:
manipulación de tasas aduaneras, nuevos impuestos, legitimación de mestizos, donaciones “voluntarias” y mas
que nada venta de oficios, lo que propicio la concentración del poder municipal en manos de cerradas
oligarquías: el resultado fue el surgimiento de una enorme y parasita burocracia, que consideraba sus oficios
como una inversión rentable.

La combinación de estos mecanismos de extracción de dinero de la población sumado a un aumento en


la producción minera produjo un gran aumento en los ingresos americanos durante los últimos años del reinado
de Felipe II. Desde 1560 se estableció un sistema regular de flotas que, aunque caro, justificaba el desembolso.
Durante siglo y medio las flotas del tesoro solo fueron víctimas de ataques enemigos en tres ocasiones. La
defensa de las flotas demostró ser más factible que la defensa de las indias mismas. El área para ser defendida
era sencillamente demasiado extensa y escasamente habitada por españoles. Conforme los enemigos europeos de
España identificaron la plata de las Indias como la fuente del poder español, creció su deseo de cortar los vitales
lazos transatlánticos y de establecer sus propias colonias en el Caribe y tierra firme americana.

Según se fue desarrollando la ofensiva protestante y, primero los ingleses y después los holandeses, en el
siglo XVII, fijaron su atención en las Indias, un imperio español excesivamente extenso comenzó a tomar cada
vez más conciencia de su vulnerabilidad. Se construyeron elaboradas fortificaciones para la protección de los
principales puertos: la Habana, San Juan de Ulúa, Puerto Rico, Portobello y Cartagena. La eficacia del nuevo
sistema de defensa quedo demostrada, pero el coste de construcción y mantenimiento inevitablemente impuso
una carga muy pesada sobre los ingresos reales en las indias.

El acceso de Felipe II al trono de Portugal en 1580 representó inicialmente un incremento de la potencia


española. LA TREGUA DE LOS DOCE AÑOS 1609-1621. La aparición de los holandeses en las aguas
españolas del pacifico mostró que una enorme y desprotegida línea de costa no iba a estar en adelante libre de
ataques. En 1617 y 1618 el Consejo de Hacienda de España se quejaba amargamente del descenso de los fondos
de la corona en las remesas de plata indiana y culpaba de ellos a la retención de grandes cantidades por los
virreyes de México y Perú. Mucho de este dinero se estaba usando para mejorar las defensas contra los ataques
de los corsarios, y Perú tuvo también que cargar con el peso adicional de destinar 200000 ducados a la
interminable guerra contra los indios araucanos en chile. Los costes de la defensa imperial, por tanto, estaban
subiendo en una época en que los ingresos de la corona procedentes de las Indias mermaban, y cuando el

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comercio de Sevilla, en el que España estaba participando cada vez menos, comenzaba a estancarse. Los
tranquilos días de la plata fácil estaban terminándose, y en Castilla surgía una creciente preocupación creciente
por las consecuencias demográficas que tenia para Castilla la emigración a Indias. Desde el lado español del
atlántico el problema parecía incluso más serio, porque las Indias, en lugar de producir tesoros para Castilla, le
estaban extrayendo la sangre.

El sentido de desilusión sobre el valor de las Indias marcaba un profundo contraste con la idea del siglo
XVI de que la conquista de América era una señal especial del favor de Dios hacia Castilla. Y Castilla nunca
necesito tanto a las Indias como tras la llegada de Felipe IV al trono en 1621, cuando espiró la tregua de los
Países Bajos y España se encontró una vez más sola con la carga de los enormes y pesados compromisos
europeos. El régimen del conde duque de Olivares (1621-1643) se dispuso a explotar y movilizar los recursos de
los diferentes estados y provincias de la monarquía española, incluyendo los virreinatos. La introducción de la
Unión de Armas (un sistema que repartía la formación de un ejército entre las partes de la monarquía) demostró
ser casi tan difícil como lo fue en la España metropolitana, donde Portugal y los reinos de la corona de Aragón se
mostraron más conscientes de los costes que de los beneficios del sistema.

Las décadas de 1620 y 1630 pueden considerarse, por tanto, como un periodo de nueva e intensificada
fiscalización en las Indias, lo mismo que en España y en sus territorios europeos. Impuestos aumentados,
donaciones y préstamos forzosos, y la venta de derechos, privilegios y cargos, pueden considerarse como los
rasgos más destacados de los años de Olivares a ambos lados del atlántico. Pero, ¿Hasta donde eran capaces los
territorios americanos de responder a las crecientes demandas de Madrid? La década de 1620 fue una época de
dificultades económicas, malas condiciones climáticas y problemas de producción en las minas: escasez de mano
de obra y el agotamiento de vetas antaño ricas; esto volvía el proceso más costoso.

Al solicitar grandes donativos, o al apropiarse, como en Perú en 1629, de 1 millón de pesos de la


comunidad mercantil, la corona estaba socavando terriblemente la confianza, sacando circulante de regiones
donde ya normalmente era escaso y arruinando el sistema de crédito con el que se realizaban las transacciones
locales y transatlánticas. En estas circunstancias, no es extraño que los mercaderes de Indias, viendo su plata
sujeta a la apropiación para la corona, bien allí o a su llega a Sevilla, mostraran una creciente falta de disposición
a exponerla a los azares de cruzar el atlántico. Las excesivas demandas fiscales de la corona habían llevado al
sistema transatlántico al colapso.

Entre 1630 y 1690 se evidenció el gran problema de la monarquía española: la agresividad holandesa
quebró la defensa española, y logro instalarse en Brasil. Dicha situación se vio agravada por la independencia de
Portugal, en 1640. España estaba concentrando sus recursos cada vez menores y abandonaba avanzadas lejanas
que habían llegado a ser prohibitivamente caras. Esta política funciono en el sentido de que España salió de sus

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problemas de mediados de siglo con su imperio de las Indias casi intacto; pero perdió definitivamente su
monopolio del nuevo mundo. Este hecho fue tácitamente reconocido en el tratado de paz de Munster (1648) que
ponía fin a los 80 años de guerra con los holandeses, acuerdo que permitió a estos últimos continuar en posesión
de los territorios que estaban ocupando aunque se les prohibiera comerciar con las Indias españolas.

La relación entre España y las Indias experimentó, de este modo, un cambio decisivo como resultado del
conflicto internacional desde los años 1630 a 1650. España misma resulto tremendamente debilitada; el Caribe
se hizo internacional y se convirtió en una base desde la cual el comercio ilícito podía realizarse a gran escala
con la tierra firme americana; y las sociedades coloniales de las Indias se vieron dependientes de sus propios
recursos, inclusive en la importante área de la organización militar.

Como la encomienda perdió su eficacia institucional, los encomenderos dejaron de ser una fuerza de
defensa eficiente y hacia el siglo XVII la corona encontró más ventajoso apropiarse de una parte de las rentas de
sus encomiendas para mantener un cuerpo de hombres pagados. Las milicias urbanas y las levas voluntarias
jugaron un papel cada vez mas importante en la defensa de las indias conforme avanzaba el siglo XVII. El
fracaso del esquema de Olivares de una Unión de Armas por toda la monarquía había conducido a los colonos de
las Indias a desarrollar sus propios mecanismos de defensa.

Así, militar y económicamente los lazos entre las indias y España casi se habían perdido, al menos
temporalmente, por el enorme debilitamiento de España durante las décadas centrales del siglo. Pero al mismo
tiempo las Indias seguían sujetas a presiones fiscales intensas y al duro peso del control burocrático español. La
combinación en el siglo XVII de abandono y explotación no podía dejar de tener una profunda influencia en el
desarrollo de las sociedades americanas. Creó oportunidades para las oligarquías locales, que se aprovecharon de
la debilidad de la corona, para consolidar aun mas el dominio en sus comunidades adquiriendo por compra,
chantaje o usurpación extensas áreas de tierra. Latifundismo y caciquismo eran en cierto modo los productos del
abandono metropolitano. Un tercer resultado a largo plazo de la época fue el crecimiento del criollismo, el
sentimiento de la diferente identidad criolla.

Los vínculos de parentesco, intereses y cultura que ligaban a la metrópolis con los colonos de las indias
eran profundos y no fáciles de romper. La cultura urbana desarrollada en América era, y continuó siéndolo,
fuertemente dependiente de la española. La educación escolástica al estilo metropolitano que los hijos y nietos
de los primeros conquistadores y encomenderos recibían en las universidades indianas era a la vez un símbolo de
alta posición social y un indicativo de su participación en una amplia tradición cultural que no conocía frontera
atlántica. Pero incluso cuando la cultura hispánica buscó reproducirse a si misma en ultramar, estuvo sujeta a
sutiles cambios. Pronto incluyo palabras de origen indígena: cacique, canoa, chocolate.

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Hacia 1700, por tanto, cuando la dinastía de los Austrias que había gobernado España y las Indias
durante casi dos siglos se había extinguido, los Borbones se encontraron con un legado que no se prestaba a una
fácil administración. Durante el siglo XVI la corona, a pesar de todos sus fracasos, había conseguido mantener
un notable control sobre la nueva sociedad. Sin embargo, a finales del reinado de Felipe II, las tensiones
comenzaron a producir sus efectos. Las necesidades financieras de la corona, causadas por sus enormes gastos en
la búsqueda de una política exterior inmensamente ambiciosa, la estaban forzando a compromisos con las
comunidades locales y grupos sociales privilegiados. Y las Indias no fueron una excepción. Allí, como en
Castilla o Andalucía, se pusieron a la venta cargos, se arreglaron tácitos acuerdo con las elites locales, y el estado,
aunque aun actuaba de manera entrometida, estaba en franca retirada.

Durante el siglo XVII la crisis se agudizo en la metrópoli y si ello ocasiono nuevos intentos de cruda
explotación en las indias para el beneficio de aquella, también significó mayores oportunidades para las
confiadas y firmes oligarquías de América de tornar en su beneficio las desesperadas necesidades del estado. Las
restricciones con las que dichas oligarquías operaban seguían siendo las mismas que en el siglo anterior; todo
tenía que resolverse oficialmente con referencia a Madrid. Pero incluso así, existía un margen cada vez mayor
para maniobrar independientemente. Una inflada burocracia indiana daba lugar a interminables oportunidades
para inclinar las normas y satisfacer las necesidades locales; una corona lejana y en quiebra podía normalmente
comprarse cuando interfería demasiado en los detalles de las relaciones entre la elite colonizadora y la población
indígena. En las indias, como en las demás partes de la monarquía española, el siglo XVII fue la época de la
aristocracia.

Capítulo 2 – España y América: el comercio atlántico, 1492 - 1720 (Macleod)


A medida que las rivalidades imperiales europeas crecieron, especialmente en el Caribe, la carrera fue
amenazada, directamente por piratas y corsarios e indirectamente por los esfuerzos de los contrabandistas del
norte de Europa, para sustituirla en su papel de proveedor y cliente del imperio hispanoamericano. El que
Castilla llegara al Nuevo Mundo antes que Portugal fue un accidente: se debió a la decisión de Colón de
abandonar Lisboa y la corte de Juan II para buscar apoyo en Fernando e Isabel. El descubrimiento y colonización
de América por España fue, así pues, parte de una expansión ibérica por el atlántico llevada a cabo durante los
siglos XV y XVI y comandada por los portugueses.

Desde el principio, Sevilla y los puertos cercanos a la desembocadura del rio Guadalquivir, en Andalucía
suroccidental, fueron la principal conexión de España con las Indias. Además, la parte suroeste del océano
ofrecía varios grupos de islas escalonadas adecuadas para reparar y repostar, ya fuera el destino la costa de áfrica
y la india o el Caribe. Las canarias se convirtieron en la parada obligada y preferida de las rutas de las Indias
españolas, y las Cabo Verde para África. Las azores, y en menor medida, Madeira eran adecuadas para las flotas
que volvían de América, y los barcos españoles las usaban cuando lo necesitaban y los portugueses lo permitían.

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Muchas de las técnicas e instituciones de la conquista y colonización y algunas de las nuevas cosechas e
industrias se probaban, mejoraban y establecían en Canarias.

El primer viaje de Colón (1492) con 3 carabelas y 87 hombres siguió una ruta más al norte, llegando a
las Bahamas, que en tiempos coloniales eran más a menudo la salida del Caribe que su entrada. Gracias a la
buena suerte y su gran habilidad marinera, su primer viaje fue una travesía rápida y, adema, su cuarto viaje fue
uno de los más rápidos que se hayan hecho nunca a vela en el atlántico. Sin embargo, las flotas posteriores solían
seguir una ruta más al sur, guiadas por los vientos y las mareas. Copiaban la ruta de colón hasta las canarias,
donde recogían provisiones, géneros de exportación y emigrantes, pero después continuaban hacia el suroeste
con los vientos del nordeste tras de sí hasta que alcanzaban los vientos del sureste. Los viajes de vuelta
normalmente seguían una ruta más al norte, saliendo del Caribe por los estrechos que hay entre Cuba y Florida y
rodeando las Bahamas.

El barco básico era la carabela, pequeña (100 ton) pero rápida y marinera. A medida que los viajes se
hicieron más continuos y con mayor volumen comercial, se unió el nao y hacia 1550, el galeón, mayor, con más
capacidad de carga y mejor armado, reemplazó a la carabela. Las hileras de cañones en cada cubierta eran cosa
normal, y tenían una doble finalidad: facilitaban armamento en caso de batalla en el mar y podían ser
desembarcados para expediciones por tierra. Hasta 1700 las flotas españolas mantuvieron barcos mas pesados,
menos manejables y con mas (castillos) que sus rivales del norte. La duración de los barcos dependía de muchos
factores: el cuidado, el mantenimiento, el clima en el que navegaban, etc.

Hacia 1650, España construía menos de un tercio de las flotas de las Indias, mientras que Holanda y las
Indias occidentales producían más de un tercio cada una. En las colonias los astilleros funcionaron pronto, los
primeros fueron los de la costa del pacífico. El Caribe fue más lento en el desarrollo naval, pero hacia fines del s
XVI La Habana, Maracaibo y Campeche tenían astilleros reconocidos.

La mayoría de la baja marinería pertenecía a las clases sociales más pobres. Muchos eran delincuentes
menores, deudores, borrachos, esclavos o condenados. Uno puede figurarse que el nivel de entusiasmo y
profesionalidad que hubiera entre aquellos hombres seria bajo. La vida en el mar era poco atractiva: sucia,
peligrosa e insalubre. Abundaba el escorbuto, resultado de la falta de vitaminas y una dieta inadecuada, y el
castigo a los pequeños delitos era severo (incluso causa de la alta tasa de mortandad).

Algunos de los marinos andaluces y portugueses provenían de familias de navegantes de los pequeños
puertos de la costa. Esos hombres eran expertos, audaces y animosos. Su experiencia los colocaba en lugares
importantes de la tripulación. El capitán más prudente contrataba un número de tripulantes mayor al necesario,
ya que las muertes en el mar eran frecuentes y encontrarse con menos tripulación de la necesaria para manejar el
barco era muy grave.
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Lo que parece asombroso hoy día es que un viaje tan largo, arduo y desagradable fuera una experiencia
corriente y formara al lazo de unión entre las colonias y la metrópoli; la regularidad de estos viajes y la precisión
de las rutas sigue siendo algo enigmático. A pesar de una formación rudimentaria recibida en la Casa de
Contratación de Sevilla o en Lisboa, muchos pilotos expertos hacían poco uso de la ayuda escrita o técnica, y,
como Colón, confiaban en la improvisación. Sorprende esto cuando los pequeños errores podían hacerse
enormes al cruzar el océano, y, sin embargo, los pilotos rara vez se equivocaban más de 50 millas.

De entre los puertos andaluces, Sevilla se convirtió pronto en el principal y siguió siéndolo en el siglo
XVIII. La posición de Sevilla como centro de la economía atlántica data de 1503, cuando la Casa de
Contratación se estableció allí. Al principio, la Casa era poco más que un almacén real para depositar el dinero
del quinto real. Pero gradualmente se dedicó a regular, normalizar y centralizar. Los embarques a Indias tenían
que salir de Cádiz o Sanlúcar. En la casa se obtenían las licencias de personas y bienes para las Indias, los
impuestos de importación y exportación se pagaban allí y, una vez reunidos los barcos, se les inspeccionaba y
autorizaba para la travesía. Después la Casa adquirió aun mas funciones. Se convirtió en puerto militar del
Atlántico español, astillero, almacén de carga de los barcos y lugar de formación de pilotos y cartógrafos. Toda
esta actividad se centró en Sevilla cuando la corona asumió el control del atlántico español.

Sevilla disfrutaba de algunas ventajas: estaba protegida de las tormentas atlánticas y las incursiones de
los piratas ingleses y los bereberes (estaba 70 km corriente arriba). Tenía una clase mercantil bien establecida,
una crecida población consumidora y un rico hinterland* agrícola para abastecer a los marineros, aprovisionar a
los barcos y cubrir las necesidades de los primeros colonos de las islas del Caribe, que añoraban el trigo, el vino
y el aceite andaluz. Sevilla tenía una antigua tradición mercantil y las instituciones financieras para respaldarla.
Mercaderes del norte de Italia, Génova, Bolonia y Pisa se habían establecido en Sevilla poco después de que
fuera reconquistada a los moros, y la perspectiva del Nuevo Mundo los atrajo pronto. Sevilla tenia de igual modo
un poderoso “consulado” o asociación de mercaderes, que disfrutaba del favor de la corona. Así que no hubo
mucha controversia hasta la segunda mitad del siglo XVII sobre que puertos deberían manejar el comercio con
las Indias. En la época del descubrimiento europeo, la riqueza demográfica, agrícola y minera de lo que iba a
convertirse en Hispanoamérica se concentraba en dos áreas: México y los Andes centrales. Como consecuencia,
estas dos zonas, con capitales en la ciudad de México y Lima respectivamente, fueron los centros del imperio
colonial español. Lógicamente, era de capital importancia el conectarla de forma segura y rápida con Sevilla. Así,
ambos necesitaban un puerto en el Caribe. El estrecho istmo de Panamá era el lugar mas lógico para comerciar,
vía el Caribe, hacia y desde la costa sudamericana del pacifico.

A pesar de ello, la ruta panameña causo muchos trastornos. La naturaleza del terreno y la proximidad de
los dos océanos hacían imposible el ocultar la ciudad principal tierra adentro. Lo angosto del istmo hacia de las
ciudades allí presa fácil para los piratas. La costa caribeña de Panamá carecía también de buenas bahías.

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El papel de La Habana era más o menos el de servir de las Canarias del Caribe. Su importancia dentro de
la ruta fue reconocida por la corona, que ayudaba a su existencia por medio de diversas subvenciones
provenientes de México. Mucho más importante que la distancia geográfica entre los puertos era la distancia en
el tiempo. Los barcos de vela eran lentos y no podían mantener una velocidad fija en grandes distancias. En
general, los viajes a América eran más rápidos que los viajes a España, o bien, en el pensamiento de la época,
América estaba más cerca de España que ésta de aquella.

En vista de las limitaciones del tamaño de los barcos y, sobre todo, de su velocidad, se preocupaban
mucho más por su peso, volumen, duración y por ende, de la rentabilidad de las mercancías que llevaban. El
vino y el aceite de Sevilla, que aun podían venderse en Cartagena o Santo Domingo después de 50 días, podían
perfectamente haberse convertido en vinagre o en un desecho rancio mientras las vasijas pasaban otras dos
semanas cociéndose en una bodega húmeda y calurosa a través del Caribe. Dichos productos se necesitaban no
solo para la vida cotidiana (el agua no solía ser potable) sino también para la Iglesia con fines sacramentales, y
no era probable que alcanzaran Lima o Santiago de Chile, y mucho menos Manila, en condiciones de ser usados.
No es extraño, pues, que las industrias aceiteras y vinícolas de chile y Perú comenzaran tan pronto y encontraran
tan escasa oposición entre los agricultores y consulados monopolistas de Andalucía.

Lógicamente, el peso y el volumen eran todavía más importantes que lo durable de las mercancías a la
hora de decidir qué lugares de las colonias eran adecuados para que se produjeran determinadas mercancías. La
caña de azúcar, un producto voluminoso que necesitaba un detenido proceso de elaboración según los conceptos
de la época, podía, si se plantaba en cuba, por ejemplo, seguir dando beneficios en Sevilla tras un viaje de 70
días, mientras que si crecía en las tierras bajas de México, después de un viaje hasta Sevilla de 130 días era
mucho menos rentable. El último lugar en esta cadena de tiempo era Manila, de donde únicamente los productos
más ligeros y caros, como sedas de china, especias exóticas y piedras preciosas podían enviarse a España con
alguna posibilidad de beneficio.

La plata se convirtió en la principal exportación de México y Perú, no solo porque suponía un alto valor
en un volumen reducido y producía por ello beneficios al ser enviada desde el lejano o remoto atlántico, sino
también porque los yacimientos principales y la mano de obra para trabajarlos estaba en México o Perú y no en
las islas o en Venezuela. Un factor importante complicaba la simple relación entre tiempo, peso, volumen y
rentabilidad: el precio. Cuando algunos productos hispanoamericanos como el chocolate, el azúcar o la corteza
de quinina para usos medicinales se hacían necesarios o se ponían de moda y aumentaban así el precio, se los
podía enviar desde grandes distancias y seguir obteniendo beneficios. Otro factor era el valor de los bienes que
se llevaban a América. Si se sacaban beneficios en el viaje de ida, se toleraba que estos bajaran, o incluso que
hubiera pequeñas perdidas en el viaje de vuelta a Europa.

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Durante la primera fase de la “carrera de Indias” –desde el viaje inicial de Colón hasta el final de las
conquistas en tierra firme (es decir los primeros 40 años)- la gente era la carga principal que salía de Europa. Al
menos 200.000 personas, casi todos españoles, viajaron antes de 1600. Los primeros emigrantes representaban
ampliamente a la sociedad española; tanto en el extremo mas alto como el mas bajo de la escala social estaban
poco representados: los muy ricos y la alta nobleza porque no tenia razones para viajar a las Indias y el
campesinado porque no podía costearse el viaje o bien porque se lo impedían. Los muy jóvenes y los muy viejos
tampoco se encuentran en las primeras listas de pasajeros. Las circunstancias poco seguras y los largos viajes los
mantenían en la península.

En la década de 1540, en torno al 20% de los inmigrantes eran mujeres y este porcentaje fue
aumentando lentamente a lo largo del siglo. Durante los primeros años, muchos volvieron a España; fue
evidente la frustración de una primera generación de colonos –que no pretendía echar raíces, sino enriquecerse y
regresar, o ascender en la escala social-. Una vez que había pasado la etapa de la conquista y la burocracia
asumió el control que antes habían tenido los jefes de las huestes, la emigración a las Indias fue menos
espontanea.

El principal cargamento que se traía de vuelta durante la primera etapa era el oro. Pero su lavado se
agotó en pocos años y la producción se redujo después de 1550 a una cantidad ínfima. Sin embargo, era tal el
valor y el prestigio del oro que tuvo un impacto considerable en el comercio atlántico. Es probable que la
depresión comercial 1550-1562 pueda explicarse como la mera ruptura entre el debilitamiento de la edad del oro
y el inicio del predominio de la edad de la plata.

Si el final del ciclo del oro produjo un reajuste total en la economía de las Indias, el alto valor del oro
tuvo también sus efectos en España. Aunque las cantidades enviadas a Andalucía parecen escasas, crecieron
lentamente a lo largo de la primera mitad del s XVI. Este hecho atrajo la atención, gradualmente, de mercaderes,
armadores, y sobre todo, de la corona hacia las Indias, una zona que en la época de Colón y sus sucesores había
parecido un descubrimiento pobre y de segunda categoría. Hacia 1504 la corona decidió estimular la industria
del metal precioso.

El oro también fue el estimulo básico para la creación de la primera “carrera” premexicana. Su prestigio
impulso a la corona a establecer un comercio regular y controlado por la administración. Su valor, en
comparación con lo compacto y denso de su naturaleza, le permitía obtener un amplio margen de beneficios en
Sevilla, incluso en la época e los embarques intermitentes y sin inventariar de las débiles carabelas para el
transporte de mercancías.

Antes de 1550, el oro desempeño un papel primordial también en la revolución de precios que asoló
España y la mayor parte del resto de Europa. Sin embargo, aunque el oro americano fue un factor tardío dentro
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de esta fase de expansión, estaba estrechamente ligado al rápido aumento de precios de la primera mitad del s
XVI, y esta subida, a su vez, estimuló mas tarde el volumen de la circulación monetaria, de los negocios e
intercambios.

Los cueros eran la compañía fundamental del oro en los viajes de regreso a España. Dada la gran
cantidad de campos abandonados o sin dueño, el ganado bovino semisalvaje llenó el hueco demográfico dejado
por los indios en el nuevo mundo. A principios del siglo XVI había muy poca demanda de carne, y como
consecuencia, había pocas matanzas sistemáticas en los enormes rebaños salvajes que aparecieron en las islas
mayores, México y Centroamérica poco después de la conquista. En lugar de ellos, se acorralaba, mataba y
despellejaba a los animales cuando era necesario. Los primeros años del descubrimiento y la conquista vieron
también el envío de objetos exóticos al viejo mundo. Animales, pájaros y plantas, algunos vestigios de las
civilizaciones amerindias –oro, joyas, plata, jade- que terminaron en las colecciones reales o en los museos
europeos.

Los españoles del continente vivían de los excedentes que obtenían de la sociedad india. Esto se hacia por
medio de dos instituciones importantes, la encomienda y los tributos. La encomienda, que al menos en teoría, era
un contrato por el que los indios se confiaban al cuidado temporal y espiritual de un español como contrapartida
a su trabajo y parte de sus excelentes de producción, se desvirtuó gradualmente como fuerza económica a
medida que la corona pudo desplazar la fuerza de trabajo en México y Perú. El tributo personal indígena se
relacionaba directamente con la encomienda. Pagado en razón de su vasallaje y sometimiento, el tributo lo
recolectaban los encomenderos y revertía en ellos o en la corona. Después de que se derogara la obligación de
trabajar, el tributo se convirtió en la relación principal entre indios y encomenderos. Tal sistema empezó a
debilitarse cuando decreció la población india, se incremento la legislación real y la población de españoles y
casta o mestizos creció. Uno de los problemas que afectaban tanto a la encomienda como el tributo era cómo
hispanizarlos. De alguna manera, la parte de la corona y las otras porciones destinadas a España para individuos
particulares tenían que transformarse en bienes transportables, preferiblemente plata o monedas, antes de ser
embarcadas. La última dificultad estribaba en que el maíz era un alimento básico de los indios (exigido como
tributo por Moctezuma) que solo consumían los españoles cuando no se encontraba trigo o este era demasiado
caro. Esto producía dos problemas: como devolver parte del maíz recolectado como tributo a la sociedad india y
como obligar a esta a pagar al menos una parte de su tributo en un producto agrícola europeo, como el trigo.
Muy pronto, los encomenderos y funcionarios pusieron en marcha un sistema de subastas mediante las cuales
algunos productos voluminosos del tributo, como maíz, frijoles y tejidos de algodón, se vendían a los que los
necesitaban, a cambio de monedas, plata o, muy raramente, otros productos u objetos que fueran mas manejables
o necesarios. Este mecanismo tenía varios fines:

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1- Distribuía maíz y otros artículos de primera necesidad a españoles, mestizos y castas que no eran
encomenderos, clérigos ni funcionarios reales, y devolvía parte de esos artículos básicos, a menudo a
través de uno o dos intermediarios, a la sociedad india.
2- Experimentos efectuados por los encomenderos y funcionarios con el tributo, tales como recolectar el
total del tributo en moneda (hacia finales del x XVI esta medida fue revocada y se estableció
definitivamente un impuesto mixto).

Como resultado de estos diferentes experimentos, la encomienda y el tributo se normalizaron. Ello ayudó
a revivir al pequeño comercio indio, constituyó un compromiso entre las necesidades de la carrera de Indias y la
corona y las nuevas clases dirigentes coloniales, y aportó gran parte del capital inicial que permitiría a algunos
encomenderos más previsores desprenderse de su dependencia respecto a una base de población india
decreciente. En lo que atañe a nuestro propósito, desempeñó un papel principal en la recaudación de plata y
monedas que iban a los ahorros de los particulares y a los cofres reales, y de aquí a los galeones con dirección a
España.

Las minas constituían una gran fuente de impuestos y otros ingresos para la corona. Toda la plata que se
conseguía no fluía hacia España, como si ocurría con el oro. La burocracia colonial española y las economías
locales necesitaban más plata para pagar sueldos, intercambios financieros y cubrir la circulación monetaria.
También había demanda de plata para el comercio intercolonial. Potosí aumento su producción hasta la década
de 1590, llegando a suponer la mitad o más de toda la plata española. Las rentas de la corona procedentes de las
indias, compuestas por el quinto real, parte del tributo indio, alcabalas, parte del diezmo eclesiástico y varios
impuestos y monopolios, creció a lo largo del siglo y en la última década era cuatro veces mayor de lo que había
sido en la década de 1560. La plata real podía suponer alrededor de una cuarta parte del total importado. En el
siglo XVI casi toda ella fue empleada en pagar primero a los banqueros alemanes y luego a los genoveses. En
total, hasta 1600, las flotas habían llevado a España unas 25000 toneladas de plata. La afluencia del metal causo
graves tensiones y dislocaciones en las economías hispanoamericana, española y europea.

En México y Perú el rápido crecimiento de la disponibilidad de dinero antes de 1580 causó, combinado
con otros factores, la inflación de los precios. La subida de precios coincidió con el descenso de la población
rural india, hechos que no estaban desconectados, y el resultado fue la escasez de comida y precios más altos
para los artículos de primera necesidad en las ciudades españolas en expansión.

La oleada de plata llegada a España impactó en su destino, arribó a Sevilla en una sola masa brillante y
fungible. La corona disponía gracias a ella de medios para proyectos espectaculares y cuantiosos pagos en
moneda, de manera que atraía la atención de muchos y los celos de las potencias rivales. Llegaron intereses de
todo tipo, desde indolentes mercenarios sin empleo hasta sagaces banqueros alemanes y genoveses,

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impresionados por ese enorme y regular aluvión de dinero, soldados para las campañas de la corona y banqueros
ansiosos por proporcionar los créditos que financiarían los planes más grandiosos de la monarquía. Los gastos
excedían con mucho a los ingresos a todo lo largo de los reinados de Carlos V y Felipe II. Las finanzas reales
estaban en crisis hacia 1575 y en bancarrota cuando fue anunciada la segunda suspensión de pagos en 1596.

La plata contribuyo también al aumento de precios; su influjo afecto incluso a la periferia europea,
donde la abundancia de moneda hizo extinguirse el sistema de trueque, produciéndose el inicio del intercambio
monetario. La importancia de todo este metal precioso se equilibraba con un creciente comercio español de
exportación: durante gran parte del siglo XVI, España envió grandes cantidades de manufacturas nacionales a
América, incluyendo mobiliario, utensilios de hierro, ropa basta y fina, confeccionada o no, alimentos regionales
y artesanías. El crecimiento del sistema de flotas en la segunda mitad del s XVI reforzó la confianza en el
monopolio mercantil. España y sus grandes consorcios o consulados de mercaderes de Sevilla, Cádiz, Veracruz y
Lima se apoyaban en un comercio y un sistema de convoyes basado en la exclusión de los rivales, en una
programación rígida y en puertos monopolísticos donde el comercio pudiera ser controlado, y en la
subordinación de las colonias a las prioridades españolas. La capacidad y fiabilidad del sistema de flotas
estimuló también la creación de nuevas industrias, mercados y rutas en la misma américa (colorantes vegetales,
palobrasil, azúcar, perlas y cueros). A fines del siglo aparecieron las sedas chinas y los damascos, procedentes de
Filipinas y nueva España. La plata y las flotas estimularon también el crecimiento de una industria naval en la
costa del pacifico y el Caribe, para la venta de esclavos, pez, tinte y algodón.

También florecieron rutas interiores más cortas a lo largo de la costa del pacifico después de la mitad de
siglo. Los envíos de plata favorecieron también el comercio caribeño. La Habana, importante puerto de la carrera
y donde había una guarnición militar, se abastecía de cereales, tejidos, armas y subsidios monetarios desde
México. Sin embargo, muchos de estos productos eran meros acompañantes en el comercio de la plata; las
remesas del metal a España parecen haber tocado techo en 1595. Se mantuvieron bastante bien, aunque en nivel
más bajo, hasta 1619 y después fueron decayendo hasta que el comercio se hizo escaso entre 1640 y 1650.

El volumen y el valor de los otros artículos que se enviaban a España llegaron a su punto oficial más alto
algo después que la plata, probablemente sobre 1618 o 1619, pero cuando se produjo la decadencia los
cargamentos secundarios descendieron con más rapidez que la plata. De hecho, la necesitada corona parece
haber reservado espacio para la plata y excluido otros productos cuando las flotas eran pequeñas e intermitentes.
De esta forma, el comercio atlántico tuvo una serie de momentos buenos en los años comprendidos entre 1580 y
1620. Evidentemente estas eran décadas de cambio y reajuste en España y sus colonias. Medio siglo de
crecimiento se había detenido, manteniéndose en tono menor durante unos pocos años, antes de deslizarse hacia
abajo a mediados de siglo. Había muchos factores diferentes pero interrelacionados en juego.

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La década de 1570 fue crucial para la población indígena de nueva España: una serie de epidemias asoló
la zona reduciendo su número a una pequeña parte de lo que había sido en la época de la conquista. Decayeron
las prestaciones de servicios y el pago de los tributos; subieron los precios; hubo que retener más plata para
pagar los precios más altos, de forma que llegaba menos a España. Las minas de plata se hallaban sumidas en su
propia crisis. La producción comenzó a descender, en parte por la dificultad de dispones fácilmente de
suministros de mercurio. Además, a medida que desaparecía la población indígena, el precio de los alimentos
subía y costaba mas mantener a los mineros. Y el descenso del número de indios forzó a la población no
indígena a retener más metal precioso en el nuevo mundo para pagar los precios más altos, justo en el momento
en que la producción minera estaba disminuyendo. Al tiempo que las colonias empezaban a enviar menos a
España, también necesitaban menos en retorno y la madre patria se mostraba cada vez más incapaz de enviar los
bienes que los colonos deseaban comprar. El volumen de la sustitución de importaciones durante estas décadas
posiblemente se ha sobrestimado, pero México, Perú y chile llegaron a autoabastecerse de granos, vino, aceite,
artículos de hierro, madera y muebles. Esta reducción de la dependencia con respecto a España coincidió con la
decadencia de la metrópoli.

La decadencia de España a fines del siglo XVI y en el siglo XVII ha sido objeto de largas discusiones.
La débil clase dirigente no renuncio a ninguna de sus extravagantes ambiciones, los impuestos aumentaron sin
cesar en castilla, la industria y la agricultura se arruinaron ante la vigorosa competencia extranjera y, alrededor
de la década de 1620, las flotas y los cargamentos que salían de Sevilla eran controlados por extranjeros y
trasladaban productos extranjeros. Además hubo plagas, malas cosechas y hambrunas prolongadas. El metal
precioso de las Indias, reducido en cantidad y con llegadas esporádicas, se filtraba rápidamente hacia las
economías en expansión del noroeste de Europa. El sistema de flotas se desmoronó gradualmente. En todo ello,
la corona y su Casa de Contratación jugaron un papel negativo, siendo especialmente perniciosos las
confiscaciones de los cargamentos de plata indiana. Estas intromisiones afectaron al comercio y a la
productividad; muchos renunciaron a reinvertir o desarrollar sus medios productivos y se transformaron en
rentistas o en propietarios de tierras.

A mediados del s XVII se habla de la construcción de una independencia y autosuficiencia


hispanoamericana. Evidentemente se había producido una importante sustitución de las importaciones,
especialmente en el caso de los productos de alimentación; pero estos indicios de autoabastecimiento debieron
restringirse a ámbitos locales, dando lugar a algunos tipos de autarquías regionales. En las décadas de 1550 y
1560, todos habían llegado a ser autosuficientes en cuanto a alimentos de primera necesidad, incluyendo el
azúcar, y no tenían mucho que intercambiar. Otros dos hechos apagaron el comercio interregional en las colonias
después de 1630.

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1- La piratería. Barcos piratas aislados o en pequeñas flotas, que evitaban los galeones y las ciudades
fortificadas, hacían estragos en las pequeñas e inermes canoas, lanchas y carabelas y, con frecuencia,
incendiaban ciudades secundarias como Trujillo, Campeche o Rio del hacha. El impacto de los piratas
fue cambiar el comercio desde las bodegas de los barcos a los lomos de las mulas, es decir, volver al
sistema antiguo, lento y costos de transporte de mercancías por tierra.
2- La falta de circulante. Las colonias venían sufriendo una fuerte escasez monetaria con severos resultados.
Los sistemas comerciales locales eran demasiado pequeños como para desarrollar sofisticados
mecanismo de cambio y crédito. El comercio, de hecho, estaba respaldado por un tipo de moneda de
plata que era generalmente aceptado, y sin tal respaldo inevitablemente decaía porque tenia que usar
voluminosos sustitutos, como semillas de cacao o cantaros de vino o incluso regresar al antiguo trueque
que era difícil de mantener a largas distancias.

La autosuficiencia local era en muchos casos una especie de autarquía en lo relativo a alimentos básicos
y tejidos. Esta situación no dejaba mucho con lo que comerciar entre las regiones autárquicas. Para el
terrateniente que seguía interesado en la agricultura comercial y para el comerciante que seguía soñando con un
comercio a larga distancia, la solución eran los extranjeros.

El contrabando necesitó un siglo para desarrollarse como el medio básico de comercio en el Caribe y el
rio de la plata. Varios obstáculos se le interpusieron (más que nada la guerra y la piratería). El periodo que
transcurre entre 1620 y 1680 fue el gran momento de la piratería caribeña, de los ataques navales europeos a las
posesiones españolas, del “no peace beyond the line”. Las potencias extranjeras no permitieron a España
disfrutar en exclusividad de su nuevo imperio. Las incursiones esporádicas, pero destructivas y temerarias, de los
primer corsarios franceses y después, los héroes de la época isabelina inglesa (Hawkins, draque y Raleigh)
causaron gran preocupación a la corona española, pero esta respondió, dada la época, de forma rápida y efectiva.
El experto naval Pedro Menéndez de Avilés fue el responsable en 1575 de dos pequeñas flotas defensivas en el
Caribe que funcionaron bien hasta que la carrera entro en decadencia, y España no pudo mantener sus gastos.

Los primeros que desafiaron al poder español con seriedad fueron los holandeses. Su flota era la mayor
de Europa hacia 1560, y en 1590 comenzaron a llegar barcos holandeses a las indias causando problemas.
Intentaban capturar las flotas y comerciar con cueros, azúcar, chocolate y tintes; la sal que obtenían, combinada
con las pesquerías de terranova, les permitió dominar el comercio europeo del bacalao salado y el arenque. Parte
de esta actividad se extinguió con el siglo XV. Durante la tregua de los doce años de la guerra hispano holandesa,
entre 1609 y 1621, los holandeses retiraron la mayor parte de sus barcos del Caribe. Los ingleses, no tan
numerosos, también firmaron un alto al fuego. Pero tan pronto como terminaron las treguas, se renovaron las
hostilidades en el Caribe y la compañía holandesa de las indias occidentales, una alianza que permitía a los

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privados y poderosos intereses mercantiles unirse al apoyo entusiasta y al soporte militar del estado, supuso una
nueva y amenazadora iniciativa.

Sin embargo, para muchos en Holanda e Inglaterra comenzaba a ser evidente que seria imposible hundir
el imperio español, aunque estuviera en decadencia, por medio de la piratería y de ataques a la carrera. Sir
Francis Drake representó una estrategia alternativa: la de capturar puertos vitales estrangulando el sistema
comercial español. Se había dado cuenta de que el sistema de comercio monopolístico de las Indias dependía de
unos pocos cuellos de botella estratégicos y de que al menos dos de ellos, el istmo de panamá y la habana, eran
bastante vulnerables a un ataque por mar. Pero sin contar con el apoyo pleno de la reina Isabel, con menos
organización que los españoles y sin una base en la zona, logró poco más que lucrativos ataques por sorpresa y
ocupaciones temporales. Medio siglo más tarde, Oliver Cromwell hizo revivir el plan Drake; pero fue derrotado
dos veces en Santo Domingo e, intentando evitar la total desgracia y regresar a la patria con un premio consuelo,
ocupó la isla menor de Jamaica, donde Vivian un puñado de españoles y esclavos.

Durante las décadas de 1630 y 1640 los holandeses habían ocupado Curaçao y establecido enclaves
comerciales en las islas de Venezuela. Los franceses habían ocupado Guadalupe, Martinica y algunos puertos en
la costa noroeste de La Española. Y ahora los ingleses se establecían en Barbados, Antigua y Jamaica. Y la
piratería no había llegado a su fin; una larga y dura lucha se mantuvo en Jamaica entre el partido de los piratas
apoyados por algunos de los primeros gobernadores, que querían cultivar azúcar y añil en las islas y no tener
competencia desde el continente, y el partido de los comerciantes que querían relacionarse mediante el
contrabando con las ciudades españolas de Cuba, Nueva España y Centroamérica.

Había una serie de razones logísticas y geopolíticas que explican por qué los rivales de España no
tomaron una parte mayor de su imperio en el siglo XVII y por qué la piratería y el saqueo siguieron siendo
preferibles al comercio de contrabando.

El primer obstáculo para los que llegaron más tarde era la geografía humana y epidemiológica del Caribe.
Los españoles se habían establecido allí primero y habían conseguido aclimatarse; solo si el inmigrante
sobrevivía a sus primeros –aparentemente inevitables- brotes de malaria, disentería y otras enfermedades
tropicales, podía tener esperanzas de prosperar en el Caribe. Los estrategas españoles lo sabían y se
aprovechaban de ello, como en el caso de la expedición inglesa que acampó en un pantano durante la toma de
Santo Domingo, muriendo la mayoría de disentería pocos días después.

Había otros factores que impedían el desarrollo del comercio extensivo de contrabando con el imperio
español. Los holandeses y, en menor medida, los ingleses fueron capaces de hacer descender muchos precios
españoles desde fines del siglo XVI hasta casi las guerras de independencia, pero se enfrentaban con graves
problemas de oferta y demanda, almacenamiento y transporte de mercancías voluminosas. Tampoco podían
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esperar los intrusos establecer un almacén en el nuevo mundo mientras no tuvieran claro que la demanda y los
precios se decantarían en su favor. Se enfrentaban con el mismo inconveniente de los barcos pequeños con poco
espacio de carga que tenían los españoles, aunque los holandeses, en especial, tenían mejores barcos y sus
exportaciones venían de una Europa que estaba empezando a reorganizarse para las primeras etapas de la
revolución industrial.

La piratería, el arruinar los puertos y capturar las islas reflejaban la mentalidad de la época. No se
comerciaba con el enemigo si se tenía la fuerza suficiente para arrebatarle sus bienes y asolar sus flotas y
ciudades. Sin embargo, a finales de la década de 1680 varias alteraciones significativas prepararon el camino del
cambio hacia la era del contrabando o imperialismo informal. En Jamaica la clase comerciante ganó su larga
lucha contra los piratas y sus protectores, los plantadores mas proteccionistas. A medida que los comerciantes
criollos españoles se iban convenciendo de que los gobernantes extranjeros de las islas eran sinceros en sus
esfuerzos por capturar y eliminar a los piratas que quedaban, creció su confianza, así como su interés en
comerciar con los enemigos de España.

De este modo, Barbados, Curaçao, St. Kitts, Jamaica y finalmente Santo Domingo, que habían sido
capturadas como trofeos de consolación que España no echaba mucho de menos y que se habían usado como
plantaciones y nidos de piratas y solo incidentalmente como reserva y almacén de esclavos, se convirtieron en
una solución parcial a los problemas que habían ido retrasando el desarrollo de un contrabando vigoroso:
problemas de oferta y demanda, peso, volumen de las mercancías, distancia y rentabilidad.

Los rivales imperiales de España irrumpieron también en otro terreno del comercio americano del siglo
XVII: era el comercio de esclavos africanos, que se necesitaban principalmente como población sustitutiva en las
islas y costas tropicales donde se había aniquilado la población india.

En 1663 se revitalizó el sistema de asiento (arrendamiento contractual), que consistía en hacer contratos
con agencias privadas que se surtían en los mercados portugueses y holandeses de esclavos negros y proveían a
su vez a Hispanoamérica. Los franceses le daban menos importancia al contrabando, aunque también
participaban en él, y antes de 1702 y de la alianza formal franco-española se dedicaron con más ahínco a
dominar el comercio legal que partía de Cádiz y Sevilla. Por lo que sabemos, parece que el capital y las
mercancías francesas constituían más de la mitad del total de la “carrera” a fines del siglo XVII, cuando
funcionaba. Esto dejó a los ingleses como los principales rivales de los holandeses y en condiciones
desfavorables. Pese a contar con sus piratas, envidiaban a los holandeses su entrada en el mercado colonial
español. El gobernador Lynch, astutamente, deseaba usar la maniobra de los esclavos y publicó una proclama en
1683 invitando a los barcos españoles a ir a Jamaica, garantizándoles la total protección y una recepción cordial.
Su invitación, para su pesar, fue prematura. Todavía quedaba mucho recelo hacia los piratas y había demasiados

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pocos esclavos. Poco tiempo después empezó el asiento de los Coyman, la firma holandesa que se dedicó a
abastecer de esclavos a la corona; transportaban tanto esclavos de Curaçao como mercancía prohibida, y fueron
los pioneros en la nueva era del contrabando.

Tras la muerte del último y patético Austria, español, los borbones franceses llegaron al trono de España
y comenzó la alianza hispano-francesa. El asiento se le concedió a la compañía de la Guinea Francesa en 1702, y
durante unos 11 años Francia no solo dómino la carrera legal, incluso aportando los barcos de guerra necesarios
para protegerla, sino que irrumpió en el comercio de esclavos e intervino en buena medida en el contrabando del
pacifico y el Caribe.

Cuando terminó la guerra de secesión española en 1713, también los ingleses obtuvieron concesiones.
Mediante el tratado de paz obtuvieron un derecho limitado a comerciar con esclavos legalmente. Un barco
perteneciente a la compañía del Mar del Sur fue autorizado a vender esclavos en las ferias anuales que se
llevaban a cabo cuando llegaban las flotas de España. Todas estas innovaciones juntas: la presencia de Jamaica y
Curaçao como almacenes y reservas de esclavos y el esclavo africano como vía de entrada involuntaria en el
mercado colonial español, sentaron las bases para una solución a los problemas del comercio directo entre las
colonias españolas y el noroeste de Europa. Sin embargo, los cambios en esta zona, especialmente en Inglaterra,
pueden haber desempeñado un papel igualmente importante.

Entre 1660 y 1689 los fletes ingleses crecieron rápidamente en cantidad y tonelaje. Inglaterra se
encontraba en una rápida evolución dese el interés central en el comercio con el continente europeo hacia un
comercio oceánico con Oriente, el Ártico y las Américas. A medida que aumentaban el volumen y el tonelaje y
que crecían las ventajas del comercio a gran escala, bajaban los costes del transporte en los viajes largos.
Mercancías inglesas que no amortizaban el transporte hasta Jamaica en la década de 1660 podían hacerlo ya
alrededor del 1700.

Los años comprendidos entre 1680 y 1720 en Hispanoamérica presentan varios aspectos desconcertantes
y paradójicos. La historia de la “carrera” en estos años es complicada. Sabemos que continuó la reducción del
número de barcos y su tonelaje, que por esta época partían de Cádiz y regresaban allí en su mayor parte; las
flotas en decadencia ponían especial énfasis en los metales, excluyendo otros cargamentos. El metal precioso
registrado siguió también decayendo; los envíos de metal precioso ilegal parecen haber aumentado.

Los consulados pagaban con largueza “indultos” y otros sobornos a la indigente corona, y esta, a su vez,
se veía obligada a hacer la vista gorda en las inspecciones de los barcos que llegaban y a descuidar la
persecución de mercaderes culpables de fraude y contrabando.

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La recuperación se notó más en la década de 1690, pero el comercio legal volvió a recaer entre 1700 y
1720, años dominados por la guerra de secesión española, antes de recuperarse de nuevo bajo la forma de un
sistema mucho más libre y diferente de barcos con licencias durante la mayor parte del siglo. Sin embargo,
parece evidente que había comenzado una nueva época de expansión. España estaba haciendo denodados
esfuerzos por reforzar su armada y su comercio marítimo y por hacer revivir los astilleros. Aparecieron
comerciantes extranjeros en pequeñas ciudades coloniales donde hacia un siglo que no se veían. La producción
de plata volvía a aumentar en nueva España y pronto reviviría en Perú. Creció el comercio. Nuevas regiones
cobraron importancia. Cuba, Puerto Rico y Santo Domingo, mejor provistas de esclavos ahora, se convirtieron
en islas de plantación que comerciaban el azúcar con los extranjeros y con la metrópoli. El contrabando
extranjero era el principal vehículo del comercio en casi todas partes, aunque también prosperaba el comercio
ilegal con España.

Hacia 1720, la escena estaba preparada para un nuevo periodo de expansión, aunque en gran medida esta
situación tenía su origen en intercambios ilegales con la madre patria y en el comercio con potencias rivales de
España. Hispanoamérica había resurgido después de casi medio siglo de aislamiento parcial y había reorientado
sus productos en áreas antes periféricas como Cuba, Buenos Aires y Venezuela. El intento de España por
desprenderse de su atraso y recuperar su comercio colonial de los contrabandistas extranjeros llenaría gran parte
de la historia del siglo XVIII.

La conexión atlántica entre España y sus colonias americanas fue a la vez un resultado fundamental de la
expansión de Europa y una manera de reforzarla. También fue al mismo tiempo un resultado y un refuerzo del
mercantilismo monopolístico. Las colonias justificaban su existencia como bases de las cuales extraer los
productos que se deseaban, y otros rivales que pudieran hacerlo a su vez tenían que ser excluidos dentro de lo
posible. Estos planteamientos dieron lugar a una Hispanoamérica dependiente, monocultural, orientada a la
exportación, y estas características han perdurado desde los mejores días del comercio de Sevilla hasta el
presente. Las excepciones temporales a esta dependencia estaban y están causadas por factores extraños a
Hispanoamérica. La carrera fue el fundamento de esta dependencia de la exportación durante los dos primeros
siglos de mandato español y sus necesidades imponían una estructura de comunicación en Hispanoamérica por la
cual todas las rutas principales se encaminaban desde las ciudades, plantaciones y minas hasta el puerto del mar.
Las áreas productivas dentro de cada masa continental colonial no necesitaban estar conectados entre sí.

La carrera provocó un profundo impacto en la economía europea. El oro y la plata americanos causaron,
al menos, parte de la revolución de los precios europeos. La creación de un mercad americano ayudó a
desarrollar las bancas genovesa y holandesa, las minas de Idria, la industria textil de Flandes y el movimiento de
una fuerza de trabajo francesa que emigro hacia el sur atravesando los pirineos. Además., en esta fase Europa
hizo grandes inversiones en las plantaciones intensivas, su creación capitalista ultramarina por excelencia. Los

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estudios de plantaciones de azúcar concretas nos muestran como casi todo en ellas se ordenaba desde el viejo
mundo.

Una cuestión fundamental que viene dada por el influjo del metal precioso americano es: ¿Cuál fue su
papel en la creación de un sistema mundial europeo?

La plata llegaba a Sevilla o Cádiz desde América y pasaba a Europa occidental. En el siglo XVII España
actuaba como “cinta transportadora”. Por esta época, también, gran parte del metal precioso iba a Ámsterdam, y
sirvió para costear en buena medida la expansión holandesa en Oriente. Así pues, en general el metal precioso
americano contribuyó a financiar la penetración europea en el mundo oriental. Pero no toda la plata llego allí a
través de la carrera y los mercados de Europa. En parte lo hizo directamente, por medio del galeón de Manila;
otras cantidades fluían al Brasil por obra de los mercaderes portugueses de Lima y de la base de contrabando de
la Colonia do Sacramento, y de allí, rodeando el Cabo de Buena Esperanza, hasta la India. Pero una buena parte
de la plata salía por Europa para pagar las especias orientales, los ejércitos y los sobornos a la población del este.

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