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INTRODUCCIÓN A LA EDAD

NUEVA
La Iglesia en el tiempo de las reformas (1303-1648)

Se llama nueva porque podemos identificar nuevos derroteros que caracterizan este
periodo, que la hacen diversas de la edad media.

La historia no tiene pausas e interrupciones, pero es necesario distinguir una edad de otra.
Cuando se trazan los límites de un periodo se intenta construir un conocimiento positivo de
unos fenómenos que caracterizaron una época.

La edad nueva la podemos fijar entre: 1303 y 1648; es decir, entre el final del papado de
Bonifacio VIII y la paz de Westfalia. A su vez podemos subdividir este periodo en dos épocas
sucesivas: la época del renacimiento que iría desde 1303 a 1545, y la contrarreforma desde el
concilio de Trento a la paz de Westfalia (1545-1648).

Caracteres de la Edad Nueva:

 Crisis de la unidad cristiana de los pueblos

La unidad cristiana medieval no se rompe hasta Lutero, pero empieza a resquebrajarse en


el siglo XIV con el traslado de los sumos pontífices a Aviñón, ciudad que no tiene la
universalidad de Roma; y se agudiza la crisis con el cisma de occidente, que divide la
cristiandad en dos obediencias contrarias se inicia así la descomposición de aquella Europa
unida cuyos pueblos formaban una gran familia bajo la autoridad paternal y espiritual del Papa
y bajo la protección del emperador. Esos dos poderes, el pontificio y el imperial, pierden
autoridad y prestigio, al paso que el nacionalismos se desarrolla, no en una forma tan inmensa
como los tiempos modernos, pero si lo suficiente para que las naciones ya no parezcan
hermanas en la gran familia de la cristiandad sino más bien rivales y aún enemigas.

Los reyes comenzando desde Felipe IV el Hermoso, Eduardo III de Inglaterra, Luis de
Baviera, no se preocupan más que de los particulares intereses de su nación, de robustecer su
poder político y económico frente a cualquier otro poder extraño; niega se admitir el arbitraje
del Papa en los conflictos con otros soberanos, apelando a la espada, y ponen dificultades a
que el mismo pontífice, con sus reservaciones, diezmos, y otros impuestos sobre los beneficios
eclesiásticos, pueda sacar oro y plata del territorio nacional.

El sacro romano imperio comienza a vaciarse de sentido católico, universalista. No sólo en


la práctica, también en la teoría, pues se van elaborando conceptos absolutistas del príncipe y
del estado.

 Laicismo creciente

La palabra " laicismo " no entendida en su sentido peyorativo; si no significando solamente


por ella lo contrario a lo que llamamos el eclesiastisismo de la edad media. El mundo seglar o
laico que tan insignificante papel representaba los tiempos medios, se hace sentir desde el
siglo XIV, es decir, desde el renacimiento, con una fuerza, unas exigencias y unas influencias
cada día mayores y más altas. Al lado y en frente de las personas eclesiásticas, que hasta
entonces era la rectora de la sociedad, surgen las personas civiles - legistas, abogados,
humanistas, poetas, médicos, filósofos - que aconsejan a los reyes, desempeñan embajadas y
desde las cátedras y los libros enderezan la cultura y la ideología de los pueblos por caminos
más laicos, es decir menos eclesiásticos y clericales, aunque todavía dentro de los postulados
fundamentales del cristianismo y de la Iglesia Católica.

Es de notar que esta tendencia laica rara vez es anti-eclesiástica. Pero es cierto que la
autoridad del jefe espiritual de la cristiandad se merma notablemente, parte por su unión
demasiado estrecha con Francia en Aviñón, parte por el triste papel que desempeñan los que
se disputan el papado en el cisma de occidente, parte por la intimidad personal de algunos
papás y cardenales, que sólo se cuidan de su poder político y del acaparamiento de riquezas, y
en parte por las nuevas ideas conciliaristas y por las nuevas herejías tremendamente radicales
como las de Wiclef y Huss, que anuncian la revolución de Lutero.

 Repercusiones en la cultura

Ese "laicismo", o mejor esa "tendencia laicizante", se manifiesta también en cierta "
secularización de la cultura". La teología se ve obligada compartir su dominio con las letras
humanas. El escolasticismo como método y sistema cae en descrédito, mientras prospera
triunfa la retórica clásica y cierto modo de filosofar más personal. En ese tiempo la cultura se
hace más profunda (mayor conocimiento de la antigüedad grecolatina, tanto de la pagana
como de la cristiana; más íntima inspección psicológica; sólo la metafísica se superficializa);
más amplia (descubrimientos científicos en geografía, astronomía, física, medicina, historia
natural), más universalmente difundida (fundación de nuevas universidades y estudios,
multiplicación de colegios escuelas municipales y de pedagogos humanistas, invención de la
imprenta).

Al hacerse más extensa, la cultura deja de ser patrimonio de los clérigos (clericus ya no es
sinónimo, como en la edad media, de homo litteratus). Los seglares reciben una formación que
antes apenas conocían. Comienzan los juristas, siguen los humanistas; hasta las mujeres
distinguidas reciben alguna educación literaria. Así la ciencia se humaniza, secularizándose. La
nueva filosofía no se resigna a ser ancilla de theologiae; aspira ser independiente y autónoma.

 Individualismo y subjetivismo

Contra la autoridad y contra la jerarquía se levanta la razón individual, que busca en sí


misma y la naturaleza de las cosas los fundamentos de su propia filosofía. El individuo vive para
sí más que para la comunidad, supeditando egoístamente el bien ajeno al propio. En la vida
económica se tiende hacia el liberalismo y la vida religiosa se empieza a buscar la relación del
hombre con Dios directamente, sin intermediarios humanos, menospreciando la misión de
iglesia; esto es claro en ciertos herejes; en los fieles católicos se ve la propensión a una piedad
o devoción más individualista, mientras decae la liturgia. El individuo se va haciendo el criterio
de todos los valores y se exalta la personalidad humana. Así se abre camino al subjetivismo
religioso, al racionalismo y, finalmente, al naturalismo (secuere naturam!), como si todas las
tendencias de la naturaleza fuesen buenas y como el fin del hombre consistiese la felicidad
terrestre.

Por otra parte, los filósofos del siglo XIV se rebela contra los grandes sistemas metafísicos,
que admitían conceptos universales e indagaban la ciencia de las causas, y en su lugar
propugnan el nominalismo, que pliega realidad objetiva y la reduce a los conceptos y estudia el
mundo subjetivo (lógica y psicología) más que el mundo objetivo (metafísica y dogmática), con
lo que el subjetivismo penetran el campo filosófico y en el religioso.

 Ruina del feudalismo

No menos importante la transformación que se opera en el campo social. Observamos un


fenómeno enteramente opuesto: prosperan las ciudades a expensas de los campos. Comienzan
la nobleza abandonar los castillos que poseían en las provincias y en medio de sus vastas
posesiones agrarias, para poner sus moradas estables en las ciudades y en la corte del
monarca. No pudiendo los nobles feudales resistir al rey con tanta soberbia arrogancia,
procuran su favor, y se convierten en cortesanos aduladores en instrumentos de su política.

También con el gran desarrollo del comercio y de la industria crecen las ciudades,
especialmente las costeras (Venecia, Génova, Barcelona, Brujas, Amberes, Londres), que
multiplican en los mares su línea de navegación y las que surgen en las principales encrucijadas
de los caminos (Lyon, París, Augsburgo, Nuremberg), o las que se asocian con pactos
comerciales como la liga de Hamburgo. Como consecuencia este incremento del comercio y de
industria, aparece el capitalismo de los ricos mercaderes y banqueros, salidos generalmente de
la clase media o burguesía. Así a la economía agrícola sucede la economía comercial
especialmente en ciertos países.

Entretanto se va imponiendo las naciones el absolutismo real de plenos poderes, ya que los
monarcas se reservan todos los derechos y ejercen su potestad omnímoda y directa sobre el
entero territorio nacional. Con habilidad y fuerza van poco a poco debilitando los nobles y
magnates, despojando los de sus derechos feudales, centralizando el régimen y la
administración del reinó en sus propias manos y distribuyendo los cargos oficiales no sólo entre
los nobles, si no entre los burgueses que por su riquezas o por su talento pueden ser eficaces
operadores de su política.

Cobra tanto incremento el absolutismo centralizador, que el rey no se contenta con


gobernar y dar leyes en lo político, civil y financiero; invade también lo eclesiástico, dando
origen a diversas formas de regalismo.

Nota:

Para algunos historiadores parece todo un contraste entre edad media y la edad nueva, y
han mostrado una antítesis llamativa entre una y otra: contra el cristianismo de la edad media
el supuesto paganismo de la edad nueva; contra las firmes creencias religiosas de aquella, el
escepticismo religioso de ésta; contra la teología escolástica las humanidades clásicas y la
filosofía libre; contra el sentido de la trascendencia, el sentido de la inmanencia; contra el
espiritualismo al naturalismo sensual; contra el hombre ascético, penitente, melancólico, el
hombre amoral, gozador alegre de la vida y de las formas bellas; contra el sentido colectivista y
comunitario, el valor descollante de la persona o del individuo; contra lo objetivo y ontológico,
lo subjetivo y psicológico. Por falsa que sea una neta contraposición como ésta, podrá tener
alguna utilidad, pues se tiene que admitir una evolución progresiva hacia el individualismo,
laicismo, naturalismo, etc.

CAUSAS O RAÍCES DE ESTE PROCESO

Señalemos algunas posibles causas que ha llevado al hombre de esta época a separarse
cada vez más de la tutela de la Iglesia y de la mentalidad cristiana:
 El derecho romano, con su concepto del príncipe absolutista;
 La filosofía de Aristóteles, plenamente aceptada en su carácter racionalista;
 La invasión de la ciencia arábigo-judía;
 La evolución económico social y;
 La soberbia del hombre, que, engreído de su progreso y desconocimiento cada día
mayor del mundo, cree bastarse a sí mismo, y, olvidando su condición de criatura busca
la propia perfección humana en seguir sus tendencias naturales, sin someterse a otra
ley que la de su conciencia autónoma.

PERIODO PRIMERO (1303-1517): El clamor por la reforma


Los hombres de comienzos del siglo XIV se dan cuenta de que algo está
cambiando en el modo de entender la vida, el arte, la literatura, la política y hasta la
piedad. Dante escribió una obra con un título muy significativo: Vita nuova; los
poetas hablan de un dolce stil nuovo; los humanistas preanuncian el renacimiento de
la cultura antigua. Es decir, una vida nueva se anuncia de muchos modos y maneras
para el hombre occidental.
Una Edad Nueva, en efecto, nace como consecuencia del derrumbamiento del
edificio armónico Iglesia-Estado construido, amado y admirado por los hombres
medievales.
El primer período de esta Edad Nueva tiene una serie de características que
testifican un cambio de horizonte en la vida y en la acción de la Iglesia:
■ El ámbito geográfico que encerraba la vida eclesial de la Edad Media ha sido
superado ampliamente con los viajes marítimos realizados por España y Portugal
durante el siglo XIV y que culminarán con el descubrimiento de América a finales
del siglo XV (1492).
■ No obstante, el eje de la acción política y eclesial durante estos primeros siglos
de la Edad Nueva continuará siendo Milán-Roma-Nápoles. Lo cual significa que Italia
continúa siendo el punto central de toda la Cristiandad, aunque, precisamente, el siglo
XIV se abre con el traslado de la residencia del Papado a Aviñón, con lo que Roma
sufrirá el más duro golpe de toda su larga historia.
■ El ámbito político-social, que antes se resumía en el Imperio, se orienta ahora
hacia un conglomerado de Estados territoriales preocupados y centrados sobre sí
mismos, dando origen a un particularismo nacionalista, cuya consecuencia más
inmediata será el Absolutismo y Centralismo en favor de los Reyes. Centralismo que,
a nivel de Iglesia, alcanzará también su culmen durante la residencia de los Papas
en Aviñón.
■ El único poder universal unitario que subsiste es la Iglesia, es el Papado. Pero
no sin serios y temibles adversarios, tanto internos como externos. Las herejías anti
eclesiales de Wiclyf y de Hus no serán nada más que un preanuncio de la rebelión
protestante de Lutero y de Calvino.
■ La mayoría de edad de los laicos, que la Jerarquía se mostrará reacia en
reconocer, alzará la bandera del laicismo, el cual, aunque inicialmente no tendrá un
carácter adverso a la Iglesia, terminará por convertirse en un rabioso anticlericalismo a
finales de esta Edad Nueva, cuando los aires de la Ilustración racionalista invadan
todos los ámbitos de la sociedad occidental, incluida la misma Iglesia.
■ En este primer período de la Edad Nueva, la cultura se populariza, en el sentido
de que se hace cada vez más asequible al pueblo, y más amplia y extensa, debido a los
descubrimientos científicos. Y, sobre todo, se universaliza por la invención de la
Imprenta.
Pero lo que da su carácter más peculiar a todo este período es el clamor por
la reforma. Un poderoso afán de reforma, en la Cabeza (Papado) y en los miembros
(Pueblo fiel), recorre todos los estamentos de la sociedad. Son varios los Concilios
ecuménicos celebrados en este período en los que se programan magníficos planes
de reforma general de la Iglesia, pero unos detrás de otros se fueron quedando en
meros papeles.
Hubo, ciertamente, óptimas realidades de reforma en el ámbito de las Ordenes
Religiosas, e incluso en algunas Iglesias particulares, como en el caso de la Iglesia
española, la cual, gracias a la acción de los Reyes Católicos, consiguió reformarse
plenamente unos decenios antes del estallido de la explosión luterana (1517) con la
que se cierra el primer período y se abre el segundo de esta Edad Nueva.

PERIODO SEGUNDO (1517-1648): Reforma protestante y Reforma católica.


La Reforma protestante, iniciada por Lutero el día 31 de octubre de 1517, se
ha convertido en uno de los factores más decisivos de la historia de la humanidad
de los últimos cuatro siglos, porque la Reforma protestante no agota sus efectos
en la vida de la Iglesia, sino que ha extendido su acción a todos los ámbitos de la
sociedad: la religión, la política, el arte, la literatura. Se trata, en definitiva, de un
nuevo modo de entender la religión y la vida.
Ahora bien, la Reforma protestante no surgió de repente, sino que ha de ser
considerada como la consecuencia lógica de una larga serie de condicionamientos
que se caracterizan por el común denominador de la inquietud y el desasosiego
que había ido madurando a lo largo del primer período de la Edad Nueva.
El siglo XVI es todo él, en efecto, un cúmulo de reformas que se presentan con
una gran variedad de tendencias, tanto por lo que se refiere a sus justificaciones
como a sus mismas formulaciones.
Hay reformas que se podrían encuadrar más bien en la corriente de las
"restauraciones", porque tienden a la eliminación de lo que de deficiente hay, más
en los individuos que en las instituciones eclesiales. Es la corriente reformista que
se canaliza a través de las llamadas Congregaciones de Observancia y en los
grupos devotos que alcanzaron su máximo exponente en los Oratorios del Divino
Amor. Todos estos movimientos desembocarían después dentro de la gran
corriente de la Reforma católica.
Pero hay otras tendencias de reformas más radicales que aspiraban a la
destrucción de las instituciones eclesiales existentes, por considerarlas como una
degeneración del genuino cristianismo de los orígenes. Y alcanzarán su
culminación en la Reforma protestante iniciada por Lutero y proseguida por
muchos otros cristianos descontentos de la situación de la Iglesia en regiones muy
concretas del Occidente cristiano, como Alemania, Suiza, Holanda, Islas británi cas,
etc.
La escisión de la Iglesia verificada en el siglo XVI debe ser considerada como la
mayor desgracia abatida sobre la Cristiandad en toda su historia, porque ha
atentado contra su unidad más directamente que ningún otro cisma de la
antigüedad. Con el surgir de las Iglesias reformadas se ha dado origen, por primera
vez, a una forma radicalmente distinta de entender el Cristianismo, porque los
cismas de la Iglesia oriental en sus diferentes etapas no habían afectado nunca, en
realidad, a la unidad de la fe cristiana.
Todos los acontecimientos de la vida de la Iglesia, a partir del año 1517, fecha
de la explosión luterana, estarán condicionados en su raíz última, de una manera o
de otra, por el hecho de la Reforma. Reforma y Contra-Reforma serán los dos polos
que catalizarán toda la vida de la Iglesia durante este período que concluirá con la
Paz de Westfalia, firmada en el año 1648, por la que se reconoció la legitimidad del
Luteranismo y del Calvinismo junto al Catolicismo, dando, así, fin a las terribles
Guerras de Religión, que tan desastrosas consecuencias tuvieron para Europa.

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