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ESTUDIOS

EPISTEMOLOGÍA Y CIENCIA POLÍTICA (*)


Por DOMENICO FISICHELLA

SUMARIO

1. CONTINUIDAD O DISCONTINUIDAD.—2. MÍNIMO COMÚN DENOMINA-


DOR.—3. CRITERIO DE DEMARCACIÓN Y DE UNIVERSALIDAD.—4. CAMBIO
ACUMULATIVO DE LA CIENCIA.—5. RELACIONES ENTRE LAS TEORÍAS.—6. SO-
BRE LA BASE DE LA RACIONALIDAD OPERATIVA.—7. EL PROBLEMA DE LA
DIMENSIÓN CULTURAL.—8. CIENCIA DE LA REALIDAD ESTRUCTURAL.

1. CONTINUIDAD O DISCONTINUIDAD

¿Tiene todavía sentido actualmente, en el ocaso del siglo xx, un discurso


sobre el método científico? ¿Resulta todavía posible individualizar, al me-
nos sobre la base de una plausibilidad relativa, un diseño metodológico para
el conocimiento de la contemporaneidad, después de que el debate episte-
mológico haya recorrido y atravesado con la potencia devastadora e impla-
cable de un huracán el espacio de la legitimidad lógica y procedimental
consolidada?
En efecto, a primera vista parece que ya casi nada queda en pie. Primero
con Karl R. Popper que introduce el principium verificationis, pero que en-
tra en crisis: «Las teorías no pueden ser nunca verificadas empíricamen-
te» (1). Después con el propio Popper y otros surge la idea del conocimiento
(*) Una versión más extensa del presente trabajo figura como estudio introducto-
rio del libro Método scientifico e ricerca política, compilado por el autor y publicado
en 1985 por la editorial romana La Nuova Italia Scientifica, que ha autorizado gen-
tilmente su publicación en la Revista de Estudios Políticos,
(1) Cfr. K. R. POPPER: Lógica della scoperta scientifica, Einaudi, Torino, 1970,
pág. 22.

Revista de Estudios Políticos (Nueva Época)


Núm, 54. Noviembre-Diciembre 1986
DOMENICO FISICHELLA

como crecimiento acumulativo, lo que tampoco se revela como evidente.


Para Thomas S. Kuhn, al concepto de «ciencia normal», fundado sobre la
prioridad de los «paradigmas», se le une y al mismo tiempo se le opone el
concepto de «revolución científica», como transición radical del predominio
de un paradigma al establecimiento de uno nuevo (2). Pero, de una parte,
si bien es cierto que «no es necesario hacer del dogma una virtud para re-
conocer el hecho de que ninguna ciencia madura existiría sin él» (3), por
otra parte el aumento del contenido informativo derivado de la revolución
no siempre y no necesariamente surge a primera vista, porque «transiciones
complejas —como aquella de la dinámica aristotélica a la galileana— podrían
interpretarse, limitándose al período inmediato de la controversia, de hecho
como el tránsito de una teoría a otra de menor contenido informativo: sola-
mente después de un cierto tiempo se han podido apreciar las ventajas del
enfoque galileano, incluso en campos en los que el aristotelismo parecía gozar
de primacía» (4), por lo que una cierta dosis de fe «dogmática» ha impelido
a Galileo y sus seguidores a continuar con sus «demostraciones», sin dejarse
paralizar por las críticas. Con ello se obtiene el siguiente doble resultado:
de una parte, el papel reconocido al «dogma», sea en la fase revolucionaria
o en el período de ciencia normal, parece echar por tierra toda posibilidad de
trazar una línea de demarcación entre ciencia y no-ciencia (metafísica); de
otra parte, la idea de progreso científico también se desvanece ante la difi-
cultad de evidenciar enfáticamente el peso del contenido informativo de la
nueva teoría.
Más aún. La refutación de una teoría o de un paradigma no significa que
desaparezca definitivamente de la comunidad científica. En el lenguaje de
Paul K. Feyerabend, «el fracaso temporal de una ideología (esto es, de un
conjunto de teorías, de hechos, de métodos, organizados desde un punto de
vista metafísico) no autoriza todavía a desecharla». De hecho,

«... incluso en una competición justa, una ideología obtiene con fre-
cuencia grandes éxitos, superando a sus adversarias. Esto no signi-
fica que los rivales carezcan de valor y que no estén en condiciones
de contribuir al aumento de nuestros conocimientos; significa única-
mente que necesitan tomarse un respiro. Tienen, por el contrario, la

(2) En general coloco entre comillas los conceptos originales de los distintos auto-
res cuando los utilizo por vez primera, omitiéndolas en las referencias sucesivas.
(3) Cfr. T. S. KUHN: «The Function of Dogma in Scientific Research», en
A. C. CROMBIE (ed.): Scientific Change, Basic Books, Nueva York, 1963, pág. 349.
(4) Cfr. G. GIORELLO: «Prefazione», en I. HACKINO (ed.): Rivoluzioni scientifiche,
Laterza, Bari, 1984, pág. x m .

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EPISTEMOLOGÍA Y CIENCIA POLÍTICA

posibilidad de recuperarse y de derrotar a la propia vencedora. En


la historia del pensamiento y en la historia política hechos de este
tipo están a la orden del día. La teoría del átomo fue introducida
en Occidente para 'salvar' ciertos macrofenómenos como el del mo-
vimiento. Fue suplantada por la filosofía dinámicamente refinada
de Aristóteles, fue retomada durante la revolución científica, fue
suplantada por la teoría de la continuidad, fue casi eliminada en
el continente europeo durante el siglo xix, volvió a triunfar a princi-
pios del siglo xx con Boltzmann y Einstein, para ser nuevamente
limitada por la teoría cuántica. Otro ejemplo lo podemos encontrar
en el movimiento de la Tierra. Se tomó en consideración en la Anti-
güedad, fue refutado por las argumentaciones de los aristotélicos,
marginado como 'increíblemente ridículo' por Tolomeo, científico
eminente, volvió a triunfar en el siglo xvn y sobrevive todavía en la
actualidad, si bien de una forma altamente modificada y ya no fácil-
mente explicable» (5).

Desde un punto de vista ingenuo, afirma a su vez Imre Lakatos, «las


nuevas teorías que sustituyen a las viejas, una vez están refutadas, nacen
ellas mismas sin refutar». Pero de hecho en la historia real las nuevas teorías
nacen refutadas: «Heredan muchas anomalías de la vieja teoría», por lo que
las «viejas» anomalías pueden permanecer como anomalías «nuevas» a las
que se añaden las específicas de la nueva teoría, de forma que las teorías
navegan «en el mar de las anomalías» (6). Sin llegar a afirmar que «la teo-
ría T' puede tener un contenido empírico más ampliamente corroborado res-
pecto a otro teoría T, aunque ya T o T' estén refutadas», y que «el conteni-
do empírico no tiene nada que ver con la verdad o la falsedad» (7), sí pone
sobre bases dramáticamente originales la cuestión de la relación entre la
teoría y los hechos.
Por último, y sobre este mismo ámbito, para Feyerabend «ninguna teoría
individual está siempre de acuerdo con todos los hechos registrados en su
ámbito» (8). Ampliando entonces la perspectiva de análisis, no sólo el cono-

(5) Cfr. P. K. FEYERABEND: La scienza in una societá libera, Feltrinelli, Milán,


1981, págs. 154-155.
(6) Cfr. I. LAKATOS: «La falsificazione e la metodología dei programmi di ricerca
scientifica», en I. LAKATOS y A. MUSGRAVE (eds.): Critica e crescita della conoscenza,
Feltrinelli, Milán, 1976, págs. 196 y 211.
(7) Ibídem, pág. 196.
(8) Cfr. P. K. FEYERABEND: Contro il método. Abbozzo di una teoría anarchica
della conoscenza, Feltrinelli, Milán, 1984, pág. 46.
DOMENICO FISICHELLA

cimiento —lejos de constituir un acercamiento gradual a la verdad— «es


más bien un océano, siempre creciente, de alternativas recíprocamente incom-
patibles (e incluso también inconmensurables)» (9), sino que también la
misma idea de un método que contenga principios firmemente establecidos
y vinculantes deviene insostenible, porque la libertad de acción e incluso el
vulnus de los preceptos establecidos por los cánones metodológicos son, con
mayor o menor frecuencia, pero de cualquier modo con frecuencia significa-
tiva, absolutamente necesarios para el acrecentamiento del saber. Por ello
solamente existe un principio metodológico que puede defenderse siempre y
en todo lugar: «Todo vale» (10). Pero esto conlleva al menos dos conse-
cuencias relevantes. La primera, relativa al contenido, es que la inconmensu-
rabilidad de las alternativas teóricas hace altamente problemática, e incluso
imposible, la afirmación del progreso científico. ¿Cómo controlar qué teoría es
más rica si ni siquiera son conmensurables? La segunda, relativa al instru-
mento de ponderación, es que el anarquismo metodológico impide en última
instancia, o al menos obstaculiza drásticamente, la posibilidad de referencia
a una unidad de medida y de valoración para calcular el grado (además de
la dirección) de desarrollo del conocimiento.
Estos pocos llamamientos bastan para evidenciar la enorme complejidad
alcanzada por el debate epistemológico en equilibrio entre el nihilismo auto-
destructor y la fecundidad creativa, entre la recuperación de la racionalidad
y la sugestión del irracionalismo. Todo ello tiene una importancia funda-
mental para la politología y en general para las ciencias sociales, no sólo
porque introduce nuevos horizontes y diversas respuestas a la cuestión sobre
qué es lo que significa «estudiar empíricamente» los fenómenos y procesos
políticos y sociales, sino también porque indica la exigencia de revisar, a la
luz de los más recientes conocimientos y de los más actuales interrogantes
todavía sin resolver, la relación que, en el ámbito de la regulación metodo-
lógica, existe entre las ciencias físicas y las ciencias sociales.
Desde que en la primera mitad del siglo xix, Claude Henry de Saint
Simón y Auguste Comte propusieron la etiqueta de la «física social» para
sus construcciones sociológicas —advirtiendo ciertamente de la especificidad
de la ciencia política y de la sociología frente al estudio de la realidad física,
pero al mismo tiempo cultivando y persiguiendo el diseño de una ciencia de
la sociedad sobre bases «demostradas» y «demostrables», por tanto ya no
«metafísicas» (11)— ha habido toda una sucesión y una alternancia de
(9) Ibídem, pág. 27.
(10) Ibídem, pág. 25.
(11) Sobre la metodología de las ciencias sociales en COMTE, cfr. mi obra Política
•e mutamento sociale, D'Anna, Messina-Firenze, 1984, segunda edición, págs. 217-238.

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EPISTEMOLOGÍA y CIENCIA POLÍTICA

tentaciones «fisicalistas» y de reivindicaciones de distanciamiento lógico,


teórico y práctico. Incluso todavía la cuestión está más o menos sobre el
tapete, dado el curso que caracteriza en la actualidad a la filosofía de la
investigación científica, o al menos a una de sus orientaciones más im-
portantes.
Es objeto de este ensayo la búsqueda en dichas claves de una ilustración
y hasta cierto punto de un balance de lo que hierve en la olla epistemológica,
buscando retener de entre sus aspectos teóricos y lógicos (prescindiendo, por
tanto, de los aspectos técnicos) la continuidad y discontinuidad metodológica
entre ciencias físicas y ciencias sociales, y ello mediante el procedimiento
de confrontación y de diferenciación. Lejos de perseguir el agotamiento del
vasto campo objeto de análisis, nuestro propósito es más bien limitarnos a
algunos núcleos centrales de esta comparación conceptual y teórica, sabiendo
que ello es siempre necesario e ineludible si se quieren debatir los proble-
mas metodológicos sobre bases actuales, evitando la persecución de fantas-
mas polémicos ajenos al tiempo y a las tendencias actuales, centrándonos en
los temas que permanecen vivos y concretos.

2. MÍNIMO COMÚN DENOMINADOR

Si se asume que la gnoseología es, en términos generales, la reflexión


sobre el conocimiento, que la epistemología es la reflexión sobre el conoci-
miento científico, que la metodología es la reflexión sobre las estrategias y
requisitos para acrecentar el conocimiento; y si se acepta también que la
metodología es una parte de la epistemología y que ésta es una species del
genus gnoseológico, entonces, el primer aspecto destacable se refiere a lo
que podría definirse como la paradoja del anarquismo. Si no limpiamos el
terreno del obstáculo que representa tal propuesta, el discurso está destina-
do a concluir antes de haber comenzado siquiera. Ahora bien, a pesar de la
enunciación «provocadora» de ciertas propuestas —como cuando, partiendo
de la premisa de que «los ciudadanos de una sociedad libre» son «responsa-
bles de todos los acontecimientos que tienen lugar en su sociedad, incluida
la ciencia, la prostitución y la filosofía», concluye que «debieran de existir,
por tanto, consejos democráticos compuestos por científicos y profanos para
decidir sobre todas las propuestas de investigación científica más significa-
tivas y sobre la aplicación de sus resultados», de forma que «dichos conse-

Sobre la concepción de SAINT-SIMÓN véase también mi // potere nella societá indus-


tríale, Morano, Ñapóles, 1965, passim.

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DOMENICO FISICHELLA

jos sean los que... deben decidir qué es lo que debe entenderse como prueba
empírica en medicina, en qué medida se debe respetar la experiencia, qué
experimentos deben de tener lugar, qué métodos de tratamiento deben de ser
aplicados» (12)—, Feyerabend en realidad con su afirmación que «todo
vale» formula un principio de tono «aristocrático», porque solamente quien
posee en todas sus finezas, sutilezas y distinciones los secretos y el arte de
la empresa metodológica puede violar programáticamente los cánones y ad-
quirir la consciencia de que «todas las metodologías, incluso las más obvias,
tienen sus limitaciones» (13).
También de una violación no programática, sino casual, puede derivarse
el acrecentamiento del saber. En la investigación ocurre esto con frecuencia.
Pero de ello no deriva la vanidad tout court del estudio de las bases metodo-
lógicas, sino más bien la exigencia de que éstas se hagan en conjunto más
dúctiles y refinadas. De cualquier forma, permanece la cuestión de que la
individualización de los «límites de la metodología» presupone la existencia
de una esfera de ciudadanía para el momento metodológico. ¿Cómo fijar
si no tales límites?, ¿y para limitar qué cosa? En este sentido resulta razona-
ble afirmar que, a pesar de las apariencias y de cierta «frivolidad» de pensa-
miento, «el anarquismo metodológico trabaja... por el método (mejor aun,
por los métodos) argumentando contra el método» (14).
En la medida en que la salida «positiva» del anarquismo sea el pluralis-
mo metodológico, surgen tres órdenes de interrogantes. ¿Se deriva del plura-
lismo que a cada ciencia compete su propio método (junto y en la medida
de lo posible con la fecundidad de las mutuas «contaminaciones»)? ¿O se
deriva de ello que cada ciencia puede (debe, termina por, está en condicio-
nes de o necesita) acudir a más de un método? Se sobreentiende que por en-
cima de estas dos cuestiones está la cuestión —ampliamente debatida a lo
largo de la historia intelectual, particularmente en algunas épocas— de si
existen ontológica o axiológicamente las ciencias o la Ciencia. Expresada en
términos tradicionales, la contraposición está probablemente mal formulada
y no merece la pena insistir en ella aquí. Viceversa, teniendo en mente que
nuestro tema se refiere a la continuidad o discontinuidad metodológica entre
las ciencias físicas y las ciencias sociales (15), el tercer interrogante que

(12) Cfr. P. K. FEYERABEND: Scienza come arte, Laterza, Barí, 1984, págs. xxxni-
xxxiv.
(13) Cfr. P. K. FEYERABEND: Control il método..., cit., pág. 29.
(14) Cfr. G. GIORELLO: «Prefacio» a P. K. FEYERABEND: Contro il método...,
cit., pág. 7.
(15) La historia de las clasificaciones de las ciencias es larga, ya desde Aristóteles,
no pudiéndose abordar en este ensayo. A la misma han contribuido, entre otros, BACON,

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EPISTEMOLOGÍA Y CIENCIA POLÍTICA

surge entonces es el siguiente: ¿Existe un común denominador metodológico


entre los múltiples campos científicos?
Por método se entiende en general tres cosas distintas, si bien mutua-
mente relacionadas. Ante todo, el método científico es un procedimiento,
«una estrategia general que indica una secuencia ordenada de movimientos
(o estadios) que el científico debe seguir (o recorrer) para lograr el objetivo
de la propia investigación» (16). En este sentido se habla de «método induc-
tivo», «método deductivo», «procedimiento contrainductivo», «método sub-
jetivo versus método objetivo», etc. Por otra parte, el método científico es
un conjunto de reglas o normas de conducta o recomendaciones para algunos
de los movimientos en los que se articula el procedimiento. En particular,
unas ciencia empírica consta de reglas de aceptación (que «prescriben qué hi-
pótesis propuestas para entrar en el cuerpo de la ciencia se aceptan y cuáles
por el contrario se rechazan»), reglas de falsación (que «prescriben cuando
una hipótesis propuesta para formar parte del cuerpo científico o una hipó-
tesis ya aceptada y que forma parte del mismo debe considerarse confirmada
o refutada como falsa»), y reglas de selección (que «prescriben cuál de entre
dos o más hipótesis alternativas para la explicación de los mismos hechos
debe de preferirse») (17). Por último, el método científico es un conjunto de
técnicas —conceptuales u operativas, de observación, clasificación, cálculo,
ejecución de los experimentos— «con las que se lleva a cabo uno de los
movimientos previstos por el procedimiento y regido por las reglas» (18) (si
bien ya se ha indicado que el aspecto estrictamente técnico no es objeto de
atención en este libro, et de hoc satis).
Con su orden bien establecido, la clasificación tripartita semántica y fun-
cional que se acaba de indicar, junto con sus especificaciones internas, choca
todavía con los escollos del acalorado debate epistemológico, que en el ardor
de su descabellada indisciplina tiende a someter a discusión los logros de
cualquier punto de partida. Volvemos, pues, a plantear la cuestión: ¿Existe
un mínimo común denominador, un dato o factor o criterio invariable res-
pecto a la multiplicidad de disciplinas científicas? La opinión de Marcello
Pera es que, refiriéndose al procedimiento, el método de la ciencia es único.
«Al menos a este nivel, la controversia entre monismo y pluralismo metodo-

COMTE, SPENCER, ADLER, MENZEL y COURNOT. Para nuestros objetivos bastará, salvo
indicación en contrarío, con la summa divisio entre conocimiento empírico y conoci-
miento no empírico así como dentro del primero la dicotomía entre ciencias físicas y
ciencias sociales.
(16) Cfr. M. PERA: Apología del método, Laterza, Barí, 1982, pág. 14.
(17) Ibídem, págs. 15 y 18-19.
(18) Ibídem, pág. 15.

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DOMENICO FISICHELLA

lógico es fácilmente resoluble: el procedimiento de la ciencia es único por-


que siempre, cualquiera que sea el objeto específico de la investigación, se
trata de resolver problemas cognitivos» (19).
Si bien esta última afirmación es indiscutible, la premisa relativa a la
unidad del procedimiento es al menos discutible. Si el procedimiento es una
estrategia que indica una secuencia ordenada de movimientos o estadios, y si
el método inductivo y el método deductivo puede ser correctamente califica-
dos como procedimientos, se debe de reconocer que el vector o dirección del
primer método es opuesto al vector o dirección del segundo método: de hecho
la secuencia de la inducción va (para entendernos en una primera aproxima-
ción, a reserva de posteriores especificaciones y profundización) de lo singular
a lo general, mientras que la secuencia de la deducción va de lo general a
lo singular (o particular). La diferencia es grande, tan grande como para
constituir el terreno y el objeto de innumerables guerras epistemológicas: para
una secuencia vectorial, el saber qué dirección seguir representa el dilema
por excelencia. Se deduce, por tanto, que, salvo que se comprendan y cata-
loguen apriorísticamente y por mandato todas las ciencias en el procedimiento
inductivo (o, ad libitum, en el procedimiento deductivo), no podemos excluir,
al menos con el grado de conocimiento logrado hasta ahora, que mientras para
unas disciplinas científicas la secuencia idónea es la deductiva, para otras
disciplinas la secuencia adecuada sea la contraria. Volvemos a estar como
al principio.
¿Existe, sí o no, un mínimo común denominador, un dato o factor o un
criterio invariable? «El criterio de concordancia con los hechos... es un crite-
rio de este tipo» y podemos denominarlo «criterio constitutivo», porque «es
la condición de la posibilidad misma de la investigación científica» (20). En
efecto, «aunque aquellos que, como Laudan o Feyerabend, intentan negar
cualquier papel a la verdad como idea rectora de la ciencia, y prefieren ha-
blar el lenguaje de la 'solución de los problemas', deben de admitir que los
científicos aspiramos a resolver problemas no con cualquier teoría, sino con
teorías que están al menos de acuerdo con los principales hechos regis-
trados» (21).
No existe duda alguna que, orientando nuestro análisis sobre el conoci-
miento empírico, el criterio de la concordancia con los hechos debe ser con-
siderado como «criterio constitutivo». Esto es ciertamente un requisito inva-

(19) Ibídem, pág. 18.


(20) Cfr. M. PERA: «Progresso scientifico, storia e valori», introducción a P. K. FE-
YERABEND: Scienza come arte, cit., pág. xxi.
(21) Ibídem, págs. xi-xxn.

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EPISTEMOLOGÍA Y CIENCIA POLÍTICA

riante (22) y sitie qua non, en ausencia o por debajo del cual no se da el tipo
de conocimiento científico que se acaba de indicar. Presuponiendo esto, las
dificultades nacen inmediatamente después y hacen referencia a la configura-
ción de dicho «acuerdo». ¿Cómo se materializa? ¿Cómo se lleva a cabo?
¿Cómo se mide? ¿Cómo se extiende? Como el criterio de la concordancia con
los hechos está en condiciones de ofrecer respuestas adecuadas y pertinentes
a estas cuestiones, es necesario introducir en el dicurso algún otro criterio
distintivo que se fundamente antes.
Popper propone al efecto dos indicaciones importantes, subrayando la
exigencia ya sea de un criterio de demarcación (23), ya de un criterio de
progreso (24). El primero tiene la función de proporcionar «una contraseña
apropiada para distinguir el carácter empírico, no metafísico, de un sistema
de teorías» (25): en esencia, traza la línea fronteriza entre ciencia empírica
y no-ciencia (26). En ausencia de tal línea, no se tiene la posibilidad de
distinguir el conocimiento científico. Por lo que se refiere al criterio de
progreso, el estudioso austro-inglés afirma que constituye una mejora res-
pecto a otras teorías la teoría que presenta «un mayor grado de contenido
empírico, o de controlabilidad» (27). Si no disponemos de un criterio de
progreso (28), no tenemos modo alguno de valorar la productividad teórica

(22) El alcance de la intensidad y extensión de la concordancia entre teoría y


hechos puede, como veremos, cambiar, pero la exigencia de un nivel «mínimo» de
adecuación sigue existiendo.
(23) Cfr. K. R. POPPER: Lógica della scoperta scientifica, cit., pág. 14.
(24) Cfr. K. R. POPPER: Congetture e confutazioni, II Mulino, Bologna, vol. I,
pág. 372.
(25) Cfr. K. R. POPPER: Lógica della scoperta scientifica, cit., pág. 14.
(26) Dicha línea de distinción hace referencia también a la lógica y a la mate-
mática, formas de conocimiento no empíricas. Pero para nuestros fines (distinguir
entre ciencia empírica y no ciencia) esta referencia no exige un mayor desarrollo.
Cfr. ibídem, pág. 14.
(27) Cfr. K. R. POPPER: Congetture e confutazioni, cit., pág. 373.
(28) Hago mía la siguiente advertencia popperiana: «Puesto que he utilizado va-
rias veces la palabra ^progreso', será mejor que, llegados a este punto, me asegure de
no ser confundido con quienes creen en la vigencia de una ley histórica del progre-
so..., afirmado que ninguna ciencia está sujeta a semejante ley... Pero la ciencia es
una de las pocas actividades humanas —si no la única— en la que los errores son
sistemáticamente sometidos a crítica y, con frecuencia, corregidos con el tiempo. Por
ello, podemos... hablar aquí clara y racionalmente de progreso.» Cfr. Congetture e
confutazioni, cit., pág. 371. Véase también K. R. POPPER: «La scienza nórmale e i suoi
perícoli», en I. LAICATOS y A. MUSGRAVE (eds.), op. cit., pág. 127: «En la ciencia (y no
sólo en la ciencia) podemos afirmar haber hecho un auténtico progreso.» Sobre algu-
nas consideraciones en torno al problema del progreso cfr. mi Política e mutamento so-
ciale, cit., págs. 95-134.

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DOMENICO FISICHELLA

del trabajo científico, dado que «el trabajo del científico consiste en la pro-
ducción de teorías y en su sometimiento a prueba» (29). Hemos llegado así
a dos puntos problemáticos de gran relieve en el debate epistemológico y
sobre los que es necesario detenerse.

3. CRITERIO DE DEMARCACIÓN Y DE UNIVERSALIDAD

Una larga y ramificada tradición establece que una hipótesis o una teoría
sea sometida a control a fin de ser verificada, esto es, para que se demuestre
su veracidad mediante la observación. Según este planteamiento las proposi-
ciones científicas son, en esencia, aquellas de las que se pueden obtener
enunciados observacionales verdaderos, de forma que —si es posible conocer
todos los enunciados de este tipo sobre un cierto orden de hechos o aconteci-
mientos— conoceremos también todo aquello que merezca ser afirmado por
la ciencia y tendremos, por tanto, una proposición de orden universal.
De hecho, sin embargo, a partir del Tratado sobre la naturaleza humana
de David Hume (esto es, desde 1738) nos encontramos frente a la objeción
que establece la imposibilidad de demostrar mediante la observación la vera-
cidad de las proposiciones (hipótesis, leyes, teorías) de carácter universal,
válidas urbi et orbi y nunc et semper, de las que puedan derivarse previsio-
nes. En otros términos —y en la reformulación popperiana del problema
humeano de la inducción— «desde un punto de vista lógico, es todo menos
obvio que se puedan justificar enunciados universales a partir de la inferen-
cia de enunciados singulares, independientemente del número de estos últi-
mos. De hecho cualquier conclusión que se derive de esta forma puede reve-
larse falsa: por muchos que sean los cisnes blancos que podamos haber
observado, no puede justificarse la conclusión de que todos los cisnes son
blancos» (30). En la traducción de Cari Gustav Hempel, dicho concepto ha
quedado como sigue: «Aunque se constatase que (una hipótesis) se cumple
exactamente en todos los casos observados, ello no podría obviamente excluir
la posibilidad de que existan algunos casos no observados en el pasado o en
el futuro que no estén conformes con la misma» (31).
El problema que surge entonces, esto es, una vez constatado la inverifica-
bilidad empírica de las teorías, es evidente. Si lógicamente es inadmisible la
inferencia de teorías a partir de enunciados singulares verificados por la ex-
(29) Cfr. K. R. POPPER: Lógica della scoperta scientifica, cit., pág. 9.
(30) Ibídem, págs. 5-6.
(31) Cfr. C. G. HEMPEL: Filosofía delle scienze naturali, II Mulino, Bologna,
1968, pág. 49.

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EPISTEMOLOGÍA Y CIENCIA POLÍTICA

periencia sobre la base de la observación (independientemente del significa-


do que pueda darse a aquéllos e independientemente del ropaje técnico que
abrigue a la observación), estas conclusiones confirman la imposibilidad de
enunciar por esta vía proposiciones universales. Popper no sólo reivindica el
abandono de la tradición cultural según la cual «la verdad consiste en la co-
rrespondencia con los hechos de lo que se afirma» (32), sino que al mismo
tiempo advierte sobre la necesidad esencial de salvar la posibilidad de esta-
blecer formulaciones universales en el seno de la ciencia si no se quiere des-
plazar la categoría de la universalidad al ámbito de la «metafísica» (no
empírica).
Por otra parte, un sistema solamente es empírico cuando puede ser con-
trolado por la experiencia: en ausencia de un control de este tipo no existe
la ciencia como conocimiento empírico. Y este es el punto del que parte la
propuesta popperiana. El criterio de demarcación entre ciencia y «metafísica»
no es la verificabilidad, sino la falsabilidad de un sistema. «En otros térmi-
nos: no se ha de exigir de un sistema científico el que pueda ser aceptado,
en términos positivos, de una vez para siempre; por el contrario, se ha de
exigir que su lógica sea tal que pueda ser puesta a prueba por medio de
controles empíricos, en un sentido negativo: un sistema empírico debe de
poder ser falsado por la experiencia» (33). Aquí está, en resumen, la asime-
tría entre verificabilidad y falsabilidad, y en virtud de tal asimetría, si bien
es cierto que los enunciados universales no pueden ser derivados nunca de
enunciados singulares, pueden, sin embargo, ser contradichos por enuncia-
dos singulares.
Una primera impresión puede sugerir que para Popper el criterio de pro-
greso y el criterio de demarcación (gracias al cual se distinguen los enuncia-
dos universales de la ciencia empírica de los enunciados universales de la
«metafísica») terminan en realidad por coincidir. El criterio de progreso, de
hecho, apela a la controlabilidad, y el criterio de demarcación a la falsabili-
dad. Pero este último es precisamente el modo a través del cual se realiza la
controlabilidad, y el mismo Popper lo dice expresamente cuando subraya
que «el criterio de cientificidad de una teoría es su falsabilidad, su refutabi-

(32) Cfr. K. R. POPPER: Poscrítto alia Lógica della scoperta scientifica. II realismo
e lo scapo della scienza, II Saggiatore, Milán, 1984, pág. 20.
(33) Cfr. Lógica della scoperta scientifica, cit., pág. 22. POPPER subraya en varias
ocasiones el carácter lógico del concepto de falsabilidad. Véase Poscrittto alia Lógica
della scoperta scientifica, cit., págs. 9 y sigs.
(34) Cfr. K. R. POPPER: Congetture e confutazioni, cit., pág. 67, así como pág. 71,
donde habla del criterio de distinción como «criterio de la controlabilidad o falsabili-
dad o refutabilidad».

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DOMENICO FISICHELLA

lidad o su controlabilidad» (34), siendo estos tres últimos sustantivos consi-


derados como sinónimos. No obstante, hay que tener en cuenta que la dis-
cusión sobre el progreso no se agota con la individuación del criterio de
demarcación, sino que comporta (al menos) otro núcleo central del debate
epistemológico, como se verá a continuación.
¿Cuál es la forma a través de la cual se da el crecimiento del conocimien-
to científico? La respuesta popperiana es que no tiene lugar a través de la
acumulación de observaciones, sino por el contrario, mediante el «continuo
descalabro de las teorías científicas» y su sustitución por otras más satisfac-
torias, esto es, mediante una revolución científica. En este punto el episte-
mólogo austro-inglés alumbra una tesis que será sucesivamente desarrollada,
articulada y enriquecida sobre todo por Lakatos: el conflicto por el éxito
tiene lugar entre las «teorías concurrentes» (35), prevaleciendo la más rica,
la que más afirma. ¿Pero en qué sentido rica?
La respuesta popperiana apela al concepto, considerado fundamental, de
grado de universalidad. Sin duda la cuestión de la forma lógica del saber in-
dica que «nuestras teorías deben ser universales, lo que significa que deben
de representar enunciados válidos para todas las regiones espacio-temporales
del mundo» (36). Pero esto no significa que las teorías puedan dar cuenta
de la esencia última del mundo. Significa simplemente que (con referencia
al carácter estructural del mundo más que a su esencia) de una teoría conje-
tural con un cierto grado de universalidad —universalidad en relación a una
determinada fase o condición o incluso modalidad del desarrollo científico—
es lícito, posible y «necesario» (porque «la investigación no tiene fin») (37)
pasar a una teoría conjetural con un grado mayor de universalidad. Para
confirmar una teoría no sólo debe partirse de una teoría de carácter más
general (y dicho segundo sistema teórico no puede construirse de forma in-
ductiva, porque en este caso, si así puede decirse, resulta todavía más impo-
sible conocer todos los hechos pasados, presentes y futuros de la misma
clase), sino que también porque siendo más universal la nueva teoría es más
falsable, está más expuesta a ser objeto de verificación empírica, por consi-
guiente explica más y se sostiene frente a los ataques.
Con el concepto de grado de universalidad se concede entonces a la ca-
tegoría de «universalidad» un carácter no estático sino dinámico, no rígido

(35) Cfr. ibídetn, pág. 370.


(36) Cfr. K. R. POPPER: Poscritto alia Lógica della scoperta scientifica, cit.,
pág. 157.
(37) Así reza el título de la autobiografía intelectual popperiana. Cfr. La ricerca
non ha fine, Armando, Roma, 1976. Adviértase que el «necesario» en el texto no apela
a una necesidad «determinante».

18
EPISTEMOLOGÍA Y CIENCIA POLÍTICA

sino expansivo, no puntual sino circular concéntrico creciente; se le atribuye


una connotación no de definitivo sino de tendencial. Esto constituye un enri-
quecimiento lógico y teórico altamente relevante. No obstante, directa o
indirectamente, la compleja y omnicomprensiva reflexión popperiana ha des-
encadenado y ha sido objeto de un vasto e incisivo abanico de objeciones
dirigidas al corazón de su modelo epistemológico, atacando ya el criterio de
demarcación, ya el criterio de progreso. Analíticamente hay que distinguir
los dos órdenes de críticas y en este ensayo se tratará de ordenarlas y expo-
nerlas separadamente. En concreto, sin embargo, si de un lado dichas críti-
cas se excluyen mutuamente, de otro lado se entrecruzan y fundamentan mu-
tuamente. Pero veámoslo más detenidamente.

4. CAMBIO ACUMULATIVO DE LA CIENCIA

Tanto para Kuhn como para Popper, la idea de revolución científica es


central. Pero con una diferencia de fondo que Lakatos ha evidenciado clara-
mente. Mientras que para Popper la ciencia es «revolución permanente» (38)
a través del continuo descalabro de teorías, para Kuhn la revolución es excep-
cional, o al menos insólita, constituyendo un evento que sobresale de la coti-
dianeidad de la empresa científica. La cuestión entonces es, en primera ins-
tancia, qué es lo que ocurre en las largas fases entre una revolución y otra.
La respuesta en breve es la siguiente: tiene lugar el dominio de lo que Kuhn
denomina «ciencia normal», fundamentada sólidamente sobre el predominio
de un «paradigma».
La descripción y definición de un paradigma no es una tarea fácil. Mar-
garet Masterman ha evidenciado que pueden enunciarse no menos de veintiún
significados diferentes en los que dicho término es utilizado en la obra más
famosa de Kuhn, La estructura de las revoluciones científicas. Así, paradig-
ma se entiende ya como un mito, ya como una figura gestálica que puede
verse de dos formas diferentes (en relación al cambio a largo plazo), ya como
una especulación metafísica, ya como un principio de organización que
puede gobernar incluso la misma percepción de la realidad, ya como una
concepción epistemológica general, ya como algo que delimita un amplio
sector de la realidad, etc. (39).

(38) Cfr. I. LAKATOS: «La falsificazione e la metodología dei programmi di ricer-


ca scientifica», en I. LAKATOS y A. MUSGRAVE (eds.), op. cit., pág. 165.
(39) Cfr. M. MASTERMAN: «La natura de un paradigma», en I. LAKATOS y A. MUS-
GRAVE (eds.), op cit., págs. 131-138.

19
DOMENICO FIS1CHELLA

Evidentemente no todos estos significados son incompatibles entre sí.


Algunos pueden ser meras aclaraciones de otros. En términos más generales
puede intentarse una reordenación para agruparlos sistemáticamente, propo-
niendo Masterman tres grupos principales. Cuando Kuhn habla de mito, con-
junto de concesiones, tradición íntegra o, por el contrario, de nueva forma
de ver, etc., lo que tiene en mente es claramente una noción o entidad «me-
tafísica», más que científica. En este contexto puede hablarse de «paradig-
ma metafísico» o «metaparadigma». Se habla por el contrario de «paradigma
sociológico» cuando la noción se entiende como «resultado científico con-
creto», como «resultado científico universalmente reconocido», como (en
analogía con los procesos políticos y las crisis revolucionarias en dicha are-
na) «conjunto de instituciones políticas» (científicas en este contexto). Por
último se tiene un «paradigma-artefacto» o «paradigma-construcción» cuando
la utilización kuhniana quiere evidenciar que una obra clásica de la ciencia
o un conjunto de instrumentos constituyen a su vez (o más bien forman
parte de) un paradigma.
Sin insistir más sobre el carácter polisémico del concepto de paradigma,
y aceptando las formulaciones globalizadoras de Masterman, lo que hay que
destacar es que en dicha clasificación tripartita lo que se ha denominado
«metaparadigma» recoge plenamente el criterio de demarcación entre lo que
es y no es ciencia (pseudociencia, «metafísica»). Esto lleva a plantear dos
cuestiones; la primera sobre la naturaleza y el grado de vigencia real y de
relevancia efectiva de la línea de demarcación; la segunda sobre la existencia
y la extensión del papel de la «metafísica» dentro de la empresa científica.
Si comenzamos dando respuesta a esta segunda cuestión podremos desembo-
car en la primera.
Popper, el «padre» del criterio de demarcación, no llega a negar el papel
de la teoría metafísica, esto es, de la teoría no demostrada o, mejor dicho,
no controlable, por cuanto se halla «en un nivel de universalidad demasiado
alto» y, por tanto, demasiado lejana del nivel alcanzado por la ciencia
controlable del momento (40). Con frecuencia, incluso, la teoría metafísica
es la fuente o la circunstancia a partir de la cual germinan teorías empíricas,
y a veces sucede que una teoría metafísica no controlable ejerce sobre la
ciencia una influencia mayor que muchas teorías científicas controlables.
Este es el caso del atomismo, que constituye un «ejemplo excelente» de dicha
superioridad, o de la «teoría cartesiana del mundo como mecanismo de relo-
jería» (41). En la óptica popperiana, una teoría metafísica puede desarrollar-
l o ) Cfr. K. R. POPPER: Lógica della scoperta scientifica, cit., pág. 306.
(41) Cfr. K. R. POPPER: Poscritto alia Lógica della scoperta scientifica, cit.,
pág. 207, donde se explica que la referencia al mecanismo de relojería deriva del he-

20
EPISTEMOLOGÍA Y CIENCIA POLÍTICA

se y reforzarse hasta convertirse en controlable, o puede permanecer empíri-


camente irrefutable, pero incluso en este caso es posible la discusión y la
crítica racional, si bien no el control empírico. De cualquier forma juegan
un papel parangonable con la «hipótesis ficticia» comteana, donde las «con-
cesiones teológicas» eran ficticias, pues, aun no siendo «positivas», permi-
tían, sin embargo, una primera comprensión del mundo, haciendo con ello
posible una primera organización de la investigación.
Lakatos también incluye en su «metodología de los programas de investi-
gación científica» el momento metafísico. Así, por ejemplo, la «metafísica
cartesiana» puede considerarse un programa de investigación, así como tam-
bién, y más en concreto, la «heurística positiva» de un programa de investi-
gación puede formularse como un principio «metafísico», incluso teniendo en
cuenta que «la heurística positiva sigue su curso con un desprecio casi abso-
luto por las 'refutaciones'» (42). Por último, y referido a Feyerabend, bastará
recordar que según su punto de vista no solamente muchos de los «experi-
mentos» utilizados en el razonamiento de Galileo sobre el movimiento de la
Tierra son absolutamente ficticios, sino que el gran científico italiano «inven-
ta» también una nueva concepción del concepto de experiencia más sofisti-
cada y bastante más especulativa que la experiencia en Aristóteles o en el
sentido común. En otros términos, «Galileo inventa una experiencia que con-
tiene ingredientes metafísicos» y «a través de una experiencia así se realiza la
transición de una cosmología geostática al punto de vista de Copérnico o de
Kepler» (43).
La especificidad kuhniana es que el aspecto metafísico aparece ora en la
fase revolucionaria, ora en la fase de la «ciencia normal». De hecho, si esta
presupone un paradigma no carente de características dogmáticas, la revolu-
ción se resuelve en un cambio de concepción del mundo, donde el paso de
un paradigma a otro lo es también para la «metafísica»: la revolución es
«una especie muy particular de cambio que comporta una suerte de recons-
trucción de los dogmas compartidos por el grupo» (44).
Es sabido que a Kuhn se le ha acusado de haber dado al dogma un es-
pacio tan grande en la historia de la ciencia que ha hecho estéril buena

cho de que dicha teoría se basa sobre la doctrina según la cual cada causa física
tiene lugar mediante golpes.
(42) Cfr. I. LAKATOS: «La falsificazione e la metodologia dei programmi di ricer-
ca scientifica», en I. LAKATOS y A. MUSGRAVE (eds.), op. cit., pág. 213. Sobre los con-
ceptos de «heurística negativa» y «positiva», cfr. ibídem, passim.
(43) Cfr. P. K. FEYERABEND: Contro il método, cit., págs. 76-77.
(44) Cfr. T. S. KUHN: La struttura delle rivoluzioni scientifiche (con el epílogo
de 1969), Einaudi, Turín, 1981, sexta edición, pág. 218.

21
DOMENICO FISICHELLA

parte de la empresa científica como ejercicio y acicate del pensamiento crí-


tico (45). Es, sin embargo, un hecho que bajo el acicate de la reflexión
kuhniana, un amplio y variado abanico de la epistemología contemporánea
se ha visto inducido a revisar ya la cuestión de la relación y de los límites
entre ciencia y no-ciencia, ya el problema del papel de la «metafísica» en el
proceso de descubrimiento y de investigación empírica. ¿Pierde el criterio
de demarcación entonces su significado al llegar al fin de la exploración?
Ciertamente no. La demarcación, de hecho, conserva íntegra su naturaleza de
criterio lógico de distinción, de tal forma que el objeto de la ciencia es y
continúa siendo la formulación de proposiciones controlables. En la consi-
deración histórica, por el contrario, el discurso resulta más controvertido, no
tanto porque la trama entre ciencia y no-ciencia es dura de roer (de hecho
indestructible incluso en relación a los objetivos mismos del conocimiento
científico) (46), sino porque es bastante difícil poder sostener que el espacio
del conocimiento científico se amplía regularmente, y que paralelamente y
con un ritmo similar se reduce el espacio de la especulación «metafísica»,
si bien es indudable que se da una tendencia, ya sea relativa o absoluta, de
crecimiento del conocimiento empírico: «Sabemos más de lo que sabíamos
antes» (47).
Pero, ¿cómo acrecentamos el conocimiento? ¿En base a la aplicación de
qué criterio? Nos encontramos entonces en el segundo núcleo de la reflexión
kuhniana. En otros términos, ¿cómo procede la «ciencia normal»?, ¿a qué
criterios atiende? Una vez admitido un paradigma, la ciencia trabaja en la
resolución de «rompecabezas», esto es, en dar cuenta de las «anomalías» y de
los hechos contrarios a fin de compatibilizarlos con la teoría dominante
e incluso con elementos de fundamentación de la misma. En este punto,
mientras Popper exagera la importancia de los «episodios extraordinarios y

(45) Por ejemplo la crítica de POPPER en «La scienza nórmale e i suoi pericoli»,
cit., passim.
(46) En la medida en que la «metafísica» tiene un contenido de «fantasía creado-
ra» puede contribuir a la emergencia de teorías científicas audaces y consecuente-
mente, en cuanto que más universales, también más falsables.
(47) Cfr. K. R. POPPER: «La scienza nórmale e i suoi pericoli», en I. LAKATOS
y A. MUSGRAVE (eds.), op. cit., pág. 127. También KUHN cree en el crecimiento del
conocimiento empírico, en el sentido de que «las teorías científicas posteriores son me-
jores que las anteriores para resolver los rompecabezas», pero advierte que esto no
significa que se acerquen más a la representación de los fenómenos tal como «real-
mente» son, pues el «ser realmente» no tiene una existencia ontológicamente autó-
noma y porque no existe ninguna forma independiente de las teorías que pueda recons-
truir expresiones de este tipo. Cfr. T. S. KUHN: La struttura delle rivoluzioni scienti-
jiche, cit., pág. 247.

22
EPISTEMOLOGÍA Y CIENCIA POLÍTICA

revolucionarios del desarrollo científico» (48), Kuhn se centra en la capaci-


dad de la «ciencia normal» para «ampliar de forma estable el volumen y pre-
cisión del conocimiento científico» (49).
Kuhn, al igual que Popper, rechaza el planteamiento inductivista. En co-
herencia con ello no cree que existan reglas para inducir teorías correctas a
partir de los hechos (50). Lo que diferencia a los dos autores en este punto
es ya el tipo, ya la función de control en la empresa científica. Para Popper,
que se mueve dentro de la óptica de la ciencia como producción de proble-
mas, el tipo de control y su función es esencialmente refutador y falsador.
Sirve para descalabrar ininterrumpidamente teorías. Para Kuhn, que se mueve
en la óptica de la ciencia como ciencia extensiva y tendente a la precisión,
el control tiene una función esencialmente confirmadora y corroboradora:
cuantos más enigmas resuelve, tantas más anomalías consigue explicar, tan-
tos más hechos contrarios neutraliza, tanto más y mejor se consolida la teoría
dominante. Es evidente que el control corroborador tiene también indirecta-
mente una función falsante: cuando no llega a resolver y cuando no consigue
incorporar las anomalías en la teoría dominante —evidenciando la resistencia
de las anomalías y de los hechos contrarios a ser explicados dentro del para-
digma y mostrando la debilidad científica de éste— prepara el camino a la
emergencia y a la instauración de un nuevo paradigma mediante una revolu-
ción científica. Pero ésta es, según Kuhn, como sabemos, un acontecimiento
inhabitual, a diferencia de la postura de Popper.
Si, por tanto, el paradigma presenta también a pesar de su dogmatismo
una vía de salida, se puede afirmar que tanto para Popper como para Kuhn
la génesis de una teoría es la misma: para ambos una nueva construcción
nace de forma deductiva. Distinta es, por el contrario, la gestión de la teoría,
y esta diferencia se manifiesta en los términos del criterio de progreso. Mien-
tras Popper privilegia el cambio revolucionario de la ciencia, Kuhn insiste en
el cambio acumulativo de la ciencia.
Popper tiene razón cuando subraya que la experiencia histórica no sos-
tiene la doctrina kuhniana, según la cual «normalmente» tenemos «una teoría
dominante —un paradigma— en cada campo científico», de forma que la
historia de la ciencia consiste en la sucesión de teorías dominantes con pe-
ríodos intermedios revolucionarios de «ciencia extraordinaria». Esta doctri-

(48) Cfr. T. S. KUHN: «Lógica della scoperta o psicología della ricerca?», en


I. LAKATOS y A. MUSGRAVE (eds.), op. cit., pág. 80.
(49) Cfr. T. S. KUHN: La struttura della rivoluzioni scientifiche, cit., pág. 75.
(50) Las teorías son «más bien construcciones fantasiosas (posits) inventadas en
un solo bloque para aplicarlas a la naturaleza». Cfr. T. S. KUHN: «Lógica della sco-
perta o psicología della ricerca?», en I. LAKATOS y A. MUSGRAVE (eds.), op. cit., pág. 81.

23
DOMENICO FISICHELLA

na parece adaptarse bastante bien a la astronomía, pero en otros ámbitos se


conocen numerosos casos de varias teorías dominantes (incluso concurrentes)
dentro de la misma época: «En relación, más en concreto, al problema de la
materia hemos dispuesto de al menos tres teorías dominantes en concurren-
cia durante la Antigüedad» (51). Por el contrario, Kuhn da en el blanco
cuando critica lo «extraño» de una doctrina como la popperiana que insiste
en el papel de los controles en la sustitución de las teorías científicas, para
tener que reconocer después que muchas teorías, así la tolemaica, se sus-
tituyeron antes de ser sometidas a control, con lo que «al menos en ciertas
ocasiones los controles no son requisito para las revoluciones con las que la
ciencia avanza» (52).
Estas críticas mutuas tienen ciertamente un peso propio, pero no deben
de inducir al error de confundir un criterio lógico con un criterio de inter-
pretación historiográfico, y una secuencia lógica con una secuencia histórica.
Igual que carece de sentido una transposición mecánica y sin más de ciertos
enunciados desde la dimensión lógica a la dimensión historiográfica, y vice-
versa, así también es evidente que las aplicaciones históricas de los criterios
lógicos resultan más flexibles y «retrasadas» respecto a los «originales».
Pero esto no priva de relieve y autonomía al discurso lógico, y si bien apela
a la necesidad de diferenciar entre la lógica de la ciencia y la historia de la
ciencia, esta distinción tampoco significa de hecho incomunicabilidad, sobre
todo en relación a un conocimiento empírico (53).
Teniendo en cuenta esto, la importancia de la contribución kuhniana ra-
dica en el hecho de que la idea de ciencia normal como empresa altamente
cumulativa permite directa o indirectamente realizar en términos coherentes
la recuperación, dentro del marco deductivo (inevitable porque es insupera-

(51) Cfr. K. R. POPPER: «La scienza nórmale e i suoi pericoli», cit, pág. 125.
La réplica de KUHN en el epílogo de 1969 reza: «Una teoría así no es esa suerte de
argumento sobre el cual los miembros de una comunidad (científica) singular deban
de estar necesariamente de acuerdo» (pág. 218). Por lo demás, KUHN subraya que,
especialmente en algunos campos, el camino histórico hacia un paradigma universal es
largo; cfr. T. S. KUHN: La struttura delle rivoluzioni scientijiche, cit., págs. 34-36.
(52) Cfr. T. S. KUHN: «Lógica della scoperta o psicología della ricerca?», cit.,
pág. 79. Entre los casos «en que no hubo refutación» POPPER señala las teorías de
GALILEO y de KLEPER, que no fueron refutadas hasta NEWTON, así como el sistema
de TOLOMEO que no fue refutado hasta que COPÉRNICO creó el suyo. Es en casos
como estos, indica POPPER, donde los experimentos cruciales asumen una importan-
cia decisiva. Cfr. K. R. POPPER: Congetture e confutazioni, cit., vol. I, págs. 421-423.
(53) La afirmación feyerabendiana de que «todo vale», en la medida en que his-
torifica de forma radical la metodología de la ciencia, tiene una plausibilidad más
histórica que lógica.

24
EPISTEMOLOGÍA Y CIENCIA POLÍTICA

ble la objeción humeana a la inducción) y después de haberlo «sacado» de


la matriz inductivista y haberlo «depurado» convenientemente, tanto del
concepto de observación, como del concepto de probabilidad. El mismo
Popper, que siempre rechaza el término «confirmación» porque es sospe-
choso de «fuertes connotaciones verificacionistas» (54), y que en general es
crítico frente a término «probabilidad», introduce una serie de distinciones
analíticamente útiles que atenúen su sensiblemente rígida postura negativa
y ofrecen espacios de convergencia en lo sustancial.
El tema de la probabilidad es uno de los más complicados y controver-
tidos de toda la reflexión popperiana. Para los fines que aquí interesan basta
recordar que según el pensador vienes dicho término es (impropiamente) uti-
lizado en relación al menos con tres categorías conceptuales. En primer lugar,
un significado correcto (y por tanto una expresión preferible) es el de «grado
de corroboración» como grado de validez de una hipótesis o como medida en
la que se han superado los controles, no obstante reteniendo que, si bien la
aceptabilidad de una hipótesis depende de su grado de corroboración, las dife-
rencias de opinión o las dudas sobre dicha aceptabilidad no pueden ser eli-
minadas nunca solamente gracias a una presunta «exacta» determinación del
grado de validez (55). Un segundo significado del término probabilidad, tam-
bién compatible con el ámbito de lo deductivo, es el de la «frecuencia
relativa» (56), con la advertencia de que «cualquiera que sea la interpreta-
ción de las afirmaciones científicas de probabilidad que se adopte, no ha de
dudarse de que la interpretación más frecuente sigue siendo de importancia
fundamental, desde el momento en que son siempre las afirmaciones más
frecuentes las que son sometidas a control empírico» (57). Por último, la
probabilidad hace referencia a la probabilidad (y por tanto también a la pre-
visibilidad) de un evento. En este caso debe tenerse presente que la proba-
bilidad de una hipótesis en relación a los controles y la probabilidad de un
evento (o de una hipótesis) en relación con sus posibilidades de verificación
son distintas, entre otras cosas porque mientras que en este segundo caso
«sirven las reglas de cálculo matemático de la probabilidad..., éstas no sirven
para el primer caso» (58).
Por lo que a las observaciones se refiere, si de ellas no pueden derivarse
afirmaciones universales, no obstante es a través de los procedimientos de

(54) Cfr. K. R. POPPER: Poscritto alia Lógica della scoperta scientifica, cit., pá-
gina 244.
(55) Ibídem, pág. 236.
(56) Ibídem, pág. 295.
(57) Ibídem, pág. 369.
(58) Ibídem, pág. 240.

25
DOMENICO FISICHELIA

observación por los que se afrontan, por un lado, las anomalías y se resuel-
ven los rompecabezas y, por otro, se evidencian los hechos contrarios insu-
perables y las anomalías que en razón de su irresolubilidad preparan y pre-
ludian la revolución científica. Es cierto, sin embargo, que también, y a pesar
de (o debido a, o junto con) los controles a través de observaciones refutado-
ras y corroboradoras, permanece todavía sin resolver el problema de la incon-
mensurabilidad de las teorías, ya sea en la aceptación feyerabendiana, ya sea
en la acepción kuhniana (como concepciones del mundo separadas por la
divisoria revolucionaria) (59). Pero el problema se reduce en parte al menos
en el sentido de que la inconmensurabilidad no llega necesariamente a signi-
ficar intraducibilidad, quedando en que es una cuestión bastante difícil, por
decirlo así, traducir del chino al español y viceversa (60). En segundo lugar,
si Kuhn se enfrenta a Popper reconociendo «que el control de los compro-
misos de fondo» tienen lugar en la ciencia extraordinaria (y sólo aquí) (61),
Popper por su parte lleva a cabo una maniobra de acercamiento al concepto,
prestado de Niels Bohr, de «principio de correspondencia».
En esencia se trata de lo siguiente. Una nueva teoría corrige efectiva-
mente una vieja alcanzando un grado mayor de universalidad y, por tanto,
adquiriendo un mayor grado de profundidad. Pero en el tránsito de una teoría
a otra a través del derribo de la primera, en tanto que la corrección comporta
que la nueva teoría «debe contener aproximadamente la vieja a través de va-
lores apropiados de los parámetros de la nueva» (62), dado que ésta explica
lo que aquélla explicaba y algunas cosas más, puede inferirse también que el
«principio de correspondencia» converge en (o no excluye) una cierta medida
de acumulación y, de otra parte, que el problema de la inconmensurabilidad

(59) Cfr. para KUHN la siguiente conclusión: con la revolución, el mundo de la


investigación le parecerá al científico «en distintos aspectos, inconmensurable con
aquello que veía antes». T. S. KUHN: La struttura delle rivoluzioni scientifiche, cit,
pág. 140.
(60) Cfr.T. S. K U H N : «Riflessioni sui miei critici», en I. LAKATOS y A. MUSGRA-
VE (eds.), op. cit., págs. 351-364. Sobre la inconmensurabildad y la traducibilidad, cfr.
G. GIORELLO: «Prefacio» a FEYERABEND: Contra il método, cit., págs. 10-12.
(61) Cfr. T. S. KUHN: Lógica delta scoperta o psicología della ricerca?, cit.,
págs. 74-75, donde continúa: y viceversa, «es la ciencia normal la que descubre ya
los puntos a controlar, ya la modalidad del control». De otro lado, es en ella donde
se forman los expertos. Por último, «es la ciencia normal, donde el tipo de control
que gusta a Popper no tiene lugar..., lo que más distingue a la ciencia de las demás
actividades. Si existe un criterio de distinción (pienso que no debe buscarse uno claro
y decisivo), éste puede encontrarse en aquella parte de la ciencia que Popper ignora».
(62) Cfr. K. R. POPPER: Poscritto alia Lógica della scoperta scientifica, cit., pá-
ginas 163-164.

26
EPISTEMOLOGÍA y CIENCIA POLÍTICA

retiene todavía una dimensión irresoluta e insolucionable (existen teorías que


son o continúan siendo inconmensurables). Esto tiene, sin embargo, un se-
gundo elemento de atenuación que lo hace menos dramático y perentorio,
además de no obstaculizante: el camino del conocimiento científico no está
bloqueado por el problema de la inconmensurabilidad de algunas teorías.
Como conclusión de este paralelismo entre Kuhn y Popper, por último,
es lícito deducir que, como quiera que existe un área de compatibilidad
(acomodación, yuxtaposición) entre ambos autores, lejos de excluirse mutua-
mente, surgen dos criterios —o mejor aún, modalidades— de progreso que
operan en el ámbito del escenario deductivo: una modalidad de progreso
mediante revoluciones (ciencia extraordinaria) y una mediante acumulación
(ciencia normal), susceptibles de enriquecimiento mutuo ya sea lógica o his-
tóricamente, y donde el ritmo de la cadencia revolucionaria es más una
questio facti que una questio iuri.

5. RELACIONES ENTRE LAS TEORÍAS

Como ya se ha indicado, Popper habla de teorías concurrentes. Kuhn, por


su parte, subraya que «la decisión de abandonar un paradigma supone siem-
pre al mismo tiempo la decisión de aceptar otro», de forma que «el juicio que
lleva a dicha decisión implica un enfrentamiento ya sea de los paradigmas
con la naturaleza, ya de un paradigma con otro» (63). Es Imre Lakatos, sin
embargo, quien lleva más lejos la concepción de la ciencia como una lucha
esencialmente teórica.
Dicho autor parte de un triple orden de consideraciones. En primer lugar,
como se recordará, la observación de que también las nuevas teorías nacen
refutadas, navegando en un mar de anomalías. En segundo lugar, Lakatos se
vincula a una constatación ya enunciada (más que por otros) por el propio
Popper, según quien siempre es posible encontrar alguna escapatoria para
esquivar la falsación: por ejemplo, introduciendo hipótesis auxiliares ad hoc,
o haciendo transformaciones ad hoc de una definición. En tercer lugar, es
cierto que ningún experimento ni ningún enunciado observacional pueden
llevar por sí mismos a la falsación de una teoría y esto porque «las proposi-
ciones sólo pueden derivarse de otras proposiciones, no de hechos», por cuan-
to que «todas las proposiciones de la ciencia son teóricas» (64). La falsación,

(63) Cfr. T. S. KUHN: La struttura delle rivoluzioni scientifiche, cit., pág. 104.
(64) Cfr. I. LAKATOS: «La falsificazione e la metodología dei programmi di ricer-
ca scientifica», cit., págs. 173 y 174.

27
DOMENICO FISICHELLA

en otros términos, presupone o bien la existencia de anomalías insuperables,


o bien sobre todo una teoría más explicativa que sustituya la precedente:
«No existe una falsación si antes no surge una teoría mejor» (65).
A partir de estas premisas, resulta fácilmente comprensible cuál es el do-
ble riesgo que comporta trabajar sobre una teoría empírica y sobre su relación
con la base empírica: o la teoría naufraga sobre los escollos de las anomalías,
o con el fin de salvarla se termina por recurrir continuamente a subterfugios
que puedan desfigurar la proposición teórica, y a fuerza de convertirla en
infalsable banalizan el criterio de cientificidad. En este contexto, la propues-
ta de Lakatos es que la atención no se concentre tanto en la relación entre
teoría y base empírica como sobre la relación entre teorías y, por tanto, lo
que importa es que proliferen las teorías, una serie o secuencia de teorías,
más que una teoría singular (66). En un escenario como éste, y no en otro,
se produce y se mide el progreso científico, en el doble sentido de que una
teoría es «progresiva teóricamente» si tiene un contenido empírico suplemen-
tario sobre todas las teorías que la preceden, y, de otra parte, que una serie
de teorías teóricamente progresivas es también empíricamente progresiva si
una parte de este contenido suplementario es también, en cierta medida, confir-
mado (67). Resumiendo, «no de una teoría aislada, sino solamente de una
serie de teorías puede afirmarse que es científica o no científica» (68) y, por
tanto, la relación teoría/hechos se encuadra más propiamente y progresiva-
mente sólo en términos de secuencia de teorías.
Llegados a este punto surge un interrogante: ¿Estas series están com-
puestas por teorías, por así decirlo, en orden disperso, o por teorías que tienen
algún elemento común entre sí? La respuesta lakatosiana es que las teorías
de una serie están ligadas por al menos cierta continuidad, la cual se realiza
gracias a (y en el contexto de) un «programa de investigación», esto es, de
un conjunto de reglas metodológicas, algunas destinadas a indicar qué vías
de investigación han de ser evitadas (heurística negativa), otras para señalar
qué vías han de seguirse (heurística positiva).
Todos los programas de investigación se caracterizan por su «núcleo» (69),
(65) Ibídem, pág. 195.
(66) «El falsacionismo sofisticado desplaza de esta forma el problema de cómo
evaluar las teorías al problema de cómo valorar series de teorías..., la aplicación del
término 'científico' a una teoría singular es un error de categoría»; ibídem, pág. 194.
(67) LAKATOS entiende que una teoría nueva tiene contenido empírico excedente
si predica algún nuevo hecho hasta el momento inesperado, siendo dicho contenido
en cierta medida corroborado si la nueva teoría conduce al descubrimiento real de
cualquier nuevo hecho; ibídem, pág. 193.
(68) Ibídem, pág. 194.
(69) Ibídem, pág. 209.

28
EPISTEMOLOGÍA Y CIENCIA POLÍTICA

esto es, por un elemento común a las teorías que componen la serie, no in-
frecuentemente asumido con cierta dosis de «metafisicidad» y, por tanto,
protegido por decisión de los investigadores de los ataques de las anomalías,
en cuyo mar de lo contrario se perdería el científico. La heurística negativa,
por tanto, evita que se vea atacado y amenazado el núcleo. La investigación
no procede de otra forma, por cuanto que las anomalías destruirían una tras
otra las proposiciones teóricas. Aquí radica la exigencia de un cinturón de
seguridad en torno al núcleo: compuesto por hipótesis auxiliares, es adapta-
do, readaptado y cuando así se precise sustituido con la agilidad necesaria
para hacerlo resistente; sobre él se ejerce y dirige el control, para defender
el núcleo así consolidado.
La heurística positiva, por el contrario, es la que se ocupa más específi-
camente de las anomalías, ya sea proponiendo cómo modificar y sofisticar el
«refutable» cinturón protector, ya sea elaborando modelos mucho más com-
plicados y articulados que simulan la realidad. Pero en esta doble operación,
la heurística positiva no está tan interesada en las refutaciones emergentes,
o mejor, surgidas de las anomalías (70) (pues estas preocupaciones son, por
el contrario, neutralizadas en gran medida una vez que el núcleo se ha hecho
intocable), como en las corroboraciones y, por consiguiente, en la capacidad
de poner fuera de combate a las anomalías y en la «producción de nuevos
hechos».
José Ortega y Gasset ha escrito que «toda ciencia de la realidad... se com-
pone de los siguientes cuatro elementos: a) Un núcleo a priori, el análisis del
tipo de realidad que se quiere estudiar, la materia en la física, lo 'histórico'
en la historia; b) un sistema de hipótesis que unen dicho núcleo a priori con
los hechos observables; c) una zona de 'inducciones' dirigidas por dichas
hipótesis; d) una vasta periferia rigurosamente empírica, descripciones de
hechos o datos puros» (71) (quede claro que también esta «descripción» está
categorialmente orientada). Quizá haya leído Lakatos a Ortega, quizá no.
Comoquiera que sea, entre las consecuencias que aquél atribuye a su cons-
trucción metodológica hay que llamar la atención para nuestros propósitos
sobre tres aspectos. Ante todo, en el contexto lakatosiano se realiza una recu-
peración de la «verificación» (72), teniendo, sin embargo, presente que tam-
bién aquí, como en la noción de acumulación del conocimiento científico en

(70) Dado que «la heurística positiva sigue adelante con una casi absoluta des-
consideración de las "refutaciones'»; ibídem, pág. 213.
(71) Cfr. J. ORTEGA Y GASSET: Scienza e folosofia, Armando, Roma, 1983, pág. 45.
(72) Cfr. I. LAKATOS: «La falsificazione e la metodología dei programmi di ricer-
ca scientifica», cit., pág. 213: «Son las 'verificaciones' las que hacen ir a un progra-
ma hacia adelante, a pesar de los ejemplos 'recalcitrantes'.»

29
DOMENICO FISICHELLA

Kuhn, esta recuperación tiene lugar no en el sentido del inductivismo estricto


(lo mismo vale para Ortega) y de la concepción tradicional del principio
inductivo, que es fundamentalmente transteórico y asume una «validez en
sí mismo» del hecho, sino en el sentido de una corroboración que se inscribe
en un cuadro theory-dependent. También Lakatos, por tanto, y al igual que
Kuhn y en ciertos aspectos que el mismo Popper (pero con una insistencia
e intensidad mayores, al menos en relación a éste último), tiende a reintro-
ducir (o introducir) el momento corroborador en el marco deductivo (73).
El segundo aspecto a evidenciar se refiere a un conjunto de premisas: la
asunción de que no existan falsaciones hasta tanto no emerja una teoría
mejor, la protección del núcleo del asalto de las refutaciones, el papel de la
corroboración dentro de la heurística positiva, la posibilidad de salvar gracias
a la unicidad del núcleo una serie de teorías y, por tanto, el programa de in-
vestigación, incluso si una teoría debiera de hundirse; todo ello hace que el
procedimiento falsacionista (devenido «sofisticado» y perdidas sus connota-
ciones «ingenuas») adquiera un significado diferente. Antes que resolverse
en una suerte de tiro al blanco que destruye y «niega» continuamente teorías
mediante un incesante bombardeo refutante, se convierte en una operación
positiva. Más difícil de conducir a puerto, pues se halla frenada por muchas
condiciones, pero constructiva. En esta clave, «la falsación no es simplemente
una relación entre teoría y base empírica, sino una relación múltiple entre
teorías en competencia, entre la originaria 'base empírica' y el acrecenta-
miento de la empirie que resulta de la competición» (74).
El tercer aspecto hace referencia a la noción de caso crucial o experimen-
to crucial o evidencia contraria crucial. Un caso es crucial, en el sentido de
la baconiana instantia crucis, siempre que indique los puntos de intersección
de dos (o más) teorías, sirviendo para decidir qué teoría va a descartarse y
cuál es, por el contrario, mejor (más explicativa). Como advierte Popper, «en
la mayor parte de los casos antes de falsar una hipótesis disponemos ya de
otra de recambio: de hecho el experimento falsador es habitualmente un
experimento crucial destinado a decidir entre una y otra» (75). Tampoco
Popper, por tanto, es ajeno al falsacionismo «constructivo» (76). Pero este
no es el punto. Si admitimos que los experimenta crucis persiguen «estable-

(73) De hecho el orden con el que afrontar las anomalías y con el que construir
el cinturón protector «viene habitualmente establecido por los teóricos, independien-
temente de las anomalías registradas»; ibídem, pág. 211.
(74) Ibídem, pág. 195.
(75) Cfr. K. R. POPPER: Lógica della scoperta scientifica, cit., pág. 77.
(76) Tanto K U H N como LAKATOS le tratan repetidas veces como «ingenuo».

30
EPISTEMOLOGÍA Y CIENCIA POLÍTICA

cer la verdad irreformable o la falsedad de un enunciado científico» (77),


resulta evidente que en el ámbito del conocimiento empírico casi no se da
este tipo de acontecimientos. Popper, empero, no reclama un concepto con
este sentido definitivo e irrefutable, sino en un sentido dinámico: y de hecho
lo coloca sobre el trasfondo de la noción de «verosimilitud», como acerca-
miento a la verdad (78). Por lo que a Lakatos se refiere, sostiene que —sien-
do necesaria una teoría mejor antes de refutar otra— ningún resultado expe-
rimental o ningún caso crucial es suficiente de por sí para constituir direc-
tamente una evidencia contraria. Subsiste, sin embargo, todavía un espacio
de operatividad de los experimentos o casos cruciales: éstos (y la operatividad
relativa) «pueden ser considerados como causa de anomalías solamente con
la vista puesta delante, a la luz de una teoría sustitutiva» (79). Bajo este dise-
ño, por tanto, el proceso de falsación asume un «carácter histórico» a lo largo
de la serie o la secuencia de teorías.
Pero de la propia configuración hiperhistórica emerge el límite de la pro-
puesta globalizadora lakatosiana. De hecho, tanto la época de la falsación
como la época de la verificación están prácticamente indefinidas. De esta
forma, si una teoría que tiene un aumento de contenido empírico corroborado
es «aceptable» en relación a las teorías rivales, el control empírico (verifica-
ción) de dicho contenido suplementario «puede exigir un tiempo indetermi-
nado» (80). Por el contrario, la falsación de un programa puede ser dilatada
de esta forma en el tiempo mediante variados artilugios que eclipsen a las
demás del horizonte, de manera que la única forma concreta de abandonar
un programa termina siendo la voluntad, la opción voluntaria de los investi-
gadores. En realidad, sólo queda falsado un programa cuando los científicos
deciden abandonarlo: «En la metodología de los programas de investigación,
el significado pragmático del 'rechazo' (de un programa) deviene de una cla-
ridad cristaliana: significa la decisión de cesar de trabajar en el mismo» (81).
En resumen, Lakatos historifica íntegramente el proceso de control ya en la
versión corroboradora, ya en la versión refutadora; pero en esta disolución
(77) Cfr. G. STATERA: Lógica, Linguaggio e sociología. Studio su Otto Neurath
e il neopositivismo, Taylor, Turín, 1967, pág. 98.
(78) Cfr. sobre este punto K. R. POPPER: Congetture e confutazioni, cit., pág. 421.
(79) Cfr. I. LAKATOS: «La falsificazione e la metodología dei programmi di ricer-
ca scientifica», cit., págs. 195-196. Cfr. también del mismo autor, «La storia della scien-
za e le sue ricostruzioni razionali», en I. LAKATOS y A. MUSGRAVE (eds.), op. cit., pá-
gina 376: «Ningún experimento es crucial (a excepción, quizá, de psicológicamente)
en el momento —o incluso antes— en que se ejecuta.»
(80) Cfr. I. LAKATOS: «La falsificazione e la metodología dei programmi di ricer-
ca scientifica», cit., pág. 191.
(81) Ibídem, pág. 233.

31
DOMENICO FISICHELLA

en la historia, dicho proceso corre el peligro recurrente de que se disuelva el


límite entre lo que es ciencia y no-ciencia, reenviándolo siempre a la fecha
del abandono y confiándolo al arbitrio del estudioso. Esto amenaza con
banalizar el mismísimo trabajo científico, mostrando a contrario que la de-
marcación tiene una razón de ser autónoma como criterio lógico y que el
control no puede venir cerrado y concluido en su carácter histórico.

6. SOBRE LA BASE DE LA RACIONALIDAD OPERATIVA

Si tratamos de recapitular lo que hemos visto hasta ahora, una primera


consideración sugeriría que del debate críticamente reconstruido en las líneas
precedentes surge sobre todo la exigencia de un conocimiento epistemológico
que hasta el presente ha estado ampliamente ausente en muchos de los pro-
fesionales del trabajo científico, tanto en el ámbito del conocimiento de lo
social como probablemente también en el ámbito del conocimiento de lo
físico. Pero, por otra parte, se desprende también de la discusión epistemo-
lógica, de sus distintas posiciones (que si bien contradictorias y a veces a
primera vista antinómicas no alcanzan todavía a encubrir el hilo conductor
de una continuidad subterránea de intenciones y con frecuencia también de
orientaciones), un conjunto de indicaciones metodológicas que sugieren que
la estrategia del conocimiento debe de ser capaz de combinar la firmeza de
ciertos criterios con la flexible multiplicidad de oportunidades, no para des-
embocar en un eclecticismo del poco más o menos, sino para recoger con
penetración toda la riqueza y al mismo tiempo toda la problemática del
trabajar con método. Sobre la base de tal premisa, ¿qué recomendaciones
estamos en condiciones de evidenciar por el momento?
El primer punto sobre el que hay que llamar la atención es que la empre-
sa científica es una empresa altamente y sobre todo teórica. La ciencia es
teoría. Por otra parte, lo característico del conocimiento empírico es que éste
tiende a resolver problemas no con teorías cualesquiera, sino con teorías
que tienen cierta concordancia con los hechos. El criterio de esta concordan-
cia con los hechos es, por consiguiente, un criterio constitutivo e invariante,
válido para toda forma de conocimiento empírico. Pero, ¿cómo tiene lugar
esta concordancia, esta relación específica entre teoría y hechos? El tradicio-
nal procedimiento inductivo, tendente a verificar empíricamente las teorías,
no supera la objeción de la imposibilidad de demostrar mediante la observa-
ción la verdad de las proposiciones universales. Por otra parte, sin embargo,
es esencial salvar la posibilidad de establecer formulaciones universales en
la ciencia, sin hacer desembocar por ello la categoría de universalidad en la

32
EPISTEMOLOGÍA Y CIENCIA POLÍTICA

metafísica. El procedimiento deductivo permite dicha salvación, salvaguar-


dando al mismo tiempo la distinción entre ciencia y no-ciencia, caracterizando
el relativo criterio distintivo de la falsación como falsabilidad: si los enun-
ciados universales no pueden derivarse de enunciados singulares, pueden,
sin embargo, ser contradichos por enunciados singulares.
El criterio de distinción entre ciencia y no-ciencia tiene un valor esen-
cialmente lógico. Históricamente considerada, la relación entre teoría y meta-
física ha estado y está más articulada y es más compleja, estando compues-
ta por enfrentamientos, encuentros, intersecciones y con frecuencia sobrepo-
siciones al menos parciales. La fantástica variedad de los avatares históri-
cos ha de ser tenida en cuenta, pero no hasta llegar a disolver la lógica en
la historia, hasta llegar a disolver el criterio lógico de demarcación entre
ciencia y metafísica en la categoría exhaustiva de la «contaminación» his-
tórica entre ambas. Por otra parte, el mar de las anomalías hace, por un
lado, correr el peligro de condenar al naufragio toda teoría (de tal forma que
la refutación no puede constituir el único objetivo de la empresa científica,
en cuyo caso se convertiría esencialmente en «destructiva»); por otro lado y
en relación con la falsación, se exige junto a la refutación la aparición de
una teoría mejor; en tercer lugar y en relación con la exigencia de «verifica-
ción», ésta no pierde totalmente su razón de ser, siendo desprovista de al-
gunas de sus premisas radicalmente inductivistas y reconducida al escena-
rio deductivo: los conceptos deben de dar cuenta del grado de corrobora-
ción, del principio de correspondencia, de los rompecabezas, de la ciencia
normal, de la heurística positiva y del programa de investigación. Y es en la
fecunda interacción entre ciencia extraordinaria y ciencia normal donde tiene
lugar el crecimiento del conocimiento, compuesto ya sea por el conocimien-
to revolucionario, ya por el conocimiento acumulativo; el primero impulsa-
do y dirigido por la «lógica del descubrimiento», el segundo por «la lógica
de la investigación» (normal).
Volvamos ahora a una cuestión (más bien fundamentalmente a la cues-
tión) de partida. ¿Existe un mínimo común denominador metodológico entre
los múltiples campos científicos y, por tanto, entre ciencias físicas y cien-
cias sociales? Reformulando la cuestión quedaría del siguiente modo: ¿cuán-
tas de las recomendaciones derivadas del debate epistemológico hasta aquí
recorrido pueden referirse o aplicarse a las ciencias sociales? Si bien no
faltan referencias y a veces más amplias remisiones a este último campo de
estudio (82), no cabe duda de que en el debate aquí sometido a examen
(82) Especialmente en POPPER, que se ocupa de los problemas metodológicos de
las ciencias sociales junto con los de teoría política. Pero referencias sobre el particu-
lar se encuentran también en KUHN, entre otros.

33
DOMENICO FISICHELLA

tienen amplísima prevalencia las remisiones a las ciencias físicas (y es aquí


donde radica su importancia con fines comparativos con las ciencias so-
ciales).
Desde el punto de vista filológico es fácil afirmar que, por ejemplo, el
concepto de revolución científica está formulado por analogía y tomado de
la noción de revolución elaborada en el seno de las ciencias políticas y so-
ciales. Es el propio Kuhn quien así lo afirma expresamente. Al mismo tiempo,
no resulta ciertamente extraño a la ciencia social el concepto de cambio
acumulativo, bastando para ello recordar (en el marco más amplio de la
concepción «organicista» de progreso) la idea comteana de «investigación
mediante filiación» o la visión «estratigráfica» de la historia de Hippolyte
Taine. Pero no es en esta cuestión de la paternidad y de las reivindicaciones
filológicas donde hay que detenerse. Es, por el contrario, en otros aspectos
en los que hay que indagar para aislar y analizar una serie de problemas
sobre los límites.
Una primera asunción, fruto de una larga trayectoria cultural, establece
que las ciencias físicas tienen una relación con los hechos —o mejor aun,
acontecimientos o eventos— más estrecha y cualitativamente particular que
en el caso de las ciencias sociales, ya sea en relación con el objeto mismo de
estudio, ya sea en relación con las consecuencias teóricas susceptibles de
ser revocadas. Desde esta óptica, la realidad del objeto propia de las cien-
cias físicas se ve en clave de determinación, y el razonamiento científico es
consecuentemente visto en términos de demostración. En ambos planos la
diferencia con las ciencias sociales sería baja. Pero la física moderna y con-
temporánea sugieren que la materia, su objeto de estudio, es con toda pro-
babilidad «el modo de ser menos determinado que existe» (83). Como con-
secuencia de ello, la acción intelectual puede desplegar su riqueza interpre-
tativa sin las limitaciones de rígidas ataduras «deterministas»: si se puede
llegar a afirmar que «en ninguna ciencia empírica los datos desempeñan un
papel más humilde que el que desempeñan en la física», entonces «es así
como sucede que puedan existir muchas físicas diversas, y, sin embargo,
todas verídicas, precisamente porque ninguna es necesaria» (84). El concepto
de demostración pierde correlativamente su carácter cerrado, vinculante y
definitivo. Antes bien, la revisión epistemológica y el examen metodológico
aparecidos en nuestros días sugieren la aparición de un vasto proceso que
tiende a transferir la ciencia física y en general la ciencia empírica «del
reino de la demostración al campo de la argumentación» (85) (aunque para
(83) Cfr. J. ORTEGA, op. cit., pág. 46.
(84) Ibídem, pág. 46.
(85) Así M. PERA: Apología del método, cit., pág. 29.

34
EPISTEMOLOGÍA Y CIENCIA POLÍTICA

Comte este proceso sería una regresión, por cuanto la argumentación es para
el profesor francés la modalidad lógica y cognitiva propia de la fase meta-
física del desarrollo del conocimiento); no porque las reglas y los criterios
que caracterizan y separan lo que es ciencia de la no-ciencia desaparezcan o
se conviertan incluso en nefastas, sino porque la red normativa (de las reglas
del método) revela una trama así abierta como problemática.
Hasta aquí no puede decirse que exista, por tanto, incompatibilidad y
discontinuidad entre las ciencias físicas y las ciencias sociales. Las eventua-
les diferencias serían cuantitativas, de intensidad, pero no cualitativas. Un
discurso similar puede hacerse en relación con el tema de la relación entre
ciencia y metafísica. Las ciencias físicas, como hemos visto, son todo menos
inmunes a las incursiones de la metafísica. Durante mucho tiempo se ha
creído que esto era un problema prácticamente exclusivo de las ciencias so-
ciales, cuanto menos en el sentido de que mientras que las ciencias de la
naturaleza se han liberado progresivamente e incluso radicalmente de las
instigaciones metafísicas, esto sólo se ha dado en pequeña o (casi) nula
escala en las ciencias de la sociedad. Actualmente sabemos, empero, que
el discurso no puede limitarse a reflejar esta diferencia de desarrollo histó-
rico entre ciencias físicas y ciencias sociales, las primeras en la vanguardia
de la emancipación mientras las segundas se hallan en la retaguardia, porque
la cuestión de la intersección entre ciencia y metafísica es mucho más com-
plicada, y la caracterización de esta evolución histórica de los dos tipos de
conocimiento empírico, en este punto bastante controvertida y discutible,
va en otra dirección.
En relación al tema que ha pasado a ser central a partir de la reflexión
weberiana sobre los valores y su relación con el conocimiento científico, ins-
cribiéndolo en el más amplio marco de la oposición entre ciencia y metafísi-
ca, surgen al menos tres órdenes de recomendaciones problemáticas. En pri-
mer lugar está la cuestión de la ausencia de valores. Por otro lado, si recor-
damos que el paradigma es un amplio espacio que contiene multitud de
cosas, encontramos en él también una concepción del mundo (que la revo-
lución derriba y sustituye por otra). Por último, está la cuestión de la aplica-
ción de las proposiciones científicas teóricas.
No es posible recorrer aquí la larga controversia sobre el articulado ar-
gumento del avalorismo y sobre la distinción entre juicios de hechos y juicios
de valor. ¿Deben éstos eliminarse a fin de que pueda practicarse una ciencia
libre de valores y de las valoraciones relativas, esto es, para que sea wertfrei?
Si la historia de la ciencia física muestra que, en la vigencia lógica del crite-
rio de demarcación entre ciencia y metafísica, tampoco las ciencias de la
naturaleza lo logran, ¿por qué exigirlo de las ciencias sociales? Sobre todo

35
DOMENICO FISICHELLA

en las fases de ciencia normal es positivo que el avalorismo rija como pre-
cepto de ética profesional. «El avalorismo es la virtud del científico, como
la imparcialidad es la virtud del juez» (86). En esencia, no se trata tanto
de suprimir los valores, cuanto de «neutralizarlos» (87) en la medida de lo
posible, para no cambiar el «deber ser» por el ser. Una vez hecho esto es
cierto que «quien eleva la Wertfreiheit a condición primera de la cientifici-
dad, peca de exageración e incluso de simpleza... Ciencias como la psico-
logía y la economía han recorrido su camino persiguiendo o presuponiendo
—más o menos implícitamente— valores. La medicina no se ve perjudicada
por considerar la salud como un bien. De ello se desprende que el avalorismo
es un 'principio regulador' y no un principio constitutivo» (88). Esto también
es válido para el físico al igual que lo es para el politólogo o el sociólogo,
aunque para éstos la tentación valorativa sea posiblemente, incluso probable-
mente, mayor que para aquél.
Sobre la cuestión de la aplicación se ha dicho que, contrariamente a lo
que habitualmente se cree, la ciencia política puede convertirse en una
ciencia susceptible de aplicación y de control de aplicación solamente en la
medida en que se enfrenta directa o indirectamente con valores. Sin el aci-
cate de los valores (a perseguir, corregir, contrapesar) no surge el problema
de la responsabilidad de la ciencia política en su aplicación y su relación en
dicho nivel con la filosofía política, principal «productora» de valores. La di-
ferencia con la filosofía política radica en que mientras ésta produce valores,
no puede, sin embargo, plantearse el problema de su ponderación empírica
(pues en caso de aplicación directa de los dictados filosóficos pueden deri-
varse graves inconvenientes que la reflexión politológica conoce ya hace tiem-
po) (89); la ciencia política en cambio no produce valores, pero en caso de
aplicación pone la ratione officii al servicio del problema de la ponderación
empírica. Y ello de dos formas. La confrontación con los postulados axio-

(86) Cfr. N. BOBBIO: «Considerazioni sulla filosofía política», en Rivista di Scien-


za política, 2, 1971, pág. 377. Me refiero a la fase de ciencia moral, porque no se
puede excluir, como veremos más adelante, que en las fases de ciencia extraordinaria
los científicos se comporten «como filósofos».
(87) Cfr. G. SARTORI: «La scienza política», en L. FIRPO (ed.): Storia delle idee
polinche, economiche e soziali, Utet, Turín, 1972, vol. VI, pág. 701. La neutraliza-
ción pasa por la siguiente recomendación: separación de los juicios de hecho de los
juicios de valor; explicitar de antemano los propios valores o de lo contrario recono-
cerlos y describirlos antes de proceder a la valoración; atenerse a las reglas de la im-
parcialidad, como la de presentar con equidad los variados puntos de vista de un valor.
(88) Cfr. ibídem, pág. 702.
(89) Véase en G. SARTORI: La política. Lógica e método in scienze sociali, Su-
garco, Milán, 1979, págs. 23-47.

36
EPISTEMOLOGÍA Y CIENCIA POLÍTICA

lógicos es directa cuando el trabajo de la ciencia está destinado sobre todo


a ponderar los fines de la acción política (90). Es indirecta cuando dicho
trabajo tiende a ponderar particularmente los medios de la acción política.
Ya Comte había subrayado la importancia del «cálculo de los medios» y
el conexo papel de la ciencia política: esta «proporciona directamente al
arte de la política... las indicaciones generales de los principales medios que
ésta puede aplicar a fin de evitar, en lo posible, toda acción inútil o efímera
y, por tanto, peligrosa, en resumen todo desperdicio de cualquier fuer-
za» (91). Weber, a su vez, ha insistido sucesivamente sobre la cuestión ya
de los costes de las opciones de valor, ya de las consecuencias (que pueden
lograr el fin perseguido dando lugar a resultados no perseguidos), poniendo
también de relieve que una «constatación empírica» de los valores puede
llegar a poner de relieve o la absoluta imposibilidad de cualquier realización
del postulado de valor, o bien la mayor o menor improbabilidad de dicha
actuación, mientras que es por último posible que en el transcurso de la
acción se presenten nuevos axiomas de valor, comportando con ello la nece-
sidad de un nuevo cálculo de los medios (92).
Más recientemente, Robert A. Dahl y Charles E. Lindblom han introdu-
cido el tema de la racionalidad de la acción, ya sea en términos de adecua-
ción de los medios a los fines, ya en términos de la «maximización» de los
fines. De aquí nacen fundamentalmente dos problemas. Para empezar surge
un problema de incompatibilidad —además de los límites empíricamente
aceptables— entre los fines de la acción social. En este caso la premisa es
la existencia de una multiplicidad de fines: especialmente en las sociedades
complejas los fines son plurales. Así, para los sistemas políticos del área
occidental, los dos autores citan como típicos los siete fines fundamentales
siguientes: libertad, racionalidad, democracia, igualdad individual, seguridad,
progreso, integración (93). Prescindiendo de un análisis de la validez de
esta elección, la cuestión es que para Dahl y Lindblom cada uno de los fines
citados constituye un valor para la cultura política occidental, la cual pro-

(90) Aunque los fines y los valores no siempre y no necesariamente coinciden,


el papel de los valores en la determinación de los fines es, en general, relevante y ten-
dencialmente directo.
(91) Cfr. A. COMTE: Cours de philosophie positive (1830-1842), Schleicher Fréres,
París, 1908, col. IV, pág. 215.
(92) Cfr. M. WEBER: // método delle scienze storíco-sociati, Einaudi, Turín, 1958,
págs. 137-138 y 336-337. Los medios pueden ser ya recursos económicos (medios ma-
teriales), ya recursos estructurales (medios instrumentales).
(93) Cfr. R. A. DAHL y C. E. LINDBLOM: Politics, Economics and Welfare, Har-
per, Nueva York, 1953, págs. 25 y sigs.

37
DOMENICO FISICHELLA

nóstica, por tanto, su incremento. Pero la objeción es que la persecución


de todos estos objetivos de forma simultánea plantea cuestiones insolubles
ya sea en el plano de los equilibrios estructurales, ya en el plano de la faci-
lidad de allegar los medios necesarios (recursos económicos y recursos instru-
mentales-institucionales). Dentro de ciertos límites, la maximización de la
racionalidad se convierte en contradictoria respecto al fin de la maximiza-
ción de la igualdad. Lo mismo vale para libertad y seguridad, etc.
El segundo problema nace de la consideración de que no todos los pro-
cesos sociales utilizables como medios para la persecución de los fines están
disponibles y son utilizables indistintamente para todos los tipos de fines.
Los procesos sociales congruentes con la maximización del valor de la segu-
ridad no son necesariamente adecuados incluso como instrumentos para la
materialización del valor de la libertad o la igualdad. Pero no sólo esto.
Dado que la existencia de todo proceso social exige semejantes condiciones
esenciales, esto significa que no todos los medios están disponibles y se pre-
sentan en un determinado momento, al menos a un elevado nivel de «inten-
sidad», dado que en ningún contexto social existen las condiciones para el
florecimiento simultáneo de una multiplicidad de medios. De estas premi-
sas se deduce que —respecto a la pluralidad de los fines— en cualquier si-
tuación dada existe una tendencial escasez de medios.
En definitiva:
a) Los fines de la acción social son múltiples y, al margen de ciertos
niveles de incremento, contradictorios.
b) Y viceversa, los medios son escasos y no todos congruentes con la
totalidad de los fines.
Siendo este el status questionis, ¿cómo se formula el discurso científico
sobre la política en la perspectiva de estos dos autores? Se formula como
«análisis de las condiciones». Más en concreto, el análisis de las condiciones
para la selección de los valores o los fines, los cuales no devienen maximi-
zables solamente en relación a un criterio de preferencia, sino también (o más
bien) en relación al criterio de disponibilidad de los medios. Y, en segundo
lugar, el análisis de las condiciones que favorecen la disponibilidad de ciertos
medios sobre otros.
Al problema de la «valoración política» se dedica el análisis de Brian
Barry y Douglas W. Rae. La valoración política es la operación consistente
en la asignación de un valor a las cosas, indicando cómo y cuáles han de
considerarse «buenas» o «malas». La profunda contribución de los dos auto-
res puede ser resumida brevemente recordando que según su punto de vista
todo método para llevar a cabo valoraciones políticas (asignación de valores
a alternativas políticas, leyes, decisiones de carácter general que influyan

38
EPISTEMOLOGÍA y CIENCIA POLÍTICA

sobre la colectividad) debe de contener siete pasos o procedimientos lógica


y/o matemáticamente determinables: consideración de la «coherencia inter-
na» de las valoraciones (en términos de bueno o malo, o de mejor respecto
a otro, o de el mejor disponible); llevar a cabo la «interpretabilidad de los
criterios» (dotándoles de un contenido suficientemente claro para permitir
la asignación de valores diferentes a las políticas alternativas); luego el pro-
blema de la «agregación de criterios» (valorando cada política sobre la base
de las diversas hipótesis de agregación de criterios, a su vez diferentemente
graduadas en las hipótesis singulares); asunción como ineludible del momen-
to de la «elección forzada» (en política no somos libres de afirmar que nin-
guna alternativa disponible es aceptable e incluso en las condiciones más
adversas debemos de optar por las menos malas); computar tanto el «riesgo»
como la «incertidumbre» (habitualmente en la valoración de las políticas no
no tenemos tanto que ver con las características intrínsecas de las políticas
como más bien con las consecuencias de la adopción de una en lugar de
otra); consideración del factor «tiempo» (algunos éxitos de las políticas
adoptadas no son acontecimientos instantáneos y puntuales, sino secuencias
de acontecimientos en el tiempo); por último, recordar la «relevancia indi-
vidual de la elección» (son las personas y no entidades abstractas las que
sufren las consecuencias de las opciones políticas).
Dicho esto, Barry y Rae pasan a indicar algunos criterios posibles de
valoración política. Asumiendo por definición que el «bienestar humano» es
la única base de la valoración política; reconociendo, por otra parte, que
una definición y una medición unívoca de dicho bienestar no son de hecho
fáciles y plantean numerosos problemas; quedando claro por su parte que
ningún criterio singular es por sí solo satisfactorio, los autores llaman la
atención sobre seis criterios en base a los cuales puede tener lugar la valora-
ción: utilitarismo, igualdad, optimalidad paretiana, mayoría, minimización y
predominio (94). De cada uno de ellos se examinan la oportunidad y los
límites para poder discutir finalmente los principios que desempeñan un
papel central en la valoración política, de la libertad a la justicia.
Detengámonos aquí. Hemos visto el papel de los valores en el tránsito
de la esfera teórica a la aplicación. A esto se añade que, si bien la exigencia
de aplicación nace del, y en base al, acicate axiológico (obtener mediante el
desarrollo del conocimiento el «bien» y evitar el «mal», cualquiera que sea
el variado significado atribuido a dichos términos), al final el procedimiento

(94) Cfr. B. BARRY y D. W. RAE: «Political Evaluation», en F. I. GREENSTEIN


y N. W. POLSBY (eds.): Handbook of Political Science, vol. I, Political Science: Scope
and Thsory, Addison-Wesley, Reading (Mass.), 1975, págs. 337-401.

39
DOMENICO FISICHELLA

de aplicación desarrollado sobre la base de la racionalidad operativa (como


programas de acción que globalmente se logran bajo forma precalculada)
hace mucho más incisiva la distinción entre ciencia y metafísica. En otros
términos, es cierto que los preceptos del trabajo científico en lo que se re-
fiere a la aplicación —cálculo de los medios, análisis de las condiciones,
valoración, medición de los valores (95) vigentes ya para las ciencias sociales,
ya para las ciencias físicas, dentro de sus respectivas diferencias— tienden
a hacer más segura y concreta la distinción entre ciencia y metafísica si,
cuando y siempre que el trabajo científico se desarrolle dentro de los límites
previstos (96).

7. EL PROBLEMA DE LA DIMENSIÓN CULTURAL

Pasando ahora al problema de la relación entre concepción del mundo


y paradigma hemos de advertir que, al igual que en las ciencias físicas el
paradigma incluye una concepción del mundo, también en las ciencias so-
ciales ocurre algo similar. Las ciencias sociales presuponen también una
concepción metaparadigmática que recoge sustancialmente tres tipos de in-
terrogantes: ¿qué es el hombre?, ¿qué es la sociedad? y ¿qué es la historia?
Cada paradigma da una respuesta a estos tres interrogantes, asumiendo como
núcleo dogmático un modelo de hombre, de sociedad y de historia respecto
a los cuales opera la ciencia normal esencialmente en clave corroboradora,
mientras que la ciencia extraordinaria se opone como revolución cultural.
Atendiendo sólo al pensamiento occidental, podemos individualizar, al hilo
de la inteligente y clarividente revisión de Dante Germino tres modelos o
concepciones de hombre, sociedad e historia (97).
Limitándonos a lo que se refiere al hombre, tenemos en primer lugar un
humanismo teocéntrico: según esta concepción, la humanidad del hombre

(95) Desde 1972 R. D. GASTIL trabaja en la medición del grado de libertad de los
diversos países y la ha repetido desde entonces en varias ocasiones. Cfr. Freedom in
the World, Freedom House, Nueva York, 1979, y con el mismo título, Greenwood
Press, Westport, 1982.
(96) No cediendo, entre otras, a las lisonjas de aquel tipo particular y muy insi-
dioso de «metafísica» que constituye la ideología.
(97) Cfr. D. GERMINO: «The Contemporary Relevance of the Classics of Politi-
cal Philosophy», en F. I. GREENSTEIN y N. W. POLSBY (eds.), op. cit., págs. 229-281.
Cfr. también J. D. MOON: «The Logic of Political Inquiry: A Synthesis of Opposed
Perspectives», ibídem, págs. 131-227, que habla de los «modelos de hombre» como
el principio regulador.

40
EPISTEMOLOGÍA Y CIENCIA POLÍTICA

se define en relación a su capacidad de participación, de formar parte a


través de su razón limitada y finita, en la razón divina. El humanismo
antropocéntrico desplaza la atención de la existencia humana en consonan-
cia con Dios a la difícil relación del hombre con sus semejantes y con el
ambiente. De aquí se deriva ya la emergencia de la autonomía y la especifici-
dad de lo político, ya el salto al primer plano del homo faber que persigue
objetivos concretos dentro de su mundo, fundamentalmente a través de la
intervención activa creciente en la naturaleza. Por último el humanismo
metastásico (en griego «metástasis» hace hace referencia a un cambio fun-
damental en la estructura de la existencia) ve al hombre esencialmente como
el creador de su propia realidad, llamado a trascender en la historia la alie-
nación del hombre moderno: el hombre nuevo se realiza mediante un cambio
cualitativo en este mundo y en esta vida, que para el humanismo metastásico
es la única vida. En resumen, a diferencia del humanismo teocéntrico y an-
tropocéntrico (si bien algo más parecido al primero que al segundo), el
humanismo metastásico delinea la aparición de un hombre cualitativamente
distinto de la criatura contradictoria que hemos conocido en el pasado.
No es necesario detenerse sobre el hecho de que a los tres tipos de huma-
nismo corresponden tres modelos paradigmáticos de sociedad y de historia.
Metodológicamente podemos hacer una traducción de dichas visiones dife-
rentes, rediseñándolas y reconvirtiéndolas a tipos ideales, en el sentido we-
beriano, esto es, como construcciones teóricas que independientemente de
su contenido específico (ético-normativo, racional, valorativo) tienen, en el
ámbito de la investigación empírica, el objetivo de ser «comparados» con
la realidad empírica, estableciendo su contrastación, su alejamiento de la
realidad o su relativa aproximación a la misma, para poder describirla y
comprenderla mediante la utilización de conceptos inteligibles lo más uní-
vocos posibles. De esta forma, «igual que los conceptos dogmáticos de la
ciencia jurídica pueden y deben ser utilizados por ésta como 'tipos idea-
les', así este tipo de utilización constituye para el conocimiento de la rea-
lidad social presente y pasada el sentido exclusivo de la teoría económica
pura» (98).
Es preciso señalar que el reconocimiento de la presencia en el paradigma
de la dimensión o del momento dogmático-metafísico, con la correlativa
concepción del mundo y/o del hombre, significa enmarcar el paradigma en
una determinada cultura, y si las culturas son múltiples en el tiempo y en
el espacio, esto condiciona inevitablemente la extensión espacio-temporal

(98) Cfr. M. WEBER, op. cit., pág. 367.

41
DOMENICO FISIC HELIA

del paradigma. De aquí se derivan algunos problemas de carácter crucial


que merecen ser examinados a continuación.
El primero se refiere a la validez universal de los enunciados teóricos
de las ciencias empíricas. Se ha afirmado que los fundamentos de la episte-
mología contemporánea, que emergen sobre todo de la reflexión acerca de
la ciencia de la física, son esencialmente dos: una ciencia que sea «empírica
sin ser empirista» (99), esto es, que asuma datos y hechos para el control de
las afirmaciones teóricas dentro de un contexto deductivo, y una ciencia que
no abdique de la vocación universalista, para no dejar el monopolio de la
universalidad a la metafísica. Pero es aquí donde radica la objeción: ¿cómo
establecer teorías universales si tanto el paradigma como las revoluciones
científicas descansan en una cultura (expresando las proyecciones de una
cultura o «creando» cultura) que no es universal, en tanto que son plurales
y diversas en el tiempo y en el espacio?
La objeción parece insuperable, especialmente por lo que a las ciencias
sociales se refiere, las cuales parecen advertir más directa e inexorablemente
la incidencia de la cultura y de su pluralidad histórica, por contraste con
el caso de las ciencias de la naturaleza. Es necesario, sin embargo, articular
el discurso.
Para empezar, también las ciencias físicas nacen y crecen inmersas en
una cierta historia de la cultura. Esto es tanto más cierto cuanto que una
vertiente robusta y combativa de la epistemología actual llega incluso a di-
luir la lógica del descubrimiento y la lógica de la investigación en la histo-
ria de los descubrimientos y en la historia de la ciencia.
En segundo lugar es cierto que podemos establecer al menos una summa
divisio entre cultura occidental y cultura oriental, en muchos aspectos bas-
tante distantes e irreconciliables. Se podría cuestionar en el límite, incluso,
si se puede hablar legítimamente de visión científica de la realidad fuera
del contexto occidental, o en cualquier caso en qué ámbitos y en qué sen-
tido un discurso así es lícito. Puede además señalarse como mérito, ante
todo, el hecho de que mientras la cultura científica oriental sabe conseguir
niveles de alta precisión, refinamiento y complejidad, pero permaneciendo
dentro de los confines repetitivos e incontestados del paradigma y de su
prolongado dominio, la cultura científica occidental ha conocido y conoce
una rica dinámica de paradigmas, con una movilidad tanto más activa cuan-
to más intenso es el acercamiento de la revolución científica. A ello hay que
añadir que la cultura occidental tiene una vitalidad que, sobre todo en la

(99) Cfr. D. THOMAS: Naturalismo e scienza sacíale, II Mulino, Bologna, 1982,


pág. 44.

42
EPISTEMOLOGÍA Y CIENCIA POLÍTICA

actual fase histórica, tiende a extenderse con un vigor monopolista: en el


proceso de interpenetración de las culturas científicas occidental y oriental
no existe duda alguna de que la primera prevalece ampliamente sobre la
segunda, también en virtud de una más marcada actitud tecnológica; y en la
medida en que la cultura científica es en sí misma un paradigma, el modo
occidental de hacer ciencia tiende a constituirse en un paradigma universal,
volcando en las demás culturas todo su abanico de conocimientos y de pro-
blemas.
En tercer lugar, el concepto de universalidad no está formulado en tér-
minos definitivos, sino, y como afirma el propio Popper, como gradualidad:
ni más ni menos que como grado de universalidad. Por otra parte, la natu-
raleza física no tiene, respecto a la teoría, una entidad de dato de por sí
«determinada» y autoevidente que la ciencia deba limitarse a registrar obje-
tivamente, mientras que la condición de los hechos sociales sería radical-
mente diferente e «indeterminada»: Tanto el conocimiento empírico de la
realidad natural como el de la realidad social postulan la explicación cientí-
fica, el propósito de ordenar conceptualmente la realidad, la selección de los
innumerables hechos y datos para recoger y establecer en términos de im-
portancia decreciente la relevancia teórica y gnoseológica de los mismos.
La ciencia no consiste, por tanto, en la acumulación sin fin, indiscriminada
y con un indiscriminado furor filológico y coleccionista, de datos, hechos y
observaciones, sino en descartar los datos y hechos carentes de relieve y de
peso teórico.
Por otra parte, no se debe cargar al paradigma con una vigencia univer-
sal tal que le haga depositario exclusivo y sin residuo alguno de una capaci-
dad omnicomprensiva espacio-temporal. Sabemos que existen en las ciencias
físicas numerosos casos de más de una teoría dominante (por tanto concu-
rrentes) en una misma época: así, por ejemplo, en relación con la materia
esto es cierto desde la Antigüedad. Esta «ciencia multiparadigmática» se
refiere también a la experiencia de las ciencias sociales (100). Consideremos
el paradigma de la democracia. Según Jacob L. Talmon, la historia política
contemporánea puede ser leída esencialmente como historia de la concu-
rrencia de dos concepciones de democracia: «Junto a la democracia de tipo
liberal del siglo xvín surge de las mismas premisas una tendencia hacia una
que definiremos como democracia de tipo totalitario. Estas dos corrientes
han existido una al lado de otra desde el siglo xvín. La tensión entrambas

(100) Según MASTERMAN, en particular «esta es actualmente la situación global


de las ciencias psicológicas, sociales y de las ciencias de la información», op. cit.,
pág. 147.

43
DOMENICO FISICHELLA

ha constituido un importante capítulo de la historia moderna y se ha con-


vertido ahora en el problema más importante de nuestro tiempo», de forma
que «según la perspectiva más amplia y válida de mediados del siglo xx, la
historia de los últimos cincuenta años parece la preparación sistemática del
grave conflicto entre la democracia empírica y liberal de una parte y la
democracia totalitaria y mesiánica de otra, conflicto que constituye la crisis
mundial contemporánea» (101). En esencia nos hallamos en presencia de
dos -paradigmas democráticos. Cuando Joseph Schumpeter distingue entre
democracia clásica, de orden monista y racionalista, y democracia competi-
tiva, de orden pragmático y pluralista (102), de hecho distingue también dos
paradigmas democráticos. La ciencia multiparadigmática deja ciertamente
abierta la discusión sobre los fundamentos y subraya, por tanto, la exigencia
de trabajar por la emergencia de un solo paradigma total, en virtud del cual
pueda decirse, reteniendo nuestro ejemplo, que en cualquier lugar del tiem-
po y del espacio que se presenta un régimen con determinadas característi-
cas, allí, y sólo allí, existe democracia. En este sentido la investigación cientí-
fica tiene la tarea, mediante la refutación y la corroboración, de llegar a in-
dividualizar y ordenar aquellas propiedades exclusivas, necesarias y sufi-
cientes para hacer de un régimen político una democracia, reclasificando «la
otra democracia» bajo una categoría tipológica distinta (103). Pero esto no
quita que el estadio multiparadigmático sea ya un estadio científico.
Consideremos ahora el tema de la capacidad de la ciencia empírica para
aumentar el contenido empírico de las proposiciones teóricas y para prever
«nuevos hechos». No es difícil probar que los nuevos hechos del maqumismo,
del capitalismo y del nacimiento del proletariado urbano están implicados en
la teoría de la primera revolución industrial, que los nuevos hechos de la
programación/planificación y de la tecnocracia están implicados en la teoría
de la segunda revolución industrial, que los nuevos hechos de la expansiva
relevancia estructural y funcional del sector terciario/cuaternario y de la
informática/robótica/telemática están implicados en la teoría de la tercera
revolución industrial. Nótese que estas teorías tienen ya un carácter acumu-
lativo, por cuanto en ciertos aspectos el contenido empírico de cada una de
ellas forma parte del contenido de la precedente, y un carácter revoluciona-

(101) Cfr. J. L. TALMON: Le origine della democrazia totalitaria, II Mulino, Bo-


logna, 1967, pág. 7.
(102) Cfr. J. SCHUMPETER: Capitalisme, socialisme et démocratie, Payot, París,
1965, págs. 341-385.
(103) Cfr. G. SARTORI: Démocratie Theory, Wayne State University Press, De-
troit, 1962, págs. 416-450. De esta obra es inminente una nueva edición actualizada y
ampliada bajo el título The Theory of Democracy Revisite, Chatam House.

44
EPISTEMOLOGÍA Y CIENCIA POLÍTICA

rio (de «revolución científica»), por cuanto el concepto de tercera revolu-


ción industrial lleva a un contenido empírico en ciertos aspectos inconmen-
surable respecto al contenido de la teoría de la primera revolución indus-
trial: por ejemplo, en relación al papel desempeñado por el trabajo manual,
a la ética del trabajo, al tiempo libre (104).
Acudamos a otro caso. El concepto de representación política hace refe-
rencia a una serie de nuevos hechos que la teoría de la democracia antigua
no estaba en condiciones de prever: desmesurada amplitud espacial y demo-
gráfica de la comunidad política (en contraste con las dimensiones territoria-
les y humanas de la polis), emergencia del homo oeconomicus como figura
relevante de la vida social y civil, doctrina y práctica del control político,
valoración de la libertad como «libertad de» y reconocimiento de la persona
como individualidad. En este sentido, la teoría democrática moderna, que
considera central el factor representativo, es revolucionaria e inconmensura-
ble respecto de la teoría democrática antigua. La teoría moderna representa,
incluso, también un espacio de acumulación y un grado de correspondencia
respecto a la teoría antigua. Tanto hoy como ayer la idea de la democracia
implica, de hecho, la idea de participación. El nuevo problema, entonces,
es el de conciliar el hecho de la participación con los otros hechos y datos
que a su vez privilegian el aspecto representativo: la dualidad de los para-
digmas democráticos de nuestro tiempo se mueve en gran medida en torno
a la cuestión de la participación y a la dificultad y modalidad de su re-
solución (105).
Una segunda forma de entender la idea de los «nuevos hechos» y su des-
cubrimiento consiste en resaltar que las nuevas teorizaciones colocan la rea-
lidad en ópticas y módulos que las anteriores realizaciones teóricas ignora-
ban, haciendo resaltar con ello aspectos de la realidad antes no vistos o
bien considerados irrelevantes o escasamente relevantes. Estos hechos reales
existían y tenían su espacio, pero no estaban en condiciones de ser recogi-
dos porque ninguna teoría los había hipotetizado y los había puesto sobre
el tapete. Esto tiene lugar tanto en las ciencias sociales como en las ciencias
físicas. A partir de Saint Simón, por ejemplo, debemos de tener en cuenta
la hipótesis de que las relaciones de poder han de leerse no tanto en clave
de forma de gobierno o de división de poderes, como de relaciones de pro-
piedad, pudiéndose interpretar la historia pasada, presente y futura en térmi-
nos de este nuevo hecho (esto es, de relaciones de propiedad) antes ignora-

(104) Cfr. mi Política e mutamento sociale, cit., págs. 95-134.


(105) Sobre la representación y sus problemas teóricos y empíricos, cfr. la anto-
logía por mí preparada, La rappresentanza política, Giuffré, Milán, 1983.

45
DOMENICO FISICHELLA

do. Recordemos la comparación saintsímoniana sobre el particular: «Hay


en Europa dos pueblos que viven bajo el poder absoluto de un solo hombre.
Son los daneses y los turcos. Si existe algún matiz a subrayar es el hecho
de que en Dinamarca el despotismo es más fuerte que en Turquía, pues es
legal y constitucional, y, sin embargo, bajo la misma forma de gobierno
difieren las condiciones de sus gobernantes.» Según Saint Simón, no existe
ningún pueblo más maltratado, vejado, desgraciado, en una palabra, más
injusta y pesadamente administrado que el turco. Por el contrario, no existe
ninguno que goce de una libertad de hecho mayor que la que se reconoce
en Dinamarca y para quien la administración sea menos costosa y arbitra-
ria. «¿De dónde procede esta diferencia? Sin duda no de la forma de go-
bierno, pues la forma de gobierno es la misma en ambos países.» La res-
puesta saintsimoniana es que, teniendo en cuenta las debidas proporciones,
el rey de Dinamarca es el más pobre entre todos los soberanos europeos,
mientras que el Gran Sultán es el más rico, pues es el único propietario y el
único patrón en Turquía (106).
A partir de Comte, por otra parte, podemos releer la historia a la luz
del nuevo hecho designado como evolución de la sociedad desde el estado
teológico-militar al estado industrial-científico: es la idea de progreso que
se realiza de forma completa (107). A partir de Karl Marx y Friedrich
Engels existe otro nuevo hecho que la teoría política precedente no tenía en
cuenta: la lucha de clases (108). «La historia de toda sociedad existente
hasta el presente es la historia de la lucha de clases» (109). Con Benedetto
Croce, por presentar una última referencia, se teoriza la concepción de la
historia como historia de la libertad, de forma que las vicisitudes humanas
son reinterpretadas como «obra de la libertad, su único y eterno momento

(106) Cfr. C. H. DE SAINT-SIMÓN: «L'industrie» (1816-1818), en Oeuvres de Saint-


Simon et d'Enfantin, publiées par les membres du Conseil institué par Enfantin pour
l'exécution de ses derniéres volontés, París, Dentu, 1865-1876, y Leroux, 1877-1878,
vol. XIX, pág. 81.
(107) Sobre la evolución de la idea de progreso, sobre sus precedentes, sobre
sus éxitos, cfr. J. B. BURY: Storia della idea de progresso, Feltrinelli, Milán, 1964;
R. A. NISBERT: Storia e cambiamento sociale. II concetto de svüuppo nella tradizione
occidentale, Isedi, Milán, 1977, y, por último, G. SASSO: Tramonto di un mito. L'idea
de «progresso» jra Ottocento e Novecento, II Mulino, Bologna, 1984.
(108) Aunque se discute la paternidad de dichas interpretaciones historiográficas
(BABEUF, SAINT-SIMÓN, BLANQUI, MARX), desde el punto de vista de la cultura política
el papel del pensamiento marxiano es el preeminente. Sobre este debate véase mi
// potere nella societá industríale, cit., págs. 61-62.
(109) Cfr. K. MARX y F. ENGELS: Manifestó del Partito Comunista, Einaudi, Turín,
1949, pág. 94.

46
EPISTEMOLOGÍA Y CIENCIA POLÍTICA

positivo, que solamente actúa en las secuelas de sus formas, dotándolas de


significado, y así explica y justifica el papel cumplido por el momento ne-
gativo de la libertad, con sus presiones, opresiones, reacciones y tiranías,
las cuales (como hubiese dicho Vico) pagan las 'desgracias' y son 'opor-
tunidad'» (110).
Es fácil contrastar los límites del eurocentrismo, implícito o explíci-
to (111) en estos grandes conceptos (libertad, progreso, lucha de clases, cen-
tralidad del poder de las relaciones económicas), si bien no puede olvidarse
la fuerte capacidad de expansión y, por tanto, la tensión unlversalizante de
al menos algunos de ellos. De cualquier forma, las ciencias sociales asumi-
rán dichos conceptos como otros tantos paradigmas, con el objetivo prin-
cipal de establecer donde termina la metafísica (de la libertad, del progre-
so, etc.) y donde comienza el área estrictamente empírica de la teoría, con
el objetivo en segunda instancia de corroborar o refutar dichas afirmacio-
nes teóricas, fijando el grado de validez en la situación concreta.
Por otra parte, la idea misma de política, como también la de naturaleza
física, tiene su propia historia, y toda fase o capítulo puede asumirse como
paradigma.

«Derivada originariamente de la experiencia característica del


mundo griego, la palabra 'política' ha sido ampliada o reducida
de forma varia para designar experiencias bastante diversas (piénsese
en la traducción medieval de polis por civitas vel regnum). Consi-
derada durante mucho tiempo como arte supremo de la 'vida buena',
como ciencia coordinadora y 'arquitectónica' de la convivencia hu-
mana, la política se reduce en Maquiavelo a mero instrumento de
dominio, en Hobbes a pura 'gramática de la obediencia', en Locke
a simple aseguramiento de la vida y de los bienes. Varía también
su ámbito según los tiempos y los lugares: aspectos de la vida que
en su día eran concebidos como políticos no lo son ya en la actua-
lidad; las creencias religiosas de los ciudadanos, irrelevantes para
el Estado moderno, no lo eran para el Estado confesional; las rela-

(110) Cfr. B. CROCE: Storia d'Europa nel secólo decimonono, Laterza, Barí, 1953,
octava edición, pág. 8.
(111) Así, COMTE afirma explícitamente que su «teoría fundamental de la evolu-
ción humana» parte de la realidad de Italia, Francia, Inglaterra (incluyendo Escocia,
Irlanda y la Unión americana), Alemania (incluyendo en la civilización germánica
las culturas holandesa, flamenca, danesa, escandinava y polaca) y España (conjunto
de la Península Ibérica).

47
DOMENICO FISICHELLA

ciones económicas, consideradas políticamente indiferentes por un


liberal, no lo son para un marxista» (112).

Si la política es el «campo» de estudio de la politología, ésta dará cuenta,


por tanto, de que en algunos períodos históricos existe un paradigma domi-
nante, mientras en otros existe una dualidad o incluso una multiplicidad de
paradigmas en concurrencia. La experiencia de las ciencias físicas no es dis-
tinta (cuyas raíces en tantos aspectos europeas y occidentales ya hemos se-
ñalado).

8. CIENCIA DE LA REALIDAD ESTRUCTURAL

Detengámonos y aclaremos un equívoco. Después de haber observado


que la política comparada ha asumido en el seno de la ciencia política la
tarea de elaborar «macroteorías», Robert T. Holt y John E. Turner han veni-
do sosteniendo que para la producción teórica de la politología el papel de
la investigación comparada es «absolutamente esencial» (113). Hasta aquí
todo es correcto. Pero poco después afirman el mismo Holt y John M. Ri-
chardson Jr. que «sin duda alguna la ciencia de la política comparada se
halla actualmente en un estadio preparadigmático» (114), y dado que la po-
lítica comparada es esencial para el desarrollo de la ciencia política, se de-
duce que ésta vive en gran medida en unas condiciones preparadigmáticas.
Una conclusión así es, no obstante, pesimista.
Hemos visto anteriormente al hilo del análisis de Masterman el gran
número de significados atribuibles y atribuidos al concepto kuhniano de
paradigma. Esto significa que esta noción tiene una carga de ambigüedad,
haciendo legítima esta extensión semántica tan dilatada, dentro de ciertos
límites, el planteamiento de la siguiente cuestión: ¿qué no es un paradig-
ma? (115). En efecto, una remisión a la historia de la ciencia política mues-
tra que mientras David Truman considera el «realismo» como el paradigma

(112) Cfr. A. PASSERIN D'ENTRÉVES: «La filosofía della política», en L. FIRPO (ed.),
op. cit., yol. VI, pág. 595.
(113) Cfr. R. T. HOLT y J. E. TURNER: «The Meíhodology of Comparative Re-
search», en R. T. HOLT y J. E. TURNER (eds.): The Methodology of Comparative
Research, Free Press, Nueva York, 1972, pág. 5.
(114) Véase R. T. HOLT y J. M. RICHARDSON JR.: «Competing Paradigms ín Com-
parative Politics», en R. T. HOLT y J. E. TURNER (eds.), op. cit., pág. 119.
(115) Cfr. M. LANDAU: Political Theory and political Science. Studies in the Me-
thodology of Political Inquiry, Humanities Press, New Jersey, 1972, pág. 64.

48
EPISTEMOLOGÍA Y CIENCIA POLÍTICA

de la politología (americana) de 1880 a 1930 (116), Alan Wolfe y Marvin


Surkin señalan como paradigma el «pluralismo» (117), mientras que Shel-
don S. Wolin indica que de hecho (cuando no también «de derecho», podría
añadirse, en ciertas experiencias de poder de tipo monista) el paradigma de
la ciencia política normal es la ideología de la comunidad política (118).
Ronald H. Chilcote, por su parte, indica tres orientaciones en los estudios
políticos (tradicional, behavorial y postbehavorial) como perspectivas en
conflicto por la emergencia de un paradigma dominante (119), mientras que
para Gibson Burrel y Gareth Morgan las ciencias sociales desde 1960 han
operado, en un debate con frecuencia confuso, en el seno de cuatro paradig-
mas (funcionalista, interpretativo, humanista radical y estructuralista radi-
cal) (120); Gerhard Lehmbruch y Philippe C. Schmitter, por su parte, en la
medida en que tienden a sustituir el paradigma del «pluralismo» por la ca-
tegoría de «neo-corporativismo», terminan por conferir cuanto menos per
oppositum connotaciones paradigmáticas a dicha categoría (121). Según el
punto de vista de Holt y Richardson, por el contrario, el estructural-funcio-
nalismo de Gabriel A. Almond, el systems analysis de David Easton y de
Karl Deutsch (este último interesado particularmente en la aplicación de
los conceptos de la cibernética al estudio de los fenómenos políticos), las
aproximaciones psicologistas de Harold Laswell y otros, la teoría del com-
portamiento racional de hombre económico y, por último, los estudios deli-
(116) Sobre la evolución de la politología americana, cfr. D. WALDO: «Political
Science: Tradition, Discipline, Profession,, Science, Enterprise», en F. I. GREENSTEIN
y N. W. POLSBY (eds.), op. cit., págs. 1-130.
(117) Cfr. M. SURKIN y A. WOLFE (eds.): An End to Political Science: The Cau-
cus Papers, Basic Books, Nueva York, 1970, págs. 6-7. El pluralismo es un modelo
teórico que postula un sistema político compuesto por grupos interactuantes, y que en
las versiones extremas tiende a considerar también al Estado como un conjunto de
grupos, sin una soberanía específica.
(118) Cfr. S. S. WOLIN: «Political Theory as a Vocation», en American Political
Science Review, 4, 1969, pág. 1064.
(119) Cfr. R. H. CHILCOTE: Theories of Comparative Politics. The Search for a
Paradigm, Westview, Boulder, 1981, págs. 55-60.
(120) Cfr. G. BURRELL y G. MORGAN: Sociological Paradigms and Organisational
Analysis, Heinemann, Londres, 1982, págs. 21-37.
(121) Sobre el corporativismo cfr., entre otros, M. MARAFFI (ed.): La societá neo-
corporativa, II Mulino, Bologna, 1981; P. C. SCHMITTER y G. LEHMBRUCH (eds.):
Trends Toward Corporatist Intermediation, Sage, Beverly Hills, 1979; S. BERGER (ed.):
L'organizzazione degli interessi nell'Europa occidentale, II Mulino, Bologna, 1983;
G. LEHMBRUCH y P. C. SCHMITTER (eds.): La política degli interessi nei paesi indus-
trializzati, II Mulino, Bologna, 1984; D. FISICHELLA: «Stato e mercato per una demo-
crazia funzionale», en Storia e Política, 1, 1984, págs. 53-71, donde sugiero una inter-
pretación del paradigma neocorporativista como una modalidad alterada del pluralismo.

49
DOMENICO FISICHELLA

beradamente ateóricos constituyen «escuelas de pensamiento» que, aspirando


también a constituirse como paradigmas, son de hecho con frecuencia «poco
más que esquemas heurísticos» (122).
El excesivo número de paradigmas, aunque en un determinado período
histórico y en una fase intelectual concreta de hecho más bien limitado,
revela de por sí que muchas de las categorías indicadas como paradigmas
(ya sea óptimo iure o por el contrario in fieri) son probablemente más que
nada «programas de investigación», y esta reclasificación da a entender que,
desde mi óptica, el nivel universalizador de un paradigma es mayor que el
de un programa de investigación. El primero presupone y comprende siem-
pre, de hecho, una concepción del mundo cualesquiera que sean las propie-
dades, funciones y requisitos adicionales que reclame (123).
Si bien la ciencia política ha tomado prestados varios aspectos del estruc-
tural-funcionalismo de la antropología, del conductivismo de la psicología e
incluso de la sociología, así como la aproximación psicopatológica de la
psicodinámica, el systems analysis de la cibernética y de la bioingeniería, y
las atribuciones del rational man de la economía, han elaborado sobre dichas
bases de forma autónoma una rica colección de teorías, siendo esta prolife-
ración una prueba del estado científico de la disciplina. La concepción del
mundo, por otra parte, se identifica en el ámbito de las ciencias sociales
con la visión del hombre, de la historia y de la sociedad; también aquí nos
encontramos, como sabemos, ante la existencia de varios paradigmas que
son muestra de una riqueza histórica y teórica, situándonos así, por tanto,
más allá del estado preparadigmático lamentado por Holt y Richardson,
aunque subsista el problema no solucionado de la vigencia universal en el

(122) Cfr. R. T. HOLT y J. M. RICHARDSON JR., op. cit., pág. 70. La referencia
textual es a los paradigmas de ALMOND, DEUTSCH y EASTON, pero la referencia puede
fácilmente extenderse a otras tendencias.
(123) En términos estrictamente filológicos, es legítima tanto la clasificación como
paradigma, con múltiples significados, como en el sentido de programa de investiga-
ción, entre otras cosas porque tanto KUHN como LAICATOS incluyen elementos meta-
físicos en sus respectivos conceptos. Pero yo opto por una interpretación que coloca
más alto el paradigma, pues éste incluye una concepción del mundo. Con una premisa
así es, sin embargo, cierto que hay casos que pueden funcionar ya como paradigmas,
ya como programas de investigación. El estructural-funcionalismo, por ejemplo, se
propone ser asumido como paradigma, ya sea porque incluye una concepción general
de la política, ya porque aspira a constituir un modelo explicativo universal. Pero
puede ser utilizado también como programa de investigación en el seno de otro para-
digma. Desde esta óptica, si asumimos por ejemplo, el paradigma democrático-compe-
titivo, podemos elaborar dentro del mismo una pluralidad de programas de investiga-
ción destinados a la profundización y articulación del paradigma en sentido ciberné-
tico, estructural-funcional, pluralista, sistémico, etc.

50
EPISTEMOLOGÍA Y CIENCIA POLÍTICA

espacio y en el tiempo de las teorías sociales y políticas. Si es cierto, como


postula la nueva filosofía de la ciencia en su polémica con la teoría empirista
tradicional de la percepción y de la con ella relacionada «objetividad» de lo
real, que «el conocimiento, las creencias y las teorías que ya poseemos juegan
un papel fundamental en la determinación de lo que percibimos» (124), es
posible comprobar también que la interpretación tridimensional de la pers-
pectiva y del claro-oscuro no es «una reacción universal de la mente huma-
na, sino una convención cultural de la civilización occidental» (125). Surge,
entonces, la cuestión: ¿impediría una antropología plural, en el tiempo y en
el espacio, la producción de teorías universales en las ciencias sociales?
Detengámonos por un momento en el concepto de teoría y sobre sus im-
plicaciones problemáticas. A la noción de teoría pueden darse distintos sig-
nificados. J. Donald Moon recuerda una utilización informal del término
«teoría», como cuando se designa con ello un conjunto de ideas fundamen-
tales sobre un sujeto, una conceptualización esencial de un ámbito o de un
conjunto de fenómenos. Una segunda utilización informal tiende a hacer
coincidir «teoría» con «conjetura» o «hipótesis»: todo conjunto de razona-
mientos modestamente articulados con el fin de obtener un resultado concre-
to. Una tercera utilización del término «teoría» es más formal, haciendo
referencia a un conjunto bien desarrollado y sistemáticamente relacionado de
afirmaciones, con frecuencia articuladas mediante el recurso a «postulados
no interpretados», los cuales «flotan» y «están en suspensión» libre sobre
el plano de los hechos empíricos (126), todo ello en un contexto de símbolos,
definiciones, axiomas y reglas de inferencia. Keith Oatley, por su parte,
define la «teoría» esencialmente como «una representación esquemática del
conocimiento que reelabora de una forma particular algunas observaciones,
rechazando otras como irrelevantes» (127).
Al no poder analizar aquí todo el debate sobre el significado del térmi-
no teoría, nos limitaremos a destacar solamente algunos aspectos. En primer

(124) Cfr. H. I. BROWN: La nuova filosofía della scienza, Laterza, Bari, 1984,
pág. 89.
(125) Cfr. A. MARRADI: «Natura, forme e scopi della comparazione: un bilancio»,
en D. FISICHELLA (ed.): Método scientifico e ricerca política, La Nuova Italia Scien-
tifica, Roma, 1986, pág. 312.
(126) Cfr. H. FEIGL: «The 'Ortodox' View of Theories», en M. RADNER y S. WINO-
KUR (eds.): Minnesota Studies in the Philosophy of Science, University of Minnesota
Press, Minneapolis, 1970, vol. IV, pág. 5.
(127) Cfr. K. OATLEY: Percezione e mppresentazione, II Mulino, Bologna, 1982,
pág. 259. Véase también G. H. KRAMER y J. E. HERTSBERG: «Formal Theory», en
F. I. GREENSTEIN y N. W. POLSBY (eds.): Handbook of Political Science, vol. VII, Stra-
tegies of Inquiry, Addison-Wesley, Reading (Mas.), 1975, págs. 351-403.

51
DOMENICO FISICHELLA

lugar, una teoría es más que una conjetura, más que una hipótesis, más que
una ley (sobre este aspecto volveremos). Una teoría puede estar más o menos
formalizada —y ciertamente las ciencias físicas están aventajadas en el terre-
no de la formalización y de la matematización, pero sin que ello sea exclu-
sividad suya, por cuanto ciertas vertientes de las ciencias sociales tienden
en tal dirección, por otra parte no siempre indispensable y con frecuencia
ni siquiera necesaria u oportuna— pero constituye de cualquier forma un
sistema de afirmaciones, un sistema que puede ser más o menos complejo
(pero no tan poco complejo que no sobrepase cierto umbral, porque en tal
caso podría no resistir la prueba de la competencia), si bien el nivel lógico
y las funciones de las teorías pueden ser diversas(128). De hecho, a pesar de
lo sugerente de la parsimonia y de la sencillez, las teorías de la física moder-
na son «teorías enormes» (129), construcciones sistémicas de amplio alcance,
macroteorías y programas de investigación que desarrollan múltiples dimen-
siones analíticas y sintéticas, unificadas gracias a la «virtud de la potencia
deductiva», por recurrir a la imagen comteana.
Presuponiendo esto, recapitulemos. La ciencia se compone de teorías,
no de hechos, siendo válida esta afirmación tanto para las ciencias físicas
como para las ciencias sociales. El establecimiento de una superioridad del
status científico de las ciencias físicas con respecto a las ciencias sociales
sobre la base de la «preeminencia» de los hechos (donde los hechos serían
ontológicamente preeminentes en cuanto «determinados por sí mismos») no
sería, por tanto, correcto. Esto es tanto más cierto si recordamos:
a) Que la ciencia se expresa (y se enriquece) también —según algunos
autores sobre todo y continuamente— mediante la proliferación y la con-
currencia de teorías, lo que excluye que por ciencia se deba entender una
unicidad teórica que corresponda a una «definitiva» universalidad explicativa.
b) Que el concepto de universalidad, siendo gradual en el contexto
de las ciencias físicas, también puede ser entendido así en las ciencias
sociales.

(128) Así PERA distingue entre teorías o hipótesis explicativas (que explican he-
chos o resuelven problemas), teorías interpretativas o asunciones (que expresan con-
cepciones generales del mundo o de partes del mismo) y teorías categoriales o catego-
rías (que determinan nuestra forma de entender o expresar juicios); cfr. M. PERA:
Progresso scientifico, storia e valori, cit., pág. xvi.
(129) Cfr. B. RUSELL: Ritratti a memoria, Longanesi, Milán, 1969, pág. 130. Cfr.
también T. S. KUHN: «La nozione di causalitá nello sviluppo della física», en M. BUN-
GE y otros: Le teorie della causalitá, Einaudi, Turín, 1974, pág. 15: «Desde el punto
de vista de la explicación, la simplicidad de la ciencia ha ido decreciendo en el
curso de la historia.»

52
EPISTEMOLOGÍA Y CIENCIA POLÍTICA

c) Que por lo que a la relación entre teoría y hechos se refiere, la si-


tuación de las ciencias físicas es bastante impervia, accidentada y proble-
mática (elevado número de anomalías, hechos contrarios, teorías que nacen
refutadas, y todo el conjunto de cuestiones que se han visto en los primeros
epígrafes de este trabajo).
d) Que el tema de la complejidad, enunciado por Comte para los fenó-
menos sociales, retomado por John Stuart Mili y posteriormente periódica-
mente retomado, afecta también a las ciencias físicas, pues sabemos que
desde la microbiología a la astrofísica, de lo extraordinariamente pequeño a
lo enormemente grande, los fenómenos naturales no tienen una complejidad
menor (130).
e) Que ya sea en la vertiente de las ciencias físicas o en la vertiente
socio-politológica, debemos «evitar el error de aceptar la medición y la pre-
cisión como valores últimos e irreductibles» (131).
f) Que la dificultad de la «universalización» es enorme en las ciencias
físicas, de forma que ningún científico todavía ha podido formular una
teoría unificada de todas las fuerzas de la naturaleza, que nadie está en
condiciones de enunciar una teoría universal de la carcinogénesis, que el
origen patológico de la esquizofrenia está incluido dentro de una explicación
bioquímica y una explicación psicodinámica, mientras el descubrimiento de
los «agujeros negros» pone en cuestión el carácter universal de la teoría de
la gravedad.
g) Que la aceleración de los tiempos históricos deviene aceleración de
los tiempos científicos, por lo que la duración de ciertas generaciones de
leyes y de teorías en la física está con no poca frecuencia limitada a una
década.
Todo esto significa, como advertencia general, que no existe razón —en
relación a la cientificidad de los dos ámbitos— para pedir, pretender y obte-
ner más de las ciencias sociales de lo que se pide y obtiene de las ciencias
físicas.
Volvamos ahora al problema de la compatibilidad entre la pluralidad
cultural (incluida la pluralidad antropológica) y los enunciados de las teorías
sociales y políticas sobre la base de la universalidad. En este contexto se hace
necesaria una distinción de fondo. Las ciencias sociales y políticas son cien-

(130) Y, por otra parte, si recordamos, con COMTE, que los fenómenos a medida
que son más complejos devienen más suceptibles de intervención y modificación, sabe-
mos que de la ecología a la biología y a la astronáutica, la posibilidad de intervenir
sobre los fenómenos naturales está en rápido crecimiento.
(131) Cfr. K. R. POPPER: Poscritto alia Lógica della scoperta scientifica, cit., pá-
gina 163.

53
DOMENICO FISICHELLA

cias ya de la realidad cultural, ya de la realidad estructural (o institucional,


en sentido formal y no formal: el Parlamento es una estructura formal, jurí-
dicamente contemplada y regulada, mientras que el grupo de presión o de
interés puede ser una estructura informal, de hecho). Algunas disciplinas
privilegian el estudio de la realidad cultural, mientras que otras privilegian
el estudio de la realidad estructural. La ciencia política se encuentra entre
estas últimas. Analiza estructuras (partidos, grupos de presión, sindicatos,
movimientos, parlamentos, administraciones, instituciones jurídicas, organiza-
ciones internacionales, burocracias, ejércitos, estructuras intermitentes, es-
tructuras diferenciadas), centrándose en las funciones (articulaciones, agrega-
ciones, elaboración de normas, comunicaciones, socializaciones, aplicación
de las normas, decisiones, etc.) de dichas estructuras, y sabiendo que las
interacciones entre las unidades estructurales dan lugar a sistemas o subsis-
temas (de partidos, de grupos, sindicales, electorales, políticos, internaciona-
les) (132). Con un diseño así, un análisis estructural, funcional y sistémico
de la realidad política puede prescindir de la dimensión cultural. Esto autori-
za y permite la formulación, de hecho nada fácil, de macroteorías empíricas,
universales, articuladas y complejas del poder, de la autoridad, de la legiti-
midad, del sistema de partidos, de la democracia, del cambio político, del
autoritarismo, del totalitarismo, de la monarquía, de la aristocracia, de la
burocracia, de la oligarquía. En otros términos, supuestas unas determinadas
propiedades en un determinado segmento de la realidad, siempre que —en el
espacio y en el tiempo— existan dichas propiedades se tiene un régimen
democrático, totalitario o autoritario y es posible clasificar sistemas políticos,
sistemas de partidos y así sucesivamente, dentro del contexto de una teoría
que cubre el ámbito en cuestión.
Las teorías a comprobar y en competencia son, o pueden ser, ciertamente,
más de una. Sabemos, por ejemplo y por acudir a uno ya utilizado, que
existe al menos una doble consideración de la democracia, la liberal-compe-
titiva y la total (o totalitaria en la acepción de Talmon) (133). Pero la exis-
tencia de teorías (o paradigmas) en competencia no significa que su contro-
labilidad empírica y su corroboración empírica se hallen en el mismo plano.

(132) Por tanto, cuando defino la politología como ciencia de la realidad estruc-
tural, sobreentiendo siempre también funcional y sistémica. Advierto, sin embargo, que
la tesis almondiana de la multifuncionalidad de la estructura presentada en The Poli-
tics of the Developing Áreas es al menos en parte correcta; cfr. sobre el particular mi
«Introduzione» al volumen por mí editado Partiti e gruppi di pressione, II Mulino,
Bologna, 1972, págs. 19-24.
(133) Sobre la distinción entre totalismo y totalitarismo cfr. mi Analisi del tota-
litarismo, D'Anna, Messina-Firenze, 1978, segunda edición, págs. 189-197.

54
EPISTEMOLOGÍA Y CIENCIA POLÍTICA

De hecho es posible hacer distinciones. Más en concreto, debe de convenir-


se que la teoría liberal de la democracia es capaz y permite la fijación de los
límites entre la dimensión empírica y la dimensión metafísica en términos
distintos y superiores respecto a la democracia total o a la dimensión del
dogmatismo (pues está fundada sobre la base de unos supuestos que exclu-
yen la libre expresión con garantías para el disenso), que vulnera e impide
la posibilidad misma del control empírico, pues obstaculiza o incluso niega
de hecho o de derecho la posibilidad del control político, premisa y condi-
ción del control científico. En resumen, la visión competitiva y liberal de
la democracia es compatible con el ejercicio de la empresa científica (ésta no
es solamente corroboración sino que está formada por la refutación y la
corroboración) de forma cualitativa y no sólo cuantitativamente diferente
a la concepción totalitaria, donde prevalece y predomina el dogmatismo
—que, sin embargo, no está ausente de la matriz liberal y competitiva.
Una segunda advertencia procede del siguiente hecho: en el campo social
y político sabemos demasiado poco de la realidad institucional pasada y a
veces presente para poder formular teorías universales válidas en el espacio
y en el tiempo. Objeciones de este tipo tienen un cierto peso (134), si bien
no puede decirse de todos los ámbitos de investigación. Sabemos bastante
de los sistemas de partidos, de los sistemas electorales, de los sistemas de
representación, de las burocracias, de los totalitarismos, de las democracias,
para poder formular macroteorías empíricas de carácter universal de los
unos y de los otros. Pero aunque tengamos la fundada sospecha de carecer
de información, ¿por qué impedir a las ciencias sociales la formulación de
teorías hipotéticas de orden universal que, por el contrario, sí se reconoce a
las ciencias físicas? El problema, ciertamente existente, se refiere a los nue-
vos hechos: a medida que éstos son puestos al descubierto, en la medida en
que se configuran como anomalías o como hechos contrarios que se demues-
tran incompatibles con las teorías vigentes, en la medida en que aparecen
nuevas teorías capaces de explicar tanto los «hechos viejos» como los «nue-
vos hechos», se logrará con las teorías de mayor contenido informativo em-
pírico la superación de las teorías ahora falsadas.
Es evidente que trabajando como una disciplina interesada en el estudio
de la realidad estructural, la ciencia política no elimina el problema de la
cultura. Es plenamente consciente de la existencia de una interacción entre
cultura y estructura, entre hecho institucional y hecho cultural. Con ello se
vuelve a plantear el discurso de la concepción del hombre, de la perspectiva

(134) Lo que puede llevar al desarrollo de teorías de alcance medio y bajo junto
a otras de alcance superior.

55
D0MEN1C0 FISICHELLA

de la antropología, sobre la que ya se ha señalado algo. En primer lugar, es


necesario dar un paso adelante preguntándose si es legítimo enfrentar el
paradigma de la multiplicidad antropológica al paradigma de la «naturaleza
humana», que en su más profunda esencia permanece constante en el espa-
cio y en el tiempo, constituida como está por las pasiones persistentes, nega-
tivas y positivas: miedo, destructividad, envidia, celos, amor, ambición, ava-
ricia, egoísmo, espíritu de sacrificio. Si así fuese, incluso sobre la concep-
ción del hombre podrían individuarse, por así decirlo, diversos grados de
universalidad antropológica, de las históricamente más «determinadas» a las
históricamente «indeterminadas» (135), de forma que las distintas antropo-
logías se fundamentaran y explicaran como formas de manifestación, como
modalidad plástica de aparición de una naturaleza humana profunda umver-
salmente demostrable y duradera. Desde este punto de vista, la perspectiva
del hombre metastásico como «hombre nuevo» que empuje la naturaleza
humana a la historia y a través de la historia, es la vicisitud de una quiebra,
es la expresión de un deseo derrotado. Entonces, si la metafísica de la natu-
raleza humana invariante tiene su plausibilidad, se deduce que la relación
entre cultura (como formas de expresión distintas de un mismo temple antro-
pológico profundo) y estructura, el peso de la dimensión estructural ya sea
en la explicación genética y funcional de las formas plásticas antropológicas
materializadas en la historia, ya en la comparación de gobiernos y sistemas
políticos, está llamada a aumentar.
De cualquier forma, y sin tomar partido firme en la controversia entre
el metaparadigma de la naturaleza humana y el metaparadigma de la plura-
lidad antropológica, queda sin resolver todavía la cuestión siguiente: en la
interacción entre cultura y estructura, ¿cuál de las dos es la variable inde-
pendiente? ¿Cuántas veces (esto es, en qué y en cuántos contextos o situa-
ciones) se da? Una respuesta a estos interrogantes debe partir del reconoci-
miento de que toda ciencia política que se precie debe dar cuenta del im-
portante papel que cumplen los mitos, las creencias, los valores, las tradicio-
nes y las innovaciones en la vida colectiva e individual. Pero una constata-
ción tan obvia no constituye todavía una solución de fondo a la primera
cuestión, no siéndolo al menos hasta el presente porque representa una
cuestión insoluble, o al menos no solucionada. Esto no significa, sin embar-
go, que la discusión haya terminado, sino únicamente que se rodea el obstácu-
lo y se desplaza el objetivo del momento genético (¿es la cultura la que «ge-

(135) En esta dirección operan los campos de estudio que, al abrigo de ciertas
características históricas y étnicas, ubican la existencia y la persistencia de símbolos
umversalmente recurrentes en el fondo de los mitos y de las configuraciones sociales.

56
EPISTEMOLOGÍA Y CIENCIA POLÍTICA

ñera» y «explica» la estructura, o viceversa?) al momento funcional, esto es,


a la eficacia del hecho cultural en el proceso político (136). Es preciso se-
ñalar que, aun admitida hipotéticamente la capacidad de germinación espon-
tánea del patrimonio cultural, lo que dota de eficacia política a los mitos,
valores, creencias, tradiciones (o al menos lo que permite recoger y ponde-
rar esta eficacia) es —a excepción de la aparición de sus contenidos— la
difusión de dichos elementos culturales y de sus respectivos mensajes y sím-
bolos en el seno de la comunidad. Este hecho es tanto más plausible cuanto
más constituya la comunidad una realidad de los grandes números. Ahora
bien, resulta esencial (central) la conjetura de que la difusión se realiza a
través de canales y mecanismos institucionales y estructurales (religiosos, po-
líticos, económicos, tecnológicos), de forma que la eficacia política de los
factores culturales resulta directamente proporcional a la capacidad de di-
fusión y transmisión de las estructuras. Con ello se consigue poner de relieve
el estudio de dichos canales y mecanismos no solamente per se, sino también
como soportes del elemento cultural y de su transmisión: ¿dónde, cuándo,
cómo y en qué medida se cumple esto?
De esta forma, el campo de investigación de la politología como ciencia
del contexto estructural se evidencia como amplísimo. A esto hay que añadir,
por cuanto algunos conjuntos estructurales y sistémicos tienen como presu-
puesto implícito o explícito un modelo antropológico, que las estructuras
muestran con frecuencia (el cuándo y en qué medida es una cuestión
empírica) una capacidad de «elevar el vuelo», autoconformarse y actuar con
autonomía (o ser implantadas) y funcionar, al menos con referencia a las
propiedades mínimas necesarias y suficientes para configurar el tipo y la
clase, en ambientes culturales varios y ajenos respecto a los de su origen, en
el sentido de que ciertas estructuras y sistemas pueden continuar funcionan-
do y operando aun cuando importantes requisitos del presupuesto antro-
pológico se encuentran empíricamente refutados. Así, el modelo antropoló-
gico presupuesto por la democracia anglosajona es el common man sustan-
cialmente secularizado, pragmático y negociante; el modelo de hombre de
la democracia europeo-continental es el citoyen virtuoso y preocupado por
el interés general; el humanismo metastásico es la inspiración y a lo que
aspiran los regímenes totalitarios. Así también, las características mínimas
de la democracia representativa y del pluralismo competitivo se encuentran

(136) Sobre el tema de la cultura política y su relación con la estructura política,


cfr. entre otros G. A. ALMOND y S. VERBA: The Civic Culture, Princeton University
Press, Princeton, 1963, y editado por los mismos autores: The Civic Culture Revisited,
Little Brown, oBston, 1980. Para una discusión sobre el particular cfr. mi Elezioni e
democrazia. Un'analisi comparata, II Mulino, 1982, segunda edición, págs. 59-85. .

57
DOMENICO FISICHELLA

igualmente en la experiencia japonesa, alejada de la cultura del common man


y del citoyen. Sabemos que un sistema democrático puede funcionar también
si el modelo de ciudadano virtuoso y preocupado por el interés general está
empíricamente refutado, mientras que permanece abierto el debate sobre si
la atenuación o incluso la extinción del acicate metastásico, presente siem-
pre en las raíces de los procesos totalitarios, supone que sistemas y estructu-
ras totalitarias consolidadas dejen de existir. Por lo que se refiere al hecho
de que de cualquier forma la dimensión cultural ejerce una influencia retro-
activa de signo positivo o negativo sobre las estructuras y los sistemas, con-
dicionando con ello aspectos de su funcionamiento, esto es una observación
ciertamente compartida (137), pero no por ello desplaza los términos del
discurso.
En resumen, especialmente en las fases de ciencia normal, y con referen-
cia a las situaciones de «normalidad» política, la investigación politológica
puede asumir la dimensión estructural como central o al menos como pre-
ponderante de su atención. Más problemático es el hecho de las crisis revo-
lucionarias, de las revoluciones políticas y/o de las revoluciones científicas,
donde el peso del aspecto cultural, axiológico, mitológico e ideológico resul-
ta mayor; pero en tales circunstancias no sólo los hombres de acción y los
líderes, sino también «los científicos actúan como filósofos» (138), o al me-
nos es más alta la probabilidad de que actúen como tales.

(Traducción de GERARDO A. MEIL LANDWERLIN.)

(137) Cfr. mi Elezíoni e democrazia. Un'analisi comparata, cit., págs. 79-85.


(138) Cfr. T. S. KUHN: Lógica della scoperta o psicología della ricerca?, cit.,
pág. 75.

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