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Universidad Nacional de Colombia

Facultad de Ciencias Humanas


Maestría en Sociología
Seminario Temático: Sociología Política I
Profesor: Rosembert Ariza Santamaría
Estudiante: Francisco Javier Patiño Prieto
Reseña

Autor: Achile Mbembe


Capítulos:
Libro: Necropolítica
Año: 2006
Páginas: 125-153

Achille Mbembe, autor la obra "La Postcolonialidad", ha enfocado sus estudios a las formas de
dominación y el ejercicio del poder presentadas en África y que aplican para buena parte de los
contextos postcoloniales, intentando generar una epistemología y un análisis desde su vivencia
como africano, proponiendo una genealogía de las relaciones de poder presentes en el conjunto
del tercer y cuarto mundo, lo cual está permeado por el peso histórico del colonialismo. El
intelectual camerunés, referente actual del pensamiento africano, desarrolla en este ensayo el
término Necropolítica, definido como el poder soberano que se expresa en el ejercicio de decidir
quién debe vivir o morir, un ejercicio que no es exclusividad del Estado, sino que puede ser
realizado por diversos actores.

El autor realiza una relectura de la noción foucaultiana de Biopoder, que era concebida como el
ejercicio soberano del Estado para gestionar y administrar la vida de la población, especialmente a
partir de la estadística y la salud pública; exponiendo elaboradamente el concepto de
Necropolítica, como la determinación en el derecho de muerte sobre los gobernados, que ha sido
especialmente visible durante los estados de excepción y estados de sitio decretados por los
regímenes y dictaduras del continente africano. Propone así que existe un Locus Postcolonial, en
donde se genera toda una economía de muerte en la cual los dirigentes de facto africanos
disponen el poder de dar vida o muerte sobre su pueblo, es decir, un ejercicio de violencia que se
va en imbricando relaciones de producción y economía.

Uno de los aspectos más relevantes que expone el autor es que actualmente la violencia ha dejado
de ser un medio y se ha convertido en un fin en sí misma, pues los actuales regímenes la utilizan
como un elemento necesario para reafirmar su poder soberano. Así se menciona continuamente
que la expresión última de la soberanía reside ampliamente en el poder de decidir quién puede
vivir y quién debe morir, una cuestión que inició con el contexto colonial, pero que ha sido
potenciada en "la larga noche del mundo africano postcolonial", una vez que han sido formados
proyectos de Estado-Nación Africanos.
De esta manera, el autor agrega que bajo los estados de excepción y de sitio son establecidas
definiciones de un enemigo sobre el cual se define si se le otorga la vida o la muerte. En este
sentido, la autoridad es lograda a partir de un ejercicio continuo y sistemático de la violencia,
teniendo una relación con el cuerpo y como se reifica como mercancía dentro del capitalismo en
un contexto colonial. Los dirigentes consideran el objetivo primero y absoluto de asesinar a su
enemigo como el ejercicio de soberanía necesario para resguardar sus intereses. Estas serían las
condiciones concretas en las que se ejerce el poder soberano en gran parte del continente
africano, a partir de una base normativa del derecho de matar.

La formulación ficticia de un enemigo tiene una estrecha relación con el racismo, pues ha servido
como elemento fundamental para la subdivisión de la población en grupos y su determinación en
escalas que permite el ejercicio del biopoder a partir de la Necropolítica, aceptando y justificando
la matanza sobre poblaciones enteras. En este sentido, al parecer del intelectual, la definición de
razas opera como una tecnología que permite a los Estados estructurar una política de exterminio
y violencia, lo cual se manifiesta de forma clara en el Estado Nazi.

Siguiendo lo propuesto por Foucault, se plantea que el derecho soberano de matar y los
mecanismos del biopoder están inscritos en la forma en la que funcionan todos los estados
modernos, sin excepción. De hecho pueden ser vistos como los elementos constitutivos e
indisolubles del poder del Estado en la modernidad. Por ejemplo el Estado Nazi con la
exacerbación de la idea del enemigo que ve necesaria la formulación de una <<solución final>>
para exterminar. Aquí se ven de manera sintética la comninación del estado racista, el estado
mortífero, y el estado suicida.

Desde esta perspectiva, lo reflejado por los nazis es el producto de largos procesos de
deshumanizacion e industrialización de la muerte del otro, construcción de estereotipos de clase y
racismo, en donde se articulan la racionalidad instrumental, productiva y administrativa del mundo
occidental. Esto muestra una relación entre modernidad y terror, que tuvo su continuidad incluso
durante los momentos efervescentes de la Revolución Francesa, en donde el pueblo soberano
gozaba de las ejecuciones.

Se encuentra entonces que el poder hace referencia continua e invoca la urgencia de generar una
noción ficcionada de enemigo, fundamentando una crítica a lo político como guerrerista y
profundamente instrumental. El terror se convierte en una forma de marcar la aberración en el
seno del cuerpo político y está íntimamente relacionado con los diferentes relatos de dominación y
emancipación que se han apoyado en las concepciones de la verdad heredadas del siglo de las
luces. Incluso se llega afirmar que opera de la misma manera en los Estados totalitarios del
socialismo real, en donde los decretos administrativos terminan generando militarización del
trabajo, el terror revolucionario, el desmoronamiento de la distinción estado-sociedad,
erradicando la pluralidad como condición humana.
El sujeto de la modernidad marxista es fundamentalmente un sujeto que intenta demostrar su
soberanía mediante la lucha a muerte. Del mismo modo que con Hegel, el relato de la dominación
y la emacipacion se une aquí a un relato sobre la verdad y la muerte, en donde se instrumentaliza
la violencia para alcanzar el telos de la historia.

El autor vuelve al tema de la división racial y como opera dentro de las relaciones de esclavitud,
primera manifestación de la biopolítica. Alude al hecho de la triple pérdida que tiene la persona en
la esclavitud, pues se aliena desde el nacimiento hasta la muerte a una persona para lograr su
dominación absoluta, despojándola de toda humanidad, perdiendo su hogar, el derecho sobre su
cuerpo, y su estatus político. Durante todo este proceso, la violencia es normalizada y establecida
como elemento para lograr el sometimiento del otro, que termina cosificado como un objeto que
se puede poseer y desechar.

Para el caso africano aparecen primero las plantaciones, en donde el amo define desde su poder
soberano en el marco de una política de crueldad en las colonias y por último bajo el régimen del
apartheid aparece un terror particular que concatena el biopoder, del estado de excepción y del
estado de sitio, generando una violencia singular en donde sigue operando la tecnología de la raza.

Dentro del colonialismo el poder soberano es ejercido como una política que define al otro de
acuerdo a la voluntad y la dominación del soberano, en este caso el amo, un poder que siempre
está por encima de la ley del civilizado y en donde la autoridad se mantiene y se renueva por la
violencia sistemática. Esta concepción corresponde a la definción de sobrania propuesta por Carl
Schmitt inicios del XX ; es decir, el poder de decidir en el estado de excepción y la construcción de
una política de amigo-enemigo.

Desde la propia construcción del Estado se aplica un orden jurídico basado en la generación de un
poder soberano sobre una población determinada en un territorio específico y con un enemigo
definido, al cual se le otorga o se le quita la vida. Esto es especialmente diáfano en los tiempos de
guerra entre Estados y la continua división de fronteras, o de ser posible la expansión territorial de
distintas regiones del planeta abiertas a la explotación colonial. Lo interesante, es que dentro del
propio desarrollo de esta tecnología, se va a realizar un intento por "civilizar" los métodos para
matar y ejercer el poder soberano.

Aquí aparece el <<Ius Publicum>> como un discurso que legitima una guerra conducida por un
Estado contra otro, dentro de los cánones de civilidad y humanitarismo, siempre y cuando sean
Estados Europeos o con reconocimiento de iguales. Empero hacia las colonias se gobierna en
ausencia absoluta de ley y la civilidad, pues la guerra y el desorden se promueven y se mantienen
como un fin para continuar el proceso colonial. Por esta razón, el derecho soberano de matar no
está sometido a ninguna regla ni precepto civilizatorio en las colonias, pues la violencia de
excepción se utiliza indiscutiblemente para justificar la acción del colono, obviando de tajo
cualquier precepto legal o moral sobre su uso. Por esta misma razón, no se busca una paz con el
colono, sino que la violencia prosiga para legitimar la acción violenta una y otra vez, en lo que el
autor denomina como hostilidad absoluta.

De tal razonamiento puede entenderse que la ocupación colonial en la actualidad tiene como
objetivo la adquisición, delimitación, y el hacerse con el control físico y geográfico de un espacio,
dividiéndolo en compartimientos de acuerdo a la división racial para poder rehacer continuamente
la violencia y el sometimiento, una cuestión que Fanon había mostrado dentro de su obra magistral
<<Los olvidados de la Tierra>>. En este diálogo con Fanon se expresa la ocupación colonial como
una forma de relegar a los colonizados a espacios limitados y además definiendo quien puede ser
sustituible y quien no.
La ocupación colonial tardia difiere de la era moderna, pues combina lo disciplinario, la biopolítica
y la necropolitica. El ejemplo más palpable de necropoder es la ocupación en Palestina. Aquí el
Estado colonial Israelí basa su pretensión fundamental de soberanía y de legitimidad de la
autoridad en su propio relato de la historia e identidad. Idea apoyada en que se cree que el Estado
tiene un derecho divino de la existencia. Violencia y soberanía reivindican un fundamento divino:
la cualidad del pueblo se encuentra forjada por la veneración de una deidad mítica, y la identidad
nacional se concibe como identidad contra otro, el pueblo palestino.

Se presenta así una dinámica de fragmentación territorial, acceso prohibido a ciertas zonas para los
colonizados y la continua necesidad de expansión del control estatal. El objetivo es convertir todo
movimiento en imposible y llevar a cabo la segregación, de acuerdo a la división racial escalonada.
Para Weizman estos actos constituyen la <<política de la verticalidad>> y la forma resultante de
soberanía es <<soberanía vertical>> en donde las comunidades son separadas según un eje de
coordenadas, llevando a la proliferación de espacios de violencia.

Otro elemento de importante análisis para el autor son las guerras contemporáneas, pues hace
una crítica a Bauman quien considera que las guerras de la era de la globalización no tienen entre
sus objetivos la conquista, la adquisision y la requisa de los territorios sino un modelo de guerra
relámpago, encontrando el abismo entre medios rudimentarios y alta tecnología, como fue
efectuado en Kosovo y la Guerra del Golfo. Doctrina de la fuerza aplastante y decisiva
(overwhelming or decisive force). Para Mbembe, por el contrario, la forma prístina de la guerra
actual es la confrontación entre un bando que se escuda como defensor de un Estado y los
milicianos y mercenarios que se disputan el control territorial y por supuesto el ejercicio de
soberanía. En este sentido se crea una máquina de guerra que se reproduce continuamente y que
tiene a la violencia como fin, pues es económicamente rentable y permite la situación de
colonialidad.

Este ensayo es de indispensable lectura si se pretende entender la forma en la que opera el


ejercicio de la colonialidad y su relación directa con la violencia, lo que permite la comprensión de
las relaciones de poder dispuestas en la actualidad, en el marco del perfeccionamiento de las
tecnologías de dominación como la raza y el control territorial en distintos lugares del globo.

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