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“El Manuscrito de las Constelaciones”

CAPITULO I

Robert Sandoval Martínez

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Dedicado a aquel que me proporcionó el tesoro más valioso:
El saber de las estrellas.
A la que me brindó la oportunidad de ser aquí y ahora:
Por su incondicionalidad y amor.
Y aquellos que poseen el más valioso de los dones:
Saber escuchar.

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INTRODUCCIÓN.

“EL MANUSCRITO DE LAS CONSTELACIONES”

Los seres que provienen de los mundos internos, llevan la antorcha de su corazón,
encendida al mundo de la superficie; la luz que proviene de las estrellas se interna en los
mundos de aquellos que han sido elegidos antes de todos los tiempos, las batallas contra
los que dominan entre tinieblas ha de comenzar; la travesía por salvar las tribus que
habitan en este mundo, llevará a los guerreros del número mágico, desde distintas
coordenadas, al encuentro; allí descubren que la salvación de sus congéneres no depende
únicamente de sus fuerzas unificadas; ahora, las batallas recorren toda la esfera del
mundo del océano de Madil, contra los ejércitos oscuros de una casta que en su
incapacidad, ordena el exterminio de una raza naufraga y quienes han de impedir a
cualquier costo que los elegidos cumplan su determinante misión de abrir las puertas de
los mundos celestiales, única oportunidad de sobrevivir ante la avalancha de violencia y
maldad que asola cada palmo de estos territorios.
Doce tribus, eran en su origen; en los tiempos en que transcurre la narración, sólo seis
posan sus genealogías sobre estas tierras. Según las antiguas leyendas, aquellas tribus que
los precedieron, fueron recogidas para salvaguardarlas de la maldad que pulula en cada
rincón de estos territorios. Doce tribus, batallas entre los hijos de los hombres, se
convierten en una travesía, dividida en tres entregas, en la que trece personajes, con sus
dotes y armas de luz y sus mágicos acompañantes, disponen de todas sus fuerzas y su
sabiduría, a ir en búsqueda de aquellas tribus que se encuentran resguardadas en las
esferas celestes. Batallas, combatientes, guerreros y mortíferos adversarios, es el continuo
movimiento de esta búsqueda.
El relato tiene su inicio, en los mundos internos, uno de los tres espacios en que se llevan
a cabo las acciones de la complejidad de los personajes de esta narración. Los otros
espacios, que componen el círculo de vida, son el mundo de la superficie y los mundos
celestiales, en donde habitan personajes con alto grado de conocimientos de las historias
del universo y que han evolucionado poniendo en práctica cada uno de estos.
“Drhamy”, da inicio a la correría, encontrando un recoveco entre la maraña de cuevas que
se abren espacio por sí mismas desde la aldea, hasta el portal que se ubica como punto de
entrada hacia la superficie del mundo del océano de Madil. En dos ocasiones, en tiempos
diferentes, descubre aquella raza que muchas veces ha sido nombrada por sus maestros,
la que llama tanto su curiosidad y en una tercera ocasión, acompañado por uno de sus
hermanitos llamado “Trhino”, se sumergen en la aventura para la que estaban destinados:
reunir a los personajes del número mágico, para que con ayuda de estos, den
cumplimiento a su destino, estipulado desde el inicio de los tiempos, desde el origen del
universo, por el ser viviente todo poderoso que habita en “La Isla de Luz”.
Aventuras, personajes místicos, mágicos y fenómenos de luz, color y sonido, con potencia
de la energía de las estrellas, se unen en este recorrido, para proteger lo que queda de

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una raza, atravesando paisajes egregios y mundos fantásticos, nunca antes pronunciados
por ser humano alguno. La lucha entre las fuerzas del bien y del mal, que todo ser viviente
debe llevar a cabo para lograr sus máximos propósitos y un cumulo de relatos cortos que
hacen de esta historia una travesía individual por nuestro propio interior, en búsqueda de
argumentos que validen la existencia en un mundo físico, que no tiene disponible las
respuestas más profundas que todos nos hemos elaborado en nuestro trajinar cotidiano.

Eso es Doce Tribus, batallas dentro y fuera de nuestros mundos, luchas que se deben
llevar a cabo sin las armas convencionales, la magia de las estrellas, es la fuerza que disipa
la oscuridad, en nuestro recorrido hacia la Isla de Luz…

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CAPITULO I

-El que viene y el que va, trae la sortija, y la barca, y el carruaje y pronto estarán
en altamar y la sorpresa será- Este es el verso que retumba desde los mundos perdidos,
en el corazón de “Drhamy”, mientras se reanima de su estado meditativo, ya en las afueras de
la ciudad amurallada.

En uno de los puntos externos de los muros que cobijan la majestuosa biblioteca pontificia, los
pequeños de ojos que se asemejan a las gemas más preciosas, detienen su andar en los
territorios de los hijos de hombres de las zonas bajas, en donde esperan entrar en sintonía con
su oráculo, quien les ayude a descifrar “El Manuscrito de Las Constelaciones”, que han podido
tomar de entre los muros de los territorios de la casta sacerdotal:
- El manuscrito, nos muestra trece constelaciones en su bóveda y en el plano se pueden
apreciar, cada una con su respectivo nombre. –apunta desde una blanca loza “Trhino”,
al mismo tiempo que la bóveda celeste se alza por sobre su finos cabellos.
- Conozco la celeste eternidad de estrellas como mi constelación interna y en ninguna de
ellas he visto situadas con tal disposición trece de estas y en tal desorden- comenta
Drhamy, asombrado.

En este pergamino se explayan las denominadas constelaciones del antiguo zodiaco:


instalándose dentro del espacio cobrizo, al norte se estacionan, Piscis, Taurus, Virgo y
Ophiuchus; al oriente, Gemini, Libra, Capricornius; al occidente, Aries, Leo y Acuarius y al sur,
las constelaciones de Cáncer, Agus y Sagitarius. En la zona central de este pergamino se puede
observar en un azul celestial la figura bidimensional de una estrella de cinco puntas en forma
de hombre extendiendo sus extremidades y en estas mismas unos pequeños espacios circulares
en los que cabría sólo una de aquellas pequeñas esferas que forman cada una de las
constelaciones. En efecto el problema reside en colocar la constelación correspondiente en
cada uno de los huecos oscuros, pero saber su correspondiente posición dentro del plano, es la
encrucijada.

- !Entrando en comunión con mi amada, la de los sabios consejos, podremos descubrir las
pistas que nos iluminen!- tomando la posición de flor de loto, entró en estado
meditativo Drhamy.

Envuelta en una tenue bruma seráfica, “El Espíritu Viviente de La Sabiduría”, abrazó
tiernamente la figura casi diluida del pequeño que esparcía una intensa energía vibratoria color
purpura que al irse alejando de su contorno se degradaba hasta el tono más blanco níveo.
- En cada conjunto de estrellas existe una regente, una madre uterina que ha engendrado
el cúmulo de los astros que han de acompañarla por el resto de los tiempos en que han
de esparcir su luz por el infinito. Busca la matriz de cada constelación y ubícala en su

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respectivo círculo, esta enviará la señal de despertar a cada uno de los seres vivientes
que tienen la misión de dar comienzo a la búsqueda de las que están escondidas.- y en
medio de un silbido encantador soltó una piedra de Zafiro, que fue a caer a los pies de
Trhino.
- ¡El Zafiro! En el lenguaje de los antiguos habitantes de la montaña mística, el Zafiro
significa “El que resplandece”- Especifico Trhino, mientras examinaba que en su parte
posterior la gema, tenia impreso un símbolo en forma de bastos bilateral y la palabra
“Hamot”.
- Ese es el nombre de la estrella regente de “la constelación de Aries”, la que da inicio al
año cósmico, a la que los pueblos del oriente sacrificaban un cordero para dar apertura
a la siembra fructífera, en primavera- especifica Drhamy, observando detenidamente el
pergamino cobrizo.

Mirándose mutuamente estacionan sus diminutos y delicados dedos sobre la que representa la
estrella regente, deslizándola titubeantes a la primera cuenca que va en la parte superior de la
cabeza de la compleja figura. Inmediatamente un reflejo en forma de espiral avanza hacia los
cielos recorriendo un vasto territorio hasta llegar a posarse sobre el firmamento, iluminando un
espeso bosque de los contornos de la que en tiempos memoriales eran los predios de la tribu
de Dan. Allí un agraciado jovenzuelo, descansa bajo la claridad de la luz de las estrellas, sumido
en sus quimeras. Recuerda como en las regiones de alto comercio, un viejo beduino de ceguera
sempiterna le auguró el encuentro con una fortuna, que ha sido reservada únicamente para los
de su estirpe:
- De generación en generación te han sido reservados los tesoros del reino de Sabá, los
mismos de los que han probado sus mieles los herederos del reino de la tribu a cuyo
tronco estás frágilmente aferrado. ¡Busca su brillo! El brillo de su magia te encontrará a
ti, pero ten cuidado, mucho cuidado porque entre las sombras hay muchos que te
conocen, te conocen antes de haber nacido y te tentaran para que no te anudes con las
cuerdas de tu hilo de plata, a los seres con los que te corresponde compartir los últimos
de los días. El amor es el fundamento de todo, pero el verdadero amor requiere
sacrificio- Así habló el viejo desconocido, al que comienza a comprender la rueca de la
existencia.

Es en ese mismo instante, aquel jovenzuelo debe dar marcha fugaz, ante el ataque furibundo
de un escuadrón de hombres armados con sables de curvatura angular y punta afilada, quienes
lo acusan de hurtar sus bolsas de cuero de chivo, en las que por lo regular portan sus viandas y
unas pocas monedas que son el reservorio de su estipendio oficial al cual tienen derecho
aquellos que están regidos bajo el mando de los oficiales de las altas cortes. Corre como el
gamo que escapa del león, a través de la gran cantidad de mercaderes, aquellos que
atravesando grandes estepas y arriesgándose ante los ataques furtivos de las bandas de
malandrines, logran posicionar sus tiendas con toda clase de géneros, distribuidos entre víveres
y las más diversas piezas de joyería, telares u objetos fetiches que protegen contra la cantidad
desbordante de dioses míticos que desplegaban su furia contra todo aquel que violara alguno
de sus preceptos, destinando con tormentos infecciosos, dolores profundos o sufrimientos
inmarcesibles, por sus faltas a la legislatura de la piedad.

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Intrépido, logra esquivar entre la multitud de bienes y servicios, las mercancías más preciadas y
más apetecidas de todo aquel tumulto de entidades, de mentes confusas y obcecadas por el
comercio de la sensualidad: ¡Las vírgenes del mar de Hiram! Lindas doncellas que han sido
presa de la compraventa entre los pueblos del otro lado de las costas del mar del Hiram, desde
donde surgen la grandes leyendas acerca innumerables cantidades de embarcaciones que
zozobran al aventurarse tras la búsqueda de los islotes en donde las mujeres angelicales
pululan y en donde las gentes son tan pacificas que no existe ejercito quien defienda a estas
beldades, de los bandoleros que logran aproximarse a sus costas y secuestrar los pulcros
tesoros de la inocencia y la ternura.

Trepitoso, ante la mirada inconsolable de la doncella que expuesta al tumulto, es ofrecida en


venta y de la que todos fraudulentamente ambicionan ser poseedores, deseando entre
intensas palpitaciones, adentrarse en la profundidad de su alma por intermedio de sus
cristalinos ojos, entra en un estado perceptivo en el que ve correr su ser viviente hacia épocas
antiguas, en donde junto a la de diáfanos ojos es atravesado por una espada, ante la promesa
del encuentro más allá de las fronteras del tiempo. Sólo unos instantes duró ésta consagrada
unificación de miradas, pues detrás de él sintió como unos fuertes manos lo asían por sus
antebrazos y un golpe seco, hacia nublar su visión lentamente.

Despertando pausadamente, evidencia cómo unos eslabones de metal han sido adheridos a
cada en cada uno de sus brazos y semidesnudo de la cintura para abajo. Lo acompañan
postrado una caterva de desconocidos, que tienen marcadas sus estructuras esqueléticas como
mapa en altorrelieve y sus fisonomías demacradas en tal alto grado que sobresalen
abundantemente sus concavidades oculares:
- Buen hombre - articula con debilitada voz, al hombre que a su derecha ha corrido con su
misma suerte- ¡decidme! ¿Qué lugar es este? ¿Qué delito tan atroz han cometido todos
estos hombres para merecer tal suerte?
- Eres muy joven para entender los intrincados vericuetos de las mentes de quienes
gobiernan desde las tierras altas en el lejano occidente- respondió entre estertorios
vocálicos el sujeto de decrepita figura.
- He oído de aquellos hombres de occidente, ¿los conoces? ¿Los has visto? ¿Yo que he de
ver con sus asuntos?-con desconcierto cuestiona el joven mozo.
- ¿Cuál es tu nombre?- pregunta el hombre decrepito, observando al joven con
penetrante mirada.

Siente entre la penumbra, la entrada de un rayo de luz amarillento difuminado. Una figura
corpulenta, de elevada estatura, ataviado con una gruesa túnica de un pardusco intenso que
cubre desde sus tobillos hasta la parte frontal de su rostro, se inclina frente al joven, repasa
cada una de las partes de su cuerpo, nombrando ciertos segmentos y apuntando en un angosto
pero extenso volumen, en un lenguaje incognoscible para todos los oyentes, el resultado de su
acentuada búsqueda:

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- Tobillo: pez; Frente: siete dígitos; Pecho: Metrex; ¿tu nombre?-Intensificando su
barítona modulación de voz, impreca con agresividad el sujeto al atemorizado
inexperto.
- ¡Suu...jad! mi señor- responde temblando su escaso cuerpo.
- ¡Completo! ¡Porqueriza! O te arranco las cuerdas vocales de un tajo -agredió,
tomándolo del cuello, el fornido sujeto.
- Sujad Iot-Deker… así siempre me han llamado.

Aquel personaje retorna a su erecta posición lentamente, hasta plantarse en la profusa luz de
la angosta entrada, allí susurra al oído unas pocas palabras con uno de los gendarmes, para
luego evadirse con la misma discreción con que hizo su arribo. Tiempo después cuando entrado
en un estado de decrepitud, ha perdido el sentido de lo que le rodea, se hacen presentes en su
estancia, dos hermosas doncellas que se encargan de limpiarlo, acicalarlo y devolverle cierta
apariencia blanquecina de su piel que este creía perdida. Ataviado con lujosas prendas de fina
seda de los pueblos del oriente de la media luna, entre vistosos bordados celestes, que
contrastan con el vibrante purpura de su capa y sus finos cabellos dorados, es conducido con
tiernos cuidados a una de las estancias más frecuentadas por las altas dignidades eclesiásticas,
políticas y sociales, que bajo ciertas condiciones se dirigen al gobernante de dicha tierra,
representado bajo el título de rey o regente superior de las tierras de la serpentina de zafiro.

Desde el transepto meridional una procesión conformada por el rey, tres representantes del
alto clero y toda una corte de agregados se acercan al ábside de la nave central, ocupando
según su condición de dominio gubernamental, cada cual, un puesto de diestra o siniestra.
Únicamente los tres representantes del alto clero no ocupan un lugar, se posan en forma
triangular rodeando al que por honor le corresponde ocupar el trono del monarca. Sujad,
atónito, se acerca muy lentamente hacia el regente principal, quien con su dedo índice le
señala el camino hacia él, mientras que los tres cenobitas con su mirada aferrada al muchacho
siguen vigilantes cada uno de sus movimientos y gesticulaciones.
- Sois bienvenido a la tierra de tu cimiente, este será de ahora y para siempre tu casa, la
casa en donde reverdecerá tu nueva mente, serás uno de los nuestros de ahora y para
siempre. –recitó con cierto orden y meticulosidad el rey, mientras posaba su endenque
mirada sobre un volumen descuadernado, que sostenía uno de los clérigos con sus dos
luengos brazos…

Tiempo antes de dar con el manuscrito de las constelaciones, se dio inicio a la aventura desde los
mundos internos de la tierra de los siete mares, en la hermosa aldea de los preciosos seres que la
habitan. El comienzo:

“Manantial de dicha, estaremos en la Isla, en los bosques en donde el trinar de los corazones y el trinar
de las almas, convertidas en aves, traen colores balbuciantes y brillantes, que se pegan a los elementales
como copos de nieve, alimentándose del amor tan grande que brota a borbotones. Pronto estaremos
todos, en donde no pasan los días, no hay tiempo, la lluvia acaricia vuestros cuerpos, los mares no se
rebotan, no hay marea alta, sólo música, sólo amor. Que hermoso es todo aquello, donde el amadísimo
Padre”

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Así transcurre, entre cánticos sílficos, la vida en la iluminada aldea de los mundos internos, en la
floreciente siempre viva “Kamarúm”, con sus diminutas casas, de corredores avivados por girasoles
sempiternos que poblador alguno de la superficie ha de ver jamás. Tres manantiales egregios recorren la
población, nacientes estos de las cascadas sagradas de fuego, de límpida agua, y de la de afluentes de
luz, la energía vital de todo ser viviente. Estas recorren cada una de las finas viviendas de multiples
colorines, que se apostan a lado y lado de aquel camino real que atraviesa la calzada principal, en donde
jugueteando con “Los Perikis”, las aves de múltiples colores que una vez al año frecuentan la aldea y que
señalan el comienzo de época de la abundancia y del comienzo de la cosecha, al recrear su vuelo por los
aires esparciendo las chispas del renacimiento, Los Gnoms, alaban al hacedor desde el vació, danzando
al ser viviente de los aires, sobre los diminutos puentecillos que se ligan de orilla a orilla de aquellos
arroyuelos:
-Yo soy Drhamy, yo soy Drhamy,- canturrea el nativo ser viviente de los mundos subterráneos.

Él, tan jovial como sus doce hermanitos, que así se llaman uno a otro coloquialmente con ternura y
fraternidad pura, es el estandarte de la alegría; sus largos cabellos rubios, copos de agua dorados y
ensortijados, caen destellando diminutas lucecillas que se enriscan en su cuerpo cual efigies aladas que
revolotean a través de su vestidura, una túnica tan sedosa que el viento al soplar la extiende por cada
una de las partes de su figura y que asienta sobre sus zapatillas doradas enroscadas en su frontispicio
con zigzagueantes campanillas doradas, las cuales son usadas como protección contra entes oscuros que
quieran aproximarse a absorber la potencia de sus zonas solares. Sus cuerpos que parecen tan algo
menos apretados en su materia que el de los seres de la superficie, dejanse ver flotar con cada
movimiento. A éste, en su trasegar, le ha sido revelado por designio de ese ser al que llaman “El Padre
de la Isla de Luz”, un vericueto atiborrado de trampas que conduce a los mundos de la superficie, el
mundo de los hijos de los hombres, plagado este de “Los Daimons”, seres sin luz, sombras grises
disformes y de intenso hedor pútrido de los antros subterráneos, depredadores gendarmes de los tesoros
de la magna madre Ghea, que intentan impedir a toda costa que atraviese sus dominios.
Meticulosamente, ha señalado el pasaje con pictogramas místicos púrpura, que únicamente pueden ser
entendidos por aquellos que han acogido constantemente instrucción de los seres que jerárquicamente
han ascendido en habilidades, los hermanos mayores. Estas formas, son las marcas que a encubierto
entre las paredes rocosas que señalan los puntos cardinales hacia dónde dirigirse sin penetrar en los
cercos fétidos.
- Sotna, Sotna, Sotna,- es su grito de defensa cada vez que se aventura a explorar la superficie de
la tierra.

Deslizase intrépido entre las penumbras, con la llave del sol, elaborada en su laboratorio durante siete
solsticios, y el mantra, aprendido por sabio de el séptimo sol, para abrir apresuradamente la elipse
aguamarina que deja entrar al mundo de la superficie, en donde todo es apretado, es sólido y carece de
la potencia vibratoria que establece la fluidez de las sustancias vivas. Un mundo se esparce ante sus ojos,
dominado por los siete espíritus mórficos, en donde las diferentes razas se imprecan violentamente por
el poderío y el dominio de los territorios altos, cuyas corrientes de agua pura y la caza de las aves del
paraíso cada temporada aumenta, mientras que en las tierras bajas las enfermedades bacterianas
merman a cada instante la población y la caza se hace casi milagrosa. Un sol de un amarillo ocre ha
encandelillado sus brillantes ojos púrpura, esto lo hace tomar su tiempo para meditar lo que en tantas
veces ha sido repetido y recitado en sus estudios a cerca de los peligros de los mundos del sol en
poniente:
- ¡Drhamy!, ¡Drhamy! ¿de qué mundo vienes?- Exclama su mentor.

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Las horas de instrucción diaria, unida a su polifacética habilidad en el pulimento de las piedras preciosas,
han formado su gran interés por el conocimiento del mundo de la superficie y de sus habitantes.
Vagabundea en su mente por lo que él presupone son los compañeros extraños de su mundo. Anhela
conversar con esos seres, estar al tanto de sus dudas, resolver sus misterios, descubrir sus verdades más
profundas y trasponer el velo de su propia impotencia y de sus cargas.

Lentamente la nubosidad de su visión se despeja y da cuenta de aquel mundo opaco, en donde pululan
las especies serpeantes y los voladores fétidos. Se ha posado sobre un gran sauce que ondea sus ramas
con silbidos fuertes que producen melodiosas tonalidades. A lo lejos descubre una vieja vivienda de barro
forjado y techos de fieltro. Escucha desde un sitio muy cercano, llantos y gritos de histeria en unas
mujeres, que acorraladas por un jinete han de ser destrozadas por su espada de doble filo. Una figura
infantil es encubierta entre todas con sus cuerpos. ¡Es el momento de actuar y así lo hace!, salta sobre la
parte trasera de la montura del jinete y con el filo de uno de sus cristales transparentes encrestado en los
muslos del animal, hace relinchar de dolor el equino opalino, que atormentado por el dolor galopa en
dirección a las tierras altas del reino de los Hijos de Hombres. No ha sido visto por ninguno de los
moradores y astutamente regresa a los linderos que se dirigen de retorno a su aldea serena…

Entretenidos y al mismo tiempo desconcertados Drhamy y Trhino, prosiguen en la meticulosa


tarea de establecer las conexiones entre las constelaciones y una nueva cuenca abierta en la
zona norte del pergamino. Un cumulo de resplandores se acopla en forma de la letra de un
símbolo alfabético perdido que se asemeja a la testa de un toro:
- En la región de los hombres de las runas, recuerdo- comenta Trhino- los sabios
astrólogos señalaban el cielo, cuando estaban en combate en las extensas planicies, a
“la estrella Aldebarán”, que se suponía irradiaba fuerza, audacia y valor a quien se
pusiera bajo su cuidado.

Raudamente, saltan con gran entusiasmo sobre el pergamino para ubicar la estrella Aldebarán
de “la constelación del toro”, en la zona descendente de la región de Tauros. Inmediatamente
un rayo de luz rojizo se levanta hacia el firmamento, como un lazo de amansar fieras indómitas,
abarcando las dos cuerdas para luego avanzar en dirección norte, latitud 51° 17´ 88” al oeste,
longitud 01° 82´61”:
- Debéis daros por vencido, “Ben-Hur”, la ensenada negra es territorio de mi mesnada-
vocifera estruendosamente, el apelado preboste de barba montaraz, mientras combate
con furia contra un hábil y escurridizo hombrecillo de corte primitiva.

En la ensenada negra, territorio pantanoso, campo de sangrientas batallas entre los diferentes
clanes de una misma genealogía de hijos de los hombres, se libra uno más de los combates
entre el clan del temido “Rodaus Pegasus” y su antiguo subteniente de armería, por la
posesión de la pequeña provincia de Phestoneg, sitio de resguardo de los asaltantes de los
mares del norte, las tribus barbarás de los extensos “pantanos de las Phescusas”.

Es en Phestoneng, en donde cuenta la leyenda se han enterrado enormes cantidades de


tesoros, que los saqueadores de los mares ocultaban en esta pradera, pues según las
narraciones antiguas, los habitantes veían continuamente estrellas celestes que rotaban

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alrededor de este sitio y cuando esto ocurría los señores de las piedrecillas encriptados
llevaban a cabo sus rituales y sacrificios humanos a los dioses de las estrellas que los vigilaban y
enardecidos por su poca retribución, se llevaban algunos pobladores como condonación de su
falta de devoción, a quienes los vigilan con firmeza desde los cielos.

Enfilando todas sus baterías navieras, compiten palmo a palmo en velocidad, impulsados por la
fuerza de sus remeros que hacen estremecer la solida superficie marítima, hasta encallar al
mismo tiempo, cada uno y en la misma proporción de sus embarcaciones, en la lodosa zona
pantanosa de las Phescusas. Atravesando en furibunda competencia los lideres de cada uno de
los bandos arriban a la planicie seca, extenuados de sus continuos empujones, continuas
jugadas sucias para evitar que uno u otro se apodere en primer lugar de las tierras secas y
encuentre los tesoros por los que han luchado bravíamente durante muchas décadas cada uno
de sus clanes; los dos hombres impulsan con fiereza sus cuerpos sobre la tierra seca al mismo
tiempo, se ensartan en lucha bravía mano a mano y golpe con golpe, mientras que sus hombres
encadenados en risotadas los observan como quienes ven dos chiquillos que disputan sus
juguetes.

Luego de varias escaramuzas, todos ellos intentos fallidos por definir quien se adentra a fondo
en la pradera, acuerdan jugárselas a la suerte de los huesos del ave que vuela sin rumbo. Al
tirar los diminutos huesos secos al piso, en posición circular cada uno de ellos, tal suerte recae
sobre los superiores de los bandos, los cuales con arma en ristre se avecinan cautelosamente
por entre la espesura de uno de los bosques tupidos de sombras. Del otro lado del espeso
bosque de ébanos, sus ojos se sobresaltan al descubrir las antiguas ruinas a campo abierto de
una antiquísima comunidad perdida en las centurias y de las cuales los hombres más veteranos
de sus poblaciones describían ante la indiferencia de los neófitos rurales…

La segunda salida, se lleva a cabo en otro tiempo:


El tiempo transcurre más lentamente en los mundos subterráneos. Han pasado sólo algunos días en la
aldea y como es tradición el día veintiuno, del sexto mes del año, se celebra la fiesta de las Tab-hernas,
en donde el Gnoms de más altos meritos tiene el honor de leer el libro de los seres vivientes, escrito por
la primera genealogía creada en las estrellas. El convite se convierte en el centro de toda la acción, en
donde todos ponen en común sus habilidades para preparar los deliciosos platillos de los días rituales; el
primer platillo es el “Papalú”, elaborado en harina de granos de maíz, aplanada con una barra de cedro,
sobre la cual esparcen verduras cosechadas en sus huertos y el queso de los C-havas, para luego
introducirlos en sus hornos de barro reforzado con huesos molidos; “el Amole Festival”, es su segundo
platillo, un cereal que tinturan de diferentes colores y que hace juego con el arco iris cóncavo que se
extiende como un ojo que todo lo ve sobre su aldea de blancas moradas. Lo más esperado de la
solemnidad, es el último de los eventos del día, el gran rito de los cuatro elementos, en donde cada uno
de los Gnoms estrena su mejor prenda de vestir y gozosos bailan las cuatro danzas de los elementos, la
danza de Thail-oc, la danza Shil-fo, la danza de las Salam-and y la de las piedras preciosas en honor a
Ghea; seis y seis, cada turno de los danzantes. Drhamy, mientras baila con su preferida Lho-Lhi,
murmura con intensidad y algo de incertidumbre:
- ¡Los Hijos de Los Hombres! ¡Los Hijos De Los Hombres!-

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Mientras trabajan y cantan, cantan y trabajan, principal ley del Padre de luz, mantener encendida la
llama interna de sus corazones, que cambia de color con la intensidad emocional y las habilidades
desarrolladas desde el trino de su ser alma-corazón-ser viviente, Drhamy escucha una dulce voz que titila
en su reforzado sentido sonoro:
- Sotna, Sotna, Sotna,- es de nuevo el grito de defensa que aparta de su presencia a los Daimons,
que quieren interferir entre él y los seres de la superficie.

El portal vuelve a expandirse, pero esta vez, aquí en la superficie, ha transcurrido largo tiempo desde su
último ascenso. Queda atónito, ante la presencia de una virginal recolectora de hierbas de florecillas
amarillas, muy usadas para elaborar tés que desempachan las tremendas comilonas de ternera que el
jefe del hogar devora rutinariamente. La delgada, jovencita de cobrizos cabellos, finos y delgados, de
ojos perlados y tez palidezca, no se percata de su presencia, se desplaza de aquí para allá entonando una
antigua canción que anuncia la consumación del acto amoroso entre dos seres que aun no se conocen
pero que el destino los tiene ligados por las eras de las eras. Este pequeñín, se introduce en la vivienda
aledaña al paraje herbal, por la portezuela que da a la salida trasera y con furtiva habilidad recorre
palmo a palmo, cada habitación. Un resonar monosílabo, de gravedad pasmosa y retumbar fatuo, hace
rechinar forzosamente la puerta de la habitación mientras pregona:
- ¡Esa bastarda tiene que ser devuelta a su parentela!-

La vieja rechoncha, de caminar cansino patético, vocifera entre sus labios imprecaciones de recelo contra
la culpable de sus querellas:
- ¡Ese Zhel-hota es el culpable de nuestras desgracias!-

Espantado, se dedica a oír la historia de aquella damita que siendo de una parentela extraña a los
espécimen achanchados grotescos, mantiene encuentros con Dhovid, el jefe de la resistencia. Así fue
como se enteró de sus encuentros furtivos, encuentros que se llevan a cabo a la luz de la luna, entre la
espesura de red ensortijada de los viejos árboles de copas espesas y ramas ensortijadas, que se agrupan
en un pequeño acantilado cerca de los arrecifes de Mhisnor. No es una buena noche para este
encuentro, pues las tropas de “El Herodiano”, el general más implacable de los hijos de los hombres de
las tierras altas, ronda por las afueras de sus murallas.

Drhamy, con su agudeza sensorial escucha un grito angustioso, y siguiendo el rastro dejado desde la
cómoda, de un hilo plateado, atraviesa la espesura de la llanura hasta el matorral del archipiélago
donde descubre entre la penumbra un ejército montado, al comando del hombre de sombra espesa.
Arrodillados, una pareja de jovenzuelos recitan con fervor versos aprendidos de algunos buenos
ancianos, quienes se los hicieron retener de memoria para los momentos en que los enemigos de la vida
acechan en el mundo físico. No hay suplicas, no se deja escapar el llanto, sólo miradas furtivas de
ternura y desesperanza; un mismo brillo cerca de sus corazones los une en este tiempo, la llama de su
fuego interior permanece encendida y la luz que esparcen sus ojos destella como estrellas furtivas en
noche serena. No existe compasión en la mirada iracunda de sus atacantes, las risotadas despejan el
sitio de toda especie desprevenida y muchas sombras grisáceas se enjutan sobre los hombros de los
inmisericordes ajusticiadores. Dos espadas, ponen fin al encuentro, mientras en líneas de tres, los jinetes
toman rumbo de regreso a las zonas altas con sus remanentes señales del trofeo: un viejo relicario y una
daga de tres metales.

No parece real lo que han observado sus diminutos ojos. El silencio y el llanto se apoderan de su alma y
con una profunda congoja e incredulidad, regresa consternado al punto de entrada a su habitad natural.

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Nunca podrá borrar de su mente el momento en que aquellos brillos se desvanecieron y aquellos cuerpos
palidecieron en certeza de un nuevo encuentro…

En la otra frontera de estos territorios, nuevamente las criaturas de los mundos menos densos,
perseveran en su intento por articular el tercero de los movimientos constelatorios y descifrar
su ubicación cartográfica dentro del manuscrito. En este preciso momento se enciende “la
constelación de Gémini” con su cumulo de estrellas girando vertiginosamente dentro del
espacio bidimensional del pergamino en forma de espiral de derecha a izquierda y de izquierda
a derecha. Observan con detenimiento como dos de las estrellas que componen la constelación
han abandonado sus orbitas para estacionarse en puntos fijos formando una recta
perfectamente horizontal:
- Drhamy, las columnas del templo. ¿recuerdas? el hombre más sabio las construyó en
dirección de 60° nororiente- refirió Trhino con ánimo exaltado.
- Claro y en medio de estas dos, se genera espontáneamente el sello del rey Asoshe, la
estrella de los dos triángulos que apunta el uno hacia el norte y el otro al sur.
- ¡Polai!- exclaman con júbilo al mismo tiempo.

Ubicando la estrella Polai, en el centro de la tercera cuenca, que se dividía en dos en sus
estemos laterales pertenecientes a la constelación de géminis; dos rayos, uno azul misterioso y
otro plateado deslumbrante, se enroscan ascendiendo por los territorios montañosos del este
de la cordillera de los nevados, hasta posarse en coordenadas 27º 98´80” norte, 86º92´52”
Este, sobre un antiguo monasterio, en donde un grupo de monjes ataviados, con sus prendas
diarias de oración y labor cotidiana, se esparcen por las diferentes estancias del centro litúrgico,
cada cual concentrado superlativamente en llevar a cabo a la perfección su tarea
encomendada. Algo extraño se observa entre sus ajuares, cada uno de ellos porta senda espada
de material muy pesado, como medio de protección contra los continuos ataques llevados a
cabo por grupos de bandoleros que se introducen clandestinamente en la fortificación, con la
intención de robar los utensilios de plata y bronce usados en las ceremonias ordinarias y en los
rituales frecuentes.

En el extremo norte del levantamiento amurallado, en uno de los sótanos que a su vez hace de
resguardo de una regia colección de volúmenes y pergaminos antiquísimos, un hombre de
blanca tez, difuminada por la amplitud de sus cercos visuales, se postra sobre un portentoso
mesón agobiado por su incapacidad de traducir un intrincado texto de la época en que
gloriosas la tribus escapaban de los dominios de sus más encarnizados enemigos, quienes los
privaron de la libertad por décadas continuas. El texto vetusto, señala las antiguas ruinas del
monte de los genios, en donde se encuentra escondido el más grande de los tesoros en oro,
plata y joyas preciosas, que ocultó El Rey Asoche, el rey más sabio y rico que la humanidad
hubiese conocido, de los oriundos de la zona sureste, quienes con ejércitos armados hasta los
dientes, buscaron y arrasaron poblaciones enteras con el interés de apoderarse de las riquezas
de este y así financiar el coste de sus nuevos experimentos, sustentados en la creación de
nuevas vidas de manera espontanea.
- ¡La alineación contraria, al norte!- levantando su rostro muy lentamente, exhala.

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Rápidamente, asciende por la escalera caracolina que da directamente al patio trasero del
claustro, en donde se confunden sotanas de anchuras y alturas dispares, entre brillos de
cabelleras despobladas y bruscas miradas. Todos juntos con extremada paciencia, abandonan
sus labores para cercar aquella mirada estremecida por el descubrimiento que tantas horas de
dura faena ha llevado finiquitar:
- ¡El monte de los genios nos ha hecho su llamado! ¡Aquel, hermanos, que decida
acompañarme conocerá junto a mí, las más extensas minas de metal dorado que la
madre tierra hubiese parido en el continuo apretujar de su vientre!

Durante nueve, días seis monjes recorren resguardados con portentosos ropajes las cimas
nevadas de los montes en media luna. Durante este tiempo, han sufrido grandes
eventualidades, pero aun les espera la última de ellas al adentrarse en la grieta de los susurros.
Es aquí en donde pierden a “Solón”, un veterano de mil conventos, instructor sabio de música
sacra quien dirigía la escuela de sonidos de uno de los claustros más reconocido de las tierras
pontificias y el cual hubo de abandonar como consecuencia de la persecución en la que se vio
envuelto a causa de su consabido interés por la investigación de las formulas geométricas y
matemáticas que envuelven cada una de las notas musicales y su estructura conceptual, al ser
compuesta en sonatas. Ya en las cercanías de la montaña de los genios, en un estado
deplorable, observan acercarse, dos preciosos muchachos mellizos, varón y hembra, que
calientan sus cuerpos friccionando su plexo solar, con su mirada perdida hacia los cielos. Así
como llegaron desaparecen entre los telones de la tupida nevada.

Ya repuestos y menguada la tormentosa lluvia de nieve, se enfilan uno a uno a escalar a mano
limpia, sólo con la ayuda de sus cuerdas y sus picos, el monte de sus esperanzas. Jubilosos ante
su logro, al arribo de las coordenadas descritas en el pergamino, 27° 51” latitud norte, 86° 43”
longitud este, localizan una entrada majestuosa compuesta por dos fuertes columnas en espiral
que se retuercen de derecha a izquierda y de izquierda a derecha, soportando en su espacio
central un vasto portalón de ciprés saturado de inscripciones concéntricas de procedencia
desconocida para los cuatro monjes de escolta, menos para fray Vilhe Bartolomeus, quien
estupefacto frente a la insigne puerta, balbucea:
- “En el tiempo cero el sol estaba en Gémini, cuando se alineen los que son similares pero
diferentes, se verá en su extensión la forma del gran sello”.

Apartando en su centro las dos elevadas armazones, se internan en las entrañas de la que
parece más un refugio de uno de los seres mitológicos de los que tanto ha escuchado nombrar
en los escritos arcaicos de los escribas de las antiguas eras. En su recorrido interior, dan cuenta
de un dúo de lamparones rojizos que zigzaguean entre las paredes de la gruta, desprendiendo
en algunas ocasiones pequeños piezas de rocas calcáceas que ruedan expandiendo sus sonidos
con enorme resonancia. Presas del temor, se dispersan por los interminables socavones sin
conocimiento del rumbo a seguir. Sólo Bartolomeus no ha abandonado su punto de partida,
con su antorcha encendida husmea entre los paredones cóncavos de gran altura. Observa
como al dirigir la luminiscencia de su tea, hacia ciertas posiciones celestiales, se vislumbran
ciertos destellos en agrupaciones. Con gran agilidad trepa una de las paredes irregulares por la

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zona nororiental en donde uno de los reflejos se hace más fuerte en medio de dos más opacos
pero no menos intenso. Al llegar a esta ubicación, se encuentra con una pequeña puerta de
madera que abre al girarla de derecha a izquierda tres veces. Penetra este por su interior y tras
un largo recorrido en posición cuadrúpeda da cuenta de una salida exterior. La luz de la claridad
radiante lo comunica con un paraje extraño pero paradisiaco en el que observa con admiración
una construcción majestuosa, en tanto que por sus laterales se deslizan dos figuras reptilescas
de gran proporción que se apostan a lado y lado de las columnas frontispicias de la obra
azulácea. Afrontando sus miedos, adelanta sus pasos muy cerca de la escalinata séxtuple e
inmediatamente los seres reptilescos se escabullen por la parte trasera del monumento.
Después de unos instantes, una pareja de infantes ataviados en túnicas plateadas aparecen por
la parte frontal del monumento, esgrimiendo en sus rostros la lozanía de las reinas de la
antigüedad, quienes bañaban sus rostros con las más finas esencias del valle de la tersura…

Una tercera salida, del pequeño Drhamy, en otro tiempo más adelante, se lleva a cabo desde la aldea de
los mundos internos, esta vez en compañía de uno de sus hermanitos:

En la aldea todo transcurre con armonía y alegría, el ingrediente principal de la existencia de los seres
vivientes. Drhamy, siente algo de melancolía, eso es notado por sus hermanitos. El primero en
expresárselo es el carismático galeno de la aldea, a quienes todos llaman “Trhino”, un hermoso
espécimen de los Gnoms, de cabellos púrpura, tan largos como destellos del cielo, de ojos verde
esmeralda. En este día viste su túnica preferida, la que durante muchas lunas tejió con los restantes de
las esmeraldas que diariamente se encarga de pulir, convirtiéndolos en finos hilos que entrelazó con
paciencia y constancia durante más de novecientas lunas. Siempre curioso del cosmos, transporta en su
mochila un calidoscopio energético, con los que descubre en los órganos afectados, los puntos bajos de
energía que posibilitan el origen de enfermedades:
- Tu fuego sagrado no destella como en otras auroras- susurró a su oído, recibiendo como
respuesta, una melancólica mirada y un tenue suspiro. Te he visto seguido deambular por el
norte al extremo de la aldea- le arguyó con tono enigmático, el que cura con gentileza.

Luego de tanto cuestionamiento y en medio de su propia incertidumbre, se decide a relatar, en secreto,


sus peripecias por el mundo de la superficie, a su amigo. No cabe duda que la curiosidad inundó los
pensamientos de aquel otro pequeñín y así dispusieron planear un nuevo acercamiento al mundo de la
superficie en mutua compañía para la luna nueva del mes séptimo.

Los rayos plateados de la hermana luna han cesado. Es el enuncio del comienzo de la nueva travesía. Dos
figuras brillantes ataviadas de sus mochilas y varitas magnetizadas de los rayos del logos solar,
elaboradas en el ritual de mitad de semana cósmica, son sus armas. Dispuestos a atravesar los
laberintos subterráneos de los seres foscos, comienza la carrera entre los vericuetos de las entretejidas
raíces hasta el portal elíptico de los mundos de la superficie. Ya afuera, el mundo ha vuelto a cambiar,
ahora está casi desértico y la vieja casa de barro forjado y fieltro se encuentra en ruinas. Deambulan por
los caminos de uno de los clanes de las tierras bajas, estas tierras están conformadas por tres grupos de
parentelas en donde la sangre tribal juega un papel trascendental y que es cuidada con recelo de no ser
contaminada con la de sus otros congéneres. Se acercan a una de las aldeas de los Ben-Iamhin, una
fracción de raza de hijos de los hombres que se destaca por la juventud y belleza de sus habitantes.

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Los curiosos Gnoms, se internan en la aldea de chozas levantadas en pentágonos, en donde la limpieza
surte un efecto mágico de encantamiento. Descubren en una de estas, a un personaje muy frecuentado
por cada uno de los grupos familiares, un jovencito casi adolescente, vestido con telas de copos de nieve
tan refulgentes que su destello ciega los ojos de quienes se acercan a consultarle, teniendo que cotejarlo
con ojos cerrados y corazón abierto. “Sharlom-eons”, es el nombre del joven sabio en quien se dice
habita el espíritu de un antiguo rey sabedor de los más profundos misterios de la existencia de los
habitantes del mundo de todas las eras, quien cerrando sus ojos descubre la presencia de estos sencillos
individuos y les invita a su cercanía:
- Vosotros, amigos, no temáis, pues vuestra presencia iluminadora será luz para los seres del
mundo de la penumbra-
- Vuestra excelencia- acentuó Drhamy.- ¿sois vosotros el oráculo?
- No soy eso que todos me acreditan ser. Cada instante del tiempo es malgastado por el hombre,
esperando que surja entre los seres vivientes una criatura que tenga poderes sobrenaturales y
les de cuentas de su destino, sin beber de su propia sabiduría y descubrir su propio oráculo
interno.
- ¿Vosotros lo conocéis?- replico Trhino.
- Cerrad vuestros ojos y observad en vuestro interior. Cerca de vuestro corazón encontrareis una
fina piedra de Onís redondeada y aplanada, en su centro, unas manecillas de metal dorado dan
cuenta a vuestro corazón por medio de melodías, de lo que acontecerá.
- Sí, mi señor, ya escucho una armonía muy suave y fina ante vuestra presencia- Aprobó Drhamy.
- Ella, te anuncia las buenas nueva a vuestro corazón que las comunica a vuestra alma, por eso te
sentís gozoso.

Así trascurrió una eternidad en un instante ante la presencia del oráculo, los tiempos venideros se
hicieron visibles en su interior, descubriendo momentos precarios de violencia y enfrentamientos crueles
por estas tierras. El miedo los inundo y aquellos rostros inocentes palidecieron ante las visiones
emergentes.
- El temor es el verdugo del amor- les susurró el joven sabio. –Vosotros sois luz, vosotros venís a
encender los corazones cenizos de esta raza. Seréis guías, traeréis en vuestras manos la ilusión
perdida. Continuad vuestro camino. Pronto será nuestro rencuentro.

De esta forma, continuaron su aventura, dirigiéndose por los peñascos del valle de Heb-sron hacia las
tierras altas de la raza de los hijos de hombres. A lo lejos, escondiéndose entre los arbustos, saltando
entre roca y roca un espécimen de diminuto pelaje rojizo degradado, afilados dientes y cola esponjada
de tonalidad lunar, les sigue llamando su atención al querer entregarles una semilla:
- Drhamy, a este animalito que nos ha seguido, algunas historias le llaman “Afín” y le han
desprestigiado llamándole la chismosa de los mundos, pero en los textos de los vetustos
guardianes de los tiempos la valoran como “la Profetiza de los tiempos”- así inquirió Trhino a
Drhamy acerca de esta, mientras asciende y desciende de sus cuerpos con juguetón chirreo…

Entre tanto, Drhamy y Trhino, escrutan en el pergamino una nueva organización de cuerpos
celestes, esta vez en una rara posición de alineamiento colectivo. En esta, sobresale la
luminiscencia de un cuerpo celeste el cual acomodan en uno de los orificios que rigen “la
constelación de Cáncer”, aquella estrella de la cual desconocen su nombre pero la que creen
que ha sido la misma que ha guiado a “Los Gentamas”, la misma comunidad de errantes que
recorren las tierras de los hijos de los hombres, con sus carretas, sus trajes festines y su valiosa

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habilidad clarividente de interpretar los símbolos cabalísticos de un mazo de setenta y ocho
cartas, que contienen en forma simbólica cifrada los conocimientos de la causalidad de los
tiempos presentes, pasados y futuros, en sus movimientos cósmicos, así como de los
recolectores del conocimiento universal que durante muchas épocas han resguardado estos, en
su trasegar por los territorios más inhóspitos de la tierra plúmbea, “El mundo de los siete
mares”.

Esta vez, una figura en arco doble separado, recorre los cielos en un movimiento, de andar
hacia atrás, en tono dorado que se esparce hacia las alturas girando lentamente, hasta quedar
estacionado, formando una “Y”, creando un choque de fluidos caliente-frio, que se desplaza
por extensas superficies de tierra sobre las murallas de los estados pontificios, atravesando de
extremo a extremo el mar de Hiram, para abrirse paso hacia las montañas de los bosques de
las acacias, a 38º89´50” Norte y 77º04´52” Oeste, en lo más recóndito de su espesura. Dentro
de ésta solemne congragación de estampas aceitunescas, una armazón elaborada en madera,
de forma rudimentaria, es sacudida violentamente por la fuerza de este fluido que la circunda
de forma agresiva, haciendo disgregar algunas de sus uniones trabadas con rusticas piezas de
metal forjado. En su interior, un longevo vidente, “Recuperador de la sabiduría atávica”, repasa
algunos rollos que él y algunos de sus discípulos se agenciaron ante la enorme calamidad
ocurrida en el incendio de la biblioteca más grande y mejor dotada de lotes escritos, por
distintos autores, por diferentes pueblos, en distintas eras.

El hombre, consternado ante la anomalía natural, se postra en tierra, recitando el antiguo


mantra de dominio de los cuatro elementos, mientras por su mente se suceden uno a uno los
momentos del pasado que lo ha llevado hasta aquel remoto paraje de las montañas de los
bosques de las acacias:
- “Tama”, muy pronto los cuatro planetas estarán alineados, debo partir- en el interior de
la cámara de los sonetos, Philot de Hegada, le comunica a la matrona de Cortagua, el
nuevo rumbo a donde lo llevará la misión conferida por los seres vivientes custodios de
los conocimientos cósmicos en el momento en que los cuatro planetas, Venus, Marte,
Júpiter y Saturno están alineados.
- ¿En qué lugar te encontrarás con los otros recuperadores? – con ternura interrogó a su
maestro, Tama.
- La línea recta que forma la alineación nos llevara al sitio de encuentro, por ahora has los
preparativos que voy a introducirme en la cámara de los vivientes, ¡no olvides mi bebida
hermética!, pues voy a acondicionar mi obsequio, “el volumen de los antiguos
aprendizajes”, para entregar al venido de nuevo como maestro de maestros. La profecía
de su nacimiento en la pequeña aldea “la casa del pan”, es ya palabra cumplida. –
sentencio Philot mientras, se tomaba la pócima y entraba en la cámara acondicionada
para la práctica de la meditación.

En este estado de regresión mental a etapas de su vida que parecían habían quedado
camufladas por la espesura de los bosques de acacias, recupera otro espacio del tiempo ya
vivido:

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- A ti, “el nacido en la casa del pan”, me postro con gozo rebosante en mi corazón, te
devuelvo lo que tú ya has construido en otro tiempo- susurra al oído Philot de Hegada a
un jovencito de casi doce años de edad, en el interior del templo construido por el
hombre más sabio que cuente la historia, a quienes sus padres consideran perdido.

Así transcurre largos momentos el anciano de larga cabellera, barba extendida por su ovalada
tez, túnica grisácea tan clara que se confunde con el brillo que se desprende del cumulo de
constelaciones entretejidas alrededor de aquel manto y turbante negruzco, acorde con la
bondad que refleja en su mirada penetrante pero diáfana. Es una cascada de sabiduría, la que
se esparce por las cuencas de sus ojos y sus manos tan conservadas como los del artista de la
lira que compone melodías para los seres de los cielos, son largas y delicadas.
- Ha llegado la hora. Los que son, se agrupan para la búsqueda. El jinete de la armadura
gris y su sequito de valientes, se acercan.- pronuncia en voz baja, mientras recupera su
erguida forma.

Es así como por entre la espesa selva de acacias, un grupo conformado por seis hombres,
recorren a todo galope las tierras altas, huyendo de uno de una de las legiones organizadas de
los ejércitos pontificios. “El caballero Taurus Shomín”, es el comandante de este escuadrón,
quienes van de seis en seis, recorriendo los caminos y las villas en donde sus adversarios,
toman posesión, esclavizan y asesinan los habitantes de estas que no entran en su alianza.
Tauros, como lo llama su contingente y el resto de los escuadrones, es un hábil espadachín,
muy diestro en el combate cuerpo a cuerpo y experto jinete; este es dueño de un hermoso
ejemplar equino inmaculado, que contrasta con tono azabache del resto de los equinos a su
comando; su armadura gris se acopla perfectamente a sus fuertes pectorales y abdominales, un
rasgo obligatorio en estos combatientes en donde la fuerza y la destreza, van unidas a la astucia
en cada lid que constantemente enfrentan. Esta vez no combaten, pues son superados en
número de diez a uno por las fuerzas del alto clero. Galopan buscando la protección de las
tierras de los bosques de acacias, en donde los lobos se convierten en sus aliados ante la
pavura de estos por enfrentarlos. Estos tampoco están protegidos, si la noche los arropa serán
presas fáciles de los depredadores y aunque hayan huido de sus contrincantes, deben buscar
refugio en alguna de las cavernas o pequeñas construcciones abandonadas.

A lo lejos, divisan una tenue luz que se escabulle por un pequeño ventanal de algo difusamente
parecido a una construcción habitada. Con sigilo penetran al interior de la morada, que no
ofrece ningún obstáculo para su intromisión. Allí, dan cuenta de una pequeña caballeriza en la
que encajan como anillo al dedo sus seis robustos ejemplares, asimismo se sorprenden al
descubrir todo un equipamiento de posada distribuido en sextetos, incluido en ellos sus lechos
elaborados en paja retorcida y entretejida en cuadrados perfectos muy resistentes y a la vez
muy blandos para adormilarse sobre estos. Comúnmente la vigilancia se realiza por dúos pero
esta vez debido al cansancio de la lucha y la larga y agitada travesía, la vigilancia se reduce a un
solo hombre, con intercambios cotidianos. En el turno que corresponde con el líder del grupo,
Tauros, los sonidos de los diferentes habitantes de la naturaleza menguan en reverencia a
quien fue alguna vez el heredero de los dominios de la tribu de Ephraim y quien en
generaciones antiguas fue despojado de sus derechos de sucesor, por quienes asumieron el

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poder de las tierras más ricas y fértiles, en el mundo de los siete mares. En la penumbra de la
noche aciaga, se escucha un rechinar muy tenue en la zona baja de la morada. Acuciado por la
incertidumbre, el caballero Tauros, desciende por una escalinata con su espada en ristre, la
misma que de generación en generación ha sido entregada en secreto ritual, al primogénito de
cada secuela sanguínea. Dentro de la tapia frontal, recargada de una alacena repleta de frascos
cuidadosamente enumerados y marcados con los nombres de distintas esencias y sustancias
algo extrañas para el visitante, se oyen craqueteos consonánticos que alertan su guardia.
Hábilmente logra descubrir el mecanismo de apertura del muro divisor, adentrándose con la
sagacidad propia esta de su adiestramiento, observa una silueta deforme, que se acerca a su
punto de observación; en este momento, enfila su espada en dirección del su laringe con la
intención de desprender la ligación entre su conciencia y su corazón…

La travesía continua, ahora frente en la periferia de las barreras de los territorios dominados por la
casta sacerdotal:
A lo lejos divisaron una descomunal construcción que abarcaba periféricamente todo el espacio que sus
ojos podían observar, una gran muralla de gran altura, con torres cada quinientos metros, elaborada
esta en bloques macizos de piedras talladas rústicamente con incrustaciones de piedras trabadas en sus
bases. Una caravana se acerca con pachorra. Una multitud de trashumantes de las tierras periféricas del
oriente, se dirigen a las tierras altas con sus mercancías, casi todas ellas, una gran cantidad de utensilios
y brebajes utilizados como productos de santería, magia negra y rituales para atraer la riqueza, devolver
los seres queridos a su presencia y esencias, larvas y pócimas de plantas extrañas que activan la
potencialidad sexual. Estas tierras, protegidas por las altas barreras de piedras irregulares, son
gobernadas por “El Pontificex Maximus”, la suprema autoridad de las tres tribus, quien durante décadas
ha dominado con su casta de sacerdotes las políticas estatales, la religión y la educación de los
habitantes dispersos en ciudades en declive o pequeñas poblaciones, se perciben en un estado de
decadencia moral y de costumbres, como nunca habíase visto. Es por esto mismo, que corrientemente
las caravanas de hechiceros y farsantes de magia, dedican grandes esfuerzos a adentrarse a estas
tierras, aunque las remuneraciones y los sobornos que deben entregar a la casta sacerdotal sean tan
elevados que sus ingresos se ven múltiplemente reducidos. Aun así, viendo una gran cantidad de
personajes de aspecto lúgubre, entre su desorden de aromas fétidos y de pululantes fragancias rancias y
de ósculo procederes, se camuflan entre los carruajes, siguiendo la de plateado pelambre que se
adelanta a sus decisiones. Afín, les señala con el movimiento de su hocico, la presencia de un hombre
corpulento, de barba montaraz, a quien se le desorbitan los ojos hacia la zona izquierda cuando modula
en tono fuerte y convencido:
- ¡Supersticiosos!, ¡supersticiosos!- imprecando a los tres jovenzuelos que comparten la carreta
con él.
- ¡Al ignorante hay que arrancarle hasta los intestinos! palabras sabias de mi maestro. No es
culpa nuestra que estos impertinentes piensen todo el tiempo que el origen de sus problemas
provenga de causas externas a ellos.
- Supersticiosos, Supersticiosos, esos llenan nuestras arcas- repite con estremecimiento.

Mientras eso ocurre, lentamente atraviesan la única entrada a la región amurallada, dos portones de
madera de fresno ligada por enormes tirajes de cuerdas de metal y un frontal liso que al quedar
totalmente cerrado deja entrever la figuras de un antiguo demiurgo en alto relieve de quien se dice fuese
el catequizador de lo que en otras remotas épocas eran una confederación de doce tribus unidas por un

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mismo sentimiento y una mística y espiritualidad profunda, en donde los seres vivientes de otros planos
continuamente tenían contacto natural, con sus habitantes, ejerciendo gran influencia en su desarrollo y
sus procesos evolutivos. Todo aquello fue diluyéndose en el tiempo, ahora sólo quedan divisiones
profundas y enfrentamientos belicosos desiguales, con grandes diferencias de poderío e intereses
manejados por las castas sacerdotales quienes imperativamente roban los conocimientos legados por el
demiurgo, conocimientos que reposan secretamente en algunos puntos enclaves de las tierras bajas.

Dentro de las murallas una compleja red de caminos empedrados da cuenta del fuerte control y
vigilancia que se ejerce sobre estos pobladores. Un ejército completo controla cada una de las
transferencias, los comunicados, la instrucción familiar y cada intercambio de información que resulte de
tipo sospechosa, para ser penalizada y juzgada por la corte de justicia del pontificado. La propiedad es
arrendada por estas castas a los pobladores, cultivadores y artesanos a condición del pago oficial de un
tributo que es saldado con trabajo sobre las tierras más fértiles y que tienen preponderancia ante
cualquier calamidad o evento fortuito que pueda causar destrucción o daños de cualquier envergadura…

Apostados cómodamente bajo el cobijo de la sombra de un inmenso espécimen de Nogal,


desenrollan nuevamente aquel pergamino que ha ocupado todo su tiempo y atención durante
tres lunas consecutivas. Acaece todo aquello, en otros rumbos, sin que los pequeños vengan en
conocimiento de lo que se está fraguando, aun así continúan con la tarea impuesta por el
destino, el que aceptaron, recuerdan y no están dispuestos a alterar hasta que sean solicitados
de nuevo por el Padre de la Isla de Luz. En un nuevo punto de coordenadas latitud 29° 97´53”
N- longitud 31° 13´79” E del plano, ubican la estrella regente de “la constelación de Virgus”:
- Llegó el condor amarillo, ahora si parirán las águilas. En la cueva estará el oso
esperando, en la entrada, y vosotros iréis con vuestra luz sagrada– Pronuncia en tono
sublime el gran maestre de la escuela iniciática del rio Turbio mientras unge en aceite
de olivo a su ascendida “Pharahomna, Selah”, hija del bondadoso Rey Egipcio
Tissagraman.

Esto se sucede en uno de los lugares sagrados en donde los sacerdotes de las escuelas
iniciáticas, han edificado templos de ascenso espiritual con forma piramidal. En este punto del
globo terráqueo, se encuentra la hija del gran rey Tissagraman, recién ascendida en grado de
evolución espiritual, tras muchos años de duelos consecutivos contra todos aquellos enemigos
internos que pretenden adueñarse de su mente. Selah, la encantadora princesa, mujer
hermosa como ninguna, agraciada en sus formas, en su intelecto y sobre todo, ducha en su
aplicación al servicio de sus congéneres:
- En noventa lunas, se llevará a cabo el primer encuentro. ¿Maestro, el camino se me ha
anunciado en mis sueños? Pero, ¿cómo encuentro ese camino? –manifiesta la de
sublime descendencia.
- Ese debe ser tu descubrimiento. Avanza por la senda de las luces, ellas te indicaran el
punto de encuentro. Tu, tienes en tu interior una de las llaves con la que se abre una
gran puerta de aquellas que ya vivieron su éxodo, sólo junto a ellas las que todavía se
encuentran atadas al mundo físico podrán emprender la lucha y el largo viaje.- enuncia

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el maestro, mientras desaparece por entre uno de los pasillos del gran salón, dejando a
la joven en el total desamparo.

Estando aun en un estado de incertidumbre, una puerta que deja escapar la luz del exterior es
abierta. Con la desesperanza entre sus brazos y el temor propio de quien ha sido arrojado a las
fauces de las fieras del mundo sin fuego interior, asciende los ciento cincuenta escalones que la
catapultan a la tierra de las arenas infinitas. Con ilusión, allá afuera de su sitio de refugio,
advierte la presencia de un individuo custodiando dos bestias del desierto, en solemne
demostración de fatiga.
- “Iefelp Tismoses”, ¡despierta! – con ternura agita a su fiel sirviente, ese mismo quien
durante largo tiempo ha sido su gran confidente y quien es descendiente de los más
afamados joyeros reales que hubiesen pisado las tierras del rio Turbio.
- Ama, un anciano que cubría uno de sus ojos con un cuero tirado por sus dos extremos,
dos lunas antes de la de ahora, me entregó esta figura de madera y me dio la orden,
enviada por su majestad, que debía esperar fuera del templo de la esfinge con dos
dromedarios de los desiertos y debía poner en vuestras manos los trozos de madera que
resultaron en el momento que presionó el centro de esta forma heptagonal de madera-
dispuso el fiel sirviente, colocando sobre su frente “la diadema de flores de loto”, la
creación artística más afamada de su descendencia y entregando en sus manos las siete
piezas de madera encriptadas.

Cada pieza de madera está marcada con un número, y una frase, que más que eso es un
acertijo de los que alguna vez había intentado resolver de entre los escritos sagrados de la
sabiduría ancestral. El primero de estos, señalado con el número uno, es entregado por Selah a
su devoto sirviente entre temblores sempiternos:
- Este está escrito en el lenguaje de los que se dicen habitaban en una antiquísima era, la
denominada “Lemuria”: ¡Dónde estás Padre de los cielos, que mi corazón clama por ti!-
interpretando el texto, leyó Iefelp Tismoses.
- Pasaron horas enteras discutiendo las infinitas posibilidades de respuesta, del también
llamado acertijo, sin tener una clara posibilidad de sentencia correcta, hasta que en un
arranque de desbordante alegría Iefelp, parecía tener la revelación a la indicación
criptográfica:
- ¡Corazain! ¡Corazain! Esa es la ciudad de la gran decápolis a donde debemos dirigirnos.
Claro, mi ama, ¿Dónde?, El primer lugar donde hay que buscar respuestas es en el
corazón.

Así fue como emprendieron viaje, rebosantes de alegría y con cierto temor pues los caminos
para dos solitarios viajeros, están atiborrados de pilluelos quienes asaltan a los desprevenidos,
que osan recorrer estos en solitario…

Mimetizándose entre la muchedumbre con sus capas ocres, se enfilan por uno de los muchos caminos,
quedando aturdidos ante la construcción imponente que se posa frente a sus tornasolados ojos. Una

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fortaleza incrustada en la media falda de la montaña en forma de herradura, en la que están esculpidas
la figuras de una trinidad de seres; El Phater, un gigante con sus dos brazos extendidos, su mirada fija
hacia poniente, un mazo de poder en su mano izquierda y con su derecha sosteniendo la punta de su
grueso y extendido manto. Hacia el oriente, un joven apuesto, deja sobresalir su semidesnudo cuerpo de
un fondo marino, en sobresaliente postura de batalla, con un casco de penacho puntiagudo, sobre el
cual esta remarcado una figura dragónica que se enrosca en sí misma contraria en dirección norte-oeste;
de sus extremidades inferiores sumergidas se encuentran tres seres femeninos de estructura
semiacuatica acariciando sus fornida musculatura y cubriendo con sus cabellos enredados sus partes
intimas; así mismo en su costado izquierdo acomodado desde el antebrazo en ángulo de noventa grados,
sostiene un escudo elíptico, este es el denominado “Philie” y hacia poniente, una figura celeste que
recorre el espacio de forma circular deja caer sobre las raíces que el Phater expande sobre la tierra
desértica de su derecha, bolas de fuego que nublan la región de las cuevas que emergen de las
montañas, el protoespíritu, es su denominación.

Los rostros de los pequeñuelos han sobrepasado por el mar de la angustia ante tamaña apreciación
tremebunda, aunque ya dispuestos a esperar de estas tierras lo más ilógicamente personificado y
pernicioso, vuelven a enfilarse a la primer población que ya deja escapar por los aires la humareda
erigida cual ejercito de sombras fúnebres, con la más pasmosa algarabía ritualística en los fogones de
sus centros mineros y de fundición, que son los oficios de los pobladores más cercanos a las murallas. Se
adentran por una construcción de metal y madera, por donde corren continuamente pequeños vagones,
unos con materia prima y otros vacíos o con residuos de los procesos metalúrgicos. Introduciéndose en
uno de estos vagones, recorren los terrenos montañosos que por no saben ellos que fuerza mágica,
escalan sin necesidad de ninguna fuerza motora. A lado del camino se aprecian zonas de cultivos
altamente desarrollados, en donde las maquinarias de hidráulica y térmica, complementan
eficientemente la mano de obra campesina.

Acercándose lentamente se insertan por una enorme caverna dividida en una cantidad descomunal de
niveles, en donde se fraguan los instrumentos bélicos, que adicionalmente al culto ritualística
acrecientan en alto grado el poder socio militar de la casta sacerdotal. Estas armas no son únicamente
para uso privativo de el ejercito sacerdotal, estas se convierten en uno de sus principales agregados
económicos, producto que intercambian con las razas desconocidas del sur y sur oriente, razas que hijo
de los hombres alguno recuerda haber visto, pero con la que tienen intereses comunes. Muchos de los
hijos de los pobladores de cada tribu, desde corta edad son conducidos a centros de desarrollo de
habilidades mentales, en donde es investigada su descendencia sanguínea y se estudia anatómicamente
cada parte de su cuerpo, para descubrir algún tipo de deficiencia que los haga dignos candidatos a la
expulsión de la zona amurallada en donde por lo general son entregados indefensos a las jaurías de
lobos que rondan por los alrededores. Los que aprueban estos estudios, reciben instrucción
personalizada y colectiva, por parte de la casta sacerdotal

Luego de sus primeros años, ya en la edad de la adolescencia son entrenados en tácticas militares de
guerra, en donde la exigencia física y táctica en combate es regularmente premiada o constantemente
castigada, por efecto de incompetencia. Muchos de estos jóvenes caen presa de sobreesfuerzos físicos y
descompensaciones producidas por la ausencia de transporte de ciertas sustancias proteínicas
necesarias en el cuerpo de los jovenzuelos, que han sido bloqueadas para mejorar la resistencia y el uso
de la más mínima reserva energética de cada célula muscular de todo el organismo. La entrega debe
llevarse hasta las últimas consecuencias, ésta es la muerte por el emblema sacerdotal.

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Ante tal espectáculo, los sublimes Gnoms, repasan una a una las borlas de sus antiguos collares,
ensartadas en grupos se diez, las cuales hacen parte de la antigua tradición, en donde mencionar el
verdadero nombre de lo creado les brinda protección y los reviste de fuerza y energía de las estrellas.
Como gacelas y por intermedio de vericuetos insondables, poco a poco y con gran fortuna logran
encontrar la salida por entre la falda de la montaña y divisar la aldea de una de las poblaciones que
habita cerca del complejo industrial. Sus sitios de refugio, en donde se resguardan y protegen de las
inclemencias del tiempo, son construidos con materiales que encuentran en la zona, el detallado y la
decoración se ausenta totalmente de sus construcciones. Todo se inserta en un mismo espacio brumoso.
Allí, encuentran un grupo de pobladores todos ellos en edad madura, desarrapados y taciturnos que
comparte con desinencia una presa dorada al fuego de una melancólica fogata, que ha sido durante
varios días, el único manjar al que han podido acceder y del cual hacen pasar lentamente por sus papilas
gustativas con emoción y algarabía.

Una anciana bucólica, descubre su presencia emocionada. Conteniéndose de gritar suspira levantando su
mirada al cielo, recitando los versos de una retahíla indefinible por su poca modulación y vocalización a
causa de la perdida de la mayor parte de sus piezas dentales.
- ¿Vosotros sois los mensajeros?-pregunta cautelosamente.
- Mis ancestros contaban la vieja leyenda- solloza con la mirada perdida.

La vieja leyenda contaba la historia de dos seres diminutos que vendrían de parte del criador del cielo y
de la tierra, desde otros mundos más puros y limpios, en donde los conocimientos de lo real daban cierta
claridad a los cuerpos físicos y así podían dominar los elementos de la naturaleza. Estos, traerían el
fuego sagrado, que encendería los corazones de los habitantes de las tierras oprimidas, brindándoles la
posibilidad de interactuar con los seres vivientes de otras esferas y liberarían sus cuerpos de la cárcel
fatua en la que están apresados por causas de la cristalización de sus mentes.
- -¡Entregadme el fuego!, yo lo guardare en un sitio seguro- Se transfiguró en su voz y su mirada la
anciana. Una sombra grisácea se poso sobre su espalda apretando su pecho y estirándole sus
desfigurados brazos…

Después de un corto receso para lograr recuperar energías, recuperan sus fuerzas e
inmediatamente se enfilan nuevamente en búsqueda de la siguiente de las constelaciones que
rápidamente giran alrededor de la figura pentagonal, la estrella de cinco puntas, la estrella
flamígera. En un momento de aquellos, las luces se acomodan formando una estampa con
forma de el animal que se representa como el rey y dominador de todas las fieras, un felino
fuerte y robusto, que velocipidamente recorre la bóveda celeste como quien está resguardando
su territorio. Así como en todas las ocasiones anteriores, sobresale sobre su ojo una luz que
por su dominante brillo, se asemeja a una joya diamantina por intermedio de la cual los rayos
de luz dividen cada uno de sus espectros, hasta formar un hermoso hilo de siete colores que
viajan por el espacio en línea recta, ensanchándose como si quisieran abarcar todo el universo:
- ¡El rey pequeño! Esa es la estrella “Régulus”, la que ha de abrir los caminos de la
confederación tribal de los nuevos mundos, así está profetizado en el libro de los
adoradores del maíz, las tribus que danzan, las que se bañan en oro para asemejarse al
padre de los cielos- Argumentó Trhino.

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- Los mares son su único obstáculo, pero ellos son sabios dominadores del mar de leva y
de las tormentas- complementó Drhamy.

En el momento en que acomodan complacidos y vivamente entusiasmados la estrella Régulus,


en las coordenadas 17º39´35” Norte, 89º63´45” oeste, se eleva sobre los cielos una luz
blanquecina que al entrar en contacto con los cielos, se difumina en siete colores, uno a uno,
recorren danzando los cielos, atravesando el mar de Hiram, hasta sostenerse sobre la proa de
una embarcación diseñada en el más refinado y elástico material maderero extraído del pino.
Estas embarcaciones de tamaño colosal, son desplazadas, tres en su totalidad, sobre los
impasibles fluidos líquidos marinos, por treinta y tres remeros a cada lado de su casco, el cual
está atravesado de proa a popa por la figura tallada de un dragón que posa su eximia testa
sobre la parte delantera, en estado de vigilancia continua ante los permanentes siniestros que
los regentes del mar decidan expedir contra quienes no hayan solicitado sus favores para
navegar por su esencia condensada. Sus tres mástiles, erectos como finos robles, despliegan
tres velas de múltiples colores que se confabulan con los seres sílficos del aire, los cuales las
remontan a los más recónditos parajes de las aguas de los mares.

En la embarcación que va indicando la trayectoria a seguir, toda esta recubierta de una capa
dorada del brillante metal desgranado de la madre tierra, se posa impávido un corpulento
mestizo, ataviado de una sola prenda de algodón de múltiples colores, cubriendo su pelvis.
Sobresale en este, una diadema, tallada en forma de dragón cubriendo su frente, a la que han
incorporado sendas plumas policromas, que divide en dos su fina cabellera cenicienta oscura, y
que junto a un esplendido collar del metal dorado y brillantes gemas, se descuelga desde su
occipucio hasta la media altura de sus cuadrados pectorales, haciendo juego con una gran
cantidad de ornamentos que pululan en sus orejas, brazos y tobillos. “Huatamil”, es su nombre,
un formidable guerrero descendiente de los vetustos pobladores de los territorios de las
pirámides recortadas, de los cuales se narra en forma oral, cómo comúnmente se transmitía,
desaparecieron intempestivamente abandonando sus egregios levantamientos.

Este espécimen, comandante de la exploración, ha sido instruido desde su infancia en los


saberes de los señores del maíz, los mismos que sustentaron las grandes urbes y los grandes
avances culturales de la antigua confederación tribal. Su flota, está compuesta por cinco
integrantes más, la misma cantidad que hay en cada una de las naves que lo secundan, todos
ellos seleccionados por su destreza en el combate y por adelantos morales y su virtuosismo
humano, algo perdido en los tiempos actuales de su comunidad. En aquella segunda nave, el
jefe de escuadras, segundo hombre al mando, no sale de su asombro, pues desde la distancia
distingue el serpenteo de colores que se desprende de rayo arco iris, al colisionar con la cabeza
de dragón que se avista en la popa del pequeño rey. En este preciso instante, en la mente del
príncipe Huamatil, se desencadena en una extensa red de retornos a aconteceres que no
recuerda haber vivido, pero que reconoce como suyos propios. En su viaje apacible, recorre los
límpidos mares de este a oeste, arribando en las blanquecinas arenas de una playa no antes
pisada por hijo de los hombres, se adentra entre la espesura de la vegetación selvática
atravesando una extensa cordillera de montañas hasta la falda de un monumento rocoso que
se emerge con fortaleza en su intento de conectarse con los cielos.

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La antigua ciudad de “Siaan K´aan”, la nacida del cielo, aparece en su recorrido, instalada con
organización matemática, distribuyendo sus suelos en forma tan simétrica que desde
cualquiera de sus monumentos elevados, se puede observar las figuras perfectas que
representan sus cultivos, añadiendo en sus haberes la majestuosidad de sus colores, en especial
en el cultivo del maíz y del cacao, en el cual emplean técnicas orgánicas, en las que la ubicación
de los astros juega el papel más importante para cada etapa de su proceso de maduración y
recolecta. Hombres y mujeres de mediana estatura, de rostros exóticos, cabelleras aluengas y
vestimentas salpicadas de colores fuertes y vivos, dedican todo su esfuerzo y animo a
compactarse con la naturaleza para recibir en compensación los beneficios del enriquecimiento
de sus cosechas. Hacia la zona central, se escucha un enérgico, pero acompasado resonar de
tambores, al mismo tiempo que una gran cantidad de habitantes, varones todos ellos, se
dedican a danzar al borde de una de sus construcciones monumentales en forma piramidal
incompleta en su cúspide, pues dentro de sus saberes y sus actividades cotidianas, aparte de
consumir alimentos sólo tres veces a la semana, dedican largos periodos de tiempo a
contemplar la belleza natural y cósmica, no se dedica ningún espacio a señalar, sólo se mira y
admira, para llenarse de la energía que fluye de todo lo vivo. Bajo esta misma construcción, en
su interior, se aprecian todo un sinnúmero de aposentos adaptados con los enceres propios de
un área de formación, y en estos mismos un pequeño número de neófitos son instruidos por
ejemplares de hijos de los hombres de avanzada edad. Estos hombres, denominados
“Mohanes”, son los encargados de encontrar en los habitantes de su pueblo aquellos seres
escogidos para desarrollar el máximo potencial energético y espiritual, de sus estructuras físicas
y etéricas. Para este fin han construido sendos monumentos en los que con precisión
matemática han logrado armar geométricamente estructuras físicas que sean capases de
recolectar la energía de las estrellas y así potenciar sus seres vivientes internos hacia planos
menos densos en donde se conectan con los que estos mundos habitan.

Adentrándose en una de las cámaras centrales repara en una escena ritual en la que frente a un
altar cilíndrico, al monarca, un hombre mestizo, recibe de manos del Mohán rector de la
escuela de estudios de los seres vivientes, un copón excelso de gran tamaño del cual bebe unas
gotas de vino, mientras que a sus espaldas un ser viviente de penetrante luz dorada coloca
sobre sus sienes una diadema con figura dragónica, incrustada esta con plumas del mismo color
de su traje bajo terminaciones en oro y plata. Gozoso asciende los ciento cincuenta escalones
en espiral que lo catapultan al exterior, en donde con imperiosidad muestra sus nuevas prendas
y su trofeo a la numerosa cantidad de súbditos que se han aglomerado para hacerse participes
del evento ya vaticinado por los videntes de la época, en la que sería coronado por el ser
viviente del maíz un gran legislador que los guiaría por décadas de abundancia y progreso. Es
por esto que se inicia una gran fiesta, en donde participan la totalidad de los pobladores que
después de un gran ayuno físico en el que se dedican a consumir una bebida amarga
denominada “Bachue”, la cual despierta sus centros nerviosos y energéticos, que unidos a la
música y a la danza los transportan por mundos de esplendorosa sabiduría.

En ese instante, despierta de su trance y recuerda con júbilo como fue enviado por el sabio
maestre Mohán, en el comienzo del solsticio de primavera, a recuperar su más preciada joya,

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para esto realizan un ritual muy parecido al que vio en su desdoblamiento y en el que fue
enviado con la esperanza de recuperar este copón que ha sido sustraído de sus centros de
cultura desde hace muchas lunas y que ha sido, certifican sus pobladores, la causa de su
decadencia.
- El diamantino debe volver a ocupar el sitio que le corresponde en las entrañas de su pueblo
(En el idioma, federativo de la confederación tribal)- anuncia a viva voz el comandante de las
embarcaciones, a quien todos llaman “El pequeño rey” en su lengua natal…

De esta forma y tomados por sorpresa, en el manuscrito de las constelaciones, se terminan de


encender todas aquellas concavidades hasta formar la silueta perfecta corporal humana, en
donde cada parte del cuerpo es definida en su complejidad y perfección. Los pequeños
observan como aun dentro de la silueta existen todavía siete cuencas por iluminarse y aun así la
figura exterior yace terminada. De un momento a otro y concentrados en lo que pudiese
ocurrir, se iluminan pequeños astros adsorbiendo la luz de las estrellas en su entorno; en su
alrededor, comienzan a rotar en posición elíptica nueve lunas en dirección de norte a este,
este-sur, sur-oeste y oeste-norte, como empujadas por un mecanismo de manivelas y un
continuo cloc, cloc, que se observa en cada movimiento.
- El tiempo, Drhamy, comenzó a correr para nosotros. ¿tiempo para qué? ¿hacia donde
debemos dirigirnos?- desconcertado arguyó Trhino.
- El oráculo me resuena con intensidad, pero no logro descifrar su mensaje.- acotó
Drhamy con resignación.

Inmediatamente se toman de sus manos y la paciencia se postran en la madre tierra con el


corazón ligado a ella, pero la madre tierra no se les revela, en su lugar una mujer esbelta a la
que solo le ven su espaldar bañado por su plateada cabellera, rodeada esta, de una multitud de
pequeñuelos que saltan gozosos a su alrededor, entonando con la excelsitud de los ángeles,
una hermosa canción en tonos tan elevados que las aves cantoras del lugar detienen su
trasegar para admirar su refinamiento:

A la montaña iréis,
Con júbilo ardiente,
El templo del creador,
Allí os encontrareis.

- Nueve de nuestra madre tenéis, un largo camino os espera, cubrirte con ánimo y
candidez, pero con fuerza y valentía. No estáis solos, ya muchos han emprendido el
camino, el encuentro deber ser donde todos lo creen perdido, de cobre os vestiréis para
abrir las puertas de la reunificación. Peligro, lucha y sabiduría, todo junto, por el camino
que os conduce a la luz- Pronuncia con angelical entonación un pequeño plateado de
ojos azul celeste de tiempo en primavera, mientras posa sus manos sobre sus cabelleras
revueltas, luego se reúne con los suyos desintegrándose en un espeso rayo se luna.
- ¡El Templo Montaña!-grita recuperando su postura, Drhamy- ¡ese es nuestro destino,
allá estaremos!...

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