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13.

El primer principio de la realidad

Introducción

A lo largo de todas estas páginas, nos ha ido apareciendo, en relación a distintos


temas, el Ser consistente en acto puro de ser, es decir, Dios. Al hablar de qué sea causa,
hemos dicho que es aquello de lo cual depende algo en su ser. Pues bien, en estos
primeros pasos que estamos dando en la metafísica, es conveniente que abordemos el
fundamento último de toda la realidad, pues nuestra perspectiva filosófica quedaría manca
si no viéramos la causa de todo cuanto hemos estudiado, que no ha sido otra cosa que el
ente en cuanto ente.
No vamos a detenernos en todo aquello que sería propio de una Teología, la cual
parte del conocimiento que por fe se puede tener de Dios, pero tampoco vamos a ver todo
aquello que entraría en una Teología filosófica, es decir, el saber que por el mero
conocimiento humano y filosóficamente se puede tener de Él. Vamos a interesarnos sólo
en lo que se puede saber de Él en una determinada perspectiva, en cuanto causa de
todos los entes.
No partimos, por tanto, de lo que Dios haya revelado de sí, sino de las cosas que a
nuestro alrededor tenemos. Por otra parte, la herramienta que vamos a emplear no será
otra que nuestra razón, no la fe. No estamos en el ámbito de la Teología, sino en el de la
Filosofía o, si se quiere, solamente en el de la Teología filosófica, aunque no vayamos a
poder abarcarla toda en un solo tema. Dicho de otra manera, vamos a ver brevemente
algo de lo que podemos saber filosóficamente de la causa última de la realidad.
Para ello, dividiremos el tema en dos grandes apartados. En primer lugar, veremos si
hay Dios y, en un segundo momento, qué sea el Dios que hay. Para concluir
preguntándonos si, tras este recorrido racional, hemos llegado a Dios en tanto que Dios.

1. Si hay Dios

Son muchas las vías que a lo largo de la historia se han empleado para llegar
filosóficamente a saber de la existencia de Dios. Vamos a prescindir tanto del llamado
argumento ontológico en sus diversas formas como de las vías de carácter antropológico
y vamos a centrarnos en las cosmológicas, ya que no estamos desarrollando una
Teología filosófica en toda su amplitud, pues solamente nos interesa aquello más
pertinente en una metafísica. El argumento ontológico y las vías de carácter
antropológico nos harían entrar en problemas que no son propiamente de metafísica. Por
otra parte, no podremos darle nada más que la atención que nos posibilita un solo tema.
Por todo esto, solamente expondremos sucintamente las cinco vías que han venido a ser
clásicas desde que las expusiera conjuntamente Sto. Tomás.
En todas ellas se parte de algún hecho de experiencia y, con la ayuda del principio
de causalidad, se va desde ese hecho de experiencia, considerado como efecto, hasta su
causa última.

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1. La vía del movimiento
Hemos visto que las cosas cambian constantemente; unas veces los cambios son
accidentales, otros son sustanciales. Pero, sea de una manera o de otra, las cosas
cambian o, si se prefiere, están en movimiento en el sentido metafísico del término, no en
el de simple desplazamiento local. En el cambio o movimiento, siempre hay algo que
mueve y algo que es movido y, como vimos en su momento, el movimiento es el paso de
la potencia al acto. Si lo que se mueve empieza por estar en potencia, necesita de algo en
acto que sea la causa de que pase de estar en potencia a estar en acto ya que nada
puede darse a sí mismo lo que no tiene, la potencia no puede ponerse a sí misma en
acto.
Esto es así incluso en los seres dotados de automoción. El perro de mi vecina tiene
la capacidad de que algo de él ponga en movimiento otra parte de él, pero ninguna de sus
partes se pone en movimiento por sí misma. La cadena de causalidad puede ser más o
menos larga, pero siempre habrá al final algo externo que mueva algo del can. La mosca
que se ha posado sobre el perro ha sido la causa externa que ha puesto en movimiento
todo lo necesario para que el can mueva la pata hacia el hocico para quitarse el molesto
insecto. Pero, ¿qué movió a la mosca para ponerse sobre el can? ¿Y qué movió a lo que
movió a la mosca?
Rápidamente nos damos cuenta de que la cadena de cosas que se mueven y a su
vez necesitan ser movidas se prolongaría hasta el infinito. Siempre nos vamos a topar con
un motor, con algo que mueva, que necesita ser puesto en movimiento por otro motor
que, a su vez, necesitará ser puesto en movimiento por otro motor, es decir, por algo que
pone en movimiento a algo.
Esta cadena causal de motores es interminable porque ninguno de ellos es capaz de
moverse por sí mismo, siempre necesitan que algo los mueva, pues, si no, no podrían
pasar de la potencia al acto, de la potencia de poder mover a otro al acto de ser motor.
Pero una suma de infinitas incapacidades no da como resultado una capacidad, sino una
infinitud de incapacidades. Si solamente hubiera motores incapaces de mover sin tener
que haber sido puestos en movimiento, no podría haber movimiento, tiene que haber un
motor que no necesite ser movido para poder mover.
Una cadena circular de móviles en la que uno tras otro se pusieran a su vez en
movimiento hasta que se cerrara el círculo moviendo el último al primero tampoco
solucionaría el problema, pues algo tendría que haberla puesto en movimiento como tal
cadena circular. Se precisa por tanto un motor inmóvil, uno en el que no haya nada de
potencia, sino que sea un puro acto para poder poner en movimiento sin necesidad de ser
movido.
¿Ese motor inmóvil no será Dios?

2. La vía de la causa eficiente


Si antes nos fijábamos en el móvil, ahora nos vamos a fijar en las causas.
Ciertamente el planteamiento es muy cercano, pero no es lo mismo, por la misma razón
que no es lo mismo estar en movimiento que mover. Si antes marchamos desde lo pasivo,
ahora lo vamos a hacer desde lo activo.
Al tratar de la causalidad, vimos que hay causas eficientes que son causadas. El
ejemplo más sencillo lo tenemos en las causas instrumentales. El golpe del badajo sobre
la campana hace que ésta suene, pero el badajo ha sido causa del sonido porque yo lo he
movido tirando de la cuerda.

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Pues bien, nos encontramos ahora con una situación similar a la de la vía anterior. Si
antes el problema era que para estar en movimiento es necesario ser movido, ahora lo
que nos encontramos es que, no solamente las causas instrumentales necesitan ser
causadas, sino que toda causa eficiente se encuentra en esta situación. Todos los
agentes con que nos encontramos en nuestra vida han empezado a serlo en un
determinado momento; antes de golpear la tecla para escribir estas páginas, yo no estaba
escribiendo. Esto quiere decir que los agentes, antes de serlo en acto, lo son en potencia
y ninguna potencia puede actuarse por sí misma, sino que necesita ser actuada; de modo
que toda causa eficiente es causada en tanto que causa.
De igual modo que en el caso de los móviles, no podemos buscar la causa de la
causa hasta el infinito. En algún momento de la serie nos hemos de encontrar con una
causa incausada de la cual, en tanto que causas, dependan todas las demás. Esta causa
incausada tendrá que ser un acto puro, si no, habría en ese agente potencialidad y, por
consiguiente, también necesidad, en algún aspecto suyo, de una causalidad ajena a él.
¿Esa causa incausada no será Dios?

3. La vía de la contingencia
Cuando hemos hablado de cambios, particularmente al hacerlo del cambio
sustancial, hemos visto que las cosas empiezan a ser en algún momento o, visto en otra
perspectiva, no existían antes. O, si preferimos enfocarlo a la inversa, las cosas de
nuestro alrededor dejan de ser en algún momento. Su existencia no es, por tanto,
necesaria. Y, si la existencia de las cosas no es algo necesario, si todas han empezado en
algún momento, habrá empezado todo alguna vez.
Las cosas que son podrían no haber sido, su existencia no es por tanto necesaria y
la existencia del todo tampoco. Para llegar a existir, las cosas han necesitado de algo
ajeno a ellas que hiciera que pasaran de no ser a ser realmente existentes.
Nada que no es puede venir al ser por sí mismo, sino que lo es por otro; lo que no es
necesario tiene que ser causado. Todo lo que no era es efectuado, por ello, todo lo
contingente necesita una causa. El ser que sea la causa de que otro ser exista, a su vez,
necesita que algo lo haya traído a la existencia. La cadena de nuevo la podemos
prolongar hasta el infinito, pero un infinito de seres contingentes no hace uno necesario.
Será menester que haya un ser necesario del cual dependan todos los demás seres
en cuanto a su existencia. Este ser necesario tendrá que ser un acto puro de ser, de otro
modo habría en él contingencia, pues habría en él algo de no-ser.
¿Ese ser necesario no será Dios?

4. La vía de los grados de perfección


Hay gran variedad de perfecciones que se tienen en distinto grado. Sin embargo,
para nuestra exposición, para mayor claridad, vamos a limitarnos a las que mejor
conocemos por el espacio a ellas dedicado, a las propiedades trascendentales.
Hemos visto, al tratar de ellas, que siendo las mismas en todo ente en cuanto ente,
sin embargo, en los distintos seres se daban en mayor o menor grado, por lo que en la
realidad hay distintos grados de perfección. Sin embargo, no encontramos un ser en el
que se den en modo absoluto unas perfecciones que de suyo no tendrían por qué estar
limitadas. Y es que el tenerlas en mayor o en menor grado nos indica que se tienen en

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modo limitado. Ciertamente en unos casos más y en otros menos, pero en todos ellos con
alguna limitación. Lo que está limitado, pudiendo no estarlo, podría no estarlo.
Esta limitación es consecuencia de que el acto de ser lo está por la esencia en que
es recibido el mismo. De modo que el sujeto de una perfección limitada no se identifica
con ella y, por ello, no puede dar razón de la perfección que tiene; dichas perfecciones
son recibidas por tanto, se participa de ellas.
Aquí también podemos llegar al infinito, reduciendo poco a poco la limitación, hasta
que paremos en un ser que no tenga ni recibidas, que por ello no las tenga por
participación, ni limitadas dichas perfecciones y que, por tanto, consista en las mismas y
pueda hacer partícipes de ellas. Ese ser perfectísimo tendría que ser un acto puro de ser
en el que, por no haber limitación de ninguna esencia, la perfección se daría de modo
absoluto.
Como la mayor perfección es ser. El mismo camino seguido por las propiedades
trascendentales lo podríamos hacer con el acto de ser. En mayor o en menor medida,
todas las realidades participan del acto de ser y, por ello, todas las realidades tienen más
o menos limitado ese acto de ser. De modo que esto nos demanda también una realidad
que tenga en propio, sin límite y no por participación, el acto de ser y que, por tanto,
pueda hacer partícipe de él. Será un acto de ser puro y, por ello, tendrá la máxima
perfección, que es ser, ilimitadamente, será perfectísimo.
¿Ese ser perfectísimo no será Dios?

5. La vía teleológica
Al estudiar la causa final hemos señalado que todas las causas eficientes están
predeterminadas a producir un preciso efecto y no otro, por lo que todos los agentes
dependen de una causa final. ¿Cómo se explicaría si no, tal y como apuntábamos, el
orden de la realidad? Todo está ordenado a un fin último, si no o estaríamos en el puro
caos, lo cual es imposible, o bien el caos alojaría el orden, lo que es contradictorio.
Hasta los seres inteligentes están predeterminados al bien; aunque voluntariamente
puedan elegir un fin erróneo, sin embargo siempre lo eligen en cuanto bien y conveniente
para ellos. Los hombres estamos ordenados al bien, aunque luego erremos en nuestras
decisiones voluntarias, pero hasta el que obra el mal busca un bien.
Es necesario que haya un ser que dé finalidad a los seres y que, por otra parte, no
esté ordenado por otro ser a un fin más allá de él mismo, pues una suma de ordenadores
ordenados siempre estará pendiente de ordenación.
Esto solamente se da en un ser que sea acto puro de ser, pues sólo éste tendrá
plenitud para no tener que producir un determinado efecto y, por consiguiente, estar
ordenado a algo.
¿Ese ordenador no ordenado no será Dios?

Para que un motor no necesite ser movido, para que una causa no necesite ser
causa, para que un ser sea necesario, para que un ser sea perfectísimo, para que un
ordenador no tenga que ser ordenado, se necesita, en los cinco casos, que sea un acto
puro sin sombra de potencialidad. Esto solamente sería así si ese acto puro fuera un acto
puro de ser.
Cabría preguntarse también si el motor inmóvil, la causa incausada, el ser necesario,
el ser perfectísimo, el ordenador no ordenado son un único ser, si son un único acto puro
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de ser o si, por el contrario, serían seres distintos. Habrá que contestar a esto en el
siguiente apartado. Pero también habrá que ver posteriormente, dado que hubiera un
único acto puro de ser, si el mismo es Dios en tanto que Dios.
De momento, hemos de concluir este apartado señalando que no hemos llegado
propiamente a saber si hay Dios. Hemos abierto, al final de cinco caminos, sendas
puertas que dan a un acto puro de ser, pero, por ahora, no sabemos si las cinco puertas
convergen o no en un mismo acto puro de ser. Y además hay que preguntarse, en caso
de que las cinco puertas se abran al mismo sitio, si ese acto puro de ser es o no es Dios.
Habrá, por tanto, que dar algunos pasos más, al final de los cuales y
retrospectivamente podremos darnos cuenta de que sí habíamos llegado a ver,
entiéndase la imagen, que algo ahí había, pero todavía no sabíamos qué era eso que ahí
había, si un galgo o un podenco.

2. El Dios que hay

Al cabo de los cinco caminos recorridos, nos hemos encontrado con que la realidad
demanda que haya un acto puro de ser. Esta idea nos ha aparecido en distintas
ocasiones en temas anteriores. Es el momento de preguntarnos cómo será un acto puro
de ser.
Al tratar de la verdad, al estudiar las propiedades trascendentales, vimos que cuanto
más pleno es el acto de ser más inteligible es dicho ente. Sin embargo, que algo sea lo
más inteligible no quiere decir que sea lo más perfectamente inteligido, pues en el
conocimiento no solamente interviene aquello que se conoce, sino también la capacidad
cognoscitiva de quien conoce. La razón humana es limitada y, por ello, incapaz de
conocer por sí sola lo más inteligible que es el acto puro de ser. Sin embargo, no poder
conocer plenamente algo no es lo mismo que estar absolutamente incapacitado para
conocerlo. Por analogía, partiendo de lo que conocemos, podemos saber algo sobre Dios.
No es éste el conocimiento que de Él se tiene con la fe por la revelación, pero, aunque
notablemente más limitado, es también conocimiento.
Ahora bien, de momento, no sabemos si las cinco vías han convergido o no en un
mismo acto de ser o si, por el contrario, serían cinco actos puros de ser distintos.
Tampoco sabemos, por ahora, si hemos llegado a Dios, solamente hemos encontrado al
final de cinco vías distintas un acto puro de ser. Por ello, antes de nada, vamos a intentar
saber algo más sobre qué sea un acto puro de ser, con la intención de que su modo de
ser tal vez nos diga algo sobre los problemas que nos hemos planteado. De entrada,
apuntemos unos atributos desde los cuales partir y que necesariamente tiene un acto
puro de ser.
Como se trata de un acto puro de ser, éste no tendrá limitación alguna y, por ello,
habrá que hablar de su infinitud y, por consiguiente, de la infinitud de la realidad que
consiste en un acto de ser puro. No está limitado por el hecho de no ser causado, como
ya hemos visto, ni tampoco por ser recibido, ya que, si no, no sería un acto puro de ser,
pues estaría limitado por una esencia.
La ilimitación del acto de ser comporta que, como el acto es perfección, el acto puro
de ser goce de una perfección absoluta.
Pero además de infinitud y perfección, en el acto puro de ser se da una absoluta
simplicidad. Si no fuera así, cada una de las partes o elementos que entraran en su
composición se limitarían mutuamente y el acto se ser sería el conjunto de lo que lo
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compondría. Por otra parte, si hay una pluralidad, tiene que haber algo que unifique, con
lo cual habría entre lo unificado y lo unificador una relación de potencia y acto, lo cual es
incompatible con un acto puro de ser, en el cual no puede haber sombra de potencia para
ser acto puro. Si hay composición, habrá algo que sea potencia respecto a un acto y
viceversa, con lo cual ya no sería un acto puro.
Tomando en consideración la infinitud, la perfección y la simplicidad, podemos
abordar ahora el conocimiento de lo que un acto puro de ser sea por analogía respecto de
lo que conocemos inmediatamente.
Por su infinitud, el acto puro de ser es perfectísimo, a lo cual ya habíamos llegado
partiendo de las perfecciones de las criaturas; pues bien, para comprender algo sobre la
riqueza de esa completa perfección, tenemos como punto de partida las perfecciones de
los seres que nos rodean. Por otra parte, dada su simplicidad, no hay propiamente en el
acto puro de ser un conjunto de perfecciones, sino que en él se identifican entre sí, no hay
distinción real entre ellas. Hacemos una distinción de razón, pues nuestro modo de
conocer nos lo exige, no porque sea así en el acto puro de ser.
Ahora bien, ¿todas las perfecciones que se dan en los entes que conocemos con
inmediatez nos sirven para pensar cómo sea el acto puro de ser? Hay distintos tipos de
perfecciones. Las perfecciones mixtas son aquéllas que de suyo son limitadas bien por
necesitar de la materia o bien por darse en ellas el juego de la potencia y el acto. El
conocimiento discursivo humano, por ejemplo, pese a ser algo tan notable, sin embargo
está de suyo limitado por la potencialidad; cuando pensamos, vamos discurriendo de un
pensamiento a otro, es decir, pasando de potencia a acto. Este tipo de perfecciones no
pueden darse en el acto puro de ser, pues al ser de suyo limitadas, sólo podrían darse en
los entes cuyo acto de ser es limitado.
En cambio, hay perfecciones, las puras o absolutamente simples, que, si bien se dan
de modo limitado en los seres que nos rodean, sin embargo, de suyo no son limitadas. Es
el caso, entre otras, de las propiedades trascendentales; así, por ejemplo, la bondad se
da de forma limitada en la hermosa libélula, pero la bondad no tendría por qué estar
limitada.
En el acto puro de ser encontraremos, por tanto, de manera eminente, es decir, sin
limitación ninguna y, por consiguiente, de manera absoluta e infinita todas las
perfecciones que de suyo no son limitadas. Ahora bien, estas perfecciones, por la
simplicidad del acto puro de ser, son idénticas las unas a las otras. Si hablamos de ellas
por separado es por una distinción de razón que nos vemos forzados a hacer por la
limitación de nuestro conocimiento; pero eso sí, distinción basada en la riqueza
inconmensurable del acto puro de ser.
Intentemos ver estas perfecciones del acto puro de ser de un modo ordenado. Así
como en los entes hemos hablado de esencia y de naturaleza, en el primer caso haciendo
referencia a lo que algo es y en el segundo considerando lo que es como principio de
operaciones, así podemos distinguir en el acto puro de ser, con distinción sólo de razón,
entre atributos entitativos y operativos.

Veamos alguno de los atributos que llamamos entitativos, es decir, considerando el


acto puro de ser en sí mismo:
- Ya hemos señalado la infinitud. Ahora vemos que se trata de un atributo
entitativo. La misma consiste en la falta de limitación en la actualidad, por tanto, en la
ausencia de potencialidad, de modo que ni es causado ni su actualidad está limitada
por una esencia. De modo que no es res, no es cosa, pues no tiene esencia
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- Por ello, la infinitud es pura actualidad o, dicho de otro modo, perfección total y
completa. Esto lleva consigo que no sea material, pues la materia es potencialidad e
imperfección.
- Todo lo que es, en alguna medida, es poderoso. Pues bien, respecto al poder, la
infinitud del acto puro de ser se manifiesta como omnipotencia, es un poder que no
está limitado por ninguna potencia y se da solamente como potencia activa, pues, si
se diera como potencia pasiva, podría ser determinado por otra realidad, con lo cual
habría limitación e imperfección, pues podría ser perfeccionado por otro ser.
- La infinitud y perfección supone que el acto puro de ser no pueda ser medido
por nada en ningún sentido y no solamente en un sentido cuantitativo, pues toda
perfección se da ilimitadamente. Todo lo que se mide está limitado por lo que es
mensurante. De modo que goza de inmensidad.
- La perfección total, es decir, la plena actualidad que no está limitada por nada
supone la ausencia de cualquier composición de potencia y acto, de ahí que, como
ya vimos, el acto puro de ser es de una completa simplicidad.
Atributos
Atributos entitativos Infinitud

Perfección

Omnipotencia

Inmensidad

Simplicidad

Unidad

Unicidad

Aseidad

Inmutabilidad

Eternidad

Trascendencia

Verdad

Belleza

Bondad

Atributos operativos Inmanentes Inteligencia

Voluntad

Trascendentes Creación

Conservación

Conscurso

Providencia

- Ya vimos al tratar de los trascendentales que todo ente es indiviso en sí, de ahí
que todos gocen de unidad. La simplicidad total del acto puro de ser hace que la
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unidad de éste se dé de un modo máximo y total, en lo que ya nos detuvimos algo en
su momento. Pero, como también vimos, no es aliquid, ya que ser algo se es en
relación a lo otro que no se es y, por tanto, esto supone limitación, lo cual no ha lugar
con la infinitud y simplicidad del acto puro de ser.
- No solamente hay que hablar de unidad, sino también de unicidad, es decir,
solamente puede haber un acto de ser puro. Esto está íntimamente relacionado con
la simplicidad, ya que, para que hubiera varios actos puros de ser, tendría que haber
algún tipo de diferencia entre ellos, aunque solamente fuera la numérica. Si así fuera,
esos actos de ser tendrían composición, lo común a ellos y lo que los diferenciase.
Pero esto es contradictorio con que sea un acto puro de ser.

La multiplicidad comportaría relación, pues uno no sería el otro, y entonces cada uno
sería aliquid sería algo.

Por otra parte, desde el punto de vista de la total perfección, la pluralidad de actos
puros de ser, nos llevaría a que cada uno de ellos estaría ayuno de algo que sí
tendrían los otros, por ser lo que los diferenciaría. Pero la falta de algo sería señal de
imperfección.

Esta unicidad nos lleva a contestar algo que nos preguntábamos anteriormente; las
cinco vías no solamente acaban en un acto puro de ser, sino que además ese acto
puro de ser es solamente uno, los cinco caminos convergen en un único acto puro de
ser.
- De este acto puro de ser venimos diciendo que es perfectísimo, que de modo
ilimitado, infinito, goza de toda perfección pura, pero además, como es uno, ese acto
puro de ser es también, a la par, motor inmóvil, causa incausada, necesario y
ordenador no ordenado, además de perfectísimo. Que sea inmóvil, incausado,
necesario e inordenado, es más, que su perfección no lo sea por participación, nos
hace ver que este único acto de ser es por sí mismo y no por otro; a la cualidad de
ser-por-sí se la llama aseidad (a se).

Se suele considerar que, mientras que las otras perfecciones son atributos, ésta
sería su esencia metafísica, es decir, aquello que, conforme a nuestro conocimiento,
aparece como lo radical y fundamental del acto puro de ser. Aclaremos que ser-por-sí
no quiere decir que sea causa de sí, pues si así fuera tendría que ser potencia para
ser causa de sí mismo, lo cual indicaría que no sería un acto puro de ser pues habría
sido en potencia, pero además sería un imposible pues una potencia no puede ser la
causa de pasar a ser acto. El ser incausado comporta que no es tan siquiera causa
de sí.
- En todas las realidades hay algo que permanece en los cambios accidentales.
El acto puro de ser es totalmente inmutable, como ya hemos dicho. No solamente
no se da en él el cambio sustancial, si no sería contingente, sino que tampoco se da
el accidental. Si no fuera así, en él habría acto y potencia y el correspondiente paso
de la una al otro, con lo cual ya no sería un acto puro de ser y, por tanto, tampoco el
motor inmóvil del que ya hemos hablado. Si fuese mudable, perdería su simplicidad,
por estar compuesto de potencia y acto, pero dejaría también de ser perfectísimo,
pues en los cambios o se pierde algo que se tenía o se adquiere algo de lo que se
carecía.
- Todas las cosas tienen duración. ¿Cómo es la del acto puro de ser? Es también
eterno. El acto puro de ser no solamente no puede tener un comienzo y un fin, pues
entonces sería contingente, sino que en él no puede haber sucesión, como sí la hay
en el tiempo. La sucesión comporta una multiplicidad de actos y, por tanto, habría
mutación, con el consiguiente paso de la potencia al acto. El acto puro de ser es
siempre y sin cambio de ningún tipo, goza de una duración sin sucesión ni principio ni
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fin, lo cual es la eternidad. Esto comporta que solamente el acto de ser es eterno,
pues en cualquier otro ente hay cambio, al darse en él, de un modo o de otro,
composición de potencia y de acto.
- Este acto puro de ser goza de trascendencia. El acto puro de ser no puede ser
parte del mundo; si lo fuera, sería algo limitado, por ser una parte de un todo que lo
englobaría. Además se es parte junto con otras parte, de las cuales se depende y
respecto a las cuales se es parte. Junto a esto, tampoco el acto puro de ser podría
ser el mundo, pues entonces estaría compuesto por cosas contingentes, imperfectas
y limitadas, perdería su simplicidad.

Sin embargo, la trascendencia del acto puro de ser no es incompatible con su
inmanencia, ya que todo ente causado depende de la causa incausada, como todo
efecto depende del acto. Otro tanto habría que decir en relación a las otras vías.
Mientras que el mundo depende del acto de ser puro, éste no puede depender en
ningún modo de aquél.

Además de hablarse de trascendencia inmanente, si tomamos otra perspectiva,
podríamos usar también la expresión inmanencia trascendente, aunque hay que
decir que tiene más peso ontológico la trascendencia que la inmanencia, pues, como
hemos visto, el mundo no es necesario.

Esta trascendencia inmanente es una de las cuestiones que nos habla con más
fuerza del carácter misterioso del acto puro de ser para nuestro entendimiento. Si en
la unicidad es donde se han enfrentado las concepciones monoteístas y las
politeístas, es aquí, en la trascendencia, donde han fracasado los panteísmos.
- A todo esto hay que añadir la belleza, la bondad y la verdad. Al no darse
limitación alguna en el acto puro de ser, éste no solamente sería bello, bueno y
verdadero, por el mero hecho de ser, sino que sería la belleza, la bondad y la verdad
mismas. Ya lo adelantábamos en el tema correspondiente.

Veamos ahora someramente los atributos operativos del acto puro de ser, es decir,
en cuanto es considerado como principio de operaciones:
- Centrémonos en primer lugar en aquellos que, si bien pueden tener como
término algo distinto al acto puro de ser, sin embargo no es preciso que así sea, son
los atributos operativos inmanentes. Tanto la inteligencia como la voluntad son
perfecciones puras, por ello, el ser perfectísimo no puede carecer de ellas y además
las poseerá de un modo absoluto, de manera ilimitada.

Aunque no hubiera realidades causadas, el acto puro de ser tendría un conocimiento
perfectísimo de sí mismo; como hay realidades causadas, también de ellas tiene un
conocimiento así.

La voluntad se daría en acto perfecto y, por tanto, como perfecta y completa posesión
y fruición de sí mismo como el bien que es. Respecto a los demás seres, la voluntad
no podría tenerlos como objeto por necesitar de ellos algún bien, sino en tanto que
participantes del bien que Él es.
- Además tenemos que considerar los atributos operativos trascendentes, es
decir, los que tienen como término otro ser. El acto de ser puro no puede ser
determinado por ningún otro ser, de modo que no puede haber en Él potencia pasiva,
pero la potencia activa, el poder operar hacia fuera de sí, ha de tenerla en grado
absoluto, como ya señalábamos, y, por ello, es causa de las demás cosas; esa
potencia no puede tener límites y se extiende a todo lo posible, es omnipotente.
Considerada esta potencia divina según su objeto, podemos distinguir cuatro modos
de la misma: creación, conservación, concurso y providencia.
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• Veamos primero la creación. Si lo contingente no puede darse el ser a sí
mismo y todo es contingente, como hemos visto, la existencia de todo depende del
acto de ser puro, que es lo único necesario. La producción de lo contingente
depende del acto creador de lo único necesario. En conocida expresión, la
creación lo es ex nihilo sui et subiecti. Es decir, para hablar con propiedad de
creación, el creador no puede alterar nada ni de sí ni de otra cosas. Si fuera así, o
bien algo de Él formaría parte del mundo, lo cual sería con merma propia y pérdida
de la trascendencia, o bien habría algo contingente de lo cual se serviría para forjar
lo demás, con lo que habría algún otro ser necesario en que tuviera su fundamento
lo contingente empleado.
• La conservación es el mantenimiento en el ser de lo contingente, de lo que
no tiene razón de ser en sí mismo y, por ello, no puede darse a sí mismo la
continuidad en el ser. Ningún ente creado tiene la razón de ser en sí mismo y, por
lo tanto, tampoco puede ser el agente de la conservación en el ser de otro ente. De
ello solamente puede serlo el acto de ser puro, ya que es necesario y no
contingente.
• Hablamos de concurso cuando nos referimos al con-currir de la causa propia
del acto puro de ser y las causas de los demás agentes, es decir, se trata de una
intervención conjunta en las causas y los efectos. Este concurso es necesario en
cuanto al ser de las causas y los efectos, pues las causas creadas no pueden serlo
de lo que de ser tienen los entes, por tanto, de lo que de ser tienen las causas y los
efectos de las mismas.
• Por otra parte, hemos visto también que el acto puro de ser es también la
causa última de la que depende el orden de toda la realidad, incluido, por tanto, el
de todas las causas. El acto puro de ser es también providente en cuanto orienta
todo ordenándolo respecto a ese fin último que es ese acto puro de ser.

De acuerdo con lo que hemos estado diciendo, ¿ese acto puro de ser único no será
Dios? Hay dos cuestiones que es preciso señalar. Recordemos lo dicho a la hora de tratar
del sujeto subsistente; la incomunicabilidad propia de los sujetos subsistentes se ha de
dar de forma máxima en lo que es absolutamente trascendente y, por ello, la pertenencia
a sí lo es en grado infinito. Por ello, no podemos por menos que decir que el acto puro de
ser tiene carácter personal.
Por otra parte, hemos señalado que no es solamente causa de todas las causas y
de todo ser, sino que goza de absoluta trascendencia y, por tanto, de total libertad
respecto a lo causado; una causa que comunica con absoluta libertad, con total ausencia
de necesidad, el ser, es decir, la verdad, la bondad y la belleza, se antoja que sea una
causa amorosa.
Desde luego, no solamente en alguien (carácter personal) así (causa amorosa) uno
tiene su fundamento y fin últimos. Uno se dirigiría además únicamente a alguien con estos
atributos para suplicarle ayuda y fuerza para ser y ser aquello que ha de ser, esperándolo
recibir de Él. Solamente alguien así merece ser considerado Dios.
De modo que no solamente habíamos llegado a un acto puro de ser, ni al único acto
puro de ser, sino que dicho acto de ser es Dios. Por pobre que sea nuestro conocimiento,
puede llegar a conocer algo de Dios y saber que ha llegado intelectivamente a Dios en
tanto que Dios.

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Conclusión

A partir de las realidades que nos rodean, consideradas como efectos, podemos
llegar a la razón última de las mismas. Por cinco caminos distintos, no solamente
llegamos a un motor inmóvil, una causa incausada, un ser necesario, un ser perfectísimo,
un ordenador no ordenado, sino que en cada caso llegamos a un acto puro de ser. Ese
acto puro de ser es además único. Pero también, por tener carácter personal y bondad
absoluta, podemos dirigirnos a Él para poderle suplicar, esperando recibirlo, poder ser
aquello a lo que estamos llamados a ser.
Por limitado que sea el conocimiento meramente humano, por deficiente que sea la
filosofía, podemos saber que hay Dios y algo de lo que es Dios.

Bibliografía básica

- J. GAY BOCHACA, Curso de Filosofía (Madrid 2004) 143-175.


- M. BERCIANO VILLALIBRE, Metafísica (Madrid 2012) 281-310.
- Á. L. GONZÁLEZ, “Contingencia (Prueba de Dios por la contingencia)”, en: ID. (ed.),
Diccionario de Filosofía (Pamplona 2010) 221-223.
- Á. L. GONZÁLEZ, “Cosmológica (Prueba)”, en: ID. (ed.), Diccionario de Filosofía
(Pamplona 2010) 231-235.
- A. MILLÁN-PUELLES, Léxico Filosófico (Madrid 2002) 549-558.
- A. MILLÁN-PUELLES, Fundamentos de Filosofía (Madrid 2009) 531-605.
- R. ROVIRA, “Teleológica (Prueba)”, en: Á. L. GONZÁLEZ (ed.), Diccionario de Filosofía
(Pamplona 2010) 1074-1083.

Antología de textos

1. La evidencia de algo puede ser de dos modos. Uno, en sí misma y para nosotros.
Así, una proposición es evidente por sí misma cuando el predicado está incluido en el
concepto del sujeto, como el hombre es animal, ya que el predicado animal está incluido
en el concepto de hombre. De este modo, si todos conocieran en qué consiste el
predicado y en qué el sujeto, la proposición sería evidente para todos. Esto es lo que
sucede con los primeros principios de la demostración, pues sus términos como ser-no
ser, todo-parte, y otros parecidos, son tan comunes que nadie los ignora.
Por el contrario, si algunos no conocen en qué consiste el predicado y en qué el
sujeto, la proposición será evidente en sí misma, pero no lo será para los que desconocen
en qué consiste el predicado y en qué el sujeto de la proposición. Así ocurre, como dice
Boecio, que hay conceptos del espíritu comunes para todos y evidentes por sí mismos
que sólo comprenden los sabios, por ejemplo, lo incorpóreo no ocupa lugar.
Por consiguiente, digo: La proposición Dios existe, en cuanto tal, es evidente por sí
misma, ya que en Dios sujeto y predicado son lo mismo, pues Dios es su mismo ser […].
Pero, puesto que no sabemos en qué consiste Dios, para nosotros no es evidente, sino

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que necesitamos demostrarlo a través de aquello que es más evidente para nosotros y
menos por su naturaleza, esto es, por los efectos (S. Th., I, q. 2, a. 1).

2. Toda demostración es doble. Una, por la causa, que es absolutamente previa a


cualquier cosa. Se la llama: a causa de. Otra, por el efecto, que es lo primero con lo que
nos encontramos; pues el efecto se nos presenta como más evidente que la causa, y por
el efecto llegamos a conocer la causa. Se la llama: porque. Por cualquier efecto puede ser
demostrada su causa (siempre que los efectos de la causa se nos presenten como más
evidentes): porque, como quiera que los efectos dependen de la causa, dado el efecto,
necesariamente antes se ha dado la causa. De donde se deduce que la existencia de
Dios, aun cuando en sí misma no se nos presenta como evidente, en cambio sí es
demostrable por los efectos con que nos encontramos (S. Th., I, q. 2, a. 2).

3. La existencia de Dios puede ser probada de cinco maneras distintas.


1) La primera y más clara es la que se deduce del movimiento. Pues es cierto, y lo
perciben los sentidos, que en este mundo hay movimiento. Y todo lo que se mueve es
movido por otro. De hecho nada se mueve a no ser que, en cuanto potencia, esté
orientado a aquello por lo que se mueve. Por su parte, quien mueve está en acto. Pues
mover no es más que pasar de la potencia al acto. La potencia no puede pasar a acto
más que por quien está en acto. Ejemplo: El fuego, en acto caliente, hace que la madera,
en potencia caliente, pase a caliente en acto. De este modo la mueve y cambia. Pero no
es posible que una cosa sea lo mismo simultáneamente en potencia y en acto; sólo lo
puede ser respecto a algo distinto. Ejemplo: Lo que es caliente en acto, no puede ser al
mismo tiempo caliente en potencia, pero sí puede ser en potencia frío. Igualmente, es
imposible que algo mueva y sea movido al mismo tiempo, o que se mueva a sí mismo.
Todo lo que se mueve necesita ser movido por otro. Pero si lo que es movido por otro se
mueve, necesita ser movido por otro, y éste por otro. Este proceder no se puede llevar
indefinidamente, porque no se llegaría al primero que mueve, y así no habría motor
alguno pues los motores intermedios no mueven más que por ser movidos por el primer
motor. Ejemplo: Un bastón no mueve nada si no es movido por la mano. Por lo tanto, es
necesario llegar a aquel primer motor al que nadie mueve. En éste, todos reconocen a
Dios.
2) La segunda es la que se deduce de la causa eficiente. Pues nos encontramos que
en el mundo sensible hay un orden de causas eficientes. Sin embargo, no encontramos,
ni es posible, que algo sea causa eficiente de sí mismo, pues sería anterior a sí mismo,
cosa imposible. En las causas eficientes no es posible proceder indefinidamente porque
en todas las causas eficientes hay orden: la primera es causa de la intermedia; y ésta, sea
una o múltiple, lo es de la última. Puesto que, si se quita la causa, desaparece el efecto, si
en el orden de las causas eficientes no existiera la primera, no se daría tampoco ni la
última ni la intermedia. Si en las causas eficientes llevásemos hasta el infinito este
proceder, no existiría la primera causa eficiente; en consecuencia no habría efecto último
ni causa intermedia; y esto es absolutamente falso. Por lo tanto, es necesario admitir una
causa eficiente primera. Todos la llaman Dios.
3) La tercera es la que se deduce a partir de lo posible y de lo necesario. Y dice:
Encontramos que las cosas pueden existir o no existir, pues pueden ser producidas o
destruidas, y consecuentemente es posible que existan o que no existan. Es imposible
que las cosas sometidas a tal posibilidad existan siempre, pues lo que lleva en sí mismo
la posibilidad de no existir, en un tiempo no existió. Si, pues, todas las cosas llevan en sí
mismas la posibilidad de no existir, hubo un tiempo en que nada existió. Pero si esto es
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verdad, tampoco ahora existiría nada, puesto que lo que no existe no empieza a existir
más que por algo que ya existe. Si, pues, nada existía, es imposible que algo empezara a
existir; en consecuencia, nada existiría; y esto es absolutamente falso. Luego no todos los
seres son sólo posibilidad; sino que es preciso algún ser necesario. Todo ser necesario
encuentra su necesidad en otro, o no la tiene. Por otra parte, no es posible que en los
seres necesarios se busque la causa de su necesidad llevando este proceder
indefinidamente, como quedó probado al tratar las causas eficientes (nº 2). Por lo tanto,
es preciso admitir algo que sea absolutamente necesario, cuya causa de su necesidad no
esté en otro, sino que él sea causa de la necesidad de los demás. Todos le dicen Dios.
4) La cuarta se deduce de la jerarquía de valores que encontramos en las cosas.
Pues nos encontramos que la bondad, la veracidad, la nobleza y otros valores se dan en
las cosas. En unas más y en otras menos. Pero este más y este menos se dice de las
cosas en cuanto que se aproximan más o menos a lo máximo. Así, caliente se dice de
aquello que se aproxima más al máximo calor. Hay algo, por tanto, que es muy veraz,
muy bueno, muy noble; y, en consecuencia, es el máximo ser; pues las cosas que son
sumamente verdaderas, son seres máximos […]. Como quiera que en cualquier género,
lo máximo se convierte en causa de lo que pertenece a tal género –así el fuego, que es el
máximo calor, es causa de todos los calores […]–, del mismo modo hay algo que en todos
los seres es causa de su exisitir, de su bondad, de cualquier otra perfección. Le llamamos
Dios.
5) La quinta se deduce a partir del ordenamiento de las cosas. Pues vemos que hay
cosas que no tienen conocimiento, como son los cuerpos naturales, y que obran por un
fin. Esto se puede comprobar observando cómo siempre o a menudo obran igual para
conseguir lo mejor. De donde se deduce que, para alcanzar su objetivo, no obran al azar,
sino intencionadamente. Las cosas que no tienen conocimiento no tienden al fin sin ser
dirigidas por alguien con conocimiento e inteligencia, como la flecha por el arquero. Por lo
tanto, hay alguien inteligente por el que todas las cosas son dirigidas al fin. Le llamamos
Dios (S. Th., I, q. 2, a. 3).

Glosario

Atributos entitativos: «Son aquellos que se refieren a Dios en cuanto se considera


su Esencia o su Ser en Sí mismo» (CF, 167).

Atributos operativos: «Son aquellos que se refieren a Dios en cuanto principio de


esta actividad o naturaleza» (CF, 167).

Atributos operativos inmanentes: «Cuando el término de la operación revierte


sobre el mismo Dios» (CF, 167).

Atributos operativos trascendentes: «Cuando el término de la operación es un ser


distinto de Dios» (CF, 167).

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Pruebas a posteriori: «Demuestran la existencia de Dios a partir de los efectos,
esto es, de los entes creados por Dios» (CF, 155).

Pruebas a priori: «Deduce la existencia como un elemento o predicable de la


esencia por análisis de la esencia» (CF, 154).

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