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Jorge Mario Bergoglio, Las cartas de la tribulación, 9, ed. Diego de Torres, Buenos
Aires (1987).
12
discípulos— están vacías, y podemos comprender los sentimientos que
esto genera. Vuelven a casa sin grandes aventuras que contar, vuelven a
casa con las manos vacías, vuelven a casa abatidos.
¿Qué quedó de esos discípulos fuertes, animados, airosos, que se sen-
tían elegidos y que habían dejado todo para seguir a Jesús? (cf. Mc 1,16-
20); ¿qué quedó de esos discípulos seguros de sí, que irían a prisión y
hasta darían la vida por su Maestro (cf. Lc22,33), que para defenderlo
querían mandar fuego sobre la tierra (cf. Lc 9,54), por el que desenvaina-
rían la espada y darían batalla? (cf. Lc 22,49-51); ¿qué quedó del Pedro
que increpaba a su Maestro acerca de cómo tendría que llevar adelante su
vida y su programa redentor? La desolación (cf. Mc 8,31-33).
2. Pedro misericordiado, la comunidad misericordiada
Es la hora de la verdad en la vida de la primera comunidad. Es la hora
en la que Pedro se confrontó con parte de sí mismo. Con la parte de su
verdad que muchas veces no quería ver. Hizo experiencia de su limitación,
de su fragilidad, de su ser pecador. Pedro el temperamental, el jefe impul-
sivo y salvador, con una buena dosis de autosuficiencia y exceso de con-
fianza en sí mismo y en sus posibilidades, tuvo que someterse a su debili-
dad y pecado. Él era tan pecador como los otros, era tan necesitado como
los otros, era tan frágil como los otros. Pedro falló a quien juró cuidar.
Hora crucial en la vida de Pedro.
Como discípulos, como Iglesia, nos puede pasar lo mismo: hay mo-
mentos en los que nos confrontamos no con nuestras glorias, sino con
nuestra debilidad. Horas cruciales en la vida de los discípulos, pero en esa
hora es también donde nace el apóstol. Dejemos que el texto nos lleve de
la mano.
«Después de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: Simón, hijo de Juan,
¿me amas más que estos?» (Jn 21,15).
Después de comer, Jesús invita a Pedro a dar un paseo y la única pala-
bra es una pregunta, una pregunta de amor: ¿Me amas? Jesús no va al
reproche ni a la condena. Lo único que quiere hacer es salvar a Pedro. Lo
quiere salvar del peligro de quedarse encerrado en su pecado, de que que-
de «masticando» la desolación fruto de su limitación; salvarlo del peligro
de claudicar, por sus limitaciones, de todo lo bueno que había vivido con
Jesús. Jesús lo quiere salvar del encierro y del aislamiento. Lo quiere sal-
var de esa actitud destructiva que es victimizarse o, al contrario, caer en un
«da todo lo mismo» y que al final termina aguando cualquier compromiso
en el más perjudicial relativismo. Quiere liberarlo de tomar a quien se le
opone como si fuese un enemigo, o no aceptar con serenidad las contra-
dicciones o las críticas. Quiere liberarlo de la tristeza y especialmente del
mal humor. Con esa pregunta, Jesús invita a Pedro a que escuche su cora-
zón y aprenda a discernir. Ya que «no era de Dios defender la verdad a
costa de la caridad, ni la caridad a costa de la verdad, ni el equilibrio a
costa de ambas, tiene que discernir, Jesús quiere evitar que Pedro se vuel-
13
va un veraz destructor o un caritativo mentiroso o un perplejo paraliza-
do»2, como nos puede pasar en estas situaciones.
Jesús interrogó a Pedro sobre su amor e insistió en él hasta que este
pudo darle una respuesta realista: «Sí, Señor, tú lo sabes todo; tú sabes
que te quiero» (Jn 21,17). Así Jesús lo confirma en la misión. Así lo vuel-
ve definitivamente su apóstol.
¿Qué es lo que fortalece a Pedro como apóstol? ¿Qué nos mantiene a
nosotros apóstoles? Una sola cosa: «Fuimos tratados con misericordia».
«Fuimos tratados con misericordia» (1 Tm 1,12-16). «En medio de nues-
tros pecados, límites, miserias; en medio de nuestras múltiples caídas,
Jesucristo nos vio, se acercó, nos dio su mano y nos trató con misericor-
dia. Cada uno de nosotros podría hacer memoria, repasando todas las
veces que el Señor lo vio, lo miró, se acercó y lo trató con misericordia» 3.
Los invito a que lo hagan. No estamos aquí porque seamos mejores que
otros. No somos superhéroes que, desde la altura, bajan a encontrarse con
los «mortales». Más bien somos enviados con la conciencia de ser hom-
bres y mujeres perdonados. Y esa es la fuente de nuestra alegría. Somos
consagrados, pastores al estilo de Jesús herido, muerto y resucitado. El
consagrado –y cuando digo consagrados digo todos los que están aquí– es
quien encuentra en sus heridas los signos de la Resurrección. Es quien
puede ver en las heridas del mundo la fuerza de la Resurrección. Es quien,
al estilo de Jesús, no va a encontrar a sus hermanos con el reproche y la
condena.
Jesucristo no se presenta a los suyos sin llagas; precisamente desde sus
llagas es donde Tomás puede confesar la fe. Estamos invitados a no disi-
mular o esconder nuestras llagas. Una Iglesia con llagas es capaz de com-
prender las llagas del mundo de hoy y hacerlas suyas, sufrirlas, acompa-
ñarlas y buscar sanarlas. Una Iglesia con llagas no se pone en el centro, no
se cree perfecta, sino que pone allí al único que puede sanar las heridas y
tiene nombre: Jesucristo.
La conciencia de tener llagas nos libera; sí, nos libera de volvernos au-
torreferenciales, de creernos superiores. Nos libera de esa tendencia «pro-
meteica de quienes en el fondo sólo confían en sus propias fuerzas y se
sienten superiores a otros por cumplir determinadas normas o por ser
inquebrantablemente fieles a cierto estilo católico propio del pasado»4.
En Jesús, nuestras llagas son resucitadas. Nos hacen solidarios; nos
ayudan a derribar los muros que nos encierran en una actitud elitista para
estimularnos a tender puentes e ir a encontrarnos con tantos sedientos del
mismo amor misericordioso que sólo Cristo nos puede brindar. «¡Cuántas
veces soñamos con planes apostólicos expansionistas, meticulosos y bien
dibujados, propios de generales derrotados! Así negamos nuestra historia
de Iglesia, que es gloriosa por ser historia de sacrificios, de esperanza, de
lucha cotidiana, de vida deshilachada en el servicio, de constancia en el
2
Cf. ibíd.
3
Videomensaje al CELAM en ocasión del Jubileo extraordinario de la Misericordia en el
Continente americano (27 agosto 2016).
4
Exhort. ap. Evangelii gaudium, 94.
14
trabajo que cansa, porque todo trabajo es sudor de nuestra frente» 5. Veo
con cierta preocupación que existen comunidades que viven arrastradas
más por la desesperación de estar en cartelera, por ocupar espacios, por
aparecer y mostrarse, que por remangarse y salir a tocar la realidad sufrida
de nuestro pueblo fiel.
Qué cuestionadora reflexión la de ese santo chileno que advertía: «Se-
rán, pues, métodos falsos todos lo que sean impuestos por uniformidad;
todos los que pretendan dirigirnos a Dios haciéndonos olvidar de nuestros
hermanos; todos los que nos hagan cerrar los ojos sobre el universo, en
lugar de enseñarnos a abrirlos para elevar todo al Creador de todo ser;
todos los que nos hagan egoístas y nos replieguen sobre nosotros mis-
mos»6.
El Pueblo de Dios no espera ni necesita de nosotros superhéroes, espe-
ra pastores, hombres y mujeres consagrados, que sepan de compasión, que
sepan tender una mano, que sepan detenerse ante el caído y, al igual que
Jesús, ayuden a salir de ese círculo de «masticar» la desolación que enve-
nena el alma.
3. Pedro transfigurado, la comunidad transfigurada
Jesús invita a Pedro a discernir y así comienzan a cobrar fuerza mu-
chos acontecimientos de la vida de Pedro, como el gesto profético del
lavatorio de los pies. Pedro, el que se resistía a dejarse lavar los pies, co-
menzaba a comprender que la verdadera grandeza pasa por hacerse pe-
queño y servidor7.
¡Que pedagogía la de nuestro Señor! Del gesto profético de Jesús a la
Iglesia profética que, lavada de su pecado, no tiene miedo de salir a servir
a una humanidad herida.
Pedro experimentó en su carne la herida no sólo del pecado, sino de
sus propios límites y flaquezas. Pero descubrió en Jesús que sus heridas
pueden ser camino de Resurrección. Conocer a Pedro abatido para conocer
al Pedro transfigurado es la invitación a pasar de ser una Iglesia de abati-
dos desolados a una Iglesia servidora de tantos abatidos que conviven a
nuestro lado. Una Iglesia capaz de ponerse al servicio de su Señor en el
hambriento, en el preso, en el sediento, en el desalojado, en el desnudo, en
el enfermo… (cf. Mt 25,35). Un servicio que no se identifica con asisten-
cialismo o paternalismo, sino con conversión de corazón. El problema no
está en darle de comer al pobre, o vestir al desnudo, o acompañar al en-
fermo, sino en considerar que el pobre, el desnudo, el enfermo, el preso, el
desalojado tienen la dignidad para sentarse en nuestras mesas, de sentirse
«en casa» entre nosotros, de sentirse familia. Ese es el signo de que el
5
Ibíd., 96.
6
San Alberto Hurtado, Discurso a jóvenes de la Acción Católica (1943).
7
«El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos»
(Mc 9,35).
15
Reino de los Cielos está entre nosotros. Es el signo de una Iglesia que
fue herida por su pecado, misericordiada por su Señor, y convertida en
profética por vocación.
Renovar la profecía es renovar nuestro compromiso de no esperar un
mundo ideal, una comunidad ideal, un discípulo ideal para vivir o para
evangelizar, sino crear las condiciones para que cada persona abatida
pueda encontrarse con Jesús. No se aman las situaciones ni las comunida-
des ideales, se aman las personas.
El reconocimiento sincero, dolorido y orante de nuestros límites, lejos
de alejarnos de nuestro Señor nos permite volver a Jesús sabiendo que «Él
siempre puede, con su novedad, renovar nuestra vida y nuestra comunidad
y, aunque atraviese épocas oscuras y debilidades eclesiales, la propuesta
cristiana nunca envejece… Cada vez que intentamos volver a la fuente y
recuperar la frescura original del Evangelio, brotan nuevos caminos, mé-
todos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, pala-
bras cargadas de renovado significado para el mundo actual» 8. Qué bien
nos hace a todos dejar que Jesús nos renueve el corazón.
8
Exhort. ap. Evangelii gaudium, 11.
9
Carta al Cardenal Marc Ouellet, Presidente de la Pontificia Comisión para América
Latina (19 marzo 2016).
16
gámoslo claro, los laicos no son nuestros peones, ni nuestros empleados.
No tienen que repetir como «loros» lo que le decimos. «El clericalismo,
lejos de impulsar los distintos aportes y propuestas, poco a poco va apa-
gando el fuego profético que la Iglesia toda está llamada a testimoniar en
el corazón de sus pueblos. El clericalismo se olvida de que la visibilidad y
la sacramentalidad de la Iglesia pertenece a todo el Pueblo fiel de Dios (cf.
Lumen gentium, 9-14) y no sólo a unos pocos elegidos e iluminados. 10
Velemos, por favor, contra esta tentación, especialmente en los semi-
narios y en todo el proceso formativo. Yo les confieso, a mí me preocupa
la formación de los seminaristas, sean Pastores, servicio del Pueblo de
Dios, como tiene que ser un Pastor, con la doctrina, con la disciplina, con
los sacramentos, con la cercanía, con las obras de caridad, pero que tengan
esa conciencia de Pueblo. Los seminarios deben poner el énfasis en que
los futuros sacerdotes sean capaces de servir al santo Pueblo fiel de Dios,
reconociendo la diversidad de culturas y renunciando a la tentación de
cualquier forma de clericalismo. El sacerdote es ministro de Jesucristo:
protagonista que se hace presente en todo el Pueblo de Dios. Los sacerdo-
tes del mañana deben formarse mirando al mañana: su ministerio se desa-
rrollará en un mundo secularizado y, por lo tanto, nos exige a nosotros
pastores discernir cómo prepararlos para desarrollar su misión en este
escenario concreto y no en nuestros «mundos o estados ideales». Una
misión que se da en unidad fraternal con todo el Pueblo de Dios. Codo a
codo, impulsando y estimulando al laicado en un clima de discernimiento
y sinodalidad, dos características esenciales en el sacerdote del mañana.
No al clericalismo y a mundos ideales que sólo entran en nuestros esque-
mas pero que no tocan la vida de nadie.
Y aquí, pedir al Espíritu Santo el don de soñar, por favor no dejen de
soñar, soñar y trabajar por una opción misionera y profética que sea capaz
de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el
lenguaje y toda la estructura eclesial se conviertan en un cauce adecuado
para la evangelización de Chile más que para una autopreservación ecle-
siástica. No le tengamos miedo a despojarnos de lo que nos aparte del
mandato misionero11.
10
Ibíd.
11
Cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 27.
17
red de wifi y la contraseña para volverme a conectar». Esa respuesta me
enseñó, me hizo pensar que con la fe nos puede pasar lo mismo. Todos
estamos entusiastas, la fe se renueva –que un retiro, que una predicación,
que un encuentro, que la visita del Papa–, la fe crece pero después de un
tiempo de camino o del «embale» inicial, hay momentos en los que sin
darnos cuenta comienza a bajar «nuestro ancho de banda», despacito, y
aquel entusiasmo, aquel querer estar conectados con Jesús se empieza a
perder, y empezamos a quedarnos sin conexión, sin batería, y entonces nos
gana el mal humor, nos volvemos descreídos, tristes, sin fuerza, y todo lo
empezamos a ver mal. Al quedarnos sin esta «conexión» que es la que les
da vida a nuestros sueños, el corazón empieza a perder fuerza, a quedarse
también sin batería y como dice esa canción: «El ruido ambiente y soledad
de la ciudad nos aíslan de todo. El mundo que gira al revés pretende su-
mergirme en él ahogando mis ideas»12. ¿Les pasó esto alguna vez? No, no,
cada cual se contesta adentro, no quiero hacer pasar vergüenza a los que
no les pasó. A mí me pasó.
Sin conexión, sin la conexión con Jesús, sin esta conexión terminamos
ahogando nuestras ideas, ahogando nuestros sueños, ahogando nuestra fe
y, claro, nos llenamos de mal humor. De protagonistas —que lo somos y
lo queremos ser— podemos llegar a sentir que vale lo mismo hacer algo
que no hacerlo: “¿Para qué te vas a gastar? Mirá –el joven pesimista–:
Pasála bien, dejá, todas estas cosas sabemos cómo terminan, el mundo no
cambia, tomálo con soda y andá para adelante”. Y quedamos desconecta-
dos de la realidad y de lo que está pasando en «el mundo». Y quedamos,
sentimos que quedamos, «fuera del mundo», en “mi mundito” donde estoy
tranquilo, en mi sofá, ahí. Me preocupa cuando, al perder «señal», muchos
sienten que no tienen nada que aportar y quedan como perdidos: “Pará,
vos tenés algo que dar” – “No, mirá, esto es un desastre, yo trato de estu-
diar, tener un título, casarme, pero basta, no quiero líos, termina todo
mal”. Eso es cuando se pierde la conexión. Nunca pienses que no tienes
nada que aportar o que no le haces falta a nadie: “Le haces falta a mucha
gente y esto pensálo”. Cada uno de ustedes piénselo en su corazón: “Yo le
hago falta a mucha gente”. Ese pensamiento, como le gustaba decir a
Hurtado, «es el consejo del diablo» –“no le hago falta a nadie”–, que quie-
re hacerte sentir que no vales nada… pero para dejar las cosas como están,
por eso te hace sentir que no vales nada, para que nada cambie, porque el
único que puede hacer un cambio en la sociedad es el joven, uno de uste-
des. Nosotros ya estamos del otro lado. (Otro joven de los presentes se
desmaya) Y gracias, entre paréntesis, porque estos desmayos son un signo
de lo que están sintiendo muchos de ustedes. ¿Desde qué hora están acá,
me lo dicen? (Los jóvenes responden) ¡Gracias! Todos, decía, somos im-
portantes y todos tenemos algo que aportar. Con un “cachitito” de silencio
se pregunta cada uno –en serio, mírense en su corazón–: “¿Qué tengo yo
para aportar en la vida?”. Y cuántos de ustedes sienten las ganas de decir:
“No sé”. ¿No sabés lo que tenés para aportar? Lo tenés adentro y no lo
12
La Ley, Aquí.
18
conocés. Apuráte a encontrarlo para aportar. El mundo te necesita, la pa-
tria te necesita, la sociedad te necesita, vos tenés algo que aportar, no
pierdas la conexión.
Los jóvenes del Evangelio que escuchamos hoy querían esa «señal»,
buscaban esa señal que los ayudara a mantener vivo el fuego en sus cora-
zones. Esos jóvenes, que estaban ahí con Juan Bautista, querían saber
cómo cargar la batería del corazón. Andrés y el otro discípulo —que no
dice el nombre, y podemos pensar que ese otro discípulo puede ser cada
uno de nosotros— buscaban la contraseña para conectarse con Aquel que
es «Camino, Verdad y Vida» (Jn 14,6). A ellos los guió Juan el Bautista.
Y creo que ustedes tienen un gran santo que les puede hacer de guía, un
santo que iba cantando con su vida: «contento, Señor, contento». Hurtado
tenía una regla de oro, una regla para encender su corazón con ese fuego
capaz de mantener viva la alegría. Porque Jesús es ese fuego al cual quien
se acerca queda encendido.
Y la contraseña de Hurtado para reconectar, para mantener la señal es
muy simple —seguro que ninguno de ustedes trajo un teléfono, ¿no? Me
gustaría que la anotaran en el teléfono, a ver si se animan, yo se las dicto–.
Hurtado se pregunta –esta es la contraseña–: «¿Qué haría Cristo en mi
lugar?». Los que pueden anótenlo: «¿Qué haría Cristo en mi lugar?».
«¿Qué haría Cristo en mi lugar, en la escuela, en la universidad, en la
calle, en la casa, entre amigos, en el trabajo; frente al que le ha-
cen bullying: «¿Qué haría Cristo en mi lugar?». Cuando salen a bailar,
cuando están haciendo deportes o van al estadio: «¿Qué haría Cristo en mi
lugar?». Esa es la contraseña, esa es la batería para encender nuestro cora-
zón y encender la fe y encender la chispa en los ojos que no se les vaya.
Eso es ser protagonistas de la historia. Ojos chispeantes porque descubri-
mos que Jesús es fuente de vida y de alegría. Protagonistas de la historia,
porque queremos contagiar esa chispa en tantos corazones apagados, opa-
cos, que se olvidaron de lo que es esperar; en tantos que son «fomes» y
esperan que alguien los invite y los desafíe con algo que valga la pena. Ser
protagonistas es hacer lo que hizo Jesús. Allí donde estés, con quien te
encuentres y a la hora en que te encuentres: «¿Qué haría Jesús en mi lu-
gar?». ¿Cargaron la contraseña? (Los jóvenes responde: “Sí”). Y la única
manera de no olvidarse de la contraseña es usarla, sino no va a pasar lo
que… –claro esto es de mi época, no de la de ustedes, pero por ahí saben
algo–, lo que les pasó a los tres chiflados en aquel film que arman un asal-
to, un robo, una caja fuerte, todo pensado, todo, y cuando llegan se olvida-
ron de la contraseña, se olvidaron de la clave. Si no usan la contraseña se
la van a olvidar. ¡Cárguenla en el corazón! ¿Cómo era la contraseña? (R:
«¿Qué haría Cristo en mi lugar?») Esa es la contraseña. ¡Repítanla, pero
úsenla, úsenla! –¿Qué haría Cristo en mi lugar? –. Y hay que usarla todos
los días. Llegará el momento que se la van a saber de memoria y llegará el
día en que, sin darse cuenta, el corazón de cada uno de ustedes latirá como
el corazón de Jesús. (…)
Queridos amigos, queridos jóvenes: «Sean ustedes, –se lo pido por fa-
vor–, sean ustedes los jóvenes samaritanos que nunca abandonan a nadie
19
tirado en el camino. En el corazón, otra pregunta: “¿Alguna vez abandoné
a alguien tirado en el camino? ¿Un pariente, un amigo, amiga…?”. Sean
samaritanos, nunca abandonen al hombre tirado en el camino. Sean uste-
des los jóvenes cirineos que ayudan a Cristo a llevar su cruz y se compro-
meten con el sufrimiento de sus hermanos. Sean como Zaqueo, que trans-
formó su enanismo espiritual en grandeza y dejó que Jesús transformara su
corazón materialista en un corazón solidario. Sean como la joven Magda-
lena, apasionada buscadora del amor, que sólo en Jesús encuentra las
respuestas que necesita. Tengan el corazón de Pedro, para abandonar las
redes junto al lago. Tengan el cariño de Juan, para reposar en Jesús todos
sus afectos. Tengan la disponibilidad de nuestra Madre, la primera discí-
pula, para cantar con gozo y hacer su voluntad»13[3].
13
Card. Raúl Silva Henríquez, Mensaje a los jóvenes (7 octubre 1979).
14
Discurso a la Plenaria de la Congregación para la Educación Católica (9 febrero
2017).
15
Carta enc. Laudato si’, 47.
20
Y para lograr esto es necesario desarrollar una alfabetización integra-
dora que sepa acompasar los procesos de transformación que se están
produciendo en el seno de nuestras sociedades.
Tal proceso de alfabetización exige trabajar de manera simultánea la
integración de los diversos lenguajes que nos constituyen como personas.
Es decir, una educación —alfabetización— que integre y armonice el
intelecto, los afectos y las manos— es decir, la cabeza, el corazón y la
acción. Esto brindará y posibilitará a los estudiantes crecer no sólo armo-
nioso a nivel personal sino, simultáneamente, a nivel social. Urge generar
espacios donde la fragmentación no sea el esquema dominante, incluso del
pensamiento; para ello es necesario enseñar a pensar lo que se siente y se
hace; a sentir lo que se piensa y se hace; a hacer lo que se piensa y se
siente. Un dinamismo de capacidades al servicio de la persona y de la
sociedad.
La alfabetización, basada en la integración de los distintos lenguajes
que nos conforman, irá implicando a los estudiantes en su propio proceso
educativo; proceso de cara a los desafíos que el mundo próximo les va a
presentar. El «divorcio» de los saberes y de los lenguajes, el analfabetismo
sobre cómo integrar las distintas dimensiones de la vida, lo único que
consigue es fragmentación y ruptura social.
En esta sociedad líquida16 o ligera17, como la han querido denominar
algunos pensadores, van desapareciendo los puntos de referencia desde
donde las personas pueden construirse individual y socialmente. Pareciera
que hoy en día la «nube» es el nuevo punto de encuentro, que está marca-
do por la falta de estabilidad ya que todo se volatiliza y por lo tanto pierde
consistencia.
Tal falta de consistencia podría ser una de las razones de la pérdida de
conciencia del espacio público. Un espacio que exige un mínimo de tras-
cendencia sobre los intereses privados —vivir más y mejor— para cons-
truir sobre cimientos que revelen esa dimensión tan importante de nuestra
vida como es el «nosotros». Sin esa conciencia, pero especialmente sin ese
sentimiento y, por lo tanto, sin esa experiencia, es y será muy difícil cons-
truir la nación, y entonces parecería que lo único importante y válido es
aquello que pertenece al individuo, y todo lo que queda fuera de esa juris-
dicción se vuelve obsoleto. Una cultura así ha perdido la memoria, ha
perdido los ligamentos que sostienen y posibilitan la vida. Sin el «noso-
tros» de un pueblo, de una familia, de una nación y, al mismo tiempo, sin
el nosotros del futuro, de los hijos y del mañana; sin el nosotros de una
ciudad que «me» trascienda y sea más rica que los intereses individuales,
la vida será no sólo cada vez más fracturada sino más conflictiva y violen-
ta.
16
Cf. Zygmunt Bauman, Modernidad líquida (1999).
17
Cf. Gilles Lipovetsky, De la ligereza (2016).
21
La Universidad, en este sentido, tiene el desafío de generar nuevas di-
námicas al interno de su propio claustro, que superen toda fragmentación
del saber y estimulen a una verdadera universitas.
2. Avanzar en comunidad
De ahí, el segundo elemento tan importante para esta casa de estudios:
la capacidad de avanzar en comunidad.
He sabido con alegría del esfuerzo evangelizador y de la vitalidad ale-
gre de su Pastoral Universitaria, signo de una Iglesia joven, viva y «en
salida». Las misiones que realizan todos los años en diversos puntos del
País son un punto fuerte y muy enriquecedor. En estas instancias, ustedes
logran alargar el horizonte de sus miradas y entran en contacto con diver-
sas situaciones que, más allá del acontecimiento puntual, los dejan movili-
zados. El «misionero», en el sentido etimológico de la palabra, nunca
vuelve igual de la misión; experimenta el paso de Dios en el encuentro con
tantos rostros o que no conocían o que no le eran cotidianos, o que le eran
lejanos.
Esas experiencias no pueden quedar aisladas del acontecer universita-
rio. Los métodos clásicos de investigación experimentan ciertos límites,
más cuando se trata de una cultura como la nuestra que estimula la partici-
pación directa e instantánea de los sujetos. La cultura actual exige nuevas
formas capaces de incluir a todos los actores que conforman el hecho
social y, por lo tanto, educativo. De ahí la importancia de ampliar el con-
cepto de comunidad educativa.
Esta comunidad está desafiada a no quedarse aislada de los modos de
conocer; así como tampoco a construir conocimiento al margen de los
destinatarios mismos. Es necesario que la adquisición de conocimiento
sepa generar una interacción entre el aula y la sabiduría de los pueblos que
conforman esta bendecida tierra. Una sabiduría cargada de intuiciones, de
«olfato», que no se puede obviar a la hora de pensar Chile. Así se produci-
rá esa sinergia tan enriquecedora entre rigor científico e intuición popu-
lar. Esta estrecha interacción entre ambos impide el divorcio entre la razón
y la acción, entre el pensar y el sentir, entre el conocer y el vivir, entre la
profesión y el servicio. El conocimiento siempre debe sentirse al servicio
de la vida y confrontarse con ella para poder seguir progresando. De ahí
que la comunidad educativa no puede reducirse a aulas y bibliotecas, sino
que debe avanzar continuamente a la participación. Tal diálogo sólo se
puede realizar desde una episteme capaz de asumir una lógica plural, es
decir, que asuma la interdisciplinariedad e interdependencia del saber. «En
este sentido, es indispensable prestar atención a los pueblos origina-
rios con sus tradiciones culturales. No son una simple minoría entre otras,
sino que deben convertirse en los principales interlocutores, sobre todo a
la hora de avanzar en grandes proyectos que afecten a sus espacios» 18.
La comunidad educativa guarda en sí un sinfín de posibilidades y po-
tencialidades cuando se deja enriquecer e interpelar por todos los actores
que configuran el hecho educativo. Esto exige un mayor esfuerzo en la
18
Carta enc. Laudato si’, 146.
22
calidad y en la integración, pues el servicio universitario ha de apuntar
siempre a ser de calidad y de excelencia, puestas al servicio de la convi-
vencia nacional. Podríamos decir que la Universidad se vuelve un labora-
torio para el futuro del país, ya que logra incorporar en su seno la vida y el
caminar del pueblo superando toda lógica antagónica y elitista del saber.
Cuenta una antigua tradición cabalística que el origen del mal se en-
cuentra en la escisión producida por el ser humano al comer del árbol de la
ciencia del bien y del mal. De esta forma, el conocimiento adquirió un
primado sobre la creación, sometiéndola a sus esquemas y deseos 19. La
tentación latente en todo ámbito académico será la de reducir la Creación
a unos esquemas interpretativos, privándola del Misterio propio que ha
movido a generaciones enteras a buscar lo justo, bueno, bello y verdadero.
Y cuando el profesor, por su sapiencialidad, se convierte en «maestro»,
entonces sí es capaz de despertar la capacidad de asombro en nuestros
estudiantes. ¡Asombro ante un mundo y un universo a descubrir!
19
Cf. Gershom Scholem, La mystique juive, París (1985), 86.
20
Pablo VI, Exhort. ap. Evangelii nuntiandi, 48.
23
vida las palabras del profeta Isaías: «Entonces el desierto será un vergel y
el vergel parecerá un bosque» (32,15). Esta tierra, abrazada por el desierto
más seco del mundo, logra vestirse de fiesta.
En este clima de fiesta, el Evangelio nos presenta la acción de María
para que la alegría prevalezca. Ella está atenta a todo lo que pasa a su
alrededor y, como buena Madre, no se queda quieta y así logra darse cuen-
ta de que, en la fiesta, en la alegría compartida, algo estaba pasando: había
algo que estaba por «aguar» la fiesta. Y acercándose a su Hijo, las únicas
palabras que le escuchamos decir son: «no tienen vino» (Jn 2,3).
Y así María anda por nuestros poblados, calles, plazas, casas, hospita-
les. María es la Virgen de la Tirana; la Virgen Ayquina en Calama; la
Virgen de las Peñas en Arica, que anda por todos nuestros entuertos fami-
liares, esos que parecen ahogarnos el corazón para acercarse al oído de
Jesús y decirle: mira, «no tienen vino».
Y luego no se queda callada, se acerca a los que servían en la fiesta y
les dice: «Hagan todo lo que Él les diga» (Jn 2,5). María, mujer de pocas
palabras, pero bien concretas, también se acerca a cada uno de nosotros a
decirnos tan sólo: «Hagan lo que Él les diga». Y de este modo se desata el
primer milagro de Jesús: hacer sentir a sus amigos que ellos también son
parte del milagro. Porque Cristo «vino a este mundo no para hacer una
obra solo, sino con nosotros –el milagro lo hace con nosotros–, con todos
nosotros, para ser la cabeza de un cuerpo cuyas células vivas somos noso-
tros, libres y activas»21. Así hace el milagro Jesús con nosotros.
El milagro comienza cuando los servidores acercan los barriles con
agua que estaban destinados a la purificación. Así también cada uno de
nosotros puede comenzar el milagro, es más, cada uno de nosotros está
invitado a ser parte del milagro para otros.
Hermanos, Iquique es tierra de sueños —eso significa el nombre en
aymara—; tierra que ha sabido albergar a gente de distintos pueblos y
culturas. Gente que han tenido que dejar a los suyos marcharse. Una mar-
cha siempre basada en la esperanza por obtener una vida mejor, pero sa-
bemos que va siempre acompañada de mochilas cargadas con miedo e
incertidumbre por lo que vendrá. Iquique es una zona de inmigrantes que
nos recuerda la grandeza de hombres y mujeres; de familias enteras que,
ante la adversidad, no se dan por vencidas y se abren paso buscando vida.
Ellos —especialmente los que tienen que dejar su tierra porque no encuen-
tran lo mínimo necesario para vivir— son imagen de la Sagrada Familia
que tuvo que atravesar desiertos para poder seguir con vida.
Esta tierra es tierra de sueños, pero busquemos que siga siendo tam-
bién tierra de hospitalidad. Hospitalidad festiva, porque sabemos bien que
no hay alegría cristiana cuando se cierran puertas; no hay alegría cristiana
cuando se les hace sentir a los demás que sobran o que entre nosotros no
tienen lugar (cf. Lc 16,19-31).
21
San Alberto Hurtado, Meditación Semana Santa para jóvenes (1946).
24
Como María en Caná, busquemos aprender a estar atentos en nuestras
plazas y poblados, y reconocer a aquellos que tienen la vida «aguada»; que
han perdido —o les han robado— las razones para celebrar. Los tristes de
corazón. Y no tengamos miedo de alzar nuestras voces para decir: «no
tienen vino». El clamor del pueblo de Dios, el clamor del pobre, que tiene
forma de oración y ensancha el corazón y nos enseña a estar atentos. Es-
temos atentos a todas las situaciones de injusticia y a las nuevas formas de
explotación que exponen a tantos hermanos a perder la alegría de la fiesta.
Estemos atentos frente a la precarización del trabajo que destruye vidas y
hogares. Estemos atentos a los que se aprovechan de la irregularidad de
muchos migrantes porque no conocen el idioma o no tienen los papeles en
«regla». Estemos atentos a la falta de techo, tierra y trabajo de tantas fami-
lias. Y como María digamos: no tienen vino, Señor.
Como los servidores de la fiesta aportemos lo que tengamos, por poco
que parezca. Al igual que ellos, no tengamos miedo a «dar una mano», y
que nuestra solidaridad y nuestro compromiso con la justicia sean parte
del baile o la canción que podamos entonarle a nuestro Señor. Aprove-
chemos también a aprender y a dejarnos impregnar por los valores, la
sabiduría y la fe que los inmigrantes traen consigo. Sin cerrarnos a esas
«tinajas» llenas de sabiduría e historia que traen quienes siguen arribando
a estas tierras. No nos privemos de todo lo bueno que tienen para aportar.
Y después dejemos a Jesús que termine el milagro, transformando
nuestras comunidades y nuestros corazones en signo vivo de su presencia,
que es alegre y festiva porque hemos experimentado que Dios-está-con-
nosotros, porque hemos aprendido a hospedarlo en medio de nuestro cora-
zón. Alegría y fiesta contagiosa que nos lleva a no dejar a nadie fuera del
anuncio de esta Buena Nueva; y a trasmitirle todo lo que hay de nuestra
cultura originaria, para enriquecerlo también con lo nuestro, con nuestras
tradiciones, con nuestra sabiduría ancestral, para que el que viene encuen-
tre sabiduría y dé sabiduría. Eso es fiesta. Eso es agua convertida en vino.
Eso es el milagro que hace Jesús.
22
Exhort. ap. Evangelii gaudium, 94.
27
ciones, sino que el Señor esperaba algo más. Y acá uno se puede acordar:
ese día me di cuenta. La memoria de esa hora en la que fuimos tocados
por su mirada.
Las veces que nos olvidamos de esta hora, nos olvidamos de nuestros
orígenes, de nuestras raíces; y al perder estas coordenadas fundamentales
dejamos de lado lo más valioso que un consagrado puede tener: la mirada
del Señor: “No padre, yo lo miro al Señor en el sagrario”— Está bien, eso
está bien, pero sentáte un rato y dejáte mirar y recordá las veces que te
miró y te está mirando. Dejáte mirar por él. Es de lo más valioso que un
consagrado tiene: la mirada del Señor. Quizá no estás contento con ese
lugar donde te encontró el Señor, quizá no se adecua a una situación ideal
que te «hubiese gustado más». Pero fue ahí donde te encontró y te curó las
heridas, ahí. Cada uno de nosotros conoce el dónde y el cuándo: quizás un
tiempo de situaciones complejas, sí; con situaciones dolorosas, sí; pero ahí
te encontró el Dios de la Vida, para hacerte testigo de su Vida, para hacer-
te parte de su misión y ser, con Él, ser caricia de Dios para tantos. Nos
hace bien recordar que nuestras vocaciones son una llamada de amor para
amar, para servir. No para sacar tajada para nosotros mismos. ¡Si el Señor
se enamoró de ustedes y los eligió, no fue por ser más numerosos que los
demás, pues son el pueblo más pequeño, sino por amor! (cf. Dt 7,7-8). Así
le dice el Deuteronomio al pueblo de Israel. No te la creas, no sos el pue-
blo más importante, sos de lo peorcito, pero se enamoró de ese, y bueno,
qué quieren, tiene mal gusto el Señor, pero se enamoró de ese... Amor de
entrañas, amor de misericordia, que mueve nuestras entrañas para ir a
servir a otros al estilo de Jesucristo. No al estilo de los fariseos, de los
saduceos, de los doctores de la ley, de los zelotes, no, no, esos buscaban su
gloria.
Quisiera detenerme en un aspecto que considero importante. Muchos,
a la hora de ingresar al seminario o a la casa de formación, o noviciados
fuimos formados con la fe de nuestras familias y vecinos. Ahí, aprendimos
a rezar, de la mamá, de la abuela, de la tía… y después fue la catequista la
que nos preparó… Y así fue como dimos nuestros primeros pasos, apoya-
dos no pocas veces en las manifestaciones de piedad y espiritualidad po-
pular, que en Perú han adquirido las más exquisitas formas y arraigo en el
pueblo fiel y sencillo. Vuestro pueblo ha demostrado un enorme cariño a
Jesucristo, a la Virgen, a sus santos y beatos en tantas devociones que no
me animo a nombrarlas por miedo a dejar alguna de lado. En esos santua-
rios, «muchos peregrinos toman decisiones que marcan sus vidas. Esas
paredes contienen muchas historias de conversión, de perdón y de dones
recibidos, que millones podrían contar»23. Inclusive muchas de vuestras
vocaciones pueden estar grabadas en esas paredes. Los exhorto, por favor,
a no olvidar, y mucho menos despreciar, la fe fiel y sencilla de vuestro
pueblo. Sepan acoger, acompañar y estimular el encuentro con el Señor.
23
Cf. V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Documento
de Aparecida (29 junio 2007), 260.
28
No se vuelvan profesionales de lo sagrado olvidándose de su pueblo, de
donde los sacó el Señor, de detrás del rebaño —como dice el Señor a su
elegido [David] en la Biblia—. No pierdan la memoria y el respeto por
quien les enseñó a rezar.
A mí me ha pasado que —en reuniones con maestros y maestras de
novicias o rectores de seminarios, padres espirituales de seminario— sale
la pregunta: “¿Cómo le enseñamos a rezar a los que entran?” Entonces, les
dan algunos manuales para aprender a meditar —a mí me lo dieron cuan-
do entré—: “o esto haga acá”, o “aquello no”, o “primero tenés que hacer
esto”, “después este otro tal paso” … Y en general, los hombres y mujeres
más sensatos que tienen este cargo de maestros de novicios o de padres
espirituales o rectores de seminarios optan: “Seguí rezando como te ense-
ñaron en casa”. Y después, poco a poco, los van haciendo avanzar en otro
tipo de oración. Pero, “seguí rezando como te enseñó tu madre, como te
enseñó tu abuela”, que por otro lado es el consejo que San Pablo le da a
Timoteo: “La fe de tu madre y de tu abuela, esa es la que tenés vos, seguí
por estas”. No desprecien la oración casera porque es la más fuerte. Re-
cordar la hora del llamado, hacer memoria alegre del paso de Jesucristo
por nuestra vida, nos ayudará a decir esa hermosa oración de san Francis-
co Solano, gran predicador y amigo de los pobres, «Mi buen Jesús, mi
Redentor y mi amigo. ¿Qué tengo yo que tú no me hayas dado? ¿Qué sé
yo que tú no me hayas enseñado?».
De esta forma, el religioso, sacerdote, consagrada, consagrado, semi-
narista es una persona memoriosa, alegre y agradecida: trinomio para
configurar y tener como «armas» frente a todo «disfraz» vocacional. La
conciencia agradecida agranda el corazón y nos estimula al servicio. Sin
agradecimiento podemos ser buenos ejecutores de lo sagrado, pero nos
faltará la unción del Espíritu para volvernos servidores de nuestros herma-
nos, especialmente de los más pobres. El Pueblo de Dios tiene olfato y
sabe distinguir entre el funcionario de lo sagrado y el servidor agradecido.
Sabe reconocer entre el memorioso y el olvidadizo. El Pueblo de Dios es
aguantador, pero reconoce a quien lo sirve y lo cura con el óleo de la ale-
gría y de la gratitud. En eso déjense aconsejar por el Pueblo de Dios. A
veces en las parroquias sucede que cuando el cura se desvía un poquito y
se olvida de su pueblo —estoy hablando de historias reales, ¿no? — cuán-
tas veces la vieja de la sacristía —como la llaman, “la vieja de la sacris-
tía”— le dice: “Padrecito, cuánto hace que no va a ver a su mamá. Vaya,
vaya a ver a su mamá que nosotros por una semana nos arreglamos con el
Rosario”.
3. Tercero, la alegría contagiosa. La alegría es contagiosa cuando es
verdadera. Andrés era uno de los discípulos de Juan el Bautista que había
seguido a Jesús ese día. Después de haber estado con Él y haber visto
dónde vivía, volvió a casa de su hermano Simón Pedro y le dijo: «Hemos
encontrado al Mesías» (Jn 1,41). Ahí no más fue contagiado. Esta es la
noticia más grande que podía darle, y lo condujo a Jesús. La fe en Jesús se
contagia. Y si hay un cura, un obispo, una monja, un seminarista, un con-
sagrado que no contagia es un aséptico, es de laboratorio, que salga y se
29
ensucie las manos un poquito y ahí va a empezar a contagiar el amor de
Jesús. La fe en Jesús se contagia, no puede confinarse ni encerrarse; y aquí
se encuentra la fecundidad del testimonio: los discípulos recién llamados
atraen a su vez a otros mediante su testimonio de fe, del mismo modo que
en el pasaje evangélico Jesús nos llama por medio de otros. La misión
brota espontánea del encuentro con Cristo. Andrés comienza su apostola-
do por los más cercanos, por su hermano Simón, casi como algo natural,
irradiando alegría. Esta es la mejor señal de que hemos «descubierto» al
Mesías. La alegría contagiosa es una constante en el corazón de los após-
toles, y la vemos en la fuerza con que Andrés confía a su hermano: «¡Lo
hemos encontrado!». Pues «la alegría del Evangelio llena el corazón y la
vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar
por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del ais-
lamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría»24. Y ésta es
contagiosa.
24
Exhort. ap. Evangelii gaudium, 1.
25
Carta ap. Misericordia et misera al concluir el Jubileo extraordinario de la misericor-
dia (20 noviembre 2016), 16.
26
Hom. II super «Missus est», 17: PL 183, 70-71.
30
ranza»27. Y quiero repetir junto a ustedes el mismo deseo que tenía enton-
ces: «¡Cómo deseo que los años por venir estén impregnados de miseri-
cordia para poder ir al encuentro de cada persona llevando la bondad y la
ternura de Dios!»28. Cómo deseo que esta tierra que tiene a la Madre de la
Misericordia y la Esperanza pueda multiplicar y llevar la bondad y la
ternura de Dios a cada rincón. Porque, queridos hermanos, no hay mayor
medicina para curar tantas heridas que un corazón que sepa de misericor-
dia, que un corazón que sepa tener compasión ante el dolor y la desgracia,
ante el error y las ganas de levantarse de muchos y que no saben cómo
hacerlo.
La compasión es activa porque «hemos aprendido que Dios se inclina
hacia nosotros (cf. Os 11,4) para que también nosotros podamos imitarlo
inclinándonos hacia los hermanos»29. Inclinándonos especialmente ante
aquellos que más sufren. Como María, estar atentos a aquellos que no
tienen el vino de la alegría, así sucedió en las bodas de Caná. (…)
Hermanos, la Virgen de la Puerta, Madre de la Misericordia y de Espe-
ranza, nos muestra el camino y nos señala la mejor defensa contra el mal
de la indiferencia y la insensibilidad. Ella nos lleva a su Hijo y así nos
invita a promover e irradiar una «cultura de la misericordia, basada en el
redescubrimiento del encuentro con los demás: una cultura en la que nin-
guno mire al otro con indiferencia ni aparte la mirada cuando vea el sufri-
miento de los hermanos»30. Que la Virgen les conceda esta gracia.
27
Bula Misericordiae vultus (11 abril 2015), 3.
28
Ibíd., 5.
29
Carta ap. Misericordia et misera al concluir el Jubileo extraordinario de la misericor-
dia (20 noviembre 2016), 16.
30
Ibíd., 20.
31
La oración misionera es la que logra unirse a los hermanos en las va-
riadas circunstancias en que se encuentran y rezar para que no les falte el
amor y la esperanza. Así lo decía santa Teresita del Niño Jesús: «Entendí
que sólo el amor es el que impulsa a obrar a los miembros de la Iglesia y
que, si faltase el amor, ni los apóstoles anunciarían ya el Evangelio, ni los
mártires derramarían su sangre. Reconocí claramente y me convencí de
que el amor encierra en sí todas las vocaciones, que el amor lo es todo,
que abarca todos los tiempos y lugares, en una palabra, que el amor es
eterno… En el corazón de la Iglesia, que es mi madre, yo seré el amor» 31.
Ojalá que cada una de ustedes pueda decir esto. Si alguna está media floji-
ta y se le apagó el fueguito del amor, ¡pídalo!, ¡pídalo! Es un regalo de
Dios amor poder amar.
¡Ser el amor! Es saber estar al lado del sufrimiento de tantos hermanos
y decir con el salmista: «En el peligro grité al Señor, y me escuchó, po-
niéndome a salvo» (Sal 117,5). Así vuestra vida en clausura logra tener un
alcance misionero y universal y «un papel fundamental en la vida de la
Iglesia. Rezan e interceden por muchos hermanos y hermanas presos,
emigrantes, refugiados y perseguidos; por tantas familias heridas, por las
personas en paro, por los pobres, por los enfermos, por las víctimas de
dependencias, por no citar más que algunas situaciones que son cada día
más urgentes. Ustedes son como aquellos amigos que llevaron al paralítico
ante el Señor, para que lo sanara (cf. Mc 2,1-12). No tenían vergüenza,
eran “sin vergüenza”, pero bien dicho. No tuvieron vergüenza de hacer un
agujero en el techo y bajar al paralítico. Sean “sin vergüenza”, no tengan
vergüenza de hacer con la oración que la miseria de los hombres se acer-
que al poder de Dios. Esa es la oración vuestra. Por la oración, día y no-
che, acercan al Señor la vida de muchos hermanos y hermanas que por
diversas situaciones no pueden alcanzarlo para experimentar su misericor-
dia sanadora, mientras que Él los espera para llenarlos de gracias. Por
vuestra oración ustedes curan las llagas de tantos hermanos»32.
Por eso mismo podemos afirmar que la vida de clausura no encierra ni
encoge el corazón, sino que lo ensancha ¡Ay! de la monja que tiene el
corazón encogido. Por favor, busquen remedio. No se puede ser monja
contemplativa con el corazón encogido. Que vuelva a respirar, que vuelva
a ser un corazón grande. Además, las monjas encogidas son monjas que
han perdido la fecundidad y no son madres; se quejan de todo, no sé,
amargadas, siempre están buscando un “tiquismiquis” para quejarse. La
santa Madre [Teresa de Jesús] decía: «¡Ay! de la monja que dice: “hicié-
ronme sin razón, me hicieron una injusticia”. En el convento no hay lugar
para las “coleccionistas de injusticias”, sino hay lugar para aquellas que
abren el corazón y saben llevar la cruz, la cruz fecunda, la cruz del amor,
la cruz que da vida.
31
Manuscritos autobiográficos, Lisieux (1957), 227-229.
32
Const. ap. Vultum Dei quaerere, sobre la vida contemplativa femenina (29 junio
2016), 16.
32
El amor ensancha el corazón, y por tanto con el Señor vamos adelante,
porque él nos hace capaz de sentir de un modo nuevo el dolor, el sufri-
miento, la frustración, la desventura de tantos hermanos que son víctimas
en esta «cultura del descarte» de nuestro tiempo. Que la intercesión por los
necesitados sea la característica de vuestra plegaria. Con los brazos en alto
como Moisés, con el corazón así tendido, pidiendo… Y cuando sea posi-
ble ayúdenlos, no sólo con la oración, sino también con el servicio concre-
to. Cuántos conventos de ustedes, sin faltar la clausura, respetando el
silencio, en algunos momentos de locutorio pueden hacer tanto bien.
La oración de súplica que se hace en sus monasterios sintoniza con el
Corazón de Jesús que implora al Padre para que todos seamos uno, así el
mundo creerá (cf. Jn 17,21). ¡Cuánto necesitamos de la unidad en la Igle-
sia! Que todos sean uno. ¡Cuánto necesitamos que los bautizados sean
uno, que los consagrados sean uno, que los sacerdotes sean uno, que los
obispos sean uno! ¡Hoy y siempre! Unidos en la fe. Unidos por la espe-
ranza. Unidos por la caridad. En esa unidad que brota de la comunión con
Cristo que nos une al Padre en el Espíritu y, en la Eucaristía, nos une unos
con otros en ese gran misterio que es la Iglesia. Les pido, por favor, que
recen mucho por la unidad de esta amada Iglesia peruana porque está
tentada de desunión.
33
Discurso al episcopado peruano (2 febrero 1985), 3.
34
Cf. Milagro de santo Toribio, Pinacoteca vaticana.
33
que se esperan» (Hb 11,1). Su fe y su confianza en el Señor lo impulsó, y
lo va a impulsar a lo largo de toda su vida a llegar a la otra orilla, donde Él
lo esperaba en medio de una multitud.
1. Quiso llegar a la otra orilla en busca de los lejanos y dispersos. Para
ello tuvo que dejar la comodidad del obispado y recorrer el territorio con-
fiado, en continuas visitas pastorales, tratando de llegar y estar allí donde
se lo necesitaba, y ¡cuánto se lo necesitaba! Iba al encuentro de todos por
caminos que, al decir de su secretario, eran más para las cabras que para
las personas. Tenía que enfrentar los más diversos climas y geografías,
«de 22 años de episcopado —22 y un cachito—, 18 los pasó fuera de
Lima, fuera de su ciudad, recorriendo por tres veces su territorio»35, que
iba desde Panamá hasta el inicio de la capitanía de Chile, que no sé dónde
empezaba en aquel momento —quizás a la altura de Iquique, no estoy
seguro—, pero hasta el inicio de la capitanía de Chile. ¡Como cualquiera
de las diócesis de ustedes, no más…! Dieciocho años recorriendo tres
veces su territorio, sabía que esta era la única forma de pastorear: estar
cerca proporcionando los auxilios divinos, exhortación que también reali-
zaba continuamente a sus presbíteros. Pero no lo hacía de palabra sino con
su testimonio, estando él mismo en la primera línea de la evangelización.
Hoy le llamaríamos un Obispo «callejero». Un obispo con suelas gastadas
por andar, por recorrer, por salir al encuentro para «anunciar el Evangelio
a todos, en todos los lugares, sin asco y sin miedo. La alegría del Evange-
lio es para todo el pueblo, no puede excluir a nadie»36. ¡Cómo sabía esto
santo Toribio! Sin miedo y sin asco se adentró en nuestro continente para
anunciar la buena nueva.
2. Quiso llegar a la otra orilla no sólo geográfica sino cultural. Fue así
como promovió por muchos medios una evangelización en la lengua nati-
va. Con el tercer Concilio Limense, procuró que los catecismos fueran
realizados y traducidos en quechua y aymara. Impulsó al clero a que estu-
diara y conociera el idioma de los suyos para poder administrarles los
sacramentos de forma comprensible. Yo pienso a la reforma litúrgica
de Pío XII, cuando empezó con esto a retomar para toda la Iglesia... Visi-
tando y viviendo con su Pueblo se dio cuenta de que no alcanzaba llegar
tan sólo físicamente, sino que era necesario aprender a hablar el lenguaje
de los otros, sólo así, llegaría el Evangelio a ser entendido y penetrar en el
corazón. ¡Cuánto urge esta visión para nosotros, pastores del siglo XXI!,
que nos toca aprender un lenguaje totalmente nuevo como es el digital, por
citar un ejemplo. Conocer el lenguaje actual de nuestros jóvenes, de nues-
tras familias, de los niños… Como bien supo verlo santo Toribio, no al-
canza solamente llegar a un lugar y ocupar un territorio, es necesario po-
der despertar procesos en la vida de las personas para que la fe arraigue y
sea significativa. Y para eso tenemos que hablar su lengua. Es necesario
llegar ahí donde se gestan los nuevos relatos y paradigmas, alcanzar con la
35
Jorge Mario Bergoglio, Homilía en la celebración Eucarística, Aparecida (16 mayo
2007).
36
Exhort. ap. Evangelii gaudium, 23.
34
Palabra de Jesús los núcleos más profundos del alma de nuestras ciudades
y de nuestros pueblos37. La evangelización de la cultura nos pide entrar en
el corazón de la cultura misma para que ésta sea iluminada desde adentro
por el Evangelio. Estoy seguro que me conmovió, anteayer, en Puerto
Maldonado, cuando… —entre todos esos nativos que había ahí de tantas
etnias—, me conmovió cuando tres me trajeron una estola; todos pintados,
con sus trajes: eran diáconos permanentes. Anímense, anímense, así lo
hacía Toribio. En aquella época no había diáconos permanentes, había
catequistas, pero en su lengua, en su cultura, y ahí se metió. Me conmovió
ver a esos diáconos permanentes.
3. Quiso llegar a la otra orilla de la caridad. Para nuestro patrono la
evangelización no podía darse lejos de la caridad. Porque sabía que la
forma más sublime de la evangelización era plasmar en la propia vida la
entrega de Jesucristo por amor a cada uno de los hombres. Los hijos de
Dios y los hijos del demonio se manifiestan en esto: el que no practica la
justicia no es de Dios, ni tampoco el que no ama a su hermano (cf. 1
Jn 3,10). En sus visitas pudo constatar los abusos y los excesos que su-
frían las poblaciones originarias, y así no le tembló el pulso, en 1585,
cuando excomulgó al corregidor de Cajatambo, enfrentándose a todo un
sistema de corrupción y tejido de intereses que «arrastraba la enemistad de
muchos», incluyendo al Virrey38. Así nos muestra al pastor que sabe que
el bien espiritual no puede nunca separarse del justo bien material y tanto
más cuando se pone en riesgo la integridad y la dignidad de las personas.
Profecía episcopal que no tiene miedo a denunciar los abusos y excesos
que se cometen frente a su pueblo. Y de este modo logra recordar dentro
de la sociedad y de sus comunidades que la caridad siempre va acompaña-
da de la justicia y no hay auténtica evangelización que no anuncie y de-
nuncie toda falta contra la vida de nuestros hermanos, especialmente con-
tra la vida de los más vulnerables. Es una alerta a cualquier tipo de coque-
teo mundano que nos ata las manos por algunas migajas; la libertad del
Evangelio...
4. Quiso llegar a la otra orilla en la formación de sus sacerdotes. Fundó
el primer seminario postconciliar en esta zona del mundo, impulsando de
esta manera la formación del clero nativo. Entendió que no bastaba llegar
a todos lados y hablar la misma lengua, que era necesario que la Iglesia
pudiera engendrar a sus propios pastores locales y así se convirtiera en
madre fecunda. Para ello defendió la ordenación de los mestizos —cuando
estaba muy discutida la misma— buscando alentar y estimular a que el
clero, si se tenía que diferenciar en algo, era por la santidad de sus pasto-
res y no por la procedencia racial39. Y esta formación no se limitaba sola-
mente al estudio en el seminario, sino que proseguía en las continuas visi
37
Cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 74.
38
Cf. Ernesto Rojas Ingunza, El Perú de los Santos, en: Kathy Perales Ysla
(coord.), Cinco Santos del Perú. Vida, obra y tiempo, Lima (2016), 57.
39
Cf. José Antonio Benito Rodríguez, Santo Toribio de Mogrovejo, en: Kathy Perales
Ysla (coord.), Cinco Santos del Perú. Vida, obra y tiempo, 178.
35
tas que les realizaba, estaba cerca de sus curas. Ahí podía ver de primera
mano el «estado de sus curas», preocupándose por ellos. Cuenta la leyenda
que en las vísperas de Navidad su hermana le regaló una camisa para que
la estrenara en las fiestas. Ese día fue a visitar a un cura y al ver la situa-
ción en que vivía, se sacó su camisa y se la entregó 40. Es el pastor que
conoce a sus sacerdotes. Busca alcanzarlos, acompañarlos, estimularlos,
amonestarlos —le recordó a sus curas que eran pastores y no comerciantes
y por lo tanto, habrían de cuidar y defender a los indios como a hijos—41.
Pero no lo hace desde «el escritorio», y así puede conocer a sus ovejas y
ellas reconocen en su voz, la voz del Buen Pastor.
5. Quiso llegar a la otra orilla, la de la unidad. Promovió de manera
admirable y profética la formación e integración de espacios de comunión
y participación entre los distintos integrantes del Pueblo de Dios. Así lo
señaló san Juan Pablo II cuando, en estas tierras, hablándole a los obispos
decía: «El tercer Concilio Limense es el resultado de ese esfuerzo, presi-
dido, alentado y dirigido por santo Toribio, y que fructificó en un precioso
tesoro de unidad en la fe, de normas pastorales y organizativas a la vez
que en válidas inspiraciones para la deseada integración latinoamerica-
na»42. Bien sabemos, que esta unidad y consenso fue precedida de grandes
tensiones y conflictos. No podemos negar las tensiones, existen, las dife-
rencias, existen; es imposible una vida sin conflictos. Pero estos nos exi-
gen, si somos hombres y cristianos, mirarlos de frente, asumirlos. Pero
asumirlos en unidad, en diálogo honesto y sincero, mirándonos a la cara y
cuidándonos de caer en tentación, o de ignorar lo que pasó o quedar pri-
sioneros y sin horizontes que ayuden a encontrar caminos que sean de
unidad y de vida. Resulta inspirador, en nuestro camino de Conferencia
Episcopal, recordar que la unidad siempre prevalecerá sobre el conflicto 43.
Queridos hermanos obispos, trabajen para la unidad, no se queden presos
de divisiones que parcializan y reducen la vocación a la que hemos sido
llamados: ser sacramento de comunión. No se olviden que lo que atraía de
la Iglesia primitiva era ver cómo se amaban. Esa era, es y será la mejor
evangelización.
6. Y a santo Toribio le llegó el momento de cruzar hacia la orilla defi-
nitiva, hacia esa tierra que lo esperaba y que iba degustando en su conti-
nuo dejar la orilla. Este nuevo partir, no lo hacía solo. Al igual que el
cuadro que les comentaba al inicio, iba al encuentro de los santos seguido
de una gran muchedumbre a sus espaldas. Es el pastor que ha sabido car-
gar «su valija» con rostros y nombres. Ellos eran su pasaporte al cielo. Y
fue tan así que no quisiera dejar de lado el acorde final, el momento en
que el pastor entregaba su alma a Dios. Lo hizo en un caserío junto a su
40
Cf. ibíd., 180.
41
Cf. Juan Villegas, Fiel y evangelizador. Santo Toribio de Mogrovejo, patrono de los
obispos de América Latina, Montevideo (1984), 22.
42
Juan Pablo II, Discurso al episcopado peruano (2 febrero 1985), 3.
43
Cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 226-230.
36
pueblo y un aborigen le tocaba la chirimía para que el alma de su pastor se
sintiera en paz.
44
Exhort. ap. Evangelii gaudium, 74.
45
Carta enc. Spe salvi, 38.
37
Jesús invitó a sus discípulos a vivir hoy lo que tiene sabor a eternidad:
el amor a Dios y al prójimo; y lo hace de la única manera que lo puede
hacer, a la manera divina: suscitando la ternura y el amor de misericordia,
suscitando la compasión y abriendo sus ojos para que aprendan a mirar la
realidad a la manera divina. Los invita a generar nuevos lazos, nuevas
alianzas portadoras de eternidad.
CENTRALIDAD DE LA CONCIENCIA
20180129 Discurso Inauguración Año judicial Tribunal Rota Roman
Hoy quisiera reflexionar con vosotros sobre un aspecto significativo de
vuestro servicio judicial, es decir, sobre la centralidad de la conciencia,
que es al mismo tiempo la de cada uno de vosotros y la de las personas de
cuyos casos os ocupáis. De hecho, vuestra actividad se expresa también
como ministerio de la paz de las conciencias y pide ser ejercitada en toda
conciencia, como bien expresa la fórmula con la que se emanan vuestras
sentencias ad consulendum conscientiae o ut consulatur conscientiae.
Con respecto a la declaración de nulidad o validez del vínculo matri-
monial, os colocáis, de alguna manera, como expertos en la conciencia de
los fieles cristianos. En este papel, estáis llamados a invocar incesante-
mente la ayuda divina para llevar a cabo con humildad y mesura la grave
tarea confiada a la Iglesia, manifestando así la conexión entre la certeza
moral, que el juez debe alcanzar ex actis et probatis, y el ámbito de su
conciencia, conocido únicamente por el Espíritu Santo y asistido por Él.
De hecho, gracias a la luz del Espíritu, se os permite entrar en el área
sagrada de la conciencia de los fieles. Es significativo que la antigua ora-
ción del Adsumus, que se proclamaba al comienzo de cada sesión
del Concilio Vaticano II, se rece con tanta frecuencia en vuestro Tribunal.
El ámbito de la conciencia ha sido muy importante para los Padres de los
dos últimos Sínodos de los obispos, y ha resonado de manera significativa
en la exhortación apostólica postsinodal Amoris laetitia. Esto se deriva de
la toma de conciencia del Sucesor de Pedro y de los padres sinodales sobre
la urgente necesidad de escuchar, por parte de los pastores de la Iglesia,
las instancias y las expectativas de aquellos fieles cuya conciencia se ha
vuelto muda y ausente durante muchos años y después han sido ayudados
47
por Dios y por la vida a recuperar algo de luz, dirigiéndose a la Iglesia
para tener la paz de sus conciencias.
La conciencia asume un papel decisivo en las decisiones arduas que
los novios deben afrontar para acoger y construir la unión conyugal y
después la familia, según el diseño de Dios. La Iglesia, madre tierna, ut
consulatur conscientiae de los fieles necesitados de verdad, ha notado la
necesidad de invitar a cuantos trabajan en la pastoral matrimonial y fami-
liar a una renovada sensibilización a la hora de ayudar a construir y cuidar
el santuario íntimo de sus conciencias cristianas. En este sentido, me gusta
destacar que en los dos documentos en forma de motu proprio, emanados
de la reforma del procedimiento matrimonial, he exhortado a instituir la
encuesta pastoral diocesana para que el proceso fuera no solamente más
diligente, sino también más justo, en el debido conocimiento de las causas
y motivos que están en los orígenes del fracaso matrimonial. Por otro lado,
en la exhortación apostólica Amoris laetitia, se indicaban itinerarios pasto-
rales para ayudar a los novios a entrar sin temor en el discernimiento y la
consiguiente elección del estado futuro de vida conyugal y familiar, y se
describía en los primeros cinco capítulos la extraordinaria riqueza de la
alianza conyugal diseñada por Dios en las Escrituras y vivida por la Igle-
sia en el curso de la historia.
Es, cuanto menos, necesaria una continua experiencia de fe, esperanza
y caridad, para que los jóvenes vuelvan a decidir, con conciencia segura y
serena que la unión conyugal abierta al don de los hijos es alegría grande
para Dios, para la Iglesia, para la humanidad. El camino sinodal de refle-
xión sobre el matrimonio y la la familia y la sucesiva exhortación apostó-
lica Amoris laetitia han tenido un recorrido y un objetivo obligados: cómo
salvar a los jóvenes del bullicio y del ruido ensordecedor de lo efímero,
que les lleva a renunciar a asumir compromisos estables y positivos y por
el bien individual y colectivo. Un condicionamiento que silencia la voz de
su libertad, de esa célula íntima —la conciencia, de hecho— que Dios solo
ilumina y abre a la vida, si se le permite entrar.
¡Qué valiosa y urgente es la acción pastoral de toda la Iglesia por la re-
cuperación, la salvaguardia, la custodia de una conciencia cristiana, ilumi-
nada por los valores evangélicos! Será una empresa larga y no fácil, que
requiere a los obispos y sacerdotes un trabajo incansable para iluminar,
defender y sostener la conciencia cristiana de nuestro pueblo. La voz sino-
dal de los Padres obispos y la sucesiva exhortación apostólica Amoris
laetitia han asegurado así un punto primordial: la relación necesaria entre
la regula fidei, es decir, la fidelidad de la Iglesia al magisterio intocable
sobre el matrimonio, así como sobre la Eucaristía, y la atención urgente de
la Iglesia misma a los procesos psicológicos y religiosos de todas las per-
sonas llamadas a la elección del matrimonio y la familia. Recogiendo los
deseos de los padres sinodales, ya he tenido ocasión de recomendar el
esfuerzo de un catecumenado matrimonial, entendido como itinerario
indispensable de los jóvenes y de las parejas destinado a hacer revivir su
conciencia cristiana, sostenida por la gracia de los dos sacramentos, el
bautismo y el matrimonio. Como he reafirmado otras veces, el catecume-
48
nado es en sí único, en cuanto bautismal, es decir, radicado en el bautismo
y al mismo tiempo en la vida necesita el carácter permanente, siendo per-
manente la gracia del sacramento matrimonial, que precisamente porque la
gracia es fruto del misterio, cuya riqueza no puede ser custodiada y asisti-
da en la conciencia de los cónyuges como individuos y como pareja. Se
trata, en realidad, de figuras peculiares de ese incesante cura anima-
rum que es la razón de ser de la Iglesia, y de nosotros pastores en primer
lugar.
Sin embargo, el cuidado de las conciencias no puede ser un compromi-
so exclusivo de los pastores, sino, con diferentes responsabilidades y mo-
dalidades, es la misión de todos, ministros y fieles bautizados. El bea-
to Pablo VI exhortaba a la «fidelidad absoluta para salvaguardar la regula
fidei» (Enseñanzas XV [1977], 663), que ilumina la conciencia y no puede
ser ofuscada o disgregada. Para hacer esto —dice Pablo vi— «hay que
evitar los extremismos opuestos, tanto por parte de los que apelan a la
tradición para justificar su desobediencia al supremo Magisterio y al Con-
cilio ecuménico, como por parte de aquellos que se desenraízan
del humus eclesial corrompiendo la doctrina verdadera de la Iglesia; am-
bas actitudes son un signo de subjetivismo indebido y tal vez inconsciente,
cuando no desafortunadamente de obstinación, de testarudez, de desequi-
librio; posturas que hieren en el corazón a la Iglesia, Madre y Maestra»
(Enseñanzas XIV [1976], 500).
La fe es luz que ilumina no solo el presente sino también el futuro: el
matrimonio y la familia son el futuro de la Iglesia y de la sociedad. Por lo
tanto, es necesario promover un estado de catecumenado permanente para
que la conciencia de los bautizados esté abierta a la luz del Espíritu. La
intención sacramental nunca es el resultado de un automatismo, sino
siempre de una conciencia iluminada por la fe, como resultado de una
combinación de lo humano y lo divino. En este sentido, se puede decir que
la unión conyugal es verdadera solo si la intención humana de los cónyu-
ges está orientada según lo que desean Cristo y la Iglesia. Para hacer cada
vez más conscientes de ello a los futuros esposos es necesaria la aporta-
ción, además que, de los obispos y sacerdotes, de otras personas involu-
cradas en la pastoral, religiosos y fieles laicos corresponsables en la mi-
sión de la Iglesia.
Estimados jueces de la Rota romana, la estrecha conexión entre la esfe-
ra de la conciencia y la de los procesos matrimoniales de los que os ocu-
páis diariamente requiere que se evite que el ejercicio de la justicia se
reduzca a un mero trabajo burocrático. Si los tribunales eclesiásticos caye-
ran en esta tentación, traicionarían la conciencia cristiana. Por eso, en el
procedimiento del processus brevior, he establecido no solo que el papel
de vigilancia del obispo diocesano sea más evidente, sino también que él
mismo, juez nativo en la Iglesia que le fue confiada, juzgue en primera
instancia los posibles casos de nulidad matrimonial. Debemos impedir que
la conciencia de los fieles en dificultad con respecto a su matrimonio se
cierre a un camino de gracia. Este objetivo se logra mediante el acompa-
ñamiento pastoral, el discernimiento de las conciencias (véase la exhorta-
49
ción apostólica Amoris laetitia, 242) y con el trabajo de nuestros tribuna-
les. Este trabajo debe llevarse a cabo con sabiduría y en la búsqueda de la
verdad: solo de esta manera la declaración de nulidad produce una libera-
ción de las conciencias.
46
Misal Romano, I Dom. de Cuaresma, Oración Colecta.
52
Son como «encantadores de serpientes», o sea, se aprovechan de las
emociones humanas para esclavizar a las personas y llevarlas adonde ellos
quieren. Cuántos hijos de Dios se dejan fascinar por las lisonjas de un
placer momentáneo, al que se le confunde con la felicidad. Cuántos hom-
bres y mujeres viven como encantados por la ilusión del dinero, que los
hace en realidad esclavos del lucro o de intereses mezquinos. Cuántos
viven pensando que se bastan a sí mismos y caen presa de la soledad.
Otros falsos profetas son esos «charlatanes» que ofrecen soluciones
sencillas e inmediatas para los sufrimientos, remedios que sin embargo
resultan ser completamente inútiles: cuántos son los jóvenes a los que se
les ofrece el falso remedio de la droga, de unas relaciones de «usar y ti-
rar», de ganancias fáciles pero deshonestas. Cuántos se dejan cautivar por
una vida completamente virtual, en que las relaciones parecen más senci-
llas y rápidas pero que después resultan dramáticamente sin sentido. Estos
estafadores no sólo ofrecen cosas sin valor, sino que quitan lo más valioso,
como la dignidad, la libertad y la capacidad de amar. Es el engaño de la
vanidad, que nos lleva a pavonearnos… haciéndonos caer en el ridículo; y
el ridículo no tiene vuelta atrás. No es una sorpresa: desde siempre el
demonio, que es «mentiroso y padre de la mentira» (Jn 8,44), presenta el
mal como bien y lo falso como verdadero, para confundir el corazón del
hombre. Cada uno de nosotros, por tanto, está llamado a discernir y a
examinar en su corazón si se siente amenazado por las mentiras de estos
falsos profetas. Tenemos que aprender a no quedarnos en un nivel inme-
diato, superficial, sino a reconocer qué cosas son las que dejan en nuestro
interior una huella buena y más duradera, porque vienen de Dios y cierta-
mente sirven para nuestro bien.
Un corazón frío
Dante Alighieri, en su descripción del infierno, se imagina al diablo
sentado en un trono de hielo 47; su morada es el hielo del amor extinguido.
Preguntémonos entonces: ¿cómo se enfría en nosotros la caridad? ¿Cuáles
son las señales que nos indican que el amor corre el riesgo de apagarse en
nosotros?
Lo que apaga la caridad es ante todo la avidez por el dinero, «raíz de
todos los males» (1 Tm 6,10); a esta le sigue el rechazo de Dios y, por
tanto, el no querer buscar consuelo en él, prefiriendo quedarnos con nues-
tra desolación antes que sentirnos confortados por su Palabra y sus Sacra-
mentos48. Todo esto se transforma en violencia que se dirige contra aque-
llos que consideramos una amenaza para nuestras «certezas»: el niño por
nacer, el anciano enfermo, el huésped de paso, el extranjero, así como el
prójimo que no corresponde a nuestras expectativas.
47
«Salía el soberano del reino del dolor fuera de la helada superficie, desde la mitad del
pecho» (Infierno XXXIV, 28-29).
48
«Es curioso, pero muchas veces tenemos miedo a la consolación, de ser consolados.
Es más, nos sentimos más seguros en la tristeza y en la desolación. ¿Sabéis por qué? Porque
en la tristeza nos sentimos casi protagonistas. En cambio en la consolación es el Espíritu
Santo el protagonista» (Ángelus, 7 diciembre 2014).
53
También la creación es un testigo silencioso de este enfriamiento de la
caridad: la tierra está envenenada a causa de los desechos arrojados por
negligencia e interés; los mares, también contaminados, tienen que recu-
brir por desgracia los restos de tantos náufragos de las migraciones forza-
das; los cielos —que en el designio de Dios cantan su gloria— se ven
surcados por máquinas que hacen llover instrumentos de muerte.
El amor se enfría también en nuestras comunidades: en la Exhortación
apostólica Evangelii gaudium traté de describir las señales más evidentes
de esta falta de amor. estas son: la acedia egoísta, el pesimismo estéril, la
tentación de aislarse y de entablar continuas guerras fratricidas, la menta-
lidad mundana que induce a ocuparse sólo de lo aparente, disminuyendo
de este modo el entusiasmo misionero49.
¿Qué podemos hacer?
Si vemos dentro de nosotros y a nuestro alrededor los signos que antes
he descrito, la Iglesia, nuestra madre y maestra, además de la medicina a
veces amarga de la verdad, nos ofrece en este tiempo de Cuaresma el
dulce remedio de la oración, la limosna y el ayuno.
El hecho de dedicar más tiempo a la oración hace que nuestro corazón
descubra las mentiras secretas con las cuales nos engañamos a nosotros
mismos50, para buscar finalmente el consuelo en Dios. Él es nuestro Padre
y desea para nosotros la vida.
El ejercicio de la limosna nos libera de la avidez y nos ayuda a descu-
brir que el otro es mi hermano: nunca lo que tengo es sólo mío. Cuánto
desearía que la limosna se convirtiera para todos en un auténtico estilo de
vida. Al igual que, como cristianos, me gustaría que siguiésemos el ejem-
plo de los Apóstoles y viésemos en la posibilidad de compartir nuestros
bienes con los demás un testimonio concreto de la comunión que vivimos
en la Iglesia. A este propósito hago mía la exhortación de san Pablo, cuan-
do invitaba a los corintios a participar en la colecta para la comunidad de
Jerusalén: «Os conviene» (2 Co 8,10). Esto vale especialmente en Cua-
resma, un tiempo en el que muchos organismos realizan colectas en favor
de iglesias y poblaciones que pasan por dificultades. Y cuánto querría que
también en nuestras relaciones cotidianas, ante cada hermano que nos pide
ayuda, pensáramos que se trata de una llamada de la divina Providencia:
cada limosna es una ocasión para participar en la Providencia de Dios
hacia sus hijos; y si él hoy se sirve de mí para ayudar a un hermano, ¿no
va a proveer también mañana a mis necesidades, él, que no se deja ganar
por nadie en generosidad?51
El ayuno, por último, debilita nuestra violencia, nos desarma, y consti-
tuye una importante ocasión para crecer. Por una parte, nos permite expe-
rimentar lo que sienten aquellos que carecen de lo indispensable y cono-
cen el aguijón del hambre; por otra, expresa la condición de nuestro espíri-
tu, hambriento de bondad y sediento de la vida de Dios. El ayuno nos
49
Núms. 76-109.
50
Cf. Benedicto XVI, Enc. Spe salvi, 33.
51
Cf. Pío XII, Enc. Fidei donum, III.
54
despierta, nos hace estar más atentos a Dios y al prójimo, inflama nuestra
voluntad de obedecer a Dios, que es el único que sacia nuestra hambre.
Querría que mi voz traspasara las fronteras de la Iglesia Católica, para
que llegara a todos ustedes, hombres y mujeres de buena voluntad, dis-
puestos a escuchar a Dios. Si se sienten afligidos como nosotros, porque
en el mundo se extiende la iniquidad, si les preocupa la frialdad que para-
liza el corazón y las obras, si ven que se debilita el sentido de una misma
humanidad, únanse a nosotros para invocar juntos a Dios, para ayunar
juntos y entregar juntos lo que podamos como ayuda para nuestros herma-
nos.
El fuego de la Pascua
Invito especialmente a los miembros de la Iglesia a emprender con ce-
lo el camino de la Cuaresma, sostenidos por la limosna, el ayuno y la
oración. Si en muchos corazones a veces da la impresión de que la caridad
se ha apagado, en el corazón de Dios no se apaga. Él siempre nos da una
nueva oportunidad para que podamos empezar a amar de nuevo.
Una ocasión propicia será la iniciativa «24 horas para el Señor», que
este año nos invita nuevamente a celebrar el Sacramento de la Reconcilia-
ción en un contexto de adoración eucarística. En el 2018 tendrá lugar el
viernes 9 y el sábado 10 de marzo, inspirándose en las palabras del Salmo
130,4: «De ti procede el perdón». En cada diócesis, al menos una iglesia
permanecerá abierta durante 24 horas seguidas, para permitir la oración de
adoración y la confesión sacramental.
En la noche de Pascua reviviremos el sugestivo rito de encender el ci-
rio pascual: la luz que proviene del «fuego nuevo» poco a poco disipará la
oscuridad e iluminará la asamblea litúrgica. «Que la luz de Cristo, resuci-
tado y glorioso, disipe las tinieblas de nuestro corazón y de nuestro espíri-
tu»52, para que todos podamos vivir la misma experiencia de los discípulos
de Emaús: después de escuchar la Palabra del Señor y de alimentarnos con
el Pan eucarístico nuestro corazón volverá a arder de fe, esperanza y cari-
dad.
Vaticano, 1 de noviembre de 2017 Solemnidad de Todos los Santos
52
Misal Romano, Vigilia Pascual, Lucernario.
55
veces sobre los empleados sus propias frustraciones o todos los males de
la sociedad. ¡Qué difícil, pero también qué importante es, que en las mil
relaciones cotidianas entre colegas y con los ciudadanos, se mantenga un
estilo de escucha, disponibilidad y respeto! Cuesta trabajo, no es fácil.
Para lograrlo, es esencial entrenarse todos los días, educándose para actuar
con misericordia, incluso en pequeños gestos y pensamientos. ¡Una sonri-
sa, una sonrisa! Llega la viejecita que es algo sorda y tú le explicas las
cosas, pero no oye… Y tú, sonríe, en vez de hacer “uff” … La sonrisa es
siempre un puente, pero un puente de los grandes (de ánimo) porque la
sonrisa va de corazón a corazón. ¡No os olvidéis de la sonrisa! Quien se
comporta así se vuelve contagioso, porque la sonrisa es contagiosa, y la
paz que siembra no deja de producir frutos.
53
Cf. R. Guardini, El Señor, 383.
54
Cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 94.
89
Y a ustedes, queridos jóvenes, la alegría que Jesús despierta en ustedes
es para algunos, motivo de enojo y también de irritación, ya que un joven
alegre es difícil de manipular. ¡Un joven alegre es difícil de manipular!
Pero existe en este día la posibilidad de un tercer grito: «Algunos fari-
seos de entre la gente le dijeron: Maestro, reprende a tus discípulos» y él
responde: «Yo les digo que, si éstos callan, gritarán las piedras»
(Lc 19,39-40).
Hacer callar a los jóvenes es una tentación que siempre ha existido.
Los mismos fariseos increpan a Jesús y le piden que los calme y silencie.
Hay muchas formas de silenciar y de volver invisibles a los jóvenes.
Muchas formas de anestesiarlos y adormecerlos para que no hagan «rui-
do», para que no se pregunten y cuestionen. «¡Estad callados!». Hay mu-
chas formas de tranquilizarlos para que no se involucren y sus sueños
pierdan vuelo y se vuelvan ensoñaciones rastreras, pequeñas, tristes.
En este Domingo de ramos, festejando la Jornada Mundial de la Juven-
tud, nos hace bien escuchar la respuesta de Jesús a los fariseos de ayer y
de todos los tiempos, también a los de hoy: «Si ellos callan, gritarán las
piedras» (Lc 19,40).
Queridos jóvenes: Está en ustedes la decisión de gritar, está en ustedes
decidirse por el Hosanna del domingo para no caer en el «crucifícalo» del
viernes... Y está en ustedes no quedarse callados. Si los demás callan, si
nosotros los mayores y responsables ―tantas veces corruptos― callamos,
si el mundo calla y pierde alegría, les pregunto: ¿Ustedes gritarán?
Por favor, decídanse antes de que griten las piedras.
55
«Les aseguro que si ellos callan, gritarán las piedras».
94
y certezas más hondas, nuestras formas de juzgar y enfrentar los aconte-
cimientos que vivimos a diario; especialmente nuestra manera de relacio-
narnos con los demás. La tumba vacía quiere desafiar, movilizar, cuestio-
nar, pero especialmente quiere animarnos a creer y a confiar que Dios
«acontece» en cualquier situación, en cualquier persona, y que su luz
puede llegar a los rincones menos esperados y más cerrados de la existen-
cia. Resucitó de la muerte, resucitó del lugar del que nadie esperaba nada
y nos espera —al igual que a las mujeres— para hacernos tomar parte de
su obra salvadora. Este es el fundamento y la fuerza que tenemos los cris-
tianos para poner nuestra vida y energía, nuestra inteligencia, afectos y
voluntad en buscar, y especialmente en generar, caminos de dignidad. ¡No
está aquí…ha resucitado! Es el anuncio que sostiene nuestra esperanza y
la transforma en gestos concretos de caridad. ¡Cuánto necesitamos dejar
que nuestra fragilidad sea ungida por esta experiencia, cuánto necesitamos
que nuestra fe sea renovada, cuánto necesitamos que nuestros miopes
horizontes se vean cuestionados y renovados por este anuncio! Él resucitó
y con él resucita nuestra esperanza y creatividad para enfrentar los pro-
blemas presentes, porque sabemos que no vamos solos.
Celebrar la Pascua, es volver a creer que Dios irrumpe y no deja de
irrumpir en nuestras historias desafiando nuestros «conformantes» y para-
lizadores determinismos. Celebrar la Pascua es dejar que Jesús venza esa
pusilánime actitud que tantas veces nos rodea e intenta sepultar todo tipo
de esperanza.
La piedra del sepulcro tomó parte, las mujeres del evangelio tomaron
parte, ahora la invitación va dirigida una vez más a ustedes y a mí: invita-
ción a romper las rutinas, renovar nuestra vida, nuestras opciones y nues-
tra existencia. Una invitación que va dirigida allí donde estamos, en lo que
hacemos y en lo que somos; con la «cuota de poder» que poseemos. ¿Que-
remos tomar parte de este anuncio de vida o seguiremos enmudecidos ante
los acontecimientos?
¡No está aquí ha resucitado! Y te espera en Galilea, te invita a volver al
tiempo y al lugar del primer amor y decirte: No tengas miedo, sígueme.
56
«Grazie, Chiesa di Alessano», La terra dei miei sogni. Bagliori di luce dagli scritti
ugentini, 2014, 477.
57
San Juan Pablo II “Si quieres la paz, sal al encuentro del pobre”, Mensaje para la Jor-
nada Mundial de la Paz, 1° enero 1993
58
La terra dei miei sogni, 32.
59
«Il pentalogo della speranza», Scritti vari, interviste aggiunte, 2007, 252.
112
que se cierne sobre la historia»60, pero sobre todo sois una ventana de
esperanza para que el Mediterráneo, cuenca histórica de civilización, no
sea nunca un arco de guerra tendido, sino un arca acogedora de paz61.
Don Tonino es un hombre de su tierra, porque su sacerdocio maduró
en esta tierra. Aquí brotó su vocación a la que le gustaba lla-
mar evocación: evocación de la manera en que Dios elige perdidamente,
una a una, nuestras frágiles vidas; eco de su voz de amor que nos habla
cada día; llamada a seguir siempre adelante, a soñar con audacia, a des-
centralizar la propia existencia para ponerla al servicio; invitación a fiarse
siempre de Dios, el único capaz de transformar la vida en una fiesta. Esta
es, pues, la vocación según Don Tonino: una llamada a convertirse no solo
en fieles devotos, sino en verdaderos y propios enamorados del Señor, con
el ardor del sueño, el impulso del don, la audacia de no detenerse a me-
dias. Porque cuando el Señor inflama el corazón, la esperanza no se puede
extinguir. Cuando el Señor pide un "sí", no podemos responder con un "tal
vez". Hará bien, no solo a los jóvenes, sino a todos nosotros, a todos aque-
llos que buscan el sentido de la vida, escuchar y volver a escuchar las
palabras de Don Tonino.
En esta tierra, Antonio nació Tonino y se convirtió en don Tonino. Este
nombre simple y familiar, que leemos en su tumba, todavía nos habla.
Habla de su deseo de hacerse pequeño para estar cerca, de acortar distan-
cias, de ofrecer una mano tendida. Invita a la apertura simple y genuina
del Evangelio. Don Tonino lo recomendaba mucho, dejándolo en herencia
a sus sacerdotes. Decía: «Amemos el mundo. Querámoslo. Tomémoslo
bajo el brazo. Usémosle misericordia. No le contrapongamos siempre los
rigores de la ley si no los hemos atemperado antes con dosis de ternura»62.
Son palabras que revelan el deseo de una Iglesia para el mundo:
no mundana, sino para el mundo. ¡Qué el Señor nos conceda esta gracia:
una gracia no mundana, al servicio del mundo! Una Iglesia mondada de
auto-referencias y «extrovertida, tendida, no envuelta en sí misma»63, no
en espera de recibir, sino de prestar los primeros auxilios; nunca adorme-
cida en la nostalgia del pasado, sino encendida de amor por el día de hoy,
siguiendo el ejemplo de Dios, que "amó tanto al mundo" (Jn 3,16).
El nombre de "don Tonino" también nos habla de su saludable alergia
a títulos y honores, de su deseo de privarse de algo por Jesús que se despo-
jó de todo, de su coraje para liberarse de lo que puede recordar los signos
del poder para dar espacio al poder de los signos.64 Don Tonino, cierta-
mente, no lo hacía por conveniencia o para buscar consensos, sino movido
por el ejemplo del Señor. En el amor por Él, encontramos la fuerza para
despojarnos de las vestiduras que obstaculizan el paso para revestirnos de
60
«La speranza a caro prezzo», Scritti di pace, 1997, 348.
61
Cfr «La profezia oltre la mafia», ivi, 280.
62
“Torchio e spirito. Omelia per la Messa crismale 1993», Omelie e scritti quaresimali,
2015, 97.
63
«Sacerdoti per il mondo», Cirenei della gioia, 2004, 26
64
«Dai poveri verso tutti», ivi, 122 ss.
113
servicio, para ser «Iglesia del delantal, única vestimenta sacerdotal recogi-
da en el Evangelio»65.
De esta amada tierra suya, ¿qué podría decirnos todavía don Tonino?
Este creyente con los pies en el suelo y los ojos en el cielo, y sobre todo
con un corazón que conectaba el cielo y la tierra, acuñó, entre muchas
otras, una palabra original, con la que pasa a cada uno de nosotros una
gran misión. Le gustaba decir que los cristianos «debemos ser contempl-
activos, con una c, es decir, personas que parten de la contemplación y
luego dejan que su dinamismo, su compromiso desemboquen en la ac-
ción»66, gente que nunca separa oración y acción. Querido don Tonino,
nos pusiste en guardia para que no nos sumergiéramos en el torbellino de
las tareas sin plantarnos frente al tabernáculo, para no engañarnos con
trabajar en vano por el Reino67. Y nosotros podríamos preguntarnos si
comenzamos desde el tabernáculo o desde nosotros mismos. También
podrías preguntarnos si, una vez que partimos, caminamos; si, como Ma-
ría, mujer del camino, nos levantamos para alcanzar y servir al hombre, a
cada hombre. Si nos lo preguntases, deberíamos sentirnos avergonzados
por nuestro inmovilismo y nuestras constantes justificaciones. Devuélve-
nos entonces a nuestra alta vocación; ayúdanos a ser cada vez más una
Iglesia contemplactiva, enamorada de Dios y apasionada por el hombre.
Queridos hermanos y hermanas, en cada época el Señor pone en el
camino de la Iglesia testigos que encarnan el buen anuncio de Pascua,
profetas de la esperanza para el futuro de todos. Dios hizo surgir uno de
vuestra tierra, como don y profecía para nuestros tiempos. Y Dios desea
que su don sea aceptado, que su profecía se cumpla. No nos contentemos
con anotar buenos recuerdos, no nos dejemos atrapar por la nostalgia del
pasado ni tampoco por las charlas ociosas del presente o por los temores
del futuro. Imitemos a don Tonino, dejémonos llevar por su joven ardor
cristiano, sintamos su invitación acuciante a vivir sin descuentos el Evan-
gelio. Es una fuerte invitación para cada uno de nosotros y para nosotros
como Iglesia. Nos ayudará verdaderamente a difundir hoy la fragante
alegría del Evangelio.
65
«Configurati a Cristo capo e sacerdote», ivi, 61.
66
Idem, 55.
67
Cfr «Contempl-attivi nella ferialità quotidiana», Non c’è fedeltà senza rischio, 2000,
124; «Soffrire le cose di Dio e soffrire le cose dell’uomo», Cirenei della gioia, 81-82.
114
no es un rito hermoso, sino la comunión más íntima, más concreta, más
asombrosa que se pueda imaginar con Dios: una comunión de amor tan
real que asume la forma de la comida. La vida cristiana cada vez vuelve a
comenzar desde aquí, de esta mesa donde Dios nos sacia de amor. Sin Él,
Pan de vida, cada esfuerzo en la Iglesia es vano, como recordaba don
Tonino Bello: «No son suficientes las obras de caridad, si falta la caridad
de las obras. Si falta el amor desde el que comienzan las obras, si falta la
fuente, si falta el punto de partida que es la Eucaristía, cada compromiso
pastoral resulta solamente un remolino de cosas»68.
Jesús en el Evangelio añade: “El que me coma vivirá por mi” (v. 57).
Como diciendo: quien se alimenta de la Eucaristía, asimila la misma men-
talidad del Señor. Él es Pan partido para nosotros y quien lo recibe se
vuelve a su vez pan partido, que no fermenta con orgullo, sino que se da a
los demás: deja de vivir para sí mismo, para su propio éxito, para obtener
algo o para ser alguien, sino que vive para Jesús y como Jesús, o sea por
los demás. Vivir para es la marca de quien come este Pan, la “etiqueta” del
cristiano. Vivir para. Se podría poner como aviso fuera de cada iglesia:
“Después de la Misa ya no se vive para uno mismo, sino para los demás”.
Sería bonito que en esta diócesis de don Tonino Bello hubiera este aviso,
en la puerta de las iglesias, para que lo leyeran todos: “Después de la Misa
ya no se vive para uno mismo, sino para los demás”. Don Tonino vivió
así: ha sido entre vosotros un Obispo-siervo, un Pastor que se hizo pueblo
que frente al Tabernáculo aprendía a hacerse comer por la gente. Soñaba
con una Iglesia hambrienta de Jesús e intolerante a toda mundanidad, una
Iglesia que «sabe ver el cuerpo de Cristo en los tabernáculos incómodos
de la miseria, del sufrimiento, de la soledad»69 Porque, decía, «la Eucaris-
tía no soporta el sedentarismo» y si no nos levantamos de la mesa sería un
“sacramento incompleto”70. Nos podemos preguntar: En mí, ¿este Sacra-
mento se realiza? Más concretamente: ¿Me gusta solo ser servido a la
mesa por el Señor o me levanto para servir como el Señor? ¿Doy en la
vida lo que recibo en misa? Y en cuanto Iglesia nos podríamos preguntar:
Después de tantas comuniones, ¿nos hemos vuelto gente de comunión?
El Pan de vida, el Pan partido, de hecho, también es Pan de paz. Don
Tonino decía que: «La paz no llega cuando uno toma solo su pan y va a
comérselo por su cuenta. [...] La paz es algo más: es convivialidad». Es
«comer el pan junto a los demás, sin separarse, sentarse a la mesa entre
personas diferentes», donde «el otro es un rostro que descubrir, que con-
templar, que acariciar»71. Porque los conflictos y todas las gue-
rras «trovano la loro radice nella dissolvenza dei volti» (“hunden su raíz
en la disolvencia de los rostros”)72. Y nosotros, que compartimos este Pan
de unidad y de paz, estamos llamados a amar cada rostro, a coser cada
desgarro; a ser, siempre y en cualquier sitio, constructores de paz.
68
«Configurati a Cristo capo e sacerdote», Cirenei della gioia, 2004, 54-55.
69
«Sono credibili le nostre Eucarestie?», Articoli, corrispondenze, lettere, 2003, 236.
70
«Servi nella Chiesa per il mondo», ivi, 103-104.
71
«La non violenza in una società violenta», Scritti di pace, 1997, 66-67.
72
«La pace come ricerca del volto», Omelie e scritti quaresimali, 1994, 317.
115
Junto con el Pan, la Palabra. El Evangelio recoge ásperas discusiones
sobre las palabras de Jesús: “¿Cómo puede este darnos su carne de co-
mer?” (v.52). Hay un tono de escepticismo en estas palabras. Muchas
palabras nuestras se parecen a estas: ¿Cómo puede el Evangelio resolver
los problemas del mundo? ¿Para qué hacer el bien en medio de tanto mal?
Así caemos en el error de aquella gente, paralizada por el discutir sobre las
palabras de Jesús, en vez de estar dispuesta a acoger el cambio de vida que
Él pedía. No entendían que la Palabra de Jesús es para caminar en la vida,
no para sentarse a hablar de lo que es y de lo que no es. Don Tonino, pre-
cisamente en el tiempo de Pascua, manifestaba el deseo de recibir esta
nueva vida, pasando por fin del dicho al hecho. Por esto exhortaba fer-
vientemente a los que no tenían el coraje de cambiar: «los especialistas de
la perplejidad. Los contables pedantes de los pro y de los contra. Los cal-
culadores desconfiados hasta el límite antes de moverse»73. No se respon-
de a Jesús según los cálculos y las conveniencias del momento, se le res-
ponde con el “sí” de toda la vida. Él no busca nuestras reflexiones, sino
nuestra conversión. Apunta al corazón.
Es la misma Palabra de Dios la que lo sugiere. En la primera lectura,
Jesús resucitado se dirige a Saulo y no le propone sutiles razonamientos,
sino que le pide que ponga en juego la vida. Le dice “Levántate y entra en
la ciudad y se te dirá lo que debes hacer” (Hch 9,6). Ante todo “Levánta-
te”. La primera cosa de evitar es quedarse en el suelo, padecer la vida,
quedarse atenazados por el miedo. Cuantas veces Don Tonino repetía:
“¡De pie!” porque «frente al resucitado solo es lícito estar de pie». Volver-
se a levantar siempre, mirar hacia arriba, porque el apóstol de Jesús no
puede contentarse con pequeñas satisfacciones.
El Señor después le dice a Saulo: “Entra en la ciudad”. También a cada
uno de nosotros nos dice “Sal, no te quedes cerrado en tus espacios segu-
ros, ¡arriésgate!”. ¡“Arriésgate”! La vida cristiana hay que invertirla por
Jesús y gastarla por los demás. Después de haber encontrado al Resucitado
no se puede esperar, no se puede aplazar; hay que ir, salir, no obstante,
todos los problemas y las incertidumbres. Fijémonos en Saulo, por ejem-
plo, que después de haber hablado con Jesús, aunque estaba ciego, se
levanta y va a la ciudad. Fijémonos en Ananías que, aunque con miedo y
titubeante, dice: “¡Aquí estoy, Señor!” (v.10) y enseguida va donde Saulo.
Todos estamos llamados, en cualquier situación que nos encontremos, a
ser portadores de esperanza pascual, “cireneos de la alegría”, como decía
don Tonino; servidores del mundo, pero como resucitados, no como em-
pleados. Sin entristecernos nunca, sin resignarnos nunca. Es hermoso ser
“mensajeros de esperanza”, distribuidores simples y alegres de
la aleluya pascual.
Al final Jesús le dice a Saulo: “Se te dirá lo que debes hacer”. Saulo,
hombre decidido y renombrado, calla y va, dócil a la Palabra de Jesús.
Acepta obedecer, se vuelve paciente, entiende que su vida ya no depende
de él. Aprende la humildad. Porque ser humilde no significa ser tímido o
73
«Lievito vecchio e pasta nuova», Vegliare nella notte, 1995, 91.
116
resignado, sino dócil a Dios y vacío de sí mismo. Entonces también las
humillaciones, como la que sintió Saulo tirado en el suelo en el camino a
Damasco, se vuelven providenciales, porque desnudan de la presunción y
permiten a Dios levantarnos. Y la Palabra de Dios hace esto: libera, levan-
ta, hace seguir adelante, humildes y valientes al mismo tiempo. No hace
de nosotros protagonistas renombrados y campeones de nuestro propio
talento, no, sino testigos auténticos de Jesús, muerto y resucitado, en el
mundo.
Pan y Palabra. Queridos hermanos y hermanas, en cada Misa nos ali-
mentamos del Pan de vida y de la Palabra que salva: ¡Vivamos lo que
celebramos! Así, como don Tonino, seremos fuentes de esperanza, de
alegría y de paz.
2.El salmo caracteriza con tres verbos la actitud del pobre y su relación
con Dios. Ante todo, “gritar”. La condición de pobreza no se agota en una
palabra, sino que se transforma en un grito que atraviesa los cielos y llega
hasta Dios. ¿Qué expresa el grito del pobre si no es su sufrimiento y sole-
dad, su desilusión y esperanza? Podemos preguntarnos: ¿cómo es que este
grito, que sube hasta la presencia de Dios, no alcanza a llegar a nuestros
oídos, dejándonos indiferentes e impasibles? En una Jornada como esta,
estamos llamados a hacer un serio examen de conciencia para darnos
cuenta si realmente hemos sido capaces de escuchar a los pobres.
El silencio de la escucha es lo que necesitamos para poder reconocer
su voz. Si somos nosotros los que hablamos mucho, no lograremos escu-
charlos. A menudo me temo que tantas iniciativas, aunque de suyo merito-
rias y necesarias, estén dirigidas más a complacernos a nosotros mismos
que a acoger el clamor del pobre. En tal caso, cuando los pobres hacen
sentir su voz, la reacción no es coherente, no es capaz de sintonizar con su
condición. Se está tan atrapado en una cultura que obliga a mirarse al
espejo y a cuidarse en exceso, que se piensa que un gesto de altruismo
bastaría para quedar satisfechos, sin tener que comprometerse directamen-
te.
3.El segundo verbo es “responder”. El Señor, dice el salmista, no sólo
escucha el grito del pobre, sino que responde. Su respuesta, como se tes-
146
timonia en toda la historia de la salvación, es una participación llena de
amor en la condición del pobre. Así ocurrió cuando Abrahán manifestaba
a Dios su deseo de tener una descendencia, no obstante él y su mujer Sara,
ya ancianos, no tuvieran hijos (cf. Gén 15, 1-6). Sucedió cuando Moisés, a
través del fuego de una zarza que se quemaba intacta, recibió la revelación
del nombre divino y la misión de hacer salir al pueblo de Egipto (cf. Éx 3,
1-15). Y esta respuesta se confirmó a lo largo de todo el camino del pue-
blo por el desierto: cuando el hambre y la sed asaltaban (cf. Éx 16, 1-16;
17, 1-7), y cuando se caía en la peor miseria, la de la infidelidad a la alian-
za y de la idolatría (cf. Éx 32, 1-14).
La respuesta de Dios al pobre es siempre una intervención de salvación
para curar las heridas del alma y del cuerpo, para restituir justicia y para
ayudar a retomar la vida con dignidad. La respuesta de Dios es también
una invitación a que todo el que cree en Él obre de la misma manera den-
tro de los límites de lo humano. La Jornada Mundial de los Po-
bres pretende ser una pequeña respuesta que la Iglesia entera, extendida
por el mundo, dirige a los pobres de todo tipo y de toda región para que no
piensen que su grito se ha perdido en el vacío. Probablemente es como una
gota de agua en el desierto de la pobreza; y sin embargo puede ser un
signo de compartir para cuantos pasan necesidad, que hace sentir la pre-
sencia activa de un hermano o una hermana. Los pobres no necesitan un
acto de delegación, sino del compromiso personal de aquellos que escu-
chan su clamor. La solicitud de los creyentes no puede limitarse a una
forma de asistencia – que es necesaria y providencial en un primer mo-
mento –, sino que exige esa «atención amante» (Exhort. ap. Evangelii
gaudium, 199) que honra al otro como persona y busca su bien.
4.El tercer verbo es “liberar”. El pobre de la Biblia vive con la certeza
de que Dios interviene en su favor para restituirle dignidad. La pobreza no
es buscada, sino creada por el egoísmo, el orgullo, la avaricia y la injusti-
cia. Males tan antiguos como el hombre, pero que son siempre pecados,
que involucran a tantos inocentes, produciendo consecuencias sociales
dramáticas. La acción con la cual el Señor libera es un acto salvación para
quienes le han manifestado su propia tristeza y angustia. Las cadenas de la
pobreza se rompen gracias a la potencia de la intervención de Dios. Tantos
salmos narran y celebran esta historia de salvación que se refleja en la vida
personal del pobre: «Él no ha mirado con desdén ni ha despreciado la
miseria del pobre: no le ocultó su rostro y lo escuchó cuando pidió auxi-
lio» (Sal 22, 25). Poder contemplar el rostro de Dios es signo de su amis-
tad, de su cercanía, de su salvación. «Tú viste mi aflicción y supiste que
mi vida peligraba, […] me pusiste en un lugar espacioso» (Sal 31, 8-9).
Ofrecer al pobre un “lugar espacioso” equivale a liberarlo de la “red del
cazador” (cf. Sal 91, 3), a alejarlo de la trampa tendida en su camino, para
que pueda caminar expedito y mirar la vida con ojos serenos. La salvación
de Dios toma la forma de una mano tendida hacia el pobre, que ofrece
acogida, protege y hace posible experimentar la amistad de la cual se tiene
necesidad. Es a partir de esta cercanía, concreta y tangible, que comienza
un genuino itinerario de liberación: «Cada cristiano y cada comunidad
147
están llamados a ser instrumentos de Dios para la liberación y promoción
de los pobres, de manera que puedan integrarse plenamente en la socie-
dad; esto supone que seamos dóciles y atentos para escuchar el clamor del
pobre y socorrerlo» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 187).
5.Me conmueve saber que muchos pobres se han identificado con Bar-
timeo, del cual habla el evangelista Marcos (cf. 10, 46-52). El ciego Bar-
timeo «estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna» (v. 46), y
habiendo escuchado que pasaba Jesús «empezó a gritar» y a invocar el
«Hijo de David» para que tuviera piedad de él (cf. v. 47). «Muchos lo
increpaban para que se callara. Pero él gritaba más fuerte» (v. 48). El Hijo
de Dios escuchó su grito: «“¿Qué quieres que haga por ti?”. El ciego le
contestó: “Rabbunì, que recobre la vista!”» (v. 51). Esta página del Evan-
gelio hace visible lo que el salmo anunciaba como promesa. Bartimeo es
un pobre que se encuentra privado de capacidades básicas, como son la de
ver y trabajar. ¡Cuántas sendas conducen también hoy a formas de preca-
riedad! La falta de medios básicos de subsistencia, la marginación cuando
ya no se goza de la plena capacidad laboral, las diversas formas de escla-
vitud social, a pesar de los progresos realizados por la humanidad… Como
Bartimeo, ¡cuántos pobres están hoy al borde del camino en busca de un
sentido para su condición! ¡Cuántos se cuestionan sobre el porqué tuvie-
ron que tocar el fondo de este abismo y sobre el modo de salir de él! Espe-
ran que alguien se les acerque y les diga: «Ánimo. Levántate, que te lla-
ma» (v. 49).
Lastimosamente a menudo se constata que, por el contrario, las voces
que se escuchan son las del reproche y las que invitan a callar y a sufrir.
Son voces destempladas, con frecuencia determinadas por una fobia hacia
los pobres, considerados no sólo como personas indigentes, sino también
como gente portadora de inseguridad, de inestabilidad, de desorden para
las rutinas cotidianas y, por lo tanto, merecedores de rechazo y aparta-
miento. Se tiende a crear distancia entre ellos y el proprio yo, sin darse
cuenta que así se produce el alejamiento del Señor Jesús, quien no los
rechaza sino que los llama así y los consuela. Con mucha pertinencia
resuenan en este caso las palabras del profeta sobre el estilo de vida del
creyente: «soltar las cadenas injustas, desatar los lazos del yugo, dejar en
libertad a los oprimidos y romper todos los yugos; […] compartir tu pan
con el hambriento, […] albergar a los pobres sin techo, […] cubrir al que
veas desnudo» (Is 58, 6-7). Este modo de obrar permite que el pecado sea
perdonado (cf. 1Pe 4, 8), que la justicia recorra su camino y que, cuando
seremos nosotros lo que gritaremos al Señor, Él entonces responderá y
dirá: ¡Aquí estoy! (cf. Is 58, 9).
6.Los pobres son los primeros capacitados para reconocer la presencia
de Dios y dar testimonio de su proximidad en sus vidas. Dios permanece
fiel a su promesa, e incluso en la oscuridad de la noche no hace faltar el
calor de su amor y de su consolación. Sin embargo, para superar la opresi-
va condición de pobreza es necesario que ellos perciban la presencia de
los hermanos y hermanas que se preocupan por ellos y que, abriendo la
puerta del corazón y de la vida, los hacen sentir amigos y familiares. Sólo
148
de esta manera podremos «reconocer la fuerza salvífica de sus vidas» y
«ponerlos en el centro del camino de la Iglesia» (Exhort. apost. Evangelii
gaudium, 198).
En esta Jornada Mundial estamos invitados a hacer concretas las pala-
bras del Salmo: «los pobres comerán hasta saciarse» (Sal 22, 27). Sabe-
mos que en el templo de Jerusalén, después del rito del sacrificio, tenía
lugar el banquete. En muchas Diócesis, esta fue una experiencia que, el
año pasado, enriqueció la celebración de la primera Jornada Mundial de
los Pobres. Muchos encontraron el calor de un una casa, la alegría de una
comida festiva y la solidaridad de cuantos quisieron compartir la mesa de
manera simple y fraterna. Quisiera que también este año y en el futuro
esta Jornada fuera celebrada bajo el signo de la alegría por redescubrir el
valor de estar juntos. Orar juntos y compartir la comida el día domingo.
Una experiencia que nos devuelve a la primera comunidad cristiana, que
el evangelista Lucas describe en toda su originalidad y simplicidad: «To-
dos se reunían asiduamente para escuchar la enseñanza de los Apóstoles y
participar en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones.
[…]Todos los creyentes se mantenían unidos y ponían lo suyo en común:
vendían sus propiedades y sus bienes, y distribuían el dinero entre ellos,
según las necesidades de cada uno» (Hch 2, 42. 44-45).
7.Son innumerables las iniciativas que diariamente emprende la comu-
nidad cristiana para dar un signo de cercanía y de alivio a las variadas
formas de pobreza que están ante nuestros ojos. A menudo la colaboración
con otras realidades, que no están motivadas por la fe sino por la solidari-
dad humana, hace posible brindar una ayuda que solos no podríamos rea-
lizar. Reconocer que, en el inmenso mundo de la pobreza, nuestra inter-
vención es también limitada, débil e insuficiente hace que tendamos la
mano a los demás, de modo que la colaboración mutua pueda alcanzar el
objetivo de manera más eficaz. Nos mueve la fe y el imperativo de la
caridad, pero sabemos reconocer otras formas de ayuda y solidaridad que,
en parte, se fijan los mismos objetivos; siempre y cuando no descuidemos
lo que nos es propio, a saber, llevar a todos hacia Dios y a la santidad. El
diálogo entre las diversas experiencias y la humildad en el prestar nuestra
colaboración, sin ningún tipo de protagonismo, es una respuesta adecuada
y plenamente evangélica que podemos realizar.
Frente a los pobres, no es cuestión de jugar a ver quién tiene el prima-
do de la intervención, sino que podemos reconocer humildemente que es
el Espíritu quien suscita gestos que son un signo de la respuesta y cercanía
de Dios. Cuando encontramos el modo para acercarnos a los pobres, sa-
bemos que el primado le corresponde a Él, que ha abierto nuestros ojos y
nuestro corazón a la conversión. No es protagonismo lo que necesitan los
pobres, sino ese amor que sabe esconderse y olvidar el bien realizado. Los
verdaderos protagonistas son el Señor y los pobres. Quien se pone al ser-
vicio es instrumento en las manos de Dios para hacer reconocer su presen-
cia y su salvación. Lo recuerda San Pablo escribiendo a los cristianos de
Corinto, que competían ente ellos por los carismas, en busca de los más
prestigiosos: «El ojo no puede decir a la mano: “No te necesito”, ni la
149
cabeza, a los pies: “No tengo necesidad de ustedes”» (1Cor 12, 21). El
Apóstol hace una consideración importante al observar que los miembros
que parecen más débiles son los más necesarios (cf. v. 22); y que «los que
consideramos menos decorosos son los que tratamos más decorosamente.
Así nuestros miembros menos dignos son tratados con mayor respeto, ya
que los otros no necesitan ser tratados de esa manera» (vv. 23-24). Mien-
tras ofrece una enseñanza fundamental sobre los carismas, Pablo también
educa a la comunidad en la actitud evangélica respecto a los miembros
más débiles y necesitados. Lejos de los discípulos de Cristo sentimientos
de desprecio o de pietismo hacia ellos; más bien están llamados a honrar-
los, a darles precedencia, convencidos de que son una presencia real de
Jesús entre nosotros. «Cada vez que lo hicieron con el más pequeño de
mis hermanos, lo hicieron conmigo» (Mt 25,40).
8.Aquí se comprende cuánta distancia existe entre nuestro modo de
vivir y el del mundo, el cual elogia, sigue e imita a quienes tienen poder y
riqueza, mientras margina a los pobres, considerándolos un desecho y una
vergüenza. Las palabras del Apóstol son una invitación a darle plenitud
evangélica a la solidaridad con los miembros más débiles y menos capaces
del cuerpo de Cristo: «¿Un miembro sufre? Todos los demás sufren con él.
¿Un miembro es enaltecido? Todos los demás participan de su alegría»
(1Cor 12, 26). Del mismo modo, en la Carta a los Romanos nos exhorta:
«Alégrense con los que están alegres, y lloren con los que lloran. Vivan en
armonía unos con otros, no quieran sobresalir, pónganse a la altura de los
más humildes» (12, 15-16). Esta es la vocación del discípulo de Cristo; el
ideal al cual aspirar con constancia es asimilar cada vez más en nosotros
los «sentimientos de Cristo Jesús» (Flp 2,5).
9.Una palabra de esperanza se convierte en el epílogo natural al que
conduce la fe. Con frecuencia son precisamente los pobres los que ponen
en crisis nuestra indiferencia, hija de una visión de la vida en exceso in-
manente y atada al presente. El grito del pobre es también un grito de
esperanza con el que manifiesta la certeza de ser liberado. La esperanza
fundada sobre el amor de Dios que no abandona a quien en Él confía
(cf. Rom 8, 31-39). Santa Teresa de Ávila en su Camino de perfec-
ción escribía: «La pobreza es un bien que encierra todos los bienes del
mundo. Es un señorío grande. Es señorear todos los bienes del mundo a
quien no le importan nada» (2, 5). Es en la medida que seamos capaces de
discernir el verdadero bien que nos volveremos ricos ante Dios y sabios
ante nosotros mismos y ante los demás. Así es: en la medida que se logra
dar el sentido justo y verdadero a la riqueza, se crece en humanidad y se
vuelve capaz de compartir.
10.Invito a los hermanos obispos, a los sacerdotes y en particular a los
diáconos, a quienes se les impuso las manos para el servicio de los pobres
(cf. Hch 6, 1-7), junto con las personas consagradas y con tantos laicos y
laicas que en las parroquias, en las asociaciones y en los movimientos
hacen tangible la respuesta de la Iglesia al grito de los pobres, a que vivan
esta Jornada Mundial como un momento privilegiado de nueva evangeli-
zación. Los pobres nos evangelizan, ayudándonos a descubrir cada día la
150
belleza del Evangelio. No echemos en saco roto esta oportunidad de gra-
cia. Sintámonos todos, en este día, deudores con ellos, para que tendiendo
recíprocamente las manos, uno hacia otro, se realice el encuentro salvífico
que sostiene la fe, hace activa la caridad y permite que la esperanza prosi-
ga segura en el camino hacia el Señor que viene.
74
El verbo proago es el mismo con el que Cristo resucitado anuncia a sus discípulos que
los “precederá” en Galilea (cf. Mc 16,7).
173
El comienzo de este paradigmático pasaje en Marcos siempre nos ayu-
da a ver cómo el Señor cuida de su pueblo con una pedagogía sin igual.
De camino a Jerusalén, Jesús no deja de primerear a los suyos.
Jerusalén es la hora de las grandes determinaciones y decisiones. To-
dos sabemos que los momentos importantes y cruciales en la vida dejan
hablar al corazón y muestran las intenciones y las tensiones que nos habi-
tan. Tales encrucijadas de la existencia nos interpelan y logran sacar a la
luz búsquedas y deseos no siempre transparentes del corazón humano. Así
lo revela, con toda simplicidad y realismo, el pasaje del Evangelio que
acabamos de escuchar. Frente al tercer y más cruel anuncio de la pasión, el
evangelista no teme desvelar ciertos secretos del corazón de los discípu-
los: búsqueda de los primeros puestos, celos, envidias, intrigas, arreglos y
acomodos; una lógica que no solo carcome y corroe desde dentro las rela-
ciones entre ellos, sino que además los encierra y enreda en discusiones
inútiles y poco relevantes. Pero Jesús no se detiene en ello, sino que se
adelanta, los primerea y enfáticamente les dice: «No será así entre voso-
tros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor»
(Mc 10,43). Con esa actitud, el Señor busca recentrar la mirada y el cora-
zón de sus discípulos, no permitiendo que las discusiones estériles y auto-
rreferenciales ganen espacio en el seno de la comunidad. ¿De qué sirve
ganar el mundo entero si se está corroído por dentro? ¿De qué sirve ganar
el mundo entero si se vive atrapado en intrigas asfixiantes que secan y
vuelven estéril el corazón y la misión? En esta situación —como alguien
hacía notar— se podrían vislumbrar ya las intrigas palaciegas, también en
las curias eclesiásticas.
«No será así entre vosotros», respuesta del Señor que, en primer lugar,
es una invitación y una apuesta a recuperar lo mejor que hay en los discí-
pulos y así no dejarse derrotar y encerrar por lógicas mundanas que des-
vían la mirada de lo importante. «No será así entre vosotros» es la voz del
Señor que salva a la comunidad de mirarse demasiado a sí misma en lugar
de poner la mirada, los recursos, las expectativas y el corazón en lo impor-
tante: la misión.
Y así Jesús nos enseña que la conversión, la transformación del cora-
zón y la reforma de la Iglesia siempre es y será en clave misionera, pues
supone dejar de ver y velar por los propios intereses para mirar y velar por
los intereses del Padre. La conversión de nuestros pecados, de nuestros
egoísmos no es ni será nunca un fin en sí misma, sino que apunta princi-
palmente a crecer en fidelidad y disponibilidad para abrazar la misión. Y
esto de modo que, a la hora de la verdad, especialmente en los momentos
difíciles de nuestros hermanos, estemos bien dispuestos y disponibles para
acompañar y recibir a todos y a cada uno, y no nos vayamos convirtiendo
en exquisitos expulsivos o por cuestiones de estrechez de miradas 75 o, lo
que sería peor, por estar discutiendo y pensando entre nosotros quién será
el más importante. Cuando nos olvidamos de la misión, cuando perdemos
de vista el rostro concreto de nuestros hermanos, nuestra vida se clausura
75
Cf. Jorge Mario Bergoglio, Ejercicios Espirituales a los obispos españoles, 2006.
174
en la búsqueda de los propios intereses y seguridades. Así comienza a
crecer el resentimiento, la tristeza y la desazón. Poco a poco queda menos
espacio para los demás, para la comunidad eclesial, para los pobres, para
escuchar la voz del Señor. Así se pierde la alegría, y se termina secando el
corazón (cf. Exhort. Ap. Evangelii Gaudium, 2).
«No será así entre vosotros —nos dice el Señor—, […] el que quiera
ser primero, sea esclavo de todos» (Mc 10,43-44). Es la bienaventuranza y
el magníficat que cada día estamos invitados a entonar. Es la invitación
que el Señor nos hace para no olvidarnos que la autoridad en la Iglesia
crece en esa capacidad de dignificar, de ungir al otro, para sanar sus heri-
das y su esperanza tantas veces dañada. Es recordar que estamos aquí
porque hemos sido enviados a «evangelizar a los pobres, a proclamar a los
cautivos la libertad, y a los ciegos, la vista; a poner en libertad a los opri-
midos; a proclamar el año de gracia del Señor» (Lc 4,18-19).
Queridos hermanos Cardenales y neo-Cardenales: Mientras vamos de
camino a Jerusalén, el Señor se nos adelanta para recordarnos una y otra
vez que la única autoridad creíble es la que nace de ponerse a los pies de
los otros para servir a Cristo. Es la que surge de no olvidarse que Jesús,
antes de inclinar su cabeza en la cruz, no tuvo miedo ni reparo de inclinar-
se ante sus discípulos y lavarles los pies. Esa es la mayor condecoración
que podemos obtener, la mayor promoción que se nos puede otorgar:
servir a Cristo en el pueblo fiel de Dios, en el hambriento, en el olvidado,
en el encarcelado, en el enfermo, en el tóxico-dependiente, en el abando-
nado, en personas concretas con sus historias y esperanzas, con sus ilusio-
nes y desilusiones, sus dolores y heridas. Solo así, la autoridad del pastor
tendrá sabor a Evangelio, y no será como «un metal que resuena o un
címbalo que aturde» (1 Co 13,1). Ninguno de nosotros debe sentirse “su-
perior” a nadie. Ningunos de nosotros debe mirar a los demás por sobre el
hombro, desde arriba. Únicamente nos es lícito mirar a una persona desde
arriba hacia abajo, cuando la ayudamos a levantarse.
Quisiera recordar con vosotros parte del testamento espiritual de
san Juan XXIII que adelantándose en el camino pudo decir: «Nacido po-
bre, pero de honrada y humilde familia, estoy particularmente contento de
morir pobre, habiendo distribuido según las diversas exigencias de mi vida
sencilla y modesta, al servicio de los pobres y de la santa Iglesia que me
ha alimentado, cuanto he tenido entre las manos —poca cosa por otra
parte— durante los años de mi sacerdocio y de mi episcopado. Aparentes
opulencias ocultaron con frecuencia espinas escondidas de dolorosa po-
breza y me impidieron dar siempre con largueza lo que hubiera deseado.
Doy gracias a Dios por esta gracia de la pobreza de la que hice voto en mi
juventud, como sacerdote del Sagrado Corazón, pobreza de espíritu y
pobreza real; que me ayudó a no pedir nunca nada, ni puestos, ni dinero, ni
favores, nunca, ni para mí ni para mis parientes o amigos» (29 junio
1954).
175
NO SEPARAR LA GLORIA DE LA CRUZ
20180629 Homilía Solemnidad de San Pedro y San Pablo
Las lecturas proclamadas nos permiten tomar contacto con la tradición
apostólica más rica, esa que «no es una transmisión de cosas muertas o
palabras sino el río vivo que se remonta a los orígenes, el río en el que los
orígenes están siempre presentes» (Benedicto XVI, Catequesis, 26 abril
2006) y nos ofrecen las llaves del Reino de los cielos (cf. Mt 16,19). Tra-
dición perenne y siempre nueva que reaviva y refresca la alegría del
Evangelio, y nos permite así poder confesar con nuestros labios y con
nuestro corazón: «Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre»
(Flp 2,11).
Todo el Evangelio busca responder a la pregunta que anidaba en el co-
razón del Pueblo de Israel y que tampoco hoy deja de estar en tantos ros-
tros sedientos de vida: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar
a otro?» (Mt 11,3). Pregunta que Jesús retoma y hace a sus discípulos: «Y
vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (Mt 16,15).
Pedro, tomando la palabra en Cesarea de Filipo, le otorga a Jesús el tí-
tulo más grande con el que podía llamarlo: «Tú eres el Mesías»
(Mt 16,16), es decir, el Ungido de Dios. Me gusta saber que fue el Padre
quien inspiró esta respuesta a Pedro, que veía cómo Jesús ungía a su Pue-
blo. Jesús, el Ungido, que de poblado en poblado, camina con el único
deseo de salvar y levantar lo que se consideraba perdido: “unge” al muerto
(cf. Mc 5,41-42; Lc 7,14-15), unge al enfermo (cf. Mc 6,13; St 5,14), unge
las heridas (cf. Lc 10,34), unge al penitente (cf. Mt 6,17), unge la esperan-
za (cf. Lc 7,38; 7,46; 10,34; Jn 11,2; 12,3). En esa unción, cada pecador,
perdedor, enfermo, pagano —allí donde se encontraba— pudo sentirse
miembro amado de la familia de Dios. Con sus gestos, Jesús les decía de
modo personal: tú me perteneces. Como Pedro, también nosotros pode-
mos confesar con nuestros labios y con nuestro corazón no solo lo que
hemos oído, sino también la realidad tangible de nuestras vidas: hemos
sido resucitados, curados, reformados, esperanzados por la unción del
Santo. Todo yugo de esclavitud es destruido a causa de su unción
(cf. Is 10,27). No nos es lícito perder la alegría y la memoria de sabernos
rescatados, esa alegría que nos lleva a confesar «tú eres el Hijo de Dios
vivo» (Mt 16,16).
Y es interesante, luego, prestar atención a la secuencia de este pasaje
del Evangelio en que Pedro confiesa la fe: «Desde entonces comenzó
Jesús a manifestar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer
allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que
tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día» (Mt 16,21). El Ungido de
Dios lleva el amor y la misericordia del Padre hasta sus últimas conse-
cuencias. Tal amor misericordioso supone ir a todos los rincones de la
vida para alcanzar a todos, aunque eso le costase el “buen nombre”, las
comodidades, la posición… el martirio.
Ante este anuncio tan inesperado, Pedro reacciona: «¡Lejos de ti tal co-
sa, Señor! Eso no puede pasarte» (Mt 16,22), y se transforma inmediata-
176
mente en piedra de tropiezo en el camino del Mesías; y creyendo defender
los derechos de Dios, sin darse cuenta se transforma en su enemigo (lo
llama “Satanás”). Contemplar la vida de Pedro y su confesión, es también
aprender a conocer las tentaciones que acompañarán la vida del discípulo.
Como Pedro, como Iglesia, estaremos siempre tentados por esos “secre-
teos” del maligno que serán piedra de tropiezo para la misión. Y digo
“secreteos” porque el demonio seduce a escondidas, procurando que no se
conozca su intención, «se comporta como vano enamorado en querer
mantenerse en secreto y no ser descubierto» (S. Ignacio de Loyo-
la, Ejercicios Espirituales, n. 326).
En cambio, participar de la unción de Cristo es participar de su gloria,
que es su Cruz: Padre, glorifica a tu Hijo… «Padre, glorifica tu nombre»
(Jn 12,28). Gloria y cruz en Jesucristo van de la mano y no pueden sepa-
rarse; porque cuando se abandona la cruz, aunque nos introduzcamos en el
esplendor deslumbrante de la gloria, nos engañaremos, ya que eso no será
la gloria de Dios, sino la mofa del “adversario”.
No son pocas las veces que sentimos la tentación de ser cristianos
manteniendo una prudente distancia de las llagas del Señor. Jesús toca la
miseria humana, invitándonos a estar con él y a tocar la carne sufriente de
los demás. Confesar la fe con nuestros labios y con nuestro corazón exige
—como le exigió a Pedro— identificar los “secreteos” del maligno.
Aprender a discernir y descubrir esos cobertizos personales o comunitarios
que nos mantienen a distancia del nudo de la tormenta humana; que nos
impiden entrar en contacto con la existencia concreta de los otros y nos
privan, en definitiva, de conocer la fuerza revolucionaria de la ternura de
Dios (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 270).
Al no separar la gloria de la cruz, Jesús quiere rescatar a sus discípu-
los, a su Iglesia, de triunfalismos vacíos: vacíos de amor, vacíos de servi-
cio, vacíos de compasión, vacíos de pueblo. La quiere rescatar de una
imaginación sin límites que no sabe poner raíces en la vida del Pueblo fiel
o, lo que sería peor, cree que el servicio a su Señor le pide desembarazarse
de los caminos polvorientos de la historia. Contemplar y seguir a Cristo
exige dejar que el corazón se abra al Padre y a todos aquellos con los que
él mismo se quiso identificar (Cf. S. Juan Pablo II, Novo millennio ineun-
te, 49), y esto con la certeza de saber que no abandona a su pueblo.
Queridos hermanos, sigue latiendo en millones de rostros la pregunta:
«¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?»
(Mt 11,3). Confesemos con nuestros labios y con nuestro corazón: «Jesu-
cristo es Señor» (Flp 2,11). Este es nuestro cantus firmus que todos los
días estamos invitados a entonar. Con la sencillez, la certeza y la alegría
de saber que «la Iglesia resplandece no con luz propia, sino con la de
Cristo. Recibe su esplendor del Sol de justicia, para poder decir luego:
“Vivo, pero no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí” (Ga 2,20)»
(S. Ambosio, Hexaemeron, IV, 8,32).
177
ENCONTRAR A JESÚS Y ABRIRSE A SU MISTERIO
20180629 Ángelus
Quisiera detenerme en el Evangelio (cf. Mateo 16, 13-19) que la litur-
gia nos propone en esta fiesta. En él se cuenta un episodio que es funda-
mental para nuestro camino de fe. Se trata del diálogo en el que Jesús
plantea a sus discípulos la pregunta sobre la identidad. Él primero pregun-
ta: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?» (v. 13). Y
después les interpela directamente a ellos: «Y vosotros, ¿quién decís que
soy yo?» (v. 15). Con estas dos preguntas, Jesús parece decir que una cosa
es seguir la opinión corriente, y otra es encontrarle a Él y abrirse a su
misterio: allí se descubre la verdad. La opinión común contiene una res-
puesta verdadera pero parcial; Pedro, y con él la Iglesia de ayer, de hoy y
de siempre, responde, por gracia de Dios, la verdad: «Tú eres el Cristo, el
Hijo de Dios vivo» (v. 16).
A lo largo de los siglos, el mundo ha definido a Jesús de distintas ma-
neras: un gran profeta de la justicia y del amor; un sabio maestro de vida;
un revolucionario; un soñador de los sueños de Dios... etc. Muchas cosas
bonitas. En la Babel de estas y otras hipótesis destaca todavía hoy, sencilla
y neta, la confesión de Simón llamado Pedro, hombre humilde y lleno de
fe: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo» (v. 16). Jesús es el Hijo de
Dios: por eso está perennemente vivo Él como está eternamente vivo su
Padre. Esta es la novedad que la gracia enciende en el corazón de quien se
abre al misterio de Jesús: la certeza no matemática, pero todavía más fuer-
te, interior, de haber encontrado la Fuente de Vida, la Vida misma hecha
carne, visible y tangible en medio de nosotros. Esta es la experiencia del
cristiano, y no es mérito suyo, de nosotros cristianos, y no es mérito nues-
tro, sino que viene de Dios, es una gracia de Dios, Padre e Hijo y Espíritu
Santo. Todo esto está contenido en esencial en la respuesta de Pedro: «Tú
eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo».
Y después, la respuesta de Jesús está llena de luz «Y yo a mi vez te di-
go que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas
del Hades no prevalecerán contra ella» (v. 18). Es la primera vez que Jesús
pronuncia la palabra «Iglesia»: y lo hace expresando todo el amor hacia
ella, que define «mi Iglesia».
Y la nueva comunidad de la Alianza, ya no basada en la descendencia
y la Ley, sino en la fe en Él, Jesús, Rostro de Dios.
Una fe que el beato Pablo VI, cuando todavía era arzobispo de Milán,
expresaba con esta maravillosa oración:
«Oh Cristo, nuestro único mediador, Tú nos eres necesario: para vivir
en Comunión con Dios Padre; para convertirnos contigo, que eres Hijo
único y Señor nuestro, sus hijos adoptivos; para ser regenerados en el
Espíritu Santo» (Carta pastoral, 1955).
Que por intercesión de la Virgen María, Reina de los Apóstoles, el Se-
ñor conceda a la Iglesia, a Roma y en el mundo entero, ser siempre fiel al
Evangelio, a cuyo servicio los santos Pedro y Pablo han consagrado su
vida.
178
LA SANGRE, SIGNO ELOCUENTE DEL AMOR SUPREMO
20180630 Discurso Familias de la Preciosísima Sangre
Desde los comienzos del cristianismo, el misterio del amor a la Sangre
de Cristo ha fascinado a muchas personas. También vuestros santos fun-
dadores y fundadoras cultivaron esta devoción, colocándola en la base de
vuestras Constituciones, porque entendieron a la luz de la fe que la Sangre
de Cristo es fuente de salvación para el mundo. Dios ha elegido el signo
de la sangre, porque ningún otro signo es tan elocuente para expresar el
amor supremo de la vida entregada a los demás. Esta donación se repite en
cada celebración eucarística, en la que se hace presente, junto con el
Cuerpo de Cristo, su preciosa Sangre, Sangre de la alianza nueva y eterna,
que será derramada por todos para el perdón de los pecados (cf. Mt 26,27).
La meditación del sacrificio de Cristo nos lleva a hacer obras de mise-
ricordia, dando nuestra vida por Dios y por los hermanos sin ahorrarnos.
La meditación del misterio de la sangre de Cristo derramada en la cruz por
nuestra redención nos empuja, en particular, hacia aquellos que podrían
ser curados en su sufrimiento físico y moral, y se dejan languidecer, en
cambio, en los márgenes de una sociedad del consumo y la indiferencia.
En esta perspectiva resalta, en toda su importancia, vuestro servicio a la
Iglesia y a la sociedad. Por mi parte, sugiero tres aspectos que puedan
ayudaros en vuestra actividad y en vuestro testimonio: el coraje de la
verdad; la atención a todos, especialmente a aquellos que están lejos; la
capacidad de fascinar y comunicar.
El coraje de la verdad. Es importante ser personas valientes, construir
comunidades valientes que no tengan miedo de tomar partido para afirmar
los valores del Evangelio y la verdad sobre el mundo y el hombre. Se trata
de hablar claro y de no volver la mirada hacia otra parte frente a los ata-
ques al valor de la vida humana desde su concepción hasta su fin natural,
frente a la dignidad de la persona humana, frente a los problemas sociales,
frente a las diversas formas de pobreza. El testimonio de los discípulos de
Jesús está llamado a tocar las vidas de las parroquias y de los barrios, a no
dejar indiferentes sino a repercutir, transformando los corazones y las
vidas de las personas.
El segundo aspecto es la atención a todos, especialmente a aquellos
que están lejos. En vuestra misión, estáis llamados a llegar a todos, a que
todos os entiendan, a ser "populares" usando un lenguaje a través del cual
todos puedan entender el mensaje del Evangelio. Los destinatarios del
amor y de la bondad de Jesús son todos: los que están cerca, pero sobre
todo los que están lejos. Por lo tanto, necesitamos identificar las formas
más adecuadas para poder acercarnos a una multiplicidad de personas en
los hogares, en los entornos sociales y en la calle. Para hacerlo, tenéis ante
vosotros el ejemplo de Jesús y de los discípulos que caminaban por los
senderos de Palestina anunciando el Reino de Dios con tantos signos de
curación que confirmaban la Palabra. Esforzaos por ser imagen de una
Iglesia que camina por la calle, entre la gente, incluso arriesgándoos en
179
primera persona, compartiendo las alegrías y las dificultades de cuantos
encontráis.
El tercer aspecto que sugiero para vuestro testimonio es la capacidad
de fascinar y comunicar. Está dirigido especialmente a la predicación, a la
catequesis, a los itinerarios de profundización en la Palabra de Dios. Se
trata de despertar una participación cada vez más grande para ofrecer y
hacer saborear los contenidos de la fe cristiana, solicitando a una nueva
vida en Cristo. El Evangelio y el Espíritu Santo suscitan palabras y gestos
que hacen arder los corazones y los ayudan a abrirse a Dios y a los demás.
Para este ministerio de la Palabra, podemos inspirarnos en la actitud con la
que Jesús dialogaba con la gente para revelar su misterio a todos, para
fascinar a la gente común con enseñanzas elevadas y exigentes. La fuerza
de esta actitud se esconde "en esa mirada de Jesús hacia el pueblo, más
allá de sus debilidades y caídas: «No temas, pequeño rebaño, porque a
vuestro Padre le ha parecido bien daros el Reino"(Exhortación Apostólica
Evangelii Gaudium, 141). Imitar el estilo con que Jesús predicó, nos ayu-
da a acercarnos a los demás, haciéndoles percibir la ternura de Dios. Creo
que vivimos en un tiempo en que esto es necesario para llevar a cabo la
revolución de la ternura.
Estas son tres características que pueden ser útiles para vuestro camino
de fe y vuestro apostolado. Pero no olvidemos que la verdadera fuerza del
testimonio cristiano proviene del Evangelio mismo. Y aquí es donde
emerge la centralidad de la Sangre de Cristo y su espiritualidad. Se trata
de fiarse sobre todo de la "sobreabundancia de amor" expresada en la
Sangre del Señor, que han puesto de relieve los Padres de la Iglesia y los
grandes santos y místicos de la historia cristiana, desde san Buenaventura
a santa Catalina de Siena, hasta un santo especialmente querido por voso-
tros: San Gaspare del Bufalo. Este sacerdote romano, fundador de los
Misioneros de la Preciosísima Sangre, se esforzó por mantener vivo el
fervor de la fe en el pueblo cristiano recorriendo las regiones del centro de
Italia. Con el ejemplo de su amor a Dios, de su humildad, de su caridad,
supo llevar a todos los lugares la reconciliación y la paz, saliendo al en-
cuentro de las necesidades materiales y espirituales de las personas más
vulnerables, que vivían en los márgenes de la sociedad.
76
«Esta clase de demonios solo se expulsa con la oración y el ayuno» (Mt 17,21).
195
Es imposible imaginar una conversión del accionar eclesial sin la par-
ticipación activa de todos los integrantes del Pueblo de Dios. Es más, cada
vez que hemos intentado suplantar, acallar, ignorar, reducir a pequeñas
élites al Pueblo de Dios construimos comunidades, planes, acentuaciones
teológicas, espiritualidades y estructuras sin raíces, sin memoria, sin ros-
tro, sin cuerpo, en definitiva, sin vida 77. Esto se manifiesta con claridad en
una manera anómala de entender la autoridad en la Iglesia —tan común en
muchas comunidades en las que se han dado las conductas de abuso se-
xual, de poder y de conciencia— como es el clericalismo, esa actitud que
«no solo anula la personalidad de los cristianos, sino que tiene una tenden-
cia a disminuir y desvalorizar la gracia bautismal que el Espíritu Santo
puso en el corazón de nuestra gente»78. El clericalismo, favorecido sea por
los propios sacerdotes como por los laicos, genera una escisión en el cuer-
po eclesial que beneficia y ayuda a perpetuar muchos de los males que hoy
denunciamos. Decir no al abuso, es decir enérgicamente no a cualquier
forma de clericalismo.
Siempre es bueno recordar que el Señor, «en la historia de la salvación,
ha salvado a un pueblo. No existe identidad plena sin pertenencia a un
pueblo. Nadie se salva solo, como individuo aislado, sino que Dios nos
atrae tomando en cuenta la compleja trama de relaciones interpersonales
que se establecen en la comunidad humana: Dios quiso entrar en una di-
námica popular, en la dinámica de un pueblo» (Exhort. ap. Gaudete et
exsultate, 6). Por tanto, la única manera que tenemos para responder a este
mal que viene cobrando tantas vidas es vivirlo como una tarea que nos
involucra y compete a todos como Pueblo de Dios. Esta conciencia de
sentirnos parte de un pueblo y de una historia común hará posible que
reconozcamos nuestros pecados y errores del pasado con una apertura
penitencial capaz de dejarse renovar desde dentro. Todo lo que se realice
para erradicar la cultura del abuso de nuestras comunidades, sin una parti-
cipación activa de todos los miembros de la Iglesia, no logrará generar las
dinámicas necesarias para una sana y realista transformación. La dimen-
sión penitencial de ayuno y oración nos ayudará como Pueblo de Dios a
ponernos delante del Señor y de nuestros hermanos heridos, como pecado-
res que imploran el perdón y la gracia de la vergüenza y la conversión, y
así elaborar acciones que generen dinamismos en sintonía con el Evange-
lio. Porque «cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la
frescura del Evangelio, brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras
formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renova-
do significado para el mundo actual» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 11).
Es imprescindible que como Iglesia podamos reconocer y condenar
con dolor y vergüenza las atrocidades cometidas por personas consagra-
das, clérigos e incluso por todos aquellos que tenían la misión de velar y
cuidar a los más vulnerables. Pidamos perdón por los pecados propios y
77
Cf. Carta al Pueblo de Dios que peregrina en Chile (31 mayo 2018).
78
Carta al Cardenal Marc Ouellet, Presidente de la Pontificia Comisión para América
Latina (19 marzo 2016).
196
ajenos. La conciencia de pecado nos ayuda a reconocer los errores, los
delitos y las heridas generadas en el pasado y nos permite abrirnos y com-
prometernos más con el presente en un camino de renovada conversión.
Asimismo, la penitencia y la oración nos ayudará a sensibilizar nues-
tros ojos y nuestro corazón ante el sufrimiento ajeno y a vencer el afán de
dominio y posesión que muchas veces se vuelve raíz de estos males. Que
el ayuno y la oración despierten nuestros oídos ante el dolor silenciado en
niños, jóvenes y minusválidos. Ayuno que nos dé hambre y sed de justicia
e impulse a caminar en la verdad apoyando todas las mediaciones judicia-
les que sean necesarias. Un ayuno que nos sacuda y nos lleve a compro-
meternos desde la verdad y la caridad con todos los hombres de buena
voluntad y con la sociedad en general para luchar contra cualquier tipo de
abuso sexual, de poder y de conciencia.
De esta forma podremos transparentar la vocación a la que hemos sido
llamados de ser «signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la
unidad de todo el género humano» (Conc. Ecum. Vat. II, Const.
dogm. Lumen gentium, 1).
«Si un miembro sufre, todos sufren con él», nos decía san Pablo. Por
medio de la actitud orante y penitencial podremos entrar en sintonía per-
sonal y comunitaria con esta exhortación para que crezca entre nosotros el
don de la compasión, de la justicia, de la prevención y reparación. María
supo estar al pie de la cruz de su Hijo. No lo hizo de cualquier manera,
sino que estuvo firmemente de pie y a su lado. Con esta postura manifiesta
su modo de estar en la vida. Cuando experimentamos la desolación que
nos produce estas llagas eclesiales, con María nos hará bien «instar más en
la oración» (S. Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales, 319), buscando
crecer más en amor y fidelidad a la Iglesia. Ella, la primera discípula, nos
enseña a todos los discípulos cómo hemos de detenernos ante el sufrimien-
to del inocente, sin evasiones ni pusilanimidad. Mirar a María es aprender
a descubrir dónde y cómo tiene que estar el discípulo de Cristo.
Que el Espíritu Santo nos dé la gracia de la conversión y la unción in-
terior para poder expresar, ante estos crímenes de abuso, nuestra compun-
ción y nuestra decisión de luchar con valentía.
79
Cf. Sermón en la conmemoración de san Pablo Apóstol, 7-10.
80
Cf. Sermón en la fiesta de san Bartolomé, 10.
240
tarea para el obispo y para el sacerdote. La primera. De esta relación de
amistad con Dios se recibe la fuerza y la luz necesaria para afrontar cual-
quier apostolado y misión, pues el que ha sido llamado se va identificando
con los sentimientos del Señor y así sus palabras y hechos rezuman ese
sabor tan puro que da el amor de Dios81. Es lo que en lenguaje clásico
decimos: “este habla con unción”; eso viene de la vida en oración.
San Vicente Ferrer nos propone una sencilla oración: «Señor, perdó-
name. Tengo tal defecto o pecado, ayúdame»82. Cortita pero qué linda.
Una petición sincera y real, que se hace en silencio, y que tiene un sentido
comunitario. La vida interior del sacerdote repercute en toda la Iglesia,
empezando por sus fieles. Necesitamos la gracia para seguir en el camino
y para recorrerlo con todos los que nos han sido encomendados. El sacer-
dote, al igual que el obispo, va delante de su pueblo, pero también en
medio de su pueblo y detrás; allá donde se le necesita, y siempre con la
oración. Esta pastoral del movimiento en medio del rebaño. En medio del
pueblo, marca el rumbo, va para atrás para buscar los rezagados y cuidar,
se mete en el medio para tener el olfato del pueblo; y eso con la oración,
con el espíritu de oración. Necesitamos tener presente en nuestra vida a
aquellos que nos enseñaron a rezar: a nuestros abuelos, a nuestros padres,
a aquel sacerdote o religiosa, al catequista… Ellos nos precedieron y nos
transmitieron el amor al Señor; ahora nosotros tenemos que hacer lo mis-
mo. Yo recuerdo una oración que me enseñó mi abuela; yo tendría dos
años o tres años, más no tenía; y me llevó a su mesita de luz y ahí tenia
escrito un versito. “Me tenés que rezar esto todos los días, así te vas a
acordar de que la vida tiene un fin”. Yo no entendía mucho, pero el verso
lo tengo grabado desde los tres años: “Mira que te mira Dios, mira que te
está mirando, piensa que te has de morir y que no sabes cuándo”. Y me
ayudó. Era un poco tétrica la cosa, pero me ayudó.
El segundo aspecto es la obediencia para predicar el evangelio a toda
criatura. O sea, si el primero es rezar el segundo es la Palabra, anunciar. Y
ser obedientes. El Señor nos llama al sacerdocio para ser sus testigos ante
el mundo, para transmitir la alegría del Evangelio a todos los hombres;
esta es la razón de nuestro existir. No somos propietarios de la Buena
Noticia, ni “empresarios” de lo divino, sino custodios y dispensadores de
lo que Dios nos confía a través de su Iglesia. Esto supone una gran res-
ponsabilidad, pues conlleva preparación y actualización de lo aprendido y
asumido. No puede quedar en el baúl de los recuerdos, necesita revivir de
nuevo la llamada del Señor que nos cautivó y nos hizo dejar todo por él. A
veces nos olvidamos, a veces la rutina, las dificultades de la vida nos ha-
cen demasiado funcionales. Es necesario el estudio y también confrontarse
con otros sacerdotes para hacer frente a los momentos que estamos vi-
viendo y a las realidades que nos cuestionan. No se olviden que la espiri-
tualidad de la congregación religiosa que fundó san Pedro es la “diocesa-
neidad”, con tres relaciones claves: con el obispo, con el pueblo y entre
81
Cf. Tratado de la vida espiritual, 13.
82
Sermón en la fiesta de san Bartolomé, 5.
241
ustedes. El presbiterio es como la cacerola donde se hace la paella; ahí es
donde se cocina la amistad sacerdotal, las peleas sacerdotales, que tienen
que existir, pero en público, no por detrás, como varones; y ahí se elabora
la amistad.
Ustedes ahora lo realizan a través de la iniciativa del Convictorio Sa-
cerdotal y con otros encuentros; la formación permanente es una realidad
que tiene que profundizarse y tomar cuerpo en el presbiterio. O sea, me
ordené, adiós, no… La formación sigue hasta el último día. Siempre en-
comiendo a los obispos que estén presentes, que sean accesibles a sus
sacerdotes y los escuchen, pues ellos son sus inmediatos colaboradores, y
junto a ellos, a los demás miembros de la Iglesia, porque la barca de la
Iglesia no es de uno, ni de unos pocos, sino de todos los bautizados —
Lumen gentium—. El santo pueblo fiel de Dios, cuánto necesita también
del entusiasmo de los jóvenes y de la sabiduría de los ancianos para ir mar
adentro. Y esto es un poco coyuntural, pero aprovecho para pasar el aviso.
Procuren lograr dialogo entre los jóvenes y los viejos, porque los del me-
dio están ahí, con esta cultura tan relativista que por ahí han perdido las
raíces. Las raíces la tienen los viejos. Que los chicos sepan que no pueden
ir adelante sin raíces y que los viejos sepan que tienen esperanza. Es el
dialogo. Al principio parece que cuesta, después se entusiasman; y hasta
diría que son capaces de hablar el mismo lenguaje. Procuren hacerlo;
acuérdense de Joel, la gran promesa de Joel: «Los ancianos soñarán y los
jóvenes profetizarán». Cuando un joven va a hablar con un viejo lo hace
soñar, porque ve que hay vida adelante, y cuando escucha el joven al viejo
empieza a profetizar, es decir, a llevar adelante el Evangelio.
Por último, el sacerdote es libre en cuanto está unido a Cristo, y de él
obtiene la fuerza para salir al encuentro de los demás. San Vicente tiene
una bonita imagen de la Iglesia en salida: «Si el sol estuviese quieto en un
lugar, no daría calor al mundo: una parte se quemaría, y la otra estaría fría;
[…] tengan cuidado, no se lo impida el afán de comodidad»83. Dice él.
Estamos llamados a salir a dar testimonio, a llevar a todos, la ternura de
Dios, también en el despacho y en las tareas de curia, sí; pero con actitud
de salida, de ir al encuentro del hermano. Aquel secretario de curia que —
en un momento de crisis de la Iglesia con la sociedad viene una ola de
apostasía, vienen a apostatar varios—, el obispo le encargó que los aten-
diera. Entonces, siéntate… ¿De dónde vienes? ¿Cuántos chicos tienes?
¿Un café? Y más de la mitad dice: lo voy a repensar… Calor humano que
recibía la gente, no solo el trámite.
En este momento, deseo agradeceros todo lo que hacen en esa Archi-
diócesis en favor de los más necesitados, en particular por la generosidad
y grandeza de corazón en la acogida a los inmigrantes. Yo saltaba de ale-
gría cuando vi cómo recibieron ese barco… Todos ellos encuentran en
ustedes una mano amiga y un lugar donde poder experimentar la cercanía
y el amor. Gracias por este ejemplo y testimonio que dan, muchas veces
con escasez de medios y de ayudas, pero siempre con el mayor de los
83
Sermón en la fiesta de san Bartolomé, 10.
242
precios, que no es el reconocimiento de los poderosos ni de la opinión
pública, sino la sonrisa de gratitud en el rostro de tantas personas a las que
les han devuelto la esperanza.
Sigan llevando la presencia de Dios a tantas personas que la necesitan;
este es uno de los desafíos del sacerdote hoy. Sean libres de toda munda-
nidad; por favor, no se metan a mundanos, que les queda mal, que la ha-
cemos mal. Entonces preferible ser buenos curas y malos mundanos y
perder todo. La mundanidad se nos mete dentro, nos enreda, nos aleja de
Dios y de los hermanos, haciéndonos esclavos; con el carrerismo… y,
¿por qué a este lo hicieron párroco de esto y de aquello? Y ¿por qué a mí
no? Podemos preguntarnos: ¿Cuáles son nuestras verdaderas riquezas?
¿Dónde tenemos puesto el corazón? ¿Cómo buscamos colmar nuestro
vacío interior? Cuando estaba en Buenos Aires y visitaba las parroquias,
en las visitas pastorales, le preguntaba siempre al cura: Y ¿cómo te vas a
dormir, vos? “Llego molido la mayoría de las veces y como dos bocados
ahí, y me voy a la cama con la televisión…”. ¿Y el tabernáculo para cuán-
do? No por favor. Terminen el día con el Señor; empiecen el día con el
Señor. Y la televisión en la pieza, mejor que no. Ténganla en el lugar de
estar. Hagan lo que quieran: un consejo nada más. No es dogma de fe.
Respondan en su interior y pongan los medios para que siempre se reco-
nozcan pobres de Cristo, necesitados de su misericordia, para dar testimo-
nio ante el mundo de Jesús, que por nosotros se hizo pobre y nos enrique-
ció con su pobreza.
Que la Virgen María, Madre de los Desamparados, los cuide y los sos-
tenga siempre, para que no dejen de volcar en los demás el don que han
recibido. Aquello de Pablo: No “vanifiques”, no hagas vano el don que
has recibido y de testimoniarlo con alegría y generosidad.
Pregunta 2
Orar juntos fue el primer lugar de encuentro, de comunión con los ar-
gentinos y especialmente con los más pobres, con los cuales teníamos
realidades de vida realmente diversas. La oración nos permitía entonces
unir nuestros espíritus y nuestros corazones. Más allá de la fuerza de unión
de la oración, ¿cómo la oración puede permitir un encuentro personal con
Dios?
Santo Padre
Dos cosas: la oración cuando la hago junto a mi pueblo, cuando la ha-
go en grupo, es más fuerte porque nos ayudamos juntos a orar. Pero esto
nos tiene que enseñar que no se puede rezar solo. ¿Cómo, el padre de
Foucauld rezaba solo? Sí, yo puedo estar solo y debo a veces estar solo
delante de Dios para encontrarme con él en la oración. Solo físicamente,
pero tener consciencia que conmigo está toda la Iglesia, está toda la co-
munidad, esa es la manera de rezar de un cristiano. El ermitaño más es-
condido que está solo en su ermita, sabe que está unido al pueblo de Dios,
285
y con ese sentimiento reza, va acompañado espiritualmente de otros. Por
eso, cuando ustedes rezan solos sepan que está con ustedes todo el pueblo
de Dios rezando, y eso los ayudará a encontrar mejor a Jesús.
Pregunta 5
Durante nuestro viaje en Argentina pudimos experimentar el testimo-
nio, compartiendo con los argentinos la manera en la cual vivimos la fe.
Compartimos también tiempos espirituales fuertes, lo que nos ha evange-
lizado a nosotros mismos. Entonces fue a través de encuentros y el testi-
monio sencillo de lo que vivimos que pudimos, a nuestra manera, evange-
lizar. Hoy en día, ¿cuál es la forma de evangelización que es prioritaria?
Santo Padre
Yo diría, evangelizar en camino. Jesús envió para evangelizar. No les
dijo: “reúnanse, tomen mate y así evangelizan”. No. Envió para evangeli-
zar. Entonces, pensar cuando se reúnen dónde podemos ir: o al hospital, o
a la casa de reposo de los ancianos, o a un lugar de niños…; siempre pen-
sar dónde puedo ir medio día, e ir en grupo. Vuestro obispo usó una pala-
bra sobre evangelizar que a mi juicio es una de las palabras más importan-
tes de la pastoral: la dulce y consoladora alegría de evangelizar. Vos te vas
a dar cuenta si estás evangelizando bien si eso te da gozo, si te da alegría,
si te hace manso en la comunicación. Esa frase está tomada del final
de Evangelii nuntiandi, que es el documento pastoral más importante y
que todavía tiene vigencia del post concilio. Es el más importante y tiene
vigencia. Y si pueden, les vendría bien, en una reunión, leer todo ese nú-
mero, el penúltimo. San Pablo VI dice la frase y después pinta los malos
evangelizadores. Evangelizadores tristes, desanimados, sin ilusión. Yo
diría con cara de “vinagre”. Lean, mediten ese número. Es el mejor tratado
de evangelización. Voy a La Rioja; vi que cantaron, tomaron mate, ¿pro-
baron la grapa de La Rioja? ¡Es la mejor grapa del mundo! Yo conocí al
padre Gabriel Longueville. Mons. Angelelli en La Rioja nos predicó el
retiro espiritual el 13 de junio de 1973 en el cual fui elegido provincial. Lo
conocí ahí y entendí ese consejo: “un oído para escuchar la Palabra de
Dios y un oído para escuchar al pueblo”. Escuchen esto: no existe la evan-
gelización de laboratorio, la evangelización siempre es “cuerpo a cuerpo”,
“personal”, sino no es evangelización. Cuerpo a cuerpo con el pueblo de
Dios, y cuerpo a cuerpo con la Palabra de Dios.
Índice
María custodiaba en el silencio de su corazón ........................................... 1
María nos enseña a recibir el don de Dios ................................................. 3
Llamados a seguir el ejemplo de los Magos .............................................. 4
Jesús se deja encontrar de quien lo busca .................................................. 5
Cada forastero, ocasión de encuentro con Cristo ....................................... 7
Chile: Bienaventurados los que trabajan por la paz ................................... 8
Chile: Hora crucial en la vida de Pedro ....................................................10
Chile: Conciencia de que la misión es de todos ........................................15
Chile: Jóvenes, ¿qué haría Cristo en mi lugar? .........................................16
Chile: La sabiduría es producto de la reflexión .........................................19
Chile: Aprendamos de María a estar atentos .............................................22
Perú: Sin raíces no hay flores ni frutos .....................................................24
Perú: María nos indica la Puerta de la Vida ..............................................29
Perú: El gozo de sabernos hijos de Dios ...................................................30
Perú: Las proezas de Santo Toribio de Mogrovejo ...................................32
Perú: Jesús suscita y despierta una nueva esperanza .................................36
Perú: Jóvenes, confiar en el Señor es el secreto ........................................37
Las noticias falsas y la responsabilidad personal ......................................39
La parroquia lugar de encuentro vivo con Cristo ......................................43
Jesús manifiesta a Dios con palabras y obras ............................................44
La Madre no es algo opcional ...................................................................44
Centralidad de la conciencia .....................................................................46
El encuentro con Jesús mantiene viva la llama .........................................49
Educar en un estilo de vida sobrio ............................................................50
La Cuaresma, signo sacramental de conversión ........................................51
La sonrisa es un puente de corazón a corazón ..........................................54
El fuego de Jesús es el fuego de la caridad ...............................................55
La alegría de quedar limpios .....................................................................58
Pastores con la amplitud del corazón de Dios ...........................................59
La verdadera solución, la conversión del corazón ....................................60
Cuaresma, tiempo para afinar y calentar el corazón .................................61
Cuaresma, tiempo de lucha espiritual .......................................................63
Dios infunde valor para responder a la llamada ........................................64
Sacerdotes: Oración y dirección espiritual ................................................69
Unión con Cristo para ejercitar bien el ministerio ....................................72
La belleza inefable del amor de Dios en Jesucristo...................................73
Dios siempre nos prepara para las pruebas ...............................................74
La transfiguración ayuda a entender la cruz..............................................75
El celo por la casa de su Padre lo llevará a la cruz ....................................76
El amor de Dios no tiene límites ni fronteras ............................................77
El cristiano, por vocación, hermano de cada hombre................................78
Alegría, porque Dios nos ama ...................................................................80
P. Pío, fidelidad incondicional a Cristo y a la Iglesia ...............................81
P. Pío, oración, pequeñez, sabiduría .........................................................82
344
El dinamismo del grano de trigo y la ley pascual .....................................85
La primera tarea del obispo es la oración ..................................................86
La alegría que despierta Jesús en los jóvenes ...........................................87
Sacerdotes cercanos, a Dios y a la gente ...................................................89
Con Cristo resucita nuestra esperanza .......................................................93
Las sorpresas de Dios nos ponen en camino .............................................94
La Pascua de Cristo abre a la fraternidad ..................................................95
Hablad de Jesucristo, como lo hizo el P. Chevrier ....................................96
Inraizados en Cristo en una vida interior sólida ........................................98
Solo Jesús nos salva de las esclavitudes interiores....................................98
Entrar en sus llagas para contemplar el amor ..........................................100
Dios me ha tratado con misericordia .......................................................102
Sacerdotes que se dejan regenerar por el Espíritu ...................................106
El pecado envejece, pero el resucitado nos renueva ...............................107
Resurreción y perspectiva cristiana sobre el cuerpo ...............................108
Los monasterios, oasis de silencio y oración ..........................................109
Los que siguen a Jesús aman a los pobres y humildes ............................110
Después de la Misa ya no se vive para sí mismo ....................................113
Tened siempre delante el ejemplo del Buen Pastor .................................116
El Buen Pastor sana dando su vida .........................................................117
El secreto de la vida cristiana, permanecer en Jesús ...............................118
Habitar en la corriente del amor de Dios ................................................119
Una nueva civilización fundada en el Evangelio ....................................120
Ciudad nueva en el espíritu del Evangelio. .............................................120
El Evangelio es un camino de humanización ..........................................123
Jóvenes, no tengáis miedo a ser santos ...................................................124
El bautismo nos capacita para la misión .................................................126
Tres “p”: plegaria, pobreza, paciencia ....................................................127
El Espíritu Santo es la fuerza que cambia el mundo ...............................130
El Espíritu Santo es la fuente de la santidad ...........................................133
Cuando te encuentras con Jesús todo se renueva ....................................134
La alegría de ser hijos amados por Dios .................................................136
Audaces para colaborar con el Espíritu Santo .........................................137
Dar lo mejor de uno mismo. Deporte y persona. ....................................139
Solo amando a los demás, la persona se realiza ......................................141
Vivir eucarísticamente: pasar del yo al tú ...............................................141
Lógica eucarística: recibir y compartir el amor ......................................144
Quiénes son los verdaderos pobres .........................................................144
Artífices del propio destino mediante el trabajo .....................................150
Mostrar la belleza de la familia en el plan de Dios .................................152
Desde la centralidad de Cristo se dio a todos ..........................................154
El Señor siempre nos sorprende ..............................................................155
Ginebra: Caminar según el Espíritu ........................................................156
Ginebra: Caminar, rezar, trabajar juntos .................................................159
Ginebra: No nos cansemos de decir “Padre Nuestro” .............................162
Valentía y confianza en Dios ..................................................................164
Contemplar en humildad y silencio la obra de Dios ...............................166
345
Cambiar la educación para cambiar el mundo ........................................167
Ecología y ética de la vida humana .........................................................169
No será así entre vosotros .......................................................................172
No separar la gloria de la cruz ................................................................175
Encontrar a Jesús y abrirse a su misterio ................................................177
La sangre, signo elocuente del amor supremo ........................................178
Sentirse necesitados y confiar en Jesús ...................................................179
Convertirnos para alcanzar la paz ...........................................................181
Abrirse a la realidad divina que viene a nosotros ....................................182
El centro y el rostro de la misión: Jesús ..................................................183
Transformar la familia con la fuerza del amor ........................................184
Verbos del Pastor: ver, tener compasión, enseñar ...................................185
Disponibles para colaborar con Jesús .....................................................186
El único pan capaz de saciar: el amor de Cristo ......................................187
El gran don del Padre es Jesús mismo, Pan de vida ................................188
No es suficiente no hacer el mal .............................................................189
Llamados a glorificar a Dios con alma y cuerpo .....................................190
En la Eucaristía recibimos la vida misma de Dios ..................................191
La penitencia nos ayudará a ser más sensibles ........................................192
La vida como misión, como vocación al don de si .................................196
Para recristianizar el mundo: la comunidad ............................................199
Irlanda: “Nunca te dejaré ni te abandonaré” ...........................................200
Irlanda: Evangelio de la familia, alegría del mundo ...............................203
Irlanda: La formación requiere maestros alegres ....................................206
Irlanda: Un nuevo Pentecostés para las familias .....................................207
El agua, elemento esencial de purificación y de vida..............................209
Pero su corazón está lejos de mí .............................................................211
La belleza y la felicidad de ser amados por Dios ....................................212
Los hijos son el don más preciado ..........................................................213
El valor de la oración no se puede calcular .............................................214
Testimoniar con humildad el amor de Dios ............................................216
El bien se realiza en silencio ...................................................................219
La belleza de sentirse amados por Dios ..................................................220
La tarea más urgente, la de la santidad ...................................................221
La humildad y la simplicidad son el estilo de Dios .................................225
Vivir la dicha de la pequeñez, pequeño rebaño .......................................226
Dando la vida se encuentra la alegría ......................................................228
Sacerdote, hombre del don y del perdón .................................................230
¿Cómo escuchar la voz del Señor?..........................................................235
Acoger a Cristo en el centro de la propia vida ........................................237
Compañeros de viaje de las nuevas generaciones ...................................238
Rezar es la primera tarea del sacerdote ...................................................239
La catequesis es la comunicación de una experiencia .............................242
Lituania: Dios nos salva en comunidad ..................................................244
Lituania: María nos enseña a cuidar sin desconfiar ................................246
Lituania: Cristo Jesús, nuestra esperanza ................................................247
Lituania: La vida cristiana siempre pasa por la cruz ...............................251
346
Lituania: Cuando el Evangelio llega a lo hondo .....................................253
Letonia: Si la música del Evangelio deja de vibrar .................................254
Letonia: Cómo se nos muestra María......................................................255
Estonia: Dios lleva al hombre a su plenitud ............................................257
A través del crisol de las pruebas viene la alegría ...................................259
Urgencia de acompañar a los novios y esposos ......................................260
Jesús quiere educarnos en la libertad interior..........................................261
El silencio produce frutos de santidad ....................................................262
No olvidar la humilde fidelidad diaria ....................................................263
Encender el corazón de los jóvenes ........................................................265
El encuentro entre generaciones genera esperanza .................................267
El proyecto originario de Dios sobre el matrimonio ...............................271
Testimoniaron la alegría de seguir a Jesús ..............................................272
La búsqueda de los primeros puestos nos infecta ...................................274
De la Cruz fluye el amor de Dios que reconcilia ....................................275
Jóvenes maduros con las manos abiertas ................................................276
La fe es vivir el amor de Dios que nos cambia .......................................280
La condición de toda misión es estar unidos a Cristo .............................282
Escuchar la Palabra de Dios con el corazón ............................................284
La Palabra de Dios puede transformar la vida ........................................285
¿Quién soy yo? ........................................................................................286
Dejémonos provocar por los santos ........................................................288
Ir al encuentro del Esposo .......................................................................289
Amar a Dios en el servicio sin reservas al prójimo .................................291
Difundir una “cultura eucarística” ..........................................................292
Las balanzas del Señor son diferentes .....................................................293
Orientados hacia Dios y hacia el prójimo ...............................................294
Vivir bien el presente y estar preparados ................................................297
Tomar en serio el desafío de la formación ..............................................298
María escuchó y respondió con toda generosidad ...................................299
El mundo necesita personas libres ..........................................................300
Figura ejemplar de servicio al bien común .............................................301
La música y el canto, instrumento de evangelización .............................303
Colaboradores con el Espíritu Santo .......................................................304
Un rey que por amor se inmola en la cruz ..............................................306
Adviento: esperar la novedad y alegría de Dios ......................................307
Adviento, invitación a estar despiertos y a orar ......................................309
Fundar la vida en Jesús ...........................................................................310
No perder el asombro ni la humildad ......................................................314
Redescubrir la belleza de la eternidad .....................................................314
Seguir a Cristo significa dar la vida ........................................................315
María vence con su ‘heme aquí’ .............................................................317
Requisitos para preparar el camino al Señor ...........................................319
En la escuela de María: caminar y cantar ................................................320
Un compromiso educativo que no puede aplazarse ................................322
Formar una red con la educación ............................................................323
La presencia de Jesús es la fuente de la alegría .......................................324
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Llamados a ser amigos de Jesús, que nos ama ........................................325
La salvación no actúa sin nuestra cooperación .......................................326
Sed santos para ser felices .......................................................................333
En Belén Dios no toma sino que da la vida.............................................335
La Navidad: Dios es Padre y nosotros hermanos ....................................337
Confiar en Dios que es Padre y perdonar ................................................338
El asombro y la angustía en la familia ....................................................339
Al amor da plenitud a todo ......................................................................340