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¿Qué es la actuación?

¿Qué es la actuación? Preguntamos. Una pregunta corta, requiere respuestas


largas, ya se sabe. Pero alcanzo a atinar lo siguiente: actuar no es fingir, es
hacer. Es como abotonar una camisa, no se piensa lo que se hace cuando se
sabe lo que se hace. En la actuación es lo mismo. O debería ser lo mismo.
Sensación en estado puro, sin alteraciones. Pensar las cosas, altera las cosas,
las trastorna, pues nos predisponemos a ellas y no las dejamos fluir, crecer,
enredarse. Vuelvo a la camisa, si pensáramos cada giro, cada golpe en el ojillo,
apenas podríamos atinar los botones.

Actuar no es fingir, es hacer. Actuar es vivir de verdad bajo circunstancias


imaginarias. En la actuación, como en la literatura y como en todas las artes, el
verdadero trabajo consiste en hacer pasar mentiras por verdades. O, todo lo
contrario. Hay quien dice que es pasar verdades por mentiras. Todo buen actor
es un gran artífice. O lo que es lo mismo, todo gran actor, es un gran creador.
Hacedor de emociones, conquistadores de emociones. El arte es el oficio de
hacerse invisible.

Cuando miramos una película, una buena película, olvidamos por


completo que se trata de una película y no hace falta que en la escena de
introducción se nos diga: basado en hechos reales. Uno dar por real lo que está
viendo. Y en el mejor de los casos, uno de por propio lo que se mira. Es aquí
donde recae el trabajo de un artista y es aquí donde aparece lo invisible.
Paradójicamente, el actor, dentro de esa transparencia, se hace visible, pues
deja traslucir el verdadero ser de lo que se está interpretando. El trabajo del actor
es un ocultamiento para revelar lo escondido. Es como un espejo al que el
espectador le va quitando lo empañado.

Pero la invisibilidad no lo es todo, hay otros rasgos, características que


están primero y después de volverse invisible. Uno de estos gestos nace en la
repetición, herramienta que podemos relacionar con la empatía. A través de la
repetición no sólo memorizamos, escuchamos. Escuchamos lo que nos dice el
otro. Y lo repetimos para hacernos de sus sensaciones, para saborear cada
palabra que se nos es dicha. Es un paso a la transformación. En todo caso, ¿no
es así como aprendimos a hablar? Repitiendo. Pero la repetición no puede vivir
por sí sola, necesita de otros estímulos.

La repetición es sólo el comienzo del momento empático. Se mira, se


escucha y se repite. Y en la repetición, se abren emociones. Un mundo está
naciendo, pero para que este mundo pueda desarrollarse, hace falta algo más:
introducción, adentramiento, concentración. Escuchado el dialogo del otro, el
actor tiene que concentrarse en lo que está siendo percibido, no puede evitar
reaccionar de verdad ante algo que está viendo de verdad, experimentando
desde el fondo de su ser.

Empero, la concentración no es sólo propia, es decir, esta no sólo le


corresponde al actor. Esto es importante, pues, pese a que el objeto de estudio
de este ensayo es el actor, la participación del espectador, hará más evidente el
sentido de la cuestión. Cuando uno va a ver una obra de teatro, no basta con
sentarse, mirar y escuchar. Claro, uno puede entender lo que se le está siendo
representado, nuestro bagaje intelectual nos permite comprender la mayoría de
las situaciones, pero uno no siempre puede sentir lo que se recibe. Y el
sentimiento es aspecto más importante, pues es este el que nos ata al mensaje
que se nos está intentando hacer llegar. Si nos limitáramos a sólo mirar, a
escuchar superficialmente, no podríamos inmiscuirnos de lleno en el trabajo del
actor. Para que uno pueda estrechar los vínculos con la puesta en escena, uno
requiere la entera disposición de poner atención. La concentración que el actor
pone en el papel que desempeña, es la misma concentración que se nos pide,
así como la concentración que ponemos en la escena, es la misma
concentración que, en teoría, le solicitamos al actor. Un baile en el que, actor y
espectador, llevan el mismo compas.
Ahora bien, estacionados en la concentración, ha llegado el momento de
hacerse reales. Como en un principio, actuar no es fingir, es hacer y es aquí
donde entra el impulso, la voluntad de ser lo que es quiere ser. Repetida y
concentrada la información, queda ocultarnos por completo. Y que mejor manera
de hacerlo que mostrándonos como somos.

Somos lo que somos porque sentimos lo que sentimos y todo filtro que
interpongamos en esta correlación, alteraría lo que somos, razón por la cual en
la actuación es de vital importancia dejar correr los impulsos. Y dejar correr es
no forzar, es permanecer plenamente abierto a las sensaciones que nos sean
propias o ajenas. Permitirse por completo y totalmente vulnerable. Aunque esto
implique revivir las más bajas y ocultas pasiones. La actuación tiene la virtud de
permitírnoslo todo, pues en ella, las mentiras no pueden causarle daño a nadie,
todo lo contrario, toda simulación es liberadora, pues nos permite vivir en carne
propia aquello que en la cotidianidad no podríamos experimentar. Actuando
podemos asesinar, llorar, reír, maldecir, renunciar, nacer y perder la vida. No hay
límites sensibles.

La actuación es un terreno altamente paradójico. Es el espacio en el que


uno se vuelve invisible para hacerse visible. Es el lugar en el que las mentiras
son verdades y las verdades son mentiras. Espacio y tiempo para ser personajes
dejando de ser personajes. Y es aquí donde todo es frágil y en donde las líneas
entre la ficción y lo real se pierden, pues no hay mucha distancia entre ser el otro
que queremos ser o el mismo que ya somos. Por lo que es ideal que además de
dejarnos guiar por lo impulsos, construyamos un pasado.

Actuar es también imaginar. Y es aquí donde nos vamos dando cuenta de


que somos nosotros también, los actores, espectadores de lo que estamos por
representar. Somos también un aplauso. Hay que convencer al público, pero
también hay que convencernos a nosotros mismos. Y para que esto pueda ser
realizado, debemos valernos de todos los recursos posibles. Construirnos un
pasado, como ya hemos dicho. Recordar aquello que no hemos vivido como si
lo hubiésemos vivido. Escuchar y comparar. Rememorar sensaciones similares.
Por ejemplo, si se nos es dado a interpretar el papel de una viuda, no basta con
conocer que dicha mujer es una viuda, así como tampoco es suficiente saber
que dicha viuda, en la escena catorce, se casará. Para conocer en toda su
complejidad al personaje, tenemos que dibujarnos su pasado, lo cual implica
reconstruir toda su historia familiar: ¿cómo conoció a su esposo fallecido?, ¿qué
tanto lo quiso?, etcétera. No hay que cerrarse a nada.

No hay que cerrarse a nada y hay que abrirse a todo. Pensado el pasado,
tenemos la obligación también de rememorar el futuro. Como todo ser humano,
los personajes también sufren ensoñaciones, son seres con deseos y voluntades
propias y es esto lo que los hace reales. Así que no te limites a imaginar su
pasado, inventa también un futuro. Dale vida al personaje más allá de lo que te
es solicitado.

Empero, nos hemos olvidado de algo, pues no todo el proceso actoral se


queda en lo individual, los personajes se relacionan con otros personajes y esos
personajes a su vez, se relacionan con otros personajes. Por lo tanto, hay que
incluir en la subjetividad del personaje correspondiente la subjetividad de los
otros personajes. Este proceso implica toda una asimilación nueva, pues hay
que aprender a sentir toda esa realidad que nos es ajena como propia. No es lo
mismo sentir un impulso como nuestro que nace desde nosotros que sentir un
impulso ajeno nacido en el otro. La generosidad es importante.

Y es aquí donde el circulo se va cerrando. La generosidad es el último


filón de la puerta, pues hay que estar dispuesto a darlo todo y esto implica
también, a recibirlo todo. Pues no sólo se es generoso cuando se da, sino
cuando se recibe. Parte de la generosidad está en recibir, en aceptar los
estímulos que el mundo nos otorga. Por dar un ejemplo, cuando se está por
practicar una escena en la que habrá un contacto físico de carácter amoroso,
uno debe tener abiertos todos los poros y la piel dispuesta a recibir dicha caricia.
Recibirla con todo lo que implica recibir una caricia. Es decir, muchas veces, en
la vida cotidiana (no hay que llamara real), cuando uno recibe una caricia de la
persona amada, esta al principio o quizá nunca, es del todo grata, disfrutable en
el sentido más practico e la palabra, pero el afecto que sentimos por dicha
persona, nos hace olvidar las carencias técnicas (si es que eso existe, es sólo
un ejemplo). Pues bien, en la actuación es lo mismo, no hay que olvidar que el
personaje que estamos representando, tiene sensaciones propias, afectos
reales por aquel otro personaje. No olvidemos que también somos reales.

En conclusión, la actuación es el oficio de la sinceridad. Ser actor es ser


sinceros. Contra todo lo que se cree, no es saber ser un buen mentiroso.
Cualquier puede mentir, decir la verdad pocos pueden hacerlo. Actuar es toca
las realidad con los dedos, con lupa o lentes con aumento. Actuar es hacernos
pasar por otro. Es aprender a sentir, aprender a tocar. Es escuchar y dejarse
llevar. Actuar es hacerse pasar por otro, aunque muchas veces ese otro sea uno
mismo y no otro. Actuar es decir la verdad.

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