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Madame de Staël – Mary Anny Carrillo & David Mayoral

Germaine Necker, escritora francesa conocida como Madame Staël, nació en 1766 dentro de
una familia acomodada, donde su papá era banquero y posteriormente director de finanzas
reales bajo Luis XVI. Gracias a su madre, conoció y se relacionó con intelectuales de esa
época, como D’Alembert, Buffon, Chamfort y Grimm. Contrajo matrimonio con el barón de
Staël-Holstein en 1789 y tuvo tres hijos.
Su salón era uno de los principales centros literarios y políticos de la capital, pues ella
tenía un gran interés por las estrategias políticas de la revolución francesa y por las corrientes
literarias que se estaban estableciendo en su momento, por lo que grandes movimientos de la
revolución fueron influenciados por su pensamiento. Tuvo que viajar a Inglaterra tras la caída
de la monarquía francesa, donde conoció a Benjamin Constant, quien sería su amante hasta
1808.
Cuando regresa a París se ve interesada en los planes de Napoleón y trata de
aconsejarlo políticamente, pero él no cede y su desconfianza al ver que su amante era del
grupo contrario hace que Madame Staël abandone Francia de nuevo. Al quedar viuda se casa
con Albert de Rocca, militar suizo, y se dedica a viajar y alimentarse de la literatura
extranjera, regresando siempre a la ciudad suiza de Coppet donde desarrolló gran parte de su
obra.
Tras la restauración borbónica regresa a Francia, donde abre nuevamente su salón y
muere a los 51 años de edad.

***

No sé si el poder del pensamiento –habla la tinta de Germaine Necker– deba destruir un día
el flagelo de la guerra; pero antes de ese día, es aún ella, la elocuencia y la imaginación, la
filosofía misma que revelan la importancia de las acciones guerreras. Es la literatura
voluntad y espada contra el hastío, aquél aliento maligno que corrompe al humano en todo
aspecto. Necker vislumbra en lo literario una fuerza restauradora, capaz de restituir la
felicidad y libertad de aquellos agotados por la guerra. Y la sangre fuera del hogar del cuerpo
es también causa de la falta de letras, del conducto sublime despreciado con frecuencia.
El texto que citamos aquí no es otro sino De la literatura en sus relaciones con las
instituciones sociales. Ve la luz en 1800, cincuenta y siete años antes de que Baudelaire
escribiera sobre la muerte de los artistas: «¿agitar cuántas veces mis cascabeles debo/ besar
tu baja frente, triste caricatura? / Para dar en el blanco, de una mística esencia, / malgastar
cuántos dardos, oh mi carcaj, debiera?». La ciudad hecha toda de metal ha sepultado, para
cuando germinan Las flores del mal, la figura que Germaine Necker vislumbró como capaz
de restaurar la moralidad y el alto espíritu de la sociedad europea.
¡Cuánto consuelo nos es dado por los escritores de talento superior y de alma noble!,
exclama la mujer a la que se debe la perspectiva de la literatura como el corazón íntimo de
las sociedades. De la buena voluntad nacen las buenas letras, y éstas son el caudal de los
sentimientos que fortalecen el espíritu. Es ahí, en el trabajo del escritor, donde ocurre el
nacimiento de la voluntad que puede contrariar lo inhumano.
La literatura, para Germaine Necker, es un frente racional ante las actitudes bélicas,
síntomas y enfermedad de una carencia moral exacerbada. Ante los fusiles y los
levantamientos que aún perturbarían a Europa durante varios años, la carencia humana
cercenaba el espíritu a manera de motín, saqueándola y envaneciéndola. Pero el arte de
escribir sería también un arma, la palabra sería también una acción, si la energía del alma
se dibujara toda entera, si los sentimientos se pusieran a la altura de las ideas, y en caso de
triunfar la libertad, manifiesta como todo lo que ocurre en la naturaleza, sublime y auténtica,
habrá ganado la vida por encima del cadáver de la muerte.
Aunque el título de la obra mencionada dedica su esfuerzo a un vínculo con las
instituciones sociales, la realidad es que termina por rebasarse a sí misma. Se desborda y
deambula por la libertad que trasciende la lucha para entregar el consuelo. La literatura parece
constituir un propio cosmos que mira al pasado sin sentir nostalgia, con la tinta hecha
recuerdo; es la energía que no permite el desvanecimiento de las facultades del alma, sea lo
que ésta fuere.
Quizá se diga que la autora olvida conferirle al arte literario su propio Parnaso para
clavarle los pies en el campo de batalla, humano y desabrido. Parece más, si palpamos el
texto con el dolor de una Revolución de promesas rotas, que las letras debieran aparecer
como un milagro, aunque infecundo y hasta sin merecimiento. La gloria por las armas no
llegaría sin haberle sido amputadas la libertad, el goce, y la vida. El arte es entonces redentor,
y si levanta las almas por encima de sus sepulcros, ¡que sea merecedor de su lugar en la
sociedad! ¡Hastío, mandato maldito que convirtió la imaginación en consuelo de los espíritus
tristes!

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