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2010
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EL HIMNO A LA CARIDAD
20100131. Ángelus
En la liturgia de este domingo se lee una de las páginas más hermosas
del Nuevo Testamento y de toda la Biblia: el llamado "himno a la caridad"
del apóstol san Pablo (1 Co 12, 31-13, 13). En su primera carta a los
Corintios, después de explicar con la imagen del cuerpo, que los
diferentes dones del Espíritu Santo contribuyen al bien de la única Iglesia,
san Pablo muestra el "camino" de la perfección. Este camino —dice— no
consiste en tener cualidades excepcionales: hablar lenguas nuevas,
conocer todos los misterios, tener una fe prodigiosa o realizar gestos
heroicos. Consiste, por el contrario, en la caridad (agape), es decir, en el
amor auténtico, el que Dios nos reveló en Jesucristo. La caridad es el don
"mayor", que da valor a todos los demás, y sin embargo "no es
jactanciosa, no se engríe"; más aún, "se alegra con la verdad" y con el bien
ajeno. Quien ama verdaderamente "no busca su propio interés", "no toma
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en cuenta el mal recibido", "todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera,
todo lo soporta" (cf. 1 Co 13, 4-7). Al final, cuando nos encontremos cara
a cara con Dios, todos los demás dones desaparecerán; el único que
permanecerá para siempre será la caridad, porque Dios es amor y nosotros
seremos semejantes a él, en comunión perfecta con él.
Por ahora, mientras estamos en este mundo, la caridad es el distintivo
del cristiano. Es la síntesis de toda su vida: de lo que cree y de lo que
hace. Por eso, al inicio de mi pontificado, quise dedicar mi primera
encíclica precisamente al tema del amor: Deus caritas est. Como
recordaréis, esta encíclica tiene dos partes, que corresponden a los dos
aspectos de la caridad: su significado, y luego su aplicación práctica. El
amor es la esencia de Dios mismo, es el sentido de la creación y de la
historia, es la luz que da bondad y belleza a la existencia de cada hombre.
Al mismo tiempo, el amor es, por decir así, el "estilo" de Dios y del
creyente; es el comportamiento de quien, respondiendo al amor de Dios,
plantea su propia vida como don de sí mismo a Dios y al prójimo. En
Jesucristo estos dos aspectos forman una unidad perfecta: él es el Amor
encarnado. Este Amor se nos reveló plenamente en Cristo crucificado. Al
contemplarlo, podemos confesar con el apóstol san Juan: "Nosotros hemos
conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él" (cf. 1 Jn 4, 16;
Deus caritas est, 1).
Queridos amigos, si pensamos en los santos, reconocemos la variedad
de sus dones espirituales y también de sus caracteres humanos. Pero la
vida de cada uno de ellos es un himno a la caridad, un canto vivo al amor
de Dios. Hoy, 31 de enero, recordamos en particular a san Juan Bosco,
fundador de la familia salesiana y patrono de los jóvenes. En este Año
sacerdotal, quiero invocar su intercesión para que los sacerdotes sean
siempre educadores y padres de los jóvenes; y para que, experimentando
esta caridad pastoral, muchos jóvenes acojan la llamada a dar su vida por
Cristo y por el Evangelio. Que María Auxiliadora, modelo de caridad, nos
obtenga estas gracias.
INVITACIÓN A LA CONVERSIÓN
20100307. Homilía. Parroquia romana de San Juan de la Cruz
"Convertíos, dice el Señor, porque está cerca el reino de los cielos"
hemos proclamado antes del Evangelio de este tercer domingo de
Cuaresma, que nos presenta el tema fundamental de este "tiempo fuerte"
del año litúrgico: la invitación a la conversión de nuestra vida y a realizar
obras de penitencia dignas. Jesús, como hemos escuchado, evoca dos
episodios de sucesos: una represión brutal de la policía romana dentro del
templo (cf. Lc 13, 1) y la tragedia de dieciocho muertos al derrumbarse la
torre de Siloé (v. 4). La gente interpreta estos hechos como un castigo
divino por los pecados de sus víctimas, y, considerándose justa, cree estar
a salvo de esa clase de incidentes, pensando que no tiene nada que
convertir en su vida. Pero Jesús denuncia esta actitud como una ilusión:
"¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que todos los demás
galileos, porque han padecido estas cosas? No, os lo aseguro; y si no os
convertís, todos pereceréis del mismo modo" (vv. 2-3). E invita a
reflexionar sobre esos acontecimientos, para un compromiso mayor en el
camino de conversión, porque es precisamente el hecho de cerrarse al
Señor, de no recorrer el camino de la conversión de uno mismo, que lleva
a la muerte, la del alma. En Cuaresma, Dios nos invita a cada uno de
nosotros a dar un cambio de rumbo a nuestra existencia, pensando y
viviendo según el Evangelio, corrigiendo algunas cosas en nuestro modo
de rezar, de actuar, de trabajar y en las relaciones con los demás. Jesús nos
llama a ello no con una severidad sin motivo, sino precisamente porque
está preocupado por nuestro bien, por nuestra felicidad, por nuestra
salvación. Por nuestra parte, debemos responder con un esfuerzo interior
sincero, pidiéndole que nos haga entender en qué puntos en particular
debemos convertirnos.
La conclusión del pasaje evangélico retoma la perspectiva de la
misericordia, mostrando la necesidad y la urgencia de volver a Dios, de
renovar la vida según Dios. Refiriéndose a un uso de su tiempo, Jesús
presenta la parábola de una higuera plantada en una viña; esta higuera
resulta estéril, no da frutos (cf. Lc 13, 6-9). El diálogo entre el dueño y el
viñador, manifiesta, por una parte, la misericordia de Dios, que tiene
paciencia y deja al hombre, a todos nosotros, un tiempo para la
conversión; y, por otra, la necesidad de comenzar en seguida el cambio
interior y exterior de la vida para no perder las ocasiones que la
misericordia de Dios nos da para superar nuestra pereza espiritual y
corresponder al amor de Dios con nuestro amor filial.
También san Pablo, en el pasaje que hemos escuchado, nos exhorta a
no hacernos ilusiones: no basta con haber sido bautizados y comer en la
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misma mesa eucarística, si no vivimos como cristianos y no estamos
atentos a los signos del Señor (cf. 1 Co 10, 1-4).
Queridos hermanos y hermanas, el tiempo fuerte de la Cuaresma nos
invita a cada uno de nosotros a reconocer el misterio de Dios, que se hace
presente en nuestra vida, como hemos escuchado en la primera lectura.
Moisés ve en el desierto una zarza que arde, pero no se consume. En un
primer momento, impulsado por la curiosidad, se acerca para ver este
acontecimiento misterioso y entonces de la zarza sale una voz que lo
llama, diciendo: "Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abraham, el Dios
de Isaac, el Dios de Jacob" (Ex 3, 6). Y es precisamente este Dios quien lo
manda de nuevo a Egipto con la misión de llevar al pueblo de Israel a la
tierra prometida, pidiendo al faraón, en su nombre, la liberación de Israel.
En ese momento Moisés pregunta a Dios cuál es su nombre, el nombre
con el que Dios muestra su autoridad especial, para poderse presentar al
pueblo y después al faraón. La respuesta de Dios puede parecer extraña;
parece que responde pero no responde. Simplemente dice de sí mismo:
"Yo soy el que soy". "Él es" y esto tiene que ser suficiente. Por lo tanto,
Dios no ha rechazado la petición de Moisés, manifiesta su nombre,
creando así la posibilidad de la invocación, de la llamada, de la relación.
Revelando su nombre Dios entabla una relación entre él y nosotros. Nos
permite invocarlo, entra en relación con nosotros y nos da la posibilidad
de estar en relación con él. Esto significa que se entrega, de alguna
manera, a nuestro mundo humano, haciéndose accesible, casi uno de
nosotros. Afronta el riesgo de la relación, del estar con nosotros. Lo que
comenzó con la zarza ardiente en el desierto se cumple en la zarza
ardiente de la cruz, donde Dios, ahora accesible en su Hijo hecho hombre,
hecho realmente uno de nosotros, se entrega en nuestras manos y, de ese
modo, realiza la liberación de la humanidad. En el Gólgota Dios, que
durante la noche de la huída de Egipto se reveló como aquel que libera de
la esclavitud, se revela como Aquel que abraza a todo hombre con el poder
salvífico de la cruz y de la Resurrección y lo libera del pecado y de la
muerte, lo acepta en el abrazo de su amor.
Permanezcamos en la contemplación de este misterio del nombre de
Dios para comprender mejor el misterio de la Cuaresma, y vivir
personalmente y como comunidad en permanente conversión, para ser en
el mundo una constante epifanía, testimonio del Dios vivo, que libera y
salva por amor. Amén.
EL TRIDUO PASCUAL
20100331. Audiencia general.
Estamos viviendo los días santos que nos invitan a meditar los
acontecimientos centrales de nuestra redención, el núcleo esencial de
nuestra fe. Mañana comienza el Triduo pascual, fulcro de todo el año
litúrgico, en el cual estamos llamados al silencio y a la oración para
contemplar el misterio de la pasión, muerte y resurrección del Señor.
En las homilías, los Padres a menudo hacen referencia a estos días que,
como explica san Atanasio en una de sus Cartas pascuales, nos introducen
"en el tiempo que nos da a conocer un nuevo inicio, el día de la santa
Pascua, en la que el Señor se inmoló" (Carta 5, 1-2: pg 26, 1379).
Os exhorto, por tanto, a vivir intensamente estos días, a fin de que
orienten decididamente la vida de cada uno a la adhesión generosa y
convencida a Cristo, muerto y resucitado por nosotros.
En la santa Misa crismal, preludio matutino del Jueves santo, se
reunirán mañana por la mañana los presbíteros con su obispo. Durante una
significativa celebración eucarística, que habitualmente tiene lugar en las
catedrales diocesanas, se bendecirán el óleo de los enfermos, de los
catecúmenos, y el crisma. Además, el obispo y los presbíteros renovarán
las promesas sacerdotales que pronunciaron el día de su ordenación. Este
año, ese gesto asume un relieve muy especial, porque se sitúa en el ámbito
del Año sacerdotal, que convoqué para conmemorar el 150° aniversario de
la muerte del santo cura de Ars. Quiero repetir a todos los sacerdotes el
deseo que formulé en la conclusión de la carta de convocatoria: "A
ejemplo del santo cura de Ars, dejaos conquistar por Cristo y seréis
también vosotros, en el mundo de hoy, mensajeros de esperanza,
reconciliación y paz".
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Mañana por la tarde celebraremos el momento de la institución de la
Eucaristía. El apóstol san Pablo, escribiendo a los Corintios, confirmaba a
los primeros cristianos en la verdad del misterio eucarístico,
comunicándoles él mismo lo que había aprendido: "El Señor Jesús, la
noche en que fue entregado, tomó pan, y después de dar gracias, lo partió
y dijo: "Esto es mi cuerpo, entregado por vosotros; haced esto en memoria
mía". Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: "Este cáliz
es la nueva alianza sellada con mi sangre. Haced esto cada vez que bebáis,
en memoria mía"" (1 Co 11, 23-25). Estas palabras manifiestan con
claridad la intención de Cristo: bajo las especies del pan y del vino, él se
hace presente de modo real con su cuerpo entregado y con su sangre
derramada como sacrificio de la Nueva Alianza. Al mismo tiempo,
constituye a los Apóstoles y a sus sucesores ministros de este sacramento,
que entrega a su Iglesia como prueba suprema de su amor.
Además, con un rito sugestivo, recordaremos el gesto de Jesús que
lava los pies a los Apóstoles (cf. Jn 13, 1-25). Este acto se convierte para
el evangelista en la representación de toda la vida de Jesús y revela su
amor hasta el extremo, un amor infinito, capaz de habilitar al hombre para
la comunión con Dios y hacerlo libre. Al final de la liturgia del Jueves
santo, la Iglesia reserva el Santísimo Sacramento en un lugar
adecuadamente preparado, que representa la soledad de Getsemaní y la
angustia mortal de Jesús. Ante la Eucaristía, los fieles contemplan a Jesús
en la hora de su soledad y rezan para que cesen todas las soledades del
mundo. Este camino litúrgico es, asimismo, una invitación a buscar el
encuentro íntimo con el Señor en la oración, a reconocer a Jesús entre los
que están solos, a velar con él y a saberlo proclamar luz de la propia vida.
El Viernes santo haremos memoria de la pasión y de la muerte del
Señor. Jesús quiso ofrecer su vida como sacrificio para el perdón de los
pecados de la humanidad, eligiendo para ese fin la muerte más cruel y
humillante: la crucifixión. Existe una conexión inseparable entre la última
Cena y la muerte de Jesús. En la primera, Jesús entrega su Cuerpo y su
Sangre, o sea, su existencia terrena, se entrega a sí mismo, anticipando su
muerte y transformándola en acto de amor. Así, la muerte que, por
naturaleza, es el fin, la destrucción de toda relación, queda transformada
por él en acto de comunicación de sí, instrumento de salvación y
proclamación de la victoria del amor. De ese modo, Jesús se convierte en
la clave para comprender la última Cena que es anticipación de la
transformación de la muerte violenta en sacrificio voluntario, en acto de
amor que redime y salva al mundo.
El Sábado santo se caracteriza por un gran silencio. Las Iglesias están
desnudas y no se celebran liturgias particulares. En este tiempo de espera
y de esperanza, los creyentes son invitados a la oración, a la reflexión, a la
conversión, también a través del sacramento de la reconciliación, para
poder participar, íntimamente renovados, en la celebración de la Pascua.
En la noche del Sábado santo, durante la solemne Vigilia pascual,
"madre de todas las vigilias", ese silencio se rompe con el canto del
Aleluya, que anuncia la resurrección de Cristo y proclama la victoria de la
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luz sobre las tinieblas, de la vida sobre la muerte. La Iglesia gozará en el
encuentro con su Señor, entrando en el día de la Pascua que el Señor
inaugura al resucitar de entre los muertos.
Queridos hermanos y hermanas, dispongámonos a vivir intensamente
este Triduo sacro ya inminente, para estar cada vez más profundamente
insertados en el misterio de Cristo, muerto y resucitado por nosotros. Que
nos acompañe en este itinerario espiritual la Virgen santísima. Que ella,
que siguió a Jesús en su pasión y estuvo presente al pie de la cruz, nos
introduzca en el misterio pascual, para que experimentemos la alegría y la
paz de Cristo resucitado.
LA OCTAVA DE PASCUA
20100407. Audiencia general
Hoy, la habitual audiencia general de los miércoles se ve inundada por
la alegría luminosa de la Pascua. En estos días la Iglesia celebra el
misterio de la Resurrección y vive el gran gozo que deriva de la buena
nueva del triunfo de Cristo sobre el mal y la muerte. Una alegría que no
sólo se prolonga durante la Octava de Pascua, sino que se extiende durante
cincuenta días hasta Pentecostés. Después del llanto y la consternación del
Viernes santo, y después del silencio cargado de espera del Sábado santo,
he aquí el anuncio estupendo: "¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha
aparecido a Simón!" (Lc 24, 34). En toda la historia del mundo, esta es la
"buena nueva" por excelencia, es el "Evangelio" anunciado y transmitido a
lo largo de los siglos, de generación en generación.
La Pascua de Cristo es el acto supremo e insuperable del poder de
Dios. Es un acontecimiento absolutamente extraordinario, el fruto más
hermoso y maduro del "misterio de Dios". Es tan extraordinario, que
resulta inenarrable en aquellas dimensiones que escapan a nuestra
capacidad humana de conocimiento e investigación. Y, aun así, también es
un hecho "histórico", real, testimoniado y documentado. Es el
acontecimiento en el que se funda toda nuestra fe. Es el contenido central
en el que creemos y el motivo principal por el que creemos.
El Nuevo Testamento no describe cómo tuvo lugar la Resurrección de
Jesús. Refiere solamente los testimonios de aquellos a los que Jesús en
persona se apareció después de haber resucitado. Los tres Evangelios
sinópticos nos narran que ese anuncio —¡Ha resucitado!"— lo
proclamaron inicialmente algunos ángeles. Es, por tanto, un anuncio que
tiene su origen en Dios; pero Dios lo confía en seguida a sus
"mensajeros", para que lo transmitan a todos. De modo que son esos
mismos ángeles quienes invitan a las mujeres —que habían ido al sepulcro
al amanecer— a que vayan en seguida a decir a los discípulos: "Ha
resucitado de entre los muertos e irá delante de vosotros a Galilea; allí lo
veréis" (Mt 28, 7). De este modo, mediante las mujeres del Evangelio, ese
mandato divino llega a todos y cada uno, para que a su vez transmitan a
otros, con fidelidad y con valentía, esa misma noticia: una noticia
hermosa, alegre y fuente de gozo.
Sí, queridos amigos, toda nuestra fe se basa en la transmisión constante
y fiel de esta "buena nueva". Y nosotros, hoy, queremos expresar a Dios
nuestra profunda gratitud por las innumerables generaciones de creyentes
en Cristo que nos han precedido a lo largo de los siglos, porque
cumplieron el mandato fundamental de anunciar el Evangelio que habían
recibido. La buena nueva de la Pascua, por tanto, requiere la labor de
testigos entusiastas y valientes. Todo discípulo de Cristo, también cada
uno de nosotros, está llamado a ser testigo. Este es el mandato preciso,
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comprometedor y apasionante del Señor resucitado. La "noticia" de la vida
nueva en Cristo debe resplandecer en la vida del cristiano, debe estar viva
y activa en quien la comunica, y ha de ser realmente capaz de cambiar el
corazón, toda la existencia. Esta noticia está viva, ante todo, porque Cristo
mismo es su alma viva y vivificante. Nos lo recuerda san Marcos al final
de su Evangelio, donde escribe que los Apóstoles "salieron a predicar por
todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con
las señales que la acompañaban" (Mc 16, 20).
La experiencia de los Apóstoles es también la nuestra y la de todo
creyente, de todo discípulo que se hace "anunciador". De hecho, también
nosotros estamos seguros de que el Señor, hoy como ayer, actúa junto con
sus testigos. Este es un hecho que podemos reconocer cada vez que vemos
despuntar los brotes de una paz verdadera y duradera, donde el
compromiso y el ejemplo de los cristianos y de los hombres de buena
voluntad está animado por el respeto de la justicia, el diálogo paciente, la
estima convencida de los demás, el desinterés y el sacrificio personal y
comunitario. Lamentablemente, también vemos en el mundo mucho
sufrimiento, mucha violencia, muchas incomprensiones. La celebración
del Misterio pascual, la contemplación gozosa de la Resurrección de
Cristo, que vence al pecado y la muerte con la fuerza del amor de Dios es
ocasión propicia para redescubrir y profesar con más convicción nuestra
confianza en el Señor resucitado, que acompaña a los testigos de su
palabra obrando prodigios junto con ellos. Seremos verdaderamente y
hasta el fondo testigos de Jesús resucitado cuando dejemos que se
transparente en nosotros el prodigio de su amor; cuando en nuestras
palabras y, más aún, en nuestros gestos, en plena coherencia con el
Evangelio, se pueda reconocer la voz y la mano de Jesús.
El Señor nos manda, por tanto, a todas partes como testigos suyos.
Pero sólo lo seremos a partir y en referencia continua a la experiencia
pascual, la que María Magdalena expresa anunciando a los demás
discípulos: "He visto al Señor" (cf. Jn 20, 18). En este encuentro personal
con Cristo resucitado están el fundamento indestructible y el contenido
central de nuestra fe, la fuente fresca e inagotable de nuestra esperanza y
el dinamismo ardiente de nuestra caridad. Así nuestra vida cristiana
coincidirá completamente con el anuncio: "Es verdad. Cristo Señor ha
resucitado". Por tanto, dejémonos conquistar por el atractivo de la
Resurrección de Cristo. Que la Virgen María nos sostenga con su
protección y nos ayude a gustar plenamente el gozo pascual, para que
sepamos llevarlo a nuestra vez a todos nuestros hermanos.
TESTIGOS DIGITALES
20100424. Discurso. Congreso organizado por la CEI
Me alegra esta ocasión de encontrarme con vosotros y concluir vuestro
congreso, que tiene un título muy evocador: «Testigos digitales. Rostros y
lenguajes de la era del crossmedia».
El tiempo en que vivimos experimenta una ampliación enorme de las
fronteras de la comunicación, realiza una inédita convergencia entre los
diversos medios de comunicación y hace posible la interactividad. La red
manifiesta, por tanto, una vocación abierta, que tiende a ser igualitaria y
pluralista, pero al mismo tiempo abre una nueva brecha: de hecho, se
habla de digital divide. Esta brecha separa a los incluidos de los excluidos
y se añade a las demás brechas, que ya alejan a las naciones entre sí y
también en su interior. Asimismo, aumentan los peligros de homologación
y de control, de relativismo intelectual y moral, que ya se reconocían bien
en la flexión del espíritu crítico, en la verdad reducida al juego de las
opiniones, en las múltiples formas de degradación y de humillación de la
intimidad de la persona. Asistimos, pues, a una «contaminación del
espíritu, la que hace nuestros rostros menos sonrientes, más sombríos, la
que nos lleva a no saludarnos unos a otros, a no mirarnos a la cara...»
(Discurso en la plaza de España, 8 de diciembre de 2009: L'Osservatore
Romano, edición en lengua española, 11 de diciembre de 2009, p. 8). Este
congreso, en cambio, pretende precisamente reconocer los rostros y, por
tanto, superar las dinámicas colectivas que pueden hacernos perder la
percepción de la profundidad de las personas y aplastarnos en su
superficie: cuando esto sucede, se convierten en cuerpos sin alma, en
objetos de intercambio y de consumo.
¿Cómo es posible, hoy, volver a los rostros? He intentado indicar el
camino también en mi tercera encíclica. Ese camino pasa por la caritas in
veritate, que resplandece en el rostro de Cristo. El amor en la verdad
constituye «un gran desafío para la Iglesia en un mundo en progresiva y
expansiva globalización» (n. 9). Los medios de comunicación social
pueden convertirse en factores de humanización «no sólo cuando, gracias
al desarrollo tecnológico, ofrecen mayores posibilidades para la
comunicación y la información, sino sobre todo cuando se organizan y se
orientan bajo la luz de una imagen de la persona y el bien común que
refleje sus valores universales» (n. 73). Esto requiere que «estén centrados
en la promoción de la dignidad de las personas y de los pueblos, que estén
expresamente animados por la caridad y se pongan al servicio de la
verdad, del bien y de la fraternidad natural y sobrenatural» (ib.).
Solamente con estas condiciones el paso crucial que estamos realizando
podrá ser rico y fecundo en nuevas oportunidades. Queremos adentrarnos
sin temores en el mar digital, afrontando la navegación abierta con la
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misma pasión que desde hace dos mil años gobierna la barca de la Iglesia.
Más que por los recursos técnicos, aunque sean necesarios, queremos
distinguirnos viviendo también este universo con un corazón creyente, que
contribuya a dar un alma al flujo comunicativo ininterrumpido de la red.
Esta es nuestra misión, la misión irrenunciable de la Iglesia: la tarea de
todo creyente que trabaja en los medios de comunicación es «allanar el
camino a nuevos encuentros, asegurando siempre la calidad del contacto
humano y la atención a las personas y a sus auténticas necesidades
espirituales. Le corresponde ofrecer a quienes viven nuestro tiempo
“digital” los signos necesarios para reconocer al Señor» (Mensaje para la
44ª Jornada mundial de las comunicaciones sociales, 16 de mayo de
2010: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 29 de enero de
2010, p. 3). Queridos amigos, también en la red estáis llamados a ser
«animadores de comunidad», atentos a «preparar caminos que conduzcan
a la Palabra de Dios», y a expresar una sensibilidad especial con quienes
«desconfían, pero llevan en el corazón deseos de absoluto y de verdades
perennes» (ib.). Así la red podrá convertirse en una especie de «patio de
los gentiles», donde abrir «un espacio también a aquellos para quienes
Dios sigue siendo un desconocido» (ib.).
Como animadores de la cultura y de la comunicación, sois signo vivo
de que «las comunidades eclesiales han incorporado desde hace tiempo los
nuevos medios de comunicación como instrumentos ordinarios de
expresión y de contacto con el propio territorio, instaurando en muchos
casos formas de diálogo aún de mayor alcance» (ib.). En este campo no
faltan voces en Italia: baste con recordar aquí el periódico Avvenire, la
emisora televisiva TV2000, el circuito radiofónico inBlu y la agencia de
prensa SIR, junto a las revistas católicas, a la red capilar de los semanarios
diocesanos y a las ya numerosas páginas web de inspiración católica.
Exhorto a todos los profesionales de la comunicación a no cansarse de
alimentar en su corazón la sana pasión por el hombre que se convierte en
tensión a acercarse cada vez más a sus lenguajes y a su verdadero rostro.
En esto os ayudará una sólida preparación teológica y sobre todo una
profunda y gozosa pasión por Dios, alimentada en el diálogo continuo con
el Señor. Que las Iglesias particulares y los institutos religiosos, por su
parte, no duden en valorizar los itinerarios formativos que proponen las
universidades pontificias, la Universidad católica del Sagrado Corazón y
las demás universidades católicas y eclesiásticas, destinando a ellas
personas y recursos con visión de futuro. Que el mundo de la
comunicación social entre de lleno en la programación pastoral.
A la vez que os agradezco el servicio que prestáis a la Iglesia y, por
tanto, a la causa del hombre, os exhorto a recorrer, animados por la
valentía del Espíritu Santo, los caminos del continente digital. Nuestra
confianza no es una respuesta acrítica a ningún instrumento de la técnica.
Nuestra fuerza está en ser Iglesia, comunidad creyente, capaz de
testimoniar a todos la perenne novedad de Cristo resucitado, con una vida
que florece en plenitud en la medida en que se abre, entra en relación y se
entrega con gratuidad.
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LAS LECCIONES DEL COLAPSO FINANCIERO EN EL MUNDO
20100430. Discurso. Academia Pont. De Ciencias Sociales
Me complace saludaros al inicio de vuestra decimosexta sesión
plenaria, dedicada a un análisis de la crisis económica mundial a la luz de
los principios éticos consagrados por la doctrina social de la Iglesia.
El colapso financiero en todo el mundo, como sabemos, ha demostrado
la fragilidad del sistema económico actual y de las instituciones
relacionadas con él. También ha demostrado el error de la hipótesis según
la cual el mercado es capaz de autorregularse, independientemente de la
intervención pública y del apoyo de los criterios morales interiorizados.
Esta hipótesis se basa en una noción empobrecida de la vida económica,
como una especie de mecanismo de auto-calibración impulsado por el
interés propio y la búsqueda de beneficios. Como tal, pasa por alto el
carácter esencialmente ético de la economía, como una actividad de y para
los seres humanos. Más que una espiral de producción y consumo en
función de unas necesidades humanas definidas de un modo limitado, la
vida económica debería ser un ejercicio de responsabilidad humana,
intrínsecamente orientada hacia la promoción de la dignidad de la persona,
la búsqueda del bien común y el desarrollo integral —político, cultural y
espiritual— de individuos, familias y sociedades. Una apreciación de esta
dimensión humana más plena exige, a su vez, precisamente el tipo de
investigación y reflexión interdisciplinar que esta sesión de la Academia
ha emprendido.
En la encíclica Caritas in veritate observé que «la crisis actual nos
obliga a revisar nuestro camino, a darnos nuevas reglas y a encontrar
nuevas formas de compromiso» (n. 21). Ciertamente, volver a planificar el
camino supone también buscar criterios generales y objetivos según los
cuales juzgar las estructuras, las instituciones y las decisiones concretas
que orientan y dirigen la vida económica. La Iglesia, basándose en su fe
en Dios Creador, afirma la existencia de una ley natural universal que es la
fuente última de estos criterios (cf. ib., 59). Sin embargo, también está
convencida de que los principios de este orden ético, inscrito en la
creación misma, son accesibles a la razón humana y, como tal, deben ser
adoptados como base para las decisiones prácticas. Como parte de la gran
herencia de la sabiduría humana, la ley moral natural, que la Iglesia ha
asumido, purificado y desarrollado a la luz de la Revelación cristiana, es
un faro que orienta los esfuerzos de individuos y comunidades a buscar el
bien y evitar el mal, a la vez que dirige su compromiso de construir una
sociedad auténticamente justa y humana.
Entre los principios indispensables que constituyen este enfoque ético
integral de la vida económica debe encontrarse la promoción del bien
común, basada en el respeto de la dignidad de la persona humana y
reconocida como principal objetivo de los sistemas de producción y de
comercio, de las instituciones políticas y del bienestar social. En nuestros
días, la preocupación por el bien común ha adquirido una dimensión
global más marcada. También es cada vez más evidente que el bien común
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implica la responsabilidad respecto a las futuras generaciones. En
consecuencia, la solidaridad entre generaciones se debe reconocer como
criterio ético fundamental para juzgar cualquier sistema social. Estas
realidades ponen de relieve la urgencia de reforzar los procedimientos de
gobierno de la economía mundial, aunque con el debido respeto al
principio de la subsidiariedad. Al final, sin embargo, todas las decisiones
económicas y políticas deben estar encaminadas a «la caridad en la
verdad», ya que la verdad preserva y canaliza la fuerza liberadora de la
caridad en medio de las vicisitudes y las estructuras humanas, siempre
contingentes. Pues «sin verdad, sin confianza y amor por lo que es
verdadero, no hay conciencia social y responsabilidad, y la acción social
termina sirviendo a los intereses privados y a las lógicas de poder, dando
lugar a la fragmentación social» (Caritas in veritate, 5).
LA FE ES ABANDONARSE A ALGUIEN
20100508. Discurso. Obispos belgas en visita ad limina
Leyendo vuestras relaciones sobre el estado de vuestras respectivas
diócesis, he podido conocer el alcance de las transformaciones que está
sufriendo la sociedad belga. Se trata de tendencias comunes a numerosos
países europeos, pero que en el vuestro tienen características propias.
Algunas de ellas, ya remarcadas durante la anterior visita ad limina, se han
acentuado. Me refiero a la disminución del número de bautizados que
testimonian abiertamente su fe y su pertenencia a la Iglesia; al aumento
progresivo de la media de edad del clero, de los religiosos y de las
religiosas; al número insuficiente de personas ordenadas o consagradas
comprometidas en la pastoral activa o en los campos educativo y social; al
escaso número de candidatos al sacerdocio y a la vida consagrada. La
formación cristiana, sobre todo la de las jóvenes generaciones, y las
cuestiones relativas al respeto de la vida y a la institución del matrimonio
y de la familia constituyen otros puntos delicados. También se pueden
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mencionar las situaciones complejas y a menudo preocupantes vinculadas
a la crisis económica, al desempleo, a la integración social de los
inmigrantes y a la coexistencia pacífica de las diversas comunidades
lingüísticas y culturales de la nación.
He podido constatar que sois conscientes de dichas situaciones y de la
importancia de insistir en una formación religiosa más sólida y profunda.
He tenido conocimiento de vuestra carta pastoral La hermosa profesión de
la fe, inscrita en el ciclo Crecer en la fe. Con esa carta habéis querido
impulsar a todos los fieles a redescubrir la belleza de la fe cristiana.
Gracias a la oración y a la reflexión en común acerca de las verdades
reveladas, expresadas en el Credo, se redescubre que la fe no consiste
únicamente en aceptar un conjunto de verdades y valores, sino ante todo
en abandonarse a Alguien, a Dios, en escucharle, en amarle y en hablarle,
en definitiva, en comprometerse a servirlo (cf. p. 5).
Un acontecimiento significativo, para el presente y para el futuro, fue
la canonización del padre Damián De Veuster. Este nuevo santo habla a la
conciencia de los belgas. ¿Acaso no se le ha designado como el hijo más
ilustre de la nación de todos los tiempos? Su grandeza, vivida en la
entrega total de sí mismo a sus hermanos leprosos, hasta el punto de que
se contagió y murió de esta enfermedad, reside en su riqueza interior, en
su oración constante, en su unión con Cristo, que veía presente en sus
hermanos, y a quienes, como él, se entregaba sin reservas. La disminución
del número de sacerdotes no se debe percibir como un proceso inevitable.
El concilio Vaticano II afirmó con fuerza que la Iglesia no puede
prescindir del ministerio de los sacerdotes. Por lo tanto, es necesario y
urgente darle el lugar que se merece y reconocer su carácter sacramental
insustituible. De ahí deriva la necesidad de una amplia y seria pastoral de
las vocaciones, basada en la ejemplaridad de la santidad de los sacerdotes,
en la atención a las semillas de vocación presentes entre los jóvenes y en
la oración asidua y confiada, según la recomendación de Jesús (cf. Mt 9,
37).
MATTEO RICCI
20100529. Discurso. A preregrinación de Las Marcas
La obra de este misionero presenta dos aspectos que no deben
separarse: la inculturación china del anuncio evangélico y la presentación
a China de la cultura y de la ciencia occidentales. A menudo los aspectos
científicos han despertado mayor interés, pero no hay que olvidar la
perspectiva con la cual el padre Ricci entró en relación con el mundo y la
175
cultura chinas: un humanismo que considera a la persona insertada en su
contexto, cultiva sus valores morales y espirituales, apreciando todo lo que
de positivo se encuentra en la tradición china y ofreciendo enriquecerla
con la contribución de la cultura occidental, pero sobre todo con la
sabiduría y la verdad de Cristo. El padre Ricci no va a China para llevar la
ciencia y la cultura de Occidente, sino para llevarle el Evangelio, para dar
a conocer a Dios. Escribe: «Durante más de veinte años cada mañana y
cada noche he rezado llorando con la mirada hacia el cielo. Sé que el
Señor del cielo tiene piedad de las criaturas vivas y las perdona (…). La
verdad sobre el Señor del cielo ya está en el corazón de los hombres. Pero
los seres humanos no la comprenden inmediatamente y, además, no están
inclinados a reflexionar sobre semejante cuestión» (Il vero significato del
«Signore del cielo», Roma 2006, pp. 69-70). Y precisamente mientras
lleva el Evangelio, el padre Ricci encuentra en sus interlocutores la
petición de una confrontación más amplia, de modo que el encuentro
motivado por la fe se convierte también en diálogo entre culturas; un
diálogo desinteresado, sin intereses, que no busca poder económico o
político, vivido en la amistad, que hace de la obra del padre Ricci y de sus
discípulos uno de los puntos más altos y felices en la relación entre China
y Occidente. El «Tratado de la amistad» (1595), una de sus primeras y
más conocidas obras en chino, es elocuente al respecto. En el pensamiento
y en las enseñanzas del padre Ricci ciencia, razón y fe encuentran una
síntesis natural: «Quien conoce el cielo y la tierra —escribe en el prólogo
a la tercera edición del mapamundi— puede experimentar que quien
gobierna el cielo y la tierra es absolutamente bueno, absolutamente grande
y absolutamente uno. Los ignorantes rechazan el cielo, pero la ciencia que
no se remonta al Emperador del cielo como a la primera causa, no es para
nada ciencia».
Sin embargo, la admiración hacia el padre Ricci no debe hacer olvidar
el papel y el influjo de sus interlocutores chinos. Las decisiones que tomó
no dependían de una estrategia abstracta de inculturación de la fe, sino del
conjunto de los acontecimientos, los encuentros y las experiencias que iba
haciendo, de modo que lo que pudo realizar fue también gracias al
encuentro con los chinos; un encuentro vivido de muchas maneras, pero
que se profundizó mediante la relación con algunos amigos y discípulos,
especialmente los cuatro célebres convertidos, «pilares de la Iglesia china
naciente». El primero y más famoso de estos es Xu Guangqi, nativo de
Shanghai, literato y científico, matemático, astrónomo, estudioso de
agricultura, que llegó a los más altos grados de la burocracia imperial,
hombre íntegro, de gran fe y vida cristiana, dedicado al servicio de su país,
y que ocupa un lugar de relieve en la historia de la cultura china. Es él, por
ejemplo, quien convence y ayuda al padre Ricci a traducir al chino los
«Elementos» de Euclides, obra fundamental de la geometría, o quien
obtiene que el emperador confíe a los astrónomos jesuitas la reforma del
calendario chino. Asimismo, otro de los estudiosos chinos convertidos al
cristianismo —Li Zhizao— ayuda al padre Ricci en la realización de las
últimas y más desarrolladas ediciones del mapamundi, que dio a los
176
chinos una nueva imagen del mundo. Describía al padre Ricci con estas
palabras: «Creo que es un hombre singular porque vive en el celibato, no
busca altos cargos, habla poco, tiene una conducta regulada y esto todos
los días, cultiva la virtud en secreto y sirve a Dios continuamente». Por
tanto, es justo asociar al padre Matteo Ricci también con sus grandes
amigos chinos, que compartieron con él la experiencia de la fe.
SANTÍSIMA TRINIDAD
20100530. Ángelus
Después del tiempo pascual, que concluyó el domingo pasado con
Pentecostés, la liturgia ha vuelto al «tiempo ordinario». Pero esto no
quiere decir que el compromiso de los cristianos deba disminuir; al
contrario, al haber entrado en la vida divina mediante los sacramentos,
estamos llamados diariamente a abrirnos a la acción de la gracia divina,
para progresar en el amor a Dios y al prójimo. La solemnidad de hoy,
domingo de la Santísima Trinidad, en cierto sentido recapitula la
revelación de Dios acontecida en los misterios pascuales: muerte y
resurrección de Cristo, su ascensión a la derecha del Padre y efusión del
Espíritu Santo. La mente y el lenguaje humanos son inadecuados para
explicar la relación que existe entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, y,
sin embargo, los Padres de la Iglesia trataron de ilustrar el misterio de
Dios uno y trino viviéndolo en su propia existencia con profunda fe.
La Trinidad divina, en efecto, pone su morada en nosotros el día del
Bautismo: «Yo te bautizo —dice el ministro— en el nombre del Padre y
del Hijo y del Espíritu Santo». El nombre de Dios, en el cual fuimos
bautizados, lo recordamos cada vez que nos santiguamos. El teólogo
Romano Guardini, a propósito del signo de la cruz, afirma: «Lo hacemos
antes de la oración, para que… nos ponga espiritualmente en orden;
concentre en Dios pensamientos, corazón y voluntad; después de la
oración, para que permanezca en nosotros lo que Dios nos ha dado … Esto
abraza todo el ser, cuerpo y alma, … y todo se convierte en consagrado en
el nombre del Dios uno y trino» (Lo spirito della liturgia. I santi
segni, Brescia 2000, pp. 125-126).
Por tanto, en el signo de la cruz y en el nombre del Dios vivo está
contenido el anuncio que genera la fe e inspira la oración. Y, al igual que
en el Evangelio Jesús promete a los Apóstoles que «cuando venga él, el
Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa» (Jn 16, 13), así
sucede en la liturgia dominical, cuando los sacerdotes dispensan, cada
semana, el pan de la Palabra y de la Eucaristía. También el santo cura de
Ars lo recordaba a sus fieles: «¿Quién ha recibido vuestra alma —decía—
recién nacidos? El sacerdote. ¿Quién la alimenta para que pueda terminar
su peregrinación? El sacerdote. ¿Quién la preparará para comparecer ante
Dios, lavándola por última vez en la sangre de Jesucristo? … Siempre el
sacerdote» (Carta de convocatoria del Año sacerdotal).
Queridos amigos, hagamos nuestra la oración de san Hilario de
Poitiers: «Mantén incontaminada esta fe recta que hay en mí y, hasta mi
177
último aliento, dame también esta voz de mi conciencia, a fin de que me
mantenga siempre fiel a lo que profesé en mi regeneración, cuando fui
bautizado en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo» (De Trinitate, XII,
57: CCL 62/a, 627). Invocando a la Virgen María, primera criatura
plenamente habitada por la Santísima Trinidad, pidamos su protección
para proseguir bien nuestra peregrinación terrena.
VISITACIÓN DE MARÍA
20100531. Discurso. Final del Mes de María
Haciendo referencia a la liturgia de hoy, queremos contemplar a María
santísima en el misterio de su Visitación. En la Virgen María que va a
visitar a su pariente Isabel reconocemos el ejemplo más límpido y el
significado más verdadero de nuestro camino de creyentes y del camino
de la Iglesia misma. La Iglesia, por su naturaleza, es misionera, está
llamada a anunciar el Evangelio en todas partes y siempre, a transmitir la
fe a todo hombre y mujer, y en toda cultura.
«En aquellos días —escribe el evangelista san Lucas— se levantó
María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá»
(Lc 1, 39). El viaje de María es un auténtico viaje misionero. Es un viaje
que la lleva lejos de casa, la impulsa al mundo, a lugares extraños a sus
costumbres diarias; en cierto sentido, la hace llegar hasta confines
inalcanzables para ella. Está precisamente aquí, también para todos
nosotros, el secreto de nuestra vida de hombres y de cristianos. Nuestra
existencia, como personas y como Iglesia, está proyectada hacia fuera de
nosotros. Como ya había sucedido con Abraham, se nos pide salir de
nosotros mismos, de los lugares de nuestras seguridades, para ir hacia los
demás, a lugares y ámbitos distintos. Es el Señor quien nos lo pide:
«Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y
seréis mis testigos… hasta los confines de la tierra» (Hch 1, 8). Y también
es el Señor quien, en este camino, nos pone al lado a María como
compañera de viaje y madre solícita. Ella nos tranquiliza, porque nos
recuerda que su Hijo Jesús está siempre con nosotros, como lo prometió:
«Yo estoy con vosotros todos lo días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20).
El evangelista anota que «María permaneció con ella (con su prima
Isabel) unos tres meses» (Lc 1, 56). Estas sencillas palabras revelan el
objetivo más inmediato del viaje de María. El ángel le había anunciado
que Isabel esperaba un hijo y que ya estaba en el sexto mes de embarazo
(cf. Lc 1, 36). Pero Isabel era de edad avanzada y la cercanía de María,
todavía muy joven, podía serle útil. Por esto María va a su casa y
permanece con ella unos tres meses, para ofrecerle la cercanía afectuosa,
la ayuda concreta y todas las atenciones cotidianas que necesitaba. Isabel
se convierte así en el símbolo de tantas personas ancianas y enfermas, es
más, de todas las personas que necesitan ayuda y amor. Y son numerosas
también hoy, en nuestras familias, en nuestras comunidades, en nuestras
ciudades. Y María —que se había definido «la esclava del Señor» (Lc 1,
178
38)— se hace esclava de los hombres. Más precisamente, sirve al Señor
que encuentra en los hermanos.
Pero la caridad de María no se limita a la ayuda concreta, sino que
alcanza su culmen dando a Jesús mismo, «haciendo que lo encuentren».
Es de nuevo san Lucas quien lo subraya: «En cuanto oyó Isabel el saludo
de María, saltó de gozo el niño en su seno» (Lc 1, 41). Nos encontramos
así en el corazón y en el culmen de la misión evangelizadora. Este es el
significado más verdadero y el objetivo más genuino de todo camino
misionero: dar a los hombres el Evangelio vivo y personal, que es el
propio Señor Jesús. Y comunicar y dar a Jesús —como atestigua Isabel—
llena el corazón de alegría: «En cuanto llegó a mis oídos la voz de tu
saludo, saltó de gozo el niño en mi seno» (Lc 1, 44). Jesús es el verdadero
y único tesoro que nosotros tenemos para dar a la humanidad. De él
sienten profunda nostalgia los hombres y las mujeres de nuestro tiempo,
incluso cuando parecen ignorarlo o rechazarlo. De él tienen gran
necesidad la sociedad en que vivimos, Europa y todo el mundo.
A nosotros se nos ha confiado esta extraordinaria responsabilidad.
Vivámosla con alegría y con empeño, para que en nuestra civilización
reinen realmente la verdad, la justicia, la libertad y el amor, pilares
fundamentales e insustituibles de una verdadera convivencia ordenada y
pacífica. Vivamos esta responsabilidad permaneciendo asiduos en la
escucha de la Palabra de Dios, en la unión fraterna, en la fracción del pan
y en las oraciones (cf. Hch 2, 42). Pidamos juntos esta gracia a la Virgen
santísima esta noche.
SAN TARCISIO
20100804. Audiencia general. Encuentro europeo de monaguillos
El deseo que expreso a todos es que ese lugar, es decir, las catacumbas
de san Calixto, y esta estatua se conviertan en un punto de referencia para
los monaguillos y para quienes desean seguir a Jesús más de cerca a través
de la vida sacerdotal, religiosa y misionera. Todos podemos contemplar a
este joven valiente y fuerte, y renovar el compromiso de amistad con el
219
Señor mismo para aprender a vivir siempre con él, siguiendo el camino
que nos señala con su Palabra y el testimonio de tantos santos y mártires,
de los cuales, por medio del Bautismo, hemos llegado a ser hermanos y
hermanas.
¿Quién era san Tarsicio? No tenemos muchas noticias de él. Estamos
en los primeros siglos de la historia de la Iglesia; más exactamente en el
siglo III. Se narra que era un joven que frecuentaba las catacumbas de san
Calixto, aquí en Roma, y era muy fiel a sus compromisos cristianos.
Amaba mucho la Eucaristía, y por varios elementos deducimos que
probablemente era un acólito, es decir, un monaguillo. Eran años en los
que el emperador Valeriano perseguía duramente a los cristianos, que se
veían forzados a reunirse a escondidas en casas privadas o, a veces,
también en las catacumbas, para escuchar la Palabra de Dios, orar y
celebrar la santa misa. También la costumbre de llevar la Eucaristía a los
presos y a los enfermos resultaba cada vez más peligrosa. Un día, cuando
el sacerdote preguntó, como solía hacer, quién estaba dispuesto a llevar la
Eucaristía a los demás hermanos y hermanas que la esperaban, se levantó
el joven Tarsicio y dijo: «Envíame a mí». Ese muchacho parecía
demasiado joven para un servicio tan arduo. «Mi juventud —dijo Tarsicio
— será la mejor protección para la Eucaristía». El sacerdote, convencido,
le confió aquel Pan precioso, diciéndole: «Tarsicio, recuerda que a tus
débiles cuidados se encomienda un tesoro celestial. Evita los caminos
frecuentados y no olvides que las cosas santas no deben ser arrojadas a los
perros ni las perlas a los cerdos. ¿Guardarás con fidelidad y seguridad los
Sagrados Misterios?». «Moriré —respondió decidido Tarsicio— antes que
cederlos». A lo largo del camino se encontró con algunos amigos, que
acercándose a él le pidieron que se uniera a ellos. Al responder que no
podía, ellos —que eran paganos— comenzaron a sospechar e insistieron,
dándose cuenta de que apretaba algo contra su pecho y parecía defenderlo.
Intentaron arrancárselo, pero no lo lograron; la lucha se hizo cada vez más
furiosa, sobre todo cuando supieron que Tarsicio era cristiano; le dieron
puntapiés, le arrojaron piedras, pero él no cedió. Ya moribundo, fue
llevado al sacerdote por un oficial pretoriano llamado Cuadrado, que
también se había convertido en cristiano a escondidas. Llegó ya sin vida,
pero seguía apretando contra su pecho un pequeño lienzo con la
Eucaristía. Fue sepultado inmediatamente en las catacumbas de san
Calixto. El Papa san Dámaso hizo una inscripción para la tumba de san
Tarsicio, según la cual el joven murió en el año 257. El Martirologio
Romano fija la fecha el 15 de agosto y en el mismo Martirologio se recoge
una hermosa tradición oral, según la cual no se encontró el Santísimo
Sacramento en el cuerpo de san Tarsicio, ni en las manos ni entre sus
vestidos. Se explicó que la partícula consagrada, defendida con la vida por
el pequeño mártir, se había convertido en carne de su carne, formando así
con su mismo cuerpo una única hostia inmaculada ofrecida a Dios.
Queridas y queridos monaguillos, el testimonio de san Tarsicio y esta
hermosa tradición nos enseñan el profundo amor y la gran veneración que
debemos tener hacia la Eucaristía: es un bien precioso, un tesoro cuyo
220
valor no se puede medir; es el Pan de la vida, es Jesús mismo que se
convierte en alimento, apoyo y fuerza para nuestro peregrinar de cada día,
y en camino abierto hacia la vida eterna; es el mayor don que Jesús nos ha
dejado.
Me dirijo a vosotros, aquí presentes, y por medio de vosotros a todos
los monaguillos del mundo. Servid con generosidad a Jesús presente en la
Eucaristía. Es una tarea importante, que os permite estar muy cerca del
Señor y crecer en una amistad verdadera y profunda con él. Custodiad
celosamente esta amistad en vuestro corazón como san Tarsicio,
dispuestos a comprometeros, a luchar y a dar la vida para que Jesús llegue
a todos los hombres. También vosotros comunicad a vuestros coetáneos el
don de esta amistad, con alegría, con entusiasmo, sin miedo, para que
puedan sentir que vosotros conocéis este Misterio, que es verdad y que lo
amáis. Cada vez que os acercáis al altar, tenéis la suerte de asistir al gran
gesto de amor de Dios, que sigue queriéndose entregar a cada uno de
nosotros, estar cerca de nosotros, ayudarnos, darnos fuerza para vivir bien.
Como sabéis, con la consagración, ese pedacito de pan se convierte en
Cuerpo de Cristo, ese vino se convierte en Sangre de Cristo. Sois
afortunados por poder vivir de cerca este inefable misterio. Realizad con
amor, con devoción y con fidelidad vuestra tarea de monaguillos. No
entréis en la iglesia para la celebración con superficialidad; antes bien,
preparaos interiormente para la santa misa. Ayudando a vuestros
sacerdotes en el servicio del altar contribuís a hacer que Jesús esté más
cerca, de modo que las personas puedan sentir y darse cuenta con más
claridad de que él está aquí; vosotros colaboráis para que él pueda estar
más presente en el mundo, en la vida de cada día, en la Iglesia y en todo
lugar. Queridos amigos, vosotros prestáis a Jesús vuestras manos, vuestros
pensamientos, vuestro tiempo. Él no dejará de recompensaros, dándoos la
verdadera alegría y haciendo que sintáis dónde está la felicidad más plena.
San Tarsicio nos ha mostrado que el amor nos puede llevar incluso hasta la
entrega de la vida por un bien auténtico, por el verdadero bien, por el
Señor.
Probablemente a nosotros no se nos pedirá el martirio, pero Jesús nos
pide la fidelidad en las cosas pequeñas, el recogimiento interior, la
participación interior, nuestra fe y el esfuerzo de mantener presente este
tesoro en la vida de cada día. Nos pide la fidelidad en las tareas diarias, el
testimonio de su amor, frecuentando la Iglesia por convicción interior y
por la alegría de su presencia. Así podemos dar a conocer también a
nuestros amigos que Jesús vive. Que en este compromiso nos ayude la
intercesión de san Juan María Vianney —cuya memoria litúrgica se
celebra hoy—, de este humilde párroco de Francia que cambió una
pequeña comunidad y así dio al mundo nueva luz. Que el ejemplo de san
Tarsicio y de san Juan María Vianney nos impulse cada día a amar a Jesús
y a cumplir su voluntad, como hizo la Virgen María, fiel a su Hijo hasta el
final.
221
USAR LAS COSAS SIN EGOÍSMO, A PARTIR DE DIOS
20100808. Ángelus
En el pasaje evangélico de este domingo prosigue el discurso de Jesús
a los discípulos sobre el valor de la persona a los ojos de Dios y sobre la
inutilidad de las preocupaciones terrenas. No se trata de un elogio al
desinterés. Es más, al escuchar la invitación tranquilizadora de Jesús: «No
temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros a
vosotros el Reino» (Lc12, 32), nuestro corazón se abre a una esperanza
que ilumina y anima la existencia concreta: tenemos la certeza de que «el
Evangelio no es solamente una comunicación de cosas que se pueden
saber, sino una comunicación que comporta hechos y cambia la vida. La
puerta oscura del tiempo, del futuro, ha sido abierta de par en par. Quien
tiene esperanza vive de otra manera; se le ha dado una vida nueva» (Spe
salvi, 2). Como leemos en el pasaje de la carta a los Hebreos en la liturgia
de hoy, Abraham se adentra con corazón confiado en la esperanza que
Dios le abre: la promesa de una tierra y de una «descendencia numerosa»,
y sale «sin saber a dónde iba», confiando sólo en Dios (cf. 11, 8-12). Y
Jesús en el Evangelio de hoy —mediante tres parábolas— ilustra cómo la
espera del cumplimiento de la «bienaventurada esperanza», su venida,
debe impulsar todavía más a una vida intensa, llena de obras buenas:
«Vended vuestros bienes y dad limosna. Haceos bolsas que no se
deterioran, un tesoro inagotable en los cielos, donde no llega el ladrón, ni
la polilla» (Lc12, 33). Se trata de una invitación a usar las cosas sin
egoísmo, sin sed de posesión o de dominio, sino según la lógica de Dios,
la lógica de la atención a los demás, la lógica del amor: como escribe
sintéticamente Romano Guardini, «en la forma de una relación: a partir de
Dios, con vistas a Dios» (Accettare se stessi, Brescia 1992, p. 44).
EL MARTIRIO
20100811. Audiencia general.
Quiero ahora detenerme brevemente a hablar sobre el martirio, forma
de amor total a Dios.
¿En qué se funda el martirio? La respuesta es sencilla: en la muerte de
Jesús, en su sacrificio supremo de amor, consumado en la cruz a fin de que
pudiéramos tener la vida (cf. Jn 10, 10). Cristo es el siervo que sufre, de
quien habla el profeta Isaías (cf. Is 52, 13-15), que se entregó a sí mismo
como rescate por muchos (cf. Mt 20, 28). Él exhorta a sus discípulos, a
cada uno de nosotros, a tomar cada día nuestra cruz y a seguirlo por el
camino del amor total a Dios Padre y a la humanidad: «El que no toma su
cruz y me sigue —nos dice— no es digno de mí. El que encuentre su
vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la encontrará» (Mt 10, 38-
39). Es la lógica del grano de trigo que muere para germinar y dar vida
(cf. Jn 12, 24). Jesús mismo «es el grano de trigo venido de Dios, el grano
de trigo divino, que se deja caer en tierra, que se deja partir, romper en la
muerte y, precisamente de esta forma, se abre y puede dar fruto en todo el
222
mundo» (Benedicto XVI, Visita a la Iglesia luterana de Roma, 14 de
marzo de 2010;L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 21 de
marzo de 2010, p. 8). El mártir sigue al Señor hasta las últimas
consecuencias, aceptando libremente morir por la salvación del mundo, en
una prueba suprema de fe y de amor (cf. Lumen gentium, 42).
Una vez más, ¿de dónde nace la fuerza para afrontar el martirio? De la
profunda e íntima unión con Cristo, porque el martirio y la vocación al
martirio no son el resultado de un esfuerzo humano, sino la respuesta a
una iniciativa y a una llamada de Dios; son un don de su gracia, que nos
hace capaces de dar la propia vida por amor a Cristo y a la Iglesia, y así al
mundo. Si leemos la vida de los mártires quedamos sorprendidos por la
serenidad y la valentía a la hora de afrontar el sufrimiento y la muerte: el
poder de Dios se manifiesta plenamente en la debilidad, en la pobreza de
quien se encomienda a él y sólo en él pone su esperanza (cf. 2 Co 12, 9).
Pero es importante subrayar que la gracia de Dios no suprime o sofoca la
libertad de quien afronta el martirio, sino, al contrario, la enriquece y la
exalta: el mártir es una persona sumamente libre, libre respecto del poder,
del mundo: una persona libre, que en un único acto definitivo entrega toda
su vida a Dios, y en un acto supremo de fe, de esperanza y de caridad se
abandona en las manos de su Creador y Redentor; sacrifica su vida para
ser asociado de modo total al sacrificio de Cristo en la cruz. En una
palabra, el martirio es un gran acto de amor en respuesta al inmenso amor
de Dios.
Queridos hermanos y hermanas, como dije el miércoles pasado,
probablemente nosotros no estamos llamados al martirio, pero ninguno de
nosotros queda excluido de la llamada divina a la santidad, a vivir en
medida alta la existencia cristiana, y esto conlleva tomar sobre sí la cruz
cada día. Todos, sobre todo en nuestro tiempo, en el que parece que
prevalecen el egoísmo y el individualismo, debemos asumir como primer
y fundamental compromiso crecer día a día en un amor mayor a Dios y a
los hermanos para transformar nuestra vida y transformar así también
nuestro mundo. Por intercesión de los santos y de los mártires pidamos al
Señor que inflame nuestro corazón para ser capaces de amar como él nos
ha amado a cada uno de nosotros.
MARÍA REINA
20100822. Ángelus
Ocho días después de la solemnidad de su Asunción al cielo, la liturgia
nos invita a venerar a la santísima Virgen María con el título de «Reina».
Contemplamos a la Madre de Cristo coronada por su Hijo, es decir,
asociada a su realeza universal, tal como la representan muchos mosaicos
y cuadros. También esta memoria cae este año en domingo, cobrando una
luz mayor gracias a la Palabra de Dios y a la celebración de la Pascua
semanal. En particular, el icono de la Virgen María Reina encuentra una
confirmación significativa en el Evangelio de hoy, donde Jesús afirma:
«Hay algunos que son los últimos y serán los primeros, y hay otros que
son los primeros y serán los últimos» (Lc 13, 30). Se trata de una típica
expresión de Cristo, referida varias veces por los Evangelistas, con
fórmulas parecidas, pues evidentemente refleja un tema muy arraigado en
su predicación profética. La Virgen es el ejemplo perfecto de esta verdad
evangélica, es decir, que Dios humilla a los soberbios y poderosos de este
mundo y enaltece a los humildes (cf. Lc 1, 52).
La pequeña y sencilla muchacha de Nazaret se ha convertido en la
Reina del mundo. Esta es una de las maravillas que revelan el corazón de
Dios. Naturalmente la realeza de María depende totalmente de la de
Cristo: él es el Señor, a quien, después de la humillación de la muerte en la
cruz, el Padre ha exaltado por encima de toda criatura en los cielos, en la
tierra y en los abismos (cf. Flp 2, 9-11). Por un designio de la gracia, la
Madre Inmaculada ha sido plenamente asociada al misterio del Hijo: a su
encarnación; a su vida terrena, primero oculta en Nazaret y después
manifestada en el ministerio mesiánico; a su pasión y muerte; y por último
a la gloria de la resurrección y ascensión al cielo. La Madre compartió con
el Hijo no sólo los aspectos humanos de este misterio, sino también, por
obra del Espíritu Santo en ella, la intención profunda, la voluntad divina,
de manera que toda su existencia, pobre y humilde, fue elevada,
transformada, glorificada, pasando a través de la «puerta estrecha» que es
Jesús mismo (cf. Lc 13, 24). Sí, María es la primera que pasó por el
«camino» abierto por Cristo para entrar en el reino de Dios, un camino
accesible a los humildes, a quienes se fían de la Palabra de Dios y se
comprometen a ponerla en práctica.
En la historia de las ciudades y de los pueblos evangelizados por el
mensaje cristiano son innumerables los testimonios de veneración pública,
en algunos casos incluso institucional, de la realeza de la Virgen María.
Pero hoy queremos sobre todo renovar, como hijos de la Iglesia, nuestra
devoción a Aquella que Jesús nos ha dejado como Madre y Reina.
Encomendamos a su intercesión la oración diaria por la paz,
228
especialmente allí donde más golpea la absurda lógica de la violencia,
para que todos los hombres se persuadan de que en este mundo debemos
ayudarnos unos a otros como hermanos para construir la civilización del
amor. Maria, Regina pacis, ora pro nobis!
LA EDUCACIÓN CATÓLICA
20100917. Discurso. Colegio universitario de Twickenham,
Londres
Saludo a los profesores.
Como sabéis, la tarea de un maestro no es sencillamente comunicar
información o proporcionar capacitación en unas habilidades orientadas al
beneficio económico de la sociedad; la educación no es y nunca debe
considerarse como algo meramente utilitario. Se trata de la formación de
la persona humana, preparándola para vivir en plenitud. En una palabra, se
trata de impartir sabiduría. Y la verdadera sabiduría es inseparable del
conocimiento del Creador, porque «en sus manos estamos nosotros y
nuestras palabras y toda la prudencia y destreza de nuestras obras»
(Sab 7,16).
Los monjes percibieron con claridad esta dimensión trascendente del
estudio y la enseñanza, que tanto contribuyó a la evangelización de estas
islas. Me refiero a los benedictinos que acompañaron a San Agustín en su
misión a Inglaterra; a los discípulos de San Columbano, que propagaron la
fe por Escocia y el norte de Inglaterra; a San David y sus compañeros en
249
Gales. Ya que la búsqueda de Dios, que está en el corazón de la vocación
monástica, requiere un compromiso activo con los medios por los que Él
se da a conocer —su creación y su Palabra revelada—, era natural que el
monasterio tuviera una biblioteca y una escuela (cf. Discurso a los
representantes del mundo de la cultura en el "Colegio de los Bernardinos”
en París, el 12 de septiembre de 2008). La dedicación monacal al
aprendizaje como senda de encuentro con la Palabra de Dios encarnada
sentó las bases de nuestra cultura y civilización occidentales.
Al mirar a mi alrededor hoy en día, veo a muchos religiosos de vida
activa cuyo carisma incluye la educación de los jóvenes. Ello me ofrece la
oportunidad de dar gracias a Dios por la vida y obra de la Venerable María
Ward, originaria de esta tierra, cuya visión de la vida religiosa apostólica
femenina ha dado tantos frutos. Yo mismo, siendo niño, fui educado por
las “Damas Inglesas”, y tengo hacia ellas una profunda deuda de gratitud.
Muchos pertenecéis a congregaciones dedicadas a la enseñanza, que han
llevado la luz del Evangelio a tierras lejanas, como parte de la gran obra
misionera de la Iglesia. También doy gracias a Dios por esto y le alabo. A
menudo, pusisteis las bases de la previsión educativa mucho antes de que
el Estado asumiera la responsabilidad de este servicio vital tanto para el
individuo como para la sociedad. Como los papeles respectivos de la
Iglesia y el Estado en el ámbito de la educación siguen evolucionando,
nunca olvidéis que los religiosos tienen una única contribución que ofrecer
a este apostolado, sobre todo a través de sus vidas consagradas a Dios y
por medio de su fidelidad: el testimonio de amor a Cristo, el Maestro por
excelencia.
En efecto, la presencia de los religiosos en las escuelas católicas es un
signo que recuerda intensamente el tan discutido ethos católico que debe
permear todos los aspectos de la vida escolar. Esto va más allá de la
evidente exigencia de que el contenido de la enseñanza concuerde siempre
con la doctrina de la Iglesia. Se trata de que la vida de fe sea la fuerza
impulsora de toda actividad escolar, para que la misión de la Iglesia se
desarrolle con eficacia, y los jóvenes puedan descubrir la alegría de
participar en "el ser para los demás", propio de Cristo (cf. Spe Salvi, 28).
AUMÉNTANOS LA FE
20101003. Homilia. Palermo
Es grande mi alegría al poder partir con vosotros el pan de la Palabra
de Dios y de la Eucaristía.
Queridos hermanos y hermanas, toda asamblea litúrgica es espacio de
la presencia de Dios. Reunidos para la sagrada Eucaristía, los discípulos
del Señor se sumergen en el sacrificio redentor de Cristo, proclaman que
él ha resucitado, está vivo y es dador de la vida, y testimonian que su
presencia es gracia, fuerza y alegría. Abramos el corazón a su palabra y
acojamos el don de su presencia. Todos los textos de la liturgia de este
domingo nos hablan de la fe, que es el fundamento de toda la vida
cristiana. Jesús educó a sus discípulos a crecer en la fe, a creer y a confiar
cada vez más en él, para construir su propia vida sobre roca. Por esto le
piden: «Auméntanos la fe» (Lc 17, 6). Es una bella petición que dirigen al
Señor, es la petición fundamental: los discípulos no piden bienes
materiales, no piden privilegios; piden la gracia de la fe, que oriente e
ilumine toda la vida; piden la gracia de reconocer a Dios y poder estar en
relación íntima con él, recibiendo de él todos sus dones, incluso los de la
valentía, el amor y la esperanza.
Sin responder directamente a su petición, Jesús recurre a una imagen
paradójica para expresar la increíble vitalidad de la fe. Como una palanca
271
mueve mucho más que su propio peso, así la fe, incluso una pizca de fe, es
capaz de realizar cosas impensables, extraordinarias, como arrancar de
raíz un árbol grande y transplantarlo en el mar (ib.). La fe —fiarse de
Cristo, acogerlo, dejar que nos transforme, seguirlo sin reservas— hace
posibles las cosas humanamente imposibles, en cualquier realidad. Nos da
testimonio de esto el profeta Habacuc en la primera lectura. Implora al
Señor a partir de una situación tremenda de violencia, de iniquidad y de
opresión; y precisamente en esta situación difícil y de inseguridad, el
profeta introduce una visión que ofrece una parte del proyecto que Dios
está trazando y realizando en la historia: «El injusto tiene el alma
hinchada, pero el justo vivirá por su fe» (Ha 2, 4). El impío, el que no
actúa según la voluntad de Dios, confía en su propio poder, pero se apoya
en una realidad frágil e inconsistente; por ello se doblará, está destinado a
caer; el justo, en cambio, confía en una realidad oculta pero sólida; confía
en Dios y por ello tendrá la vida.
La segunda parte del Evangelio de hoy presenta otra enseñanza, una
enseñanza de humildad, pero que está estrechamente ligada a la fe. Jesús
nos invita a ser humildes y pone el ejemplo de un siervo que ha trabajado
en el campo. Cuando regresa a casa, el patrón le pide que trabaje más.
Según la mentalidad del tiempo de Jesús, el patrón tenía pleno derecho a
hacerlo. El siervo debía al patrón una disponibilidad completa, y el patrón
no se sentía obligado hacia él por haber cumplido las órdenes recibidas.
Jesús nos hace tomar conciencia de que, frente a Dios, nos encontramos en
una situación semejante: somos siervos de Dios; no somos acreedores
frente a él, sino que somos siempre deudores, porque a él le debemos todo,
porque todo es un don suyo. Aceptar y hacer su voluntad es la actitud que
debemos tener cada día, en cada momento de nuestra vida. Ante Dios no
debemos presentarnos nunca como quien cree haber prestado un servicio y
por ello merece una gran recompensa. Esta es una falsa concepción que
puede nacer en todos, incluso en las personas que trabajan mucho al
servicio del Señor, en la Iglesia. En cambio, debemos ser conscientes de
que, en realidad, no hacemos nunca bastante por Dios. Debemos decir,
como nos sugiere Jesús: «Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que
teníamos que hacer» (Lc 17, 10). Esta es una actitud de humildad que nos
pone verdaderamente en nuestro sitio y permite al Señor ser muy generoso
con nosotros. En efecto, en otra parte del Evangelio nos promete que «se
ceñirá, nos pondrá a su mesa y nos servirá» (cf. Lc 12, 37). Queridos
amigos, si hacemos cada día la voluntad de Dios, con humildad, sin
pretender nada de él, será Jesús mismo quien nos sirva, quien nos ayude,
quien nos anime, quien nos dé fuerza y serenidad.
También el apóstol san Pablo, en la segunda lectura de hoy, habla de la
fe. Invita a Timoteo a tener fe y, por medio de ella, a practicar la caridad.
Exhorta al discípulo a reavivar en la fe el don de Dios que está en él por la
imposición de las manos de Pablo, es decir, el don de la ordenación,
recibido para desempeñar el ministerio apostólico como colaborador de
Pablo (cf. 2 Tm 1, 6). No debe dejar apagar este don; debe hacerlo cada
vez más vivo por medio de la fe. Y el Apóstol añade: «Dios no nos ha
272
dado un espíritu de timidez, sino de fortaleza, de amor y de templanza» (v.
7).
Queridos palermitanos y queridos sicilianos, vuestra bella isla fue una
de las primeras regiones de Italia que acogió la fe de los apóstoles, recibió
el anuncio de la Palabra de Dios y se adhirió a la fe de una manera tan
generosa que, incluso en medio de las dificultades y las persecuciones,
siempre ha germinado en ella la flor de la santidad. Sicilia ha sido y es
tierra de santos, pertenecientes a todas las condiciones de vida, que ha
vivido el Evangelio con sencillez e integridad. A vosotros, fieles laicos, os
repito: ¡no tengáis miedo de vivir y testimoniar la fe en los diversos
ambientes de la sociedad, en las múltiples situaciones de la existencia
humana, sobre todo en las difíciles! La fe os da la fuerza de Dios para
tener siempre confianza y valentía, para seguir adelante con nueva
decisión, para emprender las iniciativas necesarias a fin de dar un rostro
cada vez más bello a vuestra tierra. Y cuando encontréis la oposición del
mundo, escuchad las palabras del Apóstol: «No tengas miedo de dar la
cara por nuestro Señor» (v. 8). Hay que avergonzarse del mal, de lo que
ofende a Dios, de lo que ofende al hombre; hay que avergonzarse del mal
que se produce a la comunidad civil y religiosa con acciones que se
pretende que queden ocultas. La tentación del desánimo, de la resignación,
afecta a quien es débil en la fe, a quien confunde el mal con el bien, a
quien piensa que ante el mal, con frecuencia profundo, no hay nada que
hacer. En cambio, quien está sólidamente fundado en la fe, quien tiene
plena confianza en Dios y vive en la Iglesia, es capaz de llevar la fuerza
extraordinaria del Evangelio. Así se comportaron los santos y las santas
que florecieron a lo largo de los siglos en Palermo y en toda Sicilia, así
como laicos y sacerdotes de hoy, bien conocidos a vosotros, como por
ejemplo don Pino Puglisi. Que sean ellos quienes os mantengan siempre
unidos y alimenten en cada uno el deseo de proclamar, con las palabras y
las obras, la presencia y el amor de Cristo. Pueblo de Sicilia, mira con
esperanza tu futuro. Haz emerger en toda su luz el bien que quieres, que
buscas y que tienes. Vive con valentía los valores del Evangelio para hacer
que resplandezca la luz del bien. Con la fuerza de Dios todo es posible.
Que la Madre de Cristo, la Virgen Odigitria, tan venerada por vosotros, os
asista y os lleve al conocimiento profundo de su Hijo.
EUROPA Y LA FAMILIA
20101110. Audiencia general. Viaje a Santiago y Barcelona
Precisamente la fe en Cristo es lo que da sentido a Compostela, un
lugar espiritualmente extraordinario, que sigue siendo punto de referencia
para la Europa de hoy en sus nuevas configuraciones y perspectivas.
Conservar y reforzar la apertura a lo trascendente, así como un diálogo
fecundo entre fe y razón, entre política y religión, entre economía y ética,
permitirá construir una Europa que, fiel a sus imprescindibles raíces
cristianas, responda plenamente a su vocación y misión en el mundo. Por
eso, seguro de las inmensas posibilidades del continente europeo y
confiando en su futuro de esperanza, invité a Europa a abrirse cada vez
más a Dios, favoreciendo así las perspectivas de un auténtico encuentro,
respetuoso y solidario, con las poblaciones y las civilizaciones de los
demás continentes.
Después, el domingo, tuve la alegría verdaderamente grande de
presidir, en Barcelona, la dedicación de la iglesia de la Sagrada Familia,
que declaré basílica menor. Al contemplar la grandiosidad y la belleza de
ese edificio, que invita a elevar la mirada y el alma hacia lo alto, hacia
Dios, recordaba las grandes construcciones religiosas, como las catedrales
del Medievo, que han marcado profundamente la historia y la fisonomía
de las principales ciudades de Europa. Esa obra espléndida —riquísima en
simbología religiosa, preciosa en la trama de las formas, fascinante en el
juego de las luces y de los colores— casi una inmensa escultura de piedra,
fruto de la fe profunda, de la sensibilidad espiritual y del talento artístico
de Antoni Gaudí, remite al verdadero santuario, el lugar del culto real, el
cielo, adonde Cristo entró para presentarse ante Dios en favor nuestro
(cf.Hb 9, 24). El genial arquitecto, en ese magnífico templo, ha sabido
representar de modo admirable el misterio de la Iglesia, a la cual los fieles
son incorporados con el Bautismo como piedras vivas para la construcción
de un edificio espiritual (cf. 1 P 2, 5).
Gaudí concibió y proyectó la iglesia de la Sagrada Familia como una
gran catequesis sobre Jesucristo, como un canto de alabanza al Creador.
En ese edificio tan imponente puso su genialidad al servicio de la belleza.
De hecho, la extraordinaria capacidad expresiva y simbólica de las formas
y de los motivos artísticos, así como las innovadoras técnicas
arquitectónicas y escultóricas, evocan la Fuente suprema de toda belleza.
El famoso arquitecto consideró este trabajo como una misión en la cual
estaba implicada toda su persona. Desde el momento en que aceptó el
encargo de la construcción de esa iglesia, su vida quedó marcada por un
cambio profundo. Emprendió así una intensa práctica de oración, ayuno y
pobreza, al sentir la necesidad de prepararse espiritualmente para lograr
325
expresar en la realidad material el misterio insondable de Dios. Se puede
decir que, mientras Gaudí trabajaba en la construcción del templo, Dios
construía en él el edificio espiritual (cf.Ef 2, 22), fortaleciéndolo en la fe y
acercándolo cada vez más a la intimidad con Cristo. Inspirándose
continuamente en la naturaleza, obra del Creador, y dedicándose con
pasión a conocer la Sagrada Escritura y la liturgia, supo realizar en el
corazón de la ciudad un edificio digno de Dios y, por eso mismo, digno
del hombre.
En Barcelona visité también la Obra del «Nen Déu», una iniciativa
ultracentenaria, muy vinculada a esa archidiócesis, donde cuidan, con
profesionalidad y amor, a niños y jóvenes discapacitados. Sus vidas son
preciosas a los ojos de Dios y nos invitan constantemente a salir de
nuestro egoísmo. También bendije la primera piedra de una nueva
residencia que formará parte de esta Obra, donde todo habla de caridad, de
respeto de la persona y de su dignidad, de alegría profunda, porque el ser
humano vale por lo que es, y no sólo por lo que hace.
Mientras estaba en Barcelona oré intensamente por las familias,
células vitales y esperanza de la sociedad y de la Iglesia. Recordé también
a los que sufren, especialmente en estos momentos de serias dificultades
económicas. Tuve presentes, al mismo tiempo, a los jóvenes —que me
acompañaron en toda la visita a Santiago y a Barcelona con su entusiasmo
y su alegría— para que descubran la belleza, el valor y el compromiso del
matrimonio, en el que un hombre y una mujer forman una familia, que con
generosidad acoge la vida y la acompaña desde su concepción hasta su
término natural. Todo lo que se hace para sostener el matrimonio y la
familia, para ayudar a las personas más necesitadas, todo lo que aumenta
la grandeza del hombre y su inviolable dignidad, contribuye al
perfeccionamiento de la sociedad. Ningún esfuerzo es vano en este
sentido.
CRISTO REY
20101121. Ángelus
Hoy nuestra cita para la oración del Ángelus adquiere una luz especial,
en el contexto de la solemnidad de la Inmaculada Concepción de María.
En la liturgia de esta fiesta, se proclama el evangelio de la Anunciación
(Lc 1, 26-38), que contiene precisamente el diálogo entre el ángel Gabriel
345
y la Virgen. «¡Alégrate, llena de gracia!, el Señor está contigo», dice el
mensajero de Dios, y de este modo revela la identidad más profunda de
María, el «nombre», por así decir, con el que Dios mismo la conoce:
«llena de gracia». Esta expresión, que nos resulta tan familiar desde la
infancia, pues la pronunciamos cada vez que rezamos el Avemaría, nos
explica el misterio que hoy celebramos. De hecho, María, desde el
momento en que fue concebida por sus padres, fue objeto de una singular
predilección por parte de Dios, quien en su designio eterno la escogió para
ser madre de su Hijo hecho hombre y, por consiguiente, preservada del
pecado original. Por eso, el ángel se dirige a ella con este nombre, que
implícitamente significa: «colmada desde siempre del amor de Dios», de
su gracia.
El misterio de la Inmaculada Concepción es fuente de luz interior, de
esperanza y de consuelo. En medio de las pruebas de la vida, y
especialmente de las contradicciones que experimenta el hombre en su
interior y a su alrededor, María, Madre de Cristo, nos dice que la Gracia es
más grande que el pecado, que la misericordia de Dios es más poderosa
que el mal y sabe transformarlo en bien. Por desgracia, cada día nosotros
experimentamos el mal, que se manifiesta de muchas maneras en las
relaciones y en los acontecimientos, pero que tiene su raíz en el corazón
del hombre, un corazón herido, enfermo e incapaz de curarse por sí solo.
La Sagrada Escritura nos revela que en el origen de todo mal se encuentra
la desobediencia a la voluntad de Dios, y que la muerte ha dominado
porque la libertad humana ha cedido a la tentación del Maligno. Pero Dios
no desfallece en su designio de amor y de vida: a través de un largo y
paciente camino de reconciliación ha preparado la alianza nueva y eterna,
sellada con la sangre de su Hijo, que para ofrecerse a sí mismo en
expiación «nació de mujer» (cf. Ga 4, 4). Esta mujer, la Virgen María, se
benefició anticipadamente de la muerte redentora de su Hijo y desde la
concepción fue preservada del contagio de la culpa. Por eso, con su
corazón inmaculado, nos dice: confiad en Jesús, él os salvará.
1
Cf. Carta Enc. Caritas in veritate, 29.55-57.
352
todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente (cf. Mt 22, 37). Éste
es el sentimiento que inspira y guía el Mensaje para la XLIV Jornada
Mundial de la Paz, dedicado al tema: La libertad religiosa, camino para la
paz.
Derecho sagrado a la vida y a una vida espiritual
2. El derecho a la libertad religiosa se funda en la misma dignidad de
la persona humana2, cuya naturaleza trascendente no se puede ignorar o
descuidar. Dios creó al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza
(cf. Gn 1, 27). Por eso, toda persona es titular del derecho sagrado a una
vida íntegra, también desde el punto de vista espiritual. Si no se reconoce
su propio ser espiritual, sin la apertura a la trascendencia, la persona
humana se repliega sobre sí misma, no logra encontrar respuestas a los
interrogantes de su corazón sobre el sentido de la vida, ni conquistar
valores y principios éticos duraderos, y tampoco consigue siquiera
experimentar una auténtica libertad y desarrollar una sociedad justa3.
La Sagrada Escritura, en sintonía con nuestra propia experiencia,
revela el valor profundo de la dignidad humana: «Cuando contemplo el
cielo, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que has creado, ¿qué es el
hombre, para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle poder? Lo
hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad, le
diste el mando sobre las obras de tus manos, todo lo sometiste bajo sus
pies» (Sal 8, 4-7).
Ante la sublime realidad de la naturaleza humana, podemos
experimentar el mismo asombro del salmista. Ella se manifiesta como
apertura al Misterio, como capacidad de interrogarse en profundidad sobre
sí mismo y sobre el origen del universo, como íntima resonancia del Amor
supremo de Dios, principio y fin de todas las cosas, de cada persona y de
los pueblos4. La dignidad trascendente de la persona es un valor esencial
de la sabiduría judeo-cristiana, pero, gracias a la razón, puede ser
reconocida por todos. Esta dignidad, entendida como capacidad de
trascender la propia materialidad y buscar la verdad, ha de ser reconocida
como un bien universal, indispensable para la construcción de una
sociedad orientada a la realización y plenitud del hombre. El respeto de
los elementos esenciales de la dignidad del hombre, como el derecho a la
vida y a la libertad religiosa, es una condición para la legitimidad moral de
toda norma social y jurídica.
Libertad religiosa y respeto recíproco
3. La libertad religiosa está en el origen de la libertad moral. En efecto,
la apertura a la verdad y al bien, la apertura a Dios, enraizada en la
naturaleza humana, confiere a cada hombre plena dignidad, y es garantía
2
Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decl. Dignitatis humanae, sobre la libertad
religiosa, 2.
3
Cf. Cart. enc. Caritas in veritate, 78.
4
Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decl. Nostra aetate, sobre las relaciones de
la Iglesia con las religiones no cristianas, 1.
353
del respeto pleno y recíproco entre las personas. Por tanto, la libertad
religiosa se ha de entender no sólo como ausencia de coacción, sino antes
aún como capacidad de ordenar las propias opciones según la verdad.
Entre libertad y respeto hay un vínculo inseparable; en efecto, «al
ejercer sus derechos, los individuos y grupos sociales están obligados por
la ley moral a tener en cuenta los derechos de los demás y sus deberes con
relación a los otros y al bien común de todos»5.
Una libertad enemiga o indiferente con respecto a Dios termina por
negarse a sí misma y no garantiza el pleno respeto del otro. Una voluntad
que se cree radicalmente incapaz de buscar la verdad y el bien no tiene
razones objetivas y motivos para obrar, sino aquellos que provienen de sus
intereses momentáneos y pasajeros; no tiene una “identidad” que custodiar
y construir a través de las opciones verdaderamente libres y conscientes.
No puede, pues, reclamar el respeto por parte de otras “voluntades”, que
también están desconectadas de su ser más profundo, y que pueden hacer
prevalecer otras “razones” o incluso ninguna “razón”. La ilusión de
encontrar en el relativismo moral la clave para una pacífica convivencia,
es en realidad el origen de la división y negación de la dignidad de los
seres humanos. Se comprende entonces la necesidad de reconocer una
doble dimensión en la unidad de la persona humana: la religiosa y
la social. A este respecto, es inconcebible que los creyentes «tengan que
suprimir una parte de sí mismos –su fe- para ser ciudadanos activos.
Nunca debería ser necesario renegar de Dios para poder gozar de los
propios derechos»6.
La familia, escuela de libertad y de paz
4. Si la libertad religiosa es camino para la paz, la educación
religiosa es una vía privilegiada que capacita a las nuevas generaciones
para reconocer en el otro a su propio hermano o hermana, con quienes
camina y colabora para que todos se sientan miembros vivos de la misma
familia humana, de la que ninguno debe ser excluido.
La familia fundada sobre el matrimonio, expresión de la unión íntima
y de la complementariedad entre un hombre y una mujer, se inserta en este
contexto como la primera escuela de formación y crecimiento social,
cultural, moral y espiritual de los hijos, que deberían ver siempre en el
padre y la madre el primer testimonio de una vida orientada a la búsqueda
de la verdad y al amor de Dios. Los mismos padres deberían tener la
libertad de poder transmitir a los hijos, sin constricciones y con
responsabilidad, su propio patrimonio de fe, valores y cultura. La familia,
primera célula de la sociedad humana, sigue siendo el ámbito primordial
de formación para unas relaciones armoniosas en todos los ámbitos de la
convivencia humana, nacional e internacional. Éste es el camino que se ha
de recorrer con sabiduría para construir un tejido social sólido y solidario,
5
Ibíd., Decl. Dignitatis humanae, sobre la libertad religiosa, 7
6
Discurso a la Asamblea General de la Organización de las Naciones
Unidas (18 abril 2008); AAS 100
(2008), 337.
354
y preparar a los jóvenes para que, con un espíritu de comprensión y de
paz, asuman su propia responsabilidad en la vida, en una sociedad libre.
Un patrimonio común
5. Se puede decir que, entre los derechos y libertades fundamentales
enraizados en la dignidad de la persona, la libertad religiosa goza de un
estatuto especial. Cuando se reconoce la libertad religiosa, la dignidad de
la persona humana se respeta en su raíz, y se refuerzan el ethos y las
instituciones de los pueblos. Y viceversa, cuando se niega la libertad
religiosa, cuando se intenta impedir la profesión de la propia religión o fe
y vivir conforme a ellas, se ofende la dignidad humana, a la vez que se
amenaza la justicia y la paz, que se fundan en el recto orden social
construido a la luz de la Suma Verdad y Sumo Bien.
La libertad religiosa significa también, en este sentido, una conquista
de progreso político y jurídico. Es un bien esencial: toda persona ha de
poder ejercer libremente el derecho a profesar y manifestar,
individualmente o comunitariamente, la propia religión o fe, tanto en
público como en privado, por la enseñanza, la práctica, las publicaciones,
el culto o la observancia de los ritos. No debería haber obstáculos si
quisiera adherirse eventualmente a otra religión, o no profesar ninguna. En
este ámbito, el ordenamiento internacional resulta emblemático y es una
referencia esencial para los Estados, ya que no consiente ninguna
derogación de la libertad religiosa, salvo la legítima exigencia del justo
orden público7. El ordenamiento internacional, por tanto, reconoce a los
derechos de naturaleza religiosa el mismo status que el derecho a la vida y
a la libertad personal, como prueba de su pertenencia al núcleo esencial de
los derechos del hombre, de los derechos universales y naturales que la ley
humana jamás puede negar.
La libertad religiosa no es patrimonio exclusivo de los creyentes, sino
de toda la familia de los pueblos de la tierra. Es un elemento
imprescindible de un Estado de derecho; no se puede negar sin dañar al
mismo tiempo los demás derechos y libertades fundamentales, pues es su
síntesis y su cumbre. Es un «indicador para verificar el respeto de todos
los demás derechos humanos»8. Al mismo tiempo que favorece el ejercicio
de las facultades humanas más específicas, crea las condiciones necesarias
para la realización de un desarrollo integral, que concierne de manera
unitaria a la totalidad de la persona en todas sus dimensiones9.
La dimensión pública de la religión
6. La libertad religiosa, como toda libertad, aunque proviene de la
esfera personal, se realiza en la relación con los demás. Una libertad sin
relación no es una libertad completa. La libertad religiosa no se agota en la
7
Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decl. Dignitatis humanae, sobre la libertad
religiosa, 2
8
Juan Pablo II, Discurso a la Asamblea de la Organización para la se-
guridad y la cooperación en Europa (OSCE), (10 octubre 2003),
1: AAS 96 (2004), 111.
9
Cf. Carta Enc. Caritas in veritate, 11.
355
simple dimensión individual, sino que se realiza en la propia comunidad y
en la sociedad, en coherencia con el ser relacional de la persona y la
naturaleza pública de la religión.
La relacionalidad es un componente decisivo de la libertad religiosa,
que impulsa a las comunidades de los creyentes a practicar la solidaridad
con vistas al bien común. En esta dimensión comunitaria cada persona
sigue siendo única e irrepetible y, al mismo tiempo, se completa y realiza
plenamente.
Es innegable la aportación que las comunidades religiosas dan a la
sociedad. Son muchas las instituciones caritativas y culturales que dan
testimonio del papel constructivo de los creyentes en la vida social. Más
importante aún es la contribución ética de la religión en el ámbito político.
No se la debería marginar o prohibir, sino considerarla como una
aportación válida para la promoción del bien común. En esta perspectiva,
hay que mencionar la dimensión religiosa de la cultura, que a lo largo de
los siglos se ha forjado gracias a la contribución social y, sobre todo, ética
de la religión. Esa dimensión no constituye de ninguna manera una
discriminación para los que no participan de la creencia, sino que más
bien refuerza la cohesión social, la integración y la solidaridad.
La libertad religiosa, fuerza de libertad y de civilización: los peligros
de su instrumentalización
7. La instrumentalización de la libertad religiosa para enmascarar
intereses ocultos, como por ejemplo la subversión del orden constituido, la
acumulación de recursos o la retención del poder por parte de un grupo,
puede provocar daños enormes a la sociedad. El fanatismo, el
fundamentalismo, las prácticas contrarias a la dignidad humana, nunca se
pueden justificar y mucho menos si se realizan en nombre de la religión.
La profesión de una religión no se puede instrumentalizar ni imponer por
la fuerza. Es necesario, entonces, que los Estados y las diferentes
comunidades humanas no olviden nunca que la libertad religiosa es
condición para la búsqueda de la verdad y que la verdad no se impone con
la violencia sino por «la fuerza de la misma verdad» 10. En este sentido, la
religión es una fuerza positiva y promotora de la construcción de la
sociedad civil y política.
¿Cómo negar la aportación de las grandes religiones del mundo al
desarrollo de la civilización? La búsqueda sincera de Dios ha llevado a un
mayor respeto de la dignidad del hombre. Las comunidades cristianas, con
su patrimonio de valores y principios, han contribuido mucho a que las
personas y los pueblos hayan tomado conciencia de su propia identidad y
dignidad, así como a la conquista de instituciones democráticas y a la
afirmación de los derechos del hombre con sus respectivas obligaciones.
También hoy, en una sociedad cada vez más globalizada, los cristianos
están llamados a dar su aportación preciosa al fatigoso y apasionante
10
Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decl. Dignitatis humanae, sobre la libertad
religiosa, 1.
356
compromiso por la justicia, al desarrollo humano integral y a la recta
ordenación de las realidades humanas, no sólo con un compromiso civil,
económico y político responsable, sino también con el testimonio de su
propia fe y caridad. La exclusión de la religión de la vida pública, priva a
ésta de un espacio vital que abre a la trascendencia. Sin esta experiencia
primaria resulta difícil orientar la sociedad hacia principios éticos
universales, así como al establecimiento de ordenamientos nacionales e
internacionales en que los derechos y libertades fundamentales puedan ser
reconocidos y realizados plenamente, conforme a lo propuesto en los
objetivos de la Declaración Universal de los derechos del hombre de 1948,
aún hoy por desgracia incumplidos o negados.
Una cuestión de justicia y de civilización: el fundamentalismo y la
hostilidad contra los creyentes comprometen la laicidad positiva de los
Estados
8. La misma determinación con la que se condenan todas las formas de
fanatismo y fundamentalismo religioso ha de animar la oposición a todas
las formas de hostilidad contra la religión, que limitan el papel público de
los creyentes en la vida civil y política.
No se ha de olvidar que el fundamentalismo religioso y el laicismo son
formas especulares y extremas de rechazo del legítimo pluralismo y del
principio de laicidad. En efecto, ambos absolutizan una visión reductiva y
parcial de la persona humana, favoreciendo, en el primer caso, formas de
integrismo religioso y, en el segundo, de racionalismo. La sociedad que
quiere imponer o, al contrario, negar la religión con la violencia, es injusta
con la persona y con Dios, pero también consigo misma. Dios llama a sí a
la humanidad con un designio de amor que, implicando a toda la persona
en su dimensión natural y espiritual, reclama una correspondencia en
términos de libertad y responsabilidad, con todo el corazón y el propio ser,
individual y comunitario. Por tanto, también la sociedad, en cuanto
expresión de la persona y del conjunto de sus dimensiones constitutivas,
debe vivir y organizarse de tal manera que favorezca la apertura a la
trascendencia. Por eso, las leyes y las instituciones de una sociedad no se
pueden configurar ignorando la dimensión religiosa de los ciudadanos, o
de manera que prescinda totalmente de ella. A través de la acción
democrática de ciudadanos conscientes de su alta vocación, se han de
conmensurar con el ser de la persona, para poder secundarlo en su
dimensión religiosa. Al no ser ésta una creación del Estado, no puede ser
manipulada, sino que más bien debe reconocerla y respetarla.
El ordenamiento jurídico en todos los niveles, nacional e internacional,
cuando consiente o tolera el fanatismo religioso o antirreligioso, no
cumple con su misión, que consiste en la tutela y promoción de la justicia
y el derecho de cada uno. Éstas últimas no pueden quedar al arbitrio del
legislador o de la mayoría porque, como ya enseñaba Cicerón, la justicia
consiste en algo más que un mero acto productor de la ley y su aplicación.
Implica el reconocimiento de la dignidad de cada uno11, la cual, sin
11
Cf. Cicerón, De inventione, II, 160.
357
libertad religiosa garantizada y vivida en su esencia, resulta mutilada y
vejada, expuesta al peligro de caer en el predominio de los ídolos, de
bienes relativos transformados en absolutos. Todo esto expone a la
sociedad al riesgo de totalitarismos políticos e ideológicos, que enfatizan
el poder público, mientras se menoscaba y coarta la libertad de conciencia,
de pensamiento y de religión, como si fueran rivales.
Diálogo entre instituciones civiles y religiosas
9. El patrimonio de principios y valores expresados en una religiosidad
auténtica es una riqueza para los pueblos y su ethos. Se dirige
directamente a la conciencia y a la razón de los hombres y mujeres,
recuerda el imperativo de la conversión moral, motiva el cultivo y la
práctica de las virtudes y la cercanía hacia los demás con amor, bajo el
signo de la fraternidad, como miembros de la gran familia humana12.
La dimensión pública de la religión ha de ser siempre reconocida,
respetando la laicidad positiva de las instituciones estatales. Para dicho
fin, es fundamental un sano diálogo entre las instituciones civiles y las
religiosas para el desarrollo integral de la persona humana y la armonía de
la sociedad.
Vivir en el amor y en la verdad
10. En un mundo globalizado, caracterizado por sociedades cada vez
más multiétnicas y multiconfesionales, las grandes religiones pueden
constituir un importante factor de unidad y de paz para la familia humana.
Sobre la base de las respectivas convicciones religiosas y de la búsqueda
racional del bien común, sus seguidores están llamados a vivir con
responsabilidad su propio compromiso en un contexto de libertad
religiosa. En las diversas culturas religiosas, a la vez que se debe rechazar
todo aquello que va contra la dignidad del hombre y la mujer, se ha de
tener en cuenta lo que resulta positivo para la convivencia civil.
El espacio público, que la comunidad internacional pone a disposición
de las religiones y su propuesta de “vida buena”, favorece el surgir de un
criterio compartido de verdad y de bien, y de un consenso moral,
fundamentales para una convivencia justa y pacífica. Los líderes de las
grandes religiones, por su papel, su influencia y su autoridad en las
propias comunidades, son los primeros en ser llamados a vivir en el
respeto recíproco y en el diálogo.
Los cristianos, por su parte, están llamados por la misma fe en Dios,
Padre del Señor Jesucristo, a vivir como hermanos que se encuentran en la
Iglesia y colaboran en la edificación de un mundo en el que las personas y
los pueblos «no harán daño ni estrago […], porque está lleno el país de la
ciencia del Señor, como las aguas colman el mar» (Is 11, 9).
El diálogo como búsqueda en común
12
Cf. Discurso a los Representantes de otras Religiones del Reino
Unido (17 septiembre 2010): L’Osservatore Romano (18 settembre
2010), 12.
358
11. El diálogo entre los seguidores de las diferentes religiones
constituye para la Iglesia un instrumento importante para colaborar con
todas las comunidades religiosas al bien común. La Iglesia no rechaza
nada de lo que en las diversas religiones es verdadero y santo. «Considera
con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y
doctrinas que, aunque discrepen mucho de los que ella mantiene y
propone, no pocas veces reflejan, sin embargo, un destello de aquella
Verdad que ilumina a todos los hombres»13.
Con eso no se quiere señalar el camino del relativismo o del
sincretismo religioso. La Iglesia, en efecto, «anuncia y tiene la obligación
de anunciar sin cesar a Cristo, que es “camino, verdad y vida” (Jn 14, 6),
en quien los hombres encuentran la plenitud de la vida religiosa, en quien
Dios reconcilió consigo todas las cosas»14. Sin embargo, esto no excluye
el diálogo y la búsqueda común de la verdad en los diferentes ámbitos
vitales, pues, como afirma a menudo santo Tomás, «toda verdad,
independientemente de quien la diga, viene del Espíritu Santo»15.
En el año 2011 se cumplirá el 25 aniversario de la Jornada mundial de
oración por la paz, que fue convocada en Asís por el Venerable Juan Pablo
II, en 1986. En dicha ocasión, los líderes de las grandes religiones del
mundo testimoniaron que las religiones son un factor de unión y de paz,
no de división y de conflicto. El recuerdo de aquella experiencia es un
motivo de esperanza en un futuro en el que todos los creyentes se sientan
y sean auténticos trabajadores por la justicia y la paz.
Verdad moral en la política y en la diplomacia
12. La política y la diplomacia deberían contemplar el patrimonio
moral y espiritual que ofrecen las grandes religiones del mundo, para
reconocer y afirmar aquellas verdades, principios y valores universales
que no pueden negarse sin negar la dignidad de la persona humana. Pero,
¿qué significa, de manera práctica, promover la verdad moral en el mundo
de la política y de la diplomacia? Significa actuar de manera responsable
sobre la base del conocimiento objetivo e íntegro de los hechos; quiere
decir desarticular aquellas ideologías políticas que terminan por suplantar
la verdad y la dignidad humana, y promueven falsos valores con el
pretexto de la paz, el desarrollo y los derechos humanos; significa
favorecer un compromiso constante para fundar la ley positiva sobre los
principios de la ley natural 16.Todo esto es necesario y coherente con el
13
Conc. Ecum. Vat. II, Decl. Nostra aetate, sobre las relaciones de la
Iglesia con las religiones no cristianas, 2
14
Ibíd.
15
Super evangelium Joannis, I, 3.
16
Cf. Discurso a las Autoridades civiles y al Cuerpo diplomático en
Chipre (5 junio 2010):L’Osservatore Romano, ed. en lengua españo-
la, 13 junio 2010, 6; Comisión Teológica Internacional, En busca de
una ética universal: nueva mirada sobre la ley natural, Ciudad del
Vaticano 2009.
359
respeto de la dignidad y el valor de la persona humana, ratificado por los
Pueblos de la tierra en la Carta de la Organización de las Naciones
Unidas de 1945, que presenta valores y principios morales universales
como referencia para las normas, instituciones y sistemas de convivencia
en el ámbito nacional e internacional.
Más allá del odio y el prejuicio
13. A pesar de las enseñanzas de la historia y el esfuerzo de los
Estados, las Organizaciones internacionales a nivel mundial y local, de las
Organizaciones no gubernamentales y de todos los hombres y mujeres de
buena voluntad, que cada día se esfuerzan por tutelar los derechos y
libertades fundamentales, se siguen constatando en el mundo
persecuciones, discriminaciones, actos de violencia y de intolerancia por
motivos religiosos. Particularmente en Asia y África, las víctimas son
principalmente miembros de las minorías religiosas, a los que se les
impide profesar libremente o cambiar la propia religión a través de la
intimidación y la violación de los derechos, de las libertades
fundamentales y de los bienes esenciales, llegando incluso a la privación
de la libertad personal o de la misma vida.
Como ya he afirmado, se dan también formas más sofisticadas de
hostilidad contra la religión, que en los Países occidentales se expresan a
veces renegando de la historia y de los símbolos religiosos, en los que se
reflejan la identidad y la cultura de la mayoría de los ciudadanos. Son
formas que fomentan a menudo el odio y el prejuicio, y no coinciden con
una visión serena y equilibrada del pluralismo y la laicidad de las
instituciones, además del riesgo para las nuevas generaciones de perder el
contacto con el precioso patrimonio espiritual de sus Países.
La defensa de la religión pasa a través de la defensa de los derechos y
de las libertades de las comunidades religiosas. Que los líderes de las
grandes religiones del mundo y los responsables de las naciones, renueven
el compromiso por la promoción y tutela de la libertad religiosa, en
particular, por la defensa de las minorías religiosas, que no constituyen
una amenaza contra la identidad de la mayoría, sino que, por el contrario,
son una oportunidad para el diálogo y el recíproco enriquecimiento
cultural. Su defensa representa la manera ideal para consolidar el espíritu
de benevolencia, de apertura y de reciprocidad con el que se tutelan los
derechos y libertades fundamentales en todas las áreas y regiones del
mundo.
La libertad religiosa en el mundo
14. Por último, me dirijo a las comunidades cristianas que sufren
persecuciones, discriminaciones, actos de violencia e intolerancia, en
particular en Asia, en África, en Oriente Medio y especialmente en Tierra
Santa, lugar elegido y bendecido por Dios. A la vez que les renuevo mi
afecto paterno y les aseguro mi oración, pido a todos los responsables que
actúen prontamente para poner fin a todo atropello contra los cristianos
que viven en esas regiones. Que los discípulos de Cristo no se desanimen
ante las adversidades actuales, porque el testimonio del Evangelio es y
será siempre un signo de contradicción.
360
Meditemos en nuestro corazón las palabras del Señor Jesús: «Dichosos
los que lloran, porque ellos serán consolados. Dichosos los que tienen
hambre y sed de la justicia, porque ellos quedarán saciados […]. Dichosos
vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier
modo por mi causa. Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa
será grande en el cielo» (Mt 5, 5-12). Renovemos, pues, «el compromiso
de indulgencia y de perdón que hemos adquirido, y que invocamos en
el Pater Noster, al poner nosotros mismos la condición y la medida de la
misericordia que deseamos obtener: “Y perdónanos nuestras deudas, así
como nosotros perdonamos a nuestros deudores” (Mt 6, 12)»17. La
violencia no se vence con la violencia. Que nuestro grito de dolor vaya
siempre acompañado por la fe, la esperanza y el testimonio del amor de
Dios. Expreso también mi deseo de que en Occidente, especialmente en
Europa, cesen la hostilidad y los prejuicios contra los cristianos, por el
simple hecho de que intentan orientar su vida en coherencia con los
valores y principios contenidos en el Evangelio. Que Europa sepa más
bien reconciliarse con sus propias raíces cristianas, que son fundamentales
para comprender el papel que ha tenido, que tiene y que quiere tener en la
historia; de esta manera, sabrá experimentar la justicia, la concordia y la
paz, cultivando un sincero diálogo con todos los pueblos.
La libertad religiosa, camino para la paz
15. El mundo tiene necesidad de Dios. Tiene necesidad de valores
éticos y espirituales, universales y compartidos, y la religión puede
contribuir de manera preciosa a su búsqueda, para la construcción de un
orden social justo y pacífico, a nivel nacional e internacional.
La paz es un don de Dios y al mismo tiempo un proyecto que realizar,
pero que nunca se cumplirá totalmente. Una sociedad reconciliada con
Dios está más cerca de la paz, que no es la simple ausencia de la guerra, ni
el mero fruto del predominio militar o económico, ni mucho menos de
astucias engañosas o de hábiles manipulaciones. La paz, por el contrario,
es el resultado de un proceso de purificación y elevación cultural, moral y
espiritual de cada persona y cada pueblo, en el que la dignidad humana es
respetada plenamente. Invito a todos los que desean ser constructores de
paz, y sobre todo a los jóvenes, a escuchar la propia voz interior, para
encontrar en Dios referencia segura para la conquista de una auténtica
libertad, la fuerza inagotable para orientar el mundo con un espíritu nuevo,
capaz de no repetir los errores del pasado. Como enseña el Siervo de Dios
Pablo VI, a cuya sabiduría y clarividencia se debe la institución de la
Jornada Mundial de la Paz: «Ante todo, hay que dar a la Paz otras armas
que no sean las destinadas a matar y a exterminar a la humanidad. Son
necesarias, sobre todo, las armas morales, que den fuerza y prestigio al
derecho internacional; primeramente, la de observar los pactos» 18. La
17
Pablo VI, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1976: AAS 67
(1975), 671.
18
Ibíd., 668.
361
libertad religiosa es un arma auténtica de la paz, con una misión histórica
y profética. En efecto, ella valoriza y hace fructificar las más profundas
cualidades y potencialidades de la persona humana, capaces de cambiar y
mejorar el mundo. Ella permite alimentar la esperanza en un futuro de
justicia y paz, también ante las graves injusticias y miserias materiales y
morales. Que todos los hombres y las sociedades, en todos los ámbitos y
ángulos de la Tierra, puedan experimentar pronto la libertad religiosa,
camino para la paz. Vaticano, 8 de
diciembre de 2010
Índice
Rostro de Dios y rostros de los hombres.....................................................1
Esperanza: La historia tiene un sentido.......................................................4
Epifanía: Falta humildad para ver la gran Luz............................................5
Epifanía: Lecciones de los magos...............................................................7
Bautismo: Recibir la luz de Cristo a través de la fe.....................................8
Bautismo: Llegar a ser hijos de Dios y hermanos.....................................11
La fe no es obstáculo a la libertad e investigación....................................12
Recuerdos del seminario y ordenación sacerdotal.....................................14
El Decálogo, antorcha de la ética..............................................................15
Ecumenismo: Vosotros sois testigos de todo esto......................................19
La Iglesia, cuerpo de Cristo.......................................................................21
El sacerdote y la pastoral en el mundo digital...........................................21
El testimonio nace del encuentro con Cristo.............................................24
Promover un auténtico humanismo cristiano............................................27
La justicia no se opone a la caridad pastoral.............................................28
El himno a la caridad.................................................................................31
El ejemplo sacerdotal del cardenal Newman.............................................32
Dios presenta su Hijo a los hombres.........................................................33
La vocación específica del laicado............................................................36
No confiar en las propias fuerzas, sino en el Señor...................................36
La preparación para el matrimonio............................................................37
El vínculo entre los enfermos y los sacerdotes..........................................39
Seminario: Permaneced en mi amor..........................................................42
La ley moral natural, fundamento de la bioética.......................................48
Las bienaventuranzas en san Lucas...........................................................50
Cuaresma: Cristo, justicia de Dios............................................................51
Miércoles de ceniza: Conversión . Al polvo volverás...............................53
El signo y las lecturas del Miércoles de ceniza.........................................56
El testimonio suscita vocaciones...............................................................58
El sacerdocio en la carta a los Hebreos.....................................................61
Tentaciones: ¿Qué significa entrar en la cuaresma?..................................69
¿Qué he de hacer para heredar la vida eterna?..........................................70
Visión cristiana del hombre: un corazón que escucha...............................75
La Transfiguración nos alienta a seguir a Jesús.........................................76
Invitación a la conversión..........................................................................77
Jesús invita a la conversión.......................................................................78
La dimensión penitencial: raíz de la fecundidad.......................................79
Fidelidad de Cristo, fidelidad del sacerdote..............................................81
La parábola del hijo pródigo......................................................................83
Jn 12: ¿Debemos odiarnos a nosotros mismos?........................................84
Causas y remedios de la crisis eclesial......................................................87
Jóvenes: Aprender a amar es la clave........................................................92
Jesús y la mujer sorprendida en adulterio..................................................93
Vida eterna, amor, mandamientos y renuncias..........................................94
El tema del domingo de ramos: el seguimiento.........................................98
386
Juan Pablo II: una entrega sin reservas....................................................102
El Triduo Pascual.....................................................................................105
El simbolismo del aceite consagrado.......................................................106
El misterio del jueves santo: el nuevo sacerdocio...................................110
Viernes Santo: día de la esperanza más grande.......................................114
Vigilia pascual: La medicina contra la muerte........................................115
La pascua es la salvación de la humanidad.............................................118
Jesús es el ángel de Dios Padre................................................................119
La octava de pascua.................................................................................120
El evangelio de la misericordia divina....................................................122
Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres..................................123
Los naufragrios forman parte del proyecto de Dios................................126
Sin Él no podemos hacer nada.................................................................127
No tengáis miedo de ser amigos íntimos de Cristo.................................129
El fundamento sólido para creer y esperar..............................................131
Testigos digitales.....................................................................................133
Las lecciones del colapso financiero en el mundo..................................135
Domingo del Buen Pastor........................................................................136
¿Cuál es la novedad del mandamiento nuevo?........................................137
Aprender de María a mirar a Jesús..........................................................140
La riqueza más grande de la vida: amar..................................................140
Sábana Santa: El misterio del Sábado Santo...........................................142
Cottolengo: Los pobres son Jesús............................................................145
En tus manos encomiendo mi espíritu.....................................................145
La fe es abandonarse a Alguien...............................................................146
El mes de mayo y María..........................................................................147
La respuesta que la Iglesia debe dar........................................................148
No dar por descontada la fe.....................................................................151
La principal preocupación debe ser la fidelidad......................................153
Oración de consagración de los sacerdotes a María................................156
Dios busca a los justos para salvar la ciudad...........................................158
El sufrimiento sirve para la salvación......................................................160
De la santidad nace la auténtica renovación............................................161
Testigos hoy de la resurrección de Cristo................................................163
Misiones: La comunión es la clave de la misión.....................................165
Ascensión: El Señor abre el camino al cielo...........................................167
El verdadero enemigo es el pecado.........................................................168
Pentecostés: Dejarse transformar por el Fuego.......................................168
Pentecostés: La Iglesia vive del Espíritu Santo.......................................171
Matteo Ricci............................................................................................172
Santísima Trinidad...................................................................................174
Visitación de María..................................................................................175
Corpus Christi: Relación Eucaristía y sacerdocio...................................176
Imitar la paciencia de Dios......................................................................179
Tres vías para promover la verdad en la política.....................................180
El mundo necesita la cruz........................................................................181
El Corpus Christi forma la comunión en la Iglesia.................................183
387
Ángelus: La esperanza de María.............................................................185
Eucaristía dominical y testimonio de la caridad.....................................186
Sacerdocio: La valentía de decir sí a otra voluntad.................................190
¿Qué significa tomar la cruz?..................................................................193
Las obras sin la caridad no valen nada....................................................194
El Señor reservó para sí vuestro corazón.................................................195
Renunciar a todo para ser libres y amar..................................................196
San Pablo: La vocación misionera de la Iglesia......................................197
La libertad histórica y espiritual de la Iglesia..........................................199
Cimientos de la Iglesia una, santa, católica.............................................202
San José Cafasso......................................................................................203
San Celestino V: La santidad nunca pasa de moda..................................206
Un estilo de vida sobrio para ser más libres............................................208
Jóvenes: Escuchar a Dios.......................................................................209
El buen samaritano: un corazón que ve...................................................212
Marta y María: Lo único necesario es Dios.............................................213
Padre Nuestro: Quien ora jamás está solo...............................................214
Adquirir un corazón sabio, como el de los santos...................................215
San Tarcisio.............................................................................................216
Usar las cosas sin egoísmo, a partir de Dios............................................218
El martirio................................................................................................218
Asunción de María: ¿Qué es el cielo?.....................................................219
San Pío X: La base de nuestra acción apostólica.....................................222
María Reina.............................................................................................224
San Agustín. No tener miedo a la Verdad................................................225
Cristo, modelo de humildad y gratuidad.................................................226
El legado de León XIII............................................................................227
Jóvenes: Arraigados y edificados en Cristo.............................................231
El corazón del mensaje a los jóvenes JMJ 2011......................................237
A pesar de ser pecadores, Dios nos ama..................................................238
La Iglesia no debe buscar ser atractiva....................................................239
Jesús: buscadlo, conocedlo y amadlo......................................................243
La educación católica..............................................................................245
Jóvenes: Lo que Dios desea más es que seáis santos..............................246
El mundo de la razón y el de la fe se necesitan.......................................248
El misterio de la preciosa Sangre............................................................251
Jóvenes: Hemos sido creados para amar.................................................254
Las cosas pequeñas manifiestan nuestro amor........................................255
Ancianos: Cada uno es querido, amado, necesario.................................255
Algunas lecciones de la vida de J. H. Newman.......................................256
Newman: La vida es llamada a la santidad..............................................259
Newman: Amor a María..........................................................................262
Presentar en plenitud el mensaje del Evangelio......................................262
El mensaje espiritual del cardenal Newman............................................264
El hombre rico y el pobre Lázaro............................................................265
Auméntanos la fe.....................................................................................266
La fuente de la identidad del sacerdote...................................................268
388
La relación entre padres e hijos es fundamental......................................271
La salvación está en Cristo Jesús.............................................................273
El rosario es oración bíblica....................................................................277
La necesidad de orar siempre, sin cansarse.............................................277
El mundo, mientras exista, necesita sacerdotes.......................................280
¿La Iglesia es un lugar de esperanza?......................................................285
San José: Confiarse a Dios es vaciarse de sí...........................................286
El pastor debe imitar la kénosis de Cristo..............................................288
El gobierno pastoral, arte de las artes......................................................289
Ayudar al hombre a orientarse a Cristo...................................................291
Theotókos, Madre de Dios.......................................................................293
Necesitamos humildad para vivir la comunión.......................................297
La tarea misionera es transfigurar el mundo...........................................299
Jóvenes: Hay algo más: amar como Jesús...............................................300
¿Qué significa ser educadores hoy?.........................................................302
Todos los Santos: Imprimir a Cristo en nosotros.....................................304
Formar al laicado en la doctrina social....................................................305
Significado y temas del viaje a Santiago y Barcelona.............................306
La Iglesia en camino junto con el hombre...............................................310
Peregrinar : salir de sí para ir al encuentro de Dios.................................310
Europa ha de abrirse a Dios.....................................................................311
Gaudí: Dios es la medida del hombre......................................................314
Gaudí: Llevar el Evangelio al pueblo......................................................317
Todo hombre es un verdadero santuario de Dios....................................318
La belleza de Dios lleva a vivir con esperanza........................................319
Europa y la familia..................................................................................319
Sólo el amor es digno de fe y creíble.......................................................321
Equilibrio entre agricultura, industria y servicios...................................323
El camino del discípulo es el del Maestro...............................................324
Cristo Rey: El drama de Jesús al pie de la cruz.......................................326
Cristo Rey................................................................................................329
Ser evangelio vivo...................................................................................330
El Adviento y la dignidad de la vida naciente.........................................331
Adviento: El hombre está vivo mientras espera......................................334
Vivir en la memoria de Dios y de Jesús...................................................335
En nuestro ser está inscrita la memoria de Dios......................................335
La teología puede ser escuela de santidad...............................................337
Adviento: Escuchar la voz de Dios..........................................................339
Inmaculada: Llena de gracia....................................................................340
Inmaculada: El mensaje de Maria es Jesús..............................................340
El primado de Dios en la vida de J. H. Newman.....................................342
Enfermos: Por sus llagas habéis sido curados.........................................344
La libertad religiosa, camino para la paz.................................................346
Eres Tú el que ha de venir?.....................................................................356
El valor de la paciencia y de la constancia..............................................357
¿Contará el Señor conmigo para ser su apóstol?.....................................358
El nacimiento de Jesús desde la perspectiva de José...............................359
389
Curia Romana: Excita tu poder y ven a salvarnos...................................360
Navidad: Dios nos llama a ser semejantes a Él.......................................365
Dios sorprende en el modo de cumplir sus promesas..............................368
Navidad: Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz...............................368
Navidad: La encarnación es la cumbre de la creación.............................372
Los niños necesitan el amor del padre y de la madre..............................373
La caridad es la fuerza que cambia el mundo..........................................374
El tiempo está marcado por el amor de Dios...........................................375