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XVI
2009
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Benedicto XVI:
Gracias. Queridos hermanos, ante todo quiero expresar mi gran alegría
de estar con vosotros, párrocos de Roma, mis párrocos; estamos en
familia. El cardenal vicario nos ha dicho bien que es un momento de
descanso espiritual. Y en este sentido también agradezco el hecho de
poder comenzar la Cuaresma con un momento de descanso espiritual, de
respiro espiritual, en contacto con vosotros. Asimismo, ha dicho: estamos
juntos para que vosotros podáis contarme vuestras experiencias, vuestros
sufrimientos y también vuestros éxitos y alegrías. Por tanto, yo no diría
que aquí habla un oráculo, al que vosotros preguntáis. Estamos, más bien,
en un intercambio familiar, en el que para mí es muy importante conocer,
a través de vosotros, la vida en las parroquias, vuestras experiencias con
la Palabra de Dios en el contexto del mundo actual.
Yo también quiero aprender, acercarme a la realidad de la que aquí, en
el palacio apostólico, se está un poco alejado. Y este es también el límite
de mis respuestas. Vosotros vivís en contacto directo, día a día, con el
mundo de hoy; yo vivo en contactos esporádicos, que son muy útiles. Por
ejemplo, ahora he tenido la visita "ad limina" de los obispos de Nigeria.
Así he podido ver, a través de las personas, la vida de la Iglesia en un país
importante de África, el más grande, con 140 millones de habitantes, gran
número de católicos, y tocar las alegrías y también los sufrimientos de la
Iglesia.
Pero para mí, obviamente, este es un descanso espiritual, porque es
una Iglesia como la vemos en los Hechos de los Apóstoles. Una Iglesia
donde reina la alegría lozana de haber encontrado a Cristo, de haber
encontrado al Mesías de Dios. Una Iglesia que vive y crece cada día. La
gente está contenta de encontrar a Cristo. Tienen vocaciones, y así pueden
dar sacerdotes fidei donum a los distintos países del mundo. Y,
ciertamente, ver que no es una Iglesia cansada, como se encuentra a
menudo en Europa, sino una Iglesia joven, llena de alegría del Espíritu
Santo, es un refresco espiritual. Pero, con todas estas experiencias
universales, para mí también es importante ver mi diócesis, los problemas
y todas las realidades que viven en esta diócesis.
En este sentido, estoy de acuerdo con usted en lo fundamental: no
basta predicar o hacer pastoral con el valioso bagaje adquirido en los
estudios de teología. Esto es importante y fundamental, pero se debe
personalizar: de conocimiento académico, que hemos aprendido y
también reflexionado, debe convertirse en visión personal de mi vida, para
llegar a otras personas. En este sentido, quiero decir que en el encuentro
con nuestros parroquianos es importante, por una parte, concretar con
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nuestra experiencia personal de fe la gran palabra de la fe, pero también
no perder su sencillez. Naturalmente, palabras grandes de la tradición —
como sacrificio de expiación, redención del sacrificio de Cristo, pecado
original— hoy son incomprensibles como tales. No podemos trabajar sólo
con grandes fórmulas, verdaderas, pero que ya no se entienden en el
contexto del mundo de hoy. A través del estudio, de lo que nos dicen los
maestros de teología, y de nuestra experiencia personal con Dios, debemos
concretar, traducir esas grandes palabras, de forma que entren en el
anuncio de Dios al hombre de hoy.
Y, por otra parte, yo diría que no debemos cubrir la sencillez de la
Palabra de Dios en valoraciones demasiado pesadas de consideraciones
humanas. Recuerdo que un amigo, tras haber escuchado predicaciones con
largas reflexiones antropológicas para llegar juntos al Evangelio, decía: A
mí no me interesan estas consideraciones; yo quiero entender lo que dice
el Evangelio. Y me parece que, a menudo, en lugar de largas reflexiones,
sería mejor decir —yo lo hice cuando estaba aún en mi vida normal—:
este Evangelio no nos gusta, somos contrarios a lo que dice el Señor.
¿Pero qué quiere decir? Si yo digo sinceramente que a primera vista no
estoy de acuerdo, ya hemos puesto atención: se ve que yo quisiera, como
hombre de hoy, entender lo que dice el Señor. Así podemos entrar de lleno
en el núcleo de la Palabra, sin largos rodeos.
También debemos tener presente, sin falsas simplificaciones, que los
doce apóstoles eran pescadores, artesanos, de una provincia, Galilea, sin
preparación particular, sin conocimiento del gran mundo griego o latino. Y
sin embargo fueron a todos los lugares del Imperio, incluso fuera de él,
hasta la India, y anunciaron a Cristo con sencillez y con la fuerza de la
sencillez de lo que es verdadero. Y también esto me parece importante: no
perdamos la sencillez de la verdad. Dios existe y no es un ser hipotético,
lejano, sino cercano; ha hablado con nosotros, ha hablado conmigo. Así
digamos sencillamente qué es y cómo se puede y se debe explicar y
desarrollar naturalmente. Pero no perdamos el hecho de que no
proponemos reflexiones, no proponemos una filosofía, sino el anuncio
sencillo del Dios que ha actuado. Y que ha actuado también conmigo.
Y, después, para la contextualización cultural, romana —que es
absolutamente necesaria—, yo diría que la primera ayuda es nuestra
experiencia personal. No vivimos en la luna. Soy un hombre de este
tiempo si vivo sinceramente mi fe en la cultura de hoy, siendo uno que
vive con los medios de comunicación de hoy, con los diálogos, con las
realidades de la economía, con todo, si yo mismo tomo en serio mi propia
experiencia e intento personalizar en mí esta realidad. Así estamos en el
camino de hacer que también los demás nos entiendan. San Bernardo de
Claraval, en su libro de reflexiones a su discípulo el Papa Eugenio, dijo:
intenta beber de tu propia fuente, es decir, de tu propia humanidad. Si eres
sincero contigo mismo y empiezas a ver en ti qué es la fe, con tu
experiencia humana en este tiempo, bebiendo de tu propio pozo, como
dice san Bernardo, también puedes decir a los demás lo que hay que decir.
En este sentido, me parece importante estar realmente atentos al mundo de
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hoy, pero también al Señor presente en mí mismo: ser un hombre de este
tiempo y a la vez un creyente de Cristo, que en sí transforma el mensaje
eterno en mensaje actual.
¿Y quién conoce a los hombres de hoy mejor que el párroco? La casa
parroquial no está en el mundo, sino en la parroquia. Y allí a menudo los
hombres acuden normalmente al párroco sin máscara, sin otros pretextos,
sino en situación de sufrimiento, de enfermedad, de muerte, de cuestiones
familiares. Vienen al confesonario sin máscara, con su propio ser. Ninguna
otra profesión —me parece— da esta posibilidad de conocer al hombre
como es en su humanidad y no en el papel que desempeña en la sociedad.
En este sentido, podemos estudiar realmente al hombre tal como es en su
profundidad, cuando no desempeña papeles; podemos conocer también
nosotros mismos al ser humano, al hombre siempre en la escuela de
Cristo. En este sentido, yo diría que es absolutamente importante conocer
al hombre, al hombre de hoy, en nosotros y con los demás, pero siempre
en la escucha atenta al Señor y aceptando en mí la semilla de la Palabra,
porque en mí se transforma en trigo y se hace comunicable a los demás.
Santidad, soy don Giampiero Ialongo, uno de los muchos párrocos que
desempeñamos nuestro ministerio en la periferia de Roma, concretamente
en Torre Angela, en el confín con Torbellamonaca, Borghesiana, Borgata
Finocchio y Colle Prenestino. Estas periferias, como muchas otras, a
menudo están olvidadas y descuidadas por parte de las instituciones. Me
alegra que nos haya convocado esta tarde el presidente del municipio.
Veremos qué sale de este encuentro con las autoridades municipales.
En nuestras periferias, quizá más que en otras zonas de nuestra
ciudad, existe un fuerte malestar como consecuencia de la crisis
económica internacional que comienza a gravar sobre las condiciones
concretas de vida de numerosas familias. Como Cáritas parroquial, y
sobre todo como Cáritas diocesana, hemos puesto en marcha muchas
iniciativas encaminadas ante todo a la escucha, pero también a una
ayuda material, concreta, a todas las personas que se dirigen a nosotros,
sin distinción de raza, cultura o religión.
A pesar de ello, somos conscientes de que cada vez más se trata de
una auténtica emergencia. Me parece que muchas, demasiadas personas
—no sólo jubilados, sino también personas que tienen un empleo regular,
un contrato a tiempo indeterminado— encuentran grandes dificultades
para cuadrar las cuentas familiares. Regalamos paquetes de víveres o
ropa; a veces damos ayuda económica concreta para pagar los recibos o
el alquiler. Eso puede constituir una ayuda, pero creo que no es la
solución. Estoy convencido de que como Iglesia deberíamos preguntarnos
qué más podemos hacer, y sobre todo qué motivos han llevado a esta
situación generalizada de crisis.
Deberíamos tener la valentía de denunciar un sistema económico y
financiero injusto en sus raíces. Yo creo que, ante los desequilibrios
introducidos por este sistema, no basta un poco de optimismo. Hace falta
una palabra autorizada, una palabra libre, que ayude a los cristianos,
como la que usted ya ha pronunciado, Santo Padre, para administrar con
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sabiduría evangélica y con responsabilidad los bienes que Dios ha dado
para todos y no sólo para unos pocos. Aunque ya en otras ocasiones
hemos escuchado su palabra sobre esto, me gustaría escucharla una vez
más, en este contexto. Gracias, Santidad.
Benedicto XVI:
Ahora afrontemos esta cuestión, que toca el nervio de los problemas de
nuestro tiempo. Yo distinguiría dos niveles. El primero, es el de la
macroeconomía, que luego se realiza y afecta incluso al último ciudadano,
el cual siente las consecuencias de una construcción equivocada.
Naturalmente, denunciar esto es un deber de la Iglesia. Como sabéis,
desde hace mucho tiempo estoy preparando una encíclica sobre estos
puntos. Y, en este largo camino, veo que es difícil hablar con competencia,
porque, si no se afrontan con competencia ciertas cuestiones económicas,
no podemos ser creíbles. Por otra parte, también es preciso hablar con
razonamientos éticos, fundados y suscitados por una conciencia formada
según el Evangelio.
Así pues, hay que denunciar esos errores fundamentales que ahora se
manifiestan en el hundimiento de los grandes bancos estadounidenses; son
errores en el fondo. En definitiva, se trata de la avaricia humana como
pecado o, como dice la carta a los Colosenses, la avaricia como idolatría.
Debemos denunciar esta idolatría que va contra el verdadero Dios, que es
la falsificación de la imagen de Dios, suplantándola con otro dios,
"mammona". Debemos hacerlo con valentía, pero también de forma
concreta, porque los grandes moralismos no ayudan si no se apoyan en
conocimientos de las realidades, los cuales ayudan también a comprender
qué se puede hacer en concreto para cambiar poco a poco la situación. Y,
para poder hacerlo, naturalmente es necesario el conocimiento de esta
verdad y la buena voluntad de todos.
Aquí llegamos al punto principal: ¿existe realmente el pecado
original? Si no existiera, podríamos apelar a la razón lúcida, con
argumentos accesibles a cada uno e irrefutables, y a la buena voluntad que
existiría en todos. Sólo de este modo podríamos seguir adelante y reformar
la humanidad. Pero no es así. La razón, incluida la nuestra, está
oscurecida, como constatamos cada día, puesto que el egoísmo, la raíz de
la avaricia, consiste en quererme a mí mismo por encima de todo y en
considerar que el mundo existe para mí. Este egoísmo lo llevamos todos.
Este es el oscurecimiento de la razón: puede ser muy docta, con
argumentos científicos estupendos, y a pesar de ello sigue oscurecida por
falsas premisas. De este modo, avanza con gran inteligencia, a grandes
pasos, pero por un camino equivocado.
También la voluntad, como dicen los santos Padres, está inclinada. El
hombre sencillamente no está dispuesto a hacer el bien, sino que se busca
sobre todo a sí mismo, o busca el bien de su propio grupo. Por eso,
encontrar realmente el camino de la razón, de la razón verdadera, ya no
resulta fácil, y en el diálogo se desarrolla con dificultad. Sin la luz de la fe,
que entra en las tinieblas del pecado original, la razón no puede salir
adelante. Y la fe luego encuentra precisamente la resistencia de nuestra
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voluntad. Esta no quiere ver el camino, que también sería un camino de
renuncia a sí mismo y de corrección de la propia voluntad en favor de los
demás y no de sí mismo.
Por eso, hay que hacer una denuncia razonable y razonada de los
errores, no con grandes moralismos, sino con razones concretas, que
resulten comprensibles en el mundo de la economía de hoy. Esta denuncia
es importante; para la Iglesia es un mandato desde siempre. Sabemos que
en la nueva situación que se ha creado en el mundo industrial, la doctrina
social de la Iglesia, comenzando por León XIII trata de hacer estas
denuncias —y no sólo las denuncias, que resultan insuficientes—, sino
también de mostrar los caminos difíciles donde, paso a paso, se exige el
asentimiento de la razón y el asentimiento de la voluntad, juntamente con
la corrección de mi conciencia, con la voluntad de renunciar en cierto
sentido a mí mismo para colaborar en lo que es la verdadera finalidad de
la vida humana, de la humanidad.
Dicho esto, la Iglesia tiene siempre la misión de estar vigilante, de
hacer todo lo posible por conocer las razones del mundo económico, de
entrar en ese razonamiento y de iluminar ese razonamiento con la fe que
nos libra del egoísmo del pecado original. La Iglesia tiene la misión de
entrar en este discernimiento, en este razonamiento; de hacerse escuchar,
incluso en los diversos niveles nacionales e internacionales, para ayudar a
corregir. Y esto no resulta fácil, porque muchos intereses personales y de
grupos nacionales se oponen a una corrección radical. Quizá sea
pesimismo, pero a mí me parece realismo, pues mientras exista el pecado
original no llegaremos nunca a una corrección radical y total. Sin
embargo, debemos hacer todo lo posible para lograr al menos correcciones
provisionales, suficientes para ayudar a la humanidad a vivir y para poner
freno al dominio del egoísmo, que se presenta bajo pretextos de ciencia y
de economía nacional e internacional.
Este es el primer nivel. El segundo es ser realistas y ver que estas
grandes finalidades de la macro-ciencia no se realizan en la micro-ciencia,
la macroeconomía en la microeconomía, sin la conversión de los
corazones. Si no hay justos, tampoco hay justicia. Debemos aceptar esto.
Por eso, la educación en orden a la justicia es un objetivo prioritario;
podríamos decir también que es la prioridad. San Pablo dice que la
justificación es efecto de la obra de Cristo. No es un concepto abstracto,
que se refiera a pecados que hoy no nos interesan, sino que se refiere
precisamente a la justicia integral. Sólo Dios puede dárnosla, pero nos la
da con nuestra cooperación en diversos niveles, en todos los niveles
posibles.
No se puede crear la justicia en el mundo sólo con modelos
económicos buenos, aunque son necesarios. La justicia sólo se realiza si
hay justos. Y no hay justos si no existe el trabajo humilde, diario, de
convertir los corazones, y de crear justicia en los corazones. Sólo así se
extiende también la justicia correctiva. Por eso, el trabajo del párroco es
tan fundamental, no sólo para la parroquia, sino también para toda la
humanidad. Porque, como he dicho, si no hay justos, la justicia sería sólo
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abstracta. Y las estructuras buenas no se realizan si se opone el egoísmo
incluso de personas competentes.
Nuestro trabajo humilde, diario, es fundamental para conseguir las
grandes finalidades de la humanidad. Y debemos trabajar juntos en todos
los niveles. La Iglesia universal debe denunciar, pero también anunciar
qué se puede hacer y cómo se puede hacer. Las Conferencias episcopales
y los obispos deben actuar. Pero todos debemos educar en orden a la
justicia. Me parece que sigue siendo verdadero y realista el diálogo de
Abraham con Dios (cf. Gn 18, 22-23), cuando el primero dice: ¿En
verdad vas a destruir la ciudad? Tal vez haya cincuenta justos, o tal vez
diez. Y diez justos bastan para que la ciudad sobreviva. Ahora bien, si no
hay diez justos, la ciudad no sobrevivirá, a pesar de toda la doctrina
económica. Por eso, debemos hacer lo necesario para educar y garantizar
al menos diez justos y, si es posible, muchos más. Con nuestro anuncio
hacemos precisamente que haya muchos justos, que esté realmente
presente la justicia en el mundo.
Como efecto, los dos niveles son inseparables. Por una parte, si no
anunciamos la macro-justicia, no crecerá la micro-justicia. Pero, por otra,
si no hacemos el trabajo muy humilde de la micro-justicia, tampoco
crecerá la macro-justicia. Y, como dije ya en mi primera encíclica,
siempre, con todos los sistemas que puedan existir en el mundo, además
de la justicia que buscamos, es necesaria la caridad. Abrir los corazones a
la justicia y a la caridad es educar en la fe, es llevar a Dios.
RELIGIÓN Y RAZÓN
20090319. Discurso. Musulmanes. Yaundé, Camerún
Amigos, creo que una tarea particularmente urgente de la religión en el
momento actual es desvelar el gran potencial que tiene la razón humana,
la cual es en sí misma un don de Dios, y que es elevada por la revelación y
por la fe. Creer en Dios, en vez de limitar nuestra capacidad de
conocernos a nosotros mismos y al mundo, la amplía. En vez de
enemistarnos con el mundo, nos compromete con él. Estamos llamados a
ayudar a los demás a que reconozcan las huellas discretas y la presencia
misteriosa de Dios en el mundo, que ha sido maravillosamente creado por
Él y continua sosteniéndolo con su amor inefable, que todo lo abarca.
Aunque su gloria infinita nunca puede ser percibida directamente en esta
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vida por nuestra mente finita, podemos descubrir, sin embargo, sus
reflejos en la hermosura que nos rodea. Cuando los hombres y las mujeres
dejan que el orden admirable del mundo y el esplendor de la dignidad
humana iluminen su mente, descubren que aquello que es «razonable» va
más allá de lo que las matemáticas pueden calcular, lo que la lógica puede
deducir, o lo que la experimentación científica puede demostrar; lo
«razonable» incluye también la bondad y la intrínseca atracción de una
vida honesta y de acuerdo con la ética, que se nos manifiesta a través del
lenguaje mismo de la creación.
Esta visión nos mueve a buscar todo lo que es recto y justo, a salir de
lo que es el reducido ámbito de nuestro interés egoísta y a actuar buscando
el bien de los demás. De este modo, una religión genuina alarga el
horizonte de la comprensión humana y está en la base de toda verdadera
cultura. Ésta, basada no sólo en principios de fe, sino también en la recta
razón, rechaza toda forma de violencia o totalitarismo. En realidad,
religión y razón se refuerzan mutuamente, porque la religión se purifica y
estructura por la razón, y el pleno potencial de la razón se despliega por la
revelación y la fe.
AMAD A LA VIRGEN
20090621. Angelus. Visita pastoral San Giovanni Rotondo.
Al final de esta solemne celebración, os invito a rezar conmigo, como
todos los domingos, la oración mariana del Ángelus. Pero aquí, en el
santuario de San Pío de Pietrelcina, nos parece oír su misma voz, que nos
exhorta a dirigirnos con corazón de hijos a la santísima Virgen: “Amad a
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la Virgen y haced que la amen”. Es lo que repetía a todos, pero más que
las palabras valía el testimonio ejemplar de su profunda devoción a la
Madre celestial.
Bautizado en la iglesia de Santa María de los Ángeles de Pietrelcina
con el nombre de Francisco, como el Poverello de Asís, cultivó siempre un
amor muy tierno a la Virgen. La Providencia lo trajo después aquí, a San
Giovanni Rotondo, al santuario de Santa María de las Gracias, donde
permaneció hasta su muerte y donde descansan sus restos mortales. Por
tanto, toda su vida y su apostolado se desarrollaron bajo la mirada
maternal de la Virgen y con la fuerza de su intercesión. También
consideraba la Casa Alivio del Sufrimiento como obra de María, “Salud de
los enfermos”.
Os repito a todos: caminad por la senda que el padre Pío os indicó, la
senda de la santidad según el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo. En
esta senda os precederá siempre la Virgen María, y con mano materna os
guiará a la patria celestial.
CARITAS IN VERITATE
20090708. Audiencia general
Mi nueva encíclica, Caritas in veritate, que ayer fue presentada
oficialmente, en su visión fundamental se inspira en un pasaje de la carta
de san Pablo a los Efesios, en el que el Apóstol habla de obrar según la
verdad en la caridad: "Obrando según la verdad en la caridad —lo
acabamos de escuchar—, crezcamos en todo hasta aquel que es la cabeza,
Cristo" (Ef 4, 15). La caridad en la verdad es, por tanto, la principal fuerza
propulsora para el verdadero desarrollo de toda persona y de la humanidad
entera. Por eso, en torno al principio caritas in veritate, gira toda la
doctrina social de la Iglesia. Sólo con la caridad, iluminada por la razón y
por la fe, es posible conseguir objetivos de desarrollo con un valor
humano y humanizador. La caridad en la verdad "es el principio sobre el
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que gira la doctrina social de la Iglesia, un principio que adquiere forma
operativa en criterios orientadores" (n. 6).
Ya en la introducción, la encíclica alude a dos criterios fundamentales:
la justicia y el bien común. La justicia es parte integrante del amor "con
obras y según la verdad" (1 Jn 3, 18) al que exhorta el apóstol san Juan
(cf. n. 6). Y "amar a alguien es querer su bien y obrar eficazmente por él.
Junto al bien individual, hay un bien vinculado a la vida social de las
personas... Se ama al prójimo tanto más eficazmente cuanto más se
trabaja" por el bien común. Por tanto, son dos los criterios operativos, la
justicia y el bien común; gracias a este último, la caridad adquiere una
dimensión social. Todo cristiano —dice la encíclica— está llamado a esta
caridad, y añade: "Este es el camino institucional... de la caridad" (cf. n.
7).
Como otros documentos del Magisterio, también esta encíclica retoma,
continúa y profundiza el análisis y la reflexión de la Iglesia sobre temas
sociales de vital interés para la humanidad de nuestro siglo. De modo
especial, enlaza con lo que escribió Pablo VI, hace más de cuarenta años,
en la Populorum progressio, piedra miliar de la enseñanza social de la
Iglesia, en la que el gran Pontífice traza algunas líneas decisivas, y
siempre actuales, para el desarrollo integral del hombre y del mundo
moderno. La situación mundial, como lo demuestra ampliamente la
crónica de los últimos meses, sigue presentando problemas considerables
y el "escándalo" de desigualdades clamorosas, que persisten a pesar de los
compromisos asumidos en el pasado. Por una parte, se registran signos de
graves desequilibrios sociales y económicos; por otra, desde muchas
partes se piden reformas, que no pueden demorarse más tiempo, para
colmar la brecha en el desarrollo de los pueblos. Con ese fin, el fenómeno
de la globalización puede constituir una oportunidad real, pero para esto es
importante que se emprenda una profunda renovación moral y cultural y
un discernimiento responsable sobre las decisiones que es preciso tomar
con vistas al bien común. Es posible un futuro mejor para todos si se
funda en el redescubrimiento de los valores éticos fundamentales. Es
decir, hace falta un nuevo proyecto económico que vuelva a planear el
desarrollo de forma global, basándose en el fundamento ético de la
responsabilidad ante Dios y ante el ser humano como criatura de Dios.
Ciertamente, la encíclica no pretende ofrecer soluciones técnicas a las
amplios problemas sociales del mundo actual, pues esto no es
competencia del Magisterio de la Iglesia (cf. n. 9). Sin embargo, recuerda
los grandes principios que resultan indispensables para construir el
desarrollo humano de los próximos años. Entre estos, en primer lugar, la
atención a la vida del hombre, considerada como centro de todo verdadero
progreso; el respeto del derecho a la libertad religiosa, siempre unido
íntimamente al desarrollo del hombre; el rechazo de una visión prometeica
del ser humano, que lo considere artífice absoluto de su propio destino.
Una confianza ilimitada en las potencialidades de la tecnología resultaría
al final ilusoria. Tanto en la política como en la economía hacen falta
hombres rectos, que estén sinceramente atentos al bien común. En
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particular, teniendo presentes las emergencias mundiales, es urgente
llamar la atención de la opinión pública hacia el drama del hambre y de la
seguridad alimentaria, que afecta a una parte considerable de la
humanidad. Un drama de tales dimensiones interpela a nuestra conciencia:
es necesario afrontarlo con decisión, eliminando las causas estructurales
que lo provocan y promoviendo el desarrollo agrícola de los países más
pobres.
Estoy seguro de que este camino solidario que lleva al desarrollo de
los países más pobres ayudará ciertamente a elaborar un proyecto de
solución de la crisis global actual. No cabe duda de que se debe volver a
valorar atentamente el papel y el poder político de los Estados, en una
época en la que existen de hecho limitaciones a su soberanía a causa del
nuevo contexto económico-comercial y financiero internacional.
Por otro lado, no debe faltar la participación responsable de los
ciudadanos en la política nacional e internacional, también gracias a un
compromiso renovado de las asociaciones de trabajadores llamados a
instaurar nuevas sinergias a nivel local e internacional. Los medios de
comunicación social desempeñan, también en este campo, un papel
destacado para el fortalecimiento del diálogo entre culturas y tradiciones
diversas.
Así pues, si se quiere programar un desarrollo no viciado por las
disfunciones y distorsiones hoy ampliamente presentes, se impone por
parte de todos una seria reflexión sobre el sentido mismo de la economía y
sobre sus finalidades. Lo exige el estado de salud ecológica del planeta; lo
pide la crisis cultural y moral del hombre que emerge con evidencia en
todas las partes del mundo. La economía necesita la ética para su correcto
funcionamiento; necesita recuperar la importante contribución del
principio de gratuidad y de la "lógica del don" en la economía de mercado,
que no puede tener como única regla el lucro. Pero esto sólo es posible
gracias al compromiso de todos, economistas y políticos, productores y
consumidores, y presupone una formación de las conciencias que dé
fuerza a los criterios morales en la elaboración de los proyectos políticos y
económicos.
Con razón, desde muchas partes se apela al hecho de que los derechos
presuponen deberes correspondientes, sin los cuales los derechos corren el
riesgo de transformarse en arbitrariedad. Se repite cada vez más que toda
la humanidad debe adoptar un estilo de vida diferente, en el que los
deberes de cada uno respecto al medio ambiente vayan unidos a los
deberes relativos a la persona considerada en sí misma y en relación con
los demás. La humanidad es una sola familia y el diálogo fecundo entre fe
y razón no puede menos de enriquecerla, haciendo más eficaz la obra de la
caridad en lo social y constituyendo el marco apropiado para incentivar la
colaboración entre creyentes y no creyentes, en la perspectiva compartida
de trabajar por la justicia y la paz en el mundo. Como criterios-guía para
esta interacción fraterna, en la encíclica indico los principios de
subsidiariedad y solidaridad, en estrecha conexión entre sí.
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Por último, ante los problemas tan vastos y profundos del mundo de
hoy, he señalado la necesidad de una Autoridad política mundial regulada
por el derecho, que se atenga a los mencionados principios de
subsidiariedad y solidaridad y que esté firmemente orientada a la
realización del bien común, en el respeto de las grandes tradiciones
morales y religiosas de la humanidad.
El Evangelio nos recuerda que no sólo de pan vive el hombre: no sólo
con bienes materiales se puede satisfacer la profunda sed de su corazón. El
horizonte del hombre es indudablemente más alto y más vasto; por eso
todo programa de desarrollo debe tener presente, junto al crecimiento
material, el crecimiento espiritual de la persona humana, dotada
precisamente de alma y cuerpo. Este es el desarrollo integral al que se
refiere constantemente la doctrina social de la Iglesia, un desarrollo cuyo
criterio orientador es la fuerza propulsora de la "caridad en la verdad".
Queridos hermanos y hermanas, oremos para que también esta
encíclica ayude a la humanidad a sentirse una única familia comprometida
en la realización de un mundo de justicia y de paz. Oremos para que los
creyentes que actúan en los sectores de la economía y de la política
descubran cuán importante es su testimonio evangélico coherente en el
servicio que prestan a la sociedad. En particular, os invito a rezar por los
jefes de Estado y de Gobierno del G8 que se reúnen estos días en
L'Aquila. Que de esta importante cumbre mundial surjan decisiones y
orientaciones útiles para el verdadero progreso de todos los pueblos,
especialmente de los más pobres. Encomendemos estas intenciones a la
intercesión materna de María, Madre de la Iglesia y de la humanidad.
CRISTIANOS EN LA UNIVERSIDAD
20090711. Discurso. Encuentro europeo estudiantes universitarios.
¡Bienvenidos a la casa de Pedro! Pertenecéis a treinta y una naciones,
y os estáis preparando para asumir, en la Europa del tercer milenio,
importantes funciones y tareas. Sed siempre conscientes de vuestras
potencialidades y, al mismo tiempo, de vuestras responsabilidades.
¿Qué espera la Iglesia de vosotros? El tema mismo sobre el que estáis
reflexionando sugiere la respuesta oportuna: “Nuevos discípulos de
Emaús. Como cristianos en la Universidad”. Tras el encuentro europeo de
profesores celebrado hace dos años, también vosotros, los estudiantes, os
reunís ahora para ofrecer a las Conferencias episcopales de Europa vuestra
disponibilidad para proseguir en el camino de elaboración cultural que san
Benito intuyó necesario para la maduración humana y cristiana de los
pueblos de Europa. Esto puede realizarse si vosotros, como los discípulos
de Emaús, os encontráis con el Señor resucitado en la experiencia eclesial
concreta y, de modo particular, en la celebración eucarística. “En cada
misa —recordé a vuestros coetáneos hace un año durante la Jornada
mundial de la juventud en Sydney— desciende nuevamente el Espíritu
Santo, invocado en la plegaria solemne de la Iglesia, no sólo para
transformar nuestros dones del pan y del vino en el Cuerpo y la Sangre del
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Señor, sino también para transformar nuestra vida, para hacer de nosotros,
con su fuerza, “un solo cuerpo y un solo espíritu en Cristo”“ (Homilía en
la misa de clausura, 20 de julio de 2008: L'Osservatore Romano, edición
en lengua española, 25 de julio de 2008, p.12).
Vuestro compromiso misionero en el ámbito universitario consiste, por
tanto, en testimoniar el encuentro personal que habéis tenido con
Jesucristo, Verdad que ilumina el camino de todo hombre. Del encuentro
con él es de donde brota la “novedad del corazón” capaz de dar una nueva
orientación a la existencia personal; y sólo así se convierte en fermento y
levadura de una sociedad vivificada por el amor evangélico.
Como es fácil comprender, también la acción pastoral universitaria
debe expresarse entonces en todo su valor teológico y espiritual, ayudando
a los jóvenes a que la comunión con Cristo los lleve a percibir el misterio
más profundo del hombre y de la historia. Y precisamente por su
específica acción evangelizadora, las comunidades eclesiales
comprometidas en esa acción misionera, como por ejemplo las capellanías
universitarias, pueden ser el lugar de la formación de creyentes maduros,
hombres y mujeres conscientes de ser amados por Dios y estar llamados,
en Cristo, a convertirse en animadores de la pastoral universitaria.
En la Universidad la presencia cristiana es cada vez más exigente y al
mismo tiempo fascinante, porque la fe está llamada, como en los siglos
pasados, a prestar su servicio insustituible al conocimiento, que en la
sociedad contemporánea es el verdadero motor del desarrollo. Del
conocimiento, enriquecido con la aportación de la fe, depende la
capacidad de un pueblo de saber mirar al futuro con esperanza, superando
las tentaciones de una visión puramente materialista de nuestra esencia y
de la historia.
Queridos jóvenes, vosotros sois el futuro de Europa. Inmersos en estos
años de estudio en el mundo del conocimiento, estáis llamados a invertir
vuestros mejores recursos, no sólo intelectuales, para consolidar vuestra
personalidad y para contribuir al bien común. Trabajar por el desarrollo
del conocimiento es la vocación específica de la Universidad, y requiere
cualidades morales y espirituales cada vez más elevadas frente a la
vastedad y la complejidad del saber que la humanidad tiene a su
disposición. La nueva síntesis cultural, que en este tiempo se está
elaborando en Europa y en el mundo globalizado, necesita la aportación
de intelectuales capaces de volver a proponer en las aulas académicas el
mensaje sobre Dios, o mejor, de hacer que renazca el deseo del hombre de
buscar a Dios —”quaerere Deum”— al que me he referido en otras
ocasiones.
Amad vuestras universidades, que son gimnasios de virtud y de
servicio. La Iglesia en Europa confía mucho en el generoso compromiso
apostólico de todos vosotros, consciente de los desafíos y de las
dificultades, pero también de las grandes potencialidades de la acción
pastoral en el ámbito universitario.
244
CRISTO, PRINCIPAL FACTOR DEL DESARROLLO
20090712. Angelus. Plaza de San Pedro.
Estos últimos días la atención de todos se ha dirigido al G8 que se
celebró en L'Aquila, ciudad tan probada por el terremoto. Las
problemáticas en agenda eran en ocasiones dramáticamente urgentes.
Existen en el mundo desigualdades sociales e injusticias estructurales que
ya no son tolerables y exigen, además de las debidas intervenciones
inmediatas, una estrategia coordinada para buscar soluciones globales
duraderas. Durante la cumbre los jefes de Estado y de Gobierno del G8
subrayaron la necesidad de llegar a acuerdos comunes a fin de asegurar a
la humanidad un futuro mejor. La Iglesia no posee soluciones técnicas que
presentar, pero, experta en humanidad, ofrece a todos la enseñanza de la
Sagrada Escritura sobre la verdad del hombre y anuncia el Evangelio del
amor y de la justicia.
El miércoles pasado, comentando en la audiencia general la encíclica
Caritas in veritate publicada precisamente la víspera del G8, dije que
“hace falta un nuevo proyecto económico que vuelva a planear el
desarrollo de forma global, basándose en el fundamento ético de la
responsabilidad ante Dios y ante el ser humano como criatura de Dios”.
Ello porque, como escribí en la encíclica, “en una sociedad en vías de
globalización, el bien común y el compromiso por él han de abarcar
necesariamente a toda la familia humana” (n. 7).
Ya el gran Pontífice Pablo VI, en la encíclica Populorum progressio,
había reconocido e indicado el horizonte mundial de la cuestión social.
Continuando por el mismo camino, también yo sentí la necesidad de
dedicar la Caritas in veritate a esa cuestión, que en nuestro tiempo se ha
convertido “radicalmente en una cuestión antropológica”, en el sentido de
que implica el modo mismo de concebir al ser humano, puesto cada vez
más en las manos del propio hombre por las modernas biotecnologías (cf.
ib., 75).
Las soluciones a los problemas actuales de la humanidad no pueden
ser sólo técnicas, sino que deben tener en cuenta todas las exigencias de la
persona, que está dotada de alma y cuerpo, y así deben tener en cuenta al
Creador, a Dios. De hecho, podría dibujar escenarios oscuros para el
futuro de la humanidad “el absolutismo de la técnica”, que encuentra su
máxima expresión en algunas prácticas contrarias a la vida. Los actos que
no respetan la verdadera dignidad de la persona, aun cuando parezcan
motivados por una “elección de amor”, en realidad son fruto de una
“concepción materialista y mecanicista de la vida humana” que reduce el
amor sin verdad a “un envoltorio vacío que se rellena arbitrariamente” (cf.
n. 3) y así puede conllevar efectos negativos para el desarrollo humano
integral.
Por compleja que sea la situación actual en el mundo, la Iglesia
contempla el futuro con esperanza y recuerda a los cristianos que “el
anuncio de Cristo es el primer y principal factor de desarrollo”.
Precisamente hoy, en la oración colecta de la misa, la liturgia nos invita a
245
orar: “Concédenos, oh Padre, no tener nada más querido que tu Hijo,
quien revela al mundo el misterio de tu amor y la verdadera dignidad del
hombre”. Que la Virgen María nos obtenga caminar por la senda del
desarrollo con todo nuestro corazón y nuestra inteligencia, “es decir, con
el ardor de la caridad y la sabiduría de la verdad” (cf. n. 8).
MARÍA Y EL SACERDOCIO
20090812. Audiencia general.
Es inminente la celebración de la solemnidad de la Asunción de la
santísima Virgen, el sábado próximo, y estamos en el contexto del Año
sacerdotal; por eso deseo hablar del nexo entre la Virgen y el sacerdocio.
Es un nexo profundamente enraizado en el misterio de la Encarnación.
Cuando Dios decidió hacerse hombre en su Hijo, necesitaba el "sí" libre
de una criatura suya. Dios no actúa contra nuestra libertad. Y sucede algo
realmente extraordinario: Dios se hace dependiente de la libertad, del "sí"
de una criatura suya; espera este "sí". San Bernardo de Claraval, en una de
sus homilías, explicó de modo dramático este momento decisivo de la
historia universal, donde el cielo, la tierra y Dios mismo esperan lo que
dirá esta criatura.
El "sí" de María es, por consiguiente, la puerta por la que Dios pudo
entrar en el mundo, hacerse hombre. Así María está real y profundamente
involucrada en el misterio de la Encarnación, de nuestra salvación. Y la
253
Encarnación, el hacerse hombre del Hijo, desde el inicio estaba orientada
al don de sí mismo, a entregarse con mucho amor en la cruz a fin de
convertirse en pan para la vida del mundo. De este modo sacrificio,
sacerdocio y Encarnación van unidos, y María se encuentra en el centro de
este misterio.
Pasemos ahora a la cruz. Jesús, antes de morir, ve a su Madre al pie de
la cruz y ve al hijo amado; y este hijo amado ciertamente es una persona,
un individuo muy importante; pero es más: es un ejemplo, una
prefiguración de todos los discípulos amados, de todas las personas
llamadas por el Señor a ser "discípulo amado" y, en consecuencia, de
modo particular también de los sacerdotes.
Jesús dice a María: "Madre, ahí tienes a tu hijo" (Jn 19, 26). Es una
especie de testamento: encomienda a su Madre al cuidado del hijo, del
discípulo. Pero también dice al discípulo: "Ahí tienes a tu madre" (Jn 19,
27). El Evangelio nos dice que desde ese momento san Juan, el hijo
predilecto, acogió a la madre María "en su casa". Así dice la traducción
italiana, pero el texto griego es mucho más profundo, mucho más rico.
Podríamos traducir: acogió a María en lo íntimo de su vida, de su ser, "eis
tà ìdia", en la profundidad de su ser.
Acoger a María significa introducirla en el dinamismo de toda la
propia existencia -no es algo exterior- y en todo lo que constituye el
horizonte del propio apostolado. Me parece que se comprende, por lo
tanto, que la peculiar relación de maternidad que existe entre María y los
presbíteros es la fuente primaria, el motivo fundamental de la predilección
que alberga por cada uno de ellos. De hecho, son dos las razones de la
predilección que María siente por ellos: porque se asemejan más a Jesús,
amor supremo de su corazón, y porque también ellos, como ella, están
comprometidos en la misión de proclamar, testimoniar y dar a Cristo al
mundo. Por su identificación y conformación sacramental a Jesús, Hijo de
Dios e Hijo de María, todo sacerdote puede y debe sentirse
verdaderamente hijo predilecto de esta altísima y humildísima Madre.
El Concilio Vaticano II invita a los sacerdotes a contemplar a María
como el modelo perfecto de su propia existencia, invocándola como
"Madre del sumo y eterno Sacerdote, Reina de los Apóstoles, Auxilio de
los presbíteros en su ministerio". Y los presbíteros -prosigue el Concilio-
"han de venerarla y amarla con devoción y culto filial" (cf. Presbyterorum
ordinis, 18).
El santo cura de Ars, en quien pensamos de modo particular este año,
solía repetir: "Jesucristo, cuando nos dio todo lo que nos podía dar, quiso
hacernos herederos de lo más precioso que tenía, es decir, de su santa
Madre" (B. Nodet, Il pensiero e l'anima del Curato d'Ars, Turín 1967, p.
305). Esto vale para todo cristiano, para todos nosotros, pero de modo
especial para los sacerdotes.
Queridos hermanos y hermanas, oremos para que María haga a todos
los sacerdotes, en todos los problemas del mundo de hoy, conformes a la
imagen de su Hijo Jesús, dispensadores del tesoro inestimable de su amor
de Pastor bueno.
254
¡María, Madre de los sacerdotes, ruega por nosotros!
DEPORTE, EDUCACIÓN Y FE
20091103. Mensaje. Al cardenal Rylko
El deporte posee un valioso potencial educativo, sobre todo en el
ámbito juvenil y, por esto, ocupa un lugar de relieve no sólo en el uso del
tiempo libre, sino también en la formación de la persona. El concilio
Vaticano II lo quiso incluir entre los medios que pertenecen al patrimonio
común de los hombres y son aptos para el perfeccionamiento moral y la
formación humana (cf. Gravissimum educationis, 4).
Si esto vale para la actividad deportiva en general, vale más aún para
la que se lleva a cabo en los oratorios, en las escuelas y en las asociaciones
deportivas, con el fin de asegurar una formación humana y cristiana a las
nuevas generaciones. Como recordé recientemente, no hay que olvidar
que "el deporte, practicado con pasión y atento sentido ético,
especialmente por la juventud, se convierte en gimnasio de sana
competición y de perfeccionamiento físico, escuela de formación en los
valores humanos y espirituales, medio privilegiado de crecimiento
personal y de contacto con la sociedad" (Discurso a los participantes en
los campeonatos mundiales de natación, 1 de agosto de 2009:
L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 7 de agosto de 2009,
p. 7).
Mediante las actividades deportivas, la comunidad eclesial contribuye
a la formación de la juventud, proporcionando un ámbito adecuado a su
crecimiento humano y espiritual. Las iniciativas deportivas, cuando tienen
como objetivo el desarrollo integral de la persona y se realizan bajo la
dirección de personal cualificado y competente, son una buena ocasión
para que sacerdotes, religiosos y laicos puedan convertirse en verdaderos
educadores y maestros de vida de los jóvenes. Por lo tanto, en nuestra
época —en la que resulta urgente la exigencia de educar a las nuevas
generaciones—, es necesario que la Iglesia siga sosteniendo el deporte
para los jóvenes, valorizando plenamente también la actividad agonística
en sus aspectos positivos, como, por ejemplo, en la capacidad de estimular
la competitividad, la valentía y la tenacidad a la hora de perseguir los
objetivos, pero evitando cualquier tendencia que desvirtúe la naturaleza al
recurrir a prácticas incluso dañinas para el organismo, como sucede en el
caso del dopaje. En una acción formativa coordinada, los directivos, los
técnicos y los agentes católicos deben considerarse guías experimentados
para los adolescentes, ayudándoles a desarrollar sus potencialidades
agonísticas sin descuidar las cualidades humanas y las virtudes cristianas
que llevan a una madurez completa de la persona.
321
EL MENSAJE PROFUNDO DEL AÑO SACERDOTAL
20091104. Mensaje. A la Conferencia Episcopal Italiana
El desafío educativo afecta a todos los sectores de la Iglesia y exige
que se afronten con decisión las grandes cuestiones de nuestro tiempo: la
relativa a la naturaleza del hombre y a su dignidad —elemento decisivo
para una formación completa de la persona— y la "cuestión de Dios", que
parece muy urgente en nuestra época.
Quiero recordar, al respecto, lo que dije el pasado 24 de julio durante
la celebración de las Vísperas en la catedral de Aosta: "Si la relación
fundamental —la relación con Dios— no está viva, si no se vive, tampoco
las demás relaciones pueden encontrar su justa forma. Pero esto vale
también para la sociedad, para la humanidad como tal. También aquí, si
falta Dios, si se prescinde de Dios, si Dios está ausente, falta la brújula
para mostrar el conjunto de todas las relaciones a fin de hallar el camino,
la orientación que conviene seguir. ¡Dios! Debemos llevar de nuevo a este
mundo nuestro la realidad de Dios, darlo a conocer y hacerlo presente"
(L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 31 de julio de 2009,
p. 3).
Para que esto se realice, queridos hermanos obispos, es necesario que
nosotros en primer lugar, con todo nuestro ser, seamos adoración viviente,
don que transforma el mundo y lo restituye a Dios. Este es el mensaje
profundo del Año sacerdotal, que constituye una ocasión extraordinaria
para ir al corazón del ministerio ordenado, reconduciendo a la unidad, en
cada sacerdote, la identidad y la misión.
ORACIÓN A LA INMACULADA
20091208. Ángelus
Oh María, Virgen Inmaculada: También este año nos volvemos a
encontrar con amor filial al pie de tu imagen para renovarte el homenaje
de la comunidad cristiana y de la ciudad de Roma. Hemos venido a orar,
siguiendo la tradición iniciada por los Papas anteriores, en el día solemne
en el que la liturgia celebra tu Inmaculada Concepción, misterio que es
fuente de alegría y de esperanza para todos los redimidos.
Te saludamos y te invocamos con las palabras del ángel: "Llena de
gracia" (Lc 1, 28), el nombre más bello, con el que Dios mismo
te llamó desde la eternidad. "Llena de gracia" eres tú, María, colmada del
amor divino desde el primer instante de tu existencia, providencialmente
predestinada a ser la Madre del Redentor e íntimamente asociada a él
en el misterio de la salvación.
En tu Inmaculada Concepción resplandece la vocación de los
discípulos de Cristo, llamados a ser, con su gracia, santos e inmaculados
en el amor (cf. Ef 1, 4). En ti brilla la dignidad de todo ser humano,
que siempre es precioso a los ojos del Creador.
Quien fija en ti su mirada, Madre toda santa, no pierde la serenidad,
por más duras que sean las pruebas de la vida. Aunque es triste la
experiencia del pecado, que desfigura la dignidad de los hijos de Dios,
quien recurre a ti redescubre la belleza de la verdad y del amor, y vuelve a
encontrar el camino que lleva a la casa del Padre.
"Llena de gracia" eres tú, María, que al acoger con tu "sí" los
proyectos del Creador, nos abriste el camino de la salvación. Enséñanos a
353
pronunciar también nosotros, siguiendo tu ejemplo, nuestro "sí" a la
voluntad del Señor.
Un "sí" que se une a tu "sí" sin reservas y sin sombras, que el Padre
quiso necesitar para engendrar al Hombre nuevo, Cristo, único Salvador
del mundo y de la historia.
Danos la valentía para decir "no" a los engaños del poder, del dinero y
del placer; a las ganancias ilícitas, a la corrupción y a la hipocresía,
al egoísmo y a la violencia. "No" al Maligno, príncipe engañador de este
mundo. "Sí" a Cristo, que destruye el poder del mal con la omnipotencia
del amor. Sabemos que sólo los corazones convertidos al Amor, que es
Dios, pueden construir un futuro mejor para todos.
"Llena de gracia" eres tú, María. Tu nombre es para todas las
generaciones prenda de esperanza segura. Sí, porque, como escribe el
sumo poeta Dante, para nosotros, los mortales, tú "eres fuente viva de
esperanza"
(Paraíso, XXXIII, 12).
Como peregrinos confiados, acudimos una vez más a esta fuente, al
manantial de tu Corazón inmaculado, para encontrar en ella fe y consuelo,
alegría y amor, seguridad y paz.
Virgen "llena de gracia", muéstrate Madre tierna y solícita
con los habitantes de esta ciudad tuya, para que el auténtico espíritu
angélico anime y oriente su comportamiento; muéstrate Madre y
guardiana vigilante de Italia y Europa, para que de las antiguas raíces
cristianas
los pueblos sepan tomar nueva linfa para construir su presente y su futuro;
1
Catecismo de la Iglesia Católica, 198.
354
hombre, hay muchas amenazas a la paz y al auténtico desarrollo humano
integral —guerras, conflictos internacionales y regionales, atentados
terroristas y violaciones de los derechos humanos—, no son menos
preocupantes los peligros causados por el descuido, e incluso por el abuso
que se hace de la tierra y de los bienes naturales que Dios nos ha dado. Por
este motivo, es indispensable que la humanidad renueve y refuerce «esa
alianza entre ser humano y medio ambiente que ha de ser reflejo del amor
creador de Dios, del cual procedemos y hacia el cual caminamos»2.
2. En la Encíclica Caritas in veritate he subrayado que el desarrollo
humano integral está estrechamente relacionado con los deberes que se
derivan de la relación del hombre con el entorno natural, considerado
como un don de Dios para todos, cuyo uso comporta una responsabilidad
común respecto a toda la humanidad, especialmente a los pobres y a las
generaciones futuras. He señalado, además, que cuando se considera a la
naturaleza, y al ser humano en primer lugar, simplemente como fruto del
azar o del determinismo evolutivo, se corre el riesgo de que disminuya en
las personas la conciencia de la responsabilidad 3. En cambio, valorar la
creación como un don de Dios a la humanidad nos ayuda a comprender la
vocación y el valor del hombre. En efecto, podemos proclamar llenos de
asombro con el Salmista: «Cuando contemplo el cielo, obra de tus dedos,
la luna y las estrellas que has creado, ¿qué es el hombre, para que te
acuerdes de él, el ser humano, para darle poder?» (Sal 8,4-5). Contemplar
la belleza de la creación es un estímulo para reconocer el amor del
Creador, ese amor que «mueve el sol y las demás estrellas»4.
3. Hace veinte años, al dedicar el Mensaje de la Jornada Mundial de la
Paz al tema Paz con Dios creador, paz con toda la creación, el Papa Juan
Pablo II llamó la atención sobre la relación que nosotros, como criaturas
de Dios, tenemos con el universo que nos circunda. «En nuestros días
aumenta cada vez más la convicción —escribía— de que la paz mundial
está amenazada, también [...] por la falta del debido respeto a la
naturaleza», añadiendo que la conciencia ecológica «no debe ser
obstaculizada, sino más bien favorecida, de manera que se desarrolle y
madure encontrando una adecuada expresión en programas e iniciativas
concretas»5. También otros Predecesores míos habían hecho referencia
anteriormente a la relación entre el hombre y el medio ambiente. Pablo VI,
por ejemplo, con ocasión del octogésimo aniversario de la Encíclica
Rerum Novarum de León XIII, en 1971, señaló que «debido a una
explotación inconsiderada de la naturaleza, [el hombre] corre el riesgo de
destruirla y de ser a su vez víctima de esta degradación». Y añadió
también que, en este caso, «no sólo el ambiente físico constituye una
amenaza permanente: contaminaciones y desechos, nuevas enfermedades,
poder destructor absoluto; es el propio consorcio humano el que el hombre
no domina ya, creando de esta manera para el mañana un ambiente que
2
Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2008, 7.
3
Cf. n. 48.
4
Dante Alighieri, Divina Comedia, Paraíso, XXXIII, 145.
5
Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1990, 1.
355
podría resultarle intolerable. Problema social de envergadura que incumbe
a la familia humana toda entera»6.
4. Sin entrar en la cuestión de soluciones técnicas específicas, la
Iglesia, «experta en humanidad», se preocupa de llamar la atención con
energía sobre la relación entre el Creador, el ser humano y la creación. En
1990, Juan Pablo II habló de «crisis ecológica» y, destacando que ésta
tiene un carácter predominantemente ético, hizo notar «la urgente
necesidad moral de una nueva solidaridad» 7. Este llamamiento se hace hoy
todavía más apremiante ante las crecientes manifestaciones de una crisis,
que sería irresponsable no tomar en seria consideración. ¿Cómo
permanecer indiferentes ante los problemas que se derivan de fenómenos
como el cambio climático, la desertificación, el deterioro y la pérdida de
productividad de amplias zonas agrícolas, la contaminación de los ríos y
de las capas acuíferas, la pérdida de la biodiversidad, el aumento de
sucesos naturales extremos, la deforestación de las áreas ecuatoriales y
tropicales? ¿Cómo descuidar el creciente fenómeno de los llamados
«prófugos ambientales», personas que deben abandonar el ambiente en
que viven —y con frecuencia también sus bienes— a causa de su
deterioro, para afrontar los peligros y las incógnitas de un desplazamiento
forzado? ¿Cómo no reaccionar ante los conflictos actuales, y ante otros
potenciales, relacionados con el acceso a los recursos naturales? Todas
éstas son cuestiones que tienen una repercusión profunda en el ejercicio de
los derechos humanos como, por ejemplo, el derecho a la vida, a la
alimentación, a la salud y al desarrollo.
5. No obstante, se ha de tener en cuenta que no se puede valorar la
crisis ecológica separándola de las cuestiones ligadas a ella, ya que está
estrechamente vinculada al concepto mismo de desarrollo y a la visión del
hombre y su relación con sus semejantes y la creación. Por tanto, resulta
sensato hacer una revisión profunda y con visión de futuro del modelo de
desarrollo, reflexionando además sobre el sentido de la economía y su
finalidad, para corregir sus disfunciones y distorsiones. Lo exige el estado
de salud ecológica del planeta; lo requiere también, y sobre todo, la crisis
cultural y moral del hombre, cuyos síntomas son patentes desde hace
tiempo en todas las partes del mundo 8. La humanidad necesita una
profunda renovación cultural; necesita redescubrir esos valores que
constituyen el fundamento sólido sobre el cual construir un futuro mejor
para todos. Las situaciones de crisis por las que está actualmente
atravesando —ya sean de carácter económico, alimentario, ambiental o
social— son también, en el fondo, crisis morales relacionadas entre sí.
Éstas obligan a replantear el camino común de los hombres. Obligan, en
particular, a un modo de vivir caracterizado por la sobriedad y la
solidaridad, con nuevas reglas y formas de compromiso, apoyándose con
confianza y valentía en las experiencias positivas que ya se han realizado
6
Carta ap. Octogesima adveniens, 21.
7
Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1990 1990, 10.
8
Cf. Carta enc. Caritas in veritate, 32.
356
y rechazando con decisión las negativas. Sólo de este modo la crisis actual
se convierte en ocasión de discernimiento y de nuevas proyecciones.
6. ¿Acaso no es cierto que en el origen de lo que, en sentido cósmico,
llamamos «naturaleza», hay «un designio de amor y de verdad»? El
mundo «no es producto de una necesidad cualquiera, de un destino ciego o
del azar [...]. Procede de la voluntad libre de Dios que ha querido hacer
participar a las criaturas de su ser, de su sabiduría y de su bondad» 9. El
Libro del Génesis nos remite en sus primeras páginas al proyecto sapiente
del cosmos, fruto del pensamiento de Dios, en cuya cima se sitúan el
hombre y la mujer, creados a imagen y semejanza del Creador para «llenar
la tierra» y «dominarla» como «administradores» de Dios mismo (cf. Gn
1,28). La armonía entre el Creador, la humanidad y la creación que
describe la Sagrada Escritura, se ha roto por el pecado de Adán y Eva, del
hombre y la mujer, que pretendieron ponerse en el lugar de Dios,
negándose a reconocerse criaturas suyas. La consecuencia es que se ha
distorsionado también el encargo de «dominar» la tierra, de «cultivarla y
guardarla», y así surgió un conflicto entre ellos y el resto de la creación
(cf. Gn 3,17-19). El ser humano se ha dejado dominar por el egoísmo,
perdiendo el sentido del mandato de Dios, y en su relación con la creación
se ha comportado como explotador, queriendo ejercer sobre ella un
dominio absoluto. Pero el verdadero sentido del mandato original de Dios,
perfectamente claro en el Libro del Génesis, no consistía en una simple
concesión de autoridad, sino más bien en una llamada a la
responsabilidad. Por lo demás, la sabiduría de los antiguos reconocía que
la naturaleza no está a nuestra disposición como si fuera un «montón de
desechos esparcidos al azar»10, mientras que la Revelación bíblica nos ha
hecho comprender que la naturaleza es un don del Creador, el cual ha
inscrito en ella su orden intrínseco para que el hombre pueda descubrir en
él las orientaciones necesarias para «cultivarla y guardarla» (cf. Gn
2,15)11. Todo lo que existe pertenece a Dios, que lo ha confiado a los
hombres, pero no para que dispongan arbitrariamente de ello. Por el
contrario, cuando el hombre, en vez de desempeñar su papel de
colaborador de Dios, lo suplanta, termina provocando la rebelión de la
naturaleza, «más bien tiranizada que gobernada por él» 12. Así, pues, el
hombre tiene el deber de ejercer un gobierno responsable sobre la
creación, protegiéndola y cultivándola13.
7. Se ha de constatar por desgracia que numerosas personas, en
muchos países y regiones del planeta, sufren crecientes dificultades a
causa de la negligencia o el rechazo por parte de tantos a ejercer un
gobierno responsable respecto al medio ambiente. El Concilio Ecuménico
Vaticano II ha recordado que «Dios ha destinado la tierra y todo cuanto
9
Catecismo de la Iglesia Católica, 295.
10
Heráclito de Éfeso (535 a.C. ca. – 475 a.C. ca.), Fragmento 22B124, en H. Diels-W. Kranz,
Die Fragmente der Vorsokratiker, Weidmann, Berlín19526.
11
Cf. Carta enc. Caritas in veritate, 48.
12
Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 37.
13
Cf. Carta enc. Caritas in veritate, 50.
357
14
ella contiene para uso de todos los hombres y pueblos» . Por tanto, la
herencia de la creación pertenece a la humanidad entera. En cambio, el
ritmo actual de explotación pone en serio peligro la disponibilidad de
algunos recursos naturales, no sólo para la presente generación, sino sobre
todo para las futuras15. Así, pues, se puede comprobar fácilmente que el
deterioro ambiental es frecuentemente el resultado de la falta de proyectos
políticos de altas miras o de la búsqueda de intereses económicos miopes,
que se transforman lamentablemente en una seria amenaza para la
creación. Para contrarrestar este fenómeno, teniendo en cuenta que «toda
decisión económica tiene consecuencias de carácter moral»16, es también
necesario que la actividad económica respete más el medio ambiente.
Cuando se utilizan los recursos naturales, hay que preocuparse de su
salvaguardia, previendo también sus costes —en términos ambientales y
sociales—, que han de ser considerados como un capítulo esencial del
costo de la misma actividad económica. Compete a la comunidad
internacional y a los gobiernos nacionales dar las indicaciones oportunas
para contrarrestar de manera eficaz una utilización del medio ambiente
que lo perjudique. Para proteger el ambiente, para tutelar los recursos y el
clima, es preciso, por un lado, actuar respetando unas normas bien
definidas incluso desde el punto de vista jurídico y económico y, por otro,
tener en cuenta la solidaridad debida a quienes habitan las regiones más
pobres de la tierra y a las futuras generaciones.
8. En efecto, parece urgente lograr una leal solidaridad
intergeneracional. Los costes que se derivan de la utilización de los
recursos ambientales comunes no pueden dejarse a cargo de las
generaciones futuras: «Herederos de generaciones pasadas y
beneficiándonos del trabajo de nuestros contemporáneos, estamos
obligados para con todos y no podemos desinteresarnos de los que
vendrán a aumentar todavía más el círculo de la familia humana. La
solidaridad universal, que es un hecho y beneficio para todos, es también
un deber. Se trata de una responsabilidad que las generaciones presentes
tienen respecto a las futuras, una responsabilidad que incumbe también a
cada Estado y a la Comunidad internacional» 17. El uso de los recursos
naturales debería hacerse de modo que las ventajas inmediatas no tengan
consecuencias negativas para los seres vivientes, humanos o no, del
presente y del futuro; que la tutela de la propiedad privada no entorpezca
el destino universal de los bienes 18; que la intervención del hombre no
comprometa la fecundidad de la tierra, para ahora y para el mañana.
Además de la leal solidaridad intergeneracional, se ha de reiterar la
urgente necesidad moral de una renovada solidaridad intrageneracional,
especialmente en las relaciones entre países en vías de desarrollo y
14
Const. past. Gaudium et spes, 69.
15
Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 34.
16
Carta enc. Caritas in veritate, 37.
17
Pontificio Consejo «Justicia y Paz», Compendio de la Doctrina social de la Iglesia, 467;cf.
Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 17.
18
Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 30-31. 43.
358
aquellos altamente industrializados: «la comunidad internacional tiene el
deber imprescindible de encontrar los modos institucionales para ordenar
el aprovechamiento de los recursos no renovables, con la participación
también de los países pobres, y planificar así conjuntamente el futuro» 19.
La crisis ecológica muestra la urgencia de una solidaridad que se
proyecte en el espacio y el tiempo. En efecto, entre las causas de la crisis
ecológica actual, es importante reconocer la responsabilidad histórica de
los países industrializados. No obstante, tampoco los países menos
industrializados, particularmente aquellos emergentes, están eximidos de
la propia responsabilidad respecto a la creación, porque el deber de
adoptar gradualmente medidas y políticas ambientales eficaces incumbe a
todos. Esto podría lograrse más fácilmente si no hubiera tantos cálculos
interesados en la asistencia y la transferencia de conocimientos y
tecnologías más limpias.
9. Es indudable que uno de los principales problemas que ha de
afrontar la comunidad internacional es el de los recursos energéticos,
buscando estrategias compartidas y sostenibles para satisfacer las
necesidades de energía de esta generación y de las futuras. Para ello, es
necesario que las sociedades tecnológicamente avanzadas estén dispuestas
a favorecer comportamientos caracterizados por la sobriedad,
disminuyendo el propio consumo de energía y mejorando las condiciones
de su uso. Al mismo tiempo, se ha de promover la búsqueda y las
aplicaciones de energías con menor impacto ambiental, así como la
«redistribución planetaria de los recursos energéticos, de manera que
también los países que no los tienen puedan acceder a ellos» 20. La crisis
ecológica, pues, brinda una oportunidad histórica para elaborar una
respuesta colectiva orientada a cambiar el modelo de desarrollo global
siguiendo una dirección más respetuosa con la creación y de un desarrollo
humano integral, inspirado en los valores propios de la caridad en la
verdad. Por tanto, desearía que se adoptara un modelo de desarrollo
basado en el papel central del ser humano, en la promoción y participación
en el bien común, en la responsabilidad, en la toma de conciencia de la
necesidad de cambiar el estilo de vida y en la prudencia, virtud que indica
lo que se ha de hacer hoy, en previsión de lo que puede ocurrir mañana21.
10. Para llevar a la humanidad hacia una gestión del medio ambiente y
los recursos del planeta que sea sostenible en su conjunto, el hombre está
llamado a emplear su inteligencia en el campo de la investigación
científica y tecnológica y en la aplicación de los descubrimientos que se
derivan de ella. La «nueva solidaridad» propuesta por Juan Pablo II en el
Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1990 22, y la «solidaridad
global», que he mencionado en el Mensaje para la Jornada Mundial de la
19
Carta enc. Caritas in veritate, 49.
20
Ibíd.
21
Cf. Santo Tomás de Aquino, S. Th., II-II, q. 49, 5.
22
Cf. n. 9.
359
23
Paz 2009 , son actitudes esenciales para orientar el compromiso de tutelar
la creación, mediante un sistema de gestión de los recursos de la tierra
mejor coordinado en el ámbito internacional, sobre todo en un momento
en el que va apareciendo cada vez de manera más clara la estrecha
interrelación que hay entre la lucha contra el deterioro ambiental y la
promoción del desarrollo humano integral. Se trata de una dinámica
imprescindible, en cuanto «el desarrollo integral del hombre no puede
darse sin el desarrollo solidario de la humanidad» 24. Hoy son muchas las
oportunidades científicas y las potenciales vías innovadoras, gracias a las
cuales se pueden obtener soluciones satisfactorias y armoniosas para la
relación entre el hombre y el medio ambiente. Por ejemplo, es preciso
favorecer la investigación orientada a determinar el modo más eficaz para
aprovechar la gran potencialidad de la energía solar. También merece
atención la cuestión, que se ha hecho planetaria, del agua y el sistema
hidrogeológico global, cuyo ciclo tiene una importancia de primer orden
para la vida en la tierra, y cuya estabilidad puede verse amenazada
gravemente por los cambios climáticos. Se han de explorar, además,
estrategias apropiadas de desarrollo rural centradas en los pequeños
agricultores y sus familias, así como es preciso preparar políticas idóneas
para la gestión de los bosques, para el tratamiento de los desperdicios y
para la valorización de las sinergias que se dan entre los intentos de
contrarrestar los cambios climáticos y la lucha contra la pobreza. Hacen
falta políticas nacionales ambiciosas, completadas por un necesario
compromiso internacional que aporte beneficios importantes, sobre todo a
medio y largo plazo. En definitiva, es necesario superar la lógica del mero
consumo para promover formas de producción agrícola e industrial que
respeten el orden de la creación y satisfagan las necesidades primarias de
todos. La cuestión ecológica no se ha de afrontar sólo por las perspectivas
escalofriantes que se perfilan en el horizonte a causa del deterioro
ambiental; el motivo ha de ser sobre todo la búsqueda de una auténtica
solidaridad de alcance mundial, inspirada en los valores de la caridad, la
justicia y el bien común. Por otro lado, como ya he tenido ocasión de
recordar, «la técnica nunca es sólo técnica. Manifiesta quién es el hombre
y cuáles son sus aspiraciones de desarrollo, expresa la tensión del ánimo
humano hacia la superación gradual de ciertos condicionamientos
materiales. La técnica, por lo tanto, se inserta en el mandato de cultivar y
guardar la tierra (cf. Gn 2,15), que Dios ha confiado al hombre, y se
orienta a reforzar esa alianza entre ser humano y medio ambiente que debe
reflejar el amor creador de Dios»25.
11. Cada vez se ve con mayor claridad que el tema del deterioro
ambiental cuestiona los comportamientos de cada uno de nosotros, los
estilos de vida y los modelos de consumo y producción actualmente
23
Cf .n. 8.
24
Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio, 43.
25
Carta enc. Caritas in veritate, 69.
360
dominantes, con frecuencia insostenibles desde el punto de vista social,
ambiental e incluso económico. Ha llegado el momento en que resulta
indispensable un cambio de mentalidad efectivo, que lleve a todos a
adoptar nuevos estilos de vida, «a tenor de los cuales, la búsqueda de la
verdad, de la belleza y del bien, así como la comunión con los demás
hombres para un desarrollo común, sean los elementos que determinen las
opciones del consumo, de los ahorros y de las inversiones» 26. Se ha de
educar cada vez más para construir la paz a partir de opciones de gran
calado en el ámbito personal, familiar, comunitario y político. Todos
somos responsables de la protección y el cuidado de la creación. Esta
responsabilidad no tiene fronteras. Según el principio de subsidiaridad, es
importante que todos se comprometan en el ámbito que les corresponda,
trabajando para superar el predominio de los intereses particulares. Un
papel de sensibilización y formación corresponde particularmente a los
diversos sujetos de la sociedad civil y las Organizaciones no gubernativas,
que se mueven con generosidad y determinación en favor de una
responsabilidad ecológica, que debería estar cada vez más enraizada en el
respeto de la «ecología humana». Además, se ha de requerir la
responsabilidad de los medios de comunicación social en este campo, con
el fin de proponer modelos positivos en los que inspirarse. Por tanto,
ocuparse del medio ambiente exige una visión amplia y global del mundo;
un esfuerzo común y responsable para pasar de una lógica centrada en el
interés nacionalista egoísta a una perspectiva que abarque siempre las
necesidades de todos los pueblos. No se puede permanecer indiferentes
ante lo que ocurre en nuestro entorno, porque la degradación de cualquier
parte del planeta afectaría a todos. Las relaciones entre las personas, los
grupos sociales y los Estados, al igual que los lazos entre el hombre y el
medio ambiente, están llamadas a asumir el estilo del respeto y de la
«caridad en la verdad». En este contexto tan amplio, es deseable más que
nunca que los esfuerzos de la comunidad internacional por lograr un
desarme progresivo y un mundo sin armas nucleares, que sólo con su mera
existencia amenazan la vida del planeta, así como por un proceso de
desarrollo integral de la humanidad de hoy y del mañana, sean de verdad
eficaces y correspondidos adecuadamente.
12. La Iglesia tiene una responsabilidad respecto a la creación y se
siente en el deber de ejercerla también en el ámbito público, para defender
la tierra, el agua y el aire, dones de Dios Creador para todos, y sobre todo
para proteger al hombre frente al peligro de la destrucción de sí mismo. En
efecto, la degradación de la naturaleza está estrechamente relacionada con
la cultura que modela la convivencia humana, por lo que «cuando se
respeta la “ecología humana” en la sociedad, también la ecología
ambiental se beneficia»27. No se puede pedir a los jóvenes que respeten el
medio ambiente, si no se les ayuda en la familia y en la sociedad a
respetarse a sí mismos: el libro de la naturaleza es único, tanto en lo que
26
Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 36.
27
Carta enc. Caritas in veritate, 51.
361
28
concierne al ambiente como a la ética personal, familiar y social . Los
deberes respecto al ambiente se derivan de los deberes para con la
persona, considerada en sí misma y en su relación con los demás. Por eso,
aliento de buen grado la educación de una responsabilidad ecológica que,
como he dicho en la Encíclica Caritas in veritate, salvaguarde una
auténtica «ecología humana» y, por tanto, afirme con renovada convicción
la inviolabilidad de la vida humana en cada una de sus fases, y en
cualquier condición en que se encuentre, la dignidad de la persona y la
insustituible misión de la familia, en la cual se educa en el amor al
prójimo y el respeto por la naturaleza 29. Es preciso salvaguardar el
patrimonio humano de la sociedad. Este patrimonio de valores tiene su
origen y está inscrito en la ley moral natural, que fundamenta el respeto de
la persona humana y de la creación.
13. Tampoco se ha de olvidar el hecho, sumamente elocuente, de que
muchos encuentran tranquilidad y paz, se sienten renovados y
fortalecidos, al estar en contacto con la belleza y la armonía de la
naturaleza. Así, pues, hay una cierta forma de reciprocidad: al cuidar la
creación, vemos que Dios, a través de ella, cuida de nosotros. Por otro
lado, una correcta concepción de la relación del hombre con el medio
ambiente no lleva a absolutizar la naturaleza ni a considerarla más
importante que la persona misma. El Magisterio de la Iglesia manifiesta
reservas ante una concepción del mundo que nos rodea inspirada en el
ecocentrismo y el biocentrismo, porque dicha concepción elimina la
diferencia ontológica y axiológica entre la persona humana y los otros
seres vivientes. De este modo, se anula en la práctica la identidad y el
papel superior del hombre, favoreciendo una visión igualitarista de la
«dignidad» de todos los seres vivientes. Se abre así paso a un nuevo
panteísmo con acentos neopaganos, que hace derivar la salvación del
hombre exclusivamente de la naturaleza, entendida en sentido puramente
naturalista. La Iglesia invita en cambio a plantear la cuestión de manera
equilibrada, respetando la «gramática» que el Creador ha inscrito en su
obra, confiando al hombre el papel de guardián y administrador
responsable de la creación, papel del que ciertamente no debe abusar, pero
del cual tampoco puede abdicar. En efecto, también la posición contraria
de absolutizar la técnica y el poder humano termina por atentar
gravemente, no sólo contra la naturaleza, sino también contra la misma
dignidad humana30.
14. Si quieres promover la paz, protege la creación. La búsqueda de la
paz por parte de todos los hombres de buena voluntad se verá facilitada
sin duda por el reconocimiento común de la relación inseparable que
existe entre Dios, los seres humanos y toda la creación. Los cristianos
ofrecen su propia aportación, iluminados por la divina Revelación y
28
Cf. ibíd., 15. 51.
29
Cf. ibíd., 28. 51. 61; Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus, 38.39.
30
Cf. Carta enc. Caritas in veritate, 70.
362
siguiendo la Tradición de la Iglesia. Consideran el cosmos y sus
maravillas a la luz de la obra creadora del Padre y de la redención de
Cristo, que, con su muerte y resurrección, ha reconciliado con Dios «todos
los seres: los del cielo y los de la tierra» (Col 1,20). Cristo, crucificado y
resucitado, ha entregado a la humanidad su Espíritu santificador, que guía
el camino de la historia, en espera del día en que, con la vuelta gloriosa
del Señor, serán inaugurados «un cielo nuevo y una tierra nueva» (2 P
3,13), en los que habitarán por siempre la justicia y la paz. Por tanto,
proteger el entorno natural para construir un mundo de paz es un deber de
cada persona. He aquí un desafío urgente que se ha de afrontar de modo
unánime con un renovado empeño; he aquí una oportunidad providencial
para legar a las nuevas generaciones la perspectiva de un futuro mejor
para todos. Que los responsables de las naciones sean conscientes de ello,
así como los que, en todos los ámbitos, se interesan por el destino de la
humanidad: la salvaguardia de la creación y la consecución de la paz son
realidades íntimamente relacionadas entre sí. Por eso, invito a todos los
creyentes a elevar una ferviente oración a Dios, Creador todopoderoso y
Padre de misericordia, para que en el corazón de cada hombre y de cada
mujer resuene, se acoja y se viva el apremiante llamamiento: Si quieres
promover la paz, protege la creación.
SIGNIFICADO DE LA NAVIDAD
380
20091223. Audiencia general
Con la Novena de Navidad que estamos celebrando en estos días, la
Iglesia nos invita a vivir de modo intenso y profundo la preparación al
Nacimiento del Salvador, ya inminente. El deseo, que todos llevamos en el
corazón, es que la próxima fiesta de la Navidad nos dé, en medio de la
actividad frenética de nuestros días, una serena y profunda alegría para
que nos haga tocar con la mano la bondad de nuestro Dios y nos infunda
nuevo valor.
Para comprender mejor el significado de la Navidad del Señor quisiera
hacer una breve referencia al origen histórico de esta solemnidad. De
hecho, el Año litúrgico de la Iglesia no se desarrolló inicialmente
partiendo del nacimiento de Cristo, sino de la fe en su resurrección. Por
eso la fiesta más antigua de la cristiandad no es la Navidad, sino la
Pascua; la resurrección de Cristo funda la fe cristiana, está en la base del
anuncio del Evangelio y hace nacer a la Iglesia. Por lo tanto, ser cristianos
significa vivir de modo pascual, implicándonos en el dinamismo originado
por el Bautismo, que lleva a morir al pecado para vivir con Dios (cf. Rm
6,4).
El primero que afirmó con claridad que Jesús nació el 25 de diciembre
fue Hipólito de Roma, en su comentario al libro del profeta Daniel, escrito
alrededor del año 204. Algún exegeta observa, además, que ese día se
celebraba la fiesta de la Dedicación del Templo de Jerusalén, instituida por
Judas Macabeo en el 164 antes de Cristo. La coincidencia de fechas
significaría entonces que con Jesús, aparecido como luz de Dios en la
noche, se realiza verdaderamente la consagración del templo, el Adviento
de Dios a esta tierra.
En la cristiandad la fiesta de Navidad asumió una forma definida en el
siglo IV, cuando tomó el lugar de la fiesta romana del "Sol invictus", el sol
invencible; así se puso de relieve que el nacimiento de Cristo es la victoria
de la verdadera luz sobre las tinieblas del mal y del pecado. Con todo, el
particular e intenso clima espiritual que rodea la Navidad se desarrolló en
la Edad Media, gracias a san Francisco de Asís, que estaba profundamente
enamorado del hombre Jesús, del Dios-con-nosotros. Su primer biógrafo,
Tomás de Celano, en la Vita seconda narra que san Francisco "por encima
de las demás solemnidades, celebraba con inefable premura el Nacimiento
del Niño Jesús, y llamaba fiesta de las fiestas al día en que Dios, hecho un
niño pequeño, había sido amamantado por un seno humano" (Fonti
Francescane, n. 199, p. 492). De esta particular devoción al misterio de la
Encarnación se originó la famosa celebración de la Navidad en Greccio.
Probablemente, para ella san Francisco se inspiró durante su peregrinación
a Tierra Santa y en el pesebre de Santa María la Mayor en Roma. Lo que
animaba al Poverello de Asís era el deseo de experimentar de forma
concreta, viva y actual la humilde grandeza del acontecimiento del
nacimiento del Niño Jesús y de comunicar su alegría a todos.
En la primera biografía, Tomás de Celano habla de la noche del belén
de Greccio de una forma viva y conmovedora, dando una contribución
381
decisiva a la difusión de la tradición navideña más hermosa, la del belén.
La noche de Greccio devolvió a la cristiandad la intensidad y la belleza de
la fiesta de la Navidad y educó al pueblo de Dios a captar su mensaje más
auténtico, su calor particular, y a amar y adorar la humanidad de Cristo.
Este particular enfoque de la Navidad ofreció a la fe cristiana una nueva
dimensión. La Pascua había concentrado la atención sobre el poder de
Dios que vence a la muerte, inaugura una nueva vida y enseña a esperar en
el mundo futuro. Con san Francisco y su belén se ponían de relieve el
amor inerme de Dios, su humildad y su benignidad, que en la Encarnación
del Verbo se manifiesta a los hombres para enseñar un modo nuevo de
vivir y de amar.
Celano narra que, en aquella noche de Navidad, le fue concedida a san
Francisco la gracia de una visión maravillosa. Vio que en el pesebre yacía
inmóvil un niño pequeño, que se despertó del sueño precisamente por la
cercanía de san Francisco. Y añade: "Esta visión coincidía con los hechos,
pues, por obra de su gracia que actuaba por medio de su santo siervo
Francisco, el niño Jesús fue resucitado en el corazón de muchos que le
habían olvidado, y quedó profundamente grabado en su memoria
amorosa" (Vita prima, op. cit., n. 86, p. 307). Este cuadro describe con
gran precisión todo lo que la fe viva y el amor de san Francisco a la
humanidad de Cristo han transmitido a la fiesta cristiana de la Navidad: el
descubrimiento de que Dios se revela en los tiernos miembros del Niño
Jesús. Gracias a san Francisco, el pueblo cristiano ha podido percibir que
en Navidad Dios ha llegado a ser verdaderamente el "Emmanuel", el Dios-
con-nosotros, del que no nos separa ninguna barrera ni lejanía. En ese
Niño, Dios se ha hecho tan próximo a cada uno de nosotros, tan cercano,
que podemos tratarle de tú y mantener con él una relación confiada de
profundo afecto, como lo hacemos con un recién nacido.
En ese Niño se manifiesta el Dios-Amor: Dios viene sin armas, sin la
fuerza, porque no pretende conquistar, por decir así, desde fuera, sino que
quiere más bien ser acogido libremente por el hombre; Dios se hace Niño
inerme para vencer la soberbia, la violencia, el afán de poseer del hombre.
En Jesús, Dios asumió esta condición pobre y conmovedora para vencer
con el amor y llevarnos a nuestra verdadera identidad. No debemos
olvidar que el título más grande de Jesucristo es precisamente el de "Hijo",
Hijo de Dios; la dignidad divina se indica con un término que prolonga la
referencia a la humilde condición del pesebre de Belén, aunque
corresponda de manera única a su divinidad, que es la divinidad del
"Hijo".
Su condición de Niño nos indica además cómo podemos encontrar a
Dios y gozar de su presencia. A la luz de la Navidad podemos comprender
las palabras de Jesús: "Si no os convertís y os hacéis como niños, no
entraréis en el reino de los cielos" (Mt 18, 3). Quien no ha entendido el
misterio de la Navidad, no ha entendido el elemento decisivo de la
existencia cristiana. Quien no acoge a Jesús con corazón de niño, no puede
entrar en el reino de los cielos; esto es lo que san Francisco quiso recordar
a la cristiandad de su tiempo y de todos los tiempos, hasta hoy. Oremos al
382
Padre para que conceda a nuestro corazón la sencillez que reconoce en el
Niño al Señor, precisamente como hizo san Francisco en Greccio. Así
pues, también a nosotros nos podría suceder lo que Tomás de Celano,
refiriéndose a la experiencia de los pastores en la Noche Santa (cf. Lc 2,
20), narra a propósito de quienes estuvieron presentes en el
acontecimiento de Greccio: "Cada uno volvió a su casa lleno de inefable
alegría" (Vita prima, op. cit., n. 86, p. 479).
Este es el deseo que os expreso con afecto a todos vosotros, a vuestras
familias y a vuestros seres queridos. ¡Feliz Navidad a todos!
SAN ESTEBAN
20091226. Ángelus
387
Con el corazón aún lleno de asombro e inundado de la luz que
proviene de la gruta de Belén, donde con María, José y los pastores,
hemos adorado a nuestro Salvador, hoy recordamos al diácono san
Esteban, el primer mártir cristiano. Su ejemplo nos ayuda a penetrar más
en el misterio de la Navidad y nos testimonia la maravillosa grandeza del
nacimiento de aquel Niño, en el que se manifiesta la gracia de Dios, que
trae la salvación a los hombres (cf. Tt 2, 11). De hecho, el niño que da
vagidos en el pesebre es el Hijo de Dios hecho hombre, que nos pide que
testimoniemos con valentía su Evangelio, como lo hizo san Esteban,
quien, lleno de Espíritu Santo, no dudó en dar la vida por amor a su Señor.
Como su Maestro, muere perdonando a sus perseguidores y nos ayuda a
comprender que la llegada del Hijo de Dios al mundo da origen a una
nueva civilización, la civilización del amor, que no se rinde ante el mal y
la violencia, y derriba las barreras entre los hombres, haciéndolos
hermanos en la gran familia de los hijos de Dios.
San Esteban es también el primer diácono de la Iglesia, que haciéndose
servidor de los pobres por amor a Cristo, entra progresivamente en plena
sintonía con él y lo sigue hasta el don supremo de sí. El testimonio de san
Esteban, como el de los mártires cristianos, indica a nuestros
contemporáneos, a menudo distraídos y desorientados, en quién deben
poner su confianza para dar sentido a la vida. De hecho, el mártir es quien
muere con la certeza de saberse amado por Dios y, sin anteponer nada al
amor de Cristo, sabe que ha elegido la mejor parte. Configurándose
plenamente a la muerte de Cristo, es consciente de que es germen fecundo
de vida y abre en el mundo senderos de paz y de esperanza. Hoy,
presentándonos al diácono san Esteban como modelo, la Iglesia nos indica
asimismo que la acogida y el amor a los pobres es uno de los caminos
privilegiados para vivir el Evangelio y testimoniar a los hombres de modo
creíble el reino de Dios que viene.
La fiesta de san Esteban nos recuerda igualmente a los numerosos
creyentes que en varias partes del mundo se ven sometidos a pruebas y
sufrimientos a causa de su fe. Encomendándolos a su celestial protección,
comprometámonos a sostenerlos con la oración y a realizar sin cesar
nuestra vocación cristiana, poniendo siempre en el centro de nuestra vida a
Jesucristo, a quien en estos días contemplamos en la sencillez y en la
humildad del pesebre. Por eso, invoquemos la intercesión de María,
Madre del Redentor y Reina de los mártires, con la oración del Ángelus.