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ENFOQUES SOBRE

POSMODERNIDAD EN AMÉRICA LATINA

SINTITUL-12 3 06/09/2011, 07:56 a.m.


COLECCIÓN PENSAMIENTO TRANSDISCIPLINARIO
DIRIGIDA POR RIGOBERTO LANZ

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ENFOQUES SOBRE
POSMODERNIDAD
EN AMÉRICA LATINA
ROBERTO FOLLARI y RIGOBERTO LANZ
(COMPILADORES)

Martín Hopenhayn
Jesús Martín Barbero
Rigoberto Lanz
Roberto Follari
Santiago Castro-Gómez
Alexander Jiménez
Magaldy Téllez

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ENFOQUES SOBRE POSMODERNIDAD
EN AMÉRICA LATINA
ROBERTO FOLLARI y RIGOBERTO LANZ (COMPILADORES)
Caracas, 1998

ondo Editorial Sentido


© FFondo
Parque Central, edificio El Tejar, nivel de oficinas 1,
oficina 108. Avenida Lecuna, Caracas, Venezuela.
Teléfono: (58-2) 571.9978. Telefax: (58-2) 577.3058
www .editorialsentido.com
www.editorialsentido.com

Hecho Depósito de Ley


Depósito Legal lf25219983012831
ISBN 980-07-5294-3

Producción general: Eleonora Silva


Servicio de preprensa: ProduGráfica, C.A.
Impresión: Italgráfica, S.A.
Impreso en Venezuela / Printed in Venezuela

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Presentación
Balance sobre
lo posmoderno
en América Latina
ROBERTO FOLLARI
RIGOBERTO LANZ

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AL COMIENZO DE LA PRESENCIA del tema —hacia mediados de los


ochenta— pudo parecer una moda frívola: cuestión surgida en
Europa, preponderancia pasajera, con poca relación con la espe-
cificidad latinoamericana. Sin embargo, ciertos argumentos se
comenzaron a subrayar: no estamos fuera del mapa mundial, la
modernización parcial no nos desacopla de los efectos de las tec-
nologías comunicacionales, el aumento de la marginación social
no es contradictorio con un alivianamiento de lo moral.
Ya hacia comienzos de los noventa, surgía dispersamente
un interesante acopio de trabajos sobre la cuestión: comenzaba
a dibujarse lentamente un cierto campo de problemática, abier-
to no solamente por el interés de los intelectuales a partir de
sus específicos intereses y enclaves institucionales, sino tam-
bién por la modificación visible de los modos de la cultura polí-
tica y el ejercicio cotidiano de la población en su conjunto. La
temática dejaba de ser curiosidad de algunos espacios especiali-
zados en filosofía y ciencias sociales, para volverse cuestión de
actualidad para el cálculo de la eficacia política, para pensar la
massmediatización creciente, la desterritorialización de la ac-
ción social, y la desaparición de los aferramientos a los com-
promisos que estructuraron durante largos años la ética y gran
parte de la adhesión ideológica.

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Lo anterior no acallaba las oposiciones —en el campo inte-


lectual— por parte de quienes se avenían a tratar el tema para
desmerecer su pertinencia, y aun de aquellos para quienes la sim-
ple constatación de la existencia del fenómeno posmoderno en la
cultura colectiva les parecía una insoportable remisión al «irra-
cionalismo». Los que creen que existe un cuadriculado previo
para el uso legitimado de la razón, los que identifican a ésta con
la estrechez de las certidumbres instaladas por la modernidad ya
en crisis, tienden a suponer que son poco racionales aquellos que
utilizan la razón de modos menos esquemáticos; que marchan
por caminos menos asegurados, pero más cercanos a la expe-
riencia colectiva de la época y a los fenómenos que ésta hace rele-
vantes.
Hoy la pertinencia de la cuestión es menos discutida. Han
sido los «estudios culturales» los que, junto a los de participación
política, han superado las barreras de resistencia intelectual. No
puede cuestionarse la pertinencia de la temática para pensar el
estatuto actual de la temporalidad, del espacio citadino, de los
viajes, de la televisión, de las computadoras y los videojuegos. Todo
un reacondicionamiento de nuestra cotidianidad está en curso, y
finalmente esto se ha impuesto en el campo de lo teórico. Por
cierto, la recomposición de las modalidades de participación po-
lítica es también tan fuerte, que es en ese otro campo donde la
posmodernización tiene que ser identificada y pensada, y donde
lentamente ha ido encontrando espacios para su legitimación te-
mática, y para su especificación conceptual.
De modo que los estudios de ciencias de la comunicación
—a partir sobre todo del aporte de Jesús Martín Barbero, quien
nos acompaña en este libro—, y los de cultura política —por
ejemplo, por intermedio de Norbert Lechner y sus cuidadosos tra-
bajos— fueron definiendo el campo temático, consolidándolo y
superando aquella oposición cerrada que, no por casualidad, en-
contró en los filósofos uno de sus puntos máximos de resisten-
cia. Sólo desde la especulación desligada de compromiso con el
presente podría proponerse «dejar la posmodernidad», como hi-
ciera alguno de ellos al titular su libro (suponiendo que ella no
constituye un campo interpretativo preconstituido en el cual se

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hace la experiencia cotidiana, sino más bien una especie de elec-


ción personal arbitraria, a la cual se podría renunciar sin quedar
para nada implicados por su influencia).
Lo cierto es que hoy la discusión está establecida. Dispersa,
pero presente. No faltan, por supuesto, las oposiciones fronta-
les, a menudo airadas y nada sutiles.1 Otros tratamientos mues-
tran un rechazo fuerte a los indisputables desmoronamientos que
implican los tiempos light en cuanto a compromiso, criticidad,
aunque no advierten todo lo que surge de los nuevos tiempos
como chance (G. Vattimo), o promueven cierta nostalgia ideali-
zada de la época disciplinario-revolucionaria.2
Desde el Centro de Investigaciones Post-doctorales (CIPOST),
en Caracas, se busca hace tiempo constituir un espacio interco-
nectado de discusión sobre la temática. Algo —por cierto— per-
fectamente posible pero no intentado por otras instancias, y muy
ligado al contenido de la cultura posmoderna, con su borramien-
to de los enclaves territoriales inmediatos. Los intelectuales son
algo remisos a las posibilidades abiertas por los medios telemáti-
cos, además las facilidades de financiamiento son escasas en La-
tinoamérica para facilitar estos emprendimientos. Pero el intento
es —por eso mismo— desafiante, y sin duda vale la pena profun-
dizarlo.
Fue en esa tesitura que Roberto Follari pudiera visitar al
CIPOST en julio de 1996, y discutir largamente con docentes y
doctorandos algunas de sus propuestas teóricas. Ya habían pasa-

1
«Hay algunos ignorantes que hablan de posmodernidad», sentenció Ma-
nuel Garretón en un alarde de efectismo retórico (encuestro organizado por
la Federación de Estudiantes, ciudad de Rosario, Argentina, octubre de 1996).
Tras este juicio desmesurado, siguió con una argumentación de tintes poco
académicos para convencer al público estudiantil de que se sigue usando la
razón y —por ello— no existe crisis de ésta. ¿Será necesario aclarar todavía
que la crisis de la razón implica solamente la de sus modos modernos de uso, la
de su pretendida neutralidad y omnipotencia? En su contribución con este
libro, Rigoberto Lanz discute y refuta posiciones de Garretón.
2
Los trabajos de Beatriz Sarlo pueden interpretarse desde esta perspectiva.
De hecho, ello llevó a una breve polémica sostenida con Roberto Follari (En-
cuentro sobre Formación de Profesores, FLACSO, Buenos Aires, junio 1996),
quien entiende que lo posmoderno no debiera interpretarse en clave básica de
decadencia cultural.

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do por allí Ágnes Heller, Julio Ortega y otros intelectuales, que a


instancias del empuje de Rigoberto Lanz, iban tejiendo una cier-
ta red tanto impersonal como conceptual, en cuanto a especifica-
ción de problemas, nudos de discusión, campos irresueltos.
De los contactos así realizados, surgió la idea de un libro
que reuniera algunos de los aportes decisivos de la temática en la
actual Latinoamérica. Problemática que remite a la discusión mun-
dial sobre el tema y sus autores primeros (Lyotard, Vattimo, Lipo-
vetsky, etc.), pero que tiene inequívocos tintes locales; en cuanto
a la modificación cultural se asienta en nuestro caso en socieda-
des con modernidades específicas (para algunos, «truncas»), y
está ligada a procesos de ajuste económico neoliberal rotunda-
mente excluyentes y brutalmente privatistas; además de ser con-
tinuadora de una tradición mestiza, neohispánica o de inmigra-
ción, que es muy diferente a lo que hizo la Europa contemporánea.
Así que este libro es el resultado. Una combinación de pun-
tos de vista relevantes sobre lo posmoderno hoy en el subconti-
nente, con la finalidad de repensar la filosofía, la teoría política,
los conceptos sobre sociología y comunicación social. Artículos
que son el efecto de libres decisiones de cada autor y puntos de
urgencia temática, de modo que existe una inevitable variedad de
acercamientos: habríamos sido incoherentes con la posmoderni-
dad misma de haber seguido un camino más rígido.
Por supuesto, no están aquí todos los aportes posibles. En
ningún caso ello cabría en un solo volumen, y nuestras posibili-
dades institucionales y personales por un lado, y asunciones teó-
ricas y valorativas por otro, inevitablemente produjeron algún
recorte en el universo potencial de autores. Pero, ciertamente, se
ha tenido en cuenta el espectro prácticamente completo a la hora
de convocar, dado que los trabajos de recopilación que vienen
haciéndose desde el CIPOST permiten una amplia cobertura de lo
que se está produciendo en el subcontinente sobre el tema.
Algunos de nuestros invitados, por diversas circunstancias,
no pudieron participar: Nelly Richard, Néstor García Canclini,
Beatriz Sarlo, entre otros. Sin duda su aporte hubiera resultado
valioso, pero no faltará ocasión de continuar con ellos el diálogo
y el debate en el curso de actividades futuras.

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El acopio de la recopilación es —en su conformación final—


muy relevante. Participan figuras de las más difundidas que vie-
nen trabajando la problemática (Martín Hopenhayn, Jesús Mar-
tín Barbero), se plantea síntesis de una de las cuestiones más urgen-
tes (Rigoberto Lanz), se rediseña el estatuto actual del fenómeno
(Roberto Follari), se conecta la cuestión a temáticas específicas
(Magaldy Téllez, Alexander Jiménez) o a la relevante discusión
producida en los Estados Unidos sobre lo «poscolonial» en Latino-
américa (Santiago Castro-Gómez). Los autores remiten a proce-
dencias y nacionalidades variadas, y también son polifacéticos tan-
to sus puntos de vista, como sus apoyaturas teóricas.
Los aportes tocan diferentes aspectos de lo que hoy impor-
ta sobre esta nueva situación epocal y sus efectos. Martín Ho-
penhayn nos plantea las actuales formas de imbricación e hibri-
dización cultural posibilitadas por lo massmediático y la metrópoli
urbana. Ante la des-identificación y re-identificación que surge
desde allí, al despedazarse la continuidad con las tradiciones cul-
turales, propone la posibilidad de pensar en términos de «tribus»
los nuevos agrupamientos. En este tiempo desasosegado que «con-
tiene muchos tiempos» surgidos desde la multiplicidad de la ex-
periencia social, la urgencia de asumir el tema de los jóvenes es
planteada: en ellos lo posmoderno encuentra un cumplimiento
más alto, en tanto no se formaron en los cánones de la moderni-
dad. El autor se pregunta si estos adolescentes que renuevan el
arraigo a la figura del Che bajo nuevos significados (una ética, un
antisistema, una cierta errancia antiformalista), que no se afe-
rran a ideologías críticas ni responden a una conciencia sistemá-
tica, pueden reencontrar campo para lo emancipatorio desde
constelaciones de sentido nuevas, desímbolas, instaladas en el
vértigo y el desdibujamiento de los límites.
Por su parte, también dentro de la cuestión de las recon-
figuraciones culturales, Jesús Martín Barbero ofrece una matizada
lectura de la decisiva incidencia actual de los medios en los modos
de percepción y —sobre todo— en los de asociación o —mejor—
de deshacimiento progesivo de los vínculos sociales. En primer
lugar, argumenta contra quienes desde lo ilustrado pretenden
rechazar la televisión como un mal que liquida la preeminencia

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de los intelectuales, sin ofrecer alternativa a cambio. Sugiere asu-


mir el peso estratégico de lo visual, y en todo caso revertir la
práctica intelectual teniendo en cuenta estos modos no tradicio-
nales de intervención e incidencia. La lectura del presente marca
indicios alentadores, como cierta resistencia individualista a la
masificación generalizada, pero marca a su vez el cariz antitéti-
co: puede tratarse de la retirada a lo privado propia del indivi-
dualismo neoliberal. En todo caso, también nuestro autor nos
invita a visitar esta «oralidad secundaria» de que se inviste la ac-
tual cultura de los jóvenes, si es que queremos entender los nue-
vos derroteros de la cultura.
Por su parte, Rigoberto Lanz se propone visitar críticamen-
te aportes de diferentes intelectuales relevantes en la problemá-
tica para discutir sobre algunos de sus puntos más polémicos. No
se trata de resenciones de autores, ni cuestionamientos globales
sino más bien de situar puntos específicos de inserción discursi-
va allí donde resultan particularmente álgidos: por ejemplo, la no
aceptación por algunos de que exista una condición posmoder-
na, ya sea en general o particularmente en el caso latinoamerica-
no, la discusión sobre la denominación «posmodernidad» como
acertada, la relación entre moderno y posmoderno, etc. Se trata
de la apertura a un diálogo necesario sobre esta producción has-
ta hoy teñida de ciertas sorderas mutuas; de una concreta forma
de hacer ejercicio de construcción del «campo» temático entre
nosotros. La asunción de la cuestión posmodernidad como deci-
siva en esta época tiñe los diferentes tratamientos, que además
tienen el mérito de acercarnos a una diversidad de aportes no
siempre conocidos.
Roberto Follari presenta algunos de los nudos problemáti-
cos que surgen de la discusión. Uno de ellos implica el rechazo al
mote de «irracionalismo» fácilmente puesto sobre lo posmoder-
no, junto a la deconstrucción de la pretensión de situar en un
polo a una supuesta razón universal y en el otro a la anti-razón —lo
cual confundiría burdamente lo posmoderno con lo premoderno
o antimoderno en general—. Se asume que Derrida nada tiene
que ver con Spengler, ni Vattimo con las derechas totalitarias: lo
posmoderno radicaliza la deconstrucción moderna del fundamen-

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talismo absolutista. De ninguna manera es una «neorromántica»


asunción de este último talante: más bien la diseminación del
sentido constituye sus antípodas. Luego, el autor acuña la noción
de «inflexión posmoderna» para referirse a lo que juzga como
«fin de la fiesta» al terminar el primer momento posmoderno: ya
se habría fundado una nueva positividad histórica, que mostraría
sus inéditos inconvenientes, falacias y contradicciones. De la «gue-
rra al todo» se estaría pasando al «todo da igual», propio de la
carencia de sentido y la falta de horizonte normativo organiza-
dor de la experiencia.
Por su parte, el trabajo de Santiago Castro-Gómez liga la
discusión latinoamericana con la que realiza en los países avan-
zados acerca de nuestro subcontinente, con relación a autores
como Jameson, Mignolo, Spivak, etc. Refiriéndose a la categoría
de «poscolonial» acuñada en esa tradición se exploran las reloca-
lizaciones producidas por las nuevas tecnologías, que nos hacen
ciudadanos planetarios a la vez que añorantes de la identidad con
el propio territorio. Precisamente el autor asume como objeto la
tematización que desde la teaching machine estadounidense se
teje sobre América Latina y propone que las nuevas condiciones
de globalización autorizan la legitimidad de tales enfoques, sin
que resulten «exógenos». Más todavía: propone provocadora-
mente —con sólida argumentación— que en realidad la «otre-
dad» atribuida a Latinoamérica no ha sido sino una de las caras
mismas de la dominación colonial, que habría requerido de ese
espejo invertido para poder legitimarse.
Alexander Jiménez realiza un fino recorrido por lo efectos
perversos de la producción massmediática de subjetividad. Tra-
bajando la figura psico-antropológica del «duelo», realiza una mi-
rada posmoderna de las modalidades actuales de disolución/re-
composición de la sensibilidad y de suplicio público.
Magaldy Téllez realiza un prolijo recorrido por las princi-
pales concepciones sobre posmodernidad, y también sobre la no-
ción del tiempo que le subyace. Desde Marshall Berman a Gianni
Vattimo y Lyotard, los autores son cuidadosamente disecciona-
dos para advertir en qué sentido se abandonaría lo moderno y de
qué manera desaparecerían el arraigo a lo nuevo, la teleología y

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la noción de acumulación histórica. Apelando a Foucault, se su-


giere una lectura diferente de la cuestión temporal, múltiple, dis-
continua y fragmentaria, que abra espacio al acontecimiento y a
su especificidad, ocluidos por el peso de la linealidad moderna.
Como se ve, una multiplicidad de vueltas de tuerca a una
problemática que no deja de reabrirse, en ese comienzo que no
termina, o esa reescritura de palimpsesto tan propia de la cultura
de la época. Lo posmoderno se reinventa teóricamente en la me-
dida en que cada vez está obligada a certificar sus credenciales,
en que es puesta a prueba como si no alcanzara estatuto suficien-
te de legitimidad académica. La inevitable fuerza de las cosas —la
imposición del miasma cultural en curso— está finalmente esta-
bleciendo su clara pertinencia. Estos textos son parte de la apues-
ta, ésa que no está finalizada.

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PARTE I
PARTE

RECONFIGURACIONES
CULTURALES

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SINTITUL-14 18 06/09/2011, 07:57 a.m.
Tribu y metrópoli
en la postmodernidad
latinoamericana*
MARTÍN HOPENHAYN

* Esta exposición se basa en textos anteriores propios y que


he editado y rearticulado para la presente publicación. (Nota
del autor.)

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1. TEJIDO INTERCULTURAL:
DEL MESTIZAJE ORIGINARIO AL MASSMEDIÁTICO

LA IDENTIDAD LATINOAMERICANA debe entenderse a partir de la com-


binación de elementos culturales provenientes de las sociedades
amerindias, europeas, africanas y otras. El escritor mexicano Car-
los Fuentes señala que tiene, para América Latina, una
[...] denominación muy complicada, difícil de pronunciar pero
comprensiva por lo pronto, que es llamarnos Indo-afro-ibero-
américa; creo que incluye todas las tradiciones, todos los ele-
mentos que realmente componen nuestra cultura, nuestra raza,
nuestra personalidad.1
El encuentro de culturas habría producido una síntesis cultural
que se evidencia en producciones estéticas, tales como el llama-
do barroco latinoamericano del siglo XVIII, o el muralismo del
presente siglo. Este tejido intercultural se expresa también en
la música, los ritos, las fiestas populares, las danzas, el arte, la
literatura; también permea las estrategias productivas y los me-
canismos de supervivencia.

1
Entrevista en S. Marras: América Latina, marca registrada, Edic. B-Grupo
Editorial Zeta, Barcelona, 1992.

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M A R T Í N H O P E N H AY N

Esta identidad bajo la forma de tejido intercultural ha sido


considerada tanto desde el punto de vista de sus limitaciones como
de sus potencialidades. Respecto a lo primero, se afirma que di-
cha identidad nunca ha sido del todo constituida ni asumida. Tal
es la posición que asumen, por ejemplo, Octavio Paz y Roger
Bartra,2 en contraposición con la defensa de las culturas híbridas
que hace Néstor García Canclini.3 En la metáfora del axolote
utilizada por Bartra, la identidad mexicana tendría un carácter
larvario o trunco, condenada a no madurar del todo. Como po-
tencialidad, la identidad mestiza aparece constituyendo un nú-
cleo cultural desde el cual podemos entrar y salir de la moderni-
dad con versatilidad, y con el cual podríamos —si asumimos
plenamente la condición de lo cultural— tener un acervo desde
donde contrarrestar el sesgo excesivamente instrumental o «des-
historizante» de las oleadas e ideologías modernizadoras.
La fractura identitaria que hace de karma o de eterna repe-
tición también provee de continuidad a una historia que, de lo
contrario, no tendría memoria. Es la fisura de la identidad, la
condena a permanecer divididos, lo que asegura memoria. Por
eso somos, también, paradoja. Pues nuestra memoria está hecha
del material del vacío, del error de traducción, de la falta de cer-
teza. Tenemos memoria porque un corte en nuestro pasado
desdibuja el perfil que fuimos. Nuestra memoria nos reinventa
muchas identidades posibles hacia atrás para colmar esa brecha
que separa el origen de la mezcla. Por fuerza nos hacemos traduc-
tores de nuestro pasado, y en tanto tal lo traicionamos porque
siempre lo reinventamos, poblándolo de personajes. La literatura lati-
noamericana está inundada de este signo de la ambigüedad en la
mirada hacia atrás: ambigüedad que se transforma en invención del
pasado, desfile de máscaras que van, al mismo tiempo, ratificando y
conjurando esta imprecisión en la historia y en la identidad.

2
Véanse O. Paz: El laberinto de la soledad, Fondo de Cultura Económica,
México, 1978; y R. Bartra: La jaula de la melancolía: identidad y metamorfosis
del mexicano, Edit. Grijalbo, México, 1987.
3
N. García Canclini: Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la
modernidad, Edit. Grijalbo, México, 1990.

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De manera que el tejido intercultural es, al mismo tiempo,


nuestra forma de ser modernos y de resistir a la modernidad: nuestra
condición de apertura cultural al intercambio con los otros y
nuestra manera de incorporar la modernidad siempre de mane-
ras sincréticas. Es, a la vez, identidad y des-identidad, o identi-
dad y problema de identidad. El reflejo más patente lo ofrecen las
grandes metrópolis de la región: Ciudad de México, Río de Ja-
neiro, Caracas y Lima son grandes metáforas de esta historia hecha
de mezclas. Desde sus cruces estilísticos y sus superposiciones
arquitectónicas, hasta la imagen de caos y los contrastes sociales
que presentan, llevan la marca de una identidad sincrética, esa
presencia masiva de lo marginal.
Esto no se explica solamente como efecto del patrón pecu-
liar de modernización de las economías nacionales. Son fenóme-
nos en que una y otra vez se manifiesta, con toda la fuerza insubor-
dinable de la identidad, una condición cultural sincrética. Tanto
en el desarrollo larvario o desigual que define los mapas y con-
trastes en las ciudades, como en la nueva heterogeneidad que
implica a la vez fragmentación y diversidad, y en la que se dan
múltiples y precarias relaciones de pertenencia, este tejido inter-
cultural resiste la carga homogenizadora de la modernización.
El sincretismo también se expresa en formas de resistencia
a los distintos efectos disolventes que la modernidad ejerce so-
bre la cultura tradicional. En el caso de una sociedad tan sincré-
tica como la mexicana, lo festivo, el culto a la muerte y la exalta-
ción del «relajo» ejemplifican esta carga sincrética antimoderna.
Si la modernización tiene un potencial disolvente de las identida-
des premodernas, estos «cultos» premodernos oponen no una
tendencia constructiva, sino más bien una simbología y un ritua-
lismo mestizo de la disolución. De una manera paradójica pero
real, la evanescencia de las identidades —o de las individualida-
des— en el culto a la muerte, en la fiesta y en el relajo, abogan al
mismo tiempo por la exaltación de lo propio y por la disolución
de la identidad.
El culto a la muerte en la cultura popular mexicana está
poblado de símbolos: el gusto por cristos ensangrentados, el ca-
rácter de evento social de los velorios, el gran despliegue estético

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M A R T Í N H O P E N H AY N

y de comidas para el día de los muertos, etc. Si la modernidad, en


sus aspectos de construcción y progreso, requiere negar la muer-
te, el culto a la muerte niega esta negación: vuelve a introducir
durante la celebración una vieja familiaridad de la muerte que
está afincada en el imaginario popular mexicano. Así se pone en
movimiento un acto de resistencia no sólo a la muerte, sino tam-
bién a una cultura moderna que a su vez se resiste a convivir con
el hecho cotidiano de la vecindad de la muerte. El sentido cons-
tructivo y progresivo de la modernización tiene que confrontar y
asimilar de alguna manera esta disposición de la conciencia co-
lectiva a exponerse a la pérdida. Lo constructivo y lo disolutivo
tendrán que convivir en el estilo que asume la modernidad a par-
tir de identidades culturales.
El culto a la fiesta en América Latina, que se remonta al pe-
ríodo colonial, se liga a la ritualización sincrética que las identi-
dades autóctonas hicieron a la doctrina cristiana. Ésta expresa
una tendencia contraria a la lógica moderna de la inversión y el
ahorro. En la fiesta se interrumpe el trabajo y se derrochan sus
frutos. Pero a la vez constituye el lugar de encuentro entre cultu-
ras, el espacio de apertura al otro por vía de la celebración.
Finalmente el culto al relajo es disfuncional al proyecto de
modernización por cuanto niega la regulación del futuro y abre
una temporalidad «fragmentaria y chisporroteante». La cultura
del relajo se filtra y atraviesa los distintos estratos sociales: soca-
va la disciplina laboral, el profesionalismo y los sistemas de toma
de decisiones. En el relajo se mezcla un impulso hedonista con
un impulso autodestructivo. Opera, de manera sucedánea, como
forma de vivir la libertad en medio de la servidumbre. Es el espe-
jismo de la anarquía que ayuda a respirar en medio de la opre-
sión, a olvidar la tenacidad de la pobreza y a burlar las exigencias
de la austeridad.
La variable cultural parece ineludible si se quiere pensar la
subjetividad y la ciudadanía más allá de las formas vacías y retó-
ricas que la han hecho históricamente restringida en América La-
tina. ¿Cómo hacer uso de nuestra larga historia conflictivamente
sincrética para asumir con mayor riqueza este desafío que hoy
atraviesan también las sociedades industrializadas, y que consis-
te en repensar el contenido de la ciudadanía a partir de la coexis-

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tencia progresiva de identidades étnico-culturales distintas? Asu-


mir el tejido intercultural propio es, quizás, hoy día el más autén-
tico de asumir en medio de una modernidad signada por una di-
versidad de creciente complejidad «identitaria». Desafío capital
para la filosofía latinoamericana que ponga la identidad y el cam-
bio como objeto de su reflexión.
Esta sensibilidad intercultural cobra especial fuerza con la
expansión de la industria cultural en la región, aumentando ex-
ponencialmente cuando dicha industria incorpora el nuevo po-
der de la tecnología informativa y comunicativa. Recuérdese que
en nuestra región,
[...] los receptores de radiodifusión aumentaron hasta cerca de
140 millones el año 1987, con 332 por cada mil habitantes,
proporción que más que duplica al promedio de los países en
desarrollo. Por su parte, el número de transmisores de televi-
sión, que en 1965 era 250, alcanza a 1.590 en 1987, en tanto
que los receptores de televisión, que eran 8 millones en 1965,
superan los 60 millones en 1987, elevándose así la participa-
ción desde 32 por mil habitantes a 147 por mil, siendo que en
Asia es de 49 por mil y en África de 14 por mil ese último año.4
En el campo del acceso a la información esto significa que en los
espacios locales, incluso aquellos otrora sometidos a un aisla-
miento endémico, se abre una ventana por la cual puede contem-
plarse lo que ocurre en el mundo. Comienzan a borrarse enton-
ces los límites entro lo culto y lo popular, conviven distintas modas
de distintas épocas y resulta cada vez más difícil homologar cla-
ramente las clases sociales con los estratos culturales. Todo ello
implica una transformación profunda de las relaciones simbóli-
cas entre grupos sociales distintos.
En la medida en que la propia dinámica de la industria y el
consumo culturales erosionan la jerarquía entre lo «culto» y lo
«popular», lo «alto» y lo «bajo», lo «ajeno» y lo «propio», lo «moder-
no» y lo «marginal», la sociedad incrementa su disposición cultu-
ral para aceptar al otro, asumir su identidad y democratizar su

4
J. J. Brunner: «Tradicionalismo y modernidad en la cultura latinoamerica-
na», documento de trabajo, FLACSO, Santiago de Chile, 1990, p. 32.

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M A R T Í N H O P E N H AY N

comunicación interna. Sin embargo, el impacto masivo y cada


vez más diversificado de la industria cultural puede surtir efectos
en múltiples direcciones y generar los más variados «tejidos» cul-
turales. Su potencial de integración y de fragmentación parecen
crecer con la misma velocidad.
La modernidad en nuestros países es, precisamente, un tiem-
po nuevo que contiene muchos tiempos. De esta manera resulta
difícil proyectar hacia nuestra región el supuesto de linealidad
del tiempo histórico, fundado en la idea de un «relevo» de cultu-
ras, la cual forma parte de la idea clásica de modernidad en los
países del Norte. En nuestra región, las culturas reflejan este sín-
drome de modernidad tardía que consiste en la incorporación
acelerada en mercados simbólicos exógenos, lo que inexorable-
mente da por efecto una cierta hibridez cultural. Una serie de
nuevos códigos, sensibilidades, dramas pasionales, conflictos
humanos y escalas de valores, se exponen en largometrajes tele-
visivos o radionovelas, llegando a públicos que han vivido por
siglos con base en relaciones de reciprocidad, sincretismos reli-
giosos de larguísima tradición, rituales ligados a los ciclos agríco-
las y formas precarias de supervivencia. No sólo conviven tiem-
pos distintos en el contraste entre los mensajes y el ambiente
cultural en que son decodificados; en la propia programación de
los medios ya conviven lógicas y sensibilidades que remiten a dis-
tintos «momentos» de la cultura: la telenovela brasilera, mexica-
na y «Flash Gordon» se suceden sin cortes en la programación de
una tarde de día de semana en La Paz o en Guatemala. Como
advierte José Joaquín Brunner en El espejo trizado, el consumi-
dor se convierte en hermeneuta:
[...] su función es seleccionar, reconocer y apropiarse de ese
universo [...] está condenado a ser él mismo intérprete de las
interpretaciones que circulan a su alrededor, a traducir expe-
riencias simbólicas que sin ser «reales» en su propia biografía
lo son sin embargo en su experiencia como consumidor de
experiencias simbólicas producidas para él.5

5
J. J. Brunner: El espejo trizado: ensayo sobre cultura y políticas culturales,
FLACSO, Santiago de Chile, 1988, p. 24.

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2. POSTMODERNIDAD, DESIDENTIDAD Y DESASOSIEGO JUVENIL

La modernización-en-globalización tiende a la des-identidad, a la


des-habitación, a des-singularizar a sus habitantes. Esto es tanto
más fuerte para el caso de los jóvenes que se socializan en este
código o en esta metamorfosis incesante de códigos.
Espacios y símbolos de la estética postmoderna anulan la
ciudad, la reconstruyen clónicamente, en maqueta y en versión
aséptica, la hacen perfectamente ubicua, situable en cualquier
punto del planeta. La ciudad globalizada parece asociada a una
explosión expresiva, pero al poco rato toda expresión parece na-
cida de la misma mecánica combinatoria. Todo escaparate es parte
de un menú previsto. El nuevo centro comercial, cada vez más
monumental y resplandeciente, es una epifanía secularizada pero
que a la vez niega toda posible revelación de sentido: su irrup-
ción modifica y anula todo. Es parte del mosaico, pero también
es la gran metáfora de una cultura que ha erradicado la convic-
ción de los sentidos en aras de la obesidad de los significantes.
También el local público de videogames es parte y metáfora. Allí
la narración ha quedado vaciada para hacer posible el titilar puro
del simulacro y la textura. Miles de jóvenes despueblan y pue-
blan la subjetividad con base en este titilar, entran y salen con la
misma facilidad con que entra y sale el efecto de una droga. Las
modas y los objetos privilegiados de consumo son otra metáfora.
Fundan una mezcla de obsolescencia acelerada y combinatoria
irrestricta. El mercado asegura facilidad de identificación simbó-
lica con sus productos; pero este apego es tan fugaz que se re-
quiere mucho dinero para saltar de una satisfacción simbólica a
otra. Como ritual de arraigo, sólo el fútbol, la ceremonia domini-
cal de pertenencia y continuidad histórica. Allí, curiosamente,
los jóvenes siguen espectadores. Pero con una pulsión de prota-
gonismo que los lleva a la tan repetida violencia del fútbol.
No hay identidades que resistan incólumes más de unas ho-
ras ante la fuerza de estímulos que provienen de todos los rincones
del planeta por vía de una gama creciente de fuentes informativas.
La estética del collage y del pastiche, tan cara a la sensibilidad
postmoderna, no es casual: constituye una metáfora de esta con-

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dición de continua recomposición de sensibilidades y mensajes


culturales. Epítetos como «hibridez» y «sincretismo» se hacen
cada vez más frecuentes en el análisis de los procesos culturales
actuales.
Frente a estas dinámicas, la producción de sentido colectivo
en los jóvenes es una caja negra, o al menos una caja de pandora.
Puede, por ejemplo, desembocar en un atrincheramiento cultu-
ral y valórico que adquiere rasgos mesiánicos de distinto tipo:
movimientos escatológicos de izquierda y movimientos neofacis-
tas de derecha, probablemente marginales y sin perspectivas de
alterar el patrón de desarrollo capitalista, pero con efectos dis-
ruptivos en el orden público y en la seguridad ciudadana, grupos
esotéricos cerrados que objetan en bloque todo lo que huela a
modernidad y progreso, cruzadas de «purificación» con distintos
códigos morales que se lanzan al terrorismo espiritualista y/o gru-
pos de fans de estrellas de rock que promueven un culto satánico
(a lo Iron Maiden) o una asepsia militante (tipo Michael Jackson).
Un fuerte móvil para ello es la pertenencia a un grupo en el
cual el grado de identificación colectiva es acentuado: ante la
falta de proyectos colectivos y de motivación política, la perte-
nencia orgánica a un movimiento neotribal o de valores fuertes
podrá servir como estrategia de identidad social para millones de
jóvenes huérfanos de un relato integrador. Los jóvenes tienden a
buscar una visión de mundo reconciliada con un proyecto perso-
nal de vida. La identificación sin reservas a una utopía escatoló-
gica podrá operar como forma de inclusión en la dispersión. Los
mismos sedimentos mesiánicos y redentoristas que quedaron dis-
persos con el derrumbe de las imágenes de emancipación de ma-
sas, con la rutinización de la política, con la persistencia de gra-
dos importantes de exclusión social y con la tendencia ritualizante
en el consumo, podrán ser caldo de cultivo para la aparición de
sucedáneos de identidad para la juventud que la tiene segmentada.
Pero en las antípodas del «atrincheramiento neotribal» está
el efecto de dispersión que impone la cultura publicitaria. En el
campo de los mercados culturales y de la cultura del mercado,
asistimos a un espectáculo incesante: infatiglable secuencia de
siluetas, figuraciones, recombinaciones hipercreativas. Los mer-

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cados culturales todo lo convierten en imagen, combinación, si-


lueta o figura. El placer del espectáculo se impone sobre la pesa-
dez de la vida cotidiana pero a la vez se niega a sí mismo por su
rutinización que lo consagra y disminuye a la vez. Para algunos,
sano contingencialismo después de tantas décadas de ideología
pesada. Para otros, la banalidad enfermiza que resulta de la pér-
dida de valores de referencia.
Esta sensibilidad light se estrella, empero, con el muro opa-
co del descontento social, coexiste sin diluirse con los jóvenes
«duros» de las ciudades latinoamericanas. La juventud popular
urbana difícilmente puede aceptar la suave cadencia postmoder-
na desde su tremenda crisis de expectativas. Es esta juventud
quien más interioriza las promesas y las aspiraciones promovidas
por los medios de comunicación de masas, la escuela y la políti-
ca, pero no accede a la movilidad y al consumo contenidos en
ellas. Así, estos jóvenes padecen una combinación explosiva:
mayores dificultades para incorporarse al mercado laboral de
acuerdo con sus niveles educativos; un previo proceso de educa-
ción y culturización en que han introyectado el potencial econó-
mico de la propia formación, desmentido luego cuando entran
con pocas posibilidades al mercado del trabajo; mayor acceso a
información y estímulo en relación con nuevos y variados bienes
y servicios a los que no pueden acceder y que, a su vez, se cons-
tituyen para ellos en símbolos de movilidad social; una clara ob-
servación de cómo otros acceden a estos bienes en un esquema
que no les parece meritocrático; y todo esto en un momento his-
tórico, a escala global, donde no son muy claras las «reglas del
juego limpio» para acceder a los beneficios del progreso. No es
casual, pues, que tanto la violencia política como la violencia de-
lictiva de muchas de las ciudades latinoamericanas tengan a jóve-
nes desempleados o mal empleados por protagonistas.
En los mismos sectores, la desmotivación política es otro
dato negativo desde el cual deben luchar por producir nuevos
sentidos para la propia vida. Esta desmotivación tiene su hito
iniciático en el colapso de los proyectos socialistas y, con ello, del
mito del «Gran Cambio Social». Este colapso produce una cierta
orfandad existencial, en la medida que impide la plena identifica-

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M A R T Í N H O P E N H AY N

ción del individuo con la colectividad, del sujeto con el movi-


miento de la historia, del joven con un ideal encarnado. El men-
tado fin de las ideologías lo es en este sentido: como ausencia de
perspectivas de «redención» personal en un movimiento revolu-
cionario, o ausencia de «contextualización» del proyecto perso-
nal en un proyecto nacional. Esto es especialmente crítico para la
juventud popular urbana, por las siguientes razones: primero,
porque es la juventud la fase etaria en que definen proyectos y se
agudiza la pregunta por el sentido vital y horizonte temporal de
la vida personal; segundo, porque es la juventud popular la que
percibe menores alternativas de desarrollo individual frente a sus
contemporáneos, y por lo tanto requiere más de proyección sim-
bólica; tercero, porque en el mundo urbano (en contraste con el
rural) son más débiles los lazos «premodernos», menos nítidos
los valores de referencia y los mecanismos de pertenencia. De
esta manera, la actual política no da respuesta ni relevo al «hueco
vital» que dejó la pérdida de proyectos anteriores que, mal que
mal, gozaban de mayor fuerza movilizadora, de identificación,
de «fusión», de promesas de protagonismo heroico, etc. El sesgo
pragmático, administrativo y muy statu quo que la juventud po-
pular le atribuye al actual modelo y a la forma vigente de hacer
política, refuerza este desencantamiento.
En este contexto de exclusión, se busca crear identidades
grupales, fusionarse en intersticios y márgenes, revertir la natu-
raleza del sistema por los bordes, los huecos, las transgresiones
cómplices y casi tribales. Las nuevas formas del paganismo bus-
can el mal en este sentido, como rebasamiento de control y de la
identidad, inundación de la subjetividad en una fusión neotribal
o en el olvido extático de sí mismo: drogas, barras bravas en los
estadios, recitales de música progresiva. La exclusión se convier-
te en transgresión, en espasmo, combina la gigantesca oferta de
los mercados culturales con un impulso endógeno hacia la im-
pugnación. ¿Qué se impugna? La racionalización de la vida mo-
derna, el disciplinamiento en el trabajo y la regimentación del
cuerpo. Amor libre o erotismo furioso, baile sin reglas, música
sin armonía o la recurrente desnivelación del alma: en todas es-
tas manifestaciones recurre un cierto impulso pagano —la salida

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del cauce, la desmesura que alivia del tenaz esfuerzo por conte-
nernos en una imagen funcional del yo—. Sobre estas pulsiones
se constituyen identidades frágiles, fugaces, cambiantes.
La fusión neotribal vuelve con otro sentido, como repulsa y
protesta contra un orden que prescribe la identificación con el
statu quo, pero también como experiencia expansiva en esa mis-
ma protesta. El rechazo de los límites consiste menos en una in-
vocación crítica que en un gesto afirmativo que se justifica por el
rebasamiento que provoca en su artífice. El recurso a la transgre-
sión implica otra propuesta contestataria: la distancia crítica se
revierte en efusividad del desborde. No importa la falta de agu-
deza siempre que el derrame emocional sea una evidencia expe-
rimental más que una propuesta y que la transgresión sea afirma-
tiva por la irrecusable explosión que provoca en la subjetividad.
Importa menos su duración que su vibración, y menos sus enca-
denamientos hacia adelante que su recurrencia espasmódica (su
eterno retorno). La proliferación de tribus urbanas es sintomáti-
ca. Rock, fiesta improvisada, encuentro esotérico, manifestación
espontánea, barras de fútbol, grupos anfetaminizados o cannabi-
zados, danzas terapéuticas, constituyen balbuceos tribales por
cuyo expediente se busca este coqueteo con lo no domado: como
rebasamiento y fusión en el rebasamiento, autodisolución o fies-
ta dionisíaca en que convive la alienación del yo con la liberación
del yo. La droga también expresa esta rebelión contra la auto-
contención gregaria. Nuevo panteísmo urbano-moderno despo-
blado de dioses pero hiperpoblado por energías, nuevo paganis-
mo envasado en mil rituales que invitan a romper el tedio de la
individualidad o el sopor de la consistencia.
¿Pero hay algo más o el gesto se agota en este grito que mira
hacia el cielo? Quizás el paganismo neotribal de nuestras ciuda-
des responde todavía a una sed de utopías: voluntad micro-utó-
pica que busca aglutinarse en tribus o pequeños grupos y que
quiere constituir imaginarios irreductibles a la lógica del merca-
do, al consenso de superestructura y a la racionalización del tra-
bajo. Es fusión, pero en la diferenciación: cada tribu lleva su in-
confundible marca de repulsa y de rebasamiento, de concentración
y fuga de energía; y cada ritual tiene un contenido específico que

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M A R T Í N H O P E N H AY N

lo convierte en acto recurrente de diferenciación cuando congre-


ga a su tribu. La voluntad neopagana se vuelve buscando una
disolución que sea singular e intransferible a otras tribus u otros
códigos de referencia, claramente distinta a la disolución estan-
darizada que opera en un creador de estética publicitaria, en el
apostador en un hotel de Las Vegas o en el orador del partido de
masas. Si estas voces neotribales buscan el antagonismo o la in-
compatibilidad no es por mera irracionalidad: la irreductibilidad
a la razón es para ellos, de manera paradójica, la única forma
productora de una propia historia, «principio vital de desunión»
del que habla Baudrillard.
New age, rockero, hooligan, no-blanco, rapero, salsero, cha-
mán de ciudad, no-racional o no-productivo: no rompen el con-
senso político-institucional ni la racionalización productiva, pero
sí revelan un exterior al interior del mundo que dichos consenso
y racionalidad han construido y que reproducen. Ese principio
de desunión es a la vez re-unión fuera de las rutinas de conten-
ción y operacionalización de la energía. Allí la vida vuelve siem-
pre a manifestarse como discontinuidad, exceso de individuación
o de disolución de la norma gregaria, cambio de marcha en el
continuum, juego de contrastes. Como extrañeza y vértigo, como
desequilibrio o anomalía, estas formas del mal guardan una últi-
ma relación paradojal con el sistema: lo preservan de la entropía
de la hiperracionalización, permiten líneas de fuga, pero a la vez
revelan sus límites, rebasan en los intersticios.

3. APUESTA POR LA TRANSCULTURALIDAD

Por un lado tenemos la complacencia acrítica, vale decir, esa cier-


ta «desidia epocal» que se instala cuando todo se pone al alcance.
En las antípodas encontramos al atrincheramiento reactivo: sea
la salida fundamentalista antimoderna de los integrismos religio-
sos o morales, sea la salida tribalista de aquellos que, frente a la
exclusión, reaccionan con la transgresión o generando códigos
insubordinables a la ratio modernizadora.
Quisiera pensar otra opción que me seduce y provoca, en la
que la globalización podría movilizar energías liberadoras. Me

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T R I B U Y M E T R Ó P O L I E N L A P O S T M O D E R N I D A D L AT I N O A M E R I C A N A

refiero al enriquecimiento transcultural, al encuentro con el ra-


dicalmente-otro. Allí los jóvenes, por su mayor permeabilidad a
nuevas expresiones y sensibilidades, cuentan con la primera op-
ción de protagonismo.
La globalización nos pone una miríada de culturas, sensi-
bilidades y diferencias de cosmovisión en la punta de nuestras
narices. De pronto, recrear perspectivas en el contacto con el «esen-
cialmente-otro» se vuelve accesible en un mundo donde la hete-
rogeneidad de lenguas, ritos y órdenes simbólicas es cada vez
más inmediata. Ya no es sólo la tolerancia del otro-distinto lo que
está en juego, sino la opción de la metamorfosis propia en la
interacción con ese otro. Pasamos del viejo tema del respeto a la
aventura de mirarnos con los ojos del otro. Aquí encontramos
una oportunidad para transitar de la disipación propia de la esté-
tica posmoderna, a una experiencia personal que puede ser más
crítica, intensa y emancipatoria.
No es sólo repetir la crítica al etnocentrismo y concederle
al buen salvaje el derecho a vivir a su manera y adorar sus dioses.
Más que respeto multicultural, autorrecreación transcultural: re-
gresar a nosotros después de pasar por el buen salvaje, ponernos
experiencialmente en perspectiva, pasar nuestro cuerpo por el
cuerpo del Sur, del Norte, del Oriente, en fin, dejarnos atravesar
por el vaivén de ojos y piernas que hoy se desplazan a velocidad
desbocada de un extremo a otro del planeta, repueblan nuestro
vecindario con expectativas de ser como nosotros, pero también
lo inundan con toda la carga de una historia radicalmente-otra
que se nos vuelve súbitamente próxima. Al decir holístico de
Morris Berman, en El reencantamiento del mundo, esto implica
[...] un cambio desde la noción freudiano-platónica de la cor-
dura a la noción alquímica de ella: el ideal será una persona
multifacética, de rasgos caleidoscópicos por así decir, que tenga
una mayor fluidez de intereses, disposiciones nuevas de traba-
jo y vida, roles sexuales y sociales, y así sucesivamente.
Como en los delirios de Antonin Artaud, pasamos a reconocer-
nos en personajes de otras historias y en paisajes de otras geogra-
fías, tal vez sin instalarnos nunca del todo en ellas. La metamor-
fosis intercultural encarna en sentido positivo el arte esquizoide

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M A R T Í N H O P E N H AY N

de mezclar las miradas dentro de sí, rehacer en su propio cuerpo


las biografías de los demás.
En este desplazamiento, algo significativo resuena en la sub-
jetividad. Mi diferenciación respecto al otro queda metamorfo-
seada en incesante diferenciación conmigo mismo. Pero no se
trata tanto de dar la espalda a la propia historia como de abrirla
al cruce con otras historias. La compenetración entre lenguas,
formas de alimentarse y cuidarse el cuerpo, erotismo, en fin,
móviles claramente disímiles para intensificar la voluntad, cons-
tituye una nueva figura que tanto en lo personal como en lo co-
lectivo pone a prueba el ideal de singularización. En las vertigi-
nosas migraciones que van de Este a Oeste y de Sur a Norte, en la
ubicuidad del ojo de cualquiera que ve el mundo a través del
monitor y en la progresiva culturización del conflicto político
tanto nacional como internacionalmente, late un reto común: las
síntesis interculturales no sólo se convierten en una posibilidad
para practicar el perspectivismo, sino en una necesidad de ser pers-
pectivista para evitar paranoias de desidentidad. La compenetra-
ción de perspectivas se desata en todas las direcciones y amenaza
—o promete— metamorfosis inéditas. Son cada vez más pluridi-
reccionales, intensivos y acelerados los desplazamientos geográ-
ficos de culturas enteras, mientras los massmedia las ponen a
todas en la punta de nuestras narices.
No pretendo minimizar el peso vigente de la ratio como va-
lor de cambio universal en el patrón hegemónico de globaliza-
ción (ratio como racionalidad productiva, técnica, competitiva
que se impone a toda otra sensibilidad o visión de mundo). Ni
soslayar la amenaza que el atrincheramiento cultural (reactivo a
la globalización) le plantea a los valores de diversidad y toleran-
cia. Pero la existencia de la ratio como moneda internalizada por
una proporción creciente de los individuos globalizados no de-
biera impedir, simultáneamente, la tendencia cultural hacia las
antípodas: explosión centrífuga de muchas monedas en el ima-
ginario transnacionalizado, combinaciones incontables que no res-
ponden a un cálculo meramente racional sino que imbrican emo-
ciones, sensaciones e incluso deseconomías. En esta opción hay
una lucha pendiente por traducir la globalización a una mayor

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T R I B U Y M E T R Ó P O L I E N L A P O S T M O D E R N I D A D L AT I N O A M E R I C A N A

democracia cultural y, al mismo tiempo, a una mayor democracia


en la propia subjetividad. Apertura horizontal de la cultura do-
minante a muchas otras culturas, y apertura del sujeto unilateral
a muchas sensibilidades.
Hoy más que nunca hay libertad para afirmar la diferencia.
Pero también, más que nunca, hay irracionalidad en el consumo,
miseria evitable, injusticia social, violencia en las ciudades y en-
tre culturas. La pluralidad tiene doble cara. La inestabilidad de
referencias no es garantía de un mayor pluralismo. La disolución
de identidades perdurables y la multiplicación de referentes va-
lóricos no conllevan necesariamente a un desenlace liberador.
Entre los posibles efectos podrán encontrarse tanto la rigidiza-
ción de fronteras (desenlace reactivo), la disminución del com-
promiso social (desenlace pasivo), la atomización en referentes
grupales de tono particulista, salidas intermedias entre la mayor
tolerancia, nuevas formas de regulación del conflicto, etc.
No asistimos a un happy end sino a la historia en su desarro-
llo dulce y agraz. Pero quizás está en los jóvenes la energía y el
atrevimiento para pisar el acelerador, inclinar la balanza hacia el
encuentro entre culturas y miradas tan distintas, extraer de esos
cruces nuevas ideas para repoblar el casillero vacío de las utopías.

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Hegemonía
comunicacional
y des-centramiento
cultural
JESÚS MARTÍN BARBERO

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SINTITUL-15 38 06/09/2011, 07:58 a.m.
HEGEMONÍA COMUNICACIONAL Y DES-CENTRAMIENTO CULTURAL

INTRODUCCIÓN: ATMÓSFERAS CULTURALES DE FIN DE SIGLO

EN NINGÚN OTRO DISCURSO se hace hoy tan necesario el uso de me-


táforas1 como en aquel con que intentamos descifrar la experien-
cia postmoderna. Voy a utilizar la de atmósfera cultural, trabaja-
da por Martín Hopenhayn,2 para hacer un primer acercamiento
a la radical experiencia de des-orden que esa experiencia implica.
Denominaré a la primera atmósfera tecnofascinación, pues ella
se forma en la convergencia de la fascinación tecnológica con el
realismo de lo inevitable. Ella se traduce, de un lado, en una cul-
tura del software «que permite conectar la razón instrumental a
la pasión personal»,3 y, de otro, en una multiplicidad de parado-
jas densas y desconcertantes: desde la convivencia de la opulen-
cia comunicacional con el debilitamiento de lo público, la más

1
Ver a ese propósito: C. Geertz: «Géneros confusos. La reconfiguración del
pensamiento social» en C. Reynoso (comp.): El surgimiento de la antropología
postmoderna, Edit. Gedisa, México, 1991, pp. 63-77.
2
«Desencantados y triunfadores camino al siglo XXI: una prospectiva de
atmósferas culturales en América del Sur», en Ni apocalípticos ni integrados,
Fondo de Cultura Económica, Santiago, 1994.
3
Ibídem, p. 40.

39

SINTITUL-15 39 06/09/2011, 07:58 a.m.


JESÚS MARTÍN BARBERO

grande disponibilidad de información con el palpable deterioro


de la educación formal, la continua explosión de imágenes con el
empobrecimiento de la experiencia hasta la multiplicación infini-
ta de los signos en una sociedad que padece el más grande déficit
simbólico. La convergencia entre sociedad de mercado y racio-
nalidad tecnológica «disocia» la sociedad en «sociedades parale-
las»: la de los conectados a la infinita oferta de bienes y saberes y
la de los excluidos cada vez más abiertamente, tanto de los bienes
como de la información exigida para poder decidir. La cultura
del software enlaza así con la de la privatización, que convierte la
política en intercambio y negociación de intereses y se autole-
gitima en la identificación de la autonomía del sujeto con el ám-
bito de la privacidad en el cual resguardarse de la masificación, y
con el del consumo desde el que el sujeto se construye un rostro
socialmente reconocible. Pero en América Latina esta experien-
cia tardomoderna se halla atravesada por un especial malestar.
La desmitificación de las tradiciones y las costumbres, desde las
cuales, hasta hace bien poco, nuestras sociedades elaboraban sus
«contextos de confianza»,4 desmorona la ética y desdibuja el há-
bitat cultural. Ahí arraigan algunas de nuestra más secretas y enco-
nadas violencias. Pues la gente puede con cierta facilidad asimilar
los instrumentos tecnológicos y las imágenes de modernización,
pero sólo muy lenta y dolorosamente pueden recomponer su sis-
tema de valores, de normas éticas y virtudes cívicas. El cambio
de época está en nuestra sensibilidad, pero «a la crisis de mapas
ideológicos se agrega una erosión de los mapas cognitivos»5 que
nos deja sin categorías de interpretación capaces de captar el
rumbo de las vertiginosas transformaciones que vivimos.
La segunda atmósfera es la de secularización. Primero fue la
secularización como proceso de conquista de la autonomía del
Estado, de las esferas del arte, la ciencia y la moral con relación a

4
J. J. Brunner: Bienvenidos a la modernidad, Edit. Planeta, Santiago, 1994,
p. 37.
5
N. Lechner: «América Latina: la visión de los cientistas sociales», en Nueva
Sociedad, no 139, Caracas, 1995, p. 124.

40

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HEGEMONÍA COMUNICACIONAL Y DES-CENTRAMIENTO CULTURAL

unas iglesias convertidas en poder político y social. Proceso aún


incompleto en nuestros países pero que en los últimos años pre-
senta avances innegables, como lo atestigua en un país tan cleri-
cal como Colombia la abierta secularización que representa la
nueva Constitución, en la que Dios pasó de ser «la fuente supre-
ma de toda autoridad» a mero «protector» de la Constitución
misma. En su segunda fase, la secularización señala hoy el esce-
nario de la lucha por una nueva autonomía, la del sujeto. Explíci-
tamente ubicada por Manuel Antonio Garretón en el campo de
la política, esta segunda fase se manifiesta en los nuevos «temas»
que configuran la agenda política, como el derecho a la diferen-
cia de las mujeres o los homosexuales y el principio de autorrea-
lización o felicidad «en que se expresan las luchas contra las
diversas formas de alienación que en las sociedades contempo-
ráneas no proceden solamente de la explotación»,6 luchas que
redefinen el sentido y alcance de la acción política ya que son a la
vez, inextricablemente, individuales y colectivas. El principio de
autorrealización aparece consagrado en la nueva Constitución
colombiana como derecho fundamental de la persona y ha sido
aplicado valientemente por la Corte Constitucional al uso perso-
nal de la droga. Y está también inscrito en la importancia que el
cuerpo ha cobrado en este fin de siglo como escenario de experi-
mentación vital y objeto de atención y cuidado cada vez más gran-
des. Es indudable que en este último aspecto la autorrealización
se inserta también en las tendencias individualistas y hedonistas
de la sociedad de mercado. Pero las estratagemas del mercado
enchufan en un movimiento que viene de más lejos y que es mu-
cho más hondo, a saber, el de la autonomía del sujeto que la so-
ciedad actual amenaza más hondamente que ninguna anterior y
que tiene su otra cara en la crucial y contradictoria defensa de la
privacidad. Sabemos que la privatización del mundo de la vida
conecta con la privatización del mundo económico y la erosión
del tejido societal legitimadas por la racionalidad que despliega

6
M. A. Garretón: «Cultura política y sociedad en la reconstrucción demo-
crática», en La faz sumergida del iceberg, LOM/CESOC, Santiago, 1994, p. 22.

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la política neoliberal —crecimiento de la desigualdad, concen-


tración del ingreso, reducción del gasto social, deterioro de la
escena pública— que está llevando la atomización social hasta el
deterioro de los mecanismos básicos de la cohesión política y
cultural, así como desgastando sus representaciones simbólicas
hasta el punto en que la legítima defensa de las identidades des-
emboca en la devaluación de un horizonte mínimo común. Pero
la defensa de la privacidad conecta paradójicamente también con
la desprivatización a que se ve sometida la vida de la familia y la
intimidad de los individuos especialmente por la intromisión de
los medios masivos, convirtiendo el derecho a la privacidad en
uno de los más importantes a la hora de regular colectivamente
los nuevos procesos y tecnologías de información sobre los que
se basa la expansión y globalización del mercado. Necesitamos
repensar lo privado no sólo con relación al repliegue desocializador
sobre lo hogareño y lo doméstico —con el consiguiente declive
del hombre público y el crecimiento de un narcisismo que fetichiza
el yo— sino también en lo que tiene de resistencia a la viscosidad
con que el poder político y el del mercado atentan contra la auto-
nomía del individuo. Del rechazo a lo colectivo, y específicamen-
te a dejarse representar, emergen hoy tanto la desafección ideo-
lógica hacia las instituciones de la política como la búsqueda de un
quiebre de la uniformación que produce la estandarización/seriali-
zación de la vida, así como la ruptura con el discurso que denuncia
la desigualdad por su incapacidad para representar la diferencia.
Finalmente, una tercera atmósfera: el des-encantamiento que
hoy atomiza el lazo social. Nos referimos en primer lugar a la
devaluación de la memoria que produce la programada obsoles-
cencia de los objetos configurando una sociedad en la que, de la
casa a la calle, el mundo cotidiano se convierte aceleradamente
en no-lugar,7 espacio sin espesor histórico, sin duración, descar-
gado simbólicamente de toda relación con las comunidades del
pasado y sin casi conversación entre generaciones. Contribuyen

7
M. Augé: Los «no-lugares». Espacios de anonimato. (Una antropología de la
sobremodernidad), Edit. Gedisa, Barcelona, 1992.

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HEGEMONÍA COMUNICACIONAL Y DES-CENTRAMIENTO CULTURAL

a esa devaluación tanto la desmaterialización ejercida por los


medios audiovisuales y las redes electrónicas al profundizar el
desanclaje8 espacial producido por la modernidad sobre las pecu-
liaridades locales (mapas mentales, hábitos, tradiciones) como el
culto al presente9 que fabrican el mercado y los medios. Pero vivi-
mos otra perturbación desencantante que Giuseppe Richeri ha
referido lúcidamente como la disgregación del tejido de tradicio-
nes e interacciones que daban consistencia al sindicato y al parti-
do político de masas.10 Mientras los sindicatos experimentan su
desarraigo del mundo del trabajo porque las fábricas se descen-
tralizan, las profesiones se diversifican y se hibridan, los lugares
y las ocasiones de interacción se reducen, al mismo tiempo que la
trama de intereses y objetivos políticos se desagrega, los partidos
experimentan la pérdida de los lugares de intercambio con la so-
ciedad, el desdibujamiento de las maneras de enlace, de comuni-
cación con la sociedad conduciéndolos a un progresivo alejamiento
del mundo de la vida hasta convertirse en puras maquinarias elec-
torales cooptadas por las burocracias de poder.
La secularización se carga de desencanto y se traduce tam-
bién —sobre todo en países en los que las ideologías políticas, de
derecha y de izquierda, fueron vividas como creencias religio-
sas— en un generalizado descrédito del discurso y una creciente
desafección por la política.

8
A. Giddens: «Desanclaje», en Consecuencias de la modernidad, Edit. Alianza,
Madrid, 1993, pp. 32 ss.
9
Ver a ese propósito O. Monguin: «¿Una memoria sin historia?», en Punto
de vista, no 49, Buenos Aires, 1994, pp. 22 ss.
10
G. Richeri: «Crisis de la sociedad, crisis de la televisión» en Contratexto, no 4,
Lima, 1989.

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1. INTELECTUALES Y DES-ORDEN CULTURAL


La línea de cultura se ha quebrado definitivamen-
te y también lo ha hecho con ella el orden tempo-
ral sucesivo. La simultaneidad y la mezcolanza han
ganado la partida: las manifestaciones cultas, po-
pulares y las de masas se intercambian, dialogan, y
lo hacen bajo la forma de un cruce que acaba por
tornarlas inestricables. El anonimato no significa
que la autoría sea comunitaria, sino que la fuente
se ha desperdigado, y a la postre extraviado.
V. SÁNCHEZ BIOSCA: Una cultura de la fragmentación

Nestor García Canclini ha sido uno de los primeros en explorar


los modos de relación de los intelectuales latinoamericanos con
la tardomodernidad desde su relación con la televisión, y ello
mediante un análisis de los diferentes modos de mirarla Jorge
Luis Borges y Octavio Paz.11 Podríamos hacer una comparación
igualmente ilustrativa a este respecto entre dos países como Co-
lombia y Brasil.
El desinterés, y en el «mejor» de los casos el desprecio, de
los intelectuales y los científicos sociales por la televisión en Co-
lombia tiene todas las características del rencor del que hablara
Nietzsche: frente a la identificación de los sectores populares
con la escena televisiva, ya sea al ver allí condensadas sus frustra-
ciones nacionales por la tragedia de su equipo en el último mun-
dial de fútbol, o su orgulloso reconocimiento en las figuras que
en la telenovela Café con aroma de mujer dramatizaron las lu-
chas de la gente de la región y la industria cafetera, la culta mino-
ría vuelca en la televisión su impotencia y su necesidad de exorci-
zar la pesadilla cotidiana convirtiéndola en chivo expiatorio al
cual cargarle las cuentas de la violencia, del vacío moral y la de-
gradación cultural. La televisión sería además la principal culpa-
ble de que en el país no haya cine ni se apoye al teatro, culpable
de que los empresarios no inviertan sino en ella, y de que los

11
N. García Canclini: «De Paz a Borges: comportamientos ante el televisor»,
en Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad, Edit. Grijalbo,
México, 1990, pp. 96 ss.

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espectadores hayan perdido el gusto por el verdadero arte. Esa


actitud ha hecho imposible en Colombia la existencia de una co-
rriente intelectual que, como en Brasil o Chile por ejemplo, mire
la televisión desde un discurso menos maniqueo, y capaz de su-
perar una crítica intelectualmente rentable justamente porque lo
único que propone es no mirar televisión. Y jactarse de ello como
prueba de resistencia a la decadencia de Occidente. ¡Hasta los
maestros de escuela niegan que les gusta y que ven televisión,
creyendo así defender ante los alumnos su hoy menguada autori-
dad intelectual!
Resulta bien significativo que en Brasil, donde la televisión
es mediada aun más fuertemente que en Colombia por las condi-
ciones del negocio, pues constituye una gigantesca industria de
exportación, ese medio se haya convertido sin embargo en un
espacio de cruces estratégicos con su tradición cultural, teatral,
novelesca, cinematográfica, e incluso con el pensamiento y el tra-
bajo de no pocos intelectuales y artistas de izquierda. Algunos de
los cientistas sociales y filósofos de más peso, como Sergio Mice-
li, Renato Ortiz, Muñiz Sodré, Decio Pignatari, son autores de
investigaciones y ensayos decisivos sobre las relaciones de la te-
levisión con su país. Y algunos de los más exitosos libretistas y
directores son novelistas o dramaturgos pertenecientes al parti-
do comunista y al PT, como Días Gómez, Comparato o Aguinal-
do Silva. Lo cual ha posibilitado hacer de la telenovela brasileña
un espacio estratégico de expresión de los mestizajes y contra-
dicciones que en ese país ha producido su modernidad.
Una pista de compresión de ese contraste la ofrece Daniel
Pecaut al trazar las diferencias de Colombia con el «imaginario
modernizador» de Brasil: ese que pasando por el mito evolu-
cionista y que por la nueva presencia del Estado introduce el po-
pulismo de Getulio Vargas, «crea las condiciones para el recono-
cimiento de la importancia del lenguaje político y del rol social
de los intelectuales». A la inversa, en Colombia la precariedad
del Estado y los obstáculos —poder exagerado de la Iglesia, au-
sencia de emigración portadora del pensamiento positivista—
contribuyeron a «privar de legitimidad al discurso de los intelec-
tuales y a impedir la conformación de un entorno cultural

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favorable al desarrollo de la racionalidad científica».12 De ese


modo los intelectuales en Colombia, como en la mayor parte de
América Latina, han pasado de esa larga ausencia de legitimidad
social a la profunda erosión que en su autoridad produce hoy la
desorganización del orden cultural introducida por la hegemonía
del campo audiovisual que cataliza la televisión.
Sé que el curso que lleva mi reflexión la coloca por fuera del
lugar legitimado por las disciplinas y las «cofradías discursivas»,
tornando mi posición altamente vulnerable a los malentendidos.
¿Será que aún me reconozco en la tarea del intelectual constitui-
da por «la crítica de lo existente, el espíritu libre y anticonfor-
mista, la ausencia de temor ante los poderosos, el sentido de soli-
daridad con las víctimas»?13 Ahí me reconozco, ciertamente; pero
no como en una trinchera que me resguarda de las incertidum-
bres de la gente del común. Sino en el esfuerzo por construir una
crítica que «explique el mundo social en orden a transformarlo, y
no a obtener satisfacción o sacar provecho del acto de su nega-
ción informada».14 Lo que trasladado a nuestro terreno significa
una crítica capaz de distinguir la necesaria, la indispensable de-
nuncia de la complicidad de la televisión con las manipulaciones
del poder y los más sórdidos intereses mercantiles —que secues-
tran las posibilidades democratizadoras de la información y las
posibilidades de creatividad y de enriquecimiento cultural, refor-
zando prejuicios racistas y machistas y contagiándonos de la bana-
lidad y mediocridad de la inmensa mayoría de la programación—
del lugar estratégico que la televisión ocupa en las dinámicas de
la cultura cotidiana de las mayorías, en la transformación de las
sensibilidades, en los modos de construir imaginarios e identida-
des. Que es distinta a una crítica que, al identificar la televisión
con la «quintaesencia de la incultura»,15 deja al descubierto el

12
D. Pecaut: «Modernidad, modernización y cultura», en Gaceta de Colcul-
tura, Bogotá, 1990.
13
B. Sarlo: Escenas de la vida postmoderna. Intelectuales, arte y videocultura
en Argentina, Edit. Ariel, Buenos Aires, 1994, p. 180.
14
J. J. Brunner: Conocimiento, sociedad y política, FLACSO, Santiago, 1993, p. 15.
15
H. A. Faciolince: «La telenovela o el bienestar en la incultura», en Núme-
ro, no 9, Bogotá, 1996.

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pertinaz y soterrado talante elitista que prologa esa mirada. Con-


fundiendo iletrado con inculto, las élites ilustradas desde el siglo
XVIII, al mismo tiempo que afirmaban al pueblo en la política lo
negaban en la cultura, haciendo de la incultura el rasgo intrínseco
que configuraba la identidad de los sectores populares, insulto con
que tapaban su interesada incapacidad de aceptar que en esos sec-
tores pudiera haber experiencias y matrices de otras culturas.
Lo que hace sintomáticamente reveladoras del actual ma-
lestar cultural a las conflictivas relaciones de los intelectuales
con la televisión son razones y motivaciones de «orden general».
Pues el des-orden en la cultura que introduce la experiencia au-
diovisual, atenta hondamente contra la autoridad social del inte-
lectual. Primero fue el cine. Al conectar con el nuevo sensorium
de las masas, con la «experiencia de la multitud» que vive el pa-
seante en las avenidas de la gran ciudad, el cine vino a acercar el
hombre a las cosas, pues
[...] quitarle su envoltura a cada objeto, triturar su aura es la
signatura de una percepción cuyo sentido para lo igual en el
mundo ha crecido tanto que, incluso por medio de la repro-
ducción, le gana terreno a lo irrepetible.16
Y al triturar el aura, especialmente del arte, que era el eje de lo que
los intelectuales han tendido a considerar cultura, el mundo de
los nuevos clérigos sufría una herida profunda: el cine hacía visi-
ble la modernidad de unas experiencias culturales que no se re-
gían por sus cánones ni eran gozables desde su gusto. Pero do-
mesticada esa fuerza subversiva del cine por la industria de
Hollywood, que expande su gramática narrativa y mercantil al
mundo entero, Europa reintroducirá en los años sesenta una nue-
va legitimidad cultural, la del «cine de autor», con la que recupera
el cine para el arte y lo distancia definitivamente del medio que
por esos mismos años hacía su entrada en la escena mundial, la
televisión.
La televisión, el medio que más radicalmente va a desorde-
nar la idea y los límites del campo de la cultura: sus tajantes sepa-

16
W. Benjamin: Discursos interrumpidos, Edit. Taurus, Madrid, 1982, p. 25.

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raciones entre realidad y ficción, entre vanguardia y kistch, entre


espacio de ocio y de trabajo.
Ha cambiado nuestra relación con los productos masivos y
los del arte elevado. Las diferencias se han reducido o anula-
do, y con las diferencias se han deformado las relaciones tem-
porales y las líneas de filiación. Cuando se registran estos
cambios de horizonte nadie dice que las cosas vayan mejor, o
peor: simplemente han cambiado, y también los juicios de
valor deberán atenerse a parámetros distintos. Debemos co-
menzar por el principio a interrogarnos sobre lo que ocurre.17
Más que buscar su nicho en la idea ilustrada de cultura, la
experiencia audiovisual la replantea desde la raíz, es decir, desde
los nuevos modos de relación con la realidad, desde las transfor-
maciones de nuestra percepción del espacio y del tiempo. Del
espacio, profundizando el desanclaje que produce la modernidad
con relación al lugar, desterritorialización de los modos de pre-
sencia y relación, de las formas de percibir lo próximo y lo lejano
que hacen más cercano lo vivido «a distancia» que lo que cruza
nuestro espacio físico cotidianamente. Telépolis es al mismo tiem-
po una metáfora y la experiencia del habitante de una nueva ciu-
dad-mundo «cuyas delimitaciones ya no están basadas en la dis-
tinción entre interior, frontera y exterior, ni por lo tanto en las
parcelas del territorio».18 Paradójicamente esa nueva espaciali-
dad no emerge del recorrido viajero que me saca de mi pequeño
mundo sino de su revés, de la experiencia doméstica convertida
por la televisión y el computador en ese territorio virtual al que,
como expresivamente dijo Virilio, «todo llega sin que haya que
partir».
Históricamente ligados al territorio del espacio-nación y a
sus dinámicas, en lo que Gramsci definiera como «lo nacional
popular»,19 los intelectuales se realizan justamente en hacer la

17
U. Eco: «La multiplicación de los medios», en Cultura y nuevas tecnologías,
Novatex, Madrid, 1986, p. 124.
18
J. Echeverría: Telépolis, Edit. Destino, Barcelona, 1994, p. 9.
19
A. Gramsci: «Los intelectuales y la organización de la cultura», en Cultura
y literatura, Edit. Península, Barcelona, 1977.

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ligazón entre memoria nacional y acción política, ligazón de la


que derivaban su función pedagógica, profética, interpretativa.
Escribieron para el Pueblo o para la Nación. Escribieron sólo
para sus iguales, despreciando a todos los públicos [...]. Se
sintieron libres frente a todos los poderes; cortejaron todos
los poderes. Se entusiasmaron con las grandes revoluciones y
también fueron sus primeras víctimas. Son los intelectuales:
una categoría cuya existencia misma hoy es un problema.20
Al entrar en crisis el espacio de lo nacional, por la globalización
económica y tecnológica que redefine la capacidad de decisión
política de los estados nacionales, y en la que se inserta la deste-
rritorialización cultural que moviliza la industria audiovisual, los
intelectuales encuentran serias dificultades para reubicar su fun-
ción. Pues desanclada del espacio nacional, la cultura pierde su
lazo orgánico con el territorio, y con la lengua, que es del tejido
propio del trabajo del intelectual. Anderson nos ha descubierto
cómo las dos formas de imaginación que florecen en el siglo XVIII,
la novela y el periódico, fueron las que «proveyeron los medios
técnicos necesarios para la “representación” de la clase de co-
munidad imaginada que es la nación».21
Pero esa representación, y sus medios, atraviesan una seria
crisis. En una obra capital, que penetra dimensiones poco pensa-
das en el discurso postmoderno, Nora desentraña el sentido del
desvanecimiento del sentimiento histórico en este fin de siglo, a
la vez que constata el crecimiento de la pasión por la memoria:
La nación de Renan ha muerto y no volverá. No volverá por-
que el relevo del mito nacional por la memoria supone una
mutación profunda: un pasado que ha perdido la coherencia
organizativa de una historia se convierte por completo en un
espacio patrimonial.22

20
B. Sarlo: ob. cit., p. 179.
21
B. Anderson: Comunidades imaginadas, Fondo de Cultura Económica,
México, 1993, p. 47.
22
P. Nora: Lers lieux de memoire, Edit. Gallimard, vol. III, París, 1992,
p. 1.009.

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Es decir, en un espacio más museográfico que histórico. Y una


memoria nacional edificada sobre la reivindicación patrimonial
estalla, se divide, se multiplica. Es la otra cara de la crisis de lo
nacional, complementaria del nuevo entramado que constituye
lo global: cada región, cada localidad, cada grupo reclama el de-
recho a su memoria. «Poniendo en escena una representación frag-
mentada de la unidad territorial de lo nacional, los lugares de
memoria celebran paradójicamente el fin de la novela nacional».23
Ahora el cine, que fue durante la primera mitad del siglo XX el
heredero de la vocación nacional de la novela, —«el público no
iba al cine a soñar, sino a aprender, sobre todo a ser mexica-
nos»24 afirma Carlos Monsivais— lo ven las mayorías en el tele-
visor de su casa, al tiempo que la televisión misma se convierte
en un reclamo fundamental de las comunidades regionales y lo-
cales en su lucha por el derecho a la construcción de su propia
imagen, que se confunde así con el derecho a su memoria, de que
hablara Nora.
La percepción del tiempo en que se inserta/instaura el senso-
rium audiovisual está marcada por las experiencias de la simulta-
neidad de la instantánea y del flujo. La perturbación del sentimien-
to histórico se hace todavía más evidente en una contemporaneidad
que confunde los tiempos y los aplasta sobre la simultaneidad de
lo actual, sobre el «culto al presente» que alimentan en su conjun-
to los medios de comunicación, y en especial la televisión. Pues
una tarea clave de los medios es fabricar presente:
[...] un presente concebido bajo la forma de «golpes» sucesi-
vos sin relación histórica entre ellos. Un presente autista, que
cree poder bastarse a sí mismo.25
La contemporaneidad que producen los medios remite, por un
lado, al debilitamiento del pasado, a su reencuentro descontex-

23
O. Monguin: ob. cit., p. 26
24
C. Monsivais: «Notas sobre la cultura mexicana en el siglo XX», en Historia
general de México, vol. IV, Colegio de México, 1976.
25
O. Monguin: ob. cit., p. 25.

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tualizado, deshistorizado, reducido a cita,26 que permite insertar


en los discursos de hoy, arquitectónicos, plásticos o literarios,
elementos y rasgos de estilos y formas del pasado en un pastiche
que es sólo
[...] imitación de una mueca, un discurso que habla una len-
gua muerta [...] la rapiña aleatoria de todos los estilos del
pasado en la progresiva primacía de lo neo, en la coloniza-
ción del presente por las modas de la nostalgia.27
Y del otro, remite a la ausencia de futuro que, de espaldas a las
utopías, nos instala en un presente continuo, en
[...] una secuencia de acontecimientos que no alcanza a crista-
lizar en duración, y sin la cual ninguna experiencia logra crear-
se, más allá de la retórica del momento, un horizonte de futu-
ro. Hay proyecciones pero no proyectos. El futuro se restringe
a un «más allá»: el mesianismo es la otra cara del ensimisma-
miento.28
Los medios audiovisuales (cine a lo Hollywood, televisión, vi-
deo) son a la vez el discurso por antonomasia del bricolage de los
tiempos —que nos familiariza sin esfuerzo, arrancándolo a las
complejidades y ambigüedades de su época, con cualquier acon-
tecimiento del pasado— y el discurso que mejor expresa la com-
presión del presente, al transformar el tiempo extensivo de la his-
toria en el intensivo de la instantánea. Intensidad de un tiempo
que alcanza su plenitud en la simultaneidad que instaura, entre el
acontecimiento y su imagen, la toma directa. Pero esa nueva tem-
poralidad tiene su costo. Y así de «costoso», como ningún otro, el
tiempo del videoclip publicitario o musical hace de la disconti-
nuidad la clave de su sintaxis y de su productividad. Los spot
publicitarios fragmentan la estructura narrativa de los relatos

26
U. Eco: «Apostilla a El nombre de la rosa», en Análisis, no 9, Barcelona,
1984, pp. 27 ss.
27
F. Jameson: El postmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanza-
do, Edit. Paidós, Barcelona, 1992, p. 45.
28
N. Lechner: «La democracia en el contexto de una cultura postmoderna»,
en Cultura política y democratización, FLACSO, Buenos Aires, 1987, p. 260.

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informativos o dramáticos, y la publicidad a su vez se teje con


microrrelatos visualmente fragmentados al infinito. Pero lo que
anima el ritmo y compone la escena es el flujo: ese continuum de
imágenes que indiferencia los programas y constituye la forma
de la pantalla encendida. Aunque nos suene escandaloso el pa-
rangón, fue en la literatura de vanguardia —Joyce y Proust—
donde por primera vez el flujo del monólogo interior apareció
articulando los fragmentos de memoria, los pedazos de hechos,
los discursos, dando cuerpo a la fugacidad del tiempo. En el otro
extremo del campo cultural, la radio vino a ritmar la jornada
doméstica dando forma por primera vez, con su flujo sonoro, al
continuum de la rutina cotidiana. De una punta a la otra del es-
pectro cultural, el flujo implica disolvencia de géneros y exalta-
ción expresiva de lo efímero. Hoy los flujos televisivo e informá-
tico29 ponen la metáfora más real del fin de los grandes relatos,
por la equivalencia de todos los discursos —información, drama,
publicidad, ciencia, pornografía, datos financieros— la interpe-
netrabilidad de todos los géneros y la transformación de lo efí-
mero en clave de producción y en propuesta de goce estético.
Una propuesta basada en la exaltación de lo móvil y difuso de la
carencia de clausura y la indeterminación temporal.

2. OBJETOS NÓMADAS Y FRONTERAS BORROSAS


DEL SABER SOBRE LO SOCIAL

En la nueva percepción del espacio y del tiempo se despliega un


mapa de síntomas y desafíos para las ciencias sociales, un mapa
de objetos nuevos para la reflexión. Pienso que en el rechazo de
las ciencias sociales a hacerse cargo de la cultura audiovisual hay
algo más que el déficit de legitimidad académica que padece como
«objeto». Pareciera más bien que sociólogos y antropólogos per-
cibieran oscuramente el estallido de las fronteras que aquélla
entraña, incluidas las de sus campos de estudio, por la configura-

29
Sobre el concepto de flujo en televisión: G. Barlozatti: Il palinsesto: texto
aparati e géneri della televisione, Franco Angelli, Milán, 1986.

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HEGEMONÍA COMUNICACIONAL Y DES-CENTRAMIENTO CULTURAL

ción de objetos móviles, nómadas, de contornos difusos, impo-


sibles de encerrar en las mallas de un saber positivo y rígida-
mente parcelado. Que es de lo que habla Clifford Geertz cuan-
do afirma que
[...] lo que estamos viendo no es simplemente otro trazado
del mapa cultural —el movimiento de unas pocas fronteras en
disputa, el dibujo de algunos pintorescos lagos de montaña—
sino una alteración de los principios mismos del mapeado.
No se trata de que no tengamos más convenciones de inter-
pretación, tenemos más que nunca pero construidas para aco-
modar una situación que al mismo tiempo es fluida, plural,
descentrada. Las cuestiones no son ni tan estables ni tan con-
sensuales y no parece que vayan a serlo pronto. El problema
más interesante no es cómo arreglar este enredo sino qué sig-
nifica todo este fermento.30
Hacia allá apunta el desafío: hay en las transformaciones de sen-
sibilidad que emergen de la experiencia audiovisual un fermento
de cambios en el saber mismo, el reconocimiento de que por allí
pasan cuestiones que atraviesan por entero el desordenamiento
de la vida urbana, el desajuste entre comportamientos y creen-
cias, la confusión entre realidad y simulacro. Gianni Vattimo ha
tenido el coraje de afirmar que «la relación que se da entre las
ciencias humanas y la sociedad de la comunicación es mucho más
estrecha y orgánica de lo que generalmente se cree».31 Si esas
ciencias han configurado su ideal cognoscitivo en el permanente
modificarse de la vida colectiva e individual, es ese modo del exis-
tir social el que se plasma en las modernas formas de comunica-
ción. Sociología, psicología, antropología han ido construyendo
sus objetos y sus métodos al hilo de una modernidad que hace de
la sociedad civil un ámbito diferenciado del Estado, un ámbito de
intersubjetividades y de diversidad cultural que en su conjunto
configura una esfera de instituciones políticas y formas simbóli-
cas cada día más estrechamente vinculadas con los procesos y
tecnologías de la información y la comunicación. De otro lado ya

30
C. Geerzt: ob. cit., p. 76.
31
G. Vattimo: La sociedad transparente, Edit. Paidós, Barcelona, 1990, p. 88.

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Heidegger, al hablar de la técnica, la liga a un mundo que se cons-


tituye en imágenes más que en sistemas de valores, a la moderni-
dad como «época de las imágenes del mundo»,32 que converge
con el mundo convertido en fábula del que hablaba Nietzsche.
Pues lo que en esta tardomodernidad llamamos mundo33 es mucho
menos aquella «realidad» del pensamiento empiricista —enfrenta-
da al «sujeto autocentrado» en su conciencia, del racionalismo—
que el tejido de discursos e imágenes que producen entrecruza-
damente las ciencias y los medios: «el sentido en que se mueve la
tecnología no es tanto el dominio de la naturaleza por las máqui-
nas cuanto el específico desarrollo de la información y la comu-
nicación del mundo como imagen».34 Desde una perspectiva muy
distinta, Habermas va a encontrar en la «razón comunicativa» el
nuevo eje de la reflexión social,35 el que viene a llenar el vacío
epistemológico producido por la crisis de los paradigmas de la
producción y de la representación. La comunicación se convier-
te así en foco de renovación de los modelos del análisis de la
acción social y en clave de reformulación de la teoría crítica.
El desafío que la cultura audiovisual le hace a las ciencias
sociales descubre su verdadera envergadura cuando la crisis de
legitimidad de las instituciones del Estado y de constitución de la
ciudadanía —de identidad de los partidos, de desarticulación de
las demandas sociales y los procesos políticos formales, de los
modos de participación de los ciudadanos y del discurso mismo
de la política— se entrelaza con la crisis de autoridad del discur-
so científico sobre lo social, tematizada por Foucault, Geertz o
De Certeau —develamiento de las estructuras de poder implica-
das, historicidad de los saberes, crítica del objetivismo y de las
concepciones acumulativas del conocimiento—, evidenciando la
crisis de representación que afecta al investigador social y al inte-
lectual: ¿desde dónde y a nombre de quién hablan hoy esas vo-

32
M. Heidegger: «La pregunta por la técnica», en Revista de la Universidad
de Antioquia, no 205, Medellín, 1986.
33
A. Gargani: «La fricción del pensamiento», en La secularización de la
filosofía, Edit. Gedisa, Barcelona, 1992, pp. 9 ss.
34
G. Vattimo: ob. cit., p. 95.
35
J. Habermas: Teoría de la acción comunicativa, Edit. Cátedra, Madrid, 1989.

54

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HEGEMONÍA COMUNICACIONAL Y DES-CENTRAMIENTO CULTURAL

ces, cuándo el sujeto social unificado en las figuras/categorías de


pueblo y de nación estalla, desnudando el carácter problemático
de lo colectivo? Se torna entonces indispensable un movimiento
de reflexividad36 que permita hacer visibles las mediaciones que
aquel saber mantiene con el sujeto social. Mediaciones que pasan
especialmente por las reconfiguraciones de lo público. La «esfera
pública», cuya historia rastrea Habermas37 se hallaba indisolu-
blemente ligada al espacio de lo nacional, y es ese vínculo el que
está siendo rebasado por arriba y por abajo: por la emergencia
de una macroesfera de opinión pública internacional a la zaga del
flujo económico,38 y por las microesferas constituidas por movi-
mientos sociales, que en algunos casos resisten a ese flujo, y en
otro son expresión del estallido fragmentador de las identidades
locales tradicionales.39 Lo que caracteriza hoy al espacio público
no es sólo el estrechamiento de lo político, acarreado por la «in-
vasión» y la hegemonía económica de lo privado, sino la fragili-
dad que introduce la fragmentación de los horizontes culturales
y de los lenguajes en que se expresan sus conflictos y demandas.
En el cruce de esos dos movimientos se produce
[...] la desaparición del nexo simbólico, la falta de un disposi-
tivo capaz de constituir alteridad e identidad relativa; en el
lenguaje institucional se hablará en un caso de fracaso de la
integración, y en el otro de derrumbe del Estado.40
El resultado es la acentuación del carácter abstracto y des-
encarnado de la relación social, abstracción alimentada y potencia-

36
Sobre el concepto de reflexividad: P. Bourdieu: Les regles de l’art, Seuil,
París, 1992, pp. 290 ss.; A. Giddens: «La índole reflexiva de la modernidad»,
en ob. cit., pp. 44 ss.
37
J. Habermas: Historia y crítica de la opinión pública, G. Gili, Barcelona,
1982.
38
J. Keane: «Structural Transformation of the Public Sphere», en The
Communication Review, no 1, San Diego, California, 1995.
39
F. Cruces: Perplejidades comunes al agente político y al investigador social,
mimeo, México, 1995.
40
M. Augé: Hacia una antropología de los mundos contemporáneos, Edit.
Gedisa, Barcelona, 1995, p. 88.

55

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JESÚS MARTÍN BARBERO

da por la acción de los medios masivos. Frente al «viejo» militan-


te, que se definía por sus convicciones, el telespectador es una
abstracción, un porcentaje de una estadística. Y es a esa abstrac-
ción a la que se dirige un discurso político que lo que busca ya no
son adhesiones vibrantes sino puntos en la estadística de posibles
votantes. En la medida en que la muchedumbre imprevisible, que
antes se reunía en la plaza y conformaba una «colectividad de
pertenencia», es sustituida por la individualización de los televi-
dentes en la des-agragada experiencia de la casa, la atomización
y uniformización de los públicos trastornan no sólo el sentido del
discurso político sino el sentido social: «el conjunto de las rela-
ciones simbolizadas (admitidas y reconocidas) entre los hom-
bres».41 Sintomáticamente las adhesiones y las vibraciones se des-
plazan ahora hacia dos espacios precisos de manifestación: las sectas
y la televerdad, es decir los fundamentalismos religiosos, nacio-
nalistas, xenófobos y la morbosa exhibición de la singularidad
individual y de la intimidad que los reality show espectacularizan
haciéndonos visibles las interrogaciones y recomposiciones sim-
bólicas que atraviesa el colectivo cotidiano.
Lo que las ciencias sociales no pueden ignorar hoy es que
las nuevos modos de simbolización y ritualización del lazo social
se hallan cada día más entrelazados en las redes comunicacionales
y en los flujos informacionales. El estallido de las fronteras espa-
ciales y temporales que ellos introducen en el campo cultural
des-localizan los saberes y deslegitiman sus modernas fronteras
entre razón e imaginación, entre saber e información, naturaleza
y artificio, ciencia y arte, saber experto y experiencia profana.
Lo que modifica tanto el estatuto epistemológico como institu-
cional de las condiciones de saber y de las figuras de razón —esas
que constituyen para Lyotard el fondo de la marejada que llama
postmodernidad, lo que ella tiene de verdadero cambio de épo-
ca— y las conecta con las nuevas formas de sentir y las nuevas
figuras de la socialidad.42 Desplazamientos y conexiones que

41
Ibídem, p. 109.
42
Sobre esa conexión es significativo que el subtítulo del libro-eje del debate
que introduce J. F. Lyotard: La condición postmoderna, sea Informe sobre el saber,
Edit. Cátedra, Madrid, 1984; ver asimismo, M. Maffesoli: El tiempo de las tribus.
El declive del individualismo en la sociedad de masas, Icaria, Barcelona, 1990.

56

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empezaron a hacerse institucionalmente visibles en los movimien-


tos del 68 desde París a Berkley pasando por Ciudad de México.
Entre lo que dicen los graffitis —«hay que explorar sistemática-
mente el azar», «la ortografía es una mandarina», «la poesía está
en la calle», «la inteligencia camina más pero el corazón va más
lejos»—43 y lo que cantan los Beatles —necesidad de liberar los
sentidos, de explorar el sentir, de hacer estallar el sentido—, en-
tre la revuelta de los estudiantes y la confusión de los profesores,
y en la revoltura que esos años producen entre libros, sonidos e
imágenes, emerge un des-centramiento cultural que cuestiona ra-
dicalmente el carácter monolíticamente transmisible del conoci-
miento, que revaloriza las prácticas y las experiencias, que alum-
bra un saber mosaico hecho de objetos móviles, fronteras difusas,
de intertextualidades y bricolages. Pues si ya no se escribe ni se
lee como antes es porque tampoco se puede ver ni representar
como antes. Y ello no es reducible al hecho tecnológico —ni tan
«ilustradamente» satanizable— pues «es toda la axiología de los
lugares y las funciones de las prácticas culturales de memoria, de
saber, de imaginario y creación la que hoy conoce una seria rees-
tructuración», la que produce una visualidad electrónica que ha
entrado a formar parte constitutiva de la visibilidad cultural, esa
que es a la vez entorno tecnológico y nuevo imaginario «capaz de
hablar culturalmente, y no sólo de manipular tecnológicamente,
de abrir nuevos espacios y tiempos para una nueva era de lo sen-
sible».44
Una era en la que los científicos duros, por su parte, empie-
zan a hablar de pensamiento visual: en el cruce de los dos dispo-
sitivos —economía discursiva y operatividad lógica— señalados
por Foucault para indicar el nacimiento de las nuevas ciencias,
biología, economía, lingüística,45 se sitúa la nueva discursividad
constitutiva de la visibilidad y la identidad lógico-numérica de la
imagen. Pues estamos ante la emergencia de «otra figura de la

43
J. Cortázar recoge esos graffitis en «Noticias del mes de mayo», Casa de las
Américas. Diez Años, La Habana, 1970, pp. 246 ss.
44
A. Renaud: Fin de siglo, Edit. Cátedra, Madrid, 1990, p. 17.
45
M. Foucault: Les mots et les choses, Edit. Gallimard, París, 1966, pp. 262 ss.

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razón»46 que resitúa la imagen en una nueva configuración socio-


técnica —el computador no es un instrumento con el que se pro-
ducen objetos sino un nuevo tipo de tecnicidad que posibilita
procesar informaciones, cuya materia prima son abstracciones y
símbolos, inaugurando una aleación de cerebro e información
que sustituye a la del cuerpo con la máquina— y que rehace las
relaciones entre el orden de lo discursivo (la lógica) y de lo visi-
ble (la forma); esto es, de la inteligibilidad y la sensibilidad. Viri-
lio denomina «logística visual»47 a la remoción que las imágenes
informáticas hacen de los límites tradicionalmente asignados a la
discursividad y la visibilidad, lo que dota a la imagen de legibili-
dad, haciéndola pasar del estatuto de obstáculo epistémico al de
mediación discursiva de la fluidez (flujo) de la información y del
poder virtual de lo mental. Por su parte, desde las ciencias socia-
les se rescata la imagen como lugar de una estratégica batalla
cultural: ¿cómo pueden entenderse la conquista, la colonización
y la independencia del Nuevo Mundo por fuera de la guerra de
imágenes que todos esos procesos movilizaron? se pregunta Ser-
ge Gruzinski.48 ¿Cómo pueden comprenderse las estrategias del
dominador o las tácticas de resistencia de los pueblos indígenas
desde Cortés hasta la guerrilla zapatista sin hacer la historia que
nos lleva de la imagen didáctica franciscana, al barroco de la imagen
milagrosa, y de ambas al manierismo heroico de la imaginería liber-
tadora, al didactismo barroco del muralismo y a la imaginería elec-
trónica de la telenovela? ¿Cómo penetrar en las oscilaciones y al-
quimias de las identidades sin auscultar la mezcla de imágenes e
imaginarios desde los que los pueblos vencidos plasmaron sus
memorias, reinventaron sus tradiciones y se dieron una historia
propia?

46
A. Renaud: «L’image: de l’economie informationelle a la pensée visuelle»,
en Reseaux, no 74, París, 1995, pp. 14 ss.; para una aproximación a esa pers-
pectiva: G. Chartron (dir.): Pour une nouvelle economie du savoir, Presses Univer-
sitaires de Rennes, 1994.
47
P. Virilio: La máquina de visión, Edit. Cátedra, Madrid, 1989, p. 81.
S. Gruzinski: La guerra de las imágenes. De Cristóbal Colón a Blade Runner,
48

Fondo de Cultura Económica, México, 1994.

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Recorriendo la historia mexicana, Gruzinski responde a esas


preguntas, señalando momentos y dispositivos que desbordan las
peculiaridades mexicanas e iluminan los escenarios latinoameri-
canos en que se libra la batalla cultural. Como el que se sitúa
entre la desconfianza y el ascetismo de los franciscanos, cuyo
didactismo trata de conjurar el uso mágico y fetichista que el
pueblo tendía a hacer de las imágenes, y la explotación que los
jesuitas hacen de las potencias visionarias y las capacidades tau-
matúrgicas de la imagen... milagrosa: esa en la que se produce el
ejemplo más denso y espléndido de la guerra de ciframientos y
resignificaciones de que está hecha la historia profunda de estos
países. Abiertos a la novedad del mundo americano, los jesuitas
no le temen a la hibridación cultural —que aterraba a los francis-
canos— y no sólo permiten sino que alientan las experiencias
visionarias, las conexiones de la imagen con el sueño y el mila-
gro, la irrupción de lo sobrenatural en lo surreal humano. Pero
los indígenas, por su parte, aprovechan la experiencia de simula-
ción que contenía la imagen barroca para insertarla en un relato
otro, hecho de combinaciones y usos que desvían y pervierten,
desde dentro, la lectura que imponía el relato de la Iglesia. El
sincretismo de simulación/subversión cultural que contiene la
imagen milagrosa de la Virgen guadalupana ha sido espléndida-
mente descifrado por Paz y Bartra. Pero la guerra de imágenes
que pasa por ese icono no queda sólo entre la aparecida del Tepe-
yac, la diosa de Tonantzin y la Malinche, sino que continúa pro-
duciéndose hoy en las hibridaciones iconográficas de un mito que
reabsorbe el lenguaje de las historietas impresas y televisivas fun-
diendo a la Guadalupana con el hada madrina de Walt Disney, la
Heidi japonesa, con el mito de la Mujer Maravilla,49 y hasta con
el de Marilyn Monroe cuyo rostro aparece en el cuadro que de la
Virgen de Guadalupe expuso el pintor Rolando de la Rosa en el
Museo de Arte Moderno de México (1987). Blasfemia que en
cierto modo empata con la que paradójicamente subyace al lugar
que la Guadalupana conserva en la Constitución de 1873, que

49
M. Zires: «Cuando Heidi, Walt Disney y Marylin Monroe hablan por la
Virgen de Guadalupe», en Versión, no 4, México, 1992.

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consagra al mismo tiempo su día como fiesta patria y la más radi-


cal separación entre Iglesia y Estado.
O como en el barroco popular que del siglo XVIII al XIX des-
pliega «un pensamiento plástico frente al que las élites sólo ten-
drán indiferencia, silencio o desprecio».50 Y que es el de los san-
tuarios rurales de Tepalcingo y Tonantzintla, el del muralismo
que de Orozco y Rivera a Siqueiros resignifica en un discurso
revolucionario y socialista el didactismo de los misioneros fran-
ciscanos y el barroquismo visionario de los jesuitas, fundiendo
discurso ideológico e impulso utópico, y el de la recuperación de
los imaginarios populares en las imaginerías electrónicas de Tele-
visa, en las que el cruce de arcaísmos y modernidades que hacen
su éxito no es comprensible sino desde los nexos que enlazan las
sensibilidades a un orden visual social en el que las tradiciones se
desvían pero no se abandonan, anticipando en las transformacio-
nes visuales experiencias que aún no tienen discurso ni concep-
to. El actual des-orden postmoderno del imaginario —decons-
trucciones, simulacros, descontextualizaciones, eclecticismo—
remite al dispositivo barroco51 (o neobarroco diría Calabrese) «cu-
yos nexos con la imagen religiosa anunciaban el cuerpo electró-
nico unido a sus prótesis tecnológicas, walkmans, videocasete-
ras, computadoras».
Mas allá de la postmoderna muerte de los grandes relatos, a
lo que la nueva condición del saber social remite, es al fin de los
relatos heroicos que posibilitaban la autoconciencia iluminista
del progreso material y moral inevitables y su sustitución por
relatos irónicos, en los que se conjugue la reflexividad epistemo-
lógica con la imaginación ética y ambas con el espíritu de juego
que relativiza nuestras seguridades al inscribirlas en los juegos
del lenguaje.

50
O. Calabrese caracteriza la postmodernidad como La era neobarroca, Edit.
Cátedra, Madrid, 1989.
51
S. Gruzinski: ob. cit., p. 214.

60

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HEGEMONÍA COMUNICACIONAL Y DES-CENTRAMIENTO CULTURAL

3. HABITAR/PENSAR LA CIUDAD VIRTUAL

La ciudad ya no es sólo un «espacio ocupado» o construido sino


también un espacio comunicacional que conecta entre sí sus di-
versos territorios y los conecta con el mundo. Hay una estrecha
simetría entre la expansión/estallido de la ciudad y el crecimien-
to/densificación de los medios y las redes electrónicas. Si las nue-
vas condiciones de vida en la ciudad exigen la reinvención de
lazos sociales y culturales, «son las redes audiovisuales las que
efectúan, desde su propia lógica, una nueva diagramación de los
espacios e intercambios urbanos».52 En la ciudad diseminada e
inabarcable sólo el medio posibilita una experiencia-simulacro
de la ciudad global: es en la televisión donde la cámara del heli-
cóptero nos permite acceder a una imagen de la densidad del
tráfico en las avenidas o de la vastedad y desolación de los ba-
rrios de invasión, es en la televisión o en la radio donde cotidia-
namente conectamos con lo que en la ciudad «en que vivimos»
sucede y nos implica por más lejos que de ello estemos: de la
masacre del Palacio de Justicia al contagio de sida en el banco de
sangre de una clínica, del accidente de tráfico que tapona la vía
por la que debemos llegar a nuestro trabajo, a los avatares de la
política que hacen caer los valores en la bolsa. En la ciudad de los
flujos comunicativos cuentan más los procesos que las cosas, la
ubicuidad e instantaneidad de la información o de la decisión vía
teléfono celular o fax desde el computador personal, la facilidad
y rapidez de los pagos o la adquisición de dinero por tarjetas. La
imbricación entre televisión e informática produce una alianza
entre velocidades audiovisuales e informacionales, entre innova-
ciones tecnológicas y hábitos de consumo: «Un aire de familia
vincula la variedad de las pantallas que reúnen nuestras expe-
riencias laborales, hogareñas y lúdicas»53 atravesando y recon-
figurando las experiencias de la calle y hasta las relaciones con

52
N. García Canclini: «Culturas de la ciudad de México: símbolos colectivos
y usos del espacio urbano», en El consumo cultural en México, Conaculta, Méxi-
co, 1991, p. 49.
53
C. Ferrer: «Taenia saginata o el veneno en la red», en Nueva Sociedad,
n o 140, Caracas, 1995, p. 155.

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JESÚS MARTÍN BARBERO

nuestro cuerpo, un cuerpo sostenido cada vez menos en su ana-


tomía y más en sus extensiones o prótesis tecnomediáticas. Pues
la ciudad informatizada no necesita cuerpos reunidos sino inter-
conectados.
Ahora bien, lo que constituye la fuerza y la eficacia de la
ciudad virtual que entreteje los flujos informáticos y las imáge-
nes televisivas no es el poder de las tecnologías en sí mismas sino
su capacidad de acelerar —de amplificar y profundizar— tenden-
cias estructurales de nuestra sociedad. Como afirma Colombo
[...] hay un evidente desnivel de vitalidad entre el territorio
real y el propuesto por los massmedia. La posibilidad de des-
equilibrios no derivan del exceso de vitalidad de los media,
antes bien provienen de la débil, confusa y estancada relación
entre los ciudadanos del territorio real.54
Es el desequilibrio urbano generado por un tipo de urbanización
irracional el que de alguna forma es compensado por la eficacia
comunicacional de las redes electrónicas. Pues en unas ciudades
cada día más extensas y desarticuladas, y en las que las institu-
ciones políticas «progresivamente separadas del tejido social de
referencia, se reducen a ser sujetos del evento espectacular lo
mismo que otros»,55 la radio y la televisión acaban siendo el dis-
positivo de comunicación capaz de ofrecer formas de contrarres-
tar el aislamiento de las poblaciones marginadas estableciendo
vínculos culturales comunes a la mayoría de la población. Lo que
en Colombia se ha visto reforzado en los últimos años por una
especial complicidad entre medios y miedos. Tanto el atractivo
como la incidencia de la televisión sobre la vida cotidiana tiene
menos que ver con lo que en ella pasa que con lo que compele a
la gente a resguardarse en el espacio hogareño. Como escribí en
otra parte, en buena medida «si la televisión atrae es porque la
calle expulsa, es de los miedos que viven los medios».56 Miedos
que provienen secretamente de la pérdida del sentido de perte-

54
F. Colombo: Rabia y televisión, G. Gili, Barcelona, 1983, p. 47.
55
G. Richeri: ob. cit., p. 144.
56
J. Martín Barbero: «La ciudad: entre medios y miedos», en Imágenes y
reflexiones de la cultura en Colombia, Colcultura, Bogotá, 1990.

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HEGEMONÍA COMUNICACIONAL Y DES-CENTRAMIENTO CULTURAL

nencia en unas ciudades en las que la racionalidad formal y co-


mercial ha ido acabando con el paisaje en que se apoyaba la me-
moria colectiva, en las que al normalizar las conductas, tanto como
los edificios, se erosionan las identidades y esa erosión acaba ro-
bándonos el piso cultural, arrojándonos al vacío. Miedos, en fin,
que provienen de un orden construido sobre la incertidumbre y
la desconfianza que nos produce el otro, cualquier otro —étnico,
social, sexual— que se nos acerca en la calle y es compulsiva-
mente percibido como amenaza.
Al crecimiento de la inseguridad la ciudad virtual responde
expandiendo el anonimato que posibilita el no-lugar: ese espacio
en que los individuos son liberados de toda carga de identidad
interpeladora y exigidos únicamente de interacción con informa-
ciones o textos. Es lo que vive el comprador en el supermercado o
el pasajero en el aeropuerto, donde el texto informativo o publi-
citario lo va guiando de una punta a la otra sin necesidad de inter-
cambiar una palabra durante horas. Comparando las prácticas de
comunicación en los supermercados con las de la plazas populares
de mercado constatamos hace ya veinte años esa sustitución de la
interacción comunicativa por la textualidad informativa:
Vender o comprar en la plaza de mercado es enredarse en una
relación que exige hablar. Donde mientras el hombre vende,
la mujer a su lado amamanta al hijo, y si el comprador le deja,
le contará lo malo que fue el último parto. Es una comunica-
ción que arranca de la expresividad del espacio —junto al
calendario de la mujer desnuda, una imagen de la Virgen del
Carmen se codea con la del campeón de boxeo y una cruz de
madera pintada en purpurina sostiene una mata de sábila— a
través de la cual el vendedor nos habla de su vida, y llega hasta
el regateo, que es posibilidad y exigencia de diálogo. En con-
traste, usted puede hacer todas sus compras en el supermerca-
do sin hablar con nadie, sin ser interpelado por nadie, sin salir
del narcisismo especular que lo lleva de unos objetos a otros,
de unas «marcas» a otras. En el supermercado sólo hay la infor-
mación que le transmite el empaque o la publicidad.57

57
J. Martín Barbero: «Prácticas de comunicación en la cultura popular», en
M. Simpson (coord.): Comunicación alternativa y cambio social en América
Latina, UNAM, México, 1981, p. 244.

63

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JESÚS MARTÍN BARBERO

Y lo mismo sucede en las autopistas. Mientras las «viejas» carre-


teras atravesaban las poblaciones convirtiéndose en calles, con-
tagiando al viajero del «aire del lugar», de sus colores y sus rit-
mos, la autopista, bordeando los centros urbanos, sólo se asoma
a ellos a través de los textos de las vallas que «hablan» de los
productos del lugar y de sus sitios de interés.
No puede entonces resultar extraño que las nuevas formas
de habitar la ciudad del anonimato, especialmente por las genera-
ciones que han nacido con esa ciudad, sea insertando en la homo-
genización inevitable (del vestido, de la comida, de la vivienda) una
pulsión profunda de diferenciación que se expresa en las tribus:58
esas grupalidades nuevas cuya ligazón no proviene ni de un territo-
rio fijo ni de un consenso racional y duradero sino de la edad y del
género, de los repertorios estéticos y los gustos sexuales, de los
estilos de vida y las exclusiones sociales. Parceros, plásticos, traquetos,
guabalosos, desechables, gomelos, ñeros, son algunas denomina-
ciones que señalan la emergencia de nuevas y diferentes grupa-
lidades jóvenes en Cali y Bogotá.59 Basadas en implicaciones emo-
cionales y en localizaciones nómadas esas tribus se entrelazan en
redes ecológicas u orientalistas, sicariales o marginales que amal-
gaman referentes locales a símbolos vestimentarios o lingüísticos
desterritorializados, en un replanteamiento de las fronteras de lo
nacional no desde afuera, bajo la figura de la invasión, sino desde
adentro: en la lenta erosión que saca a flote la arbitraria artifi-
ciosidad de unas demarcaciones que han ido perdiendo capacidad
de hacernos sentir juntos. Es lo que nos descubren a lo largo de
América Latina las investigaciones sobre las tribus de la noche en
Buenos Aires, sobre los chavos-banda en Guadalajara, o sobre las
bandas juveniles de las comunas nororientales de Medellín.60

58
Además del libro de M. Maffesoli ya citado, ver: J. Pérez Tornero y otros:
Tribus urbanas, Edit. Gedisa, Barcelona, 1996.
59
A. Ulloa: Culturas juveniles, consumo musical e identidades sociales, mimeo,
Univalle, 1995; G. Muñoz: El rock en las culturas juveniles urbanas, Bogotá,
1995.
60
M. Margulis y otros: La cultura de la noche, Espasa Hoy, Buenos Aires,
1994; R. Reguillo: En la calle otra vez, Iteso, Guadalajara, 1991; A. Salazar:
No nacimos pa’ semilla: la cultura de las bandas juveniles de Medellín, CINEP,
Bogotá, 1990.

64

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HEGEMONÍA COMUNICACIONAL Y DES-CENTRAMIENTO CULTURAL

Enfrentando la masificada diseminación de sus anonimatos,


y fuertemente conectada a las redes de la cultura-mundo del au-
diovisual, la heterogeneidad de las tribus urbanas nos descubre
la radicalidad de las transformaciones que atraviesa el nosotros,
la profunda reconfiguración de la socialidad.
Esa reconfiguración encuentra su más decisivo escenario en
la formación de un nuevo sensorium: frente a la dispersión y la
imagen múltiple que, según Walter Benjamin, conectaban «las
modificaciones del aparato perceptivo del transeúnte en el tráfi-
co de la gran urbe»61 del tiempo de Baudelaire con la experiencia
del espectador de cine, los dispositivos que ahora conectan la
estructura comunicativa de la televisión con las claves que orde-
nan la nueva ciudad son otros: la fragmentación y el flujo. Mien-
tras el cine catalizaba la «experiencia de la multitud», pues era en
multitud que los ciudadanos ejercían su derecho a la ciudad, lo
que ahora cataliza la televisión es por el contrario la «experien-
cia doméstica» y domesticada, pues es «desde la casa» que la gen-
te ejerce ahora cotidianamente su participación en la ciudad.
Hablamos de fragmentación para referirnos no a la forma
del relato televisivo sino a la des-agregación social, a la atomiza-
ción que la privatización de la experiencia televisiva consagra.
Constituida en el centro de las rutinas que ritman lo cotidiano,
en dispositivo de aseguramiento de la identidad individual y en
terminal del videotexto, la video compra, el correo electrónico y
la teleconferencia,62 la llave televisión/computador convierte el
espacio doméstico en el territorio virtual por excelencia: aquel
en que más hondamente se reconfiguran las relaciones de lo pri-
vado y lo público, esto es la superposición entre ambos espacios
y el borramiento de sus fronteras. Lo público gira hoy en torno a
lo privado no solamente en el plano económico sino en el político
y el cultural. Y recíprocamente estar en casa ya no significa au-
sentarse del mundo:

61
W. Benjamin: ob. cit., pp. 47 ss.
62
R. Silverston: «De la sociología de la televisión a la sociología de la panta-
lla», en Telos, no 22, Madrid, 1990; H. Vezzetti: «El sujeto psicológico en el
universo massmediático», en Punto de vista, no 47, Buenos Aires, 1993; A.
Novaes (coord.): Rede imaginaria: televisão e democracia, C das Letras, Sao
Paolo, 1991.

65

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JESÚS MARTÍN BARBERO

[...] la televisión es hoy día la representación más aproximada


del demiurgo platónico; y la fascinación que ejerce sobre los
seres humanos no tiene que ver únicamente con la informa-
ción o con el entretenimiento: la oferta televisiva principal es
el mundo, el teleadicto es un cosmopolita.63
Lo que identifica la escena pública con lo que «pasa en» la televi-
sión no son únicamente las inseguridades y violencias de la calle,
hoy son los medios masivos, y en modo decisivo la televisión, el
equivalente del antiguo agora: el escenario por antonomasia de la
cosa pública. Cada día en forma más explícita la política, tanto la
que se hace en el Congreso, como en los ministerios, en los míti-
nes y las protestas callejeras; hasta en los atentados terroristas,
se hace de cara a las cámaras, que son la nueva expresión de la
existencia social. Y también el mercado ha invadido el ámbito
privado convirtiendo al consumo productivo en una fuerza eco-
nómica de primera magnitud: ser telespectador
[...] equivale a convertirse en elemento de una población ana-
lizable estadísticamente en función de sus gustos y preferen-
cias que se revelan en el consumo productivo previo a la com-
pra de la mercancía física.64
Al consumir su tiempo de ocio la telefamilia genera un nuevo
mercado y una nueva mercancía: el valor del tiempo medido por
el nivel de audiencia de los productos televisivos. Y todavía más
decisivo es lo que sucede en el plano cultural: mientras ostensible-
mente se reduce la asistencia a los eventos culturales en lugares
públicos, tanto de la alta cultura (teatros, museos, ballets, concier-
tos de música culta), como de la cultura local popular (actividades
de barrio, festivales, ferias artesanales), la cultura a domicilio65
crece y se multiplica desde la televisión herziana (que ve más de

63
J. Echeverría: Cosmopolitas domésticos, Edit. Anagrama, Barcelona, 1995,
p. 81.
64
J. Echeverría: Telépolis, ob. cit., p. 72.
65
Sobre análisis de los cambios en el consumo cultural, además de la obra
coordinada por N. García Canclini para el caso de México ya citada, ver: C.
Catalán y G. Sunkel: Algunas tendencias del consumo de bienes culturales en
América Latina, FLACSO, Santiago, 1992.

66

SINTITUL-15 66 06/09/2011, 07:58 a.m.


HEGEMONÍA COMUNICACIONAL Y DES-CENTRAMIENTO CULTURAL

90% en promedio en toda América Latina) a la de cable y las antenas


parabólicas y la videograbadora que en varios países latinoamerica-
nos ya supera el cincuenta por ciento de hogares, al tiempo que
se «populariza» el uso del computador personal, el multimedia y
la internet.
Del pueblo que se toma la calle al público que va al teatro o
al cine la evolución es transitiva y conserva el carácter colectivo
de la experiencia. De los públicos de cine a las audiencias de tele-
visión el desplazamiento señala una profunda transformación: la
pluralidad social sometida a la lógica de la desagregación hace de
la diferencia una mera estrategia de rating. Y no representada en
la política, la fragmentación de la ciudadanía es tomada a cargo
por el mercado: ¡es de ese cambio que la televisión es la principal
mediación!
El flujo televisivo es el dispositivo complementario de la frag-
mentación: no sólo de la discontinuidad espacial de la escena
doméstica sino de la pulverización del tiempo que produce la
aceleración del presente, la contracción de lo actual, en la «pro-
gresiva negación del intervalo» (Virilio). Lo que afecta no sólo al
discurso de la información (cada día temporal y expresivamente
más cercano al de la publicidad), sino al continuum del palimpsesto
televisivo —la diversidad de programas cuenta menos que la pre-
sencia permanente de la pantalla encendida— y a la forma de la
representación: lo que retiene al telespectador es más el ininte-
rrumpido flujo de las imágenes que el contenido de su discurso.
Hay una conexión de flujos entre el régimen económico de tem-
poralidad que torna aceleradamente obsoletos los objetos y el
que vuelve indiferenciables, equivalentes y desechables los rela-
tos y los discursos de la televisión. ¿Y no tendrá algo que ver ese
nuevo régimen temporal de los objetos y los relatos más accesi-
bles a las mayorías con el crecimiento del desasosiego y la anomia
que en la ciudad del flujo la gente experimenta?
El flujo televisivo estaba exigiendo el zapping, ese control
remoto mediante el cual cada uno puede nómadamente armarse
su propia programación con fragmentos o «restos» de noticieros,
telenovelas, concursos o conciertos. Más allá de la aparente de-
mocratización que introduce la tecnología la metáfora del zappar,

67

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JESÚS MARTÍN BARBERO

ilumina doblemente la escena social. Pues es con pedazos, restos


y desechos, que buena parte de la población arma los cambuches
en que habita, teje el rebusque con que sobrevive y mezcla los
saberes con que enfrenta la opacidad urbana. Y hay también una
cierta y eficaz travesía que liga los modos nómadas de habitar la
ciudad —del emigrante al que toca seguir indefinidamente emi-
grando dentro de la ciudad a medida que se van urbanizando las
invasiones y valorizándose los terrenos, hasta la banda juvenil
que periódicamente desplaza sus lugares de encuentro— con los
modos de ver desde los que el televidente explora y atraviesa el
palimpsesto de los géneros y los discursos, y con la transversalidad
tecnológica que hoy permite enlazar en el terminal informático
el trabajo y el ocio, la información y la compra, la investigación y
el juego.
Los retos que al pensar le plantean los nuevos modos de
sentir y de habitar encuentran su más cruda expresión en la hí-
brida modernidad de los jóvenes, tanto de la que emerge en sus
rituales de violencia como en sus modos de estar juntos o sus
estéticas visuales y sonoras. La legitimación de la mirada inte-
lectual sobre la multiculturalidad de ese mundo se abre paso len-
tamente desde unas ciencias sociales que, en la conservadora
Colombia, han tenido la osadía de mirar desde ahí las híbridas
violencias de su modernidad:
El marginado que habita en los grandes centros urbanos, y
que en algunas ciudades ha asumido la figura del sicario, no
es sólo la expresión del atraso, la pobreza o el desempleo, la
ausencia del Estado y de una cultura que hunde sus raíces en
la religión católica y en la violencia política. También es el
reflejo acaso de manera más protuberante, del hedonismo y el
consumo de la cultura de la imagen y la drogadicción, en una
palabra de la colonización del mundo de la vida por la mo-
dernidad.66
Pero donde esa perspectiva hallará mayor densidad será en la
reflexión de intelectuales y escritores que, al no estar atrapados

66
F. Giraldo y H. F. López: «La metamorfosis de la modernidad», en Colom-
bia: el despertar de la modernidad, Foro, Bogotá, 1991, p. 260.

68

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HEGEMONÍA COMUNICACIONAL Y DES-CENTRAMIENTO CULTURAL

en las demarcaciones disciplinarias, perciben mejor la hondura


de la multiculturalidad que viven los jóvenes:
En nuestras barriadas populares urbanas tenemos camadas en-
teras de jóvenes cuyas cabezas dan cabida a la magia y a la
hechicería, a las culpas cristianas y a su intolerancia piadosa,
lo mismo que a utópicos sueños de igualdad y libertad, indis-
cutibles y legítimos, así como a sensaciones de vacío, ausen-
cia de ideologías totalizadoras, fragmentación de la vida y
tiranía de la imagen fugaz y el sonido musical como lenguaje
único de fondo.67
La pista que señala ese lenguaje de fondo es la complicidad,
la profunda compenetración, entre la oralidad que perdura como
experiencia cultural primaria y la oralidad secundaria68 que tejen
y organizan las gramáticas tecnoperceptivas de la visualidad elec-
trónica del video, el computador, el cine, la televisión. Pensar los
procesos y los medios de comunicación en América Latina se ha
vuelto una tarea de envergadura antropológica ya que lo que ahí
está en juego son hondas transformaciones en la cultura cotidia-
na de las mayorías, y especialmente de los jóvenes, que se están
apropiando de la modernidad sin dejar su cultura oral.69 Las nue-
vas generaciones saben leer pero su lectura está atravesada por
la pluralidad de textos y escrituras que hoy circulan, de ahí que la
complicidad entre oralidad y visualidad no remita al analfabetis-
mo sino a
[...] la persistencia de estratos profundos de la memoria y la
mentalidad colectiva sacados a la superficie por las bruscas
alteraciones del tejido tradicional que la propia aceleración
modernizadora comporta.70

67
F. Cruz Kronfly: «El intelectual en la nueva Babel colombiana», en La
sombrilla planetaria, Edit. Planeta, Bogotá, 1994, p. 60.
68
El concepto ha sido elaborado por W. Ong en Oralidad y escritura: tecno-
logías de la palabra, Fondo de Cultura Económica, México, 1987, pp. 130 ss.
69
Ver a ese propósito A. Ford: «Culturas orales, culturas electrónicas, cultu-
ras narrativas», en Navegaciones. Comunicación, cultura y crisis, Edit. Amorrortu,
Buenos Aires, 1994, pp. 29-42.
70
G. Marramao: «Metapolítica: más allá de los esquemas binarios», en Ra-
zón, ética y política, Edit. Anthropos, Barcelona, 1988, p. 60.

69

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JESÚS MARTÍN BARBERO

De esas alteraciones está hecha la vida de una generación


[...] cuyos sujetos culturales se constituyen más que a partir de
figuras, estilos y prácticas de añejas tradiciones que definen
«la cultura», a partir de la conexión-desconexión (juego de
interfaz) con los aparatos,71
que ha aprendido a hablar inglés en programas de televisión cap-
tados por antena parabólica más que en la escuela y que se siente
más a gusto escribiendo en el computador que en el papel. Frente
a la distancia y la prevención con que gran parte de los adultos
resienten y resisten esa nueva cultura —que vuelve obsoletos
muchos de sus saberes y a la que responsabilizan de la crisis de
los valores intelectuales y hasta morales— los jóvenes experi-
mentan una empatía que no es sólo facilidad para relacionarse
con el idioma de los aparatos audiovisuales e informáticos sino
complicidad expresiva con sus relatos y sus imágenes, sus sonori-
dades, fragmentaciones y velocidades. Frente a la memoria larga,
pero también a la rigidez, de las identidades tradicionales, los
jóvenes parecen dotados de una plasticidad neuronal72 que se tra-
duce en una camaleónica capacidad de adaptación a los más di-
versos contextos y una elasticidad cultural que les permite hibri-
dar y convivir ingredientes de universos culturales muy diversos.
La mejor expresión de las hibridaciones de que está hecho el
sensorium latinoamericano de los jóvenes hoy quizás sea el rock
en español: valga como ejemplo la experiencia colombiana. Liga-
do inicialmente, desde comienzos hasta mediados de los ochen-
ta, a un claro sentimiento pacifista —grupos Génesis o Banda
Nueva— el rock pasa en los últimos años a decir la cruda expe-
riencia urbana de las pandillas juveniles en los barrios de clase
media-baja en Medellín, y media-alta en Bogotá, convirtiéndose
en vehículo de una conciencia dura de la descomposición del país,
de la presencia cotidiana de la muerte en las calles, de la sin sali-
da laboral, de la exasperación de la agresividad y lo macabro.

71
S. Ramírez y S. Muñoz: Trayectos del consumo, Univalle, Cali, 1996, p. 60.
72
A. Piscitelli: «Del péndulo a la máquina virtual», en S. Bleicmar (comp.):
Temporalidad, determinación, azar: lo reversible y lo irreversible, Edit. Paidós,
Buenos Aires, 1994.

70

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HEGEMONÍA COMUNICACIONAL Y DES-CENTRAMIENTO CULTURAL

Desde la estridencia sonora del heavy metal —preferida por los


grupos de rock de los adolescentes sicarios— a los nombres de los
grupos —Féretro, La pestilencia, Kraken—, pasando por la esce-
nografía tecno de los conciertos, de la discoteca alucinante al con-
cierto barrial, en el rock se hibridan los sones y los ruidos de nues-
tras ciudades con las sonoridades y los ritmos de las músicas
indígenas y negras, y las estéticas de lo desechable con las frágiles
utopías que surgen de la desazón moral y el vértigo audiovisual.

71

SINTITUL-15 71 06/09/2011, 07:58 a.m.


PARTE II
PARTE

REPENSANDO
LA POSMODERNIDAD

SINTITUL-16 73 06/09/2011, 07:58 a.m.


SINTITUL-16 74 06/09/2011, 07:58 a.m.
Esa incómoda
posmodernidad
Pensar desde América Latina

RIGOBERTO LANZ

SINTITUL-16 75 06/09/2011, 07:58 a.m.


SINTITUL-16 76 06/09/2011, 07:58 a.m.
ESA INCÓMODA POSMODERNIDAD

¿EN DÓNDE ESTAMOS?

EL DEBATE TEÓRICO puede ser una simple excusa para «fijar posi-
ción» en términos de intereses extra teóricos. Pero sigue siendo el
principal recurso disponible para hacer avanzar las ideas, para
expandir sus resonancias, para clarificar tantas confusiones. Po-
der precisar el contenido sustantivo de lo que cada quien piensa
es una condición de ese debate. Mas, lo que en verdad trasciende
como aporte interesante es el pensamiento que interactúa, que se
hace parte del otro, que interpela lo pensado sin complejos y sin
exclusiones anticipadas.
En el terreno particular del debate modernidad/posmoder-
nidad en América Latina conviene ejercitar esta capacidad de in-
terpelación intelectual, no sólo como síntoma de las buenas cos-
tumbres académicas, sino como requisito interno del propio curso
de constitución de un pensamiento crítico en nuestro continente.
Me parece que ese camino se recorre hoy de modos variados
y a ritmos desiguales. Ello es más que comprensible si miramos
con atención los efectos devastadores de la crisis.
Observo con relativo optimismo el desarrollo progresivo de
los aportes teóricos en varios frentes. Los perfiles y sensibilidades
seguirán siendo diferenciados (afortunadamente). Allí no es don-
de radica la dificultad del presente. Fortalecer una auténtica vo-

77

SINTITUL-16 77 06/09/2011, 07:58 a.m.


RIGOBERTO LANZ

luntad de diálogo es parte esencial de nuestras posibilidades co-


lectivas. Sin disimular los desacuerdos, evitando el consensualis-
mo fácil, pero afirmando con fuerza la necesidad de encuentro de
múltiples voces, de pensamientos heterogéneos, de enfoques dis-
crepantes. Este espíritu crítico puede ayudar en el camino de ven-
tilar las diferencias. Es posible que haya antagonismos teóricos
que no pueden ser acercados bajo protocolos de diálogo. Pero es
mucho más probable que tengamos amplias zonas de reflexión
común que no logran potenciarse por efecto de un débil desarro-
llo del diálogo sistemático, del procesamiento riguroso de los plan-
teamientos, sobremanera, por una dificultad mayor para trabajar
con calma la riqueza de matices que está envuelta casi siempre en
nuestras discusiones. Es probable que el modo tradicional de con-
frontarnos (foros, artículos, libros, congresos), sea parte de los
asuntos por repensar. Por lo pronto quisiera poner en movimien-
to algunos puntos críticos de la controversia teórica que ocupa
nuestra agenda común en tantos ejercicios donde podemos escu-
char el reclamo intelectual de amigos que se toman en serio la
cuestión de repensar los modos de pensar.

1. SOBRE EL ESTATUTO EPISTEMOLÓGICO


DE LA IDEA DE POSMODERNIDAD
(Manuel Antonio Garretón)

Andado el tiempo, el debate en torno al fenómeno posmo-


derno ha ganado sustancialmente en calidad y profundidad. A es-
tas alturas me parece que hay suficientes elementos en escena como
para derivar de allí un cuerpo relativamente denso de plantea-
mientos. Hay un espesor teórico a la vista que nos coloca en otra
situación (si comparamos, por ejemplo, con los balbuceos de co-
mienzos de los ochenta).l
En América Latina ocurre otro tanto. El debate prosigue,
enriqueciéndose con aportes provenientes de todos lados.
1
Hay un a producción teórica disponible que habla por sí sola de la profusión
de planteamientos asociados a la posmodernidad. Puede consultarse parte de esta
producción en mi libro: El discurso posmoderno, Universidad Central de Vene-
zuela, Caracas, 1996.

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SINTITUL-16 78 06/09/2011, 07:58 a.m.


ESA INCÓMODA POSMODERNIDAD

En lo que concierne al concepto de posmodernidad subsisten


importantes desacuerdos. En varias publicaciones he intentado dar
cuenta de estas observaciones. Quiero retomar este aspecto de la
agenda a propósito de las críticas del amigo Manuel Antonio
Garretón.2 Se resumen en dos sus temores con el uso del concepto
de «postmodernidad».
1. Que este concepto reposa sobre la idea del colapso de
proyectos centrales.
2. Que en el concepto «prevalece una visión etnocéntrica
que identifica modernidad con el modelo de moderni-
zación de ciertas sociedades».3
Creo que ambas observaciones tienen que ver con una in-
adecuada indiferenciación de lo que estamos atribuyendo como
pensamiento posmoderno. Dicho de otro modo: es cierto que en
algunos autores puede observarse la identificación lineal entre
modernidad y modernización. Pero admitamos que uno de los apor-
tes más relevante de la producción teórica latinoamericana sobre
la materia ha sido precisamente establecer con contundencia esa
diferenciación (Lechner, García Canclini, Follari, Martín Barbe-
ro, Richard, Hopenhayn, Mansilla, Fuenzalida y yo mismo).
Los etnocentrismos se cuelan por varios lados. No descarto
que en éste y otros puntos en debate se produzcan recaídas etno-
céntricas. Pero dificulto que en la actualidad haya una recusación
teórica más severa al etnocentrismo que la producida desde una
antropología posmoderna.4
Debo subrayar con toda propiedad que la recuperación de
los rasgos distintivos de la modernidad en América Latina, así

2
Recomiendo la lectura del libro de M. A. Garretón: La faz sumergida del
iceberg, CESAC-COM, Santiago, 1994. Igualmente su artículo: «Los partidos po-
líticos y su nuevo contexto en América Latina», revista Relea, no 1, Caracas,
agosto, 1996.
3
M. A. Garretón: La faz sumergida del iceberg, ob. cit., p. 22. Sería muy útil
consultar el libro colectivo: El final de los grandes proyectos, Edit. Gedisa, Barce-
lona, 1997.
4
Me parece que los aportes de autores como Boaventura De Sousa Santos
(Toward a New Common Sense, Edit. Routledge, Nueva York, 1996) constitu-
yen una impugnación teórica radical a todo tipo de etnocentrismo.

79

SINTITUL-16 79 06/09/2011, 07:58 a.m.


RIGOBERTO LANZ

como la distinción teórica e histórica de los procesos de moderni-


zación, lejos de cuestionar la presencia de lo posmoderno, confir-
man enteramente nuestra singular entrada en la era posmoderna.
Yo invitaría más bien a investigar de cerca los procesos micro-
sociales de posmodernización objetiva de la cultura, de las prácti-
cas sociales, de los equipamientos intersubjetivos, de los imagina-
rios colectivos producidos massmediáticamente, de las sensibilidades
emergentes en los intersticios urbanos, de la virtualización de los
lazos sociales que hacen aparecer señales de las nuevas socialidades
(¿empáticas?). En fin, lo que me preocupa es que no podamos
mirar estas emergencias por una sobreposición de conceptos vie-
jos o por una dificultad de las claves de lectura. No veo cómo aproxi-
marse con éxito a un cambio epocal (tal como lo postula el amigo
Garretón) sin que ello esté acompañado de similar transforma-
ción en el orden de la episteme. Me parece que si de cambio epocal
se trata, es en el terreno de los modos de pensar donde tiene su
faena primera. Lo posmoderno sería una etiqueta de ocasión si no
sintetiza un equipaje epistemológico para pensar de otro mane-
ra.5 En tal sentido, me parece que este aspecto del cuestionamiento
hecho por el amigo Manuel Antonio Garretón no corresponde
con el grueso de los planteamientos formulados hoy por gente
que investiga el fenómeno posmoderno.
En lo que concierne a la cuestión del colapso de la idea de
«proyecto», conviene precisar nuestro argumento:
a. Me parece un dato de la realidad —que valoro positi-
vamente, por lo demás— la caída de un imaginario co-
lectivo fundado en el «progreso», en la marcha triunfal
de la «Historia», en la potencia humanista y libertaria de
un sujeto predestinado, en las bondades ontológicas de
la técnica. Ese inmenso metarrelato está en el suelo. Peor
que eso: la gramática que funda el gran relato se ha
caído. De tal modo que colapsan los mitos de la moder-

5
Fernando Mires lo ha visto claramente, al punto de anunciar desde ya el
advenimiento silencioso de una «revolución» epistemológica: Ver F. Mires: La
revolución que nadie soñó o la otra posmodernidad, Edit. Nueva Sociedad, Ca-
racas, 1996.

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SINTITUL-16 80 06/09/2011, 07:58 a.m.


ESA INCÓMODA POSMODERNIDAD

nidad y con ello se esfuma el suelo fundacional del


milenarismo.
b. La muerte del sujeto es la metáfora que en este fin de
siglo anuncia el derrumbe de una idea de futuro basada
en la encarnación de «proyectos» voluntaristas. El fin
de las ideologías significa exactamente eso: colapso de
las pretensiones de diseñar un modelo de sociedad so-
bre la leyenda de las «leyes del desarrollo social». Lo
que constatamos hoy es que tales «leyes» nunca existie-
ron y que el socialismo burocrático no podía tener cua-
lidad alguna que lo hiciera antagónicamente superior al
capitalismo. Esa clase de «proyecto» no volverá.
c. Proyectos puntuales y saludablemente «débiles» proli-
feran por todos lados. Actores sociales con multiplici-
dad de demandas se movilizan en todas partes. La idea
misma de sociedad ha sido trastocada, pero las prácti-
cas sociales no «desaparecen». Lo que observamos es
una profunda reformulación de todo el andamiaje dis-
cursivo de la sociedad; horizontes valóricos, imagina-
rios colectivos diversos, una abigarrada combinación de
sensibilidades, nuevos equipamientos intersubjetivos,
una radical permeabilización massmediática de todo el
tejido institucional, una virtualización de la vida coti-
diana, conviven heterogéneamente con residuos funcio-
nales de la experiencia moderna: Estado, familia, Igle-
sia, escuela, etc. Lo que está claro es que estos viejos
cascarones han sido «tocados» irreversiblemente por el
clima cultural de la posmodernidad. Se trata de un pro-
ceso expansivo, envolvente, profundo, no sujeto a la
voluntad de ninguna élite ilustrada.
d. Desde la perspectiva epistemológica de un posmoder-
nismo crítico, donde se ubica mi posición, se está plan-
teando hoy toda una elaboración ético-política que debe
ser mirada como uno de los perfiles posibles de bús-
quedas que no se contentan con la constatación de he-
cho de una ambiance posmoderna (tengo en mente, por

81

SINTITUL-16 81 06/09/2011, 07:58 a.m.


RIGOBERTO LANZ

ejemplo, la importantísima propuesta teórica de autores


como Michel Maffesoli). Me parece que en el contexto
latinoamericano hay una enorme riqueza de experien-
cias que permiten apuntar con cierto optimismo al
chance de construcción de determinadas plataformas
programáticas, diversos «proyectos» culturales, intere-
santes propuestas eco-democráticas, importantes insu-
mos cognitivos para recrear enfoques teóricos en un
auténtico diálogo multicultural.
En síntesis, creo que el fenómeno posmoderno puede apa-
lancar nuevos desarrollos en América Latina. Más que eso: los
desafíos de una recomprensión de la sociedad pasan hoy por un
pensamiento posmoderno crítico.

2. SOBRE EL «TRÁNSITO A LA MODERNIDAD» EN AMÉRICA LATINA


(Martín Hopenhayn / Fernando Calderón / Ernesto Ottone)

El trabajo intelectual que realizan los amigos Hopenhayn,


Calderón y Ottone,6 merece los mayores elogios y toda nuestra
consideración. En nombre de ese mismo espíritu quisiera poner
en tensión lo que me parece una ambigüedad innecesaria que re-
corre el intertexto. La preocupación central que importa poner
de relieve es lo que viene luego de una Latinoamérica víctima de
muchas historias fallidas: «Integración truncada», «modernización
truncada», «democratización truncada».7 Los autores consideran
que ese vacío nos conduce a una «transición a la modernidad», a
una «modernidad auténtica».8 Quisiera detenerme puntualmente
en la sutileza de esta «modernidad auténtica».

6
Recomiendo leer con atención el importante texto de los amigos Fernando
Calderón, Martín Hopenhayn y Ernesto Ottone: «Desarrollo, ciudadanía y ne-
gación del otro», revista Relea, no 1, Caracas, agosto, 1996. Esta perspectiva
está más desarrollada en el libro de los mismos autores: Esa esquiva moderni-
dad, Edit. Nueva Sociedad, Caracas, 1996.
7
F. Calderón, M. Hopenhayn y E. Ottone: Esa esquiva modernidad, ob. cit.,
p. 70.
8
Ibídem, p. 39.

82

SINTITUL-16 82 06/09/2011, 07:58 a.m.


ESA INCÓMODA POSMODERNIDAD

a. Me parece un tanto equívoco el esquema de razona-


miento que está detrás del texto: dado un cierto tipo
ideal de modernidad, América Latina puede ser leída
como «modernidad en déficit». Por ese camino siempre
será posible atribuir a la insuficiente modernidad cual-
quier rasgo del desenvolvimiento sociocultural de la
región. De igual manera, con este modelo se puede
manipular cualquier escenario de futuro como una suer-
te de verdadera llegada a la modernidad, como «mo-
dernidad auténtica».
Me parece problemático este esquema, no tanto por lo
que enuncia (pues allí se reconoce una amplia zona de
análisis común), sino por lo que no puede nombrar.
Insistir en la categoría de modernidad para caracterizar
un nuevo desarrollo para América Latina no creo que
pueda justificarse tan simplemente como un ejercicio
de economía de lenguaje.
b. Me parece que Latinoamérica vive un intenso proceso
de posmodernización de su cultura, su vida política y
su entramado intersubjetivo. Lo que estamos plantean-
do es un cambio de óptica para leer lo que está ocu-
rriendo. Se trata de un proceso de mutación epocal que
recubre todas las prácticas sociales. Desde el punto de
vista sociológico este estremecimiento provoca una cri-
sis de la racionalidad del «pacto social», un eclipse de la
socialidad poscolonial, un resquebrajamiento de los for-
matos clásicos del trabajo, la escuela, los partidos po-
líticos, la institución de justicia, etc.
Todo el excelente análisis desplegado por los autores
en tópicos tan relevantes como la ciudadanía, la identi-
dad cultural, la «dialéctica de exclusión del otro» y si-
milares, dan cuenta precisamente de lo que estamos lla-
mando posmodernización objetiva de la vida pública.
No se trataría pues de un «tránsito a la modernidad»,
sino de una estrategia para pasar de una posmoderni-
dad pasiva (realmente existente) a un horizonte éti-
co-estético de corte concientemente posmoderno.

83

SINTITUL-16 83 06/09/2011, 07:58 a.m.


RIGOBERTO LANZ

c. Pero me interesa destacar con más fuerza el problema


epistemológico que allí está involucrado. Nadie es total-
mente impune con los conceptos que usa, con las catego-
rías que desecha, con el tenor de su «caja de herramien-
tas», con la gramática de sus sistemas de representaciones,
con el uso que hace de los saberes en juego, con las pres-
cripciones metodológicas a las que echa manos. Por ello
tengo que subrayar que la caracterización «moderna» de
una América Latina en perspectivas no es un detalle de
recato terminológico, sino un compromiso epistémico con
el que hay que cargar hasta sus últimas consecuencias.

3. SOBRE EL CARÁCTER «EQUÍVOCO» Y «GENÉRICO»


DEL CONCEPTO DE POSMODERNIDAD
(Omar Calabrese)
«El nombre de la cosa es parte de la cosa». Me gustaría vol-
ver sobre el tema de las etiquetas, la jerga, los modos de nombrar.
Para ello apelo a una excelente excusa intelectual: la explícita im-
pugnación hecha por el intelectual italiano Omar Calabrese9 al
término «posmodernidad».
a. Me parece completamente desatinado el tipo de obser-
vación de Omar Calabrese. Hace unos veinte años, cuan-
do Jean-Francois Lyotard redactaba las páginas de La
condición posmoderna, es probable que se respirara esta
sensación de indefinición. Pero el tiempo ha pasado y
con ello se ha producido una descomunal avalancha de
investigaciones, textos, producciones teóricas de todo
género, que difícilmente pueden reducir hoy el asunto a
unas cuantas pinceladas en arquitectura, comentarios
menores en literatura y algunas especulaciones en filo-
sofía.
Esta visión está muy lejos de lo que realmente tenemos
por delante como espesor intelectual, como cuerpo de

9
Ver el artículo: «Neobarroco» en el libro colectivo Barroco y neobarroco,
Edit. Círculo de Bellas Artes, Madrid, 1992.

84

SINTITUL-16 84 06/09/2011, 07:58 a.m.


ESA INCÓMODA POSMODERNIDAD

postulaciones teóricas, como corriente de pensamien-


to. Pero más que eso: lo posmoderno es sobre todo una
lógica de configuración cultural, una nueva racionali-
dad, una gramática del sentido. Saltarse esta condición
epocal supone un extravío teórico de importantes con-
secuencias epistemológicas.
b. No puede equipararse la problemática sociocultural de
la posmodernidad, ni mucho menos el pensamiento
posmoderno que se ha configurado en las últimas déca-
das, con una angustia existencial más o menos frívola
de no encontrar la etiqueta apropiada para designar sus
objetos de estudio. Si ese fuera el caso, podríamos arbi-
trar una infinita constelación terminológica sin más cri-
terio que la habilidad lingüística o el tino publicitario.
Como he sostenido, la crisis de la modernidad y la emer-
gencia de una episteme posmoderna no pueden ser cap-
turadas teóricamente echando mano arbitrariamente a
cualquier caracterización.
c. Me parece que toda la teoría social de estos últimos
tres siglos (y todavía más el pensamiento filosófico),
está caracterizada por la predominancia de conceptos
«equívocos» y «genéricos». Ése no me parece un «defec-
to» teórico. A menos que estemos pensando en anacro-
nismos cientificistas o en ociosos rigorismos lógicos, obli-
gados es reconocer que una dosis de «ambigüedad» y
relativismo en el trabajo intelectual han resultado más
que saludables. Creo con toda tranquilidad que los plan-
teamientos posmodernos más prometedores no pueden
ser contestados hoy con esa clase de prevención.
d. Es probable que para un propósito discreto como el
abordaje de algunos objetos culturales, resulte cómodo
o de utilidad mayor el uso de la etiqueta neobarroco.
Pero de allí no se sigue que se pueda colocar en un pla-
no de equivalencia categorial los términos neobarroco
y posmodernidad.10

10
Ibídem, p. 91.

85

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RIGOBERTO LANZ

Justo es reconocer que existe una amplia zona de intercam-


bios conceptuales donde la jerga resulta relativamente neutraliza-
da, es decir, con un gran espectro de permutabilidad (modernidad
por ilustración, individuo por subjetividad, pensamiento por ra-
zón, sujeto por actor, sociedad civil por espacio público, desarro-
llo por crecimiento, ideología por representación, verdad por con-
sistencia). Pero también habría que reconocer que el mercado
lingüístico (P. Bourdieu) pauta una cierta lógica de acceso y de
usos que resulta a la postre fuertemente condicionante de los
modos de conocer. Por ello atribuimos el mayor relieve a la cues-
tión de las matrices conceptuales a cuyo interior se despliegan las
distintas interpretaciones de nuestra contemporaneidad. El camino
sugerido por Omar Calabrese no puede ser tenido por «verdadero»
o «falso». Las distancias y acercamientos a este tipo de tónica inte-
lectual se ubican en otro lado. Para decirlo con su mismo despar-
pajo y transparencia: pienso que el concepto de posmodernidad
no sólo me resulta útil para mi propia investigación, sino la cate-
goría fundante de los mejores aportes teóricos en este fin de siglo.

4. A PROPÓSITO DE LA «PERIFERIA» POSMODERNA


EN LATINOAMÉRICA
(Beatriz Sarlo)
Es posible vitalizar la metáfora de «pensar desde el sur» (como
lo sugiere Boaventura De Sousa Santos) induciendo con ello un
cierto perfil de compromiso ético que no es asimilable, ni al fun-
damentalismo indigenista, ni a un universalismo hipócrita que ter-
mina siempre en la apología a Occidente.
Pero también es posible trabajar la metáfora de la «periferia»
induciendo a su vez un cierto despecho antropológico al que le
cuesta reconocer su honda raigambre moderna. Me gustaría recu-
perar una crítica teórica sobre esta nostalgia estética de la «mo-
dernidad que no fue» en la posición intelectual de Beatriz Sarlo.11

Ver B. Sarlo: Escenas de la vida postmoderna. Intelectuales, arte y videocul-


11

tura en Argentina, Edit. Ariel, Buenos Aires, 1994; y Una modernidad periférica,
Edit. Nueva Visión, Buenos Aires, 1988.

86

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ESA INCÓMODA POSMODERNIDAD

Me parece que el trabajo analítico de esta autora es una ex-


celente muestra de los procesos culturales de posmodernización
de nuestras culturas (en particular de la sociedad argentina). Justo
es reconocer que su pensamiento está centrado en la develación
de prácticas sociales severamente tocadas por lo posmoderno (te-
levisión, cultura shopping, etc.). Creo que investigaciones de este
tipo, que indagan lo cultural en la aparente banalidad de la vida
cotidiana, son un componente esencial de la reflexión teórica que
no quiere sucumbir a la pura especulación. (Me parece que en la
misma dirección apuntan los trabajos de Néstor García Canclini,
es decir, un ejercicio teórico muy atento al desenvolvimiento fac-
tual de nuestros procesos culturales.)
Ahora bien, lo que deseo destacar como problema es la at-
mósfera refractaria que observo en el texto al valorar la dimen-
sión positiva que se abre con la crisis de la modernidad. Comparto
enteramente la necesidad de contestar teóricamente el neoconser-
vadurismo que se disfraza de «posmoderno», la trivialización mass-
mediática del espacio público, la banalización cultural, el raquitismo
existencial del consumidor/espectador, la radical instrumen-
talización de la intersubjetividad. Después de Foucault difícilmente
se puede ser inocente respecto a las mil máscaras del poder.
Pero se nos escapa una dimensión básica del fenómeno pos-
moderno si sólo constatamos su borrosa identificación con el
momento decadente de la modernidad. En una primera instancia,
la crisis del gran relato ilustrado traducido en desencanto, cultura
del vacío, consumismo narcísico, escepticismo total, muerte de la
utopía, del sujeto, de la historia, de la razón, del progreso y tantas
otras defunciones, se identificó —como momento histórico pre-
ciso— con la idea misma de posmodernidad. Pero hoy esa asimi-
lación ya no se justifica, tanto porque lo posmoderno se ha hecho
progresivamente un hecho cultural autónomo (con eficacia sim-
bólica propia), como por la densificación de un pensamiento pos-
moderno que ya no se limita a rumiar el desencanto, es decir, que
posee un espesor epistémico de largo aliento en muchos campos
del saber.
El tono casi peyorativo de la «periferia» en los trabajos de
Beatriz Sarlo se cierra innecesariamente a otra valoración de la
idea de margen, de fragmento. América Latina puede ser leída

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RIGOBERTO LANZ

como una gigantesca castración civilizatoria (de ello tenemos


abundante bibliografía proveniente de la antropología culposa
euro-norteamericana y de los sucesivos intentos de un marxis-
mo pintoresco que se extinguió sin haber dado con la clave de
su acariciada «identidad»); pero también cabe una lectura en
donde esta «periferia» puede jugar su propia apuesta cultural
frente al irreversible proceso de globalización (mercado total/
tecnología total/cultura total).
Me parece que es preciso agudizar una crítica teórico-políti-
ca (ético-estética) al desbarajuste neoliberal en todos los planos.
Quisiera que allí mi posición fuera enfáticamente contrastada res-
pecto al oportunismo intelectual reinante. Pero recupero con igual
vehemencia la necesidad de una construcción teórica que pueda
capturar las irrupciones de una nueva sensibilidad, la emergencia
de embriones de otra socialidad, la puesta en escena de equipa-
mientos intersubjetivos que pululan en los intersticios de una cul-
tura de segunda mano que entretiene a la muchedumbre.
No estoy en plan de dar consejos, ni cometeré el atrevimien-
to de insinuar correcciones. Bastaría con aceptar la invitación a
un diálogo verdadero, es decir, aquel en el que las ideas trasiegan
al otro en la misma proporción en que nos disponemos a ser habi-
tados por el pensamiento ajeno.

5. LA CUESTIÓN DEL «FIN DE LA HISTORIA »


Y LAS AMENAZAS DE LOS FUNDAMENTALISMOS
(Fernando Fuenzalida)

El amigo Fernando Fuenzalida12 ha desarrollado una pro-


funda y detallada investigación sobre las distintas modalidades de
resurgencia de los fundamentalismos (sobre todo, en conexión
con el visible debilitamiento de los núcleos duros de la razón

Ver F. Fuenzalida: Tierra baldía. La crisis del consenso secular en la socie-


12

dad posmoderna, Edit. Australis, Lima, 1995. He realizado un comentario crí-


tico a este libro en Relea, no 2, Caracas, enero-abril, 1997 (especialmente al
capítulo «Las dos caras del “fin de la historia”»).

88

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ESA INCÓMODA POSMODERNIDAD

moderna). Me interesa poner en tensión apenas uno de los aspec-


tos involucrados en la elaboración de Fernando Fuenzalida: la
dualidad entre la celebración neoliberal del fin de la historia y las
amenazas oscurantistas de los fundamentalismos.
Mi duda es si en efecto no está faltando algo esencial en este
dualismo. Lo que pregunto es si no cabe otra lectura del fin de la
historia que no es ni Fukuyama ni islamismo-cristianismo-budismo-
judaísmo. Me parece que la metáfora del fin de la historia tiene
más de dos caras. Estoy sugiriendo que veamos la cara propia-
mente posmoderna del colapso de los grandes relatos.
Desde el punto de vista de un posmodernismo crítico puede
sostenerse sin ambigüedades que el eclipse de las nociones de tem-
poralidad modernas ha abierto nuevos espacios para recuperar el
acontecimiento, para valorar las discontinuidades (Foucault), para
destronar el relato de las centralidades (Deleuze), para recuperar
una socialidad comunitaria frente al contrato social moderno
(Maffesoli).
El derrumbe del milenarismo marxista no puede ser evalua-
do con una lamentación. La ruina del socialismo burocrático como
encarnación de una ideología historicista-cientificista es más bien
un acontecimiento positivo. El eclipse del mito del progreso y de-
más prototipos racionales ilustrados es el punto de partida para
pasar de la crisis de la modernidad a una construcción cultural y
epistémica de nuevo tipo.
La emergencia de una cultura posmoderna es al mismo tiem-
po lo que Fernando Fuenzalida destaca como eje de su análisis
(neoconservacionismo/triunfalismo del «Planeta Americano», como
ironiza Vicente Vardú), pero es también la aparición de una cons-
telación de experiencias micrológicas que poco a poco se convier-
ten en tejidos semióticos de otra socialidad. Dilemas, peligros y
asechanzas están a la vista. Insistir en la otra dimensión del proce-
so no es el gesto cándido de ver el lado bueno del asunto. Se trata
simplemente del desafío intelectual de capturar las señales inters-
ticiales que pueden estar indicando la cualidad profunda de un
cambio epocal en cuyo tránsito nos encontramos hoy. Puedo anti-
cipar desde ya que al amigo Fernando Fuenzalida nos brindará

89

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RIGOBERTO LANZ

nuevos elementos de análisis para apreciar esta tercera cara del


fin de la historia.13

6. ¿QUÉ RELACIÓN EXISTE ENTRE LO POSMODERNO


Y LA CRISIS DE LA MODERNIDAD?
(Roberto Follari)

El debate sobre el tema de la posmodernidad no puede hacer


la economía de una caracterización de la modernidad. No digo
que esto es indispensable en todos los casos y cualquiera sea el
asunto en discusión. Digo que sin una adecuada visión del fenó-
meno de la modernidad la comprensión de lo posmoderno queda
truncada. Quisiera interpelar la interpretación del amigo Roberto
Follari14 a este respecto para ver si podemos precisar algunas suti-
lezas de este debate.
El amigo Roberto Follari lleva ya tiempo dando una batalla
intelectual (no siempre bien valorada por la cultura académica
tradicional) por situar apropiadamente el tema del debate teórico
sobre la posmodernidad. Son muchas las contribuciones que se
deben a su agudeza y tenacidad. Ello facilita el camino para un
debate que está lejos de concluir, por muchos seminarios, congre-
sos, libros e interminables tertulias que en estos años se hayan
consagrado a su esclarecimiento.
Quisiera localizar una observación que roza un matiz de los
planteamientos de Follari. Me refiero específicamente a la valora-
ción del estado actual del proyecto moderno y su repercusión en

13
He desarrollado una discusión actualizada sobre el tema del «fin de la
historia» en un ensayo titulado: «La historia finaliza por la izquierda», el cual
forma parte de Temas posmodernos. Crítica de la razón formal, Fondo Editorial
de la Asamblea Legislativa del Estado Miranda, Caracas, 1998.
14
Roberto Follari ha publicado un buen número de trabajos sobre el tema de
la posmodernidad. Además ha compartido en nuestro centro de investigación
(CIPOST) diálogos directos que nos permiten calibrar mejor el tenor intelectual
de su posición. Para los efectos del matiz que quiero poner de relieve, reco-
miendo su libro Territorios posmodernos, Universidad Nacional de Cuyo,
Mendoza, 1995. De igual manera recomiendo su excelente ensayo «Muerte del
sujeto y ocaso de la representación», publicado en la revista Relea, no 2, Cara-
cas, enero-abril, 1997.

90

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ESA INCÓMODA POSMODERNIDAD

el despliegue del fenómeno posmoderno. Para Roberto Follari no


tendría mayor interés preguntarse por el destino (fin, crisis) de la
modernidad (lo cual le parece, incluso, una «necedad»). Lo im-
portante sería consagrarse al estudio del fenómeno mismo de lo
posmoderno. Me gustaría puntualizar los problemas allí involu-
crados. En efecto:
a. Me parece definitivamente inviable una apropiada ca-
racterización del fenómeno posmoderno sin hacerse
cargo —seriamente— de la crisis de la modernidad. Entre
otras cosas, porque no hay posmodernidad (ni como
proceso cultural, ni como pensamiento) sino a partir
del colapso del gran metarrelato moderno.
b. No es en absoluto neutra la visión que hoy se tenga de
a dónde haya ido a parar el ideario de la Ilustración.
No es para nada inocente la pregunta por el derrumbe
de los protocolos racionales de la modernidad. Si se
está planteando el tránsito de un cambio epocal, en nin-
gún caso será indiferente que ello ocurra «dentro» o
«fuera» de la episteme moderna. Estaremos de acuerdo
en que la percepción de Habermas o Vattimo (tal como
lo indica Roberto Follari) en torno a la crisis de la mo-
dernidad no son comentarios menores sin una directa
consecuencia sobre lo que cada quien piensa en torno a
la posmodernidad.
c. Creo que el desdén por una reflexión sustantiva sobre
el mapa cognitivo de la modernidad y su debacle ac-
tual, coloca al análisis en una zona de riesgos innecesa-
ria en lo que respecta a la identificación de prácticas
sociales emergentes, relaciones sociales intersticiales, frag-
mentalidades intersubjetivas de nuevo tipo. Todo ello
se mueve en un cierto tejido semiótico que no es pensa-
ble sin referencia a las tradiciones culturales de una mo-
dernidad en crisis.
d. Hay un ámbito preciso del debate que es harto ilustrati-
vo: el fin del sujeto. Esta discusión central no tendría
mayor trascendencia si no fuera por el peso descomu-

91

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RIGOBERTO LANZ

nal de la categoría de sujeto en la tradición moderna.


No puede ser indiferente o secundario constatar o pos-
tular el fin del sujeto, la muerte de la razón, el fin de la
historia, el ocaso del progreso, etc. Insisto: ésta no es
una frivolidad lingüística para escandalizar a ciertos di-
nosaurios de la academia, sino la expresión más elo-
cuente de un verdadero sisma en el corazón de una civi-
lización.
e. Otro ámbito que ilustra la conexión interna entre cri-
sis de la modernidad y posmodernidad es lo relativo a
la crisis del discurso científico. Sostengo que es preci-
so —desde una crítica radical a la razón instrumen-
tal— profundizar el desmantelamiento de la razón
tecnocientífica. No sólo en la dimensión sociológica
de sus efectos perversos, sino principalmente en el te-
rreno de su propio estatuto epistemológico. Desde la
óptica de un pensamiento posmoderno crítico, el cues-
tionamiento del discurso científico (desde adentro) cons-
tituye uno de los rasgos más sobresalientes para perfi-
lar una corriente epistemológica de nuevo aliento. La
ciencia moderna no es nuestra. La episteme moderna
no es inocente. La razón moderna no es ni universal ni
metafísica. La razón técnica no es transvalórica. El co-
nocimiento no es una objetiva emanación del cerebro.
El amigo Follari conoce esto de sobra. Falta entonces
poner en concordancia su excelente análisis de lo pos-
moderno (como epifenómeno) con el proceso de des-
mantelamiento del magma de la modernidad.

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ESA INCÓMODA POSMODERNIDAD

7. ¿LA MODERNIDAD RADICALIZADA NECESITA


UNA CARICATURA DE LA POSMODERNIDAD ?
(Anthony Giddens)

La posición intelectual de Anthony Giddens15 resume bien un


perfil teórico muy extendido en el mundo. Coinciden allí —ma-
tizadamente, desde luego— visiones del tipo de la de Jürgen
Habermas o Alain Touraine, en Europa; aproximaciones como
las de José Joaquín Brunner o Fernando Calderón en América
Latina. Mientras no haya necesidad de ocuparse directamente de
la polémica posmoderna, sus análisis se acercan considerablemente
a conceptos y temas de manejo generalizado. Las diferencias —de
estilo y de contenido— aparecen inmediatamente al nombrar las
cosas posmodernamente.
No es mi intención dar cuenta en este texto de la riquísima
variedad de matices que se encuentran en los autores menciona-
dos más arriba. Sólo quiero subrayar que existe un cierto micro-
clima intelectual (un poco antiposmoderno, un tanto moderno a
secas, otro tanto filomoderno) desde el cual se comprende mejor
el tono intelectual de Anthony Giddens (lo cual no afecta, por lo
demás, la cualidad teórica de sus proposiciones).
El propio Anthony Giddens aporta una fórmula que facilita
mucho la comprensión de su postura. Él se ha encargado de resu-
mir esquemáticamente en ocho puntos su idea de lo posmoderno
y, al mismo tiempo, su propuesta de una modernidad radicaliza-
da.16 No viene al caso detenerse a examinar una a una sus pro-
puestas (no por falta de interés, sino por la naturaleza necesaria-
mente breve de este texto);17 en su lugar me gustaría precisar

15
Una amplia producción da cuenta de la tonalidad y profusión temática de
Anthony Giddens. Además de sus ya clásicos tratados de sociología, recomien-
do una lectura atenta de su libro Consecuencias de la modernidad, Edit. Alian-
za, Madrid, 1993.
16
A. Giddens: Consecuencias de la modernidad, ob. cit., pp. 140-141.
17
No es posible en este texto extenderse en la precisión de temas y autores.
Pero puedo asegurar con propiedad (propiedad intelectual proveniente de mu-
chos años de investigación sobre este asunto) que sobre los planteamientos
posmodernos en diez grandes tópicos de la agenda contemporánea mundial, lo
dicho por Giddens es una caricatura inaceptable.

93

SINTITUL-16 93 06/09/2011, 07:58 a.m.


RIGOBERTO LANZ

algunas notas acerca de la impresión global que me suscita su pos-


tura teórica. Veamos:
a. No creo que sea necesariamente una calculada maledis-
cencia la pálida caricatura que resulta de los ocho ras-
gos atribuidos por Giddens a lo posmoderno. Admito
que esto de saber con precisión ¿qué es posmoderni-
dad? puede deslizarnos a un infinito torneo de aprecia-
ciones hasta el límite de la majadería académica. Pero
admitamos también con una razonable dosis de ecua-
nimidad que según lo que usted esté entendiendo por
posmodernidad, así sería más o menos el tipo de crítica
a esa posmodernidad. De acuerdo a cómo cada quien
conceptúe a su adversario, así serán las armas que utili-
za para confrontarlo.
b. Es cierto que persiste una importante zona de ambigüe-
dades y confusiones en torno al concepto de lo pos-
moderno (tanto en el terreno de los procesos psico-so-
cio-antropo-culturales, como en el campo propiamente
epistemológico). Pero también es cierto que podemos
hoy desgajar un amplio campo de propuestas teóricas,
de discursividades, de análisis fenoménicos, que que-
dan malogradas en el esquema sugerido por Anthony
Giddens. No me siento allí representado, y en el mismo
sentido queda toda la impresionante producción actual
sobre los tópicos más inusitados.
c. Para fines académicos he realizado el ejercicio de con-
centrar los aportes de los diez autores más relevantes
de la actualidad en el debate posmoderno: puedo ase-
gurar que los doce rasgos claves de lo posmoderno que
de allí resultan no tienen nada que ver con el mapa que
nos pinta Anthony Giddens. Esto no descalifica en ab-
soluto su posición. Simplemente la contrasto con otra
posibilidad de lectura que no sale de la pura arbitrarie-
dad ni del empeño polémico de llevar la contraria.
Frente al esquema caricatural de lo posmoderno podríamos
hacer un ejercicio crítico sobre el mapa de los ocho rasgos de la

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ESA INCÓMODA POSMODERNIDAD

modernidad radicalizada. Para no extralimitarme en las propor-


ciones de estos comentarios diría simplemente que las tesis de
Anthony Giddens ilustran bien los notables esfuerzos por «salvar»
el proyecto moderno. Ello merece el mayor respeto y considera-
ción. Pero entendámonos bien: la modernidad está herida de
muerte; en más de un aspecto ya ha sido llana y simplemente
suplantada. ¿Tiene aún sentido aferrarse a sus despojos?

8. LO POSMODERNO Y LA DISOLUCIÓN
DE LO POLÍTICO EN LA ESPECTACULARIZACIÓN
(Jesús Martín Barbero)

Los trabajos del amigo Jesús Martín Barbero han incidido de


manera privilegiada en el candente tópico de la video-política (la
teledemocracia y tantas otras denominaciones que designan una
misma preocupación: la compleja relación entre comunicación y
política).18 Como se sabe, hasta hace muy poco la comunicología
académica se distraía con abundantes menciones al problema de
la influencia de los medios sobre la política. La cuestión es otra
sin embargo; de lo que se trata es de poder comprender las nue-
vas reglas de constitución de la discursividad, su puesta en escena
y los modos cómo se modifican los espacios institucionales tradi-
cionales. Lo que está en juego —no sólo para el ámbito político,
por cierto— es el vaciamiento de un cierto formato de práctica y
su lenta y compleja reconversión en otra cosa.
Precisamente en este tránsito aparecen problemas nuevos que
demandan una atención y unos equipamientos epistemológicos
que no están naturalmente a disposición. Es probable que mu-
chos fenómenos estén transcurriendo sin que aparezcan recupe-

18
Recomiendo los siguientes trabajos de J. Martín Barbero: De los medios a
las mediaciones, Edit. B. Gali, México, 1987; «Comunicación plural: paradojas
y desafíos», revista Nueva Sociedad, no 140, noviembre-diciembre, Caracas,
1995; «Mediaciones urbanas y nuevos escenarios de comunicación», revista
Sociedad, no 5, Buenos Aires, octubre, 1994; «Pensar la educación desde la
comunicación», revista Nómadas, no 5, Bogotá, 1996; «Modernidad y postmo-
dernidad en la periferia», revista Politeia, no 11, Bogotá, 1992; «Modernidad,
postmodernidad, modernidades. Discursos sobre la crisis y la diferencia», re-
vista Praxis Filosófica, no 2, Cali, marzo, 1992.

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SINTITUL-16 95 06/09/2011, 07:58 a.m.


RIGOBERTO LANZ

rados adecuadamente en nuestras interpretaciones. No sería la


primera vez que esto ocurre, por lo demás. La teoría suele estar
en permanente deuda con una parte importante de los procesos
de los que quiere dar cuenta. Es más que comprensible que en el
borroso tránsito de un cambio epocal, la opacidad de los concep-
tos y la relatividad de los acercamientos sean, más que defectos
del método científico, condiciones inherentes a los modos pos-
modernos de conocimiento (habrá que acostumbrarse, para usar
una metáfora fotográfica, a apreciar el encanto de las imágenes
fuera de foco).
En una atmósfera difusa como ésta, cuesta mucho hacerse de
criterios precisos para identificar o distinguir las emergencias fe-
noménicas de lo posmoderno. Cuesta más hacerse de otras claves
de lectura para arribar a valoraciones nuevas de los que aparece
casi siempre en su pura negatividad. La noción misma de vacia-
miento suscita esta ambivalencia.19 ¿Qué sigue después de consta-
tar que se está dando una «disolución de la política»? ¿Qué está
implicando esta disolución?
El amigo Jesús Martín Barbero centra la mirada en el mo-
mento negativo de la disolución de la política. No para escandali-
zarse o condenar esa realidad (como lo haría el neoconservacio-
nismo de Daniel Bell, por ejemplo), sino para destacar la nueva
calidad de un proceso que no puede ser asimilado simplistamente
a las crisis crónicas de la vida económica o política del capitalis-
mo. Mostrar lo que está pasando no es un ejercicio redundante de
obviedad, pues la dificultad primera para los modos tradicionales
de leer el acontecimiento es que buena parte de la vida cultural de
estos tiempos no es traducible en clave ilustrada. Por ello resulta
un empeño de primer orden esa insistencia en hacer visible lo que
de otro modo aparecerá enmascarado en los formatos convencio-
nales. Este ejercicio primero de inteligibilidad se ha convertido en

19
En el texto «El vaciamiento massmediático del discurso político» (R. Lanz,
revista Relea, no 0, Caracas, julio 1995), se puede notar esta dificultad de valo-
ración del vacío: en parte es una constatación crítica del derrumbe, en parte
también la postulación positiva de cierto imaginario deseable. (El ensayo de J.
Martín Barbero: «Hegemonía comunicacional y des-centramiento cultural», in-
cluido en este libro, es una recuperación positiva del fenómeno posmoderno.)

96

SINTITUL-16 96 06/09/2011, 07:58 a.m.


ESA INCÓMODA POSMODERNIDAD

estos años en la tarea intelectual por excelencia de las investiga-


ciones de mayor interés. Pero tenemos derecho a preguntarnos:
¿hay elementos suficientes en nuestro diagnóstico de la crisis como
para prefigurar positividades con las que valga la pena compro-
meterse? ¿Desde América Latina será posible visualizar algún ho-
rizonte de desarrollo para la posmodernización objetiva que pa-
decemos? ¿Puede ser la disolución de la política una palanca
constructiva de un imaginario posmoderno?

9. EL ETHOS POSMODERNO COMO


LA «FASE NUEVA» DE LA MODERNIDAD
(José Rubio Carracedo)

Estamos una vez más frente a un estilo prejuiciado y sumario


que aparece a ratos ecuánime y erudito. La versión de José Rubio
Carracedo20 vuelve a reproducir un formato de crítica ya ensayado
en muchos lados: escogencia de ciertos actores, despliegue de pecu-
liares argumentos y, sobre todo, generalización arbitraria de sus pro-
pias convicciones. Me gustaría puntualizar algunas observaciones:
a. Resulta una simpleza con demasiadas implicaciones todo
intento de reducir el significado actual del fenómeno
posmoderno, el empeño por disminuir la magnitud de
su impacto cultural. De esta desproporción resulta siem-
pre el artificio de estar lidiando con pequeños epifenó-
menos o, lo que es lo mismo, de trabajar en el anecdó-
tico mundo de las querellas intelectuales. Si lo posmoderno
es una —entre otras— de las corrientes de pensamiento
que surgen y se eclipsan con la «evolución» de la mo-
dernidad, no habría razón para tanto alboroto. Esta ope-
ración puede surtir efectos tranquilizadores para cier-
tos espíritus ansiosos de certidumbre. Pero resulta
radicalmente incompetente para acercarse a la comple-
jidad y profundidad del acontecer de este tiempo. La

20
A los fines de estas observaciones sugiero la lectura del libro de J. Rubio
Carracedo: Educación moral, postmodernidad y democracia, Edit. Trotta, Ma-
drid, 1996, pp. 89-110.

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RIGOBERTO LANZ

posmodernización de todos los espacios discursivos de


la sociedad, de todos los espacios societales que hacen a
la vida cotidiana de la gente, de los tejidos semióticos
en los que se reconoce cada individuo, de los dispositi-
vos de subjetividad que definen la socialidad de una
cultura, todo ello, digo, no puede ser encapsulado en la
definición deliberadamente recortada de fase nueva de
la modernidad.
b. Ese mismo artificio intelectual sirve para pasar de largo
un asunto vital: la crisis profunda de la modernidad no
es una materia opinática que dependería de este o aquel
autor. José Rubio Carracedo constata que existe una
«constelación de autores» que dirigen una crítica radi-
cal al proyecto moderno. Pero una vez hecho este in-
ventario el asunto central queda en pie: el derrumbe de
los prototipos racionales de la modernidad está carga-
do de enormes repercusiones en todos los terrenos.
Usted no puede hacerse el distraído con esas severísi-
mas implicaciones.
c. Como no se ha tomado en serio la cuestión crucial del
fin de la modernidad, se comprende entonces la candi-
dez intelectual de postular lo posmoderno como una
«nueva fase de la modernidad».21 Si respecto a la mo-
dernidad misma no se tiene claro su estado de estallido y
obsolescencia, entonces resultará más cómodo este eclec-
ticismo en relación con sus efectos disolventes en todos
los modos constitutivos del logos de la Ilustración.
d. Rubio Carracedo califica de «endeblez teórica»22 el pen-
samiento que previamente se ha diseñado al gusto como
«posmoderno». Un método fácil para cerrar la discu-
sión sería decir lo contrario en cada punto. Pero prefie-
ro recordar al lector que está a disposición hoy por hoy
una inmensa cantidad de planteamientos en casi todos

21
Ibídem, p. 190.
22
Ibídem, p. 89.

98

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ESA INCÓMODA POSMODERNIDAD

los campos del pensamiento que resulta indispensable


recuperar. Si se supera el prejuicio de las etiquetas, no
será necesario recurrir al ardid de las interpretaciones
al gusto. Si se toma la molestia de indagar un poco en la
producción disponible en todo el mundo, será innece-
sario el recurso puramente retórico de las citas arregla-
das. Si se trabaja en serio la descomunal producción
teórica existente, se desvanecerá la falsa impresión de
un pensamiento «endeble». Pero sobre todo, si se dispo-
ne en verdad a penetrar la multiplicidad de signos de
una cultura posmoderna emergente (gústele a usted o
no), entonces habremos superado el síndrome de los
aferramientos compulsivos (esta incurable propensión
a no ver lo que está a la vista).

10. POSMODERNIDAD Y «ESTUDIOS CULTURALES»


¿SON INTERCAMBIABLES?
(Julio Ortega)

Quiero aprovechar el pequeño gazapo que nos brinda el


amigo Julio Ortega23 como pie para retomar un tema del debate
que debe ser clarificado. «Estudios culturales» es la nueva nomen-
clatura que ha oxigenado las viejas etiquetas de las antropologías
académicas, de la crítica literaria y de distintas tradiciones estéti-
cas. En cierto sentido ello anuncia una renovación intelectual que
va de la mano del fenómeno cultural de la posmodernidad.
Es posible que muchas designaciones de prácticas y demar-
caciones institucionales queden mejor recogidas en la etiqueta de
«estudios culturales».24 Allí cabe naturalmente cualquier perfil inte-

23
Estoy usando un comentario de Julio Ortega (entrevista en la revista Relea,
no 0, Caracas, julio, 1995) como si se tratara de una tesis teórica. Ello no es
necesariamente así. Ha habido distintas ocasiones donde hemos discutido di-
rectamente este matiz. Pero me interesa marcar con cierto énfasis la distinción
entre posmodernidad y «estudios culturales», para lo cual cuento con la bene-
volencia de mi amistad con Julio Ortega.
24
Esta discusión la hemos escenificado constantemente en el Centro de In-
vestigaciones Post-doctorales (CIPOST, Caracas). No creo que sea por pura casua-

99

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RIGOBERTO LANZ

lectual, incluido aquel tipo de investigación que se asume expre-


samente como posmoderna.
Pero lo que parece discutible es asimilar sin más el fenómeno
de la posmodernidad a lo que encierra la expresión «estudios cul-
turales». En este sentido tales términos no son intercambiables,
designan objetos y ámbitos diferentes, son conceptos —o catego-
rías— con rango epistemológico distinto.
Desde el punto de vista de un pensamiento posmoderno, me
parece que es mucho más clara esta diferenciación.
Ni por la naturaleza de una episteme posmoderna, ni por lo
que implica la configuración de los saberes con esta característica,
puede identificarse una cosa con la otra.
Tal vez estaríamos hablando de una expresión de lo pos-
moderno en el campo de la organización de cierto tipo de prácti-
ca académica (es algo parecido al comentario ya hecho sobre la
elección personal de Omar Calabrese con el término «neobarro-
co»). «Estudios culturales» designa un cierto perfil teórico de es-
tos tiempos para afrontar un amplio campo de problemas (étni-
cos, estéticos, de cultura nacional, de cultura urbana, crítica literaria
y muchos otros). Mientras que lo posmoderno designa simultá-
neamente la crisis de la modernidad, la emergencia de una conste-
lación de prácticas y discursos en todas las esferas y también la
cristalización de un espesor cognitivo (un pensamiento) confor-
mado por una enorme multiplicidad de análisis, interpretaciones,
propuestas teóricas, estilos de investigación, métodos de trabajo,
formatos institucionales (no olvidemos que puede hablarse, in-
cluso, de gerencia posmoderna). El amigo Julio Ortega estará se-
guramente de acuerdo en esta distinción. Si he insistido en recal-
carla es porque conozco de las confusiones que circulan
impunemente en ciertos ambientes académicos.

lidad que hayamos definido dos áreas de investigación bien delimitadas: Pro-
grama de estudios culturales y, por otro lado, Programa de estudios posmoder-
nos. Ver el ensayo de F. Jameson: «Sobre los estudios culturales», en varios:
Cultura y Tercer Mundo, Edit. Nueva Sociedad, Caracas, 1996, pp. 167-232.

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ESA INCÓMODA POSMODERNIDAD

11. LA «IMPOSIBLE DIALÉCTICA» MODERNIDAD/POSMODERNIDAD


(Agapito Maestre)

El tema de lo posmoderno hace presencia de muchos modos


en la obra del amigo Agapito Maestre.25 Me propongo proble-
matizar sólo un matiz de sus planteamientos en torno a la «impo-
sibilidad» de una dialéctica modernidad/posmodernidad. Aun cuan-
do el sentido de esta «imposibilidad» deba ser contextualizada
para situar el alcance de la afirmación de Agapito Maestre, creo
que se trata de una imagen muy útil para explorar posibilidades.
De momento quisiera situar dos planos dialécticos de la relación
modernidad/posmodernidad.
a. El amigo Agapito Maestre estará de acuerdo en esta
peculiar tensión entre la constelación de caídas, colap-
sos y agotamientos de los nudos socioculturales de la
modernidad (como socialidad incrustada en todos los
tejidos relacionados del hombre occidental) y la emer-
gencia fragmentaria y proliferante de infinidad de prác-
ticas y discursos propiamente posmodernos. Creo que
allí se instala una cierta dialéctica cultural (en el sentido
adorniano) que caracteriza el fondo de todo el aconte-
cer de este tránsito epocal. Hay allí, me parece, una
negación-recuperación vivida en la ambigüedad de in-
finitas prácticas portadoras de los «valores» modernos
que se disipan y de la sensibilidad posmoderna que
emerge.
b. En el terreno cognitivo encontramos esta misma lógi-
ca: una tensión dialéctica permanente entre las viejas
métricas y los nuevos referentes paradigmáticos, entre
los viejos protocolos de verdad y la radical relativiza-

25
Podemos encontrar los grandes temas de la crisis de la política en textos
como El poder en vilo, Edit. Tecnos, Madrid, 1994; en su incansable trabajo de
interpelación recogido en Argumentos para una época, Edit. Anthropos, Barce-
lona, 1993; en su activa presencia en el debate público recogido en El vértigo
de la democracia, Ediciones de la Ilustración, Madrid, 1996; o en el texto que
sirve de excusa a mi comentario crítico, Modernidad, historia y política, Edit.
Verbo Divino, Navarra, 1992, pp. 81-102.

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RIGOBERTO LANZ

ción del conocimiento, entre teorías falsas o insuficien-


tes y nuevos criterios para la construcción teórica. El
pensamiento posmoderno es en un primer momento
una crítica a los principales prototipos racionales de la
modernidad (razón, progreso, sujeto, historia, tecno-
ciencia). Lo que ocurre allí en verdad es una dialéctica
del conocimiento donde se tensionan los protocolos
epistémicos de todo un modo de producción del senti-
do. Ese tejido tensional (múltiple, pluridireccional, re-
lativo, polivalente) y la voluntad teórica que lo asiste
(al menos desde una sensibilidad posmoderna crítica)
es lo más parecido a una dialéctica del pensamiento (en
la tradición de Francfort, desde luego).
Me parece que con el transcurrir de la década de los noventa se
ha perfilado mejor el curso de esta «dialéctica» histórica y teórica. El
amigo Agapito Maestre me dirá que soy demasiado optimista. Ten-
dré que admitir también esta «dialéctica» entre desencanto
neoconservador y construcción crítica de un horizonte utópico.

12. LO POSMODERNO COMO CONDICIÓN


PARASITARIA DE LA MODERNIDAD
(Ágnes Heller)
El trabajo intelectual de Ágnes Heller referido al debate
posmoderno parece oscilar entre una abierta postulación posmo-
dernista (esa era tal vez la tónica de Ferenc Fehér) y la distancia de
los comentarios «externos».26
Me gustaría aludir tan sólo a uno de los asuntos controver-
siales que suscita la extensa obra de Heller.27 No es sin consecuen-

26
Recomiendo la lectura de A. Heller: Crítica de la Ilustración, Edit. Penínsu-
la, Barcelona, 1984; A. Heller y F. Fehér: Políticas de la postmodernidad, Edit.
Península, Barcelona, 1989; A. Heller: Historia y futuro, Edit. Península, Barce-
lona, l991; A. Heller y F. Fehér: Biopolítica, Edit. Península, Barcelona, 1995.
27
El Centro de Investigaciones Post-doctorales (CIPOST) tuvo la oportunidad
de invitar a Ágnes Heller para la realización de un seminario sobre «Una teoría
de la modernidad» (1995). Me ha tocado prologar su libro que lleva el mismo
título (ediciones del CIPOST, Caracas, 1997) donde recojo sumariamente las lí-
neas gruesas de este debate.

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ESA INCÓMODA POSMODERNIDAD

cias teóricas que la autora postule su idea de lo posmoderno a


contrapelo de toda imagen epocal. De allí la metáfora de condi-
ción parasitaria de la modernidad que parece equívoca en más de
un sentido. Veamos.
a. Me parece una sutileza con alguna implicación intelec-
tual la distinción de los trabajos presentados por Ágnes
Heller en conjunto con Ferenc Fehér (trabajos donde se
respira una proximidad más que temática con lo pos-
moderno) y el pensamiento neto de la autora recogido
en una conocida y prolífica obra.
Para los investigadores que siguen de cerca —y con
lupa— el desenvolvimiento del debate modernidad/pos-
modernidad resultará familiar la caracterización de tres
estilos emblemáticos en defensa de la modernidad: el
estilo Habermas (con pretensiones fundacionales y con
oblicuas implicaciones políticas); el estilo Touraine (ver-
sión más próxima al acontecimiento y alimentada prin-
cipalmente por un extraordinario recorrido de insumo
sociológico); el estilo Heller (a mitad de camino entre
una tradición marxista más traumática que fecunda y
ese incansable nomadismo cultural que termina mar-
cando los modos de pensar).
b. Una amplia gama de autores expresamente ubicados en
la tribu posmoderna han insistido en la necesidad de
romper con la imagen evolutiva que se asocia casi ine-
vitablemente el prefijo «post». No es casual la insisten-
cia de algunos autores en escribir «pos» (sin «t»). No se
trata pues de concebir la posmodernidad como «lo que
viene después» de la modernidad. Pero subsiste allí un
problema: ¿qué hay del cambio epocal del cual se habla
hoy con tanto énfasis? Lo posmoderno no es un estadio
evolutivo inscrito ontológicamente en las «leyes del de-
sarrollo social». Pero es obvio que asistimos a una mu-
tación civilizacional que no puede ser comprendida con
las viejas fórmulas de «crisis del capitalismo» o «ciclos
de la humanidad».

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RIGOBERTO LANZ

c. Es completamente equívoca la imagen de una posmo-


dernidad que cada quien «elige».28 En efecto, si lo pos-
moderno se reduce a una sensibilidad (entre otras), con
ello se logra el artificio de dejar en su lugar a la moder-
nidad. Todo se limitaría a un juego de miradas que no
afecta esencialmente el estatuto (histórico y epistémi-
co) del proyecto moderno.
d. Es fácil contrastar este punto de vista con el eje capital
de nuestras proposiciones. Me parece que ese modo de
aproximarse a lo posmoderno deja afuera lo que es esen-
cial: hacerse cargo seriamente del derrumbe del para-
digma de la modernidad, comprender lo que emergió
como suelo cultural en los últimos cincuenta años y,
sobre todo, dar cuenta del contenido sustantivo de un
pensamiento posmoderno que se configura cada vez más
como referencia intelectual.
Como lo he señalado insistentemente, la lectura de lo pos-
moderno en clave moderna resulta siempre un cortocircuito. Desde
los residuos de la modernidad se hacen toda clase de ejercicios
cuyos resultados se adivinan. No creo que ello sea en absoluto
deleznable, lo que digo es que los modernos no pueden pensar
posmodernamente.

13. LA SIGNIFICACIÓN POLÍTICA DE LO POSMODERNO


(Fredric Jameson)

Desde una tradición marxista relativamente crítica se obser-


va una creciente preocupación por no quedar definitivamente fuera
de un debate capital en la coyuntura teórica de hoy. Me refiero a
autores aislados y no a una corriente o partido que tenga estas
exquisiteces. Los trabajos de Jameson pueden ser enmarcados con
propiedad en el contexto de una reflexión de inspiración marxis-

28
«Los que han elegido vivir en la postmodernidad viven, no obstante, entre
modernos y premodernos». (Políticas de la postmodernidad, ob. cit., p. 149.)

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ESA INCÓMODA POSMODERNIDAD

ta que intenta —honestamente— un diálogo con la agenda de


estos días.29
Me parece de utilidad para el esclarecimiento de la discusión
actual detenerse puntualmente en una de las múltiples facetas del
debate recogidas en la obra de Fredric Jameson. Me refiero a la línea
central de sus motivaciones teóricas: interpretar políticamente las
diversas tonalidades del amplio espectro de formulaciones y sensi-
bilidades susceptibles del calificativo de posmodernas. Convendría
pues una rápida mirada a los asuntos teóricos allí involucrados.
a. Hay que estar siempre en guardia con aquellos preten-
siosos esquemas clasificatorios donde cabe todo el mun-
do en su predibujada casilla. En el campo literario tene-
mos varios ejemplos de este despropósito: un listado de
novelas «posmodernas», de cuentos «posmodernos» y
de poesía «posmoderna».
No estoy afirmando que una obra sea incaracterizable.
Lo que planteo es que estas empresas de ubicación de
cada obra y autor en un gran tablero suelen ser puro
artificio. Provienen por lo general de cierta calistenia
académica con fines modestamente didácticos. Sin em-
bargo, cuando desde allí se pretende «teorizar», lo que
resulta es un rústico triturador de perfiles y configura-
ciones para cuyo conocimiento haría falta una «caja de
herramientas» mucho más compleja y refinada.
Algo de este síndrome encontramos en la estrategia de
Jameson. La peculiaridad es sencillamente la clave de lec-
tura que sirve como demarcación para clasificar: izquier-
da y derecha. Resulta siempre riesgoso (riesgoso para el
mantenimiento de una cierta consistencia del discurso)
leer cualquier fenómeno en términos políticos (sea que
se le atribuya sentido político a una tesis teórica, sea
que se valore la actuación política del autor).

29
Recomiendo consultar el libro de F. Jameson: Teoría de la postmoderni-
dad, Edit. Trotta, Madrid, 1996.

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RIGOBERTO LANZ

No estoy sosteniendo que sea imposible o impropio ca-


racterizar a este o aquel autor en términos políticos. Lo
que estoy afirmando es que esta estrategia de lectura —a
diestra y siniestra— tiene un límite más allá del cual es
maniqueísmo puro y simple. ¿Cuál es ese límite?
b. En términos periodísticos resultaría fácil dibujar la silue-
ta política de un autor que, por lo demás, hace explícita
su ubicación «ideológica». Pero de allí no se sigue fór-
mula alguna que autorice una correlación automática
entre ideas y conducta política, entre propuestas episte-
mológicas y filiación partidaria. No hay una epistemo-
logía republicana y otra demócrata. No hay una biolo-
gía molecular gaullista y otra socialista. No hay una física
de partículas judía y otra musulmana. Este mínimo sen-
tido común ayudaría para resituar las pretensiones de
estos tableros clasificatorios.
c. Me interesa subrayar con cierto énfasis la ambigüedad
constitutiva de lo posmoderno y, por tanto, las diversas
posibilidades de recuperación política de ideas y sensi-
bilidades. La experiencia actual muestra una gran can-
tidad de formas de instrumentación con signos estéti-
co-políticos distintos y, a veces, contradictorios.
En términos gruesos se puede afirmar que la posmoder-
nización de la cultura y el entramado social produce un efecto
desmovilizador que se traduce con frecuencia en pasividad, con-
formismo, apoliticismo, narcisismo ambiance neoconservadora y
políticamente reaccionaria. Pero el mismo proceso cultural e in-
tersubjetivo produce también un efecto liberador: ruptura de lí-
mites, propulsión a lo nuevo, apertura, expansión de la sensibili-
dad, es decir, un clima emancipatorio que puede traducirse en
una radicalización política de la cultura democrática.
Una postura teórica cualquiera puede ser leída según como
se inserte tendencialmente en ese doble movimiento movilizador/des-
movilizador. Pero ello no puede ser criterio suficiente para la sen-
tencia universal del valor intrínseco de una obra intelectual. No
hay pensamiento neutro ni postulación teórica completamente naif.
Eso ya lo sabemos. Pero no creamos que con ello podemos rotular

106

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ESA INCÓMODA POSMODERNIDAD

tan fácilmente de «izquierda» o de «derecha» a cualquier pensa-


miento.
Me parece que hay siempre un transfondo de concepción
debajo de cualquier política cultural (cuestión que justificadamente
preocupa a Jameson). Pero sospecho que en estos tiempos de ex-
tremo pragmatismo y de instrumentalización de todo el universo
simbólico de la sociedad, no hay forma de establecer líneas de
coherencia entre una postulación teórica y una decisión política,
entre un cierto perfil antimoderno, promoderno, proposmoder-
no o antiposmoderno30 y un «correlato» político. En fin, creo que
la lectura política de las formulaciones teóricas posmodernas tie-
ne que ajustar sus propias cuentas con otra concepción de lo polí-
tico, tal vez con una teoría política posmoderna.

14. DE NUEVO EL «IRRACIONALISMO POSMODERNO»


(César Cansino)
El tono de la perspectiva teórica que anima al amigo César
Cansino es muy útil para que la polémica transcurra con posibili-
dades de esclarecimiento y profundización.31 Quisiera detenerme
sólo en un aspecto relativo a la posición teórica del autor clara-
mente explicitada en la presentación que hace al dossier de la revista
Metapolítica consagrada al debate sobre la posmodernidad.32 Creo
que podría resumir mis observaciones en los siguientes puntos:

30
Ibídem, p. 92.
31
Son muchos los tópicos que merecerían una discusión sistemática y extensa.
En el campo del debate teórico-político son múltiples los asuntos que alimentan
una agenda rica en matices controversiales. Recomiendo revisar los siguientes tra-
bajos del amigo César Cansino: «La metapolítica como problema», en Varios: Estu-
dios de teoría e historia de la sociología en México, UNAM, México, 1996; «Partidos
políticos y gobernabilidad», revista Nueva Sociedad, no 139, Caracas, septiembre-
octubre, 1995; «Teoría política: historia y filosofía», revista Metapolítica, no l, México,
enero-marzo, 1997; «De la politización de los medios a la despolitización de la
sociedad», revista La Brecha, no 4, Madrid, enero-febrero, 1997; C. Cansino y V.
Alarcón: América Latina: ¿renacimiento o decadencia?, FLACSO, San José, 1993; C.
Cansino (comp.): Las teorías del cambio político, Universidad Iberoamericana,
México, 1993; C. Cansino (comp.): Las relaciones gobierno-partido en América
Latina. Un estudio comparado, CIDE, México, 1995.
32
C. Cansino: «Teoría política: historia y filosofía», ob. cit., pp. 39-40.

107

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RIGOBERTO LANZ

a. Siento que hay una percepción doblemente equívoca


en la imagen sustentada por el amigo César Cansino
sobre la posmodernidad: equívoca porque pasa por alto
el espesor cultural (en sentido fuerte) de lo posmoder-
no como condición de la vida cotidiana; equívoca por-
que está leyendo muy restringidamente el tenor del pen-
samiento posmoderno en sus distintas sensibilidades.
Me parece que la posmodernización creciente de la so-
ciedad en todos los planos, así como los efectos con-
tundentes del desplome del ideario moderno en distin-
tas esferas de la civilización occidental, no pueden ser
pensados como epifenómenos cuya naturaleza remite a
cosas tan efímeras como la moda o los estilos de vida.
Ya he comentando en otras ocasiones el transfondo de
esta percepción. Por los momentos bastaría con reafir-
mar la tesis central que sustenta mi posición: la moder-
nidad como proyecto civilizacional se ha derrumbado.
Han entrado en crisis todos sus prototipos racionales.
En medio del inmenso vacío que ello genera está emer-
giendo una cultura posmoderna que se expresa
intersticialmente como re-equipamiento intersubjeti-
vo, como dispositivo de sensibilidad, como performa-
tividad de las nuevas claves de lectura, como discur-
sividades que circulan en los embriones de nuevos
actores sociales.
b. Del mismo modo, el amigo César Cansino despacha de
modo rápido el rol contemporáneo de la producción
teórica asociada al posmodernismo. Tendría que decir
que mi percepción es completamente distinta: observo
que esa producción intelectual se ha densificado en esta
década de los noventa hasta constituir un espesor epis-
temológico realmente impresionante. Más que eso: afir-
mo con toda tranquilidad que en América Latina hay
un perfil teórico posmoderno que ha puesto la agenda
del debate en los últimos años. Creo que la producción

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ESA INCÓMODA POSMODERNIDAD

teórica más fecunda que circula en la región proviene


del debate modernidad/posmodernidad.33
c. El recurso del irracionalismo posmoderno vuelve a ser
un expediente gastado que ha sido suficientemente re-
futado por muchos autores. Entiendo que el amigo Cé-
sar Cansino no está reeditando la cháchara haberma-
siana contra Foucault (truculenta manipulación de las
formulaciones foucaultianas para hacer pasar el fantas-
ma del «irracionalismo»). En este punto quisiera enfati-
zar mi posición: se trata de producir una crítica radical
de la concepción moderna de la razón, sobremanera, en
las solapadas conexiones de los modelos cognitivos con
el poder. Allí la obra de Michel Foucault sigue siendo el
horizonte epistemológico no igualado por ninguna otra
teorización. El demonio del «irracionalismo» no puede
desentenderse de este emplazamiento categórico.
d. Podemos compartir —sin violentar los supuestos con
los que cada quien trabaja— la motivación de reencontrar
los impulsos emancipatorios que la Ilustración nos pro-
metió y no pudo cumplir. En alguna medida nuestra
insistencia en un pensamiento posmoderno crítico (que
quiere diferenciarse expresamente de todo sesgo neo-
conservador), se postula en el marco de una abierta
contestación a toda forma de dominación (incluidas las
tramas de sentido que habitan los discursos de la cien-
cia y de la técnica). Lo que estoy perfilando es una mo-
dalidad de «posmodernismo libertario» que puede en-
troncar fecundamente con tradiciones postiluministas
de tipo «democracia radical». ¿Por qué no?
e. Justamente en el terreno político (donde al amigo Can-
sino trabaja de preferencia) hay una enorme gama de

33
En los límites de este ensayo no puedo extenderme en ejemplos demostra-
tivos de esta tesis. Remitiría al lector a un texto donde he caracterizado autor
por autor en este mapa teórico: «Posmodernidades: la ventaja de llamarse Amé-
rica Latina» (forma parte del libro coordinado por Julio Ortega: Manual para el
nuevo milenio, Edit. La Torre, San Juan, Puerto Rico, 1997).

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RIGOBERTO LANZ

incidencias de lo posmoderno que ha modificado por


completo la agenda del debate. Son muchos los asuntos
que están allí planteados de modo controversial. Una
tesis me gustaría remarcar: en la discusión episte-
mológica de frontera está planteado un cuestionamien-
to radical a la «ciencia política» tradicional, tanto en su
estatuto disciplinario, como en los contenidos sustanti-
vos de sus métodos y categorías. En este punto no creo
que deban hacerse concesiones. De allí se derivan deci-
sivas implicaciones hacia el debate específico sobre cultu-
ra democrática, espacio público, ciudadanía, etc. Como
se ve, hay una íntima conexión entre las investigaciones
epistemológica, sociocultural y sociopolítica. Precisamen-
te en esos planos es donde incide con más fuerza el enfo-
que posmoderno. Ojalá podamos «limpiar» apropiada-
mente los malentendidos para así arribar de lleno a los
asuntos que verdaderamente nos inquietan.

COMO SI HUBIESE TERMINADO

La estrategia de estas notas ha sido relevar una agenda pendiente


de tópicos y problemas interpelando el trabajo intelectual de al-
gunos investigadores. No se trata para nada de una antología ni
de una reseña de autores. Creo firmemente en el papel propulsor
del debate, en la insustituible eficacia de la crítica, en el compro-
miso ético involucrado en una discusión con destino. Por ello el
material que antecede no debe tomarse como un mero ejercicio
formal, ni mucho menos como erudita majadería destinada a im-
presionar a un público desinformado y apático. Lo que en verdad
nos interesa es movilizar las ideas en juego, expandir las fronteras
en las que cada autor se sitúa, interrogar ciertas adquisiciones
conceptuales antes de que empiecen a cristalizar como nichos o
como dogmas. Esta función profiláctica del debate ha de consti-
tuir un requisito permanente de todo cuanto se produce.
He querido mostrar una vez más que el ejercicio crítico (ás-
pero o apacible, poco importa) es un camino insoslayable en la

110

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ESA INCÓMODA POSMODERNIDAD

perspectiva de producir una nueva comprensión de este tiempo,


de este hombre. El texto no ha querido otra cosa que contribuir a
despejar unos pocos asuntos de nuestra común agenda de canden-
tes problemas. No hay candor en mis palabras, apenas la secreta
confianza en el poder movilizador de las ideas, que a pesar de
todo, se comparten.

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RIGOBERTO LANZ

UN VISTAZO A LA PRODUCCIÓN
BIBLIOGRÁFICA DE LOS NOVENTA SOBRE POSMODERNIDAD

1. He insistido recurrentemente en los nuevos modos de relacionarse


con los textos, gracias a las posibilidades de acceso a todas las
fuentes mundiales de organización bibliotecaria.
2. Un reporte bibliográfico tiene otra utilidad a la hora actual: con-
tribuye a configurar el contexto intelectual donde se mueve un
autor. Ayuda a comprender las influencias, pertenencias o prefe-
rencias que influyen en un cierto tipo de pensamiento.
3. En otras publicaciones he intentado ilustrar la magnitud de la pro-
ducción intelectual de la que disponemos para soportar investiga-
ciones sobre la problemática posmoderna. En esta oportunidad he
privilegiado la referencia a libros en idioma castellano.

AGAMBEN, Giorgio. La comunidad que viene, Edit. Pre-Textos, Valencia,


1996.
ÁLVAREZ, Luis. «Falsas esperanzas del siglo XX», revista Claves de razón
práctica, no 65, Madrid, septiembre, 1996.
ANCESCHI, Luciano. La idea del barroco, Edit. Tecnos, Madrid, 1993.
BARCELONA, Pietra. Postmodernidad y comunidad, Edit. Trotta, Madrid,
1992.
BARRIOS, Marco. Economía y cultura política barroca, Universidad Na-
cional de México, México, 1993.
BAUDRILLARD, Jean. El crimen perfecto, Edit. Anagrama, Barcelona, 1996.
BÉJAR, Helena. El ámbito íntimo, Edit. Alianza, Madrid, 1994.
BEVERLEY, John (comp.). The Postmodernism. Debate in Latin America,
Edit. Duke, Durham, 1995.
BRAVO, Víctor. «El horizonte estético de la modernidad», revista Voz y
Escritura, nos 4-5, Mérida, 1993-1994.
BRUNNER, José Joaquín. Bienvenidos a la modernidad, Edit. Planeta, San-
tiago, 1995.

112

SINTITUL-16 112 06/09/2011, 07:58 a.m.


ESA INCÓMODA POSMODERNIDAD

CABLETON, Terry. «Capitalismo, modernismo e pós-modernismo», revis-


ta Crítica Marxista, no 2, Sao Paolo, 1995.
CATALÁN, Miguel. «Sobre verdad y política. La controversia Rorty-McCar-
thy», revista Debates, no 56, Valencia, 1996.
CLIFFORD, James. Dilemas de la cultura. Antropología, literatura y arte
en la perspectiva posmoderna, Edit. Gedisa, Barcelona, 1994.
COPIN, Noel. Je doute, doncje crois, Edit. Flammarion, París, 1996.
CÓRDOVA, Víctor. Sociología de lo vivido, Edit. Tropykos, Caracas, 1995.
DE SOUSA SANTOS, Boaventura. Toward a New Common Sense, Edit.
Routledge, Nueva York, 1995.
Introducción a una ciencia posmoderna, CIPOST, Caracas, 1996.
Ver «Dossier» de la revista Metapolítica, no l, México, enero-marzo,
1997.
Ver «Dossier» de la revista Relea, no 2, Caracas, enero-abril, 1997.
DERRIDA, Jacques. Cosmopolitas de todos los países ¡un esfuerzo más!,
Edit. Cuatro Ediciones, Valladolid, 1996.
DONATI, Pierpaolo. «Lo postmoderno y la diferenciación de lo universal»,
en Varios: Universalidad y diferencia, Edit. Alianza, Madrid, 1996.
ECHEVERRÍA, J. «Las rupturas postmodernas y el debate de la identidad»,
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SINTITUL-16 118 06/09/2011, 07:58 a.m.


Lo posmoderno
en la encrucijada
ROBERTO FOLLARI

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LO P O S M O D E R N O E N L A E N C R U C I J A D A

DESARROLLAREMOS ALGUNOS de los puntos principales que hacen hoy


a la relación entre condición posmoderna, por una parte, y situa-
ción cultural y política, por la otra. Lo hacemos bajo la adverten-
cia de que no estamos ante un momento cualquiera del despliegue
de lo que ha dado en llamarse posmodernidad: es notorio que
pasó el lapso inicial de ésta, cuando se planteaba como pura pro-
mesa del final de los males modernos, y que asistimos por esto a
una situación en que lo posmoderno se encuentra ya a prueba; no
caben hoy las simples apologías, ni la sola crítica —ya algo rema-
nida— de la unicidad subjetivista y el talante dominador propios
de la época iniciada con Descartes. De manera que nos encontra-
mos en un momento en que el horizonte de comprensión está
abierto hacia la redefinición histórica, aun cuando tal apertura
permita sólo una panorámica difusa y germinal: asistimos a ese
instante en que puede empezarse a hablar en pasado del desarro-
llo de la condición posmoderna; no porque ésta se haya rebasado
—errónea expectativa para apenas unos quince años de presen-
cia— ni tampoco porque aquello que inicialmente la definió haya
desaparecido por completo. Simplemente, ya no estamos ante una
novedad y, por tanto, no se patentiza la línea divisoria con la
modernidad —respecto a la cual lo posmoderno se autodefinía
como contraste y superación, al menos a la hora de buscar legiti-
midad propia—; estamos ya instalados en el talante posmoderno

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ROBERTO FOLLARI

y éste ha comenzado a abandonar el aura, para someterse a las


condiciones de la rutinización. Se pueden hoy someter a juicio
desapasionado, con más rigor, las posibilidades y limitaciones de
la nueva condición epocal. Desde este sitial hallamos la posibili-
dad epistémica actual de enclave para nuestro discurso.

1. RACIONALISMO, POSMODERNIDAD
Y TOTALITARISMO FASCISTA

Es conocida la apelación a la noción de «irracionalismo» que sue-


le practicarse desde un cómodo sentido común para enfrentar
posiciones que suponen una redefinición del sitial de la razón con
relación al conjunto de la experiencia humana. Ya dentro de la
negatividad frente al proyecto de dominación técnica del mundo
propio de la modernidad (Nietzsche, Klages, Dostoievski, etc.),
se recibió este tipo de apelativos; de tal modo, a partir del supues-
to débil pero familiar a la apariencia según el cual hay existencia
de un sujeto epistémico puro, se rebate cualquier posible oposi-
ción con el fantasma de lo irracional; con el recurso de la barra
divisoria según la cual todo lo que no se sume a la aceptación de
la escindida razón moderna como punto de sustento, será enten-
dido como muestra del triunfo de lo definidamente irracional, de
aquello que repugna a todo razonamiento y cordura.
Dentro de esta conocida tesitura, es habitual que lo posmo-
derno sea identificado lisa y llanamente con una forma de irracio-
nalismo más. Sin demasiadas distinciones —en esto es paradigmáti-
co el best seller literario de Sebreli sobre el tema—1 los racionalistas
dividen el mundo entre ellos y una (y sólo una) categoría más: los
otros, «lo otro», la excedencia amenazante de aquello que no pue-
de ser subsumido en el campo de la ciencia entendida anacrónica-
mente como exclusiva ordenación lógica, y la filosofía como esta-
blecimiento de las garantías de conocimiento de aquélla.
De modo que lo posmoderno es mezclado con la moderni-
dad negativa rechazada en bloque (desde el hippismo a la filosofía

1
J. Sebreli: El asedio a la modernidad, Edit. Planeta, Buenos Aires, 1991.

122

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LO P O S M O D E R N O E N L A E N C R U C I J A D A

existencial y las vanguardias artísticas), con lo cual toda la especi-


ficidad del fenómeno desaparece. Para Sebreli, por ejemplo, cul-
tura afro, indígena, posmodernistas y dadaístas, han marchado
juntos en el desafío a las —según él— firmes propuestas cogniti-
vas y axiológicas de «la» razón (asumida como si fuese universal,
ahistórica y unívoca). De tal manera, lo posmoderno ni siquiera
es recortado como objeto; no se lo entiende en la especificidad
marcada por el agotamiento de lo moderno, sino simplemente en
la oposición abstracta a los supuestos bienes que a la modernidad
racionalizante serían inherentes. Así, Vattimo es situado en un blo-
que con Baudelaire y Picasso, todos junto a indigenistas y teluris-
tas del estilo de Kusch: una mezcla en la cual el recurso para deva-
luar y deformar al adversario es el mecanismo indispensable para
poder criticarlo sin matices.
Por tanto, no habría en estos casos más que una lucha entre
«la razón» y sus enemigos. Los «irracionalistas» son una polifacé-
tica gama reducida a la unicidad frente al sólido bloque de las
certidumbres occidentales.
A su vez, la operación discursiva del racionalismo guarda un
segundo supuesto no explícito pero legible en su ordenamiento
textual: el «irracionalismo» es responsable de los totalitarismos
en general y, particularmente, de los de extrema derecha. Sabido
es que los nacionalismos exacerbados han apelado a la raza y a la
tradición, a la lengua y al particularismo histórico. También es
conocida la repugnancia de las derechas totalitarias por la demo-
cracia representativa, con la noción de tolerancia que la sustenta;
esto, por la posibilidad de relativizar la verdad al ponerla en el
campo de la racionalidad científica o filosófica; también por la
apelación a la igualdad de derechos, frente a la diferencialidad
jerárquica de los hombres concretamente existentes. Ciertamen-
te, la derecha ha rechazado el legado racionalista moderno y para
ello ha execrado la revolución científica iniciada por Galileo, con-
siderándola un desgraciado accidente antropocéntrico que se apar-
ta de algún sagrado orden natural o, al menos, de la atención a la
propia historia y a la propia tradición (y la vitalidad que se ligaría
a éstas, frente a la falta de vigor de racionalismo abstracto e inte-
lectualizante).

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ROBERTO FOLLARI

Reconocida esta posición de las derechas antimodernas, es


excesivamente simple el expediente de asumir que en los «irracio-
nalismos» se establece la base de la existencia del totalitarismo.
En ese caso, se supone una relación cuasi-causal: hay posiciones
totalitarias porque hay «irracionalismos». Y si todos éstos repre-
sentan una postura más o menos equiparable, lo posmoderno no
es más que una versión cualquiera de esta ecuación señalada. Lo
posmoderno sería entonces —aun cuando esto contradiga rotunda-
mente a posmodernistas como Vattimo o Lyotard—2 la base para la
posibilidad de reinstalación de regímenes ultrarreacionarios.
Es importante destacar el lugar ocupado por la teoría de
Habermas en este debate. Más allá del intento por rescatar una
razón que no se sustente en el subjetivismo moderno, apelando a
la acción comunicativa como mecanismo intersubjetivo y, por ello,
de su abierto rechazo al positivismo naturalista, así como a cual-
quier axiología apriorística, el proyecto de Habermas queda sub-
sumido en el de una recuperación de los valores de la razón. Su
búsqueda fundamental frente a los posestructuralistas y posmo-
dernos (señalados todos como si fuesen posmodernos, sin mutua
distinción)3 es la de restituir la vigencia de lo universal, aventar el
fantasma de lo no-fundado, de lo sin-fondo.4 La razón debe apa-
recer como constituyente frente al desorden multívoco de la his-
toria: nunca como constituida desde ésta. De manera que se llega
a la solución de «unidad de la razón en la pluralidad de sus vo-
ces»,5 según la cual quedan instituidas condiciones universalmen-
te válidas para fijar las reglas axiológicas en las sociedades, aun
cuando los contenidos específicos surgidos del seguimiento (o no
cumplimiento) de tales reglas sean en cada caso diferenciados.
Con esta aceptación de la pluralidad fáctica de los puntos de vista

2
J. F. Lyotard: La posmodernidad (explicada a los niños), Edit. Gedisa, Bar-
celona, 1989; G. Vattimo: El fin de la modernidad. Nihilismo y hermenéutica
en la cultura posmoderna, Edit. Gedisa, Barcelona, 1987.
3
J. Habermas: El discurso filosófico de la modernidad, Edit. Taurus, Buenos
Aires, 1989.
4
C. Castoriadis: Los dominios del hombre: las encrucijadas del laberinto,
Edit. Gedisa, Barcelona, 1988.
5
J. Habermas: Pensamiento postmetafísico, Edit. Taurus, México, 1990.

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LO P O S M O D E R N O E N L A E N C R U C I J A D A

que Lyotard celebrara en su conocida tesis sobre los «juegos lin-


güísticos», Habermas aparece dando un paso en al asunción de las
condiciones objetivas de la sociedad posmodernizada. Pero en el
mismo movimiento establece los límites de tal aceptación: tras la
apariencia de lo diverso existe la universalidad de las condiciones
que lo estipulan. La razón reaparece en sus características de uni-
versalidad que son tan caras a los deudores del pensamiento
kantiano.
De manera que el proyecto habermasiano, iniciado en Co-
nocimiento e interés para enfrentar el racionalismo de cuño posi-
tivista (al extremo de incluir dentro de éste a la dialéctica de Marx
y a la teoría de Freud), tratando de abrir a la pragmática histórica
con Pierce, y a la «comprensión» de los actos desde la dimensión
subjetiva de la intención del actor con Dilthey; aquel proyecto de
enfrentar a la razón congelada de los positivistas, se ha transfor-
mado en defensa racionalista ante lo que él considera el peligro
de una desfundación de lo universal adscripto a la razón. Las obras
de Habermas desde la instalación del auge posmoderno van todas
en esta dirección, más allá de que algunas de las últimas han me-
jorado la especificación del adversario y, por ello, la pertinencia
de los argumentos esgrimidos.
En El discurso filosófico de la modernidad la pluma estaba
menos afilada: allí Habermas pone en el mismo plano a Heidegger,
Nietzsche y Bataille, y a todos éstos con Foucault y Derrida. De
modo que se critica por igual a filósofos y ensayistas, y a aquellos
que fueron parte de la modernidad negativa (Heidegger, Nietzs-
che) en estado de modernidad no consumada, con los posestruc-
turalistas, deconstructores de la razón en una condición histórica
fáctica de consumación de tal disipación del orden racionalista,
con la modernidad en crisis y descomposición. Tal igualación de
posestructuralistas con críticos clásicos de la modernidad, se agrava
por el hecho de que todos están considerados bajo el amplio rótu-
lo de posmodernos, o al menos de «pivotes» conceptuales de aper-
tura a la posmodernidad.
Esta no-especificación de las diferencias entre los autores
discutidos y —sobre todo— la imposibilidad de explicar por qué
se los considera posmodernos (cuando Foucault o Derrida no han

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ROBERTO FOLLARI

aceptado serlo, ni creemos que teóricamente se les pueda adscri-


bir dicha tendencia),6 lleva a que la inmensa potencialidad argu-
mentativa del texto de Habermas (cuya crítica de Foucault es sin
duda minuciosa y —en algunos aspectos— demoledora) se pierda
en cuanto a los fines que perseguía de refutar explícita y específi-
camente a lo posmoderno.
Otro equívoco no menor sostiene el texto habermasiano: la
refutación de autores que él reclama como posmodernos parece
bastarle para exorcizar la condición histórico-cultural posmoder-
na. Es decir: parece interpretarse que se trata de una situación
intrateórica, y que la refutación de teóricos pudiese servir de me-
canismo de liquidación de la condición cultural en que dichos
autores basan su constitución como sujetos, así como el análisis y
contenido objetual de sus trabajos. Lo posmoderno no desapare-
cerá con atacar a los autores que se reclaman posmodernistas; por
la razón elemental de que lo posmoderno no existe por responsa-
bilidad de tales autores, sino que en todo caso ellos se sostienen
en la situación fáctica de la existencia de condiciones a las que
podemos dar nombre e interpretación diversificadas, pero que
son aquellas que se sintetizan en el apelativo de «posmodernas».
Lo cierto es que la insuficiencia del racionalismo clásico frente
al vendaval de pérdida de fe en las certidumbres, ha dado lugar a
la apelación a Habermas como modo de reaseguro. Es decir: ya
que el racionalismo apriorístico para el cual los valores derivaban
de la universal condición natural del hombre se ve en apuros para
sostenerse, la figura de Habermas ofrece una versión aggiornada
de esta posición. De manera que en un antagonismo que ha tendi-
do a polarizarse entre racionalismo versus críticos de éste, los
matices que diferencian a Habermas de positivistas y analíticos
han tendido a borrarse: la postura habermasiana es la actual res-
puesta generalizada al «irracionalismo» posmoderno.
Importa destacar que en su libro inmediatamente posterior,7
el autor alemán asumió una versión más precisa frente al tema. Si

6
R. Follari: Modernidad y posmodernidad: una óptica desde América Latina,
Aique/Rei/Ideas, Buenos Aires, 1990.
7
J. Habermas: Pensamiento postmetafísico, ob. cit.

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LO P O S M O D E R N O E N L A E N C R U C I J A D A

bien tal vez se trate de un texto menos brillante que el anterior,


está claro por fin quiénes son los posmodernistas: se habla de
Lyotard, de Rorty. Con claridad se establece la predilección por
Putnam, representante del retorno del referente y del anclaje del
lenguaje en lo real; la intemperie posmoderna lleva hacia el refu-
gio en posiciones tradicionales. Allí se establece que es cierto que
actualmente hay multiplicidad de apelaciones para la legitima-
ción en lo ético y lo político: lo cual es sin duda un avance de su
parte en el reconocimiento de lo real/social como fundante de la
discusión, así como en el de la característica dominante de esa
realidad en la actualidad. Pero no se abandona la tesis de la uni-
dad de la razón: ésta ofrece los criterios universales desde los cua-
les se juzga cualquier elección objetivamente existente de valores.
Los parámetros de la acción comunicativa en libre argumentación
con bases de sinceridad y no coacción servirán como criterio de
evaluación. En este sentido, Habermas produce una especie de
trascendental: no afirma —lo cual sería una ingenuidad que no
cabe en su pensamiento— que la acción comunicativa sea la base
de los contenidos axiológicos realmente existentes; más bien, pro-
pone que estos últimos serán legítimos sólo en la medida en que
sean capaces de resistir la prueba de someterse a tal acción comu-
nicativa como criterio. De modo que éste funcionaría como idea
reguladora para «tender hacia allí» y para, desde sus estipulacio-
nes, juzgar lo dado.
Estas filigranas conceptuales no son las que solemos encon-
trar en los racionalistas más tradicionales, para los cuales en algún
espacio del dibujo del mundo se leen los valores y los derechos
naturales. Ellos hallan en Habermas una última tabla de sostén,
pero obviamente no fijada tanto en la fidelidad al autor como en
la apoyatura táctica contra los criterios de la racionalidad instala-
da. Desde ese punto de vista, el filósofo germano opera objetiva-
mente como pivote último del polo del debate que se encuentra
en mayor estado de debilidad; debilidad que obviamente no exis-
te por alguna razón intelectual o intrateórica, sino por la abierta
oposición a la tendencia hegemónica en la cultura contemporá-
nea, tendiente al eclipse de las certidumbres «duras» y de las pre-
tensiones universales de validez.

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ROBERTO FOLLARI

Esos sectores expresados en la filosofía y en las ciencias so-


ciales, han insistido en presentar la cuestión como puro debate
conceptual, como que si la posible refutación teórica bastara para
exorcizar la realidad cultural posmoderna. Esto produce una es-
pecie de ahorro de recursos: si se trata de enfrentar una cuestión
intrateórica, naturalmente será más fácil que hacerse cargo de las
condiciones sociohistóricas que rematan en lo posmoderno. Es
más: así sería difícil escapar a la evidencia de que lo posmoderno
no es más que la continuidad exacerbada de lo moderno, su cul-
minación y cumplimiento, su «rebasamiento», como señala Vatti-
mo. Esto significaría asumir —cosa para nada común en el raciona-
lismo— la responsabilidad que le cabe al proyecto moderno de
progreso, futuridad y dominio técnico, en su propia crisis de legiti-
midad, y la presente inversión paradójica de sus efectos culturales.
Pero el equívoco resulta más hondo: de él pareciera despren-
derse que la realidad depende de las posiciones teóricas, las cuales
«segregarían» efectos políticos. Es decir: todos sabemos que la
teoría tiene relación con la realidad política, pero ello es diferente
a creer, idealistamente, que la teoría deduce desde sí realidad, ya
que esto es un presupuesto ingenuo incapaz de comprender las
condiciones sociales de mediación de efectos políticos. No es que
haya existido nazismo porque hubo teorías que tuvieron como
base la idea de superioridad de la raza aria: éstas fueron un factor
constituyente/constituido de la situación global, en la cual ele-
mentos económicos, culturales e ideológicos estuvieron conjuga-
damente operando. De modo que no basta con exorcizar las teorías
pronazis para que desaparezca la amenaza del totalitarismo de
derechas: más bien hay que construir las condiciones sociopo-
líticas que hagan improbable tal irrupción.
Si pensamos en discutir esas condiciones socioculturales glo-
bales, no es de despreciar el desarrollo que la inicial Escuela de
Francfort hiciera al respecto, invirtiendo la ecuación convencio-
nal: es el racionalismo que sustenta la racionalidad instrumental
el que ha dado lugar al nazismo; forjando un mundo desencanta-
do y tedioso (el mundo de la administración total de la vida y de
los afectos) se han dado las condiciones para una perversa esteti-
zación de la política, para un retorno de lo expresivo dado en las

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LO P O S M O D E R N O E N L A E N C R U C I J A D A

manifestaciones de masas y en los símbolos de la raza y la nacio-


nalidad.
Tesis que reconoce un antecedente ilustre como Husserl: en
su célebre Krisis deslizó con claridad que el abandono neopositi-
vista de los temas fundamentales para el hombre por parte de la
filosofía, daba por resultado un necesario apego a fórmulas mági-
cas respecto a los acápites truncos: la muerte, el sentido, el para
qué de los actos, que habían sido considerados «falsos problemas»
propios de un lenguaje sin significado, retornaban como aquello
que el hombre ansiaba resolver. Una razón escuálida cuya única
función sea legitimar la ciencia y su discursos neutro, es una razón
impotente que deja a sus adversarios la palabra válida sobre los
temas centrales que interesan a los hombres. El resultado —señala-
ba Husserl— estaba a la vista en la época de los treinta: avance de
las propuestas teluristas y racistas como salida para la soledad y el
sin-sentido de la existencia.
Es que Alemania no era un país cualquiera de Europa: allí la
revolución burguesa se dio con tardanza. No es casual que sea la
filosofía alemana la que en diversas épocas enfatizó el tema del
ethos, la que dio lugar al romanticismo, la que abrió el espacio de
la razón —por vía del idealismo absoluto— a todo aquello que
clásicamente era considerado ajeno a ella: voluntad, historicidad,
representación inmediata. Fue Alemania la que produjo a Goethe
y a Hegel, y ya en nuestro siglo a la síntesis elaborada por Max
Weber; una sociedad de modernidad tardía, de tinte campesino,
históricamente renuente a la urbanización y lo cosmopolita, una
sociedad donde el «camino del campo» sugerido por Heidegger
podía resultar una interpelación colectiva. Una sociedad que era
sensible al pensamiento antimodernista, que enfrentaría al positi-
vismo y a la industrialización propias del avance capitalista.
Estaba allí el suelo cultural desde el cual una posición reac-
cionaria podía encontrar arraigo. Desde ya, cabe advertir la dife-
rencia con la condición posmoderna: ésta requiere la modernidad
cumplida, implica la existencia de una tecnología avanzada, go-
bernada por la computación y el video, más la televisión satelital
y la robótica. Una situación prácticamente opuesta a la de la
premodernidad que obró como fuente de sustentación de la posi-
bilidad de enraizamiento del nazismo.

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ROBERTO FOLLARI

Los teóricos nacionalsocialistas mostraron una gran habili-


dad: no resultaron simplemente antimodernos. La idea del retor-
no al pasado desde el punto de vista político podía tener buen
valor de choque desde la oposición, pero escasa capacidad de in-
terpelación para un proyecto de gobierno. De manera que surgió
una corriente de «modernismo reaccionario»:8 se trató de conju-
gar en el discurso —produciendo una síntesis nueva, con fuerte
tensión interna— la vuelta al pasado, la raza, la sangre y la tradi-
ción, con la apología de la industrialización y de la máquina.
Es sabido que una formación discursiva siempre es pasible
de recomposiciones y reacomodos: sólo en la idealidad una ideo-
logía compone una unidad de límites especificados y precisables
para siempre. De manera que lo realizado por los teóricos del
nazismo fue una reapropiación de la tradición cultural alemana
antimoderna, con el fin de sostener la posición antiliberal y anti-
comunista, así como la antisemita asociada al desprecio por el
capital financiero, el cálculo y la ética mercantil. La nueva síntesis
fue —entonces— una composición discursiva que retomaba ele-
mentos clásicos de la cultura alemana, puestos a la razón univer-
salista, percibida como abstracta, débil, descorporeizada y vacua;
pero a la vez asumía la necesidad de la industrialización y de la
guerra, y por ello se alejaba de todo retorno bucólico a las condi-
ciones del mundo campesino, para proponer un camino de sangre
y fuego, de músculo y potencia, que endiosaba a la máquina y que
mostraba la industrialización como el proceso mediante el cual la
raza aria realizaba su destino histórico de privilegiada grandeza.
Tenemos entonces el talante de un «romanticismo de acero»
opuesto al bucolismo campesinista, pero a la vez reaccionario.
Una modalidad de rechazo de la Ilustración, del legado democrá-
tico, de la ciencia y del intelecto. Ataque a la mente en nombre del
alma, al cálculo en nombre del espíritu, se trataba de recuperar la
«bestia de caza» que habitaría en cada ario debajo de aquello que
ha sido alisado por la civilización. Oponiendo cultura a civiliza-
ción —según un venerable legado de la tradición alemana—, se

8
J. Herf: El modernismo reaccionario (tecnología, cultura y política en Weimar
y el Tercer Reich), Fondo de Cultura Económica, México, 1990.

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LO P O S M O D E R N O E N L A E N C R U C I J A D A

trataba de pasar por encima de la mediación intelectual para recu-


perar una voluntad férrea y primera. Desde allí, la política se ve-
ría como continua en este ejercicio de la voluntad; para Spengler,
el socialismo sería «poder, poder y más poder».9
Una de las versiones más extremas de esta tendencia es la que
representó Ernst Jünger: celebración absoluta de la guerra, este-
tización de la muerte y la batalla. Uno de los intelectuales —como
Spengler— que abrieron el camino conceptual hacia la imposi-
ción de la ideología cristalizada en el nazismo. La lectura de sus
textos sugiere la orgía de sangre como especie de redención y
vuelta a una elemental energía adscripta a la naturaleza. «Una ba-
rricada de artillería era una tormenta de hierro, una bomba que
explotaba un huracán de fuego». Y, continuando, expresiones como
ésta: «Presencié la carnicería[...] como si estuviera en la primera
fila de un teatro».10
Ciertamente, el «irracionalismo» implica aquí rechazo del
legado iluminista, de toda la tradición del pensamiento democrá-
tico, y aun de la ciencia y la modernización. Sin embargo, el culto
a la máquina no dejó nunca de estar presente: toda una línea de
revistas y publicaciones de ingenieros que ligaban la tradición ale-
mana al avance tecnológico se desplegó en las décadas de los años
veinte y treinta. Jünger mismo se refería a la máquina en términos
que la ligaban a la guerra, al músculo, a la virilidad; de modo que
la curiosa síntesis entre reacción cultural y modernización tecno-
lógica quedaba sellada, y ofrecía al pensamiento conservador la
posibilidad de articularse coherentemente en un proyecto políti-
co de interés para la burguesía industrial alemana, a la vez que
ofrecía un futuro de competitividad con los países a los que cultu-
ralmente se denostaba como decadentes e inferiores.
Podemos entonces finalizar esta caracterización del pensa-
miento instaurado en Alemania que desembocó en el nacionalso-
cialismo, señalando que
[...] el aspecto realmente característico y peligroso del nacio-
nalsocialismo era su mezcla de una modernidad robusta y

9
Ibídem, pp. 117-118.
10
Ibídem, p. 159.

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una postura afirmativa hacia el progreso combinadas con


sueños del pasado: un romanticismo altamente tecnológico.11
Es decir, un tecnologismo progresista en cuanto a lo industrial, y
reaccionario en lo cultural, como hemos dicho: combinación alta-
mente explosiva porque permitía el surguimiento de un proyecto
económico, a la vez que aparecía como una invitación a la revolu-
ción cultural. El reaccionarismo no resultaba una amarga invita-
ción a restaurar pasados, sino un llamado vociferante a la ruptura
con la mediocridad burguesa, con el apoltronamiento cómodo de
la clase media, con lo convencional impuesto. El tono altisonante
de la llamada implicaba la idea de una ruptura cultural frontal, la
instauración de un corte con la decadencia supuesta en valores
como racionalidad, tolerancia, ética de la responsabilidad. Lla-
mado al enfrentamiento, a un apocalipsis purificador, al absoluto
encarnado en la guerra, la muerte, la violencia, la imposición; la
férrea voluntad no mediaba por lo que se entendía como medio-
cridad del intelecto.
Volvamos entonces ahora al talante posmoderno para adver-
tir las eventuales cercanías, planteadas por los racionalistas. Hay
también allí un abandono de las tesis de la Ilustración: progreso,
valor de la ciencia, primacía del intelecto. Una versión superficial
podría advertir en ello un paralelismo de posiciones, establecido
en sentido estricto.
La relación con la Ilustración para el posmodernismo es me-
nos lineal. En realidad, no se trata de dejar afuera la Ilustración,
sino de «superarla». Lo posmoderno implica el rebasamiento de
la modernidad; por ello es feliz la denominación «sobremoderni-
dad» a la que ha apelado Marc Augé.12 No estamos instalados
ante un rechazo, ante una especie de «antimodernidad», sino más
bien ante la modernidad asumida y plenamente cumplida, por
ello advertida en sus límites en tanto dada por supuesta. De modo
que los valores de tolerancia propuestos en la democracia repre-
sentativa son, incluso, exacerbados, llevados al plano primero,

11
T. Mann: Essays (Band 2), citado en J. Hert, ob. cit., p. 19.
12
M. Augé: Los «no-lugares». Espacios del anonimato. (Una antropología de
la sobremodernidad), Edit. Gedisa, Barcelona, 1993.

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por la condición posmoderna. Toda la justificación del valor de


esta época por parte de autores como Vattimo13 y Lyotard,14 apela
a mostrar que la modernidad habría sido intrínsecamente violen-
ta y dominadora, tendiente a la imposición totalitaria; por ello,
sería valiosa la instalación de una pluralidad de juegos de lengua-
je, así como de diferenciados mecanismos y contenidos de legiti-
mación en la actual situación epocal.
Como se advertirá, en ambos casos el rechazo de la moder-
nidad se da por razones opuestas: para el totalitarismo pronazi se
trataba de atacar la falta de agresividad, de vigor, de capacidad de
imposición y dominio que sería propia del legado moderno. Para
los posmodernistas, hay que superar las tendencias al dominio y a
la imposición ínsitas en la modernidad. En un caso, el retorno a la
fuerza sin mediaciones; en el otro, la creencia de que lo moderno
no tiene déficit de dominación, sino exceso de ella. En ambos
casos, pero por razones diametralmente opuestas, se advierte que
la modernidad arrastra un lastre de desvitalización interno a la
intelectualización representada de manera paradigmática en la
división mente/cuerpo propuesta por Descartes.
¿Qué se opone —en cada caso— a la preminencia cognitivis-
ta propia de la modernidad? Ya lo hemos advertido en los autores
que desembocaron en el nazismo: la celebración generalizada de
la raza, la tradición, la sangre y el enfrentamiento violento. La
tradición étnica o nacional excluyente, definida según un ethos
fuera del cual los sujetos son entendidos como traidores a aquello
que esencialmente les correspondería como «el» comportamiento
adecuado.
Nada tiene que ver con esto la impronta posmodernista.
Gusto por el retazo, por el fragmento, «guerra al todo» (Lyotard),15
se trata de la apertura a un pluralismo de hecho, a la diversidad de
los puntos de vista. Contra el Uno de la tradición, la verdad con
minúsculas y adecuada al uso de cada sector social. Contra el én-

13
G. Vattimo: El fin de la modernidad. Nihilismo y hermenéutica en la cul-
tura posmoderna, ob. cit.
14
J. F. Lyotard: La condición posmoderna, Rei, Buenos Aires, 1987.
15
J. F. Lyotard: La posmodernidad (explicada a los niños), ob. cit.

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fasis totalitario, final del entusiasmo,16 ocaso del encantamiento.


Contra el llamado grandilocuente, el retorno a lo pequeño. Con-
tra la ansiedad por la guerra y el poder, el ponerse fuera de la
égida de éstos. Contra la intolerancia fundamentalista, la toleran-
cia generalizada y múltiple.
El contraste no puede ser mayor. Lipovetsky celebra lo pos-
moderno como realización plena del legado moderno de indivi-
dualización;17 más allá de lo acertado o no de su diagnóstico teó-
rico, apunta a lo democrático, al mundo de elección a la carta, a
lo light y lo cool posmodernos. ¿Acaso hay alivianamiento en las
posiciones pronazis? ¿Acaso proponen la libre elección personal?
¿Hay en lo posmoderno preminencia de morales duras, de exi-
gencias homogeneizantes y esencialistas? ¿Qué tiene que ver lo
posmoderno con el culto de la guerra, si es la llamada al ocaso de
las convicciones fuertes en nombre de las cuales las guerras pue-
den sustentarse?
Dicho lo anterior, la conclusión se hace evidente: la asimila-
ción entre «irracionalismos» es por completo insostenible; lo pos-
moderno carece de todo punto de contacto o filiación con el pen-
samiento del totalitarismo de derechas. Más bien es su contracara,
en la medida en que supone valores que repugnan por completo a
tal totalitarismo.
Pueden señalarse, por cierto, ciertas continuidades posibles
entre lo moderno y el reaccionarismo que quiere reinstituir lo
premoderno. La violencia, el culto del progreso y de la máquina,
el proyecto colectivo en nombre del cual subordinar la subjetivi-
dad, la primacía de la técnica. Por supuesto, estamos lejos de cual-
quier homologación entre ambos legados: sus apelaciones teóri-
cas son muy diferentes, tanto como muchas de sus consecuencias
de hecho. La simple licuación de la diferencia entre Ilustración y
totalitarismo (como planteara de modo célebre la primera Escue-
la de Francfort, y luego Foucault), resulta sumamente peligrosa;
parece llamar a la dictadura, suponiéndola equiparable a la de-

16
J. F. Lyotard: El entusiasmo, Edit. Gedisa, Barcelona, 1993.
17
G. Lipovetsky: El imperio de lo efímero. La moda y su destino en las socie-
dades modernas, Edit. Anagrama, Barcelona, 1990.

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LO P O S M O D E R N O E N L A E N C R U C I J A D A

mocracia representativa. A pesar de las obvias limitaciones de ésta,


los latinoamericanos conocemos lo que sucede si desaparecen las
garantías institucionales, cuál es el resultado de las interpelacio-
nes de la extrema derecha: liquidación física de opositores, elimi-
nación de toda oposición.

EPISTEMOLOGÍA MINIMAL

Quizás el campo epistemológico sea aquel en que se patenti-


cen con más evidencia las distancias entre las posturas totalitarias
y las que lleva adelante el posmodernismo o —mejor— aquellas
que son fruto objetivo de la condición social posmoderna en la
que se desarrollan.
Nadie se sorprendería si afirmamos que no hay epistemolo-
gía de extrema derecha: en tanto ésta deja fuera el legado del
iluminismo y enfrenta a la razón como modo de debilitamiento
de la voluntad y del ethos, no hay lugar para la afirmación de la
ciencia como valorable. Por tanto, tampoco viene al caso la epis-
temología, cuya finalidad es legitimar a la ciencia, en tanto discur-
so de «segundo orden» respecto a ella.18
Por esto aquí la «dureza» en las posiciones queda monopoliza-
da prístinamente por el racionalismo moderno. Desde el formalis-
mo logicista del Círculo de Viena al popperianismo falsacionista; y
desde ellos hasta restauradores del orden como Lakatos o Putnam,
no es difícil encontrar toda una línea de defensa de principios a
priori y de la imposición de una filosofía de la ciencia prescriptiva,
normativa, que propone —frente a la ciencia realmente existen-
te— modelos a los que las prácticas debieran adecuarse.
Este intento por sostener una justificación de la ciencia por
vía de su remisión a modelos preexistentes y dibujados desde la
filosofía, encontró su punto de crisis con la obra de Thomas Kuhn.19
Con ella quedó plasmada la idea de que no se trata de imponer a

18
W. Stegmüller: Estructura y dinámica de teorías, Edit. Ariel, Barcelona, 1983.
19
T. Kuhn: La estructura de las revoluciones científicas, Fondo de Cultura
Económica, México, 1989; Qué son las revoluciones científicas y otros ensayos,
Paidós/I.C.E., Barcelona, 1989.

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ROBERTO FOLLARI

los científicos estándares a priori acerca de lo que la ciencia debie-


ra ser, sino de asumir las condiciones sociales e históricas en que
de hecho ellos desarrollan su actividad.
Pero la historia no se deja encasillar en la lógica o la pura
deducción, de manera que para los autores logicistas se la ha en-
tendido como a-racional, habitualmente lisa y llanamente «irra-
cional». Evidentemente, en la tarea científica operan factores que
poco tienen que ver con la lógica de la investigación como tal:
posibilidades de financiamiento, poderes políticos, sociales o inter-
nos a la comunidad disciplinaria; estados de ánimo de los investiga-
dores y sus auxiliares; conocimiento personal de otros investigado-
res que influyen las propias ideas; tendencias ideológicas en boga
en un momento dado, etc. El tener en cuenta estos aspectos de
alguna manera —como lo hace Kuhn, aunque no disponga de una
teoría de lo social para explicar sistemáticamente tales cuestio-
nes— deja fuera toda posibilidad de reducir lo científico a sus
determinantes internos, abstraídos en una empresa verdaderamente
platónica por parte de los deudores de la tradición abierta al neo-
positivismo.
En un texto anterior hemos desarrollado largamente la tesis
de que lo racional no puede ser asimilado a lo voluntario o lo
intencional, al fruto o al procedimiento del cálculo, según hizo la
tendencia hegemónica de la modernidad.20 De manera que lo cien-
tífico no sería menos racional por abrevar de la experiencia hu-
mana en sus determinantes políticos o de personalidad: la idea
robótica de sujetos puramente epistémicos e incontaminados, que
dejaran fuera los malos condicionantes del contexto de descubri-
miento, es ella misma no racional, en cuanto pretende una condi-
ción del hombre ajena a sus reales posibilidades fácticas de exis-
tencia, siendo sólo una ficción ideal presentada como prototipo
de la evidencia.
Por ello las actuales tendencias en epistemología resultan muy
ilustrativas. Mientras desde el racionalismo se pretende asumir el
monopolio de la legitimidad del legado democrático y pluralista

20
R. Follari: «La restauración racionalista, o el miedo a la intemperie», en
Posmodernidad, filosofía y crisis política, Aique/Rei/Ideas, Buenos Aires, 1993.

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occidental, haciendo desde allí imputaciones al «irracionalismo»


posmoderno como base de posibles fundamentalismos antidemo-
cráticos,21 en los hechos las posiciones hard, principistas y norma-
tivizantes, están todas afirmadas desde ese mismo racionalismo.
No puede ser de otro modo si asumimos que Derrida es de-
construccionista, y que por ello su pulverización del logos está
exactamente en las antípodas del racismo o el nacionalismo para
los cuales en la raza o la tradición se encuentra alguna esencia en
la que lo colectivo subsume a cada sujeto; o Vattimo propone el
pensamiento débil, sin énfasis, como propio de la época, opuesto
por completo al estilo grandilocuente en que los totalitarismos
buscan fijar su propio discurso. No hay punto alguno de conver-
gencia, que no sea aquel en que los racionalistas pretenden una
exterior asimilación.
De modo que la crítica posmoderna a la intolerancia y el
rigorismo modernos, el ataque a la dominación ínsita en el logos,
la lucha contra la dominación por la vía de las certidumbres y la
apelación a la razón como fundamento, resultan ignoradas, en
nombre de una noción vaga según la cual habría una relación ne-
cesaria entre crítica al lugar de la razón occidental y totalitarismo
mesiánico.
Lo ocurrido en filosofía de la ciencia con posterioridad a Kuhn
resulta ilustrativo: estamos ante una epistemología donde «lo pe-
queño es hermoso», donde ha desaparecido la normativa para
ceñirse al análisis del detalle y los meandros de la historicidad
concreta, donde se busca desentrañar la ciencia realmente exis-
tente sin anteojeras previas, donde el análisis social de las condi-
ciones de producción, distribución y utilización de lo científico
dejan fuera consideraciones a priori o modelos ideales.
Por una parte se encuentra el «programa fuerte» en sociolo-
gía de la ciencia de la Escuela de Edimburgo (Barnes, Bloor), por
la otra, los denominados «estudios de laboratorio». Para la prime-
ra, el análisis de lo científico debe abandonar toda idea de lo so-
cial como obstáculo para el conocimiento: en las investigaciones
dadas como exitosas hay tanto determinante social como en las

21
Ibídem. Se hace referencia directa a algunos autores que sostienen esta tesi-
tura.

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ROBERTO FOLLARI

dadas por fracasadas. A su vez, los estudios de laboratorio llevan


al extremo el relato del detalle de la producción científica: mues-
tran, por ejemplo, de qué manera la formación educativa o reli-
giosa de un investigador ha condicionado sus tomas de posición
(por supuesto, incluso en las ciencias duras); o cuáles fueron los
condicionantes en una polémica teórica, de acuerdo a los lugares
de los actores dentro del sistema científico.22
Se trata de una epistemología del detalle, sin pretensiones
universales y sin búsqueda de un metadiscurso justificador de la
ciencia. Se trata simplemente de mostrar cómo lo científico fun-
ciona, de abandonar la pretensión de dictado de normas y del lugar
prescriptivo que fija qué sería aceptable y qué no. Un deseado mini-
malismo, un narrativismo de lo que es la empresa científica.
Ha desaparecido la búsqueda impositiva del justo modelo,
de cuál es la teoría suficientemente justificada, del a priori que
decidía qué resultaba aceptable y qué no y de dónde empezaba la
pseudociencia. No es que ésta haya dejado de existir: pero su legi-
timación o deslegitimación depende de la comunidad de científi-
cos (comunidad obviamente conflictiva, para nada armónica o en
conjunción de intereses) y no de los dictados de la filosofía de la
ciencia.
Lo posmoderno produce como efecto epistemologías abier-
tas y plurales, sin prescripción. Sólo una gran ceguera podría de-
jar de advertir que en este supuesto «irracionalismo» ajeno a una
razón vacía se está muy lejos de potenciales rasgos totalitarios. La
dureza, la prescripción, la intención de sujeción a lo Uno, quedan
en manos de la epistemología tradicional: de manera que este
ámbito es quizá uno de aquellos en los que con mayor claridad se
exprese hoy la característica de lo posmoderno; un talante light
que resulta inconfundible con cualquier retorno a «romanticis-
mos de acero» o celebraciones del rito de la sangre como reden-
ción patriótica. La abismal distancia entre una y otra formación

22
A. Ambroggi: «El programa filosófico de los estudios sociológicos», mimeo,
Coloquio Ciencia y Sociedad, Rosario, 1994; C. Prego: Las bases sociales del
conocimiento científico (la revolución cognitiva en filosofía de la ciencia), Cen-
tro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1992.

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discursiva no admite ningún tipo de asimilación que no sea inte-


resada y teóricamente imposible de sostener.

2. INFLEXIÓN POSMODERNA: FINAL DE FIESTA


La primera literatura sobre la posmodernidad resultaba apoteósi-
ca al estilo Vattimo o Lyotard; o bien buscaba permanecer en un
plano más escuetamente descriptivo, tal como sucediera con el
primer libro de Gilles Lipovetsky.23 Los primeros, con modalida-
des muy diferenciales entre sí, planteaban la llegada a un espacio
en el cual la diferencia habría hallado por fin posibilidad de aten-
ción. Así, la perspectiva de Vattimo expresada en términos filosó-
ficos ontológicos (sin acudir a la ciencia, propia de la modernidad
rebasada), era la de un horizonte histórico epocal sumamente pro-
misorio: por fin desaparecería la tensión hacia el progreso infini-
to y la futuridad que empaña todo presente, finalmente el modelo
de lo artístico y lo estético se harían hegemónicos en la trama
social, la tolerancia acabaría con la tendencia al totalitarismo pro-
pia de la dureza ordenatoria del pensamiento racionalista hege-
mónico en la modernidad.24
Por su parte, Jean-Francois Lyotard se enfrascaba en una equí-
voca polémica con Jürgen Habermas. Mientras este último busca-
ba exorcizar los cambios históricos con apelaciones idealistas al
pasado (proclamando que la modernidad está inconclusa, busca-
ba restaurar su valores, ya mayoritariamente abandonados),25 el fi-
lósofo francés insistía en declarar que la violencia moderna había
culminado en Auschwitz, y que por lo tanto se había abierto otra
etapa definitivamente instalada, diferente. En ella se harían reali-
dad el legado de las vanguardias, la estetización de su existencia, su
capacidad de oposición a lo convencional, a lo rígido y esclerosado
por los estrechos marcos del racionalismo cognitivista.26

23
G. Lipovetsky: La era del vacío, Edit. Anagrama, Barcelona, 1986.
24
G. Vattimo: El fin de la modernidad. Nihilismo y hermenéutica en la cul-
tura posmoderna, ob. cit.
25
J. Habermas: «La modernidad, un proyecto incompleto», en H. Foster: La
posmodernidad, Edit. Kairós, Barcelona, 1986.
26
J. F. Lyotard: La posmodernidad (explicada a los niños), ob. cit.

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ROBERTO FOLLARI

Por cierto, la posición de Lyotard, de festejo por la llegada


de la nueva condición social, siempre ha llamado la atención por
algunas equivocidades. Por ejemplo, la permanencia de la idea de
crítica (propiamente moderna) en su discurso, sin discusión algu-
na acerca de sus posibilidades y reconversión en lo posmoderno.
Si lo crítico permanece, como también nosotros sostenemos, de-
bemos en todo caso refundar su cauce y su modo de ejercicio. Lo
mismo vale —y de hecho le está asociado— en la cuestión relativa
a las vanguardias artísticas: es muy sabido que lo posmoderno
surgió dentro del campo estético, ligado precisamente a la noción
de final de las vanguardias y de búsqueda del pastiche, de retorno
paródico al pasado.
Esta especie de lectura sintomal que podríamos asumir sobre
Lyotard (recordando aquel —en su momento— célebre concepto
de Althusser),27 nos lleva de inmediato a la evidencia de que lo
posmoderno ha estado desde el primer instante signado, por una
parte, por lo polémico y, por la otra, por la equivocidad concep-
tual. En realidad, ambos aspectos están intrínsecamente ligados
entre sí.
En dicho contexto, Lyotard no ha podido evitar la tentación
de una versión apologética de lo posmoderno, para enfrentar la
tendencia detractora, presente desde la izquierda más o menos
esclerosada, hasta la derecha tradicional y esencialista; pasando
también por los diversos ropajes del racionalismo escandalizado
por la súbita pérdida de las evidencias.
Dada tal situación, nos encontramos con un discurso que
defiende lo posmoderno con algunas armas que son visiblemente
propias de la modernidad, tales como la capacidad de transgre-
sión vía de lo estético, de lo acontecimental, de lo fragmentario y
localizado. Como buen posestructurista que fue, Lyotard cree en
rupturas, en el instante, en el final de la monotonía de la dura-
ción: de manera que se instala en las esperanzas típicamente mo-
dernas de negación, o al menos se muestra reacio a tematizar aque-
llo en que su búsqueda de ruptura deja de coincidir con el talante
posmoderno, predominantemente adaptativo.

27
L. Althusser: Para leer El Capital, Edit. Siglo XXI, México, 1969.

140

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LO P O S M O D E R N O E N L A E N C R U C I J A D A

Por su parte, Lipovetsky se dio a conocer con un libro que —si


bien era una recopilación de una variedad de artículos— pudo dar
una especie de descripción sociológica de lo posmoderno suma-
mente útil.28 Sin demasiada apoyatura teórica, el texto logró sin
embargo algo muy diferente a los Vattimo o Lyotard; por una par-
te, no asumía una defensa rígida de la nueva situación cultural, no
era celebratorio. Por otra, se trataba no de una sesuda interpreta-
ción transempírica del fenómeno —aún insuficientemente recono-
cido— sino más bien de una exploración con el fin de determinar
sus características de manera descriptiva. Así pudimos pensar en el
«narcisismo cool», en los «procesos de personalización», en el mun-
do «psi», en fin, en el conjunto de características que hoy —una
década después— resultan fácilmente enumerables, pero que en-
tonces apenas se desdibujan, a las que no encontrábamos una con-
figuración de conjunto que les diera sentido y que nos permitiera
una brújula conceptual para dar cuenta de la cuestión.
Pudimos por fin poner algo de anclaje en la polémica, salir
de la teoría abstracta para advertir los rasgos concretos de la nue-
va situación. De modo que de esto resultó un avance decisivo para
la intelección del fenómeno.
La deriva posmoderna había comenzado básicamente en la
celebración: por fin un lugar a la pluralidad y la tolerancia, un
lugar para el instante, final del teleologismo moderno. Los discur-
sos que festejaban la llegada de una época que abandonara los
males modernos mostraban todavía falta de horizonte histórico
para pensar su propio objeto. No de otra manera pueden enten-
derse las aporías en que se debate Lyotard: autor proveniente de
la tradición crítica, con fuerte impronta del marxismo, sólo hace
visible aquel lado de la nueva situación que resulta coherente con
sus propias expectativas. De manera que la liquidación del todo,
el ataque a lo totalitario, le parecen lo central: la pérdida de capa-
cidad para reconstruir lo político, el apoltronamiento en la diná-
mica consumista, el abandono de la crítica, el ablandamiento del
compromiso ético, no son advertidos; ello pondría en cuestión la
recepción positiva de la nueva condición.

28
G. Lipovetsky: La era del vacío, ob. cit.

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ROBERTO FOLLARI

Por eso, no deja de ser de interés la posterior dinámica de la


obra de Lyotard. O mejor, cabría decir su estática: permanencia
inicial en la celebración lisa y llana y, luego, ante la evidencia de
que no estamos en la época del acontecimiento creativo ni en la
de la tolerancia universalizada, un silencio cada vez mayor. Se
diría que el autor francés se quedó sin repertorio: cuando se hizo
evidente que había mucho de aquello que él se negaba a advertir
en lo posmoderno, el tono celebratorio dejó de guardar sentido.
Las vanguardias están enterradas, la capacidad crítica adormeci-
da, el acontecimiento subvertor de costumbres es un ejercicio ex-
traño ante el talante tibio de la experiencia. No estamos en el
mejor de los mundos, ni se realizaron las promesas sobre el final
del totalitarismo. La guerra asola, por razones étnicas y cultura-
les, desde Bosnia a Chechenia y Rusia, y la persecución a los kurdos
permanece en Turquía. Ya no tiene sentido reiterar los mismos
asertos teóricos insistentemente, menos aun si la realidad los con-
tradice. Por ello, hay un agotamiento de lo que Lyotard produjo
como autocomprensión de esta condición epocal.
Vattimo no ha perdido —en cambio— la capacidad de pro-
ducción discursiva:29 nuevos libros, escritos o recopilados por él,
han inundado el mercado. Esto no ha sido muestra, sin embargo,
de que tenga algo decisivamente nuevo que decir. Su obra empie-
za a mostrar signos evidentes de reiteración y agotamiento; el
talante celebratorio comienza a chocar con una realidad en la cual
los massmedia no son precisamente una ayuda a la autoconcien-
cia social y a la mutua intercomunicación entre lenguajes diferen-
ciados. La profecía —más apologética que en Lyotard— no pare-
ce cumplirse, de modo que Vattimo vira hacia su «piedad por los
despojos» del pasado, hacia una despedida permanente que es clara
en aquello que rechaza de la modernidad, pero mucho menos en
lo que apologiza de la actualidad. Su pensamiento comienza a ser
excesivamente apegado a la aceptación de lo existente, cuando
justamente de lo que se trata es de dar por cerrado el momento
inicial, de comenzar a ahondar en lo que hoy nos está ocurriendo.

29
De ella han adquirido notoriedad algunos trabajos como La sociedad trans-
parente y La secularización de la filosofía.

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LO P O S M O D E R N O E N L A E N C R U C I J A D A

Con la modernidad consumada, no tiene sentido comparar la ac-


tualidad con ella: se trata ahora de saber qué puede decirse sobre
lo posmoderno sin contraste permanente con lo moderno, mucho
menos con una versión complaciente de dicho contraste.
Vattimo muestra señales de agotamiento discursivo que no
dependen de su calidad como filósofo (es un exégeta preciso de
las obras de Nietzsche y de Heidegger, en las que busca apoyar la
suya propia), sino de la condición del ser social mismo en que se
inscribe su discursividad. Acabó la sorpresa, la novedad. Estamos
ya en condición de instalados, más precisamente en este tiempo
vertiginoso en que todo lo sólido se desvanece en el aire con bas-
tante más velocidad que en el siglo XIX. Insistir en el valor de
mirar hacia el pasado con un dejo irónico poco nos dice acerca
del presente. Ya no requerimos ni diagnosticadores como en su
momento lo fuera Lipovetsky, ni tampoco apologetas como Lyo-
tard o Vattimo. Estamos en el momento de hacernos cargo de lo
ya dado, de una situación en acto, ya asumida, ya consolidada,
que no puede legitimarse por su sola remisión a la comparación
con un pasado que será visto con nostalgia o con rechazo. Ya esta-
mos en lo posmoderno, lo vivimos como habitualidad, su hori-
zonte es el que respiramos cotidianamente. Terminó el comienzo
de la época ya superamos los umbrales de entrada.
Esto explica también el curioso giro de la obra de Lipovetsky.
De la descripción intentó pasar a la teorización, y así recibimos El
imperio de lo efímero. Largo y repetitivo texto sobre la emergen-
cia de la moda en Occidente, busca presentar a ésta como disposi-
tivo de poder no coercitivo, que adelantaría de esa manera las
tendencias que asumiría el poder en general al rebajarse la moder-
nidad. La moda como generadora de futuro: en ella se advertiría
que la tendencia iluminista a la individualización hallará su plena
realización en la posibilidad del consumo generalizado. Cada uno
a su gusto, en miles de detalles diferenciados, podemos vestirnos
a nuestro antojo, como podemos hoy elegir entre cientos de mar-
cas de perfumes, de horarios de cine, de usos de canales televisi-
vos, de opciones turísticas. Esto lleva al autor a entender que esta-
mos ante un gran avance de los márgenes de la libertad; ahora
podemos hacer nuestra vida exactamente a la medida del deseo

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ROBERTO FOLLARI

personal. Podemos diferenciarnos permanentemente. Disponemos


de un amplísimo repertorio a la carta que nos permite la constan-
te variación.
Conocimos así un nuevo Lipovetsky sorprendentemente tri-
vial, que se permitía con una búsqueda no siempre lograda de ele-
gancia expresiva, intentar convencernos de que vivimos una situa-
ción que es tributaria plena del legado de la Ilustración. Contra
racionalistas tradicionales y habermasianos, se sostiene la existen-
cia social de lo posmoderno, así como una valoración positiva de
esto; contra los posmodernistas Vattimo o Lyotard, se propone lo
posmoderno como continuo con lo moderno, como la profundiza-
ción de la individualización surgida de la noción del cuidadano y de
los derechos del hombre de la época de la revolución francesa.
Poco importa a nuestro autor que para la modernidad la ca-
pacidad de discernimiento consciente fuera consustancial a la no-
ción de libertad. Tampoco parece advertir que el número excesi-
vo de opciones deja fuera la posibilidad de discriminación, de modo
que «elegir» entre treinta canales de televisión da lo mismo que
entre cincuenta o cien. El autocentramiento del sujeto tampoco
parece ser una cuestión de importancia, de modo que será un
hecho de libertad el ser condicionado desde la publicidad o el
dejarse llevar por la impronta epocal de desinterés por los com-
promisos. Realmente, el texto no problematiza sino que ejerce
una redundante retórica sobre los bienes de esta época sedicente-
mente democratizadora, en tanto ajena a las tendencias autorita-
rias propias de la modernidad. Interminables páginas sobre la «per-
sonalización» continuadora de la Ilustración hacen al mundo de
la televisión un inesperado deudor de las búsquedas de Kant so-
bre la superación de la condición autoculpable del hombre por
vía de la razón. Lipovetsky practica una abierta apología de la
época, filosóficamente poco fundada y sin matices, pero sosteni-
da con abundante material descriptivo que hace su posición me-
nos abstracta que la que para entonces se leía en otros epígonos
de lo posmoderno.
El tipo de interpretación ensayado por el autor es continua-
do luego en El crepúsculo del deber. La época de la democratiza-
ción y la igualación de posibilidades desemboca en la liquidación

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LO P O S M O D E R N O E N L A E N C R U C I J A D A

de la moral fuerte y de los fundamentos sistemáticos. Una moral


situacionista pura permite estar a cada uno a la altura de sus posi-
bilidades y gustos; evita la tensión operada por el deber ser.
Con la versión de El imperio de lo efímero desaparece la proble-
mática de falta de sentido que afecta a la época como problema pre-
ponderante. No es que no se lo advierta: por el contrario, al final del
libro recibe referencias específicas sobre la moda, lo hace también en
un artículo posterior.30 Pero lo curioso es el modo en que la temática
es abordada; queda —se diría en términos kuhnianos— invisibilizada
dentro del paradigma hegemónico. Simplemente, no parece de im-
portancia que existan síntomas como los skinheads, las guerras étni-
cas, los suicidios crecientes; todo ello no sería sino excepciones que
confirman la regla, las disfunsiones menores de una situación que en
un todo guarda una inequívoca tendencia a la generalizada acepta-
ción, a la adaptación universal a lo existente.
Retomemos el itinerario: un Lyotard crecientemente infe-
cundo, un Vattimo que ha perdido vigor para aportar con origi-
nalidad, un Lipovetsky que no logra dar razón de los fenómenos a
los que elude. Es notorio que existe un colapso de la produccción
sobre la temática.
Considerando que los autores referidos guardan trayecto-
rias independientes entre sí, con total diferencia de fuentes, esti-
los y referencias, se hace evidente que lo que une la situación
actual de sus respectivas producciones temáticas es solamente al-
guna situación exterior; se trata de su objeto de tratamiento. La
vacilación conceptual es fruto de una situación existente en la
sociedad posmoderna como tal.
Es allí donde podemos advertir que —ya en despliegue de lo
posmoderno— ha pasado el momento inicial de sorpresa ante la
novedad y del inmediato contraste con el pasado. El gusto por lo
alivianado de la experiencia, el poder abandonar el estilo autori-
tario/revolucionario del pasado, ya se han asentado en la percep-
ción y conforman lo adquirido, el horizonte ya naturalizado en
que los sujetos ubican sus vivencias.

30
G. Lipovetsky: «Espacio privado y espacio público en la era posmoderna»,
en Sociología, no 22, UAM-Azcapotzalco, México, mayo-agosto, 1993.

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ROBERTO FOLLARI

El abandono del sentido fuerte propio de la modernidad


trajo consigo la posibilidad de evitar las morales duras, las exi-
gencias tensionantes y la proyectualidad que inserta el presente
en la construcción continua del futuro. Se abrió el espacio para
la tolerancia y para la variabilidad de los puntos de vista.
Pero ya adquirido todo esto —de lo cual mucho se ha ha-
blado y escrito— surgió el déficit de sentido como problema
central. La debilidad en la conformación del ideal del yo, en
términos psicoanalíticos, implica la pérdida del impulso para
la superación y la acción, así como una tendencia a la imposi-
bilidad de sublimar. Con ello la cuestión de la modernidad ha
quedado invertida: no se trata de promover la salida de la
pulsión frente al espiritualismo idealizante, sino de retomar
alguna capacidad de idealizar frente a la tendencia de la salida
impulsiva sin compromiso afectivo, a la realización narcisista
del propio goce.
El tamaño de esta modificación de acentos no puede dejar
de subrayarse. Ha cambiado totalmente el signo de los tiempos
en relación a aquellos que motivaban rebeliones en los años se-
tenta. Es natural que los jóvenes hoy no rebelen en términos
políticos, ya que las condiciones que llevaban a la ideologización
progresista en otras épocas han dejado de existir.
De manera que estamos ante nuevos problemas, los que
aparecen aún con una muy débil e inconsistente autoconciencia.
No salimos aún de la estéril dialéctica entre la masiva apología y
la total detracción. Seguimos discutiendo si hay que aceptar o
no lo posmoderno, cuando ya la instalación de su condición se
ha consolidado. Inútil es polemizar; a favor, en tanto ello no
permite pensar en los problemas que estamos ya enfrentando;
en contra, porque ello para nada exorciza los inconvenientes
que puedan encontrarse en esta específica época, ni mucho me-
nos puede servir para que lo posmoderno pudiera desaparecer
por obra de alguna magia conceptual. Como ya hemos desarro-
llado, la condición posmoderna se asienta en el desarrollo obje-
tivo de la tecnología, del video, de la computación, de la posibi-
lidad de viajar. No es un producto voluntario de nadie, ni basta
no concordar con sus efectos culturales, para que éstos dejen de

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LO P O S M O D E R N O E N L A E N C R U C I J A D A

estar presentes. Lo posmoderno no es una política cultural que


alguien hubiera inventado.31
Por esto son bienvenidos textos más matizados que los de los
autores a quienes hemos venido haciendo referencia; tal es el caso
de Los «no-lugares»... de Marc Augé. El trabajo sobre los «espacios
del anonimato» muestra la soledad en la voz aterciopelada de los
altoparlantes de aeropuertos, las encrucijadas de caminos, los su-
permercados y las muchedumbres en general. Una nueva noción
del espacio, desgajada de tradición y de asentamiento, se nos ha
impuesto de manera generalizada.
Si un lugar puede definirse como lugar de identidad, relacio-
nal e histórico, un espacio que no puede definirse ni como
espacio de identidad ni como relacional ni como histórico,
definirá un no lugar.32
Lo propio de la época: espacios sin marcas personales, por los
que se pasa sin significado que no sea el del simple pasaje. Un
enorme mundo ajeno, como se lo siente en las largas esperas en
aeropuertos, donde nada nos une a los otros, sino el paralelismo
del propio tedio con el de ellos.
La producción de sentido se hace más individualizada que
nunca cuando existen menos posibilidades de construir sentidos
medianamente permanentes, que no resulten vacilantes ni efíme-
ros. El resultado es que, ante la falta de condiciones de normativi-
dad universalizadas, la carencia de orientación se impone, los su-
jetos se enfrentan en soledad a la elección de parámetros.
Diríamos que en esa encrucijada se entiende el retorno de
fenómenos modernos en formato posmoderno. No se trata de
una imposible repetición del pasado. Tampoco de cosas entera-
mente nuevas. Vemos la intolerancia racial en Europa, la vuelta
de un margen de atención a las políticas sociales, la guerra reno-
vada, las reapariciones de la derecha «dura» y de la izquierda en la
política. No han muerto las ideologías, menos aun las totalitarias,

31
R. Follari: Modernidad y posmodernidad: una óptica desde América Lati-
na, ob. cit.; Posmodernidad, filosofía y crisis política, ob. cit.
32
M. Augé: Los «no-lugares». Espacios de anonimato. (Una antropología de
la sobremodernidad), ob. cit., p. 83.

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ROBERTO FOLLARI

que vencieron por elecciones libres en Turquía o en Italia, o se


han reinstalado en Rusia bajo el espacio de la democracia capita-
lista, en el autoritarismo de facto de Yeltsin, tanto como en el
triunfante desafío extremista de Zirinovski.
Ha pasado la época del éxito económico europeo, durante la
cual los rasgos posmodernos alcanzaron su apogeo (años ochen-
ta). Entonces la unidad política y monetaria del viejo continente
parecía al alcance de la mano; las posibilidades de consumo no
sólo eran muy altas sino que aparecían como permanentemente
crecientes. El futuro era sólo un venturoso recorrer el amplio cam-
po de las opciones a la mano; ningún conflicto de importancia en
el horizonte, final de la URSS y ociosidad de la OTAN, socialdemo-
cracia integrada al neoliberalismo y neoliberales exitosos. Un mapa
de solidez que hacía de la cotidianidad espacio de calma, sin gran-
des rupturas ni inconvenientes; todo parecía responder a un or-
den inalterable. En ese clima escribieron el primer Lipovetsky y el
Vattimo inicial: lo posmoderno era la fiesta del consumo, la hora
de las mieses, el lugar de cumplimiento de promesas, de la no
necesidad de ocuparse de lo público, porque esto garantizaba las
bases económicas y de seguridad a partir de las cuales cada uno
podía dedicarse tranquilamente al disfrute de lo privado.
La década siguiente planteó la reaparición de la intolerancia,
el racismo, la exclusión (por ejemplo, de Centroeuropa hacia los
europeos que emigraban desde los que fueron países del socialis-
mo real). La fiesta simbólica de la caída del Muro de Berlín se
advierte lejana, instalada en una momentánea dosis de esperanzas
que ya no se verifica. Hay problemas de desocupación en el capi-
talismo avanzado; aún Japón muestra desajustes económicos. El
capitalismo entró en una fase más problemática de acumulación,
ligada al reemplazo de la mano de obra humana por la tecnología
de punta y la robótica.
No existe aún horizonte histórico para evaluar esta situación
que hemos denominado de «inflexión».33 Desconocemos por su-
puesto cuál será el decurso de los hechos; pero sí sabemos que el

33
N. Bistué y C. Yarza: «La deriva posmoderna: estancamiento y punto de
inflexión», mimeo, Mendoza, 1994.

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LO P O S M O D E R N O E N L A E N C R U C I J A D A

momento inicial terminó, que puede hablarse de algunos rasgos


de la posmodernidad (dados en estado «puro») como cosa del
pasado.
Es esta inflexión la que debiera comenzar a registrarse en el
discurso teórico sobre el tema. Pero sería deseable que no lo hicie-
ra como síntoma, como lo callado que opera sobre el texto, sino
como objeto de éste, como contenido tematizado. Hasta ahora, la
inflexión obliga en unos a la reiteración, en otros a una distraída
consideración marginal. De hecho, ninguna obra la ha asumido
explícitamente como tal. Pero nosotros entendemos evidente que
ha existido un cierto corte interno a lo posmoderno; esto resulta
central en cualquier consideración que se haga sobre el tema.
Allí adquiere sentido retomar la idea de criticidad y recom-
ponerla al interior de la nueva condición epocal. Es decir: apare-
ce la problemática de que no hubo «fin de la historia» ni de las
interpretaciones por negar de alguna manera lo vigente. Esto con-
lleva la necesidad de finalizar con la simple constatación de la
existencia del pensamiento débil, para exigir ideas que den cuen-
ta de las complejidades de la situación en curso. Que se trabaje el
tema de la intolerancia, el de la política, etc., en los tiempos de la
des-fundamentación que no tienen por qué ser necesariamente
los de la conciliación primaria con lo existente.
Por ello, habrá que pensar la nueva situación sin distraerse en
las apologías fáciles, ni en las detracciones generalizadas. Se hará
imprescindible salir del círculo inicial de apoyos y rechazos, pasar
al de una consideración de fondo de lo que la época deja abierto.
Lo light encontrará —probablemente— su límite. Ni la muer-
te ni la carencia son posibles de ser asumidas con un lejano talante
desinteresado; la tragicidad radical de la existencia podrá desem-
bocar en la risa o en el baile de Nietzsche, pero no en actitudes
light que no asuman la hondura de la cual abrevan. Si psicológica-
mente existen problemas para constituir al sujeto sin ideal del yo
suficientemente configurado, filosóficamente se hace necesario ir
más allá de la simple referencia a la tolerancia y al pluralismo de
las diferencias. En este sentido, habría que recuperar a Nietzsche
y a Heidegger en su densidad inicial, como pensadores en los que
existe gravedad. Sin duda, han sido reformulados, tanto en su

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ROBERTO FOLLARI

versión posestructuralista como posmoderna. La contingencia radi-


cal de la existencia no autoriza —por ejemplo— la idea de decons-
trucción del logos como algo que le fuera connatural. No hay
incompatibilidad, pero sí diferencia entre ambas postulaciones.
Por ello interesa Cacciari en tanto se oponía a interpretacio-
nes crítico-deconstructivas del pensamiento nietzscheano.34 El
autor italiano propone incluso una política «grande» desde el filó-
sofo alemán, al cual visualiza como productor de una filosofía
con positividad, que halla en el eterno retorno la garantía de la
constante posibilidad de abrir de nuevo el horizonte histórico
en cada elección personal, en cada jugada. Hay aquí no un escri-
tor que celebra el abandono narcisístico, sino uno que llama a
desautorizar la continuidad tenue del tiempo, a abrir la voluntad
al esfuerzo de la permanente construcción de los instantes.
Consecuentemente se busca hoy de diversos modos recons-
truir un pensamiento del fragmento que sea capaz de hallar inten-
sidad en la experiencia, que no abandone la vitalidad a los tonos
grises, sin dejar por ello de asumir la contigencialidad radical, lo
sin fondo sobre lo que se construye toda realidad.35 Tesitura en la
cual encuentra sentido volver a hablar de Walter Benjamin: su no-
ción del tiempo como ordenado desde el significado y sin conti-
nuidad, es un hecho aliciente para pensar —en este caso desde la
tradición teológica judía— el valor del instante sin debilitarlo, ni
ubicarlo como simple punto de una cadena temporal. Es allí don-
de puede haber cabida para un pensamiento de la nostalgia,36 que
recupere el pasado de manera no solamente paródica, sino tam-
bién como sentido que puede ser reapropiado desde el presente,
que se actualiza sin asumirse como fácticamente actual. Un pensa-
miento para el cual lo abierto por el avance técnico no sea simple-
mente denostado o festejado, sino pensado como mediación de la

34
M. Cacciari: Desde Nietzsche. Tiempo, arte, política, Biblos Ed., Buenos
Aires, 1994.
35
C. Castoriadis: Los dominios del hombre: las encrucijadas del laberinto,
ob. cit.
36
W. Benjamin: Discursos interrumpidos, Edit. Planeta, Buenos Aires, 1994.
Ver prólogo de Aguirre, especialmente página 9.

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LO P O S M O D E R N O E N L A E N C R U C I J A D A

experiencia, como reconfiguración de la percepción y de la asun-


ción del tiempo y el espacio. Una agenda de temas necesarios que
encuentran sitial.
Al igual que la cuestión de la transgresión. Es de desear que
la capacidad para sostenerse en una sana locura permanezca. La
modernidad abundó en ese aspecto: de Arlt a Macedonio Fernán-
dez, Argentina ha ofrecido múltiples casos de personajes notables
que abrevaron en esa veta. Se trataba de amantes de los viajes, los
sueños, las bohemias, los excesos, el desorden. Cuando existía
normatividad dura había a qué oponerse, nos imponían aquello
que cabía transgredir.
Por esto, Beatriz Sarlo propone una imagen convincente de
ciertos conocidos personales, galería de personajes en su propia
defensa de la modernidad. No siempre acierta: la parte relativa al
artista es menos sólida que el resto de su conocido libro sobre el
tema.37 Pero sí, su paso por el mundo del video (televisión y
videogames) presenta agudamente ese espacio de despersonaliza-
ción que le toca a la actual generación de jóvenes. En la orilla
opuesta, se hace aparecer a transgresores que deliran por la caza,
por el campo, la pintura u otra obsesión más o menos gratuita;
aquellas ganas de desear algo con plenitud, de buscar donde no se
encuentre, de seguir senderos sin seguridades y derroteros sin se-
ñales.
Es esto lo que puede reaparecer desde lo posmoderno, en el
nuevo formato de lo desfundamentado, de lo sin-razón. Que sin
certidumbres plenas ni reglas rígidas, valga la pena aún ensayar
rupturas, rebeliones, críticas. Que no muera la capacidad de la líri-
ca, de la estética, de la erótica, como juego de intensidades y aper-
turas. Para ello, habrá que desembarazarse de la identificación lisa
y llana de posmodernidad con pensamiento débil. Hay un nuevo
chance para el ser, se diría en términos de Nietzsche. Que no la
perdamos al no estar a la altura de la exigencia, atados a la forma
exterior y más visible de lo habilitado por la posmodernidad.

37
B. Sarlo: Escenas de la vida postmoderna. Intelectuales, arte y videocultura
en Argentina, Edit. Ariel, Buenos Aires, 1994.

151

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PARTE III
PARTE

CONSTELACIONES
ESPACIO-TEMPORALES

SINTITUL-18 153 06/09/2011, 07:59 a.m.


SINTITUL-18 154 06/09/2011, 07:59 a.m.
Geografías
poscoloniales
y translocalizaciones
narrativas de
«lo latinoamericano»
La crítica al colonialismo
en tiempos de la globalización

SANTIAGO CASTRO-GÓMEZ

SINTITUL-18 155 06/09/2011, 07:59 a.m.


SINTITUL-18 156 06/09/2011, 07:59 a.m.
G E O G R A F Í A S P O S C O L O N I A L E S Y T R A N S L O C A L I Z A C I O N E S N A R R AT I V A S . . .

CUANDO JÜRGEN HABERMAS propuso en 1981 su concepto de «colo-


nización del mundo de la vida», estaba señalando, a mi juicio, un
hecho fundamental: las prácticas coloniales e imperialistas no des-
aparecieron una vez concluidos la Segunda Guerra Mundial y los
procesos emancipatorios del «Tercer Mundo». Estas prácticas tan
sólo cambiaron su naturaleza, su carácter, su modus operandi. Para
Habermas, la colonización tardomoderna no es algo que tenga su
locus en los intereses imperialistas del Estado-nación, en la ocu-
pación militar y en el control del territorio de una nación por
parte de otra. Son medios deslingüizados (el dinero y el poder) y
sistemas autorregulados de carácter transnacional los que deste-
rritorializan la cultura, haciendo que las acciones humanas que-
den coordinadas sin tener que apoyarse en un mundo de la vida
compartido.1 Esto conduce, en opinión de Habermas, a una des-
hidratación de la cultura, a una mercantilización de las relaciones
humanas que amenaza con reducir la comunicación a objetivos de
disciplina, producción y vigilancia.
Con su énfasis en los mecanismos de colonización interna y
transnacional, Habermas señala un problema que ha sido recien-
temente abordado, desde otras perspectivas, por teóricos como

1
J. Habermas: Teoría de la acción comunicativa, Edit. Taurus, tomo II, Ma-
drid, 1988, pp. 469 ss.

157

SINTITUL-18 157 06/09/2011, 07:59 a.m.


SANTIAGO CASTRO-GÓMEZ

Edward Said, Homi Bhabha y Gayatri Spivak: el colonialismo no


es algo que afecta únicamente a ciertos países, grupos sociales o
individuos del «Tercer Mundo», sino una experiencia global com-
partida, que concierne tanto a los antiguos colonizadores como a
los antiguos (o nuevos) colonizados. El colonialismo territorial y
nacionalista de la modernidad ha desembocado en un colonialis-
mo posmoderno, global y desterritorializado. Este trabajo preten-
de articular una reflexión sobre las características centrales de la
globalización de la cultura y sobre la forma en que la crítica al
colonialismo queda redefinida en este contexto, especialmente en
las nuevas teorías poscoloniales de «lo latinoamericano». La tesis
central es la siguiente: a diferencia de las teorías anticolonialistas
de los años setenta, con sus discursos histórico-teleológicos y sus
narrativas esencialistas, la crítica al colonialismo de los noventa
toma un carácter decididamente posrepresentacional y des(re)te-
rritorializado. Esto debido a que los saberes teóricos sobre Améri-
ca Latina pierden su vinculación epistémica con localidades parti-
cularistas y son reubicados en contextos globales y, a la vez,
específicos. Su locus enuntiationis ya no es el territorio simbólico
demarcado por lo nacional-popular, sino topografías globalizadas
desde donde se piensan y se combaten los legados coloniales.

1. GLOBALIZACIONES LOCALIZADAS
Y LOCALIZACIONES GLOBALIZADAS

Asistimos, hacia finales del siglo XX, a un proceso sui generis de


globalización que afecta todos los ámbitos de la vida en todos los
lugares del planeta. Ya autores como Anthony Giddens en Europa
y Enrique Dussel en América Latina observaron con razón que la
modernidad fue siempre, desde la conquista de América en el si-
glo XVI, un fenómeno orientado hacia la globalización.2 Quizás
podría decirse incluso que otros fenómenos migratorios de carác-

2
Cf. A. Giddens: Konsequenzen der Moderne, Francfort, Suhrkamp, 1990, pp.
84 ss.; E. Dussel: «The World-System: Europe als Center and its Periphery», manus-
crito, 1994.

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ter imperialista, como las conquistas de Alejandro Magno y Gengis


Kan, la formación de los imperios romano y azteca, o las cruzadas
medievales, constituyeron ejemplos tempranos de globalización.
Pero si partimos de la base de que fueron determinados desarro-
llos tecnológicos los que posibilitaron el alcance de estos movi-
mientos, entonces no resulta difícil entender por qué hablo de
una globalización sui generis hacia finales del siglo XX.3 Ya en el
siglo XIX el colonialismo europeo había creado redes mundiales
de comunicación que permitían un flujo internacional de mercan-
cías, informaciones y personas. Nuevas tecnologías como el fe-
rrocarril, la navegación a vapor y el telégrafo posibilitaron enton-
ces un acercamiento (asimétrico) de las culturas, una movilización
de objetos y sujetos en los marcos definidos por la revolución
industrial y por los intereses económico-políticos del Estado-na-
ción. Pero las tecnologías que impulsan hoy en día los procesos
globalizantes poseen un carácter diferente. La actual circulación
de dinero, trabajo y bienes simbólicos desborda con mucho los
paradigmas jurídico-políticos del Estado-nación y se sustenta en
una materialidad cualitativamente distinta a la del capitalismo in-
dustrial.4 El flujo de símbolos ya no se vincula a la producción
electrónica, química o metalúrgica, fundada en la maquinaria po-
lítica y burocrática del Estado, sino a medios tecnológicos descen-
tralizados como la microelectrónica y la telecomunicación. Estas
tecnologías han logrado romper con la primacía del espacio geo-
gráfico para la definición de la cultura, relativizando la distinción
entre lo próximo y lo lejano. Las formas tradicionales y modernas
de generar, recibir o transmitir conocimientos, ligadas todavía a
una sensibilidad regional o nacional, palidecen frente al avance
incontenible de una cultura massmediatizada y transnacional sin
puntos rígidos de orientación.

3
Cf. R. Ortiz: «La mundialización de la cultura», en N. García Canclini (et.
al.): De lo local a lo global. Perspectivas desde la antropología, Universidad
Autónoma Metropolitana, México, 1994, pp. 165-181.
4
Cf. S. Lash y J. Urry: The End of Organized Capitalism, Polity Press, Cam-
bridge, 1987.

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Desde este punto de vista, la construcción social del tiempo


y el espacio, así como su legitimación teórica por parte de las
ciencias sociales y la filosofía, se transforma sustancialmente con
respecto a los modelos generados por la modernidad. Anterior-
mente dominaba una epistemología de carácter histórico, en don-
de todos los fenómenos sociales giraban alrededor de un eje tem-
poral y quedaban ordenados allí según criterios secuenciales y
evolutivos. La superación paulatina de la irracionalidad, la huma-
nización de la humanidad, la fe en que las estructuras mundovita-
les podían ser transformadas por la voluntad autónoma del sujeto
y quedar sometidas al dictado de la razón; todas éstas fueron creen-
cias inherentes a la «imaginación histórica» de la modernidad. Pero
este tipo de codificaciones ignoraban que la acción humana se
encuentra siempre localizada, configurada topológicamente, deli-
neada por relaciones de poder que se despliegan en territorialida-
des específicas. Y es precisamente esta dimensión espacial la que
viene siendo redescubierta por la teoría social de los últimos años.5
No se trata, sin embargo, de un repliegue conservador en lo
particular, en los juegos irreflexivos de lenguaje, en las certezas
tradicionales de la propia cultura. Las localidades de las que ha-
blo son localidades globales, destradicionalizadas (Giddens), co-
nectadas simbióticamente con las redes mundiales de comunica-
ción que atraviesan el planeta. Como lo ha señalado Daniel Mato,
la globalización no es un agente social, por lo cual no puede ha-
blarse de procesos de globalización fuera de un espacio social es-
pecífico, como si se tratara de flujos desterritorializados sin suje-

5
De la ya extensa bibliografía, me permito seleccionar los siguientes títulos:
A. Giddens: The Constitution of Society, Polity Press, Cambridge, 1984; M.
Featherstone (ed.): Global Culture. Nationalism, Globalization and Modernity,
Sage, Londres, 1992; D. Harvey: The Condition of Postmodernity, Oxford,
Blackwell, 1989; F. W. Soja: Postmodern Geographies. The Reassertion of Space
in Critical Social Theory, Verso, Londres, 1989; H. Lefebvre: The Production of
Space, Oxford, Blackwell, 1991; S. Lash: Sociology of Postmodernism, Routledge,
Londres, 1990; S. Lash, J. Urry: Economies of Signs and Space, Sage, Londres,
1994; U. Beck, A. Giddens, S. Lash: Reflexive Modernisierung. Eine Kontroverse,
Francfort, Suhrkamp, 1996; E. Mendieta: «When and Where was Modernity /
Postmodernity», en E. Mendieta, P. Lange-Churión (eds.): Latin America and
Postmodernity. A Reader, Humanities Press, Nueva Jersey, 1997.

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to.6 Los procesos de globalización son generados por actores so-


ciales específicos, vinculados a territorialidades concretas: empresas
transnacionales, gobiernos, universidades, partidos políticos, sin-
dicatos, organizaciones de base, fundaciones culturales, consumi-
dores de todo tipo. Pero estos actores ya no se definen a sí mismos
a partir de su anclaje cultural en lo local, sino desde sus interaccio-
nes locales con lo global, a partir de la forma en que interactúan
con otros actores lejanos, utilizando los circuitos mundiales de
comunicación, y sin tener que transitar los espacios dibujados por
el Estado-nación. Estamos, pues, frente a una dinámica en donde
el «mundo», la totalidad de lo real, dejó de ser algo abstracto y
exterior a las particularidades locales, para convertirse en algo
que afecta de manera inmediata aun las facetas más prosaicas de
nuestra vida cotidiana.7 No es ya la presencialidad del referente lo
que determina que algo sea un problema para alguien, sino la
instantaneidad con que los circuitos de información hacen que un
evento remoto se torne próximo y nos afecte directamente, aquí y
ahora.
Claro está —volviendo ahora a mi reflexión inicial en torno
a Habermas—, las interacciones globales son asimétricas, pues
vienen definidas por la manera en que los actores se posicionan al
interior de campos sociales de poder. Muchas veces esos actores
globales pueden ser organizaciones político-burocráticas de ca-
rácter transnacional, como por ejemplo la Comunidad Económi-
ca Europea, que procuran construir identidades homogeneizan-
tes basadas en un tipo de racionalidad técnicoinstrumental. A mi
modo de ver las cosas, estamos aquí frente a una nueva forma de
imperialismo sociocultural, de una colonizacion del mundo de la
vida ejercitada esta vez sobre los propios europeos por parte de
un sistema que dejó ya de ser «europeo» para convertirse en glo-

6
Cf. D. Mato: «Procesos culturales y transformaciones sociopolíticas en
América Latina en tiempos de globalización», en D. Mato, M. Montero, E.
Amodio (eds.): América Latina en tiempos de globalización: procesos culturales
y transformaciones sociopolíticas, UNESCO, Caracas, 1996, p. 18.
7
Véanse las reflexiones de Anthony Giddens en su artículo «Leben in einer
posttraditionalen Gesellschaft», en U. Beck, A. Giddens, S. Lash (eds.): Reflexive
Modernisierung, ob. cit., pp. 114 ss.

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bal. Como bien lo ve Habermas, los imperativos burocráticos,


cuyo «espacio materno» fueron los estados europeos vinculados a
una cultura protestante (Max Weber), se desacoplan del mundo
de la vida, pero sólo para volver a territorializarse, patológica-
mente, en localidades de carácter global.
Otro tanto ocurre con los mensajes de entretenimiento ge-
nerados por los medios electrónicos. No puede ocultarse el hecho
de que gran parte de los mensajes e imágenes transmitidos por
cine y televisión vienen producidos desde una territorialidad es-
pecífica: la industria cultural en los Estados Unidos. Los mecanis-
mos de procesamiento, escenificación y distribución de imágenes
en ese país se sustentan de una hegemonía política, técnica y eco-
nómica, lo cual permite que determinadas representaciones y va-
lores, originalmente propios de esa sociedad, queden ahora rete-
rritorializados en localidades diferentes. En sus nuevos territorios,
los símbolos culturales dejan de ser «americanos» y pasan a ser
consumidos por agentes sociales de otras procedencias. En gran
parte de los casos se trata de símbolos que identifican la libertad
individual con un ejercicio indiscriminado de violencia, lo cual
genera efectos patológicos en el orden mundovital en contextos
dominados por una cultura patriarcal y autoritaria, con débiles
tradiciones democráticas, como es el caso de las sociedades lati-
noamericanas. Piénsese por ejemplo en el fenómeno del sicariato
en Colombia y su vinculación con figuras globales como Rambo,
Indiana Jones o Terminator.
No obstante —para continuar pensando con Habermas—,
la «racionalización del mundo de la vida» (léase: globalización de
las localidades) no genera necesariamente efectos patológicos. Esto
significa, como lo han venido demostrado Anthony Giddens, Ulrich
Beck y Scott Lash, que la globalización es un proceso reflexivo,
capaz de generar un distanciamiento de los sujetos frente a impe-
rativos de orden sistémico. En este sentido, podemos hablar de
una reflexividad estética cuando los actores sociales se apropian
de ciertos bienes simbólicos para reconfigurar su identidad perso-
nal según criterios de gusto. El consumo no es una imposición
vertical de valores clasistas, como pensaba gran parte de nuestra
intelectualidad en los años setenta, sino que, a menudo, sirve para

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moldear lúdicamente la propia existencia, siguiendo los imperati-


vos efímeros del deseo.8 Bienes que desde el imaginario de ciertos
actores sociales y a través de una cierta racionalidad económica
pudieron ser destinados a la uniformización de los comportamien-
tos, son aprovechados por otros sujetos y en otras localidades
para imaginarse a sí mismos como sujetos diferentes. No es (úni-
camente) la lógica de las clases, del valor de uso y del control
social lo que se esconde detrás del consumo, sino la gratificación
psicológica, la fuerza de lo nuevo y el placer de la seducción.9
La globalización produce, en segundo lugar, una reflexivi-
dad de tipo hermenéutico. Aquí me refiero a la reinterpretación
de la propia cultura que realizan una serie de sujetos colectivos
con base en imaginarios globalizados. Néstor García Canclini ha
mostrado cómo las redes de interacción entre lo local y lo global
están modificando profundamente el mapa de las autorrepresenta-
ciones culturales y de las identidades colectivas en América Latina.
Los bienes simbólicos creados por la economía capitalista —y esce-
nificados en los medios electrónicos— no han destruido la me-
moria de aquellas comunidades y sectores populares excluidos por
la modernidad, sino que han sido un motivo para su reinterpreta-
ción creativa. El espacio tradicional de las formas de producción
cultural es reinterpretado mediante interfaces estratégicos con lo
global, o, como el mismo García Canclini lo expresa, mediante
«entradas y salidas» de la modernidad.10 Del mismo modo, valo-
res pluralistas y democráticos, impulsados por agentes globales y
transnacionales (organizaciones de derechos humanos, grupos in-

8
Para el caso latinoamericano, véanse los estudios sobre el consumo cultural
llevados a cabo por Néstor García Canclini y su equipo de colaboradores en:
N. García Canclini (ed.): El consumo cultural en México, Consejo Nacional
para la Cultura y las Artes, México, 1993. Véase también: G. Lipovetsky: El impe-
rio de lo efímero. La moda y su destino en las sociedades modernas, Edit. Ana-
grama, Barcelona, 1990; G. Schulze: Die Erlebnisgesellschaft. Kultursoziologie
der Gegenwart, Campus Verlag, Francfort, Nueva York, 1995.
9
Véase el ya clásico estudio de Jean Baudrillard: Crítica de la economía
política del signo, Edit. Siglo XXI, Madrid, 1972.
10
N. García Canclini: Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la
modernidad, Edit. Grijalbo, México, 1989.

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ternacionales de solidaridad, consorcios económicos, etc.), están


sirviendo para que amplios sectores de la población reinterpreten
sus propias tradiciones políticas, que en América Latina se vincu-
lan generalmente a sistemas legales de exclusión racial, sexual e
ideológica.
Quisiera detenerme en un tercer tipo de reflexividad, ya no
de carácter estético ni hermenéutico, sino cognitivo, para enfocar
desde aquí el problema de los saberes teóricos sobre «Latinoamé-
rica» en tiempos de la globalización. En contextos tradicionales,
no globalizados, la organización de la vida social viene sanciona-
da por un saber que se transmite generacionalmente y frente al
cual los actores no pueden posicionarse de manera crítica. Haber-
mas habla en este sentido de un acervo de saber que provee a los
actores de convicciones aproblemáticas y transparentes, inmunes
frente a toda revisión interpretativa.11 Pero en un mundo de la
vida racionalizado, como el de las sociedades modernas o semi-
modernas, la coordinación de las acciones sociales no es posible
sin un saber que necesita de continua revisión.12 Sobre todo las
prácticas económicas y políticas están sustentadas en un conjunto
muy complejo de informaciones, administradas por expertos, que
se renuevan constantemente. Es en este sentido que hablamos de
una reflexividad cognitiva, cuyos sujetos primarios son los inte-
lectuales y la comunidad científica. Esto no significa que sólo es-
tas personas son sujetos de reflexividad cognitiva. Pues en locali-
dades globales, donde se dan procesos continuos de interacción
entre lo próximo y lo lejano, el saber de los expertos se encuentra
reciclado a través de instituciones (como la escuela, los centros de
asistencia médica o psicológica, las universidades, etc.) o masifi-
cado por los medios electrónicos, lo cual permite una utilización
práctica de este saber por un gran número de agentes en diferen-
tes localidades.
Ahora bien, lo que me interesa señalar es lo siguiente: la
globalización que vivimos hoy día pone en crisis la función social
que la modernidad había entregado a los expertos. Desde el siglo

11
J. Habermas: Teoría de la acción comunicativa, ob. cit., pp. 169 ss.
12
Cf. A. Giddens, Konsequenzen der Moderne, ob. cit., pp. 52 ss.

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XVIII ,
la misión de intelectuales y científicos había sido la de trans-
mitir un saber que pudiese liberar al hombre de la ignorancia y las
supersticiones para conducirlo a la «mayoría de edad», a un esta-
do racional de dominio sobre las contingencias de la vida. Los ilus-
trados y sus seguidores partieron de la premisa de que un aumento
progresivo del saber conduciría necesariamente a un aumento de
nuestra capacidad para construir activamente la historia y colocar-
la bajo nuestro control. Pero a finales del siglo XX, esta pretensión
se ha revelado como ilusoria. Mientras más estrechamente nos
interconectamos con el mundo, más débil es nuestro poder de
controlar las consecuencias de nuestros actos. Una acción realiza-
da concientemente en una localidad específica puede repercutir
negativamente, sin que lo queramos o sepamos, en otra localidad
alejada. La organización transnacional de la economía hace que la
creación de empleo en México y Brasil por parte de una multina-
cional alemana como la Volkswagen, genere tasas inmensas de
desempleo en Alemania. El consumo de flores colombianas en
París o Nueva York refuerza la explotación infame que sufren al-
gunas mujeres trabajadoras en los alrededores de Bogotá. De otro
lado, el incremento del saber científico y tecnológico, que los in-
telectuales decimonónicos celebraron como encarnación del pro-
greso, ha conducido a la destrucción, quizás irreversible, del en-
torno ecológico. La complejísima red de causas y efectos en los
que están envueltas todas nuestras prácticas deja mal parada la
idea de una humanización por el saber, así como el papel vanguar-
dista y representativo de los intelectuales. Querámoslo o no, la
globalización nos ha lanzado en un experimento gigantesco cuyos
resultados no podemos calcular. Utilizando la expresión de Ulrich
Beck, vivimos en una sociedad planetaria del riesgo, en una Risiko-
gesellschaft.13
¿Qué consecuencias tiene todo esto para los intelectuales que
elaboran teorías sobre América Latina? Desde el siglo XIX hasta
mediados del XX, la producción de saberes sobre «lo latinoameri-
cano» tuvo como espacio originario los territorios demarcados

13
Cf. U. Beck: Risikogesellschaft. Auf dem Weg in eine andere Moderne, Suhr-
kamp, Francfort, 1986.

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por el Estado-nación. A través de un repertorio de imágenes y


saberes, las élites intelectuales construyeron identidades simbóli-
cas tendientes a fomentar el autorreconocimiento de los ciudada-
nos como parte integral de la nación.14 Tales narrativas deberían
ser capaces de movilizar a la población, otorgarle un sentido de
continuidad con su pasado, inculcarle una «memoria» con rela-
ción a ciertos eventos y personajes heroicos, descubrirle los cami-
nos de su destino común y de su misión histórica. En muchas
ocasiones, los mitos, valores y símbolos creados por la intelectua-
lidad tuvieron el propósito de asegurar la dignidad colectiva, de
inspirar la superación de la pobreza y la lucha frente a las agresio-
nes del imperialismo. Pero durante las últimas dos décadas del
siglo XX, el saber teórico sobre «lo latinoamericano» empezó a
desterritorializarse, a perder su carácter representativo, a separar-
se de su espacio materno para quedar vinculado a nuevas geogra-
fías y territorialidades.
Mi tesis es que las denominadas teorías poscoloniales, espe-
cialmente las que practican una translocalización narrativa de «lo
latinoamericano», se articulan en un lenguaje muy diferente al de
la dialéctica Próspero-Calibán, utilizado por las teorías anticolo-
nialistas de los años setenta. No se trata ya de saberes locales ten-
dientes a una descolonización global, sino, todo lo contrario, de
saberes globales, desterritorializados, que se insertan en otras geo-
grafías para combatir situaciones coloniales de orden local. Lo
que se busca no es «descolonizar la totalidad», pues se entiende
que la globalización conlleva la opacidad del pensamiento y la
acción, sino de elaborar resistencias locales frente a la coloniza-
ción del mundo de la vida, frente a la territorialización de una
racionalidad cosificante cuya lógica escapa definitivamente a nues-
tro control.

14
De este problema me ocupo ampliamente en mi libro Crítica de la razón
latinoamericana, Puvill Libros, Barcelona, 1996.

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2. OUTSIDE IN THE TEACHING MACHINE:


LA TEORIZACIÓN POSCOLONIAL SOBRE «LATINOAMÉRICA»
EN LOS ESTADOS UNIDOS

Decía al comienzo que, por sus propias características, los movi-


mientos migratorios de carácter imperialista conllevan una ten-
dencia hacia la globalización. El más importante de ellos, la ex-
pansión europea iniciada en 1492, supuso la interconexión de
todos los pueblos de la tierra, no sólo desde el punto de vista
económico, sino también político, social y cultural. Aquello que
llamamos la «modernidad» fue resultado de un proceso dialéctico
de carácter global y no, como quiere Habermas, el despliegue de
una localidad única (Europa) en contacto consigo misma, con las
fuentes greco-cristianas de su propio «espíritu».15 Pero, ¿qué ocu-
rre cuando el colonialismo territorial de la modernidad llega a su
fin? ¿Qué transformaciones se producen cuando, a partir de 1945,
no son los colonizadores quienes emigran masivamente hacia los
territorios colonizados, sino cuando ocurre exactamente lo con-
trario?
En efecto, fue a partir de 1945, una vez terminada la Segun-
da Guerra Mundial, cuando el centro de poder geopolítico se des-
plazó hacia los Estados Unidos, poniendo fin al largo período de
dominio colonial europeo. Todavía en 1914 Europa controlaba
85% de la superficie total del planeta con base en sus colonias,
protectorados y dominios. Pero luego de la Primera Guerra, cuando
Gran Bretaña se vio precisada a aceptar la emancipación de algu-
nos pueblos del Oriente Medio, comenzó un proceso de descolo-
nización que se reanudaría con fuerza después de 1945. Lo que
había empezado en Oriente prosigue su marcha con la indepen-
dencia de India y Paquistán en 1945, Birmania y Ceilán en 1948,
Indonesia en 1949, Cambodia y Vietnam a mediados de los años
cincuenta. Solamente en 1960 proclamaron su independencia 17
naciones africanas. Así fue desmembrándose, poco a poco, en los

15
Cf. E. Dussel: «The World-System: Europe als Center and its Periphery», ob.
cit., pp. 1-7; consúltese también M. Bernal: Black Athena: The Afroasiatic Roots of
Classical Civilization, Rutgers University Press, New Brunswick, 1981.

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años inmediatos a la Segunda Guerra Mundial, el imperio más


grande que haya existido jamás sobre la tierra.
Pero la marea descolonizadora se produjo en un ambiente
infectado por la guerra fría, por la correspondiente repartición de
influencias geopolíticas y por la desestabilización económica y
política de las jóvenes naciones. En este contexto de reordena-
miento global de la posguerra se produjo un movimiento migra-
torio con características muy especiales. No se trató solamente de
una migración de la periferia hacia el centro, como tantos otras,
sino ante todo, de una migración al interior de contextos mundia-
lizados, que produjo nuevas localidades globales. Las ventajas ofre-
cidas por los medios de comunicación y transporte hizo que estos
migrantes o, mejor dicho, transmigrantes, pudieran ir y venir cons-
tantemente, estableciendo vínculos desterritorializados con sus
países de origen y con sus nuevos países de asentamiento.16 Es el
caso de la comunidad de emigrantes latinoamericanos en los Esta-
dos Unidos, los llamados «hispanos», cuyo asentamiento sirvió de
base para la apertura de florecientes mercados en ese país y para
la producción de una vasta gama de mercancías destinada especí-
ficamente a su consumo. No sólo esto, sino que los hispanos crea-
ron redes electrónicas, con transmisiones internacionales en cas-
tellano, por las que circulan bienes culturales originados tanto en
América Latina, como en los Estados Unidos.17 Los hispanos se
han convertido en verdaderos agentes globales, en la medida en
que han logrado generar localidades culturales de alcance trans-
nacional.
Lo dicho no vale solamente para el caso de las prácticas po-
líticas y económicas, sino también para la producción de saberes
teóricos por parte de los sujetos transmigrados. ¿Qué ocurre cuan-
do inmigrantes o hijos de inmigrantes empiezan a ganar posicio-
nes de influencia en localidades globales como la universidad nor-
teamericana? O, para ponerlo más específicamente, ¿qué cambios
sufren las teorías sobre «América Latina» cuando los sujetos de la

16
Cr. D. Mato: «Procesos culturales y transformaciones sociopolíticas en
América Latina en tiempos de globalización», ob. cit., pp. 28-29.
17
Ídem.

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reflexión cognitiva son intelectuales transmigrados? La tesis que


quisiera probar es que con estos saberes ocurre lo mismo que con
los demás bienes culturales en un contexto de globalización: son
desterritorializados, sacados de su espacio materno, para ser lue-
go reterritorializados en otros espacios y utilizados allí para al-
canzar fines inéditos. En sus nuevas geografías, estos saberes ex-
perimentan lo que, parafraseando a Rama, pudiéramos llamar una
«translocalización narrativa»: no sólo dejan de ser producidos en
América Latina y para América Latina, sino que asumen funcio-
nes para las que no fueron pensados originalmente. La lucha her-
menéutica por la descolonización de los signos queda integrada
en topografías globales específicas, en lo que Spivak llamase la
«teaching machine», el sistema académico de los Estados Unidos,
y pierden por ello el carácter de «discursos de identidad» con el
que se presentaron las narrativas anticolonialistas de los años se-
tenta (sociología de la dependencia, filosofía y teología de la libe-
ración, pedagogía del oprimido, etc.).18 Esto exactamente es lo
que ocurre con el proyecto del «Grupo Latinoamericano de Estu-
dios Subalternos» en los Estados Unidos, tal y como éste se expre-
sa en las ideas de dos de sus miembros regulares, John Beverley y
Walter Mignolo.
Los estudios poscoloniales de Beverley y Mignolo fueron
influenciados en gran parte por los trabajos de un grupo de inte-
lectuales indios, agrupados alrededor del historiador Ranajid Guha,
quienes a partir de 1978 empezaron a publicar una serie de artícu-
los compilados luego bajo la denominación Subalternal Studies.19
En estos estudios se tomaba posición crítica frente al discurso
nacionalista y anticolonialista de la clase política india y frente a
la historiografía oficial del proceso independentista. Tales narra-
tivas eran vistas por Ranajid Guha, Partha Chatterjee, Dipesh Cha-
krabarty y otros autores como un imaginario colonialista proyecta-

18
Cr. S. Castro-Gómez: «Populismo y filosofía. Los discursos de identidad
en la filosofía latinoamericana del siglo XX», en Crítica de la razón latinoameri-
cana, ob. cit., pp. 67-97.
19
Para una recopilación de algunos de estos artículos, véase: R. Guha, G.
Spivak (eds.): Selected Subaltern Studies, Oxford University Press, Nueva York,
1988.

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do sobre el pueblo indio por los historiadores y por las élites po-
líticas. La independencia india frente al dominio británico era
presentada allí como un proceso anclado en una «ética universal»,
traicionada por los colonizadores, pero recuperada eficazmente
por Ghandi, Nehru y otros líderes nacionalistas. En opinión de
los críticos poscoloniales, el recurso a una supuesta «exterioridad
moral» frente a Occidente conllevaba una retórica cristiana de la
victimización, en la que las masas, por el simple hecho de ser
oprimidas, aparecían dotadas de una superioridad moral frente al
colonizador. El proceso independentista indio era narrado de este
modo como la realización del proyecto cristiano-humanista de
redención universal, es decir, utilizando las mismas figuras discur-
sivas que sirvieron para legitimar el colonialismo europeo en ul-
tramar.20
Esta desmitologización del nacionalismo anticolonialista su-
ponía una fuerte crítica a la retórica imperial del marxismo inglés,
que para legitimarse políticamente en la metrópoli necesitaba re-
currir a los ejemplos distantes de las luchas antimperialistas en el
«Tercer Mundo». Guha y sus colegas atisban de este modo lo que
otros teóricos poscoloniales como Bhabha y Spivak mostrarían
posteriormente: el expansionismo europeo necesitó siempre de la
generación discursiva de un «otro», de una exterioridad moral
que le sirviera para legitimar a contraluz su propia empresa colo-
nizadora. Por esta razón, la crítica poscolonial al esencialismo de
los discursos nacionalistas rompe decididamente con las narrati-
vas anticolonialistas de la izquierda de los años setenta, que se
consolidaron precisamente sobre la base de un tercermundismo
romántico. La nostalgia por la bondad exótica y por un ethos no
contaminado todavía por la «maldad» del capitalismo occidental,
el ansia por lo «totalmente otro» de Occidente, jugaron allí como
narrativas esencialistas, sujetas todavía a las epistemologías colo-
niales, que ocultaban las hibridaciones culturales, los espacios
mixtos y las identidades transversas.

20
Véase la lectura que hace Patricia Seed de los estudios subalternos indios
en su artículo «Subaltern Studies in the Post-Colonial Americas», en Dispositio,
no 46, 1996, pp. 217-228.

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Los trabajos del grupo indio de estudios subalternos encon-


traron eco a comienzos de los años noventa en algunos círculos
de latinoamericanistas en los Estados Unidos. Algunos de éstos
eran intelectuales exiliados que escapaban de las dictaduras mili-
tares, otros eran académicos anglosajones que tuvieron la oportu-
nidad de enseñar o vivir en Latinoamérica, otros eran hispanos,
hijos de emigrantes latinoamericanos nacidos en los Estados Uni-
dos. Todos ellos compartían la experiencia de haber aprendido a
vivir entre dos mundos, de hablar en dos idiomas, de tener que
desplazarse al interior de dos códigos sociales diferentes. La ma-
yoría de ellos trabajaban en departamentos de literatura, pero tam-
bién había politólogos, historiadores y semiólogos. José Rabasa,
Ileana Rodríguez, John Beverley, Robert Carr, María Milagros López,
Michael Clark, Javier Sanjinés, Patricia Seed, Norma Alarcón y
Walter Mignolo: un grupo amplio y heterogéneo de autores que
comienzan a reunirse en 1992 en la George Mason University,
pero que se presentan oficialmente como grupo apenas en 1994,
con motivo de la conferencia organizada por la Asociación de
Estudios Latinoamericanos (LASA) en Atlanta, Georgia.21 Ya en 1993
el grupo había adoptado un nombre, «The Latin American Subal-
tern Studies Group», y presentado sus ideales en un «Founding Sta-
tement», publicado por la revista Boundary.
Tal como lo explica John Beverley, el proyecto teórico del
grupo fue concebido como una intervención estratégica de carác-
ter político, tendiente a subvertir los códigos definidos por los
programas académicos de las universidades norteamericanas.22 La
pregunta central que anima a todos sus participantes es la siguien-
te: después de la muerte de los «grandes relatos» emancipatorios
de la modernidad y una vez consolidado el fracaso histórico del
socialismo, ¿qué papel le queda por cumplir al intelectual en un

Cf. J. Rabasa y J. Sanjinés: «The Politics of Subaltern Studies», en Dispositio,


21
o
n 46, 1996, pp. V-XI.
22
J. Beverley: «Writing in Reverse: On the Project of the Latin American Sub-
altern Studies Group», en Dispositio, no 46, 1996, p. 275. Véase también: «¿Pos-
literatura? Sujeto subalterno e impasse de las humanidades», en B. González
Stephan (ed.): Cultura y Tercer Mundo, tomo I: «Cambios en el saber académi-
co», Edit. Nueva Sociedad, Caracas, pp. 137-138.

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SANTIAGO CASTRO-GÓMEZ

contexto dominado por la globalización de la cultura? Y sobre


todo: ¿cuál es la responsabilidad de un intelectual que se ocupa
de América Latina en y desde el aparato académico de un país
imperialista como los Estados Unidos? Todo esto teniendo en cuen-
ta que el significante «Latinoamérica» se halla dotado de una con-
notación política al interior de los Estados Unidos, país que a
comienzos del siglo XXI se convertirá en la tercera nación de habla
hispana más grande del mundo, después de México y Argentina.
¿En qué consiste esta «intervención política» de la que nos
habla Beverley? Ya vimos como el grupo indio de estudios subal-
ternos desmitificó el imaginario colonialista europeo al mostrar
que los discursos sobre el «otro» (heterologías) integran al sujeto
colonizado en el espacio continuista, homogéneo y temporaliza-
do de las representaciones europeas. El «otro» no es «des-cubierto»
sino creado discursivamente (othering) como exterioridad unita-
ria, susceptible de ser observada panópticamente. De manera aná-
loga, el Grupo Latinoamericano de Estudios Subalternos decons-
truye este tipo de representaciones esencialistas, acentuando la
heteroglosia, la ambigüedad y la dicotomía de los sujetos margi-
nalizados en América Latina. Pues justamente por medio de este
tipo de prácticas mixtas, desautorizadas por las narrativas heroi-
cas de los intelectuales criollos, es que los sujetos subalternos arti-
cularon representaciones de sí mismos y proyectos alternativos de
resistencia y liberación. No se trata, como lo señala Spivak, de
representar (vertreten) al subalterno, asignándole narrativamente
una identidad e instrumentalizándolo como «figura crítica» en los
conflictos ideológicos de la intelectualidad metropolitana. Por el
contrario, se trata de mostrar que, por causa de su heterogenei-
dad radical, las prácticas de los sujetos subalternos se resisten a
ser representadas por las conceptualizaciones humanísticas de la
ciencia occidental (Derrida, Spivak), inscritas históricamente en
la racionalidad político-burocrática de las universidades.23
Desde esta perspectiva, John Beverley critica la idea, muy
popular en amplios círculos universitarios, de que la literatura es

23
Cf. G. Spivak: «Can the Subaltern Speak?», en P. Williams, L. Chrisman
(ed.): Colonial Discourse and Postcolonial Theory. A Reader, Columbia University
Press, Nueva York, 1994, pp. 66-111.

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el discurso formador de la identidad latinoamericana.24 Los aca-


démicos que trabajan todavía con esta idea ignoran dos aspectos
intrínsecamente concatenados:
1. que es el aparato académico mismo el que, desde una
posición hegemónica, ofrece a los profesores y alum-
nos un material ya reificado de estudio, «enpaquetado»,
por así decirlo, en rígidos esquemas canónicos que defi-
nen de antemano lo que es y lo que no es «literatura»;
2. que la figura del letrado como «autoconciencia de lo
propio», tal como es presentada por la historiografía
literaria y —agregaría yo— por la filosofía latinoameri-
cana de la historia en el siglo XX (J. Gaos, L. Zea, A.
Roig), es un elemento constitutivo de la formación y
reproducción de estructuras de dominio colonial.
En concordancia con Guha, Viswanathan y otros autores in-
dios, Beverley afirma que la literatura fue una práctica de forma-
ción humanística de aquellas élites que impulsaron el proyecto
neocolonialista de «construcción de la nación». El nacionalismo (y
el populismo) vinieron animados en Latinoamérica por una lógica
disciplinaria que «subalternizó» a una serie de sujetos sociales: mu-
jeres, locos, indios, negros, homosexuales, campesinos, etc. La lite-
ratura y todos los demás saberes humanísticos, incluyendo también
a la filosofía, aparecían inscritos estructuralmente en sistemas
hegemónicos de carácter excluyente. Intelectuales humanistas como
Bilbao, Sarmiento y Martí, para mencionar tan sólo tres ejemplos
del siglo XIX, actuaban desde una posición hegemónica, asegurada
por la literatura, el derecho y las humanidades, que les autorizaba a
practicar lo que podríamos llamar una «política de la representa-
ción». Las humanidades se convierten así en el espacio desde el cual
se «produce» discursivamente al subalterno, se representan sus in-
tereses, se le asigna un «lugar» en el devenir temporal de la historia
y se le ilustra respecto al sendero «correcto» por el que deben enca-
minarse sus reivindicaciones políticas.

24
J. Beverley: «¿Posliteratura? Sujeto subalterno e impasse de las humanida-
des», ob. cit., pp. 145-148.

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Lo que busca John Beverley es romper con esta visión huma-


nista del papel de los intelectuales y avanzar hacia nuevas formas
de teorización que sobrepasen las políticas de vanguardia. Y le
parece que el camino para lograrlo pasa necesariamente por una
deconstrucción de las prácticas ideológicas vigentes en la univer-
sidad norteamericana. En su libro Against Literature, Beverley pre-
senta a la universidad como una institución por la que pasan casi
todas las luchas hegemónicas y contrahegemónicas de la socie-
dad. Es en la universidad donde se forman los cuadros dirigentes
de la hegemonía social, pero es también allí donde se tematizan
las exclusiones vinculadas a esa hegemonía. Por esta razón, la lu-
cha teórico-política al interior de la universidad adquiere un ca-
rácter fundamental, en la medida en que ella podría —aunque no
necesariamente debería— tener efectos en otras instancias de la
vida social.25 Tal lucha inmanente consiste en una deconstrucción
de las prácticas humanistas en que se ha formado el sujeto patriar-
cal y burgués de la modernidad, con el fin de señalar otro tipo de
prácticas extra-académicas, no letradas, que se resisten a ser re-
presentadas por el «discurso crítico» de los intelectuales. Voces
diferenciales capaces de representarse a sí mismas, como es el caso
de Rigoberta Menchú y el Ejército Zapatista de Liberación, sin
precisar de la ilustración de nadie. Beverley entiende incluso su
actividad deconstructiva como una «terapia liberadora», como un
psicoanálisis al estilo de Freud y Lacan. La deconstrucción del
humanismo académico debería concientizar al intelectual de la
«violencia epistémica» (Spivak) que conllevan sus fantasías heroi-
cas. Liberado así de su «voluntad de representación», el intelec-
tual podrá ser capaz de actuar eficazmente en los marcos de lo

25
La universidad es una especie de panacea en donde aparecen reflejados
todos los conflictos de la sociedad. Por eso Beverley puede afirmar que la inter-
vención política del intelectual ya no necesita de un «afuera» de la universidad:
Modifying Derrida’s famous slogan, I would risk saying, in fact, that there
is no «outside-the-university», in the sense that all contemporary practices
of hegemony (including those of groups whose subalternity is constituted
in part by their lack of access to schools and universities) pass through it
or are favorably or adversely in some way by its operations. [Cf. Against
Literature, University of Minnesota Press, Minneapolis, 1993, p. X.]

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que Michel de Certau llamara una micropolítica de la cotidiani-


dad, allí donde los conflictos sociales afectan más de cerca su pro-
pia vida: en el ámbito del mundo universitario.
También Walter Mignolo quiere articular una crítica de la au-
toridad del canon que define cuáles son los territorios de la verdad
del conocimiento sobre «Latinoamérica» en las universidades nor-
teamericanas. Pero, a diferencia de otros miembros del Grupo
Latinoamericano de Estudios Subalternos, que asumen más o
menos acríticamente el modelo indio de teorización poscolonial y
lo utilizan luego para el estudio de situaciones coloniales en Amé-
rica Latina, Mignolo piensa que este modelo corresponde a un
locus muy específico, anclado en las herencias coloniales británi-
cas de la India. Por ello, en lugar de convertir las teorías poscolo-
niales indias en modelo exportable a otras zonas periféricas, incu-
rriendo de este modo en un «colonialismo tercermundista», de lo
que se trata es de investigar qué tipo de sensibilidades locales hi-
cieron posible el surgimiento de teorías poscoloniales en América
Latina. La pregunta que desea responder es si, análogamente a lo
realizado por los poscoloniales indios, también en Latinoamérica
han existido teorías que subvierten las reglas del discurso colonial
desde las herencias coloniales hispánicas.26
Ahora bien, cuando Mignolo habla de «teorías poscolonia-
les» se refiere en primer lugar, y de manera análoga a lo planteado
por Beverley, a una insubordinación de los signos del discurso
colonial, tal como éste es reproducido por la academia norteame-
ricana. La relevancia política de estas teorías al interior de la tea-
ching machine radica en que contribuyen a deslegitimar aquellos
paradigmas universalizantes definidos por la modernidad, en donde
las prácticas colonialistas europeas aparecían como elementos «ex-
teriores» y, por ello mismo, irrelevantes a los procesos modernos
de constitución del saber. Esta forma de pensar se encuentra par-
ticularmente anclada en la distribución ideológica del conocimiento
en ciencias sociales y humanidades, que va unida a la repartición
geopolítica del planeta en tres «mundos» después de la Segunda

26
W. Mignolo: «Are Subaltern Studies Postmodern or Poscolonial? The Politics
and Sensibilities of Geo-Cultural Locations», en Dispositio, no 46, 1996, pp. 45-73,

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Guerra Mundial.27 Adoptando la teoría de la división geopolítica


del trabajo intelectual desarrollada por Carl Pletsch, Mignolo pien-
sa que entre 1950 y 1975, es decir cuando se inicia la «tercera fase
de expansión del capitalismo», la enunciación y producción de
los discursos teóricos se encontraba localizada en el «Primer Mun-
do», en los países tecnológica y económicamente desarrollados,
mientras que los países del «Tercer Mundo» eran vistos únicamen-
te como receptores del saber científico.
Pero, ¿qué ocurre una vez que se quebranta definitivamente
el antiguo régimen colonial y tambalea el equilibrio del orden
mundial establecido durante la guerra fría? Es el momento, nos
dice Mignolo, en el que surgen las teorías posmodernas y posco-
loniales: aquellos discursos contramodernos, provenientes de di-
ferentes loci de enunciación, que procuran dar cuenta de las he-
rencias coloniales de la modernidad.28 Las teorías posmodernas
encuentran su locus de enunciación en sujetos del «Primer Mun-
do» marginalizados por la dinámica capitalista de la modernidad.
Las teorías poscoloniales, en cambio, se vinculan a sujetos del
«Tercer Mundo» que viven o provienen de sociedades con fuertes
herencias coloniales.29 En muchos casos, los sujetos de la teoriza-
ción poscolonial son intelectuales nacidos en regiones subalternizadas
por la modernidad europea que trabajan ahora en academias o
universidades de países ex o neocolonialistas. Su actitud crítica
frente a la modernidad es, en este sentido, diferente a la de los
intelectuales posmodernos del «centro», pues se funda en una de-
terminada «sensibilidad geocultural», en los vínculos afectivos que

27
W. Mignolo: «Herencias coloniales y teorías poscoloniales», en B. González
Stephan (ed.): Cultura y Tercer Mundo, ob cit., pp. 113-114.
28
Al respecto escribe Mignolo:
Me gustaría insistir en el hecho de que el «post» en «postcolonial» es
notablemente diferente de los otros post de la crítica cultural contempo-
ránea. Iré aun más allá al sugerir que cuando se compara con la razón
postmoderna, nos encontramos con dos maneras fundamentales para cri-
ticar la modernidad: una, la postcolonial, desde las historias y herencias
coloniales, la otra, la postmoderna, desde los límites de la narrativa hege-
mónica de la historia universal. [Ibídem, pp. 101-102.]
29
Ibídem, p. 113.

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mantienen con su región de origen, en un sentido de territoriali-


dad ligado, sobre todo, a la práctica del idioma materno.30 Para
Mignolo, el principal logro político de estos intelectuales es ha-
ber mostrado que la razón moderna no echa su fundamento en el
desarrollo intrínseco de las humanidades y la filosofía en Europa,
es decir en las herencias espirituales del Renacimiento y la Ilustra-
ción, sino en las prácticas coloniales establecidas por Europa en
ultramar. De este modo, justo en el corazón mismo del imperio,
los intelectuales poscoloniales consiguen subvertir los cánones
académicos que reservan al «Primer Mundo» la confección de
saberes teóricamente releventes.31
Pero las ventajas políticas de las teorías poscoloniales vienen
necesariamente unidas a las ventajas hermenéuticas. Mignolo se
refiere específicamente a las nuevas perspectivas de lectura de la
historia colonial latinoamericana, proyecto que él mismo realiza
en su magnífico libro The Darker Side of the Renaissance.32 A par-
tir del giro epistemológico de la «razón poscolonial» podemos
leer de otro modo los procesos de resistencia teórico-práctica en
colonias de «asentamiento profundo» como América Latina. Po-
demos mirar hacia atrás y descubrir que las preocupaciones y los
temas que la academia estadounidense identifica hoy en día como
«poscoloniales», se encontraban ya presentes en casi todos los
países latinoamericanos a partir de 1917, es decir, una vez conso-
lidada la revolución bolchevique. Mignolo piensa en teóricos como
José Carlos Mariátegui, Leopoldo Zea, Rodolfo Kusch, Enrique
Dussel, Raúl Prebisch, Darcy Ribeiro y Roberto Fernández Retamar,
quienes, en su opinión, habrían conseguido deslegitimar
epistemológicamente el discurso hegemónico y colonialista de la
modernidad. Los saberes teóricos de estos autores son poscolo-
niales avant la lettre, porque subvierten las reglas del discurso
colonial en la medida en que desplazan el locus de enunciación

30
W. Mignolo: «Are Subaltern Studies Postmodern or Poscolonial? The Politics
and Sensibilities of Geo-Cultural Locations», ob. cit., pp. 50-54.
31
W. Mignolo: «Herencias coloniales y teorías poscoloniales», ob. cit., p. 118.
W. Mignolo: The Darker Side of the Renaissance. Literacy, Territoriality
32

and Colonization, The University of Michigan Press, 1995.

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del «primero» hacia el «Tercer Mundo». Según Mignolo, la pro-


ducción de discursos teóricos para América Latina, sobre América
Latina y desde América Latina, consigue romper con el eurocen-
trismo epistemológico que coadyuvó a legitimar el proyecto colo-
nial de la modernidad.33 Mucho antes de que Guha fundara el
grupo indio de estudios subalternos y de que en los Estados Uni-
dos se empezara a hablar de poscolonialismo y posmodernidad,
en América Latina se habían producido ya teorías que, ipso facto,
rompían con el privilegio epistemológico del discurso colonial.
Tenemos, entonces, dos ejemplos de lo que significa la cons-
trucción discursiva de «Latinoamérica» en la teoría poscolonial
norteamericana a finales del siglo XX. Hemos visto que tanto John
Beverley como Walter Mignolo entienden su actividad teórica
como una estrategia política tendiente a subvertir la imagen de
América Latina que reproducen las instituciones académicas en
los Estados Unidos. Su abordaje teórico del colonialismo no revis-
te por ello el carácter de un «discurso de identidad» tendiente a
representar los intereses de los colonizados. Por el contrario, los
dos latinoamericanistas buscan combatir a nombre propio la co-
lonizacion del mundo de la vida que se produce en aquellas loca-
lidades globales donde viven y laboran: en el aparato académico
de los Estados Unidos.

3. REFLEXIONES FINALES:
RECONVERSIÓN DE ARIEL Y MUERTE DE CALIBÁN

En el capítulo primero de Against Literature, John Beverley pro-


pone una relectura del concepto de Calibán, tal como éste es in-
terpretado por Roberto Fernández Retamar.34 Como se sabe, el
escritor cubano recurrió a la simbología shakespereana de La Tem-
pestad en los años setenta para leerla de la siguiente forma: Ariel
simboliza al intelectual latinoamericano que, en el mismo lengua-
je del colonizador, se enfrenta discursivamente a la tiranía de

33
Ibídem, p. 110.
34
J. Beverley: Against Literature, ob. cit., p. 4.

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Próspero, representante del imperialismo occidental. Calibán, el


tercer personaje, se convierte en la metáfora del pueblo mestizo y
oprimido, que sufre día a día los atropellos del analfabetismo, la
miseria y el subdesarrollo.35 Fernández Retamar explica que la
utilización de Calibán como símbolo del pueblo oprimido es en
realidad una estrategia discursiva de Ariel, el «intelectual crítico»
de América Latina. Colocándose del lado de Calibán y defendien-
do sus intereses, Ariel adopta concientemente el lenguaje de Prós-
pero para maldecirle; utiliza los mismos instrumentos conceptua-
les del discurso occidental para rebatir la tesis de que la cultura
latinoamericana es producto de la barbarie. En nombre de la igual-
dad, la fraternidad y la libertad, esto es, canibalizando los valores
modernos que legitimaron el dominio de Próspero en América
Latina, Ariel impugna el proyecto europeo de dominación colo-
nial. Y lo hace apropiándose con honor del nombre utilizado por
el colonialismo para negar la originalidad cultural de los pueblos
sometidos: Caribe, Caníbal, Calibán. Ningún otro nombre podría
describir mejor la identidad de un pueblo que, a causa del mesti-
zaje, ha sido capaz de antrofogizar el lenguaje de sus colonizado-
res. Calibán es, entonces, el símbolo de Latinoamérica, lo cual re-
quiere, en opinión de Fernández Retamar, avanzar hacia una revisión
completa de la historia del subcontinente, centrada hasta el mo-
mento en la figura colonizadora de Próspero. «Asumir nuestra
condición de Calibán —escribe— implica repensar nuestra histo-
ria desde el otro lado, desde el otro protagonista».36
Pues bien, lo que Beverley afirma es que el anagrama Calibán,
tomado de la palabra «caníbal», debe ser reemplazado por el ana-
grama by Lacan, derivado a su vez de «Calibán».37 No se trata de
un simple juego de palabras: si Calibán fue visto en los setenta
como símbolo de la liberación latinoamericana, expresado en el

35
R. Fernández Retamar: Calibán. Apuntes sobre la cultura de nuestra Amé-
rica, Edit. La Pléyade, Buenos Aires, 1984, p. 53.
36
Ibídem, p. 52.
37
J. Beverley: Against Literature, ob. cit., p. 5.

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orden discursivo por los saberes humanistas de los letrados, a fi-


nales de los noventa las cosas parecen muy distintas.38 Para ser
libres, la gente ya no requiere de una reflexión primordialmente
cognitiva llevada a cabo por Ariel, el «intelectual orgánico», pues
ellos mismos son ahora sujetos reflexivos en el orden hermenéuti-
co y, sobre todo, en el orden estético. By Lacan es el nombre que
simboliza precisamente al sujeto deseante que se coloca en la base
de la reflexión estética. No son ya la literatura, la sociología y la
educación aquello que moviliza creativamente a las masas, sino el
consumo de bienes simbólicos mediatizado por las tecnologías de
la información. Desde un punto de vista hermenéutico-político,
estos sujetos no actúan en función del interés superior de una
«totalidad colectiva» (a la cual los intelectuales pretenden tener
acceso mediante el saber), sino que sus movilizaciones poseen
objetivos concretos, posibles a corto plazo, orientados hacia la
satisfacción personal de necesidades básicas. En una palabra: el
concepto de by Lacan sugerido por Beverley rompe con la idea de
una «razón latinoamericana» configurada por el saber humanista
de los intelectuales y simbolizada por la mítica figura de Calibán.39

38
«Cannibal/Caliban/By Lacan: the sequence of names configures the stages
and the historical subjects of, respectively, the colonization, decolonization, and
postcoloniality of Latin America». (Ibídem, p. 4.)
39
Desde este punto de vista, no deja de sorprender el hecho de que autores
como Said, Jameson y el mismo Mignolo vean en Calibán el símbolo de una
«inserción epistemológica», y en Retamar a uno de los precursores latinoameri-
canos de la teoría poscolonial. En un universo discursivo como el de Retamar,
atravesado de un lado a otro por compartimientos ideológicos (burguesía/pro-
letariado, opresores/oprimidos, capitalismo/socialismo), resulta difícil ver de
qué manera podrían los sujetos marginales —que son siempre sujetos híbri-
dos— articular sus «pequeñas historias». Colonizadores y colonizados son pre-
sentados allí como entidades homogéneas, con intereses antagónicos. La Tem-
pestad de Shakespeare —así como la historia latinoamericana— es vista por
Fernández Retamar como el escenario mítico en donde se enfrentan dos perso-
najes (Próspero/Calibán) y dos visiones contrapuestas del mundo: la de «nues-
tra América», enunciada por intelectuales orgánicos como José Martí, y la de
«Occidente», representada por intelectuales «lacayos del imperialismo» como
Borges, Sarduy, Fuentes y Rodríguez Monegar. (Cf. R. Fernández Retamar, ob.
cit., pp. 89 ss.)

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Pero la muerte de Calibán implica necesariamente una re-


conversión de Ariel, un distanciamiento crítico de los intelectua-
les frente al lenguaje de Próspero. Ya lo mencioné más arriba,
vivimos en un mundo que nada tiene que ver con el imaginado
por la intelectualidad de los siglos XVIII y XIX. El saber no nos ha
permitido configurar voluntariamente la historia y colocarla bajo
el dominio de la razón, sino que ha puesto en marcha una dinámi-
ca generadora de contingencias que coloca nuestra vida frente a
una serie de posibles «escenarios», sin saber cuál de ellos logrará
realizarse. Tal impredictibilidad no es un fenómeno nuevo, pero
riñe ciertamente con las pretensiones de belleza, bondad y verdad
elevadas por el lenguaje de Próspero. Esto no significa, como lo
anunciaron algunos posmodernos, que todos los esfuerzos huma-
nos por hacer del mundo un lugar más justo y agradable hayan
fracasado para siempre. Tampoco quiere decir que la reflexión
cognitiva se haya resecado y resulte imposible denunciar crítica-
mente las herencias del colonialismo y del imperialismo. La re-
conversión de Ariel no significa en ningún momento resignación,
abandono de la función crítica del pensamiento, pero sí conlleva
un aumento de sensibilidad frente a la localización de la razón en
territorios contingentes, globales, atravesados por una serie infi-
nita de causas y efectos que desbordan su control. La conciencia
de los riesgos y sus peligros, la denuncia de situaciones coloniales
y tecnologías de exclusión, continúan siendo la función más im-
portante de Ariel, pero despojada ya del lenguaje salvacionista,
totalizante y heroico de la modernidad.
Pienso que las teorías poscoloniales son un ejemplo de la
nueva conciencia de la inteligentsia respecto a sus propios límites.
En tanto sujetos transmigrantes, los intelectuales poscoloniales
obran como agentes globales sin pertenencias fijas. Sus pretensio-
nes no se dirigen, por ello, hacia la construcción discursiva de
identidades homogéneas y, mucho menos, hacia la representación
de los subalternos. Lo que buscan es crear espacios de resistencia
frente a la colonización mundovital en sus propias localidades. Su
crítica al colonialismo adquiere un carácter teórico-práctico, en la
medida en que participan activamente en la lucha por el control
de los significados al interior de la teaching machine. Como las

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narrativas anticolonialistas de las décadas anteriores, procuran


identificar la vinculación local, europea, de los discursos moder-
nos sobre el «otro», como medio para desvirtuar sus pretensiones
de universalidad. Pero a diferencia de ellas, lo hacen sabiendo que
su propia localización es un impedimento para acceder a la «tota-
lidad». Hablan desde localidades globalizadas, desde espacios in-
terconectados virtualmente con el mundo, en donde la moderni-
dad fue desbordada por su propia dialéctica, por los mecanismos
colocados en marcha por ella misma.40

40
Cf. U. Beck: Die Erfindung des Politischen. Zu einer Theorie reflexiver
Modernisierung, Suhrkamp, Francfort, 1993, pp. 35 ss.

182

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La desgracia es también
un espectáculo
(Subjetividad, intimidad
y comunicación)

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NOTA PRELIMINAR

HABRÍA PREFERIDO dedicar este texto a otro tipo de ceremonias: al


cortejo apurado de nuestros adolescentes en sus fiestas, a la pro-
mesa de unos vinos a los cuales un día, por fin, les llega su día, su
tarde y su noche, al demorarse en la perfección de aquella frase
aristotélica según la cual, sin amigos, aunque se posea el resto de
los bienes, la vida no es soportable. Pero no siempre se elige, a la
hora de pensar y de escribir, lo que uno quiere. Jacques Derrida lo
enuncia con fuerza y belleza:
La responsabilidad del pensamiento crítico consiste también
en calcular una justa interrupción: debemos decir lo que se
cree que no debe decirse.
Habría querido hablar de los cuerpos enamorados y de su
talento para perderse y enviar señales que nadie más descifra. Pero
este texto habla de otras pérdidas y de otras señales, de cuerpos
deshabitados, irreconciliables, doloridos, cuerpos en duelo. No
los duelos del amor o del honor. Duelos de muerte.
Este texto intenta pensar algunas transformaciones opera-
das por procesos sistémicos de comunicación en dos esferas de la

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ALEXANDER JIMÉNEZ

subjetividad: la intimidad en situaciones de desgracia y el duelo.1


En torno a estos dos planos es posible pensar cómo opera hoy la
constitución de sociedades y sujetos. Los massmedia ejercen sus
poderes sobre ciertos plexos de la vida social y funcionan como
ejes en la configuración de las culturas contemporáneas.2

1
Aquí está en juego, al mismo tiempo, la reorganización del espacio público.
Allí donde el duelo suponía un distanciamiento y una retirada afectiva de los
otros, hoy día los media configuran espacios abiertos, cercanos, masivos. La
pantalla nos involucra a todos como dolientes de alguien a quien no conoci-
mos. Nos ponen a sufrir lo que no hemos padecido. El luto personal ya no es
necesario puesto que lo cargamos todos. Esta amplificación del espacio social
del duelo es sólo una de las variantes de un giro en la socialidad básica produ-
cido por los media. Rigoberto Lanz afirma que las antiguas regulaciones del
espacio público se sustituyen por la subcultura massmediática, creándose otro
tipo de sensibilidad. Cf. R. Lanz: «El vaciamiento massmediático del discurso
político», en Relea (Revista Latinoamericana de Estudios Avanzados), no 0, Ca-
racas, abril de 1995. En la presentación del número 1 de esa misma revista
(julio de 1996), Lanz estima que la posmodernidad anuncia la emergencia de
otra socialidad a partir de nuevos referentes para fundar el espacio público, y
liga esa emergencia a la crisis del imaginario moderno del espacio público. En
el espacio teórico que se abre con estas constataciones situamos nuestra re-
flexión. Afectivamente, retomamos su desafío de comprometer lo que va que-
dando de pasión, con el fin de enfrentar la retirada de lo público con algunas
reservas éticas y estéticas: aquellas que permitan una convivencia en la cual el
duelo y la alegría lleguen o se elijan conforme a las demandas del corazón y de
los ojos.
2
La diseminación de estos poderes revela el modo particular de estar cons-
truidos y de circular los saberes y la información en los massmedia. Supone
también una manera particular de estar dados los objetos y las relaciones. En
todo ello operan estructuras imaginarias de carácter performativo. De acuerdo
a Rafael Ángel Herra, filósofo y escritor costarricense, una modalidad de la
conciencia es que
[...] en ella la realidad se da insistentemente interferida, mediada, filtra-
da, iluminada, guiada, o incluso constituida por construcciones imagina-
rias; y estas construcciones imaginarias viven como una lengua; en ellas
se tejen y convergen redes de significantes de la cultura y se articulan
para consolidarse, pervivir y renovarse en sistemas más o menos cohe-
rentes[...] y en este dominio de la ficcionalización se organiza la vida
interior del mundo cultural. [Rafael Ángel Herra: «El papel de lo imagi-
nario: perspectiva intercultural», ponencia ante la Sociedad Internacio-
nal de Filosofía Intercultural, Kioto, Japón, 1997.]
En la manera como aparece o es propiciado el duelo en los medios de comuni-
cación social se torna evidente la elaboración imaginaria de las percepciones
sobre los cuerpos y los afectos.

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L A D E S G R A C I A E S TA M B I É N U N E S P E C T Á C U LO

La postmodernidad es un motivo propicio para abordar los


mecanismos conforme a los cuales los massmedia desarticulan y
reconfiguran planos significativos de la subjetividad: estructuras
de percepción, valoración, organización de los afectos, sensibili-
dades. El debate invita a pensar cómo se articulan en los media un
conjunto de mecanismos éticos y estéticos conforme a los cuales
se percibe y se pone a circular la corporalidad en situaciones de
infortunio.
Ésta sería una oportunidad para discutir qué son los media y
cómo extienden sus redes, logrando que el proceso comunicativo
sea sostenido desde todas partes.3 Pero aquí la dejamos pasar para
pensar en otras cosas, cosas más limitadas y modestas. De modo
particular, analizamos las secciones de «sucesos» en la prensa es-
crita y televisiva costarricense.4

3
Hacemos aquí nuestro el parecer de Rigoberto Lanz, en El discurso posmo-
derno: crítica de la razón escéptica, según el cual
[...] la teoría estética que se deriva de la tradición de Frankfurt, así como
la sensibilidad ética que le acompaña, deben ser radicalizadas hasta sus
últimas consecuencias. [Universidad Central de Venezuela, Consejo de
Desarrollo Científico y Humanístico, Caracas, 1996, p. 141.]
En el punto preciso en que se ubica este trabajo, esto supone considerar en
extremo el carácter de violencia diseminada, aprobada y disfrutada que tiene la
prensa en el imaginario social. Los medios son también un plexo de instrumen-
tos, discursos, estrategias y objetos, sostenidos por un asentimiento social que
prolonga y refuerza, sin necesidad de un dominio obvio, el dominio sistémico
sobre el mundo vital. En Dialéctica del iluminismo, Horkheimer y Adorno afir-
man que
[...] al multiplicar la violencia a través de la mediación del mercado, la
economía burguesa ha multiplicado también sus propios bienes y sus pro-
pias fuerzas hasta el punto de que ya no es necesario, para administrarlas,
no sólo de los reyes ni tampoco de los burgueses: basta simplemente con
todos. Todos aprenden, a través del poder de las cosas, a desatenderse del
poder. [Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1969, p. 59.]
Esto significa que encima de padecerlos, esos poderes nos parecen naturales y
aprendemos a gozar su violencia.
4
El presente ensayo reelabora y continúa un trabajo aparecido en la revista
Chasqui, no 53, marzo de 1996, pp. 60-63, con el título «Las trampas de la
desgracia».

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LOS APARATOS, LO REAL, LO IMAGINARIO

Las tecnologías informático-comunicativas operan una transfor-


mación de doble cara en la vida cotidiana:5 desrealizan los objetos
habituales y vuelven habituales los objetos irreales. La estetiza-
ción del mundo ocurre desde ciertos aparatos cuya estrategia más
significativa es simular lo que no existe y disimular lo que existe.
Los procesos informático-comunicativos despliegan, simulando y
disimulando, su talento realizador. En ellos lo que no existe tiene
la consistencia de las piedras. Lo que existe se disuelve en el aire.
Jean Baudrillard ha intentado comprender las prácticas de
simulación desplegadas por los media. En su tono cínico, anuncia
«que el objeto real queda aniquilado por la información, no sólo
alienado: abolido».6 En el fondo, esto ocurre porque «la imagen y
la información no están asimiladas a ningún principio de verdad
ni de realidad».7 El suyo es un trabajo de ilusionistas, y eso debe
ser agradecido, pues
[...] de igual modo que hay que alegrarse sin reservas de la
existencia de los políticos, que se encargan de asumir esta
función molesta, hay que agradecer que los medios de comu-
nicación existan y que se encarguen del ilusionismo triunfal
del mundo comunicacional.8

5
Según Daniel Bell la vida cotidiana cambió más radicalmente entre 1850 y
1940 —a causa del impacto de los ferrocarriles, la electricidad, los barcos a
vapor, el telégrafo, el automóvil, el cine, la radio y los aviones— que en cual-
quier otra época. Eso puede ser cierto respecto a los efectos de esas novedades
en prácticas materiales básicas. Las tecnologías informático-comunicativas, en
cambio, reelaboran las capacidades de autopercepción subjetiva, prácticas sim-
bólicas y relaciones complejas entre la percepción del mundo y su propia con-
sistencia. Es decir, las tecnologías de la información no sólo producen y repro-
ducen niveles elementales de la vida material, sino que afectan las instancias
más complejas de la reproducción simbólica. En este orden, la autonomía de
los media respecto al fondo tradicional de la vida cotidiana termina por avasa-
llar y reconfigurar prácticas simbólicas elementales. El duelo es una de ellas.
6
J. Baudrillard: La ilusión del fin. La huelga de los acontecimientos, Edit.
Anagrama, Barcelona, 1993, p. 89.
7
Ibídem, p. 95.
8
Ídem.

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A propósito de esta comparación es bueno recordar a un viejo


profesor quien repetía que los pueblos progresan de noche, cuan-
do los políticos duermen; pero los media no duermen nunca y sus
artificios siguen operando de sol a sol.9
Los adolescentes gozan su tiempo libre dedicándolo a los
videojuegos y a las múltiples pantallas del divertimiento. Pero no
sólo el tiempo libre se llena; también los momentos del estudio,
del reposo y del placer, son gastados por jóvenes y adultos frente
a los aparatos. Ya sólo esto afecta, en nuestros contemporáneos,
el modo de autopercibirse; pero también afecta el modo de cons-
truir las relaciones con los otros y el mundo.10
Los videojuegos, la realidad virtual y los videoclips, entre
otros, ponen en suspenso la tradicional distinción entre lo real y
lo ficcional. Así, las estructuras de percepción propias del mundo
de la vida cotidiana sufren mutaciones significativas, y parece que
lo real ocurre en simuladores y pantallas.11

9
Baudrillard cierra la posibilidad de iniciar el proceso a la información y a
los medios de comunicación por
[...] la sencilla razón de que los propios medios de comunicación deten-
tan la llave de la instrucción. Su inocencia es inapelable, puesto que la
«desinformación» siempre se imputa a un accidente de la información,
sin que su principio llegue jamás a ser cuestionado. [Ídem]
Si la única vía de resistencia es discutir la desinformación, la pertinencia del
argumento se concede; pero en la de menos lo que se apela contra los media
está puesto en otro lugar.
10
Entre otras razones, este cambio alude al desplazamiento o anulación de
un tipo de subjetividad que propiciaba una mirada unificante y dadora de sen-
tido. Horkheimer y Adorno se quejan de que
[...] incluso el sujeto trascendental del conocimiento es en apariencia li-
quidado como último recuerdo de la subjetividad, y sustituido por el
trabajo tanto más uniforme de los mecanismos reguladores automáticos.
[M. Horkheimer y T. Adorno: Dialéctica del iluminismo, ob. cit., p. 45.]
11
Jean Baudrillard repite, hasta la saturación insoportable, la tesis según la
cual «hemos superado ese límite en el que, a fuerza de sofisticación en los acon-
tecimientos y en la información, la historia deja de existir como tal». [Cf. La
ilusión del fin. La huelga de los acontecimientos, ob. cit., p. 16.]
Su tesis complementaria es que «salir de la historia para entrar en la simula-
ción no es más que la consecuencia del hecho de que la propia historia no era
en el fondo más que un inmenso modelo de simulación». [Ibídem, p. 18.]

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Una línea importante de aparatos tecnológicos, en la medida


en que potencian la capacidad imaginante y perceptiva, hace avan-
zar ciertos espacios del saber. En estos mundos, si bien no se pue-
de hablar sin más de una neutralidad ética de la tecnología respec-
tiva —los ingenieros militares, por ejemplo, simulan movimientos
y artefactos de muerte—, el impacto de los aparatos sobre la vida
cotidiana es indirecto.
En cambio, los simulacros en el plano de la comunicación se
insertan directa y profundamente en el imaginario de las socieda-
des. La comunicación social, pues, tiene un carácter performati-
vo. Las imágenes y palabras que administra no se reducen a la
descripción o el recuento de acontecimientos. Informar es tam-
bién producir objetos, conductas cotidianas, relaciones sociales.
Los medios son, sin duda, uno de los centros de construc-
ción del imaginario urbano. Sus mediaciones simbólicas elaboran
un tipo de tejido social, al mismo tiempo que lo hacen soportable
y deseable.

INFORMACIÓN, CUERPO Y CONTROL

La modernidad, en uno de sus múltiples sentidos, no es sino la


diseminación mundial de los mecanismos que hacen posible, des-
de el siglo XVIII, la existencia de un tipo de organización social
cuyo eje constitutivo es la disciplina.
En las sociedades disciplinarias la información constituye un
modo sutil de dominio. Hoy día, los artificios estéticos y retóri-
cos presentes en los massmedia no son sólo una manera eficaz de
vender, anunciar o publicitar. Son también procedimientos de
control y, como tales, afectan la configuración espacial, afectiva,
corporal, de la vida cotidiana. Esos artificios tienen consecuen-
cias en las representaciones imaginarias conforme a las cuales los
sujetos y los pueblos se autoperciben y organizan sus propios ho-
rizontes éticos, estéticos y congnoscitivos.
Sociedades y sujetos, somos el producto de regímenes disci-
plinarios constituidos mediante artificios de poder y saber ligados
al manejo de la información sobre los cuerpos y las almas. Esto es
lo que Michel Foucault afirmó en algunos de sus trabajos más

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celebrados. En efecto, buena parte de los aparatos disciplinarios


operan mediante miradas omnicomprensivas. Verlo todo, saberlo
todo, decirlo todo.12 Lo propio de las sociedades disciplinarias es
su capacidad de vigilancia, y la correspondiente construcción de
un saber acerca de los objetos que se vigilan.
Las sociedades tradicionales hacían exclusivo de unos cuan-
tos sujetos la posibilidad de transformar sus actos en noticia. Ser
mirado y seguido a diario por la escritura era un rito ligado al
ejercicio de trabajos como reinar, adivinar, dirigir la guerra. Las
crónicas, las sagas, los relatos, no perdían su tiempo sino en quie-
nes ocupaban puntos nudosos en la red que une todos los poderes.
Los poderes disciplinarios modernos, en cambio, aplican so-
bre los cuerpos, los gestos y los comportamientos un seguimiento
cotidiano. En las fábricas, las tiendas, las escuelas y las calles, con
grados y estrategias diversas, todos los movimientos son contro-
lados. A diferencia de esos tiempos donde las miradas sólo se-
guían a los héroes o los santos, esta época democratiza los proce-
sos de observación del individuo, de modo que los sujetos llegan a
ser tales como un efecto del poder y el saber disciplinarios.13
La sociedad disciplinaria individualiza para someter y trans-
formar. La prisión, una de sus instituciones preferidas, es un espa-
cio de sometimiento y rectificación. Allí se pretende recuperar a
quienes se habían perdido. Aparato de formación e información,
la prisión construye un tipo de sujeto y da, al mismo tiempo, in-
formación, noticias, datos, sobre sus peligros virtuales.

12
Michel Foucault liga esta obsesión de poner a hablar, de incitar a hablar la
verdad, con una estrategia del poder:
Tenemos que decir la verdad [...]. El poder no cesa de preguntarnos, de
indagar, de registrar [...]. En el fondo, tenemos que producir verdad igual
que tenemos que producir riquezas. [«Curso del 14 de enero de 1976» en
Microfísica del poder, Ediciones de la Piqueta, Madrid, 1992, p. 140.]
13
Los poderes disciplinarios no son, sin embargo, ilimitados. La corporali-
dad sobre la que aplica sus mecanismos de control es también un territorio con
defensas y resistencias significativas. Punto de aplicación, el cuerpo es también
punto de respuesta al ejercicio del poder: cuerpos tatuados, carnavalizados,
trasvestidos, vírgenes, operan como resistencias simbólicas de reapropiación de
un territorio.

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El arte desplegado en las prisiones no opera necesariamente


en lugares cerrados. El poder del castigo se ha enquistado profun-
damente en el cuerpo social mediante mecanismos muy variados.
La cárcel ya no está en la cárcel. La cárcel cruza sutilmente los
umbrales de las prisiones y marca el ritmo de múltiples relaciones.
El sistema carcelario, como el capitalista, parece no tener
exterior. Su poder de castigar es reasumido y ejercido en otros
lugares. Diseminado y distribuido en el plexo de la vida social
contemporánea, adopta un tono natural y legítimo. Michel Fou-
cault, cuyos estudios pretendieron ilustrar los mecanismos de cons-
trucción de la subjetividad en el mundo moderno, decía que la
prisión continúa, sobre aquellos que se le confían, un trabajo co-
menzado en otra parte.
La sociedad toda se configura a partir de un tejido carcelario
que permite tener a disposición perpetuamente los cuerpos y los
rostros. Ejercer el poder también consiste en dominar el artificio
de observar, apuntar, reconocer, sin ser visto. Una de las dimen-
siones de la información massmediática procura servir a este pro-
yecto, y es en las secciones de «sucesos» donde tal servicio parece
realizarse sin ningún pudor.
Michel Foucault intenta definir algo así como un principio
económico del poder disciplinario. Éste se organiza de tal modo
que el poder disciplinario se torna invisible con el fin de imponer
a sus sometidos un principio de visibilidad obligatoria. Así, en la
disciplina, son los sometidos quienes resultan observados. El es-
pectáculo no es un modo de ser visto para ocupar lugares centra-
les, sino una manera de aparecer para luego desaparecer o ser
desaparecidos. Quienes han padecido dictaduras y persecuciones
conocen el precio de ser mirados. Pero tal desgracia, hay que de-
cirlo, también ocurre en las sociedades democráticas.
Los barrios siniestros, los rostros monstruosos, son observa-
dos en pantallas y en periódicos. Se los obliga a ser vistos y se
obliga a otros a mirarlos, a mirarlos y no olvidarlos, a mirarlos
para denunciarlos. Los que no enseñan su rostro tienen así la ca-
pacidad de percibir el rostro de los otros.
Los medios de comunicación son también un poderoso teji-
do en cuya sombra opera cierto tipo de vigilancia y castigo. Liga-

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dos a la administración del poder y del saber sobre cuerpos, ges-


tos y conductas virtuales, los medios cooperan con una organiza-
ción tal del espacio y del tiempo que la presencia queda conecta-
da con la ausencia.
En las secciones de «sucesos» se despliegan artificios de vigi-
lancia y castigo de la intimidad infortunada. La desgracia opera
allí como mecanismo sutil de construcción y destrucción del teji-
do social y de sus correlatos imaginarios. Son un lugar en el cual
se coloca al sujeto en medio de relaciones múltiples y complejos
de culpabilización y dominación. No son sólo la oportunidad de
la crónica roja o amarilla. Son también una oportunidad de obser-
var a ciertos poderes operando en condiciones no jurídicas. Allí
son transmutados en información, lenguaje, texto, imagen. ¿Qué
importa allí la prevención o la documentación de peligros? No, im-
porta el poder, sus puntos de circulación, su conversión en naturale-
za, desenfado, su relación con sujetos bien dispuestos para recibir
y padecer sus efectos.
El 21 de marzo de 1995, La Nación14 dedicó su editorial a
legitimar las páginas de «sucesos». La tesis era que allí se docu-
menta el irrespeto a la vida y a la propiedad, y además se suministra
«una información objetiva y periódica sobre el desenvolvimiento
del sistema de valores fundamentales de una sociedad». El editoria-
lista continuaba con un cierto descargo:
A veces se critica a la prensa por poner al alcance de los
ciudadanos estos hechos. Quisieran algunos que se mantu-
vieran secretos. El ocultamiento constituiría, sin embargo,
una salida fácil y engañosa. La sociedad debe hacerle frente a
este fenómeno, a estas muestras de descomposición, con apego
a la verdad.
Dos meses después, en mayo de 1995, Irene Vizcaino, una redac-
tora de «sucesos» de La Nación, nos hacía un recordatorio:

14
La Nación es el diario con mayor poder social en Costa Rica. Sus páginas
de opinión y sus editoriales afectan de manera significativa la agenda económi-
ca y política del país. Al mismo tiempo, y quizá debido a ello, es uno de los ejes
de circulación de las representaciones imaginarias de los costarricenses. En ese
sentido, La Nación es la nación.

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ALEXANDER JIMÉNEZ

Con la conciencia tranquila y, sobre todo, con la absoluta


seguridad del respeto que tengo por la tragedia humana, sólo
les recuerdo que la tarea es traducir, lo más fielmente posi-
ble, la realidad al lenguaje escrito, con el fin no sólo de infor-
mar, sino en muchos casos de prevenir. Escribimos de los
hechos después de que ocurren, no planeamos con mentes
macabras que, ese preciso día, el sufrimiento tocará a sus
puertas y se asomará en las páginas.
Sólo para ayudarles a recordar, la periodista había escrito dos día
antes, es decir el 15 de mayo de 1995, una nota titulada «Hirió a su
novia, y se ahorcó» (La Nación, 15 de mayo de 1995, p. 10-A). Allí
se describe un triángulo amoroso compuesto por el ahorcado, la
joven herida y la madre de ésta. La noticia termina con una descrip-
ción apegada a la verdad que aquel editorial exigía: «¡Mi padrastro
se ahorcó! eran los gritos del niño de cinco años de edad que salió
asustado de la vivienda, mientras su hermana sangraba».
Alguien tendría que escribir la historia de los cuerpos ex-
puestos, estos cuerpos puestos en evidencia para enseñar los de-
beres, los límites, los efectos de ciertas conductas. Los medios han
tomado el relevo de los suplicios públicos. Los cuerpos tortura-
dos, los que han pasado por el suplicio, pasan de la plaza pública
a la pantalla y al papel. Es allí, en esos lugares de reunión social,
donde se celebran las ceremonias del castigo y la enseñanza: es
allí donde el pueblo aprende los deberes y la normalidad. El edi-
torial de La Nación de marzo de 1995 insistía en que las
[...] páginas de «Sucesos» de los periódicos documentan el
estado de una sociedad en relación con el respeto al ordena-
miento jurídico y en particular a la vida y la integridad física
de las personas.
La misma institución penal se ve rebasada y desplazada. Antes del
juicio y la sentencia, los «suceseros» han dado ya su veredicto ima-
ginario, que es finalmente el real, el que funciona socialmente.
Obviamente, los discursos de la televisión y la prensa escrita
difieren en la estructura y la fuerza de sus enunciados y signos.
Aquí obviamos provisionalmente tal diferencia. Nos interesa ad-
vertir ese punto común en el que sus informaciones marcan la
ceremonia del duelo.

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EL CUERPO Y SU HISTORIA

La noción de intimidad alude a un centro efectivo, a la parte me-


nos pública de la corporalidad y a la historia subjetiva. Supone
unas fronteras éticas y unas historias que no pueden ser contadas
de cualquier manera y en cualquier lugar. Es decir, un patrimonio
de significación y unos límites de valor. El duelo se ubica en ese
mismo lugar. Práctica íntima que busca elaborar, desde dentro y
con otros, una ausencia no deseada conscientemente, el duelo es
también un tiempo de retirada en el cual se elige vivir la pérdida o
la separación de una cierta manera.
Los ritos dolorosos implican una economía de los afectos. El
duelo surge allí donde el objeto perdido fue amado por él mis-
mo.15 Los objetos ahora ausentes no requerirían ser reales para
ser amados. Es cierto que ellos son casi siempre una construcción
imaginaria; pero son la construcción imaginaria de un sujeto o de
unos sujetos que cancelaban el mundo para amarlo así, sin embar-
go él ya no está más allí para recibirlo. Alguien siempre queda con
algo que no sabe a quién dar. Los dolientes, todavía hasta hace
poco, también cancelaban el mundo para darse y decirse su vacío.
Algo se traslada y se comunica a alguien que está allí cerca. El
dolor se comunica y hay en ello una belleza rara. En la intimidad
desgraciada o el duelo hay una dimensión estética restringida. La
sensibilidad que allí antes se producía no parecía estar hecha para
todos; pero ahora esto no parece ser así.
En el plano de la comunicación social operan mecanismos
que transforman las condiciones de elaboración de la intimidad y
el duelo. Por eso, quizá sea necesario articular nociones sustituti-
vas. Todo ocurre como si en adelante debiéramos hablar de inti-
midad de masas o duelo de masas. Amantes, dolientes, agresores,
jóvenes perdidos, transvestis, son reunidos y filmados por una
cámara que los pone en situación de confesar intimidades a millo-
nes, que así se hacen cómplices de historias lejanas que no ten-
drían por qué saber. Las pantallas amplifican las confesiones per-

15
A. y M. Mtscherlich: Fundamentos del comportamiento colectivo, Edit.
Alianza, Madrid, 1973, p. 39.

195

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ALEXANDER JIMÉNEZ

sonales, casi siempre desgraciadas. De alguna manera, allí se hace


presente el gozo oscuro de la destrucción. Por supuesto, no me
toca decidir las razones del disfrute que una víctima puede hacer
de su sacrificio. Aquí la idea es consignar los mecanismos simbóli-
cos que dan a tal goce su clima.
En la cultura de masas ocurre que las masas son técnicamen-
te educadas para caer en el hechizo de lo que las destruye. Esto
escribían Adorno y Horkheimer. En la industria de la cultura, se-
gún ellos, «divertirse significa siempre que no hay que pensar, que
hay que olvidar el dolor incluso allí donde es mostrado. En la
base de la diversión está la impotencia».16 Olvidar el dolor incluso
allí donde es mostrado, esta frase perfecta ilustra lo que este ensa-
yo quiere decir a pesar de su torpeza.
Intimidad y duelo simulados, intimidad y duelo disimula-
dos, esto es lo que se hace evidente al pensar, con Baudrillard,
«que la simulación es precisamente [...] esta concatenación de las
cosas como si éstas tuvieran un sentido, cuando sólo están regidas
por el montaje artificial y el sinsentido».17
Una variante de lo anterior es el modo como los media ela-
boran su discurso sobre la delincuencia común. Los sectores po-
pulares aprenden a denunciar a quienes les son cercanos. La peli-
grosidad social queda así reducida a un segmento que tiene mala
conciencia sobre sí mismo a partir del manejo de los relatos admi-
nistrados por las secciones de «sucesos». Un redactor de noticias
en el periódico Al Día, terminaba la cobertura del asesinato de
dos ladrones «informando que la última dirección conocida de
uno de ellos era Guadalupe centro, 300 metros al este y 100 al sur
de la pulpería La Nena». Como se ve, los informadores también
son informantes.
Curiosamente, ciertos sectores sólo acceden a los espacios
públicos como material informativo en las secciones de «sucesos».
Es paradójico. Quienes nunca habían aparecido en la pantalla o el
papel aparecen cuando ya no están, cuando han dejado de habitar
sus cuerpos. Quienes estaban al margen ocupan el centro de estas

16
M. Horkheimer y T. Adorno: ob. cit., p. 174.
17
J. Baudrillard: ob. cit., p. 29.

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noticias. La primera página del diario Extra del 20 de julio de


1995 exhibe a una joven de 16 años colgando inmóvil de un ár-
bol. A su lado se encuentran, además de un joven, un policía y un
periodista. Si pensamos que ese muchacho sólo estaba allí para
sufrir la muerte de su amiga, debe decirse que los demás aparecen
allí para cumplir con sus funciones. En las páginas internas hay
otra foto. En ésta ya no hay nadie junto al cuerpo. Está solo, cu-
bierto por una manta. El trabajo ya está hecho.
En situaciones de desgracia, la elaboración del duelo ha de-
jado de ser una práctica interior. Las familias y amigos de ciertos
muertos agregan a su dolor el plus dolor que la prensa se encarga
de diseminar a partir de fotografías, entrevistas, acercamientos audio-
visuales. A estos estamentos la intimidad se les disuelve en las
pantallas.
En efecto, la manera en que ciertos espacios comunicativos
construyen y diseminan la información, de interés supuestamente so-
cial, revela un atropello innoble de la intimidad de algunas personas.
Una parte de nuestra especie le hace la guerra a la muerte lo
mejor que puede: investigando enfermedades, solucionando con-
flictos, haciendo el amor, escribiendo poesía. Pero también hay
quienes usufructúan con las imágenes de la muerte: cuerpos des-
pedazados o velados por materias blancas, rostros ensangrenta-
dos y convulsos, ojos desesperados.
Informar sobre sucesos es otro modo de administrar y vigi-
lar los cuerpos. Es un mecanismo de debilitamiento. Allí rígidos,
inmóviles, los cuerpos no asustan ni hablan su historia de dolor.
¿Qué es alguien cuando ya no es sí mismo ni un otro? ¿Qué es
alguien con su cuerpo deshabitado, inerte? ¿Qué se puede hacer
con ése? La muerte es producida y circula como un objeto más de
consumo visual y afectivo; y sin embargo, todo ocurre como si
esos cuerpos mostrados recibieran su cuota de conminseración y
respeto. En el fondo, ocurre una cosificación de la muerte no sólo
para vender, sino también para afianzar ciertos poderes. Horkhei-
mer y Adorno sostienen que
Bajo la etiqueta de los hechos en bruto la injusticia social de
la cual éstos nacen es consagrada hoy como algo eternamen-
te inmutable. El extrañamiento de los hombres respeto a los

197

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ALEXANDER JIMÉNEZ

objetos dominados no es el único precio que se paga por el


dominio; con la reificación del espíritu han sido adulteradas
también las relaciones internas entre los hombres, incluso las
de cada cual consigo mismo [...].18
El dolor es para quienes quedan después de que el otro se ha
marchado. Es a ellos a quienes se enseña y advierte. En La Nación
del 5 de abril de 1995, dos periodistas hacen la crónica de un
asesinato. Hacia el final se describe al asesino entregándose
[...]mientras la multitud comenzaba a rodear al cuerpo en-
sangrentado de Alvarado; y su esposa, quien había presen-
ciado todo desde el auto, se dejaba llevar por el dolor.
En una carta a G. Laudry el 25 de abril de 1873, León Bloy decía
que «el hombre tiene lugares en su pobre corazón que no existen
hasta que el dolor entra en ellos para que existan». Una mujer
frente a su amado muerto es un lugar irrepetible e imprevisible.
Hay allí un cuerpo que inerte no cesa de enviar señales a otro
cuerpo que está allí para descubrirse. Y enfrente un par de perio-
distas dicen lo que dicen.
Es curioso. Los procesos comunicativos cuentan con las con-
diciones para reunir y articular el imaginario cotidiano de quienes
habitan las ciudades. Nadie podría reconstruir el espacio urbano
sin la mediación de los medios. Habitamos nuestras ciudades sólo
de manera virtual. Sin los periódicos y noticieros difícilmente ex-
perimentaríamos nuestro presente. Y sin embargo no lo experi-
mentamos sino como una ausencia.
Algunos se las agencian para disfrutar del derecho a la inti-
midad del dolor. Otros, no tienen más destino que mirar los noti-
cieros y diarios a fin de reencontrar las historias personales de sus
amigos o hermanos convertidas en sucesos públicos.
Tal parece, los mecanismos que distinguen la empresa priva-
da de la cosa pública también operan en el modo de construir los
estamentos sus historias personales. Aquí conviene un ejemplo.
En 1994 el banco estatal más antiguo de Costa Rica fue ce-
rrado debido a manejos fraudulentos de un grupo de directores,

18
M. Horkheimer y T. Adorno: ob. cit., pp. 43-44.

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L A D E S G R A C I A E S TA M B I É N U N E S P E C T Á C U LO

empresarios y familiares ligados entre sí. Algunos de ellos eran


extranjeros que tenían por esposas a señoras de respetables fami-
lias costarricenses. Al principio no supimos quiénes eran ellas y
sus familias. Está claro que sus nombres no tenían por qué apare-
cer. El problema era de sus maridos; sin embargo, parece existir,
en los mercados del honor, una mano invisible que regula el buen
nombre. Por eso, los comunicadores mencionan impunemente a
toda la familia de los delincuentes salidos de sectores populares.
Pero aquel otro tipo de delincuentes, por lo visto mucho más pe-
ligrosos para la organización de la vida social, tiene siempre a
resguardo el nombre de su familia.
Algunas esposas de aquellos hombres decidieron escribir en
la prensa nacional. Si obviamos el sufrimiento por la ausencia de
aquellos a quien seguramente amaban, hubo un discurso recu-
rrente en casi todos sus campos pagados y artículos de opinión.
Era un discurso paradójico. A sus maridos se los humillaba por su
condición económica y social y eran exhibidos públicamente como
delincuentes de la peor calaña. Ellas preguntaban si la justicia era
clasista. Helio Gallardo, un filósofo costarricense, les respondió
que sí, que si se visitan «La Reforma»19 y otras cárceles se advierte
que los reos provienen de los sectores impudientes, y que la mal-
dad parecería poseer un peculiar instinto de clase. Además de res-
ponderles, Gallardo les pidió seguir insistiendo en que se hiciera
justicia aunque sus maridos estuvieran en libertad y fueran ab-
sueltos; pero ellas ya no lo hicieron más.

EL DOLOR TIENE SU BELLEZA

Cuando aparece en la pantalla el rostro de un criminal, al horror


inicial le sigue la purificación: algo se nos cura dentro sabiendo
que ése no somos nosotros, que los monstruos están siempre del
otro lado de la historia. Este elemento de autoengaño requeriría
una reflexión aparte. Por el momento, baste con señalar su im-

19
El nombre de esta prisión es un buen signo de lo que pretende; pero casi
siempre fracasa. Parecería estar hecha para fracasar, a pesar de su nombre.

199

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ALEXANDER JIMÉNEZ

portancia como equilibrador social: estamos salvados puesto que


siempre es posible reconocer a los culpables. Los televisores y los
periódicos son un lugar en donde el juicio final sucede cada día, y
sucede con nosotros como jueces.
Según Aristóteles, la tragedia antigua, puesta en escena, cu-
raba y purificaba simulando acciones como sufrir y morir. Hoy
día, los procesos comunicativo-informáticos tienen un monstruo-
so poder para simular y disimular la realidad social, para ponerla
en escena y garantizar la manera de estar dada sin sufrir alteracio-
nes de fondo.
Obviamente no toda la información social puede reducirse
sin más a estos mecanismos de velación y develación. Incluso, no
puede dejar de reconocerse que algunas veces, aunque sólo sea de
modo virtual, los medios de comunicación prestan el oído, la vis-
ta y la voz a quienes de otro modo estarían condenados al desen-
cuentro. Pero estas posibilidades de articular espacios y tiempos
son medianamente utilizadas frente al creciente uso de prácticas
disimulantes.
Los medios de comunicación aceptan y engullen el dolor
producido, lo estetizan, lo despojan de su contenido crítico y de
su origen social, y luego lo venden. Así como los museos disuel-
ven la dimensión cotidiana o contestataria que originan ciertos
productos estéticos, a fin de que no afecten el orden social, los
diarios y noticieros cuelgan los dolores en videos o cuadros foto-
gráficos que gustan mucho y que distraen.
La mayoría de los dolores humanos son construidos social-
mente. Es decir, son signos de la manera de estar organizada una
formación social.

SIMULAR, DISIMULAR

Los proceso de simulación, como ya se ha dicho, van de la mano


con los de disimulación. Periodistas simulan ser vendedores am-
bulantes para posteriormente denunciarlos, o bien simulan ser
nicaragüenses para conocer y denunciar la manera en que algunos
de ellos pasan a Costa Rica por la montaña. Es sospechoso tanto
énfasis en conocer los mecanismos de acción de tales sectores pe-

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L A D E S G R A C I A E S TA M B I É N U N E S P E C T Á C U LO

ligrosos, cuando, a la vez, descuidan uno de los sectores más peli-


grosos de nuestra sociedad: el de los empresarios y políticos que
roban el dinero que deben a sus trabajadores, al fisco o a los ban-
cos del Estado. Este «pequeño descuido» tiene que ver, obviamen-
te, con las condiciones de trabajo y de vida de los periodistas.
Hasta ahora, a ningún periodista se le ha ocurrido simular
ser contador con el fin de constatar los artificios ingeniosos de
que se valen estos sectores empresariales. De hecho, hacia finales
del año 1994, las cámaras industriales y empresariales considera-
ban peligrosa cierta atribución estatal de denunciar prácticas frau-
dulentas que padecemos los consumidores (vender productos a
un precio que excede los límites fijados, comerciar artículos re-
construidos como si fueran originales). Según los empresarios,
denunciar tales artificios para el robo puede ser peligroso pues se
presta a abusos. Esto tiene su chiste. El sector dentro del cual
están los que abusan, nos advierte contra los abusos posibles de los
pobres recursos que aún tenemos para que sus propios abusos no
queden impunes.
Tal parece, los simulacros periodísticos se construyen teniendo
claros estos tipos de límites económicos y políticos.
El saber sobre los cuerpos, sus desgracias y sus virtualidades
se traduce en cantidades de información susceptible de ser vendi-
da. Pero hay un tipo de «pudor periodístico» que no ingresa nun-
ca en ciertos peligros, en ciertos cuerpos, en ciertas cámaras. La
lección la tienen bien aprendida. Ellos pueden secuestrar los do-
lores de los sectores populares y, por tanto, «peligrosos». Del otro
lado están los que sostienen al mundo. Pero éstos sólo aparecen
en las secciones de modas, de asuntos políticos o económicos.
Tales son las distribuciones del espacio de la inocencia.

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El concepto
de posmodernidad:
deconstrucción
de Cronos
MAGALDY TÉLLEZ

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SINTITUL-20 204 06/09/2011, 08:00 a.m.
En grandes zonas del debate sobre la posmoderni-
dad, se ha afirmado una pauta de pensamiento
muy convencional. Por un lado se dice que el pos-
modernismo es una continuación del modernismo,
en cuyo caso toda oposición es ociosa, por el otro,
se proclama una ruptura radical respecto al mo-
dernismo, que luego es evaluada en términos posi-
tivos o negativos. La cuestión de la continuidad o
de la discontinuidad no puede discutirse bien en la
prisión de esta dicotomía.
A. HUYSSEN: «Guía del posmodernismo»

[...] más allá de los límites que la Historia pretendió


imponer al decurso del tiempo, recorremos ahora
—como siempre, por otra parte, lo hemos hecho:
pero renunciando ahora a las lecturas que lo encu-
brían [...]— espacios no clausurables, no orienta-
dos, no irreversibles. De este modo, los ataques al
supuesto contra-sentido del hablar en post, sólo pue-
den ya movernos a sonrisa. La ira es una pasión
demasiado intensa para responder a la tibieza de
unos interlocutores-antigualla [...] que muy pronto
cumplirán, sin haberse dado cuenta, sus dos siglos.
J. L. BREA: «Errar —para no hablar
de posmodernidad—»

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SINTITUL-20 206 06/09/2011, 08:00 a.m.
EL CONCEPTO DE POSMODERNIDAD: DECONSTRUCCIÓN DE CRONOS

NOTA INTRODUCTORIA

LAS PÁGINAS QUE SIGUEN constituyen una particular manera de in-


cursionar en parte del haz de asuntos que involucra el concepto
de posmodernidad, teniendo presente que su construcción tiene
lugar en la dinámica misma del debate en torno al carácter de las
transformaciones actuales, tanto en el plano de las prácticas cul-
turales y sociopolíticas como en el del régimen de producción
intelectual.
No pretendo llevar a cabo un examen pormenorizado de las
discusiones, ni ofrecer un estudio cronológico del término posmo-
dernidad; mi propósito está limitado a cubrir, en parte, lo que
creo una exigencia básica: dar cuenta de dicho concepto a partir
de su inscripción en el cruce de posiciones que dan contenido al
debate modernidad-posmodernidad. Sobremanera, si se tiene pre-
sente que es en el marco de dicho debate donde se construye la
heterogeneidad de significados relativos al concepto de posmo-
dernidad, de los cuales cabe indicar que incluyen no sólo ciertas
diferencias sino, también, incompatibilidades. A tal exigencia no
le es ajena lo que me planteo como una responsabilidad frente a
la actitud que suele ser común en nuestros medios: aceptar o
rechazar el concepto en cuestión, respondiendo más a prejuicios
que al esfuerzo de incursionar en la trama de asuntos que se po-

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SINTITUL-20 207 06/09/2011, 08:00 a.m.


MAGALDY TÉLLEZ

nen en juego en el referido debate, de reflexionar sobre sus impli-


caciones o, más modestamente, de estar informados.
Se trata de una doble exigencia que, a mi juicio, no cabe
obviar si entendemos que el referido debate recorre los más di-
versos registros discursivos acerca de lo que acontece y nos acon-
tece. Responder a ella es, al mismo tiempo, hacerme cargo del
carácter de tanteo que comporta la incursión en aquellos terrenos
en los que se cruzan lo movedizo y lo ineludible, porque —quié-
rase o no— estamos en ellos.
La vía que seguiré puede resumirse de la siguiente manera:
en un primer momento considero la pertinencia de la pregunta
¿de qué se trata?, a los efectos de plantear asuntos implicados en
las disímiles posiciones que ha suscitado el concepto de posmo-
dernidad. Seguidamente, procedo a exponer un conjunto de con-
sideraciones relativas a una caracterización —una entre otras po-
sibles— del vínculo entre las ideas de modernidad, posmodernidad
y temporalidad, mediante un breve análisis de los planteamientos
formulados por autores como Habermas, Berman, Lyotard y
Vattimo.
Ello, con el propósito de mostrar la decisiva importancia de
este vínculo en las formas de tematizar la aceptación o rechazo
del concepto mismo de posmodernidad. Finalmente, realizo un
breve análisis sobre lo que dicho concepto supone como decons-
trucción del tiempo cronológico, y lo que ello implica para el
valor heurístico de dicho concepto en el estudio de cuestiones
del presente.

1. POSMODERNIDAD: LA PERTINENCIA DE LA PREGUNTA


¿DE QUÉ SE TRATA?

Patxi Lanceros, en su ensayo «Apunte sobre el pensamiento des-


tructivo»1 sostiene que la polémica en torno a la posmodernidad
muestra la

1
Me refiero al ensayo incluido en G. Vattimo y otros: En torno a la posmo-
dernidad, Anthropos, Barcelona, 1991, pp. 137-159.

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EL CONCEPTO DE POSMODERNIDAD: DECONSTRUCCIÓN DE CRONOS

[...] práctica imposibilidad de pensar sin etiquetas, sin un só-


lido encuadramiento y una precisa designación [...], ha vuelto
ha distribuir contendientes: Caín y Abel, Tirios y Troyanos,
modernos y posmodernos.
Puede agregarse que la definición de quiénes sean los Caín o los
Abel, los Tirios o los Troyanos, entre los contendientes actuales,
depende de quien ponga la etiqueta, pero, en todo caso, el hecho es
que la usual tarea de colocar etiquetas y clasificar en pares —racio-
nal/irracional, verdad/error, cierto/incierto...—, parece ser el dispo-
sitivo fundamental de enunciación para restar importancia a los
asuntos que nos conciernen, entre ellos, la cuestión de lo posmo-
derno. Cuestión ésta que debe entenderse como parte de los cam-
bios culturales e intelectuales. Por ello, la advertencia que con-
tienen las palabras de Lanceros justifica el propósito de acometer
la tarea de dar respuesta a la pregunta: posmodernidad, ¿de qué
se trata?
En el curso de las últimas dos décadas, las controversias
sobre la crisis de la modernidad vienen movilizando la escena
cultural e intelectual de Occidente, no sólo definiendo el hilo de
las tematizaciones inherentes al debate en torno a lo posmoderno
sino, también, propiciando interrogantes acerca de la crisis de
legitimación que afecta a los diversos espacios sociales, signifi-
cándose con ello el hecho de que ya no parece haber posibilidad
de recurrir a principios que puedan fungir como referentes uni-
versales de valor.
Tal debate involucra el conflicto de interpretaciones con-
cernientes tanto al carácter de las transformaciones culturales,
como al de las transformaciones inherentes al régimen de saber.
Dos planos respecto a los cuales es preciso plantearse la interro-
gante ¿qué está en juego en el referido debate?, toda vez que ella
sugiere la inconveniencia de continuar asociando el término de
posmodernidad a «modas» artísticas o intelectuales, vinculadas a
tendencias teórica y políticamente conservadoras, y, desde allí,
obturar la posibilidad ya no sólo de adentrarse en el debate y sus
implicaciones teóricas, sino de estar informados.
Contrariamente, cabe sostener que la polémica en torno a
la posmodernidad ha abierto un conjunto de problemas de teoría

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MAGALDY TÉLLEZ

social y cultural,2 sin los cuales resultarían incomprensibles tan-


to el carácter de las transformaciones económicas, sociopolíticas,
intelectuales, ideoculturales, como el decisivo papel que, en las
sociedades contemporáneas, cumplen las nuevas redes de signifi-
cación asociadas al predominio de lo massmediático. Si a ello se
agrega, tal y como lo afirma Mike Featherstone, que la idea de pos-
modernidad ofrece indicios de configurarse como imagen cultu-
ral poderosa, existen buenas razones para interesarnos en la cues-
tión de la posmodernidad, y para que no parezca desatinado darle
la bienvenida al debate del cual ha sido objeto.
Ahora bien, a mi juicio, cabe reconocer en el concepto de
posmodernidad una densa zona que, ella misma, contiene sus pro-
pios problemas. A la indicación de algunos de ellos se dirigen las
siguientes consideraciones. Posmodernidad, ¿de qué se trata? Esta
forma enunciativa de la pregunta y no la del ¿qué es?, quiere
decir algo: los términos eluden la segunda forma enunciativa frente
a la que se espera una redonda definición. ¿De qué se trata?,
ofrece la posibilidad de abrir un amplio y heterogéneo abanico
de asuntos, del que sólo intento abordar algunos de ellos, a saber,
las opciones historiográficas a las que se vinculan las formas de
rechazo o aceptación del concepto de posmodernidad, y lo que
éste supone como ruptura con la concepción lineal-finalística de
la historia.

2. ÓPTICAS HISTORIOGRÁFICAS E IDEA DE POSMODERNIDAD

Si el concepto de posmodernidad envuelve mutaciones como las


señaladas, no cabe menos que plantearse el problema de si con
este concepto se quiere dar cuenta de un tránsito histórico entre
configuraciones culturales epocales. Advierto en este problema
una importante vía para la comprensión del ¿de qué se trata?

2
«[...] son los problemas de conceptuación y definición necesarios para com-
prender la relevancia o expansión del papel de la cultura en las sociedades
contemporáneas, los que tornan intrigante la cuestión de lo posmoderno». M.
Featherstone: Cultura de consumo e pós-modernismo, Studio Nobel, Sao Paolo,
1995, p. 13.

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EL CONCEPTO DE POSMODERNIDAD: DECONSTRUCCIÓN DE CRONOS

cuando se habla de posmodernidad, si bien no es habitual conside-


rarlo como parte de las discusiones aunque de hecho las impregne,
y sea decisivo a los efectos de comprender la dificultad inherente a
la tarea de precisar lo que se entiende por posmodernidad.
A propósito de tal dificultad, diversos autores la asocian a la
disparidad de posiciones que despierta el concepto. Cito, a modo
de ejemplo, la siguiente formulación de Iñaki Urdanibia:
[...] no sólo se debe al embrollo que en torno a dicho término
se ha creado, ni tampoco al uso y abuso que de dicha palabra se
ha hecho, sino que también se debe a su actualidad y a la con-
siguiente falta de perspectiva para enfocar el fenómeno. No es
que la palabra provoque unanimidades sino que, por el contra-
rio, las posturas con respecto a ella son bien dispares: así, se
puede ver a los que afirman la existencia de dicho fenómeno,
junto a aquellos que lo circunscriben al marco de la moda, a
otros que limitan su pertinencia a algunas parcelas o aquellos
otros que niegan lisa y llanamente la existencia de tal cosa.3
A mi juicio, la indicación relativa al conflicto teórico que
provoca la idea de posmodernidad y sus formas de tematización
se torna pertinente si, a partir de ella, nos planteamos preguntas
del siguiente tipo: ¿desde dónde se niega la existencia de la pos-
modernidad?; si se afirma tal existencia, ¿desde dónde y cómo se
hace?; ¿concierne sólo a un tipo particular de fenómenos?; ¿es
un después de la modernidad?; si se alude a un cambio epocal,
¿en qué sentido se hace?, ¿cómo se interpreta su diferencia res-
pecto a la modernidad?
Preguntas como éstas, admiten su inscripción en uno de los
asuntos que me parecen insoslayables para comprender la referi-
da disparidad de posiciones, a saber, el de las opciones historiográ-
ficas desde las cuales se sostienen las formas de negación o afirma-
ción sobre la existencia de la posmodernidad. Con dicho asunto
estamos, a la vez, frente a la diferencia de interpretaciones sobre
la modernidad, pues toca al núcleo argumentativo vinculado a las
tesis, bien sobre su agotamiento o fin (Lyotard, Vattimo), bien
sobre su carácter de proyecto inacabado (Habermas).

3
I. Urdanibia: «Lo narrativo en la posmodernidad», en G. Vattimo y otros,
ob. cit., p. 42.

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MAGALDY TÉLLEZ

Al señalar dicho asunto, tengo presente el planteamiento de


Paul Veyne según el cual la selección, la valoración y la articula-
ción de acontecimientos que marcan la culminación de una épo-
ca y el inicio de otra, dependen de haber tomado partido por
cierto modo de conocer, es decir, de la óptica elegida en función
de la cual el historiador acota particulares acontecimientos y pro-
cede a narraciones de los mismos que nunca son «mapas exhaus-
tivos de los acontecimientos», pues éstos no existen como aconte-
cimientos-átomos, sino en una «trama como fragmento de la vida
real que el historiador desgaja a su antojo y en el que los hechos
mantienen relaciones objetivas y poseen también una importan-
cia relativa».4 Así, en lo que concierne a la idea de posmoder-
nidad y sus variadas formas de rechazo o aceptación, no cabe
obviar sus vínculos con las opciones historiográficas elegidas para
interpretar la posmodernidad y, en consecuencia, lo que ella supo-
ne respecto a la modernidad. Trataré, en lo que sigue, de precisar
el referido asunto mediante un breve examen de las posiciones de
Jürgen Habermas, Marshall Berman, Jean-Francois Lyotard y
Gianni Vattimo.

LA POSMODERNIDAD COMO CONCEPTO INACEPTABLE


Del debate en torno a la posmodernidad forma parte lo que
Carlos Viano5 señala como la «dificultad intrínseca» que contie-
ne el concepto de modernidad en cuanto concepto historiográfico,
dificultad que consiste en su carácter autorreferencial. Cierta-
mente, la noción de progreso indefinido, consustancial a la idea de
modernidad, es indisociable de una particular concepción del tiem-
po: la del tiempo histórico a la vez lineal e irreversible, esto es, del
tiempo que transcurre progresivamente hacia una meta final.
Desde tal concepción, la modernidad significa un estado
siempre nuevo, por su intrínseca e inagotable capacidad de pro-

4
Cf. P. Veyne: Cómo se escribe la historia. Foucault revoluciona la historia,
Edit. Alianza, Madrid, 1984, pp. 33-41.
5
C. A. Viano: «Los paradigmas de la modernidad». En Varios: El debate
modernidad-posmodernidad, Edit. Puntosur, Buenos Aires, 1989, pp. 175-193.

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EL CONCEPTO DE POSMODERNIDAD: DECONSTRUCCIÓN DE CRONOS

greso; de allí que no se trate ni de un retorno a lo antiguo, ni del


comienzo de una historia nueva, sino ante todo de la «madurez
de una nueva historia» (Viano). De allí que a la modernidad se le
atribuya un carácter de permanencia, pues el futuro será siempre
su cumplimiento; pero se trata de una permanencia en la que,
como lo advierte Vattimo, la idea de superación torna posible la
identificación de lo «nuevo como valor».6
La idea de lo nuevo como perenne renovación por la que toda
novedad es siempre superación que colma una carencia o comple-
ta un proyecto, hace que la idea de lo moderno coincida con la
del cambio como valor positivo. Así, en cada uno de los campos
—económico, político, artístico, científico, filosófico...— el hilo
conductor es el vínculo entre la idea de moderno y las ideas de lo
nuevo y del cambio, de las cuales es portador el sujeto prometeico,
el sujeto fundante, el sujeto autónomo.
Es preciso no olvidar que la modernidad surge anudando las
ideas de historia, de progreso, de fuerza de la razón, de sujeto autó-
nomo, de emancipación, desde las cuales estableció códigos uni-
versales para el conocimiento y para la acción, y se configuró como
semantización integradora de la multiplicidad de lo real, y como
horizonte teleológico del devenir histórico.7

6
«La modernidad se puede caracterizar, en efecto, como un fenómeno
dominado por la idea de la historia del pensamiento, entendida como una
progresiva “iluminación” que se desarrolla sobre la base de un proceso cada vez
más pleno de apropiación y reapropiación de los “fundamentos”, los cuales a
menudo se conciben como los “orígenes”, de suerte que las revoluciones, teó-
ricas y prácticas, de la historia occidental se presentan y se legitiman por lo
común como “recuperaciones”, renacimientos, retornos». G. Vattimo: El fin
de la modernidad. Nihilismo y hermenéutica en la cultura posmoderna, Edit. Gedisa,
Barcelona, 1987, p. 10. (Cursivas mías.)
7
Al respecto, concuerdo con el planteamiento de R. Lanz sobre la pertinen-
cia de situar la emergencia de la modernidad, como categoría histórico-cultu-
ral, en el siglo XVIII, cuya «atmósfera cultural [...] está marcada por el entrecru-
zamiento de Razón, Progreso, Historia». Categorías éstas que se instalaron
como claves fundantes de maneras de pensar y de actuar, constituyendo así
una matriz civilizacional que perdura «de un modo impresionante hasta nues-
tros días». En El discurso posmoderno: Crítica de la razón escéptica, Consejo de
Desarrollo Científico y Humanístico, Universidad Central de Venezuela, Cara-
cas, 1993, pp. 28-30.

213

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MAGALDY TÉLLEZ

A partir de las consideraciones precedentes, es posible afir-


mar que la señalada dificultad intrínseca del concepto de moder-
nidad, es decir, su autorreferencialidad, sostiene, como óptica
elegida, las posiciones según las cuales el concepto de posmoder-
nidad resulta inadmisible. Las razones que parecen informar ta-
les posiciones pueden resumirse en los siguientes términos:
a. Si, etimológicamente, el término modernidad remite a
lo que espacial y temporalmente es lo actual, no cabe
admitir la existencia de algo actual que sea un después
de lo actual.
b. Si, conceptualmente, la idea de lo moderno se conecta
con la idea de lo nuevo y con la de un presente cuya
identidad se define contra el pasado, no tiene sentido
caracterizar como posmodernas aquellas formas de in-
novación en cualquier campo de la experiencia humana.
c. Si se trata de registrar aquellos fenómenos negativos ta-
les como la ciencia hiperespecializada, la degeneración
de la política —que ocluye los derechos en función de
poderes anónimos—, los totalitarismos, la autono-
mización de la tecnología convertida en fuente de do-
minio, la mercantilización del saber, etc., es preciso
evaluar tales fenómenos como formas antimodernas que,
en cuanto tales, traicionan los valores de la moderni-
dad y, en consecuencia, lo que cabe es plantearse la
pregunta: ¿por qué no retomar estos valores con los fi-
nes de orientar rectamente las prácticas materiales y cul-
turales, en procura de la creación de condiciones cada
vez mejores para lograr la emancipación humana?
Argumentos como los aquí referidos traducen esa dificultad
intrínseca de la idea de modernidad, que resulta decisiva en el
rechazo de Habermas y Berman a la idea de posmodernidad.

214

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EL CONCEPTO DE POSMODERNIDAD: DECONSTRUCCIÓN DE CRONOS

Jürgen Habermas: refutación de la posmodernidad


en nombre del ideal emancipatorio

Para Habermas, como se sabe, la modernidad es «un proyec-


to incompleto»8 cuyo telos, el de un mundo libre de todo sojuzga-
miento, concierne a la búsqueda de una racionalidad sustantiva
capaz de promover y fortalecer la interacción, sin restricciones,
de «lo cognoscitivo con los elementos morales-prácticos y estéti-
co-expresivos». El fracaso de los diversos intentos por lograr efec-
tos emancipatorios, no debe concluir en el abandono del proyec-
to de la modernidad, pues ello significaría abandonar la meta de
la emancipación.
Admitiendo la dificultad del restablecimiento del proyecto
moderno caracterizado —a partir del análisis weberiano— por
el proceso de diferenciación de la razón sustantiva en «las tres
esferas autónomas que son la ciencia, la moralidad y el arte»,
para Habermas dicho restablecimiento no supone la inversión de
tal proceso de diferenciación, sino la del desequilibrio que se ha
producido entre dichas esferas de racionalidad, dado el predomi-
nio de la racionalidad instrumental o funcional sobre la prácti-
co-moral y la expresivo-estética.
La vía habermasiana para emprender la tarea de revitalizar
el proyecto de la modernidad se funda no en la filosofía de la
conciencia —reconociendo que la misma ha perdido su fuerza
legitimadora—, sino en la filosofía del lenguaje, en la cual susten-
ta su teoría de la «comunicación libre de dominación», y que lue-
go aparece de forma modificada como «pragmática universal».
En el planteamiento habermasiano, el ideal emancipatorio es el

8
La modernidad, un proyecto incompleto, es el título de un ensayo de Haber-
mas publicado en diversas oportunidades. Su primera publicación se hizo con
el título de Modernidad contra posmodernidad, en New German Critique (invier-
no, 1981). Se trata del trabajo de Habermas con mayor impacto en el debate
sobre la posmodernidad. Aquí he utilizado la versión que aparece en H. Foster
y otros: La posmodernidad, Edit. Kairós, Barcelona, 1986, pp. 19-36. Además
de este ensayo, para las consideraciones que aquí se presentan he utilizado
como referencias fundamentales: el capítulo VIII del volumen II de Teoría de la
acción comunicativa y los capítulos 11 y 12 de El discurso filosófico de la moder-
nidad.

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MAGALDY TÉLLEZ

de la comunicación que se realiza en el «diálogo no autoritario y


universalmente producido», como horizonte desde el cual deri-
var tanto el modelo de identidad del yo, recíprocamente consti-
tuido, como el modelo de consenso verdadero.
De este modo, la conexión entre racionalidad y emancipa-
ción remite al lenguaje, entendido como comunicación de la que
el diálogo constituye su expresión fundamental, pues en él se re-
afirma la idea de responsabilidad autónoma de los participantes,
los que hablan y los que escuchan.
El diálogo es concebido, así, como la realización auténtica
de las capacidades lingüísticas de los hombres, al traducir la con-
creción del mutuo reconocimiento de los participantes como su-
jetos de iguales derechos. En tal sentido, «el diálogo tornaría via-
ble el sueño emancipatorio de la Ilustración en la materialidad de
la comunicación libre de dominación». El ideal emancipatorio
puede ser captado, aunque constituya una anticipación de una con-
dición inexistente: la condición de la «situación ideal de habla», a
la cual es preciso articular la idea de futuro como vida plena.
Una vez que el lenguaje, como comunicación dialógica, le
ha ofrecido a la filosofía el modelo de racionalidad en la que ac-
túa el interés emancipatorio, este modelo se torna no sólo antici-
pación utópica de una condición, sino también evidencia que asu-
me condición de a priori.
Esto significa que no se trata del lenguaje como dimensión
en la cual se viven nuestros vínculos prácticos, sino de la inter-
pretación del lenguaje como medio del diálogo libre que, a la vez,
remite a la idea de racionalidad como reconocimiento intersub-
jetivo. En otros términos, se trata del diálogo ideal que debe ser
distinguido nítidamente de los diálogos cotidianos, y que expresa
la anticipación de una praxis racional de la sociedad completa-
mente diferente, lo cual implica que debemos presuponer una
sociedad libre de la que cabe esperar la comunicación dialógica,
sin restricciones, ni distorsiones.
Mediante su sistema, Habermas quiere distanciarse absolu-
tamente del escepticismo que caracterizó las posiciones de Ador-
no y Horkheimer, quienes mostraron que los prometedores pro-
yectos de iluminación emancipatoria fueron frustrados, y que el
dominio del dogma había desplazado las intenciones críticas de

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EL CONCEPTO DE POSMODERNIDAD: DECONSTRUCCIÓN DE CRONOS

la teoría. Habermas parece tener una fe irreductible en que su


modelo dialógico de teoría crítica se constituya como fuerza eman-
cipadora, de allí su pretensión de que tal modelo sea universa-
lizable. Con ello, olvida que no todas las relaciones intersubjetivas
efectuadas por medio del lenguaje comportan el «consenso gene-
ral no forzado», basado en la norma de la igualdad de condicio-
nes de los participantes, olvida el espectro de modalidades comu-
nicativas que no responden a un único modelo, y que no por ello
pierden su significación.
El intento habermasiano de rescatar y reinscribir la moder-
nidad en el discurso filosófico actual, bajo la modalidad de la
pragmática universal, responde a su concepción de la «moderni-
dad como crítica iluminista y emancipación humana». De allí que
su negativa a cuestionar este impulso críticoemancipador se li-
gue a su convicción de que el abandono del proyecto moderno
significaría optar por el neoconservadurismo en teoría y en po-
lítica. Por ello, cabe sostener que para Habermas admitir la idea de
posmodernidad conlleva la aceptación del fin de dicho impulso, al
que le es consustancial la incesante renovación y superación.
En el marco del planteamiento habermasiano, el fin de la
modernidad no puede significar sino el fin de la superación críti-
ca y, en consecuencia, el retorno a la tradición conservadora, del
cual se hace cómplice todo movimiento que en los campos de la
filosofía, la política o la estética, apunte en la dirección de efec-
tuarse como fin de la modernidad:
[...] a priori no puede rechazarse la sospecha de que el pensa-
miento postmoderno se limite a autoatribuirse una posición
trascendente cuando en realidad permanece prisionero de
premisas de la autocomprensión moderna hechas valer por
Hegel. No podemos excluir de antemano que el neoconser-
vadurismo, o el anarquismo de inspiración estética, en nom-
bre de una despedida de la modernidad no estén probando
sino una nueva rebelión contra ella. Pudiera ser que bajo ese
manto de postilustración no se ocultara sino la complicidad
de una ya venerable tradición de la contrailustración.9

9
J. Habermas: El discurso filosófico de la modernidad, Edit. Taurus, Madrid,
1989, p. 15.

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Marshall Berman: la modernidad por siempre,


o la imposible posmodernidad

Berman10 rechaza el posmodernismo por cultivar la igno-


rancia de la historia y la cultura modernas, actitud que provoca
su alejamiento de lo que pudiera ser la fuente fundamental de su
propia fortaleza. En tal alejamiento radica la pérdida de su profun-
didad y, de manera inevitable, su arrasamiento por la vorágine de
la vida contemporánea —moderna, en los términos bermania-
nos—.
A la influencia del posmodernismo y su correlativo abando-
no del problema de la modernidad, Berman asocia la progresiva
destrucción de una forma vital del espacio público, la correspon-
diente a la discusión misma sobre dicho problema. Tal influencia
ha acelerado, a su juicio, el aislamiento entre los individuos y la
desintegración de los lazos colectivos.11
Frente a tal abandono y sus efectos negativos, Berman pro-
pone el restablecimiento del sentido de la modernidad mediante
la reapropiación de sus raíces decimonónicas, con sus valores de
lo nuevo y del cambio; ello, a partir de su interpretación de la
modernidad como experiencia vital.
Experiencia que significa, en el planteamiento bermaniano, «un
proceso subjetivo e ilimitado de autodesarrollo» que, con sus lu-
chas y contradicciones —ambigüedad y certeza, incesante desin-
tegración y renovación de lo que tenemos, lo que sabemos, lo que
somos, aventuras y amenazas, alegría y angustia—, impulsa la mar-
cha siempre hacia adelante de los sujetos para cambiar el mundo:

10
M. Berman: Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la moder-
nidad, me remito particularmente a su introducción «La modernidad: ayer,
hoy y mañana», Edit. Siglo XXI, Madrid, 1988; «Brindis por la modernidad» y
«Las señales de la calle. (Respuesta a Perry Anderson)», ambos en Varios: El
debate modernidad-posmodernidad, ob. cit.
11
«El eclipse del problema de la modernidad en la década de los setenta ha
significado la destrucción de una forma vital del espacio público. Ha apresurado
la desintegración de nuestro mundo en una agregación de grupos privados de
interés material y espiritual, habitantes de mónadas sin ventanas, mucho más aislados
de lo que necesitamos estar». M. Berman: Todo lo sólido se desvanece en el aire. La
experiencia de la modernidad, ob. cit., p. 24.

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EL CONCEPTO DE POSMODERNIDAD: DECONSTRUCCIÓN DE CRONOS

Puede resultar, entonces, que retroceder sea una manera de


ir hacia adelante; que recordar los modernismos del siglo
XIX nos dé el coraje para crear los modernismos del XXI . Este
acto de memoria puede ayudarnos a llevar el modernismo a
sus raíces, para que pueda alimentarse y renovarse, con el
fin de enfrentar las aventuras y peligros del futuro. Apro-
piarse de las modernidades del ayer puede ser a la vez una
crítica a las modernidades de hoy y un acto de fe en las moder-
nidades —y en el hombre y la mujer modernos— de mañana y
de pasado mañana.12
Aunque de una manera más explícita y menos elaborada que
en Habermas, reencontramos la autorreferencialidad inherente
a la idea de modernidad como sustrato del rechazo a la idea de
posmodernidad.
Es cierto que Berman, como Habermas, admite la existen-
cia de fenómenos socioculturales y políticos que desmienten el
concepto racionalista de progreso, ligado a la confianza en las
posibilidades benefactoras de la ciencia y de la técnica; sin em-
bargo, tales fenómenos son considerados más como patologías
de la modernidad, que como señales de su ocaso. De allí que se
justifique la empresa teórica de recuperar los valores modernos
y de relaborar el proyecto universalista de racionalidad, que dé
continuidad a la inagotable búsqueda de la emancipación humana.

3. EL CONCEPTO DE POSMODERNIDAD
DESDE EL DISCURSO POSMODERNO

En sus diferentes versiones, la práctica discursiva posmoderna


confronta las pretensiones de recuperación del proyecto de la
modernidad, no sólo porque las radicales transformaciones eco-
nómicas, políticas y socioculturales de nuestro fin de siglo testi-
monian la práctica imposibilidad de percibir y experimentar el
mundo como una totalidad coherente y ordenada, anulando lo
que se supuso como claves irrefutables de inteligibilidad del mundo
y de la capacidad de planificar e intervenir racionalmente el or-

12
M. Berman: «Brindis por la modernidad», ob. cit., p. 89.

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MAGALDY TÉLLEZ

den social y político de cara al ideal de emancipación final de la


humanidad, sino porque a la constelación discursiva que le dio
cuerpo a dicho proyecto le es consustancial la ambición univer-
salizante y totalizadora de una forma de razón que, siendo histó-
rica y culturalmente contingente, devino, ella misma, modo de
ejercicio de la dominación que excluyó como «irracionales» mo-
dos de pensamiento y de acción que no respondieran a los códi-
gos instaurados por el modelo racionalista de razón.
Un modelo que supuso entre sus principios constitutivos la
determinación cronológica del tiempo a partir de los supuestos
de continuidad histórica y de tiempo histórico homogéneo que,
anudados al de la causalidad lineal, hizo de la realidad algo suscep-
tible de ser temporalmente medible conforme al orden de sucesión
pasado-presente-futuro. Orden por el cual la idea de progreso se
tornó clave para alinear y dotar de sentido histórico —de desti-
no— a los acontecimientos, disolviendo su particularidad, su he-
terogeneidad y su dispersión en la historia como gran proyecto
universal que mira hacia el futuro. El futuro que se tornaría ra-
cionalmente predecible y controlable, fundado en la certeza de
que condensará los frutos del progreso racional de la humani-
dad. Un modelo, en fin, que tradujo la ambición prometeica im-
plicada en la episteme moderna.
La actitud intelectual que recorre las diversas formas del
discurso posmoderno pone en juego la ruptura con las modernas
exigencias de unidad y totalidad, entre ellas, las de la historia
finalística y el progreso lineal de y por la razón universal. El aban-
dono del anhelo de unidad y de visión de totalidad traducido en
la afirmación de la pluralidad —de opciones y formas de vida
diferentes, de configuraciones culturales, de criterios y formas
de racionalidad, de juegos y reglas de lenguaje, de perspectivas
de análisis, de juicios razonables—, imposible de ser ordenada
en sistemas unificantes y totales, comporta otras maneras de cons-
truir el significado del concepto de posmodernidad en las que se
expresa la lucha que el discurso posmoderno traba con la cues-
tión —típicamente moderna— de la periodización histórica. En
las páginas que siguen intento dar cuenta de ello, mediante un
breve análisis de las maneras en que Lyotard y Vattimo constru-

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EL CONCEPTO DE POSMODERNIDAD: DECONSTRUCCIÓN DE CRONOS

yen dicho concepto con relación al horizonte de cuestiones al que


lo refieren.

Jean-Francois Lyotard: la posmodernidad como condición


des-legitimadora de la modernidad

La interpretación de Lyotard acerca de la posmodernidad


parte de su conceptualización como la «condición del saber» ca-
racterizada por el «ocaso de los grandes relatos» como fuentes
de legitimación de los discursos de justicia y de verdad.
Ello supone una interpretación de la modernidad como con-
dición cultural en la que la legitimación de lo verdadero y de lo
justo, del saber y de sus instituciones, procede de los metarrelatos,
a los que cabe definir como discursos fundacionales con preten-
siones omnicomprensivas y universalistas, por medio de los cua-
les los saberes y las instituciones del saber recibieron autoridad y
propósito. Discursos, en consecuencia, desde los cuales se dio
respuesta al por qué debe existir, por ejemplo, la actividad cien-
tífica, y al por qué las sociedades deben impulsar las institucio-
nes encargadas de su producción y difusión.
El gran relato de la emancipación y el gran relato del deve-
nir de la Idea definieron, según Lyotard, la condición moderna de
legitimación del saber. Al primero —vinculado con la tradición
ilustrada francesa— corresponde la legitimación del conocimiento
por su papel central en el proyecto de la gradual emancipación
de la humanidad, pues se supuso que una vez puesto a disposi-
ción de todos, el conocimiento sería una fuerza inquebrantable
para el logro de la libertad. Este metarrelato «que tiene por suje-
to a la humanidad como héroe de la libertad», privilegia el juego
de lenguaje imperativo —al que más recientemente se llamó pres-
criptivo—, en el cual:
[...] el saber positivo no tiene más papel que el de informar al
sujeto práctico de la realidad en la cual se debe inscribir la
ejecución de la prescripción. Le permite circunscribir lo ejecu-
table, lo que se puede hacer. Pero [...] lo que se debe hacer, no
le pertenece [...]. El saber ya no es el sujeto, está a su servicio,

221

SINTITUL-20 221 06/09/2011, 08:00 a.m.


MAGALDY TÉLLEZ

su única legitimidad (que es considerable) es permitir que la


moralidad se haga realidad.13
La segunda modalidad, la del metarrelato especulativo —vin-
culado a la tradición hegeliana— no justifica el saber, ni por un
principio de la finalidad social o estatal a la cual debe servir, ni
por el principio humanista que hace del saber el instrumento fun-
damental para educar a los hombres «con dignidad y libertad».
En consecuencia, se trata del metarrelato en el cual el juego de
lenguaje legitimador no es el prescriptivo sino el especulativo: la
restitución de la unidad de saberes y conocimientos sólo puede
hacerse a través de la filosofía como «metanarración racional» —como
historia universal de la vida de un sujeto: vida, en Fichte, espíritu,
en Hegel—. De allí que el saber científico encuentre su principio
de legitimación en sí mismo y no en algo exterior a él —su fun-
ción en la sociedad y en el Estado—, y, en consecuencia, que sea
el saber el que está en capacidad de decir lo que es la sociedad o
lo que es el Estado. El resultado de este juego legitimador que
representa al sujeto como «héroe del conocimiento»
[...] es que los discursos del conocimiento sobre todos los
referentes posibles son tomados, no con su valor de verdad
inmediata, sino con el valor que adquieren debido al hecho
de que ocupan un cierto lugar en la Enciclopedia que narra el
discurso especulativo [...]. El auténtico saber desde esta pers-
pectiva siempre es un saber indirecto, hecho de enunciados
referidos e incorporados al metarrelato de un sujeto que ase-
gura su legitimidad.14
El efecto de la crisis de los grandes relatos, en la ciencia, no
concierne sólo a la incredulidad frente a ellos como su fuente de
legitimación sino, también, al resquebrajamiento del poder
regulatorio general de los paradigmas de la ciencia, pues en la
medida en que ésta va descubriendo los límites de sus presupues-
tos y procedimientos de verificación, dicho poder se debilita frente
a la proliferación de especialismos con sus propios e incompati-

13
J. F. Lyotard: La condición postmoderna, Edit. Cátedra, Madrid, 1986, p. 69.
14
Ibídem, p. 68.

222

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EL CONCEPTO DE POSMODERNIDAD: DECONSTRUCCIÓN DE CRONOS

bles juegos de lenguaje. En tal sentido, la crisis del saber científi-


co no proviene de la proliferación de conocimientos, resultante
de la expansión capitalista y de los cambios tecnológicos, sino «de
la erosión interna del principio de legitimidad del saber».
En la condición posmoderna del saber, el conocimiento cien-
tífico se encuentra en un marco diferente de legitimaciones. Por
una parte, opera la forma de legitimación por recurrencia al prin-
cipio de performatividad, vinculado a la incidencia decisiva de las
transformaciones tecnológicas sobre el saber científico y, parti-
cularmente, a la hegemonía de la informática que impone su lógi-
ca en el conjunto de prescripciones sobre los enunciados por ser
admitidos como enunciados científicos.
A dicho principio responde el desplazamiento de las pre-
guntas relativas a lo verdadero, lo justo o lo correcto, por aque-
llas tales como: ¿para qué sirve?, ¿es eficaz?, ¿es rentable?; a él
corresponde el juego de lenguaje técnico para el cual el criterio
de pertinencia de los enunciados es el de la eficiencia/ineficiencia,
que subsume los criterios de: verdadero/falso —propio del len-
guaje científico, fundamentalmente denotativo— y de justo/in-
justo —pertinente al lenguaje prescriptivo del campo ético—.
Toda vez que los lenguajes científico y ético terminan siendo juz-
gados por la eficacia u optimización de sus resultados, el modo
de legitimación por la performatividad hace aparecer en su for-
ma más completa el nexo poder-saber. De allí el papel de los
decisores:
Nuestra vida se encuentra volcada por ellos hacia el incre-
mento del poder. Su legitimación, tanto en materia de justicia
social como de verdad científica, sería optimizar las acciones
del sistema, la eficacia. La aplicación de ese criterio a todos
nuestros juegos no se produce sin cierto terror, blando o duro:
sed operativos, es decir, conmensurables, o desapareced.15

15
Ibídem, p. 10. «[...] ¿quién decide lo que es saber, y quién sabe lo que
conviene decidir? La cuestión del saber en la edad de la informática es más que
nunca la cuestión del gobierno», ibídem, p. 24.

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MAGALDY TÉLLEZ

Para Lyotard, el modelo sistémico de Niklas Luhmann, orien-


tado hacia la búsqueda de la unidad del sistema social, lo más
performativamente posible, constituye la expresión más cabal de
este modo de legitimación del saber en la condición cultural pos-
moderna. Confrontándolo, encontramos la elaboración haberma-
siana del problema de legitimación como búsqueda del consenso
universal por medio del diálogo de argumentaciones. Lyotard co-
incide con la crítica de Habermas al funcionalismo del modelo
luhmanniano, sin embargo cuestiona las bases desde las cuales
Habermas formula su planteamiento.
En primer lugar, porque la propuesta habermasiana presu-
pone el acuerdo de los interlocutores «en torno a metaprescripciones
universalmente válidas para todos los juegos de lenguaje», elimi-
nando así la heterogeneidad de dichos juegos y de sus reglas prag-
máticas. En segundo lugar, porque Habermas presupone el con-
senso como la finalidad del diálogo, con lo cual elimina dos asuntos:
a) que el consenso es sólo un estado del diálogo, y b) que la fina-
lidad del diálogo es el disenso como fuente de la invención. Es
por esta doble presuposición que en la propuesta habermasiana,
persiste la creencia según la cual la legitimidad del saber reside
en su contribución a la emancipación de la humanidad en tanto
que sujeto universal.
Contra Habermas y contra Luhmann, Lyotard argumenta
que la heterogeneidad de lenguajes y de sus reglas pragmáticas
impide sostener la necesidad de un principio de legitimación que
rija para todos los juegos; incluso en el juego científico no existe
un metalenguaje en el que todos los enunciados puedan ser trans-
critos y evaluados. En fin, con el cambio paradigmático ha cambia-
do el sentido mismo de la palabra saber, que deja de ser produc-
ción de lo conocido para hacerse producción de lo desconocido.
Estos cambios sugieren una forma de legitimación que no es ni la
habermasiana comunidad ideal de habla, ni la luhmanniana per-
formatividad.
Si con la disolución de los metarrelatos la justificación en el
saber posmoderno es inmanente y procede localmente, el único
criterio —posmoderno— de legitimación al cual puede recurrirse
es el de la paralogía, que significa inventiva, paradojas asumidas,

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EL CONCEPTO DE POSMODERNIDAD: DECONSTRUCCIÓN DE CRONOS

reconocimiento de limitaciones del alcance del saber, disenso.


Criterio que no excluye el consenso, entendido como local y cam-
biante en la medida en que atañe a reglas que se definen en cada
juego de lenguaje, y que son acordadas por los jugadores efecti-
vos, orientándose, así, «hacia multiplicidades de meta-argumen-
taciones finitas, o argumentaciones que se refieren a metapres-
criptivos y limitadas en el espacio y el tiempo».16
Concluyo estas notas con el siguiente señalamiento: la ca-
racterización que Lyotard propone acerca de la posmodernidad
como condición cultural del saber comporta el establecimiento
de una diferenciación histórica fundamental, tratada como dife-
renciación entre los grandes relatos de legitimación y la desinte-
gración de estos metarrelatos, diferenciación por la cual los cam-
bios experimentados en el saber implican un movimiento de
des-legitimación de modernidad y el establecimiento de nuevos
principios de legitimación.
La valoración lyotardiana de la crisis de los metarrelatos
contiene un acentuado tono positivo, pues de lo que se trata es
de la crisis de la razón totalizante y su sujeto, frente a la cual no
cabe la nostalgia de unidad de sentido, ni la esperanza de una
posible reconciliación entre los juegos de lenguaje, sino la apues-
ta por el pluralismo y la intraducibilidad de tales juegos, y por el
carácter local de las legitimaciones. Ahora bien, cabe hacer la
siguiente pregunta: ¿la vía por la cual procede Lyotard a tales
caracterización y valoración logra sustraerse radicalmente de la
interpretación del tiempo periodizado según el antes-después,
leído en clave de la irreversible secuencialidad temporal, por la
que el antes queda absolutamente a nuestras espaldas?
No creo desacertada una respuesta negativa, si se advierte
que para Lyotard la condición posmoderna del saber como final
de los metarrelatos remite a una nueva época que, dejando irre-
versiblemente atrás a la modernidad, parece apuntar hacia una
nueva meta ubicada, allá, en el futuro. Aunque Lyotard rompa
radicalmente con la idea de que seremos siempre modernos, ello
no impide, como afirma Lanceros, que meta y camino, en cuanto
tales, permanezcan incólumes.

16
Ibídem, p. 118.

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MAGALDY TÉLLEZ

El argumento más contundente lo ofrece el mismo Lyotard


cuando, a propósito de la sociedad informatizada, sostiene que si
bien ella comporta el riesgo del control regido exclusivamente
por la legitimación mediante el principio de performatividad, tam-
bién contiene las condiciones posibilitadoras de transparencia
comunicativa, de modo que:
La línea a seguir para hacer que se bifurque en ese último
sentido es demasiado simple en principio: consiste en que el
público tenga acceso libremente a las memorias y a los banco
de datos. Los juegos de lenguaje serán entonces juegos de in-
formación completa en el momento considerado. Los envites
estarán constituidos entonces por conocimientos (o informa-
ciones si se quiere) [...]. Se apunta a una política en la cual
serán igualmente respetados el deseo de justicia y el de lo
desconocido.17
No deja de tener razón Lanceros cuando advierte que, con
este planteamiento de Lyotard, nos encontramos ante una ver-
sión del espíritu absoluto hegeliano, hecha ahora en clave infor-
mática, conforme a la cual todavía es posible el progreso hacia la
comunicación total.18

Gianni Vattimo: la posmodernidad


como experiencia del final de la historia
Refiriéndose al equívoco en el tono apocalíptico presente
en algunas interpretaciones sobre el final de la historia, Vattimo
sostiene:

17
Ibídem, p. 119.
18
«Quizás —prosigue esta autora— Foucault continúa teniendo razón
cuando sostuvo que: “escapar realmente de Hegel supone apreciar exacta-
mente lo que cuesta separarse de él; esto supone saber hasta qué punto
Hegel, insidiosamente quizás, se ha aproximado a nosotros; esto supone
saber lo que es todavía hegeliano en aquello que nos permite pensar contra
Hegel; y medir hasta qué punto nuestro recurso contra él es quizás todavía
una astucia que nos opone y al término de la cual nos espera, inmóvil y en
otra parte”». Esta cita de Foucault, referida por Lanceros, corresponde a El
orden del discurso.

226

SINTITUL-20 226 06/09/2011, 08:00 a.m.


EL CONCEPTO DE POSMODERNIDAD: DECONSTRUCCIÓN DE CRONOS

Lo que caracteriza en cambio el fin de la historia en la expe-


riencia posmoderna es la circunstancia de que, mientras en la
teoría la noción de historicidad se ha vuelto problemática, en
la práctica historiográfica y en su autoconciencia metodológica
la idea de historia como proceso unitario se disuelve y en la
existencia concreta se instauran condiciones efectivas, no sólo
la amenaza de la catástrofe atómica, sino también sobre todo
la técnica y el sistema de información que le dan una especie
de inmovilidad realmente no histórica.19
El tono apocalíptico, sostiene Vattimo, recorre tanto la re-
futación habermasiana a la idea del final de la historia, como la
aceptación de Lyotard, quien advierte en este final una oportuni-
dad para la irrupción de plurales juegos de lenguaje. De allí que
Habermas y Lyotard, aunque se contraponen diametralmente en
cuanto a la valoración de la posmodernidad, compartan la misma
caracterización de ella en cuanto ocaso de los metarrelatos de
legitimación que dieron cuerpo a la idea del curso histórico uni-
tario de la humanidad dotado de un sentido emancipador. Vea-
mos seguidamente la manera en que Vattimo da cuenta de las
discrepancias entre Lyotard y Habermas.20
Mientras que para Lyotard tal ocaso significa un movimien-
to de liberación respecto a las metaprescripciones totalizantes
que encuentran su razón en las homologías, para Habermas ello
representa una calamidad, pues comporta renunciar al ideal de
emancipación universal y, con ello, la imposición del conservadu-
rismo en teoría y en política. Según Lyotard la desintegración de
los metarrelatos, irremediable y total, constituye la contundente
constatación del fracaso de la modernidad, del cual no cabe la-
mentarse si se tiene presente que tales metarrelatos fueron ex-
presión de la violencia ideológica. Para Habermas, dicho ocaso
no invalida el proyecto moderno ni la necesidad de un tipo de
fundamentación que se sustraiga del historicismo; por ello le resul-

19
G. Vattimo: El fin de la modernidad. Nihilismo y hermenéutica en la cultura
posmoderna, ob. cit., p. 13.
20
G. Vattimo: Ética de la interpretación, capítulo I, Edit. Paidós, Buenos
Aires, 1991.

227

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MAGALDY TÉLLEZ

ta inaceptable la tesis del fin de la historia, pues hacerlo significa


aceptar que «se acabe lo humano», es decir, «el ideal de emanci-
pación».
A juicio de Vattimo, ni el planteamiento negativo de Haber-
mas, ni el planteamiento afirmativo de Lyotard, acerca del final
de los metarrelatos, se hacen cargo seriamente de una cuestión
que él formula como central: «la cuestión de la historia como
raíz de legitimaciones».21 De allí que ambas posiciones extremas
se limiten, una —Habermas—, a tener como teóricamente irre-
levante el relato del fin de la historia; la otra —Lyotard—, a tra-
tarlo como un hecho no tematizable pero al cual debemos ade-
cuarnos. Así, con su particular tematización, Vattimo se propone
distanciarse tanto de la perspectiva habermasiana, que pretende
retomar el proyecto emancipatorio «como si después de Kant,
Hegel y Weber, no hubiesen acaecido sino algunas “enfermeda-
des” de la inteligencia burguesa», como de la perspectiva lyotar-
diana que presenta «la modernidad como ya abandonada toda ella
a nuestras espaldas».22 Tal distanciamiento supone, pues, el con-
cerniente a las nociones del fin de los metarrelatos y de la comu-
nidad ideal de diálogo como nociones-guía para afrontar el pro-
blema de la posmodernidad.
Así, en su polémica con ambas interpretaciones catastrofistas
del fin de la historia, Vattimo sostiene que «pensar lo posmoderno
como fin de la historia, como el final del fin», exige colocar en
primer plano la referida cuestión de la historia como raíz de
legitimaciones, de modo que el vínculo de lo posmoderno con lo
moderno pueda ser comprendido desde la perspectiva de los pro-
blemas abiertos por tal cuestión. Desde ella, la posmodernidad
«no es simplemente lo que viene después de la modernidad», dis-
tinguiéndose de ella por otro principio, bien como distinto del
correspondiente a la legitimación historicista, bien como una re-
construcción suya.
De ser aceptado otro principio, éste sólo puede construirse
a partir de una confrontación crítica con el principio historicista.
En consecuencia, «si la modernidad es la época de la legitimación

21
Ibídem, p. 20.
22
Ibídem, p. 23.

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EL CONCEPTO DE POSMODERNIDAD: DECONSTRUCCIÓN DE CRONOS

metafísico-historicista, la posmodernidad es la puesta en cues-


tión explícita de este modo de legitimación»,23 esto es, de la legi-
timación fundada en la «concepción lineal-unitaria del tiempo
histórico».
Concebir la posmodernidad en tales términos significa, así,
pensarla como un modo de experimentar la historia y la tempo-
ralidad que mantiene, con la modernidad, un vínculo que «ya no
es el de la Aufhebung dialéctica, ni del “dejar atrás” que caracte-
riza la relación con un pasado que ya nada tiene qué decirnos».24
Se trata, para Vattimo, de un vínculo que puede ser nombrado
con el término heideggariano Verwindung, algo similar pero dis-
tinto de la Überwindung (superación), pues nada tiene que ver
con la Aufhebung.
Ello permite definir, en términos filosóficos, el post de la
posmodernidad en el sentido de que su vínculo con la moderni-
dad no es el de superación, sino el que cabe ser pensado como
Verwindung, es decir, como recuperación-revisión-distorsión, desde
el cual la relación del pensamiento posmoderno —no-fundamen-
tador— con el pensamiento moderno —de la fundamentación—
no consiste en el abandono de un viejo hábito, sino en «una trans-
formación que mantiene, distorsiona y recuerda como pasado,
aquello a lo que se liga despidiéndose».
Para el pensamiento que se construye al margen de la idea
de fundamento, la Verwindung es vínculo rememorativo —Anden-
ken—, esto es, un retomar que anula la «pretensión de absoluto
correspondiente a los archai metafísicos», para rememorar en do-
ble sentido: por una parte pensar en lo ya pensado y, por otra, en
lo que no ha sido pensado, pues, la memoria, «como atención
hacia lo que, teniendo sólo un valor limitado, merece ser atendi-
do, precisamente en virtud de que tal valor, [...] es, con todo, el
único que conocemos»,25 es también apertura y, así, lo que posi-

23
Ibídem, p. 20.
24
G. Vattimo: El fin de la modernidad. Nihilismo y hermenéutica en la cultura
posmoderna, ob. cit., p. 145.
25
Los fragmentos citados corresponden a Ética de la interpretación, ob. cit.,
pp. 47 y 25, respectivamente.

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bilita pensar lo aún no pensado, aquello que se orienta en la di-


rección del debilitamiento de la metafísica, al revelar lo artificio-
so del universalismo de la verdad, del principio de realidad y del
tiempo histórico lineal y unitario.
Si, a partir de las consideraciones precedentes, puede con-
cluirse que la condición posmoderna constituye, para Vattimo,
la experiencia del fin de la historia, del modo de legitimación meta-
físico-historicista y sus nociones claves: progreso, superación
—temporal y crítica—, lo nuevo como valor, vanguardia, etc.,
cabe hacer estas preguntas: ¿dónde radica, según Vattimo, la le-
gitimación del discurso sobre la posmodernidad?, ¿desde dónde
confronta el tono apocalíptico de las interpretaciones haberma-
siana y lyotardiana acerca del fin de la historia? En lo que con-
cierne a la primera pregunta, Vattimo remite a la categoría de
posthistoria,26 que permite describir la experiencia que se tiene
de la actual sociedad occidental en los términos de «desintegra-
ción del valor de lo nuevo y del valor futuro», que define la vida
cultural y social actual, y acompaña las tendencias disolventes en
el plano institucional, especialmente en lo que atañe al Estado
moderno, lo cual «implica un cambio radical en el modo de expe-
rimentar la historia y el tiempo».27
Toda vez que la modernidad es, fundamentalmente, la épo-
ca de la identificación de la fe en la historia y en el progreso con
la fe en lo nuevo como valor (identificación del valor del ser mis-
mo con la novedad), a ella corresponde el modelo de pensamien-
to que puede caracterizarse como «futurismo moderno», es de-
cir, de «la tensión al futuro como tensión a la renovación, al
retorno a una condición de autenticidad originaria».28 El modelo,
en fin, en el que se conjugan la idea de historia como una entidad
unitaria ordenada alrededor de un centro, y la idea de progreso

26
Vattimo indica que retoma esta categoría de A. Ghelen (1967) y de K.
Pomian (1981), procediendo, a la vez, a precisar su significado en ambos auto-
res. Cf. El fin de la modernidad. Nihilismo y hermenéutica en la cultura posmo-
derna, ob. cit., pp. 92-95.
27
Ibídem, p. 97.
28
Ibídem, p. 92.

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EL CONCEPTO DE POSMODERNIDAD: DECONSTRUCCIÓN DE CRONOS

conforme a un determinado ideal y en función del cual el decurso


de la historia adquiere su sentido.
La disolución de este modelo arrastra consigo las ideas de
superación y de valor de lo nuevo, situándonos en un haz de con-
diciones de distanciamiento respecto a la modernidad, las cuales
trazan lo que Vattimo plantea como «sentido de lo posmoderno»,
que consiste en el esfuerzo por sustraerse «de la lógica del pro-
greso» y de sus concomitantes ideas de superación y de lo nuevo
como valor. Puede comprenderse, así, que la posmodernidad sea
conceptualiza por Vattimo, no como superación sino como «des-
pedida de la modernidad», y, por ende, del fundamento-origen,
de la finalidad última, y del acceso a éstos por la vía del pensa-
miento fundamentador.
A lo dicho se vincula la posibilidad de trazar una respuesta
—una, entre otras posibles— a la segunda de las preguntas for-
muladas —¿desde dónde confronta Vattimo el tono apocalíptico
del fin de la historia?—, respuesta que puede ser resumida como
sigue. Las constataciones relativas al «carácter posthistórico de
la experiencia actual», indican que la heterogeneidad y la simul-
taneidad de acontecimientos constituyen los rasgos más resaltantes
de tal experiencia, indisociables, a la vez, del papel determinante
que juegan las redes comunicacionales en sociedades no más ilus-
tradas, o más informadas —como quiere Lyotard—, sino más com-
plejas y caotizadas.
Tal situación permite, en el plano de las experiencias y prác-
ticas socioculturales, pasar de una lectura puramente negativa de
las condiciones posmodernas de existencia a su consideración
como posibilidad y chance positiva. Pues, si bien es cierto que en
la sociedad de los medios de comunicación, éstos pueden ser ve-
hículos «de la banalidad, del vacío del significado», también lo es
que, con la desaparición de la idea de una racionalidad de la his-
toria definida desde un centro, de un sentido único y del princi-
pio de una realidad racionalmente ordenada, cabe pensar en un
posible efecto emancipador —en cuanto liberación de las dife-
rencias— del estallido del «mundo de la comunicación generali-
zada» en una «multiplicidad de racionalidades “locales” —mino-
rías étnicas, sexuales, religiosas, culturales o estéticas—»:

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[...] que toman la palabra y dejan de ser finamente acalladas y


reprimidas por la idea de que sólo existe una forma de huma-
nidad verdadera digna de realizarse, con menoscabo de todas
las peculiaridades, de todas las individualidades limitadas,
efímeras, contingentes [...]. La liberación de las diversidades
es un acto por el cual éstas «toman la palabra», se presentan,
es decir, se «ponen en forma» de manera que pueden hacerse
reconocer, algo totalmente distinto de una manifestación irra-
cional de la espontaneidad.29
Contra Habermas, la propuesta no es la del ideal universal de
emancipación sino la de emancipación de las diferencias, como efec-
to posible, no como imperativo. Contra Lyotard, la propuesta
involucra, sin la recaída en el orden del pensamiento de la funda-
mentación, no renunciar a la idea de emancipación, a la que sí
renuncia Lyotard para evitar tal recaída. Contra Lyotard y contra
Habermas, cabe subrayar que la interpretación de Vattimo propo-
ne la idea de efectos de emancipación, no la de meta: la haberma-
siana comunicación ilimitada, o la lyotardiana información plena.
Hacerse cargo de la posibilidad y chance positivas en las
condiciones de existencia posmodernas, significa dejar de pensar
metafísicamente al hombre y a la realidad, explorar caminos de
apertura a una actitud cognoscitiva como zona intermedia entre
las pretensiones de reconstrucción del imperativo del fundamen-
to y de la razón global, y la parálisis frente a la pérdida de la
racionalidad unitaria y luminosa.
Tal actitud es nombrada por Vattimo con la metáfora del
pensamiento débil, entendido no como emblema de una nueva
filosofía, sino como experiencia de un tipo de pensamiento que
se inicia con una renuncia: la concerniente a las diversas mane-
ras en que se traduce la razón-dominio, sabiendo de la imposibi-
lidad del adiós definitivo a tal razón; que ya nada tiene que ver
con los fundamentos últimos, ni con la forma que éstos revisten
como principios de autoridad, ni con la pretensión de sustituir
un orden por otro, o una meta final por otra.

29
G. Vattimo: «Posmodernidad: ¿una sociedad transparente?», en G. Vatti-
mo y otros: En torno a la posmodernidad, ob. cit., p. 17.

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EL CONCEPTO DE POSMODERNIDAD: DECONSTRUCCIÓN DE CRONOS

Pensamiento postmetafísico y posthistórico, porque no se


autoriza como encarnación de las ideas de superación y del valor
de lo nuevo y, en tal sentido, porque trata «de hacer la experien-
cia de la verdad, no como objeto del cual uno se apropia y como
objeto que se transmite, sino como horizonte y fondo en el cual
uno se mueve discretamente».30
Sin que ello implique la «ausencia de fuerza proyectiva del
pensamiento mismo», aunque esta fuerza ya no pueda ser legiti-
mada mediante la recurrencia al curso inexorable de la historia,
es decir, al principio historicista. Puede advertirse, así, que la
interpretación de Vattimo sobre la posmodernidad, pasa no sólo
por el tamiz de Nietzsche y Heidegger —que él hace explícito—,
sino también por el de Foucault.
Para concluir este punto, quisiera señalar que lo hasta aquí
expuesto apenas constituye un botón de muestra del debate en
torno al concepto de posmodernidad y, como parte de él, del asun-
to que he querido delimitar, a saber, las maneras de tematizar el
vínculo modernidad-posmodernidad y lo que éste implica en cuan-
to a las lecturas de la temporalidad como telón de fondo del re-
chazo o aceptación del concepto de posmodernidad.
Ahora bien, sin que ello signifique obviar las diferencias en-
tre las perspectivas de Lyotard y Vattimo, el tratamiento que ellos
hacen de este concepto permite extraer ciertas consecuencias
concernientes al carácter deconstructivo de esta figura concep-
tual en lo que respecta al modo mismo de interpretar el tiempo.
Acotar —no cerrar— tales consecuencias constituye el propósi-
to de las siguientes consideraciones.

4. POSMODERNIDAD:
CONCEPTO DECONSTRUCTIVO DE CRONOS

Hay un fragmento —«Recuerdos de una haecceidad»— de la obra


Mil mesetas, en el que de Deleuze y Guattari formulan la distin-
ción entre dos lecturas del tiempo:

30
G. Vattimo: El fin de la modernidad. Nihilismo y hermenéutica en la cultura
posmoderna, ob. cit., p. 20.

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Aiôn, que es el tiempo indefinido del acontecimiento, la línea


flotante que sólo conoce las velocidades y que no cesa a la vez
de dividir lo que ocurre en un déja-la y un pas-encore-lá, un
demasiado tarde y un demasiado pronto simultáneos, un algo
que sucederá y que a la vez acaba de suceder. Y Cronos, que,
por el contrario, es el tiempo de la medida, que fija las cosas
y las personas, desarrolla una forma y determina un sujeto
[...], la diferencia no se establece en modo alguno entre lo
efímero y lo duradero, ni siquiera entre lo regular y lo irregu-
lar, sino entre dos modos de individuación, dos modos de
temporalidad.31
Dos lecturas del tiempo, la primera que cabe considerar
como constitutiva de la episteme moderna; la segunda, de la que
cabe sostener que informa el concepto de posmodernidad, tal y
como éste es configurado en las estrategias discursivas posmo-
dernas, esto es, como figura conceptual deconstructiva del tiem-
po Cronos, del tiempo periodizado según las claves de unicidad y
de sucesión lineal-progresiva. En tal sentido, la conceptualiza-
ción propuesta por Vattimo acerca de la posmodernidad como
final del fin de la historia, no es otra que la del final de la histo-
ria-Cronos como principio desde el cual el pensamiento occiden-
tal inventó, como postula Foucault, una profundidad: la de las
fuerzas ocultas correspondientes al origen, la causalidad y la su-
cesión temporal.32
Se trata, así, de sugerir que el concepto de posmodernidad
constituye una señal del olvido de esa invención, la de la Historia

31
G. Deleuze y F. Guattari: Mil mesetas, Edit. Pre-texto, Valencia, 1994,
p. 264. (Este punto de partida me lo ha sugerido la lectura de un excelente
ensayo de J. Ibáñez: «Tiempo de postmodernidad», en J. Martínez: Polémica de
la posmodernidad, ob. cit., pp. 27-60.)
32
Principio que es, al mismo tiempo:
[...] el correlato indispensable de la función fundadora del sujeto: la
garantía de que todo cuanto le ha escapado podrá serle devuelto; la
certidumbre de que el tiempo no dispersará nada sin restituirlo a una
unidad recompuesta; la promesa de que el sujeto podrá un día —bajo la
forma de conciencia histórica— apropiarse nuevamente todas esas cosas
mantenidas lejanas por la diferencia, restaurará su poderío sobre ellas y
en ellas encontrará lo que se puede muy bien llamar su morada. [M.
Foucault: La arqueología del saber, Edit. Siglo XXI, México, 1979, p. 20.]

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EL CONCEPTO DE POSMODERNIDAD: DECONSTRUCCIÓN DE CRONOS

como dominio de las leyes universales que marcan el destino de


los acontecimientos y, con ella, las del Sujeto, el Progreso, la Ra-
zón, la Verdad. Invenciones que prescribieron las líneas que se-
rán transitadas por el pensamiento, durante dos siglos, configu-
rando la matriz cultural e intelectual cuyos ecos aún resuenan en
nuestros días. En tanto testimonio de ese olvido, el concepto de
posmodernidad posibilita la interpretación de nuestro presente
en términos del Aiôn, al enunciarlo independientemente de los
principios cronológicos o cronométricos.

POSMODERNIDAD: ¿CONCEPTUALMENTE UN CONTRA-SENTIDO?

Partiendo de los planteamientos expuestos, puede compren-


derse que una respuesta afirmativa es la consecuencia de la óptica
elegida, la del tiempo Cronos conforme a la cual y bajo el esquema
de la sucesión pasado-presente-futuro, la historia se configura como
«memoria del futuro, de su trascendental destino» (J. L. Brea).
La historia que hace del pasado esa especie de acumulada
solidez de la memoria-experiencia, toda atrás, que nos llega gra-
cias al conocimiento de las leyes que rigen los acontecimientos, y
la que hace del presente ese momento que, sólo él, «llena el tiem-
po porque él reabsorbe el pasado y el futuro» (G. Deleuze), ese
punto que dota al presente de sentido como anuncio de lo que
será. «De ahí —afirma Edgar Morin— una racionalización ince-
sante e inconsciente, que cubre los azares bajo las necesidades,
transforma lo imprevisto en probable y aniquila lo posible no
realizado bajo la inevitabilidad de lo sucedido».33
Desde la lectura del tiempo Aiôn, puede sostenerse no sólo
que el concepto de posmodernidad no es un contra-sentido, sino
su pertinencia, pues con él se trata de romper los límites de la
lectura cronológica del tiempo y dar lugar a la «dispersión multi-
direccional y variable de acontecimiento s que no avanzan hacia
un sentido predeterminado». Asimismo, advertir que el presente
«es una intersección no vacía (con sus recuerdos y con sus pro-
yectos) del pasado y del futuro» (J. Ibáñez), sino una intersección

33
E. Morin: Para salir del siglo XX, Edit. Kairós, Barcelona, 1981, p. 304.

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del ya-no, que se cierne sobre el presente señalando su diferen-


cia, y del aún-no, que indica no lo que inevitablemente será sino
el entrecruzamiento de posibilidades distintas, toda vez que el
presente deja de ser, como en la lectura Cronos, el momento que
«reabsorbe un futuro y un pasado», para interpretarse como mo-
vimiento en el que un pasado y un futuro dividen y subdividen,
sin cesar, cada instante en pasado-futuro, «en los dos sentidos a
la vez».34
De allí que con el concepto de posmodernidad, como afir-
ma José Brea, se opere con una
[...] metáfora desproductiva: la de un espacio-tiempo n-dimen-
sional, sin fronteras, sin marcos de dirección, sin leyes de
determinación estricta del acontecimiento particular (por ima-
ginaria subsunción a enunciados nomológicos), sin dispositi-
vo termodinámico en su seno.35
Decir posmodernidad, desde tal perspectiva, involucra, por
ende, la puesta en juego de un modo de pensamiento que trans-
grede el imperativo del tiempo cronologizado, que renuncia al
deseo de la explicación total, que marca un giro radical. En efec-
to, al introducir un des-orden en la temporalidad Cronos, al pro-

34
G. Deleuze: Lógica del sentido, Edit. Barral, Barcelona, 1971, p. 210. Desde
Aiôn, no se trata de que los presentes comprendan el futuro y el pasado —como
en Cronos, lectura para la cual «sólo el presente llena el tiempo»—, pues, «se-
gún Aiôn, sólo el pasado y el futuro subsisten en el tiempo» dividiendo y subdi-
vidiendo el presente. De allí que pasado y futuro dejan de ser —como en
Cronos— «los subvertidores del presente», pues, es lo finito del «instante lo que
pervierte el presente en pasado y futuro insistentes». El instante —que es
«atópico»— es
[...] la instancia paradójica o el punto aleatorio, el sinsentido de superfi-
cie y la cuasi-causa, puro momento de abstracción cuyo papel es, prime-
ro, dividir y subdividir todo presente en los dos sentidos a la vez, en
pasado-futuro, sobre la línea del Aiôn [«siempre pasado, ya, y eterna-
mente por venir»]. En segundo lugar, lo que el instante extrae así del
presente, como de los individuos y de las personas que ocupan el presen-
te, son las singularidades, los puntos singulares dos veces proyectados,
una vez en el futuro, una vez en el pasado, formando bajo esta doble
ecuación los elementos constituyentes del acontecimiento puro, a la ma-
nera de un saco polínico que suelta sus esporas [...]. [Ibídem, p. 21.]
35
J. L. Brea: ob cit., p. 141.

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EL CONCEPTO DE POSMODERNIDAD: DECONSTRUCCIÓN DE CRONOS

vocar la pérdida de la solidez de la periodización sucesiva-lineal,


el concepto de posmodernidad no indica meramente lo que viene
tras la modernidad, sino la emergencia de una condición epocal
con dimensiones otras, con prácticas y procesos otros.
Una condición epocal cuyas tramas de sentido señalan, para
decirlo con palabras de Vattimo, una despedida de la moderni-
dad, en otros términos, que ya no somos modernos. Sobremane-
ra, si entendemos que una época lo es, en tanto configuración
espacio-temporal que llega hasta donde llegan el orden de visibi-
lidad y enunciabilidad de una cultura, sus formas de interpretar e
interpretarse, de construir discursos, sus modos de producción,
enunciación y circulación de la verdad, sus maneras de jerarquizar
los signos que la definen.
Desde tal perspectiva, el concepto de posmodernidad nom-
bra la eclosión de una red plural, dispersa, heterogénea, móvil,
fluctuante de acontecimientos, cuya simultaneidad indica que
«algo distinto» acontece y nos acontece, o, para decirlo con pala-
bras de Foucault, que «somos diferencia, que nuestra razón es la
diferencia de los discursos, nuestra historia, la diferencia de los
tiempos».36 Y, como parte decisiva de esta red, el hecho de que la
radicalidad de las transformaciones de nuestra situación vital
trastoca de modo irrevocable las, hasta recientemente dominan-
tes, formas de representación del mundo y de sus cambios.
Puede sostenerse, así, que el concepto de posmodernidad es
más evocativo que denotativo, portador de más intranquilidades
que de tranquilidades, más provocador que «claro y preciso»;
quizás, en ello radique su valor heurístico para indagar cuestio-
nes del presente, desde su concepción como condición epocal en
la que la simultaneidad de quiebres de las matrices de significa-
ción de las prácticas socioculturales, políticas, económicas, inte-
lectuales, constatan el fracaso de la pretensión autoritaria de una
monolítica dirección de sentido.
La «sobresaturación de acontecimientos», a la cual refieren
autores como Fredric Jameson y Marc Augé, que rápidamente se
hacen pasado y hacen del presente un devenir constante de pasa-

36
M. Foucault: La arqueología del saber, ob. cit., pp. 223-224.

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do y futuro, una simultaneidad de des-tiempos que desmienten el


ordenamiento temporal conforme a la secuencialidad de un an-
tes y un después, hacen de la posmodernidad una condición cul-
tural de la que forma parte el ejercicio de nuevo modo de pensar
liberado del tiempo cronologizado, para poder comprender esas
cascadas de acontecimientos que parecen condensar ese dema-
siado pronto y ese demasiado tarde, simultáneos, del que hablan
Deleuze y Guattari para marcar la distinción del tiempo Aiôn.
El concepto de posmodernidad nombra, así, una condición
epocal en la que hemos matado a los dioses y, por ello mismo,
hemos devenido sujetos frágiles que no tienen nada en donde
fundamentar sus prácticas y discursos, nada que no sea parcial,
provisional, frágil, contingente; nada, en consecuencia, desde lo
cual tratar de convencer o de ser convencido mediante la coarta-
da de la necesidad del progreso, de las leyes de la historia, del
valor de lo nuevo, de la búsqueda de la superación, del logro de
las metas predeterminadas, de la búsqueda de la verdad fundada
como evidencia o adecuación, de la restitución de la unidad.
Tampoco por el poder de una única voz autorizada. De allí
que, como sostiene Lanceros,
Nada tiene de extraño que las estrategias posmodernas ejer-
zan presión sobre los lugares concretos en que la modernidad
se sitúa y pretende perpetuarse: en este sentido, podemos en-
tender los ataques a la idea de progreso, a la linealidad y el
curso de la historia, al desarrollo y a la evolución: actas de
expropiación para liberar el terreno y abrir la posibilidad a
nuevos usos, a nuevos constructos, al modo como antaño lo
hicieron San Agustín y Bossuet, Moro y Campanella, Kant,
Nietzsche, Marx [...].37
La idea de posmodernidad es, ella misma, desde la perspec-
tiva que aquí ha sido expuesta, una señal del diagnóstico del pre-
sente. Su conceptualización desde las estrategias teóricas pos-
modernas involucra el radical cambio en las, hasta recientemente
dominantes, formas de entender la historia y de autocomprensión
histórica de nuestra situación vital, de allí que el esfuerzo de com-
37
Ob. cit., p. 148.

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EL CONCEPTO DE POSMODERNIDAD: DECONSTRUCCIÓN DE CRONOS

prender el concepto de posmodernidad implique, para decirlo


con palabras de Fredric Jameson, «considerarlo como un intento
de pensar históricamente el presente en una época que ha olvida-
do que se piensa históricamente».38
De esta manera, es posible que podamos participar en el
debate en torno a la condición cultural posmoderna, y, como par-
te de ella, del discurso posmoderno, con la deliberada intención
de no reeditar la distribución de contendientes bajo el esquema
de tirios y troyanos: algo ganaremos, aunque nada garantice el
éxito total en el intento.

38
F. Jameson: Teoría de la posmodernidad, Edit. Trotta, Madrid, 1996, p. 9.

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MAGALDY TÉLLEZ

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LYOTARD, Jean-Francois. La condición posmoderna, Edit. Cátedra, Ma-
drid, 1986.
«Qué era la posmodernidad», en Varios: El debate modernidad-pos-
modernidad, Edit. Puntosur, Buenos Aires, 1989.
MORIN, Edgar. Para salir del siglo XX, Edit. Kairós, Barcelona, 1981.
RODRÍGUEZ Magda, Rosa M. La sonrisa de saturno. Hacia una teoría
transmoderna, Edit. Anthropos, Barcelona, 1990.
ROVATTI, Pier A. y Gianni VATTIMO. «Advertencia preliminar», en El pen-
samiento débil, Edit. Cátedra, Madrid, 1983.
Urdanibia, Iñaki. «Lo narrativo en la posmodernidad», en VATTIMO y otros:
En torno a la posmodernidad, Edit. Anthropos, Barcelona, 1991.
Vattimo, Gianni. El fin de la modernidad. Nihilismo y hermenéutica en
la cultura posmoderna. Edit. Gedisa, Barcelona, 1987.
Ética de la interpretación, Edit. Paidós, Buenos Aires, 1991.
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Contenido

Presentación
Balance sobre lo posmoderno
en América Latina ............................................ 7
ROBERTO FOLLARI y RIGOBERTO LANZ

PARTE I
PARTE
RECONFIGURACIONES CULTURALES
Tribu y metrópoli
en la postmodernidad latinoamericana ........... 19
MARTÍN HOPENHAYN

Hegemonía comunicacional
y des-centramiento cultural ............................ 37
JESÚS MARTÍN BARBERO

TE II
PARTE
PAR
REPENSANDO LA POSMODERNIDAD
Esa incómoda posmodernidad
Pensar desde América Latina .................................. 75
RIGOBERTO LANZ

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Lo posmoderno en la encrucijada ................. 119
ROBERTO FOLLARI

PARTE III
PARTE
CONSTELACIONES ESPACIO-TEMPORALES
Geografías poscoloniales y translocalizaciones
narrativas de «lo latinoamericano»
La crítica al colonialismo
en tiempos de la globalización .............................. 155
SANTIAGO CASTRO-GÓMEZ

La desgracia es también un espectáculo


(Subjetividad, intimidad
y comunicación) .................................................. 183
ALEXANDER JIMÉNEZ

El concepto de posmodernidad:
deconstrucción de Cronos ............................ 203
MAGALDY TÉLLEZ

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SINTITUL-21 245 06/09/2011, 08:00 a.m.
Esta edición de Enfoques sobre posmodernidad
en América Latina se terminó de imprimir en
septiembre de 1998, en los talleres de Italgráfica,
S.A. La edición consta de 2.000 ejemplares.
Caracas, Venezuela.

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