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RUTH B.

EDWARDS

¿SACERDOCIO DE LA MUJER?
Cuando en el mundo católico y en el de otras confesiones cristianas parece que se
cierran las puertas a la posibilidad del sacerdocio de la mujer, resulta altamente
sugerente este artículo escrito desde la iglesia de Escocia y que toma como puntos de
referencia los datos bíblicos y la historia de la comunidad creyente.

What is the theology of women's ministry?, Scottish Journal of Theology, 40 (1987)


421-436

Introducción

La teología del sacerdocio de la mujer es un tema relativamente nuevo en la iglesia.


Hace sólo escasamente dos décadas la iglesia de Escocia tomó la histórica decisión de
ordenar mujeres. Y no pocos se preguntaron entonces, asombrados, a dónde conduciría
este paso. Pero no fue un desastre, como algunos temían, sino más bien un
enriquecimiento del sacerdocio. La misma experiencia la han vivido otras iglesias que,
en los últimos tiempos, han ordenado mujeres. Con todo, la controversia subsiste y
algunas de las grandes iglesias, incluyendo la católica y la ortodoxa, no permiten
ninguna forma de ordenación de la mujer.

Los argumentos en favor y en contra son extraordinariamente diversos, tanto los que
provienen de las ciencias humanas como los de las sagradas. Con no rara frecuencia los
defensores y oponentes de la ordenación de la mujer han intentado atacar al adversario
con textos bíblicos. Unos citan 1 Co 14,34 ("... que las mujeres guarden silencio en la
asamblea..."), mientras que los otros responden que Pablo también manda que la mujer
que ora o profetiza tenga la cabeza cubierta y que con ello está aceptando que la mujer
puede predicar públicamente. Unos señalan que todos los apóstoles eran varones, otros
citan a Junia, mujer (Rm 16,7) que, junto con Andrónico, varón, fueron "insignes entre
los apóstoles". Esta controversia a nada conduce. Hay que ir a lo fundamental: la
teología del sacerdocio de la mujer.

I. Teologia del sacerdocio de la mujer

1. Datos bíblicos

Comencemos con las verdades que, sobre el sacerdocio de la mujer, se encuentran en la


biblia, especialmente en el nuevo testamento. Como señala E. Schweizer, cometemos un
grave error si consideramos el nuevo testamento como el exponente "de una ley". Lejos
de darnos un esquema de lo que será el futuro sacerdocio, el nuevo testamento ni
siquiera contiene un modelo definitivo de la organización de la iglesia en aquella
situación cultural determinada. Hay, en el nuevo testamento, como veremos, diversos
modelos que se van desarrollando. Hay silencios en la descripción del sacerdocio y
ambigüedad en el modo de entenderlo. Es esencial que interpretemos el nuevo
testamento como "evangelio", y no como una ley, y que lo estudiemos objetivamente
sin que proyectemos nuestras concepciones previas y, menos aún, nuestras tradiciones
sobre lo que debería ser el sacerdocio.
RUTH B. EDWARDS

2. La historia de la iglesia

Tampoco podemos ignorar el desarrollo de casi veinte siglos de la historia de la iglesia.


Pero, al hacer nuestra teología, debemos tener en cuenta el desarrollo de la iglesia,
reconociendo la asistencia del Espíritu Santo pero sin pretender ingenuamente que todo
desarrollo eclesiástico se debe o al Espíritu o al poder del mal. El desarrollo de la iglesia
se debe a la interacción entre lo que la iglesia detecta por medio de la fe dada "una vez a
los santos" y la situación socia l, cultural, y aun política, de cada época.

3. Los principios básicos

Comencemos por los principios básicos. Creo que la justificación teológica del
sacerdocio de la mujer está contenida en la doctrina fundamental de la fe cristiana,
como la expresa san Pablo. El punto de partida de Pablo es la universalidad del pecado
(Rm 3,23). Dios, con todo, por medio de Jesucristo, ofrece el perdón y la redención a
todos (1 Co 15, 22), redención que es don gratuito. Pablo usa diversas metáforas para
ello: "redención" (Rm 3,24), "justificación" (cfr. Rm 5,1), "nuevo nacimiento" (Rin 6,4;
Ef 2,1) e "incorporación" al cuerpo de Cristo (1 Co 12,27). No hay indicio alguno, en
todos estos textos, que nos prohíba aplicarlos al sexo femenino. Al contrario, Pablo, en
Ga 3,27, subraya que en Cristo, "no hay hombre ni mujer, porque vosotros hacéis uno
con Cristo Jesús". Aunque en este texto Pablo habla de la fórmula bautismal, resume
ciertamente lo que significa ser miembro de la iglesia.

Por tanto, la plena pertenencia a la iglesia está abierta a todos. Todos pueden recibir los
dones del Espíritu que, en Pentecostés, se difundió sobre todos, hombres y mujeres (Ac
2,1-18). Las cartas paulinas nos hablan continuamente de los "carismas". Cuando Pablo
habla de la Ascensión de Cristo (Ef 4,11-13) y de la diversidad de dones difundidos
sobre la comunidad creyente unos apóstoles, otros, profetas; otros, evangelizadores;
otros, pastores y maestros- no hay indicación alguna de que estos dones fueran sólo para
los varones. Y cuando menciona los diversos ministerios (cfr. 1 Cor 12) no hay rastro de
que las más honorables funciones tuvieran que ser asignadas a hombres y las inferiores,
a las mujeres. Más bien dice que "a cada uno" se le da la manifestación del Espíritu para
el bien común (cfr 12,3-13; 1 P 4,10).

II. ¿Que significa el sacerdocio?

1. El N.T. y el sacerdocio

Esto plantea el problema de qué significa realmente el sacerdocio. No hay que insistir
en que el N.T. no dice nada sobre la distinción entre clérigos y laicos. Todos son
llamados a servir, ciertamente en funciones diversas y, algunos, serán llamados a dirigir
la iglesia. En el N.T hay una asombrosa diversidad de términos para explicar estas
funciones: presbíteros, pastores, obispos, diáconos, evangelistas, maestros, apóstoles...
Términos que se usan con flexibilidad y libertad. Es interesante mencionar que en todas
estas categorías el sacerdocio es una función, un oficio, no un estado o un "orden". Este
punto ha sido señalado recientemente por algunos teólogos de diversas confesiones,
entre ellos el católico-romano E. Schillebeeckx.
RUTH B. EDWARDS

Todo esto es de gran importancia para el sacerdocio de la mujer. Porque sólo mediante
el conocimiento de la verdadera naturaleza del sacerdocio cristiano podremos descubrir
el papel real de la mujer en la dirección de la iglesia. Reseñemos las principales
características del sacerdocio tal como se indican en el N.T. y consideremos si hay
algunas más apropiadas para el hombre que para la mujer.

2. Características del sacerdocio según el N.T.

1) La primera característica, y tal vez la más importante: el sacerdocio cristiano es un


don de Dios (Ef 4,11; Rm 12,4-8; 1 Co 12,4-11). No es algo que nosotros podamos
adquirir, ni es para los más cualificados. Es un don del Espíritu. 2) La segunda
característica es que éste se funda y está moldeado por el sacerdocio de Jesucristo, que
tomó la forma de siervo (Flp 2,7: la palabra exacta es doulos que significa esclavo). Y el
sacerdocio es servicio (ministro viene de ministerium, de diakonia, que en griego
corriente significa "servir a la mesa"). Palabra que se aplica tanto al hombre como a la
mujer: "... el más grande entre vosotros, iguálese al más joven y el que dirige al que
sirve" (Lc 22,26). Esta sentencia la expone el N.T. de seis formas diferentes. Es
evidente que esto impactó a los discípulos y que a nosotros nos debería llevar a tomar
con más seriedad todo lo referente al sacerdocio.

3) El sacerdocio es autoritativo. Cristo habló con autoridad. El es el enviado y


autorizado por Dios (Jn 3,34; 4,34...). Y de la misma forma Jesús envía a sus discípulos
al mundo (cfr. Jn 20,21). Recientemente se ha debatido si el Jesús histórico quiso fundar
realmente una iglesia. Pero, sea lo que fuere de esto, lo cierto es que quiso una
comunidad de seguidores a los que envió con autoridad para predicar, curar enfermos y
arrojar demonios. Por tanto, los primeros sacerdotes recibieron su autoridad de Jesús,
enviado autorizado de Dios.

4) El sacerdocio cristiano es representativo. En los evangelios, Jesús representa al Padre


y sus seguidores le representan a él (Mt 10,40).

5) La quinta característica, muchas veces ignorada por muchos, es que el sacerdocio no


es uniforme, sino variado (predicación, servicio, enseñanza, exhortación, ayuda,
liderazgo...). Porque depende de los dones del Espíritu y no todos reciben los mismos.
Por lo cual presenta diversas formas (cfr Rm 12,6-8).

6) El sacerdocio cristiano es corporativo, participado. No pertenece a los individuos


sino a la iglesia. Las decisiones se toman corporativamente, se actúa en grupo. Pablo
hace referencia, no pocas veces, a los compañeros que trabajan con él en el evangelio y,
entre' ellos, incluye a mujeres (Febes, María, Trifosa y Persis). Este sacerdocio
corporativo se sigue evidentemente de las características indicadas anteriormente.

II. ¿Incompatibilidad entre mujer y sacerdocio?

Ahora preguntamos: ¿Algunas de estas seis características hace que la mujer sea
incompatible con el sacerdocio?
RUTH B. EDWARDS

1. Según el N.T., no

Pregunta no retórica y que ha de ser contestada. De las seis características, las dos
primeras no ofrecen inconveniente. La tercera y la cuarta (sacerdocio autoritativo y
representativo) son, para algunos, problemáticas, vistas a la luz de la subordinación de
la mujer al hombre, que muchos exegetas bíblicos presuponen. Pero si se comprueba
que esta subordinación es fruto de un contexto cultural y no del "orden de la creación",
que toda discriminación ha sido proscrita en la alianza cristiana, que toda autoridad
procede de Dios y que el sacerdocio es corporativo, entonces llegaremos a la
comprensión de que puede haber realmente un lugar para la mujer en los cargos
autoritativos dentro de la iglesia.

Las dos últimas características (variedad ministerial y sacerdocio participado) no


ofrecen dificultad. El hecho de que el sacerdocio es diverso significa que, en un
determinado contexto particular, existen trabajos más apropiados, más adecuados para
un sexo que para otro, lo cual puede ser fácilmente solucionado. La naturaleza
corporativa del sacerdocio lo hace muy apto para que los dos sexos trabajen
conjuntamente, gran símbolo del mutuo amor y dependencia, característica del cuerpo
de Cristo como totalidad.

2. ¿Y en la historia de la comunidad cristiana?

Hasta aquí hemos hecho referencia al N.T. Pero una teología sobre el sacerdocio de la
mujer en el mundo actual ha de tener en cuenta la experiencia de la comunidad cristiana
a través de los siglos.

En los primeros tres siglos después de la era apostólica, el más sorprendente desarrollo
fue la aparición de "grados" en el ministerio eclesiástico. La variedad y
complementariedad sacerdotal del N.T. se institucionalizó en tres "grados" del
sacerdocio: obispos, sacerdotes y diáconos. Junto con este desarrollo encontramos lo
que podríamos llamar la judaización del sacerdocio: los obispos y presbíteros se
identifican con el papel del sumo sacerdote, y el sacerdote aarónico y los diáconos
hallan su analogía en los levitas. La enseñanza esencial del N.T. deque la muerte de
Jesús es el único sacrificio por el pecado, aboliendo todo el sistema sacrificial judío, se
obscureció entonces con la identificación de la última cena como sacrificio propiciatorio
ofrecido en favor de los laicos por los sacerdotes, llamados hiereus (término con el que
se indicaba el sacerdote judío). Al revés de la situación del N.T., los oficios se
definieron claramente: sólo los obispos y presbíteros podían bautizar, bendecir,
reconciliar a los penitentes y "ofrecer" la eucaristía. Sencillamente, los sacerdotes
fueron sacralizados y se distinguieron de los laicos: los clérigos lideraban, los laicos les
seguían; los clérigos mandaban, los laicos obedecían.

La consecuencia de esta visión estereotipada y judaizante del ministerio fue la exclusión


de la mujer de todo cargo directivo. La misión de las "viudas" y de las diaconisas se
restringió y se redujo a la oración privada y a la ayuda a otras mujeres. La supuesta
prohibición de Pablo de enseñar o hablar en público se reforzó como si fuera una ley
canónica.
RUTH B. EDWARDS

En el Medioevo esta doctrina se desarrolló en la misma dirección que la doctrina,


llamada "católica", sobre el sacerdocio como un "orden" indeleble e irreversible, al que,
en la iglesia occidental, se añadió el celibato. Con esto culminó el divorcio entre
clérigos y laicos. No sólo se excluyó a la mujer sino a los hombres casados. Y la
principal razón de esta exclusión, parece, fue el convencimiento de que la sexualidad
humana y lo sagrado debían mantenerse separados. A la mujer, fuente de tentación y
desorden para el hombre, se le prohibió subir al altar, tocar los vasos sagrados, y se
dudó sobre si podía comulgar durante la menstruación. Este tabú estaba muy arraigado
en el judaísmo. Mientras, los sacerdotes eran considerados, en términos seculares, como
los detectadores del poder. Evidentemente, la mujer no podía realizar esta función
autoritativa. Le faltaba lo que "el aquinate" llamaba el necesario grado de "eminencia".

La Reforma trajo cambios fundamentales. Entre ellos destaca el sacerdocio de todos los
fieles: Sin embargo, Lutero no parece que tuviera el valor de sacar la lógica conclusión,
a saber, la igualdad ante Dios del hombre y la mujer en la vida de la iglesia.

La doctrina de Lutero sobre la ordenación no era otra cosa "que una ceremonia para
escoger a los predicadores". Calvino tuvo una visión más elevada, casi sacramental.
Pero fracasó en ver cómo la mujer podía acceder al sacerdocio, debido, en parte, a que
consideraba el N.T. como ley de la iglesia, imponiendo una forma de gobierno que él
creía debía excluir a la mujer. En la iglesia de Escocia la ordenación de mujeres
mayores fue impugnada cuando se introdujo; y, aún hoy, en algunas congregaciones, se
comprende con dificultad.

Ciertamente, en el siglo XVI y XVII, hubo quien estudió la verdad bíblica sobre la
igualdad del hombre y de la mujer ante Dios y la vocación de ambos al sacerdocio. En
el siglo XIX nacen varios movimientos de interés con el estudio de la biblia con métodos
críticos. Por primera vez surgió y se apreció la diversidad de modelos en el sacerdocio:
unas comunidades tenían obispos y diáconos, otras tenían "ancianos" otras, maestros y
profetas; otras, toda la comunidad regida por el Espíritu y sin necesidad de ningún
maestro. Se vio que no todas las iglesias en el N.T. tenían líderes designados por medio
de la imposición de manos. Comenzó a cuestionarse si Jesús "ordenó" a los apóstoles en
sentido estricto. Pero, ante todo, se constató que ninguna comunidad eclesial podía
verse reflejada en el N.T. y reclamar en exclusiva el origen de su ministerio.

Pero, mientras los alemanes se enfrascaban con los primeros resultados de la crítica, los
anglicanos experimentaban los efectos del Movimiento de Oxford (18331845) con su
firme defensa del sacerdocio de la iglesia de Inglaterra como de nominación divina, y el
énfasis puesto sobre la sucesión apostólica. Aunque algunos postularon reformas
sociales y el cuidado de los desheredados, su actitud hacia la mujer no varió, ya que los
dirigentes del Movimiento de Oxford eran hijos de su tiempo y la nostalgia de la iglesia
primitiva no favoreció el movimiento feminista.

Sin embargo, en el siglo XIX se dio un avance en el sacerdocio femenino por medio del
diaconado de la mujer. Desde Alemania (1830) se extendió por EE.UU., Inglaterra
(1861) y Escocia (1888).

El siglo XX ha sido testigo de un enorme y complejo desarrollo en todos los campos


(ecumenismo, movimiento carismático, concilio Vaticano II...). Más significativo aún
ha sido el movimiento de la emancipación de la mujer en el mundo occidental y otro
RUTH B. EDWARDS

factor significativo y relevante es el desarrollo de la teología de la mujer: las feministas


cristianas han descubierto hasta qué punto ellas han sido manipuladas por el hecho de
que los documentos bíblicos fueron "escritos por hombres" y, originariamente, para una
sociedad patriarcal. El movimiento feminista ha visto con nuevos ojos la doctrina
bíblica sobre Dios y su imagen masculina y ha descubierto, tanto en la doctrina bíblica
como en la tradición de la iglesia, imágenes femeninas de Dios que pueden hablar con
especial elocuencia al mundo moderno.

IV. ¿Diferencias entre el sacerdocio del hombre y de la mujer?

Después de estudiar el sacerdocio en el N.T., su desarrollo en la historia de la iglesia y


el cambio de actitud hacia la mujer, es obligado preguntarse: ¿Existen en la actualidad
algunas diferencias entre el sacerdocio del hombre y el de la mujer? Algunos aún
responden afirmativamente. Otros lo hacen diciendo que, aunque la mujer pueda ejercer
el sacerdocio ordenado informal, el sacerdocio autoritativo debe continuar
exclusivamente en manos de los hombres.

Sus argumentos se apoyan en uno u otro de los siguientes argumentos y, a veces, en los
dos:

1) Una visión mística y ontológica del sacerdocio, frecuentemente asociada a la


tradición de la "High Church" o de la tradición católica de la cristiandad. Los que
defienden esta formulación arguyen que el sacerdote debe ser varón ya que el ministro,
en la eucaristía, es un "icono" o representación de Cristo, que fue hombre. Esta
argumentación minimiza la encarnación. San Juan enseña que el "Verbo se hizo carne",
no que el "Verbo se hizo hombre". En Jesús no es importante la masculinidad, sino la
humanidad. Por la encarnación, Jesucristo redime al hombre y a la mujer; por el
bautismo, el hombre y la mujer se hacen miembros de su Cuerpo. La celebración de la
Cena es un acto de toda la iglesia, de todo el pueblo de Dios. En todo acto sacramental
lo que importa es la acción de Dios, no el sexo o el estado de sus ministros.

2) El segundo argumento arranca de que la Escritura nos muestra a la mujer


subordinada, por naturaleza, al hombre y, por tanto, incapaz de ejercer el sacerdocio
autoritativo. Estos interpretan ciertamente unos pocos textos de la Escritura, sacados de
su contexto y del testimonio de la Escritura como totalidad. Ni la creación de Eva (Gn
2), ni la enseñanza de Pablo sobre la subordinación de la mujer, pueden interpretarse
fuera de su contexto (cfr. 1 Co 11,3-8).

En el Génesis más bien se "describe" que "prescribe" la condición de la mujer en el A.T.


Interpretar que la subordinación de la mujer ha de ser permanente es un anacronismo,
como argüir que la mujer debe parir con dolor, sin anestesia ni analgésicos.

En cuanto a Pablo, hay que decir que él habló también en un contexto cultural
determinado. La referencia a la mujer en el sentido de que no hable en la iglesia, refleja
la cultura social y cultural de aquel tiempo (1Co 14,35). No es un modelo de la relación
hombre- mujer para el futuro. El mismo Pablo (Ga 3,28) ha abolido, en el bautismo, la
desigualdad de la antigua religión.
RUTH B. EDWARDS

Algunas veces se arguye con una tercera proposición: no se puede ordenar a la mujer
porque no hay en la iglesia ningún precedente para hacerlo. Los apóstoles fueron
varones y, cuando murió Judas, fue sustituido por otro hombre. Nuevamente asoma la
falacia: los apóstoles nunca intentaron ser un modelo para el futuro ministerio
organizado. Ellos, los apóstoles, fueron únicos e irremplazables. Su papel fue simbólico
y escatológico. A los ojos de los evangelistas se presentaron, no como un modelo para
el futuro, sino de toda la iglesia. No había mujeres como tampoco hubo negros,
asiáticos, etc. Pues, ¿por qué se ha de tomar una medida distinta por lo que se refiere al
sexo?

He defendido que la esencia del sacerdocio cristiano es el servicio y la obediencia a


Dios más que a los hombres. La forma del ministerio sacerdotal no es la jerarquía, con
su gradación de ministerios, unos sobre otros, sino la mutua cooperación de los
miembros de un cuerpo que se someten unos a otros por amor. Ya sea sacerdote
ordenado o no, creo que hay sitio para la mujer. Lo que fue apropiado en el pasado,
actualmente puede no serlo. Nuestras iglesias necesitan ministros que reflejen la
naturaleza complementaria de los sexos, su igualdad ante Dios, y el gozo de su mutuo
amor y ayuda, que es la característica también del matrimonio cristiano y de toda la vida
cristiana.

Tradujo y condensó: E. PASCUAL

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