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GUSTAVO DUNCAN

MAS QUE
PLATA
O PLOMO
Th

EL PODER POLÍTICO
DEL NARCOTRÁFICO
EN COLOMBIA Y MÉXICO

DEBATE
Gustavo Duncan (Cartagena, 1973)

Autor del libro Los señores de la guerra y columnista


de El País de Cali y El Tiempo. Durante los últimos
años se ha especializado en la relación entre el crimen
y los procesos de construcción de Estado. El presente
libro se deriva de su tesis doctoral en ciencia política
de la Universidad de Northwestern, una investigación
que culmina un trabajo de casi una década en la Uni­
versidad de los Andes y la Universidad EAFIT y que
contó con el respaldo de la beca Drogas, Seguridad
y Democracia del Social Science Research Council.
Más que plata o plomo
Más que plata o plomo
El poder político del narcotráfico
en Colombia y México

G u st a v o D uncan

DEBATE
Primera edición: noviembre, 2014

© 2014, Gustavo Duncan


© 2014, Penguin Random House Grupo Editorial, SAS
Cra 5A No. 34A - 09
Bogotá —Colombia
PBX (57-1) 7430700
www.megustaleer.com.co
ISBN: 978-958-8806-76-1

Diseño de portada: Paula Andrea Gutiérrez R.


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Impreso por Panamericana Formas e Impresos S. A.


Impreso en Colombia / Printed in Colombia
C o n t e n id o

P rólogo ........................................................................................................ 11

INTRODUCCIÓN...............................................................................................17
L i . plan........................................................................................................................................................................2 4

PRIMERA PARTE
UNA TEORÍA SOBRE EL PODER POLÍTICODEL NARCOTRÁFICO.....................37

1 U na EMPRESA DE PRODUCCIÓN DE PODER.......................................... 39

2 M ercancía, capital y geografía del estado ....................................43

L.\ evidencia: c m i v i >s............................................................................................................................ 4 4

L \ EVIDENCIA: los carteles ..................................................................................5 4

La evidencia: cicdadcs, lavaix >


ri s v pandillas.........................................68

l.I\ hallazgo básico: la criminalixación dii i ri:\< iada di la


MERCANCÍA Y del CAPITAI..........................................................................................................................77

3 La teoría .................................................................................................91
L l . VAl. ( )R AGREGADO DI. LA PR( >1)1 ( < ION DI . P( )D 1.R .................................................9 5
E l . PODER COMO UN PROCESO DE DOMINACIÓN SOCIAI................................. 99

La inclusión un el poder................................................................................. 109

I nclusión en i-.i. mi .ruado ...................................................................................124

L a racionalidad di: las instituciones de regulación sociai......... 140

4 E l sentido político de la guerra contra las drogas .............. 151

L as guerras horizontales.................................................................................154

L as guerras verticales...................................................... • .............................161

L as trayectorias de largo plazo.................................................................. 168

SEGUNDA PARTE
M éxico, C olombia y los otros en una perspectiva comparada... 177

5 M éxico: el precio de la democratización .................................. 179

E l estado posrevolucionario......................................................................... 180

E l narcotráeico hasta los setenta ............................................................ 184

E l. RESQUEBRAJAMIENTO DEL RÉGIMEN CORPORATIVISTA Y SUS


ELECTOS EN LA PRODUCCIÓN DE PODER DE.SDE EL NARCOTRÁEICO........ 187

E l nacimiento de los grandes carteles ..................................................196


E l . LINAI. DEL PRI Y EL COPA.MIL.NTO DEL TERRITORIO NACIONAI..............207

L a guerra.................................................................................................................. 214
E l caso M ichoacán.............................................................................................. 235

6 Un estado que la guerra llevó a cumplir sus obligaciones

EN LOS MÁRGENES DEL TERRITORIO...................................................... 241 /


L a política en C olombia antes de las drogas......................................244

U n nuevo proceso de apropiación del territorio ............................. 248

T ri:s carteles............. ............................................................................................. 252

L a guerra de E scobar contra el listado................................................ 261

Los PARA MI 1.LLARES...................................................................................................271


Los 1 . 1 I ( l( >S 1)1 l.-\ 1 ) 1 Sí I VI K\I.I/ ACION I \ 1.AS KI I \( lO\l s
ni l>( )l)l K I VI R1. IR )l .n K ( )S Y \ \R< ( )TR \l K. \VI 1AS.........................................279

Los Si ÑOKI S 1)1. I.A (¡I I RRA......................................................................................286

L.\ i xí’ W sk )\ di : i.as ixstiti <iones ni i. estado .........................................295

7 C ontrastas: E stados U nidos, J amaica y B olivia ...................... 305


Ki. m i .r< \no i i w i .: I '.si \nos L m d o s ................................................................. )06

T r \\s M( )Rix >: ) wi \k \ .............................................................................................. 517

( .i i i iy<)s: B< >i iyi \.......................................................................................................326

D( >s 'i \i \s c,i i rr \s distixt \s .............................................................................. 336

E pílogo
N i \rriio \ i \u\|(>......................................................................................................343

A nexo
19. mi i i m i )........................................................................................................................

B ibliografía 353
Prólogo

A l final ele su gobierno, el presidente de Estados Unidos Bill Clin­


ton indultó a Carlos Vignali, un reconocido narcotraficante que le
pagó una gruesa suma a un abogado — cuñado de Clinton— para
tramitar el indulto presidencial. El padre de Vignali también había
financiado a poderosos políticos del Partido Demócrata, entre ellos
a Antonio Villaraigosa, quien fue alcalde de Los Angeles en 2005.
Lo irónico de la historia es que Clinton fue el mismo presidente que
descertificó a Colombia por el escándalo de los dineros del cartel
de Cali en la campaña de E rnesto Samper. A sí Samper hubiera
capturado a la cúpula del cartel, el Departam ento de Estado de
Estados Unidos fue reacio a dejar de tratarlo como un paria. Más
irónico fue que Clinton, un par de años antes, había certificado a
México en la lucha antidrogas a pesar de las fuertes sospechas que
existían acerca de que el gobierno de Ciarlos Salinas de Gortari había
recibido sobornos de los carteles. Al parecer, la necesidad de que
el Acuerdo de lábre Comercio de América del N orte (NAFTA)
tuviera éxito era más apremiante que lanzar un duro mensaje en
contra de la corrupción.1

1 Para profundizar en el caso de Clinton ver Hernández (2001) y “The Clinton


Pardons: The Scnator”, \en> York Times. 23 de febrero de 2001. Disponible en:
http://\\Avw.nytinies.com/2001 /02/23/us/clinton-pardons-senator-mrs-clinton-
says-hcr-brother-s-role-left-hcr-saddencd.html. b.n el caso de Samper, ver Vargas y
otros (1996), y en el de Salinas de Gortari, ver I lernández (2010).

11
Más que piala o plomo

En principio, los tres presidentes hicieron lo mismo: recibir


sobornos de narcotraficantes, pero en cada caso estaban implícitas
trayectorias muy distintas de la guerra contra las drogas. El pago a
Clinton era un asunto restringido a lo criminal. Era la transacción
típica entre un narcotraficante y un político poderoso: se pagaba al
político para evitar que las autoridades pusieran en problemas sus
operaciones y lo capturaran o dieran de baja. El principal efecto del
soborno en la guerra contra las drogas era que drogadictos y con­
sumidores con fines recreativos podían continuar comprando una
mercancía ilegal. En los casos de Samper y de Salinas de Gortari,
en cambio, el asunto estaba repleto de implicaciones políticas. No
solea se pagaba un soborno al político para que no interfiriera en la
producción y el tráfico de drogas, sino que también se pagaba para
poder ejercer como autoridad sobre una comunidad, sobre una serie
de transacciones sociales, e incluso sobre un territorio. El principal
efecto sobre la guerra contra las drogas era que el estado renunciaba
a gobernar un pedazo de la sociedad. Las instituciones que regulaban
los patrones de interacción social ahora eran controladas por orga­
nizaciones criminales, las cuales vigilaban y obligaban a la población
a cumplir con dichos patrones de interacción social.
Las diferencias en los efectos de la corrupción son una expresión
del sentido tan desigual que tiene la guerra contra las drogas para los
países consumidores y para los países productores. Mientras en lista­
dos Unidos la guerra contra las drogas es un asunto principalmente
antidelincuencial, en el que ningún narcotraficante aspira a asumir
funciones de gobierno, en México y Colombia la guerra contra las
drogas implica la competencia por el gobierno de amplios sectores
de la sociedad entre el estado y distintos tipos de organizaciones
criminales, desde pandillas hasta mafias y señores de la guerra. Se
trata de una guerra por la definición y el control de las instituciones
que regulan el orden de innumerables comunidades y grupos sociales
en un país.
Este libro tiene como objeto responder a la pregunta que se deri­
va del sentido político que está implícito en la guerra contra las drogas
Gustavo Duncan

en México y Colombia: ¿por qué en estos países unas organizaciones


criminales han sido capaces de gobernar una porción significativa
de la sociedad desde el control del narcotráfico? El argumento en
su form a simple es que el gobierno ejercido por organizaciones cri­
minales ha sido posible en ciertos espacios periféricos y marginales
cié la sociedad porque el capital de las drogas ha permitido dos tipos
de procesos de inclusión complementarios entre sí. En primer lugar,
los flujos de recursos provenientes del narcotráfico les permitieron a
muchos habitantes y comunidades acceder a los mercados globales.
Desde espacios remotos, con baja acumulación de capital era posible
producir medios de cambio valiosos en el mercado internacional. Los
medios de cambio se transformaban en inclusión en el consumo de
masas para la poblaciém que directa e indirectamente accedía a los
ingresos del narcotráfico.
En segundo lugar, la organización de la violencia privada por una
clase criminal en comunidades y territorios donde las instituciones
del estado no eran lo suficientemente fuertes, permitir) que del con­
trol del narcotráfico se pasara al control de la poblacióní^Dado que
además las instituciones del estado no eran funcionales para regular
una economía fundada en una renta de origen criminal, existía una
fuerte demanda de la sociedad por ej orden y la protección que los
propios narcotraficantes proveyeron. Eue entonces cuando el crimen
se convirtió en una oportunidad para que individuos provenientes de
sectores excluidos accedieran a una posición de poder. A diferencia de
las organizaciones políticas tradicionales, la organización de la violen­
cia privada ofrecía una oportunidad de ascenso a individuos que no
disponían previamente de educación, de capital, ni de redes sociales.
//
Tener experiencia en el ejercicio de la violencia, voluntad para quebrar
la ley y decisión para arriesgar la vida, eran, por el contrario, atributos
disponibles entre los miembros de la periferia y la marginalidad. V
Pero el acceso al poder por excluidos desde la organización de la
violencia privada está restringido a espacios periféricos y marginales de
la sociedad en los que el capital de la droga funciona como un medio
de inclusión en el mercado. México y Colombia no son estados en

13
Más que plata o plomo

proceso de colapso; en las áreas pobladas y donde están ubicados los


intereses estratégicos de las élites, las instituciones estatales poseen
una primacía indiscutible. La clase política, los jueces, los policías y
los miembros del Ejército, entre otros tantos funcionarios públicos,
tienen bajo su control el grueso de las instituciones de regulación
social. Tienen el poder además para decidir sobre la utilización de la
capacidad coercitiva del estado contra el narcotráfico. De hecho, esa
es la razón por la que las organizaciones criminales los sobornan: para
evitar que tomen la decisión de reprimirlos. Sin embargo, la decisión
de reprimir o aceptar un soborno es más compleja cuando la actividad
criminal — en este caso el narcotráfico— está articulada a amplias
demandas sociales. La represión puede traspasar el asunto de unas
organizaciones que producen drogas; puede llegar a ser tanto contra los
medios de inclusión en el mercado de un pedazo de la sociedad, como
contra la organización que provee orden y seguridad a la comunidad.
Entre las consideraciones de la clase política que recibe sobornos
de los narcotraficantes está, en consecuencia, que las decisiones de
gobierno en la guerra contra las drogas no lleven a conflictos sociales.
No solo es la codicia de unos políticos profesionales por enriquecerse
y por tener recursos con qué competir en las elecciones. La decisión
de recibir un soborno o no tampoco se reduce a las amenazas de las
organizaciones criminales. Más que el dilema entre “plata o plom o”,
el asunto es la .mediación entre los intereses de las áreas dominadas
por las instituciones del estado y los intereses de los espacios sociales
que son dominados por instituciones que surgen del narcotráfico.
La clase política que se encarga de la mediación utiliza los canales
democráticos para establecer los límites de poder entre ambos tipos
de interés. Es un pulso permanente en el que los políticos profesio­
nales deben sopesar, por un lado, el respaldo de las organizaciones
criminales y las comunidades dominadas por ellos, y por el otro, que
la acumulación de poder por parte de las organizaciones criminales
no rebasen su propio poder.
En ese orden de ideas, el poder político del narcotráfico consiste
inicialmente en la capacidad que adquieren unas organizaciones

14
Gustavo Duncan

criminales de regular — mediante sus propios aparatos coercitivos—


el orden en sociedades periféricas y marginales. Pero en una instan­
cia posterior consiste en la capacidad de acumular representación
política en las instituciones democráticas para evitar que estados
con sus suficientes medios coercitivos — com o el mexicano y el
colom biano— repriman las bases de su ejercicio de dominación
social. Los criminales al mando de ejércitos privados no son, por
consiguiente, los únicos que acumulan poder desde el narcotráfico. La
mediación es en sí un medio de acumulación de poder a través de la
representación democrática, sobre todo para los sectores de la clase
política de la periferia que se han ajustado a las transformaciones
sociales introducidas por el narcotráfico. En México y Colombia
quienes controlan la mediación entre dos formas de regulación social
tan diferenciadas han sido los grandes beneficiarios del proceso de
producción de poder desde el narcotráfico.
Varias partes del libro han aparecido previamente como material
de artículos académicos en revistas y textos universitarios. Del mismo
modo el autor ha presentado muchas de las proposiciones teóricas
planteadas a continuación en columnas de los periódicos E l País, de
Cali, y E/Tiewpo, de circulación nacional. Ha sido una manera sutil de
comenzar a indagar por las reacciones que pueda traer una tesis sobre
el papel jugado por la criminalidad en la configuración del poder
político, en particular por su papel como un medio de inclusión social
y de satisfacción de demandas sociales entre sectores periféricos y
marginales. Vale la pena advertir que el autor no pretende denunciar
ni hacer una apología del tema. El propósito es solo interpretar un
proceso histórico sobre el cual abunda demasiada evidencia y que
por diversas razones, quizá muchos prejuicios y prevenciones, no ha
recibido la atención que se merece por las ciencias sociales.
Finalmente, deseo agradecer a mi familia: a mi esposa Adriana,
mis hijos Santiago y Antonio, y mis padres Gustavo y Dayra, por
su paciencia durante la escritura del libro. A Gustavo Mesa le debo
una gratitud especial por com partir tantos whiskies alrededor de
este libro. Con Alvaro ("amacho, Jorge Giraldo, Francisco Thoumi,

15
Más que plata o plomo

Edward Gibson, Jeffrey Winters y Will Reno hay una deuda enorme,
pues fueron indispensables en la elaboración conceptual de este libro.
Sin ellos no habría libro: así de simple. También agradezco a Juan
Arango, ('arlos Suárez, Jaime Jaramillo Panesso,Juan David Velasco,
Oswaldo Zapata, Mariana Rivera, Claudia López, Irving Bernal, Saúl
Echavarría, Rafael Grasa, Camila Suárez, Luis G uillerm o Restre­
po, César Alarcón, Carlos Flores, Carlos Zavala, Eduardo Medina,
Agustín G uerrero y Jorge Castaño. Sus aportes fueron importantes.
Por último, deseo reconocer el respaldo recibidó por la Universidad
EAFIT, la Universidad de los Andes y la beca Drogas Seguridad y
Democracia del Social Science Research Council, quienes financiaron
estos años de investigación.

16
INTRODUCCIÓN

La literatura sobre las luchas sociales del siglo veinte describe una
situación típica: sectores descontentos con su situación son moviliza­
dos por distintos tipos de organizaciones para reclamarles a las élites
transformaciones en el orden social. A estas luchas se les reconoce un
carácter político porque visibiüzan las contradicciones entre quienes
dominan y quienes son dominados. No importa el tipo de estrategias
utilizadas para reclamar las transformaciones: pueden ser las más vio­
lentas o las más pacíficas; tampoco que los líderes de la protesta sean
cooptados la mayoría de las veces dentro de las instituciones2 de las
élites dominantes luego de hacer los mínimos ajustes necesarios en el
orden social para evitar una insubordinación mayor (Piven y Cloward,
1979). Lo importante son los reclamos por transformaciones sociales.
¿Pero qué pasa con otro tipo de situaciones en las que el des­
contento existe y en vez de la organización de un partido, un m o­
vimiento, una protesta o una asonada la salida es la transformación
del orden social por fuera de las instituciones de las élites? Por
ejemplo, cuando una actividad económica ilegal es introducida sin
mayor ruido por sectores subordinados con profundos efectos en
las formas de producción y distribución de la riqueza, en el fondo
se está resolviendo el descontento con el orden social existente. Si

2 l ’.n este libro se entiende por instituciones el concepto de North y otros (2009, p.
I 5), que las define corno “los patrones de interacción que gobiernan v restringen las
relaciones entre los individuos”.

17
Más que plata o plomo

además surgen instituciones alternas de control social para regular


las transformaciones ocurridas, la situación involucra nada más y
nada menos que las relaciones de poder en la sociedad. Así las cosas
hayan ocurrido en un principio sin enfrentamientos ni revueltas y
sean el producto de una actividad criminal ¿no es acaso parte de
una alternativa política que encuentran los sectores dominados para
transform ar su situación en el orden social?
Lo anterior fue lo que sucedió con el narcotráfico en México
y Colombia. Las organizaciones criminales introdujeron enormes
volúmenes de capital en sociedades de todo tipo: ricas y pobres. Pero
para ciertas sociedades periféricas, descontentas por su exclusión
económica, el capital de las drogas significó un incremento sustancial
en su participación en los mercados. Las economías locales fueron
rebasadas por la introducción de nuevos recursos, al punto que
el orden social fue alterado de manera irreversible. Las jerarquías
sociales, la división del trabajo y la distribución de la riqueza fueron
transformadas sin previo avisod Eventualmente las organizaciones
criminales que controlaban (mediante la violencia) los flujos de ca­
pital de las drogas, por su propio peso en las relaciones sociales,
comenzarcm a imponer nuevas'instituciones de regulación social en
la periferia. Mafias, señores de la guerra y demás organizaciones de
coerción privada inundaron el paisaje político al reclamar las funcio­
nes propias de una autoridad local: cobraban impuestos, vigilaban
los comportamientos de la población y administraban justicia. Ea
violencia como medio de dominación se convirtió en sí misma en una
oportunidad de acumulación de poder para los sectores en desventaja
en el orden social.^Muchos criminales de origen miserable como
Gonzalo Rodríguez Gacha, “el Mexicano”, o Joaquín Guzmán, “yl
Chapo”, pudieron convertirse en la autoridad de sus comunidades.
Las luchas políticas en estas sociedades estaban ahora dirigidas hacia
la preservación de las transformaciones del orden social y hacia la

3 La composición del orden social en estos tres elementos es tomada de Moore (1978).
Podría argumentarse que faltan los valores, las normas y los hábitos, aunque Moore
incluye estas categorías como criterios ele clasificación de las jerarquías sociales.

18
Gustavo Duncan

competencia por el control parcial — y en determinadas circunstan­


cias total— de las funciones de autoridad local. » . - w
Como sucede en cualquier transformación de la estructura de
poder, el grueso de la población permaneció en una posición subor­
dinada en el orden social, solo que ahora bajo la regulación de nuevas
instituciones. Si las transform aciones en el orden de la periferia
obedecieron en un principio a la satisfacción de las aspiraciones de
inclusión económica de sectores marginados, en el largo plazo las
transformaciones fueron preservadas por la fuerza. Más que una
lucha por el corazón y las mentes de los dominados, era una lucha
por sus tripas y sus hígados; por garantizar que la economía proveyera
las necesidades materiales de la población de modo que no hubiera
motivos para la desobediencia; por proteger a la población de las
amenazas y las aspiraciones de control de otras organizaciones coer­
citivas y por imponer un sistema de normas y prácticas que al mismo
tiempo que imponía orden en las relaciones sociales era implacable
con cualquier intento de disidencia. En la mayoría de los casos los
dominados obedecían las nuevas condiciones de dominación no
porque estuvieran satisfechos con ellas sino porque no encontraban
los recursos, la organización ni el respaldo social para rebelarse. O,
dicho de manera más cruda: jorq u e no disponían de los medios para
aspirar a un cambio en su situación de dominación. IJ
Los sectores históricamente subordinados no fueron los únicos
que tuvieron que adaptarse a los cambios. Para las élites tradicionales
de la periferia el dilema era cómo ajustarse a una situación que había
rebasado sus posibilidades. El capital de las drogas significaba que
sus medios económicos no eran competencia en la nueva división del
trabajo/Los negocios de siempre, como la ganadería, la agricultura
y las empresas regionales, ahora eran irrelevantes ante las fortunas
del narcotráfico que circulaban en la economía local. Otros medios
y otros atributos definían las jerarquías y había que ajustarse a los
cambios para no naufragar en el orden social. Las transformaciones
fueron de igual modo una oportunidad. Ante sus restricciones de
capital las élites tradicionales ofrecieron lo más valioso que tenían a

19
Más que plata o plomo

la mano: su capacidad de mediación ante las instituciones del estado y


ante las élites del centro del país. 1.a transacción iba a ser apenas natu­
ral. Ejércitos de criminales y narcotraficantes necesitaban protección
frente a una eventual intervención del estado central en sus negocios,
mientras que políticos, empresarios y figuras sociales de la periferia
necesitaban el acceso a nuevas fuentes de capital para mantener su
poder social frente a las élites emergentes de la criminalidad y a las
élites del centro. Las élites legales de la periferia se convirtieron de
ese modo en aliadas de las élites ilegales para preservar las transfor­
maciones del orden social, las nuevas instituciones de regulación y
su nueva posición en las relaciones de poder con las élites del centro.
Paradójicamente fue la relativa fortaleza del estado lo que les
permitió a las élites legales de la periferia participar en el control
de las nuevas instituciones y reclamar una parte de los excedentes
del narcotráfico. 1.a fuente de su poder reposaba en el manejo de
unas instituciones que, pese a las transformaciones del narcotráfico,
continuaban siendo relevantes. Salvo áreas demasiado marginales o
periféricas, la imposición de las nuevas instituciones de regulación
desde el narcotráfico nunca significó la destrucción absoluta de las
instituciones del estado. Las instituciones resultantes eran, por el
contrario, el producto de los pulsos de fuerza entre las autoridades
públicas y las autoridades criminales. Es decir, de acuerdos y de en­
frentamientos entre dos formas de autoridad que se materializaban
en la existencia de una mezcla de instituciones legales e ilegales como
formas de regulación social. En vez de la imposición del clásico
monopolio weberiano del estado, se trataba de la imposición de un
oligopolio de coerción, de una situación en la que el estado y las
organizaciones criminales reclamaban de manera simultánea y So­
brepuesta la autoridad sobre la sociedad. En la práctica, la forma que
tomaba la autoridad era definida por la interacción de una diversidad
de actores de poder que iban desde los funcionarios civiles y militares
del estado central hasta las élites tradicionales, las organizaciones
coercitivas y las élites políticas y económicas que surgieron con el
narcotráfico en la periferia.

2(1
Gustavo Duncan

A l final, el alcance de las luchas políticas del narcotráfico re­


posaba en el control de las instituciones de regulación social. Un
narcotraficante, por más capital que dispusiera, si no ejercía el control
directo de una población, dependía de la clase política para obtener
protección. Su poder estaba mediado por el soborno a quienes con­
trolaban las instituciones del estado. Si un funcionario investigaba al
narcotraficante, la clase política podía pedir su baja; también podía
definir qué operación policial se ejecutaba, qué tipo de normativi-
dad regía sobre el narcotráfico y cómo se cumplía en la práctica.
Pero el verdadero poder quedaba en manos de la clase política; si
esta decidía traicionar al narcotraficante y suspender su oferta de
protección, el narcotraficante podía hacer poco, salvo — en un acto
desesperado— amenazar con matar a sus miembros. Esta situación
cambiaba radicalmente cuando los narcotraficantes controlaban a
la población con sus propios aparatos coercitivos. Ahora eran los
políticos quienes tenían que contar con ellos para que las decisiones
del estado se materializaran; si un funcionario quería hacer cumplir la
ley sin considerar su poder, se iba a encontrar con la resistencia de una
comunidad que obedecía una serie de normas y comportamientos
incoherentes con los del estado. Muy seguramente iba a encon­
trar una retaliación armada mimetizada entre la misma comunidad.
Muchas veces, asesinos abrían fuego intempestivamente contra los
servidores del estado y al rato desparecían entre la población. Más
desmoralizante iba a ser que eventualmente la clase política retiraba
el respaldo al tuncionario por temor a perder los votos provenientes
tle estas comunidades. La respuesta usual era entonces transar los
términos y los límites de la regulación social, en otras palabras definir
hasta dónde llegaba la autoridad del estado y hasta dónde la de las
organizaciones criminales. En esta capacidad de transar reposaba el
verdadero poder político de los narcotraficantes.
Al margen de la corrupción el estado central tenía una razón
de peso para tolerar las transacciones de este tipo en la periferia.
Existía una fuerte legitimidad en la capacidad de las organizaciones
criminales de resolver las nuevas demandas sociales que surgieron
Más que plata o plome

por el mismo narcotráfico. Los narcotraficantes y sus organizaciones


coercitivas nunca fueron capaces de elaborar un discurso ni ningún
otro tipo de construcción ideológica lo suficientemente convincente
para legitimarse ante la opinión nacional. Eso era lo de menos. El
asunto central eran los sectores sociales que ahora dependían del
narcotráfico para resolver sus problemas de inclusión en el merca­
do y de provisión de justicia y protección. Con el surgimiento de
nuevas instituciones de regulación, el estado debía considerar en
* . .
sus decisiones sobre la represión al narcotráfico unas contingencias
políticas que iban más allá de los criminales encargados de produ­
cir y colocar la droga en los mercados internacionales. En muchos
casos el estado no reprimía — o reprimía de manera restringida— a
las organizaciones de narcotraficantes, porque le tocaba asumir las
demandas sociales que estas organizaciones proveían. Resultaba
menos costoso delegar en poderes criminales y en élites corruptas
el control de comunidades periféricas cuando no disponía de los
medios para satisfacer las demandas básicas de protección, justicia
y sustento material.
Pese a su importancia en países como México y Colombia, la
manera como las organizaciones criminales interactúan con la es­
tructura de poder establecida para preservar las transformaciones
del orden social y su nueva posición de poder ha sido hasta ahora un
asunto tratado marginalmente en el estudio de la guerra contra las
drogas. La atención sobre el tema, por centrarse en las necesidades
de protección de empresarios criminales, ha reducido el carácter
político del narcotráfico a un asunto de corrupción. De acuerdo
con esta visión simplista, las mafias intervienen en política, bien sea
por medio de alianzas o enfrentamientos, bajo una lógica puramente
instrumental. Corrom pen y amenazan a las autoridades estatales
con el único propósito de explotar una renta ilegal. No consideran
que la dominación como un medio de imposición en el orden social
pueda per se ser el principal propósito de sectores criminales en la
sociedad. Tampoco consideran que la dominación de una parte de la
sociedad pueda ser más importante que la corrupción y la violencia

-yy
Gustavo Duncan

para obtener concesiones políticas del resto de élites de poder, entre


otras concesiones aquella de poder traficar drogas en un territorio sin
mayores riesgos. De hecho, la razón de fondo por la que el estado
es reacio a intervenir en la periferia para reclamar la legitimidad de
su autoridad es lo costoso y complejo que resulta transform ar el
orden social para que sea adecuado a la capacidad regulatoria de sus
instituciones.
Este libro es una explicación del narcotráfico en México y C o­
lombia desde una perspectiva política, de cómo el capital y la coerción
que se derivan de la droga definieron la forma de gobierno de una
parte de la sociedad, y de la forma como el centro político nego­
ció con estas formas de autoridad las instituciones de regulación
social en la periferia. El propósito es demostrar que el poder que
se produce desde el narcotráfico tiene como sentido preservar las
transformaciones en el orden social introducidas por el capital de
las drogas. Son estas transformaciones las que les permiten a una
serie de actores, principalmente organizaciones de coerción privada
y políticos profesionales, ocupar una posición superior en la jerar­
quía de ciertas sociedades periféricas/\)rganizaciones coercitivas y
políticos profesionales lideran las luchas políticas del narcotráfico
porque disponen del control de las instituciones de regulación social,
el cual es el principal mecanismo del narcotráfico para convertir poder
económico en poder político. Desde esta perspectiva la guerra de las
drogas tiene un claro sentido político. Es la lucha por evitar que la
persecución c]ue el estado le hace a unos delincuentes afecte las bases
de un orden y de unas formas de dominación social. La gran pregunta
es: ¿por qué estados relativamente fuertes4 como el mexicano y el
colombiano no están en condiciones de disputarle la obediencia de
extensos grupos de población a las organizaciones criminales?

4 Kn algunos reportes se ha querido mostrar a México v Colombia como estados en


proceso de colapsar, o incluso como estallos fallidos. Nada más ajeno a la realidad.
Ambos estados tienen pleno control en las áreas estratégicas donde se concentra
el grueso de la población. Id problema, como se expone en este libro, se remite a
sociedades periféricas, en las que grupos armados desafían la capacidad regulatoria del
estado. Sobre esta discusión ver Kennv y Serrano (2011) y Bejarano v Pizarro (2002).

23
Más que plata o plome

El plan

La respuesta a esta pregunta comprende dos partes: la primera pro­


pone una teoría sobre el poder político del narcotráfico, y la segunda
contrasta dicha teoría en México y Colombia.5
La trama central de la primera parte, es decir de la teoría, es la
pregunta por las situaciones en las que el narcotráfico adquiere poder
político. En otras palabras, ¿en qué circunstancias y hasta qué punto la
regulación del narcotráfico se extiende a la regulación de la sociedad
por medio de la imposición de nuevas instituciones de regulación?
¿Cóm o se configuran las relaciones de poder en la periferia entre
las antiguas élites políticas, económicas y sociales y los sectores que
surgieron gracias al narcotráfico? ¿Cóm o cambia la relación entre
el poder político del centro y el poder político de la periferia ahora
que el orden social, las instituciones de regulación y la estructura de
poder en la periferia han sido alterados?
La distinción entre el uso de la mercancía y el uso del capital
en las distintas fases del negocio propone las bases teóricas para
responder por el potencial de regulación social desde las drogas. Una
simple mirada a los mapas del narcotráfico muestra que el manejo
de la droga como una mercancía física está asociado con regiones
periféricas en las que el estado es menos fuerte y donde la protección
del negocio recae en organizaciones de coerción privada. Estas orga­
nizaciones eventualmente concentran tanto poder que se convierten
en el estado de facto de las regiones periféricas especializadas en la
producción de drogas. A medida que las operaciones involucran
en mayor proporción la variable capital en relación con la variable
mercancía, es decir a medida que la droga no es una mercancía sino
un capital que necesita ser lavado para pagar los diferentes eslabones
de la cadena productiva, el estado incrementa su presencia al pun­
to que en las grandes ciudades la organización de la violencia por
narcotraficantes tiende a reducirse a asuntos criminales o al control

5 Para los lectores interesados, se puede ver la metodología de investigación en el


Anexo.

24
Gustavo Duncan

de barrios marginales. El soborno se convierte en el principal me­


canismo de intervención de los narcotraficantes en las decisiones de
poder político. La relación entre geografía del estado y división del
trabajo del narcotráfico no es pues un asunto inocuo. Involucra ni
más ni menos que la influencia potencial del narcotráfico sobre las
relaciones de poder en una sociedad.
La teoría propone que la localización de las operaciones de
producción y tráfico en áreas periféricas es producto de la mayor cri-
minalización que el estado hace de la droga en su forma de mercancía.
Com o resultado, es en sociedades periféricas en las que el capital de
la droga, a pesar de constituir la tajada más pequeña del negocio,
tiene sus mayores efectos en la imposición de nuevas instituciones
de dominación social. A menor presencia de instituciones estatales
y menor acumulación de capital, mayores son las oportunidades de
controlar sociedades desde la protección del narcotráfico. Organiza­
ciones de coerción privada y políticos profesionales encuentran en la
provisión de demandas básicas — como la inclusión en el mercado
y la oferta de seguridad y justicia— un medio para reclamar la obe­
diencia de la población. Un nuevo orden emerge en el que tanto los
criminales y políticos, como los empresarios que legalizan el capital
de las drogas, ocupan las posiciones superiores de la jerarquía social.
Al criminalizar una parte importante de la base económica de la
sociedad, el estado se encuentra incapaz de reclamar el monopolio
de las funciones de regulación social y, en casos extremos, de ejercer
un mínimo de autoridad.
De acuerdo con esta interpretación, la guerra contra las drogas
tiene un contenido político que rebasa la lucha contra el crimen:
es el pulso de fuerzas entre el estado y unas élites criminales por el
gobierno de amplios sectores sociales en la periferia y por mantener
las bases del nuevo orden social sobre el cual soportan su poder. Es,
además, un orden con un arraigo social tan fuerte que la acción del
estado llega con relativa facilidad hasta la captura y eliminación de
los líderes criminales pero tropieza con bastantes problemas para
adecuar los valores, normas y com portam ientos de la periferia a

25
Más que plata o plome

la capacidad regulatoria de sus instituciones. En muchos casos los


costos de pro,visión de las nuevas demandas sociales introducidas
por el narcotráfico disuaden al estado de asumir una regulación mo-
nopólica de la sociedad. El pulso de fuerzas, o lo que es lo mismo:
el sentido político de la guerra contra las drogas, es acerca de los
límites de poder entre las instituciones del estado y las instituciones
de regulación impuestas desde la protección del narcotráfico.
Como anotamos arriba, la segunda parte contrasta la teoría en
México y Colombia, dos casos específicos de f>aíses donde existen
poderosas organizaciones que controlan todas las etapas productivas
del negocio, y su variación con respecto a casos de países consumi­
dores, intermediarios en el tráfico y productores. Aunque en ambos
países el sentido político del narcotráfico está dado por la preserva­
ción de cambios en el orden social, cada caso presenta una trayectoria
particular. Sin duda el narcotráfico tiene un profundo contenido
político, pero no es toda la política que se vive en países como México
v Colombia. Cada trayectoria responde a la forma particular como el
capital de la droga produce poder para ciertos actores — básicamen­
te políticos y organizaciones de coerción privada— y cómo estos
sectores se asimilan y alteran las luchas políticas existentes desde la
imposición de instituciones de dominación alternas al estado. La
historia política de cada país configura la trayectoria del narcotráfico
en su estructura de poder.
En México el eje central de esta trayectoria es la evolución del
sistema autoritario corporativista del Partido Revolucionario Insti­
tucional (PRI) a la apertura democrática de principios de siglo XXI.
El tráfico de drogas de México a Estados Unidos se remonta a la
primera mitad del siglo XX. Su control estaba en manos de élites
regionales afiliadas a la estructura autoritaria del PRI. Las élites po­
líticas utilizaban los cuerpos de seguridad del estado para controlar
las rentas de la marihuana y del opio. Los espacios de regulación
social por parte de las mafias estaban restringidos a áreas remotas.
A principios de los setenta el incremento de las demandas por dro­
gas convirtió el narcotráfico en una actividad económica de mayor

26
Gustavo Duncan

envergadura. Los recursos disponibles permitieron el surgimiento


de una clase criminal que reclamaba un poder superior en relación
con las élites del PRI. La apertura del sistema político a finales de
los noventa fue la oportunidad que estaban esperando. El PRI tenía
la capacidad de concentrar la acción de las instituciones coercitivas
del estado contra cualquier narcotraficante que amenazara con rom ­
per los pactos trazados con las autoridades políticas a lo largo del
territorio nacional. Cuando el sistema introdujo el incremento de la
competencia democrática, la capacidad de utilizar las instituciones
coercitivas del estado por la clase política se resintió.
Los primeros síntomas de este resquebrajamiento sucedieron
antes de la transición del poder hacia el Partido Acción Nacional
(PAN). Por un lado, un narcotraficante del cartel del G olfo reclutó
antiguos miembros de las fuerzas de seguridad del estado para com ­
petir por el dominio de las plazas en ese cartel. Ya habían nacido
“los Zetas” como un aparato coercitivo por fuera del control de las
instituciones estatales, luego no sería el único caso en el que antiguos
miembros de fuerzas de seguridad pasaran a trabajar con criminales;
por el contrario, reclutarlos como jefes de seguridad se convertiría
en una práctica habitual de los carteles del narcotráfico. Por otro
lado, algunos carteles comenzaron a utilizar pandillas y criminales
rasos para controlar los mercados de drogas locales. Su propósito
no era solo económico, pues, de hecho, implicaban muchos costos
y su rentabilidad era despreciable en comparación con el mercado
internacional; el propósito era más bien político porque se trataba
de controlar territorios a lo largo de las rutas de la droga en México!
A principios de la década del 2000, luego de la llegada al poder
del PAN, la independencia de las instituciones del estado alcanzada
por los carteles era evidente. En diversas zonas de México ejércitos
privados asumían progresivamente funciones de regulación social.
I.a realidad se hizo inocultable cuando estalló la violencia entre car­
teles que se enfrentaban en un vertiginoso proceso de expansión
territorial. Si en un principio la apertura del sistema político había
despojado al estado de los mecanismos institucionales para apaciguar

27
Más que plata <>pl<mu

los enfrentamientos entre los carteles, ahora la situación era peor:


las instituciones coercitivas del estado en la periferia comenzaron a
ser subordinadas por el narcotráfico. Por consiguiente, la espiral de
violencia en México a principios de siglo XXI es un reflejo de cómo
el narcotráfico se convirtió en parte de las alternativas económicas y
políticas ante el agotamiento del régimen corporativista del PR1. Y es
una alternativa que no debe comprenderse como una construcción ais­
lada por sectores delincuenciales sino entrelazada dentro del conjunto
de instituciones que surgieron en el proceso de apertura democrática.
Los recurrentes acuerdos entre élites criminales y élites políticas en
la periferia, ampliamente documentados por los medios de comuni­
cación, son la prueba de que las instituciones de dominación social
resultantes incluyen elementos de ambos mundos: el legal y el ilegal.
En el caso de Colombia la trayectoria del narcotráfico en el poder
político estuvo marcada por el proceso inacabado de integración
del territorio y por la amenaza de las guerrillas marxistas a los nar-
cotraficantes. Si bien a mediados de los setenta — justo antes de la
bonanza de la cocaína— el estado había logrado superar muchos de
sus rezagos institucionales, aún existían procesos de poblamiento por
fuera de su control. Se trataba de procesos cíclicos de colonización
que ampliaban la frontera habitada del país hacia selvas, montañas
y lugares sin ningún tipo de infraestructura estatal. Dada la enor­
me extensión territorial del país, los procesos de ampliación de la
frontera habitable no representaban un problema para el estado. El
problema era otro: en muchas zonas de colonización una serie de
guerrillas marxistas encontraron un terreno fértil para lanzar una
guerra insurgente. Pero el aislamiento y la pobreza de estas áreas
era un lastre demasiado pesado para que escalaran su guerra hasta
las zonas integradas donde habitaba el grueso de la población y'se
situaban los intereses de las élites nacionales.
La situación cambió radicalmente cuando las zonas de coloni­
zación se volvieron importantes para la producción de cocaína. Los
narcotraficantes pagaban a las guerrillas por proteger los laboratorios
y con estos recursos la guerrilla financiaba la expansión de sus frentes.

2K
( i us I ;i \ i > I ) 11 ii ( .111

I a ) paradójico era que al mismo tiempo los narcotrahcantes se conver­


tían en víctimas de esta expansión. Iai mavoría de los narcotraficantes
habitaban en las áreas integradas del país, eran los nuevos ricos de las
grandes ciudades, los municipios intermedios v las zonas rurales cerca­
nas a estos; cuando a principios de los ochenta la guerrilla incursionó
allí, se convirtieron en víctimas del secuestro v la extorsión. 1.a llegada
de la guerrilla implica) entonces un cambio sustancial en sus aparatos
coercitivos. No solo los obligó a organizar ejércitos más grandes, sino
cjue también tuvieron que extender sus funciones de regulación social,
lira necesario desarrollar capacidad de vigilancia de la población, de
sus afiliaciones políticas v de sus eventuales relaciones con grupos
guerrilleros. Fue así como, a diferencia de México, los narcotrahcantes
colombianos tuvieron desde muv temprano que asumir numerosas
funciones de autoridad para poder sobrevivir.
(unto con la guerrilla, otros dos acontecimientos marcarían la
trayectoria del narcotráfico. Id primero tuvo que ver con el tactor
humano: la aparición de un criminal como Pablo Fscobar, capaz de
encauzar las frustraciones sociales como justificación de lo puramente
delincuencia!, legitimaría el narcotráfico entre muchos sectores exclui­
rlos. Fscobar dio origen en Metlellín a una organización mafiosa que
controlaba los barrios populares v marginales de la ciudad por medio
del sometimiento de sus bandas v pandillas. Id control de los barrios
no era solo por la tuerza: la distribución de recursos entre sectores
excluidos era igual de decisiva. Id sometimiento de la criminalidad le
permitió a Fscobar disponer del músculo necesario para exigirles a
quienes traficaban desde Medcllín una parte de sus ganancias a cambio
.de protección. Desde entonces quien controlaba a los bandidos de
los barrios populares y marginales iba a controlar las rentas crimina­
les de la ciudad. Fin el largo plazo el efecto simbólico de una mafia
basada sobre la dominación de sectores excluidos fue mayúsculo
cuando Fscobar la utiliza") para doblegar la voluntad del estado. A
través de magnicidios, secuestros v actos terroristas, logró que en la
( íonstitución de 1991 se prohibiera la extradición a pesar de la enorme
desventaja implícita en la guerra entre un estado v un bandido.

2U
Más que plata o plomo

El segundo acontecimiento fueron las transformaciones — en la


segunda mitad.de los ochenta— del diseño institucional del estado
con el propósito de incrementar la autonomía política de las regiones.
En 1991 la nueva Constitución terminó de convertir el estado en un
sistema relativamente descentralizado. La introducción de elecciones
regionales les permitió a los narcotraficantes disponer de los medios
necesarios para inclinar la competencia democrática hacia los candi­
datos de su preferencia en zonas de bajo desarrollo económico. Y si
los recursos de la droga no eran suficientes, también estaba el uso de
la fuerza. Entre los ganadores con la nueva Constitución estuvieron
los aparatos coercitivos del narcotráfico que, además de imponer su
dominación en lo local, ampliaron su influencia sobre las institucio­
nes estatales y los políticos de la periferia. Estos políticos disponían
ahora de nuevos recursos, no solo del narcotráfico sino de las rentas
de la descentralización, para competir con la clase política del centro.
A principios de los noventa ya Colombia era el principal produc­
tor mundial de hoja de coca, lo que se reflejaba en el incremento de la
capacidad militar de la guerrilla. El secuestro y la extorsión se habían
disparado por medio de estrategias de guerra insurgente. La reacción
vino de la mano de una serie de narcotraficantes del cartel de Medellín
que dieron un salto cualitativo al convertir escuadrones paramilitares
en verdaderos ejércitos privados. Tanto los hermanos Castaño, como
otros narcotraficantes y miembros de las élites tradicionales, crearon
una confederación de señores de la guerra conocida como las Auto­
defensas Unidas de Colombia (AUC). Si bien la justificación aparente
de las AUC era la guerra contrainsurgente, en el trasfondo era claro
que lo que estaba en juego era el control por narcotraficantes de los
contornos de las zonas integradas y de la periferia del país. .
Luego de una década en que el estado cedió mucho en su capa­
cidad de regulación social, finalmente había claros signos de recu­
peración. A mediados del 2000 las guerrillas habían sido replegadas
nuevamente a las áreas de colonización y las AUC fueron sometidas
mediante un proceso de negociación. El estado colombiano había
sido obligado a fortalecer su capacidad de vigilar, extraer recursos,

30
Gustavo Duncan

regular la sociedad y proveer servicios en regiones periféricas como


consecuencia de la necesidad de reprimir a organizaciones coercitivas
que asumían estas funciones.
El final de la segunda parte se centra en las posibilidades de
aplicar la teoría a otros casos. Las luchas políticas del narcotráfico
en México y Colombia responden a atributos muy específicos. Se
trata de estados relativamente fuertes en los que el centro político
nunca ha estado en riesgo; de sociedades con niveles intermedios
de acumulación de capital y de territorios extensos y heterogéneos.
Bajo condiciones distintas de fortaleza institucional, acumulación
de capital y composición demográfica, lo sucedido en México y C o­
lombia difícilmente puede replicarse en otros casos. Sin embargo, las
variaciones de los efectos políticos del narcotráfico en casos distintos
tienen mucho que decir sobre el comportamiento de las variables
básicas sobre las que se funda la teoría. Esto es: ¿cómo la imposición
de instituciones de regulación por parte de organizaciones criminales
es afectada por la distancia del estado y los procesos de acumulación
de capital en la periferia? Los casos son revisados de manera breve
con un propósito puramente comparativo.
En el mundo desarrollado, donde se concentra el mercado final,
el capital de la droga no es competencia para los mercados legales ni
para el poder de las instituciones estatales. La dominación desde el
control del tráfico de drogas se reduce a comunidades marginadas
como los guetos en Estados Unidos. El poder está restringido ade­
más a la venta minorista de drogas. Una pandilla a duras penas es la
autoridad en un edificio o una esquina, pero no está en condiciones
ile llevar a cabo un verdadero ejercicio de regulación social. Sus
limitaciones se evidencian en la incapacidad de establecer vínculos
con políticos profesionales. No disponen del poder para obligar a la
p<>blación a votar por determinado candidato. Tampoco existen unas
c<>ndiciones económicas tan deterioradas que hagan que la población
dependa de los recursos que ellos controlan. Existen a su vez reportes
sobre organizaciones criminales dedicadas al tráfico mayorista de
drogas que eventualmente sobornan a la clase política. Sin embargo,

31
Más que plata o plomo

es una relación desbalanceada en contra de los narcotraficantes por­


que su soporte-en la dominación social es nulo. Las drogas son un
asunto de políticas públicas, no de poder político propiamente dicho.
Un político corrupto solo necesita comprometerse en decisiones
marginales que resuelvan las necesidades inmediatas de protección de
unos delincuentes. No están de por medio concesiones en términos
de la supremacía de las instituciones estatales ni de dominación social.
Se sobreentiende que los narcotraficantes se dedican solamente a
asuntos delincuenciales^El político cuenta adfcionalmente con la
ventaja de poder romper los acuerdos sin que la ruptura conlleve
una retaliación violenta por la criminalidad^
El balance de poder entre políticos y criminales cambia en la
medida en que la acumulación de capital y la fortaleza del estado
disminuyen. Pero los efectos políticos del narcotráfico también de­
penden de otras variables: la configuración demográfica y el papel
del país en la división del trabajo en el narcotráfico. Por ejemplo
Jamaica es un país relativamente pobre cuya geografía impide una
clara separación entre el centro y las áreas periféricas dominadas
por criminales. Los problemas con el narcotráfico se reflejan en
la presencia de instituciones de regulación social en los contornos
mismos del poder central. No se trata de sofisticados carteles sino
de bandas que controlan los mercados locales de drogas pero que
han accedido a grandes flujos de capital por controlar un punto
de transbordo en la ruta de la droga hacia Estados Unidos. Sus
orígenes son muy similares a los de los vendedores de drogas en
los guetos del mundo desarrollado. Son subculturas criminales que
ofrecen oportunidades de realización social a jóvenes marginados.
La diferencia es que en jamaica el estado no dispone de la fortaleza
suficiente para evitar que impongan sus instituciones, por lo que las
autoridades se han visto obligadas a negociar el gobierno de zonas
marginadas con organizaciones criminales.
Es una historia que viene de la fundación misma de Jamaica
como estado, en 1962. Los dos partidos tradicionales que gobiernan
la isla desde entonces, el People’s National Partv (PNP) y el Jamaican

32
Gustavo Duncan

Labour Party (jLP), han utilizado a los hombres fuertes de los barrios
marginales de Kingston para manejar las votaciones. La transacción
consistía en que los líderes de los partidos entregaban recursos del
estado y los hombres fuertes los redistribuían por medio de sus redes
clientelistas para asegurar los votos. Era una competencia llena de
violencia pero sujeta al control de los partidos. Todo cambió cuando
en los barrios marginales llegó el capital de la droga. Los hombres
fuertes se independizaron de los recursos del estado. Fue así como
en Jamaica las bandas de narcotraficantes reemplazaron a los viejos
“dones” de la política, al igual que los antiguos jefes políticos se
convirtieron en los proveedores de las necesidades básicas de la
población y en su autoridadTPara gobernar estas comunidades, el
gobierno debía negociar con los jefes de las ban d asjü n o de estos
criminales, Christopher Coke, concentró tanto poder que era una
pieza clave para definir elecciones a todo tipo de cargos incluyendo
la de primer ministro de la isla.
1 .a ventaja de Jamaica es que está ubicada en un lugar cercano del
mercado final que es ideal para el transbordo de drogas. Sin embargo,
la lejanía de los mercados finales también puede ser una ventaja para
otra etapa del negocio: la producción primaria de la mercancía. Boli-
via, país de ingreso medio bajo, ubicado en el centro de Suramérica,
sin salidas al mar, ofrece un caso interesante de comparación por
poseer una gran extensión territorial acompañada de áreas donde
la escasa infraestructura estatal y la baja densidad poblacional son
ideales para los cultivos ilícitos. Este hecho va acompañado de otra
característica: el capital y la articulación social del narcotráfico han
sido en ocasiones factores importantes para definir el poder nacional,
en una primera instancia desde el financiamiento de golpes de estado
por militares y posteriormente desde el control de las comunidades
cocaleras del Chapare.
La biografía de Roberto Suárez Góm ez — un miembro de las
familias oligarcas de la región del Beni que se convirtió en proveedor
del cartel de Medellín— sirve para ilustrar los efectos políticos del
narcotráfico en Bolivia. Suárez pudo adecuar las viejas instituciones

33
Más que plata o plome

de regulación social controladas por las élites caucheras y ganaderas


de las tierras bajas del oriente boliviano y establecer acuerdos con los
gobiernos centrales gracias a las limitaciones de capital del estado y a
las barreras naturales de una inmensa extensión geográfica. Pero no
era solo que los costos de intervención en las sociedades controladas
por las élites de las ciudades del oriente fueran demasiado altos para
el estado central y que la corrupción fuera un fenómeno generaliza­
do. Era también que los flujos de capital del narcotráfico se habían
convertido en un factor importante de inclusión de la economía
boliviana en los mercados globales. En medio de las graves crisis de
los ochenta, con graves problemas de deuda pública, hiperinflación
y crisis en la balanza de pagos, para el gobierno central era muy
complicado reprimir una de las pocas fuentes de ingresos que aliviaba
la precaria situación de la economía.
Al mismo tiempo que mafiosos provenientes de las élites con­
trolaban las exportaciones de base de coca hacia Colombia, otro tipo
de organización se hizo al control social de las zonas de cultivos. El
movimiento cocalero que siguió la colonización de las tierras bajas
de la región del Chapare por indígenas provenientes de las tierras
altas del occidente logró convertirse en la autoridad de las distintas
comunidades cocaleras por medio de la organización de sindicatos
de base. Los líderes del movimiento aprovecharon la dominación
con sus propias instituciones de la población cocalera para desde allí
proyectar su poder a escala nacional. Disponían de una plataforma
política muy disciplinada para movilizar una parte importante de la
población y atraer a su proyecto a otros sectores descontentos de la
sociedad, no necesariamente indígenas y sembradores de coca. Lo
impresionante del movimiento fue que logró elegir presidente ded
seno de su organización: Evo Morales. En este caso se trató más bien
de una típica lucha social del siglo anterior, no de una imposición de
instituciones de regulación social al margen del estado central por
los aparatos coercitivos del narcotráfico.
La ironía del caso de Bolivia es que el propio aislamiento del país
permite que sectores tradicionales como las élites terratenientes y los

34
Gustavo Duncan

indígenas sean capaces de fortalecer sus instituciones de regulación


y anular los intentos de gobernar algún espacio de la sociedad por
parte de organizaciones criminales provenientes de sectores margi­
nales y excluidos.

35
PRIM ERA PARTE

UNA TEORÍA SOBRE EL PODER POLÍTICO


DEL NARCOTRÁFICO
1

Una em presa de producción de poder

A diferencia de las empresas capitalistas legales, la producción de


drogas no presenta sus mayores contradicciones en la relación en­
tre capital y trabajo. Los empresarios del narcotráfico, cuando lo
requieren, pueden pagar salarios altos porque los precios son muy
superiores a los costos. Las grandes contradicciones están en una
propiedad particular del narcotráfico como empresa capitalista, en
las diferencias entre los costos de producción y los costos de pro­
tección. El narcotráfico es en esencia una empresa de reducción de
riesgos. Un narcotraficante exitoso es aquel que logra protección
suficiente para colocar mercancía en el mercado sin ser capturado,
asesinado o expropiado. Sin embargo la protección es costosa. Una
parte significativa de las ganancias se va en pagos a políticos, policías,
jueces, mañosos, señores de la guerra, guerrillas y demás actores
que tienen el poder suficiente para poner en riesgo las actividades
de los narcotraficantes, pero al mismo tiempo con la capacidad de
protegerlas.
La gran contradicción económica en el narcotráfico no es por
consiguiente entre el capital y el trabajo, sino entre la protección y
el trabajo. La explotación de los trabajadores en el narcotráfico es
distinta a la explotación en el capitalismo legal. Se explota a los traba­
jadores en la medida en que sus ganancias obtenidas no compensan
los riesgos asumidos. Mientras en una empresa legal su propietario
asume casi la totalidad de los riesgos, en el narcotráfico los riesgos

39
Más que plata o plomo

se delegan en los trabajadores propios e independientes que produ­


cen, transforrpan y trafican la mercancía. Si la empresa falla, ellos
deben asumir unas pérdidas que rebasan lo puramente económico
e involucran la libertad y la integridad física. El lado económico de
esta forma de explotación está en que los pagos obtenidos por los
trabajadores no son proporcionales a los riesgos asumidos. Tan im­
portante es el asunto de los riesgos en las empresas narcotraficantes,
que quien explota a los trabajadores no es en sí el narcotraficante.
Son los especialistas en la producción de poder-—desde una pandilla
y un policía hasta una mafia y un gobernador— los que tienen la
capacidad de explotar las rentas de quienes asumen los riesgos de
las operaciones puramente productivas.
En consecuencia, el valor agregado de la droga se origina no solo
en la producción de la droga como una empresa económica, sino
en la producción de poder como una empresa política. Y la forma
como se produce poder para proteger el capital de quienes producen
drogas, y como se distribuye el poder resultante en el proceso, son
la base de la economía política del narcotráfico. Una teoría sobre
el poder político del narcotráfico debe partir entonces de cómo las
necesidades de protección de una actividad ilegal afectan la estructura
de poder en la sociedad. En otras palabras, ¿de qué modo, hasta qué
punto y en qué circunstancias las organizaciones criminales, la clase
política y las autoridades estatales que regulan los riesgos en el nar­
cotráfico adquieren poder en el proceso para extender su capacidad
regulatoria sobre la sociedad? Se trata de descifrar un proceso que
se revierte a sí mismo. En una instancia dada, quienes disponen de
los medios de poder en una sociedad — bien sea legales o ilegales—
tienen los medios para regular y proteger la producción de drogas.
En la siguiente instancia, la expansión del narcotráfico afecta no solo
los medios de poder necesarios para regular las empresas narcotra­
ficantes, sino para ejercer poder en la sociedad. La introducción de
nuevos recursos exige que quienes pretendan ejercer algún tipo de
dominio social incrementen sus medios de poder para no perder
el control sobre estos recursos. Y eso no es todo: el narcotráfico

40
Gustavo Duncan

eventualmente transform a las demandas que debe proveer quien


aspire a ejercer dominio. La magnitud y las características de la pro­
visión material, la protección y la justicia necesarias para reclamar la
obediencia de la población cambian por la introducción del capital
de las drogas y por la feroz competencia que desata la regulación
violenta de la sociedad.
La distinción entre el grado de especialización en el movimiento
de mercancía y el movimiento de capital ofrece muchas respuestas
sobre este proceso de producción de poder. 1 .a evidencia en su forma
más simple señala una clara asociación entre la geografía del estado
y las fases operativas del narcotráfico. Aquellas fases comprometidas
con la producción y el movimiento de la droga como una mercancía
tienen lugar en espacios distantes al estado, mientras que los m ovi­
mientos de capital ocurren en espacios donde las instituciones del
estado están presentes. Aparentemente la mayor criminalización de
la mercancía, por ser ilegal en sí misma, conduce a esta particular
geografía en la división del trabajo en el narcotráfico. Lo que no
pasaría de ser una circunstancia anecdótica si no tuviera profundos
efectos-en las trayectorias de producción de poder. En la periferia
del estado es donde surgen nuevas demandas sociales desde el nar­
cotráfico para reclamar la obediencia de la población, y es donde
las organizaciones criminales disponen de los medios de poder para
imponer sus instituciones al suplir estas demandas.
La primera parte del libro propone una teoría sobre el poder po­
lítico del narcotráfico basada en la distinción entre mercancía y capital
como un referente del tipo de instituciones de regulación social que
surgen de la difusión del negocio de las drogas. El argumento básico
es cjue las transformaciones del orden social, y por consiguiente de
las instituciones de regulación, ocurren en espacios periféricos de
la sociedad en los que organizaciones criminales se especializan en
la producción y el tráfico de drogas como una mercancía. Allí, por
la debilidad relativa de las instituciones estatales, las organizaciones
criminales están en capacidad de extender su espectro de regulación
del narcotráfico al grueso de las actividades legales. En los casos más

41
Más que plata o plome

extremos de aislamiento y de marginalidad del estado, el resultado


es la aparición de monopolios de coerción por señores de la guerra,
mafias o pandillas. Pero por lo general el resultado en países como
México y Colombia, donde el estado en términos generales es lo
suficientemente fuerte como para no ver amenazada su primacía en
el nivel nacional, es la aparición de oligopolios de coerción. Estado y
organizaciones criminales comparten y se disputan de manera simul­
tánea la imposición de las instituciones de regulación de la sociedad.
1.a producción de poder desde el narcotráfico en la periferia contrasta
con el centro, donde ocurre la mayor parte de las transacciones de
capital. Allí la concentración de los medios de poder del estado
relega la capacidad de regulación de las organizaciones criminales a
asuntos puramente ilegales. El monopolio de la coerción continúa
en sus aspectos fundamentales en manos del estado.
De la teoría se deduce que la guerra de las drogas en estados
como el mexicano y el colombiano tiene un sentido más complejo
que el simple esfuerzo policiaco por evitar que una mercancía ilícita
llegue a unos consumidores finales. Son luchas que encarnan asuntos
tan sustantivos como la preservación del orden social transformado
por las drogas en la periferia y la competencia entre criminales, políti­
cos y demás élites por imponerse en las jerarquías de estas sociedades.
Los que por su naturaleza son asuntos políticos, en que lo que está en
juego son ni más ni menos que los proyectos políticos de sociedades
enteras, así como los pulsos de fuerza entre el poder del centro y las
sociedades de la periferia por imponer sus respectivos proyectos.
A continuación se expone la evidencia sobre la relación de la
geografía del estado con los cambios de la variable mercancía y la
variable capital en las tres fases operativas del narcotráfico; luego se
procede a plantear los principios básicos de la teoría y finalmente
se interpreta el sentido de la guerra contra las drogas a la luz de la
teoría propuesta.

42
2

M ercancía, capital
Y geografía del estado

... ahora cambio la pasta |de coca] por


inofensivos euros.
Corrido El coquero moderno.

El narcotráfico como negocio involucra operaciones económicas


muy distintas entre sí, que van desde la siembra de la materia prima
en selvas tropicales hasta el lavado de dinero en las grandes ciudades.
Estas variaciones implican a su vez diferencias en las necesidades
de las organizaciones que ejecutan las operaciones del negocio. Los
apremios de capital para un cocalero, por ejemplo, están centrados en
la adecuación de un pedazo de selva para el cultivo de coca durante el
tiempo suficiente de cada cosecha, mientras que un capo del narco­
tráfico afronta necesidades de capital que alcanzan los varios millones
de dólares en efectivo para transform ar la base de coca en cocaína
y organizar su transporte al mercado internacional. Para un lavador
en una gran ciudad, por su parte, el problema no es la disponibilidad
de capital sino de transacciones legales para esconder un capital que
sobresale por su abundancia. Se trata entonces de una clara división
del trabajo con sus respectivas particularidades de acuerdo con la
. ubicación geográfica de cada una de las fases del negocio.
Un criterio simple para clasificar la división del trabajo en el
narcotráfico es el grado de especialización de cada fase en el manejo
de la droga como mercancía o como capital. Las fases iniciales del
negocio, aquellas que comprenden la producción agraria, se espe­
cializan en el manejo de mercancía. Las fases intermedias, aquellas
que comprenden la transformación de los insumos en droga y su
colocación en el mercado final, involucran tanto el manejo de la

43 '
Más que plata o plomo

mercancía como las transacciones de capital.67*Por último, las fases


finales, aquellas que involucran el lavado de activos, se especializan
en el manejo del capital. Tan simple deducción no tiene nada de
novedoso. Casi todos los trabajos sobre narcotráfico abordan esta
clasificación de manera explícita e implícita. Sin embargo, la simpleza
de la división del trabajo no ha sido abordada desde una asociación
que también resulta obvia por la misma abundancia de evidencia.
Una simple mirada a un mapa de las fases operativas del negocio
evidencia que la división del trabajo en el narcotráfico desde la distin­
ción mercancía/capital coincide con la geografía del estado y de las
organizaciones criminales que extienden la regulación de las drogas
a la regulación de la sociedad..

La eviden cia : cultivos

Los mapas 1 y 2 comparan la ubicación de las zonas de cultivos


ilícitos de marihuana y amapola en México y coca en Colombia con la
presencia de las instituciones estatales. En estos mapas es claramente
visible cómo las actividades relacionadas con la producción primaria
de la mercancía se concentran en sociedades periféricas distantes del
estado. No es casual que los cultivos tengan lugar allí. Además de su
permanente visibilidad por ocurrir a campo abierto, los cultivos de
droga afrontan restricciones temporales. Los campesinos están suje­
tos a un lugar fijo de producción durante el horizonte temporal de la
cosecha. Cambiar un cultivo de coca, marihuana u opio de un lugar a

6 A pesar tic la maleabilidad con la que funcionan las empresas narcotraficantes,


es posible identificar la existencia de organizaciones relativamente similares que
funcionan como empresas encargadas de articular la producción primaria a la
distribución internacional. Son estas empresas las que comúnmente se conocen
como carteles, así el término sea inexacto para describir su papel en el negocio. Ver
por ejemplo Thoutni (1994), Krauthausen (1998) o el trabajo de Baquero (2012: 93-
94) sobre el cartel de Medellín.
7 1',n estricto sentido,'lo que muestran los mapas es que la debilidad de las instituciones
estatales es una condición necesaria para la presencia de cultivos, no una condición
suficiente. Si el estado es débil en un área geográfica, no necesariamente van a existir
cultivos, hay otras variables que son necesarias.

44
Gustavo Duncan

otro no es posible en el corto plazo. Es necesario buscar otro terreno,


volver a adecuar el suelo y esperar que los cultivos estén listos para
la cosecha. Los costos son enormes en relación con las posibilidades
de recursos de los campesinos. En consecuencia, los cultivos están
ubicados en áreas periféricas, lo más distante posible del estado.8
Entre más débil sea la presencia de instituciones estatales, menores
son los riesgos que afrontan los campesinos como productores de
una mercancía ilícita, y menor el desafío que le plantean al estado al
cometer una actividad ilícita a la vista de toda la comunidad. No es
un asunto novedoso en la historia. Diversos trabajos sobre el crimen
organizado resaltan el papel que tienen las áreas periféricas como
espacios de explotación económica por piratas, mafias y ejércitos
privados al margen del estado (Skaperdas, 1995; Gallant, 1999).9
Más aún: la dinámica de los riesgos apunta hacia la producción
agrícola en minifundios como forma de propiedad. Los cultivos de
gran extensión implican niveles de riesgo inmanejables para sus pro­
pietarios. No solo son fácilmente observables desde el aire o desde

8 Como evidencia adicional de esta afirmación también está el trabajo cartográfico de


Daniel Mejía presentado en Brown L niversity durante el evento Drug Wars in thc
Americas: Looking Back and Thinking Altead (2012) en que puede apreciarse cómo
la coca se cultiva en Colombia, no en las zonas donde los suelos son los más aptos
para su cultivo, sino donde la presencia del estado es menor. Igualmente está la tesis
de maestría de Tobón (2012), que encuentra mediante estimaciones econométricas
una asociación robusta entre la ausencia de instituciones de derechos de propiedad
sobre la tierra v los cultivos de coca.
9 Skaperdas (1995), por ejemplo, argumenta: “Actualmente, y mucho menos en el
pasado, ningún estado mantiene el monopolio absoluto de la fuerza al interior de su
territorio. Además de los bandidos v delincuentes comunes existen o han existido
áreas de poco interés económico o de otro tipo para que las autoridades estatales
encuentren que valga la pena extender su control directo. Montañas, selvas, desiertos
y otras áreas han sido entonces un suelo fértil para el bandidismo, la rebelión y
movimientos independistas. Por consiguiente, la geografía puede jugar un papel en
la creación de un vacío de poder que puede ser llenado por una organización que
adquiere funciones de un cuasi gobierno. 1.a Amazonia, por ejemplo, ha sillo un
lugar donde Brasil, Perú y Colombia han tenido poco control sobre sus respectivos
territorios. IEjércitos privados financiados por terratenientes y narcotraficantes,
guerrillas y paramilitares luchan entre sí v, en ocasiones, contra el gobierno para
controlar el territorio” (p. 80). Traducción del autor.

45
Más que plata o plomo

una foto satelital — lo que conlleva una alta probabilidad de pérdida


de la mercancía y de la inversión realizada en la siembra— , sino que
significan un riesgo muy alto de perder grandes extensiones de tierra
y de facilitar la elaboración de cargos judiciales contra su propietario.
El famoso caso del rancho El Búfalo en Chihuahua es un ejemplo
de cómo los proyectos latifundistas de cultivos de coca estaban
condenados al fracaso. El capo de Sinaloa, Rafael Caro Quintero,
había acondicionado un sembrado de marihuana de mil hectáreas
dotadas de riego artificial en medio del desierto. Allí trabajaban
*
alrededor de diez mil campesinos traídos en su mayoría del estado
de Guerrero. La magnitud de las operaciones llamó la atención de la

Mapa 1. Presencia de cultivos de marihuana y amapola y capacidad


institucional en México

0,451 - 0,542

0.543 - 0.763

Fuente: Mapa elaborado por Oswaldo Zapata con información del SEDEÑA
sobre erradicación de cultivos ilícitos entre 1990 y 2010, y de Flamand y otros
(2007) sobre el índice de Desarrollo Municipal básico (IDMb) como indicador
de capacidad institucional.

46
( íustavo Duncan

DEA, que presionó a las autoridades mexicanas a realizar la mayor


incautación de marihuana hasta esa fecha: noviembre de 1984. Ocho
mil toneladas de marihuana de alta calidad fueron destruidas pese
a los pagos realizados en sobornos a todo tipo de autoridades del
gobierno local y federal. Los terrenos utilizados para el sembradío
tueron decomisados por el gobierno mexicano y convertidos en
ejidos.10 Posteriormente Caro Quintero admitió que había perdido
veinte millones de dólares en el proyecto (Shannon, 1988). Desde
entonces los capos mexicanos renunciaron a la producción de dro­
gas en latifundios. El relato del agente de la D E A Jack Kuykendall
(Shannon, 1988) muestra lo difícil que fue para el gobierno mexicano
continuar ofreciendo protección a los propietarios de estos latifun­
dios de marihuana por lo abrumador de la evidencia:
Cuando estábamos cerca de veinte millas de distancia comenza­
mos a ver la mancha verde oscura. Las nubes se despejaron y a medida
que nos acercábamos el asunto se tornaba más increíble. Cuando
aterrizamos nos situamos en el medio de esa maldita cosa y solo ati­
nábamos a mirarnos el uno al otro. Como mínimo sabíamos los dos
en ese momento que la magnitud del problema era enorme. Porque
estábamos en el medio del desierto no podíamos dejar de detectarlo.
No había ningún otro verde en varias millas a la redonda. Estaba bajo
una ruta regular de aerolíneas comerciales. Tres millas de distancia
de la principal ruta férrea entre el norte y el sur, siete millas de una
carretera pavimentada. 1 labia una pequeña aldea que obviamente era
mantenida por la gente que vivía en la plantación. El gobierno podía
no haber ayudado pero sabía que estaba allí (p. 19).11

La vulnerabilidad de los cultivos obliga a distribuir el riesgo entre


numerosos campesinos propietarios de minifundios de poco valor
comercial en regiones periféricas donde las instituciones del estado

10 Diario Zócalo Saltillo, artículo “Ahora son ejidos propiedades de Caro Quintero”,
publicado el 16 de agosto de 2013. Disponible en: http://\vw\v.zocalo.com.rnx/
sección/articulo/ahora-son-ejidos-propiedades-de-caro-quintcro-1376666432.
11 Traducción del autor.

47
Más que plata o plomo

son prácticamente inexistentes.12 Pero las ganancias de la siembra


están lejos de ser distribuidas de manera equitativa entre los campe­
sinos. La tajada más grande del negocio va a parar a las manos de
las organizaciones coercitivas que controlan las zonas de cultivos.

Mapa 2. Presencia de cultivos de coca y capacidad institucional en


Colombia

Fuentes: Mapa elaborado por Osv aldo Zapata con información del SI MCI y de
García Villegas y Restrepo (2012).

12 Otro ejemplo del aislamiento geográfico y del estado de las zonas de cultivo lo
ofrece la región del Chapare en Bolivia. Ver Painter (1994), páginas 8 y 9.

4K
Gustavo Duncan

En entrevistas en la Sierra Madre de Sinaloa el autor fue informado


de que los terrenos utilizados para la siembra de marihuana y opio
eran en muchos casos ejidos o baldíos. La asignación de los terrenos
la definía el cartel de Sinaloa por medio de relaciones clientelistas
entre jefes mafiosos y campesinos, ambos originarios del lugar. Los
campesinos debían vender su cosecha a un precio fijo a los jefes
mafiosos, y una parte, entre el 15 y el 25 por ciento, debía ser en­
tregada como impuesto a los grandes jefes del cartel. En Colombia,
Jansson (2008) halló una situación muy parecida en los cultivos de
coca del Putumayo. Las guerrillas y los paramilitares se disputan el
control de las zonas de siembra e imponen tanto los precios de la
mercancía como los compradores de la base de coca. Los actores
armados pueden disponer de la totalidad de la producción de base de
coca en una región dada para fabricar cocaína que, como mercancía,
es mucho más rentable.
Por tener lugar en espacios distantes al estado la producción
de poder en esta fase se traduce rápidamente en la capacidad de
regular la sociedad.13 1.a presencia del estado es insuficiente para
competir con los ejércitos privados del narcotráfico. 1.a producción
de poder para controlar las rentas provenientes de los cultivos implica
la conversión de las organizaciones coercitivas en monopolios de
tacto como formas de autoridad local. Además, a pesar de que a la
periferia solo llega una proporción pequeña del capital que mueve
el negocio, sus efectos en la sociedad son mayores. La razón es sim­
ple: el estado está asociado con la acumulación de capital: donde la
acumulación de capital es pobre, la presencia del estado es menor.
De hecho, es por esta razón que la droga se cultiva allí. La misma
p<>bre acumulación de capital provoca que, en términos relativos, las
transformaciones en el orden social sean mayores. Tanto las formas

I ^ Al referirse a estos sirios como los márgenes del estado Das v Poole (2008)
argumentan que “no son meramente espacios territoriales: son también (y quizás sea
este su aspecto más importante) sitios de práctica en los que la ley y otras prácticas
estatales son colonizadas mediante otras formas de regulación que emanan de las
necesidades apremiantes de las poblaciones, con el fin de asegurar la supervivencia
política y económica” (p. 24).

49
Más que plata o plomo

de producción y distribución económica, como la definición de las


jerarquías sociales, son susceptibles de mayores alteraciones. Los
efectos resaltan a simple vista. Existe una expansión abrupta del
comercio en sociedades tradicionales que no cuentan con actividades
legales capaces de sostener un consumo de masas similar a los de
sociedades integradas al mercado. La economía y los modos de vida
tradicionales de la comunidad contrastan con la exuberancia del
consumo, en una situación en la que es evidente que la economía
de la droga sostiene la capacidad adquirida pór la economía local.
Cualquier relato antropológico o periodístico de las zonas de cultivo
ofrece una descripción similar a lo encontrado por Morales (1989)
en el municipio de Tingo María en Perú:
Miles de campesinos, migrantes y profesionales ambiciosos ahora
ponen sus esperanzas en las tierras vírgenes de la selva. Su búsqueda
por mejores condiciones de vida depende de la economía subterránea
de la coca y la cocaína. La producción, el mercadeo y el control de
la coca y la cocaína condicionan totalmente las poblaciones y comu­
nidades cercanas a los sitios de producción de drogas. Gente para
quien la coca y la cocaína hacen la diferencia entre la pobreza y la
abundancia admite abiertamente que “gracias a la coca y a la cocaína
podemos vestir y comer bien”. A un nivel colectivo el público en
general reconoce la importancia de la cocaína en sus vidas (p. 98).1A

O del Putumayo colombiano, Torres (2012) escribe:


Se reactivó el dinamismo comercial de los poblados surgidos
durante el boom petrolero, como Puerto Asís y Orito, los cuales se con­
solidaron como epicentros de esta subregión. Proliferaron los centros
de prostitución, las discotecas y los bares. Se levantó un centenar de
casas, comercios, cantinas, hospedajes, restaurantes, tiendas de ropa y
almacenes de agroquímicos. En suma, los excedentes producidos por
el negocio de la coca desarrollaron considerablemente el comercio,
y especialmente el comercio informal. [...] Desde una perspectiva

14 Traducción del autor.

SO
Gustavo Duncan

netamente regional, el total de captaciones per cápita en Putumayo


creció considerablemente: pasó de 179 a 1049 pesos colombianos
entre 1995 y 2005. En tan solo una década las captaciones per cápita
aumentaron un 486 % (p. 58).

Quienes controlan la principal fuente de capital de una sociedad me­


diante el ejercicio de la coerción privada pueden fácilmente extender
su control al resto de las transacciones sociales y por consiguiente
pueden moldear y controlar las nuevas instituciones de regulación
que surgen del auge del narcotráfico. El ejercicio de la autoridad es
inevitablemente visible cuando surge un monopolio de coerción al
margen del estado. La presencia de hombres armados, la vigilancia
permanente y una actitud inquisitiva por parte de quienes concentran
los medios de regulación de la comunidad son parte cotidiana de
las nuevas formas de autoridad que surgen en las áreas de cultivos
ilícitos.15 Con respecto a su etnografía sobre los cultivos de coca
en el sur de Colombia, Jansson (2008: 157) comenta: “durante mi
trabajo de campo siempre me hacían la misma pregunta incontables
veces cada vez que recién bajaba de un bus al llegar a un pueblo:
¿Quién eres tú y qué estás haciendo aquí?” (p. 157). Los servicios
de seguridad y la justicia que prestan estos aparatos coercitivos se
convierten en parte de las demandas básicas de las comunidades
dominadas por los riesgos inherentes a la producción de drogas.
En las zonas de producción primaria que no tienen ningún tipo de
monopolio por organizaciones coercitivas la situación de violencia
puede llegar a extremos, como sucedió en un principio en Guaviare,
Colombia, según E l Tiempo (1982):
En cosa de dos minutos, el pasado martes levantó un cadáver
el inspector de policía de San José del Guaviare. En realidad no hay
tiempo para más ceremonias, no solo porque allí están todos pro­
fundamente familiarizados con la muerte, sino porque durante la

15 l.as crónicas de Vulliamy (2012) v Osorno (2010), o el análisis de los corridos de


I'.dberg (2004) ilustran esta situación en México. Kn Colombia también existen
numerosas crónicas al respecto, como las del sociólogo Alfredo Molano (1987).

51
Más que plata o plomo

temporada de recolección de la hoja de coca se presentan hasta 3 y 4


muertos por día (p. 6A).

Una razón final para explicar el predominio de las organizaciones


coercitivas como guerrillas, señores de la guerra o mafias en la peri­
feria, es cjue el estado está poco o nada interesado en desplegar sus
instituciones de regulación en sociedades donde su rentabilidad es
nula. La oficina de impuestos de un estado no puede extraer recursos
de cultivos que han sido criminalizados por el p/opio estado; mucho
menos puede organizar directamente la explotación de los cultivos
ilícitos. La única alternativa que encuentra el estado es hacer grandes
inversiones para transformar la estructura productiva mediante la sus­
titución de cultivos, o delegar en organizaciones coercitivas — como
guerrillas y señores de la guerra— la extracción de las rentas por
protección del negocio. Por lo general la delegación implica la cesión
de una tajada del negocio. Lsta tajada va a parar a manos de quienes
manejan ciertas oficinas estratégicas del estado, no necesariamente
las más poderosas. En el caso de Bolivia, las autoridades del gobier­
no central dejaron que los sindicatos indígenas se encargaran del
control de las zonas de cultivos de coca en el Chapare (Maldonado,
2012b). En México, los principales beneficiarios han sido, además
de los políticos locales, las autoridades policiales desplegadas en las
zonas serranas, quienes reciben un pago por fumigar fuera del área
sembrada por aquellos cultivadores que les pagan un soborno. Las
mafias locales se encargan de recolectar el pago de los cultivadores,
entregarlos a los pilotos y las autoridades y dar la localización de
aquellos campesinos que no pagaron para que los fumiguen. Se
rumora incluso que durante el régimen del Partido Revolucionario
Institucional (PRI) los sobornos llegaban hasta Los Pinos, la sede
presidencial en el DE (1 Iernández, 2010). En Colombia la situación
es un tanto distinta porque las guerrillas marxistas que controlan la
mayoría de los cultivos de coca utilizan estos recursos para atacar
al estado central y suplantarlo. Por consiguiente, la delegación del
control territorial no implica actos de corrupción.

52
Gustavo Duncan

Si la rentabilidad de regular cultivos ilícitos es nula para el estado


los costos de intervención son enormes. Estos costos no solo involu­
cran lo que el estado gasta directamente para llevar su infraestructura
institucional a las áreas de producción de cultivos ilícitos, sino el
costo de oportunidad para quienes viven en estas áreas. Los grandes
perdedores de una eventual llegada del estado con sus instituciones
son los campesinos que no encuentran un sustituto en la producción
legal capaz de generar los ingresos provenientes de la droga. Cuando
el estado llega suele suceder un éxodo de pobladores al agotarse las
fuentes de capital que mantienen el mercado local. El despoblamien­
to puede ser hacia zonas baldías disponibles para nuevos cultivos
ilícitos, como sucede recurrentemente en Colombia (Fajardo, 2002;
Reyes, 2009) o hacia las ciudades como ocurrió en Sinaloa luego de
la Operación Cóndor en los setenta (Grillo, 2012). El resultado final
son poblados abandonados, en algunos casos literalmente pueblos
fantasmas, donde solo quedan las personas más viejas o la población
raizal. El rancho El Búfalo, donde el famoso narcotraficante Caro
Quintero tuvo mil hectáreas sembradas de marihuana, es diciente
de lo que sucede con las áreas aisladas que tuvieron en su momento
una bonanza por los cultivrts ilícitos. Hoy en día es un lugar cercano
a desaparecer, en el que sus pocos habitantes sobreviven a duras
penas de la venta de queso a una ciudad vecina. Así se deduce de
este relato publicado en el diario lu í Vanguardia (2013):
Tenía algo más de 700 habitantes en sus mejores épocas, a me­
diados de los ochenta, en los tiempos de Rafael Caro Quintero y sus
enormes sembradíos de mariguana. Para 1990, Búfalo tenía poco más
de 500 pobladores, según el censo del INEGI. En 2005 contaba con
solo 350 personas. Ahora serán acaso 250, aseguran sus pobladores.
Perdió la mitad de su gente en 11 años y habrá perdido dos terceras
partes en menos de 30 años. La resaca de la bonanza mariguanera...
Hoy sus calles terregosas y silenciosas están desiertas. [...] No había
jóvenes por ningún lado. Emigraron. La mayor parte de las casas
están abandonadas: siete, ocho de cada 10, según la calle polvorienta
recorrida. Muchas viviendas son de adobe y lucen en ruinas. En la

53
Más que plata o plomo

placita central, poco después, hallamos a dos ancianos sentados en una


banca a la sombra de un árbol. No platicaban entre ellos. Ahí estaban
nada más, respirando, añorando. No tenían muchas ganas de hablar
de Caro Quintero y las plantaciones de mariguana que desarrolló en
la zona: mil hectáreas, 10 millones de metros cuadrados de mota. En
total, el capo contaba con 6 mil hectáreas divididas en seis “ranchos”
donde, además de la droga, tenía 5 mil cabezas de ganado. “Eran
otros tiempos”, dice uno de los viejos. Hoy los ejidatarios tienen unas
cuantas vacas para producir asadero, ese queso*típico de la zona que
venden en unos cuantos pesos en Ciudad Jiménez.16

La evidencia : los carteles

A diferencia de los cultivos ilícitos, la fase intermedia del narcotráfico,


aquella regulada por organizaciones tipo carteles, constituye una
actividad empresarial que exige coordinar el trabajo de individuos y
organizaciones bajo una serie de transacciones, controles, castigos
y recompensas (Krauthausen, 1998; Kenney, 2007). La diversidad
operativa demanda la ejecución de ciertas actividades en áreas donde
existe mayor acumulación de población y capital, que son al mis­
mo tiempo las áreas donde el estado tiene mayor presencia. Un
“capo” narcotraficante tiene que ocultar las fábricas de droga y la
mercancía en parajes inhóspitos como selvas y manglares; también
tiene que transportarla a través de mares y carreteras deshabitadas,
pero necesariamente tendrá que usar oficinas bancadas para pagar
transacciones, almacenes para conseguir materiales, herramientas e
insumos para transformar y transportar la mercancía y tecnología
para obtener servicios logísticos indispensables. Más aún: los capos
de los carteles necesitan lugares relativamente integrados para distru­
far del capital acumulado. ¿Qué sentido tiene poseer varios centenares

16 Diario \m I anguard'm, sección Seguridad, artículo “Id pueblo mariguanero de Caro


Quintero: Búfalo, Chihuahua”, publicado el 21 de agosto de 2013. Disponible en: http:
//\v\v\v.vanguardia, com.mx/elpueblomariguanerodecaroquinterobufalochihuahua-
1814771.html.

54
Gustavo Duncan

de millones de dólares, en algunos casos billones, si no se puede


disfrutar en una ciudad donde exista un mercado para consumir?
Según “Popeve”, lugarteniente de Pablo Escobar, el cartel de Mede-
llín encontró en la Nicaragua de los sandinistas un lugar de refugio
frente a la persecución de Estados Unidos, pero tenía un problema
(Legarda, 2005): “por lo pobre del país en esa época, escaseaban los
lugares de diversión y los pocos que habían [sic] eran miserables.
Hacía comentarios [Escobar] de las mujeres de allí diciendo que eran
‘gorditas, chiquitas y sin gracia’” (p. 54). No es extraño entonces
que los narcotraficantes prefieran vivir resguardados en cómodas
haciendas o en las mansiones de un suburbio, bastante alejados
de las montañas, selvas, manglares y poblados perdidos donde se
mueve la mercancía. 1 .a mayoría de los negocios tampoco se cierran
en medio de parajes inhóspitos entre bodegas repletas de vapores y
químicos. Por lo general un restaurante, una oficina o una hacienda
de recreo son lugares más apropiados, confortables y seguros para
estas transacciones.
La producción de poder en la fase intermedia del narcotráfico
exige tanto la imposición de monopolios de coerción en las áreas
periféricas donde se fabrica y se transporta la mercancía como la
negociación con las autoridades estatales y la clase política en las
áreas integradas donde se transa el capital. En las áreas aisladas
la imposición de instituciones de regulación social es similar a las
zonas de cultivo. La transform ación del orden social por la baja
acumulación de capital y de población se traduce en la extensión
de la regulación del narcotráfico a la regulación de la sociedad. El
control de los excedentes económicos que mueven el mercado local
es un punto de entrada inevitable hacia el control monopólico de la
sociedad por organizaciones de coerción privadas. Pero a medida que
las operaciones de los carteles involucran transacciones de capital y
existen procesos de acumulación, los narcotraficantes se encuentran
en un contexto donde la influencia de su negocio en el orden social
se reduce progresivamente. 1.a definición de las jerarquías sociales,
la provisión del mercado local y la interacción con otros sectores de

55
Más que plata o plomo

la sociedad son menos dependientes del capital de drogas. Como


resultado, la producción de poder desde la violencia privada no es
suficiente para proteger las empresas narcotraficantes.
El estado de Sinaloa en México ofrece un buen ejemplo de la
variedad de la dominación por un cartel del narcotráfico. Las zonas
serranas arriba del municipio de Badiraguato son territorios bajo
la regulación monopólica del cartel de Sinaloa. El estado, por su
superioridad militar, puede entrar en la zona, pero su entrada es
puramente represiva, no está en condiciones de regular la población.
Los helicópteros de la policía constantemente fumigan los cultivos
de marihuana y amapola. Asimismo, los soldados de la Marina y del
Ejército ocasionalmente se adentran en los parajes de la sierra para
capturar a capos como “el Mayo” Zambada y “el Chapo” Guzmán
que se refugian allí. Sin embargo, el estado no es capaz de desplegar
jueces ni oficinas de impuestos que regulen la vida cotidiana de estos
campesinos. Apenas se abandona la única carretera pavimentada que
atraviesa la región aparecen hombres con radios y pistolas al cinto
que vigilan los movimientos de cualquier extraño que ingrese. Allí
la ley la ejercen directamente los ejércitos privados de cada narco-
traficante al que se le asigna una zona de la sierra. Si hay un robo,
ellos tienen que castigar al ladrón; si hay un pleito entre vecinos por
unos límites mal trazados o un incumplimiento de un acuerdo, ellos
deben intervenir para definir quién tiene la razón. También tienen
que garantizar que un porcentaje de la cosecha y de la producción de
los laboratorios de heroína y metanfetamina vayan a parar a manos
de los grandes capos como impuesto de guerra.
Abajo en Culiacán, la capital del estado de Sinaloa, la situación
es distinta. Aunque “el Mayo” y “el Chapo” como cabezas del cartel
de Sinaloa concentran mucho poder, están lejos de imponer institu­
ciones de regulación monopólicas. El cartel regula en la ciudad de
manera conjunta con las instituciones estatales. Los narcotraficantes
a los c]ue se les asigna un área de la ciudad deben vigilar con sus
“punteros” y “halcones” cualquier movimiento extraño de hombres
pertenecientes a organizaciones rivales, y también deben garantizar

56
Gustavo Duncan

la seguridad de la población. Pero, a diferencia de las zonas serranas,


si capturan un delincuente común muy probablemente no lo maten
sino que lo entreguen a la policía municipal con la que mantienen
comunicación permanente. No existe el cobro de un impuesto siste­
mático a la población; el dinero del narcotráfico subsidia la vigilancia
que ofrece el cartel en la ciudad. Solo cuando hay escasez de efectivo
por algún decomiso de mercancía, el jefe mafioso de la zona autoriza
asaltar alguna tienda Oxxo o algún establecimiento similar para pagar
la nómina de sus vigilantes.
Del mismo modo muchas transacciones están por fuera de la
órbita de regulación de las mafias. Por ejemplo, los contratos de
arrendamiento y las ventas de vivienda se resuelven mediante las
instituciones del estado. Las partes firman actas de com prom iso
ante un notario público, y las mafias, así vigilen las calles donde
están ubicadas las viviendas no intervienen en estas transacciones.
Sin embargo, en diversas circunstancias los espacios de regulación
se entremezclan. La regulación de la sociedad pasa del estado a las
mafias y viceversa con suma facilidad. El autor conoció el caso de
un usuario de los servicios de energía que amenazó con matar a un
operario de la compañía de electricidad si suspendía el servicio por
falta de pago. El operario comentó la situación con el mafioso que
controlaba la zona, quien inmediatamente envió hombres armados a
persuadir al usuario para que pagara sus servicios y dejara trabajar a
los operarios de la compañía. No volvieron a presentarse problemas
con este usuario, quien además llamó al operario de la compañía de
electricidad a disculparse.
Es en escenarios como Culiacán donde ocurren los oligopolios
de coerción por la necesidad que tienen las organizaciones coercitivas
de negociar con la clase política y las autoridades estatales la produc­
ción de poder desde el narcotráfico. En situaciones de oligopolios
de coerción, políticos y autoridades funcionan como mediadores
entre las decisiones de las instituciones estatales y las demandas
de protección de los narcotraficantes y de las mafias que regulan
directamente el negocio. La mediación funciona en dos niveles: uno

57
Más que plata o plomo

inicial de mediación en lo local relacionado con la preservación de


las instituciones de dominación que surgen del narcotráfico y con
la definición de los límites del poder entre criminales y políticos, es
decir, hasta dónde gobiernan los narcotraficantes con sus aparatos
coercitivos y hasta dónde la clase política. Y un segundo nivel relativo
a las relaciones de poder entre el centro y la periferia, en el que la clase
política local media ante instancias nacionales tanto los márgenes de
protección que se pueden ofrecer al narcotráfico como la tolerancia
frente a la imposición de instituciones de dominación por parte de
organizaciones de coerción privadas; es decir, hasta dónde el estado
central permite la aparición de unas instituciones de regulación social
alternas a las suyas.
En el nivel local el poder que adquiere la clase política sobre
las mafias del narcotráfico está sujeto al grado de acumulación de
población y capital. Es un poder que depende de hasta dónde cier­
tas demandas sociales básicas como la inclusión en el mercado y
la provisión de seguridad y justicia están bajo el resorte directo de
organizaciones criminales. En los municipios y ciudades intermedias
donde usualmente habitan los capos del negocio la influencia sobre
el orden social puede llegar a ser muy significativa. Los elementos
tradicionales de regulación de la sociedad como el clientelismo, el
patronato y el uso de las instituciones estatales para propósitos pri­
vados, se reajustan para asimilar las aspiraciones de poder de las
mafias narcotraficantes. Sin embargo, los niveles intermedios de
acumulación de población y capital plantean resistencia al poder
que se deriva del capital y la coerción del narcotráfico. No existe una
imposición absoluta de sus instituciones de dominación. La clase
política utiliza la infraestructura del estado para imponer sus intereses
y límites a las pretensiones de poder de las mafias. Se trata, como ya
se ha mencionado, de una form a particular de producción de poder
basada en la dominación oligopólica entre políticos y criminales.
Más aún, uno de los principales medios de poder con que cuentan
las mafias es su influencia sobre las decisiones del estado. (Liando
la clase política es poderosa, una mafia puede ofrecer protección de

58
Gustavo Duncan

manera efectiva si puede direccionar la represión de las instituciones


estatales hacia aquellos narcotraficantes que no ceden parte de sus
ganancias por ser protegidos. En consecuencia, las instituciones
resultantes en lo local involucran tanto la regulación de la mafia de
determinados espacios y transacciones sociales como la adecuación
de las instituciones estatales para permitir una regulación simultánea
y sobrepuesta con los aparatos coercitivos de la mafia.
Los oligopolios de coerción son un terreno de dominación en
que políticos y mafiosos colaboran y compiten al mismo tiempo
por imponer su regulación del orden social. En Culiacán las relacio­
nes entre ambos están documentadas desde inicios del siglo veinte
(Astorga, 2005). Hasta la caída del PR1 en el 2000 era claro que la
clase política tenía la ventaja en la relación de poder. La relación se
invirtió posteriorm ente con el proceso de apertura democrática.
La pérdida del respaldo partidista desde el centro político significó
el debilitamiento del principal recurso de la clase política local en
la relación de poder con los narcotraficantes: las instituciones de
seguridad del estado central. Los jefes del cartel pudieron ahora
hacer valer su superioridad de recursos materiales y militares. En
( Ailiacán se rumora que la escolta de un gobernador fue sometida
en un restaurante por sicarios del cartel sólo para hacer pasar al go­
bernador al celular y recordarle de viva voz quiénes tenían el poder.
Sea cierto o no, el rum or es indicativo de la percepción generalizada
de los cambios ocurridos en las relaciones de poder. De hecho, este
tipo de amenazas a la clase política son comunes en los municipios
mexicanos. En internet hay un video del 2 0 12 en el que se observa
¡il aterrorizado alcalde del municipio de Teloloapán, del estado de
( i tierrero en México, siendo intempestivamente abordado por sica­
rios de la “Familia Michoacana” en el momento de subir a su auto.1
I ,<>s reclamos estaban centrados en el nombramiento de funcionarios
públicos por el alcalde que no incomodaran las actuaciones de los
criminales locales. El video es revelador de la importancia que tiene17

17 Ver: littp://\\\v\v.voutube.cotn/\vatch?v=Sh721Xe6vjk.

59
Más que plata o plomo

el control de las instituciones del estado para que las mafias puedan
ofrecer una protección efectiva al narcotráfico.
En Colom bia los casos de oligopolios de coerción también
abundan en municipios y ciudades con problemas de narcotráfico y
mediana acumulación de capital y población. Córdoba, por ejemplo,
es un departamento ubicado en la costa noroccidental del país. Su
ubicación entre los cultivos de coca en las zonas remotas aledañas a
la reserva natural del Paramillo y los puertos de embarques de droga
hacia Centroamérica hacen de Córdoba un lugar estratégico para el
narcotráfico (Sánchez Jr., 2003). A principios de la década de los
ochenta numerosos narcotraficantes del cartel de Medellín compra­
ron tierras en la región. Desde sus haciendas despachaban avionetas
con cocaína a Estados Unidos.* Cuando la guerrilla comenzó a secues­
trarlos y a saquear sus propiedades, estos narcotraficantes — liderados
por los herm anos Castaño— se aliaron con las élites políticas y
terratenientes del departamento para form ar grupos paramilitares.
Desde entonces las élites tradicionales y las organizaciones criminales
se dividieron el ejercicio del poder. La división consistía en que en
el sur del departamento y en las zonas de embarque de drogas los
ejércitos privados de los narcotraficantes mantenían monopolios de
su autoridad a cambio de mantener a raya a las guerrillas. Por su parte,
las élites tradicionales continuaban al mando de las instituciones
del estado por medio de la competencia electoral y mantenían su
ascendencia en Montería, la capital del departamento, y en los prin­
cipales centros urbanos. En estas zonas se trataba de un oligopolio
de coerción en la medida en que grupos paramilitares urbanos se
encargaban de eliminar a guerrilleros infiltrados, simpatizantes de
la guerrilla y a delincuentes comunes. Sin embargo, la labor de los
ejércitos de los narcotraficantes era puramente policiva y las élites
tradicionales mantenían el poder político.
A mediados de los noventa el equilibrio de tuerzas cambió.
Los hermanos Castaño expandieron el tamaño de sus ejércitos para
enfrentar a las guerrillas. Era también un intento por controlar los
diversos grupos narcotraficantes que operaban en las zonas rurales

60
CJustavo Duncan

del país. 1.a expansión implicaba un mayor involucramiento en la


vida política de las comunidades, lo que incluía las elecciones. Los
paramilitares aprovecharon entonces los recursos del narcotráfico y
su capacidad de amenaza para ocupar cargos de elección democrática
con candidatos cercanos e incluso con políticos que formaban parte
de la organización (López, 2007). Progresivamente los oligopolios
ile coerción tendieron hacia una expansión de la influencia de las
instituciones de regulación del narcotráfico. Los espacios y las tran­
sacciones sociales bajo su manto de regulación crecieron en los
municipios y ciudades intermedias de Colombia.
En Montería los hermanos Castaño se aliaron con un paramilitar
de la élite local, Salvatore Mancuso, para entrar en la ciudad. Aunque
lograron acrecentar su poder y convertir la región en el epicentro
de la lucha contrainsurgente de los paramilitares en Colombia, la
clase política fue capaz de ofrecer suficiente resistencia para que sus
fuentes de poder no fueran rebasadas. El principal grupo político de
la región, la familia López Cabrales, mantuvo las mayorías electorales
a pesar de la fortaleza militar y económica de Mancuso. Tan pode­
rosos eran los López (Abrales en las elecciones que la clase política
respaldada por el jefe paramilitar Mancuso tuvo que negociar con
ellos el manejo de la burocracia pública. Por esta razón la cabeza
política de la familia, Juan Manuel López Cabrales, fue encarcelado
posteriormente. Lo irónico es que Mancuso dirigió no solamente la
resistencia contra la guerrilla y contra el predominio político de los
I.ópez Cabrales sino que también sería el líder contra la penetración
en la ciudad de narcotraficantes y paramilitares de otras regiones. Un
familiar de los López (Abrales diría en una entrevista con el autor:
"es cierto que Mancuso nos hizo mucho daño y nuestro pariente está
preso injustamente por culpa de la influencia paramilitar. Pero si no
hubiera sido por Mancuso los paisas [forma coloquial de referirse a
la gente de AntioquiaJ hubieran arrasado con Montería”.18

IH Entrevista en Montería. |unio del 2008. Se mantiene en la reserva el nombre del


entrevistado.

61
Más tjue plata o plom<

El caso de M ancuso y López Cabrales ilustra la tensión perm a­


nente que caracteriza los oligopolios de coerción. Si bien M ontería
experimentó cambios sustanciales con la introducción de los recursos
de las drogas a un mercado local bastante pobre — fundado en la
ganadería y las transferencias del estado central— , las instituciones
del estado estaban presentes junto a los ejércitos privados de los
paramilitares. Un batallón del Ejército y una comandancia de la Po­
licía nacional tenían su sede en la ciudad. Era una práctica corriente
que trabajaran de manera conjunta con los paramilitares y las élites
*
locales en la lucha contrainsurgente. La Fiscalía y la C ontraloría
también tenían oficinas allí. Eso sin mencionar las numerosas agen­
cias y empresas del estado que operaban en la ciudad. La cuestión
estaba más bien en que históricamente las instituciones estatales eran
distorsionadas para ajustarse a los intereses de las élites políticas y
recientemente eran distorsionadas para considerar los intereses del
paramilitarismo. Los López Cabrales se habían convertido en vícti­
mas de la facilidad con que las instituciones estatales se adecuaban
a las necesidades del poder local, una situación que habían utilizado
en su provecho a lo largo de las décadas anteriores. N o les quedaba
otra opción que apelar a su influencia en el estado central para poder
com petir con el creciente poder de los paramilitares y de la clase
política cercana a ellos. En una ocasión se adelantó un operativo
para capturar a Mancuso, al parecer bajo la influencia de los López
Cabrales. El operativo tuvo que realizarse con personal de la Fiscalía
de Bogotá. Los funcionarios de la Fiscalía en Montería no fueron
avisados porque se daba por descontado que estaban infiltrados por
los paramilitares. Mancuso no fue capturado pero declaró objetivo
militar a Juan Manuel López. Para resolver el asunto, López asistió
a una reunión de los paramilitares con la clase política de la región,
en la que presentarían su proyecto político. Por asistir a esta reunión,
sería posteriorm ente procesado por la Fiscalía.19

19 Posteriormente la reunión fue denunciada públicamente por uno de los asistentes


—Miguel de la Kspriella— y se conocería como “Pacto de Hálito”.

62
Gustavo Duncati

Si bien es usual que la clase política de la periferia haga uso en


mayor o menor grado de la coerción y el capital que provee el nar­
cotráfico para competir por el poder, no necesariamente es preciso
deducir una simple relación de subordinación a las organizaciones
criminales. Los políticos de la periferia sin duda median por los
intereses de los criminales pero también tienen una agenda propia.
Idios no ganan elecciones solo para tramitar las necesidades de una
élite de narcotraficantes en armas; ganan las elecciones para con­
centrar poder político y en el entretanto tramitan las demandas por
decisiones de poder en las instituciones estatales de unos criminales
que disponen de unos recursos vitales para la competencia electoral.
Al igual que sus antecesores, antes que los recursos del narcotráfico
estuvieran disponibles, sus objetivos pasan por obtener mayorías
electorales, controlar los recursos y las agencias del estado y satisfacer
las necesidades de las clientelas que contribuyeron a su elección.
La diferencia está en la oportunidad que tienen los políticos de la
periferia de acumular mayorías electorales gracias al dominio que los
narcotraficantes ejercen en espacios donde previamente los políticos
del centro concentraban las votaciones por su mayor disponibilidad
ile recursos e influencia sobre las instituciones del estado. Las rela­
ciones entre producción de poder y protección del narcotráfico se
invierten: ya no se trata de disponer de suficiente poder y recursos
para proteger una actividad ilegal, sino de proteger una actividad
ilegal para disponer de poder y recursos.
Un aspecto central de la produccicin de poder en situaciones
de dominio oligopólico es el despliegue de la infraestructura estatal.
Un zonas de acumulación intermedia existe previamente un interés
del centro político por regular la sociedad, lo que se expresa en las
inversiones en oficinas públicas, vías, m edios de com unicación,
gasto social, etcétera. Es una situación muy distinta a las zonas de
producción primaria de drogas donde el estado se ve obligado a
llegar com o respuesta al surgimiento de autoridades alternas. Sin
embargo, el problema para el estado en las zonas de mediana acu­
mulación es que sus instituciones tropiezan con la distorsión de

63
Más que plata o plomo

sus prácticas y sus propósitos. Esta distorsión del sentido de las


instituciones estatales suele ser por lo general previa a la irrupción
del narcotráfico. G ibson (2004) y O ’D onnell (1993) han identi­
ficado zonas m arrones en el nivel subnacional donde en vez de
democracia existen form as autoritarias de gobierno a pesar de la
existencia de elecciones periódicas. Los oligopolios de coerción son
una expresión extrema de los autoritarismos subnacionales en los
que las instituciones del centro no solo son apropiadas para fines
particulares sino que son utilizadas para proteger la existencia de
otras instituciones de dom inación social. La corrupción en este
caso tiene com o sentido la imposición de las instituciones propias
de organizaciones de coerción privadas.20
A primera vista la razón de la corrupción es la capacidad de
pagar sobornos del narcotráfico tanto a políticos locales com o a
políticos y autoridades del centro. No obstante, existe una razón de
mayor relieve para explicar las relaciones sistemáticas entre mañosos
y políticos. Cuando en determinado grado el narcotráfico influye
directa e indirectamente sobre el capital disponible, cuando redefine
los atributos para clasificar el estatus de las personas y cuando los
servicios de protección privada de una actividad ilegal se extienden
hasta proveer los servicios de justicia en la comunidad, las institucio­
nes impuestas por organizaciones criminales se convierten en parte
esencial de la política local. Los políticos profesionales que hacen
uso de las votaciones locales para ganar elecciones deben considerar
el narcotráfico y sus aparatos coercitivos com o parte importante
del orden social que ellos representan dentro del sistema dem o­
crático. La suma de los políticos profesionales, productos de estas
sociedades, representa además toda una clase política que defiende
ante el estado y ante el resto de la sociedad la preservación de las

20 I.os mecanismos utilizados para distorsionar los resultados democráticos por parte
de las organizaciones armadas del narcotráfico son variados, pero a grandes rasgos
pueden clasificarse en tres grandes ramas identificadas por Schedler (2014) para el
caso de México: las amenazas a los candidatos, la imposición de la agenda política v
la intimidación de los votantes.

64
Gustavo Duncan

transformaciones ocurridas en el orden social por la inyección del


capital de las drogas y la proliferación de organizaciones de coer­
ción privada. La representación está presente no solo en los cargos
directamente ocupados por la clase política de la periferia y en sus
posiciones en el debate público, sino que los partidos políticos y los
aspirantes a cargos nacionales como la presidencia y el congreso
deben considerar el respaldo y los intereses de esta clase política para
poder competir con probabilidades de éxito en la democracia. Sin el
soporte de un colectivo de los políticos profesionales de las regiones
es improbable reunir el respaldo necesario para ganar elecciones
nacionales, tramitar las leyes en el congreso y obtener la aprobación
de la sociedad para gobernar.
Tras los sobornos y las amenazas — es decir la plata o el plomo,
de los narcotraficantes a la clase política de la periferia— se esconde
todo un sistema de tramitación de intereses en la sociedad. Los efec­
tos del narcotráfico en el orden social es lo que lleva a que en el nivel
local la clase política considere, al margen de la corrupción, los inte­
reses de organizaciones criminales dentro de las mismas instituciones
del estado. Al mismo tiempo es lo que afecta las relaciones políticas
en un segundo nivel, entre el centro y la periferia. Los desacuerdos
y las transacciones entre la clase política nacional y regional no solo
incluyen la protección concreta de los narcotraficantes que pagan por
no ser perseguidos, sino que también incluyen los nuevos intereses
que surgen de las transformaciones sociales del narcotráfico. Por
ejemplo, proteger la inclusión de la periferia en los mercados globales
desde los recursos de la droga es tácitamente una parte importante
ile la agenda de los políticos regionales. Si no preservan el flujo
de estos recursos no reciben recursos de los narcotraficantes ni el
apoyo electoral de todas las clientelas que directa e indirectamente
se benefician de la redistribución de las rentas de la droga.
La capacidad de influir en las decisiones de poder nacionales
da una medida del poder político alcanzado en la periferia desde el
narcotráfico. Cuando la clase política regional obdene financiación de
narcotraficantes y cuando recibe el soporte armado de organizaciones

65
Más que plata o plomo

coercitivas que regulan una parte de la sociedad, adquieren una in­


fluencia inédita sobre el estado. Los políticos profesionales de la
periferia que antes apenas contaban con los recursos para dominar el
escenario local ahora cuentan con los medios y el soporte para pro­
yectarse nacionalmente. Pueden aspirar al senado, a dirigir partidos
políticos y a convertirse en miembros importantes de cualquier coa­
lición de gobierno. Las élites tradicionales de la política, nacionales y
regionales, tienen que reconocer unas transformaciones estructurales
de la sociedad que se reflejan en la necesidad *de aceptar el respaldo
de políticos que surgieron con el narcotráfico, o incluso aceptar ellos
mismos el respaldo de los narcotraficantes, para mantenerse vigentes
en la competencia por el control de los cargos estatales. Es así como
el gobierno central se halla obligado a considerar de una manera u
otra sus demandas burocráticas y sus intereses primordiales en el
ejercicio de gobierno y sus decisiones de poder.
Para los casos de México y Colombia es abundante la evidencia
de las relaciones de la clase política — nacional y regional— vinculada
de distintas formas al narcotráfico, y de cómo las transformaciones
en la sociedad por el narcotráfico se reflejan en cambios en la política.
De acuerdo con los resultados de la encuesta “Ciudadanía, Dem o­
cracia y Narcoviolencia” realizada por el Casede (2011), un 25 %
de la población mexicana estaría dispuesta a “votar por candidatos
relacionados al narcotráfico para restablecer la paz y la seguridad (p.
84)”. Los resultados son coherentes con muchos informes de prensa
que reiterativamente hablan de la narcopolítica.21* Algunos hechos

21 F.n el portal 'I erra apareció incluso una seguidilla de fotos con los políticos del 2011
sospechosos de tener vínculos con el narcotráfico. Ver “Políticos con presuntos
vínculos con el narcotráfico en 2011”. Publicado el 27 de enero de 2012. Disponible
en: http://noticias.terra.com.mx/mexico/politica/politicos-con-presuntos-vinculos
-con-el narcotratico-en-2011,792ce7cdebc74310VgnYCM4000009bf 154dORCRD.
litml.
F.n una búsqueda casual en Google se pueden encontrar otros reportajes con
titulares como: “Desde hace muchos años, existe en México la narco política” (1.a
voz de Quetzalcóad es la voz del pueblo, 23-11-2011); “Clase (narco) política”
(iCrónica, 21-10-10); “Id narco ha feudalizado 60% de los municipios, alerta ONU”
( I ¡ o r nada, 26-6-2008), entre otros.

66
Gustavo Duncan

también revelan la magnitud del fenómeno. En mayo del 2009 fueron


detenidos once alcaldes y dieciocho altos funcionarios del estado
Michoacán en un operativo de la Subprocuraduría de Investigación
Especializada en Delincuencia Organizada (Siedo) y el Ejército.22
En el 2 0 10 Mario Villanueva, ex gobernador de Quintana Roo, fue
extraditado a Estados Unidos. La D EA lo acusa de haber colaborado
desde su cargo como gobernador para mover nueve toneladas de
cocaína desde Colombia.23 Asimismo, son recurrentes las denuncias
y los reportajes que involucran al hermano del presidente Carlos
Salinas de Gortari, Raúl, con relaciones con carteles del narcotráfico
(Fernández, 1999). Incluso Miguel de la Madrid, quien antecedió
a Salinas en la presidencia de México, denunció públicamente los
vínculos del hermano del presidente.24*
En el caso colombiano, a raíz de la parapolítica — nombre que
se le dio al escándalo de las relaciones de la clase política con los
paramilitares— , alrededor de cien congresistas fueron vinculados
judicialmente a ejércitos privados de narcotraficantes (López, 2007
y 2010). Estos congresistas constituían la base de la coalición de go­
bierno del presidente Alvaro Uribe. El propio presidente les pidió que
votaran sus proyectos de ley en el congreso antes de que la fiscalía los
detuviera. El escándalo demostró hasta qué punto el paramilitarismo
de finales de la década de los noventa y comienzos del nuevo siglo se
había involucrado en el sistema democrático colombiano. No sería
la primera vez. A mediados de los noventa ya había estallado otro
escándalo conocido como “el proceso 8000” por la financiación del
cartel de Cali al presidente Samper y a incontables políticos liberales

22 Ver “Detienen al onceavo alcalde en Michoacán”. Publicado en el diario /:/


liconomista, 26 de mayo del 2009. Disponible en: http://eleconomista.com.mx/
politica/2009/05/26/detienen-onceavo-alcalde-michoacan.
23 Ver “Mario Villanueva es el primer ex gobernador extraditado a KLJ”. Publicado en
// 1 Jomada, domingo 9 ríe mayo ele 2010, p. 5. Disponible en:
http://\v\v\v.jornada, unam.mx/2010/05/09/ politica/005n 1pol.
2-1 Ver “CSC i fue corrupto; Raúl contactó con narcos: Miguel tic la Madrid”. Publicado
en Id Universal de México, 13 de mayo de 2009. Disponible en: http://\v\v\v.
eluniversal.com. mx/notas/597660.html.

67
Más que plata o plomo

y de otros partidos.2:>Era la reiteración de una situación que se gestó


desde finales de los setenta en que el presidente se encontraba obli­
gado a gobernar con una coalición formada por políticos regionales
comprometidos con recursos del narcotráfico, e incluso una situación
en que estos recursos decidían la propia elección presidencial.26

La evidencia : ciudades , lavadores y pandillas

El menor grado de criminalización2 de la variable capital es lo que


permite que la tercera fase del narcotráfico, la del lavado de capitales,
pueda ocurrir justo donde el estado es más fuerte en la sociedad. Ade­
más es en las grandes ciudades, en el pleno centro de las instituciones
estatales, donde las empresas narcotraficantes pueden introducir el
capital de la droga en la economía legal. Aunque en un pequeño po­
blado al lado de una selva o un manglar perfectamente controlado por
un ejército privado sería más seguro lavar varios millones de dólares,
su aparato productivo no daría abasto. Si se participa en la venta de
mercancía en el mercado internacional el capital producido demanda
la existencia de una economía con un mínimo de acumulación. La
acumulación de capital está a su vez asociada con la presencia de
instituciones estatales capaces de imponer unas reglas del juego claras,
empezando por la capacidad de garantizar los derechos de propiedad.
El desafío en la fase final del negocio consiste entonces en sortear la
mayor capacidad del estado porque paradójicamente solo donde las
instituciones estatales son fuertes el capital puede ser blanqueado.
En espacios urbanos las empresas narcotraficantes pueden ope­
rar siempre y cuando reduzcan al máximo el manejo de la mercancía

25 F.n el libro periodístico /:/presidente que se iba a caer, de Vargas y otros (1996), hay un
relato detallado del Proceso 8000.
26 Más adelante, en el libro se narra el caso de la elección presidencial de 1982 entre
Belisario Betancur y Alfonso López. La evidencia sobre financiación de ambas
campañas por el narcotráfico es abundante.27
27 Más adelante se profundiza sobre el tema de la mayor criminalización de la variable
mercancía en relación con la variable capital.

68
Gustavo Duncan

y se especialicen en transacciones de capital. Solo en ciertos puntos


específicos, como puertos, aeropuertos y bodegas, ocurren los gran­
des m ovimientos de mercancía en ciudades importantes. Por los
riesgos asociados con la visibilidad de la mercancía los traficantes
minimizan el tiempo de exposición. Por lo general los movimientos
de drogas no involucran grandes volúmenes de mercancía sino la
provisión fragmentada del mercado local. Se trata de transacciones
medianas y pequeñas entre un sinnúmero de intermediarios y de la
venta minorista de dosis listas para el consumo. Es una operación
sumamente dispersa, en la que la participación de un alto número
de individuos con cantidades mínimas de mercancía constituye un
mecanismo natural de reducción de riesgos. Al ser tantos, tan pe­
queños y tan geográficamente difundidos, las autoridades no pueden
concentrar sus esfuerzos sobre una gran organización distribuidora
de drogas a pesar de conocer, como el resto de la ciudadanía, los
puntos de distribución.
Por su parte, la regulación del capital que produce el narcotráfico
no implica en principio un problema insalvable para las instituciones
del estado. El dinero como tal no es una mercancía criminalizada
como sí lo es su equivalente en cocaína o heroína. Su posibilidad de
filtrarse en transacciones legales les permite a las autoridades y a la
clase política ofrecer protección a los narcotraficantes sin poner en
riesgo las instituciones del estado ni su control sobre estas institucio­
nes. Las organizaciones coercitivas del narcotráfico no tienen cómo
despojar al estado de su control sobre las instituciones que regulan
las transacciones de capital en la sociedad. El estado puede regular
el capital del narcotráfico cuando entra al sistema financiero, como
regula cualquier otro capital. De hecho, si algo cuenta el estado es con
instituciones diseñadas para regular la propiedad y los movimientos
de capital. Fue así como, a pesar de manejar toneladas de cocaína en
parajes remotos, los grandes capos del cartel de Medellín y de Cali
pudieron vivir en grandes ciudades hasta cuando por determinadas
circunstancias — la guerra de Escobar contra la extradición y el pro­
ceso 8000— amenazaron a las instituciones del estado. Igual sucedió

69
Más que plata o plomo

con los narcotraficantes del cartel de Sinaloa que eligieron vivir en


Guadalajara, la segunda ciudad de México, después de que el estado
lanzó la “Operación Cóndor” en la Sierra de Sinaloa. Allí pudieron
vivir tranquilos hasta cuando asesinaron al agente de la D E A Kiki
Camarena y el gobierno de Estados Unidos presionó al gobierno
mexicano para que capturara a sus principales jefes.
En las grandes ciudades los efectos del capital de las drogas
en el orden social son restringidos. Las relaciones con la clase po­
lítica son en su mayor parte instrumentales. Los narcotraficantes
pagan sobornos por impunidad a la clase política pero el pago no
implica concesiones en la regulación social equiparables a las zonas
de oligopolios de coerción. La capacidad regulatoria de las mafias
se reduce a espacios y transacciones muy concretos de la sociedad
como las ventas de contrabando y de piratería. Incluso existe entre
las élites legales de las grandes ciudades un rechazo social a departir
con criminales. En la mayoría de los casos, los líderes políticos son
reacios a reunirse directamente con ellos.28 Diversos mediadores se
encargan de tramitar los acuerdos y com poner las diferencias que
eventualmente surjan entre el poder político y las mafias. Abogados,
políticos de segunda línea, relacionistas públicos, periodistas, entre
otros actores, cumplen esta tarea porque pueden establecer relaciones
en ambos tipos de escenarios sociales: los legales y los ilegales. Nar-
cotraficántes y mañosos encuentran tanto rechazo a su asimilación
social que la única manera de ser aceptados es desproveyéndose
de cualquier atributo simbólico que los asocie con la criminalidad.
Sus posibilidades de asimilación se quedan cortas frente a todas las
construcciones simbólicas y culturales construidas por las élites y la
sociedad civil. No manejan la serie de códigos y comportamientos
que distinguen las jerarquías sociales al margen de la posesión de
grandes cantidades de dinero. La acumulación de población y capital
impide además que desde las relaciones clientelistas se controle el

28 Aunque hay casos en los que no se guardan las apariencias, como el del político
Alberto Santofimio en Colombia y el de Mario Villanucva en México; ambos
terminarían encarcelados por sus vínculos con narcotraficantes.

70
Gustavo Duncan

acceso de la población a bienes de consumo y a servicios básicos.29


Id tamaño del mercado permite el acceso a amplios sectores sin
necesidad de ningún tipo de mediación. Es solo a través de la domi­
nación de ciertos vecindarios marginales y de mercados ilegales que
el narcotráfico y las mafias alcanzan a influir parcialmente sobre el
orden social. Salvo estos espacios, la aparición de nuevas instituciones
de dominación es insignificante, por lo que los desafíos para el estado
se reducen a sus aspectos puramente criminales.
En Ciudad de México la zona donde tradicionalmente se ubican
los comercios de contrabando ha sido Tepito. La regulación de la
zona ha estado en manos de mafias de minoristas de drogas aliados
con miembros de la policía. Pese a los intentos de “los Zetas” y otros
carteles por entrar a disputar la plaza, el control ha permanecido en
manos de criminales lo c a le s .L o s grandes carteles de México han
optado de manera más pragmática por cooptar a las bandas locales
para mantener presencia en una zona estratégica para el crimen en
el DE Sin embargo, es un control que se reduce a un espacio y a
determinado tipo de transacciones. A diferencia de Culiacán, por
ejemplo, donde el cartel de Sinaloa vigila la seguridad cotidiana de los
distintos barrios donde trabaja y habita la población, los trabajadores
ile Tepito apenas acaban su jornada dejan de recibir seguridad. La
regulación por criminales es un asunto muy restringido dentro de la
suma de transacciones y espacios sociales del DE Algo similar ocurre
con los San Andresito en Colombia, zonas de comercio especializa­
das en contrabando y piratería que cayeron bajo el control de mafias
ligadas a los paramilitares. Existe una regulación por criminales pero
es una regulación restringida a estos comercios y a los narcotrafican-
les que los usan para blanquear sus ganancias. En Estados Unidos
y en general en el mundo desarrollado la acumulación de capital y

l'.n las grandes ciudades también hay clientelismo político pero es financiado
principalmente por los recursos del estado y su peso en la economía local no es
comparable con la redistribución clientelista en las áreas periféricas.
'II l .n entrevistas, el autor fue informado de que “los Zetas” fueron diezmados por
sicarios locales v policías cuando intentaron entrar en la zona.

71
Más que plata o plomo

la fortaleza de las instituciones estatales ofrece unas condiciones


estructurales aún más reacias a la capacidad de regulación social por
criminales en comparación con las grandes ciudades en México y
Colombia. Reuters (1985) se refiere al carácter desorganizado del
crimen organizado en Estados Unidos en el sentido de que es una
sociedad donde la regulación mafiosa encuentra grandes restric­
ciones incluso para regular lo puramente criminal. De hecho, los
narcotraficantes entrevistados por el autor en México mencionaron
que arriba del Río Grande el negocio es abierfo: “cualquiera puede
vender y com prar”.31
Lo anterior no quiere decir que la corrupción sea inexistente en
las grandes ciudades, mucho menos en el mundo desarrollado. Todo
lo contrario. Hay abundante evidencia de corrupción entre la clase
política y las autoridades de las grandes ciudades, incluso del estado
central. Sobre presidentes de Colombia, México y Estados Unidos
pesan serias sospechas de haber recibido sobornos de narcotrafican­
tes. Los casos de Bill Clinton en Estados Unidos, Salinas de G ortari
en México y Ernesto Samper en Colombia ya fueron mencionados
en el prólogo de este libro. Del mismo modo empresas prestigiosas
han sido acusadas de haberse prestado para operaciones de lavado.
El Banco Am brosiano del Vaticano se vio envuelto en un escándalo
por lavar dinero proveniente del tráfico de drogas.32 En ocasiones
las empresas ni siquiera tienen que cometer un delito, simplemente
tienen que atender las demandas de los narcotraficantes por transac­
ciones legales. Conocen muy bien la naturaleza de los negocios de
sus clientes pero en la práctica los motivos para rechazarlos serían
puramente éticos. Por ejemplo, el banco HSBC de Estados Unidos
debió pagar una multa multimillonaria por su permisividad frente a

31 Las entrevistas de Decker y Chapman (2008) refuerzan esta tesis de mercados


abiertos en listados Unidos.
32 Ver por ejemplo el-reportaje de la BBC: “Los fondos ‘non sanctos’ del banco del
Vaticano”, publicado el 3 de abril de 2012. Disponible en: http://\v\v\v.bbc.co.uk/
mundo /ñor icias/2012/04/120403_economia_vaticano_banca_escandalo_cch.
shtml.

72
Gustavo Duncan

operaciones cié lavado,33 y el banco Wachovia “permitió depósitos


de casas de cambio mexicanas por 378 billones de dólares sin aplicar
debidamente las medidas para evitar lavado de dinero”.34
Sin embargo, la corrupción en el centro del estado donde se
mueve la variable capital no implica concesiones en términos de
instituciones de regulación social. A diferencia del proceso político en
la periferia, donde se mueve la variable mercancía, las élites formales
y las instituciones estatales no encuentran amenazada su posición en
la jerarquía social ni su papel como los poseedores de la regulación
legítima de la sociedad. Los narcotraficantes que pagan por recibir
un servicio o por no ser perseguidos solo compran un permiso para
delinquir, no para gobernar espacios significativos de la sociedad del
centro. Asimismo, algunos miembros de las élites formales pueden
beneficiarse de los recursos del narcotráfico sin padecer los niveles
de riesgo que experimentan los operadores de la mercancía y quienes
organizan la violencia privada. La evidencia muestra que los lava­
dores tienen mucho menos probabilidades de ser perseguidos por
las autoridades y cumplen penas mucho más cortas. En México las
estadísticas de presos por narcotráfico revelan un agudo contraste
entre el tratamiento judicial a los lavadores en relación con el resto
ile narcotraficantes, como lo evidencia este apartado de t i l Siglo de
t orreón (2012):
Entre el 2006 y el 2011, las autoridades detuvieron a 3,439 perso­
nas pero solo 1,072 fueron sentenciadas a cumplir penas de cárcel por
un juez durante un proceso penal. |...| En los cinco años las células
especializadas en el combate al lavado de dinero desarticularon, según

13 Las multas no solo fueron por lavarlo de dinero relacionado con drogas, sino que
también hubo casos de negligencia frente al terrorismo en Irán. Ver en el periódico
1.1 País el artículo: “IISBC pagará la mayor multa en I.H UU por lavado ríe dinero”,
publicado el 11 de diciembre ele 2012. Disponible en: http://internacional.elpais.
com/internacional/2012/12/11 /actualidad/1355259065_703559.html.
14 Ver en CNN México el artículo: “Un banco de UU es vinculado con el lavado de
dinero de cárteles mexicanos”, publicado el 5 de abril de 2011. Disponible en:
littp://mexico.cnn.com/nacional/2011/04/05/un-banco-de-eu-es-vinculado-con-
el lavado-de-dinero-de-carteles-mexicanos.

7.3
Más que plata o plomo

el mismo informe, 23 organizaciones delictivas y lograron detener a 639


personas. Pero ocurrió lo mismo que con los detenidos con el narco­
tráfico: muy pocos fueron condenados a penas de prisión. En el caso
de lavado de dinero, apenas 82 recibieron una sentencia condenatoria.35

Incluso el tratamiento judicial de quienes se someten a las agencias


judiciales de Estados Unidos cambia radicalmente cuando los de­
lincuentes no han representado una amenaza al estado y deciden
entregar su dinero a las autoridades. El narcotraficante J. Cardona
lo resume así:
A mí en realidad me tocó entregar fue el dinero todo que yo
tenía y los que me debían el dinero porque en los años pasados todo
el mundo se quedó con mi dinero [...] Viéndome que yo ya me iba
a quedar preso decidí entregar x cantidad que no me es permitido
revelar. Le entregué todo el dinero y por supuesto los que me tenían
todo el dinero. Los iba llamando, me traían el dinero y los arrestaban
pero los arrestaban por dinero, lo cual les equivalía una sentencia de 8
meses, 10 meses, 12 meses. Era muy poco lo que les daban porque era
dinero. En cambio yo me quitaba dos días veinte años y entregaba todo
mi dinero que de todas maneras iba a perder. [...] No hice extraditar
a nadie. No entregue rutas porque no habían”.36

Un caso de imposición de instituciones de regulación alternas al


estado en grandes ciudades lo constituyen ciertos vecindarios mar­
ginales en países productores de droga o en desarrollo. Allí no se
mueven grandes volúmenes de mercancía, solo la necesaria para
abastecer el consumo local de droga, ni se transan grandes movi­
mientos de capital, los precios de la droga en estos mercados son

35 Ver en /:/ Siglo de Torreó// el artículo “Condenan sólo a uno de cada tres narcos”,
publicado el 16 de septiembre de 2012. Disponible en: htrp://\vw\v.elsiglodetorreon.
com.mx/noticia/78733 l.condenan-solo-a-uno-de-cada-tres-narcos.html
36 Hntrcvista \V Radio (10:55). Disponible en: http://\v\v\v.wradio.com.co/escucha/
archivo_de_audio/el-exnarcot ra ficante-j-cardona-hablo-sobre-su-libro-el-narco-
rescatado-del-iníierno/2013( )729/oir/194< )974.aspx

74
Gustavo Dimean

irrisorios comparados con los del mundo desarrollado. Sin embargo,


se combinan dos elementos que, en determinadas circunstancias,
pueden ser definitivos en la formación de instituciones de regulación
alternas al estado: en primer lugar, a pesar de su cercanía al estado
los barrios marginales de las grandes ciudades usualmente adolecen
de una legitimación de las instituciones estatales porque su provisión
de servicios como protección o justicia ha sido históricamente de­
ficiente en comparación con otras comunidades. En segundo lugar,
la exclusión propia de estos sectores sociales es propicia para la
aparición de subculturas criminales (Cloward y Ohlin, 1960), es decir
de un sistema de normas, valores y comportamientos propios bajo el
cual los jóvenes de estas comunidades optan por alguna modalidad
criminal como medio de realización social. Estas subculturas consti­
tuyen un desafío al estado porque sus instituciones son vistas por los
jóvenes marginales como un sistema de normas y comportamientos
que de entrada suponen una negación a sus posibilidades de éxito
en la sociedad. Alguna form a de crimen es adoptada entonces como
un mecanismo alterno de realización. Cuando las mafias se tropie­
zan con subculturas criminales en el seno de las grandes ciudades
tienen la oportunidad de regular territorios reacios a la dominación
del estado. La regulación corre por cuenta de los mismos jóvenes
de los barrios marginales que encuentran a su vez en la mafia una
organización criminal con capacidad de ofrecer mayores recursos,
poder y proyección en una carrera criminal, que los delitos propios
de pandillas y bandas sin mayor capacidad logística. Es la diferencia
entre dedicarse al vandalismo y a delitos de menor cuantía como el
asalto callejero o dedicarse a realizar los cobros y vigilar el territorio
de los grandes carteles del narcotráfico.37

37 listas diferencias se pueden apreciar incluso en canales masivos como YouTube. Los
videos de guerras de pandilla en ciudades colombianas donde las organizaciones
narcotraíicantes no utilizan las subculturas criminales para controlar barrios
marginales contrastan en su armamento y magnitud con las que sí lo hacen. Ln
Cartagena, por ejemplo, los enfrentamientos se realizan con navajas, piedras y
garrotes, a lo sumo unos cuantos revólveres artesanales, mientras que en Medellín
las guerras son con rifles AK-47, pistolas 57 y rifles de francotiradores.

75
Más que plata o plomo

Un ejem plo extrem o del poder que se puede producir desde


estos escenarios urbanos fue el caso de Pablo Escobar en Medellín.38
A mediados de la década de los ochenta las pobres oportunidades
de realización dentro de los canales form ales de éxito social dieron
lugar a una subcultura de la criminalidad entre am plios sectores
sociales que crearon sus propios sistemas norm ativos y de estatus
social. Surgió en la ciudad un fenóm eno masivo de delincuencia
juvenil en los barrios populares de la ciudad. Escobar aprovechó la
irrupcié)n de esta subcultura criminal para canalizar este potencial
de violencia y de desobediencia'a las instituciones estatales hacia la
creación de un aparato coercitivo que le perm itiera, por un lado,
controlar el narcotráfico en Medellín y, por el otro lado, desafiar las
decisiones del estado contra los narcotraficantes. Su lugarteniente
alias “Popeye” resume así la estrategia: *
Mientras los narcotraficantes de la época compraban reinas, dia­
mantes, caballos, piscinas, Pablo Escobar compraba fusiles AUG y
R-15 ¡de los cuales] estaban llenas las comunas. El distribuye» su poder
sobre las comunas con aprecio, con dinero y con armas, porque él era
un tipo afectivo con las personas. No era un mandón de te mato o no.39

Escobar se convirtió en una figura carismática para las masas de


jóvenes delincuentes que veían en el capo una oportunidad de reivin-
dicación social más allá de una modesta carrera criminal. Su estrategia
fue tan exitosa que las autoridades policivas no podían perm anecer
en los barrios controlados por los grupos arm ados leales a Escobar
sin que sufrieran un atentado. Estos grupos se habían convertido en
la nueva institución de regulación social. Proveían seguridad y justicia
y distribuían los recursos del narcotráfico que Escobar inyectaba en

38 Dos excelentes narraciones del caso de 1Escobar en Medellín son las de Sala/ar (2001)
y la riel asesino de Lscobar, John Jairo Velásquez, alias “Popeye”, a la periodista
Astrid Legarda (2005).
39 IExtraído de YouTube, minuto 28:50, aproximadamente.
Lamentablemente, para el momento de la edición de este libro, va no estaba
disponible el video.

76
Gustavo Duncan

las comunidades para obtener una base social comprometida en su


guerra contra el estado. En el mediano plazo la estrategia de Escobar
se agotaría frente a los recursos del estado y a la presión del resto de
la sociedad que rechazaba el desarrollo de unas formas regulatorias
fundadas en la violencia indiscriminada.
En Monterrey, la tercera ciudad de México, un fenómeno similar
ocurrió cuando “los Zetas” llegaron a barrios populares a reclutar jó­
venes desencantados por su situación de marginación social. Pasaron
a ser conocidos como “Zetillas” o “Zetitas”, quienes se encargaban
de vigilar el territorio, cobrar extorsiones y manejar los mercados
minoristas de drogas. Colonias como la ubicada en el cerro de la
Independencia, Juárez y La Campana se convirtieron en espacios
urbanos bajo su control. La llegada de otros carteles a disputarle el
control de la ciudad a “los Zetas” desató una ola de violencia que
se venía incubando entre las subculturas criminales de estos barrios.
De acuerdo con algunos conocedores locales entrevistados por el
cronista Diego O sorno (2013):
...el punto de inflexión sucedió en 2008, cuando los olvidados
chicos de los cerros, con el respaldo de los cárteles, bajaron a las calles
del centro y armaron, un caos social para luego ser apodados por la
prensa local como Los Tapados (p. 106).

De jóvenes delincuentes en la marginalidad pasaron a ser combatien­


tes de primera línea en la guerra del narcotráfico en México.

Un h a ll a z g o b á s ic o : l a c r im in a l iz a c ió n d if e r e n c ia d a

D E L A M E R C A N C ÍA Y D E L C A P IT A L

I.a evidencia presentada hasta ahora sugiere un hallazgo básico: debi­


do a la mayor criminalización de la variable mercancía, las operacio­
nes de producción de drogas ocurren en los espacios periféricos de
la sociedad. Allí el riesgo de producir drogas se reduce por el menor
control relativo de las instituciones del estado. Al mismo tiempo,
debido a esta menor capacidad del estado y a la baja acumulación de

77
Más que plata o plomo

capital, los efectos del narcotráfico sobre el orden social son mucho
mayores en la periferia. Las jerarquías sociales, la organización de
la producción y la distribución material y simbólica de la riqueza
experimentan transformaciones superiores. Por ser el narcotráfico
una actividad importante en la definición del orden social, y por la
incapacidad del estado para regularlo por tratarse de una mercancía
ilícita, las organizaciones criminales extienden su capacidad regula-
toria sobre muchos otros espacios y transacciones de la sociedad.
Imponen una serie de instituciones de regulación social que son al­
ternas a las instituciones del estado. A su vez, el peso del narcotráfico
en el orden local obliga a la clase política a considerar los intereses
de las mafias dentro de las mismas decisiones institucionales del
estado. Los congresistas y los mandatarios regionales deben consi­
derar, por ejemplo, que la inclusión en el ulereado lograda por los
flujos de capital de la droga no se vea afectada por sus actuaciones
en los cargos públicos; todo lo contrario: van a estar interesados en
proteger esta inclusión.
De manera inversa, la menor criminalización de la variable capital
permite que las operaciones de tráfico relacionadas con transacciones
de dinero tengan lugar en los espacios de mayor presencia del estado
y acumulación de capital en la sociedad. Allí, por el enorme volumen
de transacciones monetarias, la visibilidad, y por consiguiente el
riesgo del negocio, es menor. De hecho, los efectos en el orden social
son menores porque a pesar de que en estas sociedades se mueve el
grueso del capital del narcotráfico, su peso relativo en la economía
es bastante inferior a las sociedades en las que prima la variable
mercancía. Las mafias y demás aparatos coercitivos del narcotráfico
encuentran a su vez enormes restricciones para extender su capaci­
dad regulatoria hacia transacciones y espacios sociales diferentes a
aquellos relacionados con el narcotráfico o las actividades criminales
e informales. Existe demasiada resistencia entre diversos sectores
de poder cuyos intereses son opuestos a sus prácticas regulatorias.
Las mafias en estas circunstancias se convierten en clientes de la
protección que puedan ofrecer las autoridades y la clase política. En

78
Gustavo Duncan

consecuencia, son los efectos en el orden social del narcotráfico los


que determinan el peso que tienen las mafias sobre las instituciones
del estado controladas por la clase política.
La criminalización diferenciada de la mercancía y el capital tiene
su paralelo en la criminalización diferenciada que se hace de diversos
sectores sociales. Son muy distintos los orígenes sociales de quienes se
dedican no solo a las operaciones de producción y tráfico de drogas
sino también de quienes se especializan en producir poder desde el
narcotráfico en cada fase del negocio. Quienes se especializan en
el manejo del capital y en la protección desde las instituciones del
estado disponen de una serie de relaciones y atributos sociales que
los distinguen de los especialistas en el manejo de la mercancía y de
la violencia privada. Estas relaciones y atributos pesan en las posibi­
lidades de ser castigados por el estado y en la dimensión del castigo
porque sus actuaciones en el negocio suponen un menor desafío a las
jerarquías establecidas en el orden social. Un contrabandista de drogas
o un asesino a sueldo son en sí alteraciones del orden, mientras que
un banquero o un político, así sean corruptos, son parte del orden
establecido. Para las ciencias sociales no tiene nada de novedoso
la mayor criminalización que jerarquías superiores del orden social
hacen de los comportamientos potencialmente subversivos de las
jerarquías inferiores (Schneider y Schneider, 2008). Sutherland (1983)
mostró con evidencia para Estados Unidos que tanto las clases altas
como las clases bajas transgreden las leyes; sin embargo, el tipo de
delitos cometidos, las posibilidades de ser encarcelado y el tiempo
del castigo varían de acuerdo con las clases. La corriente marxista
de la teoría del conflicto en criminología sostiene que el atributo de
crimen que se asigna a ciertas actividades es parte de los mecanismos
de dominación de las clases superiores en la sociedad (Turk, 1969).4'1

ID De acuerdo con Turk (1969): “Uno está obligado a investigar la tendencia de las
leyes a penalizar personas cuvo comportamiento es más característico de los menos
que de los más poderosos y en qué medida algunas personas y grupos pueden usar
los procedimientos y las agencias legales para mantener e incrementar su posición
de poder en relación a otras personas y grupos” (p. vii). Traducción del autor.

79
Más que plata <>plom o

En el narcotráfico es evidente que aquellas actividades que in­


volucran la participación de sectores subordinados en la jerarquía
social experim entan una m ayor represión del estado. La intensidad
en la erradicación de los cultivos de campesinos humildes y en la
persecución de delincuentes de origen miserable que los medios con­
vierten en bandidos célebres no es comparable con la discreción con
que se persigue a los lavadores de dinevo. Un reportaje en la revista
Semana del año 19 9 0 sobre un libro contra la extradición, prologado
por Pablo Escobar, es diciente acerca del sentido de dominación y
de lucha social implícito en la criminalización del narcotráfico:
Escobar enumera una serie de consideraciones coherentes en
contra de la extradición, de índole jurídica, política, humanitaria y de
soberanía nacional, que muchos colombianos compartirían si la tesis
central del escrito no fuera totalmente absurda: que la extradición
es el instrumento que utiliza la clase dominante para entorpecer el
cambio social y económico que venía registrando Colombia. Para él
“la guerra que ha estado viviendo Colombia no es un conflicto entre
el estado que quiere erradicar el delito y unos pocos individuos que
pretenden desafiar su majestad y persistir en la actividad ilícita”. Se
trataría entonces de un problema de lucha de clases, pues considera que
hay unas fuerzas sociales nuevas y dinámicas que quieren una tajada
del ponqué. Según esta interpretación, la extradición es un invento de
los dueños del ponqué para quedarse con todo.41

El reportaje es diciente porque la revista Semana es propiedad de las


élites políticas de Bogotá (su principal accionista es Felipe López, hijo
del ex presidente A lfon so López Michelsen), manejada además por
periodistas pertenecientes o cercanos a estas élites. La revista concede
a E scobar algo de validez a sus argum entos jurídicos y políticos en
el tema puntual de la extradición pero es reacia a reconocer algún
tipo de validez al hecho de que el narcotráfico esté asociado con los

41 Tomado del archivo digital de Semana-. http://\\vvw.semana.com/imprimir/14142.


“Prologo controvertido”. El artículo fue publicado originariamente el 19 de-
noviembre de 1990.

80
Gustavo Duncan

intereses de un sector de la sociedad. Es un asunto de un individuo


que viola las leyes contra el estado, en otras palabras, un criminal.
Por su parte Escobar es directo al reclamar que su guerra contra el
estado no es una guerra entre un criminal contra las autoridades sino
de un sector de la sociedad que aspira a ser incluido dentro de las
instituciones de poder: “es la lucha de una clase dirigente vetusta y
caduca que quiere, con el pretexto de estar luchando contra el narco­
tráfico y el terrorismo, erradicar las fuerzas sociales comprometidas
en el cambio institucional” (Uribe, 1990: p. v).
En México llama la atención la publicidad utilizada por el cartel
del G olfo para reclutar nuevos combatientes: “Unanse a las filas
del cártel del G olfo. Ofrecem os beneficios, seguro de vida, casa
para sus familias e hijos. Dejen de vivir en barriadas y de viajar en
autobús. Un coche o camión nuevos, elijen ustedes”.42 La carrera
como combatiente en un cartel es mostrada como una oportunidad
para transformar una condición en el orden social. De acuerdo con
Córdova (2012), en Sinaloa la motivación para ingresar en el narco­
tráfico pasa por el hecho de que el negocio se ha convertido en un
mito acerca de la posibilidad de:
[A]masar fortuna y detentar formas de poder (poder de fuego,
poder social, poder sobre vidas, poder económico, poder político). |...]
Este camino a la bonanza constituye una de las más densas y sólidas
mitologías en torno a las bondades de la industria. Y sin duda, ciertos
y limitados beneficios directos para miles de individuos y familias que
han andado entre las fauces del negocio han sido y son absolutamente
reales y constituyen de tacto una ruptura no únicamente con el orden
1 legal establecido, sino con su condición social previa de atávica po­
breza, de ingentes y agudas carencias materiales (p. 124).

Al margen de la vehemencia de Escobar y de la publicidad y la mito­


logía de los carteles mexicanos para proclamar el narcotráfico como
una reivindicación de clase, no es claro el sentido de la causalidad

42 Tomado del libro de Grillo (2012).

81
Más que plata o plome

entre la criminalización de determinadas actividades del negocio y


la especialización de las clases sociales en dichas actividades. No
hay evidencia concluyente si primero fue la atribución de un mayor
grado de criminalidad a las fases del negocio en que participaban
las clases bajas o lo contrario, es decir que las clases inferiores se
dedicaran a las fases más criminalizadas. Sea como fuere el sentido
de la causalidad, existen varios hechos conclusivos. En primer lugar,
la manipulación directa de la mercancía en los países productores
corre en su mayor parte por cuenta de sectores* excluidos. Quienes
siembran, trabajan de ayudantes en las “cocinas”, empacan la droga
y la almacenan antes de despacharla al mercado internacional, suelen
provenir de sectores humildes, sin mayor preparación y sin otras
alternativas laborales significativas por fuera del negocio. Existen por
supuesto excepciones. Ciertas actividades relacionadas directamente
con la mercancía requieren algún tipo de formación especializada.
Tanto los químicos que dirigen las “cocinas” como los pilotos que
transportan la mercancía a lo largo de los corredores de tráfico suelen
provenir de sectores medios y altos con formación universitaria; pero
son casos excepcionales.
En segundo lugar, la dirección de una gran empresa narcotrafi-
cante tipo cartel exige que los individuos se especialicen en una larga
carrera criminal que involucra la especialización en el ejercicio de la
violencia. Aunque en ocasiones miembros de sectores acomodados
se convierten en criminales de carrera, como los hermanos Arellano
Félix en México, los hermanos Ochoa en Colombia y Roberto Suárez
Góm ez en Bolivia, lo usual es que sean las clases medias y bajas las
que proveen los miembros de esta clase criminal. Los grandes capos
no solo tienen que tener habilidades logísticas y administrativas y
rasgos carismáticos para dirigir grandes empresas delincuenciales,
también tienen que tener la formación y el liderazgo para organi­
zar ejércitos privados, la decisión para ejercer la violencia a niveles
brutales y la voluntad para asumir el riesgo casi seguro de un final
trágico. Los individuos de orígenes acomodados no suelen tener ni
la exposición temprana a las habilidades necesarias para convertirse

S2
Gustavo Duncan

en un criminal muy violento, ni están dispuestos a una muerte segura


o a una sentencia de por vida, ni mucho menos las motivaciones y
el resentimiento para apostar por una form a alterna de realización
social a las disponibles legítimamente. Si bien líderes de “los Zetas”
tuvieron form ación por las instituciones del estado y, en conse­
cuencia, una oportunidad de realización social, sus orígenes, como
el de la mayoría de los guerreros del narcotráfico, era de sectores
pobres y excluidos.43 Incluso más allá del origen social de los jefes
de los carteles está el hecho de que quienes hacen la guerra en el
narcotráfico, los soldados rasos de los carteles, provienen de orígenes
marginales y excluidos.
En tercer lugar, son comunidades relativamente excluidas donde
están disponibles los conocimientos y los contactos necesarios para
formar parte de una organización que ofrezca la posibilidad de hacer
una carrera criminal en un cartel. Allí el narcotráfico se convierte
en el principal mecanismo de obtención de poder y de realización
social como parte de una subcultura alterna a las normas, los valores
y los hábitos de la “gran” sociedad. Esta subcultura se convierte en
una fuente de producción de criminales con proyección para dirigir
carteles. No es casual que la mayoría de los capos que controlan el
narcotráfico provengan de regiones y comunidades muy específicas.
En México los ranchos de la sierra de/Sinaloa son la cuna de los
capos más famosos en la historia del país.44 Incluso los líderes de los
carteles de Tijuana y de Ciudad Juárez son en realidad originarios
de Sinaloa. El capital de las drogas les permitió a estos campesinos

43 De acuerdo con Grillo (2012), Arturo Guzmán Decena, alias “/ - l”, “procedía de
una aldea del estado de puebla, al sur de México, y se alistó en el ejército para huir
de la pobreza” (p. 137).
44 Los ranchos son pequeños caseríos dispersos en zonas rurales. Según Valdez
Cárdenas (2009) “hay en la sierra sinaloense unas 1459 comunidades. Solo seis
tienen más de 500 habitantes. Ninguna llega a los mil pobladores. La mayoría son
caseríos de apenas cuatro o cinco viviendas” (p. 36). Lxiste un corrido llamado 1/>s
iipellidns (mañosos de Sinaloa) que relaciona el apellido de los principales capos del
narcotráfico de Sinaloa con cada uno de los ranchos de donde provienen sus familias.
Disponible en: h11p://\vw\v.youtube.com/\vatch?v=Üx8cgkx_l\vl&app=desktop.

83
Más que plata o plomo

entre la criminalización de determinadas actividades del negocio y


la especialización de las clases sociales en dichas actividades. No
hay evidencia concluyente si primero fue la atribución de un mayor
grado de criminalidad a las fases del negocio en que participaban
las clases bajas o lo contrario, es decir que las clases inferiores se
dedicaran a las fases más criminalizadas. Sea como fuere el sentido
de la causalidad, existen varios hechos conclusivos. En primer lugar,
la manipulación directa de la mercancía en los países productores
corre en su mayor parte por cuenta de sectores excluidos. Quienes
siembran, trabajan de ayudantes en las “cocinas”, empacan la droga
y la almacenan antes de despacharla al mercado internacional, suelen
provenir de sectores humildes, sin mayor preparación y sin otras
alternativas laborales significativas por fuera del negocio. Existen por
supuesto excepciones. Ciertas actividades relacionadas directamente
con la mercancía requieren algún tipo de formación especializada.
Tanto los químicos que dirigen las “cocinas” como los pilotos que
transportan la mercancía a lo largo de los corredores de tráfico suelen
provenir de sectores medios y altos con formación universitaria; pero
son casos excepcionales.
En segundo lugar, la dirección de una gran empresa narcotrafi-
cante tipo cartel exige que los individuos se especialicen en una larga
carrera criminal que involucra la especialización en el ejercicio de la
violencia. Aunque en ocasiones miembros de sectores acomodados
se convierten en criminales de carrera, como los hermanos Arellano
Félix en México, los hermanos Ochoa en Colombia y Roberto Suárez
Góm ez en Bolivia, lo usual es que sean las clases medias y bajas las
que proveen los miembros de esta clase criminal. Los grandes capos
no solo tienen que tener habilidades logísticas y administrativas y
rasgos carismáticos para dirigir grandes empresas delincuenciales,
también tienen que tener la formación y el liderazgo para organi­
zar ejércitos privados, la decisión para ejercer la violencia a niveles
brutales y la voluntad para asumir el riesgo casi seguro de un final
trágico. Los individuos de orígenes acomodados no suelen tener ni
la exposición temprana a las habilidades necesarias para convertirse

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Gustavo Duncan

en un criminal muy violento, ni están dispuestos a una muerte segura


0 a una sentencia de por vida, ni mucho menos las motivaciones y
el resentimiento para apostar por una form a alterna de realización
social a las disponibles legítimamente. Si bien líderes de “los Zetas”
tuvieron form ación por las instituciones del estado y, en conse­
cuencia, una oportunidad de realización social, sus orígenes, como
el de la mayoría de los guerreros del narcotráfico, era de sectores
pobres y excluidos.43 Incluso más allá del origen social de los jefes
de los carteles está el hecho de que quienes hacen la guerra en el
narcotráfico, los soldados rasos de los carteles, provienen de orígenes
marginales y excluidos.
En tercer lugar, son comunidades relativamente excluidas donde
están disponibles los conocimientos y los contactos necesarios para
formar parte de una organización que ofrezca la posibilidad de hacer
una carrera criminal en un cartel. Allí el narcotráfico se convierte
en el principal mecanismo de obtención de poder y de realización
social como parte de una subcultura alterna a las normas, los valores
y los hábitos de la “gran” sociedad. Esta subcultura se convierte en
una fuente de producción de criminales con proyección para dirigir
carteles. No es casual que la mayoría de los capos que controlan el
narcotráfico provengan de regiones y comunidades muy específicas.
1 ín México los ranchos de la sierra de/Sinaloa son la cuna de los
capos más famosos en la historia del país.44 Incluso los líderes de los
carteles de Tijuana y de Ciudad Juárez son en realidad originarios
de Sinaloa. El capital de las drogas les permitió a estos campesinos

•13 De acuerdo con Grillo (2012), Arturo Guzmán Decena, alias “procedía ele
una aldea del estado de puebla, al sur de México, y se alistó en el ejército para huir
de la pobreza” (p. 137).
44 Los ranchos son pequeños caseríos dispersos en zonas rurales. Según Valdez
Cárdenas (2009) “hay en la sierra sinaloense unas 1459 comunidades. Solo seis
tienen más de 500 habitantes. Ninguna llega a los mil pobladores. La mayoría son
caseríos de apenas cuatro o cinco viviendas” (p. 36). I .xiste un corrillo llamado la>s
apellidas (mañosos de Sinaloa) que relaciona el apellido de los principales capos del
narcotráfico de Sinaloa con cada uno de los ranchos de donde provienen sus familias.
Disponible en: http://\v\v\v.youtube.com/\vatch?v=0x8cgkx_l\vl&app—desktop.

83
Más que plata o plomo

pobres de las montañas construir una infraestructura criminal capaz


de im poner süs instituciones de regulación en amplias zonas de
México y de ser un actor influyente en la política nacional. El resto
de capos provienen de Tamaulipas y recientemente de la zona de
Michoacán y G uerrero con los nuevos carteles de la Familia Michoa-
cana y los Caballeros Templarios. Algunos miembros iniciales del
cartel del G olfo, como Juan García Abrego, pertenecían a las élites
tradicionales del contrabando en Tamaulipas.4’’ Sin embargo, con la
expansión del negocio de las drogas sucedió un fenómeno típico en
los carteles: los especialistas de la violencia terminan por apoderarse
del control y de las principales rentas de la organización. Sicarios con
habilidades organizativas pueden subordinar a quienes se encargan
de la parte empresarial porque es un negocio que permite una rápida
acumulación de riqueza y porque los conocimientos y contactos para
operar la parte empresarial están fácilmente disponibles. A menos
que cuenten con un respaldo muy sólido de las autoridades estatales,
quienes manejan la parte empresarial no tienen cómo contrarrestar
las aspiraciones de quienes manejan la violencia. No fue extraño que
el cartel del G olfo terminara bajo el control de criminales violentos
de origen humilde com o Osiel Cárdenas.4546 Luego vendrían “los
Zetas” cuando Cárdenas decidió reclutar comandos especiales de
las fuerzas de seguridad del estado. “Los Zetas” también se insubor­
dinaron cuando Cárdenas fue capturado y cuando se dieron cuenta
de que disponían de los medios suficientes para quitarles el control
a los capos tradicionales del Golfo.
En Colombia la situación es parecida en cuanto a las regiones y
comunidades que producen criminales violentos que terminan por
controlar los principales carteles del narcotráfico. Tres mafias se
consolidaron sobre el resto en cuanto al control de la producción y

45 De hecho los hermanos García Abrego eran sobrinos de Juan Nepomuceno


Guerra, un acaudalado contrabandista bien conectado con las autoridades priistas
en el México posrevolucionario. Ver 1 lores (2012).
46 I.a biografía de Osiel Cárdenas por Ravelo (2009) revela sus orígenes humildes y su
resentimiento social.

H4
Gustavo Duncan

el tráfico de cocaína: las originarias de Medellín; las que se estable­


cieron en C2ali y recogieron los descendientes de “los Pájaros” en el
norte del Valle del Cauca, y los esmeralderos de Boyacá, que exten­
dieron su control hacia los Llanos Orientales.4" De allí han surgido
los principales capos del negocio a lo largo de las últimas décadas.
Indistintamente de las trayectorias de cada mafia, la mayoría de es­
tos capos tuvieron su origen en sectores populares luego de haber
hecho una carrera criminal en alguna facción de estas tres grandes
organizaciones. I >o excepcional del caso colombiano estuvo en que la
aparición de poderosas mafias de narcotraficantes estaba superpuesta
a la guerra interna contra las guerrillas marxistas, lo que condujo
a su vez a la participación de gentes de diversos orígenes sociales
en la organización de la violencia al margen del estado. Los líderes
de las guerrillas marxistas, quienes provenían de sectores medios
con preparación universitaria, terminaron por las circunstancias del
conllicto colombiano controlando gran parte de la producción de
los cultivos de coca en los territorios más periféricos del país. Por su
parte, los capos del narcotráfico que compraron grandes extensiones
de tierra en zonas semiperiféricas terminaron aliados con terrate­
nientes tradicionales en la conform ación de grupos paramilitares
para defenderse de las guerrillas. Pero como la dinámica de la guerra
contrainsurgente exigía el control de las rentas del narcotráfico, muy
pronto se involucraron en el negocio individuos pertenecientes a
familias acomodadas de regiones ganaderas y latifundistas. Miembros
de las élites tradicionales de los departamentos de Córdoba y Cesar,
como Salvatore Mancuso y Rodrigo Tovar Pupo, alias “Jorge 4 0 ”,
se convirtieron en señores de la guerra que exigían tributación no
solo al narcotráfico sino a toda la producción ilegal que tenía lugar
en sus territorios.4748

47 Betancourt (19‘M) habla de cinco focos mañosos. Pero muchas organizaciones


que surgieron en otras regiones de Colombia eran en realidad subsidiarias tic la
capacidad de estas tres mafias de colocar cocaína en el mercado internacional.
48 Cuantío el control de la sociedad era muy extenso, los paramilitares regulaban
incluso la producción legal (Duncan, 2006).

85
Más que plata o plomo

En cuarto lugar, los requerimientos operativos de la variable ca­


pital exigen de los participantes del negocio una serie de habilidades,
experiencia y contactos sociales que están disponibles principalmente
entre las clases altas y los sectores acomodados. La formación como
abogado, economista o financista es un activo valioso para conocer
las modalidades más efectivas y seguras de movimientos de capital,
para estar al tanto de las prácticas regulatorias del estado y, sobre
todo, para desarrollar las habilidades sociales que permitan relacio­
narse con élites legales de todo tipo. El blanqueo de dinero ofrece
en ese sentido ventajas a sectores con experiencia en el manejo de la
riqueza y en las relaciones con el poder político y el poder social. Es
posible además para las clases altas involucrarse en el negocio sin ex­
perimentar los riesgos de otras fases del negocio de las drogas. Gran
parte de los servicios demandados por las empresas narcotraficantes
son ambiguos en cuanto a su carácter de legalidad o ilegalidad por
no tener una clara relación con actividades criminales. En muchos
casos los abogados, políticos y empresarios que prestan servicios
indispensables para el negocio no cometen ningún delito salvo co­
nocer el origen ilegal de los recursos que reciben como pago. Incluso
cuando se involucran en actividades criminales es más complicado
que su responsabilidad penal sea comprobada por medio de algún
material probatorio, por no estar comprometidos directamente en
la manipulación de mercancía.
Tan fuerte es la distinción de clases entre la mercancía y el ca­
pital, que aun para los propios narcotraficantes especializados en la
introducción de la droga a los mercados finales el contacto con la
mercancía señala el estatus en el mundo criminal, como lo expresan
Decker y Chapman (2008):
La variable clave que distinguía las dos grandes categorías de
roles [en el narcotráfico] era el contacto con las drogas. Había una
clara distinción de roles entre los individuos que tenían contacto fí­
sico o que veían las drogas y quienes no tenían contacto. La primera
categoría incluía roles de estatus inferiores y los individuos en dichos
roles eran más susceptibles de ser capturados. [...] Los individuos

86
Gustavo Duncan

que negociaban y tenían contacto con gente en Colombia tenían un


estatus superior que aquellos que nunca obtuvieron acceso a estos
contactos (p. 90).49

Aunque poseer riqueza, educación y contactos con las élites antes


de trabajar con narcotraficantes eran atributos beneficiosos en las
operaciones de lavado, el desarrollo de ciertas actividades formales
e ilegales permitieron que la colocación de los excedentes del nar­
cotráfico en la economía no fuera acaparada por sectores de élite.
Sectores medios y emergentes, sin mayor dotación inicial de capital,
encontraron la oportunidad de convertirse en grandes empresarios
por medio de economías informales, piratería, comercio de contra­
bando, construcción, mercados de abastos, repuestos y en general
todas las oportunidades de negocio que surgen con la disponibilidad
de efectivo del narcotráfico. Estos mercados, a pesar de sus rasgos
informales, pobremente regulados por el estado y relacionados con
recursos de la droga, gozan de una amplia legitimidad por la cantidad
de población que resuelve su aprovisionamiento material por medio
de ellos. Misse (2007) argumenta que existen actividades ilegales que
por su amplia aceptación entre ciertos sectores de la sociedad no
reciben el mismo tratamiento de las autoridades. Por ejemplo, los
vendedores de mercancía pirata en las calles más transitarlas de una
metrópoli están cometiendo un crimen al igual que lo comete un
vendedor de drogas al detal. Sin embargo, las autoridades van a repri­
mir con mayor severidad al vendedor de drogas por el rechazo social
tan fuerte hacia esta actividad, mientras que el vendedor pirata es
aceptado socialmente como una alternativa a menor costo de acceso
a mercancías de uso popular. El argumento de Misse es importante
no tanto porque las distintas fases operativas del narcotráfico estén
relacionadas con distintos niveles de tolerancia social, tal como lo
evidencia la propia criminalización diferenciada entre la mercancía
y el capital, sino por la form a como la redistribución del capital del

•l() Traducción del autor.

87
Más tiuc plata o plome

narcotráfico entre muchas comunidades genera de manera sutil todo


un proceso de legitimación de empresarios y actividades económicas
vinculados con prácticas criminales.
En marzo del 20 13 fue capturado por la Fiscalía colombiana
Marco Antonio Gil Garzón, alias “el Papero”, por cargos de lavado
de activos. Gil, de 66 años, era un accionista de Corabastos — la cen­
tral de alimentos que abastece a Bogotá— que utilizaba sus negocios
en el sector para lavar dinero de narcotraficantes. Lo llamativo del
caso es la cantidad de capital que legalizó y el periodo de tiempo
tan extenso durante el cual pudo prestar sus servicios sin ser perse­
guido por las autoridades. Según un reportaje de E l Tlewpo (2013),50
en 1983 Gil pasó súbitamente de ser “un humilde campesino, de
sombrero y ruana, que se ganaba la vida cargando bultos en Cora-
bastos” a ser propietario de las bodegas de su-patrón. “ Una década
después, el campesino ya era socio de uno de los más importantes
constructores del país y tenía inversiones en hoteles, empresas de
transporte, exportadoras de flores y complejos comerciales, como
Unicentro de Villavicencio”. El reportaje estima la fortuna de Gil en
cuatrocientos cincuenta millones de dólares, producto de cerca de
veinticinco años de relaciones con narcotraficantes que van desde
Pablo Escobar hasta Miguel Arroyave, el jefe de los paramilitares en
Bogotá a principios de la década del 2000. El caso de G il muestra,
por un lado, que para individuos originarios de posiciones inferiores
en el orden social hay oportunidades de enriquecimiento en sectores
legales de la economía, como las centrales de abastos, donde las
instituciones del estado tienen restricciones regulatorias. Y por otro
lado, que sus actividades gozaban de una amplia aceptación entre
todo tipo de población, no necesariamente vinculada con actividades
ilícitas. En Corabastos Gil tenía numerosos socios y trabajadores
que dependían de él para financiar sus negocios y sus salarios, todo
dentro del ámbito legal. Por fuera de la central de abastos entre sus

50 “1.1 ‘Papero’ pasó de cargador de bultos a capo multimillonario”, publicado el 24


de marzo de 2013. Disponible en: http://www.eltiempo.com/archivo/documcnto/
CMS-12709524.
Gustavo Duncan

socios y clientes estaban prestigiosos constructores y empresarios


de la finca raíz de Bogotá.51
En Ciudad de México las autoridades encontraron doscientos
siete millones de dólares en efectivo en la casa del empresario de
origen chino Zhenli Ye G on, además de otros pocos millones en
ti iñero mexicano, euros y oro. Ye G on tenía empresas importadoras
de fármacos legales que al parecer eran utilizadas para traer seudoe-
fedrina de China. La seudoefedrina era utilizada como un insumo
para la fabricación de drogas sintéticas. Pero lo interesante del caso
Ye G on no es cómo él utilizaba una empresa legal para surtir los
insumos en el proceso de fabricación de mercancías. Tanta cantidad
de efectivo en una sola incautación es una señal de que su función
más importante era el lavado. De hecho, se comprobé) que Ye G on
había gastado ciento veinticinco millones de dólares apostando en
casinos de Las Vegas en lo que se cree son operaciones encubiertas
para lavar dólares.52 Uno de estos casinos, Las Vegas Sand Corp,
era de propiedad de uno de los principales donantes (diez millones
tic dólares) de la campaña del candidato presidencial republicano
Mitt Romney. Asimismo Ye G on declaró a la justicia que del dinero
eticontrado en su casa ciento cincuenta millones de dólares perte­
necían en realidad a miembros del gabinete del presidente mexicano
1
51 Por ejemplo estaba Pedro Gómez Barrero, uno de los constructores más importantes
de Colombia. Ver artículo de Id Tiempo “Pedro Gómez dice que ya no tiene nexos
con el ‘Papero’ de Corabastos”. Id artículo sostiene que: “Id empresario aseguró
que, desde 2007, cuando F.I. TIEMPí) publicó que Marcos Antonio Gil, el llamado
‘zar’ de la papa de Corabastos, había sitio incluido en la Lista Clinton, liquidó los tres
proyectos en los que este aparecía”. Publicado el 23 de abril de 2012. Disponible en:
http://\v\v\v.eltiempo.com/archivo/documento/CMS-l 1635301.
52 Id uso de casinos para lavar dinero se ha convertido en una práctica común. En
México los periódicos reiterativamente reportan la explosión en el número de
casinos como un mecanismo fácil y seguro de lavado tle dinero. Ver por ejemplo en
I ¿/jornada tle México el artículo: “Monterrey: un oasis del lavado de dinero mediante
el auge tle casinos”, publicado el 10 tle abril tle 2011. Disponible en: http://\v\v\v.
jornada.unam.mx/2011/04/10/politica/005nlpol. De hecho fue en Monterrey
donde ocurrió el famoso caso del Casino Royale en el que 52 personas murieron
cuando un grupo tle sicarios incendió el casino al parecer por no haber pagado una
extorsión a una mafia.

«9
Más que plata o plomo

Felipe Calderón. Sea como fuere la operación de lavado, era claro


que contaba con la aceptación de actores poderosos en el poder
' >
político.53 Para efectos del argumento central de esta sección acerca
de la criminalización diferenciada entre mercancía y capital, vale la
pena citar la justificación de Rogelio de la Garza, el abogado defensor
de Ye G on, para evitar que su cliente, quien fue detenido en Estados
Unidos, fuera extraditado a México donde temía un atentado contra
su vida. De la Garza, el abogado de Ye Gong, dijo que: “va a pelear
por la libertad inmediata de Ye G ong si es* extraditado a México,
bajo el argumento que el dinero fue obtenido legalmente y que a Ye
G ong no le fueron encontrados narcóticos”.54
El caso de Gil y Ye G on son solo dos ejemplos de sectores de
economías susceptibles al ingreso de enormes volúmenes de capital
del narcotráfico que rápidamente se convierten en un mecanismo
para incluir empresarios y trabajadores en actividades mucho menos
criminalizadas que la producción y el transporte de drogas, algunas de
ellas incluso perfectamente legales y formales ante las instituciones
del estado aun en países en los que — como México y Colombia— el
sector informal alcanza casi la mitad del tamaño total de la economía.

53 Ver en The Washington I "unesel artículo: “Alleged drug trafficker arrested in Maryland”,
publicado el 24 de julio de 2007. Disponible en: http://\v\v\v.\vashingrontintes,
com/news/2007/jul/24/alleged-drug-trafficker-arrested-in-maryland. Ver también
en la revista /ai China, “Id alucinante caso del empresario mexicano Xhenli Ye
Gon”, publicado el 16 de agosto de 2007. Disponible en: http://www.zaichina.
net/2012/08/16/el-alucinante-caso-del-empresario-mcxicano-zhenli-ye-gon.
54 Tomado de The Washington Times (ver nota anterior). Traducción riel autor.

90
3

La teoría

Una lectura simple de las diferencias en la criminalización entre


mercancía y capital es que aquellos sectores relacionados con la
mercancía experimentan una mayor represión estatal porque no
disponen de influencia en los medios legítimos de poder. Esta lectura
subordina los motivos políticos a los intereses económicos de los
sectores involucrados. El eje del argumento es que la diferencia en
el grado de criminalización les permite a las jerarquías superiores
del orden social quedarse con una porción mayor de los excedentes
producidos sin asumir los riesgos de una actividad ilegal. Sin embar­
go, es una lectura incompleta en cuanto subestima las aspiraciones
políticas de sectores subordinados. Muchos espacios de la sociedad se
transforman con la introducción del capital de las drogas y con estas
transformaciones surgen nuevas demandas sociales en la periferia
que son satisfechas por organizaciones coercitivas y por políticos
profesionales. En consecuencia, además de la distribución social del
riesgo, existen motivos políticos para criminalizar a las organizacio­
nes que se especializan en el manejo de la mercancía y la violencia.
Estas organizaciones imponen nuevas instituciones de regulación
que satisfacen demandas sociales que el estado no encuentra cómo
satisfacer con sus instituciones.
En sí las transformaciones ocurridas son un desafío político
porque se trata de la aparición de una competencia por las funciones
ile regulación y de toma de decisiones en la sociedad. De hecho,

91
Más que plata o plomo

los puntos ele acuerdo entre la clase política y los sectores de poder
que emergen con el narcotráfico son económicos. Aunque es una
reacción apenas natural que quienes controlan las instituciones del
estado traten de impedir que otras fuerzas disputen sus espacios de
dominación, la clase política cede porciones de su poder a cambio
de participación en los excedentes del narcotráfico. La contradic­
ción política se resuelve mediante una transacción económica. Una
teoría sobre el poder político del narcotráfico implica entonces dos
asuntos esenciales: por un lado está el tema*de la distribución del
dominio social entre la clase política y las organizaciones criminales,
entendiendo este dominio como la imposición de instituciones de
regulación sobre una serie de.espacios y transacciones en la sociedad.
Como objeto de análisis la clase política no funciona como un actor
homogéneo; existen grandes diferencias entré la clase política del
centro y de la periferia, ambas manejan las instituciones del estado
pero sus medios de poder varían sustancialmente. Mientras el estado
central dispone de enorm es cantidades de recursos y de medios
coercitivos para doblegar a las organizaciones criminales, los políticos
de la periferia — por sus restricciones de medios y recursos— están
obligados a negociar sus espacios de dominación. El resultado final
refleja cóm o la geografía del estado coincide con la división del
trabajo en el narcotráfico entre mercancía y capital. Cuando reciben
sobornos, los políticos del centro — ubicados en lugares donde se
lava el capital— están realizando concesiones en temas concretos
de la protección de un negocio ilegal, mientras que los políticos de
la periferia, ubicados en lugares donde se produce la mercancía,
están realizando concesiones en el ejercicio de la regulación social.
El asunto es un pulso de fuerzas acerca de hasta dónde llegan las
instituciones del estado y hasta dónde las instituciones de los aparatos
coercitivos del narcotráfico.
Por otro lado está el tema de los pulsos de fuerza entre el centro
y la periferia por la nueva serie de intereses estructurales que surgen
del narcotráfico. Estos intereses involucran tanto a los actores que
ejercen la dominación social — políticos y criminales— como a las

92
Gustavo Duncan

sociedades dominadas. Para los sectores dominantes la cuestión


gira en torno a la preservación de un orden social que garantiza
una posición en las jerarquías superiores de la sociedad. Para los
sectores dominados la cuestión gira en torno a las dos demandas
básicas que surgen del narcotráfico: el acceso al mercado como for­
ma de inclusión económica, y la provisión de orden y seguridad en
espacios donde las instituciones del estado no operan a plenitud por
la criminalización de los flujos de capital que sostienen el mercado.
Así, en las decisiones que toman en las instituciones legales, lps
políticos de la periferia tienen que considerar los efectos que tiene
un negocio ilegal sobre los intereses estructurales de la sociedad
local. El problema es que sus intereses, al igual que aquellos de
las sociedades que gobiernan, están ligados en mayor grado a una
actividad criminalizada por las propias instituciones del estado. A l
margen del soborno y la corrupción que ocurre en todos los niveles
de la política, las decisiones de poder entre el centro y la periferia
contemplan en estos casos pulsos de fuerzas acerca del papel de la
criminalidad en la organización de la sociedad.
La dominación de la sociedad en la periferia, y el pulso de
tuerzas entre el centro y la periferia, señalan de ese modo el funda­
mento central de una teoría sobre el poder político del narcotráfico:
si se entiende el poder político como la capacidad de lograr que las
decisiones importantes en una sociedad consideren los intereses
propios, los efectos del narcotráfico en el poder político rebasan
el tema de la protección de los narcotraficantes. El capital y la
coerción producidos desde el narcotráfico pueden convertirse en
ún medio importante para influir sobre las instituciones del estado
si las transformaciones en el orden social por el narcotráfico pro­
pician la aparición de nuevas instituciones de regulación social. Y a
pesar de que el capital es producido directamente por los narcotra­
ficantes, com o medio de producción de poder no pertenece a los
narcotraficantes, o al menos no a todos los narcotraficantes. Son
las organizaciones de coerción privada y la clase política los actores
sociales que concentran la capacidad de decisión generada por el

93
Más que plata o plomo

narcotráfico bien sea en lo relativo a las instituciones de regulación


en la periferia o bien sea en lo relativo a la mediación con la clase
política nacional. Concentran esta capacidad porque articulan, por
la fuerza o por conveniencia, los intereses de sectores de la sociedad
que surgen de las transformaciones del narcotráfico. En consecuen­
cia, lo realmente importante no es el poder de los narcotraficantes
en sí, sino cómo el narcotráfico produce poder entre un conjunto
de actores sociales.
Esta sección propone una explicación al proceso de aparición
de formas de dominación monopólicas y oligopólicas por parte de
organizaciones criminales como el resultado de las nuevas deman­
das sociales que surgen del -narcotráfico en espacios periféricos y
marginales. En particular de demandas de inclusión en el mercado
de masas y de provisión de orden y seguridad. La explicación utiliza
las condiciones de acumulación de capital para identificar aquellas
sociedades en las que las organizaciones criminales potencialmente
pueden ejercer su dominio, donde pueden dominar el estado y donde
lo más probable es que políticos y criminales compartan la domina­
ción. La acumulación de capital importa porque a menores niveles
de acumulación mayores son las demandas sociales que surgen del
narcotráfico y, a su vez, mayores son los espacios y las transacciones
sociales que caen bajo la esfera de regulación de organizaciones
criminales. Lo que además coincide con toda la evidencia provista
anteriormente sobre la relación entre la criminajización de la variable
mercancía y la ubicación de las fases iniciales del narcotráfico en
sociedades distantes al estado.
Una conclusión importante de esta argumentación teórica es
que los pulsos de fuerza entre el centro y la periferia son pulsos de-
fuerza políticos por la legitimidad del uso del crimen como medio de-
acceso al mercado mundial desde sociedades con baja acumulación
de capital. Es elecir, la instauración ele- un orden social y político
alterno tiene conio sentido una forma de organización económica
de la sociedad muy elistinta al proyecto de organización económica
ofrecido por el estado a las sociedades periféricas.

94
Gustavo Duncan

EL V A L O R A G R E G A D O D E L A P R O D U C C IÓ N D E P O D E R

El narcotráfico es un negocio volátil, lleno de incertidumbres, amena­


zas, y en el que cualquier error está asociado con altas probabilidades
de perder la vida o ser encarcelado por largos periodos de tiempo.
1.a forma típica para reducir estos riesgos es por medio de un pago
por protección. FJ pago bien sea a una mafia, un ejército privado,
un político, un general de la policía o un juez, significa la diferencia
entre estar vivo o ser asesinado, o entre estar libre o ser prisionero.
I.a paradoja es que toda protección en el narcotráfico encarna una
amenaza. Solo es posible ofrecer protección cuando se dispone de
la capacidad de amenazar. El ejército privado de un mañoso que
protege a un corredor de drogas tiene los medios para expropiar la
mercancía y asesinar a quienes la transportan. El político que recibe
sobornos para evitar que las autoridades persigan a un capo tiene la
capacidad de influir sobre las autoridades para producir su captura.
El punto de quiebre está en la capacidad que tienen las organiza­
ciones que ofrecen protección de neutralizar las otras amenazas. El
mañoso y el político ofrecen una protección creíble solo cuando
son capaces de someter a otros mañosos y de anular la influencia
de otros políticos.
Si las principales amenazas que afrontan los narcotrañcantes
provienen de otros criminales y de las instituciones estatales, no es
casual entonces que las dos principales formas de protección giren
en torno a la coerción privada y a la influencia sobre el estado. Una
frase del capo colombiano Daniel Barrera, alias “el Loco”, resume
así esta lógica del narcotráfico como un negocio basado en el domi­
nio de la coerción privada y de las instituciones estales: “El que no
trabaja para mí, lo mato o lo entrego a la ley”."0 Sin embargo, todo el
asunto de la protección no puede reducirse a la neutralización de las
amenazas directas que se ciernen sobre unos criminales. También es
un asunto que involucra el poder en las instituciones estatales para

55 Ver Semana: littp://www.semana.com/nacion/grabaciones-del-ultimo-capo-daniel


-loco-barrera/185133-3.aspx.

95
Más que plata o plomo

garantizar que las decisiones políticas en una sociedad se ajusten


a las necesidades de*protección y de creación de rentas desde una
actividad ilegal. Incluso puede llegar a ser el poder para permitirle a
unas instituciones cié regulación social funcionar bajo el control de
organizaciones criminales sin la interferencia del estado en ciertos
espacios de la sociedad. Las críticas sobre el concepto de Gambet-
ta (2007) de la marta como “el negocio de la protección privada”
apuntan en ese sentido a una serie de atributos de las mafias que
van más allá de la función de proteger. Ln particular el asunto de la
competencia por el poder y la acumulación de riqueza desde sectores
en desventaja en el orden social son aspectos fundamentales de la
marta que son dejados de lado por Gambetta (Camacho, 2Q10).56
Krauthausen (1998) se refiere a los martosos como “especialistas en
la acumulación y el ejercicio del poder. El poder, de cierta forma,
es su más importante medio de producción” (p. 56). Los martosos
tienen además otra peculiaridad que los distingue de otros especia­
listas en la producción de poder: organizan la provisión de mercados
y el ejercicio de la violencia para imponer intereses. No en vano
Volkov (2002) en sus trabajos sobre la mafia rusa se refiere más
bien a las “empresas de la violencia” como “una serie de soluciones
organizacionales y estrategias de acción que permiten a una fuerza
organizada (o violencia organizada) ser convertida en dinero u otras
rentas valiosas de form a permanente” (p. 27).
La relación entre la oferta de protección y la producción de
poder tiene una fuerte implicación en la economía política del nar­
cotráfico. Com o se ha argumentado antes, el narcotráfico es una
empresa de producción de poder: criminales y políticos pueden
ofrecer protección porque producen poder, lo que implica que la
mayor parte del valor agregado en el narcotráfico proviene de orga­
nizaciones especializadas tanto en la organización de un mercado
ilegal como en la protección de este mercado a partir de su influencia
sobre las decisiones de poder político. El verdadero poder de un

56 Las críticas de ('amacho (2010) están basadas en los textos de Umberto Santino v
Giovanni La l iura, (1990) y de Pino Arlacchi, (1986).

96
X

Gustavo Duncan

criminal o un político no se reduce a la protección que le brindan


a un narcotraficante, sino a su capacidad efectiva de influir sobre
las decisiones que se toman en una sociedad. Por consiguiente, el
narcotráfico forma parte de una manera particular del capitalismo
descrito por Weber: el capitalismo político.57 Criminales y políticos
producen el poder necesario para que el negocio de las drogas sea
viable y este poder se convierte en una renta cuando el costo de la
protección se agrega a los costos de producción en el precio final
de la mercancía. Es así como la diferencia tan alta que existe entre el
precio final de la droga y sus costos de producción es el resultado de
los pagos realizados a organizaciones especializadas en la producción
de poder.
Una manera simple de contrastar las diferencias en la formación
del poder entre el capitalismo político y el capitalismo racional —
aquel que consiste en la competencia abierta en el mercado regulado
por un estado racional— consiste en comparar los efectos que tiene
la venta de $ 100 de producto por un empresario legal y otro narco-
traficante. De $ 100 que vende el empresario legal, por ejemplo un
industrial, sus costos son del orden de $91 y su utilidad final es del
orden de $9. De estos costos, $15 corresponden a impuestos que
financian un estado con determinadas características propias para
la protección de la producción industrial como la imparcialidad, la
predictibilidad, etcétera, es decir un estado racional m oderno en
términos weberianos. En el otro lado, un capo de un cartel, por cada
$100 que vende tiene unos costos de tan solo $30, le quedan $70
para invertir en la acumulación de poder. Com o de la disponibilidad
de poder depende no solo su protección sino también su capacidad
ile controlar centros de producción y rutas de tráfico, los capos de
los carteles están dispuestos a invertir muchos recursos en organi­
zaciones de coerción privada y en políticos corruptos para reducir
los riesgos de su empresa. Con más razón lo harán si su aspiración
es extender su poder al dominio de la sociedad. Suponiendo que

.S7 La idea de las mafias del narcotráfico como un caso de capitalismo político ha sido
trabajada por Bernal (2004), Misse (2007) y Duncan (2006).

97
Más que plata o plomo

invierten $45 — igual les quedan $25 de ganancia neta— , el resultado


es contundente: para que los empresarios legales puedan invertir
recursos equivalentes a los de los narcotraficantes en una autoridad
favorable a la protección de sus negocios y sus intereses, necesitan
producir ¡tres veces más capital! De allí que en las zonas periféricas
con baja acumulación de capital la extensión de la regulación del
negocio a la regulación social por ejércitos privados sea un proceso
prácticamente espontáneo. ^
Pero el asunto central de la producción de.poder en una sociedad
no se reduce a las necesidades de protección de las empresas narco-
traficantes. El poder es el resultado de la interacción de numerosas
fuerzas sociales en una dinámica continua que determina quiénes
dominan, quiénes son dominados y bajo qué condiciones ocurre
la dominación. Quienes tienen el poder lo hacen por razones que
rebasan la producción de drogas. Bien sea por los recursos materiales,
la transmisión de una ideología, las habilidades militares o el control
de las instituciones estatales, entre otras tantas razones, los poderosos
son capaces de reclamar la obediencia y el respaldo de numerosas
fuerzas sociales, lo que a su vez les permite imponer decisiones sobre
otros sectores de la sociedad. Estas decisiones tampoco se reducen
a las necesidades de protección de las empresas narcotraficantes. In­
volucran, además de la imposición de sus propios intereses, muchos
otros temas necesarios para disponer del respaldo de una parte de
la sociedad y convertir este respaldo en medios efectivos de poder.
Un político puede recibir sobornos de un narcotraficante, pero al
final solo podrá brindar protecciém si suficientes miembros de la

58 Las cifras de todo este párrafo están fundadas en supuestos hipotéticos, no


forman parte de un ejercicio científico riguroso. Se utilizan para arrojar una idea
de la diferencia en los efectos en la producción de poder de cada peso producido
por el sector legal en relación con el producido por el narcotráfico. Los datos de
costos legales están basados en las tasas de rentabilidad promedio del informe
Comportamiento del sector real de la economía, de la Superintendencia Colombiana
de Sociedades, Bogotá, abril de 2012. Los S14 de impuestos en el sector legal están
basados en cifras del Banco Mundial sobre la recaudación tributaria como porcentaje
del P1B. Las cifras de los costos del narcotráfico están basadas en entrevistas del
autor a paramilirares colombianos y narcotraficantes mexicanos.

OS
\
(íustavo Duncan

sociedad lo respaldan en las elecciones para ser elegido en un cargo


público. Dicho de otro modo, antes tiene que convertir este dinero en
votos. Los asuntos de interés que tratará si eventualmente es elegido
incluyen muchos temas distintos a los asuntos prioritarios para el
narcotraficante. Su propia carrera, su fortuna personal, los temas
sensibles para los votantes, las exigencias particulares de sus bases
clientelistas, los intereses de otros políticos profesionales que pueden
convertirse en aliados potenciales de sus aspiraciones, etcétera, son
asuntos cruciales dentro de las decisiones que debe considerar para
acumular poder.
El verdadero poder reposa entonces en la manera como crimi­
nales y políticos ejercen dominación social porque la protección del
narcotráfico está articulada a los intereses de amplios sectores en la
sociedad. Estos sectores no solo incluyen a élites que se benefician
del narcotráfico, sino también a sectores subordinados que proveen
ciertas demandas básicas desde el capital de las drogas y los aparatos
coercitivos del crimen.

E l p o d e r c o m o u n p r o c e so d e d o m in a c ió n s o c ia l

La definición weberiana de poder como “la probabilidad que tiene


A de que B haga algo que de otro m odo no haría” se torna más
compleja cuando A y B no son actores individuales. Una clase social,
una comunidad, una región o una coalición política es un entramado
de actores que, aunque pueden coordinar sus esfuerzos para presio­
nar a otro actor igual de complejo a actuar de determinada manera,
mantiene en su interior una serie de relaciones de jerarquización que
encarnan relaciones de poder. A y B son en sí mismos unidades de
poder compuestas por dominadores y dominados. Por consiguiente,
el poder d e A sobre B en un entramado social complejo se deriva de
la capacidad d e A de organizar a otros actores mediante los recursos
disponibles para imponer decisiones sobre B. Sin organización, sin
recursos y sin el soporte de otros actores, el poder de A sobre B
como actores sociales es inexistente.

99
Más que plata o plorm

En el caso del narcotráfico las transformaciones en la estructura


de poder de una sociedad provienen del nuevo capital disponible.
Sin embargó, el capital por sí solo no produce ni siquiera el poder
suficiente para garantizar su propiedad por parte de una clase criminal
inmensamente rica. Sin un ejército que lo proteja, un narcotraficante
es presa fácil de un escuadrón de asesinos a sueldo. El verdadero
poder está en otro aspecto: en cómo los nuevos recursos disponibles
expanden la capacidad de ciertas organizaciones c]ue articulan la
dominación de amplios sectores sociales cori las demandas de pro­
tección del negocio. El narcotraficante A logra que la autoridad B no
lo expropie o lo capture solo si el político C , que tiene la influencia
sobre el estado por los votos de la comunidad /), influye sobre la
capacidad represiva de B. De igual modo, A puede pagarle a un
señor de la guerra E para refugiarse entre la población /), porque
E domina una región entera al margen de la intervención de las
autoridades estatales. En ambos casos es la organización del dominio
de un sector de la sociedad, bien sea por medio de una maquinaria
electoral o de un ejército privado, lo que permite convertir el capital
de los narcotraficantes en un medio de protección efectivo.
El punto de quiebre en el proceso de producción de poder
desde el narcotráfico ocurre cuando — debido a la magnitud de las
transformaciones sociales— la regulación de actividades puramente
criminales se extiende a la regulación de la sociedad. Un narcotra­
ficante en un pueblo pequeño que surte la mayor parte del capital
que se mueve en el lugar se convierte en la práctica en el proveedor
de sus necesidades materiales. La redistribución de capital puede ser
intencionada con el propósito de satisfacer la aspiración emocional
de convertir el éxito económico en reconocimiento social, como
suelen hacer muchos narcotraficantes al reclamar la posición de
patrón entre su comunidad. Si el narcotraficante además cuenta con
suficientes medios coercitivos, puede utilizar su ejército privado
para convertirse en la autoridad local. Se convierte en un juez que
protege el orden establecido porque es capaz de imponer sus deci­
siones sobre conflictos y diferencias de todo tipo. Las organizaciones

100
\
(¡ustavo Duncan

coercitivas del narcotráfico en estos y en otros muchos casos regulan


toda una serie de transacciones sociales que nada tienen que ver
directamente con el tráfico de drogas. Su espectro de regulación
puede ampliarse incluso hasta legitimarse como una organización
que garantiza la provisión de las demandas de protección, orden
y seguridad material entre numerosos sectores de la periferia, lis
así com o muchos narcotraficantes, además de regular el tráfico de
drogas, ofrecen seguridad a las comunidades donde habitan, admi­
nistran justicia y surten con sus excedentes la capacidad adquisitiva
del mercado local.
1 .a regulación por organizaciones de coerción privada adquiere
un fuerte soporte social cuando un sector significativo de la pobla­
ción encuentra en su dominación una fuente importante de provi­
sión de sus demandas sociales. No importa qué tan injustas sean
las condiciones de dominación si están dentro de los límites de lo
justo de acuerdo con la construcción moral de la propia sociedad.59
Sin duda las organizaciones coercitivas del narcotráfico, al mismo
tiempo que protegen, son implacables contra quienes no obedecen
sus órdenes; proveen justicia entre sus dominados pero en condi­
ciones ventajosas para sus intereses, y organizan los mercados pero
explotan a la población. Sin embargo, la injusticia no pareciera afectar
la obediencia social mientras los sectores dominados encuentren
en la situación una alternativa de provisión de demandas sociales
superior a la capacidad del estado. De allí que una situación que
desde afuera es vista como intolerable, en realidad es interpretada
como una situación razonable o como inevitable desde adentro, en
comparación con las otras alternativas disponibles. Muchas veces la

59 I.os trabajos tic Scott (2000) v Moore (1978) sobre las bases morales de la
dominación, es decir de una serie de demandas sociales que quien gobierne debe
proveer, coinciden con la evidencia recolectada por el autor. l.o que quebranta la
obediencia social no son las condiciones actuales de injusticia sino la ruptura de la
provisión de necesidades sociales bajo el límite de lo moralmente aceptable. I'.s el
hambre más que la explotación, es la humillación más que el miedo, y es el desorden
más que la injusticia lo que lleva a las comunidades a sublevarse a los ejércitos
privados de los narcotraficantes.

101
Más que plata o plomo

obediencia es solo el resultado de la resignación ante la ausencia de


posibilidades de insubordinación dada la enorme inequidad en los
medios disponibles, sobre todo en los medios coercitivos. Aun bajo
el supuesto de que la población prefiera la regulación por el estado
central, si no hay ningún interés ni voluntad del estado por desplegar
sus instituciones, y si no hay los medios para organizar una rebelión,
no hay opciones distintas a la aceptación de la situación o abando­
nar el lugar. Las cifras de desplazamiento en Colombia y México
muestran cómo la dominación por ejércitos privados ha redefinido
la demografía de grandes porciones de estos países.60*
En todo caso los procesos de rebelión a la dominación por
parte de organizaciones criminales ocurren aun en situaciones de
desventaja aparente y de precariedad inicial de los medios dispo­
nibles. Los G rupos de Autodefensa en Michoacán y G uerrero que
surgieron ante los abusos sexuales de la “Familia Michoacana” contra
la población demuestran que hay límites morales que si las organi­
zaciones criminales transgreden pueden generar la organización de
una resistencia armada. Los granjeros de clase media plantearon
resistencia con relativo éxito a los ejércitos de los narcotraficantes.
En Medellín muchas milicias se organizaron en los barrios marginales
para enfrentar a los combos de criminales que se habían desbordado
en la guerra del narcotráfico de los ochenta. Y en las zonas rurales
de Colom bia, comunidades campesinas sin mayores recursos se
organizaron para defenderse de las incursiones de la guerrilla en su
región. Adán Rojas, Hernán Giraldo y Ramón Isaza, aunque al final
se hayan convertido en señores de la guerra, en un principio fueron
campesinos colonos que se habían asentado en zonas donde la gue­
rrilla de las PARC llegaron a principios de los ochenta gracias — entre
otras razones— a los recursos del narcotráfico. Las exigencias de
las PARC contra sus comunidades (reclutamiento forzoso, robo de

60 Para indagar por las cifras de desplazamiento forzado en México y Colombia se


puede visitar la página de internet del Consejo Noruego para Refugiados. Disponible
en: http://www.nrc.org.co/index.php/24-nrc-internacional/69-informe-global-de-
desplazamiento-forzado.

102
\

Gustavo Duncan

las cosechas, etcétera) los llevaron a liderar grupos paramilitares. No


todo el paramilitarismo en Colombia tuvo su origen en prósperos
terratenientes y capos del narcotráfico.
1.a regulación por parte de los aparatos coercitivos de los nar-
cotraficantes se facilita cuando disfruta de algún tipo de aceptación
social, sobre todo si quiere plantear resistencia a la eventual entrada
de las instituciones del estado. En términos estrictamente militares,
un señor de la guerra, una mafia o una pandilla no son competencia
frente a la capacidad coercitiva de una policía o un ejército nacional.
Sin embargo, cuando el estado no es capaz de proveer la protección,
el orden, ni el sustento material que demandan algunos sectores de
la sociedad gobernados por organizaciones criminales, estos sec­
tores — mediante sus com portam ientos cotidianos— sientan las
bases de la resistencia a la regulación de las instituciones estatales. La
resistencia se traduce en la menor capacidad del estado para ejecutar
tareas básicas como reclamar la obediencia a su autoridad, vigilar los
comportamientos de la población, extraer excedentes económicos de
la producción local y, en general, de hacer cumplir las leyes que rigen
la vida diaria y la interacción entre los individuos.61 Por el contrario,
las organizaciones coercitivas del narcotráfico — por manejar una
relación directa y pormenorizada con la población— cuentan con
los medios para vigilar el comportamiento de sus dominados, extraer
recursos y asegurar su obediencia. La clave está en mantener una
provisión de necesidades sociales por encima de la capacidad del
estado utilizando incluso los propios recursos del estado al apropiarse
del control de sus instituciones.62*

61 listo es básicamente el concepto tic control social por el estado de Migdal (1988)
como “la subordinación efectiva de las propias inclinaciones de la gente en cuanto a
su comportamiento social o el comportamiento prescrito por otras organizaciones
sociales a cambio de las normas prescritas por el estado” (p. 22). Traducción del
autor.

62 I n ciertas circunstancias las mafias cuentan además con la ventaja de controlar


la distribución de los servicios y recursos del estado al controlar sus instituciones
locales. Kn Colombia la captura ele las instituciones locales del estado ha sido
ampliamente documentada en los trabajos de Claudia López (2007 v 2010).

103
M;is que plata o plome

se enfrenta a un cartel por lo general delega en otro la dominación


de estos sectores.64*
La gran, diferencia entre las luchas por el poder desde el narco­
tráfico con las luchas de los movimientos contestatarios tradicionales
recae precisamente en las implicaciones que dene la transformación
previa del orden social. En las luchas políticas tradicionales las trans­
formaciones, si es que ocurren, tienen lugar al final de la movilización.
La respuesta de los grupos de poder es a priori evitar que las trans­
formaciones se lleven a cabo y que su posición en el orden social y
sus intereses primordiales se vean afectados. Si tienen éxito total, el
resultado es una revolución. Pero las revoluciones raras veces ocu­
rren, por lo general el resultado es una asimilación de la organización
que lidera las protestas sociales dentro de las instituciones sociales
y algunas pocas transformaciones a cambio de la desmovilización
*
de la protesta. Por el contrario, en el narcotráfico la lucha política es
por preservar unas transformaciones que ya ocurrieron en espacios
periféricos de la sociedad. Sin advertencia y de manera espontánea,
ciertas aspiraciones de sectores excluidos y marginales fueron resueltas
por la inyección de enormes volúmenes de capital que realizaron unos
delincuentes. El asunto ahora para quienes se aprovecharon de las
transformaciones del orden social — pero sobre todo para quienes
alcanzaron una posición de dominaciétn— es cómo preservar las
transformaciones ocurridas. Las amenazas a su situación provienen
no solo de las élites del centro que eventualmente pueden encontrar
un desafío en la expansión del poder de políticos de la periferia y los
aparatos coercitivos del crimen, sino también de los sectores sociales
de la periferia que son dominados, es decir una amenaza desde abajo.
1.a ventaja que tienen los sectores que emergen en el orden social
a raíz de las transformaciones en el orden social por el narcotráfico,
es que estas ocurren en espacios periféricos. Hasta ciertos límites no

64 Ia>s ejemplos abundan. Escobar en Colombia fue abatido por una alianza entre el
cartel de Cali y las facciones disidentes del cartel de Medellín con las autoridades. En
México el estado se ha aliado con el cartel del Golfo para responder la arremetida de
“los Zetas”.

106
Gustavo Duncan

amenazan, o no son un desafío prioritario para las élites del centro, y


en muchas circunstancias son una oportunidad de acceder a nuevos

\
de capital. Por estas razones, una crítica frecuente a la interpretación
de la criminalidad como proceso de inclusión política y de alteración
de las estructuras de poder establecidas es que — en últimas— son
una extensión de las estructuras de dominación existentes.65 Los
señores de la guerra y las mafias usualmente actúan con la tolerancia,
a veces con la explícita protección, de las autoridades estatales y de
las élites. Sin embargo, estas críticas desconocen los cambios en las
instituciones de regulación social que surgen desde la irrupción en el
poder de sectores excluidos, así sea solo de manera parcial en espacios
periféricos y marginales de la sociedad. Las críticas también pasan por
alto que las suplantaciones absolutas en el ejercicio del poder suelen
ser poco frecuentes y que los líderes de las organizaciones contes­
tatarias — como los sindicatos, los partidos de izquierda e incluso
guerrillas— terminan muchas veces por ser absorbidas dentro de las
instituciones de dominación establecidas (Piven y Cloward, 1979).66
En el caso colombiano contrasta el origen social y el tratamiento
que se dio a los líderes paramilitares en la mesa de negociación de

65 F.n el caso de los bandidos sociales esta es una apreciación recurrente. Ilobsbawm
(1976) y Blok (2001) son enfáticos en argumentar que si bien el bandidismo social es
un acto rebelde entre sectores sociales incontormes, los bandidos en el largo plazo
tienden a aliarse con sectores de las élites para reprimir aun con mayor intensidad a
sus propios miembros de clase.

66 F.n su clásico texto Ponr Peupk's M oi’e w en t , Piven y Cloward (1979), a partir de la
documentación de los principales movimientos sociales en la historia de listados
Unidos sostienen que: “Los líderes políticos, o las élites aliadas con ellos, tratarán
de calmar los disturbios no solo atendiendo los reclamos inmediatos sino también
haciendo esfuerzos por canalizar las energías v el descontento de la protesta hacia
formas más legítimas y menos disruptivas de comportamiento político, en gran
parte al ofrecer incentivos a los líderes de los movimientos sociales, en otras palabras
al cooptarlos” (p. 30, traducción propia), l.o que, a pesar de seguir trayectorias
distintas, es bastante similar al resultado ríe las mafias cuando al reclamar un
reconocimiento de la legitimidad de las transformaciones sociales del narcotráfico
establecen procesos de cooptación de las élites políticas. Al final todo se resuelve
mediante un acuerdo de cooptación de instituciones de dominación social.

107
Más que plata o plomo

Ralito a mediados de la década pasada en relación con el origen y el


tratamiento a los líderes de las PARC en el actual proceso de paz en
La Habana. Si se excluyen a algunos líderes paramilitares de la costa
Caribe como Salvatore Mancuso y “Jorge 4 0 ”, ambos originarios de
clases altas, los demás jefes paramilitares tienen su origen en sectores
populares y en algunos casos marginales. Muchos eran campesinos
pobres y criminales violentos de oficio. En cambio, casi todos los
líderes de las PARC vienen de sectores medios de las ciudades que tu-
*
vieron la oportunidad de acceder a la educación superior. El manejo
de la retórica marxista para ocupar un cargo superior en la guerrilla
exige un nivel mínimo de formación. Paradójicamente, quienes di­
rigieron en su fase más cruda la lucha irregular contra la insurgencia
en Colombia tenían un origen social inferior. Las diferencias en el
*
origen se reflejan a su vez en diferencias en las expectativas políticas
y en el tratamiento dado por el estado. Mientras el proceso de paz
con los grupos paramilitares tenía como sentido un sometimiento a
la justicia, el proceso con las FARC ha sido concebido por los líderes
guerrilleros como una oportunidad para participar en el futuro en
política desde las instituciones del estado.
Lo anterior no quiere decir que los aparatos coercitivos de los
narcotraficantes sean la expresión más genuina de la lucha de clases.
Las luchas políticas que se derivan del narcotráfico son en esen­
cia pulsos políticos por preservar las estructuras de dominación
impuestas en la periferia por organizaciones criminales y políticos
corruptos, no por la representación política de sectores subordinados
en el orden social de la periferia. El hecho de que la dominación
involucre la provisión de demandas sociales no significa una sinto­
nización entre las aspiraciones de estos sectores con los intereses de
los narcotraficantes; y mucho menos la aceptación del dominio por
parte de las organizaciones coercitivas del narcotráfico responde a las
convicciones ideológicas de la población dominada. La dominación
es en esencia una imposición a la fuerza, y si los criminales prevalecen
es porque disponen de recursos y de suficiente organización para
evitar desafíos a su autoridad. Es además una dominación brutal en

108
Gustavo Duncan

la que las masacres, la violencia, las arbitrariedades, las torturas y


las injusticias contra la población son una práctica corriente, como
lt) demuestran los informes periodísticos y los propios videos que
algunos carteles suben a internet.
No obstante, también existen razones por las que los sectores
subordinados en el orden social aceptan las transformaciones del
narcotráfico hasta el punto de tolerar el gobierno parcial — y á veces
total— de organizaciones criminales. Dos razones en especial expli­
can por qué la imposición de las nuevas instituciones de regulación
social del narcotráfico son lo suficientemente legítimas para que la
población las acepte: por un lado, las nuevas instituciones son una
oportunidad de inclusión en el poder de sectores subordinados, y
por otro lado, gracias a estas instituciones se garantiza el acceso a
los mercados globales desde la periferia.

La in c l u s ió n e n e l p o d e r

I.a otra cara del poder como medio de protección es cómo el objeto
de protección, para el caso del narcotráfico, altera la estructura de po­
der en la sociedad. Los nuevos recursos disponibles ofrecen a muchos
actores una oportunidad tínica para acceder al poder o para acumular
más poder. Para grupos delincuenciales la demanda de violencia
por empresarios de la droga fue la oportunidad para organizar o ser
parte de organizaciones coercitivas. Eventualmente, con los recursos
del narcotráfico estas organizaciones fueron capaces de expandir su
capacidad reguladora de actividades criminales a otra serie de tran­
sacciones sociales que no estaban directamente relacionadas con las
drogas/’"Para políticos profesionales de la periferia los recursos de la67

67 Los casos de “los Zetas” en México y ele los sicarios en Meclcllín ilustran el
argumento. “Los Zetas" fueron miembros corruptos ele las fuerzas ele seguridad
mexicana que terminaron sirviendo al narcotraficante Osicl Cárdenas; cuando
Cárdenas fue extraditarlo se apoderaron del control del negocio en numerosas
zonas ele México y eventualmente se convirtieron en una mafia que controlaba
innumerables transacciones sociales (Osorno, 2010). bl caso ele los sicarios de los
barrios populares ele ¡Yleelcllín fue la transformación de peligrosas pandillas ele

109
Más que plata o plomo

droga fueron el mecanismo mediante el cual pudieron competir por


primera ve^ con la clase política de las áreas ricas e influyentes. De
cuadros subordinados de los jefes de las directivas centrales de los
partidos pasaron a ser electores importantes en estos partidos, y en
algunos casos alcanzaron a crear partidos propios que rápidamente
se convirtieron en fuerzas influyentes en la política nacional.68
El oficio de la violencia es una oportunidad de form ar parte
de organizaciones que se especializan en la producción de poder.
Cuando organizaciones criminales amplían sif espectro de regulación
hasta la vigilancia de la población, los atributos necesarios para perte­
necer a estas organizaciones se convierten en atributos importantes
para alcanzar una jerarquía social superior. Tener habilidades para
la violencia, experiencia criminal y estar dispuesto a arriesgar la vida
desde muy joven, es decir formar parte de subcSlturas delincuenciales
que desprecian la normatividad del estado, llegan a ser atributos
positivos para el ascenso social. Toda la ostentación de los nuevos
ricos que acompaña el proceso de surgimiento del narcotráfico no
es nada distinto a la construcción de unos códigos simbólicos que
legitiman este ascenso (Duncan, 2014). La legitimación se expresa
a su vez en la aparición desde las mismas sociedades dominadas de
numerosos jóvenes dispuestos a seguir una carrera en los aparatos
coercitivos del narcotráfico como mecanismo de ascenso. Las mis­
mas sociedades que experimentan la dominación parcial o total por
organizaciones criminales suelen ser el origen de la mano de obra
que reproduce la dominación.
1.a idea de una subcultura criminal ha sido trabajada por Cohén
(1966) y Cloward y Ohlin (1960) a partir del sentimiento de exclu­
sión de aquellas comunidades que son separadas de sus prácticas
tradicionales durante los procesos de modernización. Cuando las
comunidades no alcanzan a insertarse en la vida moderna y sus opcio­
nes dentro de las nuevas reglas del juego son escasas, sus miembros

adolescentes en grupos vigilantes que regulaban el orden del barrio (Salazar, 1990;
Martin, 2012) y luego en el músculo de la guerra de Lscobar contra el estado.

68 Id caso de Colombia está muy bien documentado por López (2010).

110
Gustavo Dimean

pueden desarrollar sistemas de estratificación y de normas alternos


que pasan por alguna actividad criminal. Los autores señalan además
que la trayectoria que toman las subculturas depende del tipo de
organizaciones de adultos que demandan los servicios de los crimi­
nales marginales. Cuando no existen organizaciones de adultos, los
jóvenes delincuentes se dedican al vandalismo, al pillaje y a delitos
sin mayor sofisticación, así se traten de actos muy violentos. Cuando
el crimen organizado recluta a estos jóvenes, por el contrario, im­
pone disciplina en sus actuaciones y los orienta hacia modalidades
delictivas mucho más rentables. En el caso del narcotráfico, como
se ha expuesto, el reclutamiento de los jóvenes de las subculturas
delincuenciales tiene como propósito la construcción de los aparatos
coercitivos que se encargan de regular el negocio y eventualmente
regular transacciones v espacios sociales. Dado el poder y los recursos
en juego, la violencia que alcanzan a producir estos jóvenes puede
llegar a niveles dramáticos, pero al mismo tiempo lo es la disciplina
que imponen las organizaciones criminales. En las organizaciones
coercitivas del narcotráfico los excesos sin autorización de los capos
se pagan muy caro.
1.a idea original de las subculturas criminales fue concebida para
sociedades urbanas en contextos de modernización. Sin embargo, las
subculturas también pueden desarrollarse en comunidades rurales
o semiurbanas. El propio capital de las drogas provee los recursos
económicos para financiar procesos de rápida modernización en
periferias de todo tipo donde algún tipo de actividad delincuencial
relacionada con el narcotráfico se convierte en el medio principal de
realización social. El crimen como medio de realización se evidencia
en el sentido de la actividad narcotraficante. Para algunos criminales
el narcotráfico es estrictamente una oportunidad económica. Delegan
la protección de su capital en la capacidad coercitiva de organiza­
ciones criminales y en la corrupción de las autoridades policivas y
la clase política. Su origen social es variado y su interés se enfoca
exclusivamente en la acumulación de riqueza y en la inmunidad
para disfrutar de la riqueza. Pero para otro tipo de narcotraficantes
Más que plata o plomo

el propósito no es solo enriquecerse sino reclamar una posición de


poder, controlar aparatos coercitivos — sean señores de la guerra,
mañas y pandillas— para alcanzar una posición superior en las rela­
ciones de dominación que existen en toda sociedad. Sus motivaciones
rebasan lo puramente económico. La riqueza es un medio para ser
reconocido como autoridad por una comunidad.
Lo irónico es que el poder como una realización personal desde
el ejercicio de la violencia y la criminalidad le debe mucho a las de­
mandas por protección y justicia que surgen'de la competencia por
el poder entre criminales. En entornos donde las organizaciones cri­
minales se enfrentan por controlar las instituciones de regulación de
la sociedad, la seguridad se convierte en un servicio escaso y valioso.
La provisión de un mínimo de orden significa la diferencia entre una
situación de casi completa indefensión y una situación en que, pese a
la explotación sistemática por una organización criminal, existe algo
de seguridad física y garantías a la propiedad. La incertidumbre sobre
la propiedad, la seguridad física y las normas y los comportamientos
permitidos es enorme cuando las organizaciones criminales están
interesadas exclusivamente en una depredación de corto plazo. Por el
contrario, una dominación estable, con algún nivel de compromisos
entre dominadores y dominados, aunque supone un alto grado de ex­
plotación también supone una predictibilidad en las reglas del juego.
El control de la cotidianidad por parte de una organización criminal
provee al menos de protección y de justicia no solo contra otras
agrupaciones criminales sino contra otros pobladores que puedan
abusar de la ausencia de autoridad. La oportunidad está dada para
que jóvenes criminales hagan carrera en organizaciones coercitivas
que son el poder de facto que regula y vigila los comportamientos
cotidianos de la población. En una entrevista radial, el capo del cartel
del norte del Valle, Hernando Góm ez Bustamante, alias “Rasguño”,
narró en form a descarnada cómo en los municipios de la región los
miembros de sus-combos (bandas de asesinos a sueldo) eran capaces
desde controlar las votaciones hasta perseguir a cualquier delincuente
que operara por fuera de las órdenes del cartel:

112
Gustavo Duncan

— Además [responde “Rasguño”] que él le decía a los líderes del


pueblo que manejaban los otros jefes de combos míos autorizados
para que esos votos, que ellos tenían en esos barrios, los pudiera ma­
nejar “el Flaco” como él los necesitara para la señora [una reconocida
senadora].
— [Pregunta del entrevistador] ¿Cómo así los jefes de combo?
¿Tenía usted una organización delictiva y esa organización delictiva
tenía también organización política? ¿Cómo que los jefes de combo
dicen que los líderes...?
— Doctor [interrumpe “Rasguño”] en esos pueblos los delin­
cuentes se vuelven los policías del barrio. Ellos son los que dicen qué
se hace y no se hace. Entonces cada uno se reunieron |sic] con “el
Flaco” y le aportaron a “el Flaco” la gente que ellos tenían en esos
barrios [para manejar las votaciones a favor de la senadora]. Siempre
se manejo asi.

Cuando el narcotráfico se convierte en una subcultura, desde la pe­


riferia y desde las comunidades marginales el ejercicio de la violencia
y el oficio del crimen es en muchas circunstancias la única alternativa
ile poder. Pero las oportunidades de poder varían de acuerdo con
el tipo de organizaciones coercitivas imperantes. En el potencial de
poder de las organizaciones criminales inciden dos variables: por un
lado está su ubicación en relación con la geografía del estado (distante
o cercana), y por el otro el tipo de interacción con el estado central
que tienen las organizaciones coercitivas (mediación o represan)
(figura 1).
En cuanto a la primera variable, las subculturas en zonas rurales
y semiurbanas donde se mueve la mercancía y donde residen algunos
grandes capos ocurren en contextos distantes de la gran sociedad,69

69 Ver en lafni.com.co, “Alias ‘rasguño’ dice que Dilian Francisca Toro recibió
apoyo de líderes que presionaron a la población para que votaran por ella”. Audio
disponible en: http://www.lafm.com.co/audios/19-03-10/alias-rasgu-o-dice-que-
dilian-francisca-toro-recibi-apoyo-dc-l-deres-que-presionaron. Transcrito el 6 de
noviembre de 2013.

113
Más que plata o plomo

en los que la subcultura — por su separación física—- termina im­


poniendo abiertamente sus valores, normas y comportamientos, sin
importar que estos desafíen las instituciones estatales. Allí, como se
expuso previamente, la capacidad del estado central es menor. En las
áreas urbanas las subculturas en cambio permanecen en una situación
de mayor marginación por la presencia estatal. Son comunidades
ubicadas al interior mismo de la gran sociedad, donde tienen lugar
las transacciones de capital del narcotráfico y la venta minorista de
drogas. 1 -os espacios de dominación del crimen^on restringidos. I .as
subculturas tienen su nicho entonces entre los espacios de regulación
de las mafias y entre los guetos de comunidades marginadas.
Respecto a la segunda variable está el tipo de interacción con
el estado central que tienen las organizaciones coercitivas. Las as­
piraciones de poder y el potencial de dominación social de estas
organizaciones marcan diferencias sustantivas en la respuesta del
estado. Cuando las élites y la clase política del centro encuentran
que las aspiraciones y la capacidad de poder de las organizaciones
coercitivas amenazan sus márgenes de poder y sus intereses primor­
diales, la respuesta es la represión. Pero si el desafío solo implica la
pérdida del control de las instituciones de regulación social en espa­
cios y comunidades periféricas, su necesidad de reprimir es menor.
Si adicionalmente las organizaciones criminales están dispuestas a
concertar unos límites en sus pretensiones de dominación y a ceder
una parte de sus ganancias, en vez de represión hay mediación. Para
los miembros de una subcultura criminal las oportunidades de poder
varían considerablemente si se trata de enfrentar la represión del
estado o si existen canales de comunicación entre las instituciones
legales e ilegales. El contacto con la legalidad permite otro tipo de
aprendizaje y adaptación a los miembros de la subcultura: el manejo
de las relaciones con la clase política.
Pese al carácter volátil de la dominación por parte de criminales
y de las relaciones, con el poder legal, las dos variables anteriores
permiten clasificar las organizaciones coercitivas del narcotráfico en
cuatro tipos ideales: guerrillas, señores de la guerra, mafias y pandillas.

114
Gustavo Duncan

F ig u ra 1. Variables que inciden en el potencial de poder de las


organizaciones criminales
Tipo de interacción
c el Estado central
con

M e d ia c ió n R e p r e s ió n

D is ta n te (z o n a s d e
d o m in a c ió n m o n o p ó lic a S e ñ o re s d e la
G u e r r illa s
U b ic a c ió n c o n e n la s q u e p r e d o m in a la g u e rra
r e la c ió n a la p r o d u c c ió n d e m e r c a n c ía )
g e o g r a fía d e l
E s ta d o C e r c a n a (z o n a s d e
d o m in a c ió n o lig o p ó lic a e n
M a fia s P a n d illa s
la s q u e p r e d o m in a n la s
t r a n s a c c io n e s d e c a p ita l)

La figura 1 sitúa las cuatro categorías anteriores en relación con las


dos variables. En comunidades aisladas de la geografía del estado
predominan las guerrillas y los señores de la guerra, capaces de
asumir la autoridad cuasimonopólica del territorio, es decir cobrar
impuestos, ofrecer protección y administrar justicia al margen de las
instituciones del estado. La diferencia entre guerrillas y señores de
la guerra estriba en que las primeras tienen como propósito la toma
del poder nacional, mientras que las segundas centran su interés en
la dominación local. De hecho, en sus fases primarias las guerrillas
no se form aron para regular la producción de mercancía. Provienen
en realidad de procesos políticos más complejos en los que las rentas
ile la droga se convierten en un medio importante para unos fines
políticos muy concretos que atañen el derrocamiento y suplantación
del estado nacional. Lo político en las guerrillas precede a lo delin-
cuencial. En consecuencia, las posibilidades de interacción con el
estado central son bastante restringidas, en ocasiones nulas.71170

70 Sin embargo, Staniland (2012) argumenta con evidencia plausible que los grupos
guerrilleros constantemente establecen acuerdos con el estado acerca de los límites
en la dominación territorial, y en muchos otros aspectos aun en medio de la guerra.
I’n todo caso, la cooperación — como la plantea este autor— entre insurgentes y
estados no es comparable con la que sucede entre las organizaciones coercitivas del
narcotráfico y el estado.
Más que plata o plomo

Las PARC en Colombia y Sendero Luminoso en el Perú son


ejemplos de, guerrillas marxistas que term inaron controlando las
zonas productoras de hoja de coca. Por ser zonas aisladas y distantes
del estado las subculturas criminales que se desarrollan allí abarcan la
sociedad en su conjunto. La vida social gira alrededor de la produc­
ción de hoja de coca pero el poder no depende directamente de la
producción de la mercancía sino de la organización de la coerción por
las guerrillas. Y el acceso al poder para los miembros de la subcultura
pasa por ser parte de un ejército guerrillero. Sin embargo, la carrera
hacia el poder dentro de este tipo de organizaciones coercitivas tiene
grandes limitaciones. La estructura jerárquica de las insurgencias
marxistas subordina los mapdos rurales a los cuadros ideológicos
provenientes de las ciudades, la mayoría de ellos formados en uni­
versidades y originarios de clases medias. LoS mandos originarios
de zonas rurales pueden convertirse en comandantes guerrilleros
en sociedades productoras de coca pero su dominio está sujeto a
los controles y a las decisiones estratégicas tomadas por la jefatura
de la insurgencia.
Los señores de la guerra son una categoría aparte de las guerrillas
porque su interés político no se centra en el derrocamiento y suplan­
tación del estado nacional. Tampoco son mafias porque su grado de
dominación en las comunidades periféricas alcanza a ser monopólico
mientras que el de las mafias es oligopólico, es decir sus instituciones
de regulación social están sobrepuestas a las del estado. “El Chapo”
Guzmán en la sierra de Sinaloa, y los grandes jefes de las AUC en las
áreas rurales de Colombia a finales de los noventa son ejemplos de
señores de la guerra. El hecho de que sean organizaciones centradas
en la dominación de comunidades distantes en la geografía del estado
les permite mediar con el estado central sin representar un desafío
intratable. La dominación de áreas rurales y periféricas en principio
no afecta los intereses de las élites nacionales que habitan en las
grandes ciudades. El choque de intereses solo ocurre cuando los
señores de la guerra aspiran a extender su ejercicio de control social
hacia áreas más pobladas que involucran los intereses de las élites.

116
\
Gustavo Duncan

Las subculturas criminales en la categoría de señores de la guerra


involucran al grueso de la sociedad. Debido a la escasa acumulación
de capital, la realización social pasa inevitablemente por los recur­
sos del narcotráfico. Incluso los sectores superiores de la jerarquía
social deben adecuarse a las transformaciones ocurridas. Si se es un
político o un terrateniente es necesario interactuar con los aparatos
coercitivos de los señores de la guerra. Al igual que en sociedades
dominadas por las guerrillas, el oficio de la violencia se convierte en el
principal medio de obtención de poder entre sectores subordinados
en el orden social. Pero, a diferencia de las guerrillas, el poco peso
de la ideología permite la promoción en los ejércitos privados de
quienes provienen de sectores con escasa educación y formación
política. Los atributos necesarios para liderar un ejército privado
están disponibles para los jóvenes pertenecientes a estas subculturas
criminales; es suficiente con tener habilidades en la organización de
la coerción y en la coordinación de la logística relacionada con los
procesos productivos del narcotráfico en lo local. No existe una jefa-
lura central que imponga restricciones tan severas a las aspiraciones
de los criminales locales como las tiene una guerrilla. El caso de
Michoacán y G uerrero en México es diciente de cómo comunidades
dominadas por señores de la guerra provenientes de otras regiones
terminaron por producir sus propias subculturas criminales. Primero
los cultivos se convirtieron en la actividad económica primordial
y luego la organización de la violencia por pobladores locales dio
origen a carteles nativos que les disputaban la dominación local a los
grupos de Sinaloa y a “los Zetas” (Maldonado, 2012a).
La ubicación en zonas cercanas en la geografía del estado da
lugar a organizaciones coercitivas que operan en forma paralela a las
instituciones de regulación estatales. El asunto en cuestión son las
transacciones y los espacios sociales que por diferentes razones no
son sujeto de la regulación estatal a pesar de que sus instituciones
están presentes. Las mafias se encargan de regular transacciones
sociales que el estado no puede regular por sus rasgos de inform a­
lidad y de ilegalidad, o simplemente porque sus instituciones son

117
Más t|ue plata o plomo

inadecuadas para las demandas de protección, orden y financiación


de estos negocios. Las ventas de contrabando, las loterías ilegales y
los créditos sobre el margen de usura son casos típicos de transaccio­
nes vulnerables al control de la mafia. En el narcotráfico las mafias
regulan los espacios urbanos donde tienen lugar las transacciones de
lavado de capital y las actividades conexas a las operaciones de lavado.
Para un narcotraficante poderoso controlar la mafia en una ciudad
es importante porque así sus márgenes de control sean limitados en
comparación con la capacidad de control de un señor de la guerra, el
grueso de las ganancias del negocio pasa por las economías urbanas.
Por ser actividades en las que el estado tiene limitaciones de
regulación y que manifiestan una alta demanda social la interacción
entre la mafia y el estado es siempre una opción latente. La clase
política tiene mucho que ganar mediando entfe lo legal y lo ilegal.
Además de los sobornos y el respaldo para ocupar cargos públicos,
las mafias se encargan de imponer orden en transacciones sociales
que si no son reguladas pueden ser problemáticas para el estado
y la sociedad. Si en las zonas de tolerancia, de casinos y apuestas,
de comercios de contrabando, entre otros ambientes urbanos, no
existe una organización que imponga orden, la criminalidad pue­
de desbordarse hacia el resto de la sociedad. En el fondo, la clase
política recoge la legitimidad que en la práctica tienen una serie de
actividades informales, ilegales y en ocasiones criminales y adecúa el
funcionamiento de las instituciones estatales para permitir que dichas
actividades puedan ocurrir y que sean reguladas por algún tipo de
organización coercitiva. La mafia gana porque además de hacerse a
las rentas producidas por estas actividades obtiene protección frente
a las autoridades y logra que el capital del narcotráfico se legitime
por medio de su movimiento en mercados legales.
El aparato coercitivo de las mafias se trata de grupos de asesinos
y vigilantes a sueldo que imponen por la fuerza el derecho a explotar
determinadas rentas y las normas que deben seguir los participantes
en las transacciones que caen bajo su control. Las oficinas de cobro
en Colombia y los carteles en grandes ciudades com o Tijuana y

118
Gustavo Duncan

Culiacán y “los Zetas” en Tamaulipas y Nuevo León operan como


mafias. Cualquier narcotraficante que quiera utilizar estas ciudades
como zonas de lavado, corredores de drogas o simplemente un lugar
para vivir, debe pagar una parte de sus ganancias y pedir aprobación a
las mafias. Sin embargo, al mismo tiempo que es una fuerza represora
de aquellos que se dedican a actividades por fuera de la órbita de
regulación estatal, las mafias prestan un servicio invaluable: ofrecen
orden y seguridad en contextos en los que de otro modo habría una
situación demasiado caótica y riesgosa. Ante la ausencia de ley, las
mafias ofrecen el cumplimiento de un sistema normativo informal
que aunque injusto en muchos aspectos es demandado por quienes
no encuentran una alternativa distinta.
El dominio social de las mafias en las áreas urbanas no es en
ningún caso un proceso absoluto. Se trata de una situación de do­
minio compartido. No existe un m onopolio de la regulación social
cuando están de por medio las instituciones del estado. Se trata de
situaciones de dominio oligopólico semejantes a la situación descrita
por Migdal (1988) de espacios de la sociedad con sus propios sistemas
normativos que:
[...] se resisten al reemplazo de su control social por aquel del
estado (p. 36). [...] Aunque el control social es fragmentado esto no
quiere decir que la población no está siendo gobernada, seguramente
lo está. La asignación de normas, sin embargo, no está centralizada.
Numerosos sistemas de justicias operan simultáneamente” (p. 39).

I,a diferencia con Migdal es que en vez de tratarse de castas o grupos


tradicionales provenientes de periodos de colonización, la resistencia
al control social del estado por parte de las mafias del narcotráfi­
co proviene de subculturas formadas en periodos históricos más
recientes.
1 tn el caso de las mafias el desarrollo de subculturas delincuencia-
les no compromete necesariamente a las comunidades más deprimi­
das de la sociedad. Algunas habilidades necesarias en la mafia como
la administración, la logística y otros conocimientos especializados

119
Más que plata o plom o

inadecuadas para las demandas de protección, orden y financiación


de estos negocios. Las ventas de contrabando, las loterías ilegales y
los créditos sobre el margen de usura son casos típicos de transaccio­
nes vulnerables al control de la mafia. En el narcotráfico las mafias
regulan los espacios urbanos donde tienen lugar las transacciones de
lavado de capital y las actividades conexas a las operaciones de lavado.
Para un narcotraficante poderoso controlar la mafia en una ciudad
es im portante porque así sus márgenes de control sean limitados en
comparación con la capacidad de control de un señor de la guerra, el
grueso de las ganancias del negocio pasa por las econom ías urbanas.
Por ser actividades en las que el estado tiene limitaciones de
regulación y que manifiestan.una alta demanda social la interacción
entre la mafia y el estado es siempre una opción latente. La clase
política tiene mucho que ganar mediando entfe lo legal y lo ilegal.
Adem ás de los sobornos y el respaldo para ocupar cargos públicos,
las mafias se encargan de im poner orden en transacciones sociales
que si no son reguladas pueden ser problem áticas para el estado
y la sociedad. Si en las zonas de tolerancia, de casinos y apuestas,
de com ercios de contrabando, entre otros ambientes urbanos, no
existe una organización que im ponga orden, la criminalidad pue­
de desbordarse hacia el resto de la sociedad. En el fondo, la clase
política recoge la legitimidad que en la práctica tienen una serie de
actividades inform ales, ilegales y en ocasiones criminales y adecúa el
funcionamiento de las instituciones estatales para perm itir que dichas
actividades puedan ocurrir y que sean reguladas por algún tipo de
organización coercitiva. La mafia gana porque además de hacerse a
las rentas producidas por estas actividades obtiene protección frente
a las autoridades y logra que el capital del narcotráfico se legitime
por medio de su m ovim iento en m ercados legales.
El aparato coercitivo de las mafias se trata de grupos de asesinos
y vigilantes a sueldo que im ponen por la fuerza el derecho a explotar
determinadas rentas y las norm as que deben seguir los participantes
en las transacciones que caen bajo su control. Las oficinas de cobro
en C olom bia y los carteles en grandes ciudades com o Tijuana y

118
Gustavo Duncan

Culiacán y “los Zetas” en Tamaulipas y Nuevo León operan como


mafias. Cualquier narcotraficante que quiera utilizar estas ciudades
como zonas de lavado, corredores de drogas o simplemente un lugar
para vivir, debe pagar una parte de sus ganancias y pedir aprobación a
las mafias. Sin embargo, al mismo tiempo que es una fuerza represora
de aquellos que se dedican a actividades por fuera de la órbita de
regulación estatal, las mafias prestan un servicio invaluable: ofrecen
orden y seguridad en contextos en los que de otro modo habría una
situación demasiado caótica y riesgosa. Ante la ausencia de ley, las
mafias ofrecen el cumplimiento de un sistema normativo informal
que aunque injusto en muchos aspectos es demandado por quienes
no encuentran una alternativa distinta.
El dominio social de las mafias en las áreas urbanas no es en
ningún caso un proceso absoluto. Se trata de una situación de do­
minio compartido. No existe un m onopolio de la regulación social
cuando están de por medio las instituciones del estado. Se trata de
situaciones de dominio oligopólico semejantes a la situación descrita
por Migdal (1988) de espacios de la sociedad con sus propios sistemas
normativos que:
[...] se resisten al reemplazo de su control social por aquel del
estado (p. 36). [...] Aunque el control social es fragmentado esto no
quiere decir que la población no está siendo gobernada, seguramente
lo está. La asignación de normas, sin embargo, no está centralizada.
Numerosos sistemas de justicias operan simultáneamente” (p. 39).

I.a diferencia con Migdal es que en vez de tratarse de castas o grupos


tradicionales provenientes de periodos de colonización, la resistencia
al control social del estado por parte de las mafias del narcotráfi­
co proviene de subculturas formadas en periodos históricos más
recientes.
Iín el caso de las mafias el desarrollo de subculturas delincuencia-
les no compromete necesariamente a las comunidades más deprimi­
das de la sociedad. Algunas habilidades necesarias en la mafia como
la administración, la logística y otros conocimientos especializados

119
Más que plata o plomo

excluyen a criminales originarios de áreas deprimidas quienes no


disponen de mayor educación ni formación. Del mismo modo la
necesidad de establecer contactos con la clase política y las élites
legales exige un mínimo de destrezas sociales para interactuar con
quienes desde la legalidad pueden ofrecer protección a las mafias. Por
consiguiente, si las comunidades populares, no particularmente mar­
ginadas, se especializan en la producción de los dirigentes y cuadros
medios de la mafia, las comunidades excluidas se especializan en la
producción de otro tipo de organizaciones coercitivas del narcotrá­
fico: las pandillas. Las subculturas criminales de áreas marginadas en
una ciudad producen la clase delincuencial encargada de la regulación
de la venta minorista de droga. Se trata principalmente del oficio de
la violencia como una oportunidad para aspit^ir a una posición de
poder en contornos sociales muy concretos. La demanda social por
protección y justicia es más apremiante en estos escenarios que en
el resto de espacios de una ciudad por las características propias de
la regulación social por pandillas. AI estar en manos de jóvenes y
adolescentes sin mayor autocontrol, el ejercicio de la dominación en
barrios marginales es sumamente volátil y la población está sujeta
a abusos constantes. No es extraño que la respuesta a las pandillas
surjan de habitantes del lugar que crean una organización similar
para acabar con los abusos, o de una organización mañosa externa
que reprima la pandilla dominante, recomponga sus miembros y
exija mayor disciplina en el trato a la comunidad.
Para el estado la dominación de las comunidades marginales por
pandillas representa un desafío costoso, difícil de obviar por ocurrir
cerca de sus instituciones y con pocas posibilidades de mediación
por la ausencia de interlocutores. El despliegue de las instituciones
estatales en las áreas marginales oscila entre el gasto social para
aliviar la situación económica y la vigilancia por unidades especiales
de la fuerza pública que, a pesar de cercar a las pandillas en el terri
torio, son inoperantes para ejercer funciones de regulación social.
La suplantación de las funciones de los políticos profesionales en
las comunidades por el control social de las pandillas impide que

120
Gustavo Duncan

el estado pueda encontrar interlocutores directos para negociar el


tipo de instituciones de regulación tolerables en el lugar. Las pocas
negociaciones que el estado puede entablar con adolescentes en
armas se reducen a lo que las autoridades y los políticos externos a
la comunidad alcancen a transar clandestinamente. La mayoría de las
negociaciones involucran la repartición de algún tipo de renta ilegal.
La Policía recibe sobornos por no intervenir en la venta minorista
de drogas mientras que la clase política les paga a las pandillas por
recibir los votos de la comunidad y eventualmente negocia desfalcos
con inversiones en obras públicas en el lugar. Las pocas negocia­
ciones que ocurren a nivel del estado central atañen a ocasionales
pactos de paz entre las pandillas para evitar desbordes excesivos de
la violencia. 1
Las pandillas son en cambio una oportunidad para organizacio­
nes criminales más complejas y poderosas para expandir su control
liada territorios incrustados en el centro de la geografía del estado.
Por medio de las pandillas establecen un control sobre plazas y corre­
dores de tráfico que pueden ser estratégicos para la organización. De
hecho, las rentas que producen el control de comunidades marginales
no son el principal interés de las grandes organizaciones criminales.
Lo verdaderamente importante es la disponibilidad de un territorio
libre de la presencia de competidores justo en áreas urbanas donde
la presencia del estado es más intensa (Hernández, 2012). Los “com­
bos” en Medellín y “los Zetillas” en México son casos de pandillas
bajo el control de superestructuras criminales con el propósito de
imponer una regulación sobre los empresarios del narcotráfico que
habitan en estos lugares. Quien quiera que pretenda lavar dinero de71

71 í’n el caso de Medellín un pacto de paz entre las dos facciones que se disputaban el
control de la ciudad, la de alias “Sebastián” y la de alias “Valenciano”,fue acordado
en el 2010 por medio de la gestión de un reconocido mediador en temas de paz de
la sociedad civil. La razón del pacto tenía que ver con losJuegos Panamericanos que
ese año tenían lugar en Medellín. El pacto que era secreto se filtró a la prensa y tanto
el gobierno nacional como de la ciudad rechazaron tener cualquier conocimiento de
lo ocurrido para evitar un escándalo. Sin embargo, todo indica que estaban al tanto
de las negociaciones.
Más que plata o plomo

la droga o refugiarse en una ciudad sin pagar parte de su renta a la


mafia, deberá enfrentar la capacidad de fuego de las pandillas.
Una quinta categoría de organizaciones coercitivas del narco­
tráfico se deriva de la combinación de varias de las anteriores. Se
trata de superorganizaciones criminales que controlan y coordinan
otras organizaciones. “El Chapo” Guzmán y “el Mayo” Zambada,
por ejemplo, son señores de la guerra en la sierra de Sinaloa, pero
en Culiacán y en muchas ciudades de México delegan en mafias
bajo su control directo la regulación de las plazas de tráfico. “Los
Zetas” funcionan de manera parecida. En ciertas áreas son señores
de la guerra, en otras áreas son mafias, e incluso controlan pandillas
en los barrios marginales de ciudades importantes. En Colombia la
situación es parecida. “D on Berna” tenía un ejército paramilitar que
ejercía un dominio monopólico en la zona de’ Valencia, Córdoba, y
en el nordeste de Antioquia, mientras era la cabeza de la mafia en
Medellín e imponía el orden entre las pandillas de adolescentes de
las comunas de la ciudad, conocidas como “com bos”. En general
las grandes organizaciones de narcotraficantes que en un momento
dado controlan el grueso de los flujos de drogas hacia el mercado
internacional, y que son bautizadas como carteles por las autoridades,
funcionan dentro de este esquema de control y coordinación de una
suma de organizaciones coercitivas del tipo de señores de la guerra,
mafia y pandillas. Las guerrillas, por la naturaleza de su lucha política
y por su incapacidad de controlar las fases del narcotráfico que invo­
lucran el transporte hacia los mercados internacionales, hasta ahora
han podido subordinar poco a otras categorías de organizaciones.72
La existencia de superorganizaciones criminales es lo que permi­
te a su vez que ciertos narcotraficantes alcancen a concentrar el poder
suficiente para interactuar con políticos y autoridades nacionales. No
es solo un asunto de la disponibilidad de recursos suficientes para

72 Aun así, las 1;A R C y el K L N en Colombia han sido capaces de organizar pandillas
como grupos de milicianos en ciudades como Medellín. Kventualmente estos
grupos se desmovilizaron en un proceso de paz, pero luego fueron absorbidos por
los paramilitares de “Do n Berna” en su ingreso en la ciudad (Giraldo y Mesa, 2013).

122
Gustavo Duncan

sobornar incluso a miembros de primera línea del gobierno central; es


en realidad un poder que proviene de la influencia sobre un agregado
dq fuerzas políticas locales que se proyectan en la competencia políti­
ca nacional. Los recursos ilegales en términos de capital y coerción de
las superorganizaciones criminales son una oportunidad para muchos
políticos profesionales de la periferia de acceder a cargos de elección
popular y de influir en las decisiones políticas del nivel nacional.
Sin el soporte de las organizaciones criminales nunca tendrían esta
capacidad. De este modo, el gran capo de un cartel dispone de un
colectivo de políticos influyentes que pueden servir de interlocutores
con los generales de las fuerzas armadas y de la policía, los jefes de
los partidos políticos, el congreso, las cortes y el gobierno central.
I.a interlocución de los capos de las superorganizaciones criminales
no tiene que ser ni siquiera explícita. Basta con que se haga un mal
ambiente para el ascenso de un militar, el nombramiento de un juez,
la aprobación de una ley o el saboteo a una política pública para que
los intereses básicos de una organización criminal se preserven sobre
los intereses de otras organizaciones competidoras.
En consecuencia, la oportunidad de poder no es solo para indi­
viduos provenientes de sectores marginales y populares dispuestos
a hacer carrera en los aparatos coercitivos de las organizaciones
criminales, sino que los políticos profesionales de la periferia, que
en muchos casos no provienen de sectores excluidos,73 encuentran
en las transformaciones ocurridas una oportunidad inédita de influir
sobre el estado y el sistema político del centro, tanto en términos

73 Velasco (2014), en su tesis de maestría, hace una categorización muy interesante


sobre el tipo de relaciones que se establecieron entre políticos y paramilitares; para
este autor existen tres categorías: los notables, los caciques y los emergentes. Los
primeros, ubicados en grandes ciudades, contaban con capital y estatus suficiente
para contrarrestar las aspiraciones de poder político de los paramilitares. Las
transacciones se enfocaban en la defensa contra la insurgencia a cambio del control
sobre la criminalidad. Los segundos, ubicados en ciudades intermedias, podían
eventualmente tener capital pero no era suficiente para contrarrestar el poder
coercitivo de los paramilitares. Algunos caciques políticos que no contaban con tierras
estaban en una situación aún más crítica, por lo que terminaron siendo sometidos.
Los emergentes pertenecieron a la clase política que se hizo con los paramilitares.

123
Más que plata o plomo

burocráticos y presupuéstales como de decisiones de poder. Políticos


como )uan Carlos Martínez, quien empezó de la nada en un peque­
ño pueblo del Pacífico caucano, una de las regiones más pobres de
Colombia, o como Juan Francisco “K iko” Góm ez, quien heredó el
poder v la riqueza de una de las castas políticas más representativas de
La Guajira, nunca hubieran podido ser influyentes en el nivel nacional
de no ser por el peso electoral que alcanzaron gracias al capital y la
coerción del narcotráfico. 4 No importaba su origen social, el uno
pobre y el otro rico de nacimiento, la clave estaba en sus habilidades
para construir una maquinaria política que sumara votaciones; con
los excedentes del negocio de la droga en la periferia, los recursos
para hacerlo estaban disponibles en cantidades ilimitadas.

I n c l u s ió n e n e l m e r c a d o

Fin términos agregados, los ingresos por el tráfico de drogas en países


como México y Colombia no son el eje de sus economías, s pero
para ciertas comunidades las rentas de la droga marcan diferencias
sustanciales entre lo que pueden consumir y lo que no. No es casual
que en comunidades donde las drogas sostienen el mercado local
exista toda una simbología alrededor de la ostentación de objetos de
consumo. Las camionetas todoterreno, los estéreos a todo volumen,
las mujeres repletas de silicona, las armas forradas en oro y demás
símbolos de esta subcultura son solo una expresión de las relaciones745

74 Para indagar sobre ]uan Carlos Martínez, ver, por ejemplo, en la revista S em ana el
artículo: “¿Juan Carlos Martínez insiste en seguir la estela narcopolítica de Pablo
Escobar?”, publicado el 2H de junio de 2012. Disponible en: bttp://\v\v\v.semana.
com/nacion/articulo/juan-carlos-tnartincz-insiste-seguir-estela-narcopoli tica
pablo-cscobar/260293-3. Y sobre Kiko Góm e z ver en la revista S em ana el artículo:
“U n gobernador de miedo en 1.a Guajira”, publicado el 4 de mayo de 2013.
Disponible en: http://vvvw.semana.com/nacion/articulo/un-gobernador-miedo
la-guajira/342196-3.

75 Thoumi (1994) y Mejía v Rico (2011) hacen una interesante recopilación de los
estudios sobre las magnitudes económicas del tráfico de drogas en Colombia. Pese a
su escepticismo sobre diversas mediciones, sus estimaciones muestran que no pasan
de 5 puntos del P1B.

124
Gustavo Duncan

económicas que les permiten a los narcotraficantes acceder al po­


der social. Son valorados en una comunidad porque se encargan
de producir el capital que sostiene el proceso de inclusión en el
consumo del mundo desarrollado así el grueso de la comunidad no
esté vinculado directamente con el tráfico de drogas. La capacidad
de producir medios de cambio valiosos en el mercado internacional
desde sociedades con baja acumulación de capital es un atributo
crucial para comprender la economía política del narcotráfico como
una actividad criminal diferente a aquellas que depredan sobre los
excedentes de la economía local. En vez de empobrecer el mercado
interno, el narcotráfico lo enriquece tanto en su tamaño como en el
tipo de mercancías disponibles.
Los relatos acerca de la vida cotidiana en las zonas previamente
aisladas de los mercados mundiales donde ocurre la producción de
droga como mercancía están repletos de historia de transform acio­
nes extremas por la inclusión súbita de la droga en el mercado de
masas. En el Perú, la etnografía de Morales (1989) sobre el municipio
amazónico de Tingo María contrasta los cambios ocurridos con la
bonanza de la coca:
Cuando en 1996 visité Tingo María por primera vez, era un pe­
queño pueblo cuya calle principal era la carretera polvorienta que
conectaba Lima con el pueblo de Pucallpa (una ciudad en las tierras
bajas de la cuenca amazónica). El pueblo tenía tres pocilgas de hoteles
y un hotel para turistas, unos pocos restaurantes mediocres y un burdel
situado cerca de 500 metros de la calle principal. En ese entonces, las
tierras recientemente colonizadas en las selvas de los alrededores de
Tingo María todavía no estaban en plena producción [...] Doce años
después, [...] Tingo María se había convertido en un centro de tráfico
de cocaína. Tenía su propio centro médico regional, escuelas primarias
y secundarias y un muy intenso mercado. Como una de las mayores
ciudades en la selva, Tingo María cuenta con un puesto administrativo
y comercial para la región del Alto Huallaga. Muchas organizaciones
del gobierno nacional, incluyendo las cinco fuerzas de control social
y represión política, tienen sus sedes regionales en Tingo María. Tres

125
Más que plata o plomo

principales marcas japonesas de carros y camionetas tienen muestra­


rios y almacenes localizados en la calle principal. Firmas de médicos
y abogados tienen sus oficinas privadas concentradas en una sección
de la ciudad. Bares y clubes nocturnos son nuevos elementos cultu­
rales que proveen costosas bebidas, comidas y entretenimiento para
residentes y visitantes. Los dos burdeles atienden dos tipos diferentes
de clientelas. Además jóvenes transeúntes, homosexuales y drogadic-
tos están siempre cruzando esquinas atestadas y paradas de buses.
Mendigos, ladrones, emboladores y niños vendedores de periódicos
situados alrededor de las puertas de los bancos, los restaurantes y los
bares completan la imagen de la “ciudad blanca” (p. 95).76

Los relatos periodísticos del inicio de los cultivos de coca en las


selvas de Colombia son similares, como este de E lhíspectador (2013):
El Oasis no escapó de este cambio. Según narran sus habitantes,
antes del 2000 la vereda entera y sus alrededores ya giraban en torno
a la coca. Hubo dinero para fiestas cada fin de semana, prostitutas
traídas de lejos, camionetas y motos para los más modestos. Efranio
Ávila, por ejemplo, tenía entre 20 y 30 trabajadores en su finca para
el cultivo de esta planta. Recuerda que los domingos, día de mercado,
llegaban a la plaza personas de todo el país a comprar hojas o, incluso,
coca procesada en laboratorios improvisados por los campesinos. “No
había ni por donde caminar y se veía el billete por todos lados”, añade.
“Nadie se dedicaba a otra cosa, excepto los tenderos que surtían a
la población de alimentos traídos de otros pueblos y departamentos,
porque aquí no había más que hacer que la coca. La gran ventaja era
que el que llegaba pobre, salía con plata. Esa era la ley”, narra José
Herrera, campesino de la zona.

Un relato etnográfico sobre el efecto económico del narcotráfico en


la región del cartel del norte del Valle en Colombia ilustra el impacto

76 Traducción del autor.

77 http://www.elespectador.com/noticias/nacional/sin-coca-tambien-hay-oasis-
articulo-440854

126
Gustavo Duncan

en las posibilidades de inserción económica desde un aspecto tan


trivial como el mercado de las mascotas: “Un hecho bien significativo
en este sentido, es que aquí no se conocían sino los perros llamados
‘gozques’; mire las razas finas que hay ahora, y hasta almacenes de
lujos y comidas para mascotas” (Betancourt, 1998, p. 177); estas
transformaciones incluyen por supuesto otros aspectos más signifi­
cativos de la vida cotidiana:
Roldanillo [un pueblo de la región] ha progresado con las mafias;
aquí no había casas de más de dos pisos y mire ahora: centros comer­
ciales, edificios, hoteles, piscinas, supermercados y las tremendas fincas
y haciendas de los alrededores. Durante la violencia el mercado se hacía
en la plaza, con toldas y mesas de madera; más tarde se construyó la
Galería Municipal. Ahora los de la Galería están en crisis, pues los que
mandan son los de los supermercados y las famas de carne, regadas por
todo el pueblo; hay más de ocho supermercados. No sé si venderán
tanto, pero los capitales que tienen no se consiguen así tan facilito,
trabajando legalmente (p. 162).

La importancia que adquiere el capital de las drogas en la formación


de los mercados periféricos responde a transformaciones estructu­
rales de los mercados, en particular a la importancia que adquieren
los intercambios globales en las economías locales.™ En su versión
más simple, los mercados son el resultado de la producción de la78

78 En el caso de Bolivia, Painter (1994) identifica así los propios mercados globales
como medios de lavado de las ganancias por narcotráfico: “A c om mo n form of
legalizing or laundering cocaine dollars was to buy expensive electronic goods such
as televisions, hi-fi Systems, and video recorders in centers such as Panama City,
impon them, and then sell them at priees obten below the parchase price. Stalls
at markets such as Miamicito in 1.a Paz and l.a Cancha in Cochabamba were, until
recentlv, stacked high with such equipment. Money could also be laundered (to a
much lesser extent) by the importa!ion of large voluntes of cheaper Ítems such
as canned food, textiles, shoes, and plástic goods from Perú, Argentina, Chile,
and Brazil, all of which have been rcadilv available in local markets since 1985.
Local chambers of commerce representing small and large industrial companies
frequently complained of the negative impact of the flood of cheap goods onto the
national market, which they said, was often a way of legalizing monev earned from
coca-cocaine producrion” (p. 60).

127
Más que plata o plomo

sociedad. Una proporción de la producción se destina al consumo


mientras que la otra se reinvierte para acumular capital o se exporta
y se convierte en medios de cambio para importar mercancías. Si una
economía no cuenta con los medios para producir bienes valiosos
en otros mercados, su consumo dependerá de lo producido por la
misma sociedad, a menos de que disponga de inversiones en otras
sociedades para utilizar sus rendimientos como medios de cambios.
La producción de las grandes ciudades del mundo desarrollado, por
*

ejemplo, se concentra ahora en servicios y comercio. A pesar de los


pocos bienes industriales que producen, su acumulación de capital les
permite convertirse en los principales mercados mundiales. Otra al­
ternativa de inclusión en Ios-mercados globales son las transferencias
por razones políticas. Los estados redistribuyen recursos de zonas
*
ricas a zonas pobres con el propósito de extender su dominio a lo
largo del territorio. El pago de la burocracia, los servicios públicos y
la infraestructura estatal se convierten así en una fuente de recursos
para financiar la capacidad del mercado local.
Dada la diversidad actual del consumo de masas del mundo glo-
balizado, es impensable la autoprovisión como estrategia económica.
Bien sea productos tan simples como una peluca o una camiseta, o
tan sofisticados com o un avión a reacción o una superproducción
cinematográfica, tienen su origen en distintos lugares del mundo que
se han especializado en su producción. Es tanta la especialización
y la competencia que ni siquiera las economías avanzadas pueden
aspirar a producir toda la gama de mercancías que com ponen el
consum o de masas actual. M ucho menos pueden pretender las
sociedades con baja acumulación de capital hacer parte de formas
globales de consumo por medio de la autoprovisión. Es por esta
razón que la inclusión en el mercado como una demanda social tiene
un efecto tan significativo sobre las relaciones de dominación. En
el momento en que la provisión de este tipo de bienes se convierte
en parte del sustento material que debe garantizarse para obtener
la obediencia social, las organizaciones coercitivas del narcotráfico
encuentran una oportunidad de dominación en el aislamiento del

128
Gustavo Duncan

mercado local.79 En otras palabras, el arreglo social sobre aquello


que materialmente debe garantizarse para obtener la obediencia se
transforma radicalmente cuando la sociedad considera el acceso al
mercado de masas como parte de sus prioridades. Entre m enor sea
la acumulación de capital, la producción legal de medios de cambio
y las transferencias del estado más importante es el narcotráfico
para la provisión del consumo material y para la obtención de la
obediencia de sectores sociales excluidos del mercado.
La expansión del consumo de masas hacia todo tipo de socieda­
des, aun con bajos niveles de acumulación de capital, es un fenómeno
propio de la globalización. Esta expansión ocurre además en un
momento particular de la historia en el que el acceso al consumo
posfordista80 del mundo globalizado se convierte en el sentido y el
propósito de la producción económica de las sociedades (Lee, 1993).

79 Al respecto, Duffiekl (1998) argumenta que la actual proliferación tic proyectos


políticos basados en el control de organizaciones de coerción privadas corno mafias,
señores de la guerra y milicias son respuestas coherentes desde zonas pobremente
desarrolladas para insertarse en los mercados globales. La ventaja comparativa
que ofrecen estos proyectos políticos es precisamente su capacidad de regular
formas ilícitas de inserción en el mercado global que no serían rentables mediante
la regulación de las instituciones de los modernos estados nación. Gallant (1999)
incluso documenta el papel de las redes ilegales de bandidos y piratas en la difusión
global del capitalismo durante los últimos trescientos años.

80 El consumo posfordista es la otra cara de la crisis en la estructura productiva del


fordismo durante la década tic los setenta. Así como las empresas abandonaron
las rigideces de la cadena productiva del taylorismo y optaron por la tercerización
y la delegación del trabajo no calificado en lugares donde la mano de obra era más
barata, la nueva sobreproducción de mercancías encontró una salida para garantizar
su consumo en la creación tle estéticas hedonistas y en la hipersegmentación de
los mercados. Ahora las mercancías no están pensadas estrictamente hacia la
satisfacción de necesidades materiales concretas como una casa para habitar, un
carro para transportarse o un electrodoméstico para facilitar tareas caseras. Los
objetos posfordisras están pensados además para transmitir experiencias y recrear
sensaciones así sea de manera transitoria y fluida. Se hace turismo para conocer a
la manera de cada quien los modos de vida de otras sociedades, se va a restaurantes
y clubes y se utilizan tecnologías de la comunicación (como internet y teléfonos
celulares) para construir experiencias comunes con otros individuos. Dada la
diversidad de experiencias y sensaciones que los distintos grupos de consumidores
potenciales querían recrear en sus prácticas de consumos, se creó todo un sector de
la economía especializado en identificarlas v satisfacerlas. De allí la importancia que

I 29
Más que plata o plomo

No es necesario que ocurra el narcotráfico en una sociedad para que


este consurqo tenga lugar. En muchos casos la diferencia solo es de
grado, es decir de un volumen adicional de objetos de consumo dis­
ponibles en el mercado. Pero precisamente el hecho de que el capital
de las drogas esté asociado con un proceso de transformación tan
extendido es lo que explica que una actividad criminal tenga efec­
tos tan profundos en la sociedad. Cuando sociedades tradicionales
se insertan en el consumo de masas del mundo globalizado están
asimilando nuevos objetos materiales que retiefinen los valores, las
normas y los hábitos de la población. Las relaciones laborales, las
relaciones afectivas, la diversión, los intercambios entre grupos y
entre individuos, adquieren nuevos sentidos desde estos objetos
materiales. Los efectos de la inclusión en los mercados globales se ven
reflejados en dos tipos de transformaciones complementarias entre sí:
una nueva jerarquización social a partir del acceso al consumo y, hasta
determinado grado, una nueva división del trabajo en la sociedad.
Las nuevas mercancías tienen un sentido simbólico81 que rebasa
sus aspectos puramente materiales. Las vestimentas de fibra sintética,
los electrodomésticos, los licores de lujo, los teléfonos celulares, el
internet y demás mercancías, además de cumplir una función material
contribuyen a redefinir la clasificación social. G ran parte del proceso
de definición de las jerarquías en un contexto social proviene de
la creación de valores simbólicos sobre ciertos objetos de consu­
mo y del control sobre la distribución de estos objetos (Douglas e
Isherwood, 1981). En el caso concreto de las transformaciones en
el orden social como consecuencia del narcotráfico, la nueva jerar-
quización de la sociedad pasa por el valor simbólico que adquieren
los objetos de consumo masivo. Los narcotraficantes, por poseer los

adquirieron especialistas como los diseñadores y administradores de la información


para atender las particularidades de cada mercado. Ver, entre otros, Lee (1993) y
Alonso (2005).

81 La construcción de una estética narcotraficante obedece precisamente a la necesidad


de legitimar simbólicamente la apropiación del poder económico y político. Ver por
ejemplo los textos de Astorga (1995) y Ldberg (2004).

1.30
G u s ta v o D u n c a n

medios de consumo y por asignar su distribución en esa sociedad, se


convierten en poderosos y su propio consumo funciona como una
demostración simbólica para legitimar las nuevas jerarquías sociales.
Según la versión de un cronista sobre Sinaloa (Osorno, 2010),
El vestuario de un narcotraficante es un código que proclama:
“Soy un indomable, estoy al margen de la ley”. Mientras más crece y
se divulga el estigma del narco, el narco lo reafirma más. De la punta
de las botas de avestruz australiana a los botones fosforescentes de
las camisas Versace adaptación vaquera, la clandestinidad por lo ilegal
de las actividades queda para otro momento (p. 281).

En ese sentido, si las élites tradicionales no cuentan con capital


suficiente para evitar que la inclusión local en los mercados globales
sea dependiente del narcotráfico, se encuentran en grave riesgo de
perder el control sobre la distribución de los objetos de consumo
que definen las jerarquías sociales. Como anota Appadurai (1991):
“cuando los cambios rápidos en la esfera del consumo no son inspi­
rados y regulados por los detentadores del poder, parecen amenazar
a estos” (p. 45). Entre más periférica fuera la economía donde llegaba
el capital de las drogas, mayor era la probabilidad de que ocurrieran
cambios en las jerarquías sociales a raíz de cambios en las pautas de
consumo. En México y Colombia el tráfico de drogas transform ó
dramáticamente la capacidad de estas economías. Desde las zonas
ile cultivo hasta los puntos finales de embarque se abrieron nuevos
mercados con mercancías globales. Y al margen de lo que se iba en
extravagancias y en despilfarro, la llegada del consumo de masas a
espacios sociales excluidos de los mercados globales significó una
iransformación profunda en las jerarquías sociales. La ostentación de
vestuarios, automóviles y demás objetos de lujo, desconocidos en su
entorno, potenció la celebración social de los narcotraficantes y su
imposición como nuevos “patrones” de la comunidad al replantear el
valor simbólico de los objetos que distinguían a la población. Eue así
como en pequeños municipios aislados de los mercados, los bienes
y las formas austeras de consumo que distinguían a los notables,

131
M ás q u e p la ta o p lo m o

caciques y terratenientes de los siervos, campesinos y clases bajas,


volaron en pedazos con la arremetida del nuevo consumo traído por
los narcotraficantes.
Mario Arango (1988), un analista de la época en que el narco­
tráfico hizo su irrupción en Medellín, describió en su obra Impacto
del narcotráfico en Antioquia la actitud desafiante que había implícita
en el consumo de los narcotraficantes, en un texto muy interesante,
aunque lleno de prejuicios, sobre los cambios sociales que trajeron
las drogas en la región. Interpretó la ostentación en el consumo
como un esfuerzo por proyectar simbólicamente su recién adquirido
prestigio sobre las élites tradicionales, así:
En la tarde de un domingo de 1987 salí de Medellín con un grupo
de amigos a un paseo por municipios cercanos, a la denominada la
vuelta a oriente. Al detenernos, como es de rigor en estos casos, en un
restaurante de carretera a tomar una copa, concentré mi atención en la
clientela, los modelos de automóviles parqueados y los que llegaban.
La mayoría de las personas correspondía, aparentemente, a quienes
hace veinte años llamaban negros, pero ahora su condición social era
otra. No se trataba ya de personas apocadas por la inseguridad que
provoca la pobreza y la dependencia patronal. Por el contrario, eran
hombres que no sólo hacían ostentación con los mayores y más cos­
tosos consumos, vestuario informal y llamativo y pechos cubiertos por
relumbrantes objetos de oro, sino que se encontraban acompañados
de las mujeres mejor trajeadas, al menos por el costo de sus prendas
importadas, pertenecientes igualmente, a la misma franja social. Los
ostentosos vehículos aparcados eran propiedad de tan exótico grupo.
Hace veinte años, cualquiera de esos arrogantes individuos, si no fuera
por el equipamiento que los acompañaba, habría podido asociarse con
el modesto albañil, el chofer de camión o la mesera de café (p. 13).

El otro aspecto de los cambios en las jerarquías sociales por las


nuevas pautas de consumo son las transformaciones en la división
del trabajo, es decir, las transformaciones en lo que la sociedad pro­
duce y el papel que se le asigna a los individuos en la producción

132
\
G u s ta v o D u n c a n

por pertenecer a un grupo social con determ inados atributos. En


Bahía Solano,82 un pueblo costero del Pacífico colombiano, algunos
jóvenes pescadores cambiaron de profesión. De las obsoletas em ­
barcaciones y de las extenuantes jornadas diarias en el mar, pasaron
a veloces botes g o fa s t de última generación que llevaban cocaína a
Centroamérica. Si bien el trabajo en las go fa st era sumamente ries­
goso — pues las autoridades, los piratas y los accidentes diezmaban
las tripulaciones— , cada viaje era suficiente para vivir varios meses
gastando a manos llenas en el pueblo. La celebración consistía en
un derroche de objetos de consum o sin precedentes. Las prostitutas
traídas de Medellín, los autos, el licor, los grupos musicales, yates de
lujo y demás, se convirtieron en nuevos símbolos de prestigio social.
Quienes llevaron estos cambios a Bahía Solano fueron inicialmente
narcotraficantes del cartel de M edellín y del cartel del norte del
Valle, que vieron en la localización del lugar un punto de embarque
estratégico de drogas hacia M éxico y Centroamérica. Proyectar el
consum o de masas com o un mecanismo para convencer a los pes­
cadores del lugar de cambiar de ocupación fue sencillo. Por un lado,
existía entre los jóvenes una exposición perm anente a la publicidad
de las nuevas mercancías que proveía el narcotráfico, es decir que
antes de su llegada ya eran atractivas para la comunidad, y por otro
lado los objetos de consum o fueron acondicionados dentro de una
estética propia83 para reproducir un sistema de clasificación social
que proyectaba a quienes accedían a las rentas del narcotráfico en
las jerarquías superiores. Las m otos, la vestimenta, la arquitectura,
la diversión y demás objetos de consum o masivo tenían una moda
particular para representar el éxito social de quienes accedían a estos
objetos.

82 Esta información proviene de diversos reportajes aparecidos en prensa pero


especialmente de un estudiante del autor originario del lugar. Se omite su nombre
por razones de seguridad.
83 El uso de la construcción de una estética propia como elemento de formación y
legitimación de poder ha sido recurrentemente tratado. Ver, por ejemplo, Moore
(2005) y James (2013).

1.3.3
M ás q u e p la ta o p lo m o

Bahía Solano se trata de una población aislada de poco más de


diez mil habitantes, desconectada de la red de carreteras del país. Es
parte de la periferia más extrema. Pero aun en ciudades interme­
dias los efectos de la inclusión en los mercados por el narcotráfico
pueden sentirse en los cambios en las jerarquías sociales inducidas
por el consumo y en la división del trabajo que implica la llegada de
nuevas actividades económicas. En Culiacán, la capital de Sinaloa, es
evidente cómo el consumo que se desprende del negocio de las dro­
gas form a parte de los atributos para la clasificación de la sociedad.
Las crónicas de O sorno (2010) y Valdez Cárdenas (2009) ilustran de
sobra las transformaciones ocurridas alrededor de los excesos y las
celebraciones de los narcotraficantes en Sinaloa. Pero existen de igual
modo transformaciones más sutiles relacionadas con la expansión
del comercio, la construcción, los servicios v'el sector terciario de
la economía debido a la expansión del mercado local que significa
una nueva división del trabajo en la sociedad. Ahora, en vez de la
agricultura, el grueso de la población se dedica a empleos en estos
sectores de la economía, incluyendo todo el comercio informal que
se desprende de la necesidad de lavar las ganancias de la droga. A
partir de comparaciones entre el PIB y los ahorros bancarios, Ibarra
(2009) sostiene que:
Sinaloa con un coeficiente de 18 %, es el octavo lugar [en ahorro
bancario], aunque en tamaño del PIB general es el lugar 14. Ello sig­
nifica que tiene más dinero en los bancos que el correspondiente al
tamaño de la economía regional, lo cual resulta paradójico pues el flujo
de dinero nominal de una economía responde al flujo real de bienes
y servicios. Dado que Sinaloa no es ni de lejos un centro de servicios
financieros de importancia nacional o internacional, el coeficiente
debería estar en ese lugar 14 también. Incluso, Mendoza ubica a Cu­
liacán como la ciudad nueve entre las de mayor ahorro bancario en el
país, siendo lugar 17 en PIB industrial y de servicios en 2003 (p. 34).

Más allá de qué tanta especulación exista en el uso del desfase entre
PIB y ahorros bancarios para estimar el peso del capital de las drogas

134
G u s ta v o D u n c a n

en la economía de Sinaloa, según Ibarra (2009) entre el quince y el


veinte por ciento, los resultados son contundentes. No es sorpren­
dente entonces que el orden social y las relaciones de poder sean
alterados desde el control que se ejerce sobre la distribución de estos
recursos.
Ln escenarios con baja acumulación de capital en relación con
los flujos de ingreso del narcotráfico, la jerarquización social no se
encuentra afectada además por la variedad y la complejidad de las
prácticas de consumo del mundo desarrollado. A diferencia de las
distinciones sociales que se desprenden de las diferencias en el con­
sumo estudiadas por Bourdieu (1979) en las sociedades occidentales,
las distinciones en las comunidades con subculturas narcotraficantes
no demandan una alta acumulación de capital cultural. La nueva
clasificación social está fundada en distinciones menos complejas
como la de tener o no tener los medios con qué pagar por un bien.
Sin embargo, los efectos en el orden social son sustanciales. Sin
necesidad de un discurso sofisticado o de grandes elaboraciones
ideológicas, los narcotraficantes se convierten en los proveedores
del sustento material, simplemente por ser instrumentales al pro­
ceso de inclusión en los mercados globales. Los contenidos que
legitiman esta inclusión ni siquiera tienen que ser elaborados por las
organizaciones coercitivas o por los políticos que ofrecen protección
a los narcotraficantes; el sustento ideológico lo provee la propia
simbología de los objetos de consumo. Desde la moda y los estilos
tle vida hasta los programas de televisión por cable y las páginas de
internet reproducen permanentemente mensajes dirigidos a legitimar
los nuevos patrones de inclusión material. Quienes pretenden acu­
mular poder solo necesitan garantizar la capacidad adquisitiva de la
población en el mercado. De su legitimación se encargan los medios
y los contenidos que son elaborados com o parte de un proceso
abrumador de transform aciones sociales por la expansión mundial
del consumo posfordista.
Políticos y criminales no están obligados a defender explíci-
tamente la legitimidad del narcotráfico ante las comunidades. La

135
M ás q u e p la ta o p lo m o

opulencia de los narcotraficantes como símbolo de prestigio social


y como un.mecanismo para com prom eter a la comunidad con la
protección del negocio solo funciona en las comunidades en las que
han irrumpido subculturas criminales. En el resto de comunidades la
mayoría de la población se dedica a actividades que no están relacio­
nadas directamente con la comisión de un delito. Mucho menos es la
opulencia material de los criminales un sello definitivo del prestigio
alcanzado por cada miembro de la sociedad. Para muchos de ellos
tanta opulencia es en realidad un símbolo de mal gusto. Eos efectos
políticos se centran en un aspecto más sutil: en la protección de una
fuente de capital que determina el grado de inclusión en el mercado
de una parte de la población, por lo que el propósito no es movilizar
a la población en una defensa explícita del narcotráfico. Las nece­
sidades se centran en otro aspecto: en convertir la provisión de las
demandas materiales de la población en suficiente respaldo social
para acumular poder. Y la tarea de acumular poder se facilita para
criminales y políticos corruptos en sociedades de baja acumulación
de capital en las que la inclusión en el mercado a través de las rentas
de la droga necesita la exclusión de las instituciones del estado. La
criminalización de la droga por parte del estado impide que sus
instituciones funcionen en aquellas sociedades de la periferia en las
que los flujos de capital ilegal sostienen el mercado.
Las organizaciones coercitivas del narcotráfico acumulan poder
cuando regulan la inclusión de sectores previamente excluidos o reza­
gados del mercado. Estas organizaciones funcionan como institucio­
nes alternas a las del estado que ofrecen protección a la producción
ilegal de capital. En el fondo son las mismas dos variables usadas
por Tilly (2001) para interpretar el proceso de construcción de los
modernos estados nación de occidente — capital y coerción— , pero
con grandes diferencias en su interacción y en sus efectos sobre la
trayectoria del estado. En vez del proceso de desarme de los ejércitos
privados al interior del territorio para monopolizar los medios de
coerción y de negociación con los poseedores del capital para finan­
ciar la capacidad de regulación social del estado, en el narcotráfico

136
G u s ta v o D u n c a n

se trata de la delegación de la coerción para proteger una fuente


de capital que no puede ser regulada directamente por el estado. Si
no se garantizan estos flujos de capital no se dispone del suficiente
respaldo para dominar ciertos espacios sociales en la periferia. Un
descenso súbito en los niveles de aprovisionamiento material puede
conducir eventualmente a potenciales protestas entre la población y
a un abierto malestar social.84 Pero más común que la protesta social
es el rechazo en las votaciones a las autoridades políticas que no
garantizan el aprovisionamiento material de sus clientelas.
El uso del clientelismo en el proceso de inclusión en el mercado
juega un papel central en el alcance de las instituciones de regulación
social impuestas por organizaciones criminales (Krauthausen, 1998).
Un narcotraficante por sí solo no tiene cómo convertir su capital
en respaldo de la población para acumular poder. Pero cuando paga
una parte de su capital para obtener protección de las organizaciones
coercitivas y de la clase política, está indirectamente com prando
respaldo popular por medio del clientelismo. Las organizaciones
coercitivas y la clase política invierten en las demandas materiales de
sus clientelas a cambio de su respaldo para controlar las instituciones
que regulan la sociedad. Sin embargo, las instituciones resultantes
varían de acuerdo con la importancia que tienen los flujos de capital
de la droga en la inclusión material de la población. Entre menor sea
la acumulación de capital de una sociedad, mayor será la proporción
de trabajadores y comunidades que dependen económicamente del
intercambio clientelista para garantizar su participación en el mer­
cado. La tendencia hacia la imposición de las instituciones de las
organizaciones criminales será mayor porque en escenarios de baja
acumulación de capital la clase política no dispone de recursos para
competir con las organizaciones coercitivas de los narcotraficantes.
De hecho, el clientelismo adecuado a las prácticas de regulación

H4 Las protestas de los cocaleros en Colombia y Bolivia, y las manifestaciones de


respaldo a capos de los carteles que son capturados o abatidos como “el Chapo”
Guzmán y Pablo Escobar, dan una idea de hasta dónde puede llegar el malestar
social.

137
M ás q u e p la ta o p lo m o

social de las organizaciones criminales es en sí mismo parte de las


instituciones impuestas desde el narcotráfico. Quien reconoce y co­
labora con el ejercicio de la autoridad tiene mayores probabilidades
de acceso a los recursos y a los trabajos en las empresas legales e
ilegales que financian los narcotraficantes.
En las zonas serranas de Sinaloa, por ejemplo, para participar
en la siembra de marihuana o amapola es necesario “alinearse” al
grupo narcotraficante que controle la zona (Zavala, 2012). No solo
obtienen protección del grupo y posibilidades de comercialización
de la mercancía, sino que la relación clientelista implica acceso al
financiamiento de los cultivos y de la subsistencia familiar. Un luga­
reño entrevistado por Zavala (2012) sostenía que:
I.a mayor parte de la gente, los poquiteros, gente pobre, los cam­
pesinos que lo hacen por sobrevivencia [... |le venden al que le compra
mejor, simplemente. Generalmente hay compradores cautivos, porque
les han pagado bien, porque les deben el favor, porque incluso a veces
les sueltas una lana... “Estoy muy necesitado, préstame $5000”, y lo
hacen, adelantado. Entonces la gente vende la mota al que les compra
mejor [...] el que compraba, era un narco, un viejo bueno; pues como
no había confrontación, no había necesidad de matar a nadie, eran
excepcionales las muertes, era un viejo que aglutinaba, era el líder del
narcotráfico y llevaba prosperidad. Porque realmente allá no hay, salvo
excepciones no hay inversiones en fuentes de empleo o en agricultura,
que no sea con dinero del narcotráfico. Entonces allá puedo decir
que socialmente, que les vaya bien a los narcos es una esperanza de
mejorar, de obtener empleo, de que haya agricultura [...] Quién con
dinero bueno, ganado con el sudor de la frente va a invertir su capital
en una agricultura de temporal que no es redituable y que corre el
riesgo de que si no hay agua, si no hay lluvias... nadie. Entonces, quien
sí lo puede hacer son los narcotraficantes porque finalmente es una
forma de lavar dinero, de limpiar el dinero, es una forma de ganarse,
además, mucho consenso social, cariño de la gente, esperanza de que
ahora sí invierta; que dicen que va a sembrar 50 hectáreas de ajonjolí,
pues es una gran esperanza (p. 34).

138
G u s ta v o D u n c a n

I.a disponibilidad de clientelas leales es reiterativamente documentada


como una fuente de protección de capos del narcotráfico frente a
la persecución del estado y de otros criminales. Las clientelas saben
que su inclusión material depende de la dominación de su patrón. El
poderoso capo del cartel del norte del Valle, W ilber Varela, tuvo que
sacar a Miguel Solano mediante engaños de su pueblo, Roldanillo,
para poder matarlo porque cada vez que enviaba sicarios a asesinarlo
eran identificados como extraños por la población (López, 2008).
De acuerdo con el relato de alias “el Navegante”, el infiltrado que
entregó a G onzalo Rodríguez Gacha, “el Mexicano”, en las costas
de Colombia, lejos de su área de operaciones en la zona esmeraldera,
sospechaba de la gente de la región: “la gente de la Costa no era de
fiar, a diferencia, según enfatizó, de sus coterráneos de Pacho [su
pueblo natal donde era el patrón]. A llá si me ven acorralado todo el mundo
me ayuda, me recalcó (Velázquez, 1992, p. 99)”. En Matamoros el
capo Osiel Cárdenas recibía información de la gente del lugar si se
enteraban de movimientos extraños. Un día la gente le inform ó que
había una camioneta sospechosa dando vueltas por la ciudad, eran un
agente de la DEA y otros dos del FBI que le seguían los pasos. Ravelo
(2009) describió así el episodio: “Osiel es un benefactor social en su
tierra, ha tejido complicidades, y en poblaciones urbanas y rurales le
guardan tanto estima como respeto. No faltan las voces indiscretas
que lo enteran de que policías estadounidenses siguen sus pasos”
(p. 185). En sus crónicas O sorno (2013) relató cómo “los Zetas”
movilizaron un barrio de Monterrey para pedir la salida del Ejército:
Hace ya tiempo que en la independencia se gesta un resentimiento
que las bandas de narcotraficantes han sabido capitalizar, según me
contaron varios hombres y mujeres que trabajan en la zona atendiendo
necesidades sociales con el debido permiso de las pandillas. El mundo
oculto se asomó cuando los Zetas imitaron exitosamente el acarreo
que practican los partidos políticos y llevaron a centenares de vecinos
de la independencia y otras colonias a bloquear las principales avenidas
de la ciudad pidiendo la salida del Ejército. Precisamente el día del
Ejército (p. 49).

139
M ás q u e p la ta o p lo m o

A medida que ocurren procesos de acumulación de capital, la clase


política suple progresivamente a las organizaciones criminales como
agentes mediadores del intercambio clientelista con los recursos del
narcotráfico. La inclusión en el mercado no depende absolutamente
del capital de las drogas por lo que los políticos profesionales pueden
obtener recursos de otras fuentes, incluyendo el propio estado. Más
aún, gran parte de la población no necesita una relación clientelista
para su inclusión material; esta se puede conseguir trabajo sin nece­
sidad de la mediación de algún patrón, por medio de un intercambio
libre de cualquier presión política. Cuando ya se trata de sociedades
con alta acumulación de capital, la clase política no tiene cómo ganar
elecciones basadas exclusivajnente en el soporte de las clientelas. El
clientelismo se reduce a espacios marginales y a los intercambios
propios de los operadores de la política. Las’ mayorías electorales
se conquistan a través de los medios de comunicación y la opinión
pública. Por consiguiente, la acumulación de poder está por fuera
de la conversión del capital de los narcotraficantes en clientelas que
deben su inclusión en el mercado a estos recursos. El capital de los
narcotraficantes a lo sumo se puede convertir en sobornos para pagar
las campañas de los políticos.
En últimas, las variaciones en las instituciones de regulación
social responden a la racionalidad tan diferenciada de los agentes que
controlan el capital, legal e ilegal, en los distintos tipos de sociedades
y en la form a en que pueden convertir este capital en soporte de la
población a determinado tipo de instituciones de gobierno.

La r a c io n a l id a d d e l a s in s t it u c io n e s

D E R E G U L A C IÓ N SO C IA L

Los acuerdos de dominación en la periferia entre la clase política y


las organizaciones de coerción privada no son estables. Tampoco
las relaciones entre centro y periferia permanecen estáticas en el
tiempo. Los cambios en los funcionarios estatales, las aspiraciones
de las facciones políticas, la competencia por el control del tráfico

140
G u s ta v o D u n c a n

de drogas y, sobre todo, las alteraciones de los equilibrios de fuerza,


suelen conducir a rupturas. Los m om entos de inestabilidad son
también momentos de redefiniciones entre actores legales e ilegales.
Sin embargo, la evidencia sobre la geografía del estado y la división
del trabajo en el narcotráfico entre mercancía y capital muestran
que pese a la volatilidad de la dominación ciertas tendencias per­
manecen estables. Luego de las redefiniciones de poder los tipos
de instituciones dominantes guardan toda una racionalidad con los
niveles de acumulación de capital. ¿En qué consiste esta racionalidad?
En el predominio de instituciones de dominación — bien sea bajo
el control del estado, de organizaciones de coerción privada o de
ambos— coherentes con los niveles de acumulación de capital.85
La figura 2 resume los efectos — en un espacio social dado— de
la acumulación de capital en la inclusión en el mercado de acuerdo
con distintas formas de regulación: m onopolio por el estado, oü-
gopolio de coerción y m onopolio de organizaciones de coerción
privada. En el lado derecho de la figura están ubicados los espacios
sociales en los que han ocurrido procesos de acumulación de capital.
A partir del punto B, en que predomina el m onopolio del estado
y la influencia del narcotráfico, funciona a través de sobornos a las
autoridades, la rentabilidad en términos de inclusión en el mercado
de la población local es mayor bajo las instituciones de regulación
del estado. De hecho, a medida que se acumula más capital en la
sociedad, la rentabilidad de una hipotética regulación monopólica
por mafias, o incluso de una regulación oligopólica, es descendente.
Solo en los vecindarios marginales y en los mercados criminales
donde la actividad económica legal es reducida existe algún tipo de
ganancia en la regulación por parte de las organizaciones coercitivas
del narcotráfico, sean pandillas o mafias.

85 Este argumento no es del todo original, pues puede comprenderse como una adap­
tación en un estado del argumento de Duffield (1998) sobre las diferencias en la
organización política del sur con respecto al norte como una respuesta a sus po­
sibilidades en el capitalismo mundial.

141
M ás q u e p la ta o p lo m o

F ig ura 2. Efectos de la acumulación de capital en la inclusión en el


mercado de acuerdo con distintas formas de regulación

La acumulación de capital está asociada con la disponibilidad de


recursos para el consumo de la sociedad. Si la acumulación es alta,
la intensidad y la variedad de agentes económicos que atienden el
mercado interno es mayor. Numerosos empresarios satisfacen la
demanda de una población con suficientes ingresos para participar
libremente en el mercado sin necesidad de apelar a relaciones clien-
telistas. Los empresarios son un grupo influyente, con intereses y
fuentes de poder autónomas por su propia disponibilidad de capital.
No dependen, por ejemplo, de los recursos que provienen de los
narcotraficantes o de las transferencias estatales que controla la clase
política. La acumulación de capital en una sociedad permite man­
tener el dinamismo del mercado interno al margen de los ingresos
controlados por mañosos y políticos. Por consiguiente, la inclusión
en el mercado por medio del capital de la droga está restringida a
una proporción poco significativa de la población.
Los empresarios formales que deben su ascendencia en el orden
social a los procesos de acumulación de capital prefieren la regulación

142
G u s ta v o D u n c a n

del estado que la de cualquier organización criminal. La razón es sim­


ple: el estado ofrece mayores garantías a sus derechos de propiedad.
Puede haber laxitud frente a los recursos que los narcotraficantes
inyectan al mercado local, de hecho favorecen la demanda de sus
productos, pero no encuentran conveniente que el control de estos
recursos amenace la hegemonía del estado. Ni mafias ni los seño­
res de la guerra, mucho menos guerrillas y pandillas, ofrecen una
protección de sus derechos de propiedad tan confiable como la del
estado. Además, una eventual pérdida de la capacidad de regulación
del estado implica potenciales pérdidas de capital en las empresas que
proveen el consumo interno. A l no ser dependientes del capital de las
drogas, los recursos traídos por las mafias no compensan las pérdidas
por los nuevos tributos que impone una clase criminal al dominio de
la sociedad, mucho menos compensan las pérdidas que implica una
administración deficiente del estado dirigida por burócratas que son
elegidos por su lealtad con organizaciones criminales en vez de por
sus méritos. Es así que la mayor fortaleza de la sociedad civil en socie­
dades con alta acumulación de capital implica una fuerte vigilancia a
las actuaciones del gobierno. Medios de comunicación, universidades,
centros de investigación y demás organizaciones influyentes en la
opinión pública, adquieren influencia sobre las decisiones políticas,
así como autonomía de quienes eventualmente puedan concentrar
los medios económicos. Por consiguiente, el acceso al poder de
organizaciones de coerción privada y de narcotraficantes queda re­
ducida a su capacidad de soborno de las autoridades, mientras que
su capacidad de regulación social se limita a mercados informales e
ilegales y a los barrios marginales.
Cuando los mercados dependen de los capitales de la droga para
mantener la capacidad de consumo, la racionalidad de la naturaleza
de la regulación social varía. Los oligopolios de la coerción son
más rentables en situaciones de acumulación intermedia de capital
porque protegen unos recursos cuyo tamaño en relación con el
mercado local son considerables. De hecho, es por su visibilidad
que la clandestinidad no funciona como mecanismo de protección

143
M ás q u e p la ta o p lo m o

F ig ura 2. Efectos de la acumulación de capital en la inclusión en el


mercado de acuerdo con distintas formas de regulación

Capacidad
de consumo

La acumulación de capital está asociada con la disponibilidad de


recursos para el consumo de la sociedad. Si la acumulación es alta,
la intensidad y la variedad de agentes económicos que atienden el
mercado interno es mayor. Numerosos empresarios satisfacen la
demanda de una población con suficientes ingresos para participar
libremente en el mercado sin necesidad de apelar a relaciones clien-
telistas. Los empresarios son un grupo influyente, con intereses y
fuentes de poder autónomas por su propia disponibilidad de capital.
No dependen, por ejemplo, de los recursos que provienen de los
narcotraficantes o de las transferencias estatales que controla la clase
política. La acumulación de capital en una sociedad permite man­
tener el dinamismo del mercado interno al margen de los ingresos
controlados por mañosos y políticos. Por consiguiente, la inclusión
en el mercado por medio del capital de la droga está restringida a
una proporción poco significativa de la población.
Los empresarios formales que deben su ascendencia en el orden
social a los procesos de acumulación de capital prefieren la regulación

142
G u s ta v o D u n c a n

del estado que la de cualquier organización criminal. La razón es sim­


ple: el estado ofrece mayores garantías a sus derechos de propiedad.
Puede haber laxitud frente a los recursos que los narcotraficantes
inyectan al mercado local, de hecho favorecen la demanda de sus
productos, pero no encuentran conveniente que el control de estos
recursos amenace la hegemonía del estado. Ni mafias ni los seño­
res de la guerra, mucho menos guerrillas y pandillas, ofrecen una
protección de sus derechos de propiedad tan confiable como la del
estado. Además, una eventual pérdida de la capacidad de regulación
del estado implica potenciales pérdidas de capital en las empresas que
proveen el consumo interno. A l no ser dependientes del capital de las
drogas, los recursos traídos por las mafias no compensan las pérdidas
por los nuevos tributos que impone una clase criminal al dominio de
la sociedad, mucho menos compensan las pérdidas que implica una
administración deficiente del estado dirigida por burócratas que son
elegidos por su lealtad con organizaciones criminales en vez de por
sus méritos. Es así que la mayor fortaleza de la sociedad civil en socie­
dades con alta acumulación de capital implica una fuerte vigilancia a
las actuaciones del gobierno. Medios de comunicación, universidades,
centros de investigación y demás organizaciones influyentes en la
opinión pública, adquieren influencia sobre las decisiones políticas,
así como autonomía de quienes eventualmente puedan concentrar
los medios económicos. Por consiguiente, el acceso al poder de
organizaciones de coerción privada y de narcotraficantes queda re­
ducida a su capacidad de soborno de las autoridades, mientras que
su capacidad de regulación social se limita a mercados informales e
ilegales y a los barrios marginales.
Cuando los mercados dependen de los capitales de la droga para
mantener la capacidad de consumo, la racionalidad de la naturaleza
de la regulación social varía. Los oligopolios de la coerción son
más rentables en situaciones de acumulación intermedia de capital
porque protegen unos recursos cuyo tamaño en relación con el
mercado local son considerables. De hecho, es por su visibilidad
que la clandestinidad no funciona como mecanismo de protección

143
M ás q u e p la ta o p lo m o

y alguna mafia debe — además de proteger a los empresarios que


se encargan de inyectar los recursos de la droga— im poner algún
tipo de orden en el mercado. Las instituciones del estado no tienen
cóm o proteger y regular m ercados que han sido filtrados por el
narcotráfico, así se trate de mercancías legales. Los costos adicio­
nales que se desprenden de los cobros por protección de las mafias
y de la corrupción sistemática de los gobiernos son compensados
por el incremento de la demanda interna. Sin la distribución de los
recursos del narcotráfico en el mercado y la sociedad local, las ventas
se vendrían al piso. La lógica dicta entonces que en estos contextos
los empresarios del mercado interno prefieren sacrificar su poder
social y político a cambio de mantener sus aspiraciones económicas.
El respaldo a una dominación oligopólica no es solo parte de
la racionalidad de las élites. Igual de importaVite es la racionalidad
de los sectores subordinados, quienes en vez de tornarse en una
amenaza suelen tornarse en un medio para garantizar la propiedad
por medio de relaciones clientelistas. El clientelismo en estos casos es
una form a de redistribución que garantiza la inclusión económica de
sectores subordinados a cambio de respaldar el poder de las mafias.
Una tarea importante de las mafias para garantizar la defensa de la
propiedad de narcotraficantes y demás empresarios ilegales consiste
en la construcción de clientelas leales entre la población local. Es solo
por medio del respaldo de estas clientelas que las mafias concentran
votos, soldados y apoyo popular para defender la propiedad de los
ataques del estado y de otros criminales. Los sectores dominados
encuentran de ese modo en las relaciones clientelistas un mecanis­
mo de inclusión económica en circunstancias en las que la limitada
acumulación de capital restringe el libre acceso al mercado.
Existen razones económicas y políticas para que ciertas élites le­
gales en sociedades con mediana acumulación de capital sean reacias
a aceptar una dominación absoluta por parte de las mafias. Políticos
profesionales, terratenientes, comerciantes, trabajadores calificados,
empresarios formales y demás élites locales pueden beneficiarse del
capital de las drogas para mantener la demanda de sus productos.

144
C Justavo D u n c a n

Pero si las instituciones de regulación de las mafias adquieren de­


masiado poder, pueden ser sometidas a niveles intolerables de ex­
tracción de rentas, o expropiadas de sus negocios y despojadas del
control de la administración pública. Las instituciones del estado
son las que garantizan que las mafias no vulneren sus derechos de
propiedad y sus fuentes de poder. Solo las autoridades pueden evitar
que una mafia le impida a un político hacer campaña electoral o que
arrebate las tierras y el ganado de un hacendado. De no ser así, mu­
chos empresarios optarían por abandonar la zona y sacar su capital
hacia lugares donde las instituciones del estado ofrezcan mayores
garantías, lo que conduciría a su vez a una caída en la capacidad de
los mercados locales y por consiguiente de los niveles de consumo.
Ln la figura 2 esta lógica puede observarse entre los puntos A y B,
donde la rentabilidad de una regulación oligopólica es superior al
monopolio de las organizaciones de coerción privada o del estado.
Si la regulación por mafias es racional desde lo local, ¿qué tan ra­
cional encuentra el estado central la existencia de formas oligopólicas
de autoridad en la periferia? Ln principio las mafias que redefinen las
instituciones reguladoras del orden local son una amenaza, desafían
su monopolio. Sin embargo, es un desafío manejable debido a la
capacidad del estado de intervenir en las instituciones de regulación a
través de la mediación de la clase política. Los oligopolios de coerción
son en esencia situaciones de mediación entre el estado central y los
políticos profesionales de la periferia. El estado central realiza dos
tipos de concesiones muy pragmáticas desde la perspectiva de sus
intereses: en primer lugar tolera la dominación social de una clase
criminal en la periferia sin necesidad de asumir los costos directos
de la inclusión en el mercado; de paso evita el rechazo que generaría
la represión contra los medios de inclusión de estos sectores, y en
Ncgundo lugar el estado utiliza la coerción de las mafias para mantener
d orden en la periferia y reprimir amenazas más graves a su auto­
ridad, desde criminales comunes hasta organizaciones insurgentes
como sucede en Colombia. Ln otras palabras, las mafias constituyen
un ahorro de recursos para el estado y las élites del centro por los

H5
M ás q u e p la ta o p lo m o

costos que implicaría llevar la coerción a áreas periféricas donde la


extracción, de rentas legales es limitada.
Por último, en aquellos espacios periféricos y marginales de
escasa acumulación de capital, donde el capital de la droga desborda
la capacidad adquisitiva del mercado interno, la racionalidad apunta
hacia la regulación monopólica de algún tipo de ejército irregular. La
seguridad de quienes trabajan en actividades ilegales está garantizada
por algún aparato coercitivo distinto al estado porque la llegada de sus
instituciones significa la dilución de la principal actividad económica,
y como efecto colateral el desplome de los mercados locales. La clase
política que controla las instituciones del estado encuentra además
que su papel como mediadores entre el centro y la periferia puede
llegar a ser irrelevante por el poco peso de los recursos del estado
y del capital privado en relación con el capital de las drogas. En las
zonas de cultivo de coca del Putumayo colombiano, por ejemplo,
Torres (2012) entrevistó a un líder del Partido Liberal que admitió
así su incapacidad para ganarse a la población dentro de la lógica
del clientelismo político: “Los del Bajo Putumayo tenían sus vidas
independientes. Ellos no necesitaban votar, porque allá vivían mucho
de la coca, no de la política. Ellos no dependen de las gentes que
vamos al Congreso o a la G obernación” (p. 15). El problema es en
esencia la protección de los flujos de capital del narcotráfico. Sin los
recursos de la producción primaria de drogas, ni los empresarios que
surten el consumo interno, ni los pobladores, dispondrían de recursos
para participar en el mercado. Lo que se aprecia en la figura 2 con
la diferencia de rentabilidad entre las distintas formas de regulación
social en términos de inclusión en el mercado.
El dominio de la sociedad por guerrillas, mafias, señores de
la guerra y paramilitares tiene su razón de ser en la protección del
narcotráfico como fuente de capital de los mercados locales. La
guerrilla en Colombia alcanzó un extenso control territorial porque
disponía de una base social de colonos cultivadores de coca que
demandaba orden y seguridad al margen de la regulación del estadc >.
Los cultivadores de marihuana y opio en México han sido el soporte

146
G u s ta v o D u n c a n

social de la dominación de carteles como el de Sinaloa y la “Familia


Michoacana”. La criminalización de los cultivos en las aisladas laderas
de la sierra de Sinaloa y Durango facilitó la demanda por institucio­
nes alternas a las del estado para proteger la vida económica de las
comunidades. Sin importar el grado de injusticia de las relaciones de
dominación, los dominados encuentran en el poder de estas organi­
zaciones coercitivas las bases de un orden que garantiza la protección
de sus fuentes de subsistencia material. No importa la injusticia ni
el grado de explotación económica. Los niveles tan limitados de
acumulación de capital suponen una racionalidad muy distinta en
cuanto a las expectativas económicas de la población dominada. En
vez de inversiones pensadas en términos de rendimientos de largo
plazo, las preocupaciones de los cultivadores de coca, marihuana y
opio están centradas en la disponibilidad inmediata de medios de
pagos para participar en el mercado. Sobre el caso de los cultivadores
de coca en Bolivia, Painter (1994) lo resume así:
|... j este es quizás el beneficio de la coca que más ha sido pasado
por alto: provee Liquidez inmediata y garantizada en cualquier mo­
mento del año — una forma de convertibilidad instantánea en dinero
cuando los tiempos son buenos o malos. Es decir, los retornos sobre
un periodo de tiempo son menos significativos que el efecto inmediato
de la coca al facilitar los flujos de dinero en efectivo (p. 12).H
ÍI

La gran diferencia con las sociedades en las que la regulación es


ejercida por oligopolios de coerción es que la clase política, por su
excesiva subordinación en el orden local, no funciona como un me­
diador en la construcción de instituciones de regulación local.8 Las
distancias entre las normas, los valores y los comportamientos para

H6 Traducción del autor.


H7 1.a distinción que hace Reno (2002) sobre la naturaleza de las mafias rusas y los
señores de la guerra somalíes es relevante como un paralelo de la diferencia entre los
oligopolios de coerción y los monopolios de coerción que se plantea aquí. La mafia
rusa debe sortear el poder del estado y de sus instituciones, mientras que en Somalia
estos son inexistentes.

147
M ás q u e p la ta o p lo m o

costos que implicaría llevar la coerción a áreas periféricas donde la


extracción,de rentas legales es limitada.
Por último, en aquellos espacios periféricos y marginales de
escasa acumulación de capital, donde el capital de la droga desborda
la capacidad adquisitiva del mercado interno, la racionalidad apunta
hacia la regulación monopólica de algún tipo de ejército irregular. La
seguridad de quienes trabajan en actividades ilegales está garantizada
por algún aparato coercitivo distinto al estado porque la llegada de sus
instituciones significa la dilución de la principal actividad económica,
y como efecto colateral el desplome de los mercados locales. La clase
política que controla las instituciones del estado encuentra además
que su papel como mediadores entre el centro y la periferia puede
llegar a ser irrelevante por el poco peso de los recursos del estado
y del capital privado en relación con el capital de las drogas. En las
zonas de cultivo de coca del Putumayo colombiano, por ejemplo,
Torres (2012) entrevistó a un líder del Partido Liberal que admitió
así su incapacidad para ganarse a la población dentro de la lógica
del clientelismo político: “Los del Bajo Putumayo tenían sus vidas
independientes. Ellos no necesitaban votar, porque allá vivían mucho
de la coca, no de la política. Ellos no dependen de las gentes que
vamos al Congreso o a la G obernación” (p. 15). El problema es en
esencia la protección de los flujos de capital del narcotráfico. Sin los
recursos de la producción primaria de drogas, ni los empresarios que
surten el consumo interno, ni los pobladores, dispondrían de recursos
para participar en el mercado. Lo que se aprecia en la figura 2 con
la diferencia de rentabilidad entre las distintas formas de regulación
social en términos de inclusión en el mercado.
El dominio de la sociedad por guerrillas, mafias, señores de
la guerra y paramilitares tiene su razón de ser en la protección del
narcotráfico como tuente de capital de los mercados locales. La
guerrilla en Colombia alcanzó un extenso control territorial porque
disponía de una base social de colonos cultivadores de coca que
demandaba orden y seguridad al margen de la regulación del estado.
Los cultivadores de marihuana y opio en México han sido el soporte

146
G u s ta v o D u n c a n

social de la dominación de carteles corno el de Sinaloa y la “Familia


Michoacana”. La criminalizacitm de los cultivos en las aisladas laderas
de la sierra de Sinaloa y Durango facilitó la demanda por institucio­
nes alternas a las del estado para proteger la vida económica de las
comunidades. Sin im portar el grado de injusticia de las relaciones de
dominación, los dominados encuentran en el poder de estas organi­
zaciones coercitivas las bases de un orden que garantiza la protección
de sus fuentes de subsistencia material. No importa la injusticia ni
el grado de explotación económica. Los niveles tan limitados de
acumulación de capital suponen una racionalidad muv distinta en
cuanto a las expectativas económicas de la población dominada. F.n
vez de inversiones pensadas en términos de rendimientos de largo
plazo, las preocupaciones de los cultivadores de coca, marihuana y
opio están centradas en la disponibilidad inmediata de medios de-
pagos para participar en el mercado. Sobre el caso de los cultivadores
ile coca en Bolivia, Painter (1994) lo resume así:
|...) este es quizás el beneficio de la coca que más ha sido pasado
por alto: provee liquidez inmediata y garantizada en cualquier mo­
mento del año — una forma de convertibilidad instantánea en dinero
cuando los tiempos son buenos o malos. Fs decir, los retornos sobre
un periodo de tiempo son menos significativos que el efecto inmediato
de la coca al facilitar los flujos de dinero en efectivo (p. 12).s<1

La gran diferencia con las sociedades en las que la regulación es


ejercida por oligopolios de coerción es que la clase política, por su
excesiva subordinación en el orden local, no funciona como un me­
diador en la construcción de instituciones de regulación local.s I .as
distancias entre las normas, los valores y los comportamientos para

Hí> Traducción del autor.

H7 |,a distinción que hace Reno (2(102) sobre la naturaleza de las mafias rusas v los
señores de la guerra somalíes es relevante como un paralelo de la diferencia entre los
oligopolios de coerción y los monopolios de coerción que se plantea aquí. La mafia
rusa debe sortear el poder del estado v de sus instituciones, mientras que en Somalia
estos son inexistentes.

I 17
4

E l sentido político de la guerra


contra las drogas

Pero yo tengo una pregunta. Si la violencia


en Juárez es simplemente una batalla entre
grandes carteles por controlar el cruce hacia
listados Unidos, entonces por qué ocurren
asesinatos a lo largo de toda la ciudad...
Charles Bowden89

La guerra contra las drogas encarna tres sentidos muy diferenciados


entre sí: uno, liderado en su mayor parte por agencias de seguridad
como la D E A y el FBI, que ven la guerra como un enfrentamiento
Contra organizaciones criminales sin mayores consideraciones po-
lílicas. Su propósito es destruir carteles que causan daños severos a
la población al proveer el mercado mundial de drogas y al financiar
organizaciones terroristas. Un segundo sentido compete a los esta­
dos de los países productores que se enfrentan a una guerra en la
que el narcotráfico es en sí un asunto secundario frente al desafío
que diversas organizaciones criminales plantean al ejercicio de su
imtoridad sobre amplios sectores de la sociedad. Es una guerra en
la que está en juego la imposición de las instituciones de regulación
uncial a lo largo del territorio y las relaciones de poder del estado
central con las autoridades formales e informales en la periferia. Y
un tercer y último sentido involucra las guerras entre organizaciones
1 omínales.Se trata de la violencia entre mafias, señores de la guerra y
pandillas por imponerse como la única fuerza irregular que controla
determinadas transacciones sociales en un territorio dado.

Il'l Ito v ik -n (2(111, p. l0 2 ).Tn u lu tc ió n ile l autor.

151
M ás q u e p la ta o p lo m o

Desde esta óptica es claro que a medida que la guerra se sitúa


en la periferia de los países productores su sentido se concentra en
asuntos políticos, concernientes a la definición de las instituciones
de regulación social y a la disputa por el ejercicio de la autoridad.'1"
Son estas guerras las que además generan los mayores volúmenes
de violencia e involucran a la población civil toda vez que el control
del negocio queda supeditado al control parcial — y en determinadas
condiciones total— de la sociedad. Una simple comparación entre
las tasas de homicidio del condado de Miami Dade durante el inicio
de los ochenta en la época de los cowboys de la cocaína, las tasas de
Medellín durante la guerra de IEscobar contra el estado y de Ciudad
Juárez a finales de la década del 2000, ilustra la desproporciém de la
violencia cuando la dominación social está en juego. Si se superponen
las cifras de las tres ciudades en una misma gráfica (ver figura 3) a
duras penas son visibles las variaciones en el número de asesinatos en
Miami Dade, de 227 a mediados de los setentas se llegó a 602 casos
anuales en 1981. Por su parte, en Medellín, de un poco más de 1000
muertes por año en 1983 se llegó a 6349 en 1991. Los incrementos
en las cifras de Ciudad juárez lueron igual de escandalosos, de 173
casos anuales se pasó a más de 3000 en solo tres años. Id tamaño til­
la población en las tres ciudades durante sus picos de violencia era
similar, alrededor de un millón y medio de habitantes, por lo que las
cifras absolutas no esconden mayores diferencias relativas.'11 Más aún,
la menor capacidad de registro de las oficinas forenses de México v
Colombia sugiere que los homicidios en Ciudad juárez y Medellín
seguramente fueron superiores a los reportados.
Este capítulo se interesa por aquellas guerras del narcotráfico
que involucran el ejercicio de la dominación de la sociedad, en otras
palabras por guerras que se extienden hasta el control y la vigilancia
de la población. Lo sucedido en Medellín y en Ciudad juárez sería901

90 ! .n particular se trata tic una guerra ti el tercer tipo, por el ejercicio tic la autoridad al
nivel de las comunidades, aludiendo a 1lolsti (1996).
91 ívi número tle habitantes de Miami Dade en 1980 era de 1.625.781, en Ciudad Juan
en 2010 era tle 1.332.131 v en Medellín en 1993 era de 1.630.009.

152
G u s ta v o D u n c n n

una guerra en estos términos, mientras que los sucesos de Miami


alrededor de los asesinatos de Dadeland sería tan solo una vendetta
de delincuentes. El argumento central es que en el narcotráfico las
guerras tienen un sentido político cuando está de por medio la de­
finición de las conductas permitidas entre la población, el acceso
a recursos a cambio de proveer seguridad y justicia, y el derecho a
actuar como autoridad en un territorio dado al margen del estado.
Cuando la guerra contra las drogas es la conjunción de una serie de
esfuerzos policivos por neutralizar capos y operarios del negocio su
sentido es puramente antidelincuencial. Por consiguiente, las guerras
con carácter político ocurren cuando por diversas razones una orga­
nización con medios coercitivos pretende incursionar en los espacios
sociales bajo el dominio de otra organización, o cuando el estado y los
delincuentes se disputan la regulación de un espacio social. Aunque
son categorías entremezcladas, las primeras pueden clasificarse como
guerras horizontales y las segundas como guerras verticales.

Figura 3. Total de homicidios por año en Miami Dade, Ciudad Juárez


y Medellín
7000

6000

5000

4000

3000

2000

1000

------ M ia m i-D a d e ------- C iudad Ju árez -------M edellín

l iii'ine: Para Miami Dade: Stauffer (20(11), para Ciudad Juárez: Alarcón (2(114) v
para Medellín: (¡¡raido (2008).

153
M ás q u e plat; a o p lo m o

L a s g u e r r a s h o r iz o n t a l e s

La primera categoría comprende lias guerras entre organizaciones


criminales por imponerse en un es|pacio social sin que implique una
transform ación apreciable de las instituciones existentes. Se trata
de la violencia entre mafias, señorres de la guerra y organizaciones
relativamente similares por impomerse como la única fuerza regula­
dora de determinadas transaccionies sociales en un territorio dado.
Si ocurre en sociedades perifériccas donde previamente existe un
monopolio de la coerción por organizaciones criminales, la guerra
es entre ejércitos privados por deffinir quién prevalece como fuerza
monopólica. Si ocurre en sociedaides medianamente integradas en
las que existen oligopolios de coetrción, la guerra es por definir qué
organización regula las transacciones sociales en conjunto con las
instituciones del estado. En las guterras horizontales las instituciones
de regulación social como tal no ctambian en sus aspectos genéricos,
lo que cambia es la facción que ccontrola las instituciones.
1 .as razones que motivan estass guerras son muy variadas: pueden
ir desde la codicia de un capo poor controlar todo el narcotráfico,
hasta las venganzas y los celos personales, pero todas comprenden
dos planos de enfrentamientos. Píor un lado está la neutralización de
la capacidad de fuego del aparato coercitivo del enemigo: se trata de
eliminar la mayor cantidad de soldiados, sicarios, informantes y demás
miembros del contrincante o de demostrar suficiente superioridad
para persuadirlos a cambiar de b;ando. Por otro lado está el control
de la población, es decir lograr eque la sociedad acepte la autoridad
de una nueva organización crimiinal. Para acaparar las instituciones
de regulación social los aparatos coercitivos del narcotráfico tienen
que lanzar un mensaje contundemte: ahora hay una nueva autoridad v
quien no obedezca o guarde lealtrad a la anterior organización dorni
nante sufrirá las consecuencias. P\)r esta razón la violencia resultante
aunque suele ser bastante llamadwa por los mensajes de crueldad que
se lanzan las partes en cada asesimato y su consiguiente retaliación, ;il
final la escala de los enfrentamiemtos suele ser limitada en términos
Gustavo Duncan

estrictamente militares. Salvo los enfrentamientos entre señores dé­


la guerra v guerrillas en zonas muv periféricas, los combates no
consisten en choques de ejércitos masivos en el campo de batalla
sino en v e n d e t t a s , la eliminación de bandas de asesinos a sueldo, el
terror contra comunidades asociadas con el enemigo v el asesinato
pormenorizado y sistemático de los miembros de cada organización.
Entre más extendidas estén las instituciones de regulación de las
organizaciones criminales en una sociedad, más parecida es a la lógica
de la violencia en las guerras civiles elaborada por kalvvas (2006).
La guerra es por obtener la colaboración de la población por medio
del ejercicio del control social, de modo que se eviten deserciones
hacia las organizaciones adversarias.
Las limitaciones en la escala tic los enfrentamientos contrastan
con su duración. Por los bajos costos de este tipo de guerras v la
inestabilidad de las propias organizaciones criminales, la violencia
puede extenderse durante largos periodos de tiempo. En muchas
circunstancias la violencia es solo el reflejo de las disputas en una
organización criminal por definir las jefaturas de las instituciones de-
dominación social; no es ni siquiera una guerra como tal, es solo el
mecanismo que tiene este tipo de organizaciones para definir quién
ocupa los cargos de poder. Durante- su avance a lo largo de la costa
norte tic Colombia a finales de los noventa, los paramilitares de Car­
los Castaño fueron absorbiendo a los grupos paramilitares existentes.
En realidad se trataba de la absorción de ejércitos privados de señores
de la guerra por una organización superior. Muchas organizaciones
se rindieron pero algunas, como la de I lemán Giraldo en la Sierra
Nevada de Santa Marra, opusieron resistencia. 1mego de sangrientas
batallas en la sierra, v de v e n d e t t a s e n una ciudad de medio millón de
habitantes, donde los paramilitares alcanzaron a decretar toque de
queda,'1'2las facciones pactaron una tregua. En adelante los ejércitos

l,.) I-;i información sobre la guerra en Sania Mana está documentada en el norial
Verdad A hiena, ” I as batallas de I lemán Ci i raido, v como terminó sometido a ' ” e,i
-!<• . I )isponihlc en: liiip: \v\w\.\erdadahierta.com, la historia d. I-I la historia ain
AXid las hai,illa de Ik inan "traído \ como termino sometido a ¡orce ló.
M ás q u e p la ta o p lo m o

de Hernán Giraldo formarían parte de las Autodefensas Unidas de


Colombia (AUC), el proyecto paramilitar de Castaño y tendrían el
control de la parte norte de la sierra, pero el costo sería la cesión del
control de la ciudad: Santa Marta.
No sería la única disputa entre facciones de paramilitares por el
control de un territorio. Los enfrentamientos entre el Bloque Cen­
tauros de las AU C con las Autodefensas del Casanare se debieron a
la ambición de Miguel Arroyave — líder de “los Centauros”— por
quedarse con el control de toda el área de los Llanos Orientales. Fue
una guerra de combates abiertos entre ejércitos uniformados dotados
de armas largas. Aunque finalmente Arroyave se impuso, las bajas de
soldados superaron los centenares en cada bando durante una sola
batalla (Serrano, 2009). De muy poco le sirvió la victoria porque al
poco tiempo Arroyave sería asesinado por uno de sus subalternos,
alias “Cuchillo”, para quedarse al mando de su tropa. En Medellín
también sucedió un enfrentamiento entre paramilitares. Luego de
haber expulsado a las milicias de la guerrilla de los barrios marginales
de Medellín, el Bloque Cacique Nutibara se fue contra el Bloque
Metro para quedarse con el control de sus territorios. Fue una guerra
disputada en su totalidad en espacios urbanos, sobre las escarpadas
laderas de los barrios más pobres de la ciudad.93 En todas estas
guerras entre paramilitares el objetivo era despojar a la dirigencia de
una facción del control de un territorio, en ningún momento estaban
en juego las instituciones de regulación social existentes. El asunto
era quién dominaba, no cómo dominaba.
En México la violencia reciente que estalló con el cambio de
régimen, del autoritarismo priista a la competencia democrática, tiene

No sería la única vez que los paramilitares obligaron a todo el comercio de la ciucl.ul
—incluidos los almacenes de cadena— a cerrar. Luego de que la Policía diera de baja
a Giovany Usuga, uno de los líderes de la organización, el grupo de “los Urabeñtm"
obligó a un toque de queda en casi todos los municipios de la costa norte. 1.1
comercio tampoco abrió ese día al público. Ver E¡Tiempo, “Paro de bandas se sinilú
en seis departamentos”, publicado el 6 de enero de 2012. Disponible en:
http://w\vw.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-5065018.
93 Rsta guerra está brillantemente narrada en el documental I m Sierra (2005).

156
G u s ta v o D u n c a n

su mayor expresión en los enfrentamientos horizontales entre unos


carteles por expandir su control territorial y otros por defender su
territorio sin que cambien las instituciones de regulación social. El
,cartel de Sinaloa y “los Zetas” buscaban expandirse a expensas de
'los corredores estratégicos que eran controlados por el cartel del
Golfo, de Tijuana y de Juárez. La motivación de Sinaloa era despojar
de sus rentas a unos capos originarios de su misma región que se
encontraban debilitados por la desaparición de los antiguos jefes,
:om o Am ado Carrillo, quienes eran los verdaderos pesos pesados
de estos carteles. La motivación de “los Zetas” era distinta porque
ao se trató en un principio de un cartel del narcotráfico sino de un
iparato coercitivo bajo el mando de un poderoso capo como Osiel
Cárdenas, quien tenía como función el ejercicio del control territorial,
mando Cárdenas fue extraditado, la máquina de guerra se quedó sin
tientes de financiación pero con una capacidad de fuego superior
a la de los antiguos jefes del cartel del Golfo. En vez de esperar que
jn nuevo capo los reclutara, “los Zetas” se impusieron a sangre y
uego en muchas regiones del noreste de México y de allí se expan-
áieron hacia el sur del país y hacia Centroamérica en busca de rutas
ie aprovisionamiento de drogas. El control territorial les permitía
ihora controlar el narcotráfico. Otra disidencia dirigida a la disputa
)or las mismas instituciones de regulación social ocurrió con el cartel
le Sinaloa cuando los hermanos Beltrán Leyva se cansaron de estar
:n una segunda línea, detrás de “el Chapo” Guzmán y “el Mayo”
Zambada. En este caso los niveles de violencia contra la población
livil fueron brutales porque ambas facciones conocían las redes
le parentesco y las bases leales de sus enemigos en los incontables
, anchos de Sinaloa.
Aunque en su mayor parte las guerras horizontales son enfren­
amientos entre organizaciones criminales, el estado juega un papel
aportante por los respaldos que pueda ofrecer a una facción en
ontra de otra. Así no pretenda im poner sus instituciones en los
spacios sociales de confrontación entre criminales, es un error me-
lospreciar el peso que tiene el estado en los resultados finales. No

157
M ás tjLjc p lata o p lo m o

solo porque los límites de la capacidad de regulación social por parte


del narcotráfico están dados por la capacidad de las instituciones del
estado sino porque la influencia sobre las instituciones del estado
son un medio de guerra definitivo para las propias organizaciones
criminales. La gran ironía es que los resultados de las confrontaciones
en lo ilegal en mayor o menor grado se definen por la influencia que
tengan las organizaciones criminales sobre el poder legal. Desde las
instituciones del estado la clase política y las autoridades pueden
definir a qué organización criminal persíguela con mayor intensidad,
a cuál le permiten gobernar una región, un barrio o una serie de
negocios en una ciudad, sobre qué capos entregan información a las
agencias antidrogas del primer mundo, etcétera. En consecuencia,
la organización que disponga de mayor respaldo estatal tendrá una
enorme ventaja para imponer sus instituciones de regulación en un
territorio dado, y para derrotar a sus contrincantes. La guerra del
narcotráfico como ejercicio de dominación social es una guerra que
tiene dentro de sus principales campos de batalla la lucha por la
influencia sobre las instituciones del estado.
El caso más famoso del papel del estado en las guerras entre
narcotraficantes fue el de Pablo Escobar y el alineamiento en su
contra de las agencias de seguridad de Colombia e incluso de Esta
dos Unidos con el cartel de Cali y “los Pepes”, la facción del cartel
de Medellín liderada por los paramilitares de Eidel Castaño, que
entró en confrontación con Escobar. De acuerdo con informes
desclasificados del Departam ento de Estado, el gobierno de Es
fados Unidos sabía muy bien de las alianzas que había entre estos
narcotraficantes con el aparato policivo del estado colombiano, pen >
los mismos inform es recomendaban no tomar acciones contra la
corrupción hasta que Escobar fuera dado de baja para no debilitar
la frágil posición del presidente César Gaviria.94 Al final, luego de la
eliminación de Escobar, la policía colombiana desmontó el cartel de
Cali. A los paramilitares de Castaño les fue mejor: se aliaron con el

94 Los reportes fueron leídos por el autor en la casa de un periodista estadounidm t


radicado en Colombia.

158
G u s ta v o D u n c a n

jefe de seguridad de unos narcotraficantes asesinados por Escobar en


la cárcel La Catedral, alias “Don Berna”, para controlar los barrios
marginales de la ciudad que antes dominaba el cartel de Medellín a
sus anchas.
Aun en casos menos mediáticos, la influencia sobre las institucio­
nes estatales es recurrentemente reportada como aspecto central en
las guerras entre organizaciones criminales. Los reportajes, las cróni­
cas y los testimonios de los propios narcotraficantes muestran cómo
el uso de las autoridades y los acuerdos con la clase política son parte
Cotidiana de los enfrentamientos. Bowden (2011) y Alarcón (2014)
advierten que en la guerra por Ciudad Juárez entre el cartel de Juárez
y el de Sinaloa, las fuerzas de seguridad del estado jugaron un papel
lie primer orden en los enfrentamientos. El problema era que las au­
toridades municipales, estatales y federales tomaron bandos distintos,
algunos se fueron con Juárez y otros con Sinaloa. Las guerras entre
Organizaciones criminales involucraron entonces enfrentamientos
entre policías y militares. Pero incluso no es necesario que exista una
guerra abierta para que los narcotraficantes consideren el apoyo de
las autoridades como parte definitiva de sus medios de dominación
territorial. En una entrevista, alias “Rasguño”, capo del cartel del
¡Jorte del Valle, reveló que constantemente pagaba sobornos a la
Policía para que colaborara con la vigilancia de Cartago, el municipio
ionde tenía su zona de control territorial. Sin embargo, tenía que
figilar con sus sicarios que la Policía efectivamente permaneciera leal
(61. En la entrevista (La Em.): dice:
—O sea que ¿también tenía el control de la Policía de Cartago?
—Sí señor. Y normalmente si yo estaba en El Vergel había un
retén en la salida de Cartago y otro retén en la salida de Alcalá.
—Pero retén ¿de quién? ¿De la Policía?
—Sí de la Policía y siempre había un muchacho mío ahí con un
radio.
—O sea ¿que era un retén conjunto de la Policía?
—Sí, la Policía se alquila, la Policía no se compra. 1intonces si us­
ted le da a un policía cien mil pesos mensuales y a otro le da doscientos

159
M ás q u e p la ta o p lo m o

mil lo dejan pasar. Entonces siempre en esos retenes había una persona
mía con un radio. Desde que yo estuviera siempre las salidas estaban
taponadas con policía y con gente mía las 24 horas.95

La influencia sobre el estado como parte de los repertorios de la gue­


rra alcanza a desbordar las fronteras de México y Colombia. Dudlcy
(2010) encontró que en Guatemala el cartel de Sinaloa utilizaba a
los cuerpos de seguridad del estado para su.s enfrentamientos con
carteles rivales:
El cartel ha aparentemente usado su influencia en el Ministerio
del Interior para adelantar investigaciones y acciones judiciales contra
su rival, los Zetas. Por ejemplo, un funcionario en Huehuetenango
sostuvo que la policía ha allanado numerosas bodegas de armas y
drogas en el área en los meses recientes, pero todas ellas pertenecían
a los Zetas (p. 78).%

Si los estados no son lo suficientemente fuertes para imponer sus


instituciones en la periferia, como sucede en casi todos los países
de Centroamérica, carteles extranjeros pueden pagar sobornos para
gobernar directamente o por medio de delincuentes locales áreas
periféricas que son valiosas como corredores de tráfico.
Por último, es importante reiterar que el atributo central de las
guerras horizontales es la coherencia entre los niveles de acumu
lación de capital en una sociedad con el tipo de instituciones de
regulación que imponen las facciones en disputa. En consecuencia,
las relaciones con el estado central no implican, en principio, que
en las guerras horizontales las instituciones del estado estén expan
diéndose o contrayéndose en un espacio social dado. La interven
ción del estado es para favorecer o reprimir a una de las partes, no

95 “La información que fue entregada por alias ‘Rasguño’ va fue incluida en lili
investigaciones de carácter (que) adelanta la Corte”. Audio disponible en:
litrp://\v\v\v.lafm.com.co/audios/l9-03- 10/la-informaci-n-que-fue-entregada pul
alias-rasgu-o-va-fiie-incluida-en-las-invesngac. (Transcrito el 6 de noviembre de Jnl t|.96
96 Traducción del autor.

16(1
G u s ta v o D u n c a n

para alterar las instituciones existentes. Del mismo modo, si una


mafia planea ingresar al territorio de otra mafia, por ejemplo una
ciudad intermedia donde priman los oligopolios de coerción, sus
aspiraciones no atañen una transformación de las instituciones de
regulación existentes. 1.a dominación continúa siendo un oligopolio
entre el estado y la mafia atacante. El triunfo de la mafia atacante
no incluye la imposición de una regulación m onopólica por sus
aparatos coercitivos sino el despojo de los espacios naturales de
dominación de la mafia contrincante. El contexto social dificulta la
imposición de formas de dominación que no son coherentes con
los niveles de acumulación de capital. Una ciudad intermedia en
México o Colombia difícilmente aceptaría la dominación absoluta
de un ejército privado, del mismo modo que las grandes ciudades
poco aceptarían el nivel de control de las mafias de las ciudades
intermedias, y que las zonas de cultivo aceptaran la regulación del
estado. La imposición de instituciones en contextos sociales donde
sus valores, normas y prácticas no son racionales con las condiciones
de acumulación son el producto de un enorme uso de la fuerza. Este
lipo de imposiciones no son comunes, pero cuando ocurren se trata
|dc otro tipo de guerra.

Las g u e r r a s v e r t ic a l e s

1.a segunda categoría de guerra ocurre cuando el estado o las orga­


nizaciones de coerción privada pretenden imponerse en espacios
M>ciales donde sus instituciones no son coherentes con los niveles
»lc acumulación de capital. La incursión en estas sociedades es trau­
mática porque conlleva una alteración de los fundamentos del orden
■i >cial existente. Implica desde un ataque a las bases económicas de
!|n sociedad hasta un rechazo a los valores, las normas y los hábitos
t «impartidos por la población. Un primer caso ocurre cuando el esta-
||i i despliega sus instituciones hacia espacios periféricos y marginales
linji i el dominio de mafias, señores de la guerra y guerrillas. A l aspirar
ti imponer su autoridad sobre una población en la que el narcotráfico

161
Más que plata o plomo

es la fuente de recursos que alimenta el mercado local y el canal de


acceso al poder de jóvenes excluidos, las retaliaciones contra el es­
tado no solo provienen de las organizaciones criminales sino de los
diversos sectores sociales que se ven afectados. Si el estado además
no está en condiciones de proveer orden, protección y acceso a los
mercados, la situación es aún más crídca. No dispone de instituciones
de regulación capaces de legitimar la obediencia de la sociedad bajo su
dominio. La resistencia al estado en estos casos desborda las acciones
de los aparatos coercitivos de los narcotraficantes y se vuelca sobre
la defensa de los intereses básicos de la comunidad. Las guerras
en estos casos pasan por las operaciones de las autoridades contra
organizaciones criminales que regulan la vida local y las retaliaciones
en form a de actos terroristas y asesinatos selectivos de agentes del
estado. Del mismo modo pasan por la imposición por la fuerza de
un nuevo sistema normativo que excluye las actividades directamente
asociadas con el narcotráfico y las manifestaciones de rechazo entre
la población por la forma como la represión a sus fuentes de ingreso
empobrece su seguridad material.
El resultado suele ser un proceso progresivo de criminaliza-
ción de comunidades directamente vinculadas con el negocio de las
drogas. Com o respuesta, las comunidades incuban una resistencia
latente a las instituciones del estado que eventualmente hace crisis
ante situaciones o decisiones que desbordan la tolerancia de la pobla­
ción. En La Guajira colombiana, por ejemplo, la población ha vivido
desde mucho tiempo atrás del contrabando. Cuando llegó el auge
del tráfico de cocaína fue apenas normal que las rutas de entrada de
mercancía se utilizaran para sacar drogas y que el contrabando fuera
utilizado para lavar las ganancias del narcotráfico (González-Plazas,
2008). Cada cierto tiempo, el estado central trata de poner orden
en la región. Nuevos puestos de control, agencias de aduanas v
funcionarios son desplegados en la región, lo c|ue dificulta — pero
no impide— que las actividades de contrabando form en parte im
portante de la economía e incluso de la cultura regional. De hecho,
en circunstancias en que la presión de las autoridades contra los

162
(¡usfavo Duncan

distintos tipos de tráfico en la región alcanza a afectar los medios


de vida de la población, surgen revueltas sociales.9
El problem a central para el estado es la aceptación de una
actividad criminalizada por la población. En una entrevista, G on-
zález-Plazas (2008) preguntó a un habitante de Maicao si ser narco
no es socialmente reprobado, a lo que este respondió: “No, aquí
no te_critican. Eo único que te critican es que seas atracador, pero
que tú te metas a narco, que seas contrabandista, está bien. Es un
negocio, es un trabajo” (p. 75). En Culiacán, cuando el autor tomó
un taxi del aeropuerto al hotel y le preguntó de manera casual al
taxista sobre cómo estaba la situación en la ciudad, obtuvo como
respuesta “bien, cuando el gobierno deja trabajar” en clara alusión
a que si dejaban a los narcotraficantes en paz a la ciudad le iba bien.
Más crítico para el estado es su incursión en las sociedades que
viven de cultivos ilícitos, como en el suroriente de Colombia o en
la sierra madre entre Sinaloa y Durango en México. La llegada de
las instituciones estatales va seguida de fuertes reacciones sociales
que abarcan desde movilizaciones sociales — como la ocurrida en
Colombia en 1996 durante los paros cocaleros (Ramírez, 2001)—
hasta procesos masivos de despoblamiento, como ocurrió en México
¡i raíz de la Operación Cóndor, cuando los cultivadores de la sierra
bajaron hasta Culiacán (Grillo, 2012).
¿Por c]ué el estado interviene en este tipo de sociedades si es
Costoso v los resultados de la intervención son inciertos? Aunque la
presión internacional juega un papel importante, la dinámica política
lie los estados es definitiva a la hora de decidir si intervenir o no. Si
bien el control de sociedades periféricas con baja acumulación de
Capital no representa mayores ganancias para el estado mientras que
los costos de dominación pueden ser altísimos, el deterioro de la

[ 97 Las últimas protestas sociales en La Guajira tienen su origen en la presión de


las autoridades contra el contrabando de combustibles, del cual vive un sector
importante de la población y es controlado por ejércitos privados. Ver por ejemplo
el reportaje de Semana “La pelea de los ‘pimpineros’ en Riohacha”, publicado el
3 de marzo de 2014. Disponible en: http://www.semana.com/nacion/articulo/
restringen-la-venta-de-gasolina-en-riohacha/379307-3.

163
Más que plata o plomo

autoridad estatal a lo largo del territorio significa una disminución


progresiva, del poder de la clase política que maneja el estado. Al
acumular poder, las organizaciones criminales están en condicio
nes de exigir más a los políticos profesionales y de despojarlos del
control de espacios sociales que aunque pueden no ser ricos en
capital son valiosos en términos de representación. Los votos dé­
la periferia también cuentan a la hora de reclamar participación en
la democracia. Por eso no es extraño que en muchos casos quienes
lideran la guerra contra las organizaciones criminales no sean pre­
cisamente los miembros de la clase política menos relacionada con
narcotraficantes. Los funcionarios públicos que reciben el respaldo
de mafias, señores de la guerra y narcotraficantes, si en un momento
dado encuentran que sus socios en la ilegalidad se convierten en
un lastre demasiado pesado para su gobernabilidad, no dudan en
traicionarlos.
México y Colom bia están llenos de casos de políticos que
pasaron de haber sido cuestionados por sus vínculos con actores
criminales, a convertirse en sus principales verdugos. En los años
ochenta, Miguel Angel Félix Gallardo, Carlos Ramón Quintero y
demás capos del cartel de Sinaloa fueron aprehendidos por el mismo
gobierno del PRI que los protegía cuando el asesinato del agente de
la D E A desencadenó una crisis con el gobierno de Estados Unidos
(Hernández, 2010; Resa, 2001; Astorga, 2005). El mismo presidente
de Colombia, Ernesto Samper, sindicado de recibir financiación del
cartel de Cali, fue quien desmanteló ese cartel debido a la presión
de Estados Unidos y la oposición política (Rempel, 2012). Igual
sucede con la clase política que ha llegado al poder sin el respaldo
de organizaciones criminales, que a pesar de no deberles nada tienen
en ellos una competencia feroz para la expansión de su poder. Asi
sucedió con el Nuevo Liberalismo en Colombia, un movimiento
político que quería cambiar las viejas prácticas clientelistas y que
denunció a Pablo Escobar como una muestra de la injerencia de los
narcotraficantes en la política. El resultado fue la guerra de Escobar
contra el estado colombiano.

164
Gustavo Duncan

El problema es que en ocasiones, cuando el poder de las or­


ganizaciones criminales reposa en el dominio de amplios sectores
sociales, la neutralización de la amenaza a la clase política demanda
no solo capturar algunos capos o políticos orgánicos del narcotráfico
sino en extender las instituciones del estado hacia los espacios de
control social de las organizaciones criminales. Bajo esas circunstan­
cias, la única alternativa es el uso de la fuerza para desmontar unas
instituciones de regulación fuertemente arraigadas en el orden social
de la periferia. Se trata ahora de un pulso de fuerza político por el
derecho a gobernar una comunidad y por la manera como debe ser
gobernada. 1 .as palabras de una asesora de Felipe Calderón durante
una entrevista (Vulliamy, 2012) resumen el sentido político que en
ocasiones adquiere la guerra contra el narcotráfico:
“El Ejército va a estar ahí tanto tiempo como sea necesario”.
Tanto como sea necesario, ¿para qué? “Tanto como sea necesario
para que el Estado cumpla con sus obligaciones básicas: la seguridad
pública y la recaudación de impuestos; obligaciones que en la actua­
lidad se ven amenazadas y hasta subvertidas y reemplazadas por las
imposiciones de los cárteles”. Extrañamente y con notable sinceridad,
De Sota añade: “El presidente es claro: la lucha no es contra las
drogas, sino contra la violencia y la capacidad de las organizaciones
criminales para subvertir el Estado. El presidente sabe que las drogas
no desaparecerán” (p. 66).

El caso contrario ocurre cuando las organizaciones criminales pre­


tenden extender el control de sus instituciones hacia ctrdenes sociales
regulados por el estado. Estas pretensiones implican un amplio re­
chazo de la población a las instituciones de las mafias si los niveles
lie acumulación de capital superan cierto umbral de modernización.
I,as mafias pueden controlar el mercado y la producción de drogas a
mi antojo, así como los mercados informales e ilegales de las grandes

Ciudades, pero si su control afecta los ingresos de sectores empre-


lítriales, los valores defendidos por la sociedad civil y la protección
lie los habitantes, la presión sobre el estado va a ser enorme para

165
Más que plata o plomo

reprimirla. No significa que empresarios legales sean necesariamen


te reacios a realizar negocios con empresarios de origen criminal.
Abundan los'casos de empresarios legales en sectores formales de la
economía que utilizan sus empresas para lavar capital proveniente del
narcotráfico. Lo que los empresarios, la sociedad civil y la población
en general no toleran es que las instituciones de la mafia gobiernen
la sociedad. Salvo para los vecindarios marginales y los negocios
de naturaleza inform al e ilegal, las instituciones de regulación de la
mafia son una amenaza a sus intereses econópiicos y a sus valores,
normas y hábitos.
Las organizaciones criminales amplían su espectro de domina­
ción más allá de donde el orden social es coherente con sus institu
dones de regulación debido á los procesos locales de acumulación
de poder. En una sociedad dada, cuando una mafia o un señor de la
guerra concentran demasiados recursos — en términos de hombres,
dinero, influencia política, etcétera— se encuentran con que tienen
el potencial de expandirse. La decisión de sus líderes es entonces
hacia dónde dirigir la expansión territorial con los recursos disponi
bles. Una alternativa es incursionar en sociedades en las que existen
instituciones de dominación similares a aquellas en las que ocurrió
la acumulación originaria de poder. Los resultados y las formas de
estas guerras form an parte de la categoría de guerras horizontales.
La otra alternativa es incursionar en sociedades que por su mayor
acumulación de capital presentan un orden social reacio a la impo
sición de sus instituciones de regulación. Un mafioso, o un señor de
la guerra que domina a su antojo un municipio intermedio, da un
salto gigantesco cuando logra incursionar en una ciudad y controla
los mercados informales utilizados para el lavado de activos. Los
recursos que proveen estos mercados son tan significativos que en
determinadas circunstancias se convierten en condiciones necesarias
para enfrentarse con otras mafias.
La expansión se convierte en una guerra vertical contra el estad< >
cuando el mafioso o el señor de la guerra pretenden apropiarse de
espacios sociales que son afines con las instituciones del estado.

166
Gustavo Duncan

Majo esas circunstancias, el estado está obligado a responder a las


pretensiones de dominación de las mafias. Las élites políticas y eco­
nómicas, la sociedad civil y las propias autoridades tienen mucho
que perder si ceden el control de las instituciones. Por lo general,
las guerras verticales consisten en guerras irregulares en las que las
mafias utilizan terrorismo, asesinatos selectivos y magnicidios para
doblegar la voluntad del estado y las élites y presionar a la población
civil para que se realicen concesiones. Por su parte, el estado tiene
que plantear la guerra en dos frentes: en los espacios de las ciudades
donde incursionan las mafias, y en las comunidades periféricas desde
donde los líderes de las mafias dirigen la guerra. Por la capacidad de
mimetizarse entre la población que tienen las mafias, suele ocurrir
que el estado apele a la guerra sucia y a alianzas con otras mafias que
no aspiran a ejercer dominación en espacios sociales bajo el control
de las instituciones estatales.
La guerra de Pablo Escobar contra el cartel de Cali era una guerra
horizontal entre dos carteles por someter a su rival de otra ciudad,
pero al mismo tiempo la guerra de Escobar contra el estado era una
guerra vertical por imponer sus instituciones sobre las del estado,
has bombas, el secuestro de familiares de las élites de Bogotá, los
magnicidios, los asesinatos de policías, fueron los medios de guerra
de Escobar para obligar al estado a pactar unas condiciones de so­
metimiento que le permitían controlar la segunda ciudad del país. Su
poder yacía en el dominio de las barriadas populares y marginales de
Mcdellín y sus jóvenes criminales que estaban dispuestos a enfrentar­
se a un enemigo muy superior por un momento de riqueza y gloria.
Ante el tamaño de la amenaza, el estado apeló a masacres en estos
barrios y a alianzas con otros carteles como el de Cali (Legarda, 2005;
Martin, 2012). En México una guerra vertical ocurrió con la irrupción
ile “los Zetas” y su pretensión de convertirse en un cartel que no
solo regulaba el narcotráfico sino también todo tipo de actividades
económicas — incluyendo las legales— en ciudades importantes
como Monterrey. De nuevo la respuesta del estado rayó en la guerra
sucia. El uso excesivo de la fuerza por parte de los militares y la

167
Más que plata o plomo

Marina condujo a numerosas violaciones de derechos humanos. Y


en muchas circunstancias era clara la alianza de las autoridades con
Sinaloa para someter a “los Zetas” (Hernández, 2010).

L a s t r a y e c t o r ia s d e la r g o p l a z o

En la práctica, las guerras del narcotráfico involucran simultánea­


mente ambos tipos de conflictos, no suelen ser unidimensionales.
El estado incursiona en sociedades reguladas p*or organizaciones de
coerción privada al tiempo que realiza acuerdos con alguna mafia
o señor de la guerra sobre el tipo de instituciones de regulación
que se impondrán en el territorio. No pretende imponer las suyas
por los costos que implica la transformación de las instituciones en
sociedades periféricas y marginales, pero media con la clase política
o delega en ejércitos privados las instituciones de regulación del
orden local. La mediación es acerca de qué tipo de prácticas de los
aparatos coercitivos del narcotráfico pueden ser toleradas y cuáles
no. A su vez, las organizaciones criminales exigen niveles mínimos de
inmunidad para las empresas narcotraficantes que funcionan bajo su
paraguas de protección. Los empresarios del narcotráfico que están
por fuera de su paraguas de protección sufren tanta represión de las
autoridades que si no se someten a pagar una parte de sus ganancias
desaparecen del negocio.
Las guerras del narcotráfico suelen tratarse entonces de con­
flictos con un propósito muy distinto a la destrucción total de las
organizaciones que trafican drogas, como lo pregonan las agencias
internacionales de seguridad y los propios estados comprometidos en
la guerra. Es más bien acerca de cómo el estado sortea la presencia
en su territorio de instituciones alternas bajo el control de organiza­
ciones criminales. Es además un desafío que está sujeto a las pobres
ganancias que hay en el control de espacios sociales reacios a la
regulación del estado y a los potenciales costos de intervención, a la
pérdida de soporte popular, al riesgo de corrupción de las autoridades
estatales y al despilfarro de recursos en una guerra que se presume

168
Gustavo Duncan

inagotable. No es extraño entonces que en las guerras de la droga-la


mediación o la delegación del poder en organizaciones criminales
que garantizan un orden local sea un asunto recurrente. Las alianzas
entre criminales y el estado son asuntos que aunque coyunturales
tienden a convertirse en una situación estructural del sistema político.
Al final se trata de un sistema de acuerdos explícitos y tácitos entre
el estado y distintas facciones criminales con su respectivo soporte
social a lo largo de la geografía del país.
La corrupción sistemática de la clase política en países provee­
dores del mercado internacional de drogas es una expresión de la
necesidad de interacción entre el estado y las organizaciones crimi­
nales. Políticos corruptos definen los límites del poder de las partes,
es decir hasta dónde una organización criminal regula transacciones y
espacios sociales que desbordan la regulación de lo puramente ilegal,
y hasta dónde el estado reprime una actividad criminalizada que in­
fluye en las relaciones económicas y de poder de numerosos sectores
sociales. También definen las alianzas que el estado realiza con las
diferentes organizaciones para reducir el desafío a su autoridad. Cada
tanto surgen organizaciones que no respetan los límites trazados por
el resto de poderes de la sociedad y se enfrentan al estado, el cual
suele responder mediante alianzas con sus competidores en el crimen.
Luego de someter a las organizaciones insurrectas, el estado concede
a sus aliados la regulación de las transacciones y los espacios sociales
que eran dominados por las organizaciones derrotadas. Entretanto,
el manejo de la interacción entre el estado y las mafias es en sí una
oportunidad para acumular poder. No es extraño que los políticos
profesionales y las autoridades policivas que se han especializado
en la mediación se conviertan al final en actores de poder de primer
orden. Disponen de la coerción y el capital de la criminalidad para
acumular poder, y de las instituciones del estado para negociar en
términos ventajosos con mafiosos y señores de la guerra.
Las declaraciones de alias “Rasguño” a la Fiscalía colombiana
desde una cárcel en Estados Unidos dicen mucho del grado de co­
rrupción necesaria para que las mafias del narcotráfico funcionen con

169
Más que plata o plomo

el poder que han dispuesto durante las últimas décadas. Asimismo


dice mucho de cómo actores legales necesitan el respaldo de las
organizaciones criminales para poder gobernar y de cómo a cambio
hay una delegación del dominio del territorio en las instituciones
de las mafias. Su confesión™ abarca temas tan trascendentales en
la vida política de un país como la elección de un presidente y de
congresistas en sus zonas de dominio para evitar la extradición:
Había que subir a Samper y apoyarlo con votos y con dinero
porque con Samper ellos [se refiere a los máximos capos del cartel del
norte del Valle en 1994, Orlando Henao y alias “Don Efra”] tenían
un manejo total para evitar la extradición y poder tener manejo de
lo que era fiscalía, policía, corte y todas esas cosas de política. ¿Qué
dijeron ellos? Dijeron cada uno va a manejar su terruño, va a apoyar
los votos de Samper y cada uno va a tener su representante a la Cámara
y sí puede su senador, para que en el momento que haya que entrar
a apoyar la no extradición de nacionales, que esa era la finalidad de
todo eso porque los americanos tenían un proyecto grande, que eso
salga negativo (p. 47-48).

El uso de los congresistas amigos del cartel del norte del Valle para
definir los ascensos de los coroneles a generales y sus nombramientos
en las plazas nacionales:
Hubo manejo para poner los Coroneles de la Policía en el Valle
[... | Creo que hay una junta como de siete u ocho Senadores. Y en­
tonces esos Coroneles de la Policía iban a hablar con nosotros para
que les ayudáramos con “Nacho” |un político del norte del Valle], para
que “Nacho” hablara con esos Senadores y los ascendieran a Gene­
rales. Por eso me di cuenta yo que existía una junta en el Senado para
ascenderlos a ellos. Entonces ya Danilo |se refiere a Danilo González,
un antiguo Coronel de la Policía convertido en narcotraficante], bueno
entonces este hombre nos camina, entonces los que Danilo y ese Co­
ronel Jaramillo, creo, decían que servían eran los que se sugerían para98

98 http://ww\v.scribd.com/doc/49283661 /trascripcion-rasguno-doc

170
Gustavo Duncan

ascenderlos a Generales. Y todos los comandantes de departamentos,


todo eso lo manejábamos todo nosotros totalmente (p. 11-12)."

Y el control de los alcaldes para tener información de los consejos


de seguridad que se hacían en las alcaldías municipales de la región
del norte del Valle y controlar la seguridad de los municipios:
[EJs la función de los alcaldes, que uno trata de tener, como todos
los lunes hay consejo de seguridad en los batallones, entonces uno
dene acceso a esa información todos los lunes de qué está pasando,
qué pasó el fin de semana, cuáles son las quejas, para dónde van eso
es lo que uno hace con los alcaldes de los pueblitos... porque no se
hace más1"" (p. 34) [...] en un pueblo como Cartago, que tiene 100 o
120 mil habitantes, nunca nos hicieron un operativo, nunca se cayó un
cargamento, nunca hubo gente detenida, se cometían las depuraciones
normales de un pueblo de esos de delincuencia común, de robo, de
abigeato, nunca hubo un detenido... (p. 52).""

Arias y Goldstein (2010) han acuñado el término pluralismo violento


para referirse a la presencia sistemática de la violencia en los pro­
cesos democráticos de América Latina. La interacción con actores
armados y con criminales ha sido parte importante de la construc­
ción de las instituciones estatales. En ese sentido, el capital y la
coerción que se derivan del narcotráfico son factores decisorios de
las trayectorias particulares que toman los pluralismos violentos en
países como México y Colombia. No se trata per se de un proceso
tic debilitamiento del estado y de la democracia. Se trata más bien de
la construcción de instituciones de dominación coherentes con las
formas de acumulación de capital tan distintas que existen entre el
centro y la periferia de estos países. En su famoso libro Haciendo la
gn erray haciendo el estado como crimen organizado, Tilly (1985) compara el910

99 Op. Cit. p. 11.


100 Op. Cit. p. 34.
101 ( )p. Cit. p. 52.

171
Más que plata o plomo

proceso de construcción de los estados de Europa con la protección


y extracción de rentas por organizaciones criminales. Los estados se
hicieron a partir de la eliminación o cooptación de la competencia
interna, es decir de otras organizaciones armadas que aspiraban a
imponer su capacidad de coerción y extracción de recursos en un
territorio. La form a particular de los modernos estados nación de
Europa surgió de la acumulación de capital por parte de agentes eco­
nómicos protegidos por el estado. En un momento dado, las exigen­
cias de los capitalistas se impusieron sobre los intereses extractivos
del estado. Quienes controlaban el estado tuvieron que considerar
las demandas de quienes controlaban el capital porque solo con sus
recursos podían mantener los medios de coerción suficientes para
afrontar las amenazas de otros estados y de la competencia interna.
Tuvieron que dejar de comportarse com o “el crimen organizado”.
En un m om ento más reciente, a partir de la m odernización y la
industrialización, las rentas por protección fueron rebasadas pol­
las rentas por innovación tecnológica en la producción económica
(Lañe, 1958). La idea de los estados como empresas de coerción para
extraer rentas quedaba entonces relegada como un asunto del pasado.
En apariencias, la construcción del estado en los casos de Méxi­
co y Colombia ha seguido en términos gruesos una lógica similar
de concentración de la coerción y de acumulación de capital. En
ambos casos han surgido estados relativamente fuertes basados en
el respaldo de una clase capitalista. Desde mediados del siglo veinte
la autoridad central ha estado plenamente definida, así hayan ocu­
rrido cambios de gobierno y, en unos pocos casos, de regímenes.
Las élites políticas siempre han podido acceder a suficiente capital
para ejercer y legitimar la autoridad del estado central. A cambio,
las élites económicas se han beneficiado de la protección del estado
y de la aparición de un enorme mercado interno"’2 para garantizar
sus propiedades, crear nuevas empresas económicas y acumular más
capital. Los resultados saltan a la vista: de acuerdo con la revista

102 De acuerdo con el l'M l, México y Colombia son la economía número 11 y 28 del
mundo utilizando el PIB a precios constantes entre naciones.

172
Gustavo Duncau

h'orbes, el magnate mexicano Carlos Slim ha sido el segundo hombre


más rico del mundo, y los colombianos Sarmiento y Santodomingo
han estado entre los cien primeros de la lista.103
La reciente explosión de violencia asociada con el narcotráfico
podría hacer parecer que la concentración de la coerción y la ca­
pacidad de administrar los recursos públicos por parte del estado
atraviesa una crisis estructural. La toma de poblados por parte de la
guerrilla, las masacres de los grupos paramilitares, la exhibición de
cuerpos decapitados en la vía pública y demás actos de terror de las
mafias, ciertamente advierten que el estado está en serios problemas
para imponer un monopolio de la coerción. Sin embargo, contrario a
las versiones de colapso o de debilidad estructural, este texto ofrece
una explicación distinta del proceso de construcción de estado de
acuerdo con las relaciones entre coerción y capital. Su conclusión
principal es que: i) la guerra contra las drogas en México y Colombia
se trata sobre la imposición de organizaciones coercitivas distintas al
estado central coherentes con las dinámicas capitalistas de las áreas
periféricas, y que ii) la hegemonía del estado central nunca ha estado
amenazada en sus principales centros de poder, por tanto no se trata
de estados en proceso de colapso, mucho menos de estados fallidos.
¡ Más aún, en el largo plazo la guerra ha significado un proceso
paulatino de fortalecimiento de la capacidad estatal en México y C o­
lombia. La capacidad de cobrar impuestos, de desplegar sus aparatos
coercitivos y de prestar servicios públicos se ha expandido por las
mismas exigencias de la guerra. Ciuando organizaciones criminales
desafiaron la autoridad del estado, la respuesta fue un lento pero
progresivo fortalecimiento institucional. Las instituciones del estado,
con todos los defectos asociados a la corrupción y a la distorsión de
sus normas, fueron obligadas a ampliar sus capacidades de manera
paralela a la imposición de las instituciones de las organizaciones
criminales. Aunque en la periferia la balanza de poder se hubiera
inclinado hacia la criminalidad, el estado se veía obligado a fortalecer

103 Ver: htip://\vvvw.forbcs.com/lists/2010/10/billionaires-2Ü10_The-\X'orkls-BiUionaircs


_Rank.html.

173
Más que plata o plomo

sus instituciones en sociedades en las que antes no había o escasa­


mente había, llegado; y no había llegado hasta allá porque no existía
ningún interés ni ninguna amenaza para hacerlo. La guerra contra
los drogas, o lo que se conoce como tal, fue el motivo que obligó al
estado a desplegar sus instituciones en sociedades periféricas como
mecanismo de contención del desafío a su autoridad.
El Plan Colombia y el Plan Mérida — que en principio fueron
diseñados como iniciativas para combatir el narcotráfico— termi­
naron muy rápido convirtiéndose en planeS de políticas públicas
para fortalecer el estado. En otras palabras, un estado como Estados
Unidos, con una visión de la guerra contra las drogas com o un
asunto puramente antideliricuencial, term inó por reconocer que
detrás de la guerra contra las drogas estaba el tema del surgimiento
de instituciones de regulación social alternas al estado. De otra parte,
la propia inclusión de sociedades periféricas en el mercado y en la
vida política desde el narcotráfico creó condiciones adecuadas para
la imposición en el largo plazo de las instituciones del estado como
mecanismos de regulación social. Fue así que a raíz de la guerra en
Colombia el estado instaló estaciones de policía en pueblos remotos
donde la coca abrió nuevos mercados y atrajo población. Luego cons­
truyó carreteras y llevó oficinas de atención social. Paulatinamente la
bonanza se fue diluyendo por la propia presencia de las autoridades
y el desplazamiento de los cultivos a áreas más remotas. Después de
mucho tiempo, lo que entonces era territorio bajo el control de orga­
nizaciones armadas irregulares se convertía en territorio del estado
así fuera bajo una form a precaria de regulación por sus instituciones.
Esta aproximación a las implicaciones políticas de la guerra
contra el narcotráfico sugiere una historia más compleja que la de una
simple disputa del estado contra violentas organizaciones criminales
con alta capacidad de corrupción. Es en realidad la historia, por un
lado, de cómo sectores subordinados en la sociedad aprovechan la
disponibilidad de coerción y capital para organizar un proceso de
acumulación de poder y ric]ueza y, por otro lado, de cómo alrededor
de este proceso las sociedades periféricas son de manera espontánea

174
Gustavo Duncan

y sin ningún plan preconcebido incluidas dentro de la economía y la


política nacional. Es también la historia de cómo el estado es forzado
a compartir, y en ocasiones delegar, el ejercicio de la coerción para
satisfacer demandas sociales. Y recurrentemente es la historia de los
desencuentros entre el estado y las organizaciones criminales por
imponer sus instituciones a lo largo de la geografía nacional, con
las consiguientes explosiones de violencia que desbordan los actores
directamente com prom etidos en el enfrentam iento e involucran
poblaciones que en apariencia nada tienen que ver con la guerra
contra las drogas.
El trabajo que queda a continuación es develar cómo han sido las
trayectorias particulares de construcción de instituciones alternas de
regulación social en la periferia de México y Colombia, y cómo han
sido las relaciones de poder entre el estado central, la clase política
y las organizaciones criminales.

175
SEGUNDA PARTE

M é x ic o ,C o l o m b ia y l o s o t r o s en una
PERSPECTIVA COMPARADA
5

M éxico: el precio
de la dem ocratización

Un ex guerrillero regiomontano de los


setenta me explicaba que lo que no había
podido hacer la Liga Comunista 23 de
septiembre, fundada por un estudiante
del TEC de Monterrey, ni las Fuerzas de
liberación Nacional, que aquí nacieron y
son el antecedente del Ejército Zapatista
(EZLN), lo vinieron a hacer Los Zetas:
derrumbar la dura roca del corporati­
vísimo priista.
Diego Osorno (2013, p. 52)

A pesar de ser el terreno de organizaciones productoras de drogas


desde tempranas décadas del siglo X X , el régimen del PRI en México
ofreció a las élites regionales un control incuestionable sobre las
organizaciones armadas de los narcotraficantes. Las instituciones au­
toritarias del nivel central de gobierno se replicaban en los gobiernos
locales castigando cualquier forma de disidencia. Sin importar que se
tratara de una actividad ilícita, los narcotraficantes debían someterse a
la autoridad de la clase política y las autoridades priistas, lo que signi­
ficaba que quienes producían y traficaban drogas debían transferir la
mayor parte de sus ganancias a las élites formales que controlaban las
instituciones impuestas por el PRI. En varios casos estas mismas élites
eran las que se encargaban directamente del tráfico, como ocurrió en
Sinaloa y en Tamaulipas (Astorga, 2005; Flores, 2012).
Cuando el régimen priista llegó a su fin con el cambio de siglo,
resultado de un proceso que venía de más de una década atrás, los

179
Más que plata o plomo

mecanismos de control de las élites regionales y nacionales sobre el


narcotráfico,se debilitaron (Bailey y Godson, 2000; Palacios y Serra­
no, 2010). Entre el entramado de instituciones que surgieron con la
apertura democrática estaban las instituciones impuestas por los nar-
cotraficantes con sus aparatos coercitivos. Este capítulo interpreta la
guerra del narcotráfico en México como una consecuencia imprevista
del proceso de democratización del régimen político. La proliferación
de aparatos coercitivos con capacidad de regulación social significó
una distorsión de las instituciones democráticas. La violencia surgió
en una primera instancia como resultado de la competencia entre
distintas organizaciones criminales por dominar espacios sociales
valiosos como rutas y centros de producción de drogas.1"4 Fue una
respuesta apenas natural ante las oportunidades abiertas por el cam­
bio de régimen político. Pero en una instancia posterior la violencia
involucró a las autoridades estatales cuando el gobierno central quiso
recuperar en mayor o menor grado la primacía de sus instituciones.

El e st a d o p o s r e v o l u c io n a r io

El desafío de los líderes revolucionarios que derrotaron a Porfirio


Díaz era cómo pacificar las distintas facciones armadas que habían
contribuido a la lucha y ahora aspiraban a expandir su poder desde
el estado y desde la preservación de sus ejércitos. La salida de la
revolución mexicana fue entonces la construcción de un régimen
corporativista que, en vez de desarmar las facciones y los caciques
regionales, los integró dentro de las instituciones del estado (Medi­
na, 2006; Garrido, 1982). Cualquier reclamo, aspiración de poder o
disputa sobre recursos debía ser tramitada dentro del partido como
mecanismo de alineación de las fuerzas políticas existentes. A cambio
de someterse a la disciplina del PRI, los diversos sectores sociales
— desde las élites regionales y económicas hasta los obreros y los
campesinos—- podían obtener recursos, privilegios y diversos tipos

104 La violencia del narcotráfico como tasas globales de homicidio arranca realmente en
el 2008 (ver F.scalante, 2010).

180
Gustavo Duncan

de concesiones del estado. La construcción de este régimen cor-


porativista no fue sencilla. El proceso de centralización del poder
político tomó varias décadas desde el final de la Revolución hasta la
fundación form al del PRI en 1946 (Medina, 2006):
La flexibilidad necesaria para resolver las tensiones entre el centro
y la periferia, los caciques y el estado, se alcanza mediante la funda­
ción del partido de la revolución, que integra nuevas fuerzas sociales,
equilibra los grupos políticos y favorece la constitución de un estado
fuerte. Aunque en lo político continúa la tradición postdemocrática
de los liberales decimonónicos, esta de nuevo se topa con resistencias
sociales de consideración. Las antiguas redes de poder caciquil en el
país se reconstituyeron vía los hombres fuertes revolucionarios. Pero
la base para nuevas alianzas, ahora de naturaleza más amplia a través
de gremios y campesinos, estaba cimentada y era posible, siempre
y cuando se centralizara el poder. Cosa que sucedió, otorgándole al
segundo estado mexicano los medios para darle un empujón mayor a la
modernización económica, frente a la cual la política quedó postergada
para mejores tiempos (p. 16).

Quienes quedaban por fuera de los arreglos institucionales del PRI


estaban en grandes desventajas para acceder al poder y a los recur­
sos del estado. El Partido Acción Nacional (PAN), el segundo más
importante en México, fue fundado en 1939 y solo en 1989 pudo
ganar por primera vez las elecciones a la gobernación de un estado.
En el caso de organizaciones disidentes como las guerrillas y los
movimientos de izquierda, estos eran aplastados por las fuerzas de
seguridad apenas amenazaban al sistema. El aniquilamiento de los
núcleos guerrilleros que surgieron a mediados de los sesenta, y la
masacre de Tlatelolco en 1968, eran una demostración de que el
aparato de seguridad del estado era implacable cuando se proponía
reprimir a las disidencias. Pero paradójicamente la disidencia era
tolerada, e incluso fomentada, si se realizaba desde las instituciones
del PRI. Los sindicatos, por ejemplo, fueron absorbidos por el PRI
y cumplían un papel fundamental para tramitar las demandas ante

181
Más que plata o plomo

el estado de todo tipo de trabajadores; su acción llegaba hasta los


trabajadores informales e ilegales. Las ventas de fayuca, mercancías
de consumo» masivo traídas de contrabando desde Estados Unidos,
estaban reguladas por sindicatos adscritos al PRI que garantizaban
que ni la policía ni los funcionarios aduaneros interfirieran con estas
actividades (Sandoval, 2012).
Si en el centro se disciplinaba a las potenciales disidencias me­
diante la absorción en las instituciones del estado, en la periferia
las instituciones del PRI eran utilizadas para garantizar un orden
social según los intereses básicos de las élites. Fue así como el esta­
do desarmó a las élites regionales en el proceso posrevolucionario,
pero las élites regionales pudieron utilizar la capacidad coercitiva
del estado, así como el resto-de sus instituciones, para im poner su
dominación en la periferia.105 Uno de los tantos usos de la fuerza
del estado estuvo dirigido a la protección -—y al mismo tiempo
al sometimiento— de los narcotraficantes, sobre todo en aquellas
regiones donde la producción de drogas era una fuente de capital
importante para las élites locales.
Ahora bien: el PRI como una institución que absorbía todas las
disconformidades y potenciales insubordinaciones y las sometía al
sistema, cuando no las reprimía, no era una estructura de gobierno
monolítica a lo largo del territorio. Las instituciones del centro no
necesariamente se replicaban de la misma manera en la periferia. El
ejercicio de gobierno en la periferia se ajustaba a las prácticas, a las
fuerzas sociales y a la economía política de lo local. El autoritarismo
era en muchos casos parte de un proceso competitivo entre diversas
facciones de élites, la cual implicaba desde las alianzas con clases
y sectores sociales subordinados hasta la cultura particular de la
sociedad. A l margen de toda la discusión sobre la clasificación del

105 Si bien se asume el desarme de los hombres fuertes de la Revolución en las regiones
como un proceso exitoso, en realidad fue incompleto y lleno de matices. En
muchos casos los hombres fuertes pasaron de tener un ejército privado a hacer uso
discrecional de los aparatos de seguridad estatales. Rath (2013) desmitifica el carácter
pacífico de la desmilitarización del México posrevolucionario.

182
Gustavo Duncan

régimen político mexicano y sus expresiones en la periferia (ver por


ejemplo Rubín, 2003), dos de sus atributos son imprescindibles para
comprender las instituciones de regulación social que surgieron en
México como consecuencia del auge del narcotráfico y su evolución
durante el proceso de democratización. De un lado estaba la prolife­
ración de sistemas autoritarios en el nivel subnacional de gobierno,
los cuales se basaban en el control de las instituciones locales del
estado y de las relaciones con el estado central.106 Un aspecto central
del sistema era la importancia que tenía el control de los recursos del
estado para controlar las rentas públicas y privadas disponibles. El
poder económico se derivaba en su mayor parte del poder político,
al punto de que era muy complicado construir una gran fortuna sin
el respaldo del PRI (Valdés Ugalde, 2000).
De otro lado estaba el peso de las características de la economía
y la sociedad local en la definición de las trayectorias que tomaban
los autoritarismos subnacionales. El grado de acumulación de capital
y la configuración demográfica eran esenciales para definir cuál era
el tipo tanto de las élites que controlaban las regiones mexicanas,
como de la relación que establecían con los sectores subordinados.107
Cuanto m enor era el nivel de modernización económica y de urba­
nización de una sociedad subnacional, mayor era la dependencia de
las élites de los recursos del estado central para capturar la lealtad
de las clientelas. Cuando el andamiaje económico del régimen priista
comenzó a hacerse inviable a partir de la crisis de los ochenta, mu­
chas de estas sociedades verían cómo el narcotráfico se convertiría
en el elemento central de la lucha por el poder político. Pero esta
transformación sería parte de la historia reciente de México. La im-

106Gibson (2004) realiza una excelente categorización de los sistemas autoritarios


subnacionales en las democracias. De hecho utiliza un caso en México en la
transición hacia la democracia. Para el caso de principios y mediados de siglos el
autoritarismo subnacional es una expresión local de un sistema autoritario en el nivel
nacional.
107 Al respecto, Ramírez (2000) realiza un análisis interesante sobre los diferentes
efectos en el largo plazo que tuvo la corrupción en la formación de la estructura
productiva y demográfica de Yucatán.

183
Más que plata o plomo

posición de instituciones de regulación social desde el narcotráfico


en México comienza mucho antes de la gran bonanza de las drogas,
a mediados de los setenta.

El n a r c o t r á f ic o h a st a l o s se t e n t a

Autores como Astorga (2005) y Flores (2012) sitúan los inicios de la


producción de drogas en México desde al menos los inicios del siglo
X X. Según Astorga, la amapola como materia prima para la produc­
ción de opio fue traída por inmigrantes chinos a Sinaloa. Cuando las
élites sinaloenses se dieron cuenta de lo lucrativo que era el opio y
sus derivados se apropiaron del negocio; crearon un ambiente hostil
contra los chinos y utilizaron las autoridades para reprimirlos. Un
reportero policiaco decía en el Universal Gráfico que: “las primeras
campañas de la policía sanitaria fueron contra los ‘chinitos’. Desde
el Porfiriato los periódicos hablaban de los fumaderos de opio y de
los chinos como viciosos y representantes de las peores pasiones
(Astorga, 2005, p. 40)”. También se enfrentaron para disputar el
control sobre el negocio de las drogas. En 1944, el gobernador de
Sinaloa Rodolfo Loaiza fue asesinado por políticos, terratenientes y
militares de la región como consecuencia de sus denuncias sobre la
producción de opio.
En Tamaulipas la situación fue similar. Miembros de las élites que
controlaban la vida política y las principales rentas económicas rápi
damente se apropiaron del tráfico de marihuana a Estados Unidos.
Fue una operación relativamente sencilla dado que ya controlaban el
contrabando en la frontera nororiental de México. Juan Nepomuceno
Guerra, un hombre fuerte del PR1 famoso por sus excentricidades,
se encargaría del negocio. De acuerdo con la abundante evidencia
recolectada por Flores (2012),
Juan N. Guerra, como se le solía nombrar, sería señalado por
múltiples fuentes como un reconocido contrabandista y traficante
de drogas en Tamaulipas. Guerra fue la cabeza fundadora de la or
ganización criminal que ha sido designada coloquialmente como el

184
Gustavo Duncan

Cártel del Golfo, que décadas después sería encabezado también por
su sobrino, Juan García Abrego (p. 153).

Guerra se haría famoso por el asesinato de un hijo de Pancho Villa,


Octavio Villa Coss, en un incidente relacionado al parecer con el
incumplimiento en el pago de unas extorsiones (Villa era policía
aduanero). También por el asesinato de su esposa, la actriz Gloria
Landeros, a raíz de una infidelidad. G uerra fue exculpado de ambos
homicidios gracias a sus influencias en el nivel central y regional de
gobierno.
Los casos de Sinaloa y de Tamaulipas, que serían el origen de
los posteriormente famosos carteles mexicanos de Guadalajara y el
Golfo, resumen los efectos del narcotráfico sobre las instituciones de
regulación social durante la hegemonía del PRI. Hasta la década del
setenta las rentas del narcotráfico fueron fácilmente controladas por
las élites priistas de las regiones. El mecanismo de control de estas
rentas era el mismo utilizado para controlar el poder político y las
rentas de la economía local. Por medio del manejo de las relaciones
con el poder central, las élites regionales disponían del respaldo de
los aparatos coercitivos del estado y de la influencia sobre la rama
judicial para garantizar la impunidad de sus acciones, lo que al final
de cuentas significaba una “parroquialización” de las instituciones
del gobierno local (Gibson, 2004), al punto de que ciertos “hom ­
bres fuertes” se convertían en verdaderos autócratas regionales. El
negocio de las drogas era solo uno más dentro de aquella categoría
de actividades económicas que eran susceptibles de ser apropiadas
por quienes detentaban el poder.
En ese entonces, ni la heroína ni la marihuana, los dos principales
productos psicoactivos de México, eran productos importantes en
los mercados mundiales. Las drogas se convertirían en una mercan­
cía valiosa solo a partir de finales de los setenta con el auge de las
sustancias psicoactivas recreacionales y con la criminalización del
negocio que elevó los precios de producción cuando Nixon declaró
la guerra contra las drogas. Otras actividades económicas capturaban

185
Más que plata o plomo

la atención de los hombres fuertes de la periferia; las más rentables


eran la agricultura, la ganadería, los recursos naturales, la corrupción
con los recursos del estado, el contrabando, la concesión de mono
polios y la construcción, entre otras. Así fue como las élites del PRI
que tenían el control de las instituciones del estado local acapararon
tierras, garantizaron su propiedad y obtuvieron inversiones públicas
como riego, vías y subsidios para hacerlas más rentables. Se trataba
esencialmente de una form a de producción capitalista fundada en
los beneficios que se derivaban del poder político.
La producción de marihuana y heroína se ajustaba fácilmente
a esa form a de producción capitalista porque la esencia del nego­
cio estaba en la reducción de riesgo a partir de la protección que
ofrecía el poder del PRI. El problema para los delincuentes que se
dedicaban exclusivamente a la producción y el tráfico de drogas era
que estaban sujetos al control de quienes tenían los medios para
ofrecer protección, es decir el aparato coercitivo del estado. Con el
respaldo policial que el PRI brindaba a sus hombres fuertes en las
regiones, los delincuentes eran fácilmente sometidos por quienes
detentaban el poder político local (Resa, 2001).108 En muchos casos
eran los propios hombres fuertes quienes organizaban directamente
las operaciones de producción y tráfico. En consecuencia, no solo
la mayor parte de las rentas del narcotráfico acababa en manos de
las élites políticas sino que la capacidad de los narcotraficantes de
influir sobre las instituciones de regulación social era sumamente
restringida. Salvo en algunos ranchos y poblados aislados donde
criminales con arraigo popular se convertían en autoridad de facto,
el dominio quedaba en manos tanto de las élites asociadas con el PRI
como en las instituciones hegemónicas del sistema político mexicanc >.

108 Resa (2001) incluso señala la subordinación de la policía a la clase política dentro del
esquema de clientelismo corporativista del PRI como un medio de sometimiento
de los criminales: “De este modo cumplen con una premisa del contrato que une a
los policías con quienes los nombraron y los protegen: cumplen con sus funciones
policiales cuando existe una voluntad firme de actuar, demostrando así a sus
protectores políticos —en momentos clave— la importancia de su presencia más
allá de la trasfercncia de rentas” (p. 29).

186
Gustavo Dimean

En consecuencia, los efectos del narcotráfico en el poder p o­


lítico fueron mínimos hasta los setenta. Los recursos de las drogas
no eran suficientes para influir o para ser un tema relevante en la
competencia política en el nivel central, mientras que en el nivel
subnacional era un asunto bajo el control de las élites priistas que
imponían sus instituciones de regulación social gracias al respaldo
del aparato coercitivo del estado. El problema se reducía a cómo las
élites regionales extraían las mayores rentas posibles de la producción
y el tráfico de drogas a sectores puramente criminales sin ninguna
capacidad apreciable de ejercer dominación social. Pero la subor­
dinación de los bandidos al estado y a las élites priistas comenzó a
resquebrajarse cuando la hegemonía del PRI entró en crisis, justo en
la misma época en que comenzó el auge del mercado mundial por
sustancias psicoactivas.

E l r e s q u e b r a ja m ie n t o d e l r é g im e n c o r p o r a t iv is t a

Y SU S E F E C T O S E N L A P R O D U C C IÓ N D E P O D E R D E SD E E L
N A R C O T R Á F IC O

La caída del PRI como fuerza institucional hegemónica en México


nq fue un proceso inmediato. Tomó décadas para que finalmente el
PAN llegara al palacio presidencial en Los Pinos. Dos de la causas
del resquebrajamiento del régimen priista tendrían consecuencias
definitivas en la apropiación del ejercicio de la regulación social por
las organizaciones coercitivas del narcotráfico. En primer lugar, la
ampliación de la competencia política debilitaría el respaldo de los
aparatos coercitivos del estado del que gozaban las élites locales. En
las elecciones presidenciales de 1988 el famoso “dedazo” con que el
presidente elegía a su sucesor dentro de la jerarquía del PRI estuvo
a punto de no funcionar. Fue necesario recurrir al fraude para que
Carlos Salinas de Gortari, el elegido del entonces presidente Miguel
de la Madrid, venciera a Cuauhtémoc Cárdenas.109 Dentro del sistema

109 IU robo de las elecciones de 1988 es un tema del que se discute abiertamente en
México. Los acontecimientos fueron bastante sospechosos ese día: el sistema de

187
Más que plata o plomo

político mexicano las señales de agotamiento de la rígida disciplina


priista eran evidentes desde al menos una década atrás.*110 Tanto nu
merosas facciones del PRI, como líderes políticos de otros partidos,
reclamaban un espacio de participación y de oportunidades reales de
competencia electoral por fuera de los manejos y las transacciones
internas del PRI. Tanta presión daría resultados concretos muy pron
to. En 1989, por primera vez desde el surgimiento del PRI, el PAN
logró triunfar en las elecciones para la gobernación de un estado.
Ernesto Ruffo A ppel111 fue elegido gobernador de Baja California;
antes había sido elegido secretario municipal de Ensenada. Ese mis­
mo año Cuauhtémoc Cárdenas fundó el Partido de la Revolución
Democrática (PRD) arrastrando a numerosos sectores de izquierda
del PRI hacia una abierta disidencia.
La apertura de la competencia electoral hacia facciones disi­
dentes del régimen priista no significaba una lucha real contra las
transacciones clientelistas y la corrupción sistemática como práctica
de gobierno y como forma de hacer política. El PAN y el PRD hacían
uso del clientelismo y de corrupción con la misma intensidad que el
PRI. El cambio estaba en que el poder del PRI se debilitó al ceder el
manejo jerarquizado que tenía sobre las instituciones del estado. Las
decisiones en el partido ya no significaban necesariamente decisiones
estatales. Otros partidos y las disidencias internas tenían ahora cómo
influir sobre las actuaciones de distintas agencias de gobierno. Dicho
de otro modo, el régimen político guardaba sus antiguos rasgos de

conteo colapso intempestivamente y todas las tendencias que daban ganador a


Cárdenas sobre Salinas de Gortari se revertieron.
110 Durante el sexenio 1970-76 el presidente Luis F.cheverría lideró un proceso de
apertura democrática como una concesión a las expresiones de descontento de
finales de los sesenta. Como resultado de la reforma política de IEcheverría, la
capacidad de competir por el poder desde fuera de las instituciones tradicionales del
PRI se ampliaría progresivamente (Bolívar, 2003).
111 De todas formas el narcotráfico infiltraba las campañas de los políticos que
desafiaban al PRI. Ruffo Appel ha sido reiteradamente acusado de corrupción con
el cartel de Tijuana. Ver en El Universal de México el artículo “Piden investigar .i
Ruffo Appel y Eugenio Elorduy”, publicado el 12 de febrero de 2012. Disponible
en: http://w\vw.eluniversal.com.mx/notas/829743.html (2012).

18 8
Gustavo Duncan

corrupción y clientelismo, solo que pasaba de ser una estructura


jerarquizada a una estructura dispersa. Y la dispersión constituyó
una oportunidad de poder para las organizaciones criminales que
controlaban el tráfico de drogas. Las fuerzas políticas en regiones de
baja acumulación de capital y presencia estatal no disponían ahora de
la influencia suficiente sobre las instituciones coercitivas del estado
central para someter a los narcotraficantes. Antes un gobernador o
un alcalde de la periferia, aunque no contara con suficientes recursos
propios, podía hacer uso de la infraestructura del PRI para recibir
apoyo de las fuerzas de seguridad del estado contra las eventuales
pretensiones de poder de los narcotraficantes. Aunque un político
local no fuera competencia frente al capital y la coerción de una clase
criminal, la estructura jerárquica del PRI lo proveía con el respaldo
suficiente para garantizar la hegemonía del partido y por consiguiente
de la clase política en las regiones.
La relación jerárquica y disciplinada del PRI desde el centro
hacia sus bases regionales queda plasmada en la famosa anécdota del
maletín con sobornos que la Procuraduría General de la República
(PGR) recogía de los narcotraficantes de Sinaloa y que llegaba hasta
el palacio presidencial. Según una fuente de la periodista Anabel
Hernández (2010), vinculada directamente con el narcotráfico:
Cada determinado tiempo la maleta hacía su viaje, desde abajo,
desde los que directamente cobraban el dinero hasta la oficina del
procurador. Era un largo viaje pero nadie se atrevía a sacarle dinero
a la maleta. Eran fajos y fajos de billetes verdes, dólares. Puede uno
cerrar los ojos e imaginarlo hasta casi percibir el olor a billetes cada vez
que se abría el equipaje. Lo que pasaba después con la maleta nadie lo
sabía. Se perdía de mano en mano hasta llegar a Los Pinos (p. 121).

Puede que haya mucho de mito en está rememoración de un narco-


traficante pero es sintomática de la imagen generalizada que se tenía
en Sinaloa del funcionamiento de la corrupción estatal durante los
tiempos en que todavía el PRI tenía el control de la situación. Una
anécdota casual da una idea del control de la clase política durante los

189
Más que plata o plomo

tiempos del PRI en el poder. En una entrevista a varios sinaloenses


conocedores por diversas circunstancias del fenómeno del narcotráfi­
co en la región, todos respondieron al unísono a la pregunta de quién
mandaba antes de la transición democrática: “pos el gobernador”.
Cuando la estructura de poder político se dispersó se perdió el
respaldo de las instituciones coercitivas del estado a los políticos de
la periferia. En adelante los políticos de la periferia del PAN, del PRD
o de facciones disidentes del PRI no tendrían cómo acceder a las ins
tituciones coercitivas del estado para someter a los narcotraficantes
(Flores, 2009). El asunto no era que los narcotraficantes impusieran
su poder sobre la clase política para arrebatar las funciones de go­
bierno, sino que en la negociación tan extendida entre criminales
y políticos estos últimos ya no tenían los medios para imponerse.
Los resultados de las transacciones iban a favorecer el poder de los
criminales en el sentido de que podían ampliar su influencia sobre las
decisiones de poder y extender el ejercicio directo de gobierno por
medio de sus aparatos coercitivos. Sin el respaldo de un partido único
de gobierno que coordinara la acción del estado contra cualquier
desafío a la clase política, el clientelismo y la corrupción dejarían de-
ser un patrimonio autónomo de la clase política.
En regiones periféricas de pobre acumulación de capital los
narcotraficantes contaban con mayores recursos para construir sus
propias bases clientelistas. Los recursos del estado no eran sufi­
cientes para que la clase política compitiera con la capacidad dé­
los narcotraficantes de proveer con recursos a las comunidades. 1.a
ventaja en términos de clientelas y ele capital disponible significaba
que la clase política dependía de los narcotraficantes para ganar
elecciones. Tanto los votos de sus clientelas com o sus recursos
para financiar las campañas elejaban fuera de la contienda a aquellos
candielatos que no transaran con ellos. Por supuesto, los términos
de las transacciones favorecían a los narcotraficantes ahora que la
clase política no disponía del respaldo de un partido con influencia
sobre las instituciones coercitivas del estado central. Astorga (200S)
sostiene incluso que:

190
Gustavo Duncau

[...] no es fortuito que el incremento en los niveles de violencia


relacionados con el tráfico de drogas en los años noventa se haya
observado en un primer momento en algunos estados donde la opo­
sición política se convirtió en gobierno, coincidentemente estados
productores de plantas ilegales, de tráfico y tránsito de drogas, así
como de lavado de dinero (p. 163).

En segundo lugar, los cambios en las condiciones económicas de


México a principios de los ochenta debilitaron las fuentes de recursos
que sostenían el sistema de lealtades en la estructura hegemónica del
PR1. El descontento de obreros, campesinos, comerciantes y demás
bases sociales era cooptado por medio de la concesión de algún tipo
de renta que era administrada por alguna red de operarios políticos del
partido. El sistema funcionaba porque el estado disponía de recursos
suficientes para satisfacer las nuevas demandas que surgían de sectores
descontentos. El auge de las exportaciones petroleras, un crecimiento '
sostenido a partir de un modelo de sustitución de importaciones, las
inversiones estatales en la industria, la financiación internacional y en
general el manejo keynesiano del gasto público mantenían una bases
de recursos para cooptar las clientelas adscritas al PRI a cambio de
aceptar la autoridad central y la legitimidad del régimen.112
A principios dedos ochenta estas fuentes de recursos com en­
zaron a deteriorarse. El endeudamiento era insostenible; el protec­
cionismo como fórmula de crecimiento se agotaba por la falta de
competitividad, y la ineficiencia de la alta injerencia del estado en
la producción iban a resquebrajar la base económica que sostenía
el sistema de férreas lealtades en el PRI. La situación demandaba
reformas estructurales que en ese entonces apuntaron hacia la pri­
vatización, el ajuste fiscal y macroeconómico, y hacia la reducción
del sistema de producción corporativista. Los tecnócratas del PRI,
liderados por Salinas de G ortari, impusieron la línea económica
neoliberal durante el gobierno de Miguel de la Madrid. Para el PRI

112 De hecho este periodo se conoce como el milagro mexicano por haber alcanzado un
crecimiento promedio del 6,27% anual entre 1940 y 1970.

191
Más que plata o plomo

comunidades y regiones productoras de drogas. El control se fue


extendiendo de los ranchos y veredas apartadas, territorios históricos
de los narcotraficantes, hacia los municipios y las ciudades. En Sinaloa
los narcotraficantes dejaron de ser subordinados del gobernador.
Los mismqs entrevistados que al unísono respondieron “pos el go­
bernador” a la pregunta sobre quién mandaba aquí, contaron otra
anécdota que ilustra la nueva situación de poder:
[...] hay una historia que dice que el gobernador X [se omite el
nombre por razones de confidencialidad] *un día estaba en un restau­
rante de la carretera. De repente llegó un escuadrón en camionetas y
con “cuernos de chivo” |rifles AK-47J. Sin problemas sometieron a
su escolta. El jefe del escuadrón se acercó entonces al gobernador y le
pasó un teléfono celular. Eran “el Chapo” y “el Mayo” recordándole
quién mandaba en la plaza.114

En muchas regiones de México, pese a la expansión de sus institu


ciones de regulación social, los narcotraficantes no cobraban extor
siones a los habitantes ni a la actividad económica legal. Los costos
de la prestación de servicios de protección y de una rudimentaria
justicia se compensaban con las rentas que generaba el monopolio
de la plaza para facilitar el tráfico de drogas hacia Estados Unidos.
El ejercicio de la autoridad significaba inmunidad para la actividad
narcotraficante. Aun en la actualidad existen regiones de México
como Sinaloa donde los narcotraficantes se abstienen de cobrar
extorsiones como resultado de pactos y costumbres tradicionales."'
La existencia de estrechos vínculos de los criminales con los pobla
dores, en gran parte porque ellos provienen de esas comunidades,
evita que ocurran procesos extractivos de actividades distintas a la
producción y el tráfico de drogas. Hacerlo equivaldría a romper las
bases de su legitimidad.

114 Entrevista en Sinaloa. julio de 2013.


115 Existe el mito ele que entre la policía federal y los narcotraficantes de Sinaloa existían
una serie de leyes no escritas t]ue estos debían seguir, como mantener la plaza en
paz, no vender drogas localmente y ayudar económicamente a la población.

194
Ciustavo Duncan

De ningún modo el proceso de democratización y el incremento


de los medios económicos de los narcotraficantes en relación con
las élites legales explican el auge que toma el narcotráfico en México.
Estos dos factores explican en realidad otro asunto: la trayectoria que
toma el poder político que se produce desde el narcotráfico. Tanto la
preservación del orden social que surgió de la inyección de capitales
de la droga como la imposición de sus propias instituciones dé regu­
lación se convertirían eventualmente en el principal propósito de los
capos de los carteles mexicanos. Para la clase política de la periferia
el desafío era ahora cómo preservar su poder y su posición en la
jerarquía social en medio de un proceso paulatino de cambio en las
condiciones estructurales de la sociedad por parte del narcotráfico.
Para la clase política del centro del país el asunto era cómo negociar
con una clase política en la periferia que disponía de mayor fuerza y
autonomía no solo por el proceso de democratización sino gracias
a los recursos y a la capacidad coercitiva del narcotráfico.
El resultado más evidente en el mediano plazo sería la “guerra
del narco” en México, pero de manera silenciosa otro resultado
tendría un efecto más profundo sobre la naturaleza del poder. Las
nuevas instituciones incluirían el ejercicio de la coerción privada
como medio de regulación social y de provisión de una gran parte
de las demandas de la población. Estas demandas incluían mucho
más que la inclusión material de sectores previamente excluidos.
En muchas comunidades la provisión de protección y de justicia
comenzarían a ser servicios prestados por organizaciones criminales
o de manera conjunta entre estas organizaciones y las agencias de
seguridad del estado. Sería un proceso progresivo que empezaría a
evidenciarse con el relevo generacional del cartel de Sinaloa luego de
la detención de Miguel Angel Félix Gallardo, Ernesto Fonseca, Rafael
( iaro Quintero y demás miembros de su cúpula luego del asesinato
del agente de la D E A Kike Camarena. A partir de entonces sería
que surgirían los actuales carteles capaces de disputarle al estado la
regulación de la sociedad.
M ás q u e plata o plomo

El n a c im ie n t o d e l o s g r a n d e s c a r t e l e s

(Mando la rabia se encuentra con la sed


de revancha hay dos salidas posibles: la
frustración o la ambición desmedida.
Roberto Saviano (2014)

En la segunda mitad de los setenta una situación especial propició la


intervención de los aparatos coercitivos del estado sobre las organiza­
ciones narcotraficantes de Sinaloa. Presionado por Estados Unidos,
el gobierno mexicano lanzó la “Operación Cóndor”, una ofensiva
sin precedentes contra los cultivos de marihuana y opio localizados
en la Sierra Madre. Casi veinte mil efectivos del ejército, la marina
y la PGR tomaron parte en esta ofensiva. Las principales víctimas
fueron los pequeños campesinos, quienes agudizaron aún más su
natural desconfianza con el estado (Grillo, 2012). Por su parte, los
capos narcotraficantes no tuvieron que experimentar la persecución
del estado en carne propia.116 La corrupción sistemática entre la
dirigencia del PRI, las autoridades y las élites sinaloenses sirvió para
que les advirtieran con antelación.
No hubo remedio distinto a la huida. Los campesinos culti­
vadores de droga bajaron de las montañas hacia Culiacán y demás
poblados de las tierras bajas del estado. Mientras tanto, los capos
escogieron Guadalajara, la capital del estado de Jalisco, como lu
gar de refugio. En la segunda ciudad de México estos campesinos
millonarios llamaron la atención con sus botas de piel de avestruz,
sombreros vaqueros y rifles A K -47 “cuernos de chivo”. Sin embargi >,
pese a ser tan llamativos, estos narcotraficantes no disponían de los
medios ni estaban dadas las condiciones en el contexto social para
que pudieran regular la sociedad. Si bien regularmente amedrentaban
a la gente del común en las discotecas y en las calles — donde nadie

116 A excepción de Pedro Aviles, el capo de capos, que fue abatido por la policía en
1978. En Sinaloa se dice que su asesinato fue a traición por otros narcotraficantes
interesados en tomar su puesto.

196
Gustavo Duncan

se atrevía a responder sus insolencias, y corrompían en serie a los


políticos, las autoridades y a la dirigencia de la ciudad— , su capacidad
de imponer sus propias instituciones era bastante limitada. Su poder
era en esencia un poder sobre el narcotráfico.
Ya para esa época la D E A había bautizado a las organizaciones
criminales dedicadas al tráfico de drogas como carteles. Por eso en
un principio se llamó erróneamente a los narcotraficantes de Sinaloa
como “el cartel de Guadalajara”. Era solo que por una coyuntura los
capos de esa región se refugiaban en Guadalajara donde los excesos
de los capos de este cartel habían atraído la atención de la DEA. Sus
dos agentes apostados en la ciudad habían logrado infringir golpes
importantes al cartel. En particular habían logrado la identificación y
destrucción del rancho El Búfalo. La respuesta de los narcotraficantes
al golpe de la D E A tendría enormes repercusiones en la historia del
narcotráfico en México. El secuestro, las torturas y posterior asesi­
nato del agente Enrique “Kike” Camarena conduciría a la captura
de toda una generación de capos del cartel de Sinaloa y trazaría las
relaciones posteriores entre los nuevos capos con el poder político
mexicano (Shannon, 1988).
Para cualquier narcotraficante quedaría claro que tocar un agen­
te de la D E A significaba un final seguro en una tumba o en una
prisión. La presión del gobierno de Estados Unidos al gobierno
mexicano fue tan fuerte que los mismos políticos y autoridades
policivas que protegían al cartel de Guadalajara capturaron a los
capos sinaloenses. Ernesto “el N eto” Fonseca fue capturado en
1985; Rafael Caro Quintero alcanzó a huir a Costa Rica pero fue
localizado por la D E A el mismo año; Félix Gallardo, “el Padrino”,
alcanzó a estar más tiempo por fuera de prisión y finalmente fue
capturado en 1989. Tanta visibilidad obligó de manera indirecta
al estado mexicano a poner un límite a sus aspiraciones de poder.
Pero aunque toda una generación de líderes de Sinaloa acabó tras
las rejas, las organizaciones narcotraficantes de Sinaloa estaban lejos
ile acabarse. Desde la cárcel Félix Gallardo estaba organizando el
reemplazo de las jefaturas.

197
Más que plata o plomo

En Sinaloa existía toda una subcultura narcotraficante entre la


gente de los ranchos que componían la Sierra Madre. Se trataba de
todo un sistema de valores, normas y comportamientos que giraban
alrededor de la producción y el tráfico de drogas como una actividad
legítima. Según Zavala (2012) esta subcultura está fundada en la
imagen del narcotraficante como un héroe popular que posee las
siguientes características: “a) origen humilde, b) enfrentado al po­
deroso (gobierno, policías), c) éxito traducido en poder económico
e invulnerabilidad, d) altruismo y e) un montaje escenográfico en
los medios de comunicación masiva para su idealización” (p. 37).
Los sucesores de Félix Gallardo y demás capos estaban listos para
reemplazarlos desde mucho antes del asesinato de Camarena. Amado
Carrillo Fuentes, Joaquín “el Chapo” Guzmán, Ismael “el Mayo”
Zambada, Héctor “el G üero” Palma, los hermanos Arellano Félix,
entre otros criminales, fueron comisionados o simplemente recono­
cidos como jefes de las distintas plazas que quedaron disponibles a
nuevos mandos. Se trató, como es usual luego de una ofensiva contra
las jefaturas de un cartel, de un proceso de prom oción de mandos
criminales. Se form aron nuevos carteles como Tijuana y Juárez que
no eran nada distinto a los operadores de Sinaloa que habían ascen­
dido en la organización gracias a los arreglos de Félix Gallardo desde
la cárcel. Saviano (2014) se refiere incluso a una reunión mítica — en
el sentido de que no hay evidencia concreta de su ocurrencia perc >
en el imaginario de toda la gente ocurrió— en la que Félix Gallardo
asignó las correspondientes plazas:
Quizá esta historia sea una leyenda, pero siempre he pensado quí­
solo una leyenda similar podía contener la fuerza simbólica necesaria
para dar vida a un auténtico mito fundacional. [...] Nacían en aquel
momento los cárteles del narcotráfico exactamente tal como existen
hoy más de veinte años después. Nacían organizaciones criminales
que ya no tenían nada que ver con el pasado. Nacían instituciones
con un territorio de su competencia sobre el que imponer tarifas v
condiciones de venta, medidas de protección entre productores v
consumidores finales. Los cárteles del narcotráfico tienen capacidad

198
Gustavo Duncan

y poder para decidir precios e influencias con un acuerdo sentados a


una mesa, con una nueva regla o una nueva ley (p. 47).

Pero com o también es usual en las organizaciones de narcotrafi-


cantes, los nuevos capos no demoraron en tomar autonomía de la
generación anterior de capos. Los Arellano Félix se quedaron con
Tijuana y Baja California, “el Mayo” Zambada y “el Chapo” Guzmán
tomaron el control de Sinaloa y otros operarios controlarían diversas
regiones como Michoacán y Guerrero. De toda la nueva generación
de capos de Sinaloa, Am ado Carrillo Fuentes, conocido como “el
Señor de los Cielos” por utilizar aviones a reacción Boeing 727 para
transportar cocaína desde Colombia, se convertiría en el narcotrafi-
cante más poderoso de México. Carrillo había reemplazado a Pablo
Acosta en el control del paso fronterizo de Ciudad Juárez hacia
Estados Unidos. Su principal fortaleza eran los contactos que había
establecido con el gobierno durante el mandato de Carlos Salinas
de Gortari. Si bien el PRI había dado una muestra de su fortaleza
al someter sin mayores problemas a Félix Gallardo, Fonseca, Caro
Quintero y demás miembros de la vieja jefatura de Sinaloa por la
presión de la D E A , eso no significaba que la traición a quienes
antes pagaban jugosos sobornos iba a ser el fin de la corrupción.
Inmediatamente la clase política del PRI arregló la situación con los
nuevos mandos de los carteles: quienes quedaban por fuera de los
acuerdos sufrían la represión del estado y sus aparatos coercitivos.117
Fue así como otros que fortalecieron su posición en el entramado
de narcotraficantes mexicanos por medio del respaldo del gobierno
de Salinas de G ortari fueron los miembros del cartel del Golfo. Los

117 Con la llegada de nuevos mandos políticos y policiacos que no formaban parte
de su portafolio de sobornos, no solo los carteles caían en desgracia: a veces las
circunstancias políticas llevaban a que los funcionarios públicos también cayeran
en desgracia, como le sucedió al general Gutiérrez Rebollo en 1997, que fue
sentenciado a 40 años de cárcel por proteger a Amado Carrillo. En 1994, con el
cambio de gobierno de Salinas de Gortari a Zedillo, toda la estructura de protección
institucional al narcotráfico cambió y él fue una de las víctimas por estar protegiendo
la facción equivocada.

199
Más que pinta o plomo

hermanos García Ábrego retomaron el control de la organización


de su tío Juan García Guerra Nepomuceno. Ahora, con el auge del
mercado internacional de drogas su organización había hecho el trán
sito de una mafia local que controlaba la vida política, la corrupción
del estado, el contrabando y el tráfico de marihuana en Tamaulipas,
a uno de los carteles más poderosos de México. La protección del
gobierno de Salinas de Gortari les permitió expandirse a lo largo del
costado occidental del país (Flores, 2012). Para 1995 la cantidad de
droga c¡ue movían era tanta que el FBI puso a Juan García Ábrego
en la lista de los diez criminales más buscados (Ravelo, 2009).
El surgimiento de grandes carteles a principios de los noventa
coincidió con otra circunstancia favorable para los narcotraficantes
mexicanos: las autoridades estadounidenses cerraron la ruta del Cari
be a los contrabandistas de drogas colombianos. México se convirtió
entonces en el principal corredor de entrada de cocaína para Estadc >s
Unidos. La droga llegaba a puertos y aeropuertos mexicanos, legales
y clandestinos, y de allí era transportada por diversas rutas hasta l;i
frontera norte, donde cruzaba al mercado final. Como resultado de l.i
presión de las autoridades estadounidenses la fortuna de los narcotra
ficantes mexicanos crecería a otro nivel al despojar a los colombiant >s
de una de las fases más rentables del negocio. Pero las consecuencias
del cierre de la ruta del Caribe no solo se harían sentir en el trafica i
de cocaína como actividad delictiva; la nueva disponibilidad de ca
pital de los carteles había coincidido con un fenómeno previamente
mencionado: la pérdida del respaldo de los aparatos coercitivos del
estado a los políticos de la periferia por el debilitamiento del PRI.
Algunos narcotraficantes aprovecharon la situación y reclutaron
miembros de la criminalidad local para dominar las distintas pla/;is
por donde transitaban las rutas de tráfico de drogas. Comenzaron
a reemplazar a las autoridades estatales en las funciones de vigi
lancia y control de la población. La venta de droga al menudeo se
convirtió en una actividad im portante para los carteles no tamo
porque las ganancias del mercado mexicano fueran significativas
(los precios eran incomparables con los de Estados Unidos) sino

200
Gustavo Duncan

porque el control de la venta al menudeo facilitaba el control de las


plazas. Los criminales reclutados para esta tarea se convertían en la
policía privada de los carteles.118 El presidente Felipe Calderón, quien
años después le declararía la guerra al narcotráfico, reconoció en una
entrevista al N ew York Times la transformación en la estructura de
control territorial de los carteles a partir de su involucramiento en
la venta al menudeo en México:
Un criminal podía decirle a una autoridad, un alcalde, por ejem­
plo, tú no te metas conmigo, yo no me meto condgo, y todos felices,
y además aquí está el dinero para tu campaña. Hace 15 años si ese
criminal únicamente se dedicaba a pasar droga a Estados Unidos,
lo único que tenía que hacer, es más bien sobornar a una autoridad
Americana [sic]. Y su negocio en México era más bien no ser visto, era
de muy bajo perfil. Por eso ese “arreglo” aparentemente funcionaba
o no derivaba en violencia. El problema es cuando los criminales en
México comienzan no solo a pasar droga a Estados Unidos, lo que es
narcotráfico tradicional, sino a vender en México. Es decir, narcotráfico
más narcomenudeo. En términos de negocio, el narcotráfico es un
negocio de logística y de transporte, de volumen. El narcomenudeo es
un negocio de detalles, de retail, que implica muchísimo más personas,
mucho menos volumen. ¿Y por qué es una gran diferencia? Porque
el narcomenudeo en México obliga necesariamente o presiona a los
grupos criminales a tomar control territorial que antes no lo buscaban.
Antes controlaban a un alcalde en Nogales o en Agua Prieta, donde sea
o en F.l Paso o en fin, a Lomas en Chihuahua, y simplemente pasaban
sin ser vistos y a la frontera y se acabó. Pero si ahora quieren vender
droga además en Juárez pues tienen que pelearse contra sus adversa­
rios dentro de Juárez y eso implica una matanza terrible, indignante,
dolorosa, que hace que los grupos criminales se disputen una plaza que
antes no se disputaban. Es casi una progresión, es casi de geometría

IIHI.os textos periodísticos de Reyna (2012) y Hernández (2012), y la investigación


sobre Juárez de Alarcón (2014), ofrecen abundante evidencia acerca de cómo el
control de las ventas de droga al menudeo por la baja criminalidad se convirtió en
una variable fundamental para el control territorial.

201
Más que plata o plomo

analítica. Es decir, las dimensiones en la geometría analítica en un


punto ,es muy diferente de una línea que es una sucesión de puntos y
es diferente que una superficie que es una multiplicidad de puntos en
dos dimensiones ya. Aquí no es lo mismo controlar un punto en la
frontera que controlar una ruta para pasar droga que controlar ya toda
una superficie. Al controlar toda una superficie chocan los grupos um >s
con otros y eso provoca una violencia feroz.119

La extensión del control de las actividadestilícitas a la regulación de


transacciones y espacios sociales fue un paso natural de los carteles
que progresivamente iban ampliando su área de dominación territo­
rial de los corredores de droga hacia Estados Unidos. Poco a poco
iban despojando al estado de sus funciones esenciales: la provisión
de protección y justicia. En la mayoría de las plazas controladas por
narcotraficantes sus aparatos coercitivos no le cobraban impuestos
a la población y a las actividades legales. Las rentas que dejaban los
mercados locales de drogas y las ganancias de las rutas hacia el mer­
cado internacional subsidiaban los servicios de protección y justicia.
Es decir, ofrecían las funciones de estado gratis porque ser autoridad
garantizaba unas ganancias y unos niveles menores de riesgo que
compensaban los costos de ofrecer vigilancia y orden a la población.
El relevo generacional en el cartel de Sinaloa no fue entonces
solamente un cambio de nombres: fue también un cambio en la
influencia territorial y en la capacidad de regulación social del cartel.
A l incrementarse la demanda mundial por drogas y la participación
de México en la provisión de esa demanda, y al debilitarse la cap;i
cidad represiva de la clase política local, surgió una oportunidad de
poder para los miembros de las organizaciones criminales dedicadas
al tráfico de drogas: criminales originarios de los humildes ranchos
de Sinaloa descubrieron que tenían los medios de coerción y de

119 “The Complete Interview with President Felipe Calderón in Spanish (La Entrevista
Completa en I ispañol)”. En l he New ) ork I ¿///es, publicado el 17 de octubre de 2011
Visto el 16 de abril de 2014. Disponible en: http://\vww:nytimes.com/2011/10/21/
world/amcricas/caldcron-transcript-in-spanish.html?pagewanted=all&_r=0.

202
G u s ta v o D im e a n

capital para regular parcialmente — y en las áreas más periféricas


totalmente— las sociedades en las que se producía y se traficaba
la mercancía. Lo que antes era un fenóm eno muy localizado en
los pasos fronterizos con Estados Unidos y en las zonas de cultivo
como la Sierra Madre y las zonas de Tierra Caliente en Michoacán
y Guerrero, ahora era un proceso de expansión nacional. La expan­
sión de la dominación social por narcotraficantes era necesaria para
ofrecerle protección a un negocio en pleno crecimiento territorial.
Salvo los hermanos Arellano Félix, que pertenecían a la clase
alta de Culiacán,12" la oportunidad de poder fue para miembros de
comunidades excluidas de Sinaloa. La biografía de los nuevos capos
era bastante similar: gente nacida en ranchos pobres de la Sierra
o de los valles cercanos a la Sierra, la mayoría de ellos en ranchos
pertenecientes al municipio serrano de Badiraguato. Aunque muy
humildes, de jóvenes tuvieron una exposición temprana a las prácti­
cas criminales del narcotráfico, desde la siembra y el contrabando de
la mercancía hasta el uso de la violencia como un medio de control
del negocio (Grillo, 2012; Astorga 2005). No era raro que tuvieran
vínculos parentales con criminales ya famosos. Am ado Carrillo, por
ejemplo, era sobrino de Ernesto “el N eto” Eonseca. Muchos comen­
zaron como guardaespaldas y sicarios o como operarios del cartel
en lugares estratégicos para el tráfico internacional. Se mezclaban el
resentimiento por las carencias materiales con la oportunidad dis­
ponible en empresas criminales. La selección natural tan intensa de
este tipo de negocios se encargó de seleccionar a los más ambiciosos,
audaces y hábiles en el manejo de una empresa criminal tan compleja.
Más aún, quienes llegaban a la jefatura mostraban otro rasgo
en común: el ansia de un reconocimiento legítimo como autoridad
entre la población. El éxito económ ico era incompleto si no era120

120 El caso de los hermanos Arellano Félix se trató de algo excepcional porque se
dedicaron al eslabón más violento y riesgoso de la cadena productiva del narcotráfico.
Al parecer todo se debió a un tío que se había involucrado en el narcotráfico
en Estados Unidos, y al gusto que tomaron como adolescentes a socializar con
narcotraficantes violentos de las zonas serranas (ver Blancornelas, 2009).

203
Más q u e p la ta o p lo m o

celebrado y reconocido por los miembros de una comunidad que


en muchos casos era la misma de donde provenía el capo del cartel.
La celebración tenía, además de la pura satisfacción emocional, un
sentido instrumental. Dado que la dominación social era un factor
crucial para garantizar la disponibilidad de un territorio desde don­
de producir y traficar mercancía, los capos que establecían fuertes
lazos de lealtad con sus comunidades tenían una enorm e ventaja en
el proceso de selección natural del negocio. Quienes proveían las
demandas materiales y de orden y justicia de las comunidades se
legitimaban como autoridades locales y podían reducir los riesgos
del negocio a niveles mínimos.
Una simple búsqueda en internet de documentales y entrevistas
disponibles de los capos de esta generación en Sinaloa muestra toda
esta serie de rasgos comunes de resentimiento social, exclusión, aspira­
ciones de redención material y el uso del clientelismo para legitimarse
como autoridad. En el caso de Amado Carrillo, un documental de
la cadena Univisión lo retrató así en la voz de varios entrevistados:
“Amado Carrillo era un ser querido y respetado, la gente lo pro
tegía, lo cuidaba, lo apoyaba”. [...] “Ayudó a que tuvieran educación,
que se hicieran escuelas, que se les proporcionara electricidad, agua,
iglesias donde podían ir y rezar”. [...] “Las personas que se dedican al
mal camino una razón tienen, o sea que los empujó el gobierno, o sea
que no tenemos opciones en nuestros países”. [...] “En su familia vio
necesidades y no le gustó, a nadie le gusta ver sufrir a su madre o a su
padre por falta de recursos”. [...] “Eran personas que eran orgullosas
de ser bandidos, que eran contra el gobierno. Si el gobierno no nos eslá
proporcionando las básicas cosas que necesitamos, vamos a hacerlo
por nuestra propia cuenta”.121

Y al Chapo Guzmán el periodista Gerardo Reyes lo retrató así:


Pocos medios de comunicación han llegado hasta Badiraguato
el fortín del Chapo Guzmán, un pueblo que lo admira y lo protege.

121 Amado Carrillo El Señor de Los Cielos (El cartel de Juárez). Visto el 15 de marzo
de 2014. Disponible en: http://www.youtube.com/watch?v=jD5ZZEqMbDQ.

204
G u s ta v o D u n c a n

Quizá esa sea la razón por la cual se ha garantizado la clandestinidad


del narcotraficante durante tantos años. Guzmán nació aquí en un
rancho pobre la Tuna, un caserío ubicado a seis horas de la cabecera
municipal. [...] Por caminos como este el Chapo Guzmán iba acompa­
ñando a su padre que llevaba la marihuana a lomo de burro. Al regresar
el padre ya no tenía ni un centavo producto de la venta de marihuana
porque se la había gastado en licor. Por ese motivo Guzmán comenzó
a sembrar sus propias cosechas de marihuana antes de cumplir 15 años
según relata Alejandro Almazán, biógrafo del Chapo: “Es una tierra
olvidada por el gobierno, donde lo único que te queda es morirte de
hambre o progresar sembrando marihuana o amapola”.122

La expansión del poder de los aparatos coercitivos de los narcotra-


ficantes significó a su vez un incremento en las concesiones de las
élites políticas de Culiacán que los protegían. Si antes el gobernador
era reconocido como la autoridad sobre los narcotraficantes, ahora
los narcotraficantes eran decisivos para definir quién ocupaba los
cargos del estado. La clase política dependía de los recursos del
narcotráfico para ser competitiva en las elecciones, porque este era
la principal fuente de capital en el estado de Sinaloa (Ibarra, 2009).
Asimismo la violencia de los narcotraficantes era un medio de per-
suasiétn contundente. La clase política tuvo que ajustarse a la nueva
realidad: debían utilizar a los narcotraficantes para acceder a las
instituciones del estado, y paradójicamente utilizar las instituciones
del estado para imponer límites a las aspiraciones de poder de los
narcotraficantes. En el proceso de ajuste de las élites legales de la
periferia el uso de las instituciones del estado como mecanismo de
protección o de represión de los narcotraficantes se convirtió en su
principal recurso en las transacciones con las élites ilegales.
Sin embargo, las instituciones del estado en lo local como re­
curso principal en la competencia por el poder habían perdido de­
masiada fuerza para impedir que los carteles empezaran a regular

122 Kl Chapo Guzmán, el fugitivo eterno. Disponible en: http://www.youtube.com/


watch?v=Pe_dJO_Yz.2E. Visto el 15 de marzo de 2014.

20.5
Más que plata o plomo

transacciones sociales, incluso en ciudades capitales como Culiacán.


Estaba en juego la redefinición de las instituciones de regulación
social a partir del uso de organizaciones de coerción privadas. Las
transformaciones en el orden social de Sinaloa como resultado del
capital de los narcotraficantes se reflejaban en una pérdida relativa
de la autoridad de la clase política y, en consecuencia, en nuevas
instituciones basadas en: i) el ejercicio de la coerción por las propias
organizaciones criminales como reguladoras parciales y totales del
orden social, y ii) la capacidad de las organizaciones criminales de
influir en las decisiones políticas de la sociedad, tanto por la capacidad
de financiar a la clase política como por el peso que adquirieron los
recursos de la droga en la inclusión de los mercados locales.123
Estas transformaciones'no fueron propias solo de Sinaloa y su
capital Culiacán; del mismo modo no fue solo un asunto de narco-
traficantes sinaloenses que asumían funciones de autoridad a lo largo
de rutas y áreas de producción de drogas como ocurrió en Juárez y
Tijuana. El cartel del Golfo, pese a la captura y extradición de su líder
Juan García Abrego, continuó su proceso de expansión a lo largo de
la costa este de México hasta llegar a Quintana Roo y Yucatán. Osiel
Cárdenas, junto con otros capos del cartel del Golfo, tomaron el releve >
generacional en medio de feroces luchas intestinas. Su propensión a
traicionar a sus aliados llevó a que a Cárdenas se le conociera con el
alias de “el mata amigos”. A finales de la década del noventa Cárde­
nas contrató a antiguos miembros del G AFE , una unidad especial
del ejército mexicano, y form ó su propio ejército paramilitar, “los
Zetas”. Con ellos amplió su control sobre amplios territorios y sobre
las operaciones de tráfico que ocurrían allí. A l igual que los miembros
del cartel de Sinaloa, impuso en estos territorios las instituciones de
regulación del narcotráfico. En las ciudades la regulación era parcial,
compartida con el estado, mientras que en las áreas rurales y los muni
cipios pequeños la regulación era total (Ravelo, 2009; Osorno, 2013).

123 Sobre el progresivo involucramiento de los carteles en la financiación de las campaña-,


políticas ver Hernández (2010 y 2012), Reyna (2012), y en general las reiterativas
denuncias aparecidas en medios corno la revista Proceso.

206
Gustavo Duncan

A l final de la presidencia de Zedillo, el último presidente del


PRI, en numerosas regiones de México los narcotraficantes se habían
convertido en autoridad y eran actores relevantes en las decisiones
políticas, al menos al nivel de las comunidades. En algunas de estas
regiones ya comenzaban a cobrarle extorsiones a las actividades que
no tenían ninguna relación directa con las drogas ni con el crimen. A
manera de un impuesto, los habitantes de los ranchos, los poblados
pequeños, o las áreas marginales de las ciudades, debían pagarles
periódicamente a los vigilantes de los narcotraficantes apostados en
el lugar. La producción económica de todo tipo también debía pagar
su respectiva cuota si estaba localizada en áreas donde las autoridades
del estado no ofrecían suficiente protección (Grillo, 2012). Un sector
particularmente susceptible de caer bajo la regulación, y en ocasiones
bajo el control directo de las mafias que surgían alrededor de los
aparatos coercitivos del narcotráfico, iban a ser los mercados infor­
males y los mercados de contrabando (Sandoval, 2012; Resa, 2003).

El f in a l d e l p r i y e l c o p a m ie n t o

D E L T E R R IT O R IO N A C IO N A L

En el 2000 la situación llegó a un punto todavía más crítico por el


cambio de partido de gobierno. Luego de 70 años el PRI salió del
poder. 1il régimen autoritario había llegado a su fin. La apertura de­
mocrática se traducía en un aun mayor debilitamiento de la influencia
de la clase política regional sobre las agencias del estado encargadas
de imponer sus instituciones sobre las de los narcotraficantes. La
razón obedecía más a una falta de coordinación y a las restricciones
apenas naturales que el proceso de democratización imponía sobre
las agencias represivas del estado que a un aumento en los recursos
materiales de las organizaciones criminales. Para el 2000 los narco-
traficantes ya eran inmensamente ricos.
El cambio de gobierno hacia un nuevo partido significaba la
ruptura de un dique. Los recursos del estado central ahora no estaban
concentrados en las manos de un solo partido, ni mucho menos

207
M ás c|ue p la ta o p lo m o

seguían la estructura de distribución jerárquica impuesta por el PR1.


La competencia por los cargos públicos era en sí una competencia
por acceder a los recursos del estado sin las restricciones previas del
autoritarismo. En principio todos los aspirantes tenían opciones,
o, dicho de modo más preciso, no iban a encontrar restricciones
insalvables desde arriba, es decir desde el partido que controlaba el
estado central.124 Pero aunque en teoría bastaba con ganar la prefe­
rencia de los votantes en las regiones para ser parte de los gobiernos
locales, en la práctica el acceso a recursos marcaba la diferencia en
la capacidad de ganar la preferencia de los votantes. En realidad la
gran diferencia con la llegada del PAN al gobierno central no era
solo que los aparatos coercitivos del estado dejaron de imponer las
decisiones de las directivas del PRI a lo largo de los gobiernos terri­
toriales de México, sino que también era que las restricciones para
acceder a los recursos y niveles de fraude se habían reducido a un
umbral suficiente para poder hablar de un sistema competitivo entre
los distintos partidos y facciones que competían en las elecciones.
La oportunidad para los carteles del narcotráfico estaba en que
ahora, como nunca, su alta disponibilidad de recursos podía marcar
las diferencias en los resultados electorales. En regiones donde no
existía una acumulación significativa de capital la única fuente de-
recursos para ser competitivo en una elección eran las rentas públi
cas. Quien controlaba el gobierno local controlaba la distribución
de estas rentas y, por consiguiente, tenía las mayores probabilidades
de ganar las elecciones.125 Sin embargo, si existía un narcotraficantc
dispuesto a invertir en la campaña, todas las ventajas de manejar las
rentas públicas se diluían ante el volumen de recursos que generaba
la droga, y ante las necesidades de poder y protección del negocio.

124 Woldenberg (2007) encontró que el fortalecimiento de la capacidad financiera lit­


ios partidos por medio de los recursos públicos fue uno de los factores claves para
explicar el incremento de su competítividad en las elecciones desde finales de la
década de los noventa.
125 Para dimensionar la importancia de los recursos públicos en la política local, ver,
por ejemplo, la recopilación de artículos en \m reconfiguración de la hegemonía priis/a,
coordinado por Hernández García (2011).

208
G u s ta v o D u n c a n

Pero el dinero no lo era todo para ganar las elecciones: antes había
que convertirlo en votos. Para eso estaba un elemento central del
sistema político mexicano: el clientelismo. La distribución de recur­
sos — en form a de bienes y servicios— entre diversos sectores de la
población era decisiva para obtener el poder político. Si durante el
régimen autoritario del PRI el clientelismo era un mecanismo para
evitar disidencias entre la población (a cualquier sector potencial­
mente insurrecto se le cooptaba a través de su inclusión en las redes
de distribución del estado, después de la llegada del PAN era un
mecanismo de competencia política. En principio, el combustible d e l'
sistema clientelista eran los recursos del estado. Con ellos se accedía
a subsidios y obras públicas para los más pobres, empleos para los
cuadros políticos y contratos para los financiadores de las campañas.
La suma de toda la población que dependía de los procesos redis­
tributivos de un político clientelista se convertía en su fuerza para
competir en las elecciones.
Pero, de manera análoga a las rentas del estado los recursos de
los narcotraficantes se convirtieron en un mecanismo en la cons­
trucción de clientelas políticas. Sin embargo, no se trataba solo de
un traslado de recursos de un cartel narcotraficante a un político
profesional para que ampliara su red de clientelas: al convertirse
en autoridad local, los carteles también habían desarrollado sus
propias bases clientelistas. Tenían ventajas porque el capital de la
droga había introducido nuevos elementos de intercambio en el
clientelismo. Habían enriquecido el volumen de bienes materiales
que debían proveerse a las clientelas para garantizar su respaldo en
la competencia por el poder. La inyección de capitales en sociedades
de escaso dinamismo económico había significado un proceso acele­
rado de inclusión en los mercados que era dependiente de aquellos
empresarios que manejaban localmente el dinero del narcotráfico.
Por medio de estos empresarios, los carteles definían quiénes en
la sociedad eran los principales beneficiarios de toda la demanda
laboral de baja calificación que iba a ser reclutada para atender la
ampliación de los mercados. Las clientelas de los carteles estaban

209
Más que plata o plomo

compuestas por quienes trabajaban en los comercios que se movían


gracias al capital de las drogas, por quienes dependían directamente
del trabajo que ofrecían los narcotraficantes o por quienes recibían
su redistribución filantrópica.
A l respecto, Sandoval (2012) ha estudiado el caso de la fayuca en
la frontera nororiental de México. Con la irrupción de “los Zetas” en
Tamaulipas, la fayuca, que es toda la mercancía de consumo masivo
que los mexicanos traen para vender en mercados populares o mer
cados de contrabando conocidos como “pulg*as”, pasó del control
de los sindicatos del PR1 al crimen organizado. Mediante la coerción
los carteles desmantelaron la relación entre la clase política priista
y sus clientelas de vendedores de fayuca. A l mismo tiempo, como
resultado de su mayor disponibilidad de capital, los carteles ampliaron
la escala del negocio. Ahora traían directamente sus contenedores de
China a través de Los Angeles en vez de comprar la fayuca en Texas.
El volumen del comercio se disparó, junto con toda la estructura
social que dependía de este comercio. A l final de su texto Sandoval
(2012) se pregunta:
¿Cómo se reproducen en lo cotidiano las relaciones de poder?
¿Son la impunidad, la corrupción, el compadrazgo, el clientelismo, la
familia, la solidaridad, más que la escuela o el trabajo en su sentido
formal y económico, los verdaderos espacios en que los mexicanos
encontramos el acceso a un cierto lugar en la sociedad en general, a
una identidad, a un ser yo mismo? (p. 59).

En la misma zona, en una colonia miserable hacia las afueras de


Monterrey, el autor conoció directamente a habitantes de la comti
nidad que expresaban un profundo sentimiento de agradecimiento a
Heriberto Lazcano, alias “Z -3” o “el Lazca”, por las despensas que
periódicamente regalaba a cada uno de los hogares.
Asimismo, los carteles habían introducido la prestación de serv í
cios de protección yy.justicia en la relación clientelista. Formar parte
de la clientela de un car tel en un territorio controlado por sus apa
ratos coercitivos implicaba estar bajo su esfera de regulación social,

210
G u s ta v o D u n c a n

1'orzados o no, la población local dependía del establecimiento de


una relación clientelista para recibir seguridad y justicia. En épocas
normales, la seguridad era un servicio que se agradecía: ladrones,
atracadores, violadores y demás criminales comunes eran extermi­
nados en comunidades marginales y periféricas por otros criminales
que form aban parte de los aparatos armados de los carteles. Pero
en épocas de guerra la seguridad se convertía en un servicio indis­
pensable cuando las clientelas podían llegar a ser objetivos militares
por ser los soportes del poder de los carteles rivales.
Todas estas transformaciones en la naturaleza del clientelismo,
tanto en su relación con el régimen político nacional como en su
relación co>n los poderes de facto del narcotráfico en lo local, tendrían
un efecto significativo en la configuración de las élites regionales.
A medida que los carteles se expandían a lo largo del territorio
mexicano <en busca de acaparar los corredores de tráfico luego del
cierre de la. ruta del Caribe, las élites tradicionales se encontraban en
medio de uin dilema. Por un lado, la llegada de los carteles a la plaza
significaba la imposición de un actor con demasiadas ventajas para
desplazarlos de su posición en el orden social. Ahora no disponían
del respaldto de un partido como el PRI en el poder central para
anular las v<entajas de los carteles en términos de recursos. Entre más
pequeña y ¡aislada fuera la plaza, más desigual iba a ser el pulso de
fuerza parai las élites tradicionales sin el respaldo del estado central.
Iira una coimpetencia que involucraba además el uso de la coerción
por parte dle los carteles, así como su capacidad de cooptar las po­
licías municipales que en principio eran la fuerza coercitiva con que
disponían Icos políticos de la periferia. En el municipio de Santiago,
estado de M uevo León, el recién elegido alcalde Edelmiro Cavazos
decidió investigar a sus propios policías por vínculos con “los Zetas”.
I;,n retaliacicón, sus escoltas de la policía municipal se lo entregaron
ti “los Zetas?” para que lo ajusticiaran.126

126 Ver en reevista Proceso el artículo “Los Zetas, detrás de ejecución de Edelmiro
Cavazos”,, publicado el 24 de agosto de 2010. Visto el 24 de diciembre de 2013.
Disponible en: htrp://www.proceso.com.mx/?p= 102910. “Los Zetas” y la policía
Más que plata o plomo

Por otro lado, la llegada de los carteles también era una oportu­
nidad para las élites de acceder a nuevos recursos. La clase política,
los empresarios y los notables regionales tenían mucho que ganar si
sabían cómo articular sus relaciones con el estado central para anular
potenciales intervenciones contra las operaciones y los intereses de
los narcotraficantes. Los privilegios económicos por manejar las
agencias estatales siempre fueron asumidos por las élites políticas
y empresariales de México como uno de los medios principales de
acumulación de capital. Los grandes millonarios mexicanos — como
Carlos Slim y los Azcárraga— originariamente hicieron sus fortu­
nas a partir de ventajas competitivas concedidas por los gobiernos
priistas (Zepeda, 2008). En las regiones la situación era similar pero
a una escala inferior, según el tamaño de la economía local. Con la
apertura democrática y la liberalización de la economía, el sistema
de acumulación basado en privilegios y concesiones del estado en
el mercado llegó a su fin. Los empresarios debían competir en mer­
cados abiertos. En las regiones la situación era complicada por los
bajos niveles de acumulación de capital para ser competitivos. La
captura de las rentas públicas por medio de la corrupción se convirtió
en muchos casos en la principal fuente de recursos para las élites
regionales. A su vez, la competencia electoral se convirtió en una
competencia por acceder a los principales recursos disponibles en
esas economías (Hernández García, 2011). En ese escenario, el capital
de los narcotraficantes constituía un medio ideal para proveer a las
élites regionales con los recursos suficientes para, en primer lugar,
arrasar en la competencia electoral y quedarse con las rentas públicas
y, en segundo lugar, replantear las relaciones con la clase política del

municipal quisieron presentar el asesinato de Cavazos como parte de una midclhi


entre carteles, pero las autoridades replicaron en una conferencia de prensa que:
“[...] Garza y Garza [procurador de Nuevo León] aclaró que no existen elementos
para relacionar a Cavazos Ixal con ningún grupo de la delincuencia organizada,
como lo supusieron Los Zetas, Precisó que los policías que trabajan para Los Zetas,
así como el propio grupo armado, consideraban al alcalde como ‘un estorbo’ pata
sus actividades criminales, debido a las medidas correctivas que estaba aplicando el
G u s ta v o D u n c a n

centro. Con los recursos del narcotráfico, la clase política de la peri­


feria, que se había ajustado a las transformaciones del régimen y la
expansión territorial de los carteles, tenía los medios para convertirse
en grandes electores y jugar en las decisiones políticas nacionales.
Varios casos en la política mexicana muestran esta evolución del
sistema político.12 Pero quizá el caso más famoso de un político
que se haya enriquecido con el narcotráfico sea el del gobernador
de Quintana Roo, Mario Villanueva, quien se declaró culpable de
lavado de activos en una corte de Estados Unidos.128
Por lo extendido de las relaciones entre los carteles y la clase
política podría suponerse que el proceso de expansión del control
territorial del narcotráfico luego del cierre de la ruta del Caribe iba
a estar exento de violencia. Pero las guerras por constituirse en el
único cartel dominante en una plaza eran feroces. Los carteles bus­
caban excluir a sus competidores de los beneficios de la dominación
social. Podían compartir el ejercicio de la regulación social con las
instituciones del estado si las condiciones del contexto impedían una
dominación absoluta, pero dado que muchos políticos y autoridades
estaban asociados con uno de los carteles y le ofrecían protección de
las instituciones estatales, los carteles enemigos los asumían como
blancos legítimos. De acuerdo con el diario Excélsior (2011), durante
el sexenio de Calderón, por cada arresto relacionado con narcotráfico
era asesinado más de un policía.129 Y en el 2 0 10 llegaron incluso a
asesinar al candidato a la gobernación de Tamaulipas, Rodolfo Torres

1271.a revista Proceso, por ejemplo, reunió en el libro El México nano, coordinado por
Rafael Rodríguez Castañeda (2011), la situación del narcotráfico a lo largo de
la geografía de México. F.n cada caso estudiado es evidente el papel que juegan
políticos y empresarios como parte del andamiaje que sostiene el poder y la riqueza
de los carteles.
128 Ver, por ejemplo, en CNN México el artículo Mario Villanueva, el más alto funcionario
mexicano juzgado en EU, publicado el 3 de agosto de 2012. Disponible en: http://
mexico.cnn.com/nacional/2012/08/03/mario-villanueva-el-mas-alto-funcionario-
mcxicano-juzgado-en-eu.
12’) Ver en el periódico Excélsior el artículo “Más policías muertos que narcos detenidos”,
publicado el 11 de julio de 2011. Visto el 13 de enero de 2013. Disponible en: http: //
w\v\v.excelsior.coin.nix/20! 1/07/11 /nacional/751958.

21.3
Más que plata o plomo

Cantú.130 Los funcionarios del estado comenzaron a involucrarse en


la violencia por la dominación social y no necesariamente como ene­
migos de los carteles. Por obligación o por conveniencia formaban
parte de las facciones en disputa.

La g u e r r a

A partir del 2000 era claro que se estaba fraguando una guerra por el
control de los corredores de droga. Las noticias llegaron no de la man< >
de las estadísticas de homicidios, de hecho las tasas globales de homi
cidios permanecieron estables hasta el 2007,131*sino del simbolismo y
del exhibicionismo tan sangriento que alcanzó la violencia entre los
carteles. Las imágenes de decapitados, de cadáveres colgando de puen
tes y de masacres subidas a internet pusieron los focos de atención en
México como el nuevo escenario de la guerra del narcotráfico. Pen >
en realidad no se trataba de una sola guerra. Era más bien la suma de
muchas pequeñas guerras por apropiarse de cada una de las plazas que
componían los corredores de tráfico; era asimismo una guerra en dos
dimensiones: en primer lugar estaban las disputas en la organización
por definir las jerarquías, la asignación de tareas y la distribución del
capital producido. Los enfrentamientos en las organizaciones crimi
nales mexicanas como consecuencia de la definición de su estructura
interna de poder eran apenas naturales. Pedro Avilés, quien inventó el
tráfico moderno de marihuana en Sinaloa, fue asesinado por miembros
de su propia organización, que luego se convertiría en el moderno
cartel de Sinaloa, liderado por Félix Gallardo, “el N eto” Fonseca y
Caro Quintero. De Pablo Acosta, quien controlaba el cruce de drogas

130 Para dimensional' el grado de corrupción del caso, ver en el periódico Hxtélsioré
artículo “De |esús ltevna a Yarrington: narcopolítica”, publicado el 9 de abril de
2014. Disponible en: http://www.excelsior.com.mx/opinion/jorge-fernandez
menendez/2014 /0 4 /1 1 9 /9 5 3 133.
131 Escalante (2010) encontró que de hecho las tasas de homicidio en México se
redujeron entre el 2000'v el 2007. El aumento de la violencia estuvo concentrado en
determinados estados como Sinaloa, Chihuahua, Michoacán y Tamaulipas, donde se
concentró la guerra del narcotráfico.

214
Gustavo 1)uncnn

desde Ciudad Juárez a El Paso (Texas), se dice que fue traicionado por
su pupilo Amado Carrillo, quien lo entregó a las autoridades mexicanas
y al FBI para quedarse con la plaza.132
En el proceso de expansión territorial de los carteles las rupturas
internas se reflejaban en rupturas geográficas. Cuando una facción
con influencia territorial se insubordinaba a sus superiores en la
estructura del cartel, la insubordinación podía significar la pérdida
para el cartel de los territorios dominados por la facción disidente.
Los corredores de tráfico quedaban cortados, por lo que la violencia
subsiguiente no era solo por someter a los insurrectos, pues lo que
estaba en juego eran plazas estratégicas para el transporte de drogas.
La propia lógica de expansión territorial de los carteles basada en
organizaciones armadas con funciones de regulación social propi­
ciaba la aparición de disidencias. Cuando a un aparato armado se le
asignaba el control de una plaza se le estaba dando la oportunidad
de acumular nuevos recursos, ampliar su influencia sobre la clase
política local, crear clientelas leales entre la población y fortalecer
su aparato armado con nuevos miembros. Más aún: el control de
la plaza era una oportunidad para desarrollar contactos con otros
narcotraficantes que podían proveerlos con mercancía o pagar por
el uso del lugar para traficar. Eventualmente el poder y los recursos
acumulados le permitían a la facción a cargo de la plaza replantear
los términos de sus acuerdos con la jefatura del cartel. Una mayor
participación en las ganancias, mayor autonomía en las decisiones
locales y la asignación de nuevos territorios eran una aspiración
natural para cualquier organización criminal que tuviera los medios
para reclamarlos. Llegado a ciertos límites, la jefatura debía optar por
reprimir sus aspiraciones o por correr el riesgo de alimentar con más
recursos y poder a una facción potencialmente disidente, lo que en
el largo plazo conduciría a un problema aún más grave.133

132 De hedió Carrillo asesinó a Rafael Aguilar Guajardo, quien era el remplazo natural
de Acosta.
133 Un artículo de Michellc García en la página In Sight Crime muestra cómo el cartel de
Sinaloa no funciona como una estructura monolítica y jerárquica sino que los capos

215
Más que pinta o plomo

La guerra entre los hermanos Beltrán Leyva y el cartel de Si


naloa tuvo su origen en la form ación de este tipo de disidencias en
un cartel. Los hermanos Beltrán Leyva eran operadores del cartel
de Sinaloa en varias plazas de México. De acuerdo con entrevistas
del autor en Culiacán, la ruptura se atribuye a un episodio relacio­
nado con el aeropuerto de Ciudad de México cuando los hermanos
Beltrán Leyva, a quienes se les había comisionado el control del
aeropuerto, les pidieron una colaboración a los capos de Sinaloa
para pagar los sobornos a las autoridades. “El Mayo” Zambada y
“el Chapo” Guzmán negaron la colaboración y se desencadenó la
ruptura. Ellos movían la mercancía por el aeropuerto sin pagar nada,
mientras los hermanos Beltrán Leyva debían asumir todos los costos
de mantener el control de tan importante engranaje en la estructura
del narcotráfico en México. Entonces decidieron independizarse y
trabajar por su cuenta. El problema era que las plazas controladas
por ellos y las que necesitaban controlar para colocar la droga en
Estados Unidos también eran estratégicas para el cartel de Sinaloa.
Reveles (2011) por su parte sitúa el inicio de los enfrentamientos en
la toma de los Beltrán Leyva de una ruta en el estado de Sonora que
estaba asignada a otro operador del cartel. Para aplacar la disidencia,
“el Chapo” y “el Mayo” entregaron a Alfredo Beltrán Leyva, alias “el
M ochom o”, a las autoridades. En retaliación, los Beltrán asesinaron
a un hijo de “el Chapo” y de allí en adelante continuó una vendetta di'
sangre entre bandidos de Sinaloa que conocían muy bien las redes
parentales de cada uno de sus enemigos.
La guerra subsiguiente iba a ser en extrem o sangrienta por
que involucraba las bases sociales de cada lado. Las familias de los
Beltrán Leyva, de “el Chapo” Guzmán, de “el Mayo” Zambada y
demás capos de ambos carteles eran parte de redes de parentesco

deben persuadir constantemente a sus miembros y operarios a lo largo del territoru >
En ese sentido se refiere más a una federación que a un cartel. Ver el artículo “Coui i
Docs Raise Questions about México Sinaloa Cartel Narrative”, publicado el 12 di
noviembre de 2013. Disponible en: http://www.insightcrime.org/news-analysis/
zambada-trial,

216
G u s ta v o D u n c a n

ampliamente conocidas por compartir un mismo origen geográfico.


Entre la población en Sinaloa se rumora incluso que existen rela­
ciones directas de parentesco entre ellos. Tanta cercanía tiene como
consecuencia la desconfianza sobre cualquiera asociado a la red de
parentesco del enemigo. En las distintas comunidades de Sinaloa
ambas partes conocían muy bien quiénes eran leales a la dominación
del aparato coercitivo del contrario, por lo que estas comunidades
se convirtieron en blancos legítimos (Grillo, 2012). La lógica de la
violencia en las guerras civiles analizada por Kalyvas (2006) tendría
su expresión en una disputa entre carteles de narcotraficantes y redes
familiares en Sinaloa.
La ruptura entre “los Zetas” y el cartel del G olfo se originó de
un modo similar, a partir de la insurrección de una disidencia en la
organización. Luego de la captura y posterior extradición de Osiel
Cárdenas, el aparato coercitivo tan sofisticado que había creado
quedó sin una cabeza visible que los dirigiera y, sobre todo, que los
financiara. En ese momento la facción especializada en el ejercicio de
la coerción sintió que tenía los medios para someter a las jefaturas que
teman el control de los contactos y las redes operativas para producir
el capital de las drogas. Entonces comenzó una insubordinación
generalizada. La estrategia de “los Zetas” consistía en imponer sus
medios coercitivos para tributar todas las transacciones económicas
susceptibles de ser reguladas por una organización criminal a lo largo
ile Tamaulipas y los estados en los que el cartel del G olfo ejercía
control territorial. Para dominar las zonas marginales de cada plaza
reclutaban pandillas y delincuentes locales a quienes se referían como
“zetillas” (Osorno, 2013). Los narcotraficantes tradicionales del cartel
del G olfo se vieron abrumados con la difusión y la insubordinación
de las organizaciones especializadas en la coerción.
. En el caso de “los Zetas”, su surgimiento implicaba un cambio
con respecto a la estrategia de los anteriores carteles de no cobrar
impuestos a la población del común como parte del ejercicio de la do­
minación social. Los servicios de justicia y protección se subsidiaban
gracias al control de las rentas del narcotráfico que eran la principal

217
Más que plata o plomo

fuente de capital de estas comunidades y de las organizaciones cri


mínales. Per© las circunstancias que motivaron la insubordinación
de “los Zetas” hicieron imposible continuar con la financiación
exclusiva del narcotráfico. En un principio no manejaban mayores
contactos internacionales, ni rutas de tráfico hacia Estados Unidos,
y su financiamiento dependía de la extracción de excedentes de las
economías locales (Resa, 2003). Cuando finalmente “los Zetas” se
hicieron al control de plazas importantes para el transporte interna
cional de drogas, dispusieron del capital de las drogas en cantidades
significativas. Sin embargo, el aparato coercitivo que se había mon
tado sobre el cobro de protección a las ventas locales de droga y a
las transacciones comerciales de todo tipo era imposible de desmon
tar. Había adquirido una dinámica propia que si bien les permitía a
quienes ejercían la coerción mantener una eventual independencia
de quienes producían el capital, también corrían el riesgo de generar
resistencia entre la población bajo su dominio. En el largo plazo el
tema de la predación económica a la sociedad llegó a ser tan crítico
que incluso el cartel de Jalisco Nueva Generación se promocionó
en un video colgado en el portal YouTube, en el que dicen que ell<>s
sí eran narcotraficantes y por eso no tenían que cobrar extorsiones
como lo hacían los Caballeros Templarios. En el video se escuch;i:
El Cártel |sic| de Jalisco Nueva Generación transmite este co
municado a la sociedad de Guerrero y Michoacán para que sepan
el propósito de esta guerra en contra de los mugrosos Caballeros
Templarios, ya que en el comunicado anterior varias personas se pre­
guntaron el porqué de esta guerra. La guerra no es contra la sociedad,
para que no se alarmen. 1.a guerra es en contra de esos individuos,
que ya muchas personas estamos cansados de tantas injusticias |si<|,
cjue cometen estas ratas que se dedican al secuestro y a la extorsión.
Y a ti Tuta [líder de los Caballeros Templarios] en tu discurso dices
que la bola de ratas que comandas tú, el Chayo y el Kike Planearle
que no son narcotraficantes, que no son un cártel y que tampoco son
delincuencia organizada. Y esto está claro, ya que un narcotraficanie
no se dedica a robar tierras, ni a cobrar cuotas a toda la gente que

21K
G u s ta v o D u n c a n

trabaja honradamente. Sin embargo ustedes le cobran a los aguaca­


teros un peso por cada kilo de aguacate, le cobran al que los empaca,
al que los transporta, a los taxistas, a los del transporte urbano, a los
empresarios, dendas y abarrotes, a los taqueros y hasta a los limosneros
les cobran cuota.114

“Los Zetas” en realidad habían difundido una tecnología de do­


minación de sociedades periféricas y marginales por agrupaciones
criminales locales que eventualmente se engranaba con las rentas y
las necesidades de control del gran tráfico internacional de drogas.
Pero no necesariamente era una extensión orgánica de los grandes
carteles. En muchos casos las bandas de “zetillas” o pequeños cri­
minales que dominaban una comunidad negociaban con cualquiera
que fuera el cartel las condiciones de dominación local. Mientras la
gran organización garantizaba la fuerza suficiente para evitar que otro
cartel invadiera su territorio, las pequeñas organizaciones criminales
garantizaban el uso del territorio para las grandes operaciones de
tráfico. El cartel se quedaba con las rentas del tráfico internacional
y la organización criminal con los excedentes de la economía local.
Iü resultado de la guerra del narcotráfico en México dependería en
últimas de la capacidad de someter, cooptar y respaldar a las pequeñas
organizaciones criminales que ejercían el control de la población en
el terreno, sobre todo en espacios periféricos de la geografía nacional
y en los espacios marginales de las ciudades.
La segunda dimensión de la guerra tenía que ver precisamente
con la capacidad de los carteles de competir por los grandes corre­
dores y plazas del territorio mexicano. Mientras la primera dimensión
de la guerra estaba dada por la capacidad de los carteles de mantener
su cohesión y disciplina interna, la segunda dimensión trataba de
enfrentamientos horizontales. El objetivo era ejercer funciones de
gobierno bien fuera total o parcialmente de acuerdo con las posibi­
lidades de regulación de cada sociedad, para así poder garantizar la

134 Ver “Guerra entre Narcos vía Youtube”, consultado el 25 de marzo de 2014.
Disponible en: http://\vww.youtube.com/watch?v=E|ryTrEj-A] 1.

210
Más que plata o plomo

producción y el transporte de drogas sin mayores riesgos hasta los


puntos de entrada en la frontera con Estados Unidos. La guerra se
ganaba si se lograba desplegar un aparato coercitivo en el territorio
capaz de anular a los vigilantes del cartel contrario. Sin sus vigilantes
en el terreno un cartel no podía vigilar ni controlar el comportamien
to de la población y de las autoridades estatales en el terreno. En
consecuencia, el territorio no era un lugar seguro para movilizar la
mercancía, mucho menos para refugiarse. A la vuelta de una esquina
o en cualquier recodo de una carretera un escuadrón de un cartel
enemigo o un grupo especial del ejército estaba presto para dar de
baja a sus miembros o para robar o decomisar un cargamento de
droga.
Los enfrentamientos entre carteles adquirieron ciertas pautas
típicas que determinaban tanto los escalamientos de la violencia
como la geografía de la dominación por las instituciones del crimen
organizado. En zonas urbanas donde las instituciones del estado eran
relativamente fuertes, es decir en ciudades como Culiacán, Reynosa
o Ciudad Juárez, los enfrentamientos consistían en la entrada de
sicarios del cartel invasor con el propósito de asesinar a los vigilantes,
conocidos como “punteros” o “halcones”, del cartel dominante.
Como respuesta, los vigilantes del cartel dominante tenían que estar
pendientes de cualquier sospechoso que entrara en su territorio. Por
supuesto muchos civiles morían en medio de la confusión. Si pare
cían ser punteros del cartel dominante, los escuadrones de sicarios
del cartel invasor los asesinaban; o si daban la impresión de estar
preguntando demasiado, los vigilantes locales podrían pensar que
eran espías del enemigo y los desaparecían luego de torturarlos. Cada
uno de los bandos contaba con sus respectivas “casas de seguridad”,
que eran los lugares donde se refugiaban sus sicarios, se torturaba
a los enemigos y se almacenaban las armas. Desde allí se lanzaban
los ataques en las plazas enemigas y se vigilaba en la plaza propia.
Las autoridades también jugaban un papel importante en los
enfrentamientos: intervenían en los pulsos de fuerza entre los band< >s
al aliarse con alguno de ellos. No fue casual que se convirtieran en

220
Gustavo Duncan

objetivos de guerra. Únicamente en el sexenio del presidente Felipe


Calderón (2006-2012) fueron asesinados más de tres mil policías.135
Pero el problema era más grave que la simple colusión de la Policía
con uno de los bandos. El ordenamiento institucional de la fuerza
policiva en México respondía a tres instancias de gobierno diferentes:
la municipal, que estaba sujeta al presidente municipal (el alcalde en
términos mexicanos); la estatal al gobernador del estado, y la federal
al gobierno central. El gran problema era que mientras el cartel
local tenía comprada a la policía municipal, el cartel invasor podía
estar respaldado por la policía estatal o la federal. Incluso se daban
casos en que el respaldo era de parte del Ejército o de la Marina. El
resultado final podía ser sumamente cruel porque los objetivos de
guerra de un cuerpo del estado eran los miembros de otro cuerpo
del estado. Bowden (2011), por ejemplo, describió cómo las mujeres
policías de Ciudad Juárez temían salir a patrullar porque podían ser
violadas por los miembros del Ejército. En las zonas rurales, en los
ranchos y en los municipios pequeños la lógica era similar, con la
diferencia de que la escasez de población permitía — por un lado—
un control más férreo sobre quienes entraban y salían de la zona,
pero, — por otro lado— requería el uso de tropas de un carácter
más convencional. Fusiles, ametralladoras, lanzagranadas, camiones
y camionetas blindadas se convertían en medios necesarios para in-
cursionar en territorio enemigo. 1 .as autoridades también jugaban un
papel crucial en las guerras rurales, sobre todo el Ejército y la Marina
por su capacidad de combate en espacios abiertos donde la menor
concentración de población civil permitía el uso indiscriminado de
la fuerza contra el enemigo.
El cartel defensor perdía la guerra cuando sus mandos y sus
operarios a cargo de la plaza eran eliminados o expulsados. Entonces
el cartel invasor imponía sus propios aparatos armados como actores
centrales en el gobierno de la plaza, bien fueran gentes del lugar o

135 Ver en el periódico Excélsior el artículo “Van 2 mil 997 agentes muertos en lucha
anticrimen”, publicado el 3 de enero de 2012. Disponible en: http://www.excelsior.
com.mx/2012/01 /03/nacional/798797.

221
Más que plata o plomo

gente traída de otra parte. El oficio de gobierno correspondía a las


funciones de vigilancia de la plaza pero también de administración
de justicia y — en el caso de ciertas organizaciones como “los Ze
tas”— de cobros de tributos a la población. Dado que intervenían
en muchas normas y comportamientos permitidos a la sociedad,
los carteles tenían que interactuar necesariamente con agentes de
poder locales. Entre más fuertes eran las instituciones del estado,
mayor era la interacción con alcaldes, jueces, policías, políticos y
funcionarios estatales para imponer las instituciones de regulación
social. Los nuevos carteles se especializaban en las transacciones
informales e ilegales y los espacios marginales de la sociedad que muy
probablemente ya eran regulados por el anterior cartel, mientras que
las agencias del estado mantenían la regulación del sector formal y
de Iqs vecindarios de clase alta y media. Cuando la presencia de las
instituciones del estado era escasa, principalmente en zonas rurales,
con poca acumulación de capital y de población, la derrota del cartel
defensor implicaba la imposición de una nueva autoridad a niveles
casi monopólicos.
Fue así como a medida que los carteles se extendieron en el
territorio mexicano y que los enfrentamientos implicaban el dominio
de territorios — bien fuera de manera monopólica u oligopólica— , la
violencia comenzó a tener como blanco a la población civil. Al estilo
de las guerras civiles, el propósito era imponerse como instituciones
de gobierno en espacios geográficos estratégicos para la producción
de capital desde el narcotráfico. El resultado podía llegar a ser brutal.
Sucedieron masacres absurdas como la del grupo musical el Kombo
Kolom bia por “los Zetas”, solo porque habían ofrecido conciertos
a miembros del cartel del G olfo.136 Por consiguiente, en la guerra
reciente del narcotráfico en México no solo había que contar con
la influencia sobre el estado y sus aparatos coercitivos para destruir

136 Ver en Univisión noticias el artículo “Los Zetas mataron a los integrantes de Komlx >
Kolombia por venganza”, publicado el 18 de marzo de 2014. Disponible en: http://
noticias.univision.com/article/ 1889427/2014-03-18/mexico/noticias/los-
mataron-a-los-integrantes-de-kombo-kolombia-por-venganza.

222
G u s ta v o D u n c a n

al enemigo, sino que había que considerar el papel de la población


en su conjunto. La guerra en un espacio territorial determinado se
ganaba cuando la sociedad aceptaba por la fuerza, pero también por
un mínimo de legitimidad, el ejercicio de la autoridad de los aparatos
coercitivos de los carteles.
Para el estado mexicano el desafío era recuperar, y en ocasiones
construir, las instituciones de regulación social que había perdido
durante la transición hacia la democracia. La solución obvia consistía
en el incremento de la capacidad coercitiva del estado. Progresiva­
mente los gobiernos panistas fueron involucrando al Ejército y a
la Marina en operaciones antidrogas, en gran parte porque existía
poca confianza en la Policía por sus altos niveles de corrupción pero
también porque la situación tan apremiante de seguridad no daba
tiempo para form ar nuevos cuerpos policiales. Sin embargo, los
resultados fueron bastante limitados. El Ejército y la Marina eran
muy efectivos como fuerza de choque pero no estaban entrenados
para vigilar a la población civil de manera cotidiana. Las violaciones
de derechos humanos se convirtieron en un tema preocupante.13 De
igual modo, los miembros del Ejército y de la Marina comenzaron a
ser sujetos de soborno por parte de los carteles.
Más complicado para el estado era el asunto de la provisión de
demandas sociales básicas en el ejercicio de la regulación social. Sus
instituciones tenían serios problemas para garantizar la inclusión ma­
terial, es decir el acceso a los mercados, si reprimía al narcotráfico. La
destrucción de los carteles como instituciones que protegían el flujo
de recursos hacia comunidades y sectores con baja acumulación de
capital significaba que en adelante quedaban excluidos de los merca­
dos. El estado no tenía los medios para generar estos flujos de capital
hacia espacios periféricos. Del mismo modo las instituciones estatales
no eran funcionales parar ofrecer protección ni justicia en sociedades
en las que la destrucción de las viejas pautas de comportamiento,137

137 El informe Ni seguridad, ni derechos: Ejecuciones, desapariciones y tortura en la ‘g uerra contra


el narcotráfico' de México por Hum a n Rights Watch publicado en 2011 da una idea de
la dimensión del problema.

223
M ás q u e p lata o p lo m o

las figuras de respeto y los mecanismos tradicionales de resolución


de disputas habían desaparecido por el nuevo orden impuesto por
el narcotráfico. Alguien tenía que poner límites a los excesos de 1<>s
jóvenes seducidos por la subcultura de la criminalidad, reglas de
juego alrededor de todos los negocios informales que surgían con
los excedentes de la droga y normas de comportamiento cotidianas
para evitar agravios entre los miembros de la comunidad. Contradi >
a las instituciones del estado que debían seguir un debido procese >,
respetar leyes que se fundaban en valores antagónicos a las realidades
del contexto e invertir enormes volúmenes de recursos para resolver
las demandas de regulación social, las instituciones coercitivas de los
carteles eran sumamente eficientes en esa función; estos ofrecían
instituciones de regulación social capaces de proveer las demandas
básicas de gobierno de esta población.
Antes de la guerra del narcotráfico la debilidad de las institu
ciones del estado en muchas comunidades periféricas de México
era irrelevante porque el capital y la coerción que producían estas
sociedades apenas alcanzaba para insurreccionar el orden local. 1 .a
infraestructura institucional montada por el PRI era capaz de provecí
a las élites políticas leales en la periferia con los medios suficientes
para detener cualquier insurrección. 1.a coerción estaba disponible
en el aparato de fuerza del estado y el clientelismo con los recursos
públicos permitía disuadir a quienes sintieran que su subsistencia eco
nómica estaba en riesgo. Los sectores potencialmente descontentos
no tenían cómo competir con las redes de lealtad clientelistas esta
blecidas por el PRI desde el centro hasta las regiones. Sus recursos
eran sumamente limitados, así como su capacidad de organización,
por la form a como las instituciones del PRI habían acaparado los
sindicatos, movimientos sociales y demás asociaciones comunales. Si
el triunfo del PAN significó la ruptura definitiva del control del PRI
sobre las instituciones del estado, el capital y la capacidad coercitiv;
introducida por el narcotráfico significaron la ruptura del control di
las instituciones del estado sobre los mecanismos de resistencia di
sectores subordinados en el orden social.

224
G u s ta v o D u n c a n

Es así como en una proporción significativa la guerra del nar­


cotráfico en México después del 2000 se explica por la pérdida del
control de las instituciones del estado sobre las transformaciones del
orden social. Los carteles, es decir unas organizaciones criminales con
sus propios aparatos coercitivos, imponían ahora sus instituciones de
regulación sobre sociedades que experimentaban profundos cambios
en sus formas de producir riqueza, distribuirla entre sus miembros
y asignar jerarquías sociales. La base de estos cambios era el capital
del narcotráfico que les había permitido a sociedades periféricas y
marginales integrarse finalmente a los mercados mundiales. La guerra
se manifestaba en la competencia entre los carteles por imponerse
a lo largo de territorios poblados por comunidades periféricas y
marginales. La dominación de un sector de la población era un medio
de producción de poder tanto para controlar las rutas y los centros
de producción de drogas, como para garantizar la protección del
negocio.
Una breve cronología de la guerra del narcotráfico posterior a la
salida del PRI en el 2000 puede iniciarse con los intentos del cartel de
Sinaloa dirigido por “el Chapo” Guzmán y “el Mayo” Zambada de
apoderarse del territorio del cartel de Tijuana. Si bien era una guerra
que venía de mucho antes,138 para la segunda mitad de la década era
claro que el cartel de Sinaloa se estaba imponiendo en la disputa.
Los Arellano Félix, quienes también eran sinaloenses, habían sufrido
demasiadas bajas y varios de sus principales cabecillas habían caído o
habían sido capturados por las autoridades. Benjamín Arellano Félix
fue capturado por autoridades mexicanas en el 2002, el mismo año
que su hermano Ramón fue abatido por la Policía. O tro hermano,

138 Se dice que los inicios de la guerra están en el enfrentamiento entre “el Güero” Palma
con los Arellano Félix luego de la distribución territorial de l élix Gallardo (Saviano,
2014). Pero hay versiones que van más atrás y que señalan incluso que en aquel
entonces el actual socio de “el Chapo”, “el Mayo” Zambada, estaría conspirando con
los Arellano Félix para asesinarlo. Ver en Unión Jalisco el artículo “1.a lucha del Cártel
de Sinaloa vs los Arellano Félix”, publicado el 5 de julio de 2013. Disponible en:
http://www.unionjalisco.mx/articulo/2013/07/05/seguridad/la-lucha-dcl-cartel-
de-sinaloa-vs-los-arellano-felix.

225'
M ás q u e p la ta o p lo m o

Francisco, fue sorprendido en 2006 por autoridades norteamericanas


en un paseo de pesca en alta mar e inmediatamente fue enviado a
una prisión en Estados Unidos. Poco a poco los operarios y aparatos
armados del cartel de Sinaloa fueron copando la plaza de Tijuana
hasta prácticamente extinguir a los Arellano Félix. En 2013, el mayor
de los hermanos, Rafael, fue asesinado por un sicario disfrazado de
payaso en una fiesta familiar.
La derrota de Tijuana le permitió al cartel de Sinaloa incursionar
en nuevas plazas con mayor fuerza. O tro ©bjetivo era someter al
cartel de Juárez que, al igual que el de Tijuana, estaba conforma
do por narcotraficantes originarios de Sinaloa. Desde la muerte de
Amado Carrillo, alias “el Señor de los Cielos”, se habían producido
escaramuzas entre ambos carteles. Pero en 2004 las hostilidades
se desataron cuando sicarios de “el Chapo” Guzmán asesinaron a
Rodolfo Carrillo, hermano de Amado. En retaliación, el cartel de
Juárez se alió con los principales enemigos del cartel de Sinaloa, “los
Zetas”. Sin embargo, estos realineamientos entre carteles no impli
caban la incursión en el territorio enemigo de aparatos coercitivos
con el propósito de establecer algún tipo de control territorial. Los
enfrentamientos, cuando ocurrían, estaban dirigidos únicamente a
aniquilar los mandos de los carteles en cada una de sus zonas. A partir
de finales de 2007 la situación iba a ser muy distinta (Alarcón, 2014).
Con la desaparición de Am ado la capacidad del cartel de Juárez tic
gestionar mercancía desde Colombia y otros centros de producción
se vio dramáticamente mermada. El negocio principal del cartel era
ahora la venta de los derechos de paso de mercancía por las aduanas
ubicadas en la frontera norte de la ciudad. Evitarse estos cobros y
apoderarse de la plaza para m onopolizar esta ruta de entrada de
drogas hacia Estados Unidos era un botín de guerra muy atractivo.
Sin duda, el cartel de Juárez controlaba una de las plazas más
valiosas del narcotráfico en México. La ciudad limitaba con El Pas< >,
Texas; con un tráfico anual de quince millones de vehículos y justo
en medio de los 3100 kilómetros de frontera con Estados Unidos, las
oportunidades de introducir drogas a través de la red de autopistas

226
G u s ta v o D u n c a n

que se desprendía del cruce aduanero eran inagotables. El resultado


sería una de las confrontaciones más feroces en una ciudad como
consecuencia de la guerra entre carteles. “El Chapo” Guzmán y “el
Mayo” Zambada reclutaban pandillas y enviaban grupos paramili­
tares a aniquilar a los operarios y sicarios de Juárez. Por su parte, los
parientes del extinto capo Amado Carrillo hacían uso de la pandilla
Barrio Azteca y de La Línea, un sector de la fuerza policial, para
repeler la invasión (Alarcón, 2014). En la ciudad y sus alrededores
los combates eran implacables contra cualquier sospechoso de per­
tenecer al grupo enemigo, al tiempo que el estado había perdido su
capacidad de controlar en lo más mínimo lo que sucedía allí. En su
apocalíptico relato sobre la ciudad, Bowden (2011) retrató así la des­
trucción de la capacidad de regulación por las instituciones estatales:
Dado que los policías son usualmente criminales, poco les interesa
combatir el crimen. Dado que la tortura es la herramienta forense
básica para hacer cumplir la ley, los funcionarios de la ley y el orden
han desarrollado pocas, si es que alguna, destrezas para resolver los
crímenes (p. 114).139

Las fuerzas de seguridad del estado también contribuyeron a p ro­


fundizar la espiral de retaliaciones y atrocidades contra la población.
Sobre todo a raíz del cambio en la política antidrogas del estado
central, cuando ocurrió el traspaso de gobierno de Vicente Fox a
Felipe Calderón en 2006. De acuerdo con revelaciones de Wikileaks,
debido a un gran desconocimiento de la situación y de la capacidad
real del estado Calderón decidió declararle la guerra al narcotráfico
(Torre, 2013). Otra razón que se argumenta detrás de la declaratoria
de guerra es la falta de legitimidad de su gobierno por el estrecho
margen de victoria que obtuvo sobre el candidato del PRD, de tan
solo el 0,58 %, y las sospechas de fraude que llevaron a que su triunfo
nunca fuera reconocido por el PRD. Hernández (2012) sostiene que
los factores de peso en la decisión de guerra de Calderón eran una

139 Traducción del autor.

227
M ás q u e p la ta o p lo m o

estrategia de legitimación y de protección al cartel de Sinaloa. Sin


embargo, las entrevistas realizadas a Calderón revelan que no estaba
tan despistado sobre el tipo de amenaza que iba a afrontar. Para él
estaba claro que la guerra era una guerra por recuperar las institu
ciones del estado y de que se trataba de un problema ineludible por
la escalada de violencia entre los carteles, de modo que el estado ni >
podía quedarse cruzado de brazos.140 Sea cual fuera la razón de la
declaratoria de guerra, Calderón agudizó los enfrentamientos porque
incrementó los aparatos coercitivos en disputa al tiempo que los
problemas de coordinación entre las agencias de seguridad del nivel
nacional y del nivel regional se agravaron.
La estrategia de guerra de Calderón consistió en involucrar com< >
nunca antes al Ejército y a la Marina en la lucha contra los carteles. Si
bien los resultados en términos de capacidad de choque mejoraron
notoriamente — capos como “el M ochom o” Beltrán Leyva fueron
masacrados en sendos combates con el Ejército— , fue inevitable que
ocurrieran efectos colaterales indeseables. Las unidades del Ejército v
de la Marina desplegadas en el terreno se corrompieron y terminan >n
en muchos casos trabajando para alguna de las partes. La situación
era caótica porque además la corrupción era fragmentada. No ocurrí,i
que el Ejército o la Marina estuvieran coludidos con determinado
cartel, sino que las distintas unidades de cada fuerza se aliaban con
uno u otro cartel. En palabras de un narcotraficante entrevistado en
Sinaloa, “cada quien tenía sus generales y sus almirantes, imposible
comprarlos a todos”.

140 En la misma entrevista en l'heNew York lim es citada previamente, Calderón sostuvo
“En el viejo sistema político, en el viejo régimen político autoritario se pensaba qm
arreglándose con los criminales no pasaba nada. Si esa práctica política se traslada a
lo que ahora estamos viviendo. Un alcalde o un jefe de policía que se “arregla” (emir
comillas) con los criminales lo único que hace es permitir que le quiten el puel >l<>,
la autoridad de su pueblo. Y cuando entra otro grupo criminal y se da cuenta di
que ese alcalde o ese jefe de policía está coludido con el bando contrario entom i >
1 termina también-matándolo. Es un problema muy complejo. Por esa razón es mu
falsa premisa suponer, como algunos suponen, que uno como gobernante puede un
hacer nada y no pasa nada. Esa idea de que si uno no se mete con los criminales im
pasa nada está equivocada”.

228
Gustavo Duncan

En Ciudad Juárez las fuerzas federales respaldaron la incursión


del cartel de Sinaloa mientras que la policía municipal se mantuvo
leal al cartel local. El resultado era que las fuerzas del estado se
enfrentaban entre sí en beneficio de los carteles del narcotráfico.
La incapacidad de las instituciones del estado de regular espacios
marginales de la ciudad y las valiosas transacciones de drogas que allí
tenían lugar, obligaba a delegar en los carteles el gobierno parcial de
la ciudad. Luego de los cerca de diez mil asesinatos ocurridos durante
el sexenio de Calderón, los enfrentamientos entre los dos carteles por
Ciudad Juárez se zanjaron con un aparente acuerdo entre las partes.
Según dos fuentes consultadas, el acuerdo estipulaba que el cartel de
Sinaloa mantendría el control de los territorios circundantes y podría
pasar mercancía hacia El Paso (Texas) sin mayores problemas; por
su parte, el cartel de Juárez mantendría su posición de control sobre
el territorio circundante al puesto aduanero de Estados Unidos.
Aunque Ciudad Juárez fue quizá uno de los lugares más emble­
máticos de la guerra del narcotráfico en México, la ofensiva inicial
del gobierno de Calderón estuvo en realidad dirigida a “los Zetas”,
en la zona noroccidental de México, y a los carteles de los estados
de Michoacán y Guerrero. Estas organizaciones habían convertido
numerosos municipios, poblados y ranchos en verdaderos territorios
de guerra. Allí era donde aparecían la mayor parte de los cadáve­
res — colgando de los puentes o abandonados por montones en
vehículos a los lados de la carretera— que tanto habían llamado la
atención mundial. Eran la pura imagen del terror que desde mediados
del 2000 encarnaba la guerra del narcotráfico en México. Si bien
algunos analistas como Hernández (2010 y 2012) han argumentado
que la prioridad de la ofensiva del gobierno Calderón contra ciertos
carteles como “los Zetas” era producto de una alianza con el cartel
ile Sinaloa, en particular con “el Chapo” Guzmán, lo cierto es que la
razón estaba más por el lado del mayor desafío que ciertos carteles
representaban contra el estado. D e hecho, ambas razones pueden
ser complementarias: carteles como “los Zetas” tenían una menor
capacidad de corrupción del nivel central de gobierno, y al mismo

229
Más que plata o plomo

tiempo significaban una amenaza mayor a la autoridad que el estado


en principio— debe mantener a lo largo del territorio.
La superioridad del desafío al estado por “los Zetas” tuvo su
razón de ser en la form a como irrumpió esta organización. Como
se mencionó previamente, “los Zetas” tenían dos características que
hacían que concentraran la atención del estado en la guerra contra
el narcotráfico: en primer lugar eran un aparato especializado en
producir violencia para someter a otras organizaciones criminales,
algunas de ellas extremadamente peligrosas. Lo que da una idea dé­
la apuesta realizada por Osicl Cárdenas, el narcotraficante que los
reclutó, para incrementar la capacidad coercitiva de su organización
sobre el resto de carteles. En segundo lugar, luego de la captura
y posterior extradición de Osiel Cárdenas, “los Zetas” quedaron
sin una fuente regular de ingresos y con un poder enorm e sobre
las transacciones del cartel del Golfo. La necesidad de liquidez los
llevaría a explotar los excedentes de la economía local y a apropiarse
— mediante el ejercicio brutal de la violencia— de las rutas y con­
tactos en Colombia pertenecientes a otros narcotraficantes. En otras
palabras, la irrupción de “los Zetas” como organización criminal con
aspiraciones de dominación de los territorios del cartel del G olfo
estuvo marcada por su ventaja comparativa: la capacidad de ejercer
la fuerza a niveles desconocidos. Por consiguiente, el motivo de la
ofensiva del estado era reducir el desorden que causaba la violencia
desbordada de “los Zetas”, así sus esfuerzos al final condujeran a
la imposición de la regulación por otro cartel en el territorio donde
“los Zetas” eran expulsados. El estado podía tolerar que alguna
organización criminal impusiera sus instituciones de regulación en
sociedades periféricas, siempre y cuando su dominación implicara
un mínimo de orden que evitara su necesidad de intervenir. De
otro modo, el estado hubiera asistido impasible a un escalamiento
desbordado de la violencia en manos de los carteles. Más allá de
destruir todos los carteles y eliminar todos los capos del narcotráfia >
en México, propósito que en la práctica era inviable, la lógica de la
guerra lanzada por Calderón estaba marcada por el establecimiento

230
Gustavo Duncan

de urnos límites a las aspiraciones de control territorial de las orga­


nizaciones narcotraficantes.
(Otras regiones de México donde la escalada de la violencia
condlujo a una intervención del estado en el inicio del sexenio de
Caldlerón fueron Michoacán y Guerrero. Allí “los Zetas” pretendían
manitener el control de los centros de producción de marihuana,
anfettaminas y heroína en la zona de tierra caliente, así como los
com edores de drogas que salían desde el puerto de Lázaro Cárdenas,
que estaba bajo el dominio del cartel del G olfo. Sin embargo, en
tiemipos recientes desde la misma región habían surgido organiza-
ciontes criminales que oponían resistencia a la dominación ejercida
por líos aparatos coercitivos del cartel del G olfo (Maldonado, 2012a;
Valdlés Castellanos, 2013). Las nuevas generaciones no estaban dis-
puesstas a continuar en una posición subordinada como cultivadores
de rmarihuana o amapola, o como simples operarios en la zona de
otrots carteles. La brutalidad de “los Zetas” provocó además que los
grufpos criminales de la región organizaran su propio cartel no solo
cormo un medio de disputa por las rentas locales del narcotráfico
sino) como una form a de resistencia social. Surgió entonces la “Fa-
miliia Michoacana”, dirigida por Nazario M oreno González, alias “el
Chatyo” y quien se hacía llamar “el más loco”.
Moreno form ó un cartel con un profundo sentido de legitima­
ción) social al punto que escribió su propia biblia. En ella sugería los
cormportamientos deseables de la población y entregaba mensajes de
aliviio y de superación personal. A l margen de si la población creía
o neo en los mensajes místicos de Moreno, la “Familia Michoacana”
tuvro mucho éxito en extender su capacidad de regulación social en
la rcegión. Se impusieron sobre “los Zetas” y crearon un freno a las
faccciones de Sinaloa que pretendían entrar desde el estado de Gue-
rretro. Ignacio “Nacho” Coronel, asociado de “el Chapo” Guzmán se
habaía instalado en Guadalajara, capital de Jalisco. No fue difícil en una
prirmera instancia controlar la plaza, era un lugar que históricamente
habbía pertenecido a los narcotraficantes de Sinaloa. El problema era
quee en los estados vecinos de Michoacán y G uerrero disponían de

231
Más que plata o plome

un alto valor estratégico para el narcotráfico y “los Zetas” tenían


aspiraciones de expandir su control hacia la zona. La guerra no
demoró ert estallar. Vinieron las decapitaciones, videos de masacres
subidos en internet, ahorcados colgando de los puentes, mensajes en
mantas, etcétera. En ese entonces la “Familia Michoacana” y “Na­
cho” Coronel, como agente del cartel de Sinaloa, se aliaron contra
“los Zetas” bajo la lógica de atacar al enemigo común.
Durante esa misma época, como se mencionó previamente, en el
cartel de Sinaloa ocurrían importantes fracturas. La guerra entre sina-
loenses involucraría el asesinato de civiles en gran escala. La amenaza
para la Federación, como ahora se conocía a las facciones de Sinaloa
leales a “el Chapo” Guzmán y a “el Mayo” Zambada, provenía del sur
y del norte del estado, donde los Beltrán tenían relaciones paténtales
con la comunidad. Pero lo más grave para el cartel de Sinaloa fue
que la ruptura significó un realineamiento de fuerzas en una escala
nacional que perjudicó su proyecto de control de las principales plazas
del narcotráfico en México. “Los Zetas” y el cartel de Juárez sellaron
alianzas con los Beltrán Leyva para contener a “el Chapo” Guzmán.
Por su parte, la Federación se alió con sus antiguos rivales del cartel
del G olfo para despojar a “los Zetas” de las plazas conquistadas en
Nuevo León y Tamaulipas. Sinaloa había aprovechado la fractura
interna de “los Zetas” para incursionar en los territorios históricos del
cartel del Golfo, pero bajo las nuevas circunstancias lo más sensato
era un acuerdo entre ellos.141 Sinaloa obtenía un corredor importante
de salida de mercancía hacia la costa oriental de Estados Unidos. Por
su parte, el cartel del G olfo obtenía un respiro y un soporte de fuerza
significativo ante la arremetida de “los Zetas”.
Entrada la segunda década del nuevo siglo era claro que la ofen­
siva de Calderón contra “los Zetas” parecía estar dando resultados.

141 Ver por ejemplo en Reporte índigo, El cerco contra Zetas, publicado el 19 de julio de
2013: “(¡radualmente, de forma muy lenta en esta guerra de I.os Zetas, que hicieron
una alianza con el disminuido Cártel del Eos Beltrán Eeyva, la organización que
dirigía en libertad el Z-40 fue llevando sus mandos hacia Coahuila por el empuje de
la alianza entre el C D G v Los Chapos”.Disponible en: http://w\v\v.reporteindigo.
com/reporte/monterrev/el-cerco-conrra-zetas.

232
Gustavo Duntiin

Pese a que las tasas de homicidio se habían disparado, la expansión


de “los Zetas” había sido frenada: ahora se encontraban en fase de
contracción territorial. Su principal líder, Heriberto Lazcano, alias
“el Lazca”, fue abatido en octubre de 2012. Otros carteles también
sufrieron golpes importantes. Arturo Beltrán Levva, alias “el Barbas”,
fue abatido por la Marina en 2009. “Nacho” Coronel fue asesinado
por un com ando militar en 20 10. La gente de Coronel acusó al
cartel de Sinaloa de haberlos traicionado y creó su propia organiza­
ción, el cartel de Jalisco Nueva Generación. Por su parte, la “Familia
Michoacana” había sufrido fracturas internas a raíz de la supuesta
desaparición de su líder Nazario Moreno (luego se conoció que en
realidad estaba vivo cuando la policía lo dio de baja “nuevamente”
a principios de 2014). De estas fracturas surgieron los Caballeros
Templarios, liderados por Servando Gómez Martínez, alias “la Tuta”,
como principal cartel en Michoacán.
Para el cambio de gobierno de Felipe Calderón a Enrique Peña
Nieto, a principios de 2013, un nuevo mapa del control territorial de
los carteles había surgido en México. El cartel de Sinaloa se mostraba
com o la organización más fuerte, con mayor extensión territorial y
control de corredores de droga hacia Estados Unidos. Sin embargo,
muchos otros carteles sobrevivían y mantenían el control de territo­
rios y corredores importantes. Luego de tanta guerra, capos caídos
y sangre derramada, era claro que la victoria absoluta por Sinaloa era
imposible. Entonces vinieron los acuerdos con las otras organiza­
ciones provenientes de Sinaloa, los Beltrán Leyva y los Carrillo. Se
definieron plazas, corredores, tarifas y fronteras entre las distintas
organizaciones y sus facciones encargadas del control coercitivo en el
territorio. Entre los grandes jefes de los carteles el acuerdo al parecer
no fue complicado; lo complicado — según un narcotraficante entre­
vistado en Sinaloa— “era bajar el acuerdo a las bases. Gente que hasta
hace poco se estaba dando madrazos con las organizaciones vecinas
ahora había que convencerlos que siguieran en paz como si nada”.
Con el PR1 de nuevo en el gobierno central se esperaba que
volvieran los viejos pactos con los carteles para pacificar el país.

233
Más que plata o plomo

Sin embargo, ni la estructura institucional del sistema político ni la


sociedad mexicana era la misma que le permitió al PR l mantener a
las organizaciones criminales bajo control durante las décadas del
autoritarismo. Para hacerlo, habría que revertir la democracia de
modo que los mandatarios en las regiones fueran del mismo partido
que el del gobierno central. Solo con la reducción de la competencia
democrática era posible que la clase política en las regiones dispusiera
de suficiente capacidad coercitiva desde el estado central para así,
como en los viejos tiempos, someter a las organizaciones narcotra-
ficantes. Por supuesto México no iba a sacrificar la democracia para
acabar con el narcotráfico.
La violencia se redujo durante el primer año del gobierno de
Peña Nieto,142 pero no fue claro si era el resultado de pactos polí­
ticos con los carteles o la consecuencia lógica del desgaste de los
seis años de guerra dura del gobierno de Calderón. Ya el territorio
de la mayoría de los carteles estaba plenamente definido, del mismo
modo que estaban definidos los equilibrios de fuerza entre ellos. Los
excesos de carteles como “los Zetas” habían llevado al estado central
a debilitar su capacidad coercitiva, lo que se traducía en ventajas
militares para los carteles rivales que moderaban el ejercicio de la
violencia. Sea como fuere, a Peña Nieto le tocó una situación donde
si bien los carteles imponían sus instituciones de regulación social en
numerosas regiones, poblados y ciudades de México, el estado había
logrado reprimir sus aspiraciones de expansión territorial. Existían
espacios y transacciones sociales que el estado y las élites mexicanas
no estaban dispuestos a ceder a las instituciones de regulación dé­
los narcotraficantes. De hecho, el resultado de la ofensiva estatal en
muchos casos podía no conducir a la expulsión de las organizaciones
narcotraficantes de una plaza, pero sí repercutía en la disminución de
su capacidad de regulación social. Los carteles podían refugiarse allí

142 Ver en CNN México, el artículo “La tasa de homicidios en México es alta pese a
reducción de 13% en 9 meses”, publicado el 3 de septiembre de 2013. Disponible en:
http://mexico.cnn.com/nacional/2013/09/03/la-tasa-de-homicidios-en-mexico
es-alta-pe se-a-reduccion-de-13-en-9-meses.

234
Gustavo Duncan

pero no podían gobernar en la práctica, o era mucho menos sobre


lo que gobernaban.
Los avances del estado se hicieron sentir no solo en la reduc­
ción de la violencia, sino que varios de los capos más importantes
comenzaron a ser capturados o dados de baja. A finales de febrero
de 2 0 14 fue capturado ni más ni menos que “el Chapo” Guzmán, el
principal capo de México. También fue capturado en julio del año
anterior Miguel Angel Treviño, alias “Z -40”, el líder de “los Zetas”. En
Michoacán dos de los líderes históricos de los Caballeros Templarios,
“el Chayo” y Kike Planearte, fueron dados de baja. Actualmente el
gobierno parece haber superado la crisis del sexenio anterior. Sin
embargo, una situación inédita de violencia parece haber surgido a raíz
de la respuesta de la población civil a los abusos de los carteles del nar­
cotráfico: la organización de grupos de autodefensas en Michoacán.

E l c a so M ic h o a c á n

En algunos casos las prácticas de dominación cotidiana de los carteles


pueden ser tan oprobiosas, que la pregunta es: ¿por qué las comuni­
dades no organizan alguna forma de resistencia armada? La literatura
de ciencias sociales sostiene que por lo general los dominados no
plantean una resistencia abierta porque no disponen de los recursos,
la organización ni la concientización para insubordinarse.143 El di­
nero de las drogas y los ejércitos privados son una fuerza disuasiva
contundente para cualquier comunidad. Si además esa comunidad
no dispone de mayor influencia sobre las instituciones del estado
sus oportunidades de resistencia son aún menores. No queda nada
distinto que la sumisión frente al oprobio o el desplazamiento hacia
otra sociedad o región. Sin embargo, tanto Scott (2000) como Moore
(2005) argumentan que existen ciertos umbrales morales de obedien­
cia. Estos umbrales son construcciones culturales de cada sociedad.
No son estáticos sino que son una fabricación perm anente que

143 Básicamente estas aproximaciones aluden a los problemas de acción colectiva sub­
yacentes entre sectores sociales dominados.

235 '
Más que plata o plomo

dicta las normas y los comportamientos permitidos por los sectores


dominantes. La violación del umbral de normas y comportamientos
permitidos en el ejercicio de la dominación puede llevar a la aparición
de expresiones de abierta resistencia entre los sectores subordinados.
La extorsión, el secuestro, la expropiación, la humillación de los
sicarios y los abusos sexuales tienen límites.
El caso de las autodefensas de Michoacán demuestra que aun
en condiciones desiguales de recursos, organización e influencia,
la población es capaz de plantear resistencia armada a los carteles
cuando traspasan los umbrales morales de la dominación. Cansados
de los abusos de los Caballeros Templarios, José Manuel Míreles
organizó un grupo de guardias armados entre la población de Te-
palcatepec. La estrategia de Míreles para persuadir a sus paisanos
de vencer el miedo a organizar una resistencia consistió en visitar
a los ganaderos del municipio a espaldas de los vigilantes del cartel
en reuniones clandestinas. Luego de esa labor de persuasión pudo
finalmente contar con suficiente fuerza para hacer frente a los sicarios
que cobraban las extorsiones:
Ya teníamos desde hacía seis meses la intención de hacer algo para
sacudirnos de esta situación pero todos habíamos tenido miedo, todo
el tiempo habíamos tenido miedo. Se empezó a hacer un movimiento
nocturno muy discreto, discreto porque no lo descubrieron hasta el
día mismo que estalló) el levantamiento. [...] De tal forma que el 24 de
febrero a las nueve en punto de la mañana había ochenta ganaderos
aquí, pero ya con camisetas de policías comunitarios. Ya tenían aquí a
la gente que venía por la cuota [por el cobro de la extorsión] de todas
las vacas que se vendían”.144

Su experimento tuvo tanto éxito que surgieron nuevos grupos en


otros municipios. A l día de hoy las autodefensas, también conocidas
como guardias o policías comunitarias, han sido capaces de expulsar
a los narcotraficantes de varios municipios de la región.

144 Ver en Youtube, “Autodefensa ciudadana en Michoacán”. Disponible en: hrtp://


www.youtube.com/\vatch?v=WPubHOpV89k. Consultado el 6 de abril de 2014.

236
Gustavo Duncan

La lección para los Caballeros Templarios es que no todo de­


pende de los equilibrios de fuerza. En un principio la comunidad
soportó los secuestros y las extorsiones generalizadas de la mafia. Al
fin de cuentas los productores recuperaban el cobro por extorsión
al aumentar los precios finales del ganado y de las tortillas. Sin em­
bargo, “el problema detonó — afirma Míreles— cuando empezaban
a llegar a tu casa y te decían me gusta mucho tu mujer, ahorita te la
traigo, pero mientras me bañas a tu niña porque esa si se va a quedar
conmigo varios días y no te la regresaban hasta cuando estaba emba­
razada”.14^Los Caballeros Templarios habían atravesado un umbral
moral que detonó la insurrección. Las comunidades que se rebelaron
a los Caballeros Templarios no estaban compuestas por campesinos
miserables y marginados. No estaban habituados a semejante grado
de humillación como lo advierte Míreles: “Así como le llegaban a la
gente pobre de los ranchos, así le llegaban también a los ganaderos
más ricos ”.U(' Eran sectores medios, muchos de los cuales tenían
preparación universitaria y propiedades. Aunque sus recursos no eran
competencia frente a la riqueza de los Caballeros Templarios, sí tenían
los medios mínimos para organizar una resistencia. Sus miembros
aseguraban que con la producción de granjas de limones incautadas
a los Caballeros Templarios y con las armas incautadas financiaban el
movimiento. No obstante, “la Tuta” los acusaba de recibir armas de
otros carteles interesados en debilitar a los Templarios como Sinaloa
y Jalisco Nueva Generación. Pero aun asumiendo que sean ciertas las
acusaciones de “la Tuta” sobre el origen de las armas, hasta ahora no
hay evidencia periodística ni judicial que asocie a las autodefensas con
motivaciones narcotraficantes. Es decir, su ejercicio de la violencia no
está dirigido a producir poder para controlar el capital que produce la
droga en los municipios bajo su control. La organización de la coer­
ción, por el contrario, está dirigida a evitar que los carteles impongan
sus instituciones de regulación social por ser demasiado oprobiosas.1456

145 ídem.
146 ídem.

237
Más que plata o piorno

¿El caso de las autodefensas quiere decir que los pobres y margi­
nados están condenados a la obediencia en condiciones oprobiosas?
Más bien quiere decir que la inequidad en una sociedad se expresa
hasta en sus formas de resistencia. Las comunidades marginales y
periféricas de México también se sacuden de la dominación de las
mafias. La diferencia es que las organizaciones que surgen como
resistencia a la dominación adoptan las mismas instituciones de los
carteles dominantes. De hecho, los Caballeros Templarios surgieron
como resistencia a carteles de otras regiones como “los Zetas” y
Sinaloa. Los recursos de la droga y la violencia eran los únicos medios
disponibles para resistir. En el largo plazo se convirtieron en medios
para dominar. En una entrevista del canal Fox, “La Tuta”, el líder dé­
los Caballeros Templarios, respondió así a la pregunta de ¿quién se
cree usted para ser el que establezca la ley?:
Si mal no recuerdo, al último que secuestraron [en la región] fue
a mi padre y tuve que hacer lo que tenía que hacer. En ese entonces
yo era un nato delincuente, narcotraficante de drogas [sic], entonces
porque yo me la rifaba y tenía mi dinerito me querían robar y se­
cuestrar a mis familiares y no lo permití. No me voy a comparar con
ningún personaje de la historia, ni quiero compararme, ¿por qué se
levantaron en armas Pancho Villa y Emiliano Zapata? Pancho Villa
era un delincuentazo, todos lo sabemos, la historia lo dice. Pero hay
cosas que se salen de cauce porque hay gentes que no establecen el
estado de derecho. Yo no quiero establecer un estado de derecho y lo
he repetido y lo he dicho, que se establezca el estado de derecho. Y
si yo soy culpable y mis Caballeros Templarios somos culpables que
vengan y las autoridades competentes de la federación, el estado y el
municipio que nos contengan, que no nos dejen operar [...] Yo estoy
dispuesto a poner orden y te lo puedo constatar si hay orden o no. Te-
invité si quieres presenciar algo. A esos dos que violaron no se las voy
a perdonar con nada [se refiere a un par de violadores capturados pol­
los Caballeros Templarios que “la Tuta” ejecutó durante la entrevista |.
Yo sé que estoy rompiendo los códigos de la Constitución Política.
[Pero] cuando un presidente no cumple con sus funciones el pueblo

238
Gustavo Duncan

lo demanda y lo puede hacer a un lado, ¿verdad? Yo no quiero eso.


Unicamente quiero y lo pedimos que se establezca un orden, que
las autoridades hagan su trabajo. Entonces, ¿qué no haigamos [sic]
Caballeros Templarios y que vayan los de Jalisco y “los Zetas” y se
apoderen de Michoacán? Nosotros sacamos en el 2008 a “los Zetas”
de Michoacán, de Lázaro Cárdenas y de Uruapan.147

No tardó mucho la resistencia organizada por “la Tuta” en con­


vertirse en un cartel similar al de los grandes capos de México. Las
instituciones de regulación social establecidas para defenderse de
carteles invasores eran casi las mismas a las utilizadas por estos, la
única diferencia era que ahora estaban bajo el control de criminales
locales que concentraban como nunca antes el manejo de enormes
flujos de capital para expandir su aparato coercitivo. El control del
territorio le había permiddo al cartel de “la Tuta” ampliar su partici­
pación en las rentas del narcotráfico y en toda una serie de actividades
valiosas en Michoacán como la explotación de las minas de hierro148
y la extorsión de actividades legales.
El problema era que mientras las instituciones de los Caballeros
Templarios funcionaban como un canal de acceso a los mercados
y al poder para sectores subordinados en el orden social, para los
sectores posicionados en la jerarquía social de las áreas rurales estas
mismas instituciones significaban humillación y deterioro econó­
mico. En consecuencia, la resistencia de los sectores posicionados
en las áreas rurales de Michoacán provino de la creación de otro
tipo de instituciones, la de las guardias comunitarias o autodefensas.
Estas eran instituciones adecuadas para la defensa del capital de

147 Ver YouTube, “EXCLUSIVA: La Tuta: Incómodo y acusador, lo que no se vio”


[Parte 2], publicado el 19 de enero de 2014. Disponible en: http://vwv.youtubc.
com/watch?v=TkIBT2_-9FA. Consultado el 7 de abril de 2014.
148 De acuerdo con un reportaje del Canal 4 de Inglaterra, la explotación de estas minas
le deja al crimen organizado entre 150 y 200 millones de dólares anuales. Guillermo
Galdos, Kiiights iemplar link to México Iron Ore Arreste, publicado el 7 de marzo de
2014. Disponible en: http://www.channel4.com/news/mexico-knights-templar-la-
tuta-iron-ore-lazara-cardenas.

239
Más que plata o plomo

sectores sociales que ya habían acumulado algo de riqueza, así fuera


insignificante comparada con la de los narcotraficantes, y que no
estaban interesados en la organización de la coerción para producir
capital. De hecho, el propósito final era que el estado eliminara a
los Caballeros Templarios y demás carteles y asumiera el control de
la situación. Por tanto, se trató de un fenóm eno nuevo en México,
en el que sectores previamente incluidos, desde áreas periféricas,
se organizaban para restringir la pérdida de la ascendencia de las
instituciones del estado sobre el orden social. .

240
6

Un estado que la guerra llevó a cum plir sus


obligaciones en los m árgenes del territorio

Si en México la guerra de las drogas estuvo marcada por el proceso


de democratización, en Colombia la guerra giró en torno al proceso
inacabado de integración del territorio por parte del estado y a la
amenaza que las guerrillas marxistas representaban para los narco-
traficantes. A mediados de los setenta, justo antes de la bonanza
de la cocaína, el estado colombiano había logrado superar muchos
rezagos en cuanto a la capacidad de im poner sus instituciones a lo
largo del territorio. La violencia partidista de las décadas previas
había sido reducida a niveles tolerables,149 lo que permitía regular las
sociedades regionales por medio de redes de políticos profesionales
que mal que bien acataban las decisiones de las élites políticas del
centro. Además, un largo periodo de crecimiento económico había
dotado al estado con recursos suficientes para encauzar la com pe­
tencia política dentro de las reglas del juego establecidas por él. El
clientelismo político se convirtió en el principal mecanismo tanto
para asegurar las lealtades de las autoridades regionales, como para
desplegar las instituciones del estado en las regiones (Leal y Dávila,
1990; Guillén, 1996).
Pero la expansión del estado en el territorio todavía era un asunto
incompleto. Existían numerosos procesos de poblamiento por fuera

149 Si bien la reducción en las rasas de homicidios fue dramática en relación con los anos
de la Violencia clásica, nunca volvió a estar por los niveles tan bajos de las décadas
de los veinte y los treinta (Ramsey, 1981; Gaitán, 1995).

241
Más que plata o plomo

de su control. Eran procesos cíclicos de colonización que ampliaban


la frontera habitada del país hacia selvas y sabanas sin ningún tipo de
infraestructura estatal. Luego de una fase de asentamiento se creaban
nuevos centros de población que paulatinamente se iban asimilando
al estado por medio de nuevas vías, nombramiento de funcionarios
públicos, titulación de la propiedad, dotación de servicios básicos
y conexión con el mercado interno. Los colonos que no lograban
acceder a tierras o que no lograban asentarse en las cabeceras ur­
banas continuaban el ciclo al internarse en zonas aún más remotas
*

iniciando un nuevo proceso de asentamiento territorial (jaramillo y


otros, 1989). Dada la enorme extensión de Colombia en relación con
su población, los procesos de ampliación de la frontera habitable no
representaban un problema para el estado. El problema era otro: en
muchas zonas de colonización, por su mismo aislamiento, una serie
de guerrillas marxistas encontraron un terreno fértil para imponerse
com o fuerza dominante (Molano, 1987). Sin necesidad de crear
mayores elaboraciones ideológicas se convirtieron en el estado de
la población colona (Londoño, 1989).
Cuando el narcotráfico se convirtió en la principal fuente de
capital de las economías periféricas, el proceso de poblamiento y de
despliegue del estado en el territorio tendría enormes consecuencias
en las trayectorias de la guerra de las drogas en Colombia. Por un
lado, las guerrillas encontrarían en los narcotraficantes unos sujetos
de extorsión y secuestro de donde extraer valiosos recursos para
financiar la toma del poder nacional. En respuesta al uso sistemático
del secuestro y de la extorsión, los narcotraficantes organizarían
ejércitos privados capaces de enfrentar a las guerrillas por el control
de extensas regiones del país (Medina Gallego, 1990). Fue así como
la existencia de una insurgencia marxista obligó a los narcotraficantes
a organizar aparatos coercitivos con un propósito más complejo que
el puro control de un negocio ilegal (Duncan, 2006). Desde muy
temprano, los aparatos de guerra de los narcotraficantes tenían como
propósito la dominación de sociedades periféricas para evitar quedar
bajo la subordinación de las guerrillas. Mientras que para los carteles

242
Gustavo Doñean

mexicanos la creación de unas instituciones de regulación social fue


el resultado de un proceso gradual de relajación de las instituciones
autoritarias del PRI, para los narcotraficantes colombianos fue el
resultado de una necesidad elemental de supervivencia.
Por otro lado, los cultivos de coca convirtieron a la población co-
lona en un sujeto valioso de dominación en los márgenes del estado.
En primer lugar, los cultivos trajeron capital a unas sociedades que a
duras penas producían para su subsistencia. A l regular estas socieda­
des, la guerrilla se apropió fácilmente de los principales excedentes
de la fase primaria de la producción de cocaína. En segundo lugar,
el trabajo en una actividad criminalizada por el estado hizo que fuera
imposible para las instituciones estatales regular la población de las
zonas de colonización. Cientos de miles de familias que dependían
de una actividad económica ilegal se convirtieron en ciudadanos
de la guerrilla por la sola razón de que las instituciones del estado
reprimían los cultivos ilícitos. Con estos dos elementos estratégicos
la guerrilla pudo proyectar desde las regiones más periféricas de
Colombia una ofensiva hacia las áreas integradas para llevar a cabo
su aspiración de tomar el poder nacional. Y aunque nunca estuvo
cerca de amenazar al estado central, la guerrilla llegó a ser un desafío
real para el orden establecido en las áreas circundantes a las grandes
ciudades (Rangel, 1998).
La guerra de las drogas estuvo entonces condicionada por la
amenaza de una insurgencia marxista desde las regiones periféricas
donde las instituciones del estado apenas eran existentes. Las alianzas
que surgieron entre las organizaciones narcotraficantes, las élites
regionales y las autoridades estatales estaban motivadas no solo por
las ganancias económicas y la necesidad de delegar la regulación
de un orden social que dependía de las drogas para su inclusión en
los mercados, sino por la necesidad de contener a la guerrilla. En
el largo plazo, el desafío que representaban los ejércitos privados
de los narcotraficantes y la guerrilla por su capacidad de regular las
sociedades en la periferia obligó al estado a asumir sus funciones
básicas en regiones donde nunca lo hubiera hecho. La guerra de las

243
Más que plata o plome

drogas en Colombia ha sido, en consecuencia, parte del proceso de-


construcción de estado hacia los márgenes de su territorio.

La p o l ít ic a e n C o l o m b ia a n t e s d e l a s d r o g a s

Cuando las exportaciones de cocaína llegaron a ser un asunto im­


portante en Colombia las tendencias de las fuerzas políticas se re­
virtieron. Era el final del Frente Nacional, un acuerdo entre las élites
políticas de Bogotá para pacificar los cuadros políticos en las regiones
y recuperar el control del gobierno nacional (Hartlyn, 1993). Los
resultados saltaban a la vista. Aunque el país nunca volvió a alcanzar
las tasas de homicidio tan bajas de la década del treinta, la violencia dé­
los años cincuenta finalmente se había reducido a niveles manejables
(Ramsey, 1981; Gaitán, 1995). Quedaban como rezago numerosos
grupos armados que a manera de bandoleros y pequeñas mafias
rurales competían por el dominio de las comunidades periféricas. Si
bien sus luchas y su imposición significaban un padecimiento para la
población, la violencia de estos grupos ya no constituía una amenaza
para las élites urbanas. El grueso de la producción económica tenía
lugar en las grandes ciudades por fuera de la capacidad extractiva dé­
los grupos criminales.
De hecho, el problema de la violencia de los años cincuenta
había sido más político que económico. 1 .as facciones extremistas
de los dos partidos tradicionales, el liberal y el conservador, habían
incitado desde Bogotá a sus cuadros en las regiones a exterminar a sus
oponentes políticos.150 Nunca se trató de una guerra civil tradicional
en la que dos ejércitos se enfrentaban para imponer un modelo de
gobierno y de sociedad. La violencia tenía su form a en el asesinato,
la expropiación y el destierro por pequeños grupos armados para
lograr el control de los cargos burocráticos y la anulación de las

150 Numerosos textos sobre la Violencia clásica en Colombia (a la que ya los textos
se refieren con V mayúscula) documentan el papel de ciertos sectores de las élites
nacionales en el fomento de los conflictos locales. Ver, por ejemplo, Henderson
(2006), Atehortúa (1995) y Acevedo (1995).

244
Ciustavo Duncan

aspiraciones políticas del enemigo. Pero no por carecer de grandes


ejércitos la violencia era moderada. Las cifras de muertos superaron
el centenar de miles y la situación en determ inado m om ento se
salió del control de las élites políticas en Bogotá. En cierto punto
la situación amenazaba con volver inviable el manejo político de la
nación (Palacios, 1995; Sáenz Rovner, 1992).
Las élites políticas más moderadas acordaron entonces el rem­
plazo del presidente Laureano G óm ez, un radical interesado en
implantar un proyecto corporativista de estado — al estilo de Franco
en España (Henderson, 2006)— por el general del Ejército Gustavo
Rojas Pinilla. El plan era que Rojas pacificara los grupos armados que
se habían salido de control en las regiones, y que luego le devolviera
el poder a los sectores moderados de las élites políticas liberales y
conservadoras. Sin embargo, el plan no salió como lo esperaban. El
proceso de pacificación arrojaba resultados más bien pobres y, más
grave aún, Rojas no daba señales de querer devolver el poder (Ram-
sey, 1981; Sáenz Rovner, 2002): todo lo contrario, quería perpetuarse
en la presidencia a partir de una dictadura populista. La respuesta de
las élites fue un pacto consocionalista'1' entre liberales y conservado­
res para compartir el poder durante dieciséis años, conocido como
el Frente Nacional. El pacto comenzó en 1958. Cada cuatro años
había elecciones dentro de un mismo partido para elegir presidente.
El presidente designaba los gobernadores y los alcaldes con base en
una repartición milimétrica entre los dos partidos (Flartlyn, 1993).
De ese modo, la violencia política con el propósito de acaparar los
cargos de los gobiernos locales perdía todo sentido.
Aun así, quedaron muchos resabios de la violencia. Las mafias y
cuadrillas de bandoleros que se habían insubordinado del control de
los jefes políticos en lo local amenazaban con criminalizar el ejercicio
de gobierno en numerosos municipios.'12 Imponían por la fuerza a

151 El consocionalismo se refiere a pactos entre élites políticas para evitar o apaciguar
enfrentamientos. El pacto consiste esencialmente en la repartición del gobierno.
152 Ver por ejemplo Roldan (2003), Sánchez y Meertens (2001), Atehortúa (1995), entre
muchos otros.

245

L
Más que plata o plomo

los mandatarios, se apropiaban de la tierra y de las principales rentas,


eliminaban a cualquiera que reclamara ante sus excesos y hacían us< >
de la violenéia privada para regular las relaciones sociales y económi
cas de las comunidades. En otras palabras, competían con el estad< >
para ejercer como autoridad local. Pero la mutación de la violencia
política tradicional en organizaciones puramente criminales tenía una
grave limitación en su competencia con el estado central. Salvo las
mafias que controlaban la producción de esmeraldas en Boyacá,IM
eran escasos los recursos de que disponían. Las fuentes de produc­
ción de capital en la periferia eran muy pobres. Eran economías de
subsistencia o, en el mejor de los casos, de provisión de mercados
regionales o de minifundios cafeteros.
Las restricciones de capital les impedían a los grupos criminales
extenderse desde áreas periféricas hasta áreas más integradas donde
la amenaza para el estado fuera mayor. Las élites económicas del
país no encontraban en la proliferación del bandolerismo un riesgo
para sus empresas y negocios. Además, paulatinamente el estado fue
sometiendo a los principales líderes criminales al punto de que, a
meciiados de los setenta, el bandolerismo era un asunto bajo control.
Quedaba como rezago el uso de la violencia privada como una prác­
tica cotidiana entre diversas comunidades periféricas para regular las
transacciones sociales (Pécaut, 2001). Si bien en ese entonces no se
percibía en el uso de la violencia privada un factor de desestabiliza­
ción, se pensaba que a medida que el país se modernizaba estas prác­
ticas iban a diluirse, en el largo plazo serían cruciales en el desarrollo
de instituciones de dominación social desde el narcotráfico. Durante-
la guerra reciente numerosas organizaciones especializadas en el uso
de la coerción como mecanismo de regulación social tendrían sus
orígenes en sociedades en las que previamente la violencia privada
era una práctica de regulación cotidiana. En la zona esmeraldera,
en los Llanos Orientales, en el norte del Valle del Cauca, en el sur
de Córdoba y Urabá, en el Magdalena medio, entre otras tantas

153 El caso de las mafias esmeralderas antes del auge de la cocaína está suficientemente
detallado en el texto Guerra verde, de Claver Téllez (1993).

246
Gustavo Duncan

regiones, las relaciones sociales de sus comunidades pasaban por la


organización de la violencia privada (Duncan, 2006).
La base de la pacificación por las élites nacionales fue el clientelis-
mo político. El estado central distribuía recursos para el desarrollo de
la periferia, y a su vez la clase política seleccionaba los beneficiarios de
estos recursos. Los beneficiarios a cambio votaban por los políticos
profesionales que les aseguraban algún tipo de acceso a los recursos
del estado. El control de los recursos públicos por el nivel central
de gobierno les permitió a las élites nacionales moldear dentro de
ciertos márgenes el comportamiento de las élites políticas regionales.
Quien no acataba los lincamientos del centro dejaba de recibir unos
recursos indispensables para ganar las votaciones y participar en el
poder político. Dentro de estos lincamientos estaba la pacificación
de la competencia política. Había ocurrido la transform ación del
clientelismo de hacienda, fundado en el acceso a los beneficios y
excedentes de la tierra, al clientelismo político, fundado en el acceso
a los recursos del estado (Leal y Dávila, 1990; Archer, 1990).
En el fondo todo era un reflejo de las profundas transform a­
ciones de Colombia durante el Frente Nacional. La modernización
ocurrida durante este periodo había traído cambios sustanciales en
la configuración de los grupos de poder en el país (Gouéset, 1998).
La población había dejado de ser predominantemente rural, ahora
casi un 70% vivía en las ciudades. La industria, el comercio y los
servicios se convirtieron en la base de la economía, por lo que la
producción de capital quedó en manos de las élites empresariales de
las cuatro grandes ciudades donde se concentraban las principales
fábricas y los mercados del país.154 El desempeño económico fue
además sobresaliente, las tasas de crecimiento alcanzaron prom e­
dios por encima del 5% durante los gobiernos del final del Frente
Nacional. La prosperidad también repercutió en el desarrollo social.
La provisión de servicios básicos como educación, salud y acueducto
pasó a ser una prioridad del estado. El país se había comprometido

154 Estas ciudades eran Bogotá, Medellín, Cali y Barranquilla.

247
Más que plata o plomo

con el modelo de desarrollo del New Deal, fundado en institucio­


nes democráticas y circunscrito a la esfera de influencia de Estados
Unidos en el contexto de la G uerra Fría.
La disponibilidad de recursos y el proceso centralizado de desa­
rrollo consolidaron a Bogotá como el eje del poder político del país;
nunca antes el estado central había contado con tantos recursos e
infraestructura para imponerse en las regiones (Henderson, 2006;
Gouéset, 1998). Históricamente el estado colombiano había tenido
grandes problemas para prolongar su pode? en el territorio por la
precariedad de recursos, la enorme extensión geográfica de la nación
y las dificultades de comunicación. La única alternativa había sido
delegar el poder en las élites económicas y notables de las regiones. El
proceso de modernización durante el siglo X X finalmente había roto
las bases institucionales del poder político tradicional al transformar
la estructura económica y al propiciar nuevas relaciones de poder
basadas en la mediación de políticos profesionales. Sin embargo,
entre tantos asuntos que habían quedado irresueltos con el proyecto
de pacificación del Frente Nacional, uno en particular tendría hon
das repercusiones en la guerra de las drogas en Colombia. Si bien
el estado había logrado extender su autoridad hacia los territorios
previamente poblados, aún quedaba un volum en significativo de
población que no encontraba un lugar definitivo de asentamiento.
Dada la abundancia de nuevas tierras en las selvas y sabanas que
todavía no habían sido explotadas, el proceso de colonización propi
ciado por la violencia y la concentración de tierras en los territorios
integrados era un asunto inacabado. Su principal consecuencia era
que de manera recurrente aparecían nuevos territorios al margen dé­
la autoridad y las instituciones del estado.

Un n u e v o p r o c e so d e a p r o p ia c ió n d e l t e r r it o r io

Una secuela de la violencia clásica fueron los procesos masivos de­


desplazamientos de campesinos. Era común el elespojo violento de-
la tierra pe>r parte de gamonales y baneloleros que usaban las luchas

248
Gustavo H uman

políticas com o fachada para acumular propiedades (Reyes, 2009;


Pizarro, 1991). Muchos de estos campesinos migraron hacia las
selvas y llanuras del suroriente de Colombia en busca de un lugar
de asentamiento. Se convirtieron en colonos que adecuaban zonas
baldías a una agricultura de subsistencia y la integraban al territorio
poblado del país. Para el estado central la colonización de territorios
despoblados fue una salida para aliviar la presión de la población
desplazada por la violencia. Tanto así que parte de las colonizaciones
hacia los Llanos Orientales fueron promovidas por el propio estado.
En sí mismo el proceso de colonización fue violento. En Mede-
llíti del Ariari, por ejemplo, el estado debía dividir las comunidades
de colonos de acuerdo con su filiación partidista para evitar que se
mataran entre ellos (Londoño, 1989). En algunos casos los grupos
de colonos se armaban para defenderse de las cuadrillas paramilitares
de los gamonales. Crearon grupos de autodefensa que ejercían como
autoridad en los nuevos territorios de asentamiento. El Partido Comu­
nista (PC) hizo trabajo político en estas comunidades con el propósito
de convertir las autodefensas campesinas en la guerrilla del partido
dentro de la estrategia de combinación de todas las formas de lucha
(Pizarro, 1991). Uno de estos asentamientos campesinos, Marquetalia,
se constituyó en la esencia del mito fundacional de las FARC. Se
trataba de una comunidad campesina con su respectiva autodefensa
que resistió la ofensiva militar de 1964 luego de que el senador Alvaro
Gómez denunciara la existencia de repúblicas independientes al inte­
rior del territorio nacional. Los marquetalianos, luego de rom per el
cerco militar, migraron hacia las selvas del suroriente. Llegaron juntos
a decenas de miles de campesinos que habían huido de la violencia
de mediados de siglo. Aunque a finales de los setenta esta población
se había convertido en la base social de las FARC, en un principio se
trataba de campesinos sin tierras afiliados a los partidos tradicionales.
Las comunidades campesinas que protegían las FARC eran apenas
un puñado de habitantes en comparación con la masa de colonos
que buscaba un lugar de asentamiento definitivo. Pero la orientación
política impartida por el PC propició la conformación de un tipo

249
Más que piala o plomo

particular de relación entre el ejército guerrillero y su base social. I;.n


vez de una guerrilla agrarista que se centrara en el derecho a la tierra
y en la integración de la periferia al resto de la sociedad colombiana,
que eran las principales preocupaciones de los colonos, surgió una
guerrilla con objetivos maximalistas, interesada en la transformación
comunista del estado y la sociedad. De hecho, en el momento de su
fundación, las FARC formaban parte de la estrategia que tenía el
partido en Bogotá para la toma del poder nacional.
Una manifestación del predominio de los intereses políticos del
*

PC sobre las preocupaciones estrictamente agraristas fue la confi­


guración de los mandos de la guerrilla. Si bien en un principio el
liderazgo de las FARC estuvo repartido entre los cuadros del PC
de las ciudades y los combatientes campesinos que lideraban los
grupos de autodefensas, paulatinamente quienes venían del par
tido se hicieron al control de la organización. A principios de los
ochenta, cuando comienza la expansión de las FARC, ya era claro
cjue la guerrilla funcionaba bajo la lógica soviética de la vanguardia
revolucionaria. Esta lógica le inyectó una doctrina y una disciplina
interna a la organización que evitaba la fragmentación de su fuerza
militar. Si algo ha caracterizado a las FARC es la capacidad de con
trolar sus unidades de guerra desplegadas a lo largo del territorio.
Las acciones militares de sus partes han estado subordinadas a los
objetivos políticos trazados por un mando central (Delgado, 2007).
Pero al mismo tiempo las FARC tenían una tarea política mem >s
ambiciosa: ¿cómo gobernar las áreas campesinas donde la guerrilla se
había convertido en un estado de facto? Pretender la imposición de
un modelo comunista allí era inviable mientras la guerra contra el es­
tado estuviera vigente. Los recursos que demandaba la construcción
de un aparato burocrático que administrara la totalidad de la sociedad
colona rebasaban sus posibilidades. La población local tampoco es
taba dispuesta a aceptar un orden social bajo instituciones marxistas;
no tenía sentido en un contexto en el que primaba la producción de
subsistencia. La solución de las FARC fue pragmática. El gobierm >
de las comunidades cotonas se ejecutaría por medio de una mezcla

250
( iu s ia v o D u n c a n

de las instituciones clientelistas tradicionales de la vida campesina


con el autoritarismo y la disciplina de la organización guerrillera.155*
La guerrilla funcionaría como un patrón capaz de proveer orden y
protección. A cambio exigiría su reconocimiento como autoridad
y recursos para organizar la guerra. Si bien estas regiones eran su­
mamente pobres, a medida que la población crecía y el territorio de
colonización se ampliaba, la guerrilla disponía de más hombres y de
espacios geográficos para afianzar su capacidad de resistencia. Los
mandos medios de origen rural, por su conocimiento y pertenencia
a las comunidades, eran propicios para la tarea de establecer lazos
clientelistas como mecanismo de gobierno local.
Por su parte, el estado tenía poco interés en crear las organizacio­
nes burocráticas que regularan esta parte del territorio. Los costos de
regulación en una periferia remota eran enormes ante las restricciones
presupuéstales del estado colombiano durante los sesenta y setenta.
Los recursos estaban orientados más a la lucha contrainsurgente
propia de la Guerra Fría que a la creación de instituciones estatales
por fuera de los circuitos integrados al país moderno. La consecuen­
cia fue la disponibilidad para el mando de las FARC de un espacio
geográfico desde donde organizar la toma del poder nacional. Dado
que todavía estos territorios están por ser incluidos dentro de las
instituciones del estado, las FARC han podido plantear una guerra
prolongada por la toma del poder. Tanto así que en los análisis de esta
guerrilla se recalca su sentido indefinido del tiempo (Rangel, 1998).
Pero con la llegada del narcotráfico a Colombia, los planes militares
trazados por Manuel Marulanda Vélez — el máximo comandante de
la guerrilla— se vieron acelerados por la disponibilidad de recursos
para escalar la guerra hacia las áreas integradas. Los mandos urba­
nos form ados por el PC contaban ahora con una población y un

155 Aguilera (2014) se enfoca en la normatividad de la guerrilla y encuentra que tanto las
FARC como el 1ÍLN tienen normas rígidas estipuladas por los mandos en cuanto al
trato a la población civil. Sin embargo, el autor encontró en el trabajo de campo que
esas normas están sujetas a la realidad local y en muchas ocasiones terminan siendo
extremadamente arbitrarias.

251
Más que plata o plomo

territorio desde donde llevar a cabo un proyecto revolucionario. Y


lo más importante: los cultivos de coca convirtieron a los colora >s
de la más remota periferia en un sujeto valioso de dominación por el
capital que producían y por la incapacidad del estado de regular estas
sociedades al haber criminalizado su principal actividad económica.

T r e s c a r t e l e s

De todas las mafias que surgieron con el auge de la cocaína en


Colombia tres se consolidarían a principios de los ochentas como
los ejes del control y de la organización del negocio: el cartel de
Medellín, el cartel de Cali y los grupos de esmeralderos en los Llanos
Orientales.156 En adelante la. historia del narcotráfico colombiano
giró en torno a las disputas entre estas tres mafias y al interior de
ellas. Aunque no se tratara de organizaciones homogéneas en su
origen, su estructura, sus métodos y su evolución, las tres mafias
tenían un elemento común: el establecimiento en algún momento de
instituciones de regulación social por medio de la coerción privada.
Indistintamente de las formas, alianzas políticas y bases de respaldo
popular, el ejercicio de la violencia se extendió de la regulación del
narcotráfico com o actividad puramente criminal, a la regulación de
numerosas transacciones y espacios sociales.
El cartel de Medellín tuvo sus orígenes en contrabandistas y
criminales de oficio que a mediados de los setenta colaboraban y
competían por abastecer la creciente demanda de cocaína en Esta
dos Unidos. De las primeras guerras por el control del negocio se
consolidaron una serie de narcotraficantes que conform aron lo que ;i
principios de los ochenta se denominó como el cartel de Medellín.1’

156 Muchas organizaciones surgirían en otras regiones de Colombia, pero serían subsidiarias
de la capacidad de estas mafias de colocar la mercancía en el mercado internacional
Incluso dependerían de la asistencia de estas mafias para ejercer dominio territorial. Al
respecto Betancourt (1994) propone cinco focos de la mafia en Colombia, aunque en
sus análisis incluye algunas mafias consideradas aquí como subsidiarias.157
157 Ver Baquero (2012) y Martin (2012).

252
Gustavo Dimean

El cartel era liderado por Pablo Escobar, a quien la prensa nacional


presentó como el “Robin Hood paisa” por sus generosas inversiones
entre comunidades deprimidas.158 El surgimiento del cartel ocurrió
durante un periodo particularmente difícil en la ciudad. El ideal
antioqueño13'1 de una sociedad incluyente con alta movilidad social
y con una economía capaz de absorber a la población dentro de
una apuesta de progreso fundada en el desarrollo industrial estaba
agotado (Franco, 2006). La consecuencia social más dramática fue
que el aparato productivo tradicional se quedó corto para atender
un rápido proceso de urbanización.
Para los sectores excluidos del mercado laboral que demandaban
las grandes empresas de las élites industriales y el resto de la economía
formal existían dos alternativas: el clientelismo político y el sector
informal. Desde mediados de siglo había surgido en la ciudad una
clase política profesional que había despojado a los empresarios
tradicionales del control del gobierno (Ocampo, 2006). Aunque
no disponían de la riqueza de las élites empresariales, los políticos
profesionales obtuvieron una enorme ventaja mediante los recursos
del estado. G ran parte de las demandas sociales que surgían del
proceso de urbanización de la población eran tramitadas por ellos
(Martin, 2012). Para los excluidos de la economía form al y de las
redes clientelistas de los políticos profesionales existía un sector
inform al en constante crecimiento. Décadas atrás había surgido
un mercado ambulante en la zona de Guayaquil (Ocampo, 2002;

158 Kn 1983, la revista Sanana, quizá el semanario más importante de Colombia, tituló
en su portada y publicó un artículo sobre Pablo Escobar como “Un Robin Hood
paisa”.
159Medellín es la capital de Antioquia, una región colombiana donde la forma de
explotación minera durante la Colonia y posteriormente el cultivo minifundista de
café propiciaron la aparición de unas relaciones sociales distintas a las del resto
de Colombia. La estructura asociativa de hacienda con sus patrones jerarquizados
no tuvieron lugar (Guillén, 1996). Existía por el contrario cierta movilidad social,
monetización de las relaciones clientelistas y un mercado interno. Estas condiciones
a su vez crearon una imagen idealizada de unas élites comprometidas con los valores
de la modernización capitalista en el contexto de una relación armónica entre
obreros y patrones (Gribe de Hincapié, 2001).

253 •
Más que plata o plomo

Hincapié y Correa 2005). Este mercado informal fue reforzado por


un creciente auge de las ventas de contrabando de cigarrillos, licores,
electrodomésticos y toda una serie de artículos de consumo masivt >.
Los contrabandistas que siempre fueron una parte del paisaje social
antioqueño adquirieron un papel más relevante al atender una de
manda en expansión y ofrecer trabajo a muchos que no contaban
con oportunidades en los mercados formales.
A mediados de los setenta la explosión del consumo de cocaína
en Estados Unidos les permitió a las organizaciones contrabandistas
dar un salto en la escala de sus actividades. D*el abastecimiento del
mercado local de cigarrillos y licores extranjeros pasaron a controlar el
abastecimiento de un mercado mundial de varios billones de dólares.
Los contrabandistas y las bandas de delincuentes pasaron de ser per
sonajes oscuros a ser el centro de la celebración social. Eran aceptados
incluso entre las clases medias y altas que gustaban de relacionarse
con unos nuevos ricos dispuestos a gastar sin control en una fiesta
para cautivar a sus invitados, en regalos para seducir amantes y en la
compra de empresas quebradas para ser aceptados por la élite social.
Los mercados informales y las ventas de contrabando florecieron
con la abundancia de dólares y de mercancía que era utilizada para
blanquear capitales. El comercio al detal, por ser un sector intensivo
en empleo poco calificado, fue un alivio para gran parte de la pobla
ción de bajos recursos que había quedado marginada del mercado
laboral durante la crisis de finales de los setenta. Para los sectores
populares la bonanza del comercio y de la construcción significó la
oportunidad de participar por primera vez en el mercado de masas.
Al ser la provisión del mercado parte importante de las deman
das de regulación social, quien controlaba las rentas de la droga
tenía la oportunidad de influir sobre las relaciones de poder. El
narcotráfico como actividad criminal generaba directamente toda
una serie de empleos y subempleos, la mayoría de ellos compuestos
por actividades legales que dependían del patrón narcotraficante.
Las redes de parentesco, amistad, solidaridad, pertenencia a algu
na comunidad o cualquier otra form a de intercambio clientelista

254
(iustavo Duncan

usualmente condicionaba el acceso a estos oficios. A cambio del


trabajo había que reconocer la relación de poder que se derivaba de la
oportunidad laboral. Indirectamente el narcotráfico también influyó
en las relaciones de poder porque la clase política, los empresarios del
lavado y demás actores sociales que acumulaban capital alrededor de
las drogas utilizaba el respaldo de la población que dependía mate­
rialmente de ellos para reclamarle protección al negocio. Una parte
significativa de la clientela de la clase política y de los empresarios
del contrabando del centro de la ciudad se volvió dependiente de
las rentas de la droga sin apenas saber de dónde venía su puesto de
trabajo o simplemente su paga por votar por determinado candidato.
En el caso del cartel de Medellín las oportunidades para los
delincuentes no solo estaban en el acceso a una fuente inagotable de
capital. La guerra de Pablo Escobar contra el estado, como se verá
más adelante, les permitió a muchos criminales violentos adquirir un
poder en la ciudad impensable en condiciones normales. Quienes
tenían ventajas en el ejercicio de la violencia, principalmente aquellos
jóvenes que pertenecían a las subculturas criminales de los barrios
pobres de la ciudad, podían hacer parte del aparato de guerra de un
narcotraficante que había decidido desafiar a las élites tradicionales no
solo de Medellín sino de Bogotá, es decir las élites del estado central.
En contraste, la trayectoria del cartel de Cali fue diametralmente
opuesta a la del cartel de Medellín. Mientras Escobar planteaba una
resistencia abierta a las élites por sus pretensiones de reivindicación
social, la jefatura del cartel de Cali optó por evitar que sus aspira­
ciones sociales no condujeran a rupturas. Los hermanos Rodríguez
Orejuela se centraron en usar a las élites de Cali para resolver los
problemas básicos de protección del negocio. En otras palabras, las
relaciones se plantearon en torno a cómo evitar el encarcelamiento,
la captura o el abatimiento de sus miembros y la expropiación de
su riqueza, en vez de ser aceptados socialmente (Rempel, 2 0 12 ;
Chepesiuk, 2005). Como consecuencia, las élites de Cali encontraron
en estos narcotraficantes unos socios ideales para acceder a nuevos
capitales y para evitar que criminales de sectores marginales utilizaran

255
Más que plata o plomo

la capacidad económica y organizativa del narcotráfico como una


herramienta de insubordinación social. Las transformaciones sociales
que ocurrieron como resultado de la inyección de nuevos capitales
pudieron ser asimiladas por las élites tradicionales sin que pusieran
en riesgo su posición en las jerarquías de la sociedad.
Aun así, la falta de un desafío a las élites dominantes no quie­
re decir que el cartel de Cali no hubiera utilizado el crimen para
ejercer como autoridad, o al menos para intervenir en decisiones
sobre muchas transacciones y espacios sociales no directamente
involucrados con la pura actividad narcotraficante. Una revisión de
la sección judicial del periódico ¡ i l Tiempo de 1982 y 1983 muestra
que en Medellín los homicidios desde motocicletas, típico de los
sicarios, estaban disparados. Mientras tanto en Cali las noticias sobre
homicidios apuntaban más por el latió de la limpieza social. Lxistía
un control de la criminalidad desde las mismas autoridades policivas
que organizaban matanzas de delincuentes que afectaban la seguridad
pública (Atehortúa, 1998). Los hermanos Rodríguez Orejuela y de­
más líderes del cartel de Cali financiaban a estas mismas autoridades
para mantener el control de la criminalidad de la ciudad. Lo nece­
sitaban entre otras razones porque su control sobre el narcotráfico
exigía que cualquier potencial disidencia en el mundo criminal fuera
contrarrestada. Por esta razón las subculturas delincuenciales que
existían en los barrios marginales de la ciudad no encontraron en
esa época una organización criminal sofisticada que proyectara su
potencial de producir violencia hacia prácticas delincuenciales más
rentables y complejas que el atraco callejero, el vandalismo o como
máximo el control de formas precarias de criminalidad.
La autoridad del cartel de Cali en la ciudad también se reflejaba
en su influencia sobre decisiones económicas y políticas. Participaban
directamente en muchas de las juntas directivas de empresas impor­
tantes, sobre todo en el sector de la construcción, el comercio y los
servicios. Tenían capacidad de veto sobre la elección de los mandata­
rios locales. La radio era prácticamente manejada por ellos. Incluso se
adueñaron del equipo de fútbol América de Cali, que era un medio de

256
Gustavo Duncan

aglutinación de sentimientos y de identidades muy fuertes. Toda esta


influencia social se hizo evidente en entrevistas con sectores cercanos
de la élite caleña, quienes admitieron que antes de que Escobar fuera
abatido y la persecución de las autoridades se centrara sobre el cartel
de Cali existían reuniones ocasionales entre élites legales e ilegales
para tratar los asuntos importantes de la ciudad. Esta postura de
colaboración con las élites fue producto principalmente de la visión,
la estrategia y el deseo de reciclamiento social de Gilberto Rodríguez
Orejuela. Es posible especular que si Escobar hubiera sido caleño
igual hubiera utilizado los barrios marginales con sus delincuentes
para plantear una resistencia a los sectores dominantes. El carácter
rebelde del crimen también está sujeto al factor humano.
Pero la trayectoria elitista del cartel de Cali en la ciudad tenía un
paralelo más violento en una parte de la organización que funcionaba
en un entorno social muy distinto. Se trataba de los operarios, sicarios
y trabajadores rasos provenientes de los pueblos de la zona norte
del departamento del Valle del Cauca que bajo el mando de capos
locales soportaban gran parte de las actividades criminales del cartel.
Estos pueblos eran culturalmente parte de la migración antioqueña.160
Y a diferencia de una ciudad como Cali, las élites locales no tenían
córner competir con la avalancha de dólares que trajo el narcotráfi­
co. Las jerarquías sociales y económicas fueron transformadas en
sus cimientos. Un nuevo orden social surgió con la consiguiente
aparición de nuevas relaciones de dominación (Betancourt, 1998).
Cualquier criminal podía alzarse con la regulación de la sociedad
si con las ganancias del negocio controlaba las bandas de asesinos
a sueldo que abundaban en la región. Tanto sería el control de los
narcotraficantes en los municipios del norte del Valle del Cauca,
que en una entrevista la ex alcaldesa de El D ovio y familiar de Iván

160 1.a migración antioqueña consistió en un proceso demográfico de poblamiento de los


valles y montañas alrededor del río Cauca hacia el sur de Medellín. listos campesinos
fueron importantes además porque se dedicaron al cultivo del café en minifundios
formando el primer gran mercado interno que dio origen a la industrialización de
Antioquia. I lasta mediados del siglo XX Antioquia tendría la delantera en cuanto a
producción industrial. Ver Brew (1997) y López Toro (1970).

257
Más que plata o plomo

Urdinola dijo: “Iván Urdinola, procesado por narcotráfico, mientras


pudo no dejó sembrar coca en el cañón, porque sabía que si lo per­
mitía, El D ovio se dañaba”.161 Ni más ni menos tenía la autoridad
suficiente para imponer el tipo de actividad narcotraficante que se
podía realizar en la región.
El menor grado de urbanización y de acumulación de capital
produjo un efecto similar en los Llanos Orientales. El orden so
cial era muy vulnerable a las transformaciones introducidas por el
narcotráfico. La diferencia era que cuando el narcotráfico llegó a
la región ya existían organizaciones criminales con capacidad de
reclamar funciones de regulación social. Las mafias esmeralderas de
Boyacá y Cundinamarca llevaban varias décadas controlando con sus
ejércitos privados los municipios productores de esmeraldas. Varios
bandidos sociales como Efraín González y Humberto “el G anso”
Ariza habían sido reclutados por los jefes mafiosos de las esmeraldas
para mantener el orden en las zonas de explotación minera.162 De las
zonas mineras se habían extendido hacia el sur, a las tierras bajas de
los Llanos Orientales, donde grandes propiedades de tierras llanas
estaban disponibles y donde la autoridad del estado era poco menos
que precaria. Contaban con los aparatos coercitivos necesarios para
defender la apropiación de estas tierras.
A finales de los años setenta se instalaron laboratorios para el
procesamiento de cocaína en las áreas selváticas que rodeaban la re­
gión de los latifundios de los esmeralderos. El aislamiento era la me­
jor protección contra la persecución de las autoridades. Tranquilandia
y Villa Coca fueron solo dos casos documentados de estos enormes
complejos capaces de producir varias toneladas mensuales de cocaína
con pistas propias y barracas para alojar cientos de trabajadores.

161 Ver en /:/ Rspectador el artículo “Travesía por el norte del Valle del Cauca (111). ‘I.a
maldita droga acabó con la familia’”, publicado el 28 de enero de 2013. Disponible
en: http://\vw\v.elespectador.com/noticias/nacional/maldita-droga-acabo-familia
articulo-400964.
162 Para la historia del poder social y armado de los esmeralderos después del auge de la
cocaína, ver Cribe Alarcón (1992) y Claver Téllez (1993).

258
(iustavo I)nncan

La zona no era controlada por las mafias esmeralderas sino por las
FARC. Sin embargo, las mafias esmeralderas eran importantes en el
control de las tierras que circundaban las zonas bajo el control de
las guerrillas. Ellos eran los encargados de proteger los corredores
de movilidad donde circulaban todos los insumos necesarios para
la fabricación de drogas. Varios mañosos de las esmeraldas, como
Gilberto Molina y G onzalo Rodríguez Gacha, hicieron el tránsito
hacia la cocaína y se convirtieron en jugadores importantes en el
narcotráfico. El paso era apenas natural por la disponibilidad de
aparatos coercitivos para proteger una industria ilegal y por la loca­
lización estratégica de la región.
Si bien el narcotráfico no alteró el orden social en los muni­
cipios esmeralderos de la cordillera oriental, allí los mañosos de
siempre continuaron dominando la sociedad, mientras en los Llanos
Orientales el orden social experimentó transformaciones sustantivas.
El capital de las drogas dinamizó una economía local basada en la
ganadería y en la producción agraria extensiva. Los nuevos flujos de
capitales alentaron un proceso de urbanización y tercerización de
la economía. La población de San José del Guaviare, por ejemplo,
pasó de ser un poblado de dos mil habitantes a un municipio de más
de veinte mil habitantes con un dinámico mercado de camperos,
electrodomésticos, discotecas y prostitutas que atendía la bonanza
de la hoja de coca. Los colonos habían conocido por primera vez el
mercado de masas y como resultado las jerarquías sociales pasaban
ahora por la capacidad de adquirir bienes en este mercado.
A mediados de los años ochenta las alianzas con la guerrilla
para el cuidado de los laboratorios y de los nuevos cultivos de coca
llegaron a su fin por desencuentros con los narcotraficantes de los
Llanos. Se ha especulado mucho acerca de los motivos precisos de la
ruptura: si fue por un robo de ganado o de un cargamento de drogas.
Pero lo cierto es que la ruptura era inevitable por la confluencia de
dos fuerzas con muy distintas pretensiones de dominación y de
imposición de un orden social. Los enfrentamientos con la guerrilla
obligaron a las mafias esmeralderas a organizar ejércitos más grandes

259
Más que plata o plomo

y sofisticados para contener las aspiraciones de expansión territorial


desde las zonas de laboratorios y de cultivos. Se habían creado así
las bases para la expansión en los Llanos de una serie de ejércitos
privados bajo el mando de criminales que, además de controlar rutas,
laboratorios de cocaína y cultivos de coca, se convertían en el estado
local. Rodríguez Gacha “el Mexicano”, V íctor Carranza y la familia
Buitrago estuvieron entre estos jefes mañosos que enfrentaron a la
guerrilla durante la década de los años ochenta (Dudley, 2008).
La presencia de un enemigo común le facilitó a una clase criminal
la realización de alianzas con otros sectores de élite. Los líderes polí­
ticos de la región y la fuerza pública rápidamente unieron esfuerzos
con el narcotráfico para enfrentar a la guerrilla y a sectores civiles
que eran cercanos a la guerrilla com o los miembros del partido
Unión Patriótica (UP), que surgió durante la tregua pactada con el
gobierno de Belisario Betancur en 1984. Hernando Durán Dussán,
ex guerrillero liberal de la violencia de mediados del siglo X X y fu tu re>
precandidato a la presidencia, fue uno de estos caciques electorales
de los que existe documentación y testimonios sobre sus nexos con
mañosos y generales del Ejército para enfrentar a la guerrilla y a la
competencia electoral de izquierda (Prada, 2008). Los empresarios
locales también encontraron en los narcotraficantes una oportunidad
de acceder a nuevos capitales para desarrollar la agroindustria, la
ganadería y todo el sector terciario en los crecientes centros poblados
de la región. Las necesidades de las élites legales de acceder a los
recursos del narcotráfico y a la protección de ejércitos privados contra
la guerrilla legitimaron la oportunidad de dominación social desde el
crimen, de la misma manera que lo hicieron la Policía y el Ejército
como principales instituciones del estado central en la región, quienes
apreciaban tanto sus esfuerzos en la lucha contra la insurgencia comí >
los sobornos por no entrometerse en la producción de cocaína.
De estos tres carteles surgieron distintos aparatos coercitivos
y organizaciones criminales cuando se expandieron a lo largo del
país para surtir los mercados internacionales de cocaína. Llegaron a
lugares tan diversos como La Guajira, que disponía de valiosas rutas

260
Gustavo Duncan

de contrabando en el extremo nororiental de Colombia, o a Tumaco


i
y el Putumayo en el extremo suroccidental, que ofrecían sitios de
embarque y de siembra. Fue así como la difusión a nuevos territorios
se tradujo en transformaciones sociales y políticas. El capital del nar­
cotráfico llevó mercados a lugares donde las economías a duras penas
estaban superando la producción de subsistencia. Muchas élites de la
periferia, propietarias de enormes fortunas regionales, vieron cómo su
capital quedaba rezagado. Los cambios en las relaciones económicas
repercutieron a su vez en las relaciones de poder y en las jerarquías
establecidas. El ejercicio de la política dentro de las instituciones
democráticas sería redefinido por la capacidad de los narcotraficantes
de alterar los resultados electorales por medio de la financiación de
las campañas (López, 2010). No solo estaban en juego los equilibrios
de poder entre los políticos profesionales de la periferia, sino que
los equilibrios de poder entre el centro y la periferia también fueron
redefinidos. Y así como la política dentro de los canales institucionales
del estado era alterada por el narcotráfico, las relaciones de poder y
las instituciones de dominación en lo local fueron alteradas como
consecuencia de la proliferación de organizaciones coercitivas. En
zonas periféricas era apenas normal que los ejércitos privados de
los narcotraficantes, por el solo peso de su capacidad coercitiva y su
riqueza, impusieran la ley y vigilaran a la población.
Pero los efectos del narcotráfico en las instituciones de regu­
lación social y en el poder político en Colombia seguirían diversas
trayectorias que estarían fundadas no solo en las condiciones estruc­
turales de las distintas sociedades sino también en las actuaciones
particulares de los agentes legales e ilegales. A principios de los
ochenta Pablo Escobar daría form a a las relaciones entre el estado
y los criminales al declararle la guerra al estado colombiano.

La g u e r r a d e E sc o b a r c o n t r a e l e st a d o

A principios de los ochenta era claro que Pablo Escobar ambicionaba


mucho más que la pura riqueza. A pesar de estar dedicado de lleno

261
Más que plata o plomo

al crimen buscaba convertirse en un personaje público. La apuesta


inicial para llenar sus aspiraciones de reconocimiento fue la carrera
política. Escobar utilizó su dinero para ganarse el respaldo de los
sectores populares a partir del más puro clientelismo. Construyó
canchas de fútbol, repartió mercados, abrió sitios de atención donde
la gente venía en busca de ayuda material e incluso construyó un
barrio para los habitantes de Moravia, quienes hasta ese entonces
vivían literalmente sobre un cerro de basuras. Las inversiones entre la
población local se materializaron en el corto plazo con su elección a la
Cámara de Representantes, lo cual tendría importantes repercusiones
jurídicas porque entonces gozaba de inmunidad parlamentaria. En
el largo plazo las inversiones fueron aún más beneficiosas cuando
Escobar llegó a ser una figura carismática en las barriadas populares
de la ciudad. Estos vecindarios se convirtieron en su principal fuente
de respaldo popular en la guerra contra el estado. Mientras el estado
no podía confiar en sus habitantes, Escobar encontraba información
confiable, lugares de refugio y jóvenes dispuestos a hacer parte de
su ejército.
La mayoría de la clase política no tuvo problemas en aceptar las
contribuciones de Escobar. Hasta antes del debate de los dineros
calientes a finales de agosto de 1983 no existía un rechazo apreciable
al tema de la financiación de la política por narcotraficantes. De todas
maneras las cosas no cambiaron después. El escándalo público no
sería suficiente para persuadir a la clase política de aceptar contri
buciones. Se había instaurado una nueva form a de hacer campaña
en la que era difícil competir en cualquier tipo de elección si no
se contaba con recursos de la droga. Las clientelas exigían ahora
mucho más en el intercambio de votos por favores y prebendas. 1 úi
contraprestación, la clase política tenía que garantizar que las deci
siones institucionales no afectaran en lo posible el flujo de recursos
del narcotráfico hacía sus clientelas. También comenzaron a surgir
nuevos millonarios, quienes se convirtieron en un grupo de peso en
la economía local no solo por los recursos que controlaban sino por
la cantidad de empleo sin calificación que demandaban en sectores

262
Gustavo Duncan

com o la construcción y el comercio. A l financiar estos sectores, el


narcotráfico había creado unas bases sólidas entre la población. Si
se necesitaba organizar una movilización en contra de la Policía,
incum plir cotidianamente la ley, respaldar votaciones para elegir
políticos que influyeran en decisiones favorables al narcotráfico, o
si simplemente se necesitaba demostrar ante el resto de la sociedad
la importancia social de los mercados informales, había ahora un
volum en importante de población dispuesta para la tarea.
En un principio la resistencia a la irrupción de Escobar en el
escenario nacional fue más bien pobre. El grueso de actores de
poder se ajustó a las transformaciones sociales del narcotráfico y
asimiló la estructura de poder a los nuevos intereses. El único gru­
po social reacio a las aspiraciones de poder y ascenso social de los
narco traficantes con capacidad real de interponerse fue un sector
de la sociedad civil y de las élites sociales. Una parte de la prensa, la
clase política, los notables, los representantes de los gremios y en
general de la gente con influencia social rechazó de entrada cualquier
pretensión de legitimidad de los narcotraficantes. Los motivos del
rechazo eran en parte morales (a veces moralistas) y en parte el
resultado de prejuicios sociales contra individuos de origen popular.
El diario E l Espectador fue implacable con Escobar. Del mismo modo
el Nuevo Liberalismo — partido político form ado por Luis Carlos
Galán— fue una fuerza política que basó su plataforma ideológica
en el combate frontal a la relación entre narcotráfico y política. La
reacción de estos sectores llevó a Escobar a liderar una organización
que se autodenominó como “los Extraditables”. El punto central de
disputa era el tratado de extradición con Estados Unidos que bajo
las nuevas directrices de la guerra contra las drogas se convertía en
una amenaza real para los narcotraficantes.
La respuesta de Escobar fue implacable. Para abril de 1984, fecha
del asesinato del ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla y el inicio
de la guerra contra el estado, Escobar ya disponía de un poder más
complejo que el del simple soborno y la amenaza. El representaba
el liderazgo de una serie de organizaciones que, además de traficar

263
Más que plata o plomo

drogas, se habían convertido en actores dominantes en la ciudad.


Cualquier ataque a los intereses de estas organizaciones implicaba
una reacción de otros sectores sociales, tanto dominadores como
dominados, que veían afectados sus intereses. Ahora existía una clase
política que necesitaba los recursos del narcotráfico para competir
por los puestos públicos; unas clientelas que demandaban nuevos
servicios y recursos para ofrecer su respaldo en las elecciones; unos
sectores de la economía que dependían de los flujos de capital de las
drogas para mantenerse en el mercado y, sobre todo, un conjunto de
comunidades en Medelh'n que encontraron directamente en Escobar
un mecanismo de inclusión material y simbólica.
Las decisiones de poder que Escobar como un actor A pretendía
imponer al estado como un actor B, básicamente la inmunidad a
un negocio ilegal y su reconocimiento político, pasaban ahora por
las consideraciones que el estado tenía que hacer para no afectar el
soporte social de Escobar. Si las autoridades policivas pretendían re­
primir los centros de lavado de los narcotraficantes, se iba a tropezar
con la resistencia de los políticos, los empresarios, los trabajadores
y quienes vivían del empleo que generaban estas empresas. Y si
las autoridades judiciales pretendían encarcelar a los políticos que
recibían financiación del narcotráfico, se iban a encontrar con la
pérdida de soporte electoral de sus clientelas. Un caso di cíente de
los efectos del rechazo del narcotráfico sobre la definición del poder
político fue la elección presidencial de 1982. De acuerdo con distintas
fuentes y testimonios, las campañas de los dos principales candidatos,
Betancur y López, recibieron aportes del cartel de Medelh'n.163 Pero

163 Lil ex tesorero regional de la campaña presidencial de Betancur era Diego Londoño
White, una persona muy cercana a Escobar. La amante de Escobar, Virginia Vallejo,
su biógrafo Alonso Salazar y su sicario “Popeye” han recalcado las relaciones con
Alfonso López Michelscn. En el artículo de El Tiempo “Alonso Salazar habla sobre
el mito de Pablo Escobar”, publicado el 7 de julio de 2012, Salazar sostiene: “está
el tema de la financiación de la campaña de Alfonso López y las informaciones de
que Gustavo Gaviria financiaba la campaña de Belisario Betancur”. Ver también
en YouTube “Entrevista de Francisco Santos al ex jefe narco ‘Popeye’ en RCN
La Radio” (min. 19:24): “El hombre que siempre protegió al cartel de Medcllín,
que nunca lo he dicho y solo lo voy a decir en esta entrevista, es el ex presidente

264
Gustavo Duncan

en la parte final de la contienda la campaña de López por alguna


razón declinó de las contribuciones del narcotráfico. El resultado
fue que los caciques liberales de la región Caribe no se movilizaron
con suficiente vigor para inclinar las votaciones a favor de López.164
La guerra contra el estado no estuvo exenta de intentos de ne­
gociación. Las reuniones en Panamá entre el ex presidente López,
el procurador Jiménez G óm ez y “los Extraditables” no dieron re­
sultado por la presión de los medios. Después de que E l Espectador
publicara en primera página una feroz crítica a las negociaciones, el
presidente Betancur desconoció el aval que les había dado a López
y ajim énez. El resultado fue la agudización de la guerra. Magnici-
dios de cualquier funcionario o personalidad que amenazara con
perseguir a los narcotraficantes, atentados terroristas, secuestros de
miembros de las élites bogotanas y el asesinato indiscriminado de
policías constituyeron el repertorio militar de Escobar. El estado,
pobremente preparado para afrontar el desafío terrorista, planteó su
respuesta con base en el tratado de extradición con Estados Unidos
y el fortalecimiento lento pero constante de su aparato policivo.
El sentido de la guerra era un pulso de fuerza entre criminales por
obtener inmunidad y legitimación de su ascenso social, y el estado
por mantener a raya sus aspiraciones. La salida del pulso de fuerzas
dependía en gran medida del respaldo y del ánimo de confrontación

Alfonso López Michelsen, siempre le enviaba las razones con Alberto Santofimio”.
Disponible en: http://www.youíube.com/\vatch?v=cpbr\yy8ubsQ.
164 Ver en revista Semana el artículo “Vuelven los 80”, publicado el 29 de julio de 2006:
“Las preguntas sin respuesta sobre la infiltración mafiosa en la política de estos años
comienzan con la elección presidencial de 1982 entre Belisario Betancur y Alfonso
López. Hasta ahora se había hablado de un encuentro entre Escobar, acompañado
de sus principales aliados, y la cúpula de la campaña de López, encabezada por
Ernesto Samper, en el Hotel Intercontinental de Medellín. Allí se coronó un aporte
' en forma de compra de unas boletas para una rifa organizada por la campaña en
Antioquia. También hubo mucho ruido en el sentido de que la campaña victoriosa,
la de Betancur, había recibido ‘dineros calientes’. Vallejo afirma que dentro del clan
de mañosos del cartel de Medellín había conservadores como Rodríguez Gacha, que
querían ayudar a su candidato”. Por su parte, en Los jinetes de la cocaína, Labio ( Astillo
(1987) menciona que Belisario Betancur recibió personalmente $110 millones en
una finca en Melgar enviados por la cúpula del cartel de Medellín.

265
Más t[uc plata o plomo

de la población civil. Por un lado, los ataques terroristas minaban el


respaldo popular a una posición dura del gobierno. El propósito de
Escobar con el terrorismo era doblegar la voluntad de la sociedad
para llevar al gobierno a pactar unas condiciones favorables para su
sometimiento a la justicia.
Por otro lado, Escobar iba a extender su base de respaldo po­
pular mediante la organización de un ejército de jóvenes sicarios. Si
antes la articulación de los intereses de Escobar con amplios sectores
sociales se fundaba en la provisión de necesidades materiales, aho­
ra la guerra iba a profundizar la organización de grupos armados
en los barrios populares de Medellín como medio de provisión de
seguridad y orden local. La dominación social en ciertas comuni­
dades se organizaba no desde la fuerza del estado sino de bandas y
pandillas que asumían las funciones de autoridad.165 En los barrios
populares y en los vecindarios recién formados por invasiones en las
laderas había emergido una subcultura delincuencial desde antes del
narcotráfico. Quien quisiera alcanzar estatus, respeto y poder, debía
pertenecer a alguna pandilla o banda que además de cometer diversos
delitos imponía su autoridad territorial (Martin, 2012; Angarita et al.,
2008). Estos jóvenes delincuentes se convirtieron en el ejército de
Escobar contra el estado. Pasaron de ser simples asesinos a sueldo
de las disputas intestinas de los narcotraficantes a ser el músculo
de la guerra contra el estado. Un entrevistado, quien form ó parte
del ejército de bandidos de Escobar, lo resumió así: “Nosotros nos
íbamos a morir robando un banco. Pablo nos dio la oportunidad de
morir declarándole la guerra al estado”.
La estrategia de Escobar cuando necesitó escalar la guerra fue
convertir a estos delincuentes en los proveedores de las necesidades
materiales de sus comunidades como mecanismo de legitimación de
su poder. Eran en la práctica una reproducción local de su carácter de

1651.a provisión de orden y seguridad era en realidad un fenómeno anterior a los


narcotraficantes. La presencia de pandillas, de hecho, generaba corno reacción la
conformación dentro de los mismos barrios de grupos de vigilantes para defenderse
de la criminalidad (Martín, 2012; Angarita et al., 2008).

266
Gustavo Duncan

Robin Hood. Él repartía recursos del narcotráfico entre los bandidos


que trabajaban a su lado y ellos redistribuían estos recursos en sus
comunidades. Además de la reserva de jóvenes dispuestos a morir
en una guerra liderada por criminales, la ventaja de la dominación
de estas comunidades era que se convertían en territorios vedados
para el estado. Si alguien cruzaba las fronteras de un barrio domi­
nado por las bandas y los combos de Escobar, y era sospechoso de
ser policía, inmediatamente era ejecutado sin que mediara pregunta
alguna. Más de quinientos policías murieron cuando Escobar dio la
orden de pagar una recompensa de varios miles de dólares por cada
agente asesinado. En declaraciones recientes, “D on Berna”, uno de
los líderes de la agrupación de narcotraficantes que se enfrentó a
Escobar conocida como “los Pepes”, confesó que en un principio
a duras penas podían entrar a Medellín porque Escobar tenía cinco
mil bandidos que le eran leales en las comunas (Don Berna, 2014).
Cuando Escobar optó por la guerra total contra el estado la
clase política que había recibido sus sobornos quedó en medio de un
fuego cruzado. Una cosa era la indulgencia con la corrupción polí­
tica tradicional, pero otra cosa era recibir recursos y proteger desde
el estado a unos delincuentes que mataban indiscriminadamente y
que tenían com o objetivo la destrucción de las instituciones. Las
élites nacionales tampoco iban a perdonar que estuvieran aliados
con quienes secuestraban a sus familiares. Las circunstancias eran
muy distintas en comparación a cuando recién comenzaban a recibir
recursos de los narcotraficantes. Persuadir a un oficial de la Policía de
aceptar sobornos del cartel o influenciar a un miembro del gobierno
nacional para que nombrara un funcionario corrupto en la oficina
de impuestos era una tarea sencilla si no existía un control decidido
por parte del estado y la sociedad. Con la guerra, las instituciones del
estado, la prensa y la sociedad civil se volvieron vigilantes. La razón
tras el asesinato y las amenazas de varios políticos que habían tenido
vínculos con Escobar fue que en el nuevo escenario no podían cum­
plir con los pactos establecidos. El caso de Federico Estrada Vélez, un
importante político de Antioquia, es diciente. Pese a aparecer en fotos

267
Más que plata o plomo

en 19 8 2 166 — cuando era senador de la República— con Gustavo


Gaviria, primo y principal socio de Escobar, en 1990 fue asesinado
por su negativa a mediar ante el gobierno nacional (Bahamón, 1991).
Inicialmente Escobar pudo someter al estado en sus preten­
siones fundamentales. Los atentados terroristas crearon un clima
de opinión favorable a la negociación que, sumado al secuestro de
familiares de las élites bogotanas,167 condujeron al gobierno de G a­
viria a ofrecer una salida jurídica a “los Extraditables”. Los términos
de la negociación de paz con los narcotraficantes se sellaron en la
Constitución de 1991 con la abolición de la extradición (Lemaitre,
2011). Las demás concesiones jurídicas de la política de sometimiento
a la justicia — como las condiciones y la duración de la reclusión,
el tipo de delaciones necesarias'para ser acogidos en un proceso de
sometimiento y la posibilidad de legalización de su riqueza-— solo
eran creíbles para Escobar si existía una prohibición constitucional
de la extradición; a los pocos días de firmada la nueva Constitución,
se entregó a la justicia para ser recluido en La Catedral. En realidad
era una cárcel construida por Escobar mismo, vigilada por policías
que estaban en su nómina y sin mayores controles. El cartel continuó
funcionando como siempre, los narcotraficantes en la ciudad tenían
que pagar su respectiva cuota y las organizaciones de sicarios en las
barriadas reconocían su autoridad.
Sin embargo, varios acontecimientos iban a conducir a rupturas
en su organización. Si durante la década anterior los narcotraficantes
estaban agradecidos por la lucha contra la extradición, en el momento
de ingresar a La Catedral ya había descontento entre muchos de ellos
por los costos y los sacrificios de la guerra. ¿Qué sentido había en

166 Ver en revista Semana el artículo “til lío de las fotos”, publicado el 15 de noviembre
de 1993.
167 Un asunto poco analizado por académicos y periodistas es el peso relativo del
terrorismo y del secuestro de familiares de la élite naci<mal en la decisión del gobierm >
de ceder en el tema de la extradición. Los testimonios, e incluso la serie televisiva
til patrón del mal, que -trata sobre Escobar, hablan abiertamente de la expedición \
la aprobación del Decreto 3030 de 1990 como condición de Escobar para liberar a
Francisco Santos, entre otros secuestrados.

268
Gustavo Duncan

ser multimillonario en dólares, en algunos casos billonario, si no se


podía vivir en paz? Los narcotraficantes comenzaban a extrañar los
viejos tiempos en que bastaba con pagar sobornos para disfrutar
de su dinero. Los extremos de brutalidad a los que había llegado
el enfrentamiento hicieron que cualquier funcionario del estado o
miembro de las fuerzas de seguridad fuera reacio a proteger al cartel
de Medellín. Mientras tanto, el cartel de Cali, enemigo acérrimo de
Escobar, podía comprar a la clase política con la misma facilidad con
que compraban víveres en el supermercado (Rempel, 2012). Y no
solo los narcotraficantes se resentían de los costos y sacrificios de
la guerra: la ciudad también vivía aterrorizada. La poca base social
que permanecía leal a Escobar era la población de las barriadas.
Las retaliaciones violentas e indiscriminadas de la Policía contra los
jóvenes de estos lugares no habían hecho más que ahondar su natural
desconfianza contra el estado.
Muy pronto, tras el arribo a La Catedral, el resquebrajamiento
del respaldo social a Escobar se iba a materializar en una tensión
entre el ala militar del cartel, compuesta por los bandidos de los
barrios populares, y el ala empresarial, compuesta por traficantes
multimillonarios. Cualquier chispa estaba presta para hacer estallar un
conflicto interno. La chispa llegaría con el robo de veinte millones de
dólares a los hermanos Moneada por uno de los sicarios de Escobar.
En ese punto a Escobar le tocó elegir entre los bandidos — quienes
eran los que hacían la guerra— y los narcotraficantes — quienes
eran los que financiaban la guerra. Sabía que cualquier decisión que
tomara iba a ser su final. Luego de asesinar a Moneada y a Galeano,
el ala empresarial del cartel entró en disidencia. Bajo el liderazgo de
Fidel Castaño, y en alianza con el cartel de Cali, crearon “los Pepes”
(perseguidos por Pablo Escobar). Escobar nunca volvería a disponer
del soporte económico del resto de narcotraficantes de la ciudad.
Era cuestión de tiempo para que lo eliminaran luego de su fuga de
la cárcel de La Catedral.
En realidad el final de Escobar vino de mucho antes, cuando
agotó las posibilidades de mediación con el resto de actores de poder.

269
Más que plata o plomo

Su ambición por doblegar al estado y por obtener un reconocimientt >


social fuera de toda proporción tensó los equilibrios de fuerza hasta
un punto en que la mayoría de los actores de poder se convirtieron
en enemigos. No fue una respuesta en general contra el narcotráfico,
sino en particular contra Escobar. Pese a la resistencia desde el inicio
de algunos sectores, la mayor parte de los actores con poder en la
sociedad colombiana no tuvieron mayores desencuentros con los
narcotraficantes. Además de beneficiarse de sus flujos de capital, no
querían asumir los costos y los riesgos asociados con su represión. 1 .a
unión de diversos sectores de poder contra Escobar no fue motivada
estrictamente por asuntos morales. Los motivos también estuvieron
por el lado de la amenaza que significaba Escobar contra sectores que
aunque no tenían reparos morales a pactar tácita y explícitamente con
narcotraficantes, tampoco estaban dispuestos a ceder sus márgenes de
poder. Escobar no fue abatido por E l Espectador ni por el N uevo 1 á-
beralismo, sino por los mismos políticos, policías y demás autoridades
que antes hacían poco contra el narcotráfico, cuando comprendieron
que si no exterminaban a su enemigo su propio poder estaba en juego.
La principal prueba de que no se trataba de una guerra contra
el narcotráfico sino contra Escobar fueron las numerosas alianzas
que se realizaron con narcotraficantes y paramilitares para abatirlo.1''11
Algunos de estos mismos narcotraficantes y paramilitares asumie­
ron la dominación de las comunidades en las que antes Escobar
proveía protección, orden y sustento material. Los paramilitares de
los hermanos Castaño, que no eran nada distinto a una disidencia
en el cartel de Medellín, además de quedarse con lo que antes era
de Escobar, comenzaron un proceso de expansión territorial a lo
largo del país bajo la lógica de absorción de los pequeños ejércitos168

168 En sus entrevistas con agentes de la CIA, a Bowden (2001) no le queda ninguna
duda de estos pactos. Y en documentos desclasificados de Estados Unidos queda
claro que las alianzas involucraron las agencias de seguridad de ese país: “contando
con estos archivos hasta ahora bajo llave en Estados Unidos, queda claro que el
Bloque de Búsqueda, tue apoyado por ese país ‘para localizar el narcotraficanie
fugitivo Pablo Escobar, compartía la inteligencia con Fidel Castaño’”. Ver en revista
Semana el artículo “Pacto con el diablo”, publicado el 16 de febrero 2008.

270
Gustavo Duncan

privados y las mafias locales dentro de ejércitos de señores de la


guerra (Duncan, 2006).

L O S P A R A M IL IT A R E S

A principios de los ochenta, distintas agrupaciones subversivas ha­


bían comenzado un proceso de expansión territorial desde selvas y
poblados remotos hasta municipios y ciudades intermedias. Los prin­
cipales perjudicados de la ola expansiva de la guerrilla de la periferia
al centro no fueron las éli'tes nacionales. Salvo algunos secuestros,
la capacidad militar de la insurgencia para amenazar la propiedad y
la integridad física de las élites del centro era muy limitada. Quienes
en realidad sufrieron el grueso de la carga de la expansión guerrillera
fueron las élites de las regiones. De la noche a la mañana su capital
se desvalorizó por la amenaza de expropiación y su vida cotidiana
zozobró ante los continuos secuestros y extorsiones. La respuesta
inicial vino en form a de la organización de escuadrones de la muerte
y de milicias por las fuerzas de seguridad del estado y por las élites
regionales; (Romero, 2003).
Esta primera fase del paramilitarismo se trataba de grupos de
guardaespaldas, sicarios y miembros del ejército y de la policía que de
manera emcubierta asesinaban a civiles sospechosos de hacer parte de
la guerrilla o de simpatizar con ella. En el contexto de la Guerra Fría
las fuerzas de seguridad del estado comenzaron a organizar milicias
campesinais para vigilar los movimientos de la insurgencia y de sus
colaboradores en el terreno. De hecho, hasta entrados los ochenta
era legal qiue el Ejército armara a civiles para defenderse de las gue­
rrillas.169 Y no solo las fuerzas de seguridad, los grandes terratenientes
y los caciq|ues regionales apoyaron las iniciativas irregulares contra
la insurgetncia, sino que muchos campesinos pobres term inaron
del lado d.el establecimiento por los constantes abusos. Era una
práctica com ún que la insurgencia le reclamara al campesinado el

1691.a normiativa que amparaba la entrega de armas a civiles por las fuerzas militares era
el Decrelto 3398 de 1965.

271
Más que plata o plomo

reclutamiento de un hijo para la causa y la producción de alimentos


para la subsistencia de la tropa. Si no colaboraban eran ejecutados,
expropiados 0 desplazados, de modo que armarse era tan solo una
reacción natural para sobrevivir.
En cierto momento, las organizaciones paramilitares rebasaron
su papel instrumental. Mientras que su propósito inicial era la de­
fensa de la propiedad del capital, la escalada de la guerra permitió
en el largo plazo a los especialistas en coerción utilizar la violen­
cia para producir capital y poder. Quienes tomaron las armas para
enfrentarse a la guerrilla fueron campesinos pobres y medios. Así
las élites económicas pagaran la cuenta de la guerra, el oficio de la
violencia les permitió a estos campesinos controlar en la práctica el
ejercicio de la coerción. G onzalo Pérez y su hijo Henry, así como
otros paramilitares del Magdalena Medio, com o Ramón Isaza, a
lo sumo alcanzaban a pertenecer a las clases medias de la zona.
Pérez era enferm ero de un hospital, e Isaza un pequeño ganadero
(Sánchez Jr., 2003). La guerra contra las FARC en la región fue un
mecanismo de ascenso social impresionante para ellos. Al liderar la
iniciativa paramilitar contra las FARC desplazaron a las instituciones
del estado y asumieron funciones de autoridad local. El control de
los medios coercitivos les había permitido superar su posición de
simples subordinados en el orden social.
Casi inmediatamente otra circunstancia contribuiría a la concen­
tración de poder en manos de quienes hacían la guerra: las drogas se
convirtieron en la principal fuente de capital de las zonas rurales y
por consiguiente los narcotraficantes se convirtieron en la principal
víctima de las guerrillas. Pablo Escobar y los hermanos Ochoa fun­
daron en Medellín el MAS (Muerte a Secuestradores) en retaliación al
secuestro de sus familiares por el M -19. Luego de ubicar, secuestrar
y torturar a los miembros de la red del M -19 en Medellín, Escobar y
el cartel de Medellín lograron, además de rescatarlos, establecer una
serie de acuerdos con la guerrilla (Salazar, 2001). Los puntos básicos
de estos acuerdos estaban sustentados en que no secuestraran a los
narcotraficantes ni a sus familiares y en que renunciaran a competir

272
( iustavo Duncan

por el control de la ciudad, y a cambio el M -19 recibiría pagos re­


currentes y podría usar la ciudad como lugar de refugio. El caso del
M AS no fue el único ni el más significativo en el desarrollo posterior
del paramilitarismo; de hecho si a algo condujo fue a una alianza
entre guerrillas y narcotraficantes. Por su parte, en numerosas zonas
rurales los narcotraficantes crearon grupos paramilitares con mayor
capacidad de combate y control territorial. Contaban con recursos
de sobra para enfrentar a la guerrilla. A diferencia de Escobar, su
ubicación en la geografía del estado no les permitía establecer alianzas
con las guerrillas. Sus intereses estaban localizados en municipios
intermedios, pequeños poblados y áreas rurales que, en contraste
con una ciudad como Medellín, constituían un objetivo factible para
las guerrillas e incluso necesario dentro de sus planes inmediatos de
expansión territorial. Las luchas por la dominación del orden local
entre los paramilitares de los narcotraficantes y las guerrillas serían
entonces a muerte.
La difusión del narcotráfico hacia las áreas periféricas facilitó el
proceso de transformación de los paramilitares de ejércitos privados
creados para proteger el capital, a ejércitos privados que producían
capital. Si la producción de poder era parte central de la economía de la
droga, el ejercicio de la coerción privada era un mecanismo ideal para
producir poder y para controlar el negocio. En el largo plazo, quienes
hacían la guerra en el terreno se encontraron con que tenían los medios
para imponer sus condiciones a quienes se dedicaban exclusivamente
a la producción y el transporte de drogas. En el narcotráfico el poder
de los medios coercitivos progresivamente se imponía sobre el puro
poder de los medios económicos. Quien solo fabricaba y transportaba
drogas en las áreas periféricas del país, donde ocurría la guerra contra
la insurgencia, estaba sujeto al control de los distintos grupos armados.
Organizar ejércitos privados y regular sociedades en un territorio dado
se convirtió en un requisito para controlar el narcotráfico. Grandes
narcotraficantes como Rodríguez Gacha, “el Mexicano”, quienes
tenían intereses en áreas rurales, se vieron obligados a hacer la guerra
para defenderse de las guerrillas (Medina Gallego, 1990).

273'
Más que plata o plomo

Sucedieron casos como el de Fidel Castaño, un hacendado antio-


queño, quien conform ó junto a sus hermanos su propio ejército para­
militar para vengar el secuestro y asesinato de su padre. La historia de
los Castaño en realidad comienza a mediados de los setenta, cuando
Fidel se involucró en negocios de drogas y en otras actividades crimi­
nales. Con los recursos acumulados regresó a Amalfi, su tierra natal
en Antioquia, donde se convirtió en el magnate del pueblo. En ese
entonces la guerrilla se expandía por medio del control territorial
de áreas periféricas como Amalfi. Para financiarse, la guerrilla ape­
laba al secuestro de terratenientes, comerciantes, políticos y demás
personas pudientes del área, entre los que se contaban por supuesto
los narcotraficantes y sus familiares. El padre de Fidel Castaño fue
una de esas víctimas. Después de pagar varias veces el rescate, los
hermanos Castaño se enteraron de que su padre había muerto en
cautiverio. La respuesta fue una cruel venganza contra todo aquel
que se sospechara tuviera algo que ver con la guerrilla en la región.
Los Castaño pasaron así de ser un grupo de criminales del cartel
de Medellín a un ejército paramilitar. El propósito en un principio
era la venganza contra la guerrilla, pero muy pronto las revanchas
personales fueron rebasadas por el afán de dominación territorial
para aprovechar corredores naturales para el tráfico de drogas. Fidel
Castaño adquirió la hacienda Las Tangas en Córdoba, a cientos de
kilómetros de su tierra natal en Amalfi, y comenzó a expandir su
control desde la margen izquierda del río Sinú hacia la región del
Urabá (Cívico, 2010). La expulsión de la guerrilla de la zona, junto
a su imposición como autoridad de facto, se vio recompensada con
el control de las pistas de salida de droga hacia el Caribe. Su caso
demostraría que el dominio de la sociedad en un territorio dado
garantizaba el uso seguro de ese territorio para la producción y el
tráfico de drogas, así como un lugar de refugio para los narcotrafi­
cantes. Quien regulaba la sociedad regulaba el negocio.
En la década siguiente se intensificaron las alianzas entre narco-
traficantes y paramilitares. Com o los hermanos Castaño, surgieron
grupos paramilitares en muchas otras zonas de Colombia donde los

274
Gustavo Dimean

narcotraficantes compraron tierras (Reyes, 2009). Muchos de ellos, al


proveer seguridad y bienestar material, se convirtieron en “patrones”
de la comunidad. Al margen del terror, eran un referente para sus
paisanos — en particular para aquellos con menores oportunidades—
de que existía una alternativa para tener éxito social sin poseer mayor
capital económico ni social. También era una demostración de que
desde las propias comunidades se podía competir con el poder de las
élites tradicionales. Sin perder las costumbres y los valores propios de
alguien del lugar, era posible alcanzar suficiente poder y riqueza para
interactuar con autoridad frente al estado y a las élites tradicionales.
La creciente amenaza de la guerrilla evitó que los potenciales
desencuentros entre los paramilitares, las élites locales y las fuer­
zas de seguridad del estado llevaran a un enfrentamiento. El uso
del paramilitarismo com o un medio para controlar las rentas del
narcotráfico fue desestimado por su papel en la contención de las
guerrillas, que entonces eran la principal amenaza para el estable­
cimiento económico y político. Era la Guerra Fría, por lo que la
presión de las agencias internacionales de derechos humanos y de
las propias instituciones estatales en contra de las relaciones entre
autoridades, élites legales y paramilitares, era mucho menor que lo
que sería décadas más tarde.17(1 Otra razón de peso del centro para
tolerar la expansión del paramilitarismo en la periferia era la conve­
niencia de delegar los costos de la contención de la guerrilla en los
ejércitos paramilitares. De otro modo, el centro hubiera tenido que
hacer uso de sus propios recursos para primero someter a los para­
militares y luego derrotar a las guerrillas. Fue así como numerosos
militares, policías, políticos y terratenientes terminaron aliados con
los grupos paramilitares del narcotráfico. Los motivos de la alianza
no se reducían a la neutralización de un enemigo común, sino que
también incluían transacciones económicas y políticas para repartirse
elecciones, rentas y gobiernos locales.

170También es cierto que en su momento surgieron voces de protesta en el propio


establecimiento, como fueron el periódico Hl I ispectador, la Procuraduría de Horacio
Serpa y los políticos del Nuevo liberalismo encabezados por Taris Ciarlos Galán.

275
Más que plata o piorno

Para las élites y la población de la periferia la proliferación de


grupos paramilitares sujetos al control de narcotraficantes significaba
una profunda transformación del orden social. Las relaciones econó­
micas, las jerarquías sociales y la imposición de las normas cotidianas
habían sido alteradas. El capital del narcotráfico y la coerción de los
paramilitares era demasiado para las instituciones existentes en las
sociedades periféricas. Los terratenientes y empresarios agrícolas
podían continuar con sus negocios en la zona pero ya no eran la
única élite económica. Del mismo modo, la clase política tenía que
negociar con los narcotraficantes la financiación de las campañas y
con los paramilitares una suerte de permiso para hacer proselitismo.
Habían surgido así unas nuevas instituciones de regulación social
que la población en su conjuntó debía obedecer si no deseaba ex­
perimentar retaliaciones de quienes vigilaban su vida cotidiana. La
población debía tener mucho cuidado para no quedar en medio del
fuego cruzado por ser considerado como soporte social del enemigo.
Las masacres, las desapariciones y los asesinatos selectivos se habían
convertido en parte central de la estrategia de guerra de guerrillas y
paramilitares (González y otros, 2003; Uribe Alarcón, 2004).
El nuevo orden social impuesto en las regiones colombianas no
necesariamente implicaba un rechazo de las élites tradicionales. La
defensa contra la guerrilla era un servicio invaluable cuando estaba
en juego su propia supervivencia. Asimismo, los recursos del narco­
tráfico — de manera indirecta y a veces sin mayores riesgos— eran
una oportunidad de negocios en un momento en el que las econo­
mías regionales se rezagaban ante el crecimiento de los servicios
y la industria en las grandes ciudades. Tanto el grueso de las élites
económicas como políticas, así como la población en general, se
acomodaron a las nuevas circunstancias y de ese modo legitimaron
las nuevas instituciones de dominación. El efecto más contundente
en la política sería que desde regiones periféricas se aglutinarían los
votos para representar los nuevos intereses creados por la irrup­
ción del narcotráfico y el paramilitarismo. Estos intereses giraban,
como se anotó en la primera parte, en torno a la preservación de

276
Gustavo Duncan

las trainsformaciones del orden social y a las posiciones de poder


alcanzadas por la clase política de la periferia y los líderes de los
ejércitos paramilitares.
La trayectoria política que tomaría el paramilitarismo en los
ochenta estuvo además marcada por el anticomunismo de la Guerra
Fría. Las jefaturas en Bogotá de ambos partidos, liberal y conservador,
se peleaban por los votos de las regiones que controlaban los para-
militafes. Estaban dispuestos a conceder suficiente autonomía para
que llevaran a cabo la guerra contra la insurgencia y aseguraran su
dominación en la periferia a cambio de votos. Las alianzas con el cen­
tro también involucraron los organismos de seguridad del estado que
tenían que enfrentarse a la insurgencia marxista.171 En el nivel local,
las propias fuerzas militares jugaron un papel activo en la formación
de los primeros grupos paramilitares, y ya en la segunda mitad de los
ochenta las alianzas con los organismos de seguridad llegaron hasta
la organización de una guerra sucia a escala nacional. Los hermanos
Castaáo, “el Mexicano” y otros líderes paramilitares participaron en
operaciones clandestinas junto a miembros del Ejército, la Policía y el
DAS para cometer numerosos magnicidios de candidatos de izquier­
da. Mis de mil miembros de un partido político, la unión Patriótica
(UP), :ueron asesinados por los paramilitares (Campos, 2014).
Lt UP había surgido com o el partido político de las PARC en el
conteito de los diálogos de paz con el presidente Belisario Betancur
en 19f6. El problema era que al tiempo que la guerrilla amedrentaba
a la clse política tradicional, secuestraba a empresarios y terratenien­
tes délas regiones y combatía a la fuerza pública, su brazo político
participaba en las elecciones. Más grave era que muchos de los líderes
del PC, la UP y de la izquierda en movimientos legales, respaldaban
el seciestro y la lucha armada. En ese escenario, las retaliaciones
contri civiles de izquierda involucraron acciones de diversa natura­
leza, c?sde el magnicidio de líderes políticos hasta las vendettas en el
marccde la competencia electoral en pequeños municipios. En las

171 Sc'te las alianzas entre criminalidad, paramilitarismo y clase política, ver Gutiérrez
Saín (2007) y López (2007 y 2010).

277
Más que plata o plome

regiones se volvió una práctica común que los paramilitares — en


alianza con la clase política tradicional— aniquilara la competencia
política de izquierda para evitar que la insurgencia eventualmente
tuviera influencia sobre el gobierno municipal.172
Los esfuerzos de la sociedad civil, las agencias de los derechos
humanos y algunos funcionarios del estado central no fueron sufi­
cientes para atenuar la violencia política. Todavía era la Guerra Fría
y muchos sectores de poder eran tolerantes con las retaliaciones
violentas contra la izquierda. Lo irónico era que al mismo tiempo
que algunos narcotraficantes se enfrentaban con el estado establecían
alianzas con las autoridades en la guerra sucia contra la izquierda.
Fidel Castaño, por ejemplo, se reunía con Escobar para planear
atentados en Bogotá y Medellfn mientras mantenía contactos con el
Ejército, la Policía y el Departamento Administrativo de Seguridad
(DAS) para aniquilar políticos, dirigentes y activistas. Su hermano
Carlos incluso confesó su participación directa en el asesinato de
Carlos Pizarro, el principal líder de la recién desmovilizada guerrilla
del M -19.173 Incluso más paradójica fue la participación del DAS,
un organismo que estaba enfrentado a muerte con Escobar, en el
asesinato de Luis Carlos Galán, quien era el peor enemigo de Escobar
entre la clase política del centro del país. La alianza entre narcotra­
ficantes y autoridades estatales para matar a Galán fue posible por
los contactos que tenían los paramilitares del Magdalena Medio con
el DAS en la guerra sucia contra la guerrilla.174
No obstante su expansión a lo largo de la década de los ochenta,
el fenómeno paramilitar en Colombia entró en declive a principios
de los noventa. En el contexto de la guerra contra Escobar, el estado
172 lin el caso de Urabá, estos asesinatos de miembros de la UP han sido documentados
por Suárez (2007) y Agudelo (2005).
173 \ 'ere!libro Mi confesión, de Carlos Castaño (2001).
174 Los mismos paramilitares han relacionado al DAS con el crimen de Galán. Ver en
revista Semana el artículo “Krnesto Báez relaciona al DAS con el asesinato de Luis
Carlos ( jalan”, publicado el 4 de junio de 2004. Disponible en: http://w\vw.semana.
com/nacion/ justicia/articulo/ernesto-baez-relaciona-das-asesinato-luis-carlos
galan/103794-3.

278
Gustavo Dimean

com enzó a reprim ir los grupos relacionados con el narcotráfico,


sobre todo a los paramilitares del Magdalena Medio que estaban
subordinados al control de Rodríguez Gacha, “el Mexicano”, uno de
los principales socios de Escobar. La presión llevó a que luego de la
muerte de “el Mexicano” las autodefensas del Magdalena Medio cam­
biaran de bando y se unieran al estado en la cacería contra Escobar
(Sánchez Jr., 2003). Sin embargo, el declive se debió principalmente
a que si bien los paramilitares comenzaron a adquirir autonomía,
los medios de que disponían no les permitían controlar los grandes
negocios de la droga en el país. Erran grupos relativamente pequeños
capaces de controlar áreas rurales con mano de hierro, incluso a las
operaciones de tráfico de drogas que tenían lugar allí, pero estaban
dispersos y no existía ningún mando superior que coordinara sus
acciones. Su poder era limitado si se comparaba con el cartel de Me-
dellín o el cartel de Cali. En ese entonces las grandes operaciones de
narcotráfico eran controladas por carteles urbanos. Tan vulnerables
eran los paramilitares frente al poder de los carteles de las ciudades,
que Escobar no tuvo problemas para vengar la traición de Henry
Pérez en Puerto Boyacá, el pueblo donde estaba ubicado el grueso
de su tropa. Luego del asesinato de Pérez, los grupos paramilitares
del Magdalena Medio entraron en una fase de degradación en la que
se enfrentaban entre sí por cualquier botín, fuera drogas, extorsión o
cualquier renta criminal que estuviera disponible (Sánchez Jr., 2003).
Los grupos paramilitares que sobrevivieron lo hicieron por­
que estaban subordinados al control de otro tipo de actores, como
autoridades públicas, terratenientes, ganaderos y los propios narco-
traficantes, que imponían límites y disciplina a sus actuaciones. Su
función volvió a ser principalmente antisubversiva.

L O S E F E C T O S D E L A D E S C E N T R A L IZ A C IÓ N E N L A S R E L A C IO N E S
D E P O D E R E N T R E P O L ÍT IC O S Y N A R C O T R A F IC A N T E S

A principios de los noventa el estado central no estaba en juego.


Nunca estuvo en riesgo de colapsar como titulaba la prensa por las

279
Más que plata o plomo

escabrosas noticias que sucedían en el país. El problema era grave


pero era de otra naturaleza. Por un lado, la guerra contra Escobar
había creado un ambiente de inseguridad y temor en pleno centro de
las instituciones nacionales. Las bombas explotaban en los mejores
barrios de las grandes ciudades o al lado de las oficinas del gobierno
central. Las élites de Bogotá por primera vez eran asesinadas y se­
cuestradas. Escobar había llevado hasta donde ellos una guerra que
históricamente les había sido distante en sus efectos más dolorosos.
Pero nunca fue una guerra en que estuviera en juego el papel de las
élites como grupo social que controlaba las instituciones del estado
central, mucho menos estaba en juego la existencia de las institu­
ciones. Más temprano que tarde, tal como sucedió, Escobar iba a
ser neutralizado lanzando un mensaje al resto de bandidos de que si
decidían sublevarse al estado y a las élites, su final estaba asegurado.
Los siguientes capos de la droga captaron el mensaje y optaron por
transar clandestinamente los límites de su poder con la clase política
y las autoridades.
Por otro lado, las falencias históricas del estado para ofrecer pro­
tección y orden en la periferia se hicieron evidentes por la expansión
de la guerrilla y por la manera como los narcotraficantes y sus apara­
tos coercitivos asumían el poder regional. Aunque las zonas donde
el conflicto con las guerrillas era más intenso, estas no constituían
espacios estratégicos para la supervivencia del estado — salvo donde
había explotaciones petroleras, la riqueza y la población existente era
poca— , la violencia le exigía al estado cumplir sus obligaciones en
los márgenes del territorio. De no hacerlo corría el riesgo de que la
guerra insurgente se extendiera hacia áreas cercanas al centro, donde
estaban localizadas tanto las élites como el grueso de la población
y los grandes mercados del país. En las circunstancias previas a la
expansión de la insurgencia, y al influjo de los capitales de la droga,
el estado no tenía mayor necesidad de invertir mayores recursos
para llevar sus instituciones hacia la periferia. La apuesta de las élites
políticas en Bogotá era por un proceso pausado de construcción
de estado y de inclusión de los territorios periféricos por medio

280
Gustavo Duncan

de inversiones públicas de la mano de la clase política regional. Se


trataba de una estrategia de desarrollo típica de las democracias del
tercer mundo que fue trastocada violentamente por las aspiraciones
de dominación social de diversos grupos armados con una capacidad
de financiación inaudita. Entonces el estado se vio obligado a planear
no solo cómo hacer crecer la economía e incluir a la población en
las instituciones del capitalismo, sino en hacer una guerra para evitar
que otras instituciones regularan los espacios periféricos y marginales
de la sociedad.
La crisis de aquellos años se agudizó además por las demandas
por descentralización del estado. La pacificación del país luego de la
violencia clásica se basó en las restricciones a la competencia electoral
y, en cierto sentido, a la participación política. Como las gobernacio­
nes, las alcaldías y los consiguientes cargos públicos eran asignados
a miembros de los partidos tradicionales, otros partidos — como la
izquierda radical y las disidencias de derecha— no tenían opciones de
ocupar cargos del gobierno local a menos que fuera en coalición con
los liberales y conservadores.175 Estos sectores, junto a los políticos
profesionales de las regiones, resentían que desde la presidencia se
nombrara a gobernadores y alcaldes. Había una enorm e presión
para que el estado se descentralizara, lo que implicaba elecciones
populares de gobernadores y alcaldes y la delegación en los gobiernos
locales de un porcentaje superior del gasto público. La coyuntura
para estas transformaciones era favorable. Las agencias de desarrollo
internacionales como el Banco Mundial y el FMI apoyaban la idea
de la descentralización como mecanismo de desarrollo. Asimismo,
dentro de la agenda de negociación de guerrillas como el M -19 y el
EPL — que se desmovilizaron a principios de los noventa— estaba
una ampliación de la democracia local como parte de sus demandas
políticas.176

175 El Movimiento Revolucionario Liberal (MRL) es un buen ejemplo ele cómo sectores
disidentes negociaban su representación política con los partidos tradicionales.
176 Incluso hoy el M-19 rememora la Constitución de 1991 como una de las máximas
conquistas políticas del pueblo colombiano.

281
Más que plata o plomo

En ese contexto se procedió a la elaboración de la nueva Consti­


tución de 19 9 1, en la que se ahondó el proceso de descentralización
del estado que ya había comenzado a finales de los ochenta.177 La
ampliación de la competencia democrática en el nivel subnacional
fue una oportunidad de poder para paramilitares y narcotraficantes
(Sánchez y Chacón, 2005). Las razones fueron similares a lo sucedido
en México con la democratización, aunque en mucha menor pro­
porción, pues el colombiano no era un régimen autoritario. Quienes
controlaban las instituciones del estado en lo local no disponían dé­
los medios suficientes para contrarrestar las aspiraciones de poder
de quienes controlaban el narcotráfico. Fue así como la apertura dé­
la competencia electoral en lo local, y la disponibilidad de nuevas
rentas públicas, facilitaron la intervención de narcotraficantes y pa­
ramilitares en el proceso electoral. El resultado sería una profunda
transformación en la estructura del poder. Para comprender estas
transformaciones serían importantes tres aspectos: en primer lugar,
los recursos de la droga alteraron la dinámica de la competencia
electoral en el nivel subnacional. Numerosos políticos profesionales
de segunda línea que nunca hubieran soñado con competir con los
barones electorales se encontraron con recursos más que suficientes
para desafiarlos. En municipios y ciudades intermedias el clientelism< >
con los recursos del estado no era competencia frente a un cliente-
lismo basado en la financiación del narcotráfico. Y no solo estaba
la plata del narcotráfico, sino que la ampliación de las transferencias
del centro a las regiones incrementó las oportunidades de captura
de recursos públicos sin necesidad de los grandes mediadores de la
política. En entornos tan competitivos con candidatos fácilmente
cooptables y vulnerables a las amenazas no fue difícil para narcotra
ficantes y paramilitares competir por el control de las instituciones
del estado en lo local (Duncan, 2006).

177 La elección popular de gobernadores y alcaldes fue introducida un poco antes de la


Constitución de 1991, en 1988. Id principal cambio en ese sentido de la Constitución
de 1991 tuvo que ver con las competencias de los mandatarios locales y el monto de
los recursos públicos que quedaron bajo su control directo.

282
Gustavo D L i n e a n

En segundo lugar, el control sobre las instituciones del estado y


su suplantación por otro tipo de instituciones basadas en el ejercicio
de la coerción privada respondía a la nueva economía política de
las regiones. Las nuevas instituciones permitían que los flujos de
capital de las drogas alimentaran las economías locales, de modo que
la inclusión en los mercados globales por comunidades periféricas
estuviera garantizada. Hasta principios de los ochenta el desarrollo
basado en el proteccionismo y la sustitución de importaciones le
había permitido a las regiones abastecer el mercado nacional de
bienes agrícolas. Su integración en la economía nacional dependía
de su especialización en determinados productos. Con la apertura
de los mercados mundiales y el crecimiento de las ciudades, muchas
regiones fueron quedando rezagadas en el contexto de la economía
nacional. No podían competir con las importaciones agrícolas de
países en los que los subsidios o el costo de la mano de obra re­
bajaban los precios finales de la mercancía a niveles de pérdidas.
Tampoco tenían cómo producir mayores excedentes para responder
a la diversificación del consumo que tenía lugar desde mediados de
los setenta. Los flujos de capital de las drogas se convirtieron en una
alternativa para resolver su aislamiento de los mercados globales.
En tercer lugar, el poder acumulado en lo local desde la coerción
y el capital de las drogas, así como la aparición de una economía
política muy específica en las regiones, redefinieron las relaciones
políticas entre el centro y la periferia. La clase política de la periferia
disponía ahora de medios propios, tanto legales como ilegales, para
reclamarle al poder político central una redefinición de los equilibrios
de poder y la consideración de sus intereses básicos, en particular de
los intereses que surgían de la inclusión de las regiones periféricas en
los mercados globales y de las transformaciones en el orden social
que esta inclusión implicaba. En consecuencia, cuando políticos de
provincia recibían el dinero y el apoyo armado de los narcotraficantes,
y el gobierno nacional recibía el respaldo de estos políticos en el
Congreso, estaba ocurriendo una transacción más compleja que el
simple intercambio de sobornos y prebendas. Aunque en apariencias

283
Más c|uc plata o plomo

los políticos del centro y de la periferia no tuvieran en mente nada


distinto a beneficiarse de una transacción ilegal, en sus actos estaba
implícito el establecimiento de unos límites sobre la influencia territo­
rial de dos tipos de instituciones muy distintas. Al aceptar el respaldo
de una clase política comprometida con mañosos y paramilitares,
el gobierno nacional delegaba el control de las instituciones de la
periferia a los intereses económicos y políticos que habían surgido
desde el narcotráfico. El soborno era para el caso un mecanismo de
las instituciones formales de la democracia que definía los límites del
poder de las instituciones del narcotráfico y de sus aparatos armados
en la periferia de Colombia.
Los nuevos equilibrios entre el centro y la periferia derivados de
la descentralización política y del creciente poder del narcotráfico se
reflejaron en recurrentes escándalos. A raíz de la guerra de Escobar
contra el estado la prensa fue crítica de cualquier vínculo de la clase
política con el cartel de Medellín. Sin embargo, los apremios de la
guerra dejaron pasar por alto toda la serie de alianzas que se estable­
cían con otros carteles. El de Cali fue desde entonces tejiendo una
minuciosa red de corrupción en la clase política de ambos partidos.
En 1994, cuando pensaban que con la muerte de Pablo Escobar, su
peor enemigo, la situación no podía ser mejor para ellos, estalló el
escándalo por la financiación de la campaña del presidente Ernesto
Samper. Si bien Sam per pudo mantenerse en el cargo a pesar de las
pruebas existentes, las redes de corrupción del cartel de Cali queda­
ron expuestas y muchos de los políticos cercanos acabaron tras las
rejas o desprestigiados. El debilitamiento del cartel fue progresivo
al punto de que antes de que Samper dejara la presidencia en 1998,
sus principales líderes estaban muertos o encarcelados y el cartel
del norte del Valle había tomado el control del narcotráfico en Cali
y la región.
El “Proceso 8 0 0 0 ”, com o se le conoció al escándalo de los
dineros del cartel de Cali en la campaña de Samper, no fue el único.
Una década más tarde vendría un escándalo aun peor: la parapolítica.
Alrededor de cien congresistas serían procesados judicialmente por

284
Gustavo Duncaii

vínculos con los paramilitares. Pero la reiteración de estos escán­


dalos era en el fondo un síntoma de un problema que cada cierto
tiempo provocaban las relaciones entre narcotráfico y clase política
en Colombia. Dado que el respaldo en capital y coerción de los
narcotraficantes generaba unas ventajas enormes en la competencia
electoral, particularmente en lo regional, los sectores de la clase polí­
tica que no recibían este apoyo eventualmente quedaban marginados
de los cargos públicos. Además, en un momento dado, los propios
narcotraficantes terminaban por concentrar demasiado poder de
modo que desplazaban a los políticos que recibían su respaldo. La
respuesta de la clase política era entonces desmontar aquella orga­
nización que pretendía reducir sus márgenes de poder. Sin importar
que previamente hubieran recibido respaldo de esta organización,
hacían uso de las instituciones del estado, es decir de las autoridades
y de la justicia, para desmantelarla. Sucedió con Escobar cuando
pretendió ocupar directamente cargos públicos, con el cartel de Cali
cuando dejó por fuera a Andrés Pastrana de la presidencia al financiar
al Partido Liberal y, una década después, con los paramilitares al
pretender subordinar a la clase política de las regiones. La respuesta
en todos los casos fue la misma: el estado mediante negociaciones
o guerras, terminó por desmantelar el poder de las organizaciones
narcotraficantes.
En el caso concreto del cartel de Cali, las circunstancias que
rodearon su final fueron de la mano de un desplazamiento del poder
de las organizaciones narcotraficantes hacia municipios intermedios
y áreas rurales. A mediados de los noventa la recuperación del estado
en grandes ciudades com o Medellín y Cali se debió a la presión
por desmontar los espacios de regulación social impuestos por los
narcotraficantes en escenarios donde no estaban dadas las condi­
ciones para que sus instituciones renunciaran a ejercer su autoridad.
En una década, el estado ya había fortalecido sus instituciones, al
menos las represivas, para reducir las aspiraciones de control social
de las organizaciones de sicarios de Escobar. Era cuestión de tiempo
para que el estado ganara terreno. Sin embargo, en los municipios

285
Más que plata o plomo

los políticos del centro y de la periferia no tuvieran en mente nada


distinto a beneficiarse de una transacción ilegal, en sus actos estaba
implícito el establecimiento de unos límites sobre la influencia territo-j
rial de dos tipos de instituciones muy distintas. A l aceptar el respalde)
de una clase política comprometida con mañosos y paramilitares,
el gobierno nacional delegaba el control de las instituciones de la
periferia a los intereses económicos y políticos que habían surgido
desde el narcotráfico. El soborno era para el caso un mecanismo de
las instituciones formales de la democracia que definía los límites del
poder de las instituciones del narcotráfico y de sus aparatos armados
en la periferia de Colombia.
Los nuevos equilibrios entre el centro y la periferia derivados de
la descentralización política y del creciente poder del narcotráfico se
reflejaron en recurrentes escándalos. A raíz de la guerra de Escobar
contra el estado la prensa fue crítica de cualquier vínculo de la clase
política con el cartel de Medellín. Sin embargo, los apremios de la
guerra dejaron pasar por alto toda la serie de alianzas que se estable1'
cían con otros carteles. El de Cali fue desde entonces tejiendo una
minuciosa red de corrupción en la clase política de ambos partidos.
En 1994, cuando pensaban que con la muerte de Pablo Escobar, su
peor enemigo, la situación no podía ser mejor para ellos, estalló el
escándalo por la financiación de la campaña del presidente Ernesto
Samper. Si bien Samper pudo mantenerse en el cargo a pesar de las
pruebas existentes, las redes de corrupción del cartel de Cali queda­
ron expuestas y muchos de los políticos cercanos acabaron tras las
rejas o desprestigiados. El debilitamiento del cartel fue progresivo
al punto de que antes de que Samper dejara la presidencia en 1998,
sus principales líderes estaban muertos o encarcelados y el cartel
del norte del Valle había tomado el control del narcotráfico en Cali
y la región.
El “Proceso 8 0 00 ”, como se le conoció al escándalo de los
dineros del cartel de Cali en la campaña de Samper, no fue el única >.
Una década más tarde vendría un escándalo aun peor: la parapolítica.
Alrededor de cien congresistas serían procesados judicialmente por

284
Gustavo Duncan

vínculos con los paramilitares. Pero la reiteración de estos escán­


dalos era en el fondo un síntoma de un problema que cada cierto
tiempo provocaban las relaciones entre narcotráfico y clase política
en Colombia. Dado que el respaldo en capital y coerción de los
narcotraficantes generaba unas ventajas enormes en la competencia
electoral, particularmente en lo regional, los sectores de la clase polí­
tica que no recibían este apoyo eventualmente quedaban marginados
de los cargos públicos. Además, en un momento dado, los propios
narcotraficantes terminaban por concentrar demasiado poder de
modo que desplazaban a los políticos que recibían su respaldo. La
respuesta de la clase política era entonces desmontar aquella orga­
nización que pretendía reducir sus márgenes de poder. Sin importar
que previamente hubieran recibido respaldo de esta organización,
hacían uso de las instituciones del estado, es decir de las autoridades
y de la justicia, para desmantelarla. Sucedió con Escobar cuando
pretendió ocupar directamente cargos públicos, con el cartel de Cali
cuando dejó por fúera a Andrés Pastrana de la presidencia al financiar
al Partido Liberal y, una década después, con los paramilitares al
pretender subordinar a la clase política de las regiones. La respuesta
en todos los casos fue la misma: el estado mediante negociaciones
o guerras, terminó por desmantelar el poder de las organizaciones
narcotraficantes.
En el caso concreto del cartel de Cali, las circunstancias que
rodearon su final fueron de la mano de un desplazamiento del poder
de las organizaciones narcotraficantes hacia municipios intermedios
y áreas rurales. A mediados de los noventa la recuperación del estado
en grandes ciudades com o Medellín y Cali se debió a la presión
por desm ontar los espacios de regulación social impuestos por los
narcotraficantes en escenarios donde no estaban dadas las condi­
ciones para que sus instituciones renunciaran a ejercer su autoridad.
En una década, el estado ya había fortalecido sus instituciones, al
menos las represivas, para reducir las aspiraciones de control social
de las organizaciones de sicarios de Escobar. Era cuestión de tiempo
para que el estado ganara terreno. Sin embargo, en los municipios

285
Más que plata o pl<>m<

intermedios y las zonas rurales las condiciones eran menos favora­


bles. Cuando Escobar fue abatido por las autoridades y el cartel de
Cali fue perseguido a raíz del escándalo del “Proceso 8000”, ocurrió
además una coyuntura propicia para que ejércitos privados en zonas
menos urbanizadas tomaran el control del narcotráfico: nacían los
grandes ejércitos de los señores de la guerra.

L O S SE Ñ O RE S D E LA G U ERRA

La transformación de organizaciones criminales y grupos paramilita


res en ejércitos de señores de la guerra tuvo su origen en el proyecto
de expansión territorial de los hermanos Carlos y Vicente Castaño.
Dos meses después de que Escobar fuera abatido a finales de 1993,
Fidel Castaño fue asesinado.178179Los hermanos Castaño que sobre­
vivieron a Fidel en la dirección de los paramilitares de Córdoba
planearon entonces un salto cualitativo enorme: la construcción de
un ejército superior en hombres y capacidad militar que se expandiera
territorialmente a lo largo del país al someter a los ejércitos paíami-
litares de cada región. La lógica era simple: el nuevo ejército llegaba
y le pedía a los grupos paramilitares más pequeños que entregaran
sus hombres y sus armas.1 A los propietarios despojados de sus
ejércitos se les vendía en adelante protección frente a la guerrilla y
cualquier otra organización criminal. Aunque en un principio los
hermanos Castaño pudieron controlar la expansión de sus tropas, la
difusión militar en el territorio terminó por llevar a una fragmenta­
ción inevitable en diversas facciones de señores de la guerra. Ambos
terminarían asesinados por otros señores de la guerra.
Pero al margen del trágico final de los Castaño, sus ejércitos
constituyeron una forma mucho más compleja de dominación social

178 Los rumores apuntan a que se trató de un atentado de su hermano Carlos para
quedarse con el control del aparato armado que surgió de la persecución contra
Pablo Escobar.
179 Esta estrategia fue corroborada por un jefe paramilitar entrevistado en la cárcel de
Itagüí por el autor.

286
( ¡ustuvo Duncan

por parte de los aparatos coercitivos del narcotráfico. Se convirtieron


en estados de regiones enteras tanto por el número de combatientes
que aglutinaban como por la capacidad de subordinación de otros
actores de poder local. Ahora no se trataba de un jefe paramilitar que
regulaba la vida de un municipio o de un poblado, sino de ejércitos
privados articulados a un mando territorial que asumían de manera
cuasi monopólica funciones básicas del estado — como la tributa­
ción, la vigilancia y la justicia— en una región entera. Y si bien estos
señores de la guerra perseguían un propósito patrimonialista, es decir
de acumular capital desde la dominación violenta de la sociedad, su
logro dependía de combatir efectivamente a la guerrilla. No había
incompatibilidad entre la lucha antisubversiva y el control territorial
como medio de acumulación de riqueza, principalmente de aquella
riqueza proveniente del control de los centros de producción y los
corredores de tráfico de drogas. Por el contrario, eran propósitos
complementarios. Solo con la expulsión de la guerrilla del territorio
era posible monopolizar las rentas del narcotráfico producidas en
un espacio geográfico dado.
Inicialmente el proyecto de los Castaño se limitó a Córdoba y
Urabá, por lo que su ejército privado se autodenominó ACCU (Au­
todefensas Campesinas de Córdoba y Urabá). Pero luego la expan­
sión continuó hacia otras regiones de Colombia. Abarcaron el resto
de la costa norte, el Magdalena Medio y llegaron hasta los Llanos
Orientales, Caquetá, Putumayo y la costa pacífica. Solo los grupos
paramilitares más organizados y con fuertes raíces sociales — como
las autodefensas de la Sierra Nevada, de Ramón Isaza y de Carranza
en los Llanos— pudieron sobrevivir a la llegada de los ejércitos de
los Castaño. Pactaron con ellos nuevas divisiones territoriales, en
muchos casos luego de sangrientos enfrentamientos. En 1997 el
proyecto de los Castaño pasó a llamarse AUC (Autodefensas Unidas
de Colombia). Las AUC, aunque estaban bajo el claro liderazgo de
Carlos Castaño, eran una confederación de señores de la guerra
regionales que a medida que acumulaban fuerza ganaban autonomía.
También era claro que el avance de las AUC a lo largo del territorio

287
Más c|ue plata o plomo

nacional tenía dentro de su lógica el control de los principales centros


de producción y rutas del narcotráfico.
A diferencia de los paramilitares de los ochenta, los señores de
la guerra de las AU C habían logrado extender su control sobre el
narcotráfico hacia las ciudades (Duncan, 2005). El nacimiento del
proyecto de los Castaño fue el resultado de su victoria sobre Pablo
Escobar en Medellín, una guerra en la ciudad dirigida desde el cam
po. Ahora contaban con el dominio casi monopólico de extensas
regiones del país donde refugiarse y desde allí disponían de redes
mañosas en las ciudades para no solo someter a los narcotraficantes
urbanos sino para explotar todo tipo de negocios. La regulación
de los mercados de abastos, los juegos de azar, la prostitución, las
ventas minoristas de drogas, lps comercios de contrabando, entre
tantos otros mercados criminales, informales e incluso legales, fue
tomada a la fuerza por mafias urbanas controladas desde el campo
por señores de la guerra. En las ciudades intermedias y los municipios
pequeños la influencia de sus aparatos armados les permitía, además
de controlar los anteriores mercados, acaparar la corrupción con las
rentas públicas. Se habían vuelto competencia para los tradicionales
contratistas del estado y la clase política.
Fue así como después de la caída del cartel de Cali el control
del narcotráfico en Colom bia quedó dividido entre los ejércitos
privados de las AU C y las bandas de sicarios del cartel del norte del
Valle. Estos últimos controlaban una región específica del país pero
manejaban gran parte de las rutas internacionales. Debían pagar una
parte importante de sus ganancias a los señores de la guerra que
controlaban los laboratorios de producción de cocaína y los puertos
de salida de la droga. El control del narcotráfico era ahora un control
que se ejercía desde áreas rurales y ciudades intermedias. Y en el
caso de las AUC era algo más complejo que el de un simple cartel.
Era en realidad un control mañoso que desbordaba el asunto de las
drogas y se involucraba en una causa contrainsurgente, la imposición
de unas instituciones de regulación social por ejércitos privados y la
explotación de todo tipo de rentas susceptibles al control del crimen

288
Ciustavo Dimean

organizado. Se extendía por todas partes a manera de una supermafia,


al punto de que comenzó a llamar la atención en los medios. A me­
diados de 2005 la revista Semana dedicó el grueso de su publicación
a denunciar cómo las distintas facciones de las AUC extendieron su
control a lo largo del país.180 En Medellín entrevistaron a un miembro
de las AUC, quien reveló hasta qué punto controlaban el crimen en
las ciudades:
El trabajo mío era reclutar todas las bandas de Medellín, había
que hacer un estudio barrio por barrio, censar cuántos pelaos había en
cada combo, se les decía que si no se unían con nosotros, Don Berna
los mandaba a recoger en volquetas; que si lo hacían les dábamos
sueldos y armas y para los líderes los llevábamos en “vueltas” y los
poníamos a ganar. Sacábamos cuentas de las platas que los pelaos
recogen por vacunas a las terminales de los buses, a los buseros, a
los tenderos, a las casas por concepto de la celaduría, etc. Después de
sacar en claro cuánto se recogía por esto, verificábamos cuántas plazas
de vicio había en el barrio y cuánto impuesto pagaban. [...] El trabajo
se consolidó en esos barrios y “filamos” a trabajar a todos los com­
bos de Medellín, les dábamos armas, los censábamos, les poníamos
sueldos y les controlábamos todas las vacunas que cobraban. [...] Se
prohibió terminantemente el robo y “deshuesar” vehículos, todos los
vehículos que se van a robar en Medellín tienen que ser autorizados
por La Oficina [...].181

La ofensiva de las PARC a mediados de los noventa legitimó entre


muchos sectores el proyecto de las AUC. En ese entonces las FARC
habían dado un salto cualitativo en su capacidad militar. Con los re­
cursos, las tropas y los territorios acumulados en las décadas previas,
la jefatura de la guerrilla procedió a escalar la guerra. Las apuestas
eran altas, no solo continuar la incursión hacia nuevas regiones por

180l,a portada de la revista tenía el nombre de “Los tentáculos de las AUC” y fue
publicada en la edición del 24 de mayo de 2005.
181 Ver en la revista Semana ú artículo “lil ‘pacificador’”, publicado el 24 de abril de 2005.
Disponible en: http://www.semana.com/nacion/articulo/el-pacificador/72206-3.

289
Más que plata o plomo

medio del desdoblamiento de sus frentes, sino también enfrentar al


ejército colombiano en combates de movimiento (Rangel, 1998).
Para las fuerzas armadas, aunque la escalada de la guerrilla se tradujo
en derrotas humillantes, sus consecuencias eran más simbólicas que
estratégicas porque ocurrían en territorios remotos como Mitú, un
municipio ubicado en medio de la selva amazónica desconectado de
la red de carreteras del país pero que funcionaba como la capital del
departamento. El resultado de la sucesión de derrotas militares entre
1998 y 1999 fue una sensación de zozobra entróla población de las
grandes ciudades, que sentían que eventualmente los combates podían
llegar hasta sus calles.182 En realidad la capacidad militar de las PARC
continuaba siendo limitada para dar el salto a una guerra de posicio­
nes. Mitú, por ejemplo, fue recuperado dos días más tarde sin que la
guerrilla fuera capaz de permanecer en el sitio para defender la toma.
Para la población de las regiones periféricas y circundantes de
las grandes ciudades la expansión de la guerrilla significaba un dete­
rioro real de sus condiciones de vida. El secuestro, la extorsión y el
control de la guerrilla alcanzaron niveles oprobiosos.183 Las PARC
pretendían extraer de esta población una parte importante de los
recursos necesarios para doblegar al estado central. Por consiguiente,
la extracción llegaba a niveles irracionales ya que no se trataba de
gobernar indefinidamente un territorio sino de utilizar los recursos
existentes para alcanzar un objetivo militar por fuera del territorio.
El uso masivo de las “pescas milagrosas” da una idea de lo infames
que alcanzaron a ser las prácticas extractivas de la guerrilla. Las pescas
milagrosas consistían en la instalación de retenes en las carreteras que
comunicaban las ciudades y municipios del país. En los retenes eran
secuestrados todos los pasajeros y llevados a refugios de la guerrilla
donde se investigaba la riqueza de la familia de los secuestrados para

182 A esto hay que agregar la crisis de legitimidad del “Proceso 8000”.
183 Un excelente relato de cómo la práctica indiscriminada del secuestro por delin­
cuencia común y la posterior venta de la víctima como una mercancía a las PARC se
encuentra en Castillo (2014), quien relata el secuestro y la liberación del periodista
Guillermo “La Chiva” Cortés.

290
Gustavo Duncan

definir si valía la pena secuestrar a cada uno de ellos y cuál sería el


m onto del rescate.
En las regiones colombianas existía tanta demanda de protec­
ción contra la expansión territorial de las FARC, que el tema del
narcotráfico fue como siempre dejado de lado ante los apremios
de la guerra. El hecho de que los hermanos Castaño hicieran parte
del cartel de Medellín en la década anterior fue olvidado. La escasa
capacidad contrainsurgente de los grupos paramilitares nativos en
comparación con las AUC dejaba por fuera de consideración el uso
de la capacidad coercitiva propia. D e hecho, donde pudieron conte­
ner a la insurgencia y plantar resistencia a la incursión de los ejércitos
de los Castaño, los grupos paramilitares nativos sobrevivieron. Algu­
nos — como aquel conform ado por los empresarios bananeros que
disponían de recursos de origen legal— evitaron contaminarse con
el narcotráfico. Otros, conform ados por campesinos y colonos p o­
bres, como las autodefensas de la Sierra Nevada, no tuvieron opción
distinta a involucrarse en el negocio de las drogas para sobrevivir.
D e paso, sus líderes se convirtieron en nuevos multimillonarios.
Las élites del centro de m om ento no objetaron que los recursos de
las drogas contribuyeran a contener a la guerrilla, en parte porque
la situación era crítica en las regiones, y en parte porque la guerrilla
también utilizaba los recursos de la droga para financiar la guerra.
En la periferia, la principal fuente de recursos para plantear una
resistencia a la insurgencia era el narcotráfico, así que era apenas
lógico que fuera aceptado su uso. De este modo, el ejercicio de la
coerción privada para controlar la producción y el tráfico de drogas
fue rebasado por las necesidades de una guerra contrainsurgente, y
el ejercicio de la regulación social por parte de los ejércitos privados
de los narcotraficantes se legitimó sin mayor problema.
Aunque al final los herm anos Castaño no pudieron cumplir
su propósito de construir un ejército de autodefensas nacionales
bajo su mando jerárquico, obtuvieron éxitos remarcables. Lograron
contener la expansión de la guerrilla y extender su dominio sobre ex­
tensas regiones del país donde se convirtieron en verdaderos estados

291
Más que plata o plomo

— además de apoderarse de la regulación de una parte importante del


narcotráfico y de otros mercados criminales. Pero la misma expan­
sión descontrolada a lo largo del territorio nacional de las AUC dio
lugar a un proceso de fragmentación de grandes ejércitos privados.
Los mandos de diversas regiones comenzaron a reclamar un poder
autónomo de los hermanos Castaño. Disponían de la obediencia de
su tropa y de enormes cantidades de recursos provenientes del nar­
cotráfico y demás rentas regionales. Surgieron entofices numerosos
ejércitos de señores de la guerra que competían por la apropiación
del estado local como un mecanismo de control del narcotráfico a
lo largo de diversas regiones (Duncan, 2006).
En el fondo se trató de que la oferta de proteccicín por superejér-
citos había aumentado las oportunidades de dominación social para
todo tipo de criminales que contaran con los recursos, las habilidades
y la ambición para organizar o, más bien, para apoderarse de las orga­
nizaciones coercitivas que abundaban a lo largo de las zonas rurales y
semiurbanas del país. Entre mediados de los noventa y los primeros
años del nuevo siglo numerosos criminales de carrera llegaron a ser
la verdadera autoridad de comunidades en donde distintas prácticas
criminales — desde el narcotráfico y la minería ilegal hasta el robo de
combustible y la corrupción con los dineros del estado estaban legiti­
madas. Carlos Mario Jiménez, alias “Macaco”, un antiguo delincuente
originario de Dosquebradas (Risaralda), controlaría los territorios
cocaleros del Putumayo y Nariño, las minas de oro del sur de Bolívar
y Barrancabermeja, la ciudad más importante del Magdalena Medio
con su industria petrolera. Diego Murillo, llamado “D on Berna”,
ex jefe de escoltas de los hermanos Galeano, pasaría a controlar la
criminalidad de Medellín y tendría ejércitos rurales en el nordeste
de Antioquia y en Valencia (Córdoba). Miguel Arroyave, un antiguo
traficante de insumos químicos, terminó comprando el Bloque Cen
tauros que controlaba una extensa región de los Llanos Orientales.
Y así sucesivamente hasta llegar a pequeños mandos locales que
utilizaron la organización de la coerción para dominar comunidades
y apropiarse de sus principales rentas gracias al consentimiento di'
Gustavo Duncan

señores de la guerra más poderosos que controlaban la región donde


estaba localizada la comunidad.
La expansión de estos ejércitos de señores de la guerra alcanzó
un punto tal que desde el estado central comenzaron a ser vistos
con preocupación. La misma clase política y demás élites que tenían
acuerdos y negocios con ellos se encontraron con que eran una ame­
naza a su poder y posición en el orden social. En vez de ser una fuente
de capital y coerción para competir desde las rezagadas economías de
la periferia, acceder a los principales puestos del estado y neutralizar
la expansión de la guerrilla, eran una fuerza que los desplazaba si no
se plegaban a sus condiciones de dominación. Luego de varias déca­
das de paramilitarismo se había pasado de escuadrones de la muerte
sujetos al control de las élites para defender su capital, a señores de
la guerra que buscaban apropiarse de las fuentes legales e ilegales de
capital en la periferia. No sería una sorpresa que tan pronto como las
PARC fueron contenidas durante el gobierno Uribe, el establecimien­
to puso límites a las aspiraciones de poder de las AUC. El resultado
fue la desmovilización de los distintos ejércitos privados por medio
de un proceso de paz que tenía más características de ser un proceso
de sometimiento a la justicia por narcotraficantes que de reinserción
política de combatientes contrainsurgentes. El presidente Uribe no
demoró mucho en traicionar su compromiso de no extraditarlos, y
un día cualquiera, sin previo aviso, catorce de los principales jefes
fueron enviados a cárceles de Estados Unidos en un avión de la
DEA. De ese modo, el acuerdo de paz con las AUC le permitió a
la clase política regional que controlaba las instituciones del estado
en la periferia volver a reclamar su posición de poder cedida a los
líderes de los grupos armados.
No fue el fin de los señores de la guerra. Tan pronto como las
AUC se desmovilizaron en distintas partes de Colombia, surgieron
nuevos ejércitos privados. La diferencia era que ahora no existía el
apremio de la lucha contrainsurgente como factor de legitimación,
ni la tolerancia de las élites. Los cambios se apreciaron inmediata­
mente en la forma como eran presentados por el estado a la opinión
Más que plata o plomo

pública. Mientras que los paramilitares de Castaño fueron trata­


dos en un primer momento en los medios de comunicación como
genuinos combatientes contrainsurgentes sin vínculos apreciables
con el narcotráfico, a los nuevos ejércitos criminales se les bautizó
como Bandas Criminales Emergentes (Bacrim). Las autoridades no
dejaron lugar a dudas de que se trataba de bandas criminales con el
propósito exclusivo de acumular capital desde el control de la pro­
ducción y el tráfico de drogas, así como desde la extorsión de todas
las actividades productivas que ocurrían en sus zonas de influencia.
Por la sola necesidad de legitimar el estado se obVió que las Bacrim
podían hacerse al control de enormes volúmenes de capital porque
se convertían en autoridad en un estado en la práctica de numerosas
regiones de Colombia.
Los ejércitos privados que quedaron del proceso de desmovi­
lización de las AUC fueron la demostración de que la organización
de la violencia como medio para dominar sociedades y controlar las
rentas del narcotráfico se habían convertido en un motivo central del
paramilitarismo. La lucha contrainsurgente podría ser una necesidad,
incluso podría llegar hasta a ser una vocación genuina para muchos
grupos, pero solo tenía sentido si con la victoria militar se lograba la
imposición de la autoridad propia. A l analizar la nueva generación de
paramilitares, las Bacrim, es claro además que están compuestas por
los sectores más marginales del orden social. Luego de tanta guerra, el
conocimiento y las habilidades para ejercer el poder político desde la
organización privada de la violencia estuvieron disponibles para ellos
incluso en cantidades radicalmente superiores que a principios de los
ochenta.184 Sin embargo, la denominación de Bacrim no se trataba

184 Sobre el aprendizaje de prácticas organizacionales en la delincuencia, Beltrán (2014)


plantea la existencia de un capital organizacional, es decir de la apropiación y la
disponibilidad de un conocimiento sobre cómo organizar el crimen para convertirlo
en una actividad más rentable y de mayor escala. F.n el caso del paramilitarismo,
las mafias y las pandillas en Colombia si algo se ha desarrollado en estas últimas
décadas, marcadas por el auge de la industria del narcotráfico, es la disponibilidad tic
organizaciones v el conocimiento sobre prácticas organizacionales para transformar
la regulación tic mercados ilegales en regulación de espacios sociales de diversos tipos.

2 94
Gustavo Duncan

de la misma situación de siempre maquillada según la conveniencia


de las élites nacionales: el estado había sido obligado a llevar sus
insütuciones a territorios y comunidades donde eran prácticamente
inexistentes.

La e x p a n s ió n d e l a s in s t it u c io n e s d e l e st a d o

Luego de más de tres décadas de guerra contra las drogas, el estado


colombiano ha llevado a cabo un impresionante proceso de expan­
sión. A principios de los ochenta ni siquiera disponía de medios coer­
citivos suficientes para evitar que desde la segunda ciudad del país,
Medellín, un narcotraficante dispusiera del control de las barriadas
y le declarara la guerra. En áreas periféricas la situación era todavía
peor. Ni siquiera se trataba de una dominación compartida entre el
estado y otros grupos armados, en que guerrillas, paramilitares o
mafias se especializaban en la regulación de actividades criminales,
transacciones informales y espacios marginales. Era, por el contrario,
una regulación monopólica de la sociedad en la periferia por grupos
armados irregulares. Y no se trataba del deterioro de las instituciones
del estado en la periferia, las cuales eran prácticamente inexistentes
o precarias; se trataba de la aparición de nuevas instituciones que
respondían a la economía política del narcotráfico o, lo que es lo
mismo, a la necesidad de producir poder para ofrecerle protección
a la producción y el tráfico de cocaína.
El estado entonces tuvo que esforzarse en fortalecer sus ins­
tituciones y expandirlas hacia la periferia. El pulso de fuerza no
estaba dado por la obtención de una superioridad militar. De ser
así, el estado no hubiera tenido mayores problemas para someter a
las distintas organizaciones armadas, pues su capacidad coercitiva
siempre ha sido superior. El problema era extender su capacidad de
regulación hacia espacios y transacciones sociales que funcionaban
bajo el control de las instituciones de mafias, paramilitares y gue­
rrillas. Aunque el estado siempre lograba obtener la superioridad
en términos estrictamente coercitivos, estas organizaciones se las

295 .
Más que plata o piorno

arreglaban para continuar regulando muchos aspectos de la sociedad.


Es decir, el estado controlaba pero no gobernaba, o al menos no del
todo. El desafío1era en realidad extender el espectro de regulación
social que caía bajo sus instituciones o, en otras palabras, extender
su capacidad de gobernar espacios periféricos y marginales de la
sociedad que antes eran irrelevantes pero que ahora podían ser un
desafío debido al narcotráfico.
A l día de hoy el estado colombiano todavía se enfrenta con
muchos espacios y transacciones sociales que son regulados por
otras organizaciones armadas. Sin embargo, es una situación en que
las instituciones del estado progresivamente recuperan terreno. La
reducción del control social de los aparatos coercitivos del narcotrá­
fico ha sido notoria, al punto de que en muchos casos su capacidad
de regulación se reduce a asuntos puramente criminales e informales
y a comunidades marginales. Medellín ofrece un buen ejemplo de
cómo paulatinamente el estado ha expandido su capacidad regulatoria
a medida que las circunstancias obligan a desarrollar y expandir el
alcance de sus instituciones. Durante los tiempos de Pablo Escobar
el dominio de los bandidos en las barriadas era casi absoluto. El
estado solo podía ingresar en esos territorios a combatir con ellos.
A l caer el capo, la dominación por bandidos continuó, solo que el
estado comenzó a establecer mayor presencia de su fuerza coercitiva
y a realizar inversiones sociales. La oferta de servicios públicos,
subsidios y programas de vivienda le permitieron al estado intensi­
ficar su relación con los habitantes de las comunidades marginales.
Aunque la pertenencia a las bandas y combos criminales fuera la
opción más atractiva para los jóvenes del lugar, y la provisión de
justicia y protección dependiera en su mayor parte de las propias
organizaciones criminales, el estado se volvía cada vez más necesario
para la inclusión material de la comunidad.
A finales de los noventa dos grupos de las AUC se disputaban el
control de los bandidos de la ciudad al tiempo que luchaban contra
los milicianos de la guerrilla: la facción dirigida por Diego Bernardo
Murillo, alias “D on Berna”, finalmente se impuso a sangre y fuego.

296
Gustavo Duncan

“D on Berna” era el jefe de seguridad de los hermanos Galeano, quie­


nes fueron asesinados por Escobar en La Catedral. Para defenderse
de Escobar se unió a “los Pepes”, adquiriendo un papel protagónico
en la dirección del grupo. A l m orir Escobar parecía tener vía libre
para controlar el narcotráfico en Medellín, lo que posteriormente
logró luego de destruir a la poderosa banda de la Terraza y de someter
a los com bos de las comunas marginales con ayuda de los paramili­
tares de los Castaño. Su triunfo era en cierto modo una réplica del
m odelo de control de Escobar: los narcotraficantes de Medellín
debían pagarle una parte de sus rentas a cambio de protección. Con
estos recursos, “D on Berna” pagaba la nómina de los bandidos que
permitían proteger y someter a los narcotraficantes. Pero, a diferencia
de Escobar, “D on Berna” no desafiaba al estado, todo lo contrario,
trabajaba con el estado. A cambio de sobornos y de poner orden
entre los criminales, podía monopolizar las rentas por protección del
narco tráfico y demás negocios ilegales de la ciudad. La diferencia en
términos de dominación social fue resumida así por un entrevistado:
“cuando Pablo mandaba, la Policía no podía entrar aquí. Con “D on
Berna” ellos [la Policía] entraban cuando querían”.
Mal que bien era un paso enorme desde el punto de vista de
expansión de la capacidad regulatoria del estado. Así fuera en asocio
con unos criminales, el estado finalmente podía entrar a vigilar las
áreas marginales de la segunda ciudad del país. El respaldo de los
paramilitares de “D on Berna” fue valioso luego para derrotar a las
milicias de la guerrilla. Medellín había entrado en un proceso irre­
versible de pacificación. Las tasas de homicidio pasaron de 380,6
por cien mil habitantes en 19 9 1, a treinta y cuatro en 2007 (Giraldo,
2008). En 2003, 868 miembros de las bandas criminales utilizadas
por “D on Berna” para controlar las barriadas de Medellín se desmo­
vilizaron como paramilitares dentro del proceso de paz con las AUC.
En mayo de 2008 la extradición de él, junto con otros trece jefes
paramilitares, fue el final de su poder. Nuevos liderazgos surgieron,
desde alias Rogelio hasta alias Sebastián, quienes se disputaron el
control de lo que se conocía como la Oficina de Envigado, la mafia

297
Más que plata o plomo

que regulaba las rentas criminales de la ciudad. Pero las guerras que
siguieron a la extradición de “D on Berna” parecían simples vendettas
de delincuentes y de pandillas en comparación con lo que había sido
la guerra de Escobar.
Dos circunstancias habían debilitado la capacidad de regulación
de la sociedad desde el narcotráfico: en primer lugar, una serie de
inversiones en infraestructura y urbanismo cambiaron el paisaje social
donde la guerra tenía lugar (Martin, 2012). Las nuevas avenidas en
los barrios marginales, las estaciones de Metrocable, las bibliotecas,
las escuelas y demás obras dirigidas a la inclusión de las comunida­
des marginadas de la ciudad, arrebataron a la población del control
monopólico de las bandas y los combos. La ruptura del aislamiento
físico y simbólico por medio de-estas inversiones facilitó la función
de vigilancia del estado sobre la población. Quienes abrían comercios
alrededor de las avenidas y estaciones de Metrocable asistían a las
bibliotecas y escuelas y salían de sus barriadas al resto de la ciudad; así
establecían una nueva relación con el estado, utilizaban sus servicios,
recibían vigilancia de sus autoridades y estaban obligados a respetar
sus instituciones así fuera de manera temporal. Los adolescentes
de las bandas y los combos podían mantener un control parcial
del territorio, su capacidad de vigilancia cotidiana de la comunidad
era incuestionable, pero estaban obligados a respetar las nuevas
relaciones de sus habitantes con el estado porque eran demasiado
valoradas por la comunidad.
En segundo lugar, la presión de las autoridades sobre los nuevos
líderes interesados en tomar el control sobre los criminales de la
ciudad evitó que surgiera una organización como la de Escobar o
“D on Berna”, capaz de someter a los narcotraficantes de la ciudad.
El resultado es que al día de hoy no existe una mafia que canalice a
la fuerza las ganancias de la droga hacia las bandas y los combos de
manera periódica como ocurría previamente, o por lo menos no a
los anteriores niveles. Cuando un narcotraficante necesita hacer uso
de la violencia contrata a las bandas pero no les paga periódicamente
para recibir protección de ellas. Las bandas y los combos, así como

298
Gustavo Duncati

las mafias que las controlan, dependen de determinadas actividades


productivas en la ciudad que son susceptibles a la extorsión o a un
control mediante la violencia. Desde la venta de arepas y pollo en las
barriadas hasta las ventas minoristas de drogas, los juegos de azar,
la prostitución, las ventas de contrabando, el comercio informal,
etcétera, son presa de la regulación por distintos tipos de organi­
zaciones coercitivas. Pero se trata de mafias que progresivamente
se especializan en la venta de protección a actividades económicas
específicas y que, a excepción de los combos en las comunidades
más marginales, se distancian del ejercicio de la regulación social.
El debilitamiento actual de las mafias en relación con el estado
se refleja en la ascendencia que tienen las autoridades sobre la cri­
minalidad. La regulación de las mafias sobre ciertas transacciones y
espacios sociales está sujeta a la coordinación y a la aprobación de
sectores corruptos de la Policía en la ciudad. Parte de las ganancias
por extorsión y por la m onopolización de economías criminales
se destina al pago de sobornos a las autoridades para obtener el
perm iso de explotación de estas rentas. Los pactos entre mafias
demandan incluso la presencia de mandos de la Policía para aprobar
lo que los delincuentes acuerden. En julio de 2 0 13 se referenció en
varios medios una reunión Ocurrida en una finca de San Jerónimo,
donde “los Urabeños” pactaron un acuerdo con las mafias locales
que sobreviven a la Oficina de Envigado.185 El acuerdo era sobre la
repartición de los territorios y de las transacciones sujetas a control
criminal en Medellín. Según los comentarios de algunos analistas
locales al autor, en esa reunión estuvieron presentes miembros de la
Policía para garantizar los acuerdos. La lectura obvia de esta situación
es la de una corrupción desbordada. Pero dadas las exigencias que
recaen sobre las autoridades para evitar desorden e inseguridad, otra
lectura es la de un mecanismo para garantizar mayor previsibilidad y

185 Ver en In Sigth Crime, el artículo “Una tregua en Medellín acerca a los grupos a una
hegemonía criminal”, publicado el 3 de octubre de 2013.
Disponible en: http://es.insightcrime.org/analisis/una-tregua-en-mcdellin-acerca-a-
los-grupos-a-una-hegeomonia-criminal.

299
Más que plata o plomo

moderación en las actuaciones de las mafias. Por ejemplo, los grandes


empresarios de El Hueco, la zona céntrica de la ciudad plagada de
comercios de contrabando utilizados para lavar las ganancias del
narcotráfico, prefieren la corrupción de las autoridades a la vigilancia
de las Convivir, las mafias que regulan el centro. La razón es que
con la Policía y los funcionarios de las oficinas de impuestos saben
qué comportamientos esperar, mientras que a veces la imprevisi-
bilidad en los com portam ientos de las Convivir afecta negocios
multimillonarios. *

La expansión de la capacidad regulatoria del estado no solo


ha ocurrido en grandes ciudades y zonas urbanas donde el narco­
tráfico propició la aparición de mafias y pandillas. En áreas más
periféricas donde señores de la- guerra y guerrillas aprovecharon la
precaria institucionalidad del estado las transformaciones también
son evidentes. Aunque todavía existan organizaciones armadas que
imponen sus instituciones sobre las del estado, la incursión de la
fuerza pública y las inversiones en infraestructura, educación, salud
y servicios públicos han puesto límite a sus pretensiones de control
social. La llegada del estado ha supuesto de hecho un repliegue
geográfico para estas organizaciones, así como una reducción de los
espacios y las transacciones sociales que caen bajo su control. Estado
y grupos armados — sean guerrillas o Bacrim— pueden compartir
la dominación de un municipio, una vereda o una comunidad. La
diferencia está en que las instituciones estatales comienzan a despojar
a las instituciones de los grupos armados de su capacidad regulatoria.
Mucho de lo que antes funcionaba bajo las normas impuestas por
guerrillas y señores de la guerra ahora funciona bajo las normas y la
vigilancia de las autoridades estatales.
El avance de las instituciones del estado en el territorio ha sido el
resultado del fortalecimiento de su capacidad coercitiva. Los avances
militares de la guerrilla de mediados de los noventa generaron una
fuerte reacción del estado. La acumulación de medios coercitivos se
plasmó en un incremento del pie de fuerza, las Fuerzas Armadas pa­
saron de trescientos mil a cuatrocientos cuarenta y seis mil miembros

300
Ciustavn I)uncan

entre 2001 y 2 0 1 2 ,186 y de recursos destinados a la provisión de


seguridad, el gasto militar creció de 2,4 puntos del PIB durante el
gobierno de Gaviria (1990-1994) a 4,2 durante el primer gobierno
de Uribe (2002-2006) (López, 2011). Estados Unidos jugó un papel
importante de modernización de las Fuerzas Armadas a partir del
Plan Colombia que contribuyó sobre todo a que el país dispusiera
de una capacidad aérea de combate que marcó la diferencia en la
guerra contra las guerrillas. El fracaso del proceso de paz de Pastrana
y la llegada de Uribe a la presidencia en 2002 marcó a su vez un
punto de inflexión en la guerra contra las PARC. El Plan Colombia
fue absorbido dentro de la estrategia de Seguridad Democrática del
nuevo gobierno. Se había pasado de una visión de la guerra insur­
gente fundada principalmente en la erradicación de cultivos ilícitos,
el combate a la guerrilla y las inversiones en desarrollo alternativos
en las zonas de cultivo,187 a una visión de guerra por imposición
de las instituciones del estado. De acuerdo con la nueva estrategia
(Presidencia de la República, 2013), el objetivo era la imposición de
las instituciones del estado:
La Política de Defensa y Seguridad Democrática es una política de
Estado de largo plazo, que se desarrollará en coordinación con todas las
entidades del Gobierno y las demás ramas del poder. La verdadera se­
guridad depende no solo de la capacidad de la Fuerza Pública de ejercer
el poder coercitivo del Estado, sino también de la capacidad del poder
judicial de garantizar la pronta y cumplida administración de justicia,
del Gobierno de cumplir con las responsabilidades constitucionales

186 Ver en diálogo el artículo “Fuerzas Armadas de Colombia aumentaron en 146.000


hombres de 2001 a 2012”, publicado el 29 de mayo de 2012. Disponible en: http://
dialogo-americas.com/es/articles/rmisa/features/regional_news/2012/05/29/
feature-ex-3182.
187 El Plan Colombia fue concebido principalmente como un problema de desarrollo
en áreas periféricas. El propio presidente Pastrana se refería al Plan Colombia como
un Plan Marshall para el país. Es decir, como una contribución económica para
reconstruir una sociedad en posguerra. La visión no dejaba de ser un tanto ingenua
porque nunca se trató de una sociedad avanzada que fue destruida por un conflicto.
Todo lo contrario, las de los colonos eran sociedades que se habían hecho por medio
del conflicto y que continuaban inmersos en él.

301
Más que plata o plomo

del Estado y del Congreso de legislar teniendo presente la seguridad


como el bien común por excelencia de toda la sociedad (p. 12).

En una primera fase las guerrillas fueron expulsadas de las áreas


circundantes de las grandes ciudades y replegadas hacia las zonas
más remotas de la periferia. Posteriormente mandos importantes
comenzaron a ser abatidos en bombardeos de la fuerza área. Final­
mente los propios miembros del secretariado, la cúpula de las FARC,
comenzaron a ser dados de baja. En 2008 su máximp líder Alfonso
Cano, quien remplazó a Manuel Marulanda Vélez, muerto por causas
naturales, cayó en un operativo del ejército. A partir de entonces
quedó claro para las FARC que el plan de toma del poder trazado por
Marulanda había fracasado. No había la mínima opción de una victoria
militar. Pero de todas maneras disponían de los medios necesarios
para sobrevivir como una guerrilla. Muchas puntas de colonización
donde se cultivaba coca continuaban bajo su control. Eran territorios
demasiado hostiles a las instituciones del estado por la criminalización
que este mismo había hecho de los culdvos. A l no poder regular di­
rectamente las comunidades cocaleras, el estado delegaba en las AUC
el control de muchas regiones periféricas donde antes gobernaba la
guerrilla. Las instituciones de regulación social desarrolladas por los
ejércitos privados de los narcotraficantes no tenían problemas tanto
para ofrecer orden y protección en estas comunidades, como para
garantizar su sustento material (Jansson, 2008; Torres, 2012).
Cuando finalmente las FARC fueron llevadas a una situación
límite, replegadas hacia los bordes de la geografía habitada del país, la
dirigencia de las FARC se vio enfrentada a una realidad ineludible: ne­
gociar con el gobierno o sobrevivir indefinidamente en condiciones
precarias sin ninguna opción de victoria. La realidad se impuso y sus
líderes se embarcaron en un proceso de paz con el gobierno del su­
cesor de Uribe, Juan Manuel Santos. Pero al margen de los resultados
finales de un proceso que aún no termina, la economía política de las
áreas periféricas del país plantea un dilema para el estado y las élites:
¿cómo gobernar sociedades hostiles a las instituciones del estado?

302
( ¡ustavo Duncan

¿Hasta qué punto presionar con la imposición de unas instituciones


que no son coherentes con la lógica de mercados dependientes de la
hoja de coca o de actividades ilegales? En el caso de la negociación
con la dirigencia de las PARC el dilema parece resolverse fácilmente
porque se trata ante todo de una élite revolucionaria más interesada
en acceder al poder desde las instituciones del estado que de gobernar
sociedades periféricas. A cambio de una inserción en la vida política
legal, la dirigencia de la guerrilla estaría dispuesta a abandonar la
guerra, lo que equivale a la desmovilización de la única organización
armada que tiene el propósito de suplantar al estado central.
El problema para una desmovilización completa de las PARC
proviene de muchos mandos medios que seguramente continuarán
en la guerra porque su origen social es un impedimento para su
reinserción en la legalidad en condiciones de poder equivalentes a las
que tienen en la insurgencia. Se trata de combatientes rurales que a
duras penas manejan la retórica marxista necesaria para competir por
los puestos de poder de las FARC si se convierte en un movimiento
político en la legalidad. Sobre ellos pesa hoy el grueso del esfuerzo
militar de la guerrilla. También son los responsables de conseguir
los recursos de la organización bien sea por medio de la extorsión, la
minería ilegal o el control de los cultivos de coca y de los laboratorios
de cocaína. Poco sentido hay en renunciar a la oportunidad de poder
y riqueza que tendrán a la mano en el momento en que la dirigencia
de las FARC entregue las armas y no cuente con los medios coerciti­
vos para reclamar su obediencia. ¿Acaso no fue acabar con este tipo
de privaciones el motivo para ingresar a la guerrilla? Su mejor opción
será continuar en la guerra, aunque lo harán con un propósito muy
distinto al de una guerrilla comunista, dirigido estrictamente hacia
la dominación local. Lo más probable es que form en parte de las
numerosas Bacrim que surgen en la periferia colombiana, es decir
se convertirán en nuevos señores de la guerra.
Pese a todo, para el estado colombiano la nueva situación es un
avance con respecto a como estaban las cosas una década atrás. La
guerra contra las drogas desde la perspectiva del pulso de fuerzas

303
Más que plata o plomo

por imponer unas instituciones de regulación social ha señalado un


avance del estado sobre otras organizaciones coercitivas. Ha revertido
una tendencia expansiva de todo tipo de grupos armados, desde
pandillas y mafias hasta señores de la guerra y guerrillas. Ahora es
el estado el que incursiona en los espacios y las transacciones que
estaban bajo el control de las organizaciones coercitivas. En barrios
marginales y poblados rem otos donde antes la regulación social
era monopolizada por organizaciones criminales o insurgentes, las
instituciones del estado han comenzado a regular desde los asuntos
más intrascendentes hasta asuntos definitivos en la interacción social
como los derechos de propiedad. Es diciente que para apropiarse-
de tierras hasta los propios testaferros de la guerrilla utilicen las
notarías y otras instancias institucionales del estado.188 Si las institu­
ciones del estado no tuvieran un mínimo nivel de efectividad sobre
las sociedades periféricas no necesitarían hacerlo. Pero el logro más
importante ha sido la contención de la guerrilla a un punto en que la
naturaleza de la guerra ha sufrido una transformación. De una guerra
contrainsurgente en contra de un enemigo interesado en la toma del
poder nacional, una guerra en esencia de soldados, se está dando el
paso a una guerra exclusivamente contra mafias, señores de la guerra
y demás organizaciones especializadas en la explotación de rentas
criminales y la dominación de espacios periféricos o marginales, lo
que es ante todo una guerra de policías.

188 Ver en el portal de Caracol Radio el artículo “Así actuaron las PARC con algunos
jueces, notarios y alcaldes para robo de tierras en Antioquia”, publicado el 13 de
enero de 2012. Disponible en: http://www.caracol.com.co/noticias/judiciales/asi-
actuaron-las-farc-con-algunos-jucces-notarios-y-alcaldes-para-robo-de-tierras-cn-
antioquia/20120113/nota/l 605951.aspx. También ver en /:/ Espectador A artículo
“Las Tare y el despojo de tierra”, publicado el 6 de octubre de 2012. Disponible en:
http://www.elespectador.com/noticias/paz/farc-y-el-despojo-de-tierra-articulo
379732.

304
7

Contrastes: Estados Unidos,


Jam aica y Bolivia

Del otro lado de la frontera es distinto


[refiriéndose a Estados Unidos], cual­
quiera que tenga la mercancía la puede
vender sin tener que pagar o pedirle
permiso a nadie. El mercado es libre...
Entrevista a un ex narcotraficante
en Sinaloa

¿Son comparables los casos de México y Colombia con otros países


im portantes en el m ercado mundial de drogas? Solo de manera
parcial. México y Colombia son casos especiales a la hora de anali­
zar los efectos del narcotráfico en la política. No son simplemente
países productores de drogas. Desde sus sociedades se organiza la
mayor parte de la provisión de los mercados mundiales. Podero­
sos carteles garantizan que la mercancía sea producida y empacada
en lugares más remotos, luego sea transportada hasta los grandes
centros de consumo internacional y finalmente que las ganancias
sean redistribuidas a lo largo de toda la operación, lo que implica
un enorme e intenso flujo de capital ilegal en ambos países, y una
escala operativa superior que demanda la participación de un mayor
número de personas y grupos sociales. Por tanto, las comparaciones
necesariamente deben hacerse con países de características muy
diferentes a México y Colombia, donde predominan organizaciones
criminales especializadas en solo una etapa operativa del narcotráfico,
que a su vez implica una interacción muy distinta entre narcotráfico,
sociedad y poder político. Para simplificar las comparaciones, los
países pueden clasificarse en tres categorías de acuerdo con el papel

305
Más que plata o plomo

de sus organizaciones criminales en el comercio mundial de drogas:


en primer lugar están aquellos países que constituyen los mercados
finales; en segundo lugar están los países que operan exclusivamen­
te como productores de materia prima, básicamente cultivadores
de coca, marihuana y amapola, y por último están los países que
cumplen un papel estratégico como transbordo de mercancía en el
tráfico internacional.
Este capítulo contrasta los efectos del narcotráfico en la estructu­
ra del poder político de México y Colombia coníres países: Estados
Unidos, Jamaica y Bolivia. Cada uno de ellos es un caso típico de
las tres distintas categorías propuestas. En esencia lo que interesa
es indagar por cómo las necesidades de protección del narcotráfico
afectan los procesos de definición de poder debido a las transforma­
ciones que en mayor o menor medida provoca el narcotráfico en la
sociedad. En otras palabras, ¿cómo las demandas sociales que genera
el narcotráfico varían y generan nuevas instituciones de regulación
dadas las características de los países consumidores, intermediarios y
productores primarios de drogas? ¿Hasta qué punto el surgimiento de
nuevas instituciones de regulación entre determinadas comunidades
afecta las relaciones de poder en el conjunto de la sociedad, es decir
en la periferia, y entre el centro y la periferia? El análisis de cada caso
es breve, lo suficiente para resaltar las diferencias que surgen en rela­
ción con México y Colombia. El propósito de la comparación no es
elaborar una historia política de las drogas en Estados Unidos, Jamaica
y Bolivia, sino señalar las diferencias que se producen en términos dé­
las trayectorias de poder cuando, además de su papel en la división
del trabajo en el narcotráfico, las variables básicas como los niveles
de acumulación de capital y la geografía del estado son diferentes.

E l m e r c a d o f in a l : E st a d o s U n id o s

Casi todos los grandes mercados de droga están ubicados en los


países desarrollados de Occidente, es decir Estados Unidos, Eu­
ropa occidental, Canadá y Australia. Allí, los precios finales son

306
Gustavo Duncan

superiores por la alta capacidad adquisitiva de la población y por


el mayor riesgo que implica la existencia de una institucionalidad
fuerte. También fue desde allí donde las drogas se convirtieron en
parte de la cultura de consumo posfordista. En Asia, países con alta
capacidad adquisitiva como Singapur y China (rico en cuanto a PIB
absoluto) no son mercados atractivos porque las penas contra los
traficantes y la persecución de las autoridades imponen unos niveles
de riesgos prohibitivos y espantan a los potenciales consumidores.189
O tro mercado importante es Brasil, donde si bien el precio final de
la droga no es tan alto como en el mundo desarrollado, el volumen
de consumidores convierte sus megaciudades en plazas atractivas.
En Estados Unidos los efectos del narcotráfico en el poder
político son severamente restringidos. Aun en las geografías perifé­
ricas del estado sus instituciones son lo suficientemente fuertes para
neutralizar cualquier aspiración de las organizaciones criminales de
regular la sociedad. Los cultivos de marihuana, por ejemplo, están
localizados una gran parte en áreas remotas dentro de los parques
naturales.190 La lejam'a es el principal medio de protección de los culti­
vadores. No hay necesidad de establecer relaciones de dominación de
ningún tipo porque estos parajes están deshabitados. 1.a probabilidad
de que alguien se tropiece con los cultivos y denuncie su existencia
a las autoridades es tan baja que no pone en riesgo la viabilidad del
negocio. Otra parte de los cultivos tiene lugar en los sótanos de

189 Las penas en Singapur por narcotráfico son tan drásticas que incluyen la pena tic
muerte. Recientemente las agencias de derechos humanos celebraron que a un
traficante malayo con solo 47 gramos de heroína se le cambiara la sentencia de
morir en la horca por 15 latigazos y prisión perpetua. Ver en BBC Mundo el artículo
“Singapur: conmutan pena de muerte a condenado por poseer 47 gramos de droga”,
publicado el 14 de noviembre de 2013. Disponible en: http://wwutbbc.co.uk/
mundo/ultimas_noticias/2013/11/131114_ultnot_singapur_perdona_pena_dc_
muerte_amv.shtml.
190 Incluso hay preocupación por los daños que puedan causar los cultivos de marihuana
al sistema de bosques nacionales en listados Unidos. Ver en láve Science el artículo
“Pot Growers Destroying National Forests”, publicado el 12 de diciembre de 2011.
Disponible en: http://www.livescience.com/17417-marijuana-growers-national-forests.
html.

307
Más que plata o plomo

de sus organizaciones criminales en el comercio mundial de drogas:


en primer lugar están aquellos países que constituyen los mercados
finales; en segundo lugar están los países que operan exclusivamen­
te como productores de materia prima, básicamente cultivadores
de coca, marihuana y amapola, y por último están los países que
cumplen un papel estratégico como transbordo de mercancía en el
tráfico internacional.
Este capítulo contrasta los efectos del narcotráfico en la estructu­
ra del poder político de México y Colombia con tres países: Estados
Unidos, Jamaica y Bolivia. Cada uno de ellos es un caso típico de
las tres distintas categorías propuestas. En esencia lo que interesa
es indagar por cómo las necesidades de protección del narcotráfico
afectan los procesos de definición de poder debido a las transforma­
ciones que en mayor o menor medida provoca el narcotráfico en la
sociedad. En otras palabras, ¿cómo las demandas sociales que genera
el narcotráfico varían y generan nuevas instituciones de regulación
dadas las características de los países consumidores, intermediarios y
productores primarios de drogas? ¿Hasta qué punto el surgimiento de
nuevas instituciones de regulación entre determinadas comunidades
afecta las relaciones de poder en el conjunto de la sociedad, es decir
en la periferia, y entre el centro y la periferia? El análisis de cada caso
es breve, lo suficiente para resaltar las diferencias que surgen en rela­
ción con México y Colombia. El propósito de la comparación no es
elaborar una historia política de las drogas en Estados Unidos, Jamaica
y Bolivia, sino señalar las diferencias que se producen en términos de
las trayectorias de poder cuando, además de su papel en la división
del trabajo en el narcotráfico, las variables básicas como los niveles
de acumulación de capital y la geografía del estado son diferentes.

El m e r c a d o f in a l : E st a d o s U n id o s

Casi todos los grandes mercados de droga están ubicados en los


países desarrollados de Occidente, es decir Estados Unidos, Eu­
ropa occidental, Canadá y Australia. Allí, los precios finales son

306
Gustavo Dimean

superiores por la alta capacidad adquisitiva de la población y por


el mayor riesgo que implica la existencia de una institucionalidad
fuerte. También fue desde allí donde las drogas se convirtieron en
parte de la cultura de consumo posfordista. En Asia, países con alta
capacidad adquisitiva como Singapur y China (rico en cuanto a PIB
absoluto) no son mercados atractivos porque las penas contra los
traficantes y la persecución de las autoridades imponen unos niveles
de riesgos prohibitivos y espantan a los potenciales consumidores.189
O tro mercado importante es Brasil, donde si bien el precio final de
la droga no es tan alto como en el mundo desarrollado, el volumen
de consumidores convierte sus megaciudades en plazas atractivas.
En Estados Unidos los efectos del narcotráfico en el poder
político son severamente restringidos. Aun en las geografías perifé­
ricas del estado sus instituciones son lo suficientemente fuertes para
neutralizar cualquier aspiración de las organizaciones criminales de
regular la sociedad. Los cultivos de marihuana, por ejemplo, están
localizados una gran parte en áreas remotas dentro de los parques
naturales.190 La lejanía es el principal medio de protección de los culti­
vadores. No hay necesidad de establecer relaciones de dominación de
ningún tipo porque estos parajes están deshabitados. La probabilidad
de que alguien se tropiece con los cultivos y denuncie su existencia
a las autoridades es tan baja que no pone en riesgo la viabilidad del
negocio. O tra parte de los cultivos tiene lugar en los sótanos de

189 Las ponas en Singapur por narcotráfico son tan drásticas que incluyen la pena do
muerto. Recientemente las agencias do derechos humanos celebraron que a un
traficante malayo con solo 47 gramos de heroína se le cambiara la sentencia de
morir en la horca por 15 latigazos y prisión perpetua. Ver en BBC Mundo el artículo
“Singapur: conmutan pena de muerte a condenado por poseer 47 gramos de droga”,
publicado el 14 de noviembre de 2013. Disponible en: http://www.bbc.co.uk/
mundo/ultimas_noticias/2013/ll/131114_ultnot_singapur_perdona_pena_de_
muerte_amv.shtml.
190 Incluso hay preocupación por los daños que puedan causar los cultivos de marihuana
al sistema de bosques nacionales en Estados Unidos. Ver en láve Science el artículo
“Pot Growers Destroying National Forests”, publicado el 12 de diciembre de 2011.
Disponible en: http://wwwlivescience.com/17417-marijuana-growers-national-forcsts.
html.

307
Más cjuc piala o plomo

las viviendas bajo sofisticadas técnicas hidropónicas que permiten


extraer variedades con alto contenido psicoactivo. La producción
es llevada a cabo ,por pequeños empresarios que en su mayor parte
venden sus cosechas al por menor entre comunidades de usuarios
de marihuana. La atomización del negocio y la clandestinidad que
ofrecen los sótanos de las propias viviendas son suficientes para
proteger a los productores. No existe una mafia como tal que ofrezca
protección y a cambio monopolice la venta del producto. Solo la
marihuana que es traficada desde México está sujeta al manejo de
*

grandes organizaciones criminales.


La producción local de marihuana es de todos modos el lado
menos conflictivo del narcotráfico en la sociedad estadouniden­
se. La provisión de los mercados mayoristas de cocaína, heroína,
metanfetamina y demás drogas sintéticas que en su mayor parte
son fabricadas por fuera del país constituye el principal objetivo
de las organizaciones criminales. Sin embargo, la competencia por
los mercados mayoristas ocurre bajo un uso muy reducido de la
violencia si se compara con México y Colombia. La fortaleza de
las instituciones del estado impide que los enfrentamientos de los
narcotraficantes involucren a la población. Las autoridades de la
ciudad no permitirían que el cartel ejecutara una ola de asesinatos
como las que ocurren en las calles y ranchos de México. Pequeños
incrementos en las tasas de homicidio son suficientes para llamar la
atención de la opinión pública. En Chicago el incremento del 16% en
el número de asesinatos fueron suficientes para atribuirle a Joaquín
“el Chapo” Guzmán la calificación del enemigo público número
uno por las autoridades de la ciudad.191 En realidad Guzmán era más
bien responsable de suministrar las drogas, no tanto del incremento
de la violencia como tal. El mayor número de homicidios respondía

191 Ver en The Independcnt, el artículo “Chicago has a new Public F.nemyNo I -Joaquín
‘R1 Chapo’ Guzmán... the world’s most powerful drug trafficker”, publicado el 15
de febrero de 2013. Disponible en: http://www.independent.co.uk/news/world/
americas/chicago-has-a-new-public-enemy-no-l—joaquin-el-chapo-guzman-the-
worlds-most-powerful-drug-trafficker-8497493.html.

308
Gustavo Duncan

a cambios en la estructura de las pandillas: “El problema ahora es


que la estructura de las pandillas aquí se ha fracturado tanto que
tienes cualquier cantidad de bandas”, explica Brian Sexton, jefe de
la Oficina Antinarcóticos del condado de Cook. “Puedes tener tan
solo alrededor de unos 15 individuos en una cuadra o cualquier otro
lugar, pero allí no hay nadie arriba realmente dirigiendo las cosas,
y son más jóvenes y más violentos de lo que alguna vez fueron”.192
Tan restringida es la violencia que la competencia por los mer­
cados mayoristas en Estados Unidos depende más de la capacidad
logística y de los inventarios de las organizaciones criminales que
de su capacidad de intimidación. Un cartel controla el mercado de
una ciudad porque es capaz de establecer una red de intermediarios
que dependen de su suministro de droga para tener mercancía que
vender. Es la dificultad de traficar la mercancía a través de las fron­
teras de Estados Unidos lo que determina la capacidad de controlar
los mercados. Quien posee desde el exterior las rutas de drogas que
suplen las redes de distribución en la frontera está en una posición
ventajosa. Más aún quien posee los contactos con los capos de Co­
lombia y México que controlan estas rutas están en una posición
superior entre la jerarquía de intermediarios (Decker y Townsend,
2008). El principal mecanismo de control del mercado es la dispo­
nibilidad de redes de aprovisionamiento. No existe una mafia como
tal que imponga un pago por cada transacción de drogas a cambio
de ofrecer protección y orden entre los narcotraficantes que surten
una ciudad o una región. La coerción es contratada cuando alguien
necesita reclamar por el incumplimiento de un contrato o tomar reta­
liaciones por el robo de una mercancía. Se trata, en consecuencia, de
mercados abiertos porque otros carteles tienen cómo ofrecer drogas
a los distintos grupos de intermediarios sin que una organización
los persuada por medio del uso de la fuerza.

192 Traducción del autor. Ver en revista Time el artículo “1low Captured Mexican Drug
Lord ‘L1 Chapo’ Turnee! Chicago Into Mis Home Port”, publicado el 26 de febrero
de 2014. Disponible en: http://time.com/9963/eI-chapo-joaquin-guzman-sinaloa-
cartel-chicago/.

309
Más que plata o plomo

Los relatos de diversos narcotraficantes demuestran que los mer­


cados mayoristas de drogas en Estados Unidos son libres. Reuters
(1985) habla cíe “crimen desorganizado” para referirse a las redes de
las organizaciones narcotraficantes en Estados Unidos. Los narcotra­
ficantes entrevistados en las cárceles por Decker y Townsend (2008)
afirman que la cadena de distribución mayorista no tiene restriccio­
nes violentas de entrada salvo el conocimiento de los respectivos
contactos. La tesis doctoral de Fuentes (1998) sobre las redes de
distribución de los carteles colombianos de C alfy del norte del Valle
durante los ochenta y los noventa también corrobora que la protec­
ción de la comercialización mayorista dependía exclusivamente de la
clandestinidad de las operaciones. Los libros testimoniales de antiguos
narcotraficantes como los de Montoya (2011) y Cardona (2014) arro­
jan la misma información: todo depende de no dejarse capturar, o a
lo sumo de algún eventual pero poco significativo soborno a alguna
autoridad. Las entrevistas en Sinaloa por el autor también confirman
la hipótesis de un mercado mayorista no regulado en Estados Unidos.
Si el control sobre el mercado mayorista de drogas tiene tantas
restricciones para el ejercicio de un control monopólico por parte
de una organización criminal, mucho menos probable es el esta­
blecimiento de algún tipo de instituciones de regulación social. La
dominación de la sociedad por parte de organizaciones criminales
que está soportada en la violencia privada necesariamente tiene que
soportarse en el control indirecto de las instituciones del estado
por medio de la clase política y de las autoridades públicas. Pero la
evidencia demuestra que las organizaciones criminales que manejan
la provisión de los mercados mayoristas tampoco cuentan con la
influencia suficiente sobre la clase política como para incidir signifi­
cativamente sobre la vida política de una comunidad. Los sobornos
existen a todos los niveles, desde los policías en los guetos hasta
congresistas y gobernadores.193 Pero en la relación de soborno no hay

193 l 'na búsqueda en internet revela que la mayoría de los casos de corrupción involucran
a policías o agentes antidrogas que de manera aislada negocian con narcotraficantes.
Los casos de políticos son mucho menos frecuentes.

310
Gustavo Duncan

una delegación de las funciones de regulación de un espacio social


a las organizaciones criminales. Más aún: el poder de los narcotra-
ficantes es tan limitado que los políticos pueden traicionarlos sin
tem or a retaliaciones violentas. El asesinato de un dirigente público,
de un agente antidrogas o de un policía, significa una persecución
implacable contra la organización narcotraficante. El contraste es
evidente en los propios relatos de los narcotraficantes mexicanos
que sobornan a ambos lados de la frontera. Montoya (2011) relató
en su autobiografía que en Chihuahua luego de ser capturado por
las autoridades se convirtió a la brava en el subalterno de un general
corrupto que gobernaba la plaza. No era realmente un soborno lo
que tenía que pagar sino un costoso tributo por cada gramo de mer­
cancía que movía; de no hacerlo podía ser acribillado. Mientras tanto,
Montoya había logrado establecer un contacto con un funcionario
corrupto de la aduana de Estados Unidos. A cambio de unos miles
de dólares el funcionario dejaba que el carro de Montoya pasara sin
problemas la fila de la aduana que vigilaba durante un turno de unas
cuantas horas. Las implicaciones políticas de esta transacción eran
insignificantes, no había ningún tipo de efecto sobre las instituciones
que gobernaban la sociedad.
La capacidad de las mafias de imponer instituciones de gobierno
propias es insignificante frente a la fortaleza y la consolidación de
las instituciones del estado. Esta fortaleza no solo se explica por
el capital de que dispone el estado más rico del mundo, sino tam­
bién porque para la mayor parte de la población las instituciones
del estado son coherentes con sus demandas de regulación social.
Los valores, las normas y los comportamientos de casi todos los
grupos de la población están representados en sus instituciones; su
regulación del orden social goza de tan amplia legitimidad, que es
prácticamente imposible que los aparatos coercitivos de los narco-
traficantes puedan desafiarlo. Ni siquiera en municipios pequeños
donde en principio el capital de la droga tendría cóm o apabullar
la riqueza local, las organizaciones criminales aspiran a dominar la
sociedad. La estrategia para evitar la represión de las autoridades es

311
Más que plata o plome

Iros relatos de diversos narcotraficantes demuestran que los mer­


cados mayoristas de drogas en Estados Unidos son libres. Reuters
(1985) habla cíe “crimen desorganizado” para referirse a las redes de
las organizaciones narcotraficantes en Estados Unidos. Los narcotra-
ficantes entrevistados en las cárceles por Decker y Townsend (2008)
afirman que la cadena de distribución mayorista no tiene restriccio­
nes violentas de entrada salvo el conocimiento de los respectivos
contactos. La tesis doctoral de Fuentes (1998) sobre las redes de
distribución de los carteles colombianos de Calfy del norte del Valle
durante los ochenta y los noventa también corrobora que la protec­
ción de la comercialización mayorista dependía exclusivamente de la
clandestinidad de las operaciones. Los libros testimoniales de antiguos
narcotraficantes como los de Montoya (2011) y Cardona (2014) arro­
jan la misma información: todo depende de no dejarse capturar, o a
lo sumo de algún eventual pero poco significativo soborno a alguna
autoridad. Las entrevistas en Sinaloa por el autor también confirman
la hipótesis de un mercado mayorista no regulado en Estados Unidos.
Si el control sobre el mercado mayorista de drogas tiene tantas
restricciones para el ejercicio de un control m onopólico por parte
de una organización criminal, mucho menos probable es el esta­
blecimiento de algún tipo de instituciones de regulación social. La
dominación de la sociedad por parte de organizaciones criminales
que está soportada en la violencia privada necesariamente tiene que
soportarse en el control indirecto de las instituciones del estado
por medio de la clase política y de las autoridades públicas. Pero la
evidencia demuestra que las organizaciones criminales que manejan
la provisión de los mercados mayoristas tampoco cuentan con la
influencia suficiente sobre la clase política como para incidir signifi­
cativamente sobre la vida política de una comunidad. Los sobornos
existen a todos los niveles, desde los policías en los guetos hasta
congresistas y gobernadores.193 Pero en la relación de soborno no hay

193 L'na búsqueda en internet revela que la mayoría de los casos de corrupción involucran
a policías o agentes antidrogas que de manera aislada negocian con narcotraficantes.
1.<>s casos de políticos son mucho menos frecuentes.

310
Ciustavo Duncan

una delegación de las funciones de regulación de un espacio social


a las organizaciones criminales. Más aún: el poder de los narcotra-
ficantes es tan limitado que los políticos pueden traicionarlos sin
tem or a retaliaciones violentas. El asesinato de un dirigente público,
de un agente antidrogas o de un policía, significa una persecución
implacable contra la organización narcotraficante. El contraste es
evidente en los propios relatos de los narcotraficantes mexicanos
que sobornan a ambos lados de la frontera. Montoya (2011) relató
en su autobiografía que en Chihuahua luego de ser capturado por
las autoridades se convirtió a la brava en el subalterno de un general
corrupto que gobernaba la plaza. No era realmente un soborno lo
que tenía que pagar sino un costoso tributo por cada gramo de mer­
cancía que movía; de no hacerlo podía ser acribillado. Mientras tanto,
Montoya había logrado establecer un contacto con un funcionario
corrupto de la aduana de Estados Unidos. A cambio de unos miles
de dólares el funcionario dejaba que el carro de Montoya pasara sin
problemas la fila de la aduana cjue vigilaba durante un turno de unas
cuantas horas. Las implicaciones políticas de esta transacción eran
insignificantes, no había ningún tipo de efecto sobre las instituciones
que gobernaban la sociedad.
1 -a capacidad de las mafias de imponer instituciones de gobierno
propias es insignificante frente a la fortaleza y la consolidación de
las instituciones del estado. Esta fortaleza no solo se explica por
el capital de que dispone el estado más rico del mundo, sino tam­
bién porque para la mayor parte de la población las instituciones
del estado son coherentes con sus demandas de regulación social.
Los valores, las normas y los comportamientos de casi todos los
grupos de la población están representados en sus instituciones; su
regulación del orden social goza de tan amplia legitimidad, que es
prácticamente imposible que los aparatos coercitivos de los narco-
traficantes puedan desafiarlo. Ni siquiera en municipios pequeños
donde en principio el capital de la droga tendría cómo apabullar
la riqueza local, las organizaciones criminales aspiran a dominar la
sociedad. La estrategia para evitar la represión de las autoridades es
Más que plata o pl<>m<

la clandestinidad. Evitan incluso realizar inversiones para ganarse


a la población porque llamarían inmediatamente la atención. Un
estudiante del autoq originario de un pueblo de Connecticut, ubicado
en un punto de distribución estratégico de drogas hacia el noreste
de Estados Unidos y hacia Canadá, comentaba que los operarios de
los carteles nunca se relacionaban con la gente del lugar. Su única
inversión era com prar casas en los bosques aledaños que usaban
como refugios y bodegas, nada lujosas en comparación con la de
los otros habitantes, y su única interacción con la sociedad era la
compra de cigarrillos y combustible que realizaban en una gasolinera
del pueblo. Muy distinto a la situación en los pequeños pueblos de
México y Colombia que se convierten en nodos estratégicos de los
corredores de drogas. Allí los narcotraficantes rápidamente asumen
un papel protagónico como los patrones que proveen de recursos
a la economía del lugar y que aspiran a regular el orden social. El
cambio en la capacidad adquisitiva de los mercados y en el consumo
suntuario se siente inmediatamente por la necesidad de ser recono­
cidos como un referente simbólico en la comunidad.
Solo en algunos vecindarios marginales, compuestos por mino­
rías étnicas como los guetos afroamericanos e hispanos, las organi­
zaciones que trafican drogas ejercen algún tipo de autoridad. En los
guetos, a diferencia del grueso de las comunidades que componen
Estados Unidos, existe un rechazo y un descreimiento de las ins­
tituciones del estado. Sus valores básicos y sus normas no tienen
sentido cuando abunda la percepción de que están hechas en contra
de las posibilidades de éxito social de los jóvenes de los guetos. Con
mucha razón tienen esta percepción, pues la mayoría de ellos no
disponen de la educación, los contactos, las habilidades sociales, el
capital, ni de los demás recursos para ascender a una posición supe­
rior en el orden social. Sus ventajas de realización social están en las
oportunidades que ofrecen las pandillas que controlan los mercados
minoristas de drogas en los guetos.194 Es lo que Anderson (2000) ha

194 Al respecto, Walters (2002), a partir de un análisis demográfico sobre la prevalencia de


delitos asociados con venta tic drogas: encontró que: “til tráfico de drogas puede, por

312
(¡ustavo 1)im cm

denominado como el “código de la calle”, un sistema de normas y


valores alternos que rige los comportamientos de la población de los
guetos de Estados Unidos, en los que la violencia y la criminalidad
juegan un papel central:
Dado que el código de la calle es sancionado básicamente por
la violencia y por la amenaza de una represalia violenta, entre más
escogen los jóvenes de los guetos esta alternativa de vida más prepon­
derante se convierte el código de la calle en el vecindario. Los habitan­
tes del lugar están obligados a escoger entre un código abstracto de
justicia que es menospreciado por los individuos más peligrosos de las
calles y un código práctico que funciona como un mecanismo para la
supervivencia en los espacios públicos de sus comunidades (p. 134).*195

El “código de la calle”, o algún otro sistema de valores, normas


y comportamientos equivalente al descrito por Anderson (2000),
funciona como la base de la autoridad que imponen las pandillas en
comunidades rezagadas en el orden social, en muchos casos sopor­
tada sobre el control de la venta minorista de drogas. Sin embargo,
se trata de una autoridad que de todas formas es bastante limitada
por la vigilancia de la policía, por la penetración de los servicios y de
las inversiones de las agencias públicas y, sobre todo, por el hecho de
que la acumulación de capital es tan alta en el mundo desarrollado
que los ingresos del narcotráfico son irrelevantes como mecanismo
de inclusión en el mercado. Asimismo, es casi nula la población que
no está vinculada a las pandillas, que depende de algún modo de
estas directa o indirectamente para obtener seguridad y justicia. La
mayoría de las pandillas son de hecho un factor de incremento de la
criminalidad cotidiana, de robos y asaltos callejeros a los habitantes

consiguiente, actuar como un igualador social para aquellos que se ven a sí mismos en
una pobre posición en la jerarquía política y social. Grupos y personas quienes creen
que sus oportunidades de éxito en los canales regulares están limitados pueden ser
arrastrados a actividades como la venta de drogas que prometen enormes ganancias
en periodos de tiempo relativamente cortos. Estos beneficios no solo se miden en
dólares sino también en estatus, poder y respeto” (p. 171). Traducción del autor.
195 Traducción del autor.

313
Más que plata o plomo

del lugar, sin que estén en condiciones de ofrecer un servicio de


vigilancia a los vecinos.
La dificultad para imponer instituciones propias de regulación
social se expresa a su vez en la fragmentación de las organizaciones
narcotraficantes. Aunque han existido algunos casos de pandillas or­
ganizadas y numerosas en los guetos negros, como los “Blood” y los
“Crip” en Los Angeles, o los “Vice Lord” en Chicago, no necesaria­
mente el número de integrantes significaba una actuación coordinada
y orgánica entre sus miembros, mucho menos el establecimiento
*

de una relación de dominación sobre la comunidad. Actualmente


está ocurriendo un proceso de integración del mercado en que los
carteles mexicanos se asocian con pandillas de hispanos para proveer
la demanda de drogas de grandes ciudades. Los informes de prensa
señalan por ejemplo que “el Chapo” Guzmán era, al menos hasta el
momento de su captura, el principal proveedor de ciudades como
Chicago. Aunque no existe un control del mercado mayorista disdnto
al que se ejerce mediante la mayor disponibilidad de inventarios de
drogas y de redes de distribución, la asociación con las pandillas sí
permite mantener un control territorial sobre la venta minorista. En
los guetos solo quienes pertenecen o tienen permiso de las pandillas
dominantes puede vender mercancía y esta no puede provenir de otro
cartel. Pero el principal factor de disuasión de “el Chapo” continúa
siendo su capacidad de colocar drogas del otro lado de la frontera de
México. Si la pandilla decide traicionarlo y acudir a otro proveedor
mayorista, corre el riesgo de perder la garantía de un suministro
continuo de drogas por un cartel tan consolidado como el de Sinaloa.
Por el solo hecho de que controlen la venta de drogas en un
área marginal de la sociedad no puede hablarse de que las pandillas
sean el gobierno de dicha área. En el negocio de la droga no está
implícita la provisión de demandas sociales, salvo las aspiraciones
de reivindicación de jóvenes pertenecientes a subculturas criminales.
No hay una oferta mínima de seguridad y orden en las calles de los
guetos. La vigilancia es solo para garantizar que otros criminales no
exploten el mercado de drogas, no para proteger a los vecinos. Las

314
Gustavo Duncan

pandillas tampoco ofrecen algún sistema de justicia y de solución


de diferencias en sus comunidades. El “código de la calle” dicta las
pautas sobre las normas y los comportamientos que es necesario
seguir para sobrevivir en un ambiente social bastante violento, pero
no implica la existencia de una organización que fuerce su cumpli­
miento. Los efectos en la configuración del poder político en los
guetos donde las pandillas monopolizan la venta minorista son más
bien pobres. Sus limitaciones en la dominación social se reflejan en
la ausencia de negociaciones con la clase política. Las pandillas no
tienen cómo movilizar a la gente para votar por determinado candi­
dato de su interés; su capacidad de regulación de la comunidad solo
llega hasta temas puramente delincuenciales. Para las autoridades
de Estados Unidos el tema se agota en un asunto de salud pública
y lucha contra la delincuencia; no alcanza a tocar las decisiones de
poder en la sociedad.
En contraste, las organizaciones criminales de las favelas de
Brasil — el equivalente a los guetos de Estados Unidos— alcanzan
a adquirir poder político al surtir demandas sociales que las institu­
ciones del estado no son capaces de proveer, como la justicia y la
seguridad. Los niveles de pobreza y de exclusión no permiten que las
instituciones del estado sean adecuadas para regular el orden social
en las favelas de Río de Janeiro y Sao Paulo. Las instituciones de las
bandas criminales que controlan las favelas son, en cambio, propicias
para la regulación de estos espacios sociales. Los “soldados” de las
bandas son jóvenes de la comunidad que disponen de información
inmediata sobre cualquier transgresión a sus normas. Asimismo,
conocen los sentimientos de la comunidad para saber hasta qué
punto toleran las imposiciones de las organizaciones criminales.
En muchos casos la imposición está legitimada por los gastos en el
bienestar de la comunidad que hacen las bandas. Una crónica del
periodista loan G rillo resume el gobierno paralelo de las bandas en
las favelas de Río de Janeiro:
El comando también castiga a quienes cometen “crímenes so­
ciales” en la favela, como violación o robos. Si alguien es acusado de

315
Más i|uc piala o plomo

del lugar, sin que estén en condiciones de ofrecer un servicio de


vigilancia a los vecinos.
La dificultad para imponer instituciones propias de regulación
social se expresa a su vez en la fragmentación de las organizaciones
narcotraficantes. Aunque han existido algunos casos de pandillas or­
ganizadas y numerosas en los guetos negros, como los “Blood” y los
“Crip” en Los Angeles, o los “Vice Lord” en Chicago, no necesaria­
mente el número de integrantes significaba una actuación coordinada
y orgánica entre sus miembros, mucho menos el establecimiento
*

de una relación de dominación sobre la comunidad. Actualmente


está ocurriendo un proceso de integración del mercado en que los
carteles mexicanos se asocian con pandillas de hispanos para proveer
la demanda de drogas de grandes ciudades. Los informes de prensa
señalan por ejemplo que “el Chapo” Guzmán era, al menos hasta el
momento de su captura, el principal proveedor de ciudades como
Chicago. Aunque no existe un control del mercado mayorista distinto
al que se ejerce mediante la mayor disponibilidad de inventarios de
drogas y de redes de distribución, la asociación con las pandillas sí
permite mantener un control territorial sobre la venta minorista. En
los guetos solo quienes pertenecen o tienen permiso de las pandillas
dominantes puede vender mercancía y esta no puede provenir de otro
cartel. Pero el principal factor de disuasión de “el Chapo” continúa
siendo su capacidad de colocar drogas del otro lado de la frontera de
México. Si la pandilla decide traicionarlo y acudir a otro proveedor
mayorista, corre el riesgo de perder la garantía de un suministro
continuo de drogas por un cartel tan consolidado como el de Sinaloa.
Por el solo hecho de que controlen la venta de drogas en un
área marginal de la sociedad no puede hablarse de que las pandillas
sean el gobierno de dicha área. En el negocio de la droga no está
implícita la provisión de demandas sociales, salvo las aspiraciones
de reivindicación de jóvenes pertenecientes a subculturas criminales.
No hay una oferta mínima de seguridad y orden en las calles de los
guetos. La vigilancia es solo para garantizar que otros criminales no
exploten el mercado de drogas, no para proteger a los vecinos. Las

314
Gustavo Duncan

pandillas tampoco ofrecen algún sistema de justicia y de solución


de diferencias en sus comunidades. El “código de la calle” dicta las
pautas sobre las normas y los comportamientos que es necesario
seguir para sobrevivir en un ambiente social bastante violento, pero
no implica la existencia de una organización que fuerce su cumpli­
miento. Los efectos en la configuración del poder político en los
guetos donde las pandillas monopolizan la venta minorista son más
bien pobres. Sus limitaciones en la dominación social se reflejan en
la ausencia de negociaciones con la clase política. Las pandillas no
tienen cómo movilizar a la gente para votar por determinado candi­
dato de su interés; su capacidad de regulación de la comunidad solo
llega hasta temas puramente delincuenciales. Para las autoridades
de Estados Unidos el tema se agota en un asunto de salud pública
y lucha contra la delincuencia; no alcanza a tocar las decisiones de
poder en la sociedad.
En contraste, las organizaciones criminales de las favelas de
Brasil — el equivalente a los guetos de Estados Unidos— alcanzan
a adquirir poder político al surtir demandas sociales que las institu­
ciones del estado no son capaces de proveer, como la justicia y la
seguridad. Los niveles de pobreza y de exclusión no permiten que las
instituciones del estado sean adecuadas para regular el orden social
en las favelas de Río de Janeiro y Sao Paulo. Las instituciones de las
bandas criminales que controlan las favelas son, en cambio, propicias
para la regulación de estos espacios sociales. Los “soldados” de las
bandas son jóvenes de la comunidad que disponen de información
inmediata sobre cualquier transgresión a sus normas. Asimismo,
conocen los sentimientos de la comunidad para saber hasta qué
punto toleran las imposiciones de las organizaciones criminales.
En muchos casos la imposición está legitimada por los gastos en el
bienestar de la comunidad que hacen las bandas. Una crónica del
periodista loan Grillo resume el gobierno paralelo de las bandas en
las favelas de Río de Janeiro:
El comando también castiga a quienes cometen “crímenes so­
ciales” en la favela, como violación o robos. Si alguien es acusado de

315
Más que plata o plomo

este tipo de acciones, la comunidad lo lleva con la cabeza del comando


en la favela, quien decide si debe ser golpeado, exiliado o asesinado.
Esta puede, parecer una forma brutal y primitiva de justicia, pero
para muchos en la favela es más efectiva que denunciar con la policía.
[...] La práctica de este sistema alterno de justicia en las favelas de
Río ha llevado a que algunos argumenten que los narcotraficantes
son un Estado alterno. “El comando es un poder absoluto en esas
comunidades”, dice André Fernandes, un periodista brasileño que
encabeza una red de noticias sobre las favelas. “Ellos son los árbitros
*

de la vida y la muerte.” Por otro lado, el comando ofrece una suerte


de beneficios sociales a los residentes. Si alguien necesita medicina
puede llevar su receta médica a los narcotraficantes, quienes por lo
general se hacen cargo de comprarla, dice Lucas. También pagaron
por un rudimentario sistema de desagüe en Antares. “La ciudad no
hace nada por nosotros. Así que lo hacemos nosotros mismos”.11,6

La diferencia entre Estados Unidos y Brasil se refleja no solo en las


restricciones que tienen las pandillas en los guetos para gobernar la
comunidad. En las relaciones con otros actores de poder también se
refleja el alcance político de las bandas criminales de Brasil. Mientras
en Estados Unidos la Policía vigila los barrios controlados por las
bandas y si recibe sobornos es simplemente para permitir las ventas
de drogas, en Brasil la Policía delega en las bandas el gobierno de las
favelas. El soborno es acerca del permiso de las autoridades para que
una organización criminal regule una comunidad que el estado no
dispone de instituciones para gobernar por los costos que implica y
por la incapacidad de satisfacer una serie de demandas sociales tan
básicas como la seguridad y la justicia. Es en esencia una transac­
ción de poder sobre decisiones políticas, pero de todas formas es
un poder restringido a las favelas, donde la clase política no realiza
concesiones distintas a la autoridad. La representación política de196

196 Ver en Letras Libres el artículo “Brasil para no turistas”, publicado el 13 de julio de
2014. Disponible en: http://www.letraslibres.com/blogs/polifonia/brasil-para-nc>
turistas?page=0,0.

316
(juslavo Duncan

las bandas criminales en organismos del estado como el Congreso


o la Alcaldía de Río de Janeiro es nula.

T r a n sb o r d o : J a m a ic a

Muy distinta puede llegar a ser la situación en aquellos países que,


por razones puramente circunstanciales, se convierten en puntos
estratégicos de los corredores de drogas internacionales. Países que
están ubicados en algún lugar entre los centros de producción y los
grandes mercados finales pueden ser muy valiosos para el narcotrá­
fico si además no disponen de instituciones estatales que eviten que
las autoridades sean corrompidas o amedrentadas por organizaciones
criminales. En el caso del abastecimiento de la demanda en Estados
Unidos las islas del Caribe han jugado un papel importante en las
rutas de cocaína que parten de Colombia. En un momento u otro,
Cuba, República Dominicana, las Bahamas y Jamaica han sido utili­
zadas por narcotraficantes colombianos como centros de transbordo
hacia el mercado estadounidense. Hasta allí llegaban aviones y naves
de Colombia, descargaban la mercancía y la despachaban hacia el
norte en lanchas rápidas.197 Una situación similar ha ocurrido en
países centroamericanos com o Honduras y Guatemala, que son
utilizados como lugares de transbordo para introducir la droga en
México y desde allí atravesar por rutas terrestres todo el país hasta
la frontera con Estados Unidos.
Los países son utilizados como lugares de transbordo no solo
por circunstancias geográficas. La droga resiste incrementos sus­
tanciales en los costos de transporte si el desvío en la ruta directa
hacia los mercados finales se ve compensado por una reducción en
los riesgos. Es la protección que se deriva del tipo de instituciones

197 Recientemente las rutas que pasan por estas islas se han reactivado por la presencia de
pandillas en los vecindarios marginales. Ver en The Economist el artículo “Full Gírele.
An Oíd Route Regains Populante vith Drugs Gangs”, publicado el 24 de mayo de
2014 Disponible en: http://www.economist.com/news/americas/21602680-old-
route-regains-popularity-drugs-gangs-full-circle.

317
Más que plata o plomo

existentes en una sociedad la que determina si la ubicación geográfica


de un país se puede materializar en una ventaja para el transbordo
de drogas. En ese sentido, países relativamente pequeños son más
vulnerables a su utilización com o puntos de transbordo. M enor
tamaño significa estados con m enor disponibilidad de medios coer­
citivos para reprimir a los narcotraficantes o de recursos para resistir
su capacidad de soborno a menos que sean regímenes autoritarios
como el de Cuba. Pero Cuba, a pesar de ser un caso de un estado
con instituciones muy fuertes, en ciertos momentos casi que tota­
litarias, también optó por negociar con los narcotraficantes como
una alternativa para resolver la crisis de su balanza de pagos. Fue
una negociación desde el mismo estado con capos colombianos que
no implicó en ningún momento' algún cambio en las instituciones
de regulación social existentes. Cuando el escándalo estalló por de­
nuncias periodísticas, el presidente Fidel Castro procedió a fusilar al
general Arnaldo Ochoa y a otros tres militares para salvar su imagen
internacional luego de un juicio que para cualquier observador era
obvio que se trataba de una fachada.198 -
Otros estados, en contraste con Cuba, no disponen de institu­
ciones tan sólidas y la llegada de los narcotraficantes supone cambios
dramáticos en la configuración del poder político y en las institucio­
nes de regulación social. El líder de la independencia de Bahamas, el
primer ministro Lynden Pindling, fue denunciado reiterativamente
por sus vínculos con narcotraficantes. Se haría famoso el caso de
Carlos Lehder, un narcotraficante del cartel de Medellín que poseía
una isla particular en Cayo Norman desde donde despachó toneladas
de cocaína hacia la Florida (Gugliotta y Leen, 1989). I .os sobornos de
organizaciones criminales eran asuntos normales dentro de la com­
petencia política de las Bahamas que poco cambiaban a la sociedad
dado que eran extranjeros los que se dedicaban a las operaciones de
tráfico en islas prácticamente deshabitadas. En República Dom ini­
cana, en cambio, los recursos del narcotráfico tuvieron un impacto

198 Rcmpel (2012) y Montoya (2011) en sus libros testimoniales denuncian la participa
ción de los líderes cubanos en el narcotráfico en el Caribe.

318
(lu sta v o D im ean

superior (Bobea, 2009). A l igual que en Bahamas, por el tamaño


limitado de la economía local los recursos de las drogas se convir­
tieron en un medio efectivo para ganar competencias electorales
y sobornar autoridades, pero adicionalmente surgió un problema
grave de pandillas. Una pequeña parte de la droga que se desvió al
mercado local fue suficiente para desatar el problema en los barrios
marginales de Santo Domingo.
Sin embargo, ninguno de los casos anteriores es comparable
con los efectos que tuvo el narcotráfico en la organización de una
estructura autónoma de poder coercitivo como ocurrió en Jamaica.
Allí el asunto del transbordo de drogas se insertó dentro de la historia
de la violencia política de las comunidades marginales de Kingston
y transform ó las relaciones de poder entre estas comunidades y las
élites políticas de la isla. La clave de la transformación estuvo en la
autonomía que ofreció el narcotráfico a las bandas criminales que
controlaban los barrios marginales. El capital de las drogas dejó sin
piso el viejo sistema clientelista de caciques locales que dependían
del presupuesto público bajo el control de la clase política de los dos
principales partidos, el People’s National Party (PNP) y el Jamaican
Labour Party (JLP). En adelante los caciques serían suplantados por
los bandidos como figuras de autoridad en los barrios marginales
porque tenían recursos suficientes para ganarse sus propias clientelas
y negociar en otros términos con la clase política del centro (Sives,
2002). Aunque se trató de una transformación en las formas de lucha
política, del reclamo en las instituciones del estado se pasó al dominio
social con instituciones propias, el proceso no puede comprenderse
por fuera del sistema político de la isla.
La lucha por la independencia de Jamaica fue un proceso muy
reciente. En 1962 se separó de la federación británica de las indias
occidentales. La independencia no fue un producto de una guerra
contra las autoridades coloniales, pues Inglaterra no opuso mayores
objeciones. Pero el proceso de competencia por el poder entre las
distintas facciones sí estuvo, en cambio, bastante cargado de enfren­
tamientos. Se crearon los famosos garrisons, guarniciones o cuarteles

319
Más que plata o plomo

en español, en que toda una comunidad perteneciente a un área de


los guetos de Kingston se afiliaba a alguno de los dos principales par­
tidos. Los garrisons,crin comandados por un “D on” que redistribuía
servicios y recursos del estado a cambio de asegurar las votaciones
de la comunidad a uno de los partidos. El “D on” también organizaba
la protección de su comunidad ante eventuales ataques de hombres
armados de otros garrisons , al tiempo que aseguraba por medio de
la violencia que todos los miembros de su comunidad guardaran
lealtad al partido. Los garrisons eran en sí una form a de organizar las
*

comunidades marginales para acceder a los recursos del estado y para


insertarse en la vida política nacional. De acuerdo con Harriot (2003),
A diferencia de la mano de obra formalmente empleada, que fue
arrastrada a los partidos políticos como parte de las disputas anticolo­
niales y laborales durante un periodo más temprano (después de 1938),
la integración de los pobres desempleados y desindicalizados fue hecha
de una modo que sirvió para consolidar las relaciones patrón-clientelas
como método político y el desarrollo de comunidades acuarteladas
como forma de asegurar el predominio de un solo partido en estas
comunidades de pobres urbanos. La identidad política era establecida
sobre un principio territorial a través de la zanahoria de las viviendas
públicas y del garrote de la violencia para asegurar comunidades po­
líticamente homogéneas (p. 9 1).1'”

Los resultados de la inserción podían ser sangrientos cuando los en­


frentamientos partidistas llegaban a extremos. La violencia en Jamaica
se institucionalizó como parte de las prácticas políticas para definir la
competencia por el poder. En 1980 los motines y los enfrentamientos
alrededor de las elecciones dejaron más de ochocientos asesinatos
incluyendo el del ministro de gobierno del PNP, Roy McGann, y
de sus guardaespaldas en un enfrentamiento con pandillas afiliadas
al JPL (Arias, 2013). Pero a finales de los setenta y en los ochenta
el sentido y la lógica política de la violencia cambiaron. Una clase

199 Traducción del autor.

320
( J u s t u v i i 1) u n c a n

criminal proveniente de los barrios marginales de Kingston pudo


participar en el comercio de droga hacia Estados Unidos y Canadá
e incluso hacerse a un lugar en la distribución en los vecindarios
jamaiquinos en ciudades como Nueva York y Toronto. Una parte
de las ganancias del tráfico retornaría a la isla, lo que permitiría a
quienes asumían el papel de hombres fuertes de las bandas armadas
en las comunidades adquirir una autonomía económica de la clase
política y suplantar a los “D ones” de la política como figuras de
autoridad en la comunidad. La configuración de los garrisons cambió
radicalmente porque ahora el poder no reposaba sobre la capacidad
de mediación con los políticos de Kingston. Eran los jefes criminales
que garantizaban la redistribución de las ganancias del narcotráfico
quienes tenían los recursos para resolver las demandas materiales de
las clientelas en los barrios marginales (Sives, 2002).
Los subsidios y los servicios del estado, así como la asignación
de los cupos en los programas de vivienda pública, dejaron de ser
el principal factor que definía las lealtades políticas de la población
de los barrios marginales. Jefes de organizaciones criminales como
Christopher “Dudus” Coke de la banda Shower Posse se ganaron
la lealtad de la población hacia ellos por su capacidad de redistribuir
parte de las ganancias del narcotráfico hacia las demandas materiales
de vecindarios populares como Tivoli Gardens. Coke aprovechó los
recursos provenientes del transbordo de cocaína desde Colombia
para armar con fusiles y granadas a las pandillas leales. Rápidamente
se convirtió en una autoridad entre la población excluida de Kingston
que vivía en áreas bajo el control de criminales pertenecientes al
Shower Posse. Allí era conocido como “el Presidente” tanto por su
capacidad de proveer orden, seguridad y alivio material como por la
legitimidad de su autoridad:
Sus mandatos son tan respetados en el vecindario que los niños
debían estar fuera de las calles a las 8 pm, todos los hombres deben
trabajar y el delito pequeño está prohibido por su ley. “Podrías des­
cribirlo como un sistema de seguridad social: ellos proveían recursos
y operaban como algo que podría llamarse un segundo sistema de

321
Más que plata o plomo

justicia”, sostiene Desmond Richards, editor del periódico Sunday


Herald de Jamaica. “No hay robos ni violaciones”. La gente que ne­
cesita con qué,vestir va adonde Coke. El ayuda a los niños pobres a
ir al colegio, provee ayudas a los ancianos y paga los costos iniciales
de las sillas de ruedas y los caminadores.2""

Coke y los demás jefes del narcotráfico que asumían la autoridad de


los garrisons suponían un enorme desafío a las instituciones del esta­
do porque se habían independizado de los canales tradicionales de
sometimiento a los líderes políticos del JPL y el PNP. El margen de
control de las élites políticas se había estrechado significativamente
al no disponer de recursos para cooptar a los jefes criminales, al
estar bien armadas las bandas y pandillas y al gozar de una amplia
legitimidad por los servicios que le prestaban a la población de los
vecindarios excluidos de Kingston. Sin embargo, la creciente autono­
mía no era igual a una ausencia de relaciones entre las partes. La clase
política continuó negociando con los líderes de las organizaciones
criminales al igual que lo hacía con los anteriores “dones” de las
comunidades marginales. Lo que cambiaron fueron los contenidos
de la negociación y los equilibrios de poder. A l disponer de capital,
las organizaciones criminales tenían cómo incidir en las elecciones
con algo más que los simples votos de su s garrisons. Podían financiar
las campañas electorales en un ambiente en el que precisamente los
recursos de las drogas hacían más costosa la política. El resultado
fue un increm ento en el poder político de los bandidos, el cual
necesitaban para proteger los negocios de drogas. Pero el asunto
no acababa en la inmunidad al narcotráfico. Las organizaciones
criminales comenzaron a exigir su parte en los contratos públicos
que tenían lugar en sus comunidades y a invertir sus excedentes en
finca y raíz y otras actividades legales utilizadas para el lavado de20

200 Traducción del autor. Ver en E xpress el artículo “Crack King Dudus is our Robin
Hood”,publicado el 27 de mayo de 2010. Disponible en:
hrtpb/www.express.co.uk/expressvoursclt'/l 77386/Crack-king-Dudus-is-our-
Robin-Hood.

322
Gustavo Duncan

dinero (Arias, 2013). Su legitimidad se amplió al convertirse direc­


tamente en un factor importante de inclusión en el mercado entre
los habitantes de los garrisons e indirectamente entre muchos otros
sectores sociales.
La inserción de los jefes de las organizaciones criminales en la
estructura de poder en Jamaica y el nivel de legitimidad alcanzado
entre la población de las comunidades marginales se reflejaron en los
acontecimientos que ocurrieron alrededor de la captura de “Dudus”
Coke. En 2009 Estados Unidos emitió un pedido de extradición para
Coke. El jefe de gobierno de Jamaica era en ese entonces Bruce Gol-
din, del JPL, sobre quien existían fuertes indicios de haber recibido
sobornos de Coke y de proteger sus actividades contra la ley. Mientras
pudo, Goldin intentó darle largas a la presión de Estados Unidos y
de la oposición para que capturara y extraditara a Coke. En 20 10
finalmente Goldin cedió y emitió una orden de captura. La situación
se tornó dramática cuando la policía ingresó a los vecindarios en
busca de Coke. Los resultados fueron catastróficos: sesenta personas
murieron defendiendo a Coke y dos habitantes del lugar fueron ase­
sinados por traidores por no salir a protestar contra su detención.201
Se adujo que la razón para que la gente saliera a defender a muerte
a Coke estaba en su carisma como un Robín Hood jamaiquino. En
realidad existía algo más de fondo. En la movilización estaba de por
medio todo un proceso reivindicativo de población tradicionalmente
excluida de los mercados y de las decisiones de poder. Coke repre­
sentaba la oportunidad de esta población de acceder a su manera a
posiciones superiores en el orden social sin necesidad de concesiones
de sectores sociales ajenos a la comunidad. Más allá de proteger a un
bandido social, la movilización en Tivoli Gardens y demás vecindarios
obedecía a la legitimidad que la gente reclamaba ante las autoridades
políticas de unas formas concretas de inclusión económica y política.

201 Ver en D aily M a il O nline, el artículo “Two killed ‘for R K F U S I N G to deferid Jamaican
druglord’as up to 60 loyal to him die in slum standoff”,publicado el 26 de mayo de
2010. Disponible en: http://wwv.dailymail.co.uk/news/articlc-1281540/(amaica-
60-die-protecting-druglord-Christopher-Dudus-Coke.html.

323
Más que plata o plomo

Gray (2003) se refiere al concepto de badness-honour (honor del


malvado en español) como una expresión de insubordinación cultural
entre los excluidos de la sociedad que resulta en:
Una forma brutal de gobierno que combina la intimidad de las
relaciones clientelistas con una forma de violencia punitiva contra los
pobres urbanos no cooperantes [con la forma de gobierno] que solo
puede ser llamada exterminismo. [...] La respuesta popular a las duras
desventajas sociales ha adquirido una forma novedosa. Se expresa a sí
misma como un agonismo que tiene que ver má*s con asuntos de honor
no correspondidos que con establecer coaliciones entre los oprimidos
o buscar el derrocamiento y la toma del poder estatal (p. 15).202

El badness-honour se refiere en esencia a los mecanismos adoptados por


los habitantes de las comunidades marginales de Jamaica para acceder
a una posición simbólica y material superior en el orden social. Surgen
de un profundo resentimiento entre determinados sectores sociales
en franca desventaja con unos propósitos muy precisos. La actitud
desafiante de la ley, la agresividad, el individualismo, la extrema com-
petitividad, la criminalidad como identidad personal y la búsqueda
desaforada de respeto son atributos que, puestos en el contexto de
una subcultura de excluidos, son efectivos para ocupar una jerarquía
social superior. Quien infunde respeto y miedo tiene muchas ventajas
para formar parte de las bandas criminales que controlan la población
y las principales fuentes de riqueza en la comunidad. Si además se
goza del aprecio de la población por redistribuir parte de las ganancias
del crimen, imponer algún tipo de orden y proteger a la gente del
lugar, el respeto y el miedo se transforman en honor. Es el honor de
quien hace respetar a su comunidad frente a otras comunidades, al
estado y al resto de la sociedad. Pero al mismo tiempo es un meca
nismo para acumular poder a través del gobierno de una parte de la
sociedad y de la representación política de esa parte de la sociedad
frente al estado. El honor y el poder de Coke quedaron demostrados

202 Traducción del autor.

324
Gustavo Duncan

en el compromiso de una comunidad que sacrificó más de sesenta


vidas por protegerlo de unas autoridades que lo habían traicionado.
Gray (2003) es crítico del badness-honour como base de la políti­
ca de las comunidades excluidas de Jamaica por su incapacidad de
organizar sus demandas sociales en una form a coordinada ante el
estado. Por consiguiente, sus logros son modestos: “ badness-honour
es la práctica oral y cinética en Jamaica que permite a los reclaman­
tes, usualmente de grupos en desventaja, asegurar por medio de la
intimidación un mínimo de poder y respeto” (p. 1 8).203 Sin embargo,
Gray subestima lo que la mezcla de actitudes intimidantes, las rentas
de las drogas y las relaciones clientelistas pueden ofrecer a ciertas
comunidades dadas sus condiciones. Por un lado, está la oportunidad
real de acumular poder desde la marginalidad. Este poder, que se
desprende de la criminalidad y de la violencia, está disponible para
cualquier joven de la comunidad. El aprendizaje del delito, la infraes­
tructura organizacional, las redes y los contactos, la aprobación moral
y la predisposición de la comunidad a aceptar delincuentes como
autoridad, son elementos a los que pueden acceder. La desventaja de
haber nacido en una comunidad excluida es, de hecho, una ventaja
para acceder a una form a particular de poder.
Por otro lado, los objetivos maximalistas no son atractivos para
los miembros de las comunidades marginales por razones muy con­
tundentes. En primer lugar, no tienen la formación ni los recursos
para organizar un movimiento político que aspire a tomarse el poder.
En los movimientos contestatarios existentes sus probabilidades de
ocupar cargos directivos son mínimas. Deben delegar la represen­
tación de su descontento en políticos provenientes de otros grupos
sociales que tienen mayor formación para interactuar dentro de las
instituciones del estado. En segundo lugar, Jamaica es un país pobre.
Aun bajo el supuesto de que ocurra una redistribución de la riqueza,
es poco lo que puede cambiar en el corto plazo las condiciones ma­
teriales de la población marginada. Por el contrario, las rentas de la

203 Traducción del autor.

325
Más que plata o plomo

C ray (2003) se refiere al concepto de badness-honour (honor del


malvado en español) como una expresión de insubordinación cultural
entre los excluidos de la sociedad que resulta en:
Una forma brutal de gobierno que combina la intimidad de las
relaciones clientelistas con una forma de violencia punitiva contra los
pobres urbanos no cooperantes [con la forma de gobierno] que solo
puede ser llamada exterminismo. [...] La respuesta popular a las duras
desventajas sociales ha adquirido una forma novedosa. Se expresa a sí
misma como un agonismo que tiene que ver máí; con asuntos de honc >r
no correspondidos que con establecer coaliciones entre los oprimidc >s
o buscar el derrocamiento y la toma del poder estatal (p. 15).2"2

El badness-honour se refiere en esencia a los mecanismos adoptados por


los habitantes de las comunidades marginales de Jamaica para acceder
a una posición simbólica y material superior en el orden social. Surgen
de un profundo resentimiento entre determinados sectores sociales
en franca desventaja con unos propósitos muy precisos. La actitud
desafiante de la ley, la agresividad, el individualismo, la extrema com-
petitividad, la criminalidad como identidad personal y la búsqueda
desaforada de respeto son atributos que, puestos en el contexto de
una subcultura de excluidos, son efectivos para ocupar una jerarquía
social superior. Quien infunde respeto y miedo tiene muchas ventajas
para formar parte de las bandas criminales que controlan la población
y las principales fuentes de riqueza en la comunidad. Si además se
goza del aprecio de la población por redistribuir parte de las ganancias
del crimen, imponer algún tipo de orden y proteger a la gente del
lugar, el respeto y el miedo se transforman en honor. Es el honor de
quien hace respetar a su comunidad frente a otras comunidades, al
estado y al resto de la sociedad. Pero al mismo tiempo es un meca
nismo para acumular poder a través del gobierno de una parte de la
sociedad y de la representación política de esa parte de la sociedad
frente al estado. El honor y el poder de Coke quedaron demostrados

202 Traducción del autor.

324
Gustavo Duncan

en el compromiso de una comunidad que sacrificó más de sesenta


vidas por protegerlo de unas autoridades que lo habían traicionado.
C ray (2003) es crítico del badness-honour como base de la políti­
ca de las comunidades excluidas de Jamaica por su incapacidad de
organizar sus demandas sociales en una form a coordinada ante el
estado. Por consiguiente, sus logros son modestos: “ badness-honour
es la práctica oral y cinética en Jamaica que permite a los reclaman­
tes, usualmente de grupos en desventaja, asegurar por medio de la
intimidación un mínimo de poder y respeto” (p. 18).2"3 Sin embargo,
Gray subestima lo que la mezcla de actitudes intimidantes, las rentas
de las drogas y las relaciones clientelistas pueden ofrecer a ciertas
comunidades dadas sus condiciones. Por un lado, está la oportunidad
real de acumular poder desde la marginalidad. Este poder, que se
desprende de la criminalidad y de la violencia, está disponible para
cualquier joven de la comunidad. El aprendizaje del delito, la infraes­
tructura organizacional, las redes y los contactos, la aprobación moral
y la predisposición de la comunidad a aceptar delincuentes como
autoridad, son elementos a los que pueden acceder. La desventaja de
haber nacido en una comunidad excluida es, de hecho, una ventaja
para acceder a una form a particular de poder.
Por otro lado, los objetivos maximalistas no son atractivos para
los miembros de las comunidades marginales por razones muy con­
tundentes. En primer lugar, no tienen la formación ni los recursos
para organizar un movimiento político que aspire a tomarse el poder.
En los movimientos contestatarios existentes sus probabilidades de
ocupar cargos directivos son mínimas. Deben delegar la represen­
tación de su descontento en políticos provenientes de otros grupos
sociales que tienen mayor formación para interactuar dentro de las
instituciones del estado. En segundo lugar, Jamaica es un país pobre.
Aun bajo el supuesto de que ocurra una redistribución de la riqueza,
es poco lo que puede cambiar en el corto plazo las condiciones ma­
teriales de la población marginada. Por el contrario, las rentas de la

203 Traducción del autor.

325
Más que plata o plomo

droga denen mucho que ofrecer en el corto plazo a las clientelas de


los jefes criminales. Son unos recursos que además no dependen de
las concesiones de un tercero sino que son producidos por miembros
de la propia comunidad. Y por último, la idea de una movilización
por el control y la transform ación del estado en su conjunto no
tiene sentido cuando lo que se quiere es precisamente que exista un
estado reconocido internacionalmente pero sin la fuerza suficiente
para intervenir sobre el orden social de las comunidades. La creación
de unas instituciones de gobierno propias es lo que permite que el
narcotráfico sea viable desde espacios marginales de la sociedad. Si
asumieran el control del estado deberían renunciar a su fuente más
importante de recursos.

C u l t iv o s : B o l iv ia

Los sindicatos han llevado a convertir


al Trópico de Cochabamba en un ‘mini
estado’. El sindicato es el que resuelve
el tema de la salud, educación y super­
vivencia. Esta organización se ha forta­
lecido con la ausencia del Estado.
Evo Morales204

En la división del trabajo del narcotráfico la ventaja comparativa de


países ubicados en la periferia de los mercados mundiales es que
disponen de unas instituciones de regulación social propicias para
proteger cultivos que ocurren a la vista de toda la comunidad. Allí el
atraso económico está acompañado de un estado central débil o de
un estado fuerte pero muy involucrado en el negocio de las drogas,
por lo que la producción agraria del narcotráfico puede sortear la
eventual represión de las autoridades. Como además no existe ma­
yor acumulación de capital la presión de las élites empresariales es

204Tomado de Córdova Kguívar (2005, p. 20).

326
Gustavo Duncan

insuficiente para cumplir normativas internacionales en cuanto a la


represión del narcotráfico. Las sanciones de países desarrollados como
Estados Unidos pueden llegar a ser inocuas cuando la inclusión de la
economía en los mercados globales es casi inexistente. En Afganistán,
por ejemplo, el sistema político pasa por el control de los excedentes
de los cultivos de amapola. Las razones son muy similares a las de
las zonas periféricas de México y Colombia: la baja acumulación de
capital facilita el sometimiento de los actores de poder que no acceden
a estos recursos. Pero existe una gran diferencia en relación con la
naturaleza de las instituciones del estado central. Se trata de sistemas
autoritarios que suplen sus restricciones de recursos con el uso masivo
de la fuerza contra los desafíos que surgen a su autoridad. En el caso
de Afganistán existe una democracia en sus procedimientos. En la
práctica las instituciones de gobierno surgen de una alianza de señores
de la guerra muy ligados a la producción de goma de opio que cuenta
con el respaldo de Estados Unidos en la lucha contra los Talibanes
(Chandra, 2006). Cada señor de la guerra es un estado de facto en las
regiones bajo su control donde están ubicados los cultivos de amapola.
En el hemisferio occidental Boüvia ha sido un país importante
en la producción de hoja de coca para proveer a los laboratorios de
cocaína en Colombia y recientemente la demanda del producto final
en el Cono Sur. Había muchas razones para que desde el boom de
la cocaína a finales de los setenta lo fuera: era un país extenso con
numerosas zonas disponibles para cultivar coca lejos de cualquier
autoridad internacional y de los principales centros poblados; existía
además una tradición del cultivo; la hoja de coca era un producto usa­
do ancestralmente por los indígenas bolivianos. No fue una sorpresa
que el narcotráfico llegara a ser una actividad productiva importante,
mucho más que en Colombia, por el menor tamaño de su economía
(Thoumi, 2002). Pero pese a su importancia, la producción de coca y
de cocaína en Bolivia no se tradujo en la aparición de grandes organi­
zaciones criminales que reemplazaran las instituciones de regulación
social existentes, ni en un incremento desbordado de la violencia
(Ledebur, 2005) como ocurrió en otros casos donde el narcotráfico

327
Más que plata o plomo

se volvió un fenómeno importante. Este comportamiento tan par­


ticular se debe a que el control del negocio fue absorbido por las
instituciones de regulación social que estaban bajo el dominio de los
“sindicatos” indígenas en la selva del Chapare y de las élites de las
regiones tropicales del Beni y Santa Cruz. Los primeros se encargaban
de regular los cultivos mientras que los segundos estaban a cargo de
la exportación de la base de coca y en menor escala de cocaína a tra­
ficantes internacionales, principalmente colombianos (Thoumi, 2002).
No se trató entonces del surgimiento de nuevas instituciones
de regulación social desde la acumulación de poder por una clase
criminal proveniente de sectores marginales de la sociedad. No hubo
oportunidad para que carteles como los mexicanos o los colombianos
se hicieran al gobierno de un pedazo de la sociedad. El capital llegó en
grandes cantidades, sobre todo si se considera la pobre acumulación
en las zonas de cultivo y las limitaciones de las élites latifundistas del
trópico, pero las instituciones existentes tenían cómo satisfacer las
nuevas demandas de regulación social que implicó la transformación
de la economía. Quienes tenían el poder Sobre las instituciones de
regulación social aprovecharon los nuevos flujos de recursos y for­
talecieron su posición en el sistema político. Tan importante fue el
impacto del narcotráfico en la política de Bolivia, que al menos en dos
circunstancias fueron cruciales para definir el gobierno nacional: en
1980 un narcotraficante de la región del Beni, Roberto Suárez Gómez,
financió el golpe de estado militar de Luis García Meza tras comprar
a los oficiales de las distintas guarniciones del país (Levy, 2012); el
gobierno de García no duró mucho pero fue una demostración de
hasta dónde podía llegar el capital de la coca. Recientemente, en 2005,
Evo Morales, el líder de los sindicatos cocaleros, ganó las elecciones
presidenciales y desde entonces ha gobernado a Bolivia.
La razón por la que las instituciones tradicionales de regulación
social anularon cualquier proyecto de origen puramente criminal de
gobierno desde el narcotráfico hay que buscarla en la configuración
previa de formas de gobierno autónomas entre los indígenas y en la
economía política de las plantaciones del trópico. En 1952 Bolivia

328
(ju stare>IJuntan

experimentó una revolución en contra de las élites político-mineras


que concentraban la riqueza y el poder en el país (González Pazos,
2007). Entre muchos cambios, la revolución dio lugar a un proceso
de redistribución de la tierra, formación de sindicatos e incorpora­
ción de la población indígena a la política institucional. Todos estos
elementos van a ser definitivos en el largo plazo en la formación
de los indígenas cocaleros del Chapare com o un grupo social así
como en las instituciones que los gobernarían. Es en esa época que
comienza la migración de los indígenas del altiplano a las tierras
bajas del Chapare en el oriente boliviano como una estrategia de los
gobiernos posrevolucionarios para aliviar la crisis de la producción
agrícola y la falta de tierras. La búsqueda de oportunidades en el pro­
ceso migratorio en un principio no tuvo nada que ver con la bonanza
posterior de la hoja de coca.205 Fue un hecho fortuito que a mediados
de los setenta, cuando se intensificaba la colonización, apareciera una
demanda inusitada por cocaína en el mundo desarrollado.
El hecho fue que el distanciamiento del estado facilitó la creación
de una form a organizativa, “los sindicatos”, que impuso una serie
de instituciones para regular las comunidades indígenas del Chapare.
Según Córdova (2005):
Las organizaciones campesinas del trópico llevan en cierta me­
dida la impronta del nacionalismo revolucionario que promovió los
cambios más notables de la historia boliviana. Se pueden distinguir
tres elementos sobresalientes en esta huella: la “marcha al oriente” (el
traslado de población del occidente andino a las tierras bajas chaqueñas
y amazónicas), el sindicalismo minero, núcleo de la acción contestataria
de la anteriormente poderosa Central Obrera Boliviana, COB, y el
sindicalismo campesino (p. 8).

Como bien dice la cita de Evo Morales en el epígrafe de este apartado,


los sindicatos se convirtieron en el estado de los colonos. Cumplían

205 Según la encuesta de Blanes y Mancilla (1994, p. 65) las causas de migración al
trópico eran la carencia de tierras laborables en el lugar de origen (46%), poca
productividad de la tierra (31%) y despido de las minas (5%).

329 '
Más que plata o plomo

las funciones básicas de una autoridad legítima: vigilaban que los


pobladores cumplieran con las normas establecidas, castigaban a
quienes las violabarí y cobraban tributos para prestar servicios a la
comunidad. La base de la legitimidad de los sindicatos recaía en su
capacidad de establecer los derechos de propiedad de la tierra en
las zonas de colonización. Quien estaba por fuera de los sindicatos
corría el riesgo de perder su tierra (Córdova, 2005).
Los sindicatos también eran im portantes para organizar las
movilizaciones de los indígenas contra el gobierno. Los proble­
mas de acción colectiva eran resueltos mediante su infraestructura
organizativa. Sus miembros estaban en condiciones de detectar a
quienes no participaban en las movilizaciones. Imponían multas
por no asistir a las reuniones y si reincidían los expulsaban de la
comunidad. Si bien las instituciones del sindicato podían presentar
cierto grado de autoritarismo contra quienes no se sometieran a
sus normas y aceptaran su autoridad, las decisiones respondían a
consensos entre los miembros de la comunidad. Cuando finalmente
los precios de la hoja de coca se treparon a las nubes por la aparición
del mercado de la cocaína, estos sindicatos serían definitivos para
proteger una actividad ilegal que adquirió un valor central en el
orden social de los colonos del Chapare. El cambio del destino final
de la producción de hoja de coca, del abastecimiento del mercado
local al abastecimiento de los mercados internacionales de cocaí­
na, les permitió a los indígenas monetizarse, establecer relaciones
capitalistas e insertarse en la economía mundial (Toranzo, 1997).
De acuerdo con Laserna (1992), tan hondas repercusiones tuvo el
capital de las drogas que:
Los colonos no tienen el apego a la tierra tan típico entre los
campesinos tradicionales. La selva — desde esta perspectiva— les
provee tierra casi sin límites, pero es tierra salvaje en la que no se
puede confiar. La coca, por el contrario, representa para ellos el lado
benigno de una selva hostil (p. 127).206

206 Traducción del autor.

330
Gustavo Duncan

A diferencia de otros cultivos, la coca era sumamente resistente,


daba tres o cuatro cosechas al año y podía transportarse fácilmente
desde lugares remotos. Los precios siempre eran muy superiores a
los costos de producción y transporte.
La hoja de coca no solo era la oportunidad de ingresar en los
mercados mundiales y en las relaciones capitalistas; también era la
oportunidad de hacerlo sin depender de un estado y de unas élites
distantes a los intereses de los indígenas. El problema era que a medi­
da que la demanda de la cocaína crecía mundialmente, el gobierno de
Estados Unidos intensificaba la represión a la producción de drogas
en sus etapas primarias. La presión sobre los distintos gobiernos
en Bolivia llevó a las fuerzas de seguridad del estado a llevar a cabo
operaciones de erradicación. Los reclamos de los indígenas estaban
ahora dirigidos a defender la legitimidad de los cultivos de coca como
medio de subsistencia económica. Los sindicatos fortalecieron su pa­
pel de instituciones de regulación social al organizar las comunidades
cocaleras y liderar las protestas contra el estado. En 1987, durante
el gobierno de Paz Estenssoro, los sindicatos cocaleros movilizaron
diez mil personas y bloquearon las carreteras del país para rechazar
el Plan Trienal de Lucha contra el Narcotráfico y el Proyecto de Ley
de Sustancias Controladas que el gobierno había pasado al Congreso
(Pinto, 2004). Las protestas de los cocaleros siguieron en sucesivos
gobiernos como el de Sánchez de Lozada y el de Banzer.
Sin embargo, estas movilizaciones no se estancaron en la agenda
de los cultivos de coca. Los sindicatos representaban a las comuni­
dades cocaleras de su entorno inmediato pero la suma de ellos les
permitió a sus líderes organizar un movimiento político mucho más
ambicioso. Otros temas de la agenda nacional, desde la nacionalización
de los recursos mineros hasta las reformas a la democracia, formaban
parte de las consignas del movimiento cocalero. Por medio de la re­
presentación ya no solo de los colonos del Chapare sino de muchos
otros sectores sociales, incluyendo a las clases medias, los líderes del
movimiento pudieron insertarse dentro de las instituciones del estado.
Evo Morales, la principal figura del movimiento, fue primero senador

331
Más iiuc plata o plomo

y luego de las crisis de los gobiernos de los partidos tradicionales


logró ganar las elecciones presidenciales de Bolivia a finales de 2005.
La inclusión dentro de las instituciones del estado desde el control
original de las instituciones de regulación de los cocaleros del Chapare
fue tan exitosa que Morales pudo transformar la Constitución para
reelegirse presidente. La obtención de poder desde el narcotráfico se
trató en este caso de una réplica de las típicas luchas sociales del siglo
X X , en las que una organización política representaba las aspiraciones
de cambios en el orden social de sectores inconforme^ y como re­
compensa a las reclamaciones era incluida dentro de las instituciones
del estado y de las élites. Aunque en este caso particular el triunfo de
Morales significó una transformación profunda tanto del régimen
político, como de las instituciones del gobierno central.
La otra cara de los efectos del narcotráfico en la definición del
poder político en Bolivia la ofrecen las organizaciones que se es­
pecializaron en la compra de la cosecha a los cocaleros y su venta
posterior a los traficantes internacionales, principalmente a los car­
teles colombianos. A diferencia de Colombia, quienes controlaron
el tráfico de mercancía no fueron en un principio criminales origi­
narios de sectores excluidos. Roberto Suárez Góm ez, un heredero
de una familia cauchera y ganadera de las tierras bajas del oriente
en la región del Beni, sería el primer gran capo boliviano. Suárez
creó “La Corporación”, una organización con fuertes soportes en
las autoridades estatales y en un ejército privado que coordinaba la
compra de la materia prima en el resto del país, su transformación
en base y posterior despacho al mercado internacional. Las ganancias
de “La Corporación” rápidamente desbordaron la frágil economía
boliviana. Sin embargo, las inyecciones de capital no significaron una
transformación sustantiva de las instituciones de regulación social
en el Beni y Santa Cruz. Lo que ocurrió fue una adaptación de las
condiciones de dominación de las plantaciones tradicionales a las
de una actividad primaria ilegal. A l menos hasta bien entrados los
ochenta las propias élites continuaron con el control de la exporta­
ción de base de coca y cocaína desde Bolivia.

332
Ciustavo Duncan

El caso de Suárez Góm ez ha sido documentado por su viuda,


Ayda Lev}', en una biografía publicada para el mercado latinoamerica­
no (Levy, 2012). En el libro queda reflejado el origen social de Suárez
en los propios prejuicios de su viuda al describir los encuentros con
los capos colombianos Pablo Escobar y G onzalo Rodríguez Gacha
“el Mexicano”, quienes provenían de sectores medios y humildes.
Cuando los comparaba con Suárez Góm ez decía: “A diferencia de
ellos, él había nacido en la opulencia, en el seno de una familia que
lo crió con disciplina y principios enmarcados en la ética y la m oral”
(Levy 2012, p. 162). La comparación es una señal de algo más hondo
que los simples prejuicios de clase de la esposa de un narcotraficante
de clase alta que obvia alegremente el hecho de que su marido es
igual de delincuente que Escobar y “el Mexicano”. Es en realidad una
señal de que en Bolivia quienes tenían una posición superior en el
orden social y controlaban las instituciones de regulación se hicieron
cargo de las etapas más rentables del negocio, incluyendo el manejo
mismo de la mercancía, lo que queda palpado en la cotidianidad con
que Lev}' narra las ceremonias sociales en las que Suárez Góm ez y su
familia interactuaban con miembros de las élites locales y nacionales.
En una ocasión, en 1981, sus hijos ofrecieron un banquete el día
de cumpleaños de Suárez Gómez. A l evento asistieron el ministro
del Interior Luis Arce Góm ez, “empresarios y representantes de
las familias tradicionales del país” (p. 59). Escobar y “el Mexicano”
fueron a esta ceremonia y se reunieron en privado con Arce Gómez
para reiterarles sus compromisos en los negocios de drogas con el
gobierno boliviano.
Para Suárez era relativamente fácil tener influencia en el estado
central por la enorm e riqueza que había acumulado. Ya desde el
gobierno de Banzer gozaba de protección presidencial (Thoumi,
2002). En 1980 tuvo cómo financiar el golpe de estado militar del
general Luis García Meza para evitar que el izquierdista Hernán Siles
Zuazo tomara posesión. La recompensa fue el nombramiento de su
primo Luis Arce Góm ez en el cargo de ministro de Gobierno, con
lo que Suárez Gómez obtuvo una ventaja significativa para controlar

333
Más que plata o plomo

las operaciones de tráfico desde Bolivia. Sin embargo, el mandato de


García Meza no duró demasiado. En 19 8 1, bajo graves acusaciones
de violación de derechos humanos y de vínculos con el1narcotráfi­
co, tuvo que ceder el poder. Luis Arce Gómez fue posteriormente
extraditado a Estados Unidos bajo cargos de narcotráfico. Aun así,
la caída de García Meza no impidió que Suárez Góm ez mantuviera
sus negociaciones con el gobierno central y su control sobre las
instituciones de regulación social en la región del Beni. Simplemente
era demasiado importante para mantener en funcionamiento la eco-
*

nomía boliviana. La inclusión en el mercado de numerosos sectores


productivos, no solo de áreas periféricas y marginales, dependía de
los flujos de capital de la droga que traía Suárez Góm ez como el
principal capo del país.
Levy (2012) habla de un encuentro en junio de 1983 entre el jefe
de la lucha antidrogas Rafael Otazo — quien había sido comisionado
directamente por el nuevo presidente Siles Zuazo— con Roberto
Suárez G óm ez.207 El m otivo del encuentro era llevar un mensaje
escrito por el propio presidente. Sin importar que Suárez Gómez
hubiera financiado el golpe de estado que evitó su posesión en 1980,
Siles Zuazo le pidió que colaborara con el fisco de la nación que
pasaba por una de sus situaciones más críticas luego de la corrupción
y la incompetencia de los repetidos gobiernos militares. De acuerdo
con la viuda:
Roberto escuchó de boca del jefe antidroga el mensaje presiden­
cial y leyó la nota que este le envió. Como había ocurrido en anteriores
oportunidades, esta vez tampoco negó su contribución económica al
Estado. Sin pensarlo dos veces, se comprometió a hacerle llegar al
Tesoro General de la Nación una suma mínima de diez millones de
dólares mensuales. Desafortunadamente, los índices inflacionarios
estaban fuera de control. Los más de ciento cincuenta millones de
dólares no reembolsables, erogados por Roberto durante los doce

207 ICsfe encuentro es referenciado también por 1,ee (1998, p. 140), quien además agrega
que ()tazo sostuvo que estuvo avalado por el ejecutivo y c]ue el episodio es aceptado
por la mayor parte de los observadores estadounidenses y bolivianos.

334
( ¡u s ta v o I L in e a n

meses siguientes, no sirvieron más que para equilibrar una pequeña


parte de la balanza fiscal y paliar de forma mínima el hambre del
pueblo (p. 139).

Las reuniones de Suárez Góm ez con el jefe de la lucha antidrogas


se filtraron a la prensa en septiembre de 1984. Otazo reconoció el
encuentro y calificó a Suárez Góm ez como “patriota” y lo describió
como “un próspero industrial agropecuario” (Levy, 2012, p. 142).
El escándalo no condujo a ningún tipo de persecución del estado
contra Suárez Gómez. En 1985 llegó al gobierno Víctor Paz Estens-
soro, quien lideró la Revolución de 1952 durante la cual expropiaron
cientos de miles de hectáreas a la familia de Suárez Góm ez. Las
circunstancias del pasado no fueron un obstáculo para que ambas
figuras pactaran un acuerdo en el que el gobierno le permitía vivir
sin riesgo a ser encarcelado o abatido por las autoridades en Bolivia.
A cambio, Suárez Góm ez debía retirarse del negocio y evitar los
medios de comunicación.
El retiro del primer gran capo de las drogas en Bolivia no sig­
nificó el final de las organizaciones traficantes de base de coca y
cocaína. Las nuevas organizaciones comenzaron a ser controladas
por delincuentes provenientes de otros sectores sociales. De hecho,
mañosos colombianos han instalado sus negocios en Bolivia como
ocurrió con Carlos Noel Buitrago, alias “Porre Macho”, quien fue
capturado por la Policía boliviana en el 2 011 bajo las acusaciones de
ofrecerles protección a otros narcotraficantes y organizar embarques
de droga a Europa.208 “Porre Macho” no era un cualquiera en la
mafia internacional, era familiar de alias “Martín Llanos”, un jefe
paramilitar que controlaba una porción importante de los Llanos
Orientales en Colombia. Pero en el largo plazo las clases altas de la
región del Beni y Santa Cruz pudieron mantener las instituciones de

208 Ver en lu í P rensa el artículo “Narcoparamilitar colombiano es capturado y expul­


sado”, publicado el 23 de junio de 2011. Disponible en: http://\vww.laprensa.
com.bo/diario/actualidad/deportes/20110623/narcoparamilitar-colombiano-es-
capturado-y_8_27.html.

335
Más que plata o plomo

regulación existentes. Las élites tradicionales no fueron reemplazadas


por mafias de delincuentes venidos a más en el orden social; y mucho
menos desde el control del tráfico internacional las mafias bolivianas
pueden reclamar una posición central en el poder nacional. Reciben
protección a cambio de sobornos pero no están en capacidad de
imponer sus instituciones de regulación en espacios sociales apre­
ciables. El poder y el oficio de gobierno recaen sobre actores más
relevantes como el movimiento político de Evo Morales y las élites
de las grandes ciudades del oriente.

Dos Y M Á S G U E R R A S D IS T IN T A S

Los casos de Estados Unidos, Jamaica y Bolivia reiteran la principal


distinción que diferencia el sentido de la guerra contra las drogas: la
imposición o no de instituciones de regulación social desde el control
del narcotráfico. Es una guerra contra delincuentes si se trata de
abatirlos o encarcelarlos para que no trafiquen drogas, pero es una
guerra con un profundo sentido político si se trata de evitar que unos
delincuentes impongan las instituciones que gobiernan una parte de
la población. Del mismo modo los tres casos anteriores reiteran el
papel de la acumulación de capital y de la geografía del estado para
explicar la capacidad de las organizaciones criminales de imponer
sus instituciones de regulación.
En Estados Unidos la guerra contra las drogas es una guerra
que casi nada involucra el ejercicio de gobierno por organizaciones
criminales. La acumulación de capital y la capacidad de las institu­
ciones estatales son tan altas que aun en las áreas más marginales y
periféricas es poco lo que pueden hacer las organizaciones criminales
para extender su regulación más allá de los mercados de droga. El
mayor problema desde el punto de vista de la dominación social
lo constituyen las subculturas criminales que se han desarrollado
entre comunidades negras e hispanas. Ciertos valores, códigos y
comportamientos se han'institucionalizado entre la población joven
de estas comunidades pero sin que su difusión implique que las

336
Gustavo Duncan

organizaciones criminales tengan los medios para regularlas. Es decir,


no tienen ni los recursos ni la capacidad organizativa para vigilar y
obligar a la población a respetar los valores, códigos y com porta­
mientos. Los jóvenes las siguen simplemente porque form an parte
de una subcultura, no porque una organización criminal las imponga.
La respuesta del estado contra la subcultura viene, por un lado, en
forma de zanahoria: aunque porcentualmente no sea comparable con
lo que destinan otros países desarrollados, en Estados Unidos las
inversiones sociales destinadas a aliviar la situación de la población
marginal son cuantiosas. Por otro lado, cuando la respuesta del estado
tiene form a de garrote también resulta brutal: basta considerar las
cifras de los jóvenes negros e hispanos provenientes de los guetos
que están en las cárceles por ofensas relacionadas con drogas.2"9
La superioridad del estado en cuanto a los efectos del narcotrá­
fico en el poder político se expresa en la manera como sus propias
agencias son capaces de utilizar a los principales carteles internacio­
nales para financiar guerras en otros países. A mediados de los ochen­
ta la CI A utilizó a varios de los narcotraficantes más reconocidos de
la década, entre ellos a Roberto Suárez Góm ez y Mata Ballesteros,
para financiar a la Contra nicaragüense.21" En otras palabras, los
Estados Unidos utilizaban el capital del narcotráfico para definir las
instituciones de gobierno en estados donde la autoridad no estaba
plenamente definida. El apoyo a los contras tuvo lugar en el contexto
de la Guerra Fría, en que el uso de este tipo de prácticas era más
tolerado por la amenaza comunista en el hemisferio. Del otro lado, es
decir los países comunistas, también hubo uso del capital de la droga 209

209 En 2010, 105.600 negros v 47.800 hispanos estaban en el sistema de prisiones de


Estados Unidos por ofensas relacionadas con drogas (Carson y Sabol, 2012). Estas
cifras dan una idea de la población que el estado tiene que castigar para mantener
bajo control a la población perteneciente a las subculturas criminales.

210Ver los libros de l.evy (2012) y Hernández (2010) o el reportaje de Steven Dudlev
v Michael Lohmuller para el portal In Sight Crime, “Docs Reveal CIA-Guadalajara
Link, Not Conspiracv”, publicado el 13 de noviembre de 2013. Disponible en:
http:/ /www.insightcrirne.org/news-analysis/the-tleath-of-caniarena-and-the-real-
cia-guadalajaracartcl -link.

337
Más que plata o piorno

para mantener las instituciones de gobierno. En la entrevista cjue le


concedió a Castro Caycedo (1996a), Pablo Escobar confesaría los
vínculos con el gobierno sandinista; asimismo, varios narcotraficantes
han revelado cómo el gobierno cubano usaba el narcotráfico para
suplir los recursos que previamente recibían de la Unión Soviética.
En Jamaica y Bolivia la evidencia muestra una situación diame­
tralmente opuesta. La guerra contra las drogas tiene sin dudas un
carácter político porque en la represión a un delito está en juego la
definición de las instituciones de gobierno para amplios sectores
sociales. Más aún: puede alcanzar a estar en juego la definición del
actor que controla el gobierno central. Tener el respaldo económico
de los narcotraficantes, el apoyo político de las bandas que controlan
los barrios marginales o el soporte social de los cultivadores de coca
ha sido definitivo en algunos momentos para llegar a la presidencia
de Jamaica y Bolivia. Sin embargo, a pesar de estar involucradas en
la política, no se trata de guerras similares. Muchas otras variables
también distinguen trayectorias muy disímiles en cada caso. La sola
diferencia en las distancias con respecto al mercado final de un país
de transbordo y de un país productor influye en luchas políticas muy
distintas en cuanto al tipo de instituciones de gobierno resultantes
y en cuanto a qué tipo de actores acumulan poder al controlar ins­
tituciones de regulación social.
La cercanía a los Estados Unidos es lo que convierte a Jamaica
en un lugar estratégico en un punto de transbordo en las rutas de
cocaína de Colombia hacia el mercado final. Pero la misma cercanía
geográfica, junto al pequeño tamaño de la isla, sus limitaciones eco­
nómicas y la debilidad de la clase política, la hacen muy susceptible
a la intervención de Estados Unidos en los asuntos internos. Un
jefe mafioso se encuentra en esas circunstancias con que las barreras
que tiene para dominar la sociedad están dadas por un factor que va
más allá de los otros actores de poder en el país. Aunque disponga
de recursos y de aparatos coercitivos superiores a los de las élites
económicas legales y a las autoridades, la intervención de un actor
externo tan poderoso como el gobierno de Estados Unidos impone

338
Gustavo I tunean

unos límites muy concretos a sus aspiraciones de poder. Pretender


suplantar al gobierno central, por ejemplo, está fuera de toda posi­
bilidad. Incluso poseer demasiada influencia sobre la clase política
que gobierna el estado puede llevar a que la presión internacional
destruya la protección que este ofrecía hasta ese momento.
El caso de “Dudus” Coke es diciente sobre cómo demasiado
poder puede llevar a la suspensión de la oferta de protección desde
el gobierno central al incitar la intervención de autoridades interna­
cionales. El principio de soberanía entre los estados nación — un me­
canismo central de protección de los narcotraficantes en los estados
donde ellos disponen de sus propias instituciones de gobierno— se
diluye cuando el país pierde legitimidad por la evidencia del papel
de criminales en la configuración del poder político. Es entonces
cuando la guerra contra las drogas, que es un asunto antidelincuen-
cial en Estados Unidos, se convierte en un asunto político en otro
país, como lo fue en Jamaica por la presión que ejercieron para que
el primer ministro Goldin traicionara a Coke. La consecuencia fue
la sublevación de las comunidades dominadas por Coke contra las
fuerzas de seguridad del estado que entraron en su búsqueda en Ti-
voli Gardens, su comunidad de origen. Los más de sesenta muertos
en el lugar de la operación señalan la importancia que adquiere un
criminal en el orden social y en la organización política de un sector
de la sociedad.
Sin embargo, no en todos los países que cumplen un papel im­
portante en el transbordo de drogas y se encuentran cercanos a un
poderoso mercado final son susceptibles a la imposición de institu­
ciones de regulación social por parte de organizaciones criminales, y
son dependientes de los recursos de los narcotraficantes para definir
y sostener el poder central. Cuba es un país con relativamente baja
acumulación de capital a consecuencia de su régimen político. Pero
ese mismo régimen político, un comunismo casi totalitario, produce
unas instituciones estatales tan fuertes que la guerra interna contra
las drogas es un asunto inocuo desde la perspectiva de la imposición
de un gobierno privado por organizaciones criminales. Es el propio

339
Más que plata o plomo

gobierno central el que regula el negocio, utilizándolo solo para


surtir el mercado internacional y reprimiendo cualquier intento de
creación de un mercado interno de drogas. Aunque las instituciones
totalitarias facilitan esta tarca, también queda el asunto de la presión
internacional. Durante la Guerra Fría la situación era aún más crí­
tica porque la guerra contra las drogas podía ser utilizada como un
pretexto para una invasión de Estados Unidos a un país satélite de
la unión Soviética.
En el caso de Bolivia la distancia física y su extensión geográfica
permitieron que el país se especializara en la producción de hoja de
coca. Allí la guerra contra las drogas era, en un principio, un asunto
que se definía por la capacidad del estado central de sortear dos fuer­
zas contrapuestas: por un lado estaba.la presión de Estados Unidos
por medio de la ayuda económica y la amenaza de sanciones para
que el gobierno reprimiera el narcotráfico, y por otro lado estaba la
presión de las élites de las tierras bajas del occidente y de los colonos
cultivadores de coca del Chapare, quienes dependían del capital de
las drogas para mantener su poder y sus condiciones materiales. La
inestabilidad de las instituciones del estado y de la economía boliviana
ponían en aprietos a los gobiernos para equilibrar las fuerzas en
juego y evitar que una guerra anticriminal como la visionaba Estados
Unidos tuviera como resultado una crisis política. La incapacidad de
mantener este frágil equilibrio se traducía en constantes protestas,
disidencia en las colectividades políticas del gobierno y uno que otro
golpe de estado.
La guerra contra las drogas en Bolivia nunca originó en todo
caso una guerra desde organizaciones criminales provenientes de
sectores excluidos por imponer sus propias instituciones de gobier­
no. El estado podía ser relativamente débil si se compara con otros
países latinoamericanos como México y Colombia, pero las élites
tradicionales y los sindicatos indígenas habían desarrollado institu­
ciones fuertes al margen del estado. Aunque el gobierno de turno
colapsara o tuviera demasiados problemas para gobernar, ciertos
sectores tradicionales mantenían su poder y su capacidad de ejercer

340
Gustavo Duncan

autoridad sobre amplios espacios sociales. Bajo estas circunstancias,


las oportunidades de poder para nuevos actores que surgían de la
criminalidad estaban severamente restringidas. Los actores tradicio­
nales de poder tenían los medios para imponer las condiciones de
protección del negocio. Los militares en alianza con las viejas élites
económicas tenían la capacidad coercitiva suficiente para reprimir
cualquier ejército privado que disputara su primacía en la región del
Beni y Santacruz. Del mismo modo, los sindicatos indígenas tenían
cómo an ular cualquier pretensión de legitimidad de las organizacio­
nes criminales en las áreas de cultivo.
El pieso de las instituciones tradicionales quedó demostrado
cuando líos pulsos de fuerza entre los gobiernos y los cocaleros
alrededor de la represión de los cultivos ilícitos fueron rebasados por
un hecho político de mayor calado: la organización de los indígenas
cocaleros fue capaz de hacerse al gobierno central con una agenda
que si bien estaba fundada simbólicamente en la legitimidad de los
cultivos de coca, contenía unos objetivos políticos más ambiciosos.
La representación de otros sectores de la población, incluyendo clases
medias urbanas, y la movilización por temas como la nacionalización
del gas, la apertura política y la suspensión de las reformas neoli­
berales era una demostración de que el movimiento cocalero había
dado el salto a un partido político con proyección de poder. Desde
la respuesta a la represión de los cultivos ilícitos habían acumulado
suficiente fuerza para disputar el poder político nacional. Un asunto
antidelincuencial en sus orígenes, la erradicación de los cultivos de
coca, se Ihabía convertido en un asunto político porque la guerra
contra las drogas estaba atravesada por procesos sociales más com­
plejos de inclusión en la economía y en el poder de los indígenas,
un sector- mayoritario de la población boliviana.
Los casos anteriores muestran que si bien la distinción entre
guerra amtidelincuencial y guerra política responde a la acumulación
de capital de un país y la fortaleza de las instituciones del estado cen­
tral a lo lairgo del territorio, las trayectorias particulares de cada caso
también pasan por otras variables. La historia política, la estructura

341
Más que plata o plomo

económica de la sociedad y la naturaleza de las instituciones exis­


tentes determinan cómo desde el narcotráfico unas organizaciones
criminales imponen puevas instituciones de regulación social, si es
que pueden imponerlas.
Epílogo

Ni a r r ib a n i a b a jo

Hobsbawm (1976) y Block (2001) mantienen un interesante debate


acerca de hasta qué punto el fenómeno de los bandidos sociales que
surgieron en las áreas rurales durante la transición al mundo moderno
respondía a una insubordinación de desposeídos o a un mecanismo
de control de las élites a sectores sociales potencialmente rebeldes. La
tensión responde al hecho de que muchos bandidos sociales opera­
ban como Robín Hood, redistribuyendo entre los pobres las ganan­
cias de sus acciones criminales, pero al mismo tiempo se aliaban con
el estado y con las élites para reprimir cualquier disidencia de clase.
El debate es relevante porque pone de manifiesto el papel histórico
de los bandidos sociales en un momento y unas circunstancias muy
precisas. Sin embargo, la dicotomía entre rebeldes u opresores deja
de lado un aspecto, aunque sutil, muy significativo de los bandidos
sociales: el ejercicio de la regulación social. Más im portante que
determinar si son rebeldes o mecanismos de represión del estable­
cimiento, es el hecho de que gobiernan un pedazo de la sociedad.
Algo similar ha ocurrido con los narcotraficantes. Por la visión
del narcotráfico como medio de redención social o como medio de
opresión, se ha dejado de lado el aspecto central de la dominación
de la sociedad por parte de una organización criminal. Así apelen
al discurso antioligárquico y a la necesidad de establecer un orden

343
Más que plata o plomo

legítimo que el estado no ofrece, los narcotraficantes no imponen


sus instituciones de regulación social para redimir a los de abajo ni
para soportar a los de arriba. Lo hacen por su propia ambición de
poder y así debe comprenderse el fenómeno. Es una nueva form a
de dominación en que una clase criminal, por su posesión de los
medios de capital y de coerción, ocupa la jerarquía superior en espa­
cios donde el orden social ha sido transform ado por el narcotráfico.
El narcotráfico como redención social es un asunto muy res­
tringido. Solo aquellos delincuentes que tienen éxito en la compe-
*

tencia por el control de complejas organizaciones criminales, por la


provisión de los mercados mundiales de droga y por el ejercicio de
la regulación social, pueden sentirse redimidos de su exclusión. El
resto de la población simplemente trata de ajustar sus demandas de
protección, justicia y sustento material como ocurre en cualquier
otra modalidad de dominación. Si bien el capital de la droga permite
que muchas comunidades y grupos sociales accedan como nunca
antes a los mercados globales, esta form a de inclusión es solo una
consecuencia de las ambiciones de poder y riqueza de una clase
delincuencial. Incluso aquellos narcotraficantes que genuinamente
aspiran a llevar a cabo procesos de inclusión social, subordinan
estos procesos a su imposición política y económica en la sociedad.
Redistribuyen pero no toleran la menor insubordinación o disidencia
que ponga en riesgo su posición alcanzada en el nuevo orden social.
La ‘ley de hierro de la oligarquía’ de Michels (2008) también aplica a
los narcotraficantes que aspiran a redimir a comunidades y grupos
excluidos.
Los narcotraficantes que reprimen a la población tampoco son
una simple estrategia de control social de las élites y el estado. Así
en algunas circunstancias la violencia ejercida por carteles y señores
de la guerra haya sido funcional para evitar rebeliones sociales, el
propósito de los narcotraficantes no era hacer la tarea de otro actor
de poder sino extender su dominación sobre la sociedad. Ha sido
más bien por la coincidencia de intereses o, para ser más exacto, por
la ausencia de contradicciones de intereses entre las élites del centro

344
(¡usiiivu Duncaii

y los narcotraficantes en la periferia que los acuerdos han ocurrido.


Lo usual ha sido que el estado delegue el poder local en actores que,
si bien son criminales, mantienen un orden que no es opuesto a sus
intereses. Lo hacen, además, a muy bajo costo, incluso produciendo
rentas para las élites políticas.
De otra parte, las organizaciones criminales no han obtenido
una concesión del centro com o tal. Han tenido que im poner su
dominación a sangre y fuego. Ha sido, en su mayor parte, un fenó­
meno autónomo de control social. No hay evidencia de que las élites
del centro en México o en Colombia hayan fabricado u organizado
unos grupos criminales con aspiraciones de dominación social para
ahorrar los costos de represión de sectores potencialmente insurgen­
tes. De lo que hay evidencia, y muy abundante, es de negociaciones
y transacciones entre narcotraficantes y autoridades estatales. Son
negociaciones y transacciones apenas normales entre actores con
medios de poder. Algunos narcotraficantes simplemente han apro­
vechado estos medios para mejorar sus posibilidades de negociación
con los poderes legales con el propósito de ampliar su dominación
de determinados espacios sociales.
En ese orden de ideas, este libro ha sido una exploración del
ejercicio de la dominación social por parte de una clase delincuencial
en México y Colombia, un suceso que ha marcado la historia política
de ambos países durante al menos las últimas tres o cuatro décadas
y que aún no acaba. Y pese a lo evidente que ha sido el gobierno
de criminales en muchas sociedades, este pareciera ser uno de los
aspectos menos reconocidos y estudiados de la guerra contra las
drogas. La sociedad, por alguna razón, ha estado más interesada
en descifrar el poder político del narcotráfico como un mecanismo
de insurgencia criminal, una form a encubierta de represión social
o una conspiración masiva de élites políticas para recibir sobornos,
concentrar riqueza y ganar elecciones. Poco ha estado interesada
en comprender cómo un actor de poder que surgió de la venta de
una mercancía ilícita a los mercados globales ha gobernado grandes
porciones de la periferia de ambos países.

345
Más que plata o plomo

Hay razones para rehusarse a comprender a narcotraficantes,


mañosos y señores de la guerra como gobiernos de facto. Reconocer
que los criminales son actores centrales en la construcción de la p o­
lítica y la sociedad de un país y no una anomalía casual es doloroso.
Pero más temprano que tarde habrá que empezar a hacerlo. Es la
historia que nos tocó.
Anexo

El m é t o d o

En ciencia política se ha impuesto como principal corriente m eto­


dológica la identificación de variables comunes como explicación
causal de los fenómenos sociales.211 El procedimiento metodológico
en estas investigaciones consiste en identificar las causas de un fenó­
meno social a partir de la comparación de casos en que el fenómeno
ocurre y en los que no. Si las causas propuestas están presentes en los
casos positivos y ausentes en los negativos las hipótesis se asumen
como válidas. Esta disertación apunta en una primera instancia hacia
unos requerimientos metodológicos un tanto distintos. Antes que
explicar lo que produce un fenómeno social, el propósito es precisar
de qué se trata el fenómeno, es decir, más que explicar las causas se
propone definir cuáles son las consecuencias. Se trata de explicar
en qué consiste el poder político que se desprende del narcotráfico
como actividad económica ilegal. En otras palabras, ¿cuáles son las
consecuencias de la producción y tráfico de drogas en las relaciones
de poder de una sociedad dada, si es que las tiene?
La hipótesis central es que en México y Colombia las conse­
cuencias en las relaciones de poder se manifiestan en la aparición de
nuevas instituciones de regulación en espacios periféricos donde el

211 Al respecto ver Goetz y Mahoney (2012) sobre la diferencia en la cultura de


investigación social entre los métodos cuantitativos y cualitativos.

347
Más que plata o plomo

narcotráfico transform a el orden social. Criminales y políticos inte­


ractúan para competir por el control de las nuevas instituciones de
regulación configurando, en algunos casos, oligopolios de coerción
y, en otros, monopolios por organizaciones de coerción privadas.
Pero al margen de los resultados de la competencia por el poder en la
periferia existe el propósito común de preservar las transformaciones
del orden social ante una eventual intervención de las instituciones
del estado. Cuando el estado central interviene la respuesta es una
adecuación de sus instituciones a los intereses de los sectores domi­
nantes en la periferia. Las instituciones resultantes no son entonces
las que el estado concibió en un principio sino las que surgen de los
pulsos de fuerza con criminales y políticos locales. Un fundamento
básico de la hipótesis es que el capital de las drogas no es por sí solo
un medio suficiente para imponer las instituciones de regulación al
margen de las intervenciones del nivel central. Criminales y políticos
de la periferia están en condiciones de resistir las iniciativas del estado
central porque sus instituciones resuelven ciertas demandas sociales
que las instituciones del estado no son capaces de satisfacer. El
estado encuentra entonces demasiada resistencia a sus instituciones
desde la propia sociedad y se encuentra obligado a delegar parcial y
totalmente el ejercicio de la regulación social.
La comprobación de las hipótesis sobre los efectos del narco­
tráfico en las relaciones de poder da lugar posteriormente a la línea
metodológica que indaga por relaciones de causalidad. Si se toma a la
sociedad en el nivel subnacional212 como unidad de análisis, la pregun­
ta siguiente es acerca de cómo las características políticas, económicas
y demográficas de una sociedad dada inciden en la magnitud de los
efectos del narcotráfico en el orden social y, por consiguiente, en el
grado de transformación de las relaciones de poder. La hipótesis de
investigación supone que entre mayor sea la acumulación de capital
en una sociedad, menores van a ser estos efectos. Sin embargo, la

212 La sociedad como unidad de análisis puede abarcar incluso hasta las comunidades
al interior de una sociedad en una región. Depende del tipo de comparación que en
un momento dado se esté realizando.

348
( iustavo I)uncan

relación entre acumulación de capital y efectos políticos depende


también de otra variable: la cercanía física entre la sociedad y la
infraestructura del estado. La hipótesis plantea una relación inversa:
a m enor cercanía física entre el estado y la sociedad, mayor trans­
formación de las relaciones de poder.
Los requerimientos metodológicos se centran por consiguiente
en la obtención de evidencia durante al menos las últimas tres déca­
das213 sobre: i) las transformaciones en el orden social como conse­
cuencia del narcotráfico; ii) las transformaciones en las instituciones
de regulación social en estos espacios periféricos; iii) la naturaleza de
las relaciones de poder entre élites emergentes por el narcotráfico y
las élites tradicionales en la periferia; y iv) la historia y la naturaleza
de las relaciones de poder entre el centro y la periferia de los casos
seleccionados. Sobre las transformaciones en el orden social y las
instituciones de regulación existe abundante evidencia en etnografías
y reportajes periodísticos de sociedades productoras de drogas. La
nutrida publicación de testimonios de personajes vinculados con el
narcotráfico es otra fuente importante de evidencia (en la bibliografía
se recopilan todos los títulos consultados de esta “narcoliteratura”).
Aunque la calidad de los textos varía considerablemente, así como
su veracidad, es posible hacerse una idea sobre ciertos atributos
elementales del orden social y prácticas cotidianas de regulación
social que son valiosas para la com probación de las hipótesis de
investigación. Adicionalmente, se ha realizado trabajo etnográfico
en México y Colombia, lo que incluye entrevistas a personajes vin­
culados directamente al negocio y a las prácticas de regulación social
(sus nombres se omiten por razones de seguridad). Las entrevistas
han sido cruciales del mismo modo para averiguar las relaciones con
élites legales del centro y la periferia. Sobre este tema, la principal
fuente de evidencia está en reportajes periodísticos. Por último, están
todos los textos académicos previos que tratan sobre el narcotráfico

213 Iil horizonte temporal de las últimas tres décadas obedece a que fue durante este
período histórico que se desarrolló un gran mercado internacional de drogas dentro
de la lógica del consumo postfordista.

349
Más tjuc plata o plomo

directamente pero también sobre numerosas variables económicas,


políticas, sociales y culturales, así como históricas, que son relevantes
para las hipótesis planteadas.
La selección de los casos está restringida de antemano a países
en que en el narcotráfico es un asunto importante para la sociedad.
Se considera al narcotráfico im portante en una sociedad cuando
las actividades de producción y tráfico de drogas que allí ocurren
están conectadas con el abastecimiento del mercado internacional
de drogas o cuando existe un mercado local significativo dentro de
los patrones internacionales de consumo. De lo contrario, es decir
cuando el narcotráfico es irrelevante en un país, variables explica­
tivas como la acumulación de capital, la fortaleza del estado y la
demografía no tienen ningún interés pomo objeto de investigación.
Lo que se quiere com probar es si efectivamente la presencia del
narcotráfico implica determinados cambios en el orden social y en
las relaciones de poder establecidas en la periferia y entre el centro
y la periferia. Ahora bien, es importante incluir casos en que la va­
riable dependiente es negativa, lo que equivale a aquellos casos en
que a pesar de ser el narcotráfico un fenómeno relevante no hay
transformaciones apreciables en la estructura de poder político. Sin
sociedades en que no existan transform aciones de las relaciones
de poder sería imposible evaluar la incidencia de las variables que
explican las hipótesis propuestas.
México y Colombia son los dos casos principales. La recopila­
ción de información sobre ellos es mucho más profunda que el resto
de casos. La razón para escoger México y Colombia obedece, por
una parte, a que son países centrales en el negocio del narcotráfico
internacional. En ellos tienen sede los carteles que organizan la mayor
parte del tráfico mundial de cocaína y de todo tipo de drogas en el
hemisferio occidental. Y por otra, a que dadas las características
tan heterogéneas de sus sociedades es posible encontrar abundante
diversidad de casos para: i) identificar los efectos en el orden social y
las relaciones de poder del narcotráfico, y ii) comprobar la causalidad
de las variables explicativas. Mientras en ciertas sociedades mexicanas

350
Gustavo 1)imean

y colombianas prima un m onopolio de la regulación social por el


estado y el soborno a la clase política es el único medio para proteger
los intereses asociados al narcotráfico, en otras prima la interacción
entre políticos y criminales para instaurar, bien sea un oligopolio de
coerción, o en casos extremos de pobre acumulación y lejanía de
las instituciones del estado, un m onopolio por ejércitos privados de
narcotraficantes. Tanta diversidad de sociedades ofrece por sí misma
un espectro suficiente de casos positivos y negativos para com pro­
bar o rechazar las hipótesis de investigación. En otras palabras, los
principales casos, así como la principal muestra comparativa, son las
distintas sociedades subnacionales de México y Colombia.
La comparación con otros países implica de antemano una res­
tricción acerca de las potenciales aplicaciones de la teoría a casos
donde el narcotráfico no es un fenómeno tan relevante como lo es
en México y Colombia. De hecho, es difícil encontrar en el mundo,
no solo países tan involucrados en el narcotráfico, sino además que
sus organizaciones criminales controlen tantas etapas productivas de
los mercados mundiales de drogas. Lo que se pretende al incluir otros
casos es entonces evaluar los efectos de las variables explicativas en
sociedades donde, pese a no existir grandes carteles internacionales,
el narcotráfico no deja de ser un asunto significativo, bien sea como
mercado final, país de transbordo o como productor primario. Por
consiguiente, se seleccionaron otros tres casos de acuerdo con su
función en la división internacional del trabajo en la industria de
las drogas y de acuerdo con sus diferencias en variables como los
niveles de acumulación de capital, la demografía y la fortaleza de las
instituciones del estado.
En primer lugar se escogió a Estados Unidos por ser el principal
mercado final y por representar los potenciales efectos en el mundo
desarrollado occidental.214 A l igual que el resto del mundo desarro-

214 Países con alta acumulación de capital y sistemas autoritarios (por ejemplo Singapur
o las potencias petroleras del Medio (Iriente) no son valiosos dentro de la selección
porque no son importantes ni como productores ni como consumidores en el
mercado mundial tic drogas.

351
Más que plata o plomo

liado, es un caso negativo porque los efectos en las relaciones de


poder se reducen al mínimo debido a la fortaleza del estado y a la alta
acumulación de capital. La demografía de Estados Unidos, aún más
extensa que la de México y Colombia, es diciente además de cómo
la fortaleza institucional y económica se superpone a la geografía. Es
muy distinto a casos de países pequeños del primer mundo donde,
a pesar de existir un fuerte mercado de drogas, el desafío para el
estado no yace en la existencia de territorios despoblados en que las
instituciones estatales son inexistentes.
En segundo lugar se escogió a Jamaica, un punto importante
de transbordo en la ruta del Caribe. Su valor como comparación es
que las variables explicativas son diametralmente opuestas a las de
México y Colombia, es decir, hay baja acumulación de capital y alta
concentración demográfica. Los problemas con el narcotráfico tienen
lugar en las comunidades marginales de Kingston, en el seno mismo
del estado central. Allí, los procesos de regulación social pasan por el
control de pandillas y mafias que reciben los pagos por los servicios
de transbordo internacional.
Finalmente se seleccionó a Bolivia como caso de país productor
primario. Se trata de un país con m enor acumulación de capital que
México y Colombia, pero muy similar en cuanto a la otra variable ex­
plicativa: las características demográficas. Existen territorios de difícil
acceso para el estado por la amplia extensión geográfica del país. La
distancia entre el centro político y la periferia ha obligado a delegar
la regulación de las sociedades cultivadoras de coca y exportadoras
de base a otro tipo de organizaciones. Sin embargo, no se trata de
organizaciones criminales típicas sino de sindicatos indígenas y de
las élites tradicionales que controlaban las plantaciones caucheras.
Por tener propósitos puramente de contraste, como ya se señaló,
la profundidad analítica de los casos de Estados Unidos, Jamaica y
Bolivia es muy inferior a la realizada con México y Colombia. Tan
solo se trata de contrastar los com portam ientos de las variables
propuestas como explicación del poder político del narcotráfico en
los dos países donde se libra el grueso de la guerra contra las drogas.

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La cuestión agraria , Juan Camilo Restrepo

La gu erra y la paz , Santiago Gamboa

Los años sesen ta , Alvaro Tirado Mejía

Soledad & Compañía , Silvana Paternostro


UNALECTURACLAVEPARA
ENTENDERLOSALCANCESDEL

&
3
PODERDELNARCOTRÁFICO

“Esta aproximación a las implicaciones


políticas de la guerra contra el narcotráfi­
no jueiciu co sugiere una historia más compleja que
)EL1ÍN ! la de una simple disputa del estado contra

B 4Í8 2 violentas organizaciones criminales con


alta capacidad de corrupción. Es en reali­
dad la historia, por un lado, de cómo sec­
tores subordinados en la sociedad aprove­
chan la disponibilidad de coerción y capital para organizar un
proceso de acumulación de poder y riqueza y, por otro lado, de
cómo alrededor de este proceso las sociedades periféricas son de
manera espontánea y sin ningún plan preconcebido incluidas
dentro de la economía y la política nacional. Es también la histo­
ria de cómo el estado es forzado a compartir, y en ocasiones dele­
gar, el ejercicio de la coerción para satisfacer demandas sociales.
Y recurrentemente es la historia de los desencuentros entre el
estado y las organizaciones criminales por imponer sus institu­
ciones a lo largo de la geografía nacional, con las consiguientes
explosiones de violencia que desbordan los actores directamente
comprometidos en el enfrentamiento e involucran a poblaciones
que en apariencia nada tienen que ver con la guerra contra las
drogas”.
Gustavo Duncan

ISBN: 978-958-8806-76-1

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